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Crónicas bel iSran Capitán 



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ÍÜbrería Editorial oe Baill^//3BQÍllíére é Ibíjos 
'Pla3a oe Santa Ena. núm* lo* 
1905 



SEEN BY 
PRE5ERVAT10N 



SERVlCr 



DATE, 



■ II 



INTRODUCCIÓN 



Fuit qiiondam in hac república virtus. 
(Cicero: Oratio prima in L. Catilinani.) 



El nombre del Gran Capitán evoca en nuestra mente el recuerdo del más fecundo y 
brillante reinado de nuestra historia; el principio de la supremacía política y militar de 
España, j las hazañas j proezas, superiores á toda ponderación, de aquel inmortal cau- 
dillo que fué asombro de su tiempo, cuya refulgente estela luminosa ha llegado con 
todo su esplendor hasta nuestros días y ocupará siempre en la historia patria^ con haber 
tantas y tan gloriosas, una de sus más admirables páginas; y, sin embargo, tan excelsa 
personalidad más se conoce en nuestros tiempos por tradición y compendios que por 
moLumentos históricos dignos de su grandeza y tales como hoy los produce la ciencia 
histórica. Las antiguas crónicas que relatan sus insignes hechos son del siglo xvi, de 
letra gótica unas, manuscrita otra y de difícil lectura todas, por estar llenas de abre- 
viaturas y mal estampadas. A que se agrega la circunstancia de ser todas muy raras 
en, el comercio de libros, y por tanto, de muy costosa adquisición. Por esta causa son 
varios los escritores que se han dedicado á hacer resúmenes de la vida de nuestro pro- 
tagonista con mayor ó menor acierto. Y si las crónicas son deficientes, á veces fabulo- 
sas ó erróneas y escritas á la manera de aquel tiempo, con arengas, frases y alocucio- 
nes puestas en boca de los principales personajes, fácil es imaginarse lo que serán los 
compendios. 

Falta, pues, una historia completa, crítica y digna de la majestuosa figura del Gran 
Capitán. Es el primer paso para llegar á ella la publicación de las cuatro Crónicas en 
este volumen reunidas. Sería el segundo la de los muchos documentos de aquel tiempo 
referentes á su persona y hechos, esparcidos en archivos y bibliotecas públicas y priva- 
das. El más importante sin duda sería el coleccionar y publicar, convenientemente ano- 
tada, la correspondencia de aquel famoso caudillo, que igualmente se halla diseminada 
en varios centros docentes y gabinetes de Grandes y de aficionados. Dificultan en gran 
manera éste, que sería inestimable trabajo, la letra garrapatosa y despedazada del caudi- 
llo y el estar no pocas de sus cartas en cifra. Con todos estos elementos podría acome- 
ter empresa tan magua y tan útil persona dotada de las convenientes y necesarias 
dotes literarias, históricas y militares, que ciertamente no escasean en nuestro país. Es 
esta una deuda que la patria tiene contraída con hijo tan preclaro, por haberla ensal- 
zado y ennoblecido en tan alto grado. 

Crónicas del Gran Capiíán.—a. 



II INTRODUCCIÓN 

Eütretanto atengámonos á nuestro modesto compromiso y digamos algo acerca de 
las crónicas aquí publicadas. 

Creemos que la primera edición de la denominada Las dos Conquistas del reino 
de Ñapóles^ que insertamos en primer lugar, es la impresa en Zaragoza en 1554, cuya 
descripción, dedicatoria y prólogo damos á continuación: 

Crónica llamada Las dos \ Conquistas del Reyíio de Ñapóles^ donde se cuentan 
las altas \ y hcroycas virtudes del serenissimo principe Rey don Alonso de Aragón^ 
con los he \ chos y hazañas marauillosas que en pax y en guerra hizo el gran Capi- 
tán Qon I pa/o Hernández de Aguilar y de Córdoba. Con las claras y notables obras 
de I los Capitanes don Diego de 3Icndora, y don Hugo de Cai'dona, el \ conde Pedro 
Navarro^ Diego Oarcia de Paredes^ y de otros J valerosos Capitanes de su tiempo. 

Sigue el escudo de armas de D. Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, Duque 
de Francavila, etc., grabado en madera; y al pie de 61 se lee: «Con priuilegio de su 
Magostad por diez años. ] Yéndose eji (^aragoya en casa de Miguel Capila mercader de 
libros. MDUIII». 

Al dorso de esta portada, dentro de un óvalo, el busto del protagonista y la leyenda 
«El Gran Capitán» . 

A continuación: «Concede su alteza priuilegio a Miguel Capila merca | der de libros 
que ningvma persona de cualquier estado o con | dicion que sea por tiempo de diez 
años no puedan imprimir el li ] bro llamado la Vida y Coronica del gran Capitán \ ni 
traerlo á vender de otros reynos siu licencia | suya^ y si lo contrario hiziere pierda los 
li I bros que huuiere imprimido y incur | ra en otras penas contenidas | en el original 
pri ] vilegio. I Dado en Yalladolid a YI de Febrero de | MDLIIII. | Fue visto y exa- 
minado el presente libro por el illustrissimo | y reuerendissimo Señor don Hernando 
de Ara | gon Arzobispo de Í,'arag0(,'.a, y con su [ licencia impresso» . 

En la segunda hoja: «Al Illustrissimo Señor y excelente principe don Diego Hurtado 
do Mendoya y de la Cerda, Duque de Franca vila. Marques de Algozilla, Conde de Me- 
lito, y señor de las ciudades de Rapolla y Mendolia, y de la villa de Pastrana y de Man- 
dayona y su tierra. Del Consejo del estado de su Magostad, y su Presidente del sacro 
y supremo Cousejo de los reynos y estados de Ytalia, etc., mi Señor. 

» Siendo costumbre muy antigua assi de los que escriuen cosas prouechosas y de 
gusto, como de los que se encargan de sacaiias a luz, dedicar sus trabajos ha (sic) prin- 
cipes y grandes señores para que con el fauor que de aqui les viene anden entre las 
gentes validos y estimados; y siendo á mi juyzio esta costumbre loable y muy confor- 
me a toda buena razón, gran yerro fuera querer yo aora en la publicación de la pre- 
sente obra apartarme della: assi por ser la obra tal que seria hazello muy grande agra- 
uio priualla desta hourra, como porque se me yria de entre las manos una grande oca- 
sión de mostrar parte de la mucha afición que al servicio de Y. S. tengo. Que la obra 
merezca ser puesta en manos de Y. S., en la frente lo trae escripto, pues se intitula: Las 
dos Conquistas del Reyuo de Ñapóles; ha donde por fuerza se ha de dar cuenta del 
yalor y prudentia con que estas guerras fueron administradas, j las amistades y ligas, 
tratos y intelligencias que aquellos reyes tan valerosos y sabios, y sus ecelentes capita- 
nes tuuieran para llegallas con tan gran prosperidad al fin desseado. Pues si passando 
mas adelante se mira el orden y fidelidad y diligencia con que el historiador escriue 



INTRODUCCIÓN lii 

todas estas cosas, no puede negarse que es una de las mas perfetas historias que en 
este nuestro lei.guage hasta oy se haya escrito, y assi se le deue muy justamente esto 
que por ella se hace, que es ponella en poder de V. S. en quien ha puesto el prudenti- 
ssimo y catholico rey don Felipe, nuestro Señor, la suma del gouierno de todos los rey- 
nos y señoríos que en estas guerras y las otras que antes y después dellas ha tenido 
esta nuestra nación en Ytalia se han conquistado. En lo que yo en la dedicación desta 
presente obra pretendo hazer á Y. S. algún pequeño seruicio es en presentalle esta fiel 
relación del modo del gobierno de paz y de guerra que los que repartido por partes han 
tenido lo que V. S. tiene aora junto, han guardado: para que ayudada su prudencia des- 
tos auisos pueda en muchos casos importantes tener el camino echo llano, por las espe- 
riencias que por tan granes y ecelentes varones fueron prouadas y aprouadas; los quales 
pienso yo que si aora viessen cómo Y. S. con tan nueua y singular autoridad goza el 
fruto de sus trabajos, estarían dello muy contentos: especialmente el muy illustre señor 
don Diego de Mendo9a conde de Melito, padre de Y. S., á quien también y tan deuida- 
mente se paga con esto lo mucho que él en estas guerras con su esfuerzo y discreción 
hizo, y los otros todos no quedarían muy atrás del eu este contentamiento, assi por la 
amistad que con él tuuíeron, y lo que entendía que á sus grandes méritos se deuía, 
como por las muchas razones que hay para que todo el mundo alabe la olecion que su 
Magestad para este cargo do Y. S. ha hecho. Y assi creo que Y. S. no dexará de admi- 
tir en cuenta de seruicio la gran afición de seruir con que yo le consagro esta obra que 
le conuiene tanto. Pues los muy grandes señores suelen con la magnanimidad á que 
su grandeza los obliga, medir el valor de los seruicios pequeños que les hazen los que 
poco pueden con la voluntad que entienden que ha aquello los mueue. Y como yo estoy 
seguro de la mía, que es tal que en esta parte nadie me hará ventaja, no me ha emba- 
ra9ado la humildad de mi estado, para osar me presentar delante de Y. S. con lo poco 
que podía ofrecelle: cuya lUustrissíma persona nuestro Señor guarde con acrescenta- 
miento de mayores estados. Besa las manos de vuestra illustrissima Señoría, Miguel 
Capila» . 

Las cuatro hojas siguientes contienen el Prólogo, que empieza así: 
«Coronica llamada las dos conquistas del Reyno de Ñapóles, donde se cuentan los 
hechos del esclarecido y valeroso príncipe Rey D. Alonso de Aragón, y de las heroycas 
virtudes que en paz y guerra hizo el gran Capitán Gon9alo Hernández de Córdoba y 
Aguilar. Escripta a peda90s como acaescierou por Hernando Pérez del Pulgar señor 
del Salar. — Introductíon y argumento de la obra. — Suelen los Historiadores, para dar 
mejor á intender los hechos que escriuen, particularmente la provincia y pueblos adonde 
los tales hechos acaecen de que escribir quieren: assi lo hizo Cesar en sus comentarios, 
y Sabelico, un bueno y general ystoriador, en sus encadas, queriendo escriuir los hechos 
de Francia, comieu90 por la particular creación de aquella región; eso mismo hizo que- 
riendo contar los hechos que acaecieron en Ytalia , cuya orden por que mas conuenga 
al estilo desta ystoría seguiremos conforme á como ella descriue, porque como los he- 
chos desta ystoría sean estrangeros en todos los que la leyeren, ternan noticia de los 
pueblos donde acaecieron, por lo que aquí diremos podrán mejor en su conoscímiento 
venir » . 

Sigue una larga descripción geográfica de Italia. 



IV INTRODUCCIÓN 

En la última página del Prólogo se reproduce el busto del Gran Capitán, como en 
el dorso de la portada, encerrado en una orla, que en su parte superior ostenta esta 
inscripción: ^Sit ñamen Domini benedictus» , y en la inferior «Libro primero de las 
dos conquistas del Reyno de Ñapóles» . En la parte superior del anverso del folio pri- 
mero hay un grabado que representa un guerrero á caballo con lanza en la mano dere- 
cha, acompañado de dos pajes descubiertos y armados. 

Consta esta edición de ciento cincuenta y dos folios numerados, más los cinco sin 
foliar antes expresados; impresa en letra gótica, en folio, á dos columnas. Termina: 
«Fin de la Coronica del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Aguilar y de Córdoba» . 

Imprimióse también esta Crónica en Zaragoza, en 1559; en Sevilla, en 1580; en Al- 
calá de Henares, en 1584, que es la que, por parecemos algo más correcta que las otras, 
hemos seguido en este volumen. Posible es que haya todavía alguna otra edición de 
ella que no hayamos logrado ver. Acerca de su autor nada positivo, cierto y concreto 
hemos podido encontrar. 

Es, en nuestra opinión, la Crónica más detallada, interesante y verídica la que de- 
nominamos manuscrita^ por no conocerse tampoco á punto fijo su autor. Por algunos 
pasajes del texto se viene en conocimiento de que acompañó en Italia y en su última 
venid» á España al Gran Gonzalo; refiérese con frecuencia á conversaciones tenidas 
con sus más distinguidos capitanes, y por ciertas indicaciones, ejemplos y textos lati- 
nos pudiera creerse que acaso fué escrita por uno de sus capellanes ó de sus más ínti- 
mos servidores que le siguieron hasta el retiro de Loja. Su estilo es incorrecto, á veces 
oscuro y difuso; muy frecuentes sus repeticiones. No pierde ocasión su autor, siguiendo 
á los historiadores clásicos, de poner á cada paso en boca de los personajes largos y 
eruditos discursos, impregnados de erudición griega y romana. Mas, á pesar de estos 
defectos, muy comunes en aquella época, refiere, por lo general, los sucesos que vio, 
ó de que oyó relaciones á los más renombrados capitanes, con tal acento de sinceridad, 
tal ingenua sencillez y curiosos detalles, que desde luego se echa de ver ser verdad lo 
que relata. Debió escribirse esta Crónica en Sevilla, y su autor vivía aún en el año 
de 1552, pues en el mismo dice que se trasladó el cuerpo del Gran Capitán de la iglesia 
de San Francisco de Granada á la capilla fabricada al intento en San Jerónimo de la 
misma ciudad. Es indudable que al escribir su Crónica tuvo á la vista la anteriormente 
descrita é inserta, y la de Jovio, á las que hace á veces referencias más ó menos direc- 
tas. El único ejemplar que de esta Crónica se conoce es un volumen en folio manus- 
crito, de letra de mediados del siglo xvi, encuadernado en pergamino. Tiene todas las 
apariencias de ser el original, por las muchas enmiendas, tachaduras y adiciones que 
en él se advierten. Su letra ofrece grandes dificultades paleográficas para la lectura, y 
acaso por este motivo no ha sido consultado y copiado este códice tanto como debió 
serlo. Consta de 296 hojas foliadas y está falto al principio y al fin de una ó dos. Se 
conserva en la actualidad en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, con 
la signatura R-6*-6. 

El Sr. Gallardo vio este códice en la Biblioteca agustiniana de Montilla, donde figu- 
raba con la signatura Est. N-caj. 6; copió de él algunos pasajes, formando con los 
títulos de los capítulos un Indico para su uso particular. Asegura que ol Gran Capitán 



INTRODUCCIÓN V 

nació en 1." de septiembre de 1453 en el castillo de Montilla, pasando luego á Córdoba 
á recibir su educación, siendo su ayo D. Antonio de Cárcamo, con quien tenía paren- 
tesco. La familia de Gonzalo tenía casa en aquella ciudad y por eso dijo alguna vez 
que «se hallaba hijo de aquella muy noble patria» , pues que era la capital de la provin- 
cia y puede decirse que la residencia principal de sus progenitores. 

La tercera Crónica que en este volumen publicamos está escrita antes que las dos 
precedentes, como puede deducirse de la portada de la primera (?) edición italiana: 

Vita di Consalvo Fernando di Coi'dova^ detto II Oran Capiiano^ scritta per Mons. 
Paulo Giovio, Yescouo di Nocera et tradotta per M. Lodovico Domenichi. — In Fioren- 
za. — 1550. — Un volumen en 8." marquilla, 300 páginas, más de 14 de principios y 
una hoja suelta al fin con el nombre de la imprenta. 

Tradújola al castellano y la publicó en Zaragoza en 1554 D. Pedro Blas Torrellas, 
cuya edición nos ha servido para la reimpresión. Más breve que las dos Crónicas anterio- 
res, más deficiente que ellas y escrita con más pretensiones literarias, su lectura no 
satisface ni entusiasma tanto como aquéllas; lo cual no quiere decir que no sea digna 
de la fama de su ilustre autor, por más que desde el Saco de Roma no fué gran amigo 
de los españoles. La causa fué haber éstos saqueado las arcas en que guardaba Jovio 
sus escrituras y libros de historias, depositados en la iglesia de la Minerva: «viniendo 
estas escrituras en manos de soldados, rompieron y hicieron pedazos algunas de ellas; 
de apaciguadas las cosas, con mandamientos del Papa, con ruegos y dineros del Jovio 
volvieron los libros en su poder, aunque en algunas partes faltos y rasgados. Conti- 
nuando él su historia ('), fué tanta la importunación y ruegos de sus amigos, que la 
hubo de imprimir, y no queriendo dexar imperfectos del todo los años que faltaban, 
hizo una Suma ó recopilación de cada libro, pensando, si la muerte no le atajaba, con- 
fiando en su memoria, volver de nuevo á poner cumplimiento en la obra; y quiso la 
suerte que faltasen aquellos libros donde los españoles más habían mostrado su esfuerzo 
y valentía...» Sin duda por esta causa trata siempre del Duque de Borbón con injusta 
indignación. 

La misma traducción se publicó también en Amberes en 1555, en 8." menor. 

La última crónica que figura en este volumen con el nombre de Breve aparte de 
las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán por Hernán Pérex del Pulgar^ es 
la primera que se publicó, en Sevilla por Jacobo Cromberger, alemán, en 1527. Es 
sumamente rara y la reimprimió el Sr. Martínez de la Rosa al fin de su estudio Her- 
nán Pérex del Pulgar^ el de las hazañas^ publicado en Madrid en 1834. «El nombre 
del escritor, dice aquel ilustre literato y político, aun prescindiendo de la fama del 
héroe que en aquel escrito se ensalza, bastaría para despertar vivísima curiosidad; pero 
concurren otras circunstancias particulares que acrecientan hasta lo sumo el interés en 
favor de tal obra. Escribióse, al parecer, por los años de 1526, probablemente á tiempo 
que el emperador Carlos Y hizo su mansión en Granada, y de cierto por obedecer su 

(•) Refiérese al Libro de las historias y cosas acontecidas en Alemana, España, Francia, Italia, 
etcétera, desde el tiempo del papa León y venida de Carlos V en España hasta su muerte. 



VI INTRODUCCIÓN 

mandato y satisfacer su deseo. ¡Qué sería ver a un monarca tan poderoso, quizá el 
mismo día en que visitara el sepulcro del mayor capitán de su siglo, encomendando 
que escribiese su vida á otro guerrero ilustre, su amigo y compañero, que en un ejér- 
cito de héroes mereció que le apellidasen el de las hazañas!» Figurémonos por un ins- 
tante á Hernando del Pulgar, á la edad de setenta y cuatro años, recogiendo solícito 
en su memoria los recuerdos de sus verdes años, repasando en su mente los lugares 
en que había alcanzado tanta gloria, los claros hechos de Gonzalo de Córdoba, de que 
él mismo había sido testigo: «é yo de los que vi, me atrevo á escrebir, aunque en 
mucha edad é poca habilidad, que causaron poner en borrones vida que tanto merecía 
ser de buena tinta escrita, en especial á Príncipe y señor que su grandeza en el mundo 
pone espanto, el qual nos quita la benevolencia con que á todos admite» . Exento de 
presunción y vanagloria, nos descubre Pulgar su hidalga índole con sólo anunciar la 
manera con que se propone escribir su obra: «é queriendo yo seguir ambos bandos, 
llano y claro diré lo que en fecho fué, contando las mismas cosas que todos vieron, 
apartando la jactancia de decir que fui en ello, en especial las de la guerra de Gra- 
nada, do poco della pasó en aquejlos quasi diez años que duró, se me encubrió» . Como 
cabalmente en aquella conquista dieron Gonzalo de Córdoba y Hernando del Pulgar 
tan señalada muestra de sus personas (habiendo hecho ambos las primeras armas en la 
guerra de Portugal), se nota en la relación de los hechos un sabor de verdad, un can- 
dor que embelesa por su sencillez misma: debiéndose á la propia causa que sepamos 
por esta obra varias proezas de Gonzalo de Córdoba y algunas circunstancias de su 
vida, que á no ser por Pulgar yacieran ignoradas. Los demás historiadores y cronistas 
se apegaron con mayor ahinco, cual era natural, á los hechos más notables por su gran- 
deza, á las batallas y conquistas en que mandó como caudillo, arrojando de Italia los 
pendones de Francia, y disponiendo con su mano de reinos y coronas; sólo por acaso 
aludieron á los hechos de su mocedad, que no eran sino las primicias de su valor y 
singulares prendas; pero Hernando del Pulgar, que los había presenciado, los refiere 
con grata complacencia; pinta los obstáculos, los riesgos que los acompañaron; se 
encanta celebrando su buen éxito. No parece sino que se le ensancha el corazón al 
referir las proezas del insigne caudillo, y que á pesar de haberse impuesto á sí mismo 
callar sus propios hechos, dice en secreto á sus lectores: «este héroe era mi amigo; yo 
peleaba á su lado» . 

Una circunstancia notable, que resulta de la lectura de su obra, es. que en más de 
una ocasión se asemejaron no poco uno y otro guerrero en los hechos con que se ilus- 
traron, durante la guerra de Granada: no parece sino que á porfía corrían en busca de 
los mismos peligros. Abastece Pulgar á la ciudad de Alhama y la salva de su perdi- 
ción; Gonzalo de Córdoba la salva á su vez, y Pulgar es quien nos lo refiere. Se mues- 
tra indecisa la fortuna, aunque por breve plazo, y el rey Fernando no puede acudir 
tan presto cual quisiera: Gonzalo de Córdoba se encierra en la Malaha, y su sola pre- 
sencia la preserva; corre Pulgar á Salobreña, y con su arrojo la defiende. Codicioso de 
riesgos y aventuras, había llegado el Córdoba una noche hasta la misma puerta de Gra- 
nada, prendiendo en ella fuego y causando en los moros gran turbación y escándalo; y 
lástima que se le malogró después por culpa ajena el haber entrado en la ciudad, para 
libertar á los cautivos, que hubiera sido el más ho7irado hecho que en nuestros tiempos 



INTRODUCCIÓN Vil 

ha acaescido en España^ según las palabras mismas de Pulgar; á este le cabe mejor 
suerte, y da gloriosa cima, á la empresa de la mezquita. Entra Pulgar en Málaga, 
poniendo á gran riesgo su persona, para ofrecer tratos j conciertos de paz; Gonzalo de 
Córdoba se introduce de oculto hasta el palacio mismo de la Alhambra, j arranca al 
mudable Boabdil las condiciones del entrego. 

Terminada la guerra de Granada, gustó en aquella ciudad brevísimo reposo el ilus- 
tre caudillo, j pasó luego á Italia: de cujas empresas j conquistas, ó ya pot más sabi- 
das ó por no poder dar dellas tantas señas, sólo hizo Pulgar una leve mención, como 
por vía de recuerdo. 

Cuando se espacia á placer, cual si en 61 propio reflejaran las alabanzas de su 
amigo, es cuando pinta su ademán, su rostro, sus hidalgas prendas, la serenidad en los 
peligros, la igualdad constante del ánimo en la buena y en la mala fortuna, la largueza 
que le granjeaba hechuras, su clemencia y generosidad que desarmaba á sus contra- 
rios. No encuentra palabras Pulgar para encarecerle cual quisiera, y se le ve con 
secreta satisfacción deslizarse sin sentir al mismo propósito, repetir los elogios de mil 
maneras, buscar acá y allá en anales 6 historias los héroes más famosos de la antigüe- 
dad, para colocarlos al lado de su héroe y que éste aparezca más grande... 

-Está esmaltada la obra con máximas morales, expresadas algunas de ellas con sin- 
gular acierto, si bien más de una vez se resiente el escritor del gusto de aquel tiempo, 
mostrándose recargado de erudición prolija, que, lejos de hermosearle, le afea: como 
suele acontecer á joyeles antiguos, que el engaste pesado del oro ofusca el brillo de la 
pedrería... El estilo de la obra es en general sencillo, desaliñado á veces, como el de 
las antiguas Crónicas; pero á veces también descubre cierto entono y hasta visos de 
afectación. No presume de escritor el guerrero: lo repite al principio y al final de su 
obra; pero advertimos con cierta sonrisa maligna que no le pesa al buen Pulgar que le 
tengamos por entendido. Concluye poniendo su obra bajo el amparo del nlonarca; y 
desconfiado de su propio acierto, pero seguro de que de cualquier manera que se pre- 
sentase á la vista la imagen de Gonzalo de Córdoba había de aparecer digno de su 
renombre, termina de propósito con la misma frase con que dio principio á su escrito: 
«Muy gran razón tuvo vuestra persona imperial de desear ver y conocer al nombrado 
Gran Capitán» . Hasta aquí Martínez de la Rosa, cuya autoridad en esta como en otras 
materias es tan acatada y competente. 

Queda sólo por advertir, respecto á esta Crónica, que, así como las ttes anteriores 
tratan más especial y ampliamente de las guerras de Italia, la de Pérez del Pulgar se 
ocupa preferentemente de la primera parte de la vida de Golizalo de Córdoba, ó sea de 
la guerra de Granada. Be esta suerte se completan y relacionan unas con otras. 

Muy lejos de nuestro propósito nos llevaría el dar aquí más ó menos completa una 
bibliografía de las obras referentes á la vida del Gran Capitán, pero sí citaremos algu- 
nas de las más notables : 

^Tratado de Re Militarñ . Debajo de este título hay Un escudo de armas, y sigue: 
«Tratado de Caualleria hecho á manera de diálogo que passó entre los iUustrissimos 
señores Don Gonzalo Fernandez de Cordoiia, llamado Oran Capitán^ Duque de Se- 
.95(7, etc., y Don Pedro Manrique de Lara, duque de Najara; en el cual se contienen 



VIH INTRODUCCIÓN 

muchos exemplos de grandes principes j señores, y excellentes aiiisos j figuras de gue- 
rra muj prouechoso para caballeros, capitanes j soldados; uueuamente impresso con 
licencia y priuilegio Eeal por tiempo de diez años. — Está tassado á quatro reales». 

Todo este título de la portada, tirada á dos tintas, está encajado dentro de una orla, 
en cuya parte superior se lee el siguiente epígrafe: ^Initium sapieniic timor Dominñ . 

Vuelve a repetir én el dorso el título, añadiendo que va dirigido «al muy Magní- 
fico Señor Diego de Yargas de Caruajal», de quien es el escudo de armas del anverso. 
No expresa el autor su nombre en la portada, pero sí en el folio X, al empezar el 
«Libro II del arte de la guerra sacado de muchas escripturas y usos antiguos y moder- 
nos por el capitán Diego de Salaxan . 

Es un vol. en foL, letra gót., con dos hojas preliminares y LXVI foliadas. Al fin: 
«Acabóse la presente obra en casa de Miguel de Eguya, á Xll dias del mes de Mayo. 
Año de MDXXXYI años» . Está dividido en siete libros. He aquí el sentido elogio que 
hace del Gran Capitán al principio del libro primero: 

«Porque creo que después de la muerte cualquier hombre puede ser alabado sin cargo' 
ni culpa de adulación de quien lo alaba, no dudaré de alabar la buena memoria del 
lUustrissimo don Gon9alo Fernandez de Córdoua, Gran Capitán Despaña, Duque de Sesa 
y Terranoua, el nombre del qual no verná jamás á mi memoria, que con lágrimas no sea 
por mí recordado, auiendo conocido en él aquellas partes que en un espléndido Señor y 
buen amigo de sus parientes y amigos y seruidores se pueden conocer ó desear: porque 
yo no sé qué cosa pudiesse tener siendo suya, sin recusar aun la vida, que de buena vo- 
luntad por sus amigos no pusiesse; y no sé ninguna gran empresa que le ouiesse espan- 
tado de emprenderla, quando en ella ouiesse conoscido servicio de su Eey ó bien de su 
patria. Yo digo libremente no auer hallado, entre quantos hombres he conocido y conuer- 
sado, otro de más encendido ánimo á las cosas grandes y magníficas: por lo qual á sus 
amigos y seruidores no dolió cosa tanto en su muerte, como el ser nacido para morir; ni 
á él pesó tanto dello por ella misma como por haberse dispuesto el tiempo de tal condi- 
ción que no pudo ayudar á sus amigos conforme á la grandeza de su ánimo, para que 
generalmente todos se pudieran alabar de sus magnificencias. Yerdad es que no le fue 
la fortuna tanto enemiga que no dexase muchas cosas dignas de memoria, assí en las 
larguezas de su magnífico cora9on como en los autos de su militar exercicio: en el qual 
junto con el gran esfuergo tuvo grandísimo ingenio y estudio. Y como á mí cupiese 
parte y no pequeña del dolor de su muerte, como á uno de sus seruidores, assí por 
auer militado prósperamente debaxo de su vandera, como auer recebido parte de sus 
acostumbradas mercedes; y por esto auiendole sido y tenido obligación de particular 
seruidor, y auiendome la fortuna con la muerte priuado del uso de tan amado señor, 
me parece no poder tomar mejor remedio que gozar con la memoria de las cosas que 
por él fueron prósperamente hechas y agudamente dichas y sabiamente disputadas. Y 
porque no hay cosa más fresca de las que del me acuerdo que el razonamiento que 
poco tiempo a que pasó con el lUustrissimo don Pedro Manrrique de Lara, Duque de 
Najara y Conde de Treuiño, donde largamente en las cosas de la guerra estuuo con él 
en disputa; y en todas las cosas aguda y prudentemente por él demandado, y sabia- 
mente por el Gran Capitán respondido. Lo qual todo me a parecido reduzir á la memo- 
ria y escribirlo, porque leyéndolo sus amigos y seruidores refresquen en sus ánimos la 



INTRODUCCIÓN IX 

memoria de su virtud; v los otros se duelan por no auer enteruenido en su tiempo para 
deprender muchas cosas útiles, no solamente al hábito militar más á la vida politica, 
que entiendan las cosas de la guerra por dos tan sapientíssimos hombres preguntadas 
j respondidas: porque si con el ver no las alcangaron, con el leer las deprendan. Quiero 
dezir que tornando el Gran Capitán de las partes de Italia, donde gran tiempo auia 
vitoriosamente militado, como lugartiniente general del catholico Rey Despaña, don 
Fernando de Aragón, y estando en Burgos, fue por el Illustrissimo sobredicho duque 
á su posada solemnemente conbidado, á donde muchos parientes y amigos del un señor 
y del otro conuiuieron: en la qual casa el Gran Capitán por el Duque fue rogado que 
por tres ó quatro dias le pluguiesse reposar por tener ocasión de largamente informarse 
de algunas cosas que de tal hombre se podian deprender, pareciendole despender 
aquellos dias en razonar de aquella materia que más á sus belicosos ánimos satisfazla* 
» Tenido pues el Gran Capitán, y del Duque y de otros sus parientes y seruidores 
recebido, los quales todos amados del Duque y de su mismo estudio desseosos; la vir- 
tud de los quales por todos los dias se alaba, no curó de prolixamente explicar, sino que 
de todos fue amigable y solemnemente festejado; mas pasado el combite y leuantadas 
las mesas y cumplida toda la orden de festejarle, siendo el dia largo y el calor grande, 
pareció al Duque por huyr el mucho calor y compañia, reduzirse con el Gran Capitán 
y algunos pocos de sus parientes en una secreta y sombrosa parte de una huerta: adon- 
de entrados y assentados, quien en sillas, quien en la yerua, como á cada uno le plugo, 
hablando de la gentileza de los árboles, y diciendo con quanto estudio los señores 
dellos los auian hecho plantar y curar, dixo el Gran Capitán: «Si no pensase offender 
á muchos, yo diria la nueva opinión de los que en esto se deleytan; mas hablando aqui 
entre nosotros diré, no por increpar á ellos, mas por disputar la cosa, quanto mejor 
aurian hecho estos si en el tiempo pasado uniesen procurado de parecer á los antiguos 
en las cosas ásperas y fuertes y honestas, delicadas y floxas; y aquellas que los anti- 
guos hazian con la antigüedad verdadera y perfecta, y no con los modos de la falsa y 
corrupta; porque después que aquellos vicios y delicaduras siguieron los de Roma, 
luego fue destruida su libertad y república»... 

«La historia del sefio?' Francisco Guichardin, caballero florentin. En la cual de 
más de las cosas que en ella han subcedido desde el año de 1492 hasta nuestros tiem- 
pos, se tracta muy en particular de los hechos del Oran Capitán en el reino de Ñapó- 
les y de otras muchas cosas notables... Traduzida por Antonio Florez de Bonavides... 
— Baega. — 1581.» 

«El Gran Capitán» (Grabado en madera que representa á un guerrero a caballo 
galopando; al pie del grabado hay dos iniciales, A M, que acaso sean las del grabador). 

«Lo5 grandes \ hechos del Gran \ Capitán Gonzalo Fernandez | en la Conquista 
de Ñapóles. Por el Bey \ Don Fernando el Quinto. \ Compuesto por Francisco Alfonso 
de Miranda.» 

Así dice en la portada. En la segunda hoja se lee: 

«Comienza el Tratado de las proezas que hizo Gon^lo Fer^iandez el Gran Capi- 
ta?i del Rey de EsjjaTía^ en la conquista de Nápoles>. 



X INTRODUCCIÓN 

A continuación: «Cómo partió del Puerto de Malaga, con toda su gente» . Y ora- 
pieza el texto: «A quatro de Tulio, de mil y quinientos años, partió el Gran Capitán del 
Puerto de Málaga, por mandado de sus Altezas, y lleuó trezientos hombres de armas»... 

Al fin, de letra mayor que la del texto: «La ciudad de Macedonia dio el primer 
Magno, que fue Alexandro. La noble Roma dio al segundo Magno, que fue Pompeyo. 
La magnífica Prancia dio al tercero Magno, que fue eí Emperador Carlos, por sobre- 
nombre el Magno. La sabia Cordoua, ciudad de España, dio al cuarto Magno, que fue 
el Gran Capitán Gonzalo Perpaudez. Pero si queremos cotejar las armas modernas con 
las antiguas y los enemigos del tiempo de agora con los del pasado, hallaremos que el 
cuarto Magno es el primero, y quedarán atrás Alexandro y Carlos y Pompeyo. j Deo 
gratias. | Pue impresso en Sevilla, por original impresso, por Bartolomé Gómez, á la 
esquina de la Cárcel Real. Año de 1615» . 

Al dorso, grabado con las armas imperiales. 

Es un resumen de la vida del Gran Capitán, en veinte hojas en 4.°, sin foliar. 

Sobre los autores de la Vida del Gran Capitán hay un manuscrito en la Biblioteca 
Nacional, en el que se trata difusamente esta cuestión, sin llegar á un resultado funda- 
mentado y concreto. En el mismo Centro se conserva tin manuscrito, que se titula: 
«Historia de las proexas de Gonzalo Fernandex de Córdoba^ por Francisco de Herrera, 
testigo de ellas» , — que contiene apuntes biográficos; y también una Vida del Gran 
Capitán^ por D. Juan Alfonso de Guerra y Sandoval, brevísima suma de escaso interés. 

«Historia de Don Gonzalo Fernandex de Córdoba^ renombrado el Gran Capitán. 
Escrita en francés, por el R. P. Duponcet, de la Compañía de lesus, y traducida en 
español por Don Joseph Pernandez de Cordova: quien la dedica al Rey nuestro Señor 
D. Pelipe V, el Animoso. — Tomo I. — Lnpreso enlaen por Thomas Copado. Año 1728.» 

En 8.", 26 págs. preliminares, 356 de texto y dos hojas más de Tabla. 

A la Dedicatoria al Reij siguen el Dictamen de Fr. Andrés de Baena, la Licencia., la 
Censíira de Fr. Alonso de San Juan, la Suma del primlegio y las Erratas de los dos 
tomos: fechadas éstas en 1729 y aquéllas en 1726-27, la Tassa y el Prólogo. En éste 
inserta el traductor la cédula del emperador Carlos Y, concediendo á la viuda del Gran 
Capitán el consentimiento para sepultar los restos de este caudillo en el Real Monaste- 
rio de San Jerónimo, de la ciudad de Granada, y otras noticias curiosas, como la de 
haber otorgado el papa Clemente YII grandes indulgencias á los que en la citada capi- 
lla encomendasen á Dios el alma del Gran Capitán y sus difuntos. Sigue en general este 
autor al de la Crónica impresa en primer lugar en este volumen. 

«Le istoric di Monsignor Gio. Bta. CantaJicio^ vescovo d'Artri: Delle guerre fatte 
in Italia da Consalvo Ferrando di J.ylar di Córdoba., detto il Gran Capitano; tra- 
dotte in lingua toscana del Sr. Sartorio Quattromani^ ííapoli, 1789.» 

« Vida de Gonzalo Fernandez de Ágidlar y Córdoba., lla?nado el Gran Capitán^ 
por D. Ignacio López de Ayala. Madrid, 1793. En la oficina de t). Gei-ónimo Ortega y 
herederos de Ibarra.» 



INTRODUCCIÓN xi 

Un vol, en 8." menor, de VIII-150 págs. — Al final dice con harto fundamento: 
«Todo, como dexamos dicho, fué grande en este ilustro héroe; sólo ha faltado un escri- 
tor correspondiente que igualase, si esto puede ser, con su eloqüencia la majestad de 
la materia; porque Jovio, que escribió en tres libros la Vida de Gonzalo, no es exacto; 
omite muchas noticias verdaderas 7 mezcla algunas fabulosas. Buponcet yerra más que 
Paulo Jovio. La Crónica que corre en español es incompleta j huele en muchas partes 
á novela. Las historias generales dicen poco, y muchos poetas que exornaron la narra- 
ción con los primores j ficciones de su arte, quitaron la credulidad á los hechos verda- 
deros; y este compendio es muy pequeño, inferior al mérito de Gonzalo y también á 
mis deseos. He procurado, no obstante, seguir por único norte á la verdad, apartado 
del odio y de la pasión, que sin duda han cegado á Yarillas, escritor de la Y ida de 
Luis XII, y á Dessormeaux, que ha publicado en nuestros dias una Historia de Espa- 
ña, ó mejor diré, una atrevida sátira contra muchos de nuestros Beyes. Ambos notan á 
Gonzalo como hombre pérfido y tan poco escrupuloso, dicen, en observar su palabra 
como el Bey Católico. ¿Y será necesario refutar dignamente sus calumnias? Si ellos 
mismos creyesen lo que escriben, tomaríamos el trabajo de desengañarlos. La voluntad 
mal dirigida, llena de encono y de venganza, los ha forzado, contra lo que les dictaba 
su propio entendimiento, á aglomerar calumnias y dicterios. Son, no obstante, dignos 
de disculpa, porque en realidad necesitaban mucha grandeza de ánimo para decir la 
verdad, hablando de un Capitán que en todas las ocasiones humilló gloriosamente la 
jactancia de su nación, que rehusaba aun entrar en comparación con la española» . 

El mejor resumen de la vida del Gran Capitán es sin duda el escrito por el emi- 
nente literato D. Manuel José Quintana, que forma parte de las Vidnfi de Jos cRpañoles 
célebres. Aunque no conoció todas las Crónicas aquí insertas, utilizó muy ventajosa- 
mente cuaíitos materiales le fué posible, contribuyendo mucho su notable trabajo á di- 
fundir y vulgarizar los heroicos hechos de aquel inmortal caudillo. • 

En la Revista Militar publicó el reputado escritor D. Serafín Estébanez Calderón 
un estudio sobre la Campaña del Gran Capitán sobre el río Liris y batalla de Gare- 
lla?io^ con un croquis para la inteligencia de estas operaciones militares. 

^lEstudios históricos milita7'es sobre las campañas del Gran Capitán Gonzalo Fer- 
nandez de Córdoba^ por Eugenio de la Iglesia, teniente de la Gllaí-dia civil. Madrid, 
1871.» 

Un vol. en 8.°, de 210 págs. más dos de índice, y un croquis para comprender la 
campaña del Garellano. 

«En las campañas de Italia, escribe el autor, vemos perfeccionada la táctica suiza, 
reconocido generalmente el predominio de la infantería sobre la caballería, aumentada 
la importancia de las armas de fuego; el arte de las minas, elevado á una perfección 
hasta entonces desconocida, creada aq^uella terrible infantería española que con sus 
hazañas había de asombrar al mundo, y por último, operaciones tan bellísimas como 
las del Garellano, que aun hoy día pudieran servir de modelo á uno de nuestros mo- 
dernos Generales...» 



XII INTRODUCCIÓN 

«Trantz Eyquem; Etude sur Gonsalve de Cordoiie^ dit le Gran Capitaine^ suivi 
de docnments et d'une lettre autographe inédite de ce General espagnol. Portrait gravó 
á l'eau-forte por P. Teyssonniéres. París, H. Champion, libraire éditeur, 15, quai Ma- 
laquais, 1880.» 

Un vol. en 8." de 176 págs. 

El retrato del Gran Capitán está tomado de una medalla perteneciente á Mr. Heiss, 
y le representa en busto, mirando á la izquierda j con una leyenda latina alrededor. 
El facsímil reproduce las tres primeras líneas y las tres últimas de una carta ológrafa 
del Gran Capitán al Arzobispo de Sevilla; su fecha, 28 de mayo de 1505. Empieza: «Al- 
gunas letras e scripto á vra. señoría...» 

El autor ha escrito su obra teniendo principalmente presentes las obras de Quin- 
tana, Vidas de españoles célebres^ de Perreras, Duponcet, Mariana, y algunas historias 
generales francesas. 

Acerca de los libros poéticos escritos en honor de Gonzalo de Córdoba, ha dicho 
con gran fundamento  Rojas vigilaba y observ9,ba atentamente todas las acciones del 
invicto caudillo, dando de ellas cuenta minuciosa al Rey, á veces con excesivo rigor y 
celosa intención, como qujeu sabía que así daba gusto á su señor, y porque le dolía á 
veces que el Gran Capitán invadiese sus atribuciones y prerrogativas como embajador. 

La gran protectora y constante admiradora de Gonzalo Hernández era la reina 
Católica doña Isabel. Nacido aquél en 1.° de Septiembre de 1453 en el castillo de 
Montilla, y habiendo muerto su padre D. Pedro Fernández de Aguilar, rico hombre de 
Castilla, muy joven, lo envió su madre, doña Elvira de Herrera, de I9. familia de los 
Enríquez, á criar á Córdoba bajo la dirección de un caballero, pariente algo lejano, 
llamado Cárcamo. Como su hermano mayor D. Alonso de Aguilar heredó, según cos- 
tumbre, los más de los bienes de su padre, no podía Gonzalo aspirar á riquezas y 
honores sino utilizando su claro talento y preeminentes dotes en señalados servicios á 
los reyes. 

Dividida por entonces Castilla en dos partidos, uno que seguía al legítimo rey, 
Enrique lY, y otro al infante D. Alonso, la ciudad de Córdoba se inclinó á favor de 
éste. «Entonces fué, dice Quintana, cuando Gonzalo, muy joven todavía, se presentó 
enviado por su hermano en la Corte de Avila á seguir la fortuna del nuevo rey, á 
quien sirvió de paje y ayudó en la guerra» . 

La prematura muerte de D. Alonso cambió el rumbo de las acciones de Gonzalo, 
volviéndose á Córdoba. Llamado desde Segovia por la princesa doña Isabel, que aca- 
baba de casarse con D. Fernando de Aragón y se disponía á defender sus derechos 
contra los partidarios de la Beltraneja, de tal suerte cautivó el ánimo de aquélla y de 
los más de los cortesanos por la gallardía de su persona, la elegancia de sus modales y 
la viveza y profundidad de su ingenio, que todos á una le aclamaban Príncipe de la 
juventud. Su ostentación, magnificencia y generosidad llamaban poderosamente la aten- 
ción general; pero careciendo de medios para sostener aquel boato, sus deudos más 
próximos le censuraban aquel proceder, que auguraba desastroso ñn. Mas él, como si 
presintiese la gloria, alto estado y trofeos que le esperaban, siguió adelante en su 
manera de ser. 

La parte principalísima y fecunda en laureles que tomó en la guerra de Granada; 
sus gloriosas campañas en Italia, asombro de todo el mundo; su salida de aquella 
península, obtenida de una manera solapada ó insidiosa por el rey D. Fernando; la 
conducta de todo punto injusta, inmerecida y enconada que siguió con aquel magná- 
nimo y fidelísimo vasallo, que tantos y tan señalados servicios le prestó y tan alto puso 
el nombre y la bandera de España; su increíble destierro y su cristiana muerte, acele- 
rada por agravios y desvíos sin cuento, ocurrida el día 2 de diciembre de 1515, escri- 
tos están amplia y detalladamente en las Crónicas ahora dadas á luz. 



XVI INTRODUCCIÓN 

La Reina Católica, dotada de magnánimo corazón y de grandeza de ánimo, era 
toda dulzura y bondad, sin dejar por eso de ostentar, cuando la necesidad lo requería, 
inalterable firmeza y energía de carácter. Asociaba con nobleza su alma á los elevados 
pensamientos y portentosas acciones de los grandes hombres de su reino: ella alentó, 
ayudó y sublimó á Gonzalo Hernández, á Colón, á Cisneros y á muchos otros varones 
esclarecidos, que tantos bienes de todo género reportaron á la patria. 

El rey D. Fernando, dotado de las más eminentes y preciadas dotes de hombre de 
Estado y de esforzado y hábil guerrero, era codicioso, tacaño, y sobre todo tan excesi- 
vamente celoso de su autoridad, que miraba siempre con suspicacia y desconfianza á 
los que sobresalían por sus grandes hechos y heroicas empresas. 

Mientras vivió la excelsa Isabel, estas cualidades, que tanto le perjudicaban en la 
opinión general, se mantuvieron, por decirlo así, refrenadas y latentes por las opuestas 
de la Reina, á quien en grado sumo veneraba por sus altas virtudes. Pero cuando ella 
faltó; cuando la reemplazó con D.* Germana, de triste memoria, y cuando se dejó domi- 
nar por los cortesanos maldicientes y envidiosos de los prestigios y trofeos de los Cór- 
doba, de los Colón y de los Cisneros, dando oído á sus intrigas y rivalidades, todas las 
grandes hechuras de la magnánima Reina ó se derrumbaron totalmente ó quedaron 
oscurecidas y olvidadas. A dos hombres solamente temió el Rey Católico por su pres- 
tigio y por su carácter: al Gran Capitán y á Cisneros; al uno lo derrocó de su grandeza 
por arteros medios y al otro no pudo echarlo de su elevado cargo eclesiástico, pero casi 
le anonadó hasta que imperiosa necesidad le obligó á nombrarle Regente del reino des- 
pués de sus días. 

Aquel nunca bien ponderado Gonzalo Hernández, en todo el mundo conocido por 
sus excelentes dotes militares con el justo título de Gran Capitán; que una y otra vez 
ganó para el monarca aragonés el reino de Ñápeles contra todo el poder de Francia y 
de Italia; que había avasallado y reducido á los moros do Granada, obtenido de los 
turcos los más brillantes triunfos y elevado el nombre de España y su prepotencia 
militar al más alto grado de reputación y de gloria, fué traído contra su voluntad de 
Ñápeles á España por el mismo D. Fernando, usando para ello de mil engañosos pre- 
textos, ofreciéndole dádivas y promesas que nunca cumplió, aun estando convenidas y 
firmadas, olvidando sus méritos y causándole toda clase de vejaciones y desprecios, 
con refinadas y falaces apariencias de estimar en mucho su persona, hasta que, he- 
rido en lo más vivo de su alma, arrinconado y olvidado de aquel á quien tantos y 
tan grandes servicios había prestado, la entregó á Dios, traspasado de la más negra y 
abominable de las penas, la ingratitud. Y todo ello ¿por qué? Porque había llegado á 
figurarse, sin tener para ello el menor motivo, que el Gran Capitán, querido de sus sol- 
dados, venerado de sus capitanes, aclamado por el pueblo, ensalzado por los Papas y 
por los Príncipes y señoríos de Italia, admirado hasta de sus mismos enemigos france- 
ses y turcos, aspiraba á hacerse proclamar rey de Ñápeles; y cuando esto no, porque 
administraba las rentas de aquel Estado con despilfarro, no dando cuenta de ellas ni 
haciendo entrar en las arcas reales las sumas que anteriormente ingresaban. Como si 
un Estado que hubo que conquistar palmo á palmo y en el que combatían con encar- 
nizamiento poderosos ejércitos, pudiese producir en la guerra y poco después de ella 
pingües y abundantes frutos. Y en fin, porque se imaginó también el soberano arago- 



INTRODUCCIÓN xvii 

nos que en su contienda con el rey D. Felipe el Hermoso trataba de pasarse, como los 
más de los Grandes de Castilla hicieron, al bando de su yerno. La tenaz j continua 
desconfianza del Rey Católico hacia la nobilísima y leal persona de Gonzalo Hernán- 
dez, causa fué de la sangrienta y vergonzosa derrota de Ravena, donde más que nunca 
se echó de menos la presencia y dirección del vencedor de Cerinola y de Garellano. 

«Cuando se trató (dice Cánovas) de volver á enviar al Gran Capitán á Italia después 
de la batalla de Ravena, exigió Fernando el Católico que se le pagase entre todos los 
aliados el sueldo que había de ganar; lo cual indica, ó que el Gran Capitán trabajaba 
muy caro para la época ó que sobre todo cuanto se piensa era el Rey económico. A 
este propósito escribía el Rey Católico á su embajador en Roma, desde Burgos, á 7 de 
mayo de 1512: «Y porque es razón que los de la Liga demos al Gran Capitán salario 
para su persona y plato por el dicho cargo de Capitán General de la Liga, diréis al 
Papa que me paresce que le debemos dar su Santidad y yo y venecianos treinta mil 
ducados cada año para su plato, como he dicho; que los diez mil pague el Papa, y los 
diez mil yo, y los diez mil venecianos, y trabajad que así se asiente por escriptura 
entre las partes, porque el dicho salario sea cierto durante el dicho cargo» . 

¿Y qué decir de la conducta que con Cristóbal Colón usó el rey Fernando, muerta 
su esposa? ¡Qué desvío, qué desprecio, qué regatearle las concesiones estipuladas al 
hombre que había descubierto para la corona de Castilla el más portentoso y vasto terri- 
torio hasta entonces conocido! ¡Cómo consintió que gloria tan legítima muriera pobre, 
desprestigiado y lleno de amarguras, que le acortaron la vida! Seguramente no hubiera 
sido este su fin á haber vivido la reina J)f' Isabel. 

Yíctiraa fué también de su suspicacia y avaricia el insigne Cardenal fray Francisco 
de Cisneros, á quien, muerta la reina Isabel, quiso desposeer ignominiosamente del 
Arzobispado de Toledo para otorgárselo á su hijo natural, el Arzobispo de Zaragoza, so 
pretexto de que aquella era dignidad más pingüe y productiva que ésta. Y hubióralo con- 
seguido á no tropezar con un carácter tan enérgico y firme como el del fundador de la 
Universidad complutense. El cual á sus reiteradas instancias replicó con altiva entereza: 
que primero que consentir en deshacer lo que la Reina Católica había hecho, se retira- 
' ría á su celda y renunciaría á todo. Más tarde quiso también arrebatarle la gloria de 
la empresa de Oran, atribuyéndose pomposamente su iniciativa y punto menos que su 
ejecución. Y en fin, cuando en los postreros días de su vida dictaba su último testa- 
mento, no sabiendo á quién encargar la regencia de Castilla, uno de sus consejeros 
le propuso al Cardenal Cisneros: «Luego páreselo, escribe Galíndez de Carvajal, que no 
había estado bien el Rey en su nombramiento, y dijo de presto: «Ya vosotros conosceis 
su condición» ; y estuvo un poco sin que ninguno le replicase» ; y aunque luego recordó 
que era buen hombre, de buenos deseos y sin parientes, y si al fin lo nombró, porque 
no recordó otro que reuniera sus condiciones, fué siempre con cierta repugnancia y 
apremiado por la necesidad. 

Borrones son todos estos que afean la grandiosa figura del Rey Católico, á quien 
de todas veras desearíamos ver limpio de toda mancha, por el importantísimo y trans- 
cendental papel que en la historia de España tiene. 

A. Rodríguez Yilla. 

Crónicas del Gran Cap'dán. b 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 

Documentos relativos al mismo, notas y aclaraciones 
á algunos pasajes de sus Crónicas. 



/. El Gran Capitán al Secretario de los Reyes 
Católicos, Miguel Pérez de Almazdn (1497). 

Muy noble señor: Agora nos podres quexar 
de mis letras, pues veis van tan amenudo; y 
de las vuestras, yo señor, quanto sabéis que 
no me haveys respondido. Las cosas dacá, por 
lo que á sus altezas se escribe, las sabreys; y 
no hay más que screviros, señor, salvo que 
os pido por merced procuréis cómo se me 
responda luego á todo lo que scrivo, y se 
despache luego á Pedro de Frias, si al recebir 
desta no lo fuese. Nuestro Señor guarde 
vuestra muy noble presona y estado acre- 
ciente como desea. De Olivito XXVIIII de 
Enero. «Estas cartas, señor, os pido por mer- 
ced, se den á quien se envian y en vuestra 
merced me encomiendo v. s., Gonzalo Her- 
• nandez» ('). 

2. El Gran Capitán al Secretario Pérez de 
Almazán (1497). 

Muy honrado é magnífico señor: Porque de 
mi tardanza y voluntad el señor Pedro Nava- 
rro dirá, y de lo mas que de acá queréis sa- 
ber, si llegaré antes que yo; suplicóos le 
creáis, y como á mí, que tan vuestro servi- 
dor soy, le tratéis. Y porque creo, plaziendo 
á Dios, que esta no llegará primero que yo, 
acabo . — Nuestro Señor vuestra magnífica 
persona y estado guarde é prospere como, 
señor, deseáis, A vuestro servicio, Gonzalo 
Hernández, duque de Terranova. 

O Lo entrecomado es de mano del Gran Capitán. 



3. Gonzalo Hernández (') el de Rijoles á los 
Reyes Católicos (1500). 

Muy altos y muy poderosos señores: Ayer 
domingo, que fueron 15 de Noviembre, resce- 
bí una carta de vuestras altezas, hecha en 
Granada á los treinta de Agosto, en que man- 
dan que, vista aquella, me parta para ser don- 
de vuestras altezas estarán, porque de mí se 
quieren servir en algunas cosas de nuestra 
Orden. Las manos beso á vuestras altezas 
por la merced que me hacen en acordarse de 
mandarme en que les pueda servir, especial- 
mente en cosas de la Orden. A Gonzalo Her- 
nández he escrito para que, si su venida en 
Sicilia no ha de ser tan presta, provea en la 
gobernación destas tierras como convenga al 
servicio de vuestras Altezas, y yo me pueda 
partir á cumplir su real mandamiento. Vista 
su respuesta ó provisión, sin perder tiempo 
me partiré. 

Después que Gonzalo Hernández con la ar- 
mada de Vuestras Altezas partió de Mesina, 
que fue á los veinte y siete de Setiembre, no 
se ha sabido nueva cierta della. Háse dicho 
que tomó una isla de turcos llamada Santa 
Maura, y que de allí se pasó al ¡abanto, que 
es otra isla de los venecianos, donde hay 
buen puerto. Decíase que vernía allí el Capi- 
tán General de la armada veneciana, que es- 
tán en Ñapóles de Romanía. Después se dixo 
que la dicha armada de V. A. estaba en Gorfo 



(<) Este Gonzalo Hernández no es el Gran Capitán, 
Bino vin pariente suyo del mismo nombre, y así para 
distinguirlo del otro puso el Secretario de los Keyes al 
dorso: «El que estaba en Hijoles». 



XX 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



(Corfú). Esto es lo que aquí se sabe hasta 
agora. 

De aquí partirá mañana placiendo á Dios 
una caravela que Gonzalo Hernández dexó en 
Mesina adereszando, la qual lleva un pliego 
de cartas de V. A. para Gonzalo Hernández, 
que el Enibaxador de Ñapóles ha enviado á 
Mecina esta semana pasada. No ha podido 
partir antes por los tiempos haberle sido con- 
trarios. Nuestro Señor la vida y Real Estado 
de V. A. cresca con mayor prosperidad como 
por V. A. es deseado. De Rijoles. De V. A. Su 
humil siervo, que sus pies y reales manos 
besa, Gonzalo Hernández. 

4. El Gran Capitán al Secretario Miguel Pé- 
rez de Almazán, recomendándole á Ñuño de 
Ocampo (') (1500?). 

Muy magnífico señor: Pues de Ñuño de 
Ocampo sabréis lo que de los vuestros que- 
réis entender, no diré más de suplicaros lo 
creáis, y que aquí somos venidos para cuanto 
seays servido. De cerca de Genova, hoy miér- 
coles XX junio. A vuestro servicio, Gonzalo 
Fernandez, duque de Terranova. 

5. Doña María, mujer de Gonzalo Hernández, 
el Gran Capitán, al Secretario Miguel Pérez 
de Almazán (1500). 

Muy virtuoso señor: A sus Altezas escribo 
suplicándoles quieran mandar suspender en 
los pleitos que Gonzalo Hernández, mi señor, 
tiene, pues está en su servicio, y es cosa que 
se suele facer con otros en caso semejante; 
en merced, señor, os tendré encaminéis como 
se haga, según Diego de Bae^a de mi parte 
os lo pedirá por merced, el cual sea creído, y 
allende de ser justa la petición, yo recibiré en 
ello mucha merced. Nuestro Señor vuestra 
muy virtuosa persona é casa guarde e acre- 
ciente, como, señor, deseáis (-). De Ecija 5 
de Diciembre (de 1500). En merced de la Se- 
ñora me encomiendo, á lo que, señor, manda- 
reis, /. Doña Marya. 

6. El Rey Católico al Secretario Miguel Pérez 

de Almazán (1501). 

•El Rey.— Miguel Pérez Dalma9an, mi secre- 
tario y del mi Consejo. Vi lo que Gonzalo Fer- 

(') Es toda de mano del Gran Capitán. Sin feclia. 
(S) De mano propia. 



nandez de Córdoba, mi capitán general y del 
mi Consejo, escribe sobre el bizcocho que dize 
le mandemos dar de Sicilia, y yo no sé porqué 
razón lo pide, porque como sabeys el sueldo 
que se les dá es para todas las cosas que ha- 
yan menester; y si por ventura hay algunas 
cosas extraordinarias, aquello se ha de cum- 
plir de aquá, porque aunque yo quisiese man- 
darlo cumplir, agora no se puede fazer, por- 
que, como sabeys, en aquellas fortalezas y 
reparos que allá se fazen, se ha gastado y 
gasta mucho; y también para estos dineros 
que agora tengo de enviar he habido de to- 
mar de unos y de otros, de manera que aun 
para cumplir estas dos cosas no abastará lo 
de allá. Dezidlo assi á la Sereníssima Reyna, 
mi muy cara e muy amada mujer, para que se 
responda al dicho Gonzalo Fernandez lo que 
allá pareciere. 

(Siguen otros párrafos sobre diversos asun- 
tos sin gran interés). 

Assimismo dezid á la Serenissima Reyna, 
que hoy he recebido cartas de Barcelona en 
que me escriben que la nao de mossen Ca- 
rriera está muy bien reparada y que la quie- 
ren vender, y que si la quisiéramos comprar 
nosotros que nos la darán en buen precio. 
Dezidlo assi á la Reyna para que vea lo que 
la parece que se debe fazer. Y porque no 
se pierda tiempo, he enviado á mandar que la 
tomen á sueldo entretanto que nosotros de- 
liberamos de la comprar ó no; y así la toma- 
rán luego, y por eso es menester que dé lue- 
go ahí el tesorero Morales el dinero que para 
ello fuere menester á Sancho Ruy para que él 
lo faga dar en Barcelona. 

Con los moros he tomado el asiento que 
veréis por la capitulación que va aquí. Dadla 
luego á la Reina para que la firme y venga 
volando, porque esta capitulación se acabe 
más presto. De Ronda á XI de Abril de 1501 
años.— Vo el Rey ('). 

7. Carta del Gran Capitán á D. Francisco de 
Rojas, Embajador en Roma de los Reyes 
Católicos (Turpia, 27 de Julio de 1501). 

Muy magnífico Señor: La galea con vues- 
tro dinero y letras me llegó á los IX de Julio 
y me hallo toda la armada y gente pasada en 
Calabria desde los V; y hallóme en Fumara 

(') Original. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXI 



de Mur pasando por el faro la gente de ca- 
ballo, que por la pestilencia de (la) misma y 
todas aquellas tierras ha sido con grand tra- 
bajo. Yo pasé allí primero con mili y quinien- 
tos peones, y en tanto que los caballeros 
pasaron, se tomaron XV tierras. Como los 
caballeros fueron pasados con los peones, en 
t|ue iban los vuestros, los encaminé la via 
de Monteleon. Yo me fue (') en las galeas 
á Turpia para tomar dalli la gente que se pa- 
gaba y salir á juntarme con los otros á Mon- 
teleon, y así se ha fecho; y desta salida se 
han levado las tierras que vereys por este 
memorial. La gente es ya pasada á la llana de 
Nicastro y allí está hoy. Yo vine aquí en Tur- 
pia por dar recabdo á la armada de mar y re- 
partilla la que ha de yr en Pulla y la que ha 
de quedar en estotra parte y para enviar las 
galeas y barchas que son ydas por la Reyna 
de Ñapóles, como sus altezas lo mandaron. 
Van seys galeas y una carraca y dos barchas 
gruesas. Con ellas va Iñigo López de Ayala. 
Es la yda sobre aver certificado el Rey don 
Fadrique á Clauer que la quería dar, sy no 
que los electos y jentiles ombres jelo estor- 
uarian, mas quel lo haría sobre este funda- 
mento; van con requerimientos y otras ha- 
blas al propósito para que la den, y syno que 
tengan sitiada á Ñapóles por la mar y le ha- 
gan la mas estrecha guerra que podrán. Lleua 
ordinacion Iñigo López de hazer saber á lo 
que va á mosse de Aubeni y á aquellos capi- 
tanes. Envíele una carta de sus altezas que 
para esto me enviaron. Yo le escreuí á él y á 
todos los otros capitanes. Va bien instruto de 
satisfazerles en mucho y no dalles sospecha 
en nada, y que á vos. Señor, os avise de lo 
que allí sucederá. Lleua más prouisíones para 
sacar todos los españoles de Capua y Ñapó- 
les y doquier que estovieren. Va para satís- 
fazelles en todo y ayudalles si lo avrán me- 
nester, é sy la reyna le dieren, traella, de que 
yo tengo poca esperanza. Yo me parto de 
mañana jueues para el campo con ayuda de 
Dios y lleuo toda la gente pagada y la vues- 
tra se paga otro mes; y luego me parto para 
Cosencía el viernes con la gracia de Nuestro 
Señor. No creo que hallaré más resistencia 
que en lo pasado, sino en el castillo que me 
dizen que se ha fortificado y proueydo. De 
que seamos más cerca no dubdo que mude 

(') Síc. 



de propósito; mas aunque lo haga no me es- 
toruará el viaje, porque es cosa que con po- 
cos quedará el sitio puesto y yo seguiré mi 
via hasta lo de Pulla, que es donde yo deseo 
más llegar, porque en aquello consiste el pe- 
ligro, si lo hay. No os marauillés. Señor, sino 
soy tan adelante en jornada para satisfazer 
grand debda y de tanto tiempo de mar y de 
tierra y convenir tanta diversidad. No lo ten- 
go yo que siento lo que me cuesta y soy 
á quien menos le paresce esto; mas ya 
que somos puestos en jornada, espero en 
Dios que oyrés cosa que os plega, é que la 
parte nuestra no avrá tanta dificultad, ecepto 
tres fortalezas que con poca gente se pueden 
sitiar y yo quedar libre para obrarme en otra 
parte si converná. Y quiero saber de vos, Se- 
ñor, esto: si los franceses hallando el minero 
de Capua y Ñapóles duro, como acá se dize, 
y considerando que acabado aquello se acabó 
en todo, me requieren por ayuda ¿qué haré? 
Mi propósito es hasta acabar lo que deuo 
con ayuda de Dios no dexarlo por otro. Avi- 
sadme de lo que os paresce que lo deuo 
ser (') y así lo seré, Señor. De lo más de lo de 
acá, questas fustas en los pasajes y reducío- 
nes de pueblos, han tenido tanto que hacer 
que no nos deveys dar cargo. 

Mossen Clauer por una letra que de sus 
Altezas le envié, se vino, y aun porque sin 
vergüenga y daño no pudiera estar allí. Hame 
ofrescído de parte del Rey que me dará la 
gibdad para sus Altezas; y los mesinos ("-') de 
la qibdad me han dicho que leuantarán las 
banderas nuestras, ó que yo me interponga 
entreilos y franceses porque syentan alguna 
mejoría. Digos verdad, que visto que ofresci- 
miento de un Reyno pocas veces se ofresce, 
que la cosa es á término que al no podría ha- 
zer; y aunque de la potencia de nuestros ami- 
gos somos nosotros buena parte, y que sy la 
otra vuelta se tomase, no se les haría el jue- 
go tan ligero; y considerando que quando 
esta negociación se hizo, otra disposición se 
creya de Italia de la que oy se siente, cierto 
me retoga la madre y como en escrúpulo de 
conciencia quiero que me satifagays. Mas 
acordándoseme del amor de la Reyna nuestra 
señora con Francia, tengome á lo que me es- 
cribistes que siguiese y no curase de ofreci- 
mientos; y así se ha fecho y hará; mas quien 

(<) Sic. 

(-) Sic: por vecinoí?. 



XXII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



pregunta no hierra. De los franceses he sa- 
bido que han enviado un hijo del Conde de 
Capacha para reboltar las tierras que eran 
de su padre y que algen sus banderas y son 
de nuestra parte. 

El Principe de Melfa se quiso concertar 
con mose de Aubeni y es de la parte nues- 
tra. Pidiéndole la confirmación del Estado 
respondióle que no podia ser, porquel Rey 
de Francia lo tenia dado á Juan Jacobo de 
Tiburgio, é así otras cosas desta calidad, 
junto que me han dicho que tratan muy mal 
todos los espaiíoles que hallan. Ved qué de- 
zís á esto, que va camino de ser yo un gran 
propheta. 

^inbron vino, Señor, acá y yo querría y de- 
seo más españoles; aunque sean más caros 
de los que traxe, no me pesa, pues sus Alte- 
zas los mandan pagar: querria que se cum- 
pliese el número que mandan tener, y para lo 
del Reyno no me penaría mucho no tenellos; 
mas para con vos. Señor, yo querría ordenar- 
me que ninguna cosa pueda venir que no me 
(halle) aper9ebido; pues no me puede hallar 
sin haverlo pensado, y os temía en merced. 
Señor, que sy puede darse camino á Qinbron 
para otros quinientos peones, me hareys mer- 
ced, allende del servicio de sus Altezas, aun- 
que se tomen á cambio ay los dineros, pues 
ay han de venir nuestros cambios; y no dubdo 
y no dubdo (*) que ya ay no sean, de lo qual 
ay necesidad, porquesta gente ya pide lo que 
han de aver, y no es sin razón, segund todo 
les dura poco; y hágase así. Señor, como esto- 
tra vez, que fue bien hecho; y no trayga colu- 
nel de allá, si será posible, porque acá se le 
dará, y si no se podiere escusar, sea buen 
hombre. Aquí es llegado el despensero ma- 
yor: viene tesorero de estas provincias con 
otros cargos de tenencias y capitanía. El es 
muy hombre de pro syn dubda, mas el cargo 
cierto es grande. Al presente no ay mas que 
dezir. Señor, syno que este correo he deteni- 
do acá hasta podelle enviar con lo que ago- 
ra va. 

Suplicos le mandeys dar buen avíamiento, 
porque con él scriuo á sus Altezas; y Torralua 
patrón desta fusta va á estar allá. Señor, y 
que venga quando le mandareys; y luego esta 
semana os haré otra desde Consengía pla- 
ziendo á Dios, y con todo lo que se ofrescerá 

(*) Sic: repetido. 



avreys mensajero. Preguntaisme, Señor, con 
qué gente entré en el Reyno: somos CCXC 
ombres darmas y CCC ginetes e quatro mili 
peones. 

Nuestro Señor vuestra vida y casa guar- 
de é prospere. De Turpia XXVII de Julio 
de 1501 ('). A vuestro servicio, Gonzalo Fer- 
nandez. 

8. Párrafos de carta de Juan de Conchillos á 
los Reyes Católicos (Ñapóles 26 de Sep- 
tiembre de 1501). 

Muy altos y muy poderosos príncipes y 
muy católicos señores: Ya ha ocho días que 
no he sabido nada de Gonzalo Fernandez, 
que como agora está lexos y los caminos es- 
tán peligrosos, vienen muy pocos de allá. La 
postrera nueva que del se ha sabido es que 
estaba á seis millas de Taranto, en que se 
cree ha mas de seis días está sobre él; y des- 
pachado aquel con la ayuda de nuestro Señor, 
será todo allanado; porque algunas fuerzas 
que hay en la Pulla y asimismo en tierra de 
Otranto, no ha espera sino tomado Taranto 
darse todas, y estas son pocas. 

Tienen acá al dicho Gonzalo Fernandez en 
tan buena fama del buen tratamiento que 
face, así á los barones y caballeros como á 
los pueblos, que ruegan aquí todos á Dios por 
la vida de V. AA., porque saben que procede 
de su mandamiento. Tiene muy buena gente 
y muy adrezada; lo qual se sabe muy bien acá 
todo. Luego que algo supiere de lo que ha 
fecho, lo escribiré á V. AA. 



9. El Gran Capitán á los Reyes Católicos 
(1501). 



« 



Muy altos, muy católicos é muy poderosos 
príncipes Rey é Reyna é señores: Bien creo 
vuestras altezas serán avisados de la muerte 
del maestre justicier Conde de Adorno, y que 
por muchos serán suplicados hagan merced 
del oficio, e aun con ofrecimiento de grand 
servicio, segund la costumbre deste reyno y 
el caso lo requiere: e dequanto V, A. pueden 
ser servidos por ello, también creo lo saben; 
escusado es que yo alargue en esto, ni aun en 
lo que diré, segund V. A. del todo pienso que 
sean bien informados. Mas por darles la re- 



(*) De mano del Gran Capitán. 



I 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXIII 



lacion cierta del ser de las personas en quien 
esto cabría mejor al propósito de vuestro 
servicio. Porque en esto se (') querido mirar, 
aunque muchos mucho merezcan, de ninguno 
hallo mejor relación que de don Guilermo, 
hijo del dicho Conde, y el Visorrey asi me lo 
ha certificado;, y deste conozco en él tener 
mayor contentamiento. E porque aquí me ha- 
llo, he querido dar esta relación á V. A., aun- 
que sé que la pudiera escusar, segund las que 
de otros ternán. Remitome á aquello que será 
más su servicio. Nuestro Seííor guarde y 
acreciente la vida e Real Estado de V. A. 
como por su real corazón es deseado. De Pa- 
lermo á dos de Junio de 1501 (^). 

10. El Gran Capitán á los Reyes Católicos {^) 
y capítulos de otra carta sin firma sobre la 
entrada de éste en Ñapóles (1501). 

Muy altos y muy poderosos Príncipes, Rey 
é Reina, nuestros Señores; Escusarme he de 
culpa con V. AA. por no haberles escrito 
tanto tiempo, seria más culparme; y por esto 
suplico á V. AA. me perdonen, pues mi inten- 
ción no erró, que ha sido en esta jornada ser- 
viros mucho y enviaros poco; recontando los 
trabajos que en guerrear los contrarios y su- 
friendo esta gente de V. AA. he sostenido, y 
dalles importunidad con demandas hasta dar- 
les cuenta de la cumplida victoria, que no era 
en duda, por la gracia de nuestro Señor, juz- 
gando por razón cuánto más era lo hecho 
que lo por hacer, y los que éramos y eran 
cuando lo comenzamos, y los que somos y 
quedaban en lo que restaba por acabar. Y 
porque de las cosas pasadas V. AA. eran in- 
formados del Virrey de Sicilia y de los emba- 
xadores de Roma y Ñapóles, á quien yo daba 
aviso de las cosas que V. AA. debían saber, 
así de lo hecho en Calabria, reduciéndola dos 
veces á la obediencia del Rey Don Fernando, 
y así de lo que pasó, yendonos á ayuntar con 
él, y de lo que se hizo en el cerco de la Tela, 
con lo cual se había acabado la guerra deste 
reino. En pena desta soberbia V. AA. tienen 
causa de ser de mí mal contentos, y la guerra 
será por quanto V. AA. querrán. Cuando de 
Átela partimos con los franceses para embar- 



{^) Sic. Falta al parecer la palabra «ha». 

(2) Tiene coitada la firma. 

(3) Está entre cartas sin fecha; parte en claro y parte 
en cifra —Original. 



callos, el Rey me mandó volver en Calabria, 
porque con mi absencía la mayor parte della 
se había rebelado... En este viage por gracia 
de nuestro Señor se reduzió toda la provin- 
cia de la Basilícáta, y se tomó todo el esta- 
do del Príncipe de Visiñano, sin dexarle una 
almena; y lo más del estado del Príncipe de 
Salerno, y todo lo de los Condes de Capa- 
chía y Launa y de Melito y de otros barones 
desta casa de San Severino; y en breves días 
se reduzió todo lo de Calabria, que era alza- 
do; y desta causa ellos se concertaron con el 
Rey y niosse de Aubeni, francés, que era Vi- 
rrey por el de Francia... 

(Sigue á continuación una carta sin firma, 
parte en claro, parte en cifra, en que se lee): 

«A los trece screbí á V. AA. del campo del 
Gandelo, cómo los electos de Ñapóles habían 
venido á tablar con el Duque de Terranova, 
y que se platicaba de los capítulos, y que 
dentro dos días seríamos en Ñapóles con la 
ayuda de Dios. Agora fago saber á V. AA. 
cómo con la ayuda de Dios, hoy que son XVI 
del presente, el Duque de Terranova, en 
nombre de V. AA., es entrado en la cibdad 
de Ñapóles, la cual con la mayor voluntad 
del mundo se ha reducido á V. AA. Fueron 
muchos gentiles hombres antes de acabar 
los capítulos al campo á visitar al Duque; y 
al camino se salieron á recibir quantos había 
en Ñapóles, y los electos le sacaron las lla- 
ves de la cibdad y gelas dieron; las cuales 
el Duque recibió y les tomó con mucha vo- 
luntad. Y así entró en la cibdad acompañado 
de todos, y fizo la vuelta que se suele por 
todos los seges. 

»Falló la cibdad con todas las ventanas 
llenas de alhombras y paños, y mugeres; y 
todas las calles y plazas llenas de hombres 
en tanta quantidad ques cosa de espanto la 
población y gente que parecía, y la amor y 
afición y alegría que grandes y chicos mos- 
traban gritando «¡España! ¡España!», y llo- 
rando muchos de alegría, y dando gracias á 
Dios por sacarlos de cautiverio; era cosa 
despanto. Y así fue el Duque á facer oración 
á la iglesia; y de allí fue acompañado á su 
posada. De forma que pues á Dios ha piad- 
do reintegrar á V. AA. desta ciudad y reino, 
como espero en Dios serán presto, es razón 
que cuando no fuese por el interese y con- 
servación de las cosas propias, por solo sa- 
tisfacer el amor y afición que los desta cíb- 



XXIV 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



dad han mostrado y muestran á V, AA. que 
los amparen y defiendan. Plega á nuestro 
Señor que por muchos años é jus perpetuo 
gocen V. AA. deste reino como desean y así 
les faga buena pro. Y luego dende á una hora 
que! Duque fue allegado á su posada, cabal- 
gamos él é yo con seis ó siete otros, y fui- 
mos á ver la disposición del castillo y lo que 
convenia facer para el cerco; y así se ordenó 
de empezar de facer ciertas trincheas para 
pasar á las estancias que se han de facer, las 
cuales se empezarán de facer esta noche, y 
mañana se habrán los gastadores que son 
menester para continuar y apretar el castillo; 
en el qual por lo que se entiende, dicen hay 
en el castillo Nuevo quinientos ó seiscientos 
hombres, y no tanta artillería como seria me- 
nester. De vituallas dicen están bien. Espero 
en Dios que presto lo habrán V. AA ; porque 
aunque hayan puesto en alguna defensa la 
obra nueva que se fizo en la ciutadela del 
castillo, no falta dispusicion para apretarle y 
haberlo muy presto con ayuda de Dios, y así 
plega á él cumplirlo. 

»Los franceses que quedaron con ciento 
treinta lanzas, que dicen les vinieron, é cier- 
tos peones que el rey de Francia tenia con 
Valentines están al Garillano, que poco más 
ó menos segund lo que se dice, serán tre- 
cientas lanzas y dos mil peones, á las espal- 
das dellos en Capua; y en lo de Sessa están 
cuatrocientos de caballo nuestros, y aprie- 
tanlos y acabarán de echar del reino. Y por 
no traer á esta cibdad más gente de la que 
es menester para el cerco del castillo, el Du- 
que acordó deste último campo que tuvimos 
al Gandelo de enviar toda la gente darmas y 
peones, salvo mil y quinientos ó dos mil peo- 
nes, que quiere dexar para el cerco deste 
castillo. Y estando sobre este propósito, la 
noche antes los peones españoles, usando de 
su costumbre, empezaron de gridar por el 
campo «Paga! Paga!»; y anduvieron amoti- 
nándose para no ir adelante, como al Duque 
y á todos parecía, con decir que el Duque 
les prometió de pagar en Ñapóles y que el 
Duque se quedaba en Ñapóles y enviaba á 
ellos adelante por despedirlos y no pagarlos, 
y que no querían ir sino donde el Duque fue- 
se. De forma que fue forzado por evitar su 
desverguenzamiento y mayor inconveniente 
decir el Duque quería que viniesen con él á 
Ñapóles; y así envió el Duque toda la gente 



darmas y de caballo y los alemanes la vía de 
Sessa hacía los franceses con el Duque de 
Termes, y con orden de se detener allí fasta 
que el Duque fuese; y el dicho Duque traxo 
consigo aquí á Ñapóles todos los peones es- 
pañoles. 

»Face cuenta el Duque de estar aquí seis 
ó ocho días para proveer en lo del cerco del 
castillo y otras cosas de la cibdad de Ñapó- 
les, y en haber dinero para la gente, y em- 
pues dexar aquí los dichos mil y quinientos ó 
dos mil peones para el cerco, y con él á Pe- 
dro Navarro y otros capitanes, y con el resto 
de nuestros peones irse hacia la otra gente 
y los franceses. 

»La provisión de artillería que se ha fecho 
y face cuenta de facer para estos cercos es 
que agora solo traxímos con nosotros la ar- 
tillería que tomamos á los franceses el día 
de la batalla, que es dos cañones y una cule- 
brina y ocho falconetes. Habemos enviado á 
la Cerínola por la artillería que trayamos 
nosotros, que dexamos ahí; que es cuatro 
cañones y diez girifaltes; é así facemos cuen- 
ta que para este castillo pornemos los dos 
cañones y culebrinas que tenemos aquí, y 
tres cañones y una culebrina que tiene el 
Marqués del Gasto en Iscla, y los cuatro ca- 
ñones que facemos venir de la Cerínola, que 
será por todo nueve cañones y dos culebri- 
nas y diez gerifaltos y ocho falconetes; y mas 
ha proveído el Duque que traigan por mar 
de Taranto seis ó siete cañones para el cer- 
co de Gayeta, á fin que á un mismo tiempo, 
si ser podrá, se ponga cerco en los castillos 
de aquí y de Gayeta. 

»Otrosí: ha habido el Duque cartas de Ca- 
labria; y por lo que se entiende, parece que 
no fue verdad que fuese preso mosse de 
Aubeni en la batalla de Calabria. Es verdad 
que lo tienen cercado en un castillo que se 
dice la Roca de Angíto, y esperaban de ha- 
berlo presto. La gente de V. AA. de Calabria 
está en mucha desorden y discorde entre 
ellos por la muerte de Puertocarrero, que- 
riendo ser cada uno el capitán, y no tener 
por bien ser gobernados los unos de los 
otros. Roban las tierras y facen tantos des- 
órdenes que allende del daño y desfacion de 
los pueblos, facen aborrecer á V. AA. El Du- 
que trabaja de facerlos venir á juntar con él, 
á fin de evitar los desórdenes é inconvenien- 
tes que sus malas obras procuran y poderse 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXV 



ayudar dellos para el cerco destos castillos 
de Ñápeles y Gayeta y seguir los franceses 
fasta echarlos del reino, dexando en Calabria 
alguna gente para acabar y recobrar lo de 
allá, y en esto se da priesa...» 

//. El Gran Capitán al Secretario del Rey Ca- 
tólico, Miguel Pérez de Almazán (1501). 

Muy magnífico Señor: lohanelo de Raymo, 
gentilhombre napolitano, segund la informa- 
ción tengo, fue servidor del Rey Don Fernan- 
do, primero siendo Duque de Calabria é 
después cuando fue Rey fasta que murió; y 
en remuneración de sus servicios le hizo gra- 
cia del oficio de credengero de los fundicos e 
aduana de la provincia de Abrugo con treinta 
y seis ongas de provisión cada año, por los 
cinco fundicos que son en la dicha provincia. 
El cual dicho Juanelo tuvo é poseyó este ofi- 
cio todo el tiempo de su vida fasta que agora 
murió, dexando muchos hijos é hijas, que no 
tenia otra cosa de qué los sostener; y porque 
en el tiempo que yo conoscí á este Juanelo fue 
buen servidor del Rey nuestro Señor, yo es- 
cribo á S. A. suplicándole quiera facer merced 
deste oficio á sus hijos, con que puedan casar 
las hijas y ellos sostenerse. Suplico, señor, 
los hayáis recomendados y les queráis favo- 
rescer é ayudar de manera que hayan buen 
enderezo; que lo que en ello se hiciere, yo lo 
rescibiré por merced. Nuestro Señor vuestra 
muy magnífica persona y estado guarde y 
prospere. De Ñapóles XVI de. . (No sigue 
más). A vuestro servicio, Gonzalo Hernández, 
duque de Terranova. 

12. El Rey de Francia á los Reyes Católicos (') 
(1502). 

Muy altos e muy excelentes y muy podero- 
sos Príncipe y Princesa, nuestros muy caros 
y muy amados hermanos, primo y prima y 
aliados: Nos habemos sido avisados que hay 
alguna diferencia entre Gonzalo Fernandez, 
vuestro lugarteniente en vuestros ducados 
de Apulla y Calabria, y nuestro primo el Du- 
que de Nemos, también nuestro lugarteniente 
y visorrey en nuestro reino de Ñapóles, por 
razón de la petición de entre vos y nos, Y 
porque nos desplazeria á maravilla que por 

(M Copia de la traducción; es de la época. Se refiere 
al tratado de partición del reino de Ñapóles. 



esta materia ni otras pudiésemos venir en al- 
guna diferencia con vos, nos vos rogamos que 
para apuntar esta materia y fazer las dichas 
particiones, segund los tratados é artículos 
concluidos é acordados entre vos é nos, los 
quales de nuestra parte queremos entretener 
y guardar de punto en punto, segund su for- 
ma y tenor, voz querays enviar una ó dos 
personas de autoridad, sabios y bien instru- 
ios, que vayan al dicho realme; y de nuestra 
parte enviamos asimismo otros, los quales 
apuntarán é concluirán juntamente las dichas 
diferencias; de suerte y manera que después 
no haya en esto más debate ni quistion; ro- 
gandovos que nos queráis avertir del tiempo 
que los enviareys, á fin que nos enviemos 
otros, como dicho es... Escrita en Blays 
á XVIII de Enero de quinientos y dos años. 
Vuestro bueno y leal hermano, Loys. 

13. El Gran Capitán á los Reyes Católicos. 
{La Tela, /.o de Mayo de 1502) ('). 

Ya escrebí que el Duque Don Fernando es- 
taba en deseo de remitirse á V. AA. é por 
intervención del Conde y algunos que esta- 
ban cerca de él mudó propósito; visto cuánto 
importa á vuestro servicio que esto no salga 
de vuestra cuenta y lo mucho que pesa á 
franceses y lo que procuran estorbarlo, Mal- 
ferite y yo nos metimos á tratar con él y fa- 
cerle partido de los veinte mil ducados que 
V. AA. mandarán; de aquí sobimos á los vein- 
ticinco mil, y él se puso en que fuesen trein- 
ta, los cuales yo le concedí, más por dete- 
nerle que por dárselos y se tomar lugar de 
consultar á V. AA., quedando el complimiento 
remitido á la voluntad de V. AA., si lo ovie- 
sen por bien, y por esperar consulta y nueva, 
de otra manera se le otorgaban, pues se dete- 
nia hasta conocer más de las cosas y del tiem- 
po y el cumplir quedaba á la voluntad de 
V. AA. Por buen respeto me creo no haber ca- 
bido en ello; pareció á algunos no ser aquello 
bien fecho: querían que se disparase y que el 
Duque se dexase andar. Considerando yo por 
lo que sé deste reino y del ansia de franceses 
por llevar á este mozo, no di lugar á aquello; 
mas por buena manera entretuve al Duque á 
su placer por doce días que no se partiese, y 
en tanto recebimos estas postreras letras 

(') En cifra, menos algunas palabras an claro. 



XXVI 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



de V. AA., en que mandan se cobre éste para 
vuestro servicio. Y así por esto como porque 
más claramente se ha conocido la mala vo- 
luntad destos franceses de venir en rompi- 
miento, que yo creo que no se podrá escusar, 
á todos y más á quien antes lo estorbaba, ha 
parecido que se debe de evitar y no dexarle 
ir en ninguna manera, é sin atrevernos á lo 
que le era prometido en los capítulos de Ta- 
ranto no se pudiera facer de otra manera, 
pues la primera éramos más de como agora 
se hace, que cuesta más como agora suena. 
Mas en esto no están V. AA., que asila renta 
como lo del Estado yo lo reduciré á mejor 
conveniencia y aun la voluntad. Otorgóse 
esto por gozar deste tiempo, más que por 
creerse que esto habrá efecto; porque su pa- 
dre por ninguna manera aprobará su que- 
dada, aunque la quiera; porque el Rey de 
Francia hace instancia sobre ello, y estos 
franceses que en este reino son, ya dicen des- 
truirán á don Fadrique, si este su fijo allá no 
va; porque es trama suya que no yendo, ja- 
más se fiarán del ni terna crédito con ellos, 
ni habrá partido de los que agora tratan, que 
es, según afirman así franceses como italia- 
nos, que el Rey de Francia recibe de Don 
Fadrique docientos mili ducados en esta ma- 
nera: los cient mili ducados en contante, antes 
que parta de Francia, y los cient mili ducados 
para la paga de la gente que terna en este 
reino; y el Rey de Francia se retiene Gaeta é 
Castilnovo, y ha de haber cada año del Rey 
Don Fadrique cient mil ducados; y que los 
Estados que pretienden los señores franceses 
en este reino los hayan é tengan, y que desta 
parte de V. AA. le hace gracia. 

En esta venida de Don Fadrique en este 
reino han insistido mosse de Aubeni é mosse 
d' Alegre; el Duque de Nemos y el balio é 
micer Julio e Micael Rizo les han desviado 
por su propio interese. Agora después que 
nos juntamos y no nos hallan para facer de 
nosotros lo que quieren, soy certificado que 
todos juntos han despachado dos estafetas 
en concordia, para que el Rey de Francia se 
concierte con Don Fadrique é lo envié en 
este reino; porque sin él no 'piensan poderse 
sostener en él, é con su venida piensan que lo 
llevarán todo en daño y vergüenza de V. AA. 

Yo me creo con ayuda de Dios que prove- 
yéndose estas cosas que yo escribo á V. AA., 
lo cobrarán todo con daño dellos, como más 



justamente les pertenece; que para lo que se 
pudiere ofrecer, la quedada del Duque digo 
que es necesaria en nuestro poder, é yo asi 
la entiendo sostener é porfiar cuanto podré 
fasta ver mandamiento en contrario de V. AA. 

El Virrey de Ñapóles envió aquí uno de 
Don Fadrique con cartas á su fijo, y enviaba 
un Rey darmas suyo con él para preguntar al 
Duque si estaba preso ó de su voluntad, y 
llevábale ciertas cartas secretas contra nues- 
tro propósito. Yo lo entretuve aquí algún dia, 
y buenamente le desvié del camino y lo hice 
retornar al Virrey, á quien escribi que el Du- 
que de su voluntad era acordado en el ser- 
vicio de V. AA. que no convenia la ida de 
aquel suyo. Halo agraviado mucho, é desto 
me dicen que face grand querella; mas es por 
lo mucho que les pesa de la quedada deste, 
porque dicen que ni rennnciacion que Don 
Fadrique haga ni contrariedad que con él nos 
pudieran facer, no vale nada. E dicen verdad. 
Por todas las vias que pudieren trabajan de 
haberlo, fasta contratar con él que se fuya, 
que agora entienden en esto: no me creo le^J 
aprovechará. ^^H 

La Duquesa de Milán vino de Iscla en (')^^ 
que por ninguna cosa del mundo quiso ir en 
Sicilia, antes se quería volver ¡en Iscla. Yo, 
visto que era buena para V. AA. tal prenda, 
que para el reino, cierto, importa y crédito 
con esta nación, porque no creyera que iba 
sino presa, ó que no les facía el tratamiento 
qne la intención de V. AA. era que se le haga, 
que porque no haciéndose bien con ella, era 
dar tal exemplo al Duque que lo hiciera mu- 
dar de propósito, yo no la forcé en la ida de 
Sicilia; más antes por no tenerla en... (2) 
apartada, donde era agora... ove por mejor 
que se veniese á Barí, que es cosa flaca y en 
medio de la provincia; y le di el castillo en 
que posase, porque es cosa llana, y satisfacer 
á la parte suya y del Duque y aquietar la opi- 
nión en que eran ya todos, que V. AA. los 
quedan recibir para tratarlos mal y apartar- 
los; que al presente por muchos respetos no 
convenia á vuestro servicio. La Duquesa se 
ha satisfecho tanto, que ella misma face con 
el Duque que esté seguro en vuestro propó- 
sito, y ha acabado más que todos en esta... (?) 
y en su estada. Asi no crean V. AA. que hay 
inconveniente agora que sea bien recibid 

(') Borrado. 
(2) ídem. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXVII 



por otra buena manera se podrá negociar su 
ida en Sicilia ó donde V. AA. querrán; si la 
determinan, mándenmelo, que serán servidos, 
que bien se prodrá encaminar como querrán. 

Cuando se capituló con el Duque su salida 
de Taranto, se acordó que en el castillo della 
estuviese su alcaide y dos rehenes que yo 
diese hasta que el Duque fuese fuera de sus 
provincias; y asi quedó con quince hombres 
sin ningún bastimento ni cosa que le pudiese 
sostener una hora; é yo dexé en el castillo á 
Don Diego de Arellano y á Diego Hernández, 
mi sobrino, á nombre de rehenes con XXV 
hombres y estos señores en la fortaleza 
cuanto convenia para estar ya seguro della' 
como de lllora, y asi quedó cuando della partí] 

El despensero mayor quedó alli por su in- 
disposición, é porque él quisiera pasar de 
aposar al castillo ó mostrar que acababa de 
tomar á Taranto, publicó que aquello queda- 
ba peligroso y mal proveído y asi desto, lo 
que no podrá probar. Yo soy obligado á da- 
ros cuenta de aquello: si mala os la diere 
desta causa, mi vida y honra os es obligado. 
Con ayuda de Dios trabajaré de sacarla con 
bien deste inconveniente. A V. AA. suplico 
piensen en esto de mi lo que deben de perso- 
na que desea darles buena cuenta en efecto 
y no por vanidad ni mi interese propio. Asi 
me han dicho que ha escrito el despensero 
mayor, que en lo de la gente hay general des- 
orden con los pueblos. Como esto yo dexé 
proveído es: en las villas aposentados los ca- 
pitanes, de manera que los soldados no pue- 
dan forzar á los pueblos con todas las capi- 
tanías; alguaciles destos caballeros allende 
de los capitanes, para que tengan en justicia 
los unos con los otros y escusen escándalos. 
Porque, cierto, estos peones no son santos; 
é para que si hobiere yerro, que haya cas- 
tigo. No dudo se diga algo más desto y se 
permita que acaezca algo, porque no dexé 
poder para determinar en todas las causas, 
porque la clima desta tierra enleva los hom- 
bres, y alguna vez nos saca de conocernos. 
Y este poder yo no lo di por buen respeto, 
segund más largo escribo á Almazan. Ya he 
escrito á V. AA. la condición del Veedor, é 
no dudo que de otrie á quien más crédito 
tengan sean informados. Hoy he recibido 
otras cartas de Taranto por do V. AA. verán 
si deben mandar proveer. 

Al despensero mayor he escrito lo de la 



paga, qne ha de ser á su cargo hasta que 
V. AA. provean; pues mosen Luis conviene 
que vaya á Qaragoga, é más cuanto más esta 
salida del Turco se afirma, y pareceme que 
pagar lo de la mar se le hace grave; mas por 
lo mucho que desea servir á V. AA. lo hará, 
hasta que manden proveer. Por estas nove- 
dades de franceses yo doy prieáa que el ar- 
mada se ponga en la mejor orden que será 
posible, y envío la que estaba en Taranto á 
Mecina, para juntarse todas las naos que allí 
han dado carena; é las que están sobre Lipar 
para que á la hora si conviene rompiéramos, 
lo que Dios no quiera, toda el armada vaya 
sobre Ñapóles, porque tengo inteligencias 
con gran número de personas que á la hora 
que el armada allí irá con alguna fuerza, ó yo 
por tierra, la ciudad será de V. AA. Espero 
en Dios que con poca fatiga. Mi llegar (ó lle- 
gada) por tierra se trabajará con ayuda de 
Dios, más por lo que más ligero parece la 
llegada del armada se da priesa en enviarla á 

Mesina Hay pocas personas de poner en 

ella, pues aunque Lazcano es buen hombre 
para cuando yo estoy en ella, mas para lexos 
de mí y en tal jornada y caso más persona 
conviene. V. AA. deben enviar alguna que 
sea más de buen marinero para todo lo que 
se podrá ofrecer en tal caso, y presto; por- 
que en yendo á esta rotura, en diversas par- 
tes se ha de romper é proveer con personas 
que yo como uno, aunque visite á todo, he de 
estar en lo más, son menester personas; que 
aunque V. AA. tienen acá mucha gente, no 
tienen muchos hombres; para estos son ne- 
cesarios algunos hombres para encargar; por- 
que lo de Taranto no era acabado, que en 
Manfredonia rogué á Don Diego de Mendoza 
fuese á estar en aquello, é hízolo cierto bien 
é trabajó en ello lo posible; y porque des- 
pués cargó toda la gente francesa en la pro- 
vincia y confines en los lugares que ellos te- 
nían, que yo envié más gente y escrebí á Don 
Diego que aquella se estendiese en las tie- 
rras que teníamos. Recibió desto alguna con- 
goxa é quisiera que yo fuera á obrar lo que 
él podia; é yo cierto aquello deseaba, mas 
por concluir la cosa del Duque y asentar lo 
de Taranto y proveer lo desta venida á la 
junta, asi lo dejé... que se habia de mostrar 
cómo alguna fuerza se había de traer y dexar 
la gente en sosiego, que toda estaba alboro- 
tada porque no habia una blanca con que de- 



XXVIII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



xarla ni moverla para cosa de lo que se ha- 
bla de fazer; y los franceses no venían para 
romper ni más de aposentarse, y desto tenia 
certinidad, así de su propósito como de nues- 
tra fuerza, que ellos eran en la provincia do- 
cientas y cincuenta lanzas, y de V. AA. habia 
seiscientos y dos mili peones; y no habia más 
porque no habia donde cupiesen. Estuve en 
Taranto algunos dias, D. Diego queriendo 
que salir ficiese á lo que él no compila, ó cre- 
yendo que la rotura fuera á la hora, daba 
priesa en mi ida, que como por las causas di- 
chas me detuve, me envió á decir que habia 
escrito á V. AA. que á mi causa se perdia 
aquella provincia; que pues lo dice, creo debe 
ser cierto. Porque del todo V. AA. se infor- 
men, doy esta cuenta, que creia yo que aque- 
llo estarla bien proveído para la persona de 
mose d' Alegre la de Don Diego, con la del 
Prior de Mecina y el Comendador de Trebe- 
jo é Iñigo López é mosen Peñalosa é Pedro 
de Paz con otros muchos hombres; é los 
franceses docientos e cincuenta hombres de 
armas sin peones, y de V. AA. eran allí qui- 
nientos hombres darnias é cient ginetes e 
dos mil peones con buenos capitanes seña- 
lados... 

14. El Gran Capitán á los Reyes Católicos 
(1503) ('). 

Muy altos, muy catholicos e muy podero- 
sos Príncipes, Rey e Reyna e Señores: Lo que 
más ha sucedido que vuestras Altezas deben 
de saber es que el Visorrey francés ha jun- 
tado en Canosa toda la gente suya e allí se 
fortifica; e á los doze de Marzo cincuenta de 
caballo franceses venieron á correr en térmi- 
no de Barleta, é levaban algunas vacas. Sali- 
mos al rebato y ante las puertas de Canosa 
los alcanzaron algunos ginetes y les tomaron 
la presa; é prendieron ciertos de los que la 
llevaban, y algunos de los que de la villa sa- 
lieron á socorrerlos. 

A los trece cupo á Don Diego de Mendoza 
la guarda de nuestros erbajeros que iban 
muy cerca de Bisella, donde salieron cincuen- 
ta de caballo con setenta peones á dar en 
los sacomanos. Fueron así bien socorridos 
del; que los de caballo se encerraron en la 
villa, é los peones, porque fueron atajados se 

(') Original, escrita parte en claro y parte en cifra, 
con descifrado á continuación. 



metieron en una torre, tan cerca que el arti- 
llería de la tierra los defendía. La torre se 
combatió tan bien que los tomaron por fuer- 
za y todos fueron muertos. Gloria sea á Dios; 
las cosas son á tal término que espero en él 
que V. A. habrán entera victoria é más presto 
de lo que allá se cree ni de aquí se escribe. 

Por otras he escrito como Sant Vicente y 
Otaviano Coluna había enviado á Alemana 
por dos ó tres mil alemanes con doze mil du- 
cados para moverlos. Ayer que fueron XX del 
presente se ha ávido letra dellos cómo traen 
los dos mil alemanes con voluntad del Empe- 
rador, aunque con gran trabajo los han con- 
duzido; y que eran arribados á Lesina, que 
es CXX millas de aquí en Esclavonia; e que 
traían necesidad de vituallas; é que ya pedían 
dinero, porque al mes que fueron pagados, 
se les era pasado en mar, que con tiempos 
contrarios no habían podido complir el viaje; 
e porque vepian en navios pequeños, no se 
osaban engolfar sino con tiempo fecho. E cre- 
yendo esto, quando por letra de mercaderes 
entendí que venían cierto, había enviado tres 
naos buenas para traerlos. Envío agora otras 
con vituallas y dos mil ducados, porque el 
viaje no se pierda por poco; y con ayuda de 
Dios cada hora los espero. Confío en su mer- 
ced é nuestra justa querella que V. A. con 
poco trabajo habrán grand Vitoria. 

O Beso sus reales manos; por duda desta 
no dexen de estar en esto como deben y con- 
viene á su servicio y reputación; pero yo 
pienso cumplir tan bien lo que vuestras alte- 
zas me mandan, que por lo que tocará á mi, 
confío en nuestro Señor no dexarán de ser 
tan bien servidos en esta jornada como en 
las otras pocas cosas que se han mostrado 
servidos de mí. Digo esto por lo que me han 
dicho que muchos por no hallarme conforme 
á sus presunciones y otros con sus acciden- 
tes fablan en lo que nunca se vieron ni se 
obraron; ni cuando el caso lo requiere se ha- 
llan en principio, ni se ven fasta el fin de las 
cosas; é quieren más parte dellas de las que 
les conviene; porque suplico á vuestras alte- 
zas que en el cabo del fecho pongan el punto, 
pues Dios me da vida de la pena ó gloria. Y 
á vuestras altezas estado, que no querría 
perder, según la salida de aquellos podrán 
desto todo disponer. La paz de Venecianos y 

(1) En cifra lo que sigue. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXIX 



el Turco es fecha; restituyenle á Venecianos 
las islas de la Chafalonia e Santa Maura, e 
danle cada año de tributo doce mil ducados; 
y de la Velona tengo aviso, y por vía de Ra- 
goga se confirma, que el Turco arma muchas 
galeas y fustas y que amenaza á Sicilia, Nues- 
tro Señor la vida y reales personas y estado 
de vuestras altezas guarde y acreciente bien 
aventuradamente (')• De Barleta XXIX de 
Marzo. «De V. A. umil siervo que sus reales 
pies y manos besa.— Gonzalo Fernandez, Du- 
que de Terranova». 

15. Francisco Sánchez, despensero mayor y 
tesorero general del Reino de Ñapóles, al 
Embajador D. Francisco de Rojas sobre 
cambios de moneda y remesas de dinero 
(Ñapóles, 22 de Mayo de 1503). 

Muy noble y muy magnífico Señor: Por otra 
fecha este día screuí á vra. md. todo lo que 
cumplía y respondí á sus cartas y le envié 
poder para recebir los XXX mil ducados de 
Lomellini y Grimaldi, según lo pedió; y por- 
que el señor Gran Capitán ha acordado en 
toda manera sacar luego sta gente de aquí, y 
no se podía atender hasta venir el dinero, ha 
seydo necesario buscar entre estos mercade- 
res quien diese dinero aquí y le tomase allá. 
Y porque esta ciudad sta muy falta de dinero 
á causa de la guerra, el mejor partido que se 
ha podido hallar ha seydo con Lomellin, que 
nos ha dado XII mil ducados de horo de cá- 
mara á cambio de onze carlines y medio por 
ducado desta moneda, por otros XII mil du- 
cados de oro de cámara, que allá ha de pa- 
gar vra. md. á Francisco Lomellini et conipa- 
nyos, según verá por mis letras de cambio, 
la una de XIII mil ducados, la otra de IIII mil 
deste día. Mandará vra. md. pagarlos y el 
resto hasta los XXX mil ducados, que son 
XVIII mil ducados, hará diligencia de reme- 
terlos acá con la más auantaja y despensa 
que pudiera, porque ya vehe la necessidad 
grande ay; y acá no fallamos entre estos mer- 
caderes dinero para poder tomar mas, por- 
que los mismos mercaderes buscan dineros á 
cambio y los tomarían á este precio para sus 
necesidades, si los aliaban; pero vos, señor, 
trobareys allá millor disposición de enviarlos 
sin danío de la Corte. Yo he dado un instru- 

(M Sigue en claro. Lo entrcconiado de mano del Gran 
Capitán. 



mentó del poder que envié á vra. md. aquí á 
LOmellinis, que también gele embiarán. Quedo 
á su mandado. De Ñapóles á XXII de mayo 
de 1503.— Es copia de otra; y hanse dado dos 
instrumentos del poder aquí á Lomelini, que 
se envían por diversas vías y un otro ya en- 
vié ayer á vra. md.-Al servicio de v. m., 
Francisco Sánchez.— (En el sobreescrito): «Al 
muy noble y magnifico señor Don Francisco 
de Rojas, embaxador del Rey y Reyna de 
Spañ^ n. s. en Roma», 

16. El despensero mayor y tesorero general 
Francisco Sánchez al Embajador en Roma 
D. Francisco de Rojas (Ñapóles, 3 de Ju- 
nio de 1503). 

Muy noble y magnifico Señor. Tan cumpli- 
damente y tantas veces replicadas cartas he 
scripto á vra. md. de las cosas de aqua y res- 
pondido á las suyas que con esta solo res- 
ponderé á la junta de su carta ques dada á 
XXIII de Mayo, no habiendo cosa de que es- 
creuille de nuevo que importe. Téngole en 
mucha merced la carta (que) membió tenia 
del señor thesorero de XXV de abril de Bar- 
celona, que mucho me alegró, e yo no la ten- 
go ninguna tan fresca. 

Quedo avisado de los VI mil ducados (que) 
scriue vra. md. el señor Lorengo Suares le 
había scripto se hauian dado en Venecía para 
cumplir la parte de los cambios sobre la deu- 
da de las péñoras, que mucho me ha conten- 
tado y quisiera Dios se quedaran los otros 
porque aqua no nos viniesen aquexando los 
mercaderes que en Pulla nos valieron, como 
nos aquexan. En Manfredonia se hallará pro- 
visto del traer de los III mil llegando según 
vra. md. auisa. El poder para cobrar los XXX 
mil ducados habreys ya señor recebido, que 
en quatro instrumentos fue dentro tres días 
y con diversos lleuadores de que ove vues- 
tro aviso. 

Gaspar de la Caualleria queda mucho enco- 
mendado y débelo ser á todos con sus mu- 
chos y asiduos buenos servicios, y tiene ra- 
zón vra. md, screuir del, ques tal persona 
que yo deseo se le haga alguna releuada mer- 
ced, y vuelvo. Señor, vuestras encomiendas 
á mí suplicación que le quiera haber por muy 
encomendado, ques cierto servidor de con- 
seruar y de experiencia de pocos. 

Por los despanoches y de lomelines aquí 



XXX 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



haré quanto bien pueda, según vra. md. man- 
da, que los hallo asaz promptos y de buena 
voluntad en estas ocurrencias. Hay en sacar 
dinero gran fatiga, y el que se halla con to- 
das industrias es poco, y hasta tener las ren- 
tas del Reyno, que se cojan enteramente y 
sin recelos de guerra, es bien menester ven- 
ga de fuera lo mas de lo que cumple para 
tantos pagamientos. No hay otro que dezir 
salvo que la gente de pie ya ha salido de aquí, 
la más que habia de yr para juntarse ccyi los 
nuestros en tal Garllano. El Señor Gran Ca- 
pitán partirá presto. En la expugnación de 
los castillos se da la prisa que se puede. Ya 
están para combatir la cibdadela, que spero 
en nuestro Señor la tomarán y con esto stará 
el Castelnouo en vigilia de su perdimiento. 
Nuestro Señor nos dé en todo cumplida vic- 
toria y la vida y deseos de vra. md. prospere. 
De Ñapóles á 111 de Junio 1503. 

(Sigue una larga postdata de mano del des- 
pensero Sánchez contestando á otra carta 
de Rojas relativa á envió de varias cantida- 
des para gastos de guerra). Servidor de v. m., 
Francisco Sánchez. 

17. Quitanzas del despensero mayor Francisco 
Sánchez, de cantidades recibidas del Emba- 
jador Francisco de Rojas (Ñapóles, 16 de 
Julio de 1503) 

Francisco Sánchez, despensero mayor y 
thesorero general del Rey y Reyna de Spaña 
nuestros señores en este reyno de Sicilia y 
de Hyerusalen y de sus exércitos de mar y 
tierra etc. Por tenor de la presente quitanza 
conozco y otorgo que recebí de sus Alte- 
zas y por ellas del señor D. Francisco de Ro- 
jas, su embaxador agora existente en Roma, 
treynta y dos mil ducados de oro de cámara 
de dos cartas de. cambio de la Corte despaña, 
la una de veinte mil ducados de cámara de 
Benedicto Pinello y Martino Centurione, he- 
cha en Madrid á XIllI de Enero deste pre- 
sente año, dirigida á Francisco Lomelin e com- 
pañeros en Roma. La otra de XII mil ducados 
de oro de cámara de Pantaleon y Agustino 
Italiani hecha en Madrid á XIII del mismo 
mes, dirigida á Ambrosio y Lázaro de Grinial- 
dis e compañeros en Roma á pagarse á mí ó 
á mi procurador. De los quales el dicho señor 
don Francisco de Rojas pagó á la señora doña 
Sancha de Aragón, princessa de Squilache, en 



Roma, quinientos y doce ducados de oro y un 
tercio de lo que se le debe por cierta quan- 
tia que entró en la Corte de las rentas de su 
stado; y XXX mil DC y XXXV ducados y un 
octavo largos por la valor de XXXI y D du- 
cados de Camera en diversos cambios reme- 
tyo al señor Lorengo Suares, embaxador de 
sus Altezas en Venecia, donde se han envia- 
do y cumplido por diuersos modos. 

ítem mas, que recebí del dicho señor don 
Francisco de Rojas treinta mil ducados de 
oro de Cámara de dos letras de cambio de la 
Corte de España: la una de XXVIIl mil y D 
ducados de oro de cámara de Benedicto Pi- 
nello y Martino Centurión hecha en Alcalá de 
Henares á XVIII de Abril próximo pasado, 
dirigida á Ambrosio y Lázaro de Grimaldi y 
compañía en Roma á pagarse á mi ó á mi pro- 
curador: los cuales he hobido por diuersos 
cambios de Ñapóles á Roma, y son por todo 
estas quantias sexenta y dos mil ducados de 
oro de camera, de los quales soy contento y 
pagado del dicho señor don Francisco de Ro- 
jas; y por su cautela y certenidad de la Corte 
de sus Altezas hize conocimiento y quitanza 
firmada de mi nombre y sellada de mí sello 
segund es acostumbrado. Data en Ñapóles 
á XVI de Julio de 1503 años.— Francisco Sán- 
chez.— {Hay un sello). 

18. Los Reyes Católicos, á Rojas, su embaja- 
dor en Roma, sobre la muerte del Papa Ale- 
jandro VI y elección de su sucesor (Barcelo- 
na, 13 de Septiembre de 1503). 

Por cartas de Genova de 25 de Agosto es- 
criben que el Papa murió á los 18 de Agosto 
á las 22 horas e que el Duque de Valenty- 
nes (*) estaba en el castillo de Santangelo e 
tenia en Roma e cerca de ella su gente dar- 
mas y de pié, e que se habia declarado por 
nos e habia escrito a Gonzalo Hernández (^) 
que le envíase a los Coluneses con parte de 
nuestra gente para que se juntasen con él, e 
que habia enviado los contrasynos de sus 
fortalezas y tierras de los Coluneses é gelas 
habia hecho entregar, é que habia fecho ho- 
menage al Colegio de los Cardenales é á la 
Iglesia, é otro tanto el castellano de Santan- 
gelo trabajaba de tener la plaga segura para 
que el Colegio de los Cardenales pudiese fa- 

(') César Borgia. 
(-) El Gran Capitán. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXXI 



zer liberamente como acostumbran la elec- 
ción de nuevo Sumo Pontífice; y que iba gen- 
te darmas y de pié del Rey de Francia la via 
de Roma para estorbar qne la elección de 
nuevo Pontífice no se ficiese libremente, an- 
tes se ficiese fuera de orden á voluntad del 
Rey de Francia. Por ende si cuando (esta) re- 
cibiéredes, la elección de nuevo Pontífice fue- 
re fecha bien e canónicamente, no hay que 
decir; pero si no fuere fecha, trabajad quanto 
al mundo pudieredes porque en esta elección 
sigan el camino derecho para elegir persona 
de que Nuestro Señor sea servido e qual 
conviene para bien regir e gobernar su ygle- 
sia e para resistir á los infieles, é procurareys 
el bien y paz de toda la christiandad. E para 
esto si el Duque de Valentynes se ha decla- 
rado por nos, primeramente gelo agradeced 
mucho de nuestra parte por todas maneras e 
con todas dulces palabras é de manera que él 
conozca que nos ha obligado e obligará per- 
petuamente para todo lo que le toca e ocurre 
e para fazer por él todo lo que pudiéremos 
de muy buena voluntad, como lo verá por la 
obra. Dios mediante; y nos escrebimos á 
Gonzalo Hernández que para que la dicha 
elección se faga como avemos dicho, él dé 
todo el favor y ayuda que menester fuere, é 
que si no lo hobiere fecho envíe de nuestra 
gente con los Coluneses para que se junten 
con el dicho Duque de Valentynes, e trabajen. 
Dios mediante, de tener el campo seguro e 
faga cerca desto todo lo que fuere posible, 
poniendo para ello todas nuestras fuerzas 
que allá están, principalmente que para otra 
' cosa, e asy lo faced vos. 

Trabajad de ganar para ello todos los car- 
denales que pudieredes ganar, y procurad 
con el Duque que todos los Cardenales de su 
parte se junten para esto con los otros que 
pud'éredes ganar para ello, trabajando que 
no elígan persona que sea parcial al Rey de 
Francia, porque si tal persona fuese, claros 
están los grandes inconvenientes que dello se 
siguírian en la christiandad y que será mas 
causa de guerra que no de paz. 

E sy quando esta llegare fuere ya elegido 
sumo Pontífice, según Dios e como por los 
santos cánones está ordenado, e por aventu- 
ra los franceses quisieren contradecir la elec- 
ción, en tal caso Gonzalo Hernández e vos 
juntamente con el Duque e con nuestros ami- 
gos contradecid á los franceses, é favoreced 



e ayudad á sostener el sumo Pontífice que 
fuere criado, poniendo para ello todo lo nues- 
tro e de nuestros amigos. E si por aventura 
los franceses ovieren tenido ó tovieren tanta 
pujanga en Roma que de fecho e contra dere- 
cho por fuerga y con temor ovieren fecho ele- 
gir sumo Pontífice, en tal caso procurareys 
que los Cardenales que por temor y por 
fuerza habrán dado su voto para ello, lo con- 
fiesen así, e trabajareys que sean puestos en 
su libertad e en lugar seguro, para que nue- 
vamente fagan elección de Sumo Pontífice, 
según Dios e como en los santos cánones 
está ordenado; e para cualquier de los casos 
susodichos convocareys las comunidades de 
Italia que se pudieren haber y trabajareys 
que se junten con vos y vos con ellos todos 
los Embaxadores de los Príncipes y potenta- 
dos christianos nuestros amigos que ay se 
fallaren, e escribireys á Lorenzo Suarez lo 
que sobre ello ha de procurar con los Vene- 
cianos, e á Morlanes lo que sobre ello ha de 
procurar con el Rey de Romanos para que 
favorezcan é ayuden á sostener el Pontífice 
que fuere elegido según Dios, é contradigan 
al que fuere elegido por fuerga é contra vo- 
luntad de los Cardenales. 

E porque en este negocio va tanto como 
vedes al servicio de nuestro Señor y bien de 
la yglesia y de la Christiandad, e también á 
nos y á nuestro Real Estado, por servicio de 
Dios y nuestro que como en cosa tan grande 
e en que tanto va, trabajareys quanto las 
fuerzas humanas pudieren bastar. E aquí vos 
enviamos cartas nuestras de creencias para 
el Colegio de los Cardenales y para el Duque 
de Valentynes, al cual esforgareys por todas 
las maneras para que persevere con nos. 

E así mismo escribimos á Lorenzo Suarez 
que procure con Venecianos lo que vos le 
escribiéredes, y lo mismo escribimos al que 
tenemos con el Rey de Romanos; e tazednos 
luego saber por diversas vías lo que en la di- 
cha elección de Sumo Pontífice se oviere fe- 
cho, e el que fuere, siendo elegido, según de- 
recho como avemos dicho, procurad que le 
ganemos que favorezca e ayude nuestras 
cosas. 

E escrevidnos los poderes e despachos que 
serán menester que vos enviemos para el 
nuevo Pontífice ó para cualquiera cosa que 
suceda. 

Quanto á lo de la guerra de Ñapóles cree- 



XXXII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



mos que gran parte del bien de aquel nego- 
cio ó del contrario está en quien será Papa. 
Nuestro Señor lo faga como mas sea servido. 
Escrevid á Gonzalo Hernández que luego pro- 
veeremos en enviarle dinero e que se esfuer- 
(¿e por mar y por tierra á facer lo que deben 
como quien son y que provea en todas las 
cosas según la grande confianza que del te- 
nemos... ('). 

19. Relación del concierto de la partición de 
Ñapóles con el Rey de Francia; causas C) 
que tuvieron los Reyes Católicos para acep- 
tarlo (1503). 

Ya saben todos cuánto SS. AA. trabajaron 
el tiempo pasado por conservar el reino de 
Ñapóles, y que cuando no pudieron estorbar 
con negociación al Rey Charles de Francia 
que no lo tomase, se pusieron en ello de fe- 
cho y lo restituyeron con las armas. Después 
en tiempo de este Rey de Francia (Luis XII) 
que agora reina han trabajado por todos los 
medios que para ello podian haber, en concer- 
tar al Rey D. Fadrique con el dicho Rey de 
Francia; y para acabar este concierto ninguna 
cosa de cuantas podian aprovechar han de- 
xado de tentar y trabajar; y por otra parte 
han trabaxado cuanto han podido, así con el 
Rey de Francia, porque dexase la empresa de 
Ñapóles, como con el Papa y Rey de Romanos 
y Venecianos por estorbargela, y en ninguna 
manera del mundo pudieron acabar con el 
Rey de Francia el concierto del Rey D. Fadri- 
que, ni estorbar que el Rey de Francia no to- 
mase la dicha empresa ni que la dilatase. Y 
como SS. AA. no gelo podían contradecir por 
la paz que tenían asentada con él desde el co- 
mienzo de su reinado, ni habían de tomar em- 
presa injusta, pues el Rey D. Fadrique no tie- 
ne justicia á aquel reino, ni hallaron en él 
agrado, aunque de lo que por él ficieron, ni 
amistad, ni se habían de juntar con él, pues se 
ayudaba de los Turcos, y él mismo fizo saber 
á SS. AA. que los quería meter en aquel rei- 
no; y ha más de un año que SS. AA. trabaja- 
ban con él porque no los meta, diciendo que 
si los metiese, los primeros que serian sus 
enemigos serían SS. AA., y nunca pudieron 
acabar con él que no los metiese. 

(1) Dol Registro de cifras del Rey Católico con su em- 
bajador D. Francisco de Rojas. 

(») Parece está redactada por el Secretario Pérez de 
Almaz&n. 



Por otra parte, el Rey de Francia se justi- 
ficaba con SS. AA., diciendo que porque no 
hubiese guerra entre ellos sobre lo de Ñapó- 
les, pues el derecho de aquel reino ó es suyo 
ó de SS. AA. y no de otrie: que por bien de 
paz le partiesen por medio y se juntasen para 
la guerra contra el Turco, y para bien de la 
Iglesia. 

Viendo SS. AA. que no habían podido ha- 
llar camino, porque el Rey D. Fadrique se 
concertase con el Rey de Francia, ni para es- 
torbar ni dilatar la empresa del Rey de Fran- 
cia y que no gelo podían contradecir por la 
paz que con él tenían, ni habían de tomar em- 
presa injusta ni ponerse en tal guerra por 
quien no tiene justicia á aquel reino, ni se ha- 
bían de juntar con quien se ayuda de los Tur- 
cos; y viendo que no tenia fecha ninguna es- 
critura ni concierto con el dicho Rey D. Fa- 
drique, ni tenía obligación para le ayudar; y 
viendo que no se podía conservar la paz de 
SS. AA. ni del Rey de Francia sin aceptar di- 
cho concierto, y pues por lo de los Turcos 
SS. AA. se habían de poner en aquello resis- 
tiendo al Rey D. Fadrique y á los Turcos, y 
haciéndolo ayudarían al Rey de Francia para 
que tomase todo aquel reino para sí, quedan- 
do con él en enemistad, pareció que era me- 
jor consejo estar fecho el dicho concierto; 
porque si el Rey de Francia dexara aquella 
empresa, no era inconveniente que el dicho 
concierto estuviese fecho, y si no aquello se 
había de perder: que era mejor tomar Sus 
Altezas su parte de ello, por el derecho que 
tienen, que es el más claro, quedando en paz 
con el Rey de Francia, y en unión contra los 
Turcos y para bien de la Iglesia, que no de- 
xarlo perder del todo, quedando en enemis- 
tad con el Rey de Francia; de que se espera- 
ba tan gran guerra, pues ambas partes y sus 
valedores comprehenden la mayor parte de 
la cristiandad. Y así metiendo el Rey D. Fa- 
drique los Turcos y yendo la gente del Rey 
de Francia á Ñapóles, como es ida, el dicho 
concierto se ha aceptado y publicado en 
Roma. 

La parte que á SS. AA, cabe es la que está 
á la frontera de ItaHa y lo que está á la fron- 
tera del Turco. Y habiendo SS, AA. de la de- 
fender de los Turcos, no era razón que lo 
defendiesen para darlo á otri, pues su dere- 
cho es el mejor; aunque si no fuera esto de 
los Turcos y vieran que sin tomarlo se pu- 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXXIII 



diera conservar la paz de SS. AA. y del Rey 
de Francia, ni lo tomaran ni usaran de su de- 
recho. 

20. Capítulos de carta de los Reyes Católicos 
á su embajador en Roma D. Francisco de 
Rojas (Medina del Campo, d 3 de Febrero 
de 1504). 

Recebimos vuestras letras de XXX de Oc- 
tubre y de XX e XXIII y XXV de Noviembre 
e XXVI del dicho mes y de XXX de Deziem- 
bre, y dos e tres de Enero, e los breves que 
nos enviastes del Papa julio de su creación e 
sobre la paz nuestra con Francia y los de 
nuestras indulgencias y el del capelo del Car- 
denal de Sevilla y las cartas y nuevas que nos 
enviastes del Duque don Gonzalo Hernández, 
de la grande vitoria que á nro. Señor ha pla- 
zido de nos dar de nuestros contrarios en el 
reino de Ñapóles y la copia de la capitulación 
que el dicho Duque asentó con los franceses 
quando le entregaron á Gaeta; con todo lo 
qual habernos habido mucho placer e damos 
infinitas gracias á nro. Señor porque le ha 
placido acabar así de su mano aquella empre- 
sa, que como vos dezis parece bien haber sido 
obra suya y no de hombres; en lo qual sabe- 
mos bien como dezis quánto vos aveys tra- 
bajado e ayudado, e vos lo tenemos en muy 
señalado servicio 

E porque agora no pueden pasar correos por 
tierra y luego despachamos por mar una ca- 
ravela, con la qual vos va la mente e respon- 
demos á todo lo que nos escrevistes é vos en- 
.viaremos todos los despachos necesarios, en 
ésta que va por tierra solamente diremos 
brevemente lo necesario, como quier que 
antes de agora no habíamos querido otorgar 
al Rey de Francia por... (') la tregua que nos 
demandaba por las causas que os avemos es- 
crito; lo qual á Dios gracias ha salido bien, 
porque si antes de cobrar á Gaeta y echar de 
Gaeta e del reyno de Ñapóles los franceses 
gela otorgamos, remediara con ella lo que 
con las armas no podía; pero pues ya habe- 
rnos cobrado todo aquel reino, viendo que lo 
que más agora nos cumple es trabajar de 
apartar la guerra del dicho reino de Ñapóles, 
e que el Rey de Francia comience á apartar 
su voluntad de las cosas del; y viendo que al 

(1) Hay un claro. Parece debía decir en la cifra «tres 
añoB». 

Ci'ónicas del Gran Capitán.— o 



presente no se podrá acabar con asiento de 
paz y que con la tregua se hace, habiéndonos 
tornado á demandar el Rey de Francia la tre- 
gua por tres años por el reino de Ñapóles y 
por todos los otros nuestros reynos y seño- 
ríos y por los suyos por mar y por tierra, y 
viendo las amonestaciones que SS. por su 
breve nos hace para la paz, y porque haya 
tiempo para entender en ella con más sosie- 
go, habernos otorgado la dicha tregua de tres 
años, parecíendonos que por todos respetos 
nos viene muy bien, é que es gran cosa que 
el Rey de Francia se aconorterá de no enten- 
der en cosa del dicho rearme por tiempo de 
tres años, que es el camino para mas ligera- 
mente acabarle de apartar del todo aquel 
pensamiento en este tiempo de la dicha tre- 
gua. E nos enviamos de aquí firmada la capi- 
tulación de la dicha tregua á mosen Gralla y 
á micer Agostin nuestros embaxadores, para 
que dándoles otra tal el Rey de Francia, fir- 
mada, jurada e sellada por él, le dé la nues- 
tra, é envíe al Duque don Gonzalo Hernán- 
dez la copia della firmada de sus nombres y 
nuestras letras que sobre ello le escrevímos 
para que haga pregonar la dicha tregua y la 
guarde e faga guardar; e el correo que lleva- 
rá aquello, llevará ésta para vos. Daréis or- 
den que no se tenga ay ni un momento sino 
que vaya al dicho Duque á la mayor diligen- 
cia que pudiere, al qual escrevímos lo que ha 
de facer en lo de la tregua e en lo de la arma- 
da de tierra e de la mar, é todo esto decimos 
para vuestro aviso. 

Diréis de nuestra parte á nuestro muy San- 
to Padre que de se haber fecho la elección 
de SS. en tanta concordia de todo el Colegio 
hovimos mucho plazer, e que según su pru- 
dencia e esperíencía e buen zelo, nos espera- 
mos que su Pontificado será para mucho ser- 
vicio de nuestro Señor e bien de la Iglesia y 
para remedio de lo pasado, é que para todo 
esto nos le ayudaremos quanto pudiéremos 
de muy buena voluntad; é que le tenemos en 
mucha gracia e besamos los santos píes e 
manos de SS. por el mucho amor e muy bue- 
na voluntad que tiene á nos é á nuestras 
cosas, é por haber otorgado con tanto amor 
todas las cosas que escrebístes que nos ha- 
bía otorgado, é que asi esperamos que lo 
hará en todo lo que nos tocare, é que nos se- 
remos siempre tan buenos y obedientes fijos 
de SS, e de la Iglesia que SS. no se arrepen- 



XXXIV 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



tira de lo que nos ficiere. Y mas le direys que 
recebimos el breve que nos escribió sobre 
las cosas de la paz é que hobimos mucho 
plazer de ver el mucho celo e fervor é deseo 
de paz con que SS. lo escribió, y las palabras 
del manifiestan bien que sobre todas las co- 
sas del mundo desea la paz de la Christian- 
dad; e porque como habemos dicho por la mar 
respondemos á esto y á todo mas largo y res- 
pondemos á los dichos breves de SS.no alar- 
gamos mas aquí en esta parte... (') E que 
crea SS. que para la paz nos vernemos á todo 
medio justo y razonable, porque ninguna cosa 
deseamos más que la paz é unión de los Re- 
yes é Príncipes christianos para la guerra de 
los infieles ó á lo menos estar nosotros libres 
para entender en la dicha guerra de los infie- 
les, é que nos tenemos en Francia nuestros 
Embaxadorcs para esto de la tregua e para 
que nos fagan saber los medios de paz que 
allí se platicaren, y que en faciéndonoslo sa- 
ber nuestros Embaxadores lo haremos saber 
á SS. para que en ello ayude e aproveche como 
buen pastor, e que en qualquiera paz que 
asentaremos comprehenderemos á SS. y á las 
cosas de la Iglesia, como es razón, y que la 
ayuda que SS. nos pide de alguna gente de la 
que tenemos en el reino de Ñapóles para re- 
cobrar para la Iglesia Imola, Forli y Sesena, 
que el Duque de Valentines tiene usurpado, 
que á nos place de gela dar de mucha buena 
voluntad, e que con este correo escribimos al 
Duque don Gonzalo Hernández que envié 
luego en ayuda de SS. para recobrar y resti- 
tuir á la Iglesia las dichas tierras y la ayuda 
que SS. nos demande para ello, e que asimis- 
mo el dicho Duque dé para ello todo el favor 
que necesario fuere, porque las cosas de SS. 
y de la Iglesia nos las avemos de mirar e am- 
parar sobre todas las otras del mundo é más 
que las propias nuestras. 

E á lo que escrevistes que el Papa quiere 
enviar para que se crie aquá en nuestro servi- 
cio el Perfeto su sobrino, decidle que nos ha- 
bremos mucho placer dello é le mandaremos 
tratar aquá como á su sobrino, é será bien que 
procuréis que luego lo envíe en alguno de los 
navios que se despedirán agora de nuestra 
armada de mar para venir aquá; é como de 
vos, podréis decir al Papa que porque sabéis 
que tenemos mucha voluntad de hacer por él, 

O Sigue encargándole participe á Su Santidad la tre- 
gua hecha con el Bey de Francia por tres aúos. 



si él quiere, vos procurareis que casemos 
aquá el dicho su sobrino con alguna que ten- 
ga debdo con nos; y para con vos, pensamos 
esta podía ser una nieta de don Enrique. 

Asi mismo decid á SS. que á nos place de 
confirmar al Perfeto todo su estado, é por la 
mar enviamos recaudo, é agora lo escribimos 
al dicho Duque don Gonzalo para que gelo 
confirme en nuestro nombre; pero porque 
Roca Guillerma está en nuestro poder por 
ser de tanta importancia como es é algunos 
pretenden derecho á ella, así como lo preten- 
de el Perfeto, decidle que de esto nos le da- 
remos compensa, y así lo escribimos al dicho 
Duque 

A lo que decís de los Cardenales de Borja 
y Sorrento que se fueron fuyendo á Ñapóles, 
nos escrevimos al Duque Don Gonzalo Her- 
nández que sepa del Papa si están allí con 
voluntad suya; que sí no están allí con su vo- 
luntad que no consienta que estén allí, é de- 
terminadamente escrevimos á vos, porque 
nos queremos que nuestros reinos sean para 
favorecer las cosas de SS. y no para lo con- 
trario. 

21. Los Reyes Católicos á su Embajador en 
Roma, D. Francisco de Rojas ('). (Medina 
del Campo, á 2 de Marzo de 1504). 

(Acusan el recibo de cartas del embajador y 
se refieren á la suya anterior de 3 de Febrero, 
cumpliendo en ésta lo que en aquélla le pro- 
metieron de escribirle más largo; que espe- 
ran cartas de sus embajadores en Francia so- 
bre la tregua de tres años, y añaden): 

Si los dichos nuestros Embaxadores vos 
obieren escrito ó escrevieren que la dicha 
tregua está asentada, en este caso faced lo 
que en la dicha cifra de tres de febrero deci- 
mos que fagáis habiendo treguas; pero si 
por ventura la dicha tregua no se asentase, 
en este caso negociad e procurad todo lo 
que vieredes que pueda aprovechar para que 
ganemos amigos, para que si el Rey de Fran- 
cia no quisiere venir á la paz e nos quisiere 
ofender, con el ayuda de Nuestro Señor po- 
damos mejor resistirle y ofenderle. 

El poder que demandáis para lo de la liga 
llevará otra caravela que irá luego tras ésta, 
que por no la detener va agora; mas porque 

(1) Del Eegistro de cifras. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXXV 



s¡ la dicha liga se oviese de hacer sea mucho 
más justa e honesta e santa, el fundamento 
della debe ser que nos juntemos e hagamos 
liga con su Santidad e con los Príncipes e po- 
tentados cristianos que con SS. e con nos se 
quisieren juntar para la guerra contra los in- 
fieles e para defensión de la christiandad e de 
los propios Estados, e que quede lugar para 
que, si quisiere, pueda entrar en ella el Rey de 
Francia e los otros Príncipes e potentados 
christianos que én ella quisieren entrar; e si 
vos sabéis que hay algunos Príncipes ó po- 
tentados que tengan voluntad de entrar en la 
dicha liga, bien será que desde luego, entre- 
tanto que va el dicho nuestro poder, comen- 
céis á negociar en ello. 

Pero porque para con vos nuestro princi- 
pal fin y deseo es la paz de Francia, como ve- 
réis por lo que por la otra nuestra responde- 
mos al breve del Papa, e porque con aquella 
paz esperamos que la habrá en toda la cris- 
tiandad, lo que hablaredes y negociaredes en 
lo de la liga sea de manera que aproveche 
para ella; no dañéis ni estorbe ni desvie la 
paz de Francia, antes sea de manera que si 
fuere posible aproveche para la dicha paz; y 
esto se entiende asentándose la dicha tre- 
gua, que si la tregua no se asentare, en tal 
caso creemos que para todo aprovechará 
apretar en lo de la liga, mas sea de manera 
que nunca cerreys el camino á la paz de 
Francia. 

Lo que escrevistes para que se viere si 
era bien que nuestra gente saliese del reino 
de Ñapóles con nombre de libertar á Italia, 
para que dello se siguiesen los efectos que 
dezis, pareciónos bien pensado, porque en los 
grandes negocios como este lo más prove- 
choso suele ser aprovecharse de la disposi- 
ción del tiempo; pero diremos aquí las causas 
porque al presente esto se debía sobreseer, 
porque visto lo uno y lo otro, nos escribáis 
sobre todo vuestro parecer. Y las dichas cau- 
sas son éstas: 

Primeramente, porque haciéndose aquello, 
no se pudiera hacer con Francia la tregua de 
los tres años, que la avemos por gran comien- 
do, por trabajar que el Rey de Francia se 
aparte de todas las cosas de Ñapóles; e si 
allá ficiéramos de fecho, fuera cerrar el cami- 
no á la tregua y á la paz con Francia. 

ítem, porque al presente no tenemos en 
Italia persona á quien pudiésemos encomen- 



dar la capitanía general de tan gran fecho 
sino es al Duque don Gonzalo Fernandez, é 
siendo él el todo en Ñapóles para la paz y 
para la guerra, quedaría desproveído aquel 
reino e no sin peligro, sí el dicho Duque sa- 
liese con nuestra gente á fazer otra empresa. 

ítem, que todo quedaría á peligro el dicho 
reino por ser rebeldes los más de los Baro- 
nes del, que viendo el reino sin gente podrían 
con solas sus personas hacer algar sus esta- 
dos y alterar gran parte del reyno, y estando 
fuera del nuestra gente, podría el armada de 
mar de los franceses ir á Ñapóles ó á otra 
parte del reino y hacer algar muchas cos- 
tas del. 

ítem, que para salir nuestra gente y exér- 
cito á tal empresa, había de ser teniendo 
abundancia de dinero para pagar la gente de 
mes á mes é copia de mantenimientos e ser 
la gente bien mandada y seguridad de plagas 
donde la gente se pudiese recoger segura- 
mente; é principalmente había de haber fun- 
damento para la dicha empresa, como seria 
juntarse con nos para ella los Principes e 
potentados e personas que se oviesen de 
restituir en su primero estado; y faltando 
todo esto al presente, no se podría esperar 
sino que nuestra gente de pura necesidad 
ficiese robos y fuerzas e otros males indebi- 
damente en tierras por donde pasaren, que 
en lugar de ganar amigos, ganásemos contra- 
rios. Y de tal manera podría esto suceder, 
que los Estados de Italia se juntasen con los 
franceses y que con esta contrariedad y con 
la falta de las costas susodichas, nuestra 
gente recibiese daño: el qual podría ser tal 
que ella se perdiese, lo que Dios no quiera; e 
perdiéndose aquella gente, el reino de Ñapó- 
les estaría en este mismo peligro. Y demás 
de todo esto se debe mirar que los venecia- 
nos han declarado públicamente que han de 
ayudar al Rey de Francia contra cualquiera 
para defender á Milán, y no sabemos si todo 
lo del reino de Ñapóles está reducido é asen- 
tado enteramente, lo qual ante todas cosas se 
debe hacer. Por todas estas razones nos pa- 
reció que al presente no debe salir nuestro 
exército del reino de Ñapóles, é no habiendo 
de salir, nos pareció que nos venia mucho 
bien de asentar la dicha tregua de los tres 
años, y si está asentada, está bien, é sí no, 
escrevidnos en todo vuestro parecer. 

El estado del Perfecto ya habernos escrito 



XXXVI 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



al Duque don Gonzalo Hernández que gelo 
confirme en nuestro nombre por virtud de 
nuestro poder que para ello tiene; e agora ge 
lo tornamos á escrebir, é nos así mismo gelo 
confirmaremos, dándole recompensa por lo de 
Roca Guillerma, como por la otra decimos, 

A lo que preguntáis que si el Príncipe de 
Bisinano e el conde de Mélito e otros baro- 
nes que vinieron ay, se quisieren concertar 
para servirnos, que qué haréis vos. Decimos 
que si la dicha tregua se asentase, consultéis 
con nos todo lo que toca á los dichos Baro- 
nes sin asentar cosa alguna con ellos; e si la 
tregua no se asentare, consultad con el Du- 
que don Gonzalo Hernández, e haced en ello 
lo que á él pareciere que más cumpla á nues- 
tro servicio... 

22. Capítulo de carta de los Reyes Católicos 
al embajador Rojas (Medina del Campo, 2 
de Marzo de 1504). 

Escrebistes que Bartolomé de Albyano tie- 
ne cargo de toda nuestra gente, así españo- 
les como alemanes, que fueron contra Luis 
darze, e estando bueno Gonzalo Hernández 
qualquier capitán que él pusiere es bueno; 
pero estando él doliente e en la disposición 
que dezis que ha estado, no querríamos que 
estuviese tanto poder en mano de un capitán 
aventurero italiano, é siendo él tanto de ve- 
necianos, porque podría ser que por su mano 
trabajasen los venecianos secretamente que 
se alargase la cura y podrían seguirse dello 
otros inconvenientes; pero esto sea secretí- 
simo é no lo sepa sino vos e Gonzalo Her- 
nández para lo proveer como más cumpla á 
nuestro servicio. 

Otrosí, porque no sabemos después que 
murió el Marqués del Basto á qué recaudo 
está Istia, solicitad á Gonzalo Hernández que 
provea en poner en ella el recabdo que con- 
viene para que esté segura. 

23. El Gran Capitán al embajador Rojas ('). 

(Ñapóles, 14 de Mayo de 1504). 

Señor: De Fernando de Baeza he entendido 
vuestro parecer, y sin errar podéis creer é 
afirmar que mi propósito en este caso nunca 
fue ni es sino por mayor bien del servicio de 

;<) Begistro de cifras. 



sus Altezas, que otro fin ni respeto hay en 
mí; é por ser la materia de tal calidad no me 
alargaré más de certificaros que yo trabajo 
de satisfaceros, y presto sereys mas larga- 
mente informado por persona propia que en- 
viaré á vos, Señor; é fasta aquella hora, que 
esto poco que agora escribo por reposo de 
vuestro pensamiento, se guarde como el caso 
requiere. Y aunque muchas cosas oyays, nin- 
guna os altere; é quanto á esto, no más. 

Escrevistesme, Señor, que no despidiese 
los alemanes. Deseo saber por qué. Porque 
si para esto hay causa, á otras cosas convie- 
ne proveer; y aunque en todas se hace lo po- 
sible, obrarse ha más si ser podrá. 

Al fray Cristoval he hallado en tantas ry- 
baldías e liviendades que os espantara saber- 
las. Estoy indeterminable sí lo enviaré á sus 
Altezas ó á vos, Señor, pues para ay venia. 
De lo que se hará os avisaré. 

24. El Gran Capitán al embajador Rojas ('). 
(Ñapóles. 17 de Mayo de 1504). 

Señor: Hoy viernes 17 de Mayo á XIII horas 
recebí vuestra letra fecha á los 15 con un 
breve de nuestro señor el Papa sobre el feu- 
do de Forlin, en el qual yo he entendido con 
toda instancia con el Duque (de Valentinois) 
para le atraer á que lo restituya libremente 
á SS.; é él no niega que la Roca está por él, 
pero no ha bastado ninguna obra para que 
de su consentimiento la conservase. 

E visto que por bien esto no se puede re- 
dimir, porque como, Señor, sabéis el manda- 
miento de sus Altezas que yo tengo es que 
sirva y ayude al Papa en todas cosas de la 
quietud de Italia é conservación del patrimo- 
nio de la Iglesia, é que sobre esto se pongan 
todas fuerzas, y he pensado y aun estoy quasi 
determinado, tomando á Dios y á la razón 
delante, de lo detener fasta tanto que libre- 
mente haya consínado la dicha Roca á su San- 
tidad, é enviarlo á sus Altezas para que allá 
determinen de lo que mas serán servidos. 

Deseo grandemente dos cosas: la una sa- 
ber en esto vuestro parecer, y la otra que la 
Santidad de nuestro Señor me hiciese un re- 
quirimiento en escritis que yo detuviese al 
Duque fasta le aver consínado la Roca de 
Forlin, por quanto él ha faltado (á) la capitu- 

(') Begistro de cifras. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXXVII 



lacíon, diciendo e afirmando por una parte no 
ser aquella Roca en su poder é por otra ver- 
se manifiestamente el contrario, porque con 
este requerimiento se pudiera tomar algún 
color, demostrando que se hace por la resti- 
tución de la Iglesia, como sus Altezas siempre 
lo han acostumbrado. 

E conviene que volando me respondays á 
esto, porque el Duque me da grandísima prie- 
sa por partirse á Pisa y Pomblin, donde dice 
que tiene trato cierto para lo tomar en lle- 
gando, e pídeme las galeas e gente e arti- 
llería; de lo qual yo no le he desconfiado, por 
que no tomase obra; é estamos que para el 
lunes primero que viene se quiere partir, e yo 
le entretengo diciendo que qué seguridad me 
dará para que no desirva á sus Altezas ni al 
Papa, y asy estamos en esta platica. 

Lo que se ha de hacer conviene que sea de 
aquí al dicho día lunes, que no se puede más 
alargar, y entretanto que viene vuestra res- 
puesta, si la oportunidad se ofreciere, no de- 
xaré con el ayuda de Dios de executar lo su- 
sodicho. Yo escribo al Papa una creencia en 
persona vuestra. Vos le referid á SS. lo que 
os parecerá de todas estas cosas más con- 
forme al servicio de Sus Altezas; é si acorda- 
redes de declararle mi propósito de tomar al 
Duque, á este efecto avisad á SS. que sea 
muy secreto, porque según he entendido, es- 
tos Cardenales tienen grande intrinsiquidad 
dentro de la Cámara de SS. e así son avisa- 
dos de todas cosas. 

25. Los Reyes Católicos á su Embajador en 
Roma (En la Mejorada, cabe Medina del 
Campo, á 20 de Mayo de 1504). 

A los XXX de Abril vos escrivimos con 
Juan de Yébenes, correo, y respondimos á 
todas vuestras cartas, e vos enviamos cartas 
nuestras para el Duque de Terranova e para 
Lorenzo Suarez. 

Después recebimos vuestras cartas de XXV 
e XXX de Abril y del primero del presente, 
por las quales vemos lo que el Cardenal de 
Santa Cruz ha fecho en lo de la ida del Duque 
de Valentines á Ñapóles e lo que agora hace 
y trabaja en la venida del Rey de Romanos á 
Apulla y de allí á Roma. 

De la ida del Duque á Ñapóles habemos 
habido mucho enojo por todos los respectos 
que decis, y porque como sabéis, siempre le 



aborrecimos por sus grandes maldades y no 
queremos en ninguna manera que tal hombre 
estoviese en nuestro servicio, aunque estu- 
viese cargado de fortalezas e gentes e dine- 
ros, quanto más agora que no le quedó sino 
la carga de culpas é infamias de sus obras, 
que aunque fuera servidor del Papa, por ser 
deservidor y enemigo de Dios no lo habría- 
mos de querer recibir, quanto más siéndolo 
de Dios, del Papa y nuestro. 

Del Cardenal de Santa Cruz no nos mara- 
villamos, porque mucho ha que conocemos la 
ambición que tiene al Papado y á nuestros 
negocios, e por eso le apartamos dellos; pero 
del Duque de Terranova estamos mucho ma- 
ravillados venir en hacer tal cosa. Nos escre- 
vimos al dicho Duque de Terranova agravián- 
dole cuanto es razón el guiaje que envió al 
Duque de Valentines e haberlo recebido e te- 
nerlo en aquel reino de Ñapóles, e todo lo 
otro que sobre ello- fizo, e mandárnosle que 
luego en recibiendo nuestras cartas que lieva 
este correo nos envié aquá al Duque de Va- 
lentines en dos galeras, de manera que no se 
pueda ir á otra parte, ó lo envíe al Rey de 
Romanos ó á Francia, para que se vaya á su 
mujer, e que esto ponga luego en obra sin di- 
lación, é que mire que no vaya á Venecia, ni 
á Florencia ni á Ferrara, que seria odioso al 
Papa por lo de Romanía. Decid al Papa quan- 
to enojo habemos habido de haber sido guia- 
do y recebido Valentines en Ñapóles, e cómo 
enviamos á mandar al Duque de Terranova 
que no lo tenga más en aquel reino de Ñapó- 
les ni dé lugar que vaya á parte donde SS. pue- 
da recebir enojo del. Pero esto no lo digáis 
al Papa ni se publique fasta que se ponga en 
obra, porque si antes lo supiese Valentines 
podría irse sin voluntad de Gonzalo á do no 
quisiésemos y hacer otro desconcierto; y en 
tanto podréis decir al Papa el mucho enojo 
que habemos habido de esto de Valentines é 
cómo nos lo proveemos como cumple. 

Al dicho Cardenal escrivimos maravillándo- 
nos mucho de lo que ha fecho en esto de Va- 
lentines, e que no fable ni entienda en ningún 
negocio nuestro sin que nos gelo escrivamos 
ó vos gelo rogueis de nuestra parte. 

Así mismo escrevimos á Gonzalo que sí no 
es ido de ahí Fernando de Bae^a ó otro qual- 
quiera mensajero suyo, le envíe luego á man- 
dar que se vaya para él e que de aquí ade- 
lante no envié mensajeros ni negocios núes- 



XXXVIII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



tros de aquel reino de Ñapóles á Roma sino 
enderezados y remitidos á vos ó á qualquiera 
otro nuestro Embaxador que residiere en 
Roma y no al dicho Cardenal (de Santa Cruz) 
ni á otra persona alguna, diziendole cómo ha 
mucho que apartamos de nuestros negocios 
al dicho Cardenal é que no queremos que en- 
tienda en ellos, é que él rio envié suplicacio- 
nes ni procure provisiones de iglesias ni de 
otros patronadgos nuestros de aquel reino, 
sino que cuando vacaren nos lo faga saber, é 
no dé la posesión sino proveyéndose á nues- 
tra suplicación, e que asimismo vos faga sa- 
ber las tales vacaciones para que procuréis 
que el Papa no las provea fasta que vayan 
nuestras suplicaciones. 

También escrevimos al Duque de Terrano- 
va agraviándole lo que Santa Cruz procura 
de la venida en Apulla del Rey de Romanos, é 
diciendole que no solamente no lo procure, mas 
que en todo caso lo desvie e estorue, é así 
lo haced vos, porque traerla muchos y mucho 
grandes inconvenientes e estorvaria la nego- 
ciación que tenemos con el dicho Rey de Roma- 
nos; pero esto sea de manera que no lo pueda 
sentir ni resabiarse de ello el Rey de Romanos; 
y como quiera que creemos que habrá poco que 
fazer en estorbar la venida del dicho Rey de 
Romanos en Apulla, porque así como se pone 
ligeramente en las cosas, ligeramente las dexa; 
pero porque nos mandamos á Gonzalo que re- 
tenga mil peones alemanes escogidos, porque 
son gente bien mandada y provechosa, y en 
caso que el Rey de Romanos viniese á Apulla 
seria inconveniente tener nos allí gente alema- 
na, vos enviamos aquí una carta nuestra en 
claro para el dicho Duque de Terranova con la 
data en blanco, en que le mandamos que des- 
pida luego los alemanes, para que la tengáis 
vos guardada, é sí viniese el dicho caso gela 
enviéis para que los despida con tiempo, pero 
de otra manera no gela enviéis. Tanlbien es- 
crevimos al dicho Gonzalo que de más de los 
dichos mil peones alemanes, retenga otros 
mil peones españoles escogidos, ó más si vie- 
re que más son menester, y que despida todos 
los otros, é que nos envíe aquá dos mil peo- 
nes españoles de los que tiene en aquel reino 
armados y ordenados á la guiga é que sean 
de los más reboltosos que allá hay; y creemos 
que con esto la gente que aUí quedare será 
bien pagada y se remediarán los malos trata- 
mientos que facen á los pueblos. En el reme- 



dio de lo qual e en que haya justicia y buena 
gobernación en aquel reino, encargamos mu- 
cho al dicho Duque que entienda con mucha 
diligencia; porque ciertamente nos pesa mu- 
cho de oír decir las cosas que los nuestros 
hacen para que los aborrezcan en aquel rei- 
no; y aunque agora escrcbimos sobre ello lo 
que nos parece que conviene, no dexaremos 
de facer para ello todas las otras provisiones 
que nos parecerán ser necesarias e conve- 
nientes para el remedio dello. 

26. Capitulo de carta de los Reyes Católicos 
al embajador Rojas (Medina del Campo, 30 
de Abril de 1504). 

A Gonzalo Fernandez escrebimos que no 
envíe mensajeros á Roma con nuestros nego- 
cios de aquel reino al Papa ni á otrie sino á 
vos, y que los negociéis vos en nuestro nom- 
bre como los otros negocios nuestros; é que 
no dé lugar que se provea iglesia ninguna, 
ni patronadgo de los de aquel reino, sino con 
nuestra suplicación, pues los Reyes pasados 
están en posesión, e es razón que se nos 
guarde á nos como á ellos; e que nos faga 
saber de las iglesias y patronadgos que vaca- 
ren en aquel reino para que supliquemos por 
las personas que ovieren de ser proveídas y 
no dé las posesiones de otra manera. E esto 
mismo procurad vos que se guarde, é escre- 
vid cómo lo face de aquí adelante el dicho 
Gonzalo Fernandez. 



27. El Gran Capitán á los Reyes Católicos, 
presentando su dimisión del alto cargo que 
ejerce en Italia, y las causas en que la fun- 
da C) (1504). 

Muy poderosos señores: Bien creo V. AA. 
se acordarán cuánto ha que me ficíeron mer- 
ced en quererse servir de mí en este miste- 
rio (^) de las armas; en lo que por la merced 
de Dios, yo me he trabajado de serviros con- 
tra moros e christianos, como lo he podido 
en un tan largo tiempo, que aunque se vivie- 
se descansado pocas saludes lo pasan sin re- 
cebir encuentro, quanto más juntándose al- 
gunos días y noches de poco sosiego, con 



(*) Copia del tiempo. 
(-) Sic, por ministerio. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XXXIX 



que las carnes y huesos no pueden escusarse 
de facer asiento, que aun las fábricas perpe- 
tuas lo facen. Por estas causas en mi dispo- 
sición yo no siento aquella integridad que 
soiia; porque certifico á V. AA. desta enfer- 
medad, yo quedo con mala dispusicion de es- 
tómago y cabeza, que pocos dias pasan que 
no la siento, y en la vista y en el oir tanta 
diminución que justamente yo no me puedo 
tener por hombre entero. Y considerado que 
quien este cargo ha de tener, ha de tener 
sentidos doblados y ha menester entera sa- 
lud, é que V. A A. no serian muy servidos 
que yo aquí perdiese el resto, é que no soy 
perpetuo, y que la más de la vida por razón 
me es ya pasada, é quán poca della se ha 
gozado en la compañía que Dios me dio, é 
perdido algún fruto que nos pudiera dar, y 
que me dio fija, que es cosa que tanto re- 
quiere remedio, é ya á alguna dellas le con- 
vernia, é por mi absencia esto tiene más pe- 
ligro que esperanza, é otras muchas causas 
que yo creo que V. AA. conocen: yo he deli- 
berado suplicar á Vuestras Magestades, e sus 
Reales manos beso por ello, me quieran dar 
licencia para volverme á servirles en España 
en su Real presencia, pues aquá, bendicho 
sea Dios é su Madre, no tienen necesidad de 
aquello en que yo sabria servir; y por esto é 
todo lo otro tienen tantos que mejor que yo 
satisfagan á lo que V. AA. aqui deben pro- 
veer. Tengan V. AA. por cierto que desenfo- 
gado este reino de los daños de la guerra e 
disminuyéndose este número de soldados, 
V. AA. lo mandarán y sosternan con un palo 
que aqui pongan, con tan poca fatiga como á 
^e9ilia. E pues el servicio de V. AA. se satis- 
face con facerme merced á mí, sus Reales 
manos beso me quieran otorgar esta licencia, 
y se quieran servir de mí algund tiempo en 
presencia. También les suplico por complir 
con este nombre que por merced suya más 
que por mis méritos me quisieron poner, si 
desta gran merced que en este reyno me han 
fecho, tirando desta el todo ó la parte que 
Vuestras Magestades querrán, y facerme 
merced en esos sus reinos de algún asiento 
propio, en que justamente pudiese con mi 
casa vivir, ó de la Orden,' como á V. AA. 
pluguiere, lo recibiría á grandísima merced. 
No pudiéndose, yo me remito é contento de 
lo que V. AA. serán más servidos. La licencia 
una y otra vez vuelvo á suplicar á vuestras 



Magestades me la concedan; porque no ha- 
ciéndolo, creo que se podrán servir poco 
tiempo de mi persona, é quedarían con gran 
cargo de mí alma. — Sus Reales píes y manos 
beso.— Brevemente me manden á esto res- 
ponder y con efecto. — Nuestro Señor la 
vida y reales personas y estado de V. AA. 
guarde y acreciente, como vuestras Mages- 
tades desean. — De Ñapóles á XX de Julio de 
Dllll años.— Go/7f a/o Fernandez. 

28. El Gran Capitán á los Reyes Católicos 
congratulándose por la mejoría de la Rei- 
na (') (1504). 

Muy altos, muy cathólícos e muy podero- 
sos Príncipes, Rey é Reyna é señores: A qua- 
tro de Setiembre recebí dos letras de vues- 
tras altezas fechas en Medina, á XIII de 
Agosto, por donde sentí la enfermedad de 
V. A. con todos los sentidos y fuerzas; e doy 
ynfínitas gracias á Dios, gloria sea á él e á 
su gloriosa Madre, e infinitamente le rengra- 
9Í0 por la salud que ha dado á vuestras ma- 
gestades. Plégale, por qual él es y en su pie- 
dad, dar á V. A. tanta salud y buena vida 
con entero contentamiento, quanto vuestras 
magestades desean y vuestros siervos lo ha- 
bemos menester. Plega á nuestro Señor que 
yo ni mis hijos, de V, A. nunca veamos pesar, 
y nuestros dias se acrecienten en vuestras 
reales vidas, aunque en su merced á todos la 
puede dar. Torno á regraciar á Dios porque 
antes supe la sanidad que la dolencia: é así 
ha acaecido á todos acá; de que ha seido tan 
general y grande el plazer, que no bastaria 
lengua ni pluma á encarecerlo. Porque hu- 
milmente suplico á V. A. que con mensageros 
antes me mande avisar de su bienestar. Or- 
dene Dios por su pasión y su sagrada madre 
que siempre sea (^)... V. A. desean con acre- 
centamiento de mas reinos y señoríos e con- 
quista e Vitoria de sus contraríos de qual- 
quier ley que sean. De Ñapóles á lili de Se- 
tiembre de 1504 (^). De V. A. muy humil sier- 
vo, que sus reales pies y manos besa, Gonzalo 
Fernandez, duque de Terranova. 



f») Colee. Salazar, A-11. 

(-) Hay un trozo pequeño, como de una palabra, roto 
en el original. 

(3j Lo que sigue de mano de Gonzalo de Córdoba. En 
el sobrescrito: «A los muy altos, muy católicos e muy 
poderosos Principes e Señores el Key e la Reina de Es- 
paña e de (Jecilia, etc». 



XL 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



29. El Gran Capitán d Miguel Pérez de Alma- 
zán, Secretario del Rey y de la Reina, y del 
su Consejo (1504). 

Muy magnífico Señor: Por lo que á sus al- 
tezas se escribe, veréis lo que se ofrece; y 
ésta solo es para acordaros que me mandéis, 
y suplicaros que (en cifra lo entrecomado) 
«en esta licencia porque suplico á Sus Alte- 
zas e con tantas causas, pues tanto me va en 
ella, trabajéis que me la concedan», pues no 
menos á su servicio conviene que las otras 
cosas que allá os parece que les cumple; e 
pues vuestro «banco no está sano en esta 
causa, suplicóos que no queráis negarme (') 
esta que el mió rompa». Mañana espero aquí 
al embaxador Don Francisco (-) por mar, y al 
señor dotor Pedrosa por tierra: que no he 
visto exército que tanto me satisfaga ni me 
descanse grand tiempo ha. E porque es la 
mayor merced que puedo recibir, aver presto 
respuesta, os suplico quanto puedo me res- 
pondáis como es mi esperanza. Nustro Señor 
vuestra muy magnífica persona y estado guar- 
de y acreciente, como, señor, deseáis. De 
Ñapóles á VIII de Setiembre de 15G4 Q). A 
vuestro servicio, Gonzalo Fernandez, duque 
de Terranova (*). 

30. El Gran Capitán á los Reyes Católicos, 
recomendándoles al Barón de Proxita (Ña- 
póles, 19 de Noviembre de 1504). 

Muy altos é muy poderosos e catholicos 
Príncipes, Rey é Reyna nuestros Señores: En 
la contratación que se hizo con el Marqués 
del Guasto, que Dios haya, para concertarlo 
á vuestro servicio con Iscla, él pidió á Proxi- 
ta; e por cuanto importaba concluir la nego- 
ciación que en aquello consentía, yo gela 
concedí á vuestro Real beneplácito; porque á 
la hora Ñapóles con todo lo otro desta parte 
se tenia por el Rey de Francia. E cuando las 
Reales banderas de V. A. entraron en esta 
cibdad de Ñapóles, yo requerí á Proxita é se 
me entregó sin ninguna resistencia, y la en- 
tregué al Marqués en observancia de lo capi- 
tulado. Y es verdad que el barón me requirió 



(*) Hay una palabra en esta frase que no se ha podido 
descifrar con exactitud; acaso haya algún signo equivo- 
cado. 

(-; De Rojas, embajador en Eoma. 

(3) De mano de Gonzalo lo que sigue. 

(-*) Acad. Hist., Col. Salazar, A-11. 



á mí quel quería ser buen vasallo y servidor 
de V. A., no desposeyéndole; é como esto no 
pudo ser por complir con el Marqués, él se 
fué á Roma, porque era pariente del Papa 
Alexandre, á procurar su favor; con el cual 
V. M. le recibiesen por su servidor restitu- 
yéndole. Y esto á mí me consta porquel Papa 
muchos breves me_ escribió en recomenda- 
ción suya, é el Cardenal de Santa Cruz mu- 
cho lo procuró. E como yo no pude venir á 
menos al Marqués, la plática se disipó. Y en 
este medio vino al socorro de franceses á 
Gaeta, con el cual este Barón de Proxita se 
juntó y estuvo con ellos hasta que Gaeta se 
tomó por V. A. E entonces se delibró de ser 
vasallo é buen servidor de V. M.; é así por 
ser él muy honrada persona, como por ruego 
de otros muchos varones é personas princi- 
pales de su linage, que han muy bien servido 
á V. A., é habiéndolo él sido siempre é todos 
los de su casa servidores del Rey Don Alon- 
so, é de todos los otros Reyes de vuestro li- 
naje, é no habiendo fecho otro error, sino se- 
guido como buen caballero aquella parte en 
que cupo; é siendo cierto 'que en su casa se 
recibía mayor placer de vuestra victoria que 
pesar de sus pérdidas, yo ove por bien que 
tornase á repatriar en Ñapóles; porque V. M. 
serán más servidos quanto menos deservido- 
res desta calidad tovieren. E así ha estado 
en Ñapóles con toda lealtad, avisando y en- 
deresgando lo que á vuestro servicio convie- 
ne con toda su posibilidad. 

E entendiendo yo que cuando el Marqués 
murió, haciéndosele grand cargo de concien- 
cia de tener á Proxita, é á su confesor, é ha- 
ciendo el testamento, delibró de restituilla; y 
consta á muchos questa era su delibrada vo- 
luntad, sino que un doctor que no quiere bien 
á este varón, por cuyo acuerdo el Marqués 
hacia el testamento, puso, contra lo quel Mar- 
qués determinaba, que se viese de justicia si 
la debía restituir. Por la cual cláusula los tes- 
tamentarios del Marqués se retienen en la 
restitución; é conosciendo que haciendo desto 
el Marqués conciencia, V. A. no están fuera de 
cargo, pues que por su mano éste ha seido 
desposeído, y teniendo muger y muchas hijas 
de grand condición é bondad, viendo que pa- 
descian grandísima y vergonzosa necesidad, 
por descargo de vuestra Real conciencia y 
satisfacción universal de todos los buenos 
desta ciudad, que lo han recibido en grand 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XLI 



merced de V. M., yo le di para sustentamen- 
to dos terrecholas del estado del Príncipe de 
Vesiñano de poca renta, que con fatiga se 
sostienen, á beneplático de V. A., hasta que 
le remedien ó manden lo que sea su descar- 
go. Y el barón por más confirmarse en vues- 
tro servidor y dar razón de sí, va á besar las 
manos á V. M. 

Humilmente les suplico lo manden bien res- 
cibir é haber recomendado, porque es hom- 
bre para bien servir é nunca deservió. No 
tiene otro cargo sino como buen caballero 
sirvió aquella parte en que se halló sin per- 
juicio de vuestro servicio, al qual se reduzió 
cuando pudo. E la merced que desto V. A. le 
harán, será grata á muchos de vuestros ser- 
vidores deste su reino. De Ñapóles á XIX de 
Noviembre de DllII. De V. A. muy humil sier- 
vo, que sus Reales pies y manos besa, Gon- 
zalo Hernández, duque de Terranova. 

31. Párrafo de carta de D. Francisco de Ro- 
jas, Embajador en Roma, al Rey Católico, 
referente al Gran Capitán {Roma, 20 de 
Marzo de 1505). 

Segund la manera que Gonzalo Fernandez 
tiene ó quiere tener, es cierto que no se pro- 
veerá aquí de iglesia ni beneficio á ninguno 
de los que V. A. me ha mandado ni mandare; 
porque quando vaca alguna iglesia ó abadía, 
luego él si me escribe á mí es diciéndome que 
porque vaca tal iglesia y él la quiere para 
persona que ha seruido muy bien, que me 
ruega de su parte yo suplique al Papa por 
ella, etc.; y como V. A. me tiene mandado lo 
que haya de fazer en esto de las vacantes y 
da ya la ley de la qual assimismo V. M. ha 
escrito á Gonzalo Fernandez, y yo gelo he 
escrito muchas veces, y no obstante aquello 
él quiere proveerlo, y así lo escribe al Papa 
que me escribe á mí para que de su parte 
suplique á S. S. que provea de tal iglesia, con 
que quiebra y rompe toda la ley que Vuestra 
Alteza me tiene mandada, no sé qué me fazer, 
sino por no romper con él, obedecerle y pos- 
poner algo ó todo lo que V. M. me manda; y 
aunque lo quiera obrar, no aprovecha, por- 
que él no lo quiere obedecer, 

Y demás desto todas las más veces, lo es- 
cribe á otros y envía aquí sus negociadores y 
cartas al Papa, sin que aproveche para esto 
lo que V. A. le ha escrito y mandado. Y agora 



es venido y está aquí aquel Tomas Regulano» 
que es arzobispo de Malfa, al qual ha enviado 
aquí Gonzalo Fernandez al Papa con negocios 
de V. A. para que esté aquí estante, y que 
los negocie en su nombre, etc., y enderezado 
al Cardenal de Santa Cruz. Todo lo cual es 
muy perjudicial al servicio y honra de V. A. y 
á su autoridad, y al bien y pro de sus nego- 
cios; y por lo mucho que importa á su servi- 
cio, viendo que cada día crece más su soltura 
en todo lo de aquí, que lo de Ñapóles yo no 
lo veo, y me pesa mucho de oírlo, me ha pa- 
recido deber escribirlo, y que no faria lo que 
debo al servicio de V. A. si lo callase. Supli- 
cóle muy humilmente que aquesto no se par- 
ticipe sino á solo V. A. y que con su mucha 
prudencia mande ver y proveer lo que más 
su servicio sea, teniendo por muy cierto V. A. 
que es muy necesario proveer muy bien y 
presto en todo. 

Espero en nuestro Señor que me llegará 
presto la licencia de V. M. para partirme en 
fin deste mes ó en comienzo de Abril para 
poder ay de gran importancia», pro- 
veyendo el cargo de Lugarteniente general 
del reino de Ñapóles en su hijo natural don 
Alonso de Aragón, Arzobispo de Zaragoza; 
no llegándose á efectuar este deseo del Rey 
por el peligroso estado de Italia y haberse, 
al fm, concertado el Rey con D. Felipe. Por 
más que la instrucción secreta que éste dio á 
su agente cerca del Gran Capitán, llamado 
Juan de Hesdin, para exponerle las quejas 
que del Rey su suegro tenía, hablando del 
matrimonio de éste con doña Germana, lo ca- 
lifica de vituperable (')• 

La tardanza del Gran Capitán en venir á 
España, después de llamado por el Rey Cató- 
lico, tenía á éste por todo extremo receloso 
y alarmado, habiendo sido su constante de- 
seo tenerle á su lado en la ceremonia de su 
casamiento con doña Germana y en el acto 
de recibir á D. Felipe. 

Excusaba Gonzalo su tardanza «con la so- 
bra de mal tiempo, falta de dinero y afán de 
dejarlo todo proveído». La causa probable 
era no querer intervenir en estas discordias 
entre suegro y yerno, y esperar á que se ajus- 
tasen ó rompiesen abiertamente, en cuya ac- 
titud expectante se hallaba también toda Ita- 
lia. Por su parte D. FeUpe no dejaba de im- 
portunar al Gran Gonzalo para que perma- 
neciese en Ñapóles hasta tanto que él fuese 
jurado Rey de Castilla. 

39. Capítulo de carta del Rey Católico á su 
Embajador en Roma D. Francisco de Rojas 
(Valladolid, 14 de Abril de 1506). 

Lo que escribistes del Duque de Terranova 
vos agradezco y tengo en servicio; como de- 
cís, no puedo creer del tal cosa, pero no de- 
xeis de escribirme de contino lo que más su- 
piéredes, é qué es la causa porque creys que 

(1) Vitupereulx. Negotiations diplomatiques entre la 
France et l'Autriche, publiées por Mr. Le Glay. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XLV 



se detiene, que todo se guardará en secreto; 
é si luego no viene, yo proveeré en ello de 
manera que habréis placer 

40. El Rey Católico á su Embajador en Ro- 
ma (') (Valladolid, 24 de Abril de 1506). 

En gran manera esto maravillado de tan 
larga tardanza del Duque de Terranova; é no 
venir él y los oficiales que mandé que viniesen 
con él faze muy grande daño en estos nego- 
cios de la restitución de los Barones y princi- 
palmente para el asiento de aquel reino é para 
bien é provecho de los que han servido: que 
estas dos cosas es imposible facerlas tan bien 
como convernia sin su venida dellos. Querría 
saber si es verdad si el Duque de Terranova 
se ha detenido y detiene por no haber fe- 
cho tiempo para venir como él dice, lo qual 
me parece imposible en tantos meses, ó si es 
otra la causa de su tardanza, que ya agora no 
puede ser mejor el tiempo ni mas seguro en 
la mar para venir. Y si por aventura conocéis 
que se detiene por otro fin, como quier que 
tan grande maldad no la podría yo creer del 
dicho Duque si no la viese; pero en tal caso 
escribidme por menudo qué provisión vos pa- 
rece que debo facer para el remedio dello, 
porque si aquello fuese verdad, todo castigo 
merecería; é envíadle luego mis letras que 
aquí van para él. 

41. Capitulo de carta del Rey Católico á Rojas 
sobre la desconfianza que le inspira la con- 
ducta del Gran Capitán. (Matilla, 9 de Junio 
de 1506). 

El Duque de Terranova veo que no viene, 
é agora no tiene escusa de tiempos ni de ne- 
gocios que le impidan la venida; y si quando 
esta recibiéredes no fuere partido para aquá, 
de creer es que no verná; y si no viniere, cla- 
ra estará su ruindad, la qual yo fasta agora 
nunqua he podido creer del. Querría que me 
díxésedes en caso que no viniendo él, yo pro- 
vea en lo de allí, si sentís de qué face funda- 
mento, de qué manera, con cuya ayuda en- 
tiende remediarse; é esto no lo participéis 
con nadie, porque como he dicho, aun no pue- 
do acabar de creer que faga ruindad. 

(<) Registro de cifras de S. A. 



42. Capitulo de carta del Rey Católico á Rojas 
sobre tener resuelta su ida á Ñapóles (Tor- 
desillas, /.» de Julio de 1506). 

Yo acuerdo de me ir luego á Ñapóles e 
desde allí con lo de mis reinos trabajaré de 
servir á nuestro Señor en la empresa contra 
los infieles. Mi ida será luego este verano 
plaziendo á nuestro Señor. No lo digáis á na- 
die, porque nadie lo sabe, ni quiero que lo 
sepan fasta que me vean allá, e quando sea 
tiempo que publiquéis mi ida á Ñapóles, yo 
vos lo escrebiré. 

43. Capitulo de carta del Rey Católico á su 
Embajador en Roma acerca del intento de 
apoderarse el Gran Capitán de Ischia (Za- 
ragoza, 23 de Julio de 1506). 

Por vuestras cartas de nueve de Julio es- 
crevístes lo que de Istia vos envió á decir la 
Duquesa de Francavila sobre el recelo que 
tiene que Gonzalo Hernández se quiere apo- 
derar de Istia. Escrevídle luego secretamente 
con persona fiel e llévelo en creencia, que si 
Gonzalo Hernández quisiere pasar á Istia 
para apoderarse della ó quisiere enviar quien 
se apodere della, que con alguna buena color 
dilate é desvie su pasada; y que en fin ella 
tenga á muy buen recabdo la fortaleza de 
Istia é no consienta que Gonzalo Hernández 
ni otra persona se apodere en ella, porque me 
pueda dar della muy buena cuenta como es 
obHgada. E esto proveedlo luego secreta- 
mente, como he dicho, de manera que no se 
sienta. 

Mi ida á Ñapóles ya vos la he escrito. Yo 
espero de me embarcar para allá en Barcelo- 
na en mi armada, un dia después de Nuestra 
Señora de Agosto, é iré costa á costa en las 
galeras. 

44. Capitulo de carta del Rey Católico, á su 
Embajador en Roma (Barcelona, 30 de 
Agosto de 1506). 

El casamiento que decis (') me ha pare- 
cido grave facerse sin mi sabiduría e con- 



{*) El casamiento de la hija del Gran Capitán con el 
hijo de Fabricio Colona. (Véase el número 73 de estos 
documentos.) 



XLVI 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



sentimiento, y no ganarán por lo haber fe- 
cho así. 

45. Relación de la entrada del Rey Católico en 
Ñapóles, tomada de la Crónica del renom- 
brado Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo 
de los Reyes Católicos (1° de Noviembre de 
1506) ('). 

Fueron á recibir á S. A. áCastilnuovo vein- 
te y dos galeras muy bien ataviadas, en que 
fueron más de dos mil hombres vestidos de 
seda y brocado, los más con cadena de oro al 
cuello y con mucha pedrería. Y entró S. A. en 
su galera con una ropa de brocado aforrada 
en martas con mucha pedrería, en el bonete 
un joyel que le dio el Gran Capitán Gonzalo 
Hernandes, que fue de los Reyes de aquel 
reino, que le habia costado veinte mil duca- 
dos; y la Reina salió vestida á la francesa, 
con un brial de oro bordado, tirado y chapa- 
do con mucha pedrería. Y cuando vinieron á 
vista de Ñapóles las galeras dispararon el 
artillería, y Castilnuovo les respondió con la 
suya, que fue cosa de ver, y sus Alteras des- 
embarcaron en una puente artificial, donde el 
Gran Capitán tomó á la Reina de bra^o has- 
ta ponella debaxo de un arco triunfal que en- 
traba gran pieza en el mar, que habia cos- 
tado doce mil ducados y la puente quatro, 
donde habia gran música de cantores, que 
cantaron Te, Deum, laudamus. Y allí juró el 
Rey las libertades del Reino, y comió aquel 
día (allí) y la ciudad de Ñapóles le hizo pre- 
sente de todas las cosas de comer y de mu- 
chas frescuras y gentilegas que ellos pudie- 
ron haber, y de doce mil ducados de renta en 
el aduana de la dicha ciudad, y de trecientos 
mil ducados en dinero; y á este respecto de- 
cían que estaba todo aquel reino y el de Si- 
gilia determinados de servirle. Y S. A. mandó 
á llamar á Próspero. Colona y al Duque de 
Términi, y tomando el estandarte Real en su 
mano, lo dio á Fabricio Colona, haciéndole 
su Alférez mayor del reino; y mandó al Prós- 
pero Colona tomase á la mano derecha al 
Gran Capitán, y S. A. cabalgando en su ca- 
ballo muy bien aderegado, fue metido de baxo 
de un palio muy rico, que llevaban los Elec- 



(1) El Eey Católico, navegando hacia Italia, entró en 
el puerto de Genova el l.o de Octubre de 1506; desem- 
barcó en Oaeta el 19 del mismo mes, é hizo su solemne 
entrada en Ñapóles el l.o de Noviembre. 



tores de Ñapóles, y el estandarte iba delan- 
te con los Reyes de armas, y luego el Gran 
Capitán y el Próspero Colona, y luego la guar- 
dia de los alabarderos y los Embaxadores 
del Papa y del Rey de Francia y de los Ve- 
necianos y Florentinos y de las otras poten- 
cias de Italia, las quales habían traido á S. A. 
grandes presentes; y luego tras de ellos los 
principales del Reino y Grandes y Ricoshom- 
bres, y el Duque de Términi y los Cardenales 
de Borgia y Trento. 

Y así fueron por la ciudad con muchas ma- 
neras de músicas hasta llegar á la iglesia 
mayor, donde salieron en procesión muy so- 
lemne todos quantos frailes habia en la ciu- 
dad y clérigos; y allí se apearon el Próspe- 
ro y el Conde de Melfa, y llevaron de rienda 
al Rey y á la Reina hasta en casa del Du- 
que de Términi, á donde todas las honradas 
dueñas del pueblo le hicieron un muy so- 
lemne recibimiento, debaxo de un arco triun- 
fal muy rico que allí habia hecho. Iban en 
el recibimiento muchos géneros de música, 
como trompetas y atabales, sacabuches y 
cherimias, dulzainas y otros instrumentos de 
música. 

Llevaba el Gran Capitán una ropa carmesí 
abierta por los lados, aforrada en rico broca- 
do, y el sayo de oro amarillo, y un collar de 
oro y perlas muy rico, y colgando del un jo- 
yel muy maravilloso. Sus alabarderos vestí- 
dos de sedas de sus colores. El Próspero Co- 
lona y Fabricio y el Duque de Términi iban 
vestidos de ropas rozagantes de brocado afo- 
rrado en damasco plateado. 

Y como fuese de noche antes de llegar á 
Palacio, se encendieron hachas, que pareció 
en la mitad del día, y solo el Gran Capitán 
sacó treinta pajes de librea con hachas. Y 
entrando el Rey por Palacio fue recebido de 
la Reina, su hermana, y de la Reina, su sobri- 
na, y de la Reina de Hungría, hija del Rey Don 
Fernando, su primo, mujer que habia sido del 
buen rey Matías de Hungría; y el Rey las 
abragó á todas con mucho amor; las quales 
estaban acompañadas de muchas damas y 
hijasdalgo vestidas de oro y brocado y de 
mucha pedrería; donde se mostró bien la 
grandeza de la ciudad de Ñapóles; y S. A. es- 
tuvo hartos días, que todo el tiempo se le 
fue en fiestas y regocijos, hasta que pasado 
esto comengó á entender en los negocios del 
reino. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XLVII 



46. Fragmento de carta del Arzobispo de Se- 
villa al Rey Católico, felicitándole por su 
regreso á España, donde tanta falta hace, y 
preguntándole por el Gran Capitán (Sevilla, 
21 de Enero de 1507) ('). 

En la venida de v. al. deue mandar dar toda 
la priesa que ser pueda, porque agora todas 
las gentes y ciudades desean á v. al. como á 
quien los ha de redemir, y su entrada en es- 
tos reynos serya agora tan llana y pacifica 
que no habria contraste, porque allende que 
la mayor parte aman á v. al., sienten todas 
generalmente la falta de gouernacion y de 
justicia; y con la dilación ya sabe v. al. que 
pueden acaecer casos y cosas por do se mu- 
den corazones y para las faltas y daños se 
busquen remedios, de manera que no sien- 
tan tanto la necesidat; y otras muchas co- 
sas pueden acaeger que agora no se piensan 
como á fortaleza cercada, que aunque esté 
bastecida de todas las cosas, el que puede, 
luego á tercero dia la querría socorrer. Las 
cosas dése reyno ya v. al. las avrá puesto en 
orden, y de acá se han de conservar mejor 
que de allá, como v. al. sabe. Bien creo que 
terna allá mucho trabajo y fatiga en poner 
en orden las cosas dése reyno, según su 
desorden, mas como en tiempo del rey Fer- 
nando estuuo en tan gran concierto como di- 
cen, prestamente será reformado. Suplico á 
v. al. me mande escrevir qué tal ha hallado 
á Gonzalo Hernández, duque de Terranova, 
que deseo mucho lo haya hallado bueno y 
leal servidor... 

47. El Rey Católico á Su Santidad, Reyes 
cristianos y señorías en favor del Gran Ca- 
pitán (1507). 

Sanctissimo ac beatissimo Domino Sanctae 
Romanee Eclessiae Pontifici Máximo... Sere- 
nissimis item et excellentissimis quibuscum- 
que Regibus, Regumque primogenitis, fratri- 
bus consanguineis et amicis nostris charissi- 
mis: Ferdinandus, Dei gratia Rex Aragonum, 
Siciliae citra et ultra farum... Magni et grati 
animi offitium est, accepta obsequia perpetuo 
meminisse, ac illa non oculté aut dissimulan- 

(1) Ológrafa. 



ter habere; sed ómnibus magna cum laude 
testari, sane cum Illustri et magnánimo viro 
Gundisalvo Fernandez de Corduba duci Suae- 
sse ac Terrenovae, nostro generali Capita- 
neo, máxime debeamus ob res tantas, ob eo 
optime gestas, ut hoc nostrum regnum Sici- 
liae citra farum, strenua sui corporis et ani- 
mi virtute, acrimarte ac suo singular! con- 
silio, magnanimitate et constantia, sub Co- 
rona nostra, cuius antiquum patrimonium 
erat, in exercitu nostro restituerit, in illo quo- 
que Regendo aliquot annis, curam Vicem 
gerens, sicut auxiliante Deo armis reduxil; 
ita magna cum fide, summa que prudentia 
et sagacitate, ac cum omni iustitiae et equi- 
tatis laude, gubernauit, semperque inten- 
tus ac ubique solers et abvigilans fuit pro 
statu et rebus nostris, eoque nomine tot la- 
bores, totque difficultates et pericula subiens, 
eamque synceram fidem, semper et in ómni- 
bus rebus nobis servavit, ut maiora nobis 
desiderarí non potuisset, eamque operam 
pro nobis narravit, ut hac tempestate facile 
memoriam oninium fortissimorum ducum su- 
peraverit. Officii nostri esse putavimus ut 
debito tante virtuti testimonio prosequamur: 
harum igitur serie litterarum non presenti- 
bus modo hominibus sed posteris quoque tan 
clara et illustria, erga nos obsequia, nostro 
proprio motu, ex cer taque nostra scientia 
signifícamus ac eius undique et inconcusse 
nobis fidem servatam fatemur atque testa- 
mur exaratis his litteris, quas pervenire ad 
omnes mundi dóminos et universas mundi 
partes, et durare in omnen evum cupimus 
in suéB constantissime fidei, et suorum erga 
nos meritorum memoriam sempiternam pre- 
sentes fieri fecimus cum subscriptione Ma- 
gestatis nostre, proprie manus et magno 
nostro pendenti sigilio munitos. Datum in 
castello nostro Novo civitatis Neapolis, XXV 
die mensi» Februarii, anno a Nativitate Do- 
mini millessimo quinquagessimo séptimo. — 
Yo el Rey.— Donúnns Rex mandabit mihi. Mi- 
chael Pérez de Almagan. 

48. El Gran Capitán á Cristóbal de Zamudio 
para que entregue la fortaleza de Beste á 
mosen de Foces (1507). 

El Duque de Sesa y de Terranova y de 
Sant Angelo, etc. Don Gonzalo Fernandez de 
Cordova, á vos Christobal de Qamudio, núes- 



XLVIII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



tro alcaide de la nuestra fortaleza de Beste, 
salud e gracia. Bien sabéis en cómo confia- 
mos de vos esa dicha nuestra fortaleza de 
Beste para que la toviésedes por nos en te- 
nencia, como nuestro alcaide, tanto cuanto 
nuestra voluntad fuese. E agora por algunos 
buenos respectos, y no en defecto vuestro, 
habemos acordado de servirnos de vos en 
otra cosa, é proveer de la tenencia desa di- 
cha nuestra fortaleza de Beste al magnífico 
mosen Pedro de Poces, para que la él tenga 
por nos en tenencia, como nuestro alcaide, 
segund que la vos habéis tenido fasta aqui. 
Por ende, por tenor de la presente, vos hor- 
denatnos é mandamos que luego que vos 
será presentada, sin nos más requerir ni es- 
perar otro nuestro mandamiento ni segunda 
jusion, dedes y entreguedes esa dicha nues- 
tra fortaleza de Beste al dicho mosen Pedro 
de Poces, ó á la persona quel en su nombre 
é lugar la enviare á recibir de vos, con toda 
el artillcria é munición é todas las otras co- 
sas con que la recibistes al tiempo que vos 
fue entregada é después acá habéis habido 
en cualquiera manera, apoderándolo en lo 
alto é baxo de la dicha fortaleza á toda su 
voluntad ó del que en su nombre la fuere 
á recibir, como es dicho. Todo lo cual le ha- 
béis de consignar por inventario ante nota- 
rio público en guisa que no le falte cosa al- 
guna. E de cómo le oviéredes entregado la 
dicha fortaleza en la manera que dicha es, 
tomareis carta de recibo del dicho mosen 
Pedro de Poces ó de la persona que en su 
nombre é lugar enviare á la recibir en las 
espaldas deste nuestro mandamiento por 
vuestra cávala: ca faciéndolo é compliendolo 
vos así, como de suso es dicho, por esta vos 
aleamos é quitamos cualquier juramento, con- 
traseguro, pleitohomenaje ó otra seguridad 
que de la dicha fortaleza ayays fecho á nos 
ó á otra persona en nuestro nombre; é vos 
damos por libre é quito de todo ello á vos 
é á vuestros herederos para agora é para 
siempre jamás. De lo qual mandamos dar 
la presente firmada de nuestro nombre é 
sellada con el sello de nuestras armas: que 
es fecha en la cibdad de Ñapóles, doze días 
del mes de Mayo de mili é quinientos é sie- 
te años.— Go/íza/o Hernández, duque de Te- 
rranova. (Hay un sello con sus armas sobre 
un papelito cuadrado pegado con lacre).— 
Franco. 



49. Sobre el viaje del Rey Católico de Ñapóles 
á España (1507). 

Dispuestos convenientemente los negocios 
del reino de Ñapóles, con noticia de que los 
desórdenes iban creciendo por momento en 
el de Castilla y avisado de que se disponía 
á venir á ella con poderosas fuerzas el rey 
de Romanos, Maximiliano, resolvió D. Fer- 
nando apresurar su vufelta. Salió del puerto 
de Ñapóles el 4 de Junio de 1507 con una ar- 
mada de diez y seis galeras, habiéndose he- 
cho á la vela ocho días antes la que manda- 
ba el conde Pedro Navarro. De lugartenien- 
te del reino de Ñapóles quedó D. Juan de 
Aragón, conde de Ribagorza, sobrino del mo- 
narca. 

Detúvose el Rey Católico unos días en 
Gaeta á fin de obtener del Papa la investi- 
dura de Ñapóles, pero como le entretuviese 
con esperanza de alcanzar á trueque de esta 
concesión otras contra los venecianos, siguió 
el Rey su camino con propósito de no dete- 
nerse hasta Saona, donde tenía concertada 
una entrevista con el Rey de Francia. Vien- 
tos contrarios le obligaron á detenerse en la 
playa romana y costa de Toscana algunos 
días, llegando el 26 de Junio á Genova, y sa- 
liendo poco después para Saona, donde ya le 
esperaba el rey Luis. Llegó á este punto el 
Rey Católico el 27. Recibióle aquél con mu- 
chos abrazos y placeres, y yendo el Gran 
Capitán á besarle las manos, el monarca 
francés lo alzó y abrazó como si fuera otro 
Rey, y por fuerza lo hizo sentar á su mesa 
con el Rey Católico y la reina Doña Germa- 
na. Mientras duró la comida, dice un es- 
critor coetáneo, «casi nunca quitó los oj.os 
del Gran Capitán, no se hartando de mira- 
lle y dalle mil loores cada rato delante de 
todos». ■ 

Por fin el 11 de Julio llegó el Rey Católico 
al puerto de Cadaques, en Cataluña, y por- 
que estaba infestado de pestilencia pasó, sin 
detenerse, á desembarcar el 20 del mismo 
mes al Grao de Valencia, en cuya ciudad en- 
tró solemnemente con la reina Doña Germa- 
na al siguiente día. 

Antes de salir de Ñapóles, el Rey para re- 
compensar los servicios que á su causa ha- 
bía prestado el arzobispo de Toledo fray 
Francisco Jiménez de Cisneros y para tenerle 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



XLIX 



en lo sucesivo por completo á su devoción, 
le había procurado el capelo de Cardenal y 
nombrádole Inquisidor general en los reinos 
de Castilla y León ('). Por análogas razones 
permitió que D. Alonso de Fonseca fuese 
proveído en vida de su padre en el Arzobis- 
pado de Santiago, por cesión que de este 
cargo le hizo, renuncia que produjo general 
escándalo en el reino; mas, como refiere un 
cronista contemporáneo, no le faltó en Roma 
al Arzobispo padre lo que se requería para 
acabar tal negociación. A esta causa decía el 
Rey D.Fernando quede dos cosas le acusaba 
gravemente su conciencia: la una, haber con- 
sentido esta renuncia de padre á hijo en dig- 
nidad tan principal, por ser además el hijo en 
quien recaía la renuncia de poca edad, sin 
letras ni experiencia, y la otra haber nombra- 
do obispo de Osma á D. Alonso Enríquez, 
hijo bastardo del Almirante de Castilla, que 
asimismo era hombre muy profano y sin doc- 
trina alguna. 

«Hubo este año, escribe Alonso de Santa 
Cruz, muy gran pestilencia en toda España, 
principalmente en Castilla y León, muriendo 
las gentes por los caminos y montes, huyen- 
do los unos de los otros; murieron muchos 
viejos, clérigos, frailes y monjas; escaparon 
muchos heridos; á vista de ojos se pegaba el 
mal de unos á otros; y también morían mu- 
chos de modorra y de hambre, por haber en 
este año mucha carestía de pan; amanecían 
en Sevilla por las calles y plazas veinte y 
treinta pobres heridos de pestilencia y muer- 
tos de hambre. Enterrábanlos todos juntos, 
de manera que los padres no podían ver á 
los hijos ni éstos á aquéllos, tanto que ya 
por hambre, ya por pestilencia, murió en este 
año la mitad de la población de España». 



i I j También antes de salir del reino de Ñapóles hizo 
merced el Key Católico á Pedro Navarro de la villa de 
Mélito con titulo de Conde. Al Gran Capitán dio la ciu- 
dad de Sessa con todo su señorío y titulo de Duque de 
ella, dándole además un privilegio con relación de to- 
dos los servicios prestados por él en el reino de Ñapó- 
les. Cuando los Venecianos supieron que Gonzalo hal)ia 
dejado el gobierno de este reino, le enviaron á decir 
«que le darian el partido que quisiese porque fuese su 
capitán general». Lo mismo le envió á decir el papa Ju- 
lio II, «pensando que con tenello en s i ayuda no se les 
liabia de arrebatar cosa en Italia ni fuera della». Algu- 
nos dicen que el rey D. Fernando procuró que no reci- 
bie-e partido de nadie, iirometiéndole que en llegando 
á España le daria el Maestrazgo do Santiago; lo cierto 
es, que el gran Gonzalo supo cumplir como noble y leal 
vasallo, por más que el Rey mantuvo siempre de él 
hartos temores y desconfianzas, no premiando sus gran- 
des y extraordinarios serVicios con la largueza y mag- 
nificencia debidas. 



50. El Gran Capitán al Secretario Almazán 
en recomendación del Barón Bruneto y del 
Conde de Matera (1507). 

Muy magnifico Señor: El Barón Bruneto, 
levador desta, vino de Ñapóles conmigo por 
negociar con el Rey nuestro Señor ciertas 
cosas del señor Conde de Matera, como más 
largamente de su relación entendereys, y con 
la desgracia de mi quedada, por no perder 
tiempo aquí, ha acordado de se ir allá. Supli- 
cóos, señor, lo mandeys aver en especial re- 
comendación, é queráis tomar las cosas del 
señor Conde como las mías propias, porque 
asi las tengo yo, para dar en ellas toda buena 
expedición é recabdo; pues sabéis, señor, que 
sus cosas merecen ser mejor tratadas que las 
de oíros; é de mas de todo á mí se hará mu- 
cha merced. Asi mesmo, señor, os suplico en 
particular, mandéis haber al Barón mucho re- 
comendado, que es persona honrra (sic) y 
merece bien todo lo que por él se hiciere. 
Nuestro Señor vuestra muy magnífica perso- 
na guarde é prospere. De Saona, VI de Julio 
de 1507. 

A vuestro servicio, Gonzalo Hernández, 
duque de Terranova. 

51. El Embajador de Venecia al Rey Católico 
previniéndole contra el Gran Capitán, y res- 
puesta de S. M. (1507). 

Por lo semejante del Duque de Terra- 
nova dicen que le hacen después de la muerte 
del Duque de Urbino gran Golfangoner del 
Papa y que le dan sesenta mil ducados, y que 
la Duquesa viene á Roma, aunque desto y de 
todo será lo que Dios quiera; pero tengo por 
grande inconveniente para estos de la estada 
de aquella mujer en Italia, fuera de lo suyo 
y de la jurisdicción y mando de V. A., en de- 
más estando sana. Es cierto que V. A. pasa 
por todo, mejor que yo no lo sé decir, pero 
por verdadero deservidor y enemigo no tiene 
otro si no este; del cual por amor de Dios no 
se descuide y no esté con él en medios sino 
en extremos de bien ó de mal, segund sus 
merecimientos. 

Una persona bien cierta me ha dicho, cómo 
fablando con mosen Luis Pexo en razones de 
amistad, le dixo cómo el Duque de Terranova 
le dixo un día á la partida, que se concertase 
con él; que tan mal lo había fecho V. A. con 



Crónicas del Gran Ca¡i/túii. -d 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



él como con Luis Pexo, y que tan quexoso se 
quedaba como él; y le dixo más: que bien ha- 
bía conocido que si tomara su consejo en al- 
gunas cosas, como en otras lo habia tomado, 
que lo hubiera acertado mejor; pero que no 
quedaba tan perdido que no pudiese hacer 
por él, y que le queria dar la cibdad de Gira- 
che y la baronía de Sant Jorge por su vida; y 
que el Luis Pexo no quiso aceptar la oferta, 
porque le parecía era dar alguna sospecha 
quedando él en este castillo como quedaba, y 
que le escribe de continuo muchas cosas; y 
que á su hijo, cuando íué á Valencia, que iba 
algo destrozado, le hizo dar muchos vestidos 
y honras muy señaladas. Díxole más hablan- 
do en estas razones, veniendo al caso, que 
«lo del Duque de Terranova no había de ser 

sino un gran trueno un día » 

—A lo que le contestó el Rey Católico: 
«Cuanto á lo que decís del Gran Capitán en 
las cosas pasadas, alguna culpa tuvo; pero 
después acá se ha reconocido y confesado lo 
que hubo en lo pasado; y en especial de poco 
acá se ha determinado á servirnos muy bien y 
fielmente, y poner vida y estado por nuestro 
servicio de la manera que gelo mandáremos; 
y también nos, visto cuan señaladamente ha 
servido á nos y á nuestra Corona Real, le te- 
nemos por íntimo y fiel servidor nuestro de 
aquí adelante, y agora así lo muestra él acá 
en todas las cosas, y nos le habernos fecho 
merced. Esto decimos porque ya ni tengáis 
la sospecha que teníades, ni creáis de lo que 
vos dixeron contra él, sino lo que viéredes ó 
vos contare claramente». 

52. El Rey Católico (Burgos, 14 de Marzo 
de 1508). 

El Rey.— Alcaldes de sacas e cosas veda- 
das, dezmeros, aduaneros e portazgueros e 
otras cualesquier personas que tenéis cargo 
de guardar el puerto de Montagudo. Porque 
el Duque de Sesa y de Terranova, nuestro 
Gran Capitán, envia á la Duquesa su muger, 
que está en Genova, á Rodrigo de Aldana e 
Antonio de Quintana, sus criados, levadores 
desta, yo vos mando que les dexeys e consin- 
táis pasar por ese puerto, libre e desembar- 
gadamente con sus cabalgaduras y ropas y 
con el dinero que llevan para su camino, sin 
los catar ni escudriñar ni pedir ni llevar de- 
rechos algunos ni poner ningún impedimento. 



E mando que esta licencia dure y haga efecto 
por término de treinta días contados de la 
fecha desta, e non fagades ende al. Fecha en 
Burgos á 14 días del mes de Marzo de 1508 
años. -Ko el Rey.- Por mandato de S. A., 
Miguel Pérez de Al mazan. 

(Lo mismo manda á sus oficiales del 
Reyno de Aragón, Valencia y Principado de 
Cataluña, Rosellon y Cerdaña). 

53. El Rey Católico (Burgos, 11 de Abril 
de 1508). 

El Rey.— Oficíales de la casa de la moneda 
desta ciudad de Burgos. El Grand Capitán, 
Duque de Sessa y de Terranova, me ha fecho 
relación quel querría labrar cierto oro en esa 
casa é que vosotros no lo quereys hacer di- 
ciendo que no hay tesorero; y que no le ha- 
biendo, no lo podéis labrar conforme á las 
Ordenanzas de la casa; é me suplicó vos man- 
dase que lo labrasedes. Por ende yo vos man- 
do que no embargante que no haya thesorero 
en esa casa de la moneda, labréis todo el oro 
que el dicho Grand Capitán vos diese á labrar, 
segund é de la manera que lo labrariades ha- 
biendo tesorero é lo habeys acostumbrado 
labrar, que yo por la presente vos relíevo de 
cualquier cargo é culpa que por ello vos pueda 
ser opuesto é vos doy por libre é quito dello. 
E non fagades ende al. Fecho en Burgos.... 

54. Cédula de la Reina Doña Juana dando 
al Gran Capitán la tenencia de la fortaleza 
de Loja (Burgos, 30 de Abril de 1508). 

Doña Juana, etc. Entendiendo ser así cum- 
plidero á mi servicio é por facer bien é mer- 
ced á vos Don Gonzalo Fernandez de Córdo- 
ba, Duque de Sessa y de Terranova, nuestro 
Grand Capitán, acatando los muchos é bue- 
nos y leales, continos y señalados servicios 
que me habéis fecho é hacéis de cada día: 
tengo por bien y es mí merced é voluntad 
que asrora é de aquí adelante, cuanto mí mer- 
ced é voluntad fuere, tengáis por mí en te- 
nencia la fortaleza de la ciudad de Loxa, é 
seáis mi alcalde y tenedor della, é que haya- 
des é tengades en cada un año con la dicha 
tenencia los mrs. que para ella están nombra- 
dos y asentados en los mis libros de las te- 
nencias é las otras cosas á ella anexas é per- 
tenecientes. E por esta mí carta mando á 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



Li 



Diego López de Ayala, mi aposentador ma- 
yor, caballero hijodalgo, que luego que con 
ella fuere requerido tome y reciba de vos el 
dicho Grand Capitán el pleitohomenage y fi- 
delidad que en tal caso se requiere é debedes 
hacer, é á Pedro de Fuenmayor, tenedor de 
la dicha fortaleza, que así por vos fecho el 
dicho pleito homenaje e fidelidad vos entre- 
gue luego la dicha fortaleza 

55. La Reina Doña Juana nombra al Gran 
Capitán Gobernador de la ciudad de Loj'a 
(Burgos, 30 de Abril de 1508). 

Doña Juana, etc. Confiando de vos don Gon- 
zanlo Fernandez de Córdoba, duque deSessa 
y de Terranova, nuestro Grand Capitán, que 
sois tal persona que guardareis mi servicio é 
bien é fiel é diligentemente haréis lo que por 
mí vos fuere mandato é cometido; é enten- 
diendo ser así cumplidero á mi servicio é á la 
buena gobernación, paz é sosiego de la mi 
justicia: es mi merced é voluntad que seades 
mi gobernador de la cibdad de Loxa e de su 
tierra é término e jurisdicción por el tiempo 
que mi merced é voluntad fuere. Por ende 
por esta mi carta vos encomiendo é cometo 
la dicha gobernación é la administración de 
mi justicia de la dicha cibdad é de las villas, 
c lugares de la dicha tierra y términos y jure- 
diccion y vos doy poder amplio etc. 

56. La Reina Doña Juana concede al Gran 
Capitán dos cuentos de mrs. anuales de ren- 

' ta (Burgos, 2 de Mayo de 1508). 

Yo la Reina: Fago saber á vos los mis con- 
tadores mayores que yo acatando los muchos 
é buenos é muy señalados é continuos servi- 
cios quel Grand Capitán Don Gonzalo Fernan- 
dez de Córdoba, duque de Sessa y de Terra- 
nova, ha hecho al Rey D. Fernando mi señor 
e padre, é á la Reina Doña Isabel, mi señora 
madre, que santa gloria haya, é á mí, é á nues- 
tras Coronas Reales, é á la grande honra que 
ha dado á estos mis reinos é toda nuestra na- 
ción d' España, como á todos es público y no- 
torio, é en alguna enmienda de tantos y tan 
señalados servicios, mi merced é voluntad es 
que haya é tenga de mí por merced en cada 
un año, cuanto mi merced é voluntad fuere, 
dos quentos de mrs. asentados por mi carta 
de privilegio señaladamente en la renta del 



derecho de la seda que á mí pertenece en el' 
reino de Granada; porque vos mando que lo 

pongáis e asentéis así en los mis libros etc. 

(Firmado por el Rey). 

57. El Rey Católico (Burgos, 2 de Mayo de 
1508). 

El Rey.— Contadores mayores... (manda que 
por los 2 quentos de mrs. que la Reina Doña 
Juana ha hecho merced (v. n.'' 5o) al Gran 
Capitán en 1 .s sedas de Granada) «no le des- 
contéis diezmo ni chancillería de tres ni de 
cuatro años, que según la nuestra ordenanza 
es obligado á pagar» 

—(El Rey á id que tampoco se descuen- 
te nada de lo que debe haber por la tenencia 
de Loxa). 

58. El Rey Católico (Burgos, 10 de Mayo 

de 1508). 

El Rey.— Licenciado Vargas, nuestro theso- 
rero e del nuestro Consejo:* yo vos mando 
que de qualesquier libranza, que tengayseste 
año en la cibdad de Córdoba é su partido, 
deys á don Gonzalo Fernandez de Córdoba, 
duque de Terranova, nuestro gran capitán, 
dos quentos de mrs. de las dichas libranzas 
de lo mejor parado dellas ó de la libranza que 
tenéis en la seda del reino de Granada por- 
que los ha de haber de cierta merced que yo 
le fice... etc. 

59. El Rey Católico (Burgos, 14 de Mayo 

de 1508). 

El Rey.— Fernando de Fuenmayor, contino 
é tenedor de la fortaleza de la cibdad de Loxa. 
Ya sabeys cómo vos mandé tener esa forta- 
leza fasta tanto que yo vos enviase mandar 
lo que della oviésedes de facer: é agora la 
Serenísima Reina... mi hija ha fecho merced 
de la tenencia desa dicha fortaleza á Don 
Gonzalo F^''-. de Córdoba, duque de Sesa y de 
Terranova, nuestro gran Capitán... Por ende 
yo vos mando que... le entreguéis esa dicha 
fortaleza... etc. 

60. El Rey Católico (Burgos, 28 de Mayo 

de 1508). 

El Rey.— Alcaldes de sacas, etc. del puerto 
de Fuenterrabia e de Irun. El duque de Sesa 



LII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



ydeTerranova, nuestro ürand Capitán, é Don 
Diego de Mendoza, conde de Mélito, envian á 
mosior Don Eni con Enrique de Cosencia, 
levador desta, cinco caballos; por ende yo vos 
mando le dexeis é consintáis pasar... etc. 

61 El Rey Católico (Arcos, 8 de Julio 
de 1508). 

El Rey. — Presidente e oidores de la audien- 
cia e chancilleria que reside en Granada é 
agora estáis en Loxa. Yo he sabido cómo ha- 
biendo enviado el Duque de Sesa y de Terra- 
nova, mi Grand Capitán, á tomar la posesión 
de la tenencia de la fortaleza y de la gober- 
nación de la ciudad de Loxa, de que la Serma. 
Reina mi... hija e yo le proveímos, vosotros 
sobreseísteis el dar la dicha posesión hasta 
consultar conmigo; y vista la cabsa que á ello 
vos movió, que fue lo que el Marqués de Prie- 
go su sobrino ha hecho, tovisteis mucha ra- 
zón de lo facer así; pero porque yo sé cierto 
quel dicho Grand Capitán no solamente no 
cupo ni supo en el hierro del dicho marqués, 
ni jamás cabria en cosa que fuese deservicio 
de dicha Serma. Reina mi fija... Por ende yo vos 
mando que cumpliendo lo que en las provisio- 
nes que sobre ello se le dieron, le deis... etc. 

— (Diose otra tal para el Alcalde de Loxa). 

62. Cédula de la Reina D.^ Juana al Concejo 
de Loja sobre no haber querido éste cumplir 
la orden de dar posesión al Gran Capitán 
del cargo de Gobernador de dicha ciudad 
por la rebelión del Marqués de Priego, y or- 
denándole la cumpla ahora (Arcos, 11 de 
Julio de 1508). 

Doña Juana, etc.— A vos el Concejo, justi- 
cia, regidores, etc. de la ciudad de Loxa, sa- 
lud é gracia. Bien sabéis cómo yo hobe pro- 
veído de la gobernación desa dicha ciudad y 
su tierra por el tiempo que mi merced y vo- 
luntad fuese á Don Gonzalo Fernandez de 
Córdoba, duque de Sesa y de Terranova, 
nuestro Grand Capitán, segund más larga- 
mente se contiene en la provisión patente 
que dello le mandé dar, con la cual según pa- 
rece por testimonio signado de escribano pú- 
blico fuistes requeridos le admitiésedes al di- 
cho oficio e usásedes con él e con sus lugares- 
tenientes en los casos e cosas á él anexas é 
concernientes conforme á la dicha provisión; 



y vosotros después de haberla obedecido dis- 
tes cierta respuesta é sobreseistes en dar la 
posesión de la dicha gobernación fasta con- 
sultar conmigo. Y vista la causa que á ello 
vos movió, que fue principalmente lo que el 
Marqués de Pliego, sobrino del dicho Grand 
Capitán ha fecho, tuvistes mucha razón de lo 
facer así. Pero porque yo soy cierta que el 
dicho Grand Capitán no solamente no cupo 
ni supo en el yerro del dicho Marqués, ni ja- 
más cabria en cosa que fuese deservicio mío, 
mas que será el primero que porná la perso- 
na y el estado por nuestro servicio cada vez 
que menester fuere, é por su parte me fue 
suplicado sobre ello le mandase proveer como 
la mi merced fuese, é yo tóvelo por bien; por 
ende yo vos mando que veades la dicha pro- 
visión de que de suso face mención e sin dila- 
ción alguna la guardéis é cumpláis... etc. 

—(La Reina á D. Fernando de Fuentmayor, 
nuestro contino, hombre darmas y tenedor de 
la fortaleza de la ciudad de Loxa para quedé 
posesión de ella al Gran Capitán). 

63. El Rey Católico (Arcos, 13 de Julio 
de 1508). 

El Rey.— Presidente é oidores de la audien- 
cia y Chancilleria que suele residir en la ciu- 
dad de Granada y agora residís en la ciudad 
de Loxa. Vi vuestra carta é ya por otras 
nuestras antes desta, habéis visto la respues- 
ta que vos enviamos cerca del sobreseimiento 
que ficistes en el dar de la posesión de la te- 
nencia y gobernación desa dicha ciudad al 
Duque de Sessa y de Terranova, nuestro 
Grand Capitán, por las cuales habréis enten- 
dido cómo viendo la causa que á ello vos mo- 
vió, que fue principalmente lo que el Marqués 
de Priego ha fecho, nos lo hobimos por bien, 
porque tovistes mucha razón de lo facer así; 
pero porque yo soy cierto que el dicho Gran 
Capitán no solamente, etc. (sigue como en las 
anteriores vos mando que sin dilación algu- 
na cumpláis las dichas nuestras cartas y so- 
brecartas... etc. 

64. El Rey Católico (Córdoba, 14 de Septiembre 
de 1508). 

El Rey.— Mossen Soler, capitán de las ga- 
leras de la costa del Reino de Granada. El 
Cristianísimo Rey de Francia mi hermano me 
ha escripto rogándome que mande soltar unos 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LIII 



cuatro franceses subditos suyos que diz que 
están en la galera que se decia del Grand Ca- 
pitán, que se llaman Francisco de Paris é Gui- 
llermo de Bandera e Peti Juan Bretón e Pie- 
rre Ardoyn, para que se puedan ir libremente 
donde quisieren e por bien tovieren. E yo 
helo habido por bien. Por ende yo vos mando 
que si los susodichos son subditos y natura- 
les del dicho cristianísimo Rey de Francia los 
soltéis luego de la dicha galera para que se 
puedan ir donde quisieren ó por bien tuvie- 
ren. E non fagades ende al... etc. 

65. El Rey Católico (Córdoba, 19 de Septiembre 

de 1508). 

El Rey.— Alcaldes de sacas y cosas veda- 
das, aduaneros, etc.... que tenéis cargo de 
guardar el puerto de la cibdad de Málaga. El 
duque de Sesa e deTerranova, nuestro Grand 
Capitán, envia á Roma á micer Agustín Quin- 
dia cuatro yeguas; por ende yo vos mando 
que á la persona que la presente llevare de- 
xeis cargar y llevar por ese dicho puerto las 
dichas cuatro yeguas sin le poner en ello im- 
pedimento alguno é sin le pedir ni llevar por 
ellas derechos ni otra cosa alguna. . etc. 

66. Carta de fr. Francisco Ruiz, sobrino y se- 
cretario del Cardenal Cisneros, al secretario 
Pérez de Almazán, sobre la conducta del 
Gran Capitán en la rebelión del Marqués de 
Priego, y sobre sus tratos con el Papa para 
ser nombrado capitán y confalonero de la 
Iglesia (1508). 

Señor: Hago saber á v. m. cómo hoy allega- 
mos aquí á Villar de Miro el Señor Cardenal 
y todos muy buenos, aunque con grand pena 
por no saber de su al., especialmente dexan- 
do detrás de sí lo que dexa, y mañana pla- 
ziendo á nro. señor nos vamos á dormir á 
Torquemada; si mandare, háganos saber las 
cosas de allá y escriualas al Cardenal. 

Ayer domingo vino el Grand Capitán á ha- 
blar con el Cardenal y á despedirse, y passa- 
ron muchas cosas sobre lo de su sobrino (el 
Marqués de Priego) y el Cardenal acordó de 
le hablar muy claro, y en fin de muchas pláti- 
cas dixole que no le deuia favoreger, porque 
le destruía y echaua á perder, y que le dezia 
y certificaua quel hauia de hazer por él y que 
le quería y amaua tanto como á él, y que le de- 



uia á la hora hazer un correo que se viniese 
luego para su al. y muger y hijos y fortalezas 
todo lo pusiese en su poder, y esto sin tar- 
dar, antes que de Tordesíllas su al. se fuese, 
. porque si de allí su al. se partiese sin fazer 
esto, quel no quería entender más en sus co- 
sas de ay adelante, etc. y afeándole muy mu- 
cho lo que hauia hecho, de manera quel fue 
bien descontento del Cardenal, aunque quedó 
que le haría luego el correo porque se ovíese 
respuesta para el dicho tiempo. 

Ansí mismo aviso á v. m. para que avise á 
su al., si acaso esto no sabe, quel sobredicho 
Grand Capitán trae cierta contratación con 
su Santidad procurando de ser confalonero y 
capitán de la Iglesia, y avrá quarenta días que 
hizo sobre ello correo y está agora sperando 
cada día la respuesta, y diz que le da el Papa 
cincuenta mil ducados con el dicho oficio. 
Esto supe de persona que está en su misma 
casa, que es mucho mí amigo y me lo dixo en 
muy grand secreto. Y porque sé que sabe v. m. 
de la manera que este está, y quanto podría 
deseruir teniendo el dicho cargo, ansí por su 
reputación tan grande como por tener allá 
estado y saber las cosas de acá, acordé de lo 
escreuir á v. m. y hazerselo saber, y aun al 
Cardenal le páreselo que lo devia ansí hazer, 
para que v. m. avise á su al., y quedo besan- 
do las manos de v. m.— (Sin fecha ni nombre, 
sigue una rúbrica). -(Sobreescrito): Al señor 
secretario Almagan en su mano propia. 

(A continuación de letra del tiempo): «De 
fray Francisco, sin fecha». La carta tiene el 
sello con las armas del Cardenal Cisneros ('). 

67. Hoja suelta de una Crónica sobre el Rey 
Católico en que se trata de la rebelión del 
Marqués de Priego y la parte que en su fa- 
vor hizo su tío el Gran Capitán (Letra del si- 
glo XVI). 

Yendo el Rey Católico de camino para casti- 
gar al revelado Marqués, suplicáronle algu- 
nos Grandes que se acordase de los servicios 
y muerte de D Alonso de Aguílar, su padre, 
y de los que tenía tan presentes del Gran Ca- 
pitán «Y el Duque de Alba, que era el que 
mas tenía en la gracia del Rey, envió sobre 
ello al Marqués de Villafranca, su hijo, ínter- 
cediendo en el negocio como lo pudiera hacer 
por D. García, su hijo». Estuvo el Rey muy 

(*) Bibliot. de la R. Acad. de la Hist. 



LIV 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



determinado y firme en no dar en este nego- 
cio crédito á Grandes, para que se disimulase 
el castigo; porque en la disimulación ellos 
hacian su hecho y no curaban de lo que toca- 
ba al Estado del Rey; y por esto iba muy re-, 
suelto de poner al Marqués en tanto estre- 
cho que todas las gentes conociesen que era 
perdonado de pura clemencia, y no suspender 
antes el rigor. 

Antes que el Rey partiese de Valladolid 
para pasar los puertos, la via de Toledo, es- 
tando el Cardenal de España en Tordesillas, 
se fue á ver con el Gran Capitán; y no cesaba 
de quexarse del llamamiento de gentes que el 
Rey habia mandado hacer, y afirmaba que es- 
taba ya persuadido el Marqués para irse á su 
servicio y que él haria que se fuese á Alcalá 
de Henares. Entendiendo el Cardenal que no 
era aquello bastante satisfacción, le persua- 
día que procurase que su sobrino entregase 
primero sus fortalezas y pusiese todo su es- 
tado en manos del Rey; y entendiese que en 
ninguna persona, grande ni pequeña, en aquel 
caso acudiría al Marqués, porque no era ne- 
gocio del Rey, sino de la Reina (D.^ Juana) y 
de todo el reino. Excusábase el Gran Capitán 
con decir que no queria saber sino la volun- 
tad del Rey y qué era su fin; porque si qui- 
siese destruir á su sobrino, morirla como era 
razón y como convenia á Grande. Y detenién- 
dose en esto, se iba más extragando y enco- 
nando el negocio. Y conociendo el Marqués 
cuan mala salida tenia, y la determinada vo- 
luntad del Rey, y que no le quedaba otro re- 
medio, por consejo y persuasión de su tio, se 
vino de su propia voluntad á poner en la 
merced del Rey con toda su casa y estado, 
al tiempo que llegaba á Toledo; y sin querer- 
le ver el Rey, le mandó que estuviese á cinco 
leguas de la Corte, y que entregase sus for- 
talezas. Entonces envió de Toledo el Gran 
Capitán al Rey, con un Alonso Alvarez, la 
memoria de todo lo que el Marqués tenia y 
podia entregar; y le envió á decir que aquello 
se habia fundado con la sangre de los muer- 
tos, sin los méritos de los vivos; y puesto que 
el favor por entonces iba por otra medida, él 
seria presto con S. A.; y que de una sola cosa 
le quedaba satisfacción y grande contenta- 
miento, qae cuando los que gozaban de los 
favores y los recebian á menudo, los hubie- 
sen merecido igualmente, ellos no los querían 
de viejos, y que lo que no se hacia por razón, 



no era de tanto perjuicio. Tras esto se entre- 
garon luego las fortalezas á las personas que 
el Rey mandaba, y fue á ponerse en la de 
Priego por su mandado Gonzalo Ruiz de Fi- 
gueroa. 

Cuando el Rey salió de Toledo, llevaba 
ya consigo seiscientos hombres de armas y 
cuatrocientos ginetes y tres mil soldados de 
la ordenanza y entre espingarderos y balles- 
teros y con picas con sus capitanes y coro- 
neles y cabos de escuadras; y cuando llegó á 
Córdoba mandó poner al Marqués en prisión 
en el lugar de Trassierra, aldea de aquella 
ciudad y allí se continuó el proceso contra él 
por los del Consejo Real. 

Fue acusado de haber cometido crimen de 
lesa Majestad; y respondió que no le conve- 
nía estar á justicia con el fiscal ni litigar con 
su Señor; antes suplicaba al Rey que tuviese 
memoria de los servicios que su padre y 
abuelos habían hecho á la Corona Real y se 
tuviese consideración á los que él esperaba 
hacer y se usase con él de clemencia, pues 
reconocido su yerro, se habia ido á poner en 
sus manos y le entregó sus fortalezas. 

Antes que su causa se determinase, se hi- 
cieron diversas execuciones de justicia riguro- 
sa y exemplarmente contra muchos vecinos 
de aquella ciudad; y fueron condenados algu- 
nos caballeros capitalmente; y derribóse una 
casa principal de Alonso de Cárcamo, señor 
de Aguilarejo; y otra de Bernardino de Boca- 
negra, que se hallaron en la prisión del alcal- 
de. Sentenciáronlos los del Consejo Real; en 
lo que tocaba al Marqués, que como quiera 
que según la gravedad de los delitos y exce- 
sos por él cometidos, por derecho y leyes del 
reino, habia incurrido en pena de muerte y 
perdimiento de todos sus bienes; pero con- 
sultado con el Rey y considerado que se ha- 
bia presentado y habia guardado la carcele- 
ría que se le habia señalado y puso su perso- 
na y estado en las manos del Rey, usando de 
clemencia y moderando el rigor del derecho, 
se conmutaban las penas de muerte y confis- 
cación de bienes en destierro perpetuo de la 
ciudad de Córdoba y su tierra y de la Anda- 
lucia, cuanto fuese la voluntad del Rey, con 
que todas sus fortalezas y castillos estuvie- 
sen en poder del Rey para que se guardasen 
y los tuviesen á su costa. Y porque fuese 
castigo al Marqués y quedase el exemplo, se 
derribase la fortaleza de Montilla, que era 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LV 



casa fuerte y de aposento, muy bien labrada 
y de las mejores de la Andalucía. 

Quedaron deste castigo muy agraviados 
todos los Grandes de aquellos reinos y muy 
sentidos, y como quiera que al Gran Capitán 
cupo tanta parte del disfavor y señal que en 
aquella casa se hizo, el que más se agravió 
en todas las demostraciones públicas y se- 
cretas fue el Condestable, pareciéndole que 
fue mal aconsejado el Rey. Y como era cosa 
justa castigar á los que erraban, asi era gra- 
ve caso que el castigo fuese tan terrible. Este 
sentimiento pasó aun más adelante, y suce- 
dió para mayor desagrado suyo, porque como 
envió á decir al Rey con D. Antonio de Ve- 
lasco que se maravillaba de tanto rigor, y él 
le respondiese que más razón daba el Con- 
destable que se maravillasen del en decir que 
por hacer justicia con tanta misericordia le 
parecía cosa grave posponiendo el bien de la 
justicia y el servicio de la Reyna y suyo, y la 
paz y sosiego y bien general del reino, el 
Condestable se agravió mucho de esto, en- 
tendiendo que el Rey hablaba en su honra 
más largo de lo que debiera. 

68. Sobre sucesos del año 1509. 

Refiere un antiguo manuscrito que el con- 
destable D. Bernardíno de Velasco tenía tan- 
ta parte con el Rey Católico por haberle me- 
tido en el reino cuando vino de Ñapóles, que 
dicen solía llevar un memorial de diversos 
negocios, cuando iba á Palacio para despa- 
charlos, y que si alguno de ellos faltaba, 
mostraba al Rey mal gesto, aunque todos los 
demás se hiciesen. Estuvo este Condestable 
casado con Doña Juana de Aragón, hija del 
Rey Católico, y después de fallecida trató de 
casarse con una hija del Gran Capitán; y sa- 
biéndolo la reina Germana, díjole: «Cómo 
auiendoos casado con hija del Rey mi Señor, 
os queréis casar con hija de su vasallo?» El le 
respondió: «Assi S. A. fue primero casado con 
una muger la mas excellente que huuo en el 
mundo ni habrá, y ahora está casado con 
una dama de la Reyna de Francia». Sintió 
esto tanto la Reina que dicen que hizo á una 
dama, que el Condestable servia, le diese fa- 
vor y lo echase de su regazo, y le dio una 
rosquilla á comer y de ella murió. El dicho 
Condestable estando enfermo á la muerte se 
quiso casar con una carpintera de quien ha- 



bía tenido á D. Bernardíno su hijo y aun 
otros; y el que fué por ella se dio tal maña 
que, cuando vino, había dos horas que era fa- 
llecido y así heredó D. Iñigo (')• 

No eran vanas é infundadas las precaucio- 
nes del Rey Católico arriba enumeradas y el 
consiguiente afán de tener cerca de sí al Gran 
Capitán; porque sus enemigos, y principal- 
mente Don Juan Manuel y Andrea di Borgo, 
trabajaban cerca del emperador Maximiliano 
para que trajese consigo al príncipe archidu- 
que D. Carlos y desembarcase con poderosa 
armada en las costas de Galicia, las cuales 
mandó el Rey guardar con suma vigilancia. 

Sosegada Andalucía ('^) y teniendo noticia 
el Rey Católico de los tratos secretos que al- 
gunos Grandes de Castilla traían con el Em- 
perador, vino al corazón del reino por Extre- 
madura y Salamanca, entrando en Valladolid 
por el mes de Febrero de 1509. De allí pasó á 
Arcos á visitar á la reina Doña Juana, que 
había permanecido en aquel lugar desde que 
se separó de ella, llevando en su compañía al 
infante D. Fernando. 

Sentía en extremo el Rey Católico que su 
hija se obstinase en permanecer en Arcos, no 
ofreciendo este lugar completa seguridad 
para la guarda de su persona; porque la ra- 
zón principal que había tenido para dejarla 
en él, consistía en haber encomendado la 
guarda de la Reina al Condestable y al Almi- 
rante, y por este tiempo sospechaba, no sin 
fundamento, el Rey de la lealtad del primero, 
por los tratos que con el emperador Maximi- 
liano mantenía. 

69. El Rey Católico al Rey de Francia reco- 
mendándole mande se asista debidamente en 
Genova á la mujer del Gran Capitán, que 
regresa á España (^) (Valladolid, 21 de Mar- 
zo de 1509). 

Muy alto, muy excelente é muy poderoso 
príncipe don Luis, por la gracia de Dios Rey 
de Francia, duque de Milán, señor de Géno- 

(') Bibl. de la Acad de la Historia. 

(-) No queremos dejar sin consignar el hecho siguien- 
te, que prueba cuan difícil le fué al Rey Católico sose- 
gar las alteraciones de Andalucía, por las estrechas con- 
federaciones que unían enire sí á los más de los Gran- 
des de aquel reino. En carta cifrada del arzobispo de 
Sevilla al rey D. Fernando , Sevilla, 4 Agosto de 1-509) le 
dice aquel prelado que el Duque de Arcos deseaba en- 
trar en confederación con él y que le había respondido 
que estaba conforme en ello, si lo hiciese también con 
el Conde de Tendilla y otros caballeros con quienes él 
estaba confederado. (Col. Salazar, A. 13, fol. 31.) 

(3) Al margen está escrito: Grand Capitán. 



LVI 



CARTAS DHL GRAN CAPITÁN 



va, etc., nuestro muy caro é muy amado her- 
mano é aliado. Don Fernando, por la misma 
gracia Rey de Aragón, etc. Salud é amor con 
entera fraternal dilección. Ya sabéis cómo la 
¡Ilustre Duquesa de Terranova é sus hijas 
quedaron y están en vuestro señorío de Ge- 
nova, donde ellas y los suyos por vuestro 
mandado han seydo muy bien tratados, lo 
qual así por el amor que tenemos al íllustre 
Duque de Sesa é de Terranova, nuestro Gran 
Capitán, su marido, como por ser ella perso- 
na de merecimiento, vos agradecemos mucho 
é tenemos en muy singular complacencia. E 
agora el dicho duque envía al capitán Luis 
de Herrera, su primo, leñador desta para ve- 
nir con la dicha ilustre Duquesa su muger é 
hijas á estos reynos de España Por ende muy 
afectuosamente vos rogamos que os plega 
mandar que por sus dineros se les den las 
naos y otras cosas que para, su viaje é venida 
ovíeren menester, así en el dicho vuestro se- 
ñorío de Ge'nova como en otras qualesquíer 
partes de vuestros reinos donde aportaren, é 
que en ellas sean acogidos, tratados é proveí- 
dos como quien son; lo cual recibiremos de 
vos en muy singular complacencia... etc. 

— (Cédulas sobre lo mismo): «El rey de Ara- 
gón á los respetables, magníficos, amados y 
devotos nuestros. Gobernador y Consejo de 
los ancianos de la Comunidad de Genova» con 
la misma fecha de la cédula anterior y sobre 
el mismo punto, agradeciéndoles hayan sido 
tan bien tratados la Duquesa de Terranova, 
sus hijas y criados durante su estancia en 
Genova, y rogándoles les asistan y favorez- 
can ahora de nuevo en cuanto necesitaren 
para su viaje á España. 

-(El Rey de Aragón á los Capitanes, maes- 
tres y contramaestres, pilotos y marineros de 
qualesquier naos é fustas de mis subditos y 
naturales, recomendándoles den favor y ayuda 
á la Duquesa y personas que la acompañen, si 
para ello fueren requeridos por Luis de Herrera) 

—(Doña Juana, reina de Castilla... á los ca- 
pitanes, maestres y contramaestres, pilotos y 
marineros, ordenándoles lo mismo). 

70. El Rey Católico sobre pago de haberes 
al Gran Capitán (Valladolid, 21 de Marzo 
de 1509). 

El Rey. — Contadores mayores: Yo vos 
mando que libréis á Don Gonzalo Fernandez 



de Córdoba, duque de Sesa e de Terranova, 
nuestro Grand Capitán, los mrs. que ha de 
haber y se le deben por las tenencias de Illora 
y Castil de fierro del año pasado de 508, sin le 
descontar el tercio que á los otros alcaydes ■ 
del reino de Granada se suele descontar; y asi- ; 
mismo vos mando que le libréis lo que hobíe- 
re de haber por la tenencia de la fortaleza de 
la cíbdad de Loxa, desde el día que le fue en- 
tregada fasta en fin del mes de Diziembre 
del dicho año de 508... sin le descontar así j 
mismo por ella el dicho tercio, por quanto de 
lo que en lo uno y en lo otro monta, yo le 
fago merced... etc. 

—(Con la misma fecha).— El Rey. — Por la 
presente doy ucencia á vos Alonso Alvarez, ju- 
rado de la cíbdad de Toledo, para que podáis 
venir con el Duque de Terranova, nuestro 
Grand Capitán, é haber de llevar su quitación ; 
sin que por ello incurráis en pena alguna... 

71. El Rey Católico (Valladolid, 28 de Marzo 

de 1509). 

El Rey.— Corregidores y otras qualesquier 
justicias del noble y leal condado é señorío 
de Vizcaya: El Duque de Terranova, nuestro 
Grand Capitán, ha menester dos naos y una ; 
caravela para enviar por la Duquesa su mu- 
ger y por sus fiíjas, que están en Genova. 
Por ende yo vos mando que luego que por su 
parte fuerdes requeridos, le hagáis dar y fle- 
tar las dichas dos naos y una caravela por su 
justo flete, y en ello no le pongáis impedi- 
mento alguno, porque así cumple á mí ser- 
vicio etc. 

—(Otra tal al Corregidor de Guipúzcoa). 

72. Carta del Gran Capitán á la ciudad de 
Córdoba, encargando regalen y obsequien al 
Duque de Trajeto, Próspero Colona. 

Muy magníficos y queridos señores: Ha- 
llándome hijo de esa muy notable patria, de 
donde mi origen y naturaleza procede , y 
siendo muy cierto servidor de toda la noble- 
za della, con mucha razón sería tenido por 
esquivo, si en lo que diré, no invocase vues- 
tra grandeza: porque habiendo yo publicado 
en Italia, no tanto como es, porque mis fuer- 
zas no han bastado demás del natural deseo 
que comunmente se suele tener de engran- 
decer las cosas propias, soi religado de otro 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LVII 



mayor que á vuestra magnificencia muestre 
lo que lie dicho; ansi es, muy magníficos se- 
ñores, que el illustre señor Prospero Colona, 
duque de Trajeto, conde de Funde, señor de 
Campaña, uno de los dos cabos principales de 
Roma, como muy buen servidor que ha sido 
y es del Rey é Reina mis señores, va en Es- 
paña por besar las manos reales de sus Alte- 
zas; y por tener yo con él muy estrecha fra- 
ternidad en estas guerras pasadas, en las 
cuales él ha muy bien servido á sus Altezas, 
hame dicho que lleva gran deseo de ver 
esa ciudad, tanto por el grande amor que me 
tiene, cuanto por lo que yo le he dicho de su 
antigüedad y perfección; suplico á V. S., que 
si fuere, le plega darle á conocer vuestra 
grandeza y autoridad, haciendo la demostra- 
ción que pertenece á quien la hace y á quien 
se hace. Porque V. S. debe saber que su per- 
sona es de tanto valor que debe y puede ser 
en gran precio estimada; y pues al fin el honor 
se atribuye al hacedor, y honrándole vuestra 
señoría en general y en particular él se po- 
drá laudar y conocerá ser cierto lo que yo le 
he dicho, y para estos señores será mucho á 
propósito de una tan insigne ciudad y yo 
rescibiré dellos más merced y obligación que 
si á la propia persona mia se hiciese: que los 
tales amigos se deben honrar y estimar siem 
pre, por cuanto del hacer bien jamás se per- 
dió cosa alguna; que para adelante es muy 
buena grangeria, y más en parte donde tan 
bien lo sabrá agradecer. Y pues de la longitud 
y magnificencia de vuestra señoría puedo es- 
perar esto que digo y cosas más grandes, no 
más de que si mandan algunas en que yo de 
acá les pueda servir, no conviene afirmar que 
lo haré, pues está de suyo. Nuestro Señorías 
vidas y estados de vuestra magnífica señoría 
prospere y conserve como deseo. De Ñapóles 
á 21 de Enero. Servidor obediente de V. S., 
Gonzalo Hernández, duque de Terranova. 

73. Poder de Fabricio Colona para capitular 
el casamiento de su hijo con la hija segunda 
del Gran Capitán, D.^ Elvira (' ;. 

(En el año 1511 á 11 de Octubre en Ñapó- 
les, porque ocupados el Gran Capitán y Co- 
lona no podían padre é hijo intervenir en los 
capítulos deste matrimonio, dan su poder 
á Camilo Gipcio). 

O El original en el Archivo de Baena. 



74. El Gran Capitán al Rey Católico (1512). 

Muy alto é muy poderoso y catholico Rey 
y señor: Ya sabe V. A. cómo Arraeche le ha 
sido y es buen servidor, y con una marca de 
represaría que V. A. le hizo merced, embargó 
en Oran cierta hacienda é bienes de un mer- 
cader veneciano; y ahora al presente quiere 
ir en servicio de V. A. en esta jornada, y para 
esto desea comprar una muy buena nao, por- 
que mejor la pueda hacer; y dice que aquellos 
bienes que él embargó, están en poder y uso 
de muchas personas; de que las otras partes 
y él reciben agravio y daño. Suplica á vues- 
tra Magestad mande que sean desembaraza- 
dos, porque pueda efectuarse su buen pro- 
pósito. Y pues es persona tan suficiente, toda 
merced que V. A. le hace es bien empleada 
en él. Guarde y acresciente nuestro Señor 
su Real persona y muy poderoso estado. De 
Medina del Campo á XI de Junio. De V. A. 
muy humil servidor que sus píes y manos besa, 
Gonzalo Hernández, duque de Terranova. 

75. Sobre la muerte del Gran Capitán (1515). 

En Trujillo supo el Rey la noticia de la 
muerte del Gran Capitán, producida por unas 
calenturas cuartanas. «Decíase que por tener 
el Rey Católico algunas sospechas del, lo de- 
xaba vivir allí pacíficamente sin encomendalle 
cosas de guerra, en que era muy sabio, como 
por experiencia lo había mostrado en la con- 
quista del reino de Ñapóles; é afirmábase que 
si viviere más que el Rey Católico, alcanzara 
á ser Maestre de Santiago, porque decían que 
tenía bulas apostólicas para ello; aunque tam- 
bién se decia que el príncipe Don Carlos ha- 
bía después habido otra bula por medio del 
Cardenal de Santa Cruz para poder tener los 
tales Maestradgos.» 

Murió el Gran Capitán como mUy buen 
cristiano, en el hábito de Santiago, dejando 
su ánima encomendada á la Duquesa su mu- 
jer y á otros dos albaceas la restitución de 
los salarios. Mandó decir cincuenta mil misas 
á las ánimas del purgatorio. Dejó encomen- 
dada al Rey Católico su hija Elvira, heredera 
de su Estado, y á su mujePuna parte de él. 
Después de muerto lo sentaron en una silla y 
lo tuvieron así todo el día porque la gente lo 
viese. Hubo grande llanto por su muerte en 
Granada, así de moros como de cristianos» 



LVIII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



por todas Jas calles por donde pasó al llevar- 
lo á depositar á San Gerónimo. Mandó la Du- 
quesa enterrarlo en un monasterio de San 
Francisco. A los diez dias le hicieron pompo- 
sas honras. Sobre su sepultura junto al altar 
mayor habia una gran tumba cubierta de paño 
de brocado y una cruz de Santiago encima. 
Colgado de lo alto se veia el estandarte ver- 
de y pardillo que la Reina le habia entrega- 
do, y á los lados pendones Reales. Fuera de la 
reja, en medio de la iglesia se alzaba un taber- 
náculo cubierto de seda negra, con las basas 
de las columnas doradas, y en éstas escudos 
magníficos con su genealogía y una bandera 
encima, coronando la techumbre del taber- 
náculo el escudo de Córdoba. Habia alrede- 
dor doce candelabros muy grandes, y dentro 
otros doce, siendo el peso de cada uno de 
ellos quince marcos de plata. Toda la iglesia 
estaba espléndidamente colgada de tapicería, 
y en la reja ondeaban dos guiones del Rey de 
Francia, el de Cerinola y el de Garellano, los 
dos ensangrentados. A la derecha se alzaban 
una muy rica bandera con las armas de la 
Iglesia, tomada al Duque de Valentinois, y 
otras de otros Príncipes y Señores; y á la iz- 
quierda estaban las del Rey Federico, Mar- 
qués de Mantua y de algunos potentados de 
Italia. Ademas toda la iglesia estaba alrede- 
dor adornada de banderas y estandartes. La 
gente que acudió de la ciudad y de veinte le- 
guas á la redonda á sus funerales fue tanta 
que no cabía en la iglesia ni en las calles. 

76 Documentos relativos al Gran Capitán 
existentes en el Archivo general de Siman- 
cas {^). 

Carta autógrafa de Gonzalo Fernández á 
los Reyes Católicos, avisándoles de estar la 
armada preparada y del día en que se harían 
á la vela, diciendo que era la mejor armada 
que había salido de España, si se la proveía 
de buenos contadores y veedores, advirtien- 
do y suplicando no se descuidase la paga de la 
gente. (Puertode Málaga, 1.° de Junio, sin año). 

— Instrucción del Rey Católico á su cape- 
llán Juan de Aponte, fraile de la Orden de 
Santiago, para &kv el pésame á la Duquesa 
de Sesa y de Terranova y á su hija por la 

O Al celo y buena amistad de mi querido compañe- 
ro D. Julián Paz, dignísimo jefe del citado Archivo, 
debo esta interesante nota, por lo que me complazco 
en reiterarle públicamente las más expresivas gracias. 



muerte del Gran Capitán. (Sin fecha). Minuta 
de carta para la Duquesa, en creencia de 
Aponte. 

— Cédula del Rey Católico para que los 
100.000 maravedís de juro que el Gran Capi- 
tán, Gonzalo Fernández de Córdoba, tenía si- 
tuados en ciertas rentas de la ciudad de Cór- 
doba, y los renunció en favor del contador 
mayor Antonio de Fonseca, se asentasen en 
cabeza de éste. (Sevilla, 12 de Abril de 1511). 

— Memorial de las cosas de que se habían 
de pedir provisiones al Cardenal para la Du- ^ 
quesa de Terranova, que eran las siguientes: 

Los dos cuentos de juro de por vida que el 
Gran Capitán tenía en las rentas de la seda 
del Reino de Granada. 

100.000 maravedís de juro de por vida en 
Córdoba. 

Las tenencias de lllora y Castil de Ferro. 

La tenencia y gobernación de Loja. 

La encomienda de Valencia del Ventoso. 

La tenencia de Benamejí. 

La escribanía mayor de Córdoba. 

Voz mayor de Córdoba. 

Y todo en general (Sin fecha). 

—Cédula para que en cuanto estuviese sus- 
penso el oficio de la escribanía de la justicia 
de Córdoba, que pertenecía á Gonzalo Fer- 
nández de Córdoba, se le librasen todos los 
años 25.000 maravedís que rentaba (23 de 
Agosto de 1494). 

— Documento referente á Gonzalo Fernán- 
dez de Córdoba, veinticuatro y alguacil ma- 
yor de Córdoba, hijo de Martín Fernández de 
Córdoba, alcaide de los Donceles. 

—Nota de un privilegio de 22.500 marave- 
dís para quince lanzas. 

—ídem deotrade 20 cahíces de trigo de juro, 
situados en las tercias del pan, de Córdoba. 

—ídem de 3.000 en la casa y guarda del 
Príncipe. 

—Primer pliego de una confirmación (mal- 
tratada) de los Reyes Católicos, de marave- 
dís de juro. 

—Privilegio de 74.000 maravedís de por 
vida, por sus servicios. (11 de Abril de 1468). 

— Privilegio de 80.000 maravedís de juro 
por sus servicios (6 de Junio de 1469). 

— Confirmación de este privilegio en 1470 
—Privilegio de 100.000 maravedís de por 

vida, por sus servicios. (Granada, 22 de Mayo 
de 1492) (Capitán y alcaide de lllora). 
—Provisión para que á Doña María Manri- 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LIX 



que, mujer de Gonzalo Fernández, mostrando 
poder de su marido, se le acudiese con dichos 
100.000 maravedís, en atención á que aquél 
estaba ejerciendo el cargo de Capitán Gene- 
ral de la armada contra los turcos. (Granada, 
26 de Mayo de 1501). 

—Provisión para que se acudiese con ellos 
á cualquier persona que presentase poder de 
Gonzalo Fernández, sin necesidad de presen- 
tar fe de vida. (13 de Mayo de 1502). 

—Confirmación de dichos 100 000 marave- 
dís. (Madrid, 29 de Marzo de 1514). (En favor 
del Duque de Sesa y de Terranova). 

—Libranzas de ciertos maravedís que se le 
debían. 

—Confirmación de los pedidos y monedas 
de su villa de Baena, con su tierra, y de todos 
los lugares que tenia el 20 de Noviembre de 
1483, en que los Reyes Católicos hicieron esta 
merced de juro de heredad, con título de Ma- 
yorazgo, á don Diego Fernández de Córdoba, 
Conde de Cabra, Vizconde de Iznajar, por el 
señalado servicio que hizo en la prisión del 
Rey moro de Granada, en compañía de don 
Diego Fernández de Córdoba, alcaide de los 
Donceles. (Valladolid, 8 de Mayo de 1548). 

— Fragmento de la donación que en 1499 
hicieron los Reyes Católicos á Gonzalo Fer- 
nández de Córdoba de Orgiva, el Bacet con 
algunas caserías, y de los lugares y alquerías 
de Bayaca, Carataunas, Xabotaya, Quenier, 
Becenied, Pago, Cañar, Beniesad y Soltis, 
con otras, entonces pobladas de moros, con 
sus vasallos y rentas. 

—Provisión de los Reyes Católicos en que 
jiicieron merced de juro á Gonzalo Fernán- 
dez de Córdoba, Duque de Terranova, Conde 
de Sant Angelo, de todas las rentas, pechos y 
derechos que pudiesen pertenecer á sus Al- 
tezas en aquellos lugares en equivalencia de 
los derechos moriscos que pagaban los moros 
antes de convertirse á la fé. (Toledo, 3 de 
Junio de 1502). 

—Carta del Gran Capitán á Hernando de 
Zafra en creencia de Diego de Baeza, comu- 
nicándole que había hecho cuanto había po- 
dido en favor de Lorenzo de Zafra, dándole 
primero el gobierno de Lipar, que era de lo 
mejor que allí se daba y no habiéndole satis- 
fecho se le dio la isla de Capri y 400 ducados 
de renta. (Puzol, 13 de Abril, sin año). 

Están además las conocidas cuentas del 
Gran Capitán, que forman un tomo de 924 



hojas, constituido por libranzas de Gonzalo 
Fernández al tesorero de la armada de sus 
Altezas, Luis Pixon, para pago de la gente 
de guerra de sus capitanías y de toda clase de 
gastos de campaña, correos, bastimentos, 
municiones, etc. 

77. Gonzalo Fernández de Oviedo sobre la 
vida del Gran Capitán ('). 

Casó el Gran Capitán, antes que á este alto 
titulo subiese, la primera vez con D.^ Isabel 
de Sotomayor, hija de Luis Méndez, señor 
del Carpió, de la que tuvo una hija que mu- 
rió niña, y después murió la madre. Después, 
estando ya muy bien estimado y capitán de 
cien lanzas de ginetes y alcaide de llora y de 
Loja, y habiendo tomado el hábito de la Orden 
de Santiago, y siendo Comendador de Valen- 
cia del Ventoso, casó segunda vez con D.^ Ma- 
ría Manrique, del linage de los Duques de 
Nájera, hija de D. Fadrique Manrique, co- 
mendador de Azuaga, de la Orden de Santia- 
go, y de D.^ Beatriz de Figueroa, hermana 
de D. Lorenzo Suarez de Figueroa, primer 
Conde de Feria. Estos señores tuvieron cua- 
tro hijas: la mayor la citada D.^ María; la se- 
gunda, D. Francisca Manrique, mujer de don 
Luis Portocarrero Bocanegra, señor de Pal- 
ma; la tercera fue la que casó con D. Fran- 
cisco Enriquez, señor de Almansa; la cuarta, 
D.^ Leonor Manrique, mujer de Pero Carrillo, 
hija del señor de Alcaudete. 

De la citada D.^ Maria tuvo el Gran Capi- 
tán dos hijas, D.^ Elvira y D.^ Beatriz, así 
nombradas por devoción de sus madres del 
Gran Capitán y de la Duquesa, que eran doña 
Elvira Herrera y D.'"* Beatriz de Figueroa. La 
hija segunda Beatriz murió siendo joven y 
doncella. La mayor, D.^ Elvira, que sucedió 
en el Estado del Gran Capitán, estuvo una 
vez á punto de casarse, y ajustado su matri- 
monio con el Condestable D. Bernardino de 
Velasco, viudo por segunda vez; pero no llegó 
á efectuarse este enlace por haber fallecido 
aquel magnate. Después de esto quiso su pa- 

(1) El renombrado autor de las Batallas y Qxdnqua- 
genas dedicó uno de sus más interesantes Diálogos, en- 
tre Alcaide y Sereno, á la memoria del Gran Capitán, á 
quien trató íntimamente en Italia y cuyo Secretario fué 
algún tiempo. De este Diálogo he tomado, ya en extrac- 
to, ya en copia literal, lo más esencial, desconocido é 
inédito de cuanto so refiere al ínclito Gonzalo Fernán- 
dez. Cré se que Fernández de Oviedo nació en Madrid 
en el año de 1479; que en 1521 pasó de capitán á la Isla 
de Santo Domingo, y que murió en Valladolid en 1557 



LX 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



dre casarla con su sobrino D. Pedro Fernan- 
dez de Córdoba, primer marqués de Priego, 
y teniendo ya despachado al efecto el breve 
de dispensa apostólica, por ser el Marqués y 
D.^ Elvira primeros hijos de dos hermanos, en 
ocasión que aquel estaba viudo, también que- 
dó sin llegar á debido efecto este matrimonio 
por muerte de! de Priego. Sin duda la tenia 
Dios guardada para mujer de D, Luis de Cór- 
doba, primogénito del Conde de Cabra, D. Die- 
go Fernandez de Córdoba, con cuyo D. Luis 
casó al fin, después del fallecimiento del Gran 
Capitán su padre. Llamóse Duquesa de Sesa, 
viviendo su madre la Duquesa de Terranova, 

De D.^ Elvira tuvo D. Luis, su marido, á 
D. Gonzalo Fernandez de Córdoba, que reunió 
los dos Estados de sus abuelos el Gran Capi- 
tán y el Conde de Cabra, casándose con doña 
Mafia, hija del Comendador mayor de León 
D. Francisco de los Cobos. 

Cuando el Gran Capitán fue á Ñapóles era 
únicamente un secundon de una casa ilustrí- 
sima de Castilla, y por su persona muy bien 
reputado y estimado, habiendo ya adquirido 
con la lanza en la mano alto crédito en la 
guerra de los moros y conquista de Granada. 
Tenia una capitanía de cien ginetes. Habíanle 
dado los Reyes Católicos una buena enco- 
mienda de la Orden de Santiago; y como justo 
premio á sus grandes hechos militares en 
aquella memorable guerra de Granada le hi- 
cieron asimismo merced de la taha (') de Orgi- 
ba, que es un gentil señorío, de suerte que 
en todo podría reunir unos seis mil ducados 
de renta al año; poca cantidad para las altas 
aspiraciones de su persona, porque la enco- 
mienda, la capitanía y las tenencias de Loja é 
llora que también tenia, no eran bienes pa- 
trimoniales, sino vitalicios. 

Tojdo lo que ganó el Gran Capitán lo tra- 
bajó bien. Sobre la causa de su ida á Ñapó- 
les, dice el mismo escritor que el año 1494, el 
Rey de Francia Carlos VIII entró en Italia 
para ir á tomar el reino de Ñapóles, donde 
reinaba Alfonso II, llamado el Guercho, so- 
brino del Rey Católico, á pesar de la amistad 
y capitulaciones que entre los dos soberanos 
mediaban. Para resistir y oponerse á los de- 
signios del francés, y para socorrer al rey 
D. Alfonso, mandaron los Reyes de España á 

O Vocablo arábigo, al decir del escritor de quien to- 
mamos estas noticias, que equivale á señorío con mero 
y mixto imperio, ó condado; constaba de doce lugares y 
una fortaleza, con unos mil vasallos. 



Gonzalo Hernández por la mar con poderosa 
armada; mas cuando este llegó ya D. Alfonso 
se habia pasado á Sicilia, donde falleció dejan- 
do su Estado á su hijo D. Fernando, que fue 
segundo de este nombre. En este tiempo, 
estaba todo el reino en poder de franceses, 
habiendo entrado en la capital, Ñapóles, el 
rey Carlos VIII el 22 de Febrero de 1495. 

Cuando llegó Gonzalo Hernández al reino 
de Ñapóles, ya lo encontró punto menos que 
perdido; el rey Carlos se habia vuelto á Fran 
cia, y habia quedado por su Capitán General 
Mr. de Montpensier con poderoso ejército en 
guarda del reino. Fue causa del presto regre- 
so á Francia de su monarca, el haber éste 
sabido la estrecha alianza y liga que contra 
él hablan pactado los Reyes Católicos, el em- 
perador Maximiliano, el Papa Alejandro VI, 
los Venecianos, el Duque de Milán Ludovico 
Sforza y otros potentados de Italia. No pudo, 
sin embargo, pasar á sus dominios «sin rom- 
per su lanza y pelear por su persona como 
príncipe muy animoso en la batalla que dicen 
de cerca de Fornovo, á cinco millas de Parma, 
no lexos de Alexandria de la Palla; é por fuer- 
za de armas pasó, pero fue roto y desbara- 
tado y perdió el fardage en virtud de la mala 
disposición del terreno, y de la prudencia y 
esfuerzo del Marqués de Mantua, Francisco 
de Gonzaga, que era Capitán General de la 
Señoría de Venecia...» Continuó la guerra en 
Ñapóles, y en ella fué una vez desbaratado 
Fernando II por no seguir el consejo de Gon- 
zalo Hernández que con él iba, saliendo éste 
herido en la boca de una lanzada que recibió 
peleando como valiente caballero cerca de un 
lugar llamado la Tela. Esta y otras análogas 
contrariedades quitaron la vida al rey D.Fer- 
nando, que falleció en Nochera, no sin sospe- 
cha de haberle dado yerbas venenosas. Suce- 
dióle en el reino su tio el Infante D. Fede- 
rico ('), príncipe de Altamura á la sazón; el 
cual prosiguió la guerra ayudado del gran 
Gonzalo, que le puso en breve en posesión 
del reino de Ñapóles; y agradecido arlos gran- 
des servicios que le habia prestado, le hizo 
merced del Ducado de Terranova y del Con- 
dado de Santangelo. 

Sucedió el día 4 de Octubre de 1497 la 
muerte del primogénito de los Reyes Católi- 



(1) Véase mi estudio La Beina D." Juana la Loca 
(Madrid, 1892), sobre la muerte del Rey D. Fernando y 
sucesión del Bey D. Federico. 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXI 



eos, el Príncipe D.Juan, y constando á aque- 
llos monarcas que el reino de Ñapóles estaba 
ya pacífico y sin franceses, enviaron á llamar 
al Gran Capitán; el cual paso á España al año 
siguiente de 1498, hallando á los Reyes en 
Zaragoza, donde poco hacia habia también 
fallecido su hija mayor la Reina y Princesa 
D.^ Isabel á consecuencia del parto del Prín- 
cipe D. Miguel. Habitaban los Monarcas en el 
edificio llamado Aljafería, fortaleza y casa 
real sita en los extramuros de Zaragoza; y 
porque estaba tan reciente su dolor por la 
pérdida de su hija y heredera, no se hizo al 
Gran Capitán tan solemne recibimiento como 
sin los lutos se le hiciera. Asi, pues, entró 
vestido de luto, y salieron á recibirle todos 
los prelados, Grandes, señores y caballeros 
cortesanos, con todos los que se hallaron en 
aquella ciudad, «como era razón de rescibir 
é festejar á tan próspero y venturoso vence- 
dor, como venia colmado de triunfos y tro- 
feos». Apeado en la Aljaferia salió el Rey de 
su aposento y bajó hasta la mitad de la es- 
calera principal, donde el Gran Capitán le 
besó la mano, y el Rey le abrazó y tomó de la 
mano. Asi subieron á una sala, donde la Rei- 
na Católica esperaba; y como entraron, esta 
magnánima señora se puso de pie y salió fue- 
ra del estrado cuatro ó cinco pasos á recibir 
al victorioso Gonzalo. Este, hincada la rodi- 
lla en tierra, le besó la mano; y la Reina le 
abrazó y mostró alegrarse con su venida, ha- 
ciéndole ambos soberanos más demostracio- 
nes de cortesía y honor que hasta entonces 
habían hecho á ningún señor de vasallos. Des- 
pués que la Reina con dulces palabras le dio 
la enhorabuena de su venida, añadió: «Razón 
es que quien tan bien sabe trabajar é tanto 
ha trabajado, que descanse é repose»; y tor- 
nándose á levantar, hizo el Rey demostración 
de querer ir á acompañarle, mas el Gran Ca- 
pitán le detuvo, cuando ya estaba fuera del 
estrado, y se volvió á él, repitiendo el ilustre 
caudillo su acatamiento y dirigiéndose á su 
posada muy acompañado de todos los que le 
salieron á recibir. 

Pocos días después los Reyes regresaron á 
Castilla para hacer jurar en este reino al 
Príncipe Don Miguel, su nieto, jurado ya en 
Zaragoza por los aragoneses. 

Algún tiempo después el Embajador de la 
Señoría de Venecia solicitó favor y ayuda de 
los Reyes Católicos contra los turcos, que se 



habían apoderado de Cefalonia y de otras is- 
las y fortalezas del Archipiélago. En su con- 
secuencia partieron contra los turcos dos ar- 
madas poderosas, una del Rey de Francia, 
Luis Xll, y otra de España, cada una indepen- 
diente de la otra, á pesar de estar concluidas 
ya las paces entre ambos monarcas y de ha- 
berse repartido entre sí el reino de Ñapóles 
secretamente, como luego se declaró. Fue por 
Capitán general de la armada francesa un ca- 
ballero muy principal llamado Mr. de Rabas- 
tain, vasallo del Rey D. Felipe el hermoso, ar- 
chiduque de Austria, contra la voluntad del 
cual se había ¡do á servir al Rey de Francia, 
por cuya razón le privó de la dignidad de la 
Orden del Toisón. Esta armada se perdió sin 
obtener resultado alguno. La española, man- 
dada por el Gran Capitán, pasó á levante para 
recuperar la citada isla de Cefalonia, á pesar 
de ser muy fuerte por naturaleza y arte y de 
hallarse de guarnición en ella buenas tropas 
y bien municionadas, habiéndose unido á 
nuestra escuadra otra muy pujante de vene- 
cianos. Después de varios reñidos combates, 
pidieron aquéllos á Gonzalo Hernández les 
permitiese á ellos dar solos un asalto; pero 
los turcos se batieron con tanto coraje, que 
los venecianos se vieron obligados á retirar- 
se. Entonces mandó nuestro caudillo á sus 
tropas que dieran otro asalto á los infieles, y 
«dieronse tan buena maña los españoles que 
á escala vista y por fuerza de armas se tomó 
con mucha sangre de los turcos, los cuales 
cuasi todos murieron en la defensa; y la vic- 
toria habida, el Gran Capitán la restituyó y 
entregó á los venecianos. Este fue un fecho 
de los más señalados que en nuestros tiempos 
algún capitán ó principe haya hecho». Volvió 
Gonzalo á Sicilia y desembarcó en Mesina, 
conservando su armada bien proveída de muy 
buena gente asi de á pie como de caballo. 

Llamábanle ya por aquel tiempo Gran Ca- 
pitán, porque desde la primera guerra de Ña- 
póles, nuestra gente de guerra le intituló así, 
y amigos y enemigos aceptaron el dictado, 
confirmándolo el tiempo más y más cada día. 
«Porque su esfuerzo y prudencia y mucha in- 
dustria en las cosas de la guerra le eran tan 
naturales como el nombre lo requería; y junto 
con esto era muy sofrido é venturoso, é so- 
bre todo muy catholico cristiano é muy leal 
servidor de sus Reyes; é asi por su exemplo 
en el exército todos sus milites eran hombres 



LXII 



CARTAS DEL ORAN CAPITÁN 



de mucho valor... Viérades al Gran Capitán 
tan devoto y honesto y reverenciador de la 
Iglesia, é tan cristiano é limosnero é tan pia- 
doso con los aflijidos, é tan consolador de los 
lastimados, é tan acatado é honrador de los 
religiosos, e tan comedido é bien criado, que 
era un espejo de cortesía; tan manso, é llano 
é tan afabil con todos é con cada manera ó 
calidad de hombres; et tan señor con señores, 
é tan de palacio con los caballeros mancebos 
é con las damas, guardando su gravedad é 
medida é buena gracia en sus palabras, que 
sin dubda ningún artífice que fuese único en 
su arte no le entendía tan complida y bastan- 
temente como el Gran Capitán entendía é sa- 
bia estos primores, é lo que habla de hacer en 
cada cQsa de las que son dichas ó que pu- 
diesen ocurrir. Fue liberalísimo y muy polido 
en sus atavíos, é muy del Palacio, é galán 
decidor é no lastimador en sus donaires, é 
muy quisto de las damas, en las burlas muy 
templado é aplacible en las veras, tan varón é 
prudente é animoso como el tiempo é la oca- 
sión lo pedían. Todo cuanto hacia, páresele 
quel cielo lo aprobaba é la tierra lo consentía 
é los hombres lo aceptaban. Finalmente él 
nasció para mandar, é súpolo tan bien hacer 
en paz é en guerra cuanto todos los que le 
vieron lo sabemos, é los ausentes en sU ma- 
yor é mejor parte del mundo no lo ignoraron. 
Testigos son del valor de su persona é gran 
ser suyo todos los cristianos de Europa; no 
lo dexaron de saber los moros é turcos é per- 
sianos é otras naciones de la Asia; ni les fue 
oculto á los africanos, ni á todas las potencias 
de Italia é Alemania; é mejor que otro lo en- 
tendieron é con su daño lo experimentaron 
franceses, ansi en lo ques dicho como en lo 
que adelante se dirá. Una cosa quiero deciros 
del Gran Capitán, que como testigo de vista 
puedo decir, é de innumerables testigos el 
mundo está certificado; y es que era el hom- 
bre desta vida que menos dormía, y el que 
más de voluntad velaba é trabajó siempre. 
Y asi los que en sus exércitos le seguían imi- 
tándole, eran para más que otros hombres, y 
por tal costumbre y uso de las armas, menos 
temían la muerte...» 

A propósito de la segunda conquista del 
reino de Ñapóles por el Gran Capitán, lamén- 
tase el autor de la infelice suerte del rey Don 
Federico de Ñapóles, áe quien dice ha oído 
muchas loores de su persona, habiendo muer- 



to fuera de su casa con su mujer é hijos y 
desheredado. «Yo le serví, añade, en la Cá- 
mara hasta que perdió su reino; y por su 
mandado fui con la Reina joven, su hermana, 
muger que habia sido de su sobrino el Rey 
Fernando II, y pasé con S. M. en Sicilia y en 
su servicio fui hasta España, é la serví de 
guardarropa. E no podría yo decir del serení- 
simo Rey D. Federique tanto bien cuanto en 
su real persona cupo; é en eso yo escrebí en 
la segunda parte del Catálogo Real de Casti- 
lla (ques precedente á esta destos Coloquios 
de la Nobleza de España) lo que supe é oí de 
su perdición del Rey, como testigo de vista, é 
no me puedo acordar de su infelicidad sin 
darme pasión ni querría hablar en ella. Pero 
para lo que toca al Gran Capitán no se puede 
dexar de decir esa desventaja del Rey Fede- 
rico que deciros he lo que aquí hace al caso... 
Esa perdición del Rey Federique más creo yo 
que fue por los pecados del reino y de sus 
subditos que no por su persona, que fue un 
muy buen príncipe, é su muger la Reina Isa- 
bel una bendita criatura, y sus hijos é hijas 
todos eran niños é inocentes en aquella edad 
é tiempo que esa guerra é ruina de su casa 
sobrevino. Y esa partición entre los Reyes de 
España y Francia en esa hablemos y dexemos 
lo demás, ó que fuese con culpa ó sin culpa 
del Rey, ó permisión de Dios, ó por cualquier 
causa que ello procediese. Quiero, primero 
que pasemos adelante, satisfacer á lo que 
apuntastes de la infamia de no haber el Rey 
mejor defendido su reino; porque es un caso 
notable, y de que al Rey ningún cargo se le 
puede dar. Y los que no saben las cosas é 
juzgan de lexos é sin oír las partes, hablan 
vanidades é hácense jueces de lo que no en- 
tienden... Aquel reino todo sigue dos opinio- 
nes: los unos á la parte francesa, é éstos 11a- 
manlos Anjoinos; é procede su opinión de la 
Casa de Anjeo, de la cual ha habido reyes en 
Ñapóles, é hicieron mercedes é dieron Esta- 
dos á quien los sirvió; y desta secta hay mu- 
chos hombres principales en aquel reino, asi 
como los Principes de Visimanno é de Saler- 
no é otros é todo el linage de Sant Severíno. 
Después el Rey de Aragón, Don Alfonso pri- 
mero de este nombre, que tomó este reino y 
excluyó la parte francesa é sucedió la arago- 
nesa; é después deste Rey, sucedieron sus 
hijos é nietos, y por su mano heredáronse en 
Estados y títulos otros caballeros; é esos son 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXIII 



los adherentes á la Casa de Aragón, é lláman- 
los Aragoneses Y como las cabezas desas 
dos opiniones son Francia é España, é aque- 
llos Reyes se partieron el reino, los unos acu- 
dieron á Francia é los otros á España, y que- 
dóse el Rey Federique sin tener fuerzas ni ser 
parte para resistir á los unos ni á los otros. 

«Habido esto por fundamento cierto, como 
lo es en efecto, conviene que sepáis otros 
dos puntos el uno que lo que cupo á Francia, 
fue donde estaba la mayor parte de los aficio- 
nados á España, é lo que cupo á España, fue 
donde estaban heredados los anjoinos. El se- 
gundo punto que habéis de entender es que 
aquel reino consiste en seis provincias, cua- 
tro principales é dos que son de tal calidad 
que sin ellas no se pueden sostener las de- 
más; é aquellos Principes dividieron entre si 
las cuatro principales en esa partija é no más. 
Esto es lo que era público é se platicaba é 
todos decían y la obra lo mostraba (que las 
capitulaciones yo no las vi ni las lei, pero fue 
notorio), y eran Tierra de labor (alias Cam- 
pania); en la cual provincia está la insigne y 
muy noble, opulenta y real cibdad de Ñapó- 
les, é la cibdad de Capua é otras principales 
cibdades é villas. Esta provincia cupo á la 
parte de Francia; é la segunda fue la provin- 
cia de Abruzo, en la cual está la cibdad del 
Águila. Estas dos provincias, Tieira de labor 
e Abruzo, que cupieron á Francia, están hacia 
Roma, é las otras dos que cupieron á España 
son la Pulla é Calabria, é están hacia la isla 
de Secilia. Tened en la memoria lo que ha- 
béis ya oído, y sabed que como la armada de 
Francia, que se dixo de suso que habia lleva- 
do en levante mosior de Ravastaín, se perdió, 
convino al Rey de Francia enviar otra, é asi 
lo hizo; é fue con ella el Duque mosior de 
Nemos; é por tierra envió otro exército, é por 
Capitán general del mosior de Obenin (Au- 
begni), et con el Duque de Valentino, Don 
Cesar de Borja, hijo del Papa Alexandro VI, 
que habia casado en Francia con la hermana 
del Rey Don Juan de Navarra, señor de Labrít. 

»En tanto que el exército francés no llega- 
ba, estúvose el Gran Capitán en Mesina, por- 
que las dos potencias fuesen en un mismo 
tiempo sobre el reino. Sospechándose este 
trabajo, un año é más antes, fue á España la 
Reina vieja de Ñapóles doña Johana, muger 
que habia seido segunda del Rey Fernando 
viejo ó primero de tal nombre en Ñapóles, 



hermana del Rey Católico, para procurar de 
casar su hija la Reina joven, muger que ha- 
bia seido del Rey Fernando II joven, é persua- 
dir á los Reyes Catholícos que la casasen con 
el serenísimo Duque de Calabria, Don Fer- 
nando de Aragón, primogénito del Rey Don 
Federique, cuyos hijos fueron: el Duque y 
los Infantes Don Alonso é Don Cesar, é Do- 
ña Isabel é Doña Jullia; de los cuales, como 
he dicho, el Duque era el mayor, é seria en- 
tonces de once á doce años. A las peticiones 
de la Reina vieja no fue respondida con obra: 
entretovieronla con esperanza. 

»E1 Rey Federique, viendo aquella armada 
de España parada y tan costosa, é seyendo 
avisado que los franceses iban, recelándose 
de los unos é de los otros, basteció á Taran- 
to, é puso allí al Duque de Calabria; é con él 
á su ayo el Conde de Potencia, Don Iñigo de 
Guevara, é á un caballero de la Orden de 
Sant Johan de Rodas, llamado frey Leonardo, 
napolitano é famoso hombre de guerra. Et 
envió uno de los de su Consejo con una galea 
al Gran Capitán para entender su intención y 
saber si le habia de ayudar ó serle contrario. 
Et respondió quél no sabia la voluntad del 
Rey e Reina de España, sus señores; et caso 
que la supiese, como prudente dióle palabras 
equívocas, de que ni bien se colegia esperan- 
za ni se la quitaba. Pero la galea y el emba- 
xador volvió con su fría respuesta. 

»Ya los franceses que por tierra venían 
estaban cerca del reino; por lo cual el Rey se 
fue á bastecer é proveer á Capua, que era 
adonde los enemigos guiaban. Pocos días an- 
tes habia llegado á Ñapóles un Embaxador 
del Gran Turco ofrescíendo al Rey Federique 
su favor y ayuda; é algunos del Consejo qui- 
sieran que el Rey se ayudara del por su ex- 
trema necesidad; pero en las condiciones no 
se concertaron, porque el Rey quería poca 
gente y el Turco queríale dar mucha. E final- 
mente no se concertaron, porque el Rey de- 
terminó de perderse antes que darle entrada 
al Gran Turco en la cristiandad. 

»A1 tiempo que el Rey estaba basteciendo 
á Capua, donde puso por su Capitán general 
al señor Fabricio Colona con muy buena gen- 
te de pie é de caballo, llegó allí un caballero 
criado del Gran Capitán, llamado mosen Fo- 
ces, con el cual envió á decir al Rey quel Rey 
y Reina de España, sus señores, le mandaban 
entrar en aquel reino é que tomase á Cala- 



LXIV 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



bria y Pulla por España; que le perdonase, 
quél no podia faltar al servicio é mandamien- 
to de sus Reyes y señores naturales; é que 
Dios sabia cuánto más él holgara de le venir 
á servir y ayudar, como ya otra vez lo hizo, 
que no á darle pena ni enojo; et que le supli- 
caba que le soltase la fidelidad, que como va- 
sallo le debia, é que mandase rescebir á Te- 
rranova é lo que tenia en su reino, de que el 
Rey mismo le habia fecho merced; et quél se 
lo dexaba é desistia dello para que su Ma- 
gestad hiciese de todo ello lo que su servicio 
fuese; et quél se desnaturaba é apartaba de 
su obediencia e obedescimiento en aquella 
manera que más á su derecho cumplía, é se- 
gún é como lo debia hacer, á ley de buen ca- 
ballero, porque no podia faltar á lo que era 
más obligado. Et diciendo esto, hizo testigos 
á los caballeros é hidalgos que presentes es- 
taban. Desto me podéis haber por testigo, 
porque me hallé presente El Rey respon- 
dió estas palabras: «Decid al Gran Capitán 
que la buena voluntad quél me tiene, yo esto 
muy certificado della, é quél hace como cava- 
llero lo que debe; é que haga lo que el Rey 
é Reina de España, sus señores, le mandan, á 
quien él es más obligado. Y en cuanto á res- 
cebir esa tierra é castillos, quél me quiere 
entregar, yo me doy por entregado deso, é le 
hago merced de nuevo de todo ello; é así lo 
digo delante destos caballeros». Ya podéis 
pensar si faltarían lágrimas en los circuns- 
tantes que oímos lo uno y lo otro; porque ni 
dexaron esas palabras de enternecer los ojos 
al Rey, ni quedó sin llorar el Embaxador 
mosen Poces. En fin, el Rey, oida esta mala 
nueva, que fue un domingo cuatro de Jullio 
de 1501, el miércoles adelante se partió de 
Capua y fue á dormir á Aversa, é después se 
fue á Ñapóles, é dende á muy pocos días los 
franceses cercaron á Capua; é por la maldad 
del Conde de Palena, que les dio entrada por 
la parte quél defendía, fue puesta al saco 
aquella cibdad, y hicieron franceses cuanto 
mal pudieron sin dexar género de fuerza é 
crueldad por hacer, como suelen. Luego el 
Gran Capitán fue sobre Taranto, donde esta- 
ba el Duque de Calabria y le cercó; pero allí 
rescibió daño el exército de España, é cada 
día lo rescibiera mayor; é al cabo de algunos 
meses se le entregó Taranto, más por la vo- 
luntad del Conde de Potencia que de consen- 
timiento ni parecer de frey Leonardo; el tual 



se fue á Rodas á servir á su Orden con una 
gentil galea que allí tenia muy bien tripulada 
é á punto de guerra, viendo quel Duque por 
su poca edad seguía la voluntad del Conde 
su ayo é querían rendirse; é frey Leonardo 

lo hizo como caballero Taranto se entregó 

y el Duque se puso en las manos del Gran 
Capitán debaxo de cierta capitulación; pero 
si se la guardaron ó no, pues está vivo é en 
Valencia del Cid, informaros de su Excelen- 
cía. No curo de decir los otros discursos que 
de aquí penden del Duque ni del Rey su pa- 
dre, por llegar á deciros la diferencia entre 
los franceses y españoles, ques lo que aquí 
hace al caso de los fechos del Gran Capitán. 
Y para el fundamento de la rencilla habéis de 
tener memoria, como os dixe, que el reino de 
Ñapóles contiene seis provincias, y en la par- 
tición no se trató sino de las cuatro. 

» Sereno. — ¿Qué se hizo el Rey Federique? 

y> Alcaide. — Como Capua se tomó por los 
franceses, luego Ñapóles se alzó por ellos; y 
en esos días que Capua se defendió, el Rey 
salvó su artillería y todo lo que tenía de su 
cámara y muebles en el castillo Novo; pasólo 
con sus galeas á la isla de Iscla, ques muy 
fuerte cosa y está diez y ocho millas de Ña- 
póles, que son cuatro leguas y medía, é fuese 
allí con sus dos hijas, que eran menores quel 
Duque, é el Infante Don Alonso, que habia 
poco más de tres años, é el Infante Don Ce- 
sar, aun no un año complido, é con ellos la 
Reina de Hungría Doña Beatriz, hermana del 
Rey Federique, muger que fue del Rey Ma- 
thías, é su sobrina la Duquesa de Milán, 
Doña Isabel de Aragón con sus dos hijas, 
Doña Hipólita que allí murió en Iscla, é la 
otra llamada Bona, que después fue reina de 
Polonia, é con la señora Escandarbega, Reina 
que fue de Albania. Et desde allí se fue el 
Rey en Francia, é la Reina joven, su hermana, 
se pasó en Seguía con cierta armada quel 
Gran Capitán envió por ella por mandado de 
los Reyes Cathólicos. 

»Los franceses poco tardaron de se entre- 
gar de sus dos provincias; pero los españo- 
les no lo píidieron así fácilmente hacer, á 
causa que los Anjoinos en Calabria eran afi- 
cionados á Francia, y porque quedaron por 
partir dos provincias llamadas Basílícata y 
Capítanata, en las cuales están los pastos 
para los ganados y toda la sal de aquel reino. 
Los franceses decían que eran suyas é que 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXV 



Cabían en su parte, y los españoles decían 
que eran aquellas provincias de Calabria é 
Pulla, é que entraban en lo que les pertenes- 
cia. E á la verdad los unos y los otros las ha 
bian mucho menester. Sobre esta contienda 
vinieron á las armas; é como ya había venido 
la armada de mar á los franceses con su Ví- 
sorrey el Duque mosíor de Nemos, é juntán- 
dose con el primer exército que saqueó á 
Capua, estaba próspero su partido, mucho 
más que el del Gran Capitán. E movida esta 
discordia, al principio los franceses llevaban 
lo mejor; é convínole á nuestro exército con 
el Gran Capitán retirarse y hacerse fuerte en 
la cibdad de Barleta, é desde allí andaba la 
guerra guerreada. 

»Y vino la cosa á términos que los Reyes 
Catholícos tovieron necesidad de rehacer y 
acrescentar su exército é socorrerle con más 
gente de pié y de caballo; y enviaron otra 
armada en Italia, que llevó Luis Puertocarre- 
ro, señor de Palma, cuñado del Gran Capitán 
(las mugeres hermanas), que era hombre de 
mucha experiencia é autoridad, é veterano 
capitán en las cosas de la guerra; et pasó en 
Seqilia é de allí en el reino de Ñapóles; é en 
llegando á la ciudad de Ríjoles murió, porque 
en el viaje había adolescido é iba muy enfer- 
mo por la mar. Et quedó por capitán de 
aquella gente Don Fernando de Andrada, 
caballero principal del reino de Galicia. Et 
como los franceses supieron que era llegada 
la segunda armada de España, dividiéronse 
en dos partes por estorbar que la gente que 
nuevamente iba no se juntase con la otra 
quel Gran Capitán tenia. E salióles al en- 
cuentro mosior de Obenni, capitán francés, 
el que tomó á Capua, como se dixo de suso; 
et con el resto quedó el Visorrey de Ñapóles, 
mosior de Nemos, contra el Gran Capitán. 

»Quiso Dios que dentro de ocho dias todos 
cuatro exércitos vinieron á las manos, é pe- 
learon, é hobieron su batalla cerca de Joya. 
Los españoles últimos que gobernaba Fernán 
Pérez de Andrada y él con ellos quedaron 
vencedores; y murieron muchos franceses, y 
escapó de la batalla huyendo su Capitán Ge- 
neral mosior de Obenni, é cayéronle en suer- 
te dos capitanes estremados y valientes por 
sus personas, que le siguieron y prendieron: 
que fueron el capitán Valencia de Benavides y 
el capitán Alvarado el mancebo. De manera 
que se consiguió una muy gloriosa jornada. 

Cnnicas del Gran Capitán. — e 



Otro viernes antes ó después deste vinieron 
á batalla el Visorrey de Ñapóles, Duque de Ne- 
mos, y el Gran Capitán; é quedó asi mismo la 
victoria por España, é el Duque de Nemos 
murió en el campo, con muchos franceses que 
allí perdieron las vidas. E juntáronse los dos 
exércitos victoriosos de España, enriquecidos 
de muchos despojos, é sin perder tiempo fue- 
ron á la cibdad de Ñapóles é abriéronle las 
puertas é entró el Gran Capitán triunphando 
de la victoria; et finalmente se apoderó de 
todo el reino, egepto de algunas fuerzas (') 
que eran muy fuertes. E desde allí fue á cer- 
car la cibdad de Gaeta, la cual y Taranto son 
las dos llaves más importantes del reino. 

»Pues como el Rey Luís XII de Francia supo 
la mucha declinación en que iban sus fechos, 
envió más gente por mar y por tierra, con los 
Marqueses de Mantua, Francisco de Gonza- 
ga. .., et con Luis, Marqués de Saluces. Et en- 
trados en el reino, el Gran Capitán levantó el 
real que tenia sobre Gaeta y fuelos á atender 
al paso del Garellano, que es un rio á donde 
hablan de venir. Et estuvieron los exércitos á 
la vista los unos de los otros, el rio enmedio, 
haciéndose la vecindad é daño que suelen ha- 
cer los enemigos; á causa de lo cual, aunque 
no podian usar de la lanza, como habla mu- 
cha artillería de ambas partes, jamás cesaba. 

»Hacíaseles á los españoles muy prolixo é 
importuno el tiempo que se pasaba sin venir 
á las manos, é con la calor de las victorias po- 
co antes habidas, comenzaron á hacer barcas 
para pasar á los enemigos; pero los franceses 
que deseaban vengar sus injurias pasaron an- 
tes á esotra parte por cierta puente de made- 
ra fecha por ellos. Y como el cordobés no dor- 
mía, fueron recebidos de tal manera que mató 
delios más de dos mili y quinientos hombres 
de pié y de caballo: que no fue menor victoria 
que la de Ceriñola. Et con mucho trabajo pudo 
el Marqués de Mantua recoger á su campo y 
volver á la otra parte del rio, donde estaba 
primero. Dende á pocos dias se tornó á su 
tierra; é decía quél había prometido al Rey de 
Francia de hacer descercar á Gaeta, é aquél lo 
había cumplido é se iba; é pudiera decir asi- 
mismo que no volvía bien librado ni contento. 
Quedó en el campo de los franceses mosior 
de la Tramulla y mosíor de Alegre, é por Ge- 
neral el dicho Marqués de Saluces. 

(V Sic: quiere decir fortalezas. 



LXVI 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



»Esta victoria fué un lunes, seis dias de No- 
viembre de 1503 años. Verdades que aunquel 
Marqués de Mantua se iba jactando que habia 
muy bien complido lo que prometió de hacer 
levantar al Gran Capitán de sobre Gaeta, su 
consuelo era á más no poder, buscado con 
palabras que eran de poco peso, pues quél 
no ganó nada en haber ¡do allá y el Rey de 
Francia menos en le enviar; é el Gran Capitán 
quedó victorioso é con mayor reputación, y 
si el mantuano atendiera, él viera otra cosa 
que palabras. Pero por aquel tiento que dio 
á la cuenta, conosció que no le convenia fe- 
nescerla, ni era cosa tanto á su propósito 
como irse con tiempo. 

»E1 Gran Capitán deseaba ver el fin de la 
guerra, y diose priesa á hacer una puente se- 
creta, é pasó de la otra parte del rio por más 
alto del real francés; é como le sintieron los 
contrarios, pusieron toda diligencia en meter 
toda el artillería gruesa en ciertas barcas, 
aunque no pudieron embarcarla toda; pero lo 
más della lo enviaban á Gaeta con el señor 
Johan de Mediéis. El cual, yendo por aquel rio 
abaxo del Careliano, á donde él entra en la 
mar, halló en ella tal tiempo é resaca quel 
Johan de Mediéis y las barcas y franceses, 
que en ellas iban, se anegaron. El Marqués de 
Saluces é el exército restante, visto quel Gran 
Capitán estaba del otro cabo del rio y le iba 
á buscar, no le osó atender y retruxose á un 
lugar que se dice Mola, en el cual pueblo los 
franceses se comenzaron á hacer fuertes. Mas 
el Gran Capitán llegó sobrellos sin les dar 
lugar á se reparar, y apeóse del caballo y pú- 
sose á pié con los alemanes. 

^>Ser. — ¿Pues porqué con los alemanes y no 
con los españoles y gente de la nación nuestra? 

»i4/c.— Porque los españoles más hablan me- 
nester freno que espuelas, e porque con ellos 
andaban Don Diego de Mendoza é Don Fer- 
nán Pérez de Andrada et el coronel Diego 
Garcia de Paredes et el Conde Pedro Nava- 
rro et el coronel Villalba et el coronel Pizarro 
é otros muchos y estremados capitanes; é 
quiso el Gran Capitán hacer ese favor á los 
alemanes, que serian hasta dos mili los que 
habia á sueldo, muy buenos. 

»E comenzóse el combate de Mola con tan- 
to denuedo que, aunque los franceses se opu- 
sieron á la resistencia, se les dio tanta priesa 
é con tan buen ánimo que los pusieron en 
huida é se retruxeron á Gaeta; é los españo- 



les en su seguimiento mataron muchos dellos 
en aquellas tres leguas que hay de camino 
desde Mola hasta ella, é con muy grande agua 
llouiendo. Pero aunque el terreno no estaba 
bueno para huir ni para alcanzar, por priesa 
que se dieron á se encerrar en Gaeta, queda- 
ron de los enemigos más de mil y quinientos 
muertos. Et el Gran Capitán recogió el cam- 
po, porque la sobreviniente noche no dio lu- 
gar á otra cosa; é púsose en Castellón, que es 
á cuatro ó cinco millas de Gaeta; pero en es- 
clareciendo, procedió en la victoria y siguió 
adelante para cercar á Gaeta la segunda vez. 
Y como los nuestros iban de buena gana é no 
hacian ya caso de la soberbia gálica, dieronse 
tan buen recabdo los delanteros que, cuando 
llegó el Gran Capitán, hablan ganado el mon- 
te é torre que llaman de Orlando, de lo cual 
se quedó espantado, é dio muchas gracias á 
Dios, porque ningún juicio humano tal pudie- 
ra sospechar ni creerlo sin lo ver. E mandó 
que á toda diligencia fuese el artillería, en es- 
pecial la quel dia antes habia ganado á los 
franceses, que eran diez cañones é tres cule- 
brinas é falconetes é gerifaltes hasta en núme- 
ro de treinta é cinco piezas muy hermosas, é 
con ellas mas de dos mili caballos é gran des- 
pojo. Et así como fué llegado, comenzó luego 
á tirar, é en la hora pidieron licencia los de 
dentro para que el piamontés Marqués de 
Saluces saliese á hablar con el Gran Capitán. 
E diosele licencia; é salido, se dio asiento en 
que Gaeta se entregase con todas sus fuer- 
zas é municiones, é asimismo todas las otras 
fuerzas é plazas del reino que estoviesen en 
poder de franceses, con tanto que el Gran 
Capitán hiciese soltar á mosior de Obenni é á 
todos los principales franceses que estaban 
presos é algunos en galeas. Et asimismo pi- 
dieron que fuesen sueltos los italianos presos 
que habían seguido la opinión de Francia. Et 
el Gran Capitán dixo que de soltar los fran- 
ceses era contento, porque eran obligados á 
servir á su Rey; pero no á los italianos, que 
habían seído desleales é levantaron la obe- 
diencia que habían dado en las provincias de 
Calabria é Pulla á los Reyes de España. Et el 
marqués y los franceses se contentaron con 
esto, é así se concluyeron los capítulos, para 
que con salvoconducto se fuesen los contra- 
rios, que eran más de dos mili de caballo é 
tres mili peones soldados, que estaban den- 
tro en Gaeta, con tanto que diesen todos las 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXVII 



banderas que habian quedado por perder é 

á los españoles por ganar á los enemigos 

Sueltos los prisioneros, se embarcaron allí 
mosior de Obenni, el Marqués de Saluces, 
Luis é los que cupieron; é otros muchos se 
fueron por tierra la via de Roma; de los cua- 
les los más fueron desbalijados é robados, é 
no pocos muertos de los villanos de la tierra. 

»Quedó el Gran Capitán en Gaeta con su 
victoria, y acabada una hacienda de tan gran- 
de importancia como podes considerar; et lue- 
go dio orden en hacer sacar el artillería que 
se habia anegado con el seíior Johan de Medi- 
éis, que ninguna pieza se dexó de cobrar. 

»Ser.— Pues otra pieza se os olvida de de- 
cir que cobró, que no era menos bastante 
para el fuego de la guerra que todas juntas 
las del artillería, que habéis dicho que hizo 
sacar de la mar é boca del rio del Garellano. 

>i4/c.— ¿Qué pieza es la que olvido? 

»Ser.—E\ Duque de Valentinois, Don Cesar 
de Borja, que en esos méritos é tiempo desa 
guerra vino á las manos del Gran Capitán. 

»Alc.~r-Asi es la verdad, quél lo envió pre- 
so á España, é se soltó de la Mota de Me- 
dina del Campo por descuido del alcaide Ga- 
briel de Tapia el año de 1504, pocos dias 
antes ó después que murió la Católica Reina 
Doña Isabel; é se fué á Navarra á ayudar al 
Rey Don Johan, su cuñado, contra el Condes- 
table Conde de Lerin; é allá le mataron espa- 
ñoles en una escaramuza ó recuentro, cerca 
de Mendavia, el año de 1507 años. Dexemos 
eso é volvamos á nuestra historia del Gran 
Capitán; el cual desde Gaeta se fué á la cib- 
*dad de Ñapóles , donde entró con mucho 
triumpho é prosperidad. E dende á pocos 
dias envió gente contra los caballeros é ba- 
rones anjoinos rebelados en el mismo reino, 
así como el Príncipe de Visiñano, é el Conde 
de Mélito su hermano, é el Conde de Capa- 
cho é otros, los cuales asimismo sojuzgó; 
porque las alas en quien se confiaban, ya 
eran quebradas é abatidas. 

»Fue averiguado é públicamente confesa- 
do por los mismos franceses que les costó 
esta segunda guerra é se perdieron en ella 
en las batallas, escaramuzas é recuentros é 
fuera dellos, en la mar y en la tierra, más de 
treinta mil franceses, que nunca más volvie- 
ron en Francia; é otros tantos ó más que 
murieron de dolencias é fueron desbalijados 
é muertos por los caminos é por donde andu- 



vieron apartados é desparcidos. De manera 
que á la cuenta del ánima del Rey Luis XII de 
Francia, en aquella empresa ó segunda gue- 
rra de Ñapóles, más de sesenta mil hombres 
de su nación le pueden hacer cargo que per- 
dió Francia é sus señoríos, sin los extranje- 
ros é de otras naciones; que es asaz número 
incontable, porque como eran gente peregri- 
na é desacaudillada, asi es sin se poder con- 
tar. Finalmente, esta conquista acabó glorio- 
samente el Gran Capitán en el año de 1503; 
et tuvo aquel reino otros tres años pacífico é 
subjeto, hasta que fue allá el Rey Catholico 
Don Fernando é se lo entregó en el mes de 
Noviembre de 1506 años. Et como aquel año 
habia llevado Dios á su gloria al Rey Don 
Phelipe, volvió el siguiente año á España el 
Rey Catholico á la gobernar, é truxo consigo 
al Gran Capitán. 

»Ser. — Así es verdad, que en el mes de 
Jullio del año que decís, llegó á Valencia del 
Cid. E parésceme que en el camino se vieron 
él y el Rey de Francia; c fue público quel 
Gran Capitán comió en esas vistas á la mesa 
con ambos Reyes. Pero no acabo de entender 
cómo tras tantas muertes é incendios é gue- 
rras sobre la partición de Ñapóles, como ha- 
bian ya pasado, eran amigos esos dos Prínci- 
pes. ¿Cómo se pudieron hacer esas paces 
que tan desviadas estaban?... 

»Alc. — Amigos eran ya estos Reyes, por- 
que cuando el Rey Don Fernando salió de 
Castilla, se había casado el mismo año de 
1506 con madama Germana, su segunda mu- 
ger, hermana de mosior de Fox; et en aquel 
casamiento se hicieron esas amistades, aun- 
que fueron para poco tiempo, según lo vimos 
después; é allí venia la Reina de Aragón, 
Germana, con el Rey; é vieronse estos Prin- 
cipes en una cibdad de ginoveses, que estaba 
en la costa del mar Mediterráneo, que se lla- 
maba Saona; et fueron muy festejados é co- 
mieron juntos los Reyes y Reina de Aragón, 
é mandaron sentar con ellos al Gran Capitán, 
por le más .honrar, entre los dos Reyes, é así 
comieron. Fue cosa muy notada, porque la 
gente que venia de franceses, como á un nue- 
vo e gran miraglo á ver al Gran Capitán; 
como á ver cosa tan admirable é famosa é 
tan sonada en sus orejas, era incontable, é 
con gran atención como á ver la cosa del 
mundo más espantosa é imposible que se les 
pudiera mostrar. Unos le loaban; otros entre 



LXVIII 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



sí le maldecían como á su flagelo; otros en- 
mudecían mirándole, y otros no podían aca- 
tarle con su entrañable odio; otros tenían en 
mucho hablar á un hombre tan famoso en el 
mundo. 

»En conclusión: tornado en España el Rey 
Catholíco siempre honró mucho al Gran Ca- 
pitán, et ya le había fecho merced del Duca- 
do de Sesa, é lo habia el Rey comprado al 
Conde de Alba de Liste, Don Diego Enriquez 
de Guzman, que lo habia heredado del señor 
Don Enrique Enriquez, su abuelo, padre de 
Doña Teresa Enriquez, madre del dicho Con- 
de, para lo dar, como lo dio, al Gran Capitán 
cuando acabó de ganar el reino de Ñapóles. 
Et á Don Diego de Mendoza, hijo segundo 
del Cardenal Don Pero González de Mendo- 
za, el Rey y la Reina Catholicos les hicieron 
merced del Condado de Mélito, porque pasó 
con el Gran Capitán por capitán de gente de 
armas, é se halló en todo, é sirvió muy bien 
con su lanza é con su consejo. Et á Don Fer- 
nán Pérez de Andrada le hicieron merced de 
otro Estado en el reino de Ñapóles, et de 
ahí adelante le llamaron el Conde Don Fer- 
nando... 

«Habéis de saber que gobernando después 
(de la muerte de Doña Isabel) el Rey á Cas- 
tilla, en nombre de la serenísima Reina Doña 
Johana, su hija, sucedió la cisma quel Carde- 
nal Don Bernardo de Carvajal, del título de 
Sancta Cruz, é ciertos Cardenales formaron 
contra el Papa Julio II; á los cuales Cardena- 
les cismáticos favoresció el dicho Rey Luis XII 
de Francia é el Rey Don Johan de Navarra; et 
al opósito el Rey Catholíco favoresció á la 
Iglesia de Dios é á su vicario el sumo Pontí- 
fice. De estas oposiciones y diferencias suce- 
dió la sangrienta batalla de Ravena, que fue 
tan mala jornada como habréis entendido, et 
quedó la victoria é el campo por Francia; 
pero con una llorosa victoria, porque muchos 
más franceses murieron que de los nuestros, 
puesto que hablando con vos lo ques público, 
allí murieron muy estremados é buenos caba- 
lleros españoles, é también murieron muchos 
y muy señalados de los contrarios, con su 
Capitán general mosíor de Fox, hermano de 
la Reina de Aragón, madama Germana. Tú- 
vose por cierto en voz del vulgo questa pér- 
dida fue por culpa del Vísorrey de Ñapóles, 
Don Ramón de Cardona, que en aquella bata- 
lla era General por España. Et dábasele car- 



go de haber mal asentado ó puesto su exér- 
cito; de manera que fue muy danificado de la 
artillería contraria. 

«Para soldar esta pérdida é castigar los 
franceses é desarraigarlos de Italia, acordó el 
Rey Catholíco de enviar la tercera vez el 
Gran Capitán á Italia, como á hombre que 
conoscia bien á franceses. E así partió de la 
Corte, desde Burgos, para ir á Ñapóles, el 
año de 1512; é fué á Córdoba á se despedir 
de su patria, en la cual se le juntó mucha 
gente de diversas partes de España, y mu- 
chos caballeros nobles, para le servir y acom- 
pañar, muy bien adereszados. Et el Papa Ju- 
lio le envió una muy hermosa galeaza, que 
estuvo aguardándole en Málaga. Fecha e 
adereszada el armada en Málaga, la envidio- 
sa fortuna, ó mejor diciendo, porque estaba 
de Dios así ordenado, rodeó las cosas de 
manera que cesó la ida del Gran Capitán; de 
lo cual él é su hacienda rescibieron notable 
é grande daño; é los que se habían deter- 
minado á le seguir gastaron mucha parte de 
lo que tenían por ir con él. Certificóos que si 
el viaje se hiciera, salieran de España para la 
jornada mas de cincuenta mayoi^azgos de ca- 
balleros é muchos hijos de señores de títulos 
é hombres de mucha calidad, é tales que á 
doquiera se hicieran estimar. 

»Ser.— Ya me acuerdo bien de lo que de- 
cís; y aun creo que-á vos os cupo parte dése 
desavíamiento, que bien sé que ibades por 
su secretario y de los principales. 

»Alc.— Yo le serví en ese tiempo en el 
oficio que decís, é iba con el Gran Capitán, et 
gasté eso poco que tenia. Et después que al- 
gunos meses estovimos en Córdoba, en tan- 
to que la gente se allegaba, y aun partidos 
los aposentadores para Málaga, vinieron nue- 
vas de Italia cómo diez y seis mili suizos ha- 
bían baxado los Alpes y estaban ya cerca de 
Lombardia con el Cardenal de Sion; é que los 
franceses habian desamparado el campo é 
repartídose por las fortalezas: et en conti- 
nente, sin que el Gran Capitán lo supiese, 
hizo el Rey Catholíco despedir las naos é 
vender los bastimentos, et despidieron la in- 
fantería; et tras aquello escribió al Gran Ca- 
pitán que no habia necesidad de llevar gente, 
sino sola su persona, porque en Italia terniaj 
toda la que fuese menester. El Gran Capitán,] 
como era sabio, no quiso que aquel disfavorl 
le tomase en Córdoba, é partióse de allí para! 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXIX 



Antequera con mucha compañía de caballeros, 
disimulando la cosa que ellos no sabían, quel 
Gran Capitán no la ignoraba, ni sabian que 
los bastimentos eran vendidos, aunque ya la 
infantería que estaba aposentada en Bujalan- 
ce é en otros lugares de la tierra de Córdoba, 
la habían despedido los factores del tesorero 
licenciado Vargas é los habían pagado el 
tiempo entretenido. En esta misma sazón 
andaba la conquista de Navarra, con el Du- 
que de Alba, Don Fadrique de Toledo, que 
era General Capitán por el Rey Católico. 

->Prosperamente en Italia mudáronse los 
tiempos, é aun en España los propósitos, et 
finalmente no hovo con efecto el camino que 
tanto deseábamos muchos. Et así cada uno 
tiró por su parte; et el Gran Capitán, como 
descontento y engañado de su arbitrio, se 
fue á Loxa, desde donde repartió cuanta 
ropa é preseas tenía con aquellos caballeros, 
é aun se empeñó y vendió muchas joyas para 
les ayudar, como lo hizo; pero ninguno volvió 
con tanto como gastó, é ninguno con queja 
del Gran Capitán. E los unos se fueron á sus 
casas; otros á la guerra de África; otros á la 
de Navarra; otros tiraron á Italia, é otros á 
las Indias, de los cuales yo fui uno por mis 
pecados. Et como en exilio é descontento el 
Gran Capitán se estuvo en Loxa, hasta que 
murió el año de 1515 años; et desde alli fue 
llevado á sepultar á Granada, como quien él 
era, viviendo la muy ilustre señora Duquesa de 
Terranova e de Sesa, Doña Maria Manrique, 
su muger; la cual casó después á la muy ilus- 
tre señora Doña Elvira de Córdoba su hija, en 
quien quedó el estado de su padre, con el muy 
ilustre señor Don Luis de Córdoba, primogé- 
nito del Conde de Cabra, como tengo dicho, 
padre é madre que fueron del lllustrisimo se- 
ñor Duque de Terranova é de Sesa, Conde 
de Cabra é de Sant Angelo, Don Gonzalo Fer- 
nandez de Córdoba, nieto del Gran Capitán, 
que es más titulo que todos cuantos tiene. 

»Ser.— Por cierto que me parece que se 
le hizo mucha sin razón al Gran Capitán en 
le despedir ó escusar el camino por tal forma 
como habéis dicho; y aun yo le oi culpar de 
floxo en no se haber ido en aquella galeaza, 
que dixistes que el Papa le habia enviado. 

»v4/í:.— Aun no lo sabes bien. Yo soy buen 
testigo, y sé más que otro en ese caso; y sé 
que si él se fuera, como pudo muy bien ha- 
cerlo y le fue consejado, que otro gallo le 



cantara; pero no quiso descontentar al Rey ni 
salir de su voluntad y mandado. 

»Ser.— A la verdad, aunque se fuera á Italia, 
ya poco pudiera hacer; porque don Ramón de 
Cardona se habia tornado á soldar en la gra- 
cia del Rey, y estaban las cosas de Italia en 
otros términos. 

»i4/c.— Aun no eran llegadas esas soldadu- 
ras, ni pudieran llegar á tiempo, si el Gran 
Capitán se pusiera en Italia, porque su repu- 
tación y autoridad fueran tanta parte que si 
en ella pusiera los pies, no le revocara el Rey 
el poder que le habia dado, ni quedara hom- 
bre de guerra de nuestra nación sin irse á él, 
ni aun de otras muchas. E como su nombre y 
fama eran sin semejantes entonces en el cré- 
dito de italianos y franceses «á una voce di- 
centes» emproviso la negociación se mudara 
é los propósitos siguieran otros intentos; et 
los que le fueron contrarios, fueran de otro 
acuerdo. Pero lo que ha de ser, conviene que 
sea, et ninguno sabe cuál fuera mejor. , 

»En fin, él murió el más honrado señor que 
ha gran tiempo que en España se supo hon- 
rar por su persona de cuantos capitanes de 
ella han salido, en tan grandes é importantes 
coinpetencias como habéis oido. Et murió con 
gran conoscimiento de Dios, recebidos los 
Sacramentos é como buen profeso de su Or- 
den militar, tendido en tierra sobre un repos- 
tero é vestido el hábito de Sanctiago; é de- 
xando mucho dolor en toda España, como 
era razón que se sintiese la muerte é falta de 
tan lllustrisimo señor é invencible capitán. 

»Ser.— Unas coplas he oido del coronista 
Gratia Dei, que dicen que venció treinta sal- 
vas, é que ganó dos veces á Ñapóles por su 
persona, é que ganó treinta é dos pendones 
y más de trecientas banderas. 

y> Ale— Ya. yo os he dicho las dos guerras 
de Ñapóles, aunque sumariamente, é también 
he dicho la tomada de la Chafalonía; y Grafía 
Dei echa corto, porque yo os certifico que sí 
por estenso se dicen sus victorias é tropheos, 
ques mucho más de lo que Grafía Dei dice; y 
aun yo me ofresciera á probar que esas trein- 
ta salvas son más de ciento, porque pues á 
Ñapóles tomó, .solamente dentro de la cibdad 
hay cien salvas de Principes, Duques, Mar- 
queses, Condes é Vizcondes; pues ved si ha- 
brá algunas fuera de la cibdad en todo el rei- 
no, demás de las otras salvas extranjeras. Ya 
yo he visto las coplas que decís. 



LXX 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



y>Ser. -No me paresce que dice Gratia Dei 
que son las treinta salvas sino francesas. 

»i4/c. — Lo quel dice é lo que yo digo é mu- 
cho más pudiera decir. Y certificóos que Gra- 
tia Dei se pudiera mucho más estender. E llá- 
male hijo de la lealtad con mucha razón, por- 
que asi fue el Gran Capitán muy leal á sus 
Reyes c señores naturales. También le llama 
Gratia Dei padre de las victorias. Yo os he 
dicho en suma algunas, y más particularmen- 
te que ese autor os las dice. Era porque en 
aquel tiempo yo estuve más cerca de esos 
acaescimientos. Cuanto á los treinta y dos 
pendones, que dice Gratia Dei, él habla en lo 
que no vido, é dice lo que no entendió quien 
se lo dixo. Digo, pues, yo que en el castillo 
Novo de Ñapóles y en el de Capuana y en el 
del Ovo y en la Torre de Sant Vicente, ques- 
tos castillos están en la cibdad de Ñapóles, 
et en Gaeta é otras muchas fuerzas que se 
ganaron, se hobicron más de quinientas ban- 
dera^ é pendones, allende de las que se gana- 
ron en el campo. ¿Quereislo ver? Mirad en 
veinte mili hombres de guerra cuántos pen- 
dones é banderas serán, á respecto de cada 
ciento una bandera ó pendón. 

«Ser. —Serán decientas. 

»/4/c.— Pues las de la mar y las que se ga- 
naron en las cibdades y villas y castillos que 
tomó, yo no las sabria contar; pero á mi creer 
más de quinientas banderas y pendones se le 
pueden atribuir á buena cuenta; é en espe- 
cial poniendo en esa generalidad de sus vic- 
torias los pendones y banderas de la Chafa- 
lonía, juntados con las dos conquistas napo- 
litanas. 

»Ser.— ¿Qué es lo que apunta Gracia Dei 
de Ostia? 

»y4/c.— Esa es otra victoria señalada del 
Gran Capitán: que estando la cibdad de Os- 
tia en poder de franceses, se la ganó y la 
restituyó al Papa, cuya es; y eso fue en el 
tiempo de la primera guerra de Ñapóles. 
Pues de los anjoinos y rebeldes del reino de 
Ñapóles más banderas é villas é castillos les 
tomó, y los puso debaxo de la real obedien- 
cia, que os supiera decir Gratia Dei que no lo 
vido. Mucho es lo que el Gran Capitán hizo 
en aquellas partes. En gran fama y estima- 
ción estuvo en el mundo é muy en paz y so- 
siego quiso Dios llevarle y darle tiempo y 
quietud para confesar sus culpas y discursos 
de la milicia; en los cuales, si él fuera cruel, 



pudiera harto más ensangrentar su espada; é 
las veces que lo hizo fue defendiendo la fé y 
la iglesia, ó contra los enemigos de su Rey 
por su mandado. 

»Ser.— Dixiste desuso que fue llevado á en- 
terrar á Granada. 

»i4/c.— Sí dixe, y así es la verdad: que en San 
Francisco de Granada se puso su cuerpo en 
depósito; de la cual cibdad fue veintiquatro, 
ó regidor de los primeros; y allí quedó en 
aquel monasterio hasta que se acabase su 
mausoleo y enterramiento en el monesterio 
de Sant Jerónimo, extramuros é junto á la 
misma cibdad; donde se le ha hecho tal en la 
capilla principal, que es un mausoleo de los 
más soberbios é sumptuosos que tiene señor 
alguno en toda España, ni hay otro su seme- 
jante. E tiene por defuera en torno de la ca- 
pilla un hermoso letrero de letras gruesas, 
que de lexos se pueden leer, é dicen: «Gon- 
zalo Ferdinando, magno duci Hispanorum, 

Francorum timori, Turcarum terrori.» El 

se llamó de nombre propio Gonzalo Fernan- 
dez, é por excelencia Gran Capitán de Espa- 
ña; é así fue para los franceses temor y para 
los turcos terror espantable, y tal que ningún 
particular capitán que no fuese Rey, ni aun 
los que lo eran, fue tan discantado de los poe- 
tas y oradores de su tiempo, hasta que Dios 
le llevó al Gran Capitán desta vida, la cual 
dexó año de 1515. 

»St'r.— No os quiero preguntar qué armas 
son las del Gran Capitán, pues que son noto- 
rias las tres faxas sanguinas de Córdoba en 
campo de oro; y vos remitirme heis á la casa 
de Don Alonso de Aguilar, su hermano, como 
á cabeza de su linaje, é yo las sé muy bien; 
las de la Duquesa serán las de los Manriques 
y Figueroas; pero quiero preguntaros qué 
tuvo de renta en esos ducados é condado de 
Sant Angelo, é en su encomienda del Ventoso 
y en esa taha é señorío de Orgiba que tenía 
en el reino de Granada. 

»Alc. — Todo era muy poco al respecto de 
sus méritos; pero poco más ó menos yo me 
hallé algunas veces platicando con quien lo 
podia saber, y lo uno y lo otro se estimaba 
hasta en cuarenta mili ducados. Pero su nieto, 
como heiedó la casa del Conde de Cabra, su 
abuelo; e como las rentas han crecido comun- 
mente en Castilla, é así habrá hecho en los 
Estados que esta casa tiene, dícenme que 
pasa agora de septenta mil ducados de renta 



CARTAS DEL GRAN CAPITÁN 



LXXI 



en cada un año, puesto que yo puntualmente 
no lo sé. 

» Ser. - Decidme la invención ó timbre del 
Gran Capitán. 

»í4/í:.— El traia sus armas é las de la Duque- 
sa'juntas en un escudo; é con razón, pues que 
durante su matrimonio les dio Dios tantas 
buenas venturas é sus títulos é estado; y so- 
bral y e! escudo un yelmo baúl de torneo, con 
el rollo é dependencias de oro y de gules; é por 
cimera un mundo con una fortuna, como ninfa, 
navegando en el aire, puesta de pies sobre el 
mundo ó pomo; é con la una mano lleva la 
vela alta con próspero viento en ella, é la es- 
cota atada al un pié, é en la otra mano una 
ampolleta ó relox de arena. 

«Ser.— Invención es que debe de traer con- 
sigo misterios, é los que de unas partes á 
otras se mudan é andan, todos navegan, aun- 
que con diversas fortunas é con muy diver- 
sas formas é venturas. 

>»y4/í:.— Figúraseme que consuena esta inven- 
ción con lo que Séneca (Epist. 28) escribe á 
Lucilo, diciendole que, como algunos lugares 
son enfermos é dañosos á las complexiones, 
y aun á los sanos y fuertes, así son algunos 
lugares que empachan los buenos pensamien- 
tos é son contrarios á la buena voluntad. Y 
por tanto digo yo, que quien se guardara de 
lo que ha de ser, en especial los que en el 
mundo están; al propósito de lo cual decía el 
. Gran Capitán muy bien: 

«Donde hay buena ventura, 
«la constelación no dura». 

. .. También el Gran Capitán usaba cuando 
le placía hacer otra invención: quera una Mar 
por María, é una nao mal aparejada é peor 
marinada, con una letra que decía: * 

«Poi-que estén bien arrumados, 
«no se mudarán los hados». 

y Ser.— ¿Qué quiere decir arrumados? 

»í4/í:.— Vocablo es de marineros muy usado 
é notorio. Arrumar es poner la carga de la 
nao bien puesta y compasada como vaya la 
ropa, como ha de ir; é según la orden en que 
la ponen, así dicen que va la nao bien ó mal 
arrumada; ó hínchíendo una caxa, ó una casa, 
se puede decir que está bien arrumada, cuan- 



do la ropa é lo demás está bien puesto; y en 
especial en la nao ir la carga descompasada es 
ir mal arrumbada é puesta en peligro é en 

condición de perderse 

«Quiero que sepáis del Gran Capitán una 
gracia especial, y puedola decir como testigo 
de vista: y es que demás de ser dé alto inge- 
nio y muy prudente y de grandes habilidades 
y partes notables que concurrían en su per- 
sona, que hasta agora yo no he visto hombre 
que tanto escribiese de su mano é tan sin 
pena, puesto que su letra en sí no era buena 
ni tan legible como era dulcísima, elegante, 
graciosa y bien ordenada en todo lo que con- 
tenia, et muy á proporción é grado de aquel 
con quien hablaba; non obstante que de lo jus- 
to é conveniente algo excesiva en cortesía, 
consideradas las personas y el escriptor. Por- 
qué era humanísimo é sobraba en cortesías á 
cuantos señores había en España: lo cual es 
muy dificultoso de hacer á otros; que revien- 
tan de soberbios é graves é de tan mala gana 
dan palabras como dineros. Pero el Gran Ca- 
pitán con aquella su mala letra é dulces pala- 
bras, se andaban tras él las gentes é les ga- 
naba las voluntades; et como él tenía enten- 
dido cuánto importaba el nombre que le dio 
el baptismo en la pila, firmaba é dície su fir- 
ma «Gonzalo Fernandez duque de Terrano- 
nova»; é no decía «Gran Capitán», ni «El Du- 
que», como muchos señores al presente acos- 
tumbran firmar «El Duque» é no dicen más. 
Ni si os topásedes con una de esas cartas sa- 
bríades distinguir si es el que la escribió Du- 
que de Alencastre ni el de Milán ó Saboya. E 
así dice otro: «El Marqués» ó «El Conde», é 
buscad de dónde; pero no es mal ardid para 
que ni le acoten por sabio conocido ni por 
ignorante manifiesto. En fin, con su nombre 
de Gonzalo Hernández alcanzó lo que tuvo; 
y así tenía mucha razón de preciarse dése 
nombre más que de todos los otros; e por 
esa misma causa es bien que otros le callen. 

Quiero quesepais que la letra quel Gran 

Capitán trahia con el timbre que os he dicho, 

no era ninguna de las dos de susodichas 

El habla con aquel mundo sobre que va de 
píes la fortuna é dice: 

«En este se ha de buscar 
»el que más ha de durar». 



GHRONIGA 



DEL 



GRAN CAPITÁN 

GONZALO HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y AGUIIAR 

En la cual se contienen las dos conquistas del Reino de Ñapóles, 

CON LAS esclarecidas VICTORIAS QUE EN ELLAS ALCA.NZÓ Y LOS HECHOS ILLUSTRES 

DE Don Diego de Mendoza, Don Hugo de Cardona, el Conde Pedro Navarro 

Y otros caballeros y CAPITANES DE AQUEL TIEMPO. CON LA VIDA DEL FAMOSO CABALLERO 

Diego Q-arcía de Paredes, nuevamente añadida á esta historia. 

Dirigida al Illustrissimo Señor Don Diego de Córdoba, 

caballerizo mayor de su majestad. 

(Grabado en madera representando un guerrero á caballo, blandiendo la espada). 

Con lieenda. — Impresso en Alcalá de Henares, en casa de Hernán Ramírez, impressor 
y mercader de libros. Año 1584. — A cosía del impressor. 



DON PPIELIPE. POR LA GRACIA DE DiOS REY DE CASTILLA, DE LEÓN, DE ARAQÓN, 
DE LAS DOS SECILIAS, DE HiERUSALEM, DE PORTUGAL, DE NAVARRA, DE GRANADA, DE 

Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdenia, de Cór- 
doba, DE Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibral- 
TAR, DE las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y 
tierra firme del mar Océano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, Bra- 
bante Y Milán, Conde de Hanspurg, Flandes, Tirol y Barcelona, Señor de Viz- 
caya Y DE Molina, etc. 

POR CUANTO por parte de vos, Hernán Ramírez, librero, vecino de la villa de Alcalá 
de Henares, nos fué fecha relación diciendo que con licencia nuestra se había impreso otras 
veces un libro intitulado Los hechos del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la 
vida del Capitán Diego Garda de Paredes, del cual había al presente mucha falta, y porque 
era obra muy útil y provechosa, nos pedistes y suplicastes vos mandásemos dar licencia para 
lo poder imprimir, ó como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los de nuestro Consejo, y 
como por su mandado se hicieron las deligencias que la premática por nos nuevamente fecha 
sobre la impresión de los libros dispone, fué acordado que debíamos de mandar dar esta 
nuestra carta para vos e-n la dicha razón, é nos tuvímoslo por bien, y por la presente vos 
damos licencia y facultad para que por esta vez podáis imprimir el dicho libro, que de suso se 
hace mención, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al 
cabo del de Christóbal de León, nuestro escribano de cámara de los que residen en el nuestro 
Consejo, y con que antes que se venda le traigáis ante los del nuestro Consejo, juntamente 
con el dicho original, para que se vea si la dicha impresión está conforme al original. Y 
traigáis fee en pública forma en como por corrector nombrado por nuestro mandado se vio y 
copió la dicha impresión por el dicho original y se imprimió conforme á él, y que quedan ansí 
mismo impresas las erratas por él apuntadas para cada un libro de los que ansí fueren 
impresos y se os tase el precio que por cada volumen habéis de haber y llevar, so pena de 

Crónicas del Gran Capitán. — 1 



2 CRÓNICA GENERAL DEL GRAN CAPITÁN 

caer é incurrir en las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros reinos, de lo 
cual mandamos dar y dimos esta nuestra carta, sellada con nuestro sello y librada de los del 
nuestro Consejo, en la villa de Madrid á seis días del mes de Junio de mil y quinientos y 
ochenta y cuatro años. 

El licenciado Juan Thomás.—Chumicero de Sotoniayor.— Francisco de Bera y Aragón.— 
El licenciado Rodrigo Vázquez de Arce.— El licenciado Nüñez de Boorques. 

Yo Christóbal de León, escribano de cámara de Su Majestad, la fice escribir por su mandado 
con acuerdo de los del su Consejo. 



Elogio de Paulo Jovio, Obispo de No- 
chera, AL retrato de Gonzalo Fernán- 
dez DE Córdoba, Gran Capitán. 

Con este esclarescido y heroico rostro, dig-' 
nísimo verdaderamente de un gran Capitán, 
se mostraba á los napolitanos Gonzalo Her- 
nández cuando, habiendo ganado muchas vic- 
torias, acabó felicísimamente la guerra de 
Francia. Siendo, á juicio de los soldados y 
clamor del pueblo, tenido por digno de corona 
triumphal, si él con gran modestia no la rehu- 
sara. Escríbole este breve Elogio porque su 
vida y hechos he escrito en un particular 
libro, no pudiendo justamente caber en poco 
papel este Capitán, que por mérito, sobre- 
nombre y conformidad de casi todas las na- 
ciones es llamado Grande, y sin que en ello 
haya contradicción, excedió en grandeza de 
ánimo y valor de guerra y gloria de toda hu- 
manidad y prudencia política casi á todos los 
capitanes de nuestro tiempo, siendo tan ex- 
celente y de nombre tan sublime que el rey 
Luis de Francia (que aun en los enemigos 
estimaba el verdadero valor) dijo pública- 
mente que se lo había envidiado al rey Fer- 
nando de España. Porque, comiendo ambos 
reyes juntos en Saona, Gonzalo Hernández 
fué por honra sentado á la mesa, donde el 
rey Luis, habiéndolo alabado infinito, se quitó 
una cadena de oro y se la echó al cuello. 

De Gregorio Silvestre. 

El Gran Capitán soy; si lo has oído, 
¿Qué te espantas de mí? ¿qué miras, hombre? 
De turcos y franceses fui temido 
Y Gonzalo Hernández es mi nombre; 
A mi grandeza sólo fué debido 
Por capitán insigne el gran renombre; 
Si quieres saber más de mis victorias, 
Al Jovio lo pregunta en sus historias. 



De Jorge de Montemayor. 

Mis grandes hechos verán 
Los que no los han sabido 
En que sólo he merescido 
Nombre de Gran Capitán. 

Y tuve tan gran renombre 

En nuestras tierras y extrañas, 
Que se tienen mis hazañas 
Por mayores que mi nombre. 

Del licenciado Macías Bravo. 

El Gran Capitán soy, á quien Natura 
Dotó de sus virtudes largamente; 
Hízome liberal, manso, clemente, 

Y en todo me dio sobra de ventura. 
El talle de mi cuerpo y mi figura 
Muestra daban del ánimo excelente; 
Fui grande en fortaleza y en valor 

Y de turcos y franceses gran terror. 

De Pedro Gravina 
(traducido en castellano). 

Primero fuiste grande que la suerte 
Te renombrase grande y valeroso; 
No te hizo fortuna victorioso. 
Tú la heciste á ella en bien valerte. 

Sólo le debes que hasta la muerte 
Te acompañó con paso presuroso; 
Mas era por seguir un valeroso 

Y grande capitán, no por hacerte. 
De ti solo proceden estos bienes. 

Valor, ardid, consejo y fortaleza, 

Y todas las virtudes grandes tienes. 

Tu nombre es grande por tu gran proeza; 
Por ella es gran fortuna la que tienes 

Y es más ilustre tu naturaleza. 



CHRÓNICA GENERAL 



DE 



GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA 

QOE POR SUS PROEZAS FUÉ LLAMADO 

GRAN CAPITÁN 



CAPÍTULO I 

De cómo la Reina doña Juana, siendo heredera 
en el reino de Ñapóles, adoptó por hijo al 
Rey Don Alonso de Aragón y de las causas 
que á ello la movieron. 

Así es que Ladislao, hijo del Rey Carlos de 
Hungría, fué Rey de Ñapóles; el cual, muriendo 
sin hijos, dejó por su heredera en el reino á 
doña Juana, su hermana mayor. La cual, con 
el nuevo señorío, comenzó á usar tan indis- 
cretamente de la libertad, que en breve tiem- 
po dio señales de sus malos deseos, come- 
tiendo toda la administración del reino á un 
Pandulfo Malatesta, con quien ella tenía des- 
honesta conversación. De donde sucedió que 
su nuevo señorío, que por muy estable tenía, 
comenzase á vacilar, siendo como era fun- 
dado sobre tan mal cimiento, atreviéndose 
muchos á pedirle el reino; lo cual visto por 
ella, creyendo que esto le venía por estar tan 
sin sombra de marido, acordó de se casar 
con un caballero. Conde que era de la Marca, 
el cual, aunque pequeño estado tenía, venía 
de los Reyes de Francia. Con el cual se casó 
con tal pacto que con solo el título de Rey se 
contentase, llamándose Rey de Ñapóles; pero 
que en todo lo demás que á la gobernación 
del reino tocase fuese como cualquiera otro 
privado de la ciudad, dejando en su cabeza 
el administración de todo. Estas condiciones 
hicieron más clara la voluntad de la Reina de 
seguir su apetito, teniendo en más la libertad 
á que se inclinaba, que no tenía la sujeción 
que era obligada al marido; aceptó las condi- 
ciones el nuevo Rey por alcanzar el reino, 



pensando después de sujetar á él y á ella, y 
así lo comenzó de hacer como de primero lo 
había concebido, el cual quitó, á la Reina el 
poder que usaba en el regimiento del reino y 
él le gobernaba y regía como Rey y señor del; 
el cual mandó así mesmo matar á Pandulfo, 
con quien, según dicho es, la Reina vivía mal 
y á quien ella había dado mucho poder en el 
reino. Gravemente se sintió la Reina de este 
hecho, pero disimuló por algún tiempo la pena 
que de ello tenía, creyendo que la mala vo- 
luntad que los del reino tenían á su gobierno 
le causaría pesadumbre, para que él de su 
gana dejase la gobernación que por concierto 
ella para sí había recebido é reservado, é así 
fué que los de la ciudad, forzándoles más la 
naturaleza de su Reina y señora que su poca 
honestidad, no tuvieron por bueno que el Rey 
Jacobo, que así se llamaba, los mandase, ni 
que de su mano fuesen en justicia manteni- 
dos; antes holgaban con el gobierno de su 
señora, cuya disolución no poca se la aca- 
rreaba asimismo á ellos, lo cual les abría el 
camino para muchos vicios que de cada día 
nascían en la ciudad. De esto sucedió que, 
levantándose civiles disensiones entre los 
franceses que el Rey consigo tenía y entre 
los ciudadanos de parte de la Reina, llevando 
un día en esto lo peor los franceses, no 
sólo la Reina fué restituida en su primero 
gobierno é señorío, pero el Rey fué puesto 
en peligro de muerte, la cual la Reina le bus- 
caba por se pagar de la ingratitud que con 
ella había usado rompiendo las condiciones 
que con ella había asentado al tiempo que 
con ella se casó. Mucho daño rescibieron de 
esta vez los franceses, de los cuales muchos 



CRÓNICA GENERAL 



fueron muertos y muchos metidos en prisión; 
pero en fin la Reina se tornó á reconciliar con 
el Rey su marido en la amistad pasada, que- 
dando el Rey de cumplir las primeras condi- 
ciones. Pero como fuese hombre muy deseo- 
so de mandar, no pudo sufrir mucho aquel 
concierto, antes comenzó como de primero 
á la gobernación del reino; pero la Reina do- 
ña Juana, no lo pudiendo disimular, procuró 
por algunas maneras de dar la muerte al Rey 
Jacobo. Lo cual ella solícitamente procura y 
él temiendo perder la vida según lo mal que 
la Reina le quería no lo pudiendo ya sufrir, 
se salió secretamente de Ñapóles y fuese á 
Taranto temiendo que las fuerzas y poder 
de Francisco Esforcia, por quien á la sazón la 
Reina se regía, no le hiciesen algún daño en su 
persona, adonde aun no seguro de la Reina 
su mujer fué por ella cercado y puesto en 
grande estrecho hasta tanto que viéndose 
perdido y que no le quedaba otro remedio, 
salvo ausentarse del reino, procuró de lo ha- 
cer como más fuese á su salvo, y así que ven- 
diendo la ciudad de Taranto á un Juan Veci- 
no Ursino Romano él se fué huyendo á Fran- 
cia, á donde acabó sus días santamente en 
religión. La Reina doña Juana viendo cómo 
no pudo hacer nada de lo que con toda 
diligencia procuró y quisiera, pareciéndole 
que tenía necesidad de favor procuró con 
toda diligencia de tener en gracia á los del rei- 
no y de les ganar la voluntad, por lo cual al 
sobredicho Juan Vecino cuyo estado á la sa- 
zón no tenía poco nombre declaró por prínci- 
pe de aquella ciudad de Taranto, con condi- 
ción que en todo aquello que la Reina hubie- 
se menester su ayuda le hallase bien apare- 
jado. Era en este tiempo un caballero en Ita- 
lia hombre de mucha fama en el arte de la 
guerra al cual llamaban Brachón; éste á la 
sazón tenía usurpadas algunas tierras de la 
Iglesia, en cuya defensión el Papa Martino 
quinto, que tenía en aquel tiempo el pontifi- 
cado, no poco trabajaba en las quitar de po- 
der de aquel capitán, mas faltándole la gente 
que para aquel hecho había menester dado 
caso que estuviese mal con las cosas de la 
Reina doña Juana confirmóla en el reino con 
condición que como feudatario suyo le en- 
viase en su ayuda contra aquel capitán Bra- 
chón cuatro mil hombres de á caballo de los 
suyos. La Reina doña Juana viendo la volun- 
tad del Pontífice y asimesmo la necesidad 



que tenía del en sus cosas que á la sazón es- 
taban en no mucho sosiego, determinóse de 
le enviar aquellos caballos con los cuales en- 
vió por capitán á Francisco Esforcia. El Pon- 
tífice rescibió muy bien esta gente y al capitán 
Francisco Esforcia hizo mucha honra y dióle 
cargo de todo el ejército de la Iglesia, el cual 
viniendo á manos con la gente de Brachón 
fué del dicho capitán con la gente de la Rei- 
na y del Pontífice desbaratado y vencido; lo 
cual sabido por la Reina doña Juana y viendo 
cómo las cosas del Pontífice iban muy de caí- 
da, determinó de se inclinar á la parte del 
capitán Brachón, con el cual confederó paz y 
juró de le favorescer con todo su poder que- 
dando el capitán Brachón en la mesma pos- 
tura y obligado. Esto hizo la Reina doña Jua- 
na por consejo de un caballero que llamaban 
Caracholo,con quien, según se decía, la Reina 
vivía deshonestamente. El Papa Martino que 
á la sazón estaba en Florencia, descontento 
de la variedad é inconstancia de esta Reina 
doña Juana y pesándole en gran manera que 
tan noble reino estuviese tan mal empleado, 
determinó de la privar del reino por el poder 
que tenía como feudatario que era á la Igle- 
sia Romana. Para lo cual el más expediente y 
breve camino fué hacer Rey de Sicilia á Lu- 
dovico. Duque de Anjo,que venía de la gene- 
ración y estirpe de los reyes de Francia y era 
eso mesmo hijo del Rey D. Luís rey de Sici- 
lia, y con este acuerdo, habiendo ya venido el 
Papa Martino á Roma, el Duque Ludovico fué 
declarado por el Pontífice con consentimiento 
del colegio de los Cardenales por Rey de Si- 
cilia; el cual con el ayuda y favor de Esforcia, 
inducido por el Pontífice, se determinó de to- 
mará la Reina doña Juana el reino de Ñapóles, 
y queriendo dar fin á esta empresa y ponerlo 
por obra según lo había pensado, ordenó de 
llevar su ejército contra ella; la cual viéndo- 
se sola y en necesidad, no teniendo po- 
der para resistir á tantas fuerzas como las 
de Ludovico, no halló mejor remedio á su de- 
fensión que fué adoptar por hijo al Rey don 
Alonso de Aragón, cuyos hechos y fama eran 
en aquel tiempo grandes, el cual á la sazón 
era venido con su flota de Córcega á Sicilia 
de conquistar la ciudad de Bonifacio que se 
le había revelado por los ginoveses. Y pues 
éste fué el rey por quien el reino de Ñapóles 
entró en la casa de Aragón y él fué tal que 
con su mucha virtud le adquirió y coninmen- 



Ji 



DEL GRAN CAPITÁN 



sos trabajos así por mar como por tierra le 
defendió, no debe gravar que aquí se diga 
algo de su genealogía. 

CAPÍTULO II 

Del origen y nascimiento del Rey D. Alonso y 
de la manera que tuvo en la adquisición del 
reino. 

Fué este noble Rey D. Alonso de la casa de 
Castilla descendiente, hijo del Rey D. Fer- 
nando de Aragón que llamaron Infante de 
Castilla, tío del Rey D.Juan el segundo y her- 
mano del Rey D. Enrique el tercero. De ma- 
nera que fué el Rey D. Alonso primo del Rey 
D. Juan el segundo y sobrino del Rey don 
Enrique el tercero; casó este noble Rey con 
doña María, prima suya, hija del Rey D. Enri- 
que el tercero, su tío. Fué esta doña María 
muy excelente señora en toda manera de vir- 
tud; fué de muy buen seso y entendimiento, 
á lo cual da testimonio que estando el Rey 
D. Alonso, su marido, ausente de la conquis- 
ta del reino de Ñapóles por treinta años en 
veces, ella sola en este medio tiempo rigió y 
gobernó los reinos de Aragón y los mantuvo 
en más justicia que nunca hasta entonces ha- 
bían sido mantenidos, y todo con muy gran 
saber y discreción; en esto no se detiene la 
historia por contar lo que más pertenesce á 
su principal propósito. Y fué así que después 
que la Reina doña Juana adoptó á este Rey 
D. Alonso por hijo, según que dicho es, luego 
él se movió de Sicilia con toda su gente y 
vino á Ñapóles á donde la Reina doña Juana 
estaba. En este tiempo el Duque de Anjo, 
electo Rey de SiciUa, aun no se había movido 
contra la Reina doña Juana, el cual á la sazón 
había venido á Roma á rescebir la investidu- 
ra y título del reino de Ñapóles á quien el 
Pontífice, porque con mayor brevedad quita- 
se á la Reina doña Juana el reino de Ñapóles 
con las requisitas solemnidades, le declaró 
por Rey de SiciHa y Ñapóles. El Rey D. Alon- 
so, que, según dicho es, estaba en Ñapóles 
gustando de las costumbres no buenas de su 
madre la Reina doña Juana y viendo su vario 
vivir y inconstante condición, determinó de 
echar la Reina de la ciudad y procuró de 
traer á sí todo el poder de aquel reino, y así 
fué que fortificando primero con sus arago- 
neses las fuerzas y castillos de la ciudad, 



especialmente los que caen sobre la mar, un 
dia intentó de echar á la Reina de la ciudad 
de Ñapóles, á lo cual forzada con el poder 
y gente de su hijo el Rey D. Alonso le con- 
vino retraerse al castillo de Capua que es- 
taba en la misma ciudad, adonde se de- 
fendió entre tanto que fué socorrida, como 
adelante se dirá; y asimesmo metió en pri- 
sión aquel caballero de quien arriba se hizo 
mención que se llamaba Caraciolo, con el cual 
la Reina según era vulgar fama menos ho- 
nestamente usaba, el cual á la sazón regía 
y gobernaba el reino de su mano. Viendo la 
Reina doña Juana estos casos que muy con- 
formes á su vivir de mal en peor cada día 
le sucedían, y que aun no estaba segura de 
aquel á quien había cometido su amparo 
adoptándole por hijo, por razón que la tenía 
estrechamente cercada en aquel castillo de 
Capua, determinó de demandar socorro á 
Esforcia, no obstante que hasta entonces se 
le había mostrado contrario teniendo la par- 
te del Duque de Anjo, el electo Rey de Ña- 
póles y Sicilia y del Pontífice que malamen- 
te quería á la Reina; pero Francisco Esforcia, 
que mucho deseo tenía de ver el fin de tanta 
variedad, no teniendo poca esperanza de 
haber su parte de aquel reino, determinó de 
la socorrer; de lo cual sucedió que viniendo 
á las manos con los aragoneses entre Ña- 
póles y Capua hubieron una gran batalla, en 
la cual la gente del Rey D. Alonso fué ven- 
cida y desbaratada por la gente de Francisco 
Esforcia, el cual yendo á Ñapóles sacó á la 
Reina doña Juana del castillo adonde el Rey 
la tenía cercada y púsola en su libertad en la 
ciudad de Aversa. En este medio sobrevino 
el armada de Aragón, con cuya venida el Rey 
se tornó á rehacer, el cual viniendo otra vez 
á la manos con los de Esforcia llevó él lo 
mejor, é á fuerza de armas cobró la ciudad 
de Ñapóles y echó de ella á los de Esforcia 
con mucho daño suyo; y apoderado que fué 
en la ciudad mandó echar por el suelo todos 
los edificios que caen sobre la mar y forta- 
leció mucho todos los castillos de la ciudad, 
procurando de ahí adelante de la defender de 
la Reina doña Juana; y ella viendo cuan al con- 
trario le sucedía todo y cuan al revés de lo 
que deseaba, y viendo asimesmo la voluntad 
de su adoptado hijo ser de la echar del reino, 
parecióle que el mejor remedio de su restitu- 
ción era hacerse amiga de su enemigo, que era 



CRÓNICA GENERAL 



el Duque de Anjo; y junto con esto con adop- 
tarle por hijo, dar por ninguna la adopción del 
Rey D. Alonso de Aragón. Esto pareció tam- 
bién á Francisco Esforcia que convenía al re- 
medio de la Reina, la cual luego hizo saber 
al Duque su voluntad en este caso. El Duque 
fué muy contento de esto, por pensar que 
aquello que deseaba alcanzar poniéndolo en 
aventura de guerra, lo alcanzaría con vo- 
luntad de la Reina; pero el Rey D. Alonso 
sabiendo la declaración que el Pontífice ha- 
bía hecho al Duque del reino de Ñapóles y 
asimismo cómo la Reina doña Juana su 
madre le había adoptado por hijo dando por 
ninguna la adopción que del primero había 
hecho, recibió mucho enojo y pena, por lo 
cual procuró de ahí adelante de hacer guerra 
en todas las tierras de la Iglesia y de ser 
contrario al Papa á todo su poder y á la 
Reina doña Juana por la injuria que le hizo 
adoptando segunda vez al Duque de Anjo. 
Todos los dias que ella vivió le dio guerra, 
haciéndose de ahí adelante ofensor y no de- 
fensor del reino, é por no me detener en contar 
particularmente estas cosas cada una según 
que acaeció. Dice la historia que el Duque 
llevó su gente contra el Rey D. Alonso sien- 
do ya hijo y amigo de la Reina doña Juana, 
el cual de aquella vez cobró por la Reina 
la ciudad de Ñapóles, é apoderóse en ella 
con toda su gente; pero el Rey D. Alonso 
le tuvo cercado bien dos años continuos, has- 
ta tanto que no se pudiendo sufrir más es- 
tando cercado, é viendo cuan al revés su- 
cedían las cosas de la Reina doña Juana, atri- 
buyéndolo todo á los justos juicios de Dios 
que no daba lugar que la Reina sucediese 
ni poseyese el reino pacíficamente por sus 
pecados, dende á cuatro años que vino él 
á Italia, dejó el reino al Rey D. Alonso y 
fuese á Francia. Después de lo cual las cosas 
del reino tuvieron algún reposo hasta tanto 
que la Reina doña Juana murió, la cual, según 
se decía, había dejado por heredero en el 
reino de Ñapóles á Renato, hermano del 
Duque de Anjo, que en aquel mismo año que 
la Reina doña Juana murió había fallescido 
en Francia. Y por esta causa, sabido por Re- 
nato la muerte de la Reina y cómo le había 
dejado por heredero del reino de Ñapóles, 
pasó en Italia con gran ejército á cobrar el 
derecho que él tenía, por lo que el Rey don 
Alonso por una parte y Renato por la otra, 



el reino rescibió división, porque la una parte 
del reino quería al Rey D. Alonso por su Rey 
por el derecho que tenia como primero adop- 
tado, y la otra parte, juntamente con los al- 
baceas y testamentarios de la Reina muerta, 
querían y defendían la parte de Renato por 
razón de la institución que decían la Reina 
haber hecho en su testamento, el cual que- 
rían cumplir en expresa forma según que en 
él se contenía. Finalmente, los ciudadanos y 
principales de Ñapóles rescibieron á Renato 
en la ciudad sin le poder resistir el Rey don 
Alonso, al cual alzaron por Rey. Y el Rey 
D. Alonso, viendo apoderado á Renato en la 
ciudad, procuró de sostenerse en todas las 
otras ciudades del reino y de esta manera 
le tuvo cercado en Ñapóles mucho tiempo, 
habiendo pasado muertes en este medio en- 
tre los unos y los otros; pero en fin de 
muchos dias del cerco, el Rey D. Alonso 
tomó la ciudad metiendo en ella su gente 
por un albañar ó acueducto que salía al 
campo fuera de la ciudad, y de esta manera 
el Rey D. Alonso cobró la ciudad en el año 
del Señor de 1441 años y Renato, dejando mu- 
cha parte de gente en guarnición de los casti- 
llos, se fué á Francia para traer de allá el so- 
corro que convenía. 

CAPÍTULO III 

De la muerte de este noble Rey D. Alonso y 
de lo que después de su muerte sucedió. 

Habiendo el Rey D. Alonso cobrado la 
ciudad de Ñapóles y echado de ella á Renato, 
el Papa Eugenio III, que entonces tenía la 
sede apostólica por muerte de Martino V, 
viendo el derecho que el Rey D. Alonso tenía 
en el reino de Ñapóles y la voluntad de 
todos muy conforme para le rescebir por 
señor, parescióle ser justo que pues á él más 
que á otro le convenía de derecho, fuese de- 
clarado de su parte por Rey de Ñapóles, y á 
esta causa el Rey D. Alonso fué confirmado 
por el Pontífice en el reino, el cual por aquel 
beneficio y merced que del Papa había res- 
cebido siempre le ayudó y favoresció contra 
Francisco Esforcia; el cual en aquel tiempo des- 
pués de la muerte de Philippo María, Duque 
de Milán, se metió por fuerza en Milán y fué 
de ahí adelante por los milaneses declarado 
por Duque de Milán en lugar de Philippo 



DEL GRAN CAPITÁN 



María, en el año del Señor de 1452 años, y 
este Duque de Milán hacía guerras en al- 
gunas tierras de la Iglesia. Finalmente, des- 
pués de muchas cosas que, no sólo en el 
reino, pero en toda Italia pasaron, el Rey 
D. Alonso de Aragón falleció de edad de 
sesenta y cuatro años, habiendo poseído el 
reino de Ñapóles pacíficamente por diez y 
siete años y otros muchos que gastó en le ad- 
quirir con mucho trabajo de su persona. 
Dejó por su heredero en el reino á D, Fer- 
nando, su hijo bastardo, llamado en aquellas 
partes Fernandín. Murió este noble Rey en 
el año del Señor de 1458 años. Fué hombre 
de delgado cuerpo y gesto un poco amarillo, 
pero alegre; las narices aguileñas, los ojos 
grandes y claros, el cabello negro y largo, el 
cuerpo mediano. Bebía muy pocas veces 
vino. Era asimismo muy templado y reglado 
en el comer; era dulce y benigno en tanto 
grado que no se halló ninguno quejarse del. 
Lo cual fué mucha parte para adtener el 
reino. Y si alguno le suplicaba por alguna 
cosa que no convenía otorgarla, nunca res- 
pondía de manera que fuese visto clara- 
mente querer negar la tal demanda. Antes lo 
que no quería conceder lo traía en dilación por 
no decir de no á persona alguna. Fué muy apH- 
cado y estudioso en todo género de letras, 
especialmente en los historiadores y ora- 
dores y no menos en la poesía. Fué asi- 
mesmo en la dialéctica muy docto: favoreció 
en gran manera á los religiosos. Fué gran 
defensor de la fe y aumentador de ella, y en 
la guerra era áspero y en la paz manso. Era 
asimesmo de muy gran consejo y tenía otras 
muchas virtudes en las cuales no se detiene 
la crónica, porque su intento es de seguir 
brevedad en estos principios. 

CAPÍTULO IIII 

De cómo Juan Renato sabiendo la muerte del 
Rey D. Alonso vino con poder muy grande á 
cobrar el reino de Ñapóles y de lo que le 
sucedió. 

Después de la muerte del Rey D. Alonso, 
el Papa Calixto que á la sazón tenía la Sede 
Apostólica por muerte de Nicolao quinto, 
procuró por muchas maneras de quitar el 
reino al Rey D. Fernando, alegando que como 
feudatario á la Iglesia Romana le pertenecía 



el derecho. Y con esta voluntad que el Papa 
tenía se aderezó con gente para se lo quitar, 
y el Rey D. Fernando asimesmo de su parte 
se aderezaba para defender su reino en todo 
su poder. Pero como en este medio sucediese 
la muerte del Pontífice, todo este movi- 
miento se aseguró. Pero no dexó el Rey don 
Fernando por otra parte de gustar el negro 
xarope y amargo que en reinar en reinos pa- 
cíficos suelen los reyes gustar. Por razón 
que muerto el Rey D. Alonso su padre, 
muchos de los principales varones del reino 
de Ñapóles enviaron á [llamar á Juan Renato, 
hijo de Renato y sobrino de Ludovico Duque 
de Anjo, para le dar el reino y recibirle por 
su rey y señor; el cual sabida la muerte del 
Rey D. Alonso de Aragón y que D. Fernando 
su hijo había sucedido en el reino de Ña- 
póles, teniendo en la memoria la institución 
que la Reina doña Juana había hecho en su 
padre y la voluntad con que los del reino le 
llamaban para le dar el reino, determinó de ir 
contra el Rey D. Fernando y de llevar mayor 
ejército que no llevó su padre cuando fué, 
según dicho es, contra el rey D. Alonso. El 
cual creyendo que de esta vez cobraría lo 
que su padre Renato no había podido cobrar, 
entró en el reino de Ñapóles con muy gran 
poder y el Rey D. Fernando le salió al en- 
cuentro y junto á un rio que llaman Sarno 
vinieron entrambos á las manos, adonde el 
Rey D. Fernando siendo menor en poder fué 
por Juan Renato vencido y le hizo con pér- 
dida de mucha gente retraerse á Ñapóles. Y 
Juan Renato con la victoria que de aquella 
vez alcanzó, trajo á su devoción casi todos los 
más del reino; pero como el fin y salida de la 
guerra sean dudosos, no estuvo mucho tiem- 
po que Juan Renato no se revolviese otra vez 
con los fernandinos, los cuales hubieron entre 
sí una muy cruda batalla junto á un lugar que 
es en la Puglia que llaman Troya. Adonde 
llevando lo mejor el Rey D. Fernando, Juan 
Renato fué roto y casi toda su gente muerta 
y destruida, y al fin le fué forzado dejar el 
reino, quedando apoderado en él el Rey D. Fer- 
nando. El cual de ahí adelante pasó mucho 
en la conservación y defensión del reino por- 
que aun no después de muchos días el Papa 
Inocencio octavo tentó con todo su poder lo 
que algunos Pontífices sus predecesores pro- 
curaron intentar enviando sus gentes contra 
el Rey D. Fernando, con las cuales fué Ru- 



8 



CRÓNICA GENERAL 



berto de S. Severino por capitán general; 
pero al fin como el Pontífice no pudiese salir 
con su propósito, húbose de contentar con 
el tributo y reconoscimiento que por el feudo 
se le daba. Y de esta manera el reino de Ña- 
póles quedó en su poder de este Rey D. Fer- 
nando por mucho tiempo en mayor sosiego y 
paz que hasta allí había tenido. El cual fué 
poseído por estos dos reyes el Rey D. Alon- 
so y el Rey D. Fernando, su hijo bastardo, 
casi sesenta años, muchos en guerra y pocos 
en paz. En este tiempo los turcos ocuparon 
la ciudad de Otranto con voluntad de so- 
meter debajo de su señorío á toda Italia, y 
cierto recibiera mucho daño si Nuestro Señor 
por su clemencia no lo atajara con la muerte 
del gran Turco, el cual en aquel medio fá- 
lleselo. Murió asimesmo en este tiempo Juan 
Renato, hijo de Renato, por cuya muerte se 
apagó mucho el estado del reino de Ñapóles; 
quedó su padre de Renato muy viejo, el cual 
no vivió muchos dias después de la muerte 
de Juan Renato su hijo, y muriendo sin otro 
heredero descendiente ni ascendiente, Re- 
nato dejó por su heredero á Cario, su so- 
brino hijo de su hermano Ludovico, Duque 
de Anjo, de la cual institución comenzó á 
tener nascimiento el derecho que los Reyes 
de Francia decían tener al reino de Ñapóles, 
porque como el susodicho Cario heredero de 
Renato muriese asimesmo sin hijos ni otro 
heredero, dejó por su universal heredero en 
todo su estado y bienes al Rey D. Luis de 
Francia, padre del Rey Cario octavo; el Rey 
D. Luis sucedió en Francia. Y de esta ma- 
nera computando la sucesión según que está 
dicho y viendo el Rey Carlos octavo el de- 
recho que tenía por esta razón á los bienes 
que habían sido de Renato, así el reino de 
Ñapóles como de fuera de él, después de ha- 
ber reinado en Francia nueve años en mucha 
paz y sosiego, aderezóse de venir en Italia á 
cobrar el reino de Ñapóles con todo aquello 
que había sido de Renato, el cual vino con 
muy gran poder según abajo se dirá. En este 
tiempo murió en Alemana el Emperador Fede- 
rico, murió de edad de noventa años; al cual 
sucedió Maximiliano hijo suyo y fué en lugar 
de su padre por Emperador electo. No mucho 
tiempo después de Federico murió el Rey 
D. Fernando en Italia, en el tiempo que más 
se divulgaba la fama de la venida del Rey Car- 
io octavo contra el reino de Ñapóles, y suce- 



dióle D. Alonso su hijo, el cual de común con- 
sentimiento de todos los de su reino fué de- 
clarado por Rey de Ñapóles, y dando con lo 
que aquí está dicho fin en los principios de 
la crónica, los cuales con industria se han 
abreviado, de aquí adelante se escribirá su 
intento y fin principal. 

CAPITULO V 

De cómo el Rey D. Alonso sucediendo por 
muerte de su padre el Rey D. Fernando de 
Ñapóles hizo gran aparejo en la defensión 
del reino temiendo la venida del Rey de 
Francia. 

Ya se ha dicho arriba cómo el Rey D. Fer- 
nando dejó por su heredero en el reino de 
Ñapóles á D. Alonso, hijo suyo. Y pues es de 
saber que siendo escarmentado en los tra- 
bajos que sus pasados habían en la conser- 
vación y tutela de aquel reino padecido, pro- 
curó con diligencia de proveer en todo aquello 
que convenía á la munición y fuerza de aquel 
reino: principalmente que en toda Italia se 
extendía la fama de la venida del Rey Cario 
octavo contra el reino de Ñapóles. Y junto 
con esto para mayor seguridad de todo, pro- 
curó de se hacer muy amigo del Papa Ale- 
jandro sexto, que á la sazón tenía el Pontifi- 
cado por muerte de Inocencio octavo. El cual 
por ser de nación español y natural de Va- 
lencia, de cuyo reino descienden los Reyes 
de Ñapóles, en todos aquellos movimientos 
le favoresció con todo su poder según que 
abajo se dirá; asimesmo hizo mucho por se 
confederar con los venecianos, poniéndoles 
delante el daño que á toda Italia se seguía 
con la entrada de los franceses en aquella 
tierra y cuánto cumplía que por todos fuesen 
resistidos, principalmente aquellos que te- 
nían principados y señoríos en Italia que 
guardar y defender. Pero no pudo atraellos 
á querer mostrarse claramente por enemigos 
de franceses, y así quedaron ni amigos ni 
enemigos. No se concertó con los florentinos 
por razón que antes de aquel tiempo los 
tenía por amigos y los había confederado 
consigo, y así lo eran entonces; solamente 
temía que le había de faltar el Duque de 
Milán por razón que se mostraba más incli- 
nado á la parte francesa, y por esto y porque 
mejor camino llevasen sus negocios procuró 



DEL GRAN CAPITÁN 



de se hablar personalmente con el Papa 
Alejandro, con el que tenía puesta mucha 
amistad, y fué tanta que dende á cuatro 
meses que el Rey D. Fernando, su padre, 
murió, el Papa Alejandro le envió con el 
Cardenal César Borja, su hijo, la corona con 
las otras insignias del reino de Ñapóles 
según que era de costumbre, no obstante la 
contradicción que en esto ponían los emba- 
jadores del Rey de Francia que estaban á la 
sazón en Roma. Ya en este tiempo se publi- 
caba más la venida del Rey Cario octavo y 
el Duque de Milán se aderezaba con gente 
para ayudar al Rey de Francia. En la cual 
puso por capitán general al Conde Gayazo y 
mandóle que fuese á asentar real en el Par- 
mesano para salir de allí al encuentro á la 
gente del Pontífice y de los aragoneses, los 
cuales, según se decía, habían de venir á 
asentar su real á la Romana para desde allí 
salir á resistir el paso á los franceses. Pues 
pasando estas cosas en esta manera, el Rey 
D. Alonso salió de Ñapóles y fué la vía de 
Vicobaro adonde á la sazón estaba el Pontí- 
fice, y allegando en aquel lugar fué el Rey 
D, Alonso del Papa Alejandro amorosa- 
mente recibido. Y un día estando el Papa en 
consistorio entró en él el Rey D. Alonso, 
adonde dio á entender á todos en general y 
en especial al Pontífice la causa de su venida 
no haber sido á otro efecto más de hacerles 
saber el daño universal que por toda Italia 
se aparejaba con la venida del Rey Cario, 
diciéndoles asimismo que pues el daño era 
no suyo particularmente, mas de toda Italia, 
que cada uno debría juntamente con él de- 
fender su parte y no esperar la experiencia 
probando primero el yugo de franceses, que 
era más cierto que no su amigable rescibi- 
miento, pues de otras muchas veces debe- 
rían estar escarmentados. Díjoles asimismo 
que mirasen la cautelosa demanda que de- 
lante de sí traían, diciendo que su principal 
venida en Italia era pasar por ella para con- 
quistar el reino del turco y tierras por 
aquella parte de Lepanto y de la Morea, 
pues muy pocas veces ó ningunas los Reyes 
de Francia fueron movidos con tan santo y 
justo celo como aquél que decían. De donde 
se veía claramente su venida no ser á otro 
fin sino á le tomar el reino, según que sus 
pasados con semejante voluntad habían otras 
muchas veces venido á cosas de esta ca- 



lidad. El Rey D. Alonso comunicó en aquel 
consistorio adonde estaban algunos Carde- 
nales y embajadores de algunas Señorías de 
Italia, á los cuales en general exortó y de- 
mandó su favor, ofreciendo él asimismo el 
suyo todas las veces que le fuese deman- 
dado de ellos, diciéndoles que considerasen 
muy bien que favoresciéndole á él hacían dos 
cosas, la una ganarle por amigo y la otra 
que quedando él vencedor en el reino y pa- 
cífico en su estado, lo quedarían asimismo 
todas las demás tierras de Italia, y que si 
por el contrario sucedía, que viéndole á él 
echado de su reino, procurarían por el seme- 
jante danificar todas las demás tierras de 
aquella región, y que pues tan claramente 
esto se conoscía no deberían consentir servi- 
dumbre en tierra de tanta libertad. Antes 
unánimes todos de un parecer se debrian 
oponer á resistirle la entrada, para lo cual él 
enviaría á su hijo el Infante D. Fernando con 
alguna parte de su gente en la Romana en 
los términos de Cesena, para que estando 
en aquel lugar y juntamente con el favor de 
ellos se opusiesen á los primeros movimien- 
tos de los franceses si quisiesen intentar de 
pasar adelante. Estas y otras cosas les dixo 
atrayéndolos á todos á su amor, y parescién- 
dole bien al Papa Alejandro lo que el Rey 
D. Alonso decía, le respondió con mucho amor 
y voluntad inclinado su parecer en todo ello; 
por lo cual le dixo que tuviese buena espe- 
ranza de manera que él haría que ni los 
bienes de la Iglesia, ni el trabajo que de su 
persona ofrescía, no serían necesarios, por- 
que él pondría diligencia de manera que ni la 
fe de los compañeros viejos ni de los nueva- 
mente atraídos á su amistad, en manera nin- 
guna faltarían; y porque mejor fundamento 
llevasen aquellos negocios, luego mandó á 
los embajadores que de muchos Príncipes y 
Señorías de Italia estaban presentes, que lo 
escribiesen á sus señores conforme como en 
aquel consistorio se había propuesto y de- 
terminado, y no contento con esto, él mesmo 
les escribió en particular y en general á 
todas las provincias de Italia, amonestando 
que todos estuviesen aparejados y muy 
sobre aviso á rescibir á los franceses que 
tanto se extendía la fama de su venida en 
Italia, porque no les tomasen incautos sin 
ser primero avisados para que aderezasen 
lo que fuese á la defensión menester de toda 



10 



CRÓNICA GENERAL 



Italia, y así fué generalmente publicada guerra 
contra franceses. Los cuales sin perder 
tiempo á muy gran prisa se entraban por los 
términos del Piamonte. Determinados ya 
pues en la forma dicha estos dos Príncipes, 
el Rey D. Alonso tuvo mejor esperanza en 
sus hechos y el Pontífice después de esto se 
tornó á Roma y el Rey á las partes más cer- 
canas de su reino. 

CAPÍTULO VI 

De como los Colorieses tomaron á Ostia y 
del edicto que el Rey de Francia hizo pro- 
mulgar en la ciudad de Roma. 

No después de muchos días que el Papa 
Alejandro fué en Roma, los Coloneses, fa- 
milia muy señalada y de mucho nombre y 
autoridad en la ciudad, viendo estos movi- 
mientos en Italia que á causa de la venida de 
los franceses se habían levantado, tomaron 
acuerdo entre sí de ocupar la ciudad de 
Ostia. Fué fama que se movieron á hacer 
aquella fuerza por inducimiento del Cardenal 
Ascanio Esforcia, hermano que era del Duque 
de Milán Ludovico Esforcia, el cual viendo 
tanto desasosiego y alboroto como se apare- 
jaba en Italia, temiendo no le fuese hecha al- 
guna fuerza de parte de los franceses, se 
pasó á la parte y bando de los Coloneses, 
que en aquel tiempo muy abiertamente te- 
nían la parte de Francia, y de esta manera, 
movidos con pensar que servían en aquello 
al Rey de Francia, muy secretamente se me- 
tieron en la ciudad de Ostia y la ocuparon 
por Francia. En este mismo tiempo el ar- 
mada aragonesa estaba á la boca del rio 
Arno en la mar, en la cual estaba el Car- 
denal Fregoso y Uguetto Fiesco, caballero 
principal de Genova. Hizo estar en aquel 
lugar su armada el Rey D. Alonso por razón 
que viendo los ginoveses estar esta armada 
tan cerca de sí por ventura se levantarían 
contra el armada francesa que á la sazón se 
aderezaba en aquel puerto de Genova, cuyo 
capitán general era el Príncipe de Salerno. 
Después de esto no pasaron muchos días 
que el Rey de Francia mandó promulgar un 
edicto en Roma en el cual se contenía que 
cualquiera de la clerecía, ora tuviese benefi- 
cios eclesiásticos, ora no los tuviese, siendo 
naturales de Francia, aunque fuesen oficiales 
apostólicos, dentro de quince días siguientes 



después de la publicación de su edicto se sa- 
liesen de Roma y se recogiesen adonde su 
gente estaba, los cuales siendo rebeldes en 
este su mandamiento del Rey no queriendo 
ir allá fuesen ciertos que caían é incurrían en 
pena de lese Magestad y por el mismo caso 
perderían todos sus bienes. Muchos fueron los 
que obedecieron el mandamiento real y mu- 
chos que no quisieron y quedaron en Roma 
sirviendo al Papa en sus oficios, á los cuales 
no dejó de ejecutar la pena ya dicha. Todo 
aquel verano pasó sin hacer otra cosa más de 
lo que dicho está, que vino el invierno que se 
comenzó á sentir la venida de los franceses 

CAPÍTULO VII 



De cómo el Rey Cario octavo cautelosamente 
se confederó con los Reyes de España por- 
que no le estorbasen la pasada, y de lo que 
sucedió. 

El Rey Cario octavo de Francia determinó 
de dar fin en esta empresa del reino de Ña- 
póles que tan concebida y asentada tenía en 
su entendimiento, á lo cual se había puesto 
no tanto por el título que decían tener, 
cuanto por codicia de le haber debajo de su 
corona tenía, por ser tan rico y una de las 
más fértiles provincias de Italia, de cuya 
causa fué de muchos principales codiciado y 
puesto en conquista. Después que el Rey 
D. Alonso, hijo del Rey D, Fernando de 
Aragón, según dicho es, fué por la Reina 
doña Juana adoptado por hijo por esta razón, 
siendo el Rey Cario octavo de muy grande 
ánimo y no menos acompañado de saber y 
gran discreción, antes que partiese de Fran- 
cia miró muy bien todos los inconvenientes 
que para poner en efecto aquella empresa 
del reino le podían suceder, porque no falle- 
ciese él en lo que todos sus pasados por 
menos consejo habían fallecido, y por esto 
hubo temor que el Rey D. Fernando, Rey de 
Castilla, le estorbaría su propósito por razón 
que otras muchas veces que algún movi- 
miento preparatorio de guerra se ordenaba 
en Francia contra Ñapóles, siempre eran de 
los Reyes de España impedidos; en especial 
viendo que entonces gozaba de tanta paz y 
sosiego el Rey D. Fernando de Aragón, hijo 
del Rey D. Juan de Aragón, después que casó 
con doña Isabel, Reina de Castilla, de donde 
le vino con el señorío mayores fuerzas y 



I 



II 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



11 



poder; también que los Reyes de Ñapóles 
eran sus parientes; lo cual todo considerado 
por el Rey Cario octavo, que aunque disforme 
en sus miembros de ánimo era grande y de 
entendimiento según dicho es era bien cum- 
plido, y porque su deseo hubiese buen efecto 
en aquel caso hízose muy amigo con los 
Reyes Católicos, á los cuales restituyó el con- 
dado de Ruisellón, Uzardan y Cerdania, las 
cuales tierras habían sido empeñadas por el 
Rey D. Juan de Aragón, padre del Rey don 
Fernando, al Rey D. Luis de Francia, padre 
de este Cario octavo, por los gastos que 
hizo el Rey D. Luis por el Rey de Aragón en 
la rebelión de Cataluña. Junto con esto se 
conformó con el Emperador Maximiliano, te- 
miéndose también no fuese en esto impedido 
de su parte, y de esta manera habiéndose 
confederado en amistad el Rey de España 
con el de Francia, no dejó el Rey Carlos de 
buscar otra calor en aquel hecho; porque 
dado caso que fuese temida su venida en 
Italia, no se sabía de cierto el fin de su movi- 
miento, aunque se decía ser contra el reino 
de Ñapóles, y como en los ánimos dudosos 
cualquiera opinión divulgada sea tenida por 
cierta, echó fama que su venida en Italia no 
era otro fin sino por pasar por ella á conquis- 
tar á Jerusalem, y también lo hizo porque el 
Rey de España no rescibiese alguna turbación 
ó alteración sabiendo que entraba por Italia 
con su ejército no sabiendo el fin que llevaba; 
y para desarraigar del todo la opinión verda- 
dera que estaba derramada en Italia, que era 
ser su venida contra el reino de Ñapóles, 
envió á demandar por sus dineros paso de 
vituallas al Duque de Milán y al Papa Ale- 
jandro y á todas las señorías de Italia, ha- 
ciéndoles saber cómo él quería ir á con- 
quistar á Jerusalem y asimismo á visitar con 
su poder y fuerzas el señorío de la Morea 
con otras tierras del turco, diciendo que no 
recibiesen alteración, que aquella era la ver- 
dad. Los de Italia dando crédito á su cau- 
telosa intención, que muy diversa era de lo 
que por de fuera mostraba, tuvieron por muy 
bueno de le dar paso libre y desembargado 
y de le dar asimismo vituallas todas las que 
fuesen necesarias á su ejército, en el cual ve- 
nía entre gente de á pie y de caballo treinta 
mil hombres y mucha artillería sin la armada 
de mar, donde venían ocho mil hombres de 
guerra, y por sus jornadas allegaron en el 



Piamonte, donde fué necesario detenerse al- 
gunos dias en la ciudad de Aste como abajo 
se dirá. 

CAPÍTULO VIII 

Cómo la Duquesa de Milán salió á recibir al 
Rey de Francia y del aparejo que el Rey don 
Alonso hizo de guerra. 

Sabido por la Duquesa de Milán la venida 
del Rey de Francia, para mejor atraerle á su 
amistad y también porque con la nueva ve- 
nida de franceses no rescibiese algún daño su 
estado, no obstante que el Duque era de su 
parte, siendo el Rey de Francia junto á la 
ciudad de Aste le salió á recibir acompañada 
de gran número de señoras muy suntuosa- 
mente ataviadas, y cierto si el Rey de Francia 
hubo placer de su visitación y recibimiento en 
su estado no es cosa de duda. Viendo por 
aquella vía muy más libre la entrada que no 
pensó tenerla, si no hallara inclinado á su 
parte uno de los mayores príncipes de Italia 
como era el Duque de Milán, y esto le hizo 
tener más cierta la esperanza de alcanzar el 
fin de lo que deseaba. De esta manera el 
Rey de Francia entró en la ciudad de Aste, 
adonde estuvo con unas calenturas, por lo 
cual le convino detenerse algunos dias en 
la ciudad de Aste hasta que convaleció. En 
este tiempo el Rey D. Alonso no dejaba de 
estar solícito, viendo que el Rey de Francia 
estaba ya en Italia y que no se sabía de 
cierto el fin de su venida en aquellas tierras, 
el cual siempre estaba con temor no viniese á 
le quitar el reino de Ñapóles, y por esta 
razón no dejaba de se fortalecer lo mejor y 
más secreto que podía; y deseando saber 
más por extenso el fin de aquel hecho del 
Rey de Francia, envió al Infante D. Fernando, 
su hijo, y al Conde Pitiliano, capitán del ejér- 
cito del Pontífice, con la más gente que pudo 
para que se alojasen con ella en la Romana, 
por donde se decía que los franceses habían 
de pasar, los cuales con esta orden se par- 
tieron del reino y se vinieron por la Romana 
y por las tierras de Rímino y asentaron su 
real junto á un rio que llaman Ceruja, que 
nace de los Apeninos y corre entre Cesena y 
Rávena y viene á se meter en el Adriático. 
Esto hecho en esta manera, no pasaron mu- 
chos días que la gente que el Duque de 
Milán tenía, que estaba, según dicho es, en el 



12 



CRÓNICA GENERAL 



Parmesano aposentada, se allegó más á 
aquel lugar do estaba la gente del Rey don 
Alonso en el mismo término del rio Ceruja. 
Vinieron con la gente del Duque de Milán 
cuatro mil caballos franceses y tres mil in- 
fantes, con la cual gente el ejército del Du- 
que paresció más pujante que no lo era el 
de D. Fernando. En e.sta manera estuvieron 
los dos ejércitos muchos dias sin se mover 
el uno contra el otro ni hacer cosa que digna 
sea de contar. En este medio aún no estando 
el Rey de Francia sano de sus calenturas, en 
aquella ciudad de Aste, un caballero prin- 
cipal de Genova, del cual la historia ha hecho 
mención, dicho por nombre Ogueto Fiesco, 
que estaba con el armada de Aragón en el 
rio Corno, saltó en tierra junto á un lugar 
que está no muy lejos de Genova, que lla- 
man Rápalo. El cual siendo visto de los na- 
turales de aquella tierra, que á la sazón es- 
taban con la venida de franceses alboro- 
tado?, salieron á él y antes que se pudiese 
aprovv^char de su gente cargaron sobre él y 
le mataron mucha de su gente y él con la 
demás apenas se pudieron salvar en las ga- 
leras. Estaban tan sobre el aviso todos con 
la venida de franceses, que cada uno tenía en 
Italia delante de sí ó la muerte ó su defen- 
sión. Y con esto los venecianos, temiendo 
también su peligro, porque el uso de la mar 
no saliese de su poder, determinaron de ade- 
rezar una muy buena armada en guarda de 
la mar, en la cual pusieron por general á un 
caballero dicho por nombre Antonio Gri- 
mano; el cual con el armada veneciana corría 
toda la costa y no dejaba correr la mar á 
otra persona que fuese sospechosa á la parte 
de la señoría Veneciana. Y de esta manera la 
cautela del Rv^y de Francia de que quiso usar 
publicando qu3 iba á Jerusalem no hubo tan 
buen efecto como quisiera por razón que 
cada cual procuraba, según está dicho, su 
salud y no se descuidaban en lo que cumplía 
al bien común de Italia. 

CAPÍTULO IX 

De lo que se hizo en la guerra de la Romana, 
entre la gente del Duque de Milán y del In- 
fante Don Fi mando y de lo que Coloneses 
quisieron hacer en Roma. 

Pasando las cosas de Italia en la forma ya 
dicha,, el Infante D. Fernando y la gente del 



Duque de Milán, los cuales estaban en cam- 
po en la Romana, en todo el tiempo que estu- 
vieron los unos contra los otros nunca vinie- 
ron á las manos, ni hicieron entre sí cosa que 
de contar sea; porque el Infante D. Fernando 
viendo que el ejército del Duque era mucho 
mayor que no lo era el suyo y que si daba de 
su parte causa de guerra ponía en aventura 
su gente, se detuvo con los del Duque más 
con industria y arte que con armas, las cua- 
les poco pensaba poderle aprovechar por la 
gran desigualdad que, como dicho es, había 
del un ejército al otro. Pero no pudo estar 
tanto la diferente y contraria voluntad de los 
unos y los otros, casi en un mismo lugar, que 
no diesen á sentir lo que cada cual concebía 
en su corazón. Porque revolviéndose con al- 
gunas escaramuzas, más por voluntad de los 
del Duque que no por la del Infante D. Fer- 
nando, en ambas partes se hizo daño en la 
gente y cada día se acometían los unos con 
los otros de muchas maneras. En este tiempo 
los Coloneses, que, como dijo la crónica, ha- 
bían ocupado la ciudad de Ostia, de cada día 
crecían en gente y fuerzas, los cuales procu- 
rando de mudar su estado y condición de 
bueno en mejor, en especial siendo como eran 
amigos de novedades, salían muchas veces 
de Ostia y tomaban todas las provisiones y 
viandas que llevaban por el Tibre arriba á la 
ciudad de Roma. De lo cual causaba muy 
gran daño en Roma por la falta de los mante- 
nimientos que por esta razón había en ella- 
Era esta familia de Coloneses una de las más 
principales familias de Roma, de los cuales 
gran parte estaban á la sazón dentro en Roma 
no menos aparejados para acometer cual- 
quiera género de insulto que á la ciudad se hi- 
ciese que los de fuera. El Papa Alejandro co- 
nociendo este peligro que podía venir á Roma 
por la grande carestía délos mantenimientos, 
y asimismo viendo el daño que tan eminente 
estaba á la Sede Apostólica y viendo la poca 
gente que tenía consigo para la defensión de 
la ciudad, aunque de parte del Rey D. Alonso 
de Aragón había venido el capitán Virginio 
Ursino con una buena parte de caballos y 
gente de armas en su socorro, no por eso 
dejó de enviar á la Romana para que con la 
más gente que pudiese el Conde Pítilano vi- 
niese á Roma. El cual con la gente del Pon- 
tífice estaba en compañía de D. Fernando 
como dicho está. Esto fué causa á que cum- 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



13 



pliendo el mandamiento del Papa, este capi- 
tán Nicolás Ursino, que así se llamaba, lle- 
vando consigo mucha de la gente que estaba 
en la Romana, las fuerzas y poder del Infante 
D. Fernando fuesen de ahí adelante muy me- 
nores. Y por el consiguiente de cada día reci- 
bían mayores daños de los enemigos, siendo 
como eran en número desiguales. Adonde se 
detuvo con gran virtud, aunque no con poco 
trabajo, hasta que el Rey de Francia se par- 
tió de la ciudad de Aste. 

CAPÍTULO X 

De cómo el Rey de Francia vino á Pavía á ver 
d Juan Galeaza que estaba enfermo y de lo 
que después sucedió. 

En este tiempo que esto pasaba en la Ro- 
mana, el Rey de Francia con voluntad de irse, 
ya que convaleció de su enfermedad, se par- 
tió de la ciudad de Aste con seis mil hombres 
de caballo. Y pasando por el Placentino, vino 
á Pavía, ciudad de Lombardía del Duque de 
Milán, con propósito de ver á Juan Galeazo, el 
cual á la sazón estaba enfermo de una grave 
enfermedad de que dende á pocos días que el 
Rey de Francia llegó á Pavía murió. Por la en- 
fermedad de este caballero, no menos grave 
que no conoscida por razón de muchas opinio- 
nes que hubo diversas en el conocimiento de 
ella, siendo así que unos afirmaban haber sido 
su muerte con hechizos, otros de una enfer- 
medad incurable de que los médicos no pu- 
dieron alcanzar noticias, y para saber la ver- 
dad de aquesta variación, el Duque de Milán 
Ludovico Esforcia hizo llevar su cuerpo á 
Milán, adonde puesto en un rico lecho en 
un lugar público que de todos podía ser vis- 
to , quiso en aquella manera conoscer su 
muerte, esperando en aquel medio algún ar- 
gumento ó señal de ello. Finalmente, no se 
hallando en el cuerpo muestra alguna por 
donde parescía haber sido aquel caballero 
muerto con veneno, después de dos días que 
estuvo en aquel lugar le dieron sepulcro con- 
veniente á su persona y estado. Fué este 
Galeazo hijo de Galeazo, un caballero que fué 
muerto por manos de otro noble caballero 
llamado Micer Andrea Lanpugnano, y era nie- 
to de Francisco Esforcia y sobrino del que 
á esta sazón era Duque de Milán Ludovico 
Esforcia, que fué hermano de Galeazo, que 



mataron según dicho es, y era yerno del Rey 
D. Alonso, casado con hija suya. Ha hecho 
la crónica mención de su genealogía y linaje, 
porque quien la leyere no intente á querer 
reprender al cronista arguyendo que un Rey 
de tanto valor como era el Rey de Francia 
no parecía verisímile ir á una ciudad no á otro 
efecto más de ver á un caballero, no se sabien- 
do su linaje como agora se sabe por lo arriba 
dicho. El Rey de Francia después de haber 
hecho las obsequias de Juan Galeazo y viendo 
el ofrecimiento del Duque de Milán de su per- 
sona y estado, para le conservar más en su 
amistad le dio el título y la señoría de Milán; 
el cual dado caso que á la sazón se llamase 
Duque de Milán, no tenía el título ni investi- 
dura de él, y de esta manera y no embargante 
que desde entonces podría llamarse Duque, 
pero nunca quiso usar del en sus cartas ni 
edictos hasta tanto que del Emperador Maxi- 
miliano rescibió las insignias del Ducado, por 
razón que era feudatario al Imperio, y de esta 
manera Ludovico Esforcia obtuvo el estado 
de Milán en nombre y título. 

CAPÍTULO XI 

De lo que el Infante D. Fernando hizo en la 
Romana y el Rey D. Alonso su padre en el 
reino. 

Estando las cosas en este estado los del 
Duque de Milán con los franceses que consi- 
go tenían, se comenzaron á hacer sentir en 
todas las partes de la Romana, haciendo cada 
día cosas nuevas. Y así tomaron un lugar en 
la Romana que llaman Mudano, en el cual hi- 
cieron mucho daño, así en la villa como en los 
moradores de ella. De cuya causa muchas 
fueron las tierras que de la Romana se dieron 
á los franceses. El Infante D. Fernando viendo 
la gran turbación de la Romana y cómo de 
todos eran temidos los franceses, y viendo 
asimismo la ausencia de sus compañeros á 
causa del movimiento que en Roma había, 
determinó de alzar su real y lo mejor que pudo 
se levantó de las tierras de Francia, adonde 
hasta allí había estado aposentado y fuese con 
su gente á aposentar á Cesena á sus casares. 
En esto el Rey D. Alonso su padre que estaba 
en el reino de Ñapóles no dejaba un punto de 
proveer en todo aquello que le parecía que 
cumplía á la defensión del reino. Y de esta 



14 



CRÓNICA GENERAL 



causa juntó consigo toda la más gente que 
pudo haber y fuese la vía de Terrazina con 
propósito de cercar un lugar de coloneses 
que llaman Maunetuno, y asimismo para de 
llí estorbar el armada de Francia que venía 
á se meter en aquel lugar. Pues estando el 
Rey D. Alonso sobre Maunetuno vino allí en 
su ayuda el capitán Virginio Ursino y el Car- 
denal Leonelo Regato, á los cuales envió el 
Pontífice al Rey D. Alonso por razón que las 
cosas de Roma estaban ya en más sosiego y 
porque el Rey fuese de ellos ayudado en con- 
sejo y obra y con todo lo que necesario fuese. 
Algunos días estuvo el Rey D. Alonso en 
cerco sobre aquel lugar de coloneses, median- 
te los cuales acaesció que estando una noche 
el Rey D. Alonso con todo su ejército en sus 
tiendas, crecieron tanto las aguas de un río 
que corre por aquel lugar, que saliendo, de 
madre cubrió todo el campo y se entró por 
las tiendas, tanto que llegaba el agua hasta la 
media pierna, y por esta razón convino al Rey 
mudar el ejército á un otero alto no muy 
apartado de aquel lugar de coloneses, de 
adonde el Rey mandó batir la tierra con el ar- 
tillería, la cual fué batida con mucha fortaleza 
y después allegó la gente del ejército á la 
combatir, adonde se pasó mucho trabajo y no 
menor peligro por tomar la tierra, pero en fin 
fué de los de dentro con muy mayor fuerza 
defendida. Murieron en aquel combate algu- 
nos hombres de ambas partes y muchos fue- 
ron heridos, de cuya causa el Rey mandó reti- 
rar su gente desconfiando poder tomar aquel 
lugar. Dejándole se partió con su ejército 
á Terracina, á donde no muchos días después 
de esto le vinieron nuevas de la muerte de su 
yerno Juan Galeazo, y asimismo de la poca 
resistencia que los franceses hallaban en los 
florentines por razón que ya casi toda la Tos- 
cana se les había dado. Muy pesante fué de 
esto el Rey D. Alonso, en especial cuando 
supo que los florentines ya le eran contrarios 
y que habían rescebido al Rey de Francia en 
sus tierras, porque conocía ser aquello prin- 
cipio de su perdición, y que por el semejante 
todas las demás tierras de Italia le darían li- 
bre entrada y sin ninguna contradicción, y 
por este recelo determinó de se recoger más 
adentro de su reino para que de más cerca 
•ordenase lo que cumplía á su defensión. Des- 
de allí envió al capitán Virginio Ursino con 
toda su gente de caballo á la ciudad de Roma 



para que estuviesen allí en su socorro si me- 
nester fuese contra los coloneses, de los cua- 
les la ciudad se temía, y toda la otra gente 
que le quedó, hizo pasar de la otra parte del 
río que llaman el Careliano junto con San Ger- 
mán, para que desde aquel lugar estorbasen 
la pasada de los franceses en el reino de Ña- 
póles. Ya en este tiempo en la Romana se ha- 
bían dado muchas tierras á los franceses, de 
las cuales eran Faenza y Forli, y los de Cesena 
ya estaban para se dar, forzados por un ca- 
ballero que decían Guido Guerra, el cual era 
de voluntad que los de Cesena se diesen á los 
franceses sin ningún detenimiento, porque 
temió no les sucediese algún daño por aque- 
lla porfía que tenían de no se querer dar, y al 
fin lo hubieran de hacer, si no por el Infante 
D. Fernando que estaba en Bertonorio con 
su gente, un lugar que es cerca de Cesena, el 
cual desde allí envió socorro de gente á los de 
Cesena, y con este favor no quisieron por en- 
tonces darse á los franceses; pero no pasó 
mucho tiempo después de esto que el Infan- 
te D. Fernando, como supo que los florentines 
ya seguían la parte de Francia, se partió de 
la Romana la vía de Roma, por cuya partida 
no quedó cosa en la Romana que no se diese 
á franceses, los cuales luego se comenzaron 
á meter por las tierras de Rabena haciendo 
todo el daño que podían en aquella tierra por 
culpa de los villanos de ella, por razón que 
en una revuelta que entre ellos y los france- 
ses locamente hubo, mataron los villanos dos 
franceses, lo cual fué causa que encendidos 
todos los demás en ira, se metieron por las 
tierras de Rabena matando é hiriendo toda 
la gente que podían haber y asolando todas 
las tierras que hallaron, y de esta manera los 
franceses vengaron la muerte de aquellos 
dos soldados, con muy mayor daño é injuria 
de los villanos de aquella tierra. 

CAPÍTULO XII 

De cómo el Rey de Francia vino á las tierras 
de Florencia y del asiento que los florenti- 
nes hicieron con él. 

En este tiempo el Rey Cario octavo de 
Francia ya se había partido de Pavía y era ¡do 
camino de la Toscana, el cual fué á estar con 
su gente en un lugar grueso que está no muy 
lejos de Pisa, el cual llaman Sarzana, por cuya 



DEL GRAN CAPITÁN 



15 



venida en Florencia se comenzaron á mudar 
todas las cosas, porque la una parte de la 
ciudad tenía que pues sus mismas tierras ha- 
bían rescebido al Rey de Francia, que no era 
bien que ellos se mostrasen sus enemigos 
dejándole de rescibir en Florencia. Muy con- 
traria de esta opinión era la familia de los 
Médicis, que muy inclinada estaba á la parte 
del Pontífice y del Rey D. Alonso, Los cuales 
eran de voluntad que los de Florencia resis- 
tiesen al Rey de Francia y que no le diesen 
paso por sus tierras. Por cuya contrariedad 
la otra parte de Florencia que tenía contrario 
parecer, por evitar sediciones en la ciudad, 
echaron de ella á Pedro de Médicis y á sus 
hermanos, y ellos quedando libres en la ciu- 
dad entraron en su consistorio, adonde se 
determinó de enviar al Rey de Francia sus 
embajadores con comisión de confederar paz. 
Como Pedro de Médicis supo lo que se había 
ordenado con ios florentines, siendo como era 
el más antiguo en aquella familia, la cual en 
autoridad y valor era una de las antiguas fa- 
milias y mayores de Italia, en cuya mano está 
el gobierno y administración de la ciudad de 
Florencia, tomó muy gran pesar de aquel he- 
cho. Pero como viese tan obstinada la volun- 
tad de los florentines de recibir al Rey de 
Francia y como aprovechaba poco ir contra 
aquel parescer que tan asentado tenían en su 
voluntad los de Florencia, en aquel caso pro- 
curó disimular la pena que tenía de ello é ir 
con aquella embajada al Rey de Francia. Y 
por esta razón envió á decir á los de Floren- 
cia que bien sabía ser su voluntad rescebir al 
.Rey de Francia en sus tierras y de no le con- 
tradecir la pasada, para ir do era su determi- 
nada voluntad, y pues así lo querían, que él 
era de ello mucho alegre y se ofrecía de ir él 
mismo al Rey de Francia de parte de ellos con 
aquella embajada y de confederar paz con él. 
Y junto con esto les envió á decir que tuvie- 
sen memoria cómo su padre Laurencio de 
Médicis hubo otra vez cumplido mucho á su 
honra y autoridad de la ciudad otra semejan- 
te embajada que ésta, cuando fué al Rey don 
Alonso, padre del Rey D. Fernando de Ñapó- 
les, que era agora, y que por esta razón no 
debían quitarle á él aquel oficio, del cual con 
mucha fidelidad había su padre usado, prome- 
tiendo su fe de no poner él menor fidelidad en 
aquella embajada de la que su padre había 
puesto. Mucho plugo de esto á los florenti- 



nes, creyendo que Pedro de Médicis estaba 
ya del todo inclinado á su opinión y parecer 
de ellos y así que por esto tendría verdad en 
sus palabras, de cuya causa se determinó que 
él mismo fuese con sus poderes á confederar 
la paz entre ellos y el Rey de Francia. Y de 
esta manera habiendo Pedro de Médicis los 
poderes y comisión en aquel caso de los flo- 
rentines, se fué al Rey de Francia, con el cual 
concertó de le dar á Pisa y á Sarzana con 
otros lugares comarcanos, poniéndolos todos 
debajo de su señorío. Todo esto fué hecho en 
muy gran daño y perjuicio de la república de 
Florencia, como quiera que no se entendiesen 
los poderes y comisión que llevaba á más de 
hacer confederación de paces y declarar á Flo- 
rencia de su parte, quedando salva su liber- 
tad. Después que los florentines despacharon 
á Pedro de Médicis para que fuese con aque- 
lla embajada al Rey de Francia, sospechando 
lo que después sucedió, quisieron luego qui- 
tarle la comisión que de ello tenía; pero ya 
como Pedro de Médicis fuese partido con 
aquella demanda adonde el Rey Cario estaba, 
no pudo haber efecto su voluntad y por esta 
razón con mucha diligencia criaron otro em- 
bajador de nuevo, dándole nuevos poderes y 
haciendo por esta última comisión de ningún 
valor todo aquello que Pedro de Médicis, por 
virtud de los primeros poderes, había apunta- 
do con el Rey de Francia. Fué con esta última 
alegación un fraile dominico, dicho por nom- 
bre fray Hierónimo, que era de mucha auto- 
ridad, el cual en aquellos movimientos que á 
la sazón eran en Italia, se mezcló más que 
convenía á hombre de su religión y hábito. En 
este medio vino Pedro de Médicis con la con- 
tradicción á Florencia que hizo, según que di- 
cho ha la historia, de lo cual rescibió tanto 
agravio la república de Florencia, que indig- 
nados por este hecho contra Pedro de Médi- 
cis, siendo como era tan perjudicial al estado 
de la libertad que ellos demandaban, quisie- 
ron matar á él y á sus hermanos, á los cuales 
por esta razón fué forzado salir de la ciudad 
con todos los de aquella familia y fuéronles 
confiscados y publicados todos sus bienes y 
juzgados por traidores y enemigos de la re- 
pública, y de esta manera, siendo la familia de 
los Médicis en poder, riquezas y autoridad 
una de las mayores y más principales de Italia, 
cayó en esta desventura por culpa de Pedro 
de Médicis, siendo en tanto grado como dicho 



16 



CRÓNICA GENERAL 



es sublimada esta familia, desde Cosme de 
Mediéis, bisabuelo de este Pedro de Médicis, 
el cual fué principio de tanto nombre como 
este linage tiene hasta hoy día en Italia, y pues 
viene á propósito, no debe causar pesadum- 
bre que se diga aquí la causa que hizo subir 
tanto este linage de los Médicis. Debemos sa- 
ber que, según se halla en las crónicas de Ita- 
lia, hubo en Florencia un caballero que se de- 
cía Cosme de Médicis, el cual á la sazón no 
era muy hacendado, porque otros más ricos 
había en Florencia que no lo era él. Fué este 
Cosme de Médicis muy amigo de Baltasar 
Casso, que fué Papa y llamáronle Juan vein- 
ticuatro, el cual en el Concilio de Constancia 
fué privado del Pontificado y detenido en pri- 
sión mucho tiempo por muchas causas crimi- 
nales que le opusieron de que le hallaron cul- 
pado. Finalmente fué en su lugar elegido por 
Pontífice después de aquel Concilio Martino 
quinto, de quien la crónica ha hecho mención, 
el cual estando en Florencia libró á Baltasar 
Casso de la prisión en que estaba, y viniendo 
á Florencia ya puesto en su libertad, con mu- 
cha humildad echado á los pies del Pontífice 
demandó perdón de sus culpas; al cual el Pon- 
tífice no sólo perdonó, pero restituyóle en el 
lugar de los Cardenales, haciéndole del núme- 
ro de ellos; pero no muchos días después de 
esto el Baltasar Casso falleció de tristeza, en 
que siempre mientras vivió estuvo, y como 
fué tan amigo de este Cosme de Médicis, por 
razón del buen tratamiento que en su casa 
había hallado, no rescibió daño de la buena 
obra y servicio que le había hecho porque le 
dejó heredero en todos sus bienes y tesoro. 
El cual fué tanto, que fué juzgado el dicho 
Cosme de Médicis por el más rico hombre de 
todar de esta parte de Roma que dicen Be- 
litri y allí en presencia de todo su ejército le 
tornó segunda vez á requirir de parte de los 
Reyes de España para que dejase aquel he- 
cho y guardase los capítulos y confederacio- 
nes que entre él y sus Reyes y señores fue- 
ron puestos y asentados; pero el Rey de Fran 
cia nunca quiso venir en ello ni obedecer 
aquellos capítulos con que le requerían, y por 
esta razón D. Antonio de Fonseca, viendo al 
Rey de Francia tan obstinado y endurecido en 
aquel propósito, tomando á Dios por juez, 
después de haber protestado contra él, le ras- 
gó los capítulos delante y con muy gran cele- 
ridad se partió delante del Rey. Muy gran 
peligro recibió D. Antonio de Fonseca en 
su persona, por razón que la gente que á la 
sazón estaba con el Rey, teniendo aquello 
que el Embajador del Rey de España hizo á 
muy gran desacato en la persona del Rey, 
le quisieron matar, y el Rey de Francia, vien- 
do la celeridad y diligencia que aquel caba- 
llero había puesto en servir á sus señores, 
ofreciendo por esta causa á peligro de muer- 
te su persona, le tomó á las ancas de su 
caballo y le puso en salvo, y el Embajador 
después de esto se fué á España, adonde á 



20 



CRÓNICA GENERAL 



la sazón estaban los Reyes Católicos, á los 
cuales dio entera cuenta de todas las cosas 
del reino de Ñapóles. 

CAPÍTULO XVI 

De cómo el Rey D. Alonso se fué á Sicilia y 
dejó en su lugar en el reino de Ñapóles á su 
hijo el Infante D. Fernando. 

Después que el Embajador de los Reyes 
Católicos se partió de la presencia del Rey 
Carlos octavo adonde estaban en Belitri, 
luego el Rey de Francia se partió de aquel 
lugar la vía de Capua, que es yendo de Roma 
la primera ciudad de Ñapóles. Mucho había 
trabajado el Rey D. Alonso en fortificar el rei- 
no, así en gente como en todo lo demás que á 
la fuerza de aquel reino cumplía, teniendo con- 
fianza en la ayuda y favor de todos los Prín- 
cipes de Italia, que se lo habían prometido; 
pero como ya viese las cosas de Italia ir de 
caída y que los florentines y el Papa Alejan- 
dro, en quien hasta entonces tenía que le ha- 
bían de ayudar, ya se le mostraban contra- 
rios, dando lugar al Rey de Francia para que 
pasasen por sus tierras, perdió la esperanza 
y no halló manera cómo se poder defender en 
el reino con su gente, por ser poca, y por esta 
razón quiso apartarse de tantas guerras y 
desasosiegos como se esperaban, y dejado 
el reino de Ñapóles á su hijo el Infante don 
Fernando, el cual á la sazón era de edad de 
veinte y seis años, él se pasó á Sicilia cre- 
yendo que de aquella manera alguno de los 
Príncipes del reino que habían tomado la 
parte del Rey de Francia, ansí siendo el In- 
fante D. Fernando Rey de Ñapóles se tor- 
narían á reconciliar en su amistad y dexarían 
á la parte del Rey de Francia que habían to- 
mado. Era el Rey D, Alonso padre del dicho 
Infante D. Fernando algo desabrido en lo que 
tocaba á la gobernación del reino, por lo cual 
muchos de los principales del reino de Ñapó- 
les le dexaron de seguir y se mostraron por 
el Rey de Francia, y en esto el Infante D. Fer- 
nando era muy diferente al padre, por razón 
que él era muy más manso y benigno de inge- 
nio, era más humano y afable con todos los 
que trataba, así con los grandes del reino 
como con los soldados de su ejército, y de 
esta manera el Infante D. Fernando halló 
más gracia en todos que no halló el Rey don 



Alonso su padre. Finalmente, el Rey D. Alon- 
so, haciendo embarcar en cinco galeras todo 
su mueble y tesoro, dejó al reino de Ñapó- 
les y se fué á Sicilia. Fué fama haber sido 
su partida de muy gran desesperación, vien- 
do que le habían faltado aquellos en quien 
la seguridad de su persona y reino tenía 
puesta; basta que la razón cierta no se sabe, 
porque otros quisieron decir que tenía he- 
cho voto de religión y que había dejado el 
reino por le cumplir; finalmente, la causa de 
esto sea la que quisieren, virisímile cosa es 
no haber sido por miedo de los franceses, 
pues que en otras cosas de mayor peligro 
que no lo era aquella este Rey D. Alonso 
fué siempre muy fuerte de ánimo y de todas 
salió mucho á su honra. 



CAPITULO XVH 

De lo que hizo el Rey D. Fernando después que 
comenzó á reinar, y de cómo habló con los 
de Ñapóles. 

Después que el Rey D. Alonso fué partido 
de Ñapóles, según dicho es, el Infante D. Fer- 
nando su hijo, que á la sazón ya era Rey de 
Ñapóles, como supo que el Rey de Francia 
venía largas jornadas la vía del reino de Ña- 
póles, y viendo que el cargo y gobernación de 
aquel reino le había sido dejado y cometido 
por su padre, y por consiguiente á él con- 
venía defenderle de las fuerzas de sus ene- 
migos, luego sin ningún detenimiento recogió 
toda su gente en un lugar que se dice San 
Germán, y haciendo muestra de ella halló 
que tenía cinco mil hombres de armas y qui- 
nientos caballos ligeros y cuatro mil infan- 
tes, toda muy buena gente. Estuvo algunos 
días el Rey D. Fernando en San Germán con 
su ejército, pero como ya venía el Rey de 
Francia cerca del reino, mudó su ejército de 
aquel lugar de San Germán y retrajese á la 
ribera de un río que está cerca de la ciudad 
de Capua que llaman Balturno, por donde ha- 
bía de pasar el Rey de Francia. Esto hizo el 
Rey D. Fernando por razón que estando junto 
á Capua más presto pudiese socorrer aque- 
lla ciudad, y asimismo porque aquel era el 
camino para la ciudad de Ñapóles, y que es- 
tando en aquel lugar podría venir á las ma- 
nos con el Rey de Francia y probar sus fuer- 
zas antes que se apoderase mucho en el rei- 




DEL GRAN CAPITÁN 



21 



no. Estando, pues, el Rey D. Fernando en 
aquel lugar de las riberas de Balturno, fué 
sabidor de la poca seguridad que había en la 
fe de los napolitanos, por razón que muchos 
eran en la ciudad de parecer que se diesen á 
los franceses y que no era bueno esperar, y 
que por fuerza ó de necesidad se hubiesen 
de dar viniendo los franceses á poner cerco 
sobre Ñapóles; otros tenían lo contrario, pro- 
poniendo sus vidas y estados por la defen- 
sión del reino. Finalmente, cuando el Rey don 
Fernando supo este movimiento de la ciu- 
dad y cuan levantados estaban los de Ñapó- 
les, dejando con la gente del ejército al Con- 
de Pitiliano Nicolás Ursino y al capitán Virgi- 
nio Ursino y á Micer Jacobo Tribulcio, que es- 
tuviesen en aquel lugar entretanto que él ve- 
nia, él con pocos de los suyos se partió la vía 
de Ñapóles, y como llegó á la ciudad halló muy 
mayor alteración en los ciudadanos de ella que 
le habían hecho saber qué había; y por esta 
razón el Rey D. Fernando hizo juntar de to- 
dos los principales de Ñapóles por les quitar 
esta turbación, y por les dejar algo más aso- 
segados en su servicio hizo una larga y gra- 
ciosa habla, encargándoles mucho la lealtad 
que á su propio Rey y señor es debida, d¡- 
cicndoles asimismo mirasen muy bien cómo 
la misma defensión de aquel reino por ellos 
hecha no sólo obraba á sostener á su Rey en 
él por la obligación que tenían, pero asimis- 
mo defendían sus personas propias y sus mu- 
jeres y hijos, sus [haciendas y lo que más era 
la libertad en que vivían, lo cual verdadera- 
mente del todo perderían si con sus fuerzas 
TÍO pugnasen de echar de sí aquel advenedizo 
y forastero señor que los quería por fuerza 
sujetar. Díjoles asimismo que mirasen y tu- 
viesen memoria de la crianza que desde su 
niñez en él hicieron y que conociesen el amor 
que les tenía, no sólo por ser natural suyo, 
pero por el conocimiento que desde su crian- 
za, por larga conversación y familiaridad con 
ellos, había tratado y comunicado, teniéndolos 
no en lugar de vasallos del Rey D. Alonso su 
padre, más en lugar de hermanos, también 
por el amor que verdaderamente conocía ellos 
tenerle á su persona, conjurándoles asimismo 
por la Majestad real que acerca de los napo- 
litanos tan guardada y honrada es la majes- 
tad de su Rey, porque el mayor vínculo con 
que ellos se obUgaban era jurando por la 
Majestad real. Así que el Rey D. Fernando 



debajo de tan solemne juramento les rogó con 
mucha instancia que mirasen cómo el Rey su 
padre, desesperado de tanta variedad, desean- 
do toda paz y sosiego, le había causado mo- 
verse del reino y dejarle del todo, confiando en 
la fe y amor suyo, por lo cual no consentiría 
ningún agravio en el reino, antes no mirando 
ser Rey les guardaría la libertad que siempre 
tuvieron. Díjoles otras muchas cosas y con- 
cluyó diciéndoles que, pues el Rey su padre 
había á él cometido y dejado aquél reino, que 
á él le convenía ó morir en la demanda ó de- 
fenderle con todas sus fuerzas y poder, pro- 
curando no ser él de menor condición que los 
pasados lo habían sido, y que pues tantos 
años había que el reino de Ñapóles siendo 
ofendido de muy continuas guerras, según 
que ellos habían gustado, y de todas ellas por 
su fuerza y brazo habían los enemigos habido 
lo peor, siendo con mucho daño suyo echados 
del reino, que les rogaba juntamente con él 
defendiesen aquella vez su libertad contra la 
cual eran acometidos. Finalmente los napoli- 
tanos le respondieron mostrando mucha vo- 
luntad á su servicio y muy gran deseo de con- 
servar el estado de la ciudad de Ñapóles, de 
tal manera que sin detrimento de sus perso- 
nas y haciendas pudiesen hacer que él fuese 
su Rey y señor como verdaderamente lo era 
y ellos así lo tenían y conocían; pero Junto 
con esto le dijeron mirase mucho en lo que 
tocaba á la defensión de aquella ciudad, por- 
que bien veía la gran falta de mantenimien- 
tos y de todas las otras provisiones de gue- 
rra, sin las cuales no sabían cómo se poder 
oponer á los enemigos, pero con todas estas 
necesidades que la ciudad de Ñapóles tenía, 
ellos prometían de se sustentar muy fielmen- 
te si la ciudad de Capua, que estaba en el ca- 
mino á la entrada del reino, se sustentaba 
sin se dar á los franceses, por razón que dán- 
dose aquella ciudad, siendo como era puerta 
del reino de Ñapóles, ellos no veían manera 
cómo pudiesen defender su ciudad. A esto les 
respondió el Rey D. Fernando diciendo que 
él tenía tan buena gente y tan fuertes capita- 
nes en aquella tierra, que por demás era á 
los franceses querer entrar en el reino por 
aquella parte, y que en aquello que ellos 
tenían solamente les rogaba que se defen- 
diesen de la gente francesa que estaba en 
la Puglia, que en la que venía por el Ca- 
puano él haría de manera que no pasase ade- 



22 



CRÓNICA GENERAL 



lante. Estas cosas y muchas más pasó el Rey 
D. Fernando con los napolitanos, hasta tan- 
to que los dejó bien instrutos en lo que se 
había de hacer y más asosegados de lo que 
estaban antes que él fuese á la ciudad; de- 
jando todo esto en la orden que dicha es, 
con mucha diligencia se. partió de Ñapóles 
para su ejército, que estaba á la ribera del río 
Balturno junto á Capua. 

CAPÍTULO XVIII 

Del gran movimiento que hubo en la gente del 
ejército del Rey Fernando siendo en poder 
de franceses la ciudad de Capua y de lo que 
el Rey D. Fernando hizo sobre esto. 

Partido que fué el Rey D. Fernando de Ña- 
póles para ir al lugar adonde había dejado su 
ejército, yendo por el camino junto á la ciu- 
dad de Aversa que está entre Ñapóles y 
Capua, le vino nueva cómo los de Capua ha- 
bían recibido en la ciudad á los franceses y 
asimismo de cómo toda su gente, que había 
dejado á las riberas del rio de Balturno, se 
había amotinado yéndose por una parte los 
unos y los otros por otra, de lo cual había 
sido causa uno de los capitanas del ejército 
que se decía Jacobo Tribuido, e! cual como 
viese á los franceses entrados en Capua fué 
á ellos con embajada del Rey D. Fernando 
para hacer y concertar entre ambos los 
Reyes algún buen apuntamiento de paz: lo 
cual el Rey D. Fernando le había dejado en- 
cargado antes que se fuese á Ñapóles; pero 
como los otros capitanes del ejército lo vie- 
sen, alteráronse todos de tal manera, que 
creyeron que aquella no era embaxada de 
apuntamiento de paz, antes temían que era 
de desistir y desamparar la guerra, atribu- 
yéndolo todo á menos esfuerzo del Rey, y 
por esta razón el tesoro que tenía el Rey don 
Fernando, de que pagaba su gente, lo distribu- 
yeron los soldados entre sí y se fueron cada 
cual por su parte, no aguardando á querer 
servir más al Rey D. Fernando. El Conde de 
Pitiliano y el capitán Virginio Ursino que 
más se tuvieron en aquel hecho, viéndose 
desamparados de la ayuda de su gente y de 
los otros capitanes sus compañeros, recogie- 
ron toda su gente de caballo que allí tenían y 
saliendo del medio de aquel peligro se fue- 
ron á una tierra que dicen Ñola; pero no pu- 



dieron tener mucho tiempo de seguridad en 
sus personas, por razón que los franceses los 
siguieron hasta los meter y cercar en la villa, 
adonde les convino de fuerza darse á los 
franceses debajo de su fe que en sus perso- 
nas no recibirían daño alguno. Pero como los 
franceses no tengan en tanto cumplir lo que 
prometen cuanto tengan (yendo contra su 
fe) cumplir su voluntad, luego que aquellos 
caballeros se les dieron, los tomaron y me- 
tieron en prisión, de los cuales los Ursinos 
capitanes no poco enojo hubieron de sí mis- 
mos, porque tuvieran por mejor morir en el 
campo á manos de sus enemigos que no 
quedar presos y burlados de aquella manera. 
El Rey D. Fernando, que, como dicho es, reci- 
bió esta nueva en la ciudad de Aversa, resci- 
bió de ello mucha pena, viendo ya claramente 
la parte que los franceses tenían en su reino 
por ser tomada la ciudad de Capua y que por 
esta razón los napolitanos no podrían dejar 
de se dar asimismo ellos, ni que él tampoco 
tenía color ninguna para los poder persuadir 
en su servicio, porque como se dijo más arri- 
ba la fe de los napolitanos era mantenida 
mientras los capuanos no se daban á los 
franceses, pero habiéndose ya dado no sabía 
manera alguna cómo los sustentar en su 
amor. Estando, pues, el Rey D. Fernando me- 
tido en esta perplejidad y viendo tan eviden- 
te el daño que en su reino se aparejaba, pro- 
curó de proveer en aquel caso sabiamente 
todo lo que convenia', y con este acuerdo, 
con alguna poca de gente qfle pudo recoger 
de aquella que se había desbaratado de su 
ejército que él había dejado, según dicho es, 
en las riberas de Balturno, se tornó la vía de 
Ñapóles. Ya en este tiempo los napolitanos 
habían sabido cómo los de Capua habían re- 
cibido á los franceses y de cómo la gente del 
Rey D. Fernando se había del todo amotina- 
do, por lo cual, como sea gente amiga de no- 
vedades y no sean muy constantes en la fe 
que una vez admiten, todos los de Ñapóles 
por esta razón se comenzaron de nuevo á 
alborotar teniendo por sí de inclinarse á la 
parte del vencedor, por lo cual determinaron 
de recibir al Rey de Francia en Ñapóles y de 
seguir su parte en tanto que durase su me- 
joría. Y con esta voluntad, como el Rey don 
Fernando se tornase á la ciudad, ¡os napoli- 
tanos no le quisieron recibir dentro, antes le 
cerraron las puertas, por lo cual le convino 



DEL GRAN CAPITÁN 



23 



meterse en el castillo Nuevo, lo cual pudo 
hacer con sus galeras por razón que este 
castillo caía sobre lámar. Había asimismo de- 
jado gente en guarnición de los castillos te- 
miendo aquello que le había sucedido y me- 
tido dentro toda la otra gente de guerra, la 
cual aposentó junto al castillo alrededor de 
sí, y desde aquel lugar trabajó mucho el Rey 
D. Fernando cómo pudiese tornar á reconci- 
liar en su amistad á los de Ñapóles, que muy 
abiertamente tenían y seguían la parte de 
Francia, á lo cual todo hubo muy poco ó nin- 
gún efecto, y por esta razón dentro de tres 
días que tuvo lugar de trabajar en esto el 
Rey D. Fernando, viendo la contumacia y re- 
belde voluntad de los de Ñapóles y cuan in- 
clinados estaban á Francia, mandó embarcar 
con toda diligencia en sus galeras algunas 
cosas, las que más fácilmente pudieron reco- 
ger y así las tuvo á punto para desque viese 
del todo perdida su esperanza se fuese á 
Yscla, una isla que está no muy lejos de Ña- 
póles, pues estando el estado del reino en la 
forma ya dicha, siendo el Rey D. Fernando de 
muy grande esfuerzo y ánimo, por mucho que 
veía su estado abatido é ir tan de caída, no 
perdía por eso aquel real corazón que del 
señorear sobre los suyos tenía, ni pensaba 
que del todo en aquellos movimientos per- 
día el poder y señorío de su reino. Por lo 
cual acaeció que un día estando parado á 
una ventana de las del castillo por ver las 
cosas que en la ciudad pensaban, vido cómo 
los ciudadanos de Ñapóles le derrocaban sus 
caballerizas que tenían mucha gente de armas 
en su guarda; de lo cual el Rey fué movido á 
toda ira, y con este enojo y encendimiento 
que llevaba se abajó del castillo con solos 
cuatro ó cinco soldados que más á mano 
halló y fuese derecho á aquel lugar do las 
caballerizas se derribaban, y los napolitanos 
como le vieron venir le dejaron pasar, no le 
haciendo fuerza alguna de resistencia, antes 
dieron lugar á su voluntad ni más ni menos 
como la dieron siendo Rey pacífico en el 
reino, y así dejaron por su venida la obra co- 
menzada. Cosa es digna de toda memoria 
que aquel contra quien se habían mostrado 
claramente por enemigos, inclinándose á la 
parte de sus contrarios, por su grande hu- 
manidad le honraron dándole lugar por do 
fuese y con la obra le sirvieron apartán- 
dose de su comenzado propósito. 



CAPITULO XIX 

De cómo el Rey D. Fernando se partió al cas- 
tillo del Ovo para desde allí irse á Iscla y 
del gran recibimiento que los de Ñápales hi- 
cieron al Rey de Francia. 

Pasando estas cosas en Ñapóles, no espe- 
rando el Rey D. Fernando otra cosa de aquel 
hecho, salvo la pérdida de su reino, determi- 
nó, no se hallando muy seguro en el castillo 
Nuevo, pasarse al castillo del Ovo, porque 
aquel castillo está más en la mar y todas las 
veces que quisiese irse á Iscla lo podía ha- 
cer sin trabajo ni peligro de su persona, y 
también porque el castillo del Ovo es cosa 
muy fuerte y desde aquel lugar, dado caso 
que el Rey de Francia entrase en Ñapóles, 
según que era fama que le querían recibir los 
napolitanos, en aquel castillo podía defender 
su persona y gente mejor que no lo hiciera 
desde el castillo Nuevo. Y con esta determi- 
nación hizo derrocar muchos edificios que 
pensó le podrían dañar, queriendo según di- 
cho es defenderse en aquel castillo. Pero 
como todo el senado de Ñapóles juntamente 
con el común tuviesen en voluntad de reci- 
bir al Rey de Francia en la ciudad, muy poco 
le aprovecharon sus apercibimientos, por ra- 
zón que dende á cuatro días que estuvo el 
Rey D. Fernando en el castillo del Ovo, el 
Rey de Francia entró en Ñapóles y fué de los 
napolitanos con mucha solemnidad y confor- 
midad recibido, haciendo para su entrada de- 
rribar gran parte del muro por donde los 
suyos entraron. De esta manera fué el Rey 
de Francia llevado por las calles más princi- 
pales de Ñapóles, siendo de todos por Rey 
obedecido y acatado, diciendo grandes y pe- 
queños todos á una voz y apellido, Francia. 
El Rey D. Fernando que en este medio esta- 
ba en el castillo del Ovo, desesperado de su 
remedio, en veinte y dos galeras que á la sa- 
zón estaban aparejadas en el puerto se salió 
del castillo con su gente y se fué á Iscla, de- 
jando alguna buena gente en guarnición de 
los castillos Nuevo y del Ovo para esperar 
desde allí el socorro de los Reyes de España, 
á los cuales ya había enviado su embajada 
demandándoles ayuda y favor en defensa de 
su reino, y asimismo se fué á Iscla por razón 
que estando en aquella isla muy mejor y 
muy más presto sabrían lo que pasaba en 



24 



CRÓNICA GENERAL 



Ñapóles. Pues acaeció que en llegando el 
Rey D. Fernando á Iscla y queriéndose meter 
en el castillo, el castellano, como había sa- 
bido el gran movimiento del reino, no tenien- 
do en nada la debida obediencia á su Rey y 
señor, no le quiso recibir dentro, por lo cual 
el Rey D. Fernando, dado caso que de ello le 
pesase, con mucho sufrimiento y disimula- 
ción le rogó le diese lugar para que entrase 
con su gente y no le quisiese en aquel me- 
nester en que puesto estaba de negarle la 
entrada. El castellano movido de alguna pie- 
dad y constriñéndole la naturaleza de su Rey 
y señor, tuvo por bien dele rescibir en el cas- 
tillo, con condición que no entrase más de su 
persona y sin armas, Desto fué contento el 
Rey D. Fernando, pensando que estando él 
una vez dentro en el castillo, por mal ó por 
bien él metería su gente dentro, la cual es- 
taba en las galeras. Y así fué que entrando 
el Rey en el castillo, yendo familiarmente con 
el castellano, con un cuchillo que encubierta- 
mente llevaba consigo le mató, de lo cual le 
avino no poco peligro en su persona, sino 
que con su grande humanidad venció todo el 
rigor y fortaleza de la gente que estaba en el 
castillo, los cuales viendo á su alcaide muer- 
to intentaron de se alzar contra el Rey y 
poner las manos en él; pero como él les ha- 
blase y les atrajese con sus humanas pala- 
bras á su amor, no sólo le recibieron sin le 
hacer daño, pero tuvieron por muy bueno el 
castigo que hizo en el desobediente caste- 
llano. Y de esta manera siendo reconocido 
por señor y Rey suyo, mandó subir toda su 
gente de las galeras, y allí se refrescaron al- 
gunos días, hasta tanto que el tiempo dio 
acuerdo al Rey D. Fernando de lo que había 
de hacer. 

CAPÍTULO XX 

Cómo el Rey D. Fernando se partió de Iscla 
la vía de Sicilia, y de la liga que entre vene- 
cianos y Duque de Milán juntamente con 
el Pontífice y el Emperador Maximiliano y 
Reyes de España se concertó. 

Estando el Rey D. Fernando en Iscla desde 
á pocos días de la entrada del Rey de Fran- 
cia en Ñapóles, todos los castillos que había 
dejado fortalecidos en la ciudad, así de gente 
como de todo lo que convenía á su defensión, 



se dieron al Rey de Francia, y los Pontífices 
del reino, viendo cómo todas las ciudades de 
Italia y las más del reino estaban por Fran- 
cia y que no había cosa en él que no fuese de 
franceses, acordaron cada uno por su parte 
de le enviar sus Embajadores á le entregar y 
ofrecer de su parte sus tierras y señoríos; lo 
cual todo hecho según que el Rey de Francia 
deseaba, todo el reino de Ñapóles quedó 
muy pacífico en su defensión y devoción. Y 
así habiendo sido este reino de Ñapóles por 
espacio de sesenta y tres años, desde el Rey 
Don Alonso bisuabuelo de este Rey D. Fer- 
nando hasta agora, debajo del señorío é impe- 
rio de Aragón, dio consigo esta tan breve caí- 
da en el tiempo de este Rey D. Fernando hijo 
del Rey D. Alonso, que se pasó á Sicilia según 
dicho es; el cual viendo cómo de común con- 
sentimiento de todos los del reino el Rey de 
Francia poseía el reino de Ñapóles, determinó 
de partirse de Iscla la vía de Sicilia adonde 
estaba el Rey D. Alonso su padre, para que 
juntamente con él ordenase lo que debía ha- 
cerse acerca de la recuperación del reino de 
Ñapóles; por lo cual habiendo salido de Iscla 
se fué á Sicilia, adonde estuvo algunos días 
entendiendo con el Rey su padre en lo que 
tocaba á su restitución en el reino de Ña- 
póles. En este medio tiempo el Rey de Fran- 
cia, no poco alegre y contento por ver cuan 
bien y prósperamente le había sucedido en la 
conquista de aquel reino de Ñapóles, y cre- 
yendo que de ahí adelante le ternía seguro, 
según la conformidad que hallaba de todos 
en su servicio, determinó de se tornar en 
Francia, dejando primero proveído el reino 
de todo lo que convenía para la seguridad y 
conservación del, y junto con esto parecióle 
que la llave de todo era tener enteramente la 
amistad del Papa Alejandro, para que que- 
dando conforme con él no tuviese tanto temor 
ni recelo de le perder, por razón que el reino 
de Ñapóles era feudatario, según que la cró- 
nica ha dicho, á la Sede Apostólica, y en todos 
sus movimientos siempre seguía la voluntad 
del Pontífice, al cual por sus Embajadores hizo 
saber el deseo grande que tenía de se tornar 
en Francia, pues ya Nuestro Señor con ma- 
yor paz que él pensó y menos muertes de 
gentes había sido servido de darle el señorío 
del reino de Ñapóles, y que para haber de te- 
ner y poner por obra su viaje tenía en volun- 
tad antes de comunicar con él muchas cosas 



DEL GRAN CAPITÁN 



25 



por donde quedase del todo la paz en Italia, 
y que para esto le enviaba á suplicar fuese 
contento darle licencia para ir á Roma, lo cual 
haría yéndose de camino á Francia. El Papa 
Alejandro, que grande odio y enemistad tenía 
con el Rey de Francia, no estuvo en aquel pa- 
recer, antes por todas las vías y maneras que 
pudo le procuró su daño. Y fué así que como 
los venecianos en aquel tiempo no habían he- 
cho muestra de enemistad ni ^mor con el Rey 
de Francia, pensó que fácilmente los atraería 
á que viniesen en lo que fuese su voluntad. Y 
por esta razón les envió sus Embajadores di- 
ciéndoles cuánta voluntad tenía que los seño- 
ríos de Italia estuviesen conservados en toda 
libertad, y que le parecía que á la sazón es- 
taban puestos en toda servidumbre y que los 
que no lo estaban tenían aparejado el peli- 
gro, considerada la avara naturaleza de fran- 
ceses, que era de extender su señorío por 
cualquier manera que pueden, lo cual veía 
muy á las manos estando como estaba el Rey 
de Francia tan metido y apoderado en el rei- 
no de Ñapóles, de lo cual tenía temor no in- 
tentase á hacer lo mismo de todo lo restante 
de Italia, y que allende de esto su parecer era 
que se hermanasen haciendo confederación 
y liga entre sí, para que juntamente cada uno 
favoreciendo á sus amigos estuviesen sus se- 
ñoríos en mayor seguridad puestos, y que asi- 
mismo le parecía que de su parte debrían de 
enviar á juntar en esta amistad al Duque de 
JV\iIán, pues él más que otro nirfguno había 
menester ayuda para se defender de tan ava- 
ra vecindad como eran los franceses, y que 
él de su parte enviaría á los Reyes Católicos 
de España y al Emperador Maximiliano, para 
que todos juntamente los que algún dominio 
y señorío tenían en Italia defendiesen su par- 
te siendo ayuntados en esta liga, lo cual no 
harían si cada uno por sí quisiesen ponerse á 
cualquier defensa contra el Rey de Francia y 
su poder. Esta voluntad del Pontífice pareció 
muy bien al Senado veneciano, y así como el 
Pontífice lo dijo fué luego puesto por obra, 
encomendando el tenor de este negocio cada 
cual á sus Embajadores, porque lo mismo hizo 
el Pontífice en despachar los suyos para los 
Reyes Católicos y para el Emperador Maxi- 
miliano, los cuales con maduro consejo y to- 
das las cosas bien miradas vinieron en el con- 
cierto y liga que el Papa demandó, el cual fué 
apuntado entre ellos en la forma siguiente y 



debajo de estos capitulos: Primeramente, que 
ellos juraban en la forma más debida de ser 
en uno amigos. Ítem que se favorecerían con 
todo su poder todas las veces que cualquiera 
de los confederados hubiese menester ayuda 
y socorro, y que cada uno contribuiría de sus 
mismos proprios para ayudar á cada uno que 
de los de la liga hubiese menester con diez 
mil infantes y cuatro mil hombres de caba- 
llo, ítem que había de durar esta confedera- 
ción y liga entre ellos por espacio de veinti- 
cinco años. Mucho holgó el Pontífice de aques- 
ta hermandad, por razón que pensó que sien- 
do el Rey de Francia privado de las fuerzas 
y ayuda de estas partes confederadas, no le 
sucederían sus hechos tanto á su salvo como 
hasta allí le habían sucedido. De esto plugo 
asimismo mucho al turco, el cual hasta enton- 
ces no había estado con poco temor pensan- 
do, según que el rey de Francia había publica- 
do, que le había de pasar á dar guerra, y como 
supo que en la liga de aquellos Príncipes no 
había entrado el Rey de Francia, asosegóse 
más del temor que tenía. Pero después suce- 
dió de otra manera, por razón que no pare- 
ciendo ser cosa justa la división entre los 
Príncipes cristianos, y porque el estado de la 
cristiana religión estuviese en mayor tranqui- 
lidad y sosiego, y también por ser cosa mu- 
cho contra el servicio de Dios haber entre 
los Príncipes cristianos discordias y enemis- 
tades, de cuya causa siempre había guerras 
y mortandades, y por el consiguiente ham- 
bres, pestilencias y otras semejantes adver- 
sidades que á esta causa se siguen, deter- 
minóse entre ellos en esta liga de meter al 
Rey de Francia, y de pasar la guerra contra 
los infieles enemigos de nuestra santa fe ca- 
tólica con tal que fuese nueva concordia en- 
tre él y el Rey don Fernando sobre lo del 
reino de Ñapóles. Y todos los de la liga sien- 
do unánimes en este parecer, lo hicieron sa- 
ber al Rey de Francia, el cual muy ajeno de 
aquella voluntad estaba y con mucho enojo 
que de este ayuntamiento recibió, dio esta 
respuesta: Que él procuraría con todo su po- 
der romper aquella cadena aunque fuese más 
fuerte que diamante, y que no esperasen otra 
respuesta de concordia en lo que tocase en 
el reino de Ñapóles. Y por esta razón el Rey 
de Francia antes quedó enemigo que no amigo 
de los de la liga, y lo que después sucedió 
abajo se dirá. 



26 



CRÓNICA GENERAL 



CAPITULO XXI 



Cómo el "Rey de Francia se partió de Ñapóles 
con voluntad de hablar al Pontífice, y de lo 
que el Papa Alejandro hizo para no le querer 
hablar ni ver. 

Arriba se dijo cómo el Papa y venecianos y 
todos los demás de la liga enviaron á hablar 
al Rey de Francia para dar algún asiento en- 
tre él y el Rey D. Fernando sobre lo del reino 
de Ñapóles, y asimismo la respuesta que el 
Rey dio sobre ello. Pues dice agora la crónica 
que el Rey de Francia, luego que hubo admi- 
tido el reino de Ñapóles en su devoción, de- 
terminó de se partir del reino la vía de Fran- 
cia, y para hacer esto dejó primero el reino 
puesto en toda orden y debajo de toda segu- 
ridad, porque en la ciudad de Ñapóles puso 
por su lugarteniente á mosiur de Mompensier, 
y dejó asimismo las fuerzas de la ciudad bien 
reparadas de gente y provisiones todas las 
que eran menester para su defensa. En la pro- 
vincia de Calabria dejó por gobernador á mo- 
siur de Aubegni; asimismo dejó tomados plei- 
tos homenajes á todos los Príncipes del reino, 
para que en su nombre tuviesen sus señoríos 
y estados y los defendiesen de toda otra per- 
sona que contra su servicio intentase meter- 
se en el reino. Y después de esto, saliendo de 
Ñapóles para se ir á Francia, envió otra vez 
sus Embajadores al Papa Alejandro, hacién- 
dole saber cómo él tenía determinado de se 
tornar en Francia, pues ya dejaba todas las 
cosas del reino de Ñapóles pacíficas y debajo 
de su corona, y que por esta razón y porque 
quería con Su Santidad comunicar muchas 
cosas importantes al estado del reino y de 
toda Italia, le suplicaba fuese contento de le 
recibir en Roma. El Papa Alejandro, que ya 
otra vez había recibido del Rey esta embaja- 
da, según que la historia lo ha contado, y do- 
liéndole aún la fresca y reciente llaga de la 
injuria por él recibida, siendo de ella la causa 
la entrada que el Rey de Francia hizo en 
Roma, y en las otras cosas y tierras de Italia 
contra su voluntad y de la de todos, y asi- 
mismo viendo los levantamientos de los Prín- 
cipes del reino por su causa contra su debido 
Rey y señor, asimismo pensando que si le re- 
cibía en Roma enojaba á sus amigos y com- 
pañeros confederados por la sospecha que de 
le hablar podían hacer entre ellos, determinó 
de no le dar audiencia, y asimismo de le des- 



viar su venida en Roma con todo su poder. Y 
con esta determinación envió á decir que si 
algo tenía que comunicar con su persona, que 
por letras y embajadas lo podía comunicar 
y hacérselo saber, que á todo respondería lo 
que conviniese, y que si era tal el negocio 
que ni á letras ni embajadores no se debía 
cometer, y mucho deseo tenía de le hablar 
personalmente, que si viniese á Roma sola su 
persona y sin ejército, que de aquella manera 
él era contento de le oír, pero si quisiese en- 
trar con su ejército supiese de cierto que no 
le esperaría en Roma, porque parecía ser su 
entrada más con voluntad de guerra que no 
de paz y sosiego, y que sin seguir otro pare- 
cer era aquella su voluntad. El Rey de Fran- 
cia sabida la respuesta del Pontífice sin le ha- 
cer más saber cosa alguna se fué la vía de 
Roma con todo su ejército. El Papa Alejan- 
dro como supo la venida del Rey de Fran- 
cia á la ciudad, sin más detenerse salió de 
Roma y se fué á Civitá Vieja. Mucha gente 
fué la que de todos estados salió á la sazón 
con el Pontífice, no se teniendo por seguros 
de esperar allí al Rey de Francia estando au- 
sente el Pontífice. Los de la liga Esforcia y 
y venecianos, como supieron que el Papa era 
salido de Roma, acudieron á él todos muy 
aderezados de gente para saber de él qué era 
lo que determinaba hacer en su ausencia, al 
cual hallaron en Civitá Vieja, que como es di- 
cho se había retraído en aquella ciudad por no 
se ver él y el Rey de Francia. En esta sazón 
el Rey llegó á Roma acompañado de toda la 
más gente de su ejército, porque todo lo de- 
más había dejado en guarnición en el reino de 
Ñapóles. Estuvo en Roma cuatro días hacien- 
do su gente no poco daño en la nación espa- 
ñola de mucha gente que de ellos se habían 
quedado en Roma, y los que salieron con el 
Pontífice y dejaron bienes en Roma no deja- 
ron de sentir el mismo daño en los bienes que 
dejaron que sintieran en las personas si allí se 
hallaran. En este medio, como el Rey de Fran- 
cia vido que el Papa se había ausentado por 
no le hablar, hubo de ello mucho enojo, pero 
no le dejó de enviar á decir á la ciudad de 
Civitá Vieja, adonde supo que estaba, el deseo 
que tenía de le ver y hablar, y que le suplica- 
ba fuese contento de le dar audiencia, dicien- 
do cuánto le cumplía verse y hablarse sobre 
cosas que no le pesaría haberlas comunicado 
con él. El Pontífice, que muy determinado es- 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



27 



taba de no se ver con el Rey de Francia, pen- 
sando que si abiertamente le negaba su au- 
diencia podría venir á tomarle seguro en aque- 
lla ciudad, acordó para quitar este inconve- 
niente darle semejante respuesta, diciendo 
cómo él era contento de cumplir su voluntad, 
y que pues tanto deseo tenía de verle y co- 
municar aquello que decía con él, que él esta- 
ría y le esperaría en Civitá Vieja, que viniese 
cuando quisiese, que él no se iría de aquel lu- 
gar. Los Embajadores del Rey de Francia se 
tornaron á Roma con esta respuesta del Pon- 
tífice, y el Rey creyendo ser así y que no ha- 
bría ningún color en las palabras del Pontífice» 
se partió de Roma la vía de Civitá Vieja. Pero 
el Papa Alexandro, como vido los Embajado- 
res del Rey idos, lo más secretamente que 
pudo y con mucha diligencia se partió de Ci- 
vitá Vieja la vía de Perusa, con intención que 
si el Rey de Francia procurase de le querer 
hablar, embarcándose en el puerto de Ancona 
se partiría á Venecia, para lo cual el Pontífice 
escribió al Senado veneciano haciéndole saber 
cómo el Rey de Francia trabajaba por le ver 
y hablar, y que estaba muy fuera de aquel 
propósito, que por esta razón él se había sali- 
do de Roma, y que fuesen ciertos que si toda- 
vía porfiase á le querer hablar, él estaba de- 
terminado por mar verse muy presto con ellos; 
que se lo hacía saber porque estuviesen aper- 
cibidos á le recibir si aquel efecto viniese, 
porque él en ninguna manera quería venir en 
plática con el Rey de Francia. El Rey de Fran- 
cia, que, según dicho es, supo por sus Emba- 
jadores que el Pontífice le esperaba en Civitá 
Vieja, creyendo ser así como se lo había en- 
viado á decir, se partió de Roma y se fué la 
vía de Civitá Vieja, el cual como llegó á la 
ciudad no hallando en ella al Pontífice, hubo 
muy grande enojo y pena, agraviándose mu- 
cho de aquella burla que el Pontífice le había 
hecho. Y desesperando ya del todo poderle ha- 
blar, se salió de Civitá Vieja y se fué la vía de 
Sena haciendo muy gran daño en todas las tie- 
rras por do iba, especialmente en un lugar que 
dicen Toscanela, que era del Papa, le hizo 
asolar y destruir todo por el enojo que con el 
Pontífice tenía por la burla que le hizo, según 
dicho es. Y bien es verdad que echaron fama 
que si habían destruido aquel lugar no había 
sido por otra cosa sino porque la gente de 
aquel lugar no les habían querido dar provi- 
siones para la gente. Finalmente, de cualquier 



cosa que sea, los franceses hicieron en el 
Senes todo el daño que pudieron, yéndose 
muy sin temor la vía de su reino. 

CAPÍTULO XXII 

De cómo yendo el Rey de Francia camino de 
su reino fué en el camino de los de la liga 
salteado, y de lo que después sucedió. 

Viendo los venecianos y Pontífice el daño 
que, según dicho es, el Rey de Francia había 
hecho en el Senes y en algunas tierras de la 
Iglesia, no contento con haber echado del 
reino al Rey D. Alonso y al Rey D. Fernando, 
su hijo, tan injustamente como se conocía, y 
viendo asimismo cuan á su salvo había entra- 
do por las tierras de Italia y se salía haciendo 
todo 'el daño que era su voluntad, sin temor 
ninguno de ser resistido, recibieron de esto 
muy gran vergüenza; por lo cual muy indigna- 
dos acordaron de le saltear y de le dar alguna 
mala cena y rebate antes que se tornase á su 
reino. Y para este efecto llegaron mucha y 
muy buena gente y hicieron un muy bueno y 
grueso ejército de los de la liga y dieron el 
cargo de toda la gente á Francisco Gonzaga, 
Marqués de Mantua, por razón que era uno 
de los varones más discretos y sagaces en el 
arte militar de todos los de ItaUa. El cual, pro- 
curando de dar buen fin en aquello que le ha- 
bía sido encomendado, y viendo que por sus 
jornadas los franceses se acercaban á más an- 
dar á su reino y que ya entraban en Lombar- 
día por aquella parte del Placentino, con mu- 
cha presteza y saber se aderezó para los es- 
perar á un paso junto á un río que llaman el 
Tarro. El Duque de Milán Ludovico Esforcia, 
como supo lo que los compañeros de la liga ha- 
bían acordado de hacer, luego, según que era 
obligado por lo capitulado entre ellos, vino 
con una muy buena parte de gente á se jun- 
tar con ellos. Y el Rey de Francia, viniendo se- 
guro de esto, fué avisado por las espías que 
siempre llevaba delante su ejército de lo que 
los venecianos hacían y de cómo no podía 
pasar por la vía que llevaba sin venir á las 
manos con ellos, por razón que ya le tenían 
tomado el paso por donde había de pasar á su 
reino. Pero el Rey de Francia, que de gran 
ánimo era, no por eso dejó de seguir su ca- 
mino hasta que, llegando en aquel lugar, fue- 
ron por los venecianos vistas las banderas de 
los franceses abajar por los Apeninos al llano 



28 



CRÓNICA GENERAL 



de Lombardía adonde ellos los estaban espe- 
rando. El Rey de Francia, como vido presen- 
te la batalla y que no se podía excusar de se 
rencontrar con ellos, con muy grande esfuer- 
zo, no mostrando punto de mudamiento en 
su persona, comenzó á hablar con su gente, 
animándolos en gran manera y trayéndoles 
á la memoria el final intento de su venida, el 
cual habían cumplido mucho á su honra, que 
era haber ganado el reino de Ñapóles, di- 
ciéndoles asimismo cómo la mayor gloria que 
los hombres pueden ganar era no sólo sa- 
ber adquirir y ganar honra para sus perso- 
nas, pero saberla conservar, la cual ellos en 
aquel camino habían ganado perpetuamente, 
y que si agora la perdían en aquel peque- 
ño trance que estaban, todo se encubría con 
la pérdida de lo presente, por lo cual les ro- 
gaba que hiciesen en aquel hecho lo que los 
buenos y leales vasallos deben siempre hacer 
por su Rey y señor, en especial donde ellos 
no sólo aventuraban la pérdida de sus vidas, 
pero la de su propio Rey; y lo que más les en- 
comendaba era tener presente la gloria gana- 
da y de cómo se perdía con la pérdida que 
podía sucederles en el presente peligro si no 
pugnasen defenderla como supieron ganarla y 
adquirirla. Estas y muchas más cosas les dijo 
el Rey de Francia sólo para les acrecentar 
fuerzas y ánimo contra los venecianos. Al 
cual su gente oído el razonamiento de su Rey 
y señor y el ánimo que mostraba, no teniendo 
en nada á sus enemigos, cobraron dobladas 
fuerzas y no deseaban otra cosa salvo la hora 
cuando se viesen en el campo con los enemi- 
gos; todos á una voz dijeron al Rey que tu- 
viese buena esperanza en aquel hecho, que 
ellos harían de manera de los vencer, y así se 
lo prometieron de le tornar en Francia tan á 
su salvo y honra como había pasado en Italia, 
y que su tornada sería por encima de los 
cuerpos muertos de sus enemigos, quedando 
llenos los campos, y que si por el contrario les 
sucediese, siéndoles contraria la fortuna, ellos 
harían de manera que les costase más caro la 
victoria que de ellos habrían que no les cos- 
taría la pérdida de ella. En esto ya los vene- 
cianos venían aderezados para la batalla, po- 
niendo la orden de la gente el capitán Fran- 
cisco Gonzaga con la mayor diligencia que 
pudo, y venían de esta parte del río Tarro á 
la mano izquierda, y los franceses á la otra 
parte hacia la mano derecha; y el capitán Fran- 



cisco Gonzaga, según dicho es, no era en aquel 
menester perezoso, pues que con mucho sa- 
ber é ingenio bien ordenados los suyos, deseo- 
so de se ver trabado con los franceses quería 
darles á entender cómo las fuerzas de Italia 
aún no estaban del todo confundidas ni aca- 
badas como ellos pensaban, sino antes muy 
más vivas y fuertes que nunca estuvieron. 
Luego mandó á Melchior de Treviso, capitán 
de venecianos, que tomase la delantera, el cual 
con la gente de vanguardia comenzó á vadear 
el río y tras él toda la otra gente del ejército; 
pero como de todo vadear, en especial en ríos 
caudalosos, suceden comúnmente muchos pe- 
ligros, con el encendimiento y ceguedad que 
llevaban á dar en los enemigos, no mirando 
bien el paso del río, por lo cual y porque en 
él había muchas simas y regolfos del agua, fué 
causa que se ahogaron en el río algunos sol- 
dados de ia vanguardia, y ciertamente no sin 
mucha culpa de los capitanes, los cuales sin 
experimentar vado y sin el consejo que en se- 
mejantes casos se requiere se metieron tan 
Hbremente por el río, y podemos por esto de- 
cir que aquel día pelearon los venecianos más 
con ánimo y fortaleza de españoles que no 
con consejo y prudencia de venecianos; pero 
en fin, aunque perdidos muchos en el agua, 
los que se escaparon y salieron á la otra par- 
te, que fué toda la más gente de caballo, todos 
se comenzaron á trabar con los franceses, 
que traían asimismo ia vanguardia hasta que 
toda la gente de pie acabó de pasar, que ya 
habían hallado buen vado en el río. Los fran- 
ceses que tenían la delantera, no pudiendo su- 
frir la priesa de los venecianos, se comenza- 
ron á retraer á do estaba el cuerpo de todo el 
ejército, lo cual visto por el Rey de Francia, 
que estaba en medio de todo su campo, que 
los suyos hacían muestra de retraerse, echó 
de sí una divisa real que traía en el yelmo 
porque no fuese de los enemigos conocido, y 
animando y esforzando su gente volvió sobre 
los venecianos, adonde se igualaron ambas las 
partes, é hiriéndose con mucha fuerza caye- 
ron de los unos y de los otros muchos muer- 
tos y heridos. Fué esta batalla bien reñida de 
los unos y de los otros, pero al fin, después de 
haber peleado bien una hora no conociéndo- 
se victoria de ninguna parte, muertos muchos 
de los franceses y muchos más de los de la 
liga, se retiraron á fuera Murieron en esta 
batalla muchas personas de calidad, de una 



DEL GRAN CAPITÁN 



29 



parte y de otra, entre los cuales murió de los 
de la liga Rodulfo Gonzaga, tío de Francisco 
Gonzaga, Marqués de Mantua, y murió asi- 
mismo Ranusio Frenesio, caballero natural 
de Roma; y de la parte de Francia, allende de 
muchos nobles que murieron, fué preso mo- 
siur de Borbón, capitán general del ejército 
francés. Aquella noche los franceses, después 
de se haber retirado de la batalla, no les pa- 
reciendo que les iría bien si esperasen segun- 
da batalla, estando todos los del ejército re- 
posando en sus tiendas, en el mayor silencio 
de la noche alzaron su campo, dejando encen- 
didos muchos fuegos y luminarias, porque no 
fuesen sentidos de los venecianos y con mu- 
cho secreto se fueron la vía de Pavía. Fué 
esta batalla entre venecianos y franceses en 
el año del Señor de mil y cuatrocientos y no- 
venta y cinco años y seis días del mes de Ju- 
lio. Pues como los venecianos tuvieron vo- 
luntad de tornar á la batalla, creyendo que los 
franceses asimismo se aderezaban para se 
defender, vieron cómo el campo francés se 
había levantado y que las luminarias que la 
noche antes habían visto eran cautelosamen- 
te encendidas, por lo cual los venecianos, que 
muy ganosos estaban de tornar otra vez á las 
manos é viendo cuan á su salvo se habían ido, 
comenzaron á se armar y tomando el rastro 
que llevaban los franceses los siguieron hasta 
que no los pudiendo alcanzar se tornaron sin 
más procurar de aquella vez molestar los fran- 
ceses. Después de esto, ya que al Rey le pa- 
reció tiempo conveniente, se partió de Pavía 
la vía de Aste adonde más seguro estuvo con 
su ejército muchos días. Acaeció asimismo en 
este tiempo que los ginoveses, que á la sazón 
habían hecho una buena armada en nombre 
de los venecianos, viniendo la armada france- 
sa por la mar con muchas naves cargadas de 
lo que habían habido en el despojo de Ñapó- 
les, vinieron á las manos de los ginoveses, lo 
cual todo les fué quitado, que no gozaron cosa 
ninguna de ello. Los venecianos, aun no con- 
tentos de lo hecho, procuraron quitar todos 
los agravios que los franceses hacían, pues 
no á otro efecto se había hecho aquella liga y 
congregación de aquellos Príncipes. Y fueron 
todos con toda la misma gente que había que- 
dado de la del Tarro á cercar una villa del Du- 
que de Milán que la tenían ocupada los fran- 
ceses, y asimismo el Duque allegó mucha más 
gente, en que puso sobre Novara, que así se 



decía la villa, bien cuarenta mil hombres entre 
gente de pie y de caballo, los cuales con mucha 
fortaleza cada día la combatían; pero como la 
villa era fuerte y la gente francesa que en ella 
estaba fuese de muy gran virtud y regida por 
el Duque de Orliens, varón de mucho ánimo y 
fortaleza y de no menor discreción y consejo 
en el arte de la guerra, por mucho que los de 
la villa trabajaron no la pudieron sacar del 
poder de los franceses. El Rey de Francia, que 
estaba en Aste, como supo que los de la liga 
estaban en cerco sobre Novara, envió á de- 
cir á los de dentro que se estuviesen fuertes 
y que no se diesen en ninguna manera, que él 
sería presto con ellos con toda la gente que 
consigo tenía y haría de manera cómo los 
enemigos los descercasen. Esto hizo publicar 
el Rey de Francia por meter temor en los con- 
trarios y también para que ellos con este me- 
dio se levantasen de aquel lugar, pero mucho 
mayor fué la constancia y firmeza de los de 
la liga que no fué la falsa ayuda y socorro que 
publicó que quería hacer en los suyos. Final- 
mente, el Rey de Francia, viendo cómo del 
todo perdería aquel lugar si no lo socorriese 
por alguna vía y arte, acordó de se hacer ami- 
go del Duque, y así fué, que restituyéndole el 
Rey de Francia la villa de Novara, el Duque 
de Milán fué su amigo, pero los venecianos 
no por eso dejaron de mantener lo jurado y 
capitulado en la liga con el Pontífice y los 
otros Príncipes. Después de esto el Rey Car- 
io se fué á Francia, no tan á su salvo como 
pensó, y el lugarteniente que había dejado en 
Ñapóles, que se decía monsiur de Mompen- 
sier, luego como se partió el Rey de Francia 
se apoderó en todas las fuerzas del reino, no 
quedando otra cosa por el Rey D. Fernando 
sino Regióles, Turpia y Lomancia; y lo que 
después sucedió, la crónica lo irá contando. 

CAPÍTULO XXIII 

Cómo el Rey D. Alonso y el Rey D. Fernando, 
su hijo, enviaron á demandar socorro al Rey 
de España, y de cómo lo envió muy cum- 
plido. 

Ya se dijo arriba de cómo el Rey D. Fer- 
nando se partió de Iscla la vía de Sicilia para 
entender con el Rey D. Alonso su padre lo 
que convenia á la restitución del reino de 
Ñapóles. Pues dice agora la crónica que vien- 
do ambos los Reyes la poca fuerza que por 



30 



CRÓNICA GENERAL 



su parte tenían para tornar á cobrar el reino 
de Ñapóles, que enviaron sus embajadores al 
Rey D. Fernando de España, en que le hicie- 
ron saber el estado en que el reino de Ñapó- 
les estaba y de cómo ambos á dos estaban 
en Sicilia retraídos esperando su ayuda y 
favor contra el Rey Cario octavo de Francia, 
que no á otro efecto había pasado en Italia 
con muy grande ejército, sino por les tomar 
el reino y echarlos del como lo había hecho, 
no mirando lo que entre el Rey de Francia y 
el Rey de España había sido asentado antes 
que en Itaüa pasase. Antes con muy gran 
menosprecio siendo requerido por sus Emba- 
jadores de los Reyes de España, no teniendo 
en nada sus requerimientos, vino á Ñapóles 
tomando primero la ciudad de Capua y 
Aversa. Por lo cual le suplicaban que pues 
á él, que era de la casa de Aragón, tocaba la 
defensión del reino de Ñapóles tanto como á 
el que lo poseía, siendo como era de la fami- 
lia y linage de los Reyes de Aragón tanto 
tiempo poseído con tan justo y verdadero tí- 
tulo como era notorio tener, tuviese por bien 
ayudarles con gente para que con su favor 
fuese quitado el agravio de tan injusto des- 
pojo y su hijo el Rey D. Fernando, á quien 
había dejado el reino cuando él se retrajo á 
Sicilia, fuese restituido en su prístino estado 
y señorío. Con aquesta embajada, que dicho 
ha la historia, llegaron los Embajadores del 
Rey de Ñapóles á Castilla adonde el Rey 
D. Fernando estaba, al cual propusieron su 
embajada conforme como de sus Reyes y se- 
ñores venían instructos, y de esta manera, 
siendo oída por los Reyes Católicos la emba- 
jada del Rey D. Alonso y del Rey de Ñapóles, 
movidos de la una parte á compasión que de 
los desterrados Reyes hubieron y de la otra 
considerando la obligación que de favorecer 
su sangre tenían, por ser asimismo el here- 
dero de Aragón, su hijo el Rey D. Juan de 
Aragón, á quien pertenecía el reino de Ñapó- 
les, no habiendo heredero en él que de dere- 
cho le perteneciese, y por esta razón y por 
ver el menosprecio que de su corona el Rey 
de Francia había hecho, siendo por su Emba- 
jador requerido, como dicho es, determinó de 
tomar aquel hecho por suyo propio. De cuya 
causa el Rey D. Fernando de Castilla y de 
Aragón mandó hacer muy buena gente para 
ir contra el reino de Ñapóles y restituirle á 
sus debidos Reyes y señores. Y así se hizo 



un ejército de dos mil infantes y trescientos 
caballos ligeros, en el cual dio cargo de capi- 
tán general á Gonzalo Fernández de Aguilar, 
natural de Córdoba, descendiente de la casa 
de Aguilar, caballero de mucha virtud y for- 
taleza, al cual por su muy crecida virtud y 
bondad mereció dársele nombre de Gran Ca- 
pitán. Después que este Capitán hubo llega- 
do toda la gente que había de llevar, se par- 
tió de España tomando la vía de Sicilia. Y lle- 
gando en aquella isla fué sabidor de cómo el 
Rey D. Alonso, padre del Rey D. Fernando, Rey 
de Ñapóles, era pocos días antes que llegase 
á Sicilia fallecido y que el Rey D. Fernando no 
estaba en Sicilia porque después de la muerte 
del padre se había pasado en Calabria, y que 
estaba en uno de aquellos lugares que le ha- 
bían quedado en el reino de Ñapóles que se 
decía Regióles para esperar desde allí el so- 
corro de los Serenísimos Reyes Católicos de 
España. Murió el Rey don Alonso en aquel 
mismo año que dejó el reino, aun no cumpli- 
do, y lo que después de esto sucedió, abajo 
en la prosecución de la historia se contará. 

CAPÍTULO XXIIII 

De cómo el Gran Capitán pasó en Calabria y 
tomó una villa que estaba por Francia que 
decían Regio, y de lo que el Rey D. Fernando 
hizo viniendo á las manos con monsiur de 
Aubegni junto á Semenara. 

Después que la gente del Gran Capitán 
D. Gonzalo Fernández de Aguilar hubo re- 
frescado algunos días en Sicilia del trabajo 
de la mar, determinóse que pues el Rey don 
Alonso era muerto y que el Rey D. Fernando 
Rey de Ñapóles estaba en Regióles, uno de 
los lugares que le habían quedado, que eran, 
según dicho es. Regióles, Turpia y Lomancia, 
que con mucha diligencia partiesen de Sici- 
lia, pues el intento principal había sido por 
cobrar el reino de Ñapóles, á lo cual era ve- 
nido, y restituirle al Rey D. Fernando Rey de 
Ñapóles, derecho heredero de aquel reino. 
Con esta determinación el Capitán D. Gonza- 
lo Fernández de Aguilar mandó embarcar en 
las galeras que habían traído de España, á 
las cuales proveyó de todo lo necesario para 
aquel hecho que entre manos tenía. Y con 
esto se partieron de Mecina y se fueron la 
vía de la Calabria, provincia que está no muy 
lejos de Sicilia, y llegaron á desembarcar 



DEL GRAN CAPITÁN 



31 



sobre una villa que se tenía por Francia que 
se dice Regio. Esta villa está á la costa de 
Calabria en frontera de Sicilia, quiero decir 
del faro de Mecina, y como llegaron en aquel 
lugar luego el Capitán D. Gonzalo Fernández 
de Córdoba hizo saltar en tierra con mucha 
presteza toda su gente, y como aquella cosa 
fuese la primera que hacían en aquel hecho, 
pugnaban cada cual salir con grande honra ó 
del todo perder las vidas en la demanda, y 
con esto el Capitán D. Gonzalo Fernández de 
Córdoba ordenó su gente para darla batería, 
la cual se batió con muy mucha fortaleza, y 
después de metidos en armas toda la gente, 
se dio la batalla, en la cual claramente se 
puede conocer haber los españoles aquel 
día peleado no con ánimo de soldados nove- 
les, mas con destreza desigual y con corazo- 
nes etóreos, por razón que de la primera ba- 
talla que se dio tomaron la villa, la cual es 
bien fuerte y había dentro mucha y muy bue- 
na gente francesa y de la villa. Mucho daño 
recibió en aquel día la gente española y mu- 
cho mayor los franceses y gente de la villa, 
por razón que todos los más fueron muertos, 
heridos y presos. Finalmente, después de ha- 
ber tomado aquella villa y puesto debajo de 
la corona del Rey D. Fernando de Ñapóles, el 
Gran Capitán D. Gonzalo Fernández de Cór- 
doba dejó parte de su gente en guarnición 
de aquella villa y con toda la demás se fué la 
vía de Semenara, que es una buena villa 
adonde á la sazón estaba monsiur de Au- 
begni, gobernador de la provincia de Cala- 
bria por el Rey de Francia. El Rey D. Fernan- 
do, que estaba, según dicho es, en Regióles, y 
supo el buen socorro que del Rey de España 
le había llegado, desechó de sí todo temor 
y duda que de tomar el reino de Ñapóles 
tenía, en especial sabiendo el muy buen prin- 
cipio que había hecho con la presa de Regio, 
que era una de las principales villas de aque- 
lla costa. En esto el Gran Capitán Gonzalo 
Fernández, que mucho deseo tenía de mos- 
trarse en los principios para dar buena espe- 
ranza de sí en los fines, dejando, según dicho 
es, la villa de Regio á buen recaudo de 
gente y de otras provisiones de guerra, de- 
terminó, primero que otra cosa hiciese, de se 
ver con el Rey D. Fernando para saber más 
por entero lo que era su voluntad, y dejando 
de ir el camino de Seminara se fué á Regió- 
les, metiendo debajo de la corona real del Rey 



D. Fernando todas las villas y castillos que 
en el camino hallaba que estaban por Francia; 
y como allegó á Regióles fué recibido del Rey 
D. Fernando como convenía á persona que 
en tanta necesidad como él estaba le había 
venido á ayudar. En esto el Rey D. Fernando, 
que ya con el favor no tenía en nada sus ene- 
migos, dejando al Gran Capitán en Regióles 
con toda la gente que allí tenía, se fué á apo- 
sentar á unas caserías que estaban junto á 
Seminara, deseoso de venir á manos con los 
franceses que estaban en aquella villa. Mon- 
siur de Aubegni, gobernador de la Calabria, 
como vido que los españoles ya se habían 
metido en aquella provincia mucho á su salvo 
y el daño que en su gente habían hecho en la 
presa de Regio y de cómo muchos lugares y 
castillos otros forzados de este temor res- 
pondían á la parte del Rey D. Fernando de 
Ñapóles, determinó de juntar toda su gente 
juntamente con la de muchos varones y Prín- 
cipes de aquella provincia que tenían la voz 
y parcialidad de Francia, allende de muchos 
villanos rústicos, que por ser toda la más 
parte de aquella provincia parcial de Francia 
y gente en sí movible y codiciosos de cosas 
nuevas, se habían juntado con él. Y puso en 
campo bien cuatro mil hombres de guerra, 
esperando lo que haría el Rey D. Fernando. 
Y acaeció que un día corriendo algunos ca- 
ballos ligeros de los del Rey D. Fernando á 
Seminara, adonde monsiur de Aubegni estaba 
aposentado con gente suya, é sintiendo los 
franceses la gente, lo hicieron saber á monsiur 
de Aubegni, el cual luego con mucha pres- 
teza con toda la gente de pie y de caballo 
que pudo recoger se fué muy secretamente 
hacia aquellos casares adonde el Rey D. Fer- 
nando estaba aposentado con toda su gente; 
el cual como fué avisado por sus centinelas 
que monsiur de Aubegni con su gente venía 
aderezado de guerra contra él, metió su gen- 
te en armas y salióle al encuentro junto á 
aquellas caserías, los cuales como se vieron 
corrieron los unos contra los otros con muy 
gran ligereza y muy denodadamente; pero 
como los franceses eran muchos y todos muy 
buena gente, mezcláronse entre la gente del 
Rey D. Fernando, haciendo tanto de sus per- 
sonas que sin ser resistidos se iban tras la 
gente del Rey D. Fernando llevándolos delante 
como ovejas ante el lobo, especialmente la gen- 
te de caballo siciliana, la cual viendo la gente 



32 



CRÓNICA GENERAL 



de armas francesa venir contra ellos, sin mos- 
trar contradicción alguna, volvieron las es- 
paldas, por lo cual toda la otra gente asi- 
mismo se metió en rota, si no fueron los tres- 
cientos caballeros españoles y alguna poca 
gente de infantería española, que serían hasta 
quinientos hombres, que juntándose con el 
Rey D. Fernando afrontaron la gente de ar- 
mas francesa, y los quinientos infantes se 
afrontaron con los suizos franceses, que eran 
muchos; adonde los españoles hicieron tanto, 
que sin tornar el pie atrás con mucha honra 
suya peleando muy animosamente contra los 
enemigos, que muy desiguales eran en núme- 
ro, murieron casi los quinientos infantes; y 
por otra parte el Rey D. Fernando con los 
trescientos caballeros ligeros hizo tanto de 
su persona contra la gente de armas, que le 
mataron dos caballos antes que desesperase 
de su salud. Finalmente, hallándose á pie pe- 
leando muy animosamente, mostrando bien 
en aquel estrecho en que estaba la gran for- 
taleza de su corazón, y viendo del todo per- 
dida su gente y el poco remedio que había de 
resistir á los franceses por ser muchos, ca- 
balgó en un caballo que le dio un su criado, 
que á la sazón le había la fortuna por allí 
guiado. Partióse de aquel peligro y fuese á 
Regióles adonde había quedado el Gran Ca- 
pitán, y toda la gente que se escapó se fué á 
Regio, adonde estuvieron hasta tanto que el 
Gran Capitán los hizo recoger en Regióles y 
repararlos de armas y de todo lo necesario. 
Y el Rey D. Fernando, con gran desespera- 
ción que de aquel desbarato hubo, se par- 
tió á Sicilia para traer de allá más gente, de- 
jando encargado al Gran Capitán todo aquel 
hecho, el cual después de pasado el Rey don 
Fernando á Sicilia hizo muy señaladas cosas, 
según que en el proceso de esta crónica más 
largamente se dirá. 

CAPÍTULO XXV 

Cómo el Capitán Gonzalo Fernández se fué á 
invernar con su gente á Castro Villar, y de 
cómo los de Ñapóles tornaron á recibir al 
Rey D Fernando. 

Como fueron, según dicho es, vencidos y 
rotos los aragoneses junto á Ibs casares de 
Seminara, el capitán Gonzalo Fernández, de- 
jando á Regióles bien proveída de gente y 
otra munición de guerra, no siendo aquella 



tierra aparejada para sostener de invierno 
mucha gente en ella, se salió y fuese con todo 
su ejército á tener el invierno en un lugar que 
dicen Castro Villar, adonde estuvo hasta tanto 
que fué necesario partirse de allí como abajo 
se dirá. En este tiempo el Rey D. Fernando 
estando en Sicilia muy penado de aquel caso 
tan contrario como le había sucedido y no 
menos solícito en aquello que más le cumplía, 
que era cobrar el reino que había perdido, 
acaeció que los napolitanos, no les pareciendo 
bien sufrir aquel yugo tan pesado de france- 
ses que cada un día recibían mil agravios de 
ellos, y acordándose de la humana conversa- 
ción de su Rey y señor y de lo mal que lo ha- 
bían hecho en no le querer recibir en la ciudad 
cuando se tornó de Aversa, según que la cró- 
nica lo ha contado, determinaron que muy 
secretamente le avisasen en cómo ellos esta- 
ban con voluntad de le recibir en la ciudad, y 
que así por esta razón, como porque sabían 
que el reino de Ñapóles le pertenecía de de- 
recho más que á otro alguno que lo deman- 
dase, le hacían saber que viniendo con mucho 
secreto sin ser sentido por monsiur de Mom- 
pensier, teniente del Rey de Francia, ni de los 
franceses que estaban dentro, ellos le abrirían 
las puertas y alzarían sus banderas por los 
muros de la ciudad, avi-sándole asimismo fue- 
se muy presta su venida, antes que aquel 
concierto viniese á oídos de los franceses. 
Con esta embajada se partieron de Ñapóles 
los Embajadores de los napolitanos, los cua- 
les allegando á Sicilia le hicieron saber al Rey 
D. Fernando el intento de su venida. Vista la 
embajada, no poco alegre fué el Rey D. Fer- 
nando, viendo de aquella manera muy más 
breve y fácil su restitución en el reino de Ña- 
póles que no pensaba él; porque de su parte 
no dejase de haber efecto aquella embajada, 
luego con mucha diUgencia y no menos secre- 
to hizo aderezar su gente, y embarcándose 
en las galeras que tenía en el puerto de Me- 
cina se fué la vía de Ñapóles. En este medio 
los napolitanos avisaron por otra parte á los 
de Capua y Aversa, los cuales asimismo esta- 
ban de aquella voluntad y holgaron de la ve- 
nida del Rey D. Fernando. Y todos de un áni- 
mo y voluntad estaban aparejados de reci- 
birle. Ya en este tiempo, por la buena diUgen- 
cia que el Rey D. Fernando se había dado, llegó 
una noche á Ñapóles, y haciéndolo saber á los 
napolitanos, con mucho secreto le salieron é 



DEL GRAN CAPITÁN 



33 



fecibir con mucho placer y alegría y confor- 
midad de todos, le metieron en la ciudad y 
llevaron á su aposento. Luego se comenzó á 
alborotar la ciudad por razón que los napoli- 
tanos alzaron las banderas del Rey D. Fernan- 
do por los muros, y los franceses sintiendo la 
cosa todos juntamente con el gobernador se 
retrujeron á los castillos de la ciudad por se 
sostener en ellos entre tanto que lo hacían 
saber á monsiur de Aubegni que estaba en 
Calabria, que les enviase socorro. Estando, 
pues, el Rey D. Fernando apoderado en la 
ciudad, aunque no en los castillos, los de la 
ciudad de Capua y los de la ciudad de Aver- 
sa luego alzaron las banderas del Rey don 
Fernando por los muros y echaron de ellas á 
sus gobernadores, é hicieron mucho daño en 
todos los franceses que dentro estaban en 
guarnición de estas ciudades, y todos mostra- 
ban mucho placer por la nueva asumpción del 
reino de Ñapóles por el Rey D. Fernando, ha- 
biendo ya gustado el duro imperio de france- 
ses, estando como estaban usados á libertad, 
y asimismo por razón que todos amaban mu- 
cho al Rey D. Fernando por ser uno de los 
más afables y humanos señores que nunca 
trataron. En este tiempo un capitán de arma- 
da veneciano, que se decía por nombre Anto- 
nio Grimano, por razón de la liga que entre 
ellos y los Reyes de España en favor del Rey 
D. Fernando había, se movió con su armada 
de Venecia y fué sobre una tierra que llaman 
Manopoli, en la costa de la provincia de Pulla, 
la cual combatió muy fuertemente hasta tanto 
que con mucho daño de los franceses que es- 
'taban en la villa y de los vecinos de ella la 
tomó y la puso casi por el suelo. Y de allí pasó 
adelante y fué sobre otra villa que dicen Pulí- 
grano, que asimismo estaba por Francia, y la 
tomó, dejándola tan mal parada como la otra 
villa de Manopoli, y de esta manera tomó 
otros lugares de aquella costa que se tenían 
por el Rey de Francia, reduciéndolos todos 
debajo de la corona del Rey D. Fernando. 

CAPÍTULO XXVI 

De lo que hizo el Capitán Gonzalo Fernández 
de Córdoba en la provincia de Calabria, y 
del socorro que vino á Ñapóles en ayuda de 
los castillos y de lo que acaesció. 

Después que hubo pasado aquel invierno, 
el cual según dicho es tuvo el Gran Capitán en 

Crónicas del Gran Capitán.— 3 



la villa de Castro Villar, luego á la punta del 
verano aderezó su gente para salir de aquel 
lugar contra Seminara, adonde monsiur de 
Aubegni tenía recogida toda su gente; el cual 
como fuese deseoso de honra y considerando 
que no holgando, mas con trabajo se ganaba, 
en especial los que se ejercitaban en aquel 
menester de la guerra, y viendo asimismo que 
aquello era lo primero que le había sido co- 
metido por sus Reyes y que en aquello había 
de mostrarse para que le fuesen cometidos 
otros mayores cargos, procuró con mucha di- 
ligencia de dar buen fín en todo lo comenzado, 
y con este presupuesto, con mucha diligencia 
y orden que en su gente puso, salió de Cas- 
tro Villar y enderezó su camino la vía de Se- 
minara; y como allegase sobre ella, toda la 
gente francesa que muy sobre el aviso estaba 
se pusieron á la defensa de la villa. El Gran 
Capitán, que poco temía á la fuerza de los 
franceses, que ya los había probado en otros 
lugares que había tomado, con mucha osadía 
hizo llegar todos los ingenios y artillería que 
traía, y mandó batir la villa con mucha forta- 
leza, y después de bien batida, cuando le pa- 
reció ser tiempo, metió su gente en armas y 
con muy buen concierto allegándose al muro 
se comenzó la batalla, que fué muy reñida por 
razón que aquella villa era muy buena y era 
fuerte y estaba en ella mucha gente francesa 
muy escogida, por lo cual era de ellos defen- 
dida con mucha fortaleza; pero al fin dado 
caso que los españoles recibiesen harto daño 
de aquel combate, los franceses lo recibieron 
muy mayor, por razón que no pudiendo más 
resistir las fuerzas de los españoles, desam- 
pararon el muro y cada cual se procuraba de- 
fender, y viéndose tan apremiados se van la 
vía de Terranova, y así fué que los que se pu- 
dieron escapar de las manos de los españoles 
se fueron á guarecer á aquella villa que esta- 
ba no muy lejos de Seminara. Los españoles, 
después de haber saqueado aquella villa, si- 
guieron la otra gente que dicho habemos 
hasta las puertas de Terranova, adonde el 
Gran Capitán mandó traer el artillería y ba- 
tióla muy fuertemente; pero como los enemi- 
gos fuesen ya de vencida, con poca fuerza se 
dieron juntamente con la villa, en la cual se 
hizo lo mismo que en Seminara. Después de 
esto el Gran Capitán, que no cansaba de ex- 
tender su nombre y fama, procuraba de llevar 
siempre los enemigos delante y no les dar 



34 



CRÓNICA GENERAL 



lugar para hacer cosa ninguna de defensa que 
por obra quisiesen poner, de cuya causa des- 
pués de haber tomado la villa de Terranova 
llegó su gente contra otro lugar que llaman 
Isquilaco, que asimismo estaba por Francia, el 
cual tomó por fuerza como hizo todos los 
otros. Después fué sobre Crotón, otra villa 
que está á la costa del mar Jonio, junto á Ta- 
ranto, y tomóla con otros muy muchos luga- 
res y fuerzas del Calabrés, Asi que en muy 
poco tiempo, por su muy buen ingenio y sa- 
gacidad, repartiendo de las sobras de su muy 
crecido corazón y esfuerzo por su gente, puso 
casi todo el Calabrés debajo de la corona del 
serenísimo Rey D. Fernando, si no fué la ciu- 
dad de Taranto, la cual trató de tomar, pero 
como fuese tierra grande y fuerte y tuviese 
mucha y muy buena gente en toda su defensa, 
aprovechó muy poco de aquella vez quererla 
tomar estando las cosas de la provincia de la 
Calabria en este estado que ha dicho la his- 
toria. El Rey D. Fernando, que ya había sido 
metido en Ñapóles, y viendo la poca gente 
que tenía y la mucha que había menester por 
razón del socorro que cada día esperaban los 
franceses de los castillos, considerando que si 
aquella ciudad perdía otra vez, que ya era del 
todo perdido el reino de Ñapóles, dado caso 
que se le hiciese grave romper los principios 
que el Gran Capitán llevaba tan prósperos en el 
Calabrés; pero por otra parte pensó que si se 
perdía la cabeza, que era la ciudad de Ñapó- 
les, por el mismo caso perdería el reino, prin- 
cipalmente siendo tanto menester su ayuda 
en aquel caso. Finalmente, todas las cosas 
bien miradas por el Rey D. Fernando, pare- 
cióle que debía enviar á llamar al Gran Capi- 
tán para que con toda su gente le viniese á 
favorecer en aquel caso en que estaba, y en- 
vióle su Embajador, que decían micer Bernar- 
do Calabrés, hombre de mucha estima, virtud 
é ingenio, y quien había tenido el mismo oficio 
de Embajador con el Rey D. Alonso, su padre, 
rogándole que visto lo que por su Embajador 
le sería dicho, viendo la legítima razón y cau- 
sa que tenía de demandarle favor, sin más di- 
ferir su voluntad y venida, dejando lo mejor 
que pudiese proveído lo de aquella provincia, 
se viniese á Ñapóles con toda su gente; por- 
que de otra manera él tenía muy grande temor 
de perder todo el reino perdiendo la ciudad 
de Ñapóles, y que con su venida se podría 
todo restaurar. Mucho pesó de esto al Gran 



Capitán por razón que las cosas de la Cala- 
bria las tenía á la sazón en muy buenos tér- 
minos, y temíase que si él se fuese que todas 
las tierras que había ganado se le tornarían 
á levantar por Francia, y por esta razón, como 
tenía de costumbre, quiso tomar el parecer 
de los capitanes y gente principal de su ejér- 
cito, á los cuales les hizo saber lo que el Rey 
don Fernando le había enviado á decir, rogán- 
doles dijesen en aquel caso lo que á ellos les 
parecía que debía hacer, teniendo delante 
aquello que más fuese servicio de sus Reyes 
y señores y más cumpliese á la restitución 
del Rey D. Fernando en el reino de Ñapóles. 
Muchos pareceres y opiniones diversas hubo 
entre ellos, por razón que los unos decían no 
ser cosa justa ni razonable dejar de acabar 
aquello que tenían comenzado, quedando su 
trabajo del todo sin fruto por el levanta- 
miento que de todas las tierras ganadis se es- 
peraba partiéndose la gente de aquella provin- 
cia. A otros les parecía, siguiendo la opinión 
del Gran Capitán, que debían de ir á socorrer 
al Rey D. Fernando, pues no á otro efecto 
habían pasado en Italia sino á éste. Lo que 
más les atraía á querer seguir aquel parecer 
era considerar que bien le había sucedido al 
Rey D. Fernando en haber ganado en gracia 
la ciudad de Ñapóles, la cual no sin mucho 
trabajo podía tener á su poder, y que pues 
aquello era lo principal, no debían de hacer 
caso de lo demás, pues veían claramente que 
todas las villas y lugares del reino de Ñapóles 
no hatían más de aquello que veían hacer á 
su cabeza, y con esto este último parecer 
como por mejor se tuvo y aprobó. Y así de- 
jando el Gran Capitán todas las tierras ga- 
nadas debajo del mejor seguro que pudo, to- 
mando pleitos homenajes á los gobernadores 
de ellas de no hacer ni cometer aleve ni trai- 
ción, y las temían y manternían en nombre y 
voz del Rey D. Fernando de Ñapóles, él se 
partió á muy gran priesa de aquella provincia 
de Calabria y se fué con su gente la vía de 
Ñapóles, como por el Rey D. Fernando le ha- 
bía sido rogado. Ya en este tiempo los fran- 
ceses que estaban en la provincia de Puglia, 
y los demás que estaban divididos por todas 
las partes del reino, siendo avisados en cómo 
la ciudad de Ñapóles estaba ya por el Rey 
don Fernando, y de cómo los suyos estaban 
retraídos en los castillos esperando favor y 
ayuda, todos se juntaron con gran diligencia 




DEL GRAN CAPITÁN 



35 



para los socorrer, y ansí con este prosupues- 
to marchaban la vía de Ñapóles esperando de 
tornar á tomar por fuerza la ciudad, ó á lo 
menos por otra cualquiera buena manera ó 
mala que pudiesen, á lo cual les daba ánimo 
pensar que tenían en Ñapóles mucha parte 
de los principales que los favorecían. Pero el 
Rey D. Fernando, que siempre entendía en mi- 
rar todo aquello que le podía dañar, no se ha- 
llando bien seguro en Ñapóles por aquella 
razón, procuró de quitar aquellos inconvenien- 
tes que mucho le estorbaban su propósito de 
alimpiar la ciudad de toda aquella cizaña que 
había en ella, por razón de la discordia de los 
unos y de los otros. Y con este acuerdo, sien- 
do avisado de aquellos nobles que estaban 
en la ciudad por Francia, de los cuales se po- 
día temer cualquiera traición ó engaño de que 
gran perjuicio se le podía recrecer, determinó 
de poner luego el remedio que más le cum- 
plía, y con esto echó fuera de la ciudad todos 
los ciudadanos principales y nobles que, se- 
gún dicho es, le eran contrarios y que tenían 
y seguían la parte francesa; á unos desterró 
perpetuamente del reino, y á otros, según las 
aficiones é inclinaciones que tenían, los des- 
terró por el tiempo que fuese su voluntad; y 
de esta manera dejó la ciudad el Rey D. Fer- 
nando limpia de todos aquellos que le habían 
sido y eran contrarios de su Corona. En esto 
ya los franceses que venían en ayuda de los 
castillos allegaron á Ñapóles y asentaron sus 
reales fuera de la ciudad, junto á una iglesia 
que dicen la Magdalena, adonde estuvieron 
muchos días peleando con los de la ciudad cer- 
ca de los jardines del Rey; pero en todos sus 
acometimientos fueron tan bien recibidos de 
los de la ciudad, que cada vez se tornaban á 
sus estancias con pérdida de su gente sin que 
pudiesen sacar ningún fruto de su trabajo. 
Bien es verdad que los que estaban en los 
castillos por la parte de dentro hacían algún 
daño con el artillería, pero no era tanto que 
por él dejasen los de la ciudad de se defender 
de los de fuera con mucho ánimo y fortaleza. 
Finalmente, después de haber estado los fran- 
ceses muchos días sobre la ciudad, y viendo 
la poca ayuda que tenían de los de dentro de 
los castillos, de lo cual era causa la buena 
guarda que el Rey tenía puesta en todos ellos 
por que no dejasen salir gente de ellos en fa- 
vor de los franceses de fuera, determinaron 
de alzar su real de aquel lugar y se retraer más 



fuera un poco de la ciudad, porque allí espe- 
rasen el campo de monsiur de Aubegni, que ya 
era partido de la Calabria en ayuda de los cas- 
tillos; y lo que después sucedió abajo se dirá. 

CAPÍTULO XXVII 

Del espanto que metió en Italia una prodigio- 
sa piedra que cayó en los términos de Sena, 
y de lo que hizo el Gran Capitán, llevando 
su camino derecho á Ñapóles. 

Todas cometas y prodigiosas influencias, 
así de las cosas superiores como de las de 
acá inferiores, traen espanto en las gentes, no 
se sabiendo el fin determinado de las seme- 
jantes cosas, en especial acaeciendo en tiem- 
pos que verisímilmente se debe creer que la 
Majestad Divina está descontenta de nues- 
tras obras. Pero como sea Nuestro Señor ser- 
vido y más amigo de perdonar que no de con- 
denar, envíanos mensajeros para que por 
ellos nos enmendemos, apartándonos de lo 
comenzado ó del todo seamos confundidos no 
le siendo obedientes. Esto se muestra por el 
asna de Balan, animal mudo que habló siendo 
castigada del profeta, según se lee en el Tes- 
tamento Viejo, contra el cual Dios estaba ai- 
rado. Esto se muestra asimismo en la muerte 
de Julio César, dictador de Roma, de aquellas 
dos aves que en el Capitolio hizo la una á la 
otra pedazos. De esta manera ha acaecido en 
estos tiempos ver cometas en el cielo de ex- 
traña grandeza; ver asimismo prodigios y 
monstruosos nacimientos de criaturas de dos 
cabezas, de cuatro manos y pies y de otras 
maravillosas maneras, lo cual sin duda no 
viene sin falta de misterios divinos, los cua- 
les nuestro rudo ingenio no puede alcanzar. 
Así en este tiempo, á cinco días del mes de 
Febrero, año del Señor de mil y cuatrocientos 
y noventa y seis años, estando, según tiene la 
crónica, toda Italia llena de guerras y mortan- 
dades, todos los Príncipes divididos en partes 
unos contra otros, finalmente, no habiendo 
lugar que no hubiese en él guerras y sedicio- 
nes, entre la ciudad de Cesena, en un lugar que 
dicen Bertonorio, del cual habemos en esta 
crónica hecho mención, cayeron tres piedras 
de gran cantidad, de color tostado; cayeron á 
las tres horas del día; algunos dijeron no ha. 
ber sido más de una, mas que con el grande 
ímpetu que de caída tan alta traía se hizo tres 



36 



CRÓNICA GENERAL 



pedazos. Como quiera que fuese, fué cosa de 
grande admiración y de mayor espanto que 
en Italia puso, estando, según dicho es, las co- 
sas de aquella tierra tan levantadas y metidas 
en toda confusión, lo cual se dejará para los 
juicios de los astronómicos que de los tiem- 
pos y sucesiones tienen algún conocimiento. 
Pues tornando á la crónica, el Gran Capitán, 
que determinado estaba de obedecer en el 
mandamiento del Rey D. Fernando, el cual 
era que en todo caso le socorriese, luego se 
movió con su ejército la vía de Ñapóles, y 
verdaderamente no pensó en se detener tanto 
en el camino como las cosas que le sucedie- 
ron le estorbaron su viaje, por razón que 
allende que él se detuviese en la conquista de 
la ciudad de Cosencio algunos días, muchos 
fueron los inconvenientes de enemigos que al 
marchar de su gente le recrecieron, como 
abajo se dirá, y también como hubiese de pa- 
sar muchas tierras de los enemigos, no le de- 
jaban el paso tan libre y desembargado como 
él quisiera. Pero como en todas las cosas el 
Gran Capitán fuese de gran prudencia y sa- 
ber, no se le ponía delante el peligro que lue- 
go no hallase el remedio para le quitar, y de 
esta manera determinado á cumplir su viaje, 
que muy necesario era, sin perder tiempo 
entendió en apartarse y desembarazar la tie- 
rra de aquellos inconvenientes, y de antes 
llevar los enemigos delante que no dejallos 
atrás. Bien es verdad que del ejército francés 
no temían, por razón que ya iba adelante, mar- 
chando la vía de Ñapóles en ayuda del otro 
ejército y de los castillos, con el cual iba mon- 
siur de Aubegni, pero temíanse de la gente de 
las villas que se apellidaban unas á otras y 
hacían junta de sí para ir contra él, que aun- 
que buena fuese la gente que traía, era poca. 
Pero como él fuese de gran corazón, quiso de 
camino dejar señalado el rastro de sus pisa- 
das, Y con esta voluntad se vino por los tér- 
minos de Oosencio, adonde muchas villas y 
lugares junto con la misma ciudad estaban 
por Francia. En aquellos lugares que eran 
de poco momento no se detenían, por razón 
que sin mucha fuerza se le dieron, los cuales 
puestos debajo de la corona real del Rey don 
Fernando pasó adelante á la ciudad de Co- 
sencio, sobre la cual puso su campo, y tanto 
hizo en la expugnación de ella, que le dio tres 
combates en un día, por lo cual viendo los de 
dentro la gran priesa que en pelear la gente I 



del Gran Capitán ponían, no acostumbrados 
á sentir tan duras fuerzas como las de espa- 
ñoles, y viendo que en el último combate las 
fuerzas de ellos doblaban y que de todo el 
trabajo de aquel día no se les había disminuido 
un punto, acordaron no esperar otro comba- 
te, y no pudiendo ya sufrir á los de fuera, se 
dieron juntamente con la ciudad, no de volun- 
tad, pero de fuerza, porque desamparando el 
muro cada uno se retraía á aquel lugar do 
mejor pudiese guardar su vida de aquel pre- 
sente peUgro. Y los españoles viendo desocu- 
pados los muros de la ciudad se metieron 
dentro, donde hicieron mucho daño en todo lo 
que pudieron. Finalmente, después de tomada 
la ciudad de Cosencio, el Gran Capitán dejó 
en ella alguna gente de la suya en guarnición, 
por razón que no quedase del todo desnuda 
de españoles, á quien ellos más temían, y con 
toda la demás se salió de Cosencio y fué á 
Castro Villar, adonde dejó otra parte de su 
gente en guarnición, porque pensó que ya que 
él se partía de aquella provincia, viendo los 
moradores de ella quedar alguna gente de 
guarnición en los lugares, no se atreverían así 
livianamente á se levantar contra el Rey don 
Fernando, á quien por fuerza habían confesado 
por su Rey y señor. El Gran Capitán, que no 
el número de la gente le causaba vencer sus 
enemigos, sino la virtud y fortaleza suya, con 
aquella poca gente que le quedó, que era toda 
muy escogida, se partió de Castro Villar, con 
voluntad de no se detener más en el camino 
en conquista de alguna tierra, y marchando 
con su ejército la vía de Ñapóles, como el 
Gran Capitán fuese varón de mucha pruden- 
cia y ardid, en especial en el oficio de la gue- 
rra, miraba bien todas las cosas que le po- 
dían dañar é impedir su camino, por lo cual 
llevando siempre sus espías delante y repo- 
sando de noche debajo de la guarda de sus 
centinelas, fué avisado cómo de una tierra que 
se decía Murano y de otras de aquella comar- 
ca habían salido gran copia de gente rústica 
de la gente de las villas y lugares de aquella 
comarca, y que los habían tomado un paso 
por donde necesariamente habían de pasar 
para salteallos en el camino y aprovecharse 
de la gente del ejército que bien segura de 
este engaño estaba éiría mal apercibida y sin 
ninguna orden. En este aviso el Gran Capitán, 
como hombre de muy prudente consejo, puso 
el remedio que más convenía en aquel caso. Y 



é 



DEL GRAN CAPITÁN 



37 



fué así que como la gente de aquella villa de 
Murano y de otros lugares comarcanos hu- 
biesen salido para aquel hecho, quedaron la 
villa y los lugares muy solos y desnudos de 
gente. Y por esta razón, considerado esto por 
el Gran Capitán, dejó el camino derecho que 
llevaba y muy secretamente, encerrándose por 
caminos y senderos muy extraordinarios por- 
que no fuesen vistos ni sentidos, se fueron á 
meter dentro de aquella villa que se dice Mu- 
rano, la cual, según dicho es, estaba sin gen- 
te, y con mucha facilidad la tomaron. Adonde 
estuvo el Gran Capitán algunos días, aunque 
pocos. Después de esto, como algunos hom- 
bres de aquella villa se saliesen con temor de 
la venida de los españoles, fuéronse á aquel 
lugar do la gente estaba aparejada para sal- 
tear el ejército del Gran Capitán y avisáron- 
los cómo los españoles habían tomado la villa 
de Murano y otros lugares y del daño que en 
aquella villa habían hecho. En esto el Gran 
Capitán, muy solícito en todas sus cosas, no 
dejaba cada hora de revolver en su corazón 
lo que en un camino tan peligroso y lleno de 
enemigos debía hacer. Porque consideraba 
que dado caso que de aquella gente rústica se 
líbrase, de la cual bien pensó ser libre con 
aquel trato doble que les hizo; pero lo que 
más le ponía duda de acabar aquel viaje era 
que le habían dicho cómo el campo de mon- 
siur de Aubegni estaba en una ciudad que lla- 
man Laurino, y temíase, según la poca gente 
que tenía, poder pasar sin venir á las manos 
con los franceses, que según eran muchos du- 
daba la victoria de su parte, y asimismo pen- 
só algunao veces de tornar á su conquista de 
la provincia de Calabria, aunque esto halla- 
ba serle mayor vergüenza, lo uno porque no 
cumplía el mandamiento del Rey D. Fernando 
su señor, que le había enviado á llamar, ha- 
biéndolo él enviado á aquella empresa tan im- 
portante y escogido á él entre otros muy va- 
lerosos. Lo segundo, volver atrás era mos- 
trar un ánimo menor del que él tenía é impor- 
taba á su cargo, que era muy ajeno de su con- 
dición. Finalmente, estando en esta perpleji- 
dad, el Embajador micer Bernardo Brucio, por 
otro nombre llamado el Calabrés (el cual así 
por su fideUdad como por ser de muy buen 
consejo fué del oído), le dijo cuan contrario 
fuese á la nación española retraerse de su 
propósito en aquello que una vez habían con- 
cebido en el ánimo, especialmente donde se 



aventuraba las honras y fama, las cuales des- 
pués del ánima á todo se habían de antepo- 
ner, como verdaderamente en aquel caso las 
posponían, dejando su comenzado propósito 
sin fruto ninguno, mayormente volviendo las 
espaldas á los peligros que se les mostraban, 
los cuales eran premio de sus honras, y que 
muy grande vergüenza les sería no hacer su 
deber, mayormente no habiendo causa legiti- 
ma ni aun colorada por donde dejasen de se- 
guir su camino y designio, no teniendo tan cier- 
ta la perdición como algunos pusilánimes pu- 
blicaban. Y dado caso que viniesen á las manos 
con los franceses, tenían la victoria de su par- 
te, y por esta razón, no movidos por el deseo 
de ser ayudados y favorecidos de su Rey, tan- 
to como por proveer en aquello que podría 
causarles muy grande menoscabo á sus hon- 
ras, les animaba diciéndoles que para salve- 
dad de todo ello era su parecer (desechado 
todo temor) llegasen al fin su designio, el cual 
tenía por muy cierto acabarían y muy á su 
honra, considerando que á la muchedumbre 
de los enemigos flacos é inhábiles se satisfa- 
ría con la fortaleza de los pocos animosos y 
valientes y experimentados que allí tenían. 
Muy bien pareció al Gran Capitán este con- 
sejo de micer Bernardo Brucio, Embajador, el 
cual por ser en sí muy bueno y dado por per- 
sona tan experimentada en la guerra y de 
tanto crédito fué de todos aprobado y ejecu- 
tado. Y así luego el Gran Capitán partió de 
Murano, dejando aquella villa debajo de la 
corona del Rey D. Fernando de Ñapóles, y 
muy amigo de los vecinos de ella mandó mar- 
char su ejército por los caminos más escondi- 
dos que le pareció ser más convenientes para 
apartarse de venir á las manos con el enemi- 
go, el cual muy cerca de donde había de pa- 
sar estaba, lo cual no hizo tanto por temor 
como por no se detener en su viaje, conside- 
rando la necesidad que el Rey D. Fernando 
tenía y lo que obligado le estaba por su afa- 
ble conversación y grande magnificencia. Y 
como siempre el invicto Gran Capitán procu- 
rase la destrucción de sus enemigos y la fide- 
Udad y próspero suceso y honra de sus seño- 
res y aliados, y no le estando bien llevar el 
ejército de corrida y apriesa, que más daba 
demostración de huida que de retirarse, se- 
gún su opinión, determinó lo más secreto que 
pudo emboscarse de día y de noche, llevando 
caminos inciertos y secretos como no fuese 



38 



CRÓNICA GENERAL 



de las espías del enemigo sentido ni entendi- 
do y así dar sobre el campo de Aubegni, to- 
mándolo seguro y sin pensamiento que de 
ellos tuviesen; los cuales estaban, como dicho 
es, en la ciudad de Laurino, que es entre las 
provincias de Pulla y Abruzo, que es el dere- 
cho camino de Ñapóles. Pues determinado 
esto por el Gran Capitán, queriendo ponerlo 
en obra, llamó á todos los capitanes y seño- 
res principales que le seguían y otras perso- 
nas de quien tenía confianza, y á todos en ge- 
neral dicha su opinión y voluntad y cómo que- 
ría tentar la fortuna en el caso que les había 
propuesto antes que fuese á Ñapóles, trayén- 
doles á la memoria la honra que ganaban si 
de aquella vez con un solo acometimiento ven- 
ciesen y desbaratasen al enemigo, de donde 
resultaban muchos provechos. Lo primero la 
honra que para sí perpetuamente ganaban, 
siendo tan pocos en número aunque muchos 
en fortaleza y viendo tan grande copia de fran- 
ceses. Lo segundo, que vencidos aquellos se 
rendirían los que estaban en los castillos y 
desmayarían los que estaban sobre Ñapóles, 
pues no aguardaban sino li gente de monsiur 
Aubegni para combatir la ciudad, como en 
verdad estaba en aventura de ser entrada se- 
gún la gente que el Rey D. Fernando tenía. 
Lo tercero, era ganar aquella ciudad de Lau- 
rino donde ellos estaban, que no poco pro- 
vecho les sería. Asimismo les dijo y acordó la 
satisfacción de su trabajo que no sería menor 
de lo que su esfuerzo y corazón merecía. Y 
asimismo les encomendó mirasen cómo en 
aquella jornada se acrecentaba ó menoscaba- 
ba el nombre de la nación española, no po- 
niendo la fortaleza que en semejante trance 
se requería para perpetua memoria de sus 
hazañas y loor de su nación y sucesores. Y 
para esto les dijo estas palabras: 

ORACIÓN DEL GRAN CAPITÁN A SU GENTE 

«Por cierto, caballeros, si como sois pocos 
en número no fuésedes muchos en fortaleza, 
yo ternía alguna duda en nuestro hecho. Pero 
como sea más estimada la virtud que la mu- 
chedumbre, visto ser vosotros tan pocos en 
respecto del enemigo, antes tengo necesidad 
de ventura que de caballeros y soldados. Y 
con esta consideración, después de Dios, en 
solos vosotros tengo confianza, pues está 
puesta en nuestras manos nuestra salud y 



gloria, y así tanto por sustentación de vida 
como por gloria de fama, nos conviene pe- 
lear. Agora se nos ofrece causa para dejar la 
bondad que heredamos á los que nos han de 
suceder, que malaventurados seríamos si por 
flaqueza en nosotros se acabase la honra de 
nuestros progenitores. Así, señores, pelead 
que libréis de vergüenza nuestra nación y mi 
sangre. En esta jornada se acaba ó confirma 
nuestra honra y la de nuestro Rey, que por 
los más escogidos aquí nos ha enviado y 
esta empresa cometido. Sepamos emplearnos 
bien y no avergonzarnos, que mayores ga- 
lardones esperamos de la victoria que peli- 
gro se nos puede ofrecer en la honesta 
muerte. Esta vida penosa en que vivimos no 
sé por qué la debamos mucho querer, pues 
es breve en los días y larga en los trabajos, 
la cual ni por temor se acrecienta ni por osar 
se acerca, pues cuando nacimos se limita su 
tiempo, por donde es excusado el miedo y 
debida la osadía. No nos pudo, oh caballeros 
y compañeros míos, nuestra fortuna poner 
en mayor estado que en esperanza de honra- 
da muerte ó victoria muy señalada como la 
espero y gloriosa fama, codicia de alabanza 
y avaricia de honra, que cualquiera cosa de 
estas acaba otros hechos mayores que el 
nuestro. No temamos las otras compañías 
allegadas del francés, que en las grandes 
afrentas los menos pelean y á los simples 
espanta la multitud de los muchos y á los 
sabios esfuerza la virtud de los pocos. Gran- 
des aparejos tenemos para osar: la bondad 
nos obliga, la justicia que está de nuestra 
parte nos esfuerza, la necesidad de socorrer 
este noble Rey y reino y el mandamiento 
del nuestro nos apremia. No hay cosa por 
que debamos temer y hay mil para que deba- 
mos osar. Todo lo que he dicho, oh caballe- 
ros, era excusado para creceros fortaleza, 
pues con ella nacisteis, mas quíselas hablar 
porque en todo tiempo el corazón se debe 
ocupar en nobleza, en el hecho con las ma- 
nos, en la soledad con los pensamientos y en 
la compañía con la conversación buena, como 
agora hacemos, y no menos porque recibo 
igual gloria con la voluntad amorosa que 
mostráis como con los hechos fuertes que 
hacéis». 

Estas y otras muchas cosas dijo el Gran 
Capitán á sus capitanes y caballeros, con las 
cuales siendo ellas de sí animosas y pronun- 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



39 



ciadas por un tan valeroso y acreditado ca- 
pitán y señor tan bien reputado, todos uná- 
nimes con una muy alegre y aparejada vo- 
luntad se ofrecieron aparejados de seguirle. 
Y así tomaron el camino de la ciudad de Lau- 
rino, marchando por los más secretos y ás- 
peros apartamientos que se hallaban y los 
espías, que fidelísimos eran, los enseñaban. 
Finalmente, un día bien de mañana, que sería 
una hora antes que amaneciese, llegó todo el 
ejército á vista de la ciudad de Laurino, 
adonde el francés, como dicho es, estaba 
aposentado, y metiendo el Gran Capitán Gon- 
zalo Fernández su gente en orden, con 
mucho sosiego y quietud llegó hasta dar en 
los enemigos, los cuales estaban muy segu- 
ros y descuidados del sobresalto que les 
vino, porque tenían por muy cierto el enemi- 
go estar muy alejado de ellos, que por su 
poca posibilidad no osaría emprender una 
cosa tan importante é imposible como aque- 
lla que á su parecer era. Y como los españo- 
les llegasen con muy grande ánimo y fortale- 
za, allende de la que ellos de su natural tie- 
nen y la que el señor Gran Capitán con su 
tan abundante oración les había puesto, y 
hallando que les sucedía como creían y el 
Gran Capitán les había dicho, y viendo la 
honra y provecho que se les ofrecía, los unos 
cargaron sobre el campo del francés con la 
presteza y fortaleza que se requería, y los 
otros, dividiéndose por consejo de los capi- 
tanes, fueron á ponerse en las puertas de la 
ciudad con dos intenciones: la una, que los 
de la ciudad no saliesen á socorrer álos fran- 
ceses del campo, y la otra, que si los france- 
ses se quisieren retirar á la ciudad y allí va- 
lerse, les fuese impedida la entrada y aun 
prendidos de los españoles. Grande fué el 
sobresalto que los franceses recibieron en 
ver al español, el nombre del cual temían 
como al fuego, Y así, atónitos y sin orden, 
iban descarriados los unos á una parte y los 
otros á otra, sin tener lugar seguro donde se 
pudiesen amparar. De suerte que los que se 
querían recoger á la ciudad por salvarse, 
eran presos y muertos por los españoles 
que á la guarda, como dicho es, se habían 
puesto, y los del real, como desapercibidos y 
salteados de los otros españoles que á ellos 
fueron, asimismo eran heridos, muertos, pre- 
sos y robados, como siendo salteados y 
sin sospecha fuesen tomados en todo des- 



cuido y desarmados, y así infinitos de ellos 
pasaron por el filo de las espadas de 
los españoles. Los franceses que en este 
trance murieron fueron muchos, y muchos se 
dieron á prisión, entre los cuales murió el 
Conde Ameri, persona de mucha virtud y 
fortaleza, peleando como valentísimo gue- 
rrero y esforzado caballero en medio del 
ejército español. Este antes que muriese en 
confesión descubrió al Gran Capitán muchos 
secretos de los franceses, de los cuales no 
poco provecho resultó al Gran Capitán en 
aquel hecho, y después de esto, el Conde, 
con mucho arrepentimiento de sus pecados, 
pesándole cómo había sido contrario al Rey 
D. Fernando de Ñapóles, su derecho señor, 
dio el ánima á su Criador. De esta manera 
los españoles dejaron desocupada aquella 
ciudad de sus enemigos, siendo, según dicho 
es, casi todos muertos y presos. Los que se 
pudieron escapar huyeron sin ninguna orden, 
y sin esperanza de poder tornar sobre sí se 
fueron á juntar con los otros franceses que 
estaban aposentados por el reino. El Gran 
Capitán, viendo la suma bondad de sus capi- 
tanes y soldados y cuan á su salvo habían 
alcanzado aquella tan impensada victoria, 
distribuyó como buen capitán todo el despo- 
jo que en aquella batalla hubo, dejándolos á 
todos muy contentos y satisfechos de su 
largueza y magnificencia. E yendo de cami- 
no adonde era su designio para el Rey, y 
viendo de lejos la villa de Atella, que está 
no muchas leguas de Ñapóles, sobre la cual 
había muchos días que el Rey D. Fernando 
estaba, porque ya la ciudad de Ñapóles esta- 
ba limpia de franceses y no creían poder to- 
mar la villa de Atella por la buena gente que 
dentro de ella había dejado, determinó poner 
sitio sobre ella y cobrarla y no alzar el cerco 
hasta haberla tomado, pareciéndole que era 
menoscabo de la gente española si así no lo 
hacía; y así hizo lo que adelante se dirá. 

CAPÍTULO XXVIII 

De lo que el Gran Capitán hizo sobre la villa 
de Atella y de la muerte del Rey D. Fernan- 
do de Ñapóles. 

Todos los franceses estaban ya tan albo- 
rotados y temerosos viendo que no tenían 
casi lugar seguro en todo el reino de Nápo- 



40 



CRÓNICA GENERAL 



les, que no sabían qué hacer ni disponer de 
sí. Y lo que más causa les dio á perder la 
esperanza que tenían del remedio fué que la 
gente que aguardaban que había de venir 
en su favor habían sido todos muertos y 
desbaratados sobre la ciudad de Laurino, se- 
gún dicho es. De manera que ya no les que- 
daba esperanza de salud, especialmente es- 
tando en tanto estrecho la villa de Atella, 
sobre la cual el Rey D. Fernando había esta- 
do mucho tiempo y aún estaba; y era aquélla 
de sitio muy fuerte y guarnecida de mucha 
y muy buena gente, y entre los otros estaba 
el capitán Virginio Ursino, el cual, como al 
principio vio que los franceses prevalecían, 
dejó de seguir al Rey D. Fernando su señor 
y con sus hijos se pasó al francés. Pues como 
el Gran Capitán se partiese de Laurino con 
su gente, dejando en ella la seguridad que 
convenía, tomó el camino de Atella, adonde el 
Rey D. Fernando, como dicho es, estaba y 
había mucho tiempo que la tenía cercada, y 
llegado á ella en buen tiempo halló que el 
Rey la tenía con el sitio bien apretada, 
y cierto la hubiera tomado, sino que le es- 
torbó mucho una grande enfermedad que 
tuvo aquel verano, de la cual, según diremos, 
murió. Pues como el Gran Capitán allegó al 
cerco de Atella, después de haber besado 
las manos al Rey y él haberle recibido con 
mucho amor y afabilidad y pasado con él 
muchas palabras amorosas, de voluntad del 
Rey tomó cargo de la presa de aquella villa, 
como lo puso por obra, porque recono- 
ciéndola y dando vista alderredor de ella, 
hallóla por todas partes muy fuerte; pero 
como era de muy buen juicio y de un enten- 
dimiento raro, consideró que si en necesidad 
puesta no se daba á partido, que por fuerza 
sería dificultoso el prenderla, porque allende 
que ella era muy fuerte y estaba en muy 
buen sitio, dentro, como habemos dicho, ha- 
bía mucha y muy buena gente de guerra 
para defenderla. Finalmente, después que el 
Gran Capitán lo consideró todo por menudo 
y lo trató con sus capitanes, fué entre ellos 
sacado en limpio que quitasen el uso de los 
molinos que tenían los de Atella en un arro- 
yo que de los montes cercanos, cae en Lo- 
santo, que daba á los cercados gran prove- 
cho en molelles el trigo y proveelles de agua, 
y así por hacer de presto alguna honrada 
hazaña y mostrar delante los capitanes de 



diversas naciones que allí había el esfuerzo, 
ánimo y destreza de los españoles, envió la 
infantería española con escudos contra los 
gascones y otras gentes que estaban en 
guarda de los molinos ya dichos, y después 
de aquellos otros infantes piqueros que co- 
rriesen y acometiesen los enemigos, y de la 
caballería hizo dos partes en esta manera: que 
la una parte, en la cual había algunos hom- 
bres de armas, que se pusiesen entre la ciu- 
dad y los molinos, opusiéndose á los france- 
ses si salían á dar socorro á los suyos, y la 
otra parte, escaramuzando y alargándose por 
toda parte, tomasen en medio á los enemi- 
gos. Comenzóse por ambas partes una san- 
grienta escaramuza, y los suizos, que eran 
los primeros, no hicieron rostro sino muy 
poco, y los gascones habiendo dos veces dis- 
parado las ballestas, viéndose tan apretados 
de los españoles, se metieron en la huida; 
los caballos ligeros los siguieron hasta la 
villa, matando muchos de ellos; de la otra 
parte los hombres de armas que dijimos va- 
lerosamente sostuvieron el socorro de los 
franceses que salían fuera. En este tiempo 
Gonzalo Fernández envió ingenios para de- 
rribar los molinos, y fueron rotas todas las 
ruedas, quitándoles todo el uso del moler, de 
donde se les sucedió grandísimo daño, y lue- 
go mandó tañer á recoger antes que los 
franceses enviasen mayor número de gente á 
dar socorro á los suyos. Pues acabada esta 
tan excelente empresa, ganó Gonzalo Fer- 
nández y los españoles para con todos gran- 
de honra y loor de presteza y singular pru- 
dencia, el esfuerzo y valor de los cuales en 
las cosas de la guerra aun no eran conoci- 
dos. Tres días después los españoles y los 
italianos ganaron la tierra de Ribacandida, 
que está puesta en el camino de Benosa. Los 
franceses, por la venida de Gonzalo Fer- 
nández perdido el ánimo y desconfiados de 
todo buen suceso de su empresa y perdidos 
los molinos y el agua, por la cual muchas ve- 
ces aunque con harta pérdida habían cabe el 
río combatido, y viendo que Pablo Ursino y 
el Vitellio habían salido fuera para querer ir 
á Benosa y habían sido en el camino desba- 
ratados, comenzaron á tratar de darse, y 
monsiur de Persi habiendo hablado sobre 
ello con el Rey se concertaron de esta mane- 
ra: Que todos los franceses sin injuria algu- 
na se pudiesen ir todos á Francia y se saliesen 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



41 



del reino dejando el artillería y los caballos se- 
ñalados con la señal real. Esto hecho, la gente 
del Rey D. Fernando se metieron en la villa y 
el Rey mandó prender al capitán Virginio Ur- 
sino y á Jordán Ursino, su hijo, por haberse 
pasado al francés, siendo traidores á su co- 
rona, y así presos los mandó guardar en Ña- 
póles, adonde murieron en la prisión. Pasa- 
dos algunos meses, los franceses, por ser vi- 
ciosos en el comer y beber, y con el grande 
calor del verano y con aire extranjero, des- 
pués que sucedió un otoño pestilencial, por 
lo cual murieron muy muchos de ellos en Cas- 
tellamar y en Puzol, entre los cuales murió el 
Capitán General Gilberto Mompensier, y Le- 
noncort, llamado por otro nombre el Bayli de 
Bitri, y cuatro capitanes de suizos, y los que 
de aquella contagiosa enfermedad quedaron 
libres embarcándose en sus naves se fueron 
la vía de Francia, los cuales padeciendo nau- 
fragio murieron casi todos en la mar. Des- 
pués de esto, ya que las cosas del reino es- 
taban en todo sosiego y quietud, el Rey don 
Fernando, aquejándole todavía una calenturi- 
lla lenta y con la intemperancia del otoño, 
como dicho es, fué Nuestro Señor servido de 
llevarle de esta presente vida, y murió en el 
monte de Soma, no habiendo aún gustado de 
la alegría de la victoria, dejando por herede- 
ro del reino á su tío Federico. Muy llorada 
fué la muerte de este noble Rey de todos los 
de Ñapóles y de toda la mayor parte del rei- 
no, y en extremo pesó al Gran Capitán, el 
cual hizo por su muerte mucho sentimiento: 
por razón que él era muy humano y familiar 
con todos, y por su grande bondad, magnifi- 
cencia y virtud, en lo cual excedía en mucho 
grado á todos sus predecesores, por lo cual 
había hallado más gracia y amor en los suyos 
que no hallaron sus pasados, y lo que más 
los juntaba á dolor y tristeza para tener ma- 
yor sentimiento de su muerte era por haber- 
le salteado la muerte en su juvenil edad y 
floreciente juventud y cuando había de des- 
cansar, pues tenía pacífico el reino. Y de esta 
manera todo el placer y alegría que tenían 
del triunfo y victoria que habían habido de 
sus enemigos se tornó en mucho dolor y tris- 
teza por la muerte de tan noble Rey, y con 
esto se les acrecentaba muy mucho la pena 
en ver que en espacio de cuatro año^ habían 
sentido la muerte de tres Reyes, que fueron 
el Rey D. Fernando abuelo de este noble Rey, 



y e! Rey D. Alonso, su padre, que fué á Sici- 
lia, y agora de este Rey D. Fernando, con 
quien todos vivían muy alegres y contentos 
y de ellos era muy amado y ellos de él muy 
bien y humanamente tratados. 

CAPÍTULO XXIX 

De cómo los de Ñapóles alzaron por Rey d don 
Federico ', tío del Rey D. Fernando, y del 
aparejo que el Rey de Francia hizo para vol- 
ver sobre Ñapóles. 

Después de la muerte del Rey D. Fernando 
de Ñapóles, los napolitanos alzarpn por Rey 
á D. Federico, hijo del Rey D. ¡ 'ernando pri- 
mero. Este Rey D. Federico fué hermano de 
don Alonso y tío de D. Fernando, el que últi- 
mamente, según dicho es, fué muerto, el cual 
de común consentimiento y conforme á la vo- 
luntad del sobrino fué declarado por Rey de 
Ñapóles y jurado con la solemnidad acostum- 
brada. El Gran Capitán, después de ser don 
Federico alzado por Rey, lo fué á visitar y le 
dijo el pesar que de la muerte del Rey D. Fer- 
nando tenía y lo mucho que lo había sentido, 
pero que en recompensa de tanta tristeza 
Dios le había consolado con haber sucedido 
en aquel reino un tan noble Rey, y haber sido 
elegido en tanta y tan universal conformidad 
de todos los de aquel reino, y, pues conocía 
que todo lo pasado y lo presente lo había he- 
cho Dios, debajo de cuyo poder y amparo son 
todas la cosas, conformándose con su volun- 
tad, él prometía que todo aquello que su po- 
der y fuerzas bastasen lo serviría como había 
hecho en vida del Rey D. Fernando su sobrino. 
El Rey D. Federico, muy alegre y contento de 
las palabras y ofrecimiento del Gran Capitán 
de ayudarle y favoreceile en todo lo que to- 
case á la seguridad del reino, agradecióle mu- 
cho y con muy abundantes palabras su volun- 
tad, y díjole muy amorosamente que mucho 
tiempo había que de su fe y virtud y de su 
ánimo y esfuerzo tenía entero conocimiento, 
y asimismo de la fortaleza y osadía de sus 
soldados, por lo cual no dudaba el estado del 
reino de Ñapóles, que muy quieto y pacífico y 
sosegado estaba, y lo hallaba permanecer en 
lo mismo, mayormente siendo él á todo pre- 



* En la Crónica que nos sirve de original Be lee indis- 
tintamente Fadrique y Federico, siendo éste el que 
debe leerse- 



42 



CRÓNICA GENERAL 



senté, y pues que Dios había sido servido 
darle en su edad y reinado tan buen caudillo 
y compañero para la defensión de aquel reino, 
que le rogaba muy afectuosamente que algu- 
nos lugares que quedaban en el reino rebela- 
dos, y por el francés, que eran Barleta, Roca- 
guillerma. Taranto, Gaeta y otros pueblos en 
Calabria, los conquistase y tornase pacíficos 
para su servicio, pues que él mejor que nin- 
guno sabía castigar semejantes rebeldes, 
prometiéndole junto con esto que si la for- 
tuna, que hasta allí había sido contraria á 
sus predecesores, mudaba su voluble rueda 
en consentirle gozar de aquel reino más des- 
cansadamente que á sus pasados, él vería 
cómo la gratificación de sus servicios no sería 
con menos voluntad hecha que sus grandes 
trabajos merecían, lo que el Gran Capitán, 
como deseoso de ejercitar su persona en se- 
mejantes trances, con alegre cara aceptó. Y 
así luego dende á pocos días se despidió del 
Rey D. Federico y puso en orden su gente 
tomando el camino de Barleta, con muy cre- 
cido deseo de cumplir lo que el Rey D. Fe- 
derico le había encomendado; el cual como 
llegó sobre Barleta, sin poner mucho trabajo 
en tomarla, la ganó y redució al servicio del 
Rey de Ñapóles, con algunas otras fuerzas 
importantes que todavía estaban por el Rey 
de Francia, y esto causaba que ya las victo- 
rias pasadas peleaban por el Rey D. Federico. 
Hecho esto, el Gran Capitán se pasó sobre 
Gaeta, la cual por ser fuerte y estar á la costa 
de la mar, por donde de cada día esperaban 
socorro de Francia, se estuvieron mucho tiem- 
po sin se querer dar; pero después al fin de 
mucho y largo trabajo que en el cerco pasa- 
ron, así los cercados como los cercadores, el 
Gran Capitán la tomó á partido para el Rey 
Federico, y lo mismo hizo de la ciudad de Ta- 
ranto, la cual visto que casi todo el reino de 
Ñapóles pacíficamente había recibido al Rey 
don Federico, no pudo dejar de hacerlo mismo; 
de suerte que en todo el reino de Ñapóles no 
quedó cosa que no siguiese el nombre y par- 
cialidad del Rey D. Federico, y esto en públi- 
co, porque algunos encubiertamente no deja- 
ron de tener consigo algunos franceses. Entre 
los otros estaba monsiur d'Aubegni, el cual 
•por la partida de Gonzalo Fernández hacía 
guerra contra las ciudades desnudas de defen- 
sa, pero habiendo entendido la infidelidad de 
sitio de Atella, y la presa de las ciudades de 



Barleta, Gaeta, Taranto y otras muchas fuer- 
tes plazas, y sabiendo que se volvía ya Gon- 
zalo Fernández con estas victorias, del cual 
sabía que le convenía mucho temerse, quiso 
antes aprovecharse del beneficio del concierto 
que con vano esfuerzo tomar las armas ya 
vencidas de la fortuna, y sacada la guardia dejó 
desembarazada toda la provincia. No muchos 
días después Gonzalo Fernández fué llamado 
del Rey Federico para que domase á los oli- 
betanos, porque éstos en la tierra de Aquino 
y Bruzo con grande obstinación persevera- 
ban en la fe del francés, y habían muerto en 
la isla de Bico á D. Rodrigo de Abalos Mon- 
terisio, hermano de D. Alonso, Marqués de 
Pescara, capitán de grande valor; pero éstos 
oyendo y entendiendo la venida de Gonzalo 
Fernández y juzgando que el perdón de sus 
culpas estaba puesto en la humanidad y auto- 
ridad suya para que los perdonase el Rey, pa- 
reciéndoles no esperar la fuerza de un capi- 
tán tan valeroso, se le rindieron y volvieron 
á la obediencia de Federico. Pues habiendo 
sojuzgado los olibetanos, como dicho está, se 
volvió al Rey que estaba en Ñapóles, siendo 
seguido de una grande multitud de embaja- 
dores de aquellos que se habían reducido á 
la obediencia real, teniendo por cierto que 
con su intercesión el Rey les perdonaría su 
obstinación y rebeldía. En aqueste tiempo el 
Rey Cario octavo de Francia, que ya había 
sabido el estado en que estaba el reino de Ña- 
póles, pesándole en muy grandísima manera 
de tan inconstante y varia fortuna en tanta 
brevedad de tiempo, procuró con muy gran- 
dísima diligencia de volver otra vez él mismo 
en el reino de Ñapóles y dejar tan castigadas 
y domadas todas sus tierras y tan amigas de 
su servicio, que tan sueltamente como hasta 
allí no recibiesen ajenos señores. El cual con 
este presupuesto hizo un muy grande y cre- 
cido ejército y pasó con él segunda vez en 
Italia. El Duque de Milán, que bien temía aque- 
lla venida del Rey de Francia en Italia, dado 
caso que al presente fuese su amigo, según 
que en la restitución de la villa de Novara 
quedó asentado; pero considerando que aque- 
lla amistad antes había sido hecha por el fran- 
cés con necesidad que con voluntad, que no 
sería mucho que de esta vez recibiese algún 
daño en su estado. Por lo cual el más seguro 
remedio que halló en aquel caso fué tornarse 
á confederar otra vez con sus amigos y sos- 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



43 



tener el concierto y liga pasada con ellos de 
la manera que de primero estaba. Y con esta 
confederación los venecianos enviaron al Con- 
de de Pitiliano Nicolao Ursino con gente en 
favor del Duque de Milán. Y asimismo envia- 
ron á suplicar al Emperador Maximiliano vinie- 
se con sus gentes á les ayudar, porque se te- 
mían del Rey de Francia, que según era fama 
venía con muy grande poder segunda vez 
contra el reino de Ñapóles. Esto hacía por dos 
fines: el uno, porque pensaban que viniendo 
el Emperador con su ejército en Italia, el Rey 
de Francia mudaría su propósito y no pasaría 
en Italia y ellos quedarían muy libres y segu- 
ros de aquel temor. El segundo fin por que 
ellos lo hicieron fué porque dado caso que 
pasase, teniendo ellos juntos los ejércitos de 
la liga, muy mejor se podrían valer contra el 
francés en cualquiera peligro que les viniese. 
Finalmente, el Emperador Maximiliano pasó 
en Italia con muy buena y escogida gente ale- 
maña y vino á Milán, y de Milán pasó á la 
ciudad de Genova, y de Genova hizo embar- 
car su gente en las galeras venecianas y ge- 
novesas, y fué contra un lugar que se llama 
Liorno, el cual tenían los florentines; pero 
como aquel pueblo de suyo fuese bien fuerte 
y en aquel tiempo hubiese grandes tempesta- 
des, así en mar como en tierra, así por las 
inundaciones de las aguas como por los gran- 
des hielos y nieves, y aquel pueblo fuese ma- 
rítimo, no hubo lugar de poderse tomar. Por 
lo cual el Emperador Maximiliano dejada 
principiada aquella conquista se volvió en 
Alemana. El Papa Alejandro como fuese ami- 
go de los Reyes de Ñapóles, por ser de su na- 
ción y tierra, procuró siempre ser enemigo de 
los que al Rey Federico eran enemigos, y ansí 
lo fué de los Ursinos, los cuales siendo como 
eran de antes tan amigos de los Reyes de Ña- 
póles, por la venida del Rey de Francia en 
aquel reino, según dicho es, se pasaron á su 
bando, y por esta razón Virginio Ursino y Jor- 
dán Ursino, su hijo, fueron presos en la villa 
de Atella, como arriba está dicho. Y por es- 
tas razones el Pontífice Alexandro sexto en- 
vió su gente contra el castillo de Branchano, 
que era de Virginio Ursino, el cual fué con 
muy grandísima fortaleza combatido de la 
gente del Sumo Pontífice, pero con mucha 
mayor fortaleza fué de la poca gente de den- 
tro defendido. De cuya defensión fué la causa 
muy principal un caballero de muy grandísi- 



ma virtud y muy grande fortaleza, que á la 
sazón se halló en Branchano, al cual caballero 
llamaban micer Bartholomé de Albiano. Este 
dio tan excelentísimo recaudo en el dicho cas- 
tillo, que no fué poderosa en ninguna manera 
la gente del Papa de tomarlo; pero tomaron 
y destruyeron otros muchos lugares y fuerzas 
de los Ursinos. Venía en compañía de la gente 
del Pontífice por Capitán general de ellos el 
señor Borja, Duque de Gandía, hijo del Papa 
Alejandro y hermano del Cardenal César Va- 
lentino, el cual en una refriega que con los 
Ursinos hubo junto á Basano, el Duque de 
Gandía llevó lo peor, siendo de los Ursinos 
preso el Duque de Urbino con otros muchos 
nobles, por el cual convino al Pontífice ser de 
ahí adelante amigo de los Ursinos. No muchos 
días después de esto, andando el Duque de 
Gandía de noche por Roma con solo un cria- 
do suyo, fué súbitamente arrebatado y herido 
de muchas puñaladas mortales y fué echado 
en el río Tiber, el cual después fué hallado, 
aunque con mucho trabajo. Grande fué el sen- 
timiento que en Roma se hizo por la muerte 
del Duque, pero á la fin se asosegó viendo el 
daño ser irreparable y que el autor de su 
muerte había sido su proprio hermano el Car- 
denal César Valentino. La causa de su muerte, 
porque no se pudo saber ni alcanzar del todo 
sino por conjeturas, no se escribe aquí. 

CAPÍTULO XXX 

De cómo el Gran Capitán por ruego del Papa 
fué sobre Ostia y la tomó de poder del 
francés que la tenía. 

Estando ya las cosas del reino de Ñapóles 
en mucho mayor sosiego que nunca hasta 
entonces hablan estado, sino era Rocagui- 
llerma, una tierra fuerte y rebelde que mu- 
chas veces, confiándose en su fortaleza, se 
había levantado contra el Rey de Ñapóles, el 
Gran Capitán como se había ido á Roma 
para holgarse en ella y ver algunas cosas que 
deseaba ver, y también por besar los pies 
al Papa y dar un poco de descanso á su per- 
sona, que no poco trabajo había pasado en 
aquella conquista, el Sumo Pontífice, que por 
la fama tenía de él no poca noticia y acordán- 
dose que en aquel tiempo Menaldo Guerra, 
vizcaíno, cosario cruel y capitán del castillo 
y puerto de Ostia, estorbaba totalmente la 



44 



CRÓNICA GENERAL 



navegación del Tíber, tanto que el pueblo ro- 
mano estaba muy apretado por la falta y ca- 
restía de las vituallas que no venían á la ciu- 
dad como solían, porque los mercaderes sici- 
lianos, calabreses, españoles y ginoveses y 
otros muchos temían la crueldad del cosario 
y se iban á otra parte, porque cualquiera 
navio que llegaba á Ostia, si los marineros á 
la hora caladas las velas y levantando los re- 
mos no se juntaban á la ribera que estaba 
debajo el castillo á dejarse saquear y pren- 
der, luego eran con el artillería echados al 
hondo y abrasados, y había faltado muy 
poco que no prendiesen las galeras del Papa 
ó verdaderamente las destrozasen y arruina- 
sen, las cuales descuidadamente habían ve- 
nido á la boca del río. No se podía la cruel- 
dad de este tirano por ninguna condición que 
le fuese hecha traer á concierto ni derribarle, 
sino con hacelle justa guerra; pues no esti- 
maba su arrogancia y crueldad las excomu- 
niones del Papa, ni se mostraba otro camino 
más poderoso y presto que el de Gonzalo 
Fernández para que pudiesen domar este 
monstruo y librar á Roma del extremo peli- 
gro de la hambre. Fué rogado con mucha ins- 
tancia fuese contento de hacerle tanta gracia 
que con su gente fuese sobre la ciudad de 
Ostia y echase de ella al francés antes que 
llegase á ella el Rey Cario, que según era 
fama venía otra vez en Italia. El Gran Capi- 
tán oyendo los afectuosos ruegos del Sumo 
Pontífice, fué contento de hacer este servicio 
á Su Santidad, especialmente persuadiéndo- 
selo el Rey Federico, considerando cómo 
quedarían del todo libres las cosas del reino 
de Ñapóles tomando aquella ciudad. Y así 
determinó de poner en la expedición de aquel 
hecho no menor diligencia y solicitud que 
había hecho en cobrar todo el reino de Ña- 
póles. Por lo cual saliendo de Roma fué la 
vía de Rocaguillerma, adonde había dejado 
toda su gente, y dejando sobre la villa el 
ejército del Rey D. Federico, él con toda su 
gente se fué la vía de la ciudad de Ostia y se 
puso sobre ella en lugar conveniente. Menal- 
do con su soberbia no dejaba de hacer males 
ni quería escuchar ninguna condición de paz; 
puesto que el Gran Capitán le había enviado 
á decir fuese contento de dejar la ciudad en 
paz y se saliese de ella ó viese lo que deter- 
minaba de hacer sobre aquel caso, lo cual 
el Gran Capitán hizo, no por ser necesario, 



sino porque como él fuese dotado de más 
mansedumbre y humanidad que otro ningu- 
no, quería justificar su demanda y procurar 
de traerlo á su opinión sin lanzada ni sangre 
de sus soldados. Pero como el capitán Me- 
naldo fuese de natura soberbio, no tenía al 
Gran Capitán ni á su demanda en nada, antes 
luego hizo demostración de defenderse, y 
aun empezó de ofender al enemigo, porque 
pensó de sostenerse en la ciudad hasta tanto 
que el Rey de Francia viniese y le enviase 
socorro, y también porque como él tenía la 
ciudad bien proveída de bastimentos y muni- 
ciones y bien artillada y buena copia de gen- 
te de guerra, no recelaba ningún revés. El 
Gran Capitán, que muy enemigo era de los 
hombres soberbios, y teniendo por cierto 
que donde hay soberbia no puede haber for- 
taleza, habiendo gastado tres días en apare- 
jar lo necesario para dar el asalto, y habien- 
do reconocido todos los pasos y lugares por 
donde la ciudad se podía combatir, ajuntó to- 
dos los capitanes á consejo y con increíble 
juicio les dijo el lugar por donde se podía 
entrar al enemigo, que era plantando el arti- 
llería por una banda, por tener allí ocupados 
los enemigos, y por la otra banda se pusiesen 
las escalas al muro. Aparejada, pues, la jor- 
nada y hecha por el Gran Capitán una muy 
copiosa oración á su gente, por la cual les 
persuadió á ser constantes en el combatir 
y animosos á la honra española diciendo: 

ORACIÓN DEL GRaN CAPITÁN 

«Todos los españoles que aquí estamos 
pienso que nos movemos á desear la virtud y 
trabajar de haberla, porque veo que todos 
nos ejercitamos el cuerpo y lo contentamos 
con semejante mantenimiento y que todos 
somos tenidos por dignos de que igualmente 
con las más naciones antiguas y modernas 
nos igualemos y que lo mismo se pone delan- 
te los ojos del entendimiento. Todos tene- 
mos por presupuesto de servir en esto al 
Sumo Pontífice y agradar al Rey Federico y 
ensalzar nuestra nación y ganar honra y 
fama para nosotros y nuestros descendien- 
tes, mostrando cuan clara deba ser la nación 
española entre las otras. Y así seremos esti- 
mados de los presentes y de los venideros; 
pues mostrarnos valientes contra el enemigo 
no sólo conviene á los particulares, sino á 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



45 



todos en general, y esto es lo que cada uno se 
debe persuadir á sí mismo y lo que ha de te- 
ner por mejor. Agora se nos allega ya la hora 
de haber de pelear y la jornada que los de- 
seosos de honra siempre habéis procurado. 
Y esto veo que todos los hombres lo saben 
hacer, no tanto por su industria como porque 
natura se lo enseña, como también lo saben 
todos los animales, cada cual de su manera, 
sin que lo aprendan de otro sino de la natu- 
raleza. El buey hiere con el cuerno y con él 
pelea, el caballo con coces, el perro con los 
dientes, el jabalín con el colmillo, el asno con 
los brazos, el unicornio con el solo cuerno, y 
todos los animales saben guardarse del peli- 
gro. Y yo siendo muchacho á escondidas to- 
maba la espada y esgremía sin que me vie- 
sen, porque no solamente me era natural 
como el andar y correr, sino porque me pare- 
cía muy suave para el movimiento natural. 
Mas pues nos espera el combate donde más 
es menester el ánimo y osadía, el cual sé que 
antes podemos perder por sobrado ánimo 
que por flaqueza, como ya de vosotros, seño- 
res, tengo experimentado, demos lugar á las 
palabras, pues en vosotros, señores, no son 
necesarias y entendamos en lo que conviene 
como tenéis entendido». 

Y como en todos los de su ejército hallase 
un ánimo y deseo conforme al suyo, hizo 
combatir la ciudad por la una parte que le 
pareció más conveniente y muy apretada- 
mente y por la otra parte allegar las escalas 
como antes estaba determinado. De cuya 
causa, como la batería fuese tan recia con la 
artillería y allí acudiesen la mayor parte de 
los cercados, por la otra parte de la ciudad 
acudieron los escaladores, estando de esto 
bien descuidado el capitán Menaldo, y subie- 
ron con grande presteza en lo alto de la mu- 
ralla y echaron de ella los pocos que la de- 
fendían. Y apellidando «España, España», 
mataron mucha parte de los franceses que 
defendían aquella parte del muro, y así fué 
tomada Ostia y junto con el castillo. Menal- 
do el capitán, viendo sus cosas perdidas y 
abatida la bravosidad de su ánimo, solamen- 
te pidió la vida, dejándose atar vituperosa- 
mente para después ser llevado en triunfo y 
ser de todos afrentado y escarnecido él y 
otros muchos soldados y gente francesa. 
Los cuales fueron metidos debajo de estre- 
chas cadenas y guardas hasta que no quedó 



que hacer en la ciudad de Ostia. Y después 
de haber todo esto hecho, hizo meter á saco 
todas las moradas de los ciudadanos que 
habían sido de la parte de los coloneses y 
franceses contra el Pontífice. Y después de 
esto, dejó mucha, buena y escogida gente en 
guarnición de la ciudad de Ostia; y dejándo- 
la proveída juntamente con el castillo de 
todo lo necesario á su defensa, se volvió á 
Roma á dar cuenta al Sumo Pontífice de lo 
que en su servicio había hecho y por su man- 
dado y cómo había sujetado á Ostia y sacá- 
dola de poder del tirano y de los coloneses 
que tiránicamente la tenían usurpada y opri- 
mida. Y asimismo le presentó al capitán Me- 
naldo Guerra con otros muchos soldados 
principales que con él prendió, y le hizo pre- 
sente de muchas joyas y cosas ricas que en 
el saco de aquellos que le habían sido ene- 
migos hubo. Entró Gonzalo Fernández en 
Roma por la puerta de Ostia á guisa de 
triunfante, acompañado de las voces y ale- 
gría del pueblo romano, las cuales demostra- 
ban verdaderamente el gran beneficio recibi- 
do de su mano. Fué reputada aquella alegría 
por más noble que la de aquel excelente ca- 
pitán Gamillo por muchas razones que para 
ello se daban, y así despertaba grandísimo 
regocijo en todos los ciudadanos y morado- 
res de Roma. El capitán Menaldo era llevado 
atado encima de un caballo flaco, laso y can- 
sado; era su ver espantoso, así por la barba 
blanca, crecida y revuelta como por los ojos 
terribles y fieros, el cual con un amargo y en- 
fermo mirar demostraba ser del todo abati- 
do su ánimo, aunque no del todo domado. 
Era acompañada la pompa de este apacible 
espectáculo por medio de Roma con muchos 
atambores y trompetas, siguiéndole detrás la 
infantería y caballería española. Y llegaron á 
San Pedro, donde el Papa en una sala muy 
aderezada y asentado en una silla debajo un 
rico dosel recogió á Gonzalo Fernández, y el 
Colegio de los Cardenales se levantó para 
recibirle, y él se arrodilló á besarle los sacros 
pies. El Papa se levantó y besó en el rostro 
al Gran Capitán, y en un largo y grande ra- 
zonamiento que hizo le loó y engrandeció 
mucho sus hazañas valerosas, y le dio gra- 
cias por haber libertado á Roma de tanto 
trabajo y haber traído consigo el tirano y 
sus secuaces con la seguridad de toda la pa- 
tria, aunque tenía ya entendido todo lo que 



46 



CRÓNICA GENERAL 



el Gran Capitán en su servicio había hecho 
en la presa de Ostia y los gastos que había 
sustentado en animar y persuadir á sus sol- 
dados que no querían ir á la conquista de 
Ostia por no ser cosa que tocaba al manda- 
miento de sus Reyes y señores, por ser cosa 
fuera del reino de Ñapóles. A todas estas co- 
sas Gonzalo Fernández grave y modesta- 
mente respondió no demandando otra cosa 
sino, según su costumbre y la clemencia 
acostumbrada y cristiana, fuese perdonado 
el capitán Menaldo, el cual humildemente se 
le había echado á los pies, y que los ciudada- 
nos, los cuales estaban gravemente trabaja- 
dos de los gravísimos daños, gozasen por 
tiempo de diez años de libertad de no pagar 
derecho ni imposiciones algunas. Todas estas 
cosas Su Santidad á ruego de Gonzalo Fer- 
nández las concedió y al capitán Menaldo fué 
dada libertad para irse á Francia. El Gran 
Capitán quedando en Roma por algunos días 
para descansar de los trabajos pasados, de- 
seando dar fin á las alteraciones de Italia, 
pedida licencia al Sumo Pontífice se fué á 
Ñapóles para de allí ir á Rocaguillerma, don- 
de había dejado el ejército del Rey Federico. 

capítulo XXXI 

De cómo el Gran Capitán se fué con su gente 
sobre Rocaguillerma y la tomó. 

üespués que el Gran Capitán hubo cumpli- 
do con el mandamiento del Sumo Pontífice, 
según dicho es, y viendo que en todo el reino 
de Ñapóles no había cosa rebelde, sino Roca- 
guillerma, sobre la cual había dejado la gente 
del Rey D. Federico, y aquella no había hecho 
cosa ninguna después que él la había dejado, 
acordó de poner en la expedición de aquella 
empresa mucha diligencia y brevedad, porque 
ya tenía deseo de tornar en España á dar 
cuenta á sus Reyes y señores de lo que había 
hecho en el reino de Ñapóles después que de 
España vino y visitar su mujer y hijos y pa- 
rientes. Y con esto con mucha brevedad con 
su gente se puso sobre la villa de Rocagui- 
llerma, con propósito de no levantarse de so- 
bre ella si no la tomaba por fuerza ó á parti- 
do. Grande fué el pesar que los de la villa re- 
cibieron viendo venir al Gran Capitán, con- 
tra cuyas fuerzas y poder no había resisten- 
cia ninguna; pero en fin, esforzándose lo me- 



jor que podían, persuadiéndose que el Rey de 
Francia no olvidaría su fidelidad, acordaron 
defenderse como hasta allí habían hecho. El 
ejército del Rey D. Federico, viendo al Gran 
Capitán en su compañía, de las victorias del 
cual el universo estaba lleno y sus enemigos 
atemorizados y ellos como amigos hechos ani- 
mosos, no pusieron duda en la victoria y con- 
quista de aquella villa. Luego que el Gran Ca- 
pitán y su gente hubieron descansado del tra- 
bajo del camino, puso su gente en orden y 
plantada su artillería hizo batir la villa con 
grande ánimo, y allegando la gente al muro 
(aunque hacía muy grande resistencia), como 
pensase de entrarla, no hubo su designo tan 
buen efecto tan presto como quisiera, porque 
como la villa, como dicho es, fuese muy fuer- 
te y bien defendida por los de dentro, aquel 
primer acometimiento no surtió el efecto que 
deseaban. Algunos días estuvo el Gran Ca- 
pitán sobre aquella yilla, dándole cada día 
asaltos, y acometiéndola á horas impensadas 
y de diversas maneras, con ingenios exquisi- 
tos y combatiéndola fuertemente, y todos en 
vano; pero los de la villa, considerando que 
puesto que por algún tiempo se pudiesen de- 
fender, á la larga creyeron que de necesidad 
habían de venir á las manos del Gran Capi- 
tán, así porque con el tiempo les faltarían las 
vituallas y no tenían esperanza de socorro, 
acordaron que el mejor remedio y partido era 
dar la villa debajo de condición honesta, que 
era que no les fuese hecho daño en sus per- 
sonas ni haciendas y que pudiesen salir libre- 
mente si quisiesen. El Gran Capitán, entendi- 
do esto y viendo que le era mejor que no gas- 
tar en vano el tiempo sobre aquella villa tan 
fuerte, tuvo por bien de los recibir debajo de 
aquel concierto, que no había pasado poco 
trabajo en la conquista de aquella villa; pero 
la gente del ejército, hostigados de las mu- 
chas fatigas que habían sustentado en el sitio 
de aquella villa, no quisieron venir bien en 
ello, antes metidos bien en armas arremetie- 
ron todos contra la villa con muy grande de- 
seo de saquearla ó morir en la demanda. El 
Gran Capitán, metiéndose en medio procuró 
con todo su poder de apartar á los soldados 
de aquella obstinación y fuerza que hacer 
querían; pero viendo que era imposible resis- 
tir á una furia de gente como era aquella de los 
soldados, se apartó afuera, dejándolos hacer 
lo que querían, pues no podía más. Los sol- 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



47 



dados, metidas sus personas en toda afrenta, 
hicieron tanto en aquel día en acometer á los 
de Rocaguillerma que tomaron la villa, aunque 
con harto daño suyo, y metiéndose dentro la 
saquearon, que no dejaron cosa en la villa que 
no fuese puesta en toda perdición. Finalmente, 
la villa de Rocaguillerma, bien castigada de su 
contumacia y rebeldía, fué de esta manera que 
dicho es puesta debajo de la corona del Rey 
D. Federico. El Gran Capitán, viendo tomada 
aquella villa y que ya no había cosa que le de- 
tuviese en el reino de Ñapóles, dejando aquella 
villa á buen recaudo, se fué al reino de Ñapó- 
les á ver al Rey D. Federico, del cual fué muy 
bien recibido, haciéndose de ahí adelante en 
aquella ciudad y reino muy grandes fiestas y 
regocijos por ver el reino por la virtud de tan 
grande capitán puesto en toda libertad y res- 
tituido á su natural señor. En esta su venida 
el Rey D. Federico le salió á recibir fuera de 
la ciudad, y los napoUtanos aderezaron las 
calles y ventanas muy ricamente, y le aposen- 
taron en Castel-Novo, y por común consenti- 
miento de todos fué juzgado ser verdadera- 
mente merecedor del nombre de Gran Capi- 
tán. Pocos días después el Rey D. Federico, en 
recompensa de sus magníficas obras y los ser- 
vicios que le había hecho á él y al Rey D. Fer- 
nando, su sobrino y antecesor, como ya se lo 
había prometido al principio de su reinado, le 
hizo merced del señorío de Santangel, que es 
dos ciudades y siete castillos, y de ello le dio 
su patente privilegio, decorándolo de muy ex- 
celentes títulos, como por el proemio del dicho 
privilegio se demuestra cómo él de ello era 
merecedor. El cual proemio es de este tenor: 

PRIVILEGIO DEL DUCADO DE SANTANGEL, CON- 
CEDIDO POR EL REY D. FEDERICO AL GRAN 
CAPITÁN. 

«D. Federico de Aragón, Rey de Ñapóles y 
de Jerusalén, etc. Por cuanto la principal de 
todas las escogidas virtudes, que es la libera- 
lidad, fué siempre tan necesaria á los Reyes, 
que en ninguna manera se puede por ellos 
menospreciar y es tan grande que con mucho 
cuidado se debe abrazar, de donde se sigue 
que Nos, cuyos antepasados sobrepujaron en 
bien hacer y liberalidad, no solamente á los 
Reyes que hoy son, más aún á toda la anti- 
güedad y memoria de los buenos Príncipes y 
Emperadores, y por ello debemos esforzarnos 



con mucho cuidado y diligencia, con las mis- 
mas virtudes pasar adelante á los otros. Y 
como los merecimientos y virtudes de Gonza- 
lo Fernández de Aguilar y de Córdoba, ilustre 
y fuerte varón, Gran Capitán de armas de los 
serenísimos Rey y Reina de España, hayan 
sido tales, D. Fernando segundo. Rey de Sici- 
lia, nuestro muy caro sobrino, tuvo por bien 
de loar el singular esfuerzo y excelencia de 
ánimo del dicho Gonzalo Fernández, y de lo en- 
noblecer con ornamentos de honra de fortuna; 
conviene á Nos ciertamente esforzarnos que el 
resplandor de nuestra liberalidad en este hom- 
bre esclarecido resplandezca. De manera que 
pensemos no tanto en acrecentar su hacien- 
da, cuanto en ganar para Nos la alabanza 
de esta virtud de liberalidad; mayormente, 
como los Príncipes deseen ser estimados por 
tales cuales son aquellos á quien han por bien 
de hacer merced. Pues qué diremos de este 
tan gran varón, que lo podemos igualar con 
sus alabanzas, dejemos su voluntad, amor y 
acatamiento que nos ha tenido en los tiempos 
de nuestra adversidad, con qué esfuerzo, con 
qué consejo, con cuánto peligro de su vida 
quitó tan presto de las manos de los crueles 
franceses toda la Calabria y puso so nuestro 
poderío. Y como quiera que libremente de- 
bemos confesar que de todo ello somos deu- 
dores á aquellos invictísimos Rey y Reina, pa- 
dre y madre nuestros muy católicos, que con 
su favor esta guerra francesa tan feroz y tan 
dañosa y peligrosa ha sido acabada. Pero el 
esfuerzo, lealtad, bondad, consejo y gravedad 
del dicho Gonzalo Fernández, no menos nos 
ha ayudado que la grandeza y autoridad de 
los dichos Rey y Reina. Tanto, que no sola- 
mente con gran razón creemos que nos fué 
por ellos enviado, mas que descendió del cielo 
para Nos. Y como quiera que á sus Majesta- 
des (porque una cosa digamos muchas veces) 
confesamos de muchas cosas y más verdade- 
ramente de todas serles en cargo, á las cuales 
creemos no podríamos satisfacer con el pre- 
cio de nuestra vida, pero no podemos afirmar 
que Sus Majestades nos hayan hecho mayor 
ni más agradable beneficio, que habernos dado 
manera de mostrar en los buenos hombres el 
agradecimiento y buena voluntad de nuestro 
ánimo; que cualquiera cosa que en Nos hay 
de cuidado, de consejo, de trabajo, todo ello 
nos parece que se debe emplear en ejercitar 
estas excelentes virtudes. Por ende, aunque 



46 



CRÓNICA GENERAL 



al dicho Gonzalo Fernández no es necesario, 
pero á Nos es cosa muy útil y honestísima 
honrarle de títulos y mercedes y remunerarle 
de premios y honras, aunque él por su ver- 
güenza y templanza singular no lo pida ni lo 
desee, y que así como sus merecimientos y 
servicios hechos por él á Nos era al dicho Rey 
D. Fernando, de que es testigo la Calabria, 
son testigos las aldeas y casares de Cosencia, 
es testigo el estrago que hizo en los enemigos 
cabe Murano, es testigo aquella hazaña digna 
de memoria de Laurino, es testigo la victoria 
que nos dio su venida en Atella, es testigo 
Barleta, que poco antes se había rebelado con 
la Calabria, otra vez por él recobradas, es tes- 
tigo esto postrero del Duque de Sora y del 
prefecto, es testigo todo este nuestro reino, 
son testigos los enemigos vencidos y desba- 
ratados, somos en fin testigo Nos mismo del 
esfuerzo de su corazón y las cosas por él no- 
blemente hechas. No las habernos sospechado, 
no pensado, mas sabémoslas; no las habemos 
oído, mas visto. Así que de la liberalidad de 
nuestro ánimo y debido agradecimiento, que- 
remos que dé testimonio este nuestro privi- 
legio, con el cual queda para los venideros 
perpetua memoria y demostración de nuestro 
amor, gracia y buena voluntad que tenemos 
al dicho Gonzalo Fernández, con soberana ala- 
banza suya. Sea, pues, á Nos y al dicho Gon- 
zalo Fernández y á sus hijos y á nuestio rei- 
no próspero, favorable, que Nos hacemos Du- 
que de título y nombre y con insignias de Du- 
que le ennoblecemos y damos el señorío del 
Ducado de Santangelo, con sus tierras, ciu- 
dades, villas, lugares y fortalezas, etc.» 

Por donde claro se muestra las cosas del 
Gran Capitán ser tales, que en mucho mayor 
volumen que éste no podrían explicar ni ex- 
primir, no digo todas por menudo, pero aun 
algunas de ellas que por olvido han quedado 
sepultadas, pues son tenidas por tan heroicas 
y alabadas de un tan excelente Rey como el 
Rey D. Federico de Ñapóles. 

CAPÍTULO XXXII 

Cómo el Gran Capitán pasó d Sicilia para irse 
de alli d España, y de cómo fué necesario 
tornar en el reino de Ñapóles por razón de 
muchas tierras que se habían rebelado. 

Habiendo el Gran Capitán descansado algu- 
nos días en Ñapóles, pasando todo el tiempo 



que allí estuvo mucho á su contentamiento, y 
viendo que ya era tiempo de volverse á Es- 
paña á dar cuenta á sus Reyes de lo que había 
hecho en el reino de Ñapóles, considerando 
que se le pasaba el tiempo en placeres sin bus- 
car cosa en que se ejercitase é hiciese algún 
fruto su fama, para que fuese puesta en ma- 
yor estimación y alteza, determinó, dejando 
sus delicias y al Rey D. Federico en el mayor 
sosiego y estado de su reino que jamás había 
estado, de pasarse en Sicilia para dar orden 
en la administración del gobierno de aquel 
reino, porque así se lo habían enviado á decir 
los Reyes de España, y que había entendido 
que los sicilianos estaban quejosos del Viso- 
rrey D. Juan de Lanuza, que no gobernaba 
aquel reino á su voluntad, y las salidas del tri- 
go se cobraban con poca diligencia y no muy 
fielmente, en muy grande daño y deservicio 
del Rey y menoscabo de las haciendas de los 
del reino. Y así queriéndose partir mandó lla- 
mar toda su gente que tenía aposentada en 
Rocaguillerma y sus confines, á los cuales dixo 
que era su intención pasar en Sicilia por lo 
que convenía á su Rey y á aquel reino, y que 
en tanto les rogaba sirviesen al Rey D. Fede- 
rico, porque él determinaba dejarlos aposen- 
tados en aquel reino en tanto que otra cosa 
no determinaba el Rey de España, su señor, en 
donde podían descansar algún tiempo hasta 
que en otras cosas su virtud fuese menester 
emplearse. Y así dejándolos con harta triste- 
za por su partida él se fué á Ñapóles á pedir 
licencia al Rey D. Federico para pasar en Si- 
cilia, como dicho está, el cual con mucho pe- 
sar y tristeza se la dio, viendo que no podía 
hacer otra cosa. Y de esta manera besándole 
las manos se despidió y se pasó á Sicilia, don- 
de era muy esperado de los sicilianos. Y lla- 
máronse luego Cortes en Palermo, y en breves 
días, con grande autoridad y moderación con- 
certados los negocios, proveyó muy sabia- 
mente en lo que al estado de aquel reino cum- 
plía; y ciertamente todo el tiempo que en Si- 
cilia estuvo no pasó hora que no fuese gas- 
tada en provecho y utilidad y aumento de 
aquella tierra y servicio de su Rey, entrando 
cada día en consejo, haciendo fortalecer muy 
bien las ciudades, villas y castillos de la cos- 
ta. Finalmente, él hizo por entero todo aque- 
llo que un tan valeroso y excelente Capitán 
debía hacer conforme á lo que le había sido 
cometido por su Rey, porque era tan univer- 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



49 



sal el Gran Capitán y le dotó Dios de tantas 
y tan extremadas gracias, que no sólo metido 
en las cosas de la guerra era para aquello de 
gran prudencia, ánimo y consejo, pero aun en 
los casos de la gobernación de gente, de rei- 
nos y provincias en tiempo de paz era saga- 
císimo y avisado cuanto convenía. Y así seve- 
ramente persuadió á D. Juan de Lanuza, Vi- 
sorrey de Sicilia, que amorosamente y sin ex- 
trañeza gobernase aquel reino. Pues habien- 
do, como dicho es, sosegado todas las altera- 
ciones de aquella tierra, como algunos lugares 
del reino de Ñapóles antes hubiesen obedeci- 
do al Rey D. Federico más con temor del 
Gran Capitán que no de su voluntad, y como 
viesen ya ser pasado Gonzalo Fernández en 
Sicilia, reveláronse contra el Rey de Ñapóles 
y se comenzaron á desasosegar, por lo cual 
necesitado el Rey D. Federico envió á llamar 
al Gran Capitán, rogándole que diese la vuel- 
ta para Ñapóles, porque algunos lugares de 
aquel reino se le habían rebelado y temía no 
se le alborotasen y causasen alguna sedición 
contra él en aquel reino. Por donde el Gran 
Capitán, habiendo ya dado orden en lo que al 
reino de Sicilia convenía, volvió en Italia con 
mucha presteza y halló al Rey en campaña 
allende el río Silario, estando para combatir la 
noble ciudad de Diano. El Gran Capitán reco- 
gió su gente que había dejado aposentada por 
el reino de Ñapóles, viendo que los dianeses 
vasallos de Antonello, Príncipe de Salerno, de 
la casa de S. Severino, favorecían la parte An- 
joína, y estos solos entre todos los otros no 
habían perdido en nada la esperanza y favor 
del francés, porque tenía por cierto que la ar- 
mada francesa había de venir en aquella ribe- 
ra á renovar la guerra, confiados en la forta- 
leza del lugar y en la muchedumbre de vitua- 
llas que aparejadas tenían de antes, Y pensa- 
ban que les sería tenido á grande honra si 
habiéndose rendido los otros al Rey vence- 
dor, ellos casi solos entre todos hubiesen 
mantenido la fe. Probó el Gran Capitán con 
parlamentos de reconciliar á los dianeses con 
el Rey, mas todo fué en vano para con la loca 
multitud de los ánimos obstinados que tenían, 
ofreciéndoles él como medianero condiciones 
de humanidad grandísima. Pero al fin el nego- 
cio se volvió á la fuerza y rigor de la guerra 
y armas, y por el mandado del Gran Capitán 
fué en dos partes plantada la artillería y trin- 
chea, las cuales cubrían á los que combatían. 

Crónicas del Gran Capitán.- 4 



El batir duró algunos días; la largueza de la 
fatiga encendía cada día más los ánimos á los 
soldados españoles en la esperanza de la pre- 
sa y de la venganza. Los cercados, por el con- 
trarío, con el temor de la muerte y del casti- 
go, aunque cansados del cuerpo y con fatiga 
del ánimo se mantenían en la última obstina- 
ción y porfía. Mas la humanidad del Gran Ca- 
pitán mandó poner fín á la batería; porque los 
dianeses, domados de la hambre y presos, es- 
perando como merecedores del último casti- 
go, por su intercesión fueron perdonados del 
Rey Federico. Después de esto fué tomada 
otra vilia, que decían Atreví, con otros lu- 
gares comarcanos que también se habían re- 
belado. Vuelto á Ñapóles con aquella pros- 
peridad y estando con el Rey, recibió cartas 
por las cuales le mandaba el Rey D. Fernan- 
do de Aragón que viniese á España para in- 
formarse del muy particularmente de la cosas 
acaecidas en el reino de Ñapóles. Entendido 
lo que pasaba, el Rey D. Federico le dijo que 
tomase lo mejor que le pareciese en el reino 
por sus trabajos. Pero el Gran Capitán no 
quiso ninguna más de amonestarle que pro- 
curase de conservarse en aquel reino tratan- 
do á sus vasallos de tal manera que tenién- 
dole el debido amor que como á su Rey y se- 
ñoc deben tener los subditos, no les causase 
lo contrario. El cual después de agradecido 
su buen parecer, comunicó con él muchas co- 
sas muy importantes á aquel reino en mucho 
secreto. Pues habida su licencia, aunque con 
hartas lágrimas y sollozos, embarcado que fué 
en la armada con la más escogida gente, y en 
especial con los capitanes de caballos y infan- 
tería, los cuales en muchas guerras habían 
hecho grandes hazañas dignas de grande loor 
y premio, navegó para España. Cosa digna de 
memoria es decir con cuánta honra el Rey 
don Fernando y la Reina doña Isabel recibie- 
ron al Gran Capitán, confesando á boca llena 
el Rey que mucha más gloria había recibido y 
adquirido la corona de España habiendo tor- 
nado á sus parientes en su antiguo reino y 
echado de aquel los franceses enemigos por 
medio del Gran Capitán que no él por la pre- 
sa de Granada y por haber echado los moros 
de aquel reino. Bien demostró el Rey con 
efecto que aquel loor "y honra que le daba no 
procedía de lisonja ni adulación, sino de juicio 
de ánimo libre y verdadero. Y así dijo el Rey 
al Gran Capitán alargándose de la silla y abra- 



k 



50 



CRÓNICA GENERAL DEL GRAN CAPITÁN 



zándolo: Gran Capitán, la ventaja que á los 
vuestros lleváis en la guerra, en la paz os lo 
han tomado hoy, y esto decía porque el Gran 
Capitán acostumbraba ser el primero en la 
lid y el postrero que de ella salía. El Gran Ca- 
pitán besando las manos á sus Reyes con el 
acatamiento debido les dio cuenta y relación 
entera de lo que después que pasó en el rei- 
no de Ñapóles había hecho, diciendo en cuán- 
to sosiego y quietud quedaba á la sazón el 
reino de Ñapóles, y que según creía duraría 
muchos años sin tornar á reinar los franceses 
en él tan libremente como otros años habían 



reinado, aunque también les dijo cuan dudoso 
quedaba de sosiego, porque se decía que el 
Rey de Francia de nuevo hacía gente y se 
creía que quería volver sobre aquel reino. 
Pero sobreviniendo la nueva de la muerte del 
Rey Cario octavo. Rey de Francia, ya nom- 
brado, estuvo algún tiempo aquel reino pací- 
fico hasta que el Rey Luis, sucesor de Cario, 
pasó segunda vez en el reino de Ñapóles, se- 
gún que en la segunda parte de esta crónica 
se dirá. Pero en tanto trataremos otras cosas 
que en este medio sucedieron en España y 
otras partes. 



Fin de la primera conquista del reino de Ñapóles, hecha por el Gran Capitán 
Gonzalo Fernández de Aquilar y de Córdoba. 




LIBRO SEGUNDO 



DE LA 



CONQUISTA DEL REINO DE ÑAPÓLES 



HECHA POR EL 



GRAN CAPITÁN GONZALO FERNÁNDEZ DE AGUILAR Y DE CÓRDOBA 



CAPÍTULO I 

De cómo los moros de Granada se levantaron 
con las Alpujarras y el Gran Capitán los 
venció y sujetó. 

No habían pasado dos años después de la 
venida del Gran Capitán en España por 
mandado de su Rey, como está dicho, creyen- 
do ya haber hallado reposo en sus tierras 
de sus tantos trabajos pasados, la fortuna 
(la cual le había estado siempre firme y ver- 
dadera compañera de la virtud) le presentó á 
la hora nueva manera de guerra, y fué que 
los moros del reino de Granada se amotina- 
ron, los cuales no habían querido seguir al 
Rey Boabdelín, vencido en la batalla, el cual 
perdido que hubo el reino se partió de Espa- 
ña, y ellos habían sido recibidos en fe debajo 
de ciertos capítulos y condiciones. Metiéron- 
se en armas y dieron señal de una nueva é 
importantísima guerra; porque no podían su- 
frir de ser constreñidos á baptizarse, é hicié- 
ronse fuertes en el Alpujarra á una falda de 
la montaña en un lugar que se dice Lanjarón 
y parece que llamaban de la vecina Berbería 
un mozo de sangre real á la esperanza del 
reino. El cual favorecido de grandes ayudas 
de bárbaros parecía que de cada hora se 
aguardaba en España. El Rey D. Fernando, 
desvelado con este tumulto, mandó á todos 
los grandes que por el bien y reputación de 
España ajuntasen sus gentes y en breve tiem- 



po fueron juntos seis mil hombres de guerra. 
Y hizo de su ejército Capitán general á Gon- 
zalo Fernández, la cual determinación fué á 
la verdad con maduro consejo hecha por no 
dar desabrimiento á los grandes que no que- 
rían que ninguno de su orden y potencia les 
fuese preferido. Y de su voluntad holgaban 
de seguir á uno que fuese inferior de ellos 
en señorío, el cual se aventajase en esfuerzo 
y plática en las cosas de guerra á los otros. 
Porque aunque Gonzalo Fernández no se 
pudiese igualar en el estado y patrimonio 
con los señores de Castilla, porque todo el 
estado del padre según las leyes de Castilla 
pertenecía por el mayorazgo á su hermano 
D. Alonso, él solo por su merecimiento y va- 
lor era tenido y se trataba como los más 
principales. Pues así escogido por Capitán 
general, como dicho es, y por todos acepta- 
do la elección, con grande diligencia hizo re- 
seña y mandó á su hermano D. Alonso de 
Aguilar, que era capitán de una banda de ca- 
ballos, que cerrase la orden y marchase para 
sus enemigos. Y como llegaron cerca de Lan- 
jarón el Gran Capitán mandó que la gante de 
caballo por la halda de la montaña, que es 
hacia lo llano, diesen una vista haciendo de- 
mostración de querer combatir el fuerte de 
los enemigos. Y en tanto que el enemigo es- 
taba atento mirando la gente de caballo y 
empezando algunas escaramuzas ligeras en- 
tre ellos, el Gran Capitán con la infantería 
muy secretamente subió á lo alto de la mon- 



52 



CRÓNICA GENERAL 



taña, y al tiempo que la gente de á caballo 
andaban envueltos con los moros, que bien 
descuidados estaban de la sobrevenida de 
los infantes, llegó Gonzalo Fernández con su 
gente y dio en ellos de tal manera que si lle- 
gara al cabo de su designo no quedara moro 
de ellos á vida, aunque peleaban como hom- 
bres desesperados y con intención de morir 
antes que rendirse. Mas Gonzalo Fernández, 
como aquel que era más inclinado á piedad y 
mansedumbre que no á crueldad y rigor, y 
como era conocido de los moros por tantos 
razonamientos que con sus Reyes había te- 
nido y siempre había sido entre ellos y su 
Rey benigno arbitro de paz ofreciéndoles ho- 
nestísimas condiciones, teniendo por ayuda- 
dor á D. Iñigo de Mendoza, Conde de Tendi- 
11a, Alcaide de Alhambra, fueron del Rey per- 
donados todos sus errores y rebelión y todo 
el reino de Granada fué pacífico. Ganó en 
esto Gonzalo Fernández grande loor de hu- 
manidad é industria igual á la gloria de la 
guerra pasada, pues con haberse fundado en 
la elocuencia juntamente con el ejercicio mi- 
litar, había traído á una tan buena y breve 
conclusión un negocio tan importante y cali- 
ficado, tan provechoso á la Corona real y casi 
sin derramamiento de sangre. Y esto causó 
la reputación en que los moros al Gran Capi- 
tán tenían, al cual tenían más temor que á 
todos los otros capitanes. Y así la principal 
causa por que tan presto y tan voluntariamen- 
te se dieron á partido fué ésta. 

CAPÍTULO II 

Del aparejo que el Rey Luis de Francia hizo 
para venir sobre el ducado de Milán y el 
turco para venir sobre los venecianos. 

Dos estados en Italia han sido siempre de 
los Reyes de Francia muy deseados y aun 
procurados con todas sus fuerzas y mañas. 
El uno el reino de Ñapóles, de cuya conquista 
se ha tratado y tratará, y el otro el ducado 
de Milán, por los derechos que pretenden á 
ellos tener aunque falsa y fingidamente. Y ansí 
como esta opinión después que el Gran Ca- 
pitán pasó en España, como en el primero 
libro se recita, que fué en el año del Señor de 
mil y cuatrocientos y noventa y siete, el esta- 
do del reino de Ñapóles estuvo en mucho so- 
siego y paz por algunos años, hasta que el 



Rey Luis de Francia, onceno de aquel nom- 
bre, sucesor del Rey Cario octavo, pasó se- 
gunda vez en Ñapóles, que fué en el año de 
mil y cuatrocientos y noventa y nueve, según 
que adelante se dirá. Entre el cual y el Papa 
Alejandro con venecianos y florentines ha- 
bían hecho una liga muy dañosa á Italia con- 
tra Ludovico Esforcia, Duque de Milán y con- 
tra el Rey Federico de Ñapóles. Con estas 
condiciones: que al Rey Luis de Francia se 
adjudicase Milán, á venecianos Cremona, á 
Césaro Borja, hijo del Papa Alejandro (el 
cual habiendo, como en el primero libro se 
cuenta, muerto cruelmente á su hermano el 
Duque de Gandía, había desechado el capelo 
de Cardenal y había en Francia tomado por 
mujer á Carlota de Labrit,parienta del Rey de 
Navarra) se le diese favor y ayuda con la 
cual aniquilase y desterrase toda la casta y 
linaje de los antiguos Príncipes y se hiciese 
señor de la Romanía y de la Marca de Anco- 
na y de la Umbría, y el Rey Luis de Francia 
se tomaría para sí el reino de Ñapóles. Fué 
con tanta astucia tenida en secreto esta liga, 
que jamás llegó á noticia del Rey Federico 
de Ñapóles, el cual en cualquier temor y peli- 
gro, de ninguno esperaba mayor ni más cier- 
to socorro que del Rey D. Fernando de Ara- 
gón, su pariente y viejo defensor. Ludovico 
Esforcia, Duque de Milán, viéndose rodeado 
de aquella cruel conjuración de Príncipes y 
aguardando en vano el socorro del Empera- 
dor Maximiliano, el cual estaba necesitado de 
dineros y entonces le hacían guerra los sui- 
zos y grisones, envió embajadores á Bayace- 
to, Emperador de los turcos, dándole á en- 
tender que aquella conjuración se hacía con 
mal fin y con designo que después que estos 
Príncipes pusiesen fin á la guerra de Italia, 
conforme á sus pensamientos, se ajuntarían 
en uno y pasando en Grecia le harían á él la 
guerra en Constantinopla y en otras partes 
muy cruda, así por la mar como por la tierra. 
La orden que en la liga se tuvo, según algu- 
nos escritores de aquel tiempo, fué de esta 
manera: que como el Rey Luis de Francia hu- 
biese, según dicho es, sucedido en el reino 
por muerte de Cario octavo de aquel nom- 
bre y le trajesen á la memoria el derecho que 
los Reyes de Francia sus antecesores tenían 
al ducado de Milán y reino de Ñapóles, aun- 
que debajo de disimulado título fingían ser 
legítimo y verdadero y así lo pretendían, fué 



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DEL GRAN CAPITÁN 



53 



inclinado á conquistar aquellas señorías. Y 
como fué por algunos entendida su voluntad, 
que era recuperar para sí y su corona como 
cosa propia aquellos señoríos, viéndole hacer 
alguna diligencia para ello juntando ejército 
y aparejando otras cosas y municiones á se- 
mejante empresa necesarias y convenientes, 
algunos príncipes y señores de Italia, como 
más por necesidad que por voluntad habían 
en el tiempo que allí estuvo el Gran Capitán 
dejado al francés, como no hallaban quien les 
amparase y se les habían rendido, compelidos 
agora teniendo aliento y respiradero por la 
nueva que se divulgaba, dejaron la amistad 
que de necesidad habían tomado y allegáron- 
se á la vieja del francés, y tan del todo se mu- 
daron que en una tan temida venida como la 
del Rey Luis de Francia, rompiendo la liga 
que entre ellos había, quisieron ser unos á 
otros contrarios, como lo fueron los venecia- 
nos con el Duque de Milán. Y esto fué por 
una diferencia que entre sí tenian sóbrela 
señoría de Pisa, que fué causa que los vene- 
cianos, por ocasión de la enemistad que con 
el Duque de Milán tenían, determinaron ha- 
cer nueva liga como amigos de novedades, 
no según á sus antiguos, sino según sus co- 
sas y obras modernas. Y así enviaron sus 
embajadores al Rey Luis de Francia, enten- 
diendo que juntándose con el que pretendía 
el ducado de Milán, se vengarían de su ene- 
migo el Duque, lo que por sí solos no se 
atrevían ni sentían suficientes y poderosos, 
dando al Rey de Francia á entender lo mucho 
que se habían holgado por la nueva elec- 
ción suya en el reino de Francia y ofrecién- 
dose de favorecerle y ayudarle para que pu- 
diese tomar el estado de Milán, conociendo 
que de derecho los Reyes de Francia tenían 
justo título de ser señores del. Y los que lo 
poseían era tirana é injustamente desde la 
muerte de Filipo María, tercero Duque de 
Milán hasta agora. Y esta embajada no tanto 
la hicieron los venecianos por hacer bien ni 
servicio al Rey Luis de Francia, cuanto por la 
enemistad que como dicho es tenían al Duque 
de Milán, considerando que quitaban delante 
de sí un grande empacho á su desordenada co- 
dicia quitado de cabe sí al Duque de Milán, el 
cual á cualquier cosa que injusta emprendie- 
sen les podría poner obstáculo é impedimen- 
to, y también porque tenían una secreta co- 
dicia y deseo de extender su estado y seño- 



ría, y esto era con fin que como su Senado, á 
su opinión, lo tuviesen por perpetuo y los 
Reyes fuesen mortales y no duraderos, á lo 
menos tanto como los Senados, de esta suer- 
te siendo amigos del Rey de Francia y sus 
confederados compañeros y aliados, el esta- 
do de Milán por discurso de tiempo podría 
venir debajo de su imperio y señorío, y sus 
límites y confines se extenderían mucho más 
y serían y valdrían mucho más de lo que an- 
tiguamente en el tiempo de sus predecesores 
había valido. Otrosí los venecianos envia- 
ron sus embajadores al Papa Alejandro sex- 
to, sin la ayuda del cual tenían por cierto que 
su pensamiento no vendría en el efecto que 
deseaban. Al cual los embajadores, entre otras 
cosas que le dijeron, le trajeron á la memoria 
cómo la dignidad pontifical era transitoria y 
que por esta razón y otras muchas que el 
embajador le dijo, debía en tanto que Dios 
le daba vida procurar de haber algún buen 
estado para César Valentino, su hijo, el cual 
si Su Santidad era servido podía en breve 
adquirir y aquistar las señorías de Imola, 
Forli, Pésaro y Faenza juntándose con el Rey 
de Francia y otros sus aliados contra el Du- 
que de Milán Francisco Esforza, contra el 
cual el Rey de Francia sin duda ninguna pa- 
saba su grueso ejército en Italia, y que esto 
debían hacer ajuntándose todos y haciendo 
una masa y hermanándose debajo de capítulos 
y conciertos útiles y provechosos para todos 
y á su parte y contra el Duque de Milán su 
enemigo y hombre solo, sin adjuditorio ni de- 
fensión de nadie. Tanto hicieron y supieron 
decir los venecianos, y por tales términos, 
que convencieron al Pontífice, que fué por su 
industria persuadido á favorecer al Rey de 
Francia contra el Duque de Milán. Concerta- 
do que fué esto, luego del Papa Alejandro 
fué avisado el Rey de Francia, enviándole á 
decir por sus embajadores la voluntad y 
amor que tenía á sus cosas y al acrecenta- 
miento de su señorío y reino. Y que sabiendo 
cómo quería enviar gente contra el ducado 
de Milán, movido por el derecho que á los 
Reyes de Francia en aquel ducado competía 
y presupuesto que era así verdad como así 
se publicaba, él se ofrecía de le ayudar con 
todo su poder juntamente con los venecia- 
nos, que no menor deseo demostraban á su 
servicio que sus proprios vasallos y subdi- 
tos. El Rey de Francia fué de esto muy ale- 



54 



CRÓNICA GENERAL 



gre, y no poniendo de ahí adelante duda en 
ganar el ducado de Milán, se dispuso más li- 
bremente á su empresa como cosa hecha. Y 
así luego respondió con sus cartas y mensa- 
jeros así al Pontífice como á los venecianos y 
otros aliados de quien había en este caso re- 
cibido embajadas, agradeciéndoles el amor y 
voluntad que le mostraban. Y también envió 
sus embaja,dores para que con aquellos Prín- 
cipes asentasen sus condiciones y capitula- 
ciones de amistad y confederación, los cuales 
ajuntándose fué entre ellos el concierto en 
esta manera: Primeramente, que el Rey de 
Francia después de haber ganado el ducado 
de Milán fuese obligado á favorecer con su 
gente al Papa Alejandro para conquistar el 
estado de Imola, Forli, Pésaro y Faenza para 
César Valentino su hijo. ítem, que después de 
haber ganado estos estados fuese obligado 
el Papa á ayudar al Rey de Francia para 
conquistar el reino de Ñapóles juntamente 
con los venecianos. ítem, que por el trabajo 
y gastos que los venecianos habían en aque- 
lla liga y socorro, el Rey de Francia fuese 
obligado á dar á los venecianos la ciudad 
de Cremona con todo el Cremonés y Gerada- 
da hasta el río á cuarenta brazas Estos, 
pues, fueron los capítulos y condiciones en- 
tre el Papa Alejandro y el Rey Luis de Fran- 
cia y los venecianos, los cuales asentados y 
jurados por las partes, fueron luego prego- 
nados; lo cual fué á veinticinco días del mes 
de Marzo del año de nuestra salvación de 
mil y cuatrocientos y noventa y nueve. Y 
luego entendieron cada uno de ellos en gri- 
tar y sueldo recoger gentes, municiones y 
pertrechos para entender primero en ir so- 
bre Milán. 

CAPÍTULO III 

Del grande ejército que el Rey de Francia en- 
vió sobre Milán, y de cómo el Duque de 
Milán se fué á Alemana por gente de so- 
corro. 

Cuanto sean los negocios de mayor calidad 
tanto más deben ser pensados y medidos con 
el nivel del buen juicio por los discretos, por- 
que no trayan las inadvertencias desusados 
inopinados fines. Y así por esta razón el Rey 
de Francia, como hombre sagaz y de buen en- 
tendimiento y consejo, considerando los in- 



convenientes que de esta empresa se le po- 
dían seguir, sabiendo cuan obligado fuese el 
Emperador Maximiliano á favorecer al Duque 
de Milán por razón que le era feudatario, pa- 
recióle que sería bien concertarse con los sui- 
zos del Buey y del Grifo, dándoles una grande 
suma de dinero por que le ayudasen y no le 
fuesen contrarios, y aun inquietasen y moles- 
tasen al Emperador Maximiliano de tal mane- 
ra que él no pudiese bajar á dar socorro al 
Duque de Milán, como ya tenemos dicho que 
lo hacían (y la causa era ésta). Asimismo se 
confederó con el Rey D. Fernando de España, 
haciéndose su amigo, lo cual hizo con color 
que como nuevo Rey de Francia quería con- 
federarse y aliarse con todos los Príncipes 
cristianos y hacer una grande armada para ir 
cont'a el turco. El Rey D. Fernando creyendo 
su embajada y no creyendo ser su ánimo tan 
doblado é inicuo prometióle amistad. Allende 
de esto se concertó y entendió con los seño- 
res del estado de Borgoña, haciendo con ellos 
la misma amistad que con los otros. Después 
de hecho esto, recelando que con la dilación 
del tiempo alguno de sus aliados podría mu- 
darse de su opinión y ponerle algún impedi- 
mento á su propósito, con una increíble pres- 
teza envió su ejército contra el ducado de 
Milán, con el cual envió por Capitán general 
á monsiur de la Tramulla. Este capitán fran- 
frés vino, como dicho es, sobre el ducado de 
Milán con voluntad y propósito de hacer en 
aquel negocio tales cosas que sirviendo á su 
Rey quedase de él entera memoria. Allegado, 
pues, que fué monsiur de la Tramulla capitán 
en el Piamonte, con toda su gente junto á la 
ciudad de Aste, que fué en el mismo año de 
mil y cuatrocientos y noventa y nueve, toda 
la gente de aquella región se comenzó de al- 
borotar y poner en armas, señaladamente los 
milaneses, por la venida suya, mayormente vi- 
niendo con tan superbo ejército; pero el Duque 
de Milán que temía la venida de los franceses 
sobre él, por razón que cuando fué alzado por 
Rey de Francia el Rey Luis escribió cartas á to- 
dos los Príncipes de Italia de mucha amistad 
para congratularse cOn ellos y á él no le había 
escrito, y en todas sus cartas se intitulaba Rey 
de Francia y Duque de Milán, y así el Duque 
siempre había recelado que el Rey de Francia 
tenía voluntad de quererle quitar el ducado 
de Milán. Y así con este presupuesto conside- 
ró lo que debía hacer en aquel caso, y halló 



é 



DEL GRAN CAPITÁN 



55 



que pensar defenderse á mano armada contra 
un tan poderoso enemigo era imposible, y que 
se ponía él con su gente y estado en grande 
riesgo. Señaladamente que llegaba ya á su 
noticia que los venecianos le favorecían y 
habían enviado su gente con el Conde Pitilia- 
no, y lo mismo había hecho el Pontífice, que 
le había enviado su ejército con el Duque Va- 
lentino, su hijo, de cuya causa él no se podía 
sustentar. Por lo cual, echados muchos juicios, 
á la fin se resolvió en procurar algún concier- 
to con el francés, pensando que de aquella 
manera apartaría las guerras de su señorío, y 
con este acuerdo envió á decir al Rey de Fran- 
cia que si era su voluntad él se concertaría 
con él de esta manera: que le dejase en paz en 
el ducado de Milán durante sus días, y des- 
pués de él sus hijos lo poseyesen por tiempo 
de dos años, después de los cuales el ducado 
de Milán viniese á la corona de Francia, ha- 
biendo hijos legítimos, y que por el mismo 
caso fuese obligado el Duque de Milán de dar 
al Rey de Francia luego de presente doscien- 
tos mil ducados. En este partido y concierto 
viniera el Rey de Francia si el Emperador 
Maximiliano, entendiendo lo que entre el Rey 
y el Duque pasaba, con sus letras no lo estor- 
bara, enviando á decir al Duque de Milán no 
apuntase ninguna cosa con el Rey de Francia, 
porque él le favorecería de manera que se 
pudiese defender en su estado. Y á esta cau- 
sa, con la esperanza del Emperador, el Duque 
retirado de su propósito se puso en armas y 
entendió en defenderse. Verdad es que no 
dejó de tener temor viendo el crecido ejérci- 
to del Rey de Francia y tan allegado á él, y así 
no se atrevió de aguardalle en campaña, sino 
por las mejores maneras que pudiese entrete- 
nelle á veces con tratos y á veces con escara- 
muzas, en tanto que le venía el socorro del 
Emperador, y cuando aquel le faltase tenía 
entendido que no podía dejar de venir á poder 
del Rey de Francia con algún partido. Y así se 
detuvo algunos días, en los cuales como viese 
la tardanza del socorro del Emperador, deter- 
minó de ir él en persona por gente á Alemana 
dándoles buenos partidos. Y para esto dejan- 
do el castillo de Milán muy bien proveído de 
gente, provisiones y municiones y otros per- 
trechos á la defensa de aquél necesarias, y 
asimismo otras fuerzas del estado, y dejando 
por castellano del castillo de Milán á un ca- 
marero suyo de quien él mucho se fiaba, lla- 



mado Bernardino Cortés, natural de Pavía, él 
se fué á Alemana, encargándole primero mi- 
rase cómo el crédito y fidelidad que de él te- 
nía entendidos y conocidos le habían movido 
antes á él que á otro dejar tan grande cargo 
como era la guarda de aquel castillo dé .Miláii, 
el cual era la llave de todo el ducado, y que 
si aquel se perdía era perdido todo aquel es- 
tado, por lo cual le encargó mucho mirase que 
usase bien del cargo que le cometía, que él le 
prometía dentro de tres meses de lo socorrer 
y darle en su señorío tierras con que viviese 
mucho á su honra. Bernardino Cortés viendo 
el buen concepto que el Duque su señor tenia 
de su fe, le respondió con mucha gratitud pro- 
metiéndole de tener el castillo, no sólo tres 
meses, pero tres años si necesidad hubiese 
aunque no fuese socorrido, pues tenía basti- 
mento y gente y municiones bien bastantes. A 
lo cual le obligaba no solo ser su criado, pero 
el crédito y confianza que de él más que de 
otro ninguno mostraba tener dejándole un tan 
fuerte é importante castillo en guarda. Con 
esto el Duque de Milán se partió la vía de 
Alemana, en donde estuvo muchos más días 
de los que pensaba haciendo gente la más que 
podía y le era menester para defensión de su 
estado. 

CAPÍTULO IIII 

De cómo Bernardino Cortés, castellano del cas- 
tillo de Milán, vendió el castillo á los fran- 
ceses. 

Partido, pues, que fué el Duque de Milán, 
Francisco Esforcia, la vía de Alemana, los 
franceses desvelados con el deseo de ensan- 
char su señoría, se empezaron á meter por 
las tierras del ducado de tal manera, que las 
unas por fuerza y las otras de grado en breve 
tiempo se sometieron á su imperio. El caste- 
llano Bernardino Cortés, á quien, según dicho 
es, había dejado el cargo de castellano, no 
mirando los beneficios del Duque recibidos 
ni su prometida fe, así como fementido, esti- 
mando más el dinero que el francés le prome- 
tía que la fama y honra suya y de sus des- 
cendientes, y el título tan honrado que de ser 
castellano fiel de un tan honrado castillo po- 
día alcanzar, posponiendo la honra por la utili- 
dad, dentro de diez días después de la partida 
del Duque vendió el castillo á los franceses, 
de lo cual redundó grandísimo daño en el 



56 



CRÓNICA GENERAL 



ducado, porque las tierras y castillos que no 
se habían querido dar á los franceses, viendo 
el castillo y principal cabeza de aquella seño- 
ría en poder de los enemigos, no supieron 
cómo detenerse ni ampararse, por lo cual to- 
dos, aunque contra su voluntad, se dieron á 
los franceses. En este tiempo los milaneses 
que tenían la voluntad del Duque, con mucha 
diligencia le hicieron saber el estado de Milán 
y en qué términos estaba y lo que después 
de su partida había sucedido, y cómo el cas- 
tellano Bernardino Cortés había usado de su 
oficio con tanto aleve, y que aquello había sido 
la principal parte de la perdición de todo su 
estado, el cual casi todo estaba ya en poder 
de franceses, y así le suplicaban que lo más 
presto que pudiese volviese á Milán con la 
más gente que haber pudiese, que ellos esta- 
ban prestos de le recibir como á su señor na- 
tural y servirle como á tal con sus personas 
y haciendas. El Duque de Milán siendo avisa- 
do como está dicho, y viendo la ruina y per- 
dición suya y de su estado por la traición y 
alevosía de su criado, á quien él había prome- 
tido hacer mercedes por el amparo y guarda 
del castillo de Milán, y hallando tan firmes 
las voluntades de los milaneses á su servicio 
y tan constantes á lo que le cumpliese, tenien- 
do ya una buena banda de suizos y otra de 
alemanes y borgoñones á caballo, se metió en 
camino para su ducado de Milán, aunque ya 
poseído del enemigo. Pues llegado al término 
y raya de la señoría de Milán, luego lo hizo 
saber á los suyos, los cuales entendido que 
vieron su venida todos se levantaron contra 
los franceses, aunque una de las ciudades que 
más guardó la fe á su señor fué Alejandría 
de la Palla, la cual recibió con muy grande 
acatamiento al Duque, y él se fué muy alegre 
á meter en ella con toda su gente. El capitán 
monsiur de la TramuUa sabiendo la venida 
del Duque, hizo retraer su ejército á una villa 
llamada Montara, adonde se rehizo llamando 
los que andaban por aquella señoría derrama- 
dos, y tomando á sueldo copia de suizos y otras 
naciones hizo un grueso ejército, y deseando 
en breve expelir al Duque de Milán perpetua- 
mente de aquel señorío, usó de una cautela 
como los franceses acostumbran cuando ven 
al enemigo tan poderoso y bastante como 
ellos, y fué que por sus secretos modos trató 
con los soldados suizos que el Duque de Mi- 
lán había traído que él les daría una buena 



suma de moneda y luego pagada, y más de 
allí adelante en cada un año treinta mil duca- 
dos si le pusiesen al Duque en su poder. Los 
suizos, como más amigos de dineros que^dc 
honra y de paz, aunque deshonrada, que de 
guerra peligrosa invita, prometieron de hacer 
lo que él les pedía, para seguridad de lo cual 
monsiur de la Tramulla, Capitán general, les 
prometió de dar una buena villa del estado 
de Milán, llamada Bellizona, y para efectuar 
su mal trato y prender al triste Duque, que 
de todo esto estaba ignorante, ordenaron que 
monsiur de la Tramulla allegaría su gente 
para dar batalla al Duque, y que saliendo el 
Duque de la ciudad para lo mismo, que los sui- 
zos del Duque se juntasen con los suizos del 
capitán francés y entre todos lo prendiesen. 
Este partido aceptaron y juraron los suizos 
que habían venido con el Duque por medio 
de los que esto trataban. Esto hecho, los fran- 
ceses muy contentos se determinaron dar la 
batalla, y así alzado su campo fueron derecha 
vía para Alejandría. El Duque como fuese avi- 
sado de la venida de los franceses, poniendo 
su gente en orden salió bien á punto para 
afrontarse con ellos, y estando bien cerca los 
unos de los otros, los suizos que tenía el Du- 
que, por razón del concierto que con los fran- 
ceses habían hecho, dejaron el camino derecho 
que los otros soldados llevaban y tomaron 
otro hacia la parte de la montaña, enderezan- 
do hacia los otros soldados suizos que el fran- 
cés traía con fin de juntarse con ellos. En esto 
el Duque mandó á su gente que caminase 
para afrontarse con el enemigo, que se había 
detenido en unos recuestos, los cuales como 
se aderezasen para la batalla, los soldados 
suizos del Duque comenzaron á tañer los 
atambores para llegarse á consejo, el cual 
fué menester que el Duque esperase, bien 
ajeno de la traición que le tenían armada, y 
acabado su consejo enviaron á decir al Du- 
que que ellos no querían pelear contra sol- 
dados de su nación, por razón que entre 
ellos estaba tal costumbre. El Duque de Mi- 
lán viéndose así burlado de la gente en quien 
él tenía toda su esperanza, con mucha pres- 
teza mandó retirar su campo la vía de Ale- 
jandría por donde habían venido. Los fran- 
ceses viendo retirar el campo del Duque lo 
siguieron hasta encerrallo dentro de la ciu- 
dad, sobre la cual los franceses asentaron 
su real, donde estuvieron muchos días te- 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



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niendo cercada la ciudad, esperando tomarla 
junto con la persona del Duque. 

CAPÍTULO V 

De cómo los franceses por la gran traición de 
los suizos prendieron al Duque de Milán 
y después fué preso su hermano el Carde- 
nal Ascanio Esforcia y los enviaron presos á 
Francia. 

Siendo el Duque de Milán retraído con la 
gente á la ciudad de Alejandría y viendo cuan 
al revés le había sucedido su pensamiento por 
la gran traición de los suizos que él había 
traído de Alemana, no sabía qué hacer de sí 
en tanta calamidad y trabajo como á la sazón 
estaba, y el mejor remedio que le pareció que 
para su fatiga podría ser era, posponiendo las 
armas y guerra, procurar algún concierto de 
paz, y así empezó á tratar con el capitán fran- 
cés, diciendo que él se haría feudatario del 
Rey de Francia si le dejase pacíficamente en la 
posesión de su estado, con seguro que en su 
persona ni casa no sería hecho daño ni per- 
juicio alguno. En este concierto disimulada- 
mente vino monsiur de la TramuUa, pensando 
que debajo de aquel concierto podría prender 
al Duque de Milán sin pérdida de su gente, y 
así le respondió que él sería de aquel trato 
mjy contento y que lo haría, pero que era ne- 
cesario que se viesen los dos con seguridad 
de ambas partes, y para esto que saliese el 
Duque á cierta parte fuera de la ciudad, de- 
bajo de su fe y seguro, adonde estaba aguar- 
dándole, y allí darían orden en todas las cosas 
hacederas. El Duque de Milán, confiado de la 
palabra de monsiur de la Tramulla y no cre- 
yendo que en él hubiese engaño, salió de fue- 
ra de la ciudad para verse con él y hacer su 
capitulación y concierto y llegó al lugar asig- 
nado. Los franceses, que sobre aviso estaban, 
porque su capitán se lo había advertido, luego 
que vieron asegurada la gente del Duque, die- 
ron sobre ellos con muy grande ímpetu, y ma- 
tando y hiriendo muchos de ellos los desba- 
rataron, yéndose los unos por una parte y los 
otros por otra. Los alemanes que estaban con 
el Duque, en quien hubo más fe y constancia, 
como vieron la traición de los suizos, hechos 
todos un escuadrón se retiraron y salvaron 
de aquel peligro, tomando el camino de la 
montaña, y algunos que desmandados toma- 



ron la parte del llano fueron de los franceses 
muertos, sin quedar ninguno de ellos vivo. 
Los suizos, por encubrir su maldad, disimula- 
damente, haciendo muestra de querer salvar 
al Duque, lo hicieron apear del caballo, y vis- 
tiéndole de su mismo hábito, como suizo, por- 
que no fuese conocido de los franceses, le 
dieron una pica, el cual metido entre ellos en 
su escuadrón fué de los franceses conocido ó 
más verdaderamente fueron los franceses avi- 
sados y fué de ellos preso. Y así es de creer 
que fué por industria de los suizos, pues cum- 
plieron con el francés lo que le habían prome- 
tido. Finalmente, viendo los franceses al Du- 
que en su poder y cuan prósperamente les 
había sucedido, lo cual pudiera ser que no se 
hubiera así acabado si no fuera por la acome- 
tida traición de los suizos. Pues preso el Du- 
que y entendiendo los franceses que no le te- 
nían seguro en Italia, según los continuos mo- 
vimientos de los Príncipes y señores de aque- 
lla región, determinaron de enviarlo al Rey de 
Francia, porque se holgaría mucho y habría 
mucho placer de la prisión; así lo hicieron que 
á muy buen recaudo lo enviaron. Después de 
esto pasado, la ciudad de Milán, que estaba 
sin amparo ni esperanza de socorro, se dio 
luego á los franceses. El Cardenal Ascanio 
Esforcia, hermano del Duque de Milán, vien- 
do la prisión de su hermano y la caída que 
por esta causa el estado de Milán tendría, se 
determinó de salir de Milán, adonde á la sa- 
zón estaba, y con mucha compañía de amigos 
que seguirle quisieron, yéndose por el Pla- 
centino, más en modo de paz que de guerra y 
aun con fin de excusarla cuanto pudiese, fué 
su dicha caer en las manos de los venecianos, 
con los cuales venían Carolo Ursino y Sosino 
Bezón, capitanes de aquella gente, y dando 
sobre ellos muchos de los del Cardenal fue- 
ron presos y muchos muertos y los demás es- 
caparon huyendo. El Cardenal Ascanio Esfor- 
cia, viéndose en tanta necesidad, procuró es- 
caparse, huyendo con solos tres caballeros 
que lo siguieron, y fuese á una villa que dicen 
Ribalte, pensando allí guarecer; pero el capi- 
tán Bezón con algunos caballos lo siguió hasta 
tanto que lo prendió en aquella villa, y de allí 
lo llevó á Venecia, en donde fué guardado y 
puesto á mucho recaudo. El Sumo Pontífice 
Alejandro, sabida la prisión del Cardenal As- 
canio Esforcia, envió sus embajadores al Se- 
nado veneciano, rogándoles tuviesen por bien 



58 



CRÓNICA GENERAL 



de entregarle la persona del Cardenal, como 
su subdito, para administrar la justicia que 
era á él debida, y que él les prometía que no 
estarían quejosos de lo que á él tocaba hacer. 
Los venecianos, agora fuesen contentos de 
obedecer al Pontífice, agora congratularse con 
el francés, como quiera que fuese, aunque hay 
diversas opiniones como esto pasó, basta que 
enviaron al Cardenal Ascanio Esforcia á los 
franceses, que también se lo habían deman- 
dado para llevar al Rey de Francia con su her- 
mano el Duque de Milán. Así que de todo esto 
se infiere que él fué preso y llevado á Francia 
con su hermano preso y entregados los dos al 
Rey Luis. 

CAPÍTULO VI 

De cómo la armada del Gran Turco vino sobre 
la ciudad de Lepanto y lo que los venecianos 
hicieron en su defensa. 

Ya que hubo entendido el bárbaro Bayace- 
to la ocasión y importancia del peligro que en 
la confederación del Papa Alejandro y el Rey 
Luis de Francia y venecianos se hacía y lo que 
de aquello le podría resultar, como dicho es 
en el capítulo segundo de este segundo libro, 
y siendo avisado por el Duque de Milán, man- 
dó presto hinchir el arcipiélago de galeras y 
dio orden á Scander bajasán laco de la Escla- 
vonia, que con mucha caballería arruinase y 
saquease las tierras de venecianos hasta las 
lagunas y llegase á ver las torres de Venecia. 
Con este mandamiento partido Scander, Bajá 
de Constantinopla, llevando la vía de Pelopo- 
neso, que hoy se llama la Morea, adonde lle- 
gado mandó aderezar su armada contra una 
ciudad que se dice Lepanto, tierra de vene- 
cianos. Antes de este movimiento del turco 
todos los Príncipes cristianos estaban muy 
sobre el aviso apercibidos para defenderse de 
aquel peligro, mayormente el Maestre de Ro- 
das, que más cercano estaba, el cual con toda 
diügencia se había proveído para esperarlo si 
contra él tentase de venir. Pero como fué su 
viaje diverso y contra la común opinión, los 
venecianos no estaban tan apercibidos como 
convenía, por lo cual la armada del turco co- 
menzó por mar y por tierra á hacer en aque- 
lla ciudad de Lepanto todo el mal y daño que 
le era posible, y así fué que en breve, antes 
que pudiese ser socorrida, como la ciudad es- 
tuviese desapercibida fué de los turcos toma- 



da, usando en ella de todo género de crueldad 
y que aquellos crueles carniceros mostraban 
hacer en gente ya rendida, metiéndola á fuego 
y sangre con muy terrible crueldad. Los ve- 
necianos, que ya de la venida de los turcos 
sobre su ciudad habían sabido, á muy gran 
priesa hicieron una buena armada de cuaren- 
ta velas ó más, y enviáronla contra el armada 
del turco, el cual habiendo pasado los hondos 
ríos que le estaban en medio, que son la Li- 
venza, el Lisonzo, el Tallamento y la Piave, 
habiendo hecho muy grandes daños á la gen- 
te de venecianos y llegado al condado de Tri- 
vigo, siendo capitán de la gente y flota vene- 
ciana el Grimano, juntando con ellos la arma- 
da francesa, porque habían enviado á supli- 
car al Rey de Francia les proveyese con algu- 
na gente en aquella necesidad, no tanto por 
la obligación de -la amistad y confederación 
que tenían, cuanto por la justa guerra que 
contra infieles tenían, y así el Rey de Francia, 
con buen celo de favorecer á los venecianos 
y socorrerla cristiandad, envió con toda pres- 
teza cuatro mil hombres de socorro en siete 
naos y una carraca. Los cuales partiendo del 
puerto de Marsella y hechos á la vela, en bre- 
ve llegaron á la isla de Corfú, adonde hallaron 
la armada de los venecianos que los aguar- 
daba, y de allí, hecho su recibimiento y ha- 
biendo consultado lo que debían hacer, la ar- 
mada veneciana y francesa partieron de aquel 
puerto de Corfú y con buen tiempo llegaron 
á vista de la ciudad de Lepanto, la cual reco- 
nocieron estar en poder del turco y que se 
habían tardado mucho en el socorro. Pero 
Scander Bajá, alegre de la victoria que había 
habido de la ciudad, como vio venir la arma- 
da de los venecianos, entendió en salir á reci- 
birlos, y saliendo del puerto púsose en el pié- 
lago de la mar, y como se juntaron y el arma- 
da veneciana no fuese tan poderosa como la 
de los turcos, en breve fué desbaratada y me- 
tida en rota. El armada francesa por la otra 
parte hacía todo su poder y deber contra el 
turco, y en la carraca veneciana estaba un 
capitán veneciano, llamado Oredano, varón de 
mucha virtud, el cual en aquel acometimiento 
bien demostró su virtud y valor. La otra par- 
te de la armada, que según dicho es había 
vuelto las espaldas, desamparando la compa- 
ñía, fué á parar á una isla llamada el Zante, y 
estando allí reparando las galeras del daño 
que de los turcos habían recibido, un capitán 



é 



DEL GRAN CAPITÁN 



59 



de aquellos, llamado Melchior de Treviso, 
oprimido de una muy grave y peligrosa enfer- 
medad, falleció en aquel lugar, de que mucho 
pesó á toda la gente de la armada, porque era 
un hombre muy sabio y de mucho ánimo y 
esfuerzo en las cosas de la guerra, mayor- 
mente en las batallas marítimas era muy pro- 
veído. El Senado veneciano que luego fué avi- 
sado de la rota de su flota y de la muerte de 
aquel capitán, en su lugar escogieron un fuer- 
te y venturoso varón, que se llamaba Benito 
Pesaro, el cual con toda diligencia fué á to- 
mar cargo de la armada francesa que queda- 
ba envuelta con los turcos y el capitán Lore- 
dano que con su carraca había aferrado con 
otra gruesa carraca. Es así, que pelearon tan- 
to los unos con los otros, que de ambas partes 
había infinitos muertos y heridos; lo cual vis- 
to por otro capitán francés que estaba en otra 
carraca, dicha por nombre Charanda, como 
vio la batalla de las dos carracas, á todas ve- 
las fué sobre ellas por socorrer á los cristia- 
nos. Las galeras turcas, viendo aquella carra- 
ca en favor de la otra cristiana y contra su 
carraca turca, arremetieron contra la carraca 
francesa y aferraron con ella cuarenta y ocho 
galeras de armada turca. En esto vino en la 
mar una grande calma, á cuya causa los de las 
galeras turcas se aprovechaban mucho de la 
carraca francesa, tanto que estuvo á punto 
de perderse. En esto los turcos que con la 
Bretaña combatían, viéndose en todo peligro 
y estrecho puestos de los cristianos, echaron 
fuego á la carraca veneciana, la cual comenzó 
á arder con tanta fuerza que los cristianos no 
lo pudieron remediar. Y así les convino ren- 
dirse, de los cuales unos se dieron á prisión, 
otros fueron muertos de los turcos, y así fué 
la carraca desamparada, la cual en breve fué 
hecha ceniza. Los turcos no pudiendo desafe- 
rrar su carraca de la de los cristianos que bien 
aferradas estaban, como fuese muy grande el 
fuego de la otra carraca, saltó en la suya y 
sin ningún remedio fué asimismo quemada 
como la carraca cristiana. La otra carraca fran- 
cesa que por la grande calma estaba de los 
turcos muy oprimida, porque los turcos con 
destrales y otros ingenios la tenían casi rom- 
pida por junto á la grúa, plugo á Nuestro Se- 
ñor Dios que refrescó el tiempo, por lo cual 
á los turcos fué forzado con harto daño suyo 
desaferrarse de la carraca francesa desampa- 
rándola. Y así cada una de las armadas se re- 



tiró á su alojamiento, porque el armada fran- 
cesa bien destrozada y con algunos vasos per- 
didos se fué á juntar con los venecianos á la 
isla del Zante, donde estaban reparándose del 
daño que en la refriega pasada con los turcos 
habían recibido, y los turcos se volvieron á la 
ciudad de Lepanto, la cual, como dicho es, no 
pudieron socorrer los cristianos, antes con 
harto daño se hubieron de retirar. En esto 
vino el invierno, por donde el turco hubo de 
parar de pasar adelante y aposentó toda su 
gente, que serían ciento y cuarenta mil hom- 
bres de todo género, en la comarca de aquella 
ciudad de Lepanto. Siendo de esto sabidores 
las dos armadas veneciana y francesa, habién- 
dose ya reparado del daño recibido, determi- 
naron de ir sobre la isla de Chafalonía, pues 
de la armada del turco por entonces estaban 
seguros, creyendo en aquella se vengarían del 
daño recibido. Esta tierra así como la ciudad 
de Lepanto era de venecianos y el turco la 
había puesto debajo de su señorío. Finalmen- 
te, ambas á dos armadas francesa y venecia- 
na se hicieron á la vela enderezando su cami- 
no contra la isla de la Chafalonía, sobre la cual 
en breve se pusieron. Los turcos que estaban 
en guarnición de la villa, que bien serian sin 
los naturales de ella ochocientos hombres, 
como vieron el armada cristiana en el puerto, 
luego se pusieron en defensa, juntándose á 
estorbar la salida en tierra; pero al fin como 
fuese poca la gente de los turcos y no bas- 
tantes á resistirles la salida, recibiendo mucho 
daño se recogieron á la villa. Y de esta ma- 
nera saltaron de las armadas cristianas diez 
mil hombres de guerra, los cuales con muy 
buena orden cercaron la villa y plantaron el 
artillería en el mejor lugar y más acomodado 
que les pareció, aunque con harta dificultad, 
por ser la villa de sitio muy fuerte, la cual 
asentada batían con ella cada día la villa con 
mucha fortaleza y le daban asalto las más ve- 
ces que podían; pero siendo como era la villa 
de sitio fuerte y los turcos de dentro escogi- 
dos y de mucha experiencia, antes recibían 
daño los cristianos que lo hacían, porque 
puesto que habían derribado con el artillería 
dos lienzos del muro de aquélla, con los repa- 
ros que los de dentro hacían la hallaban más 
fuerte que antes. Y así habiendo estado tres 
meses de lo más fuerte del invierno sobre la 
Chafalonía y visto que su trabajo salía en 
vano y hacía poco efecto, considerando que 



60 



CRÓNICA GENERAL 



venía el verano y el turco podía venir sobre 
ellos y destrozarlos á todos, determinaron al- 
zarse de allí y recogerse á sus tierras. Y así 
recogidos todos á sus fustas dejaron aquella 
isla de Chafalonía y los venecianos se fueron 
á la isla de Corfú y el armada de Francia con 
harta pérdida de gente se volvió á Marsella. 
Al tiempo que estas armadas se retiraron, el 
Gran Turco Bajaceto entró por el examilo de 
Corintio en la Morea con un grueso ejército y 
tomó á Modón y ganó al Junco, que fué Pilo 
de Néstor y á Criseo de allá del Acrite, hoy 
llamado cabo de Gallo, y á Corón, habiéndoles 
poco antes ganado á Lepanto en el golfo de 
Etolia, como dicho es, y á Durazo en Albania 
y otros pueblos que por prolijidad aquí no se 
escriben, pero dejémoslo para adelante y di- 
remos en tanto lo que en Italia pasaba, 

CAPÍTULO VII 

De cómo el Duque César Valentino, hijo del 
Papa Alejandro, vino á conquistar el estado 
de Imola, y de lo que le sucedió. 

En la amistad y confederación del Papa 
Alejandro con el Rey de Francia y venecia- 
nos fué concertado, como dicho es, que des- 
pués que el Rey de Francia hubiese ganado 
el ducado de Milán para sí, dando su parte á 
los venecianos, habían todos de ayudar á 
César Valentino con gente la que menester 
fuese para conquistar el estado de Imola con 
lo demás que arriba está dicho, que son 
Faenza, Forli, Arimino y Pesaro. Pues agora 
cuenta la historia que ganado el ducado de 
Milán, aunque con malas maneras, como dicho 
es, y habiendo ido el César Valentino sobre 
Imola con seis mil suizos y seiscientos espa- 
ñoles y trescientos hombres de armas, y so- 
bre aquella puesto su campo, los de la ciu- 
dad, recelando de antes el daño que venirles 
podía, poniéndose en defensión determinaron 
de darse al Duque Valentino voluntariamen- 
te, teniéndole por muy buen caballero; y así 
contra la voluntad de mucha gente de gue- 
rra que en la ciudad estaba, se rindieron al 
Duque y lo recibieron en la ciudad. La gente de 
guerra que en la ciudad estaba se recogió en la 
roca, en donde se pusieron animosamente á 
defender. El Duque Valentino, visto que la 
ciudad de Imola se le había entregado y los 
de la roca se hacían fuertes, mandó contra 



ellos plantar el artillería y asentar su real á 
la redonda. Finalmente, que fué la roca tan 
varonilmente combatida por todas partes, 
que de la parte de la ciudad derribaron un 
lienzo del muro y quitaron las defensas de 
un turrión que estaba delante de las puertas 
del castillo, y hecha esta batería, estando ios 
españoles del Duque puestos á punto, man- 
dóles que luego diesen asalto; así los espa- 
ñoles como de ánimos invencibles lo hicieron 
también, que, aunque con harto daño suyo, 
cobraron la roca de poder de los que dentro 
se habían recogido, de los cuales fueron 
unos presos y otros muertos y fué ganada 
por el Duque. Pasado esto, viéndose el Du- 
que señor de la ciudad de Imola, reconoció 
su gente y reparándola de armas y lo necesa- 
rio y dejando parte de aquella gente en 
guarnición de la ciudad y roca de Imola, fuese 
con el resto del campo la vía de la ciudad de 
Forli, la cual viendo que la ciudad de Imola 
se había rendido de su voluntad al Duque, 
por los mismos respetos determinó de entre- 
garse. Y así recibiendo dentro al Duque Va- 
lentino, al cual por esta razón no le fué nece- 
sario detenerse en la expugnación de aquella 
ciudad, la señora de Forli, retrayéndose á la 
ciudadela llamada Roca, se fortificó lo mejor 
que pudo con mucha gente de guerra que 
consigo metió en aquella fortaleza. El Duque 
mandó asestar el artillería contra la ciuda- 
dela donde la señora, como está dicho, se 
había recogido, la cual se plantó por dos par- 
tes, y tan reciamente la batieron, que derri- 
baron mucha parte de la muralla y un peda- 
zo de un turrión. Después de esto el Duque 
mandó dar asalto por donde está el camino 
que va á Mendola, donde se detuvieron mu- 
cho los del Duque en la presa de la ciudadela 
y murieron muchos del Duque hasta que los 
españoles llegaron de refresco é hicieron 
tanto que peleando con mucha fortaleza to- 
maron por fuerza la ciudadela y mataron de 
seiscientos soldados que la defendían los 
cuatrocientos y los otros se dieron á pri- 
sión. Los de la Roca viendo tomada la ciuda- 
dela luego se rindieron al Duque Valentino, 
el cual tomando á la señora en prisión la en- 
vió al Papa Alejandro, su padre, para que la 
tuviese á buena guarda en Roma. Y de esta 
manera el Duque Valentino comenzó á seño- 
rear las tierras de la Romana como tenía 
pensado. 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



61 



CAPÍTULO VIH 

Del aparejo que el Rey D. Federico de Ñápa- 
les hizo en su reino temiéndose de la veni- 
da de los franceses. 

Después que los franceses hubieron gana- 
do y sometido debajo de la corona de Fran- 
cia el ducado de Milán, el Rey D. Federico 
de Ñapóles, que mucho se recelaba de lo que 
podría suceder á su reino, viendo la casa de 
Esforcia tan caída de su estado y preso el 
Duque juntamente con su hermano el Carde- 
nal Ascanio, considerando la liga y conjura- 
ción que el Papa y venecianos habían hecho 
con el Rey de Francia, de donde conjeturaba 
que acabado el designo del estado de Milán 
y el que entonces se trataba con la señora 
de aquellas ciudades, que el Duque Valenti- 
no para sí conquistaba, acabado que lo hu- 
biesen, todos juntamente enderezarían las ar- 
mas contra su reino de Ñapóles, al cual los 
Reyes de Francia tenían mucha codicia. Así 
que con este pensamiento, que por muy cier- 
to tenía, pensó que como quiera que sucedie- 
se le sería útil estar apercibido de tal arte 
que ya que los franceses viniesen contra él á 
le tomar el reino, no le hallasen descuidado 
de lo que conviniese á su defensión, y no 
confiándose en sus solas fuerzas envió su 
embajada á los Reyes Católicos de España, 
en quien toda su esperanza tenía, diciéndoles 
que el reino de Ñapóles, que por su mano 
había sido defendido y amparado de los 
franceses, agora esperando otro segundo 
azote de ello ceían que enderezaban las ar- 
mas contra él, era de esta manera: que el 
Papa Alejandro y la señoría de Venecia se 
habían confederado con el Rey de Francia y 
hecho liga para que conquistasen el ducado 
de Milán para el francés, como de hecho 
lo habían ya conquistado y llevado preso al 
Duque de Milán á Francia, y agora entendían 
en conquerir las señorías de Imola, Faenza, 
Forli, Atimino y Pesaro para el Duque Va- 
lentino, hijo del Papa, como entre ellos esta- 
ba capitulado, y que concluido esto, luego se 
habían de pasar con sus ejércitos contra él 
para le tomar el reino para sí, por lo cual le 
supHcaba, pues aquel reino de Ñapóles era 
una de las mejores cosas de Italia y junto 
con esto pertenecía á la casa de Aragón, don- 
de él descendía, y aquel reino pertenecía no 



habiendo heredero á la casa de Aragón legí- 
timo, que viendo la necesidad en que estaba 
y el peligro que esperaba, si no era socorrido, 
le valiesen de la manera que á sus pasados 
ha' ían hecho, pues estaba entera la misma 
obligación entre ellos, trayéndoles á la memo- 
ria que si aquel reino que entonces le poseía 
era traspasado á los franceses, venía en daño 
y menoscabo de Sus Altezas y de la casa de 
Aragón y les sería muy dificultoso de cobrar 
de tan poderoso enemigo. Y aun también 
hecho aquello, con su ambición se atreverían 
á pasar en Sicilia los franceses y conquistar- 
la. Estas y otras muchas cosas mandó al em- 
bajador que dijese á los Católicos Reyes de 
España para atraerlos á su opinión y ser de 
ellos ayudado y socorrido. Con esta embaja- 
da llegó el embajador del Rey D. Federico en 
presencia del Rey D. Fernando el Católico, el 
cual besándole las manos y explicada su em- 
bajada, aceptó el Rey D. Fernando el cargo 
de valer al Rey Federico é hizo con mucha 
diligencia aderezar mucha y muy buena gen- 
te y lo demás que cumplía para la defensa del 
reino de Ñapóles. En tanto que estas cosas 
pasaban en España, el Rey de Ñapóles, como 
hombre pusilánime, temiendo que antes que 
fuese socorrido el ejército francés haría mu- 
cho daño en su reino y gentes, determinó de 
enviar su embajada al Rey de Francia para 
congratularse con él, la cual después fué oca- 
sión de su total perdición, por la cual le en- 
vió á decir el mucho placer que de la alcan- 
zada victoria del ducado de Milán había reci- 
bido y que le pesaba infinito porque no se 
había querido servir de su reino y gente para 
aquella conquista como se había servido del 
Papa Alejandro y de los venecianos; pero 
que aunque no le había sido pedido socorro, 
que él de su parte se lo ofrecía para todo lo 
que mandase, y para más congregarse con él 
le envió á decir que si quisiese pasar por su 
reino con todos sus soldados y ejército á 
conquistar el reino de Sicilia, él les daría 
paso y vituallas todas las que fuesen menes- 
ter. Estas y otras muchas cosas envió á decir el 
Rey D. Federico al Rey de Francia, lo cual no 
pudo ser tan secreto que no viniese á noticia 
del Rey D. Fernando de España. De lo cual 
recibió tanta alteración contra el Rey don 
Federico, que pospuesto el amor que le tenía 
propuso de no le socorrer Pero advertido 
que el reino de Ñapóles en defecto de legíti- 



62 



CRÓNICA GENERAL 



mos sucesores pertenecía á él y á la corona 
de Aragón, y que si el Rey D. Federico lo 
perdía también redundaba en su daño, y que 
si los franceses lo ganaban intentarían de 
pasar sobre Sicilia como el Rey D. Federico 
había apnntado al francés, luego se deter- 
minó de enviar la gente en favor del 
Rey de Ñapóles, disimulando el enojo que 
tenía, aguardando que el tiempo declararía 
lo que convenía hacer, y también porque se 
recelaba que el Rey D. Federico no hiciese 
algo del reino, según que ya lo había intenta- 
do con el Rey de Francia, y para esto envió 
delante á muy gran priesa un caballero ara- 
gonés muy entendido, llamado mosén Clave- 
ro, para que esforzase al Rey D. Federico y 
le quitase todo temor que de los franceses 
tenía, avisándole que muy brevemente sería 
socorrido del armada española, la cual venía 
ya con muy buen ejército. Con esto se partió 
mosén Clavero la vía de Ñapóles, adonde lle- 
gó á tiempo que el Rey D. Federico estaba 
con harto temor por la venida de los france- 
ses, el cual mosén Clavero embajador esfor- 
zó mucho y dijo lo que los Reyes sus seño- 
res le habían mandado, de que no poco fué 
consolado y esforzado el Rey D. Federico. 

CAPÍTULO IX 

Del socorro que el Rey de España envió en el 
reino de Ñapóles, y de lo que la armada del 
turco hizo en las tierras de venecianos, como 
adelante se dirá. 

El muy católico Rey D. Fernando, de glo- 
riosa memoria, sabiendo las cosas de Italia 
en el estado en que estaban y de cómo los 
milaneses eran ya derrocados por razón que 
estaban en poder del Rey de Francia y su Du- 
que preso, según dicho es, y viendo asimismo 
lo que el turco Bayaceto había hecho en la 
presa de Lepanto, y asimismo cómo los fran- 
ceses estaban al presente ocupados en la pre- 
sa de aquellos señoríos para el Duque Valen- 
tino, hijo del Pontífice, y temiendo que el ejérci- 
to de Francia procuraría de quererse extender 
más de lo que estaba tomando el reino de Ña- 
póles, y por el consiguiente, cuan peligroso es- 
taba su reino de Sicilia de recibir el mismo 
daño, determinóse de enviar con mucha dili- 
gencia el socorro prometido al Rey D. Federi- 
co, no tanto por cumplir con él cuanto por lo 
que le tocaba á su reputación y corona, y tener 



aquellos reinos de Ñapóles y Sicilia en toda 
tranquilidad y sosiego guardados y defendidos 
de toda fuerza y violencia. Y por esta razón 
envió otra segunda vez al Gran Capitán Gon- 
zalo Fernández de Aguilar, con una muy bue- 
na armada de gente y artillería y sesenta ve- 
las ó más, donde venían cuarenta urcas, tres 
carracas y ocho galeras y otras carabelas y 
fustas, hasta diez y nueve, y metió en ella 
siete mil infantes y trescientos hombres de 
armas, y más de trescientos caballos ligeros; 
toda esta gente con buenos capitanes, adon- 
de venía D. Diego de Mendoza por capitán 
de gente de armas, el cual mereció por sus 
hechos ser Conde de Melito, una buena villa 
que es en la Calabria. Iba asimismo el Prior 
de Mecina por capitán de gente de armas. 
Iban por capitanes de infantería el capitán 
Pizarro y el capitán Villalba, y el capitán Za- 
mudio y el capitán Diego García de Paredes 
con otros muchos y muy buenos capitanes. 
Finalmente, toda esta gente metida en orden, 
el Rey D. Fernando mandó al capitán Gonza- 
lo Fernández se partiese en aquella armada 
para su reino de Sicilia, con el mismo cargo 
de Capitán general, y que allá se estuviese 
esperando lo que el ejército francés determi- 
naba hacer, y que si se moviese contra el rei- 
no de Ñapóles, luego sin detenimiento se mo- 
viese él con su gente en socorro del reino, y 
que si no hiciese aquello que el sabio tiempo le 
enseñase. El Gran Capitán habida la licencia 
del Rey su señor se fué á Málaga á dar recau- 
do en todo lo que para el viaje le sería me- 
nester. Metió treinta piezas de artillería y man- 
dó embarcar su gente, y un día á cinco de! 
mes de Junio del año del Señor de mil y qui- 
nientos se partió de aquel puerto de Málaga. 
Hechos á la vela, allegó en la isla de Sicilia en 
el puerto de Mecina primer día del mes de 
Agosto del mismo año, donde se detuvo mu- 
chos días esperando lo que el ejército francés 
determinaba de hacer. En este mismo verano, 
el turco, que según se ha dicho tenía su gen- 
te aposentada en las tierras de Lepanto y de 
la Morea, mandó mover el armada de aquel 
lugar é ir delante sobre unas ciudades de ve- 
necianos que se llaman Modón y Corón. La 
primera ciudad sobre que el armada turca 
llegó fué sobre Modón, la cual cercó y puso 
en muy grande estrecho hasta que la tomó 
por fuerza. Sabido por los venecianos el pe- 
ligroso estado suyo y de cómo la voluntad 



Á 



DEL GRAN CAPITÁN 



63 



del turco se enderezaba á les querer tomar 
sus tierras, y viendo el peligro y necesidad 
que tenían si aquellas ciudades no eran de 
ellos presto socorridas, enviaron sus letras y 
embajador al Gran Capitán, que estaba en 
Sicilia, suplicándole fuese contento que, vista 
la voluntad de su Rey y la obligación que te- 
nía de favorecer á los cristianos, en especial 
á los venecianos, por razón de la primera con- 
federación suya y la necesidad en que esta- 
ban puestos, que muy extremada era, les vi- 
niese á socorrer con su armada y gente con- 
tra los turcos, enemigos de nuestra santa fe 
católica, los cuales aumentando su secta per- 
versa y dañada procuraban someter toda la 
tierra de cristianos debajo de su señorío en 
disminución grande de la religión cristiana. Y 
que pues á él más que á otro los semejantes 
casos y afrentas pertenecían, le suplicaban 
no tardase de los socorrer, y antes de esto lo 
habían los venecianos enviado á suplicar y 
hacer saber á los Reyes Católicos, y tardá- 
ronse los embajadores bien dos meses, dentro 
de los cuales Modón se tomó por el turco, y 
asimismo se dieron otras dos ciudades, la una 
dicen el Junco y la otra Corón, y la comarca 
de Modón. De manera que no pudo haber nin- 
gún efecto su embajada para en socorro de 
aquellas ciudades. Bien es verdad que el ca- 
pitán Benito Pesaro, proveedor de la armada 
de venecianos, fué á socorrer aquellas [ciuda- 
des con su armada, pero fué ya tarde, aunque 
no tanto que no le convino venir á las manos 
con algunas fustas turcas, de las cuales tomó 
dos y otras metió al fondo, de que hubo asaz 
ropa y joyas y captivos, con que se fué la vía 
de Losanto. Finalmente, después de esto he- 
cho, el turco se fué á la ciudad de Constanti- 
nopla, dejando primero un capitán general en 
toda su armada para que corriese todas aque- 
llas costas de venecianos, que se dice el mar 
Adriático, y el capitán turco con su armada y 
con ocho mil hombres de pelea fué sobre una 
ciudad que dicen Ñapóles de Romanía, y sal- 
tando la gente en tierra corrieron toda aque- 
lla campaña de Forjulio hasta las riberas de 
un río que se llama Livenza, adonde los tur- 
cos hicieron mucho daño y destruición, así en 
hombres como en mujeres y niños, no dejan- 
do una criatura que no la pusiesen á filo de 
espada. En esto, estando los turcos sobre Ña- 
póles de Romanía, el Gran Capitán, habido 
mandado del Rey D. Fernando, su señor, se 



movió con la armada del puerto de Mecina, 
último día del mes de Octubre del sobredicho 
año, y fuese derecho la vía de la isla de Corfú, 
adonde creyó hallar el armada veneciana, y 
como llegó en aquella isla supo lo que el ar- 
mada del turco hacía en aquellas partes de 
Ñapóles de Romanía, por lo cual muy deseo- 
so de se topar de aquella vez con los turcos 
y venir á las manos con ellos, y tomar ven- 
ganza por la mano de sus españoles (en se- 
mejantes empresas ejercitados) de la injuria 
á los venecianos hecha, movió de aquella isla 
de Corfú y enderezó su armada camino de 
Ñapóles de Romanía. Los turcos, que de mu- 
chas espías eran avisados, supieron cómo el 
armada de España iba contra ellos, de cuya 
causa se alzaron de sobre aquella ciudad de 
Ñapóles de Romanía y se fueron retirando al 
estrecho de Galipoli para invernar. El Gran 
Capitán, no perezoso en todas las cosas que 
emprendía hacer, iba á la mayor priesa que el 
tiempo les podía llevar á dar en los turcos, 
creyendo que los hallarían ocupados en el cer- 
co de la ciudad de Ñapóles de Romanía; pero 
de otra manera sucedió por razón que de cier- 
tos bergantines que para espiar el armada del 
turco fué avisado, los cuales había enviado 
adelante por descubridores, en cómo los tur- 
cos se habían alzado de sobre aquella ciudad 
y se habían ido á sus tierras, de que mucho 
pesar el Gran Capitán hubo; el cual tornando 
atrás se fué á la villa de Losanto para espe- 
rar allí el armada de los venecianos, adonde 
estuvo algunos pocos días, dentro de los cua- 
les el proveedor Benito Pesaro con el armada 
veneciana allegó, de que muy alegre fué, por 
se ver muy pujante con el socorro de España, 
y así estuvo allí algunos días dando refresco 
y orden con el Gran Capitán en lo que debían 
hacer. 

CAPÍTULO X 

De una grave tormenta que en la mar hubo 
de que las dos armadas estuvieron en punto 
de ser perdidas, y de cómo fueron á conquis- 
tar la isla de la Caphalonia '. 

Estando las dos armadas española y vene- 
ciana en el puerto de Losanto dando orden 
los capitanes de ellas de lo que debían de 
hacer, pues siendo la entrada del invierno, 

* Cefalonia, la mayor de las islas jónicas, está escrito 
unas veces Chaphalonia y otras Caphalonia. Lo mismo 
sucede con otros muchos nombres geográficos. 



64 



CRÓNICA GENERAL 



sobrevino, como muchas veces acaece, tan 
gran tormenta en la mar, que estando las dos 
armadas dentro del puerto, allegaron á pun- 
to de ser perdidas, pero siendo Nuestro Se- 
ñor servido de dar bonanza en la mar, la cual 
si no sobreviniera sin ninguna duda peligra- 
ran las armadas. Finalmente, después de pa- 
sada aquella gran tormenta de que no poco 
tristes estaban esperando el fin no tan salvo 
como sucedió y siendo del todo ciertos de 
cómo el armada turca se había levantado de 
sobre Ñapóles de Romanía, determináronse 
entre si de moverse de aquel lugar é ir sobre 
la isla de Caphalonia, la cual según dicho es 
era de venecianos y el turco se la había 
sacado de su poder. Esta isla de Capha- 
lonia está puesta entre las islas de Lo- 
santo y la cuarta en el archipiélago, la cual 
es noble por dos puertos y por la fer- 
tilidad de la tierra y por la grande abundan- 
cia de fuentes de agua dulce. Y á esta causa 
les sería de grande comodidad para la con- 
tratación; de lo cual especialmente habiendo 
perdido á Modón, que solía dar seguro puer- 
to y reposo á los que navegaban en Suria. 
El proveedor de venecianos llevaba diez mil 
hombres de guerra y treinta galeras y siete 
carracas y provisión de mucha y muy buena 
artillería. De manera que muy aderezadas 
las armadas de todo lo necesario para aque- 
lla importante empresa, movieron del puerto 
del Zante y allegaron con muy buen tiempo 
sobre la isla de la Caphalonia, adonde el tur- 
co tenía ochocientos hombres de guerra á la 
continua, toda gente muy escogida, sin los 
de la tierra. El Gran Capitán, que en aquel 
menester no tenía segundo, luego como llegó 
en aquel puerto saltó en tierra con toda su 
gente y tomando alguna parte de ella se fué 
á reconocer la disposición de la tierra y 
asiento del castillo, adonde se halló ser la 
tierra muy fuerte y áspera, y por el mismo 
caso halló muy grande dificultad para dar 
asiento á la artillería, por razón que el casti- 
llo está puesto en muy alto monte, que muy 
áspero de subir era porque está lleno de mu- 
chas peñas. Finalmente, no se pudo asentar el 
artillería si no fué por la puerta que sale á la 
isla, adonde en un pequeño montecico estaba 
un poco de llano, y allí la asentó, aunque con 
mucha dificultad, por razón que no había de 
lo llano más de hasta trescientos pasos al 
derredor, y así no se podía sufrir ni compa- 



decer. Asentada que fué la artillería, los dos 
capitanes veneciano y español comenzaron á 
dar asiento en las estancias de su gente, y 
el Gran Capitán dio á su gente aposento en 
la forma siguiente: Delante de la puerta que 
sale á la isla, en el llano de un montecico 
adonde estaba el artillería á tiro de piedra 
de la villa, hizo el Gran Capitán hacer mu- 
chos reparos en los cuales para seguridad 
de la artillería puso al capitán Pizarro y al 
capitán Villalba con seiscientos infantes, y 
treinta y cinco pasos más atrás á la mano 
izquierda de aquella estancia contra la villa 
estaba asentada toda el artillería, junto á la 
cual el Gran Capitán mandó poner su tienda, 
adonde con una parte de gentileshombres y 
con dos mil y quinientos infantes aposentó 
su persona. Más atrás de la estancia del 
Gran Capitán puso sus tiendas y gentes el 
proveedor de los venecianos. Más adelante 
de la mano derecha de la villa puso el Gran 
Capitán á D. Diego de Mendoza y al capitán 
Pedro de Paz con doscientos hombres de 
armas y doscientos caballos ligeros y con mil 
y quinientos infantes. Alrededor de la villa al 
pie del monte, por las riberas de él, repar- 
tió otra buena parte de infantería debajo de 
sus capitanes, los cuales serian hasta otros 
mil y quinientos infantes. De la parte de la 
villa delante de un turrión que llaman el Es- 
polón, adonde los turcos tenían una puerta 
falsa, puso al Comendador Mendoza y á Pe- 
dro de Hoces con cien hombres de armas y 
cien caballos ligeros y mil infantes. Y de esta 
manera fué cercada toda la villa y castillo de 
la Caphalonia, y el Gran Capitán, que mucho 
deseo tenía en aquel segundo pasaje de ha- 
cer muestra de su persona y gente, en espe- 
cial habiéndolo contra turcos y enemigos de 
nuestra santa fe católica, dio toda la mayor 
priesa que pudo en el batir del artillería, 
porque aquel era el primero movimiento de 
guerra que en aquel caso se debía hacer por 
razón de ser fuerte la villa y castillo contra 
quien era necesario poner todas sus fuerzas 
y poder. Pues habiendo proveído todas las 
cosas necesarias para dar el asalto, determi- 
nó el Gran Capitán de enviar una embajada 
á los turcos, con la cual fueron Aparicio, ca- 
pitán de las galeras, y Solís, valeroso capitán 
de infantería, haciéndoles saber cómo los sol- 
dados viejos del riquísimo Rey de España, 
ejercitados de largo tiempo en la guerra y 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



65 



vencedores de los moros, habían venido en 
socorro de los venecianos, y que si ellos que- 
rían entregar la isla y castillo de Caphalonia, 
que todos se podrían ir salvos y seguros, 
pero que si estaban determinados de probar 
las fuerzas de los españoles y esperar los 
golpes del artillería, que después no halla- 
rían lugar de perdón ni misericordia. A estas 
palabras respondió con alegre rostro Cisdar, 
de nación albanés, capitán de la guarda de la 
Caphalonia: «Cristianos, agradecemos os mu- 
cho vuestra voluntad, pero hacemos os saber 
que nosotros estamos determinados, ó vivos 
ó valerosamente muertos, de ganar grande 
gloria de constancia para con Bayaceto, ni 
nos espantamos por ningunas amenazas de 
hombres, habiéndonos la fortuna á todos es- 
crito en medio de la frente el fin de la vida. 
Decid á vuestro capitán que cada uno de mis 
soldados tiene siete arcos y siete mil saetas, 
con las cuales valerosamente vengaremos 
nuestras muertes, si acaso no pudiéremos re- 
sistir á vuestro destino ó á vuestro esfuerzo^. 
Dicho esto, mandó enviar un fuerte arco con 
un carcax dorado al Gran Capitán. Finalmen- 
te, la villa se batió con el artillería, mayor- 
mente con la de venecianos, que tenían algu- 
nas piezas de bronce muy gruesas que se 
llamaban basiliscos, que echaban con ellas 
pelotas de hierro colado que pasaban ocho 
pies de muralla, con la cual derribaron por 
aquella parte un buen pedazo del muro, por 
donde los cristianos hacían mucho daño en 
los turcos, los cuales aunque tenían gran 
trabajo en reparar los lugares que la artille- 
ría derribaba, los turcos al encuentro mucho 
más de lo que se puede creer se defendían 
animosamente, que por las espantosas muer- 
tes de los suyos no se movían un paso atrás, 
tirando contino artillería y tanta furia de 
saetas, que el campo y las tiendas cubrían, y 
era la crueldad mayor por estar enerboladas, 
que por pequeña que fuese la herida morían 
los pobretos soldados, como acaeció á don 
Sancho de Velasco, mozo nobilísimo y vale- 
roso, el cual primero que pudiese ser reme- 
diado en poco rato fué muerto de una bien 
pequeña herida. Pero siempre los cristianos 
los molestaban con continuos combates, pero 
los turcos no por eso dejaban de día ni de 
noche con escaramuzas alterar el campo de 
los cristianos, adonde así de la una parte 
como de la otra siempre había muertos y 

Crónicas del Gran Capitán.— S 



heridos y no dejaban los turcos con daño 
de los cristianos cada día fortalecerse más. 
El Gran Capitán, que pesante era de los pe- 
ligros y daños que los suyos recibían, procu- 
ró de le evitar y asimismo de abreviar aque- 
lla conquista con la mayor diligencia que 
pudo, y por esta razón mandó hacer por di- 
versas partes de la villa muchas minas, y por 
la parte do él tenía su estancia hizo hacer 
una muy grande, y por la parte del Espolón 
hizo hacer otra, las cuales fueron de muy 
gran copia de pólvora llenas, y después las 
mandó cerrar de un muy fuerte muro de pie- 
dra. Y junto con esto mandó meter en orden 
su gente, con voluntad de en descargando las 
minas dar el asalto á la villa por aquella par- 
te. Y con esta determinación un martes á 
veinte y cinco días del mes de Noviembre del 
sobredicho año de mil y quinientos, el Gran 
Capitán, después de haber metido en orden 
su gente, mandó poner fuego á las minas, las 
cuales reventaron con muy gran fortaleza 
derribando dos buenos pedazos del muro; 
pero con los grandes reparos que los turcos 
de dentro tenían, la villa quedó tan fuerte . 
como de antes. Mas los españoles codiciosos 
de honra, esperando gozar de aquel saco que 
con la victoria se les aparejaba, arremetieron 
al muro con muy grande ímpetu, pero muy 
desordenadamente, y poniendo sus escalas 
comenzaron unos á subir por una parte y 
otros por otra con gran peligro de sus per- 
sonas, por razón que los turcos estaban 
puestos en la defensa de los muros derriba- 
dos y tenían consigo todo género de defen- 
sa, echando contra los cristianos piedras de 
mucha grandeza, lanzas, flechas, fuego artifi- 
cial y olio ferviente y asimismo mucha y muy 
espesa artillería, con que hacían muy gran 
daño en los cristianos de abajo. Y de esta 
manera muchos de los españoles que subían 
caían abajo unos muertos y otros heridos; 
otros que allegaban de refresco reforzaban 
la batalla, pugnando cada cual por entrar 
dentro. Tanto hicieron los españoles de aque- 
lla vez, que algunos de ellos, contra la resis- 
tencia de los turcos, pudieron entrar encima 
los reparos que los turcos tenían por de 
dentro y desde allí peleaban con muy grande 
ánimo y fortaleza, procurando de echar á los 
turcos de aquel lugar. Pero por ser poca la 
gente que subió y los turcos fuesen muchos, 
no tuvieron tanto poder de se defender de 



66 



CÍ^ÓNICA GENERAL 



ellos, y con esto los turcos rompieron todas 
las escalas con que aquellos pocos españoles 
habían subido en los reparos. De manera 
que ya no les quedaba otro remedio sino de 
morir encima de aquel lugar ó de echarse de 
allí abajo, que no poco alto estaba, y lo que 
peor era, que como las escalas fuesen despe- 
dazadas por los turcos, ninguno de los de 
abajo podía socorrer á los de arriba, y con 
esto los turcos reforzando la causa de su 
peligro hicieron tanto por aquella parte, que 
alanzaron por fuerza de los reparos abajo 
á los españoles que en lo alto. habían subido, 
entre los cuales cayó D. Diego de Mendoza, 
varón de mucha virtud y ánimo que al prin- 
cipio de aquel combate había subido de los 
primeros; pero siendo de muchos y muy pe- 
sados golpes atormentado, cayó abajo casi 
muerto, y los demás muchos heridos y muer- 
tos, les convino desamparar aquel lugar por 
razón de la noche que sobrevino, y los turcos 
en toda aquella noche no dejaron de rehacer 
los lugares derribados, que de las minas y 
artillería estaba mucha parte del muro por el 
suelo. En este cruel asalto los moros usaban 
de un diabólico ingenio, y era que á los espa- 
ñoles procuraban de tirallos de abajo para 
encima de la muralla echando sobre ellos 
ciertos garficios de hierro que llamaban lo- 
bos, con los cuales los cogían por los hom- 
bros de la coraza ó por la cinta y los subían 
en el castillo, y con estos garfios entre otros 
con grande peligro de la vida fué preso 
Diego García de Paredes, valeroso capitán 
de infantería, el cual después en muchas 
guerras hizo muestra de muy singular forta- 
leza. Y después de subido sobre e¡ muro con 
una espada y rodela que llevaba hizo cosas 
tan dignas de memoria defendiéndose varo- 
nilmente que nunca lo pudieron rendir, hasta 
que de hambre y debilitación de las fuerzas 
lo rindieron, y así fué tenido en tanto de los 
turcos, que pensando por su medio haber al- 
gún honesto partido no lo quisieron matar, 
pero dende á pocos días fué rescatado y libre. 

CAPÍTULO XI 

En que cuenta un milagroso sueño que el Gran 
Capitán soñó, el cual fué causa que mucha 
de su gente no se perdiese. 

Después que los españoles se retiraron á 
sus estancias con harto daño y pérdida suya, 



según que la crónica lo ha dicho en lo pasa- 
do, el Gran Capitán, viendo que de aquella 
vez no había podido hacer cosa ninguna y 
que todo el trabajo de aquella batalla había 
salido muy sin fruto, antes con su gente ha- 
bía recibido muy grande detrimento, andaba 
siempre muy solícito en todo aquello que se 
debía hacer para dar fin en aquella empresa 
que entre manos tenía, ó de morir en aquella 
demanda; y por esta razón mandó por muchas 
partes cortar el muro, y asimismo hacer otras 
muchas minas con las cuales mucho daño se 
hacía en los muros, según que por el efecto 
de las otras minas se conocía y con el artille- 
ría. Junto con esto de día y de noche no se 
hacía otra cosa salvo batir la villa con mucha 
fortaleza; pero los turcos, que de muy grande 
ánimo é ingenio son en el arte de la guerra, á 
todos los peligros se ponían con muy gran 
corazón y hacían muy grande resistencia en 
todo, defendiéndose de todas las- maneras y 
artes que el Gran Capitán buscaba para los 
ofender. Los turcos muchas veces con la es- 
curidad de la noche (porque en aquella hora 
con el beneficio de lo escuro les parecía estar 
seguros del peligro de la artillería) salían del 
castillo y tiraban á los cristianos tanta mul- 
titud de saetas, qne muchas veces estuvo el 
Gran Capitán en mucho peligro, porque aun 
hasta su tienda estaba llena de ellas; de tal 
manera que con dificultad se podía poner re- 
medio. Y así el Gran Capitán pensó un muy 
saludable remedio, y fué que mandó hacer una 
trinchea muy cerca de la villa en derecho de la 
puerta, rodeada de matones, la cual fortificó 
con artillería apuntada al paso por donde los 
turcos habían de salir, de tal manera hecha que 
primero los turcos eran muertos del artillería 
casi con golpe cierto, que ellos pudiesen lle- 
gar al lugar donde ellos solían meterse á tirar 
sus saetas. Este aviso rompió el osar de los 
turcos, porque siendo hombre valeroso á 
quien había sido encomendado el cargo de 
defender la trinchea, tenía siempre atenta la 
guardia, y saliendo los turcos (según su cos- 
tumbre) dos veces afuera, entrambas los co- 
gió tan fácilmente, que de una súbita ruciada 
de artillería mató grande número de ellos. An- 
dando, pues, el campo cristiano metido entre 
tantos contrastes, deseosos todos de vencer 
y de tomar aquella villa, una noche siendo de 
guardia el capitán Pizarro y el capitán Villal- 
ba, con cuatrocientos hombres, junto á los re- 




DELÍGRAN CAPITÁN 



67 



paros qué estaban dentro de la puerta del 
castillo, acaeció un caso de mucho misterio, y 
fué así: que pasada la media noche á la terce- 
ra guarda estaba el Gran Capitán durmiendo 
en su tienda, que poco antes cansado de re- 
querir las guardas se había recogido á dor- 
mir. Soñó que por la una parte del muro que 
las minas habían derribado, los turcos salían 
fuera de la villa y salteaban la guarda de los 
españoles que bien segura de este sobresalto 
estaba. El Gran Capitán, con la gran congoja 
que del sueño recibió, comenzó hablar muy 
alto, diciendo á los suyos tomasen las armas, 
animándolos fuesen á herir en los turcos que 
con las guardas andaban revueltos. Estando 
en este sobresalto metido el Gran Capitán, 
despertó del sueño lleno de mucha alteración 
y á muy gran priesa demandó sus armas. Ha- 
ciendo meter en armas toda la más gente que 
allí se halló, fué á ver aquel lugar de la guar- 
dia por donde había soñado que los turcos 
salían. Ya los turcos en este tiempo habían 
salido á darles rebate y dieron con muy gran- 
de ímpetu en la guarda de los cristianos, y 
tan reciamente los acometieron que en breve 
los desbarataron, por razón que, seguros los 
cristianos de aquel rebate, los más dormían, 
los cuales despertando á deshora con la veni- 
da de los enemigos, unos tomaban las armas, 
otros poniendo la esperanza de su salud en 
huir, se fueron al campo donde el cuerpo del 
ejército estaba. Unos pocos que estaban des- 
piertos juntamente con los capitanes resis- 
tieron un rato á los enemigos, pero los más 
de ellos fueron muertos siendo como eran en 
número muy desiguales. En esto el Gran Ca- 
pitán, á quien Nuestro Señor milagrosamente 
había dado aquel sueño porque no pereciese 
aquella gente, allegó de refresco con su gen- 
te que, según dicho es, había puesto en tanta 
alteración y comenzó de animar á los que des- 
amparaban el lugar, al cual como conociesen 
los españoles, afirmáronse más contra los ene- 
migos que todavía los estaban hiriendo, y los 
turcos como sintieron el socorro volvieron 
las espaldas contra la villa y los cristianos los 
siguieron, matando é hiriendo en ellos hasta 
que los encerraron dentro de ella. Y con esto 
los cristianos se volvieron á sus estancias, 
estando muy sobre el aviso hasta que fué de 
día. Los turcos, que de aquel salto no sacaron 
tanto provecho como pensaron, luego á la ma- 
ñana habiendo todo lo que de la noche que- 



daba atormentado un cristiano para le atraer 
que renegase la fe de Jesucristo, el cual en 
aquel rebate habían prendido y el cristiano no 
lo queriendo hacer, los turcos á vista del cam- 
po cristiano lo empalaron, dándole aquel gé- 
nero cruel de muerte que aquella perra gente 
acostumbra á dar. Y de esta manera aquel 
bienaventurado soldado murió y dio el ánima 
á Nuestro Señor confesando la fe católica 
como mártir y santo. Los cristianos viendo 
tan grande género de crueldad como en su 
compañero se ejecutó, tomaron á un turco 
que ellos asimismo habían captivado y á vista 
de los turcos en medio del campo le quema- 
ron vivo, y así fué vengada la muerte bien- 
aventurada del cristiano con la malaventurada 
vida del turco. 

CAPÍTULO XII 

De cómo el proveedor de los venecianos con su 
gente dio la batalla á la villa, y de lo que le 
sucedió. 

Toda la cosa bien considerada y con pru- 
dente consejo determinada trae consigo me- 
jor efecto que no aquella que inconsiderada- 
mente se ejecuta. Y así acaeció al proveedor 
de venecianos, llamado el Pesaro, el cual vien- 
do el mucho y largo tiempo que en la con- 
quista de aquella villa se había gastado, y el 
poco fruto que el Gran Capitán en todos sus 
acometimientos había sacado, determinó con 
su gente tentar fortuna y desdar la batalla á la 
villa, y por esta razón habló un día con el Gran 
Capitán, el cual mejor que ninguno otro sabía 
vencer, y díjole cómo tenía determinado de él 
con su gente dar la batalla y que quería pro- 
bar si por ventura aquella gente descreída se 
podía defender de sus manos. El Gran Capi- 
tán, que hasta entonces no se había dormido, 
antes estaba muy trabajado, pensando siem- 
pre lo que convenía á la expugnación de aque- 
lla villa, recibió pasión de la soberbia del pro- 
veedor, al cual respondió diciendo que no tu- 
viese á los turcos en tan poco que así ligera- 
mente pensase vencerlos, en especial viendo 
que la villa era en sí muy fuerte y el daño que 
por esta razón habían los suyos recibido, de- 
fendiéndose los turcos con mucho saber y for- 
taleza, y que se acordase asimismo con cuánto 
daño suyo los de Francia y venecianos el año 
pasado se habían levantado de sobre ella sin 



CRÓNICA GENERAL 



la tomar ni dañar, y que visto esto su parecer 
era que hasta hacer otros aparejos é ingenios 
de guerra no se debía tentar la fortuna en 
aquel caso; mas que esto no embargante, si su 
parecer era de combatir la tierra con su gente 
y tan determinado estaba de lo hacer, que él 
no estorbaría su voluntad. El proveedor de 
los venecianos, que muy determinado era en 
sus hechos, no quiso tomar el consejo del 
Gran Capitán, antes pensó con poco trabajo 
tomar la villa con su gente, deseando ponerlo 
por obra. Por razón que ganando él con su 
gente aquella villa, toda la honra de la victo- 
ria sería á él atribuida. Y así con esta volun- 
tad un miércoles á diez y seis días del mes de 
Noviembre del sobredicho año de mil y qui- 
nientos años, hizo meter toda su gente en ar- 
mas, y haciendo batir la villa con su artillería 
con muy gran fortaleza, después de la haber 
batido arremetió con su gente, los cuales en 
el principio hicieron muestra de mucha virtud, 
porque con aquel deseo que de ganar la glo- 
ria para sí tenían los venecianos, peleaban 
con muy grande ánimo y pusieron las escalas 
á muy gran priesa, por las cuales comenza- 
ron á subir mucha gente, no mirando entre sí 
orden ni concierto de guerra que en aquellos 
casos es muy necesario. Los turcos, que muy 
aderezados estaban para los rebibir, viendo 
la priesa con que subían los venecianos y el 
poco concierto que traían, para darles ocasión 
á que con más voluntad mucha más gente 
subiese por los reparos, escondiéronse para 
adentro muchos de ellos y otros á vista de 
venecianos iban retrayéndose desamparan- 
dolos reparos; de manera que cuando les pa- 
reció ser tiempo, así los turcos que estaban 
escondidos como los que hacían fingidamente 
muestra de retraerse, tornaron sobre los ve- 
necianos, los cuales á grandes voces viendo 
que ya tenían ganada la villa gritaban victo- 
ria, victoria ganada por los venecianos, y mu- 
chos de ellos con el alegría de la victoria se 
alzaron por los reparos abajo dentro en la 
villa. Pero como los turcos se descubriesen 
de su celada y tornasen sobre los venecianos 
con muy grande ánimo, dieron tan reciamente 
en ellos que mataron é hirieron muchos de 
ellos. Y aunque la repentina venida de los tur- 
cos y el daño que de ellos recibían en los ve- 
necianos metiese mucho miedo, no por eso 
dejaban de resistir con mucho ánimo las fuer- 
zas de los turcos, y animándose unos con 



otros, no creyendo que los turcos habían de 
prevalecer de tal manera que por eso dejasen 
de seguir la victoria; pero como los turcos 
peleasen por la defensión de sus vidas, y de 
sus mujeres é hijos, y por el estado de su li- 
bertad, hicieron tanto de sus personas que 
los venecianos no lo pudieron sufrir y fueron 
lanzados de los reparos abajo, y los que dentro 
saltaron pensando que ya del todo era la villa 
ganada, fueron de los turcos muertos que no 
quedó hombre vivo, y los que abajo habían 
quedado, viendo la gran priesa con que los 
turcos cargaban en los suyos, no se atrevie- 
ron á subir más, viendo el daño de los otros. 
Finalmente, siendo de los venecianos muchos 
muertos y heridos, los turcos quedaron por 
vencedores encima de sus reparos y los ve- 
necianos se retiraron á sus estancias, á los 
cuales los turcos siguieron gran rato fuera 
de la villa, haciendo en ellos todo el daño que 
podían. El Gran Capitán que vido venir á los 
venecianos huyendo, socorrió con una parte 
de españoles, y entonces viendo los venecia- 
no venir el socorro del Gran Capitán, revol- 
vieron sobre los turcos, y los turcos conten- 
tos con lo hecho se tornaron á encerrar en la 
villa, habiendo hecho aquel día gran daño en 
los venecianos por su desordenado acometi- 
miento y mal consejo que en aquel caso el 
Pesaro proveedor de los venecianos siguió. 



CAPÍTULO XIII 



i 

los 



De cómo el Gran Capitán, visto el daño que 
venecianos hablan de los turcos recibido, él 
con su gente dio otro combate en que tomó 
la villa. 

Habiendo el proveedor de los venecianos 
dado, según dicho es, un combate á la villa 
del que recibió mucho daño en su gente, 
el Gran Capitán muy gran pasión recibió de 
aquel hecho, por razón que los turcos cobra- 
ban ánimo y fuerzas; y habiendo en aquellos 
días el Conde Pedro Navarro (el cual después 
en la guerra alcanzó suprema honra siendo 
inventor de obras maravillosas) derribado una 
parte del muro, y haciendo cavar algunas mi- 
nas en el fundamento donde estaba asentada 
la fortaleza y metiendo en ellas barriles de 
pólvora para dalles después fuego, que con la 
violencia de aquel elemento, cerrado por don- 
de pudiese expirar, rompía con grande pres- 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



69 



teza cuanto topaba. El Gran Capitán deter- 
minó de su parte con su gente dar otro tiento 
á la fortuna, pero con mejor consejo y pru- 
dencia que el proveedor en aquel acometi- 
miento pasado usado había. Y con esta vo- 
luntad el Gran Capitán se dio mucha prisa á 
hacer aparejos é ingenios con que pudiese 
tomar á los enemigos, y de tal manera andaba 
diligente en el efecto de aquel negocio, que de 
día ni de noche no reposaba, dando en este 
medio muy gran batería con el artillería y asi- 
mismo acometiendo á los enemigos cuando era 
menester, no se apartando de aquello que era 
razón seguir, como hombre que de aquel me- 
nester sabía mejor usar que ningún otro. El 
cual entre otros muchos aparejos é ingenios 
que mandó hacer hizo tres grandes minas, las 
cuales hinchió de mucha pólvora é hízolas ce- 
rrar de un muro muy fuerte. Después de esto, 
muy secretamente, como de los turcos no fue- 
sen sentidos, mandó hacer una puente con in- 
genio muy sotil, y fué de manera que al tiem- 
po que los españoles diesen la batalla y lle- 
vasen lo mejor de ella, la puente se echase 
encima del muro, de manera que pudiese 
subir por ella mucha gente, porque como los 
turcos estuviesen ocupados por los lugares 
de do eran de los cristianos acometidos, no 
impedirían el efecto de aquel ingenio, con el 
cual el Gran Capitán pensó del todo tomar la 
villa, como lo hizo, según que abajo se dirá. 
Pues después que las minas fueron acabadas 
y los otros ingenios y aparejos fueron hechos 
y la puente de madera acabada, el Gran Ca- 
pitán un día bien de mañana mandó meter en 
armas su gente, los cuales siendo juntos en 
uno les dijo: 

ORACIÓN DEL GRAN CAPITÁN Á LOS 
ESPAÑOLES 

«Por cierto, señores, si después del auxilio 
divino no esperase en vuestro valor y esfuer- 
zo de ser vencedor en esta jornada que tan 
deseada y á la mano tenemos, acordándome 
de vuestra sobrada virtud, por mejor tuviera 
que nos quedáramos en España, aunque con 
honra sepultada, que no haber venido aquí, en 
donde los venecianos han querido concurrir 
con nosotros en la honra, pensando, como ha- 
béis visto, que se quisieron jactar (estando 
sobre el fuerte de los enemigos, donde des- 
pués con tanto vituperio fueron lanzados) que 



ellos tenían la victoria de esta empresa y así 
lo empezaron de publicar. Por cierto muy mala 
cuenta daríamos de nosotros si ello así fuese 
y pasase en verdad, que una ciudad tan ruin 
y unos desarmados flecheros se nos ampara- 
sen tanto tiempo. ¿Por ventura nosotros no 
somos aquellos españoles que domamos la 
soberbia de los franceses echándolos con tan- 
to vituperio de todo el reino de Ñapóles y res- 
tituímos en su señorío al Rey D. Fernando, y 
después habemos hecho poseer aquel reino 
pacíficamente al Rey D. Federico, su sucesor? 
¿Pues será verdad que á una gente tan expe- 
rimentada y valerosa le sea preferida la ve- 
neciana con su arrogancia? La cual ha de ser 
testigo y pública pregonera de nuestro es- 
fuerzo ó cobardía; si bien lo miráis mejor os 
será la honesta muerte que la vida muy vitu- 
perada, mayormente pues es contra infieles, 
donde el que pierde el cuerpo perecedero sal- 
va el alma inmortal, y el que queda vivo que- 
dará rico de fama y joyas que éstos tienen en- 
cerradas. Pues si pensáis que este cerco pue- 
de durar mucho, advertid que estamos en tie- 
rra de enemigos y con mucha falta de vitua- 
llas, las cuales no pueden sernos proveídas 
sino por la mar, la cual como veis anda tan 
alterada que no se puede navegar ni hay es- 
peranza de bonanza en muchos días. Pues 
¿pareceos que será más conveniente morir de 
hambre sin esperanza de socorro y como co- 
bardes que, combatiendo varonilmente como 
acostumbráis, vencer al enemigo y perpetuar 
la honra y fama y ganar la tierra, la cual abun- 
da de lo que á nosotros nos falta, que es las 
provisiones y dineros, y poder tomar descan- 
sado sueño, del cual los enemigos nos privan 
y sus coníinuos asaltos? Yo os ruego, no como 
á soldados, sino como á hermanos, que por 
tales os tengo y he tenido como sabéis, que 
de tal manera empleéis vuestro esfuerzo, que 
nuestra nación siempre sea tenida en la po- 
sesión que hasta aquí y que nuestras manos 
sea nuestra vida y honra y provecho, porque 
haciéndolo imitaremos á nuestros pasados y 
los venecianos conocerán la ventaja que hay 
entre ellos y nosotros. Haremos el mandado 
de nuestro Rey, castigaremos los soberbios 
mahometas, vengaremos las injurias pasadas, 
ganaremos, en fin, una fuerza que será seguro 
puerto á los cristianos, de donde tanto bien 
se sigue, y pues^todo lo necesario á este com- 
bate está en buena disposición, no hay para 



70 



CRÓNICA GENERAL 



qué tantas palabras, pues os sobra el esfuer- 
zo y ningún género de palabras lo puede acre- 
centar, pues vuestras obras mostrarán cada 
uno quién es y lo que vale y cómo merece ser 
galardonado según sus obras y virtud». 

A estas palabras habiendo estado todos 
muy atentos, respondieron que no querían 
más de licencia de su capitán que por la obra 
conocería su voluntad y buen deseo. Y luego 
el Gran Capitán con tal esperanza ordenó su 
gente para la batalla, según que el número de 
ellas, el tiempo y lugar demandaban, y como 
fué toda la gente en orden, mandó poner fue- 
go á las minas, las cuales no tuvieron efecto 
ninguno, por razón que por la parte de den- 
tro los turcos tenían hechas ciertas contrami- 
nas por donde todas las fuerzas de las minas 
fueron causa de se perder, porque expiró por 
las contraminas y quedó el muro tan fuerte 
como de antes estaba. El Gran Capitán Gon- 
zalo Fernández, viendo el poco ó ningún daño 
que las minas hicieron en el muro de la villa, 
dejó una parte de la gente en la guarda de la 
puente de madera que había hecho, dando or- 
den para que al tiempo que viesen que su gen- 
te estaba encima de los reparos, ellos echa- 
sen la puente sobre el muro y subiesen por 
ella con mucha presteza, y él con toda la otra 
gente, después que fué muy bien batida con 
toda la artillería, se allegó al combate, y en 
allegándose comenzó con muy grande ánimo 
y fortaleza que los españoles por se señalar 
entre los venecianos ponían, y lo que más les 
ayudaba era el favor del Gran Capitán, el cual 
proveía con muy gran diligencia en todos los 
lugares, animando á los suyos y él de su per- 
sona combatía como muy valiente soldado. En 
esto el Gran Capitán mandó allegar las escalas 
al muro por diversas partes y mandó por ellas 
subir á toda la gente, por las cuales comen- 
zaron á subir con muy denodado ánimo; pero 
los turcos en esto no dormían, antes con muy 
grande saber y fortaleza se defendían, no dan- 
do lugar á que los españoles subiesen, por ra- 
zón que desde lo alto les echaban mucho fue- 
go artificial y olio herviente y piedras y lan- 
zas y todo género de armas que á las manos 
podían haber, con que no poco daño hacían 
en los españoles, porque muchos eran abajo 
muertos y otros tullidos y muy mal heridos 
por la cruel resistencia que con aquellos mate- 
riales hacían, y junto con esto los turcos des- 
pedazaron muchas escalas, de que no poco 



impedimento se les seguía á los españoles. 
Pero el Gran Capitán, reforzando su gente y 
la batalla de refresco, y de una y de otra par- 
te con mucha y grande diligencia proveía, de 
que los españoles tomaron tanto y tan gran 
ánimo, que los unos por las escalas y los otros 
haciendo montones de cuerpos muertos arri- 
mados á los reparos y ayudándose los unos 
á los otros, subieron encima de los reparos á 
mal grado de los turcos, de que no poco daño 
hacían á los españoles por se defender de ellos 
y de sus fuerzas. De los que subieron prime- 
ro en los reparos fué un Martín Gómez, ca- 
pitán de infantería, el cual hizo mucho de su 
persona al subir de los dichos reparos, hacien- 
do camino á todos sus compañeros para da- 
lles lugar que subiesen, con harto daño y pe- 
ligro suyo y de su persona, y con esto la voz 
fué por todo el campo cómo ya los españoles 
eran subidos á los reparos. Y con esto todos 
los otros lugares cobraron ánimo y procura- 
ron con muy gran diligencia de subir en el 
muro, y de esta manera, cuanto más á los es- 
pañoles les crecía el ánimo, tanto más las fuer- 
zas de los turcos se disminuían, porque en 
muy poco espacio los españoles fueron seño- 
res de los reparos, y los turcos comenzaron á 
desmayar y á desamparar los muros y se re- 
cogieron dentro por las fuertes casas de la 
villa. En este medio, viendo que era ya tiempo 
de echar la puente, los españoles que habían 
quedado en guarda de aquel hecho echaron 
la puente sobre el muro, el cual como estu- 
viese más desembarazado de los dichos tur- 
cos, subieron por ella muy muchos españoles, 
los cuales de refresco comenzaron á cargar 
sobre los turcos matando é hiriendo muchos, 
tanto que ya no pudiendo sufrir más los turcos 
á los españoles, volvieron las espaldas. Los 
españoles, matando é hiriendo en ellos, los 
siguieron hasta metellos por la puerta del 
castillo, donde el capitán turco Cisdar con 
mucha gente de la suya se había recogido y 
tomaron cerca de ochenta turcos vivos aun- 
que heridos, y los españoles allegando al cas- 
tillo con la matanza comenzáronle á combatir, 
poniendo en aquel combate no menos fuerzas 
que en la presa de la villa. Finalmente, los es- 
pañoles como los viesen como hombres ven- 
cidos, muy en breve los tomaron juntamente 
con el castillo, al cual tomándole por fuerza 
los españoles mataron todos los turcos que 
dentro se habían recogido con su capitán Cis- 



Jí 



DEL GRAN CAPITÁN 



71 



dar, los cuales todos fueron muertos que se- 
rían hasta trescientos soldados. De esta ma- 
nera el Gran Capitán con su gente alcanzó 
esta tan gloriosa victoria, restituyendo la villa 
á su debido señor, Pero la fortuna le esparció 
aquel dulcísimo honor de la honrada hazaña 
con el amargor del doméstico llanto, porque 
casi en aquel tiempo D. Alonso de Aguilar, su 
hermano, mayorazgo de su linaje, capitán de 
gran autoridad, fué muerto de los moros en 
la sierra Bermeja; habiéndose aquella gente 
dejado debajo de ciertas condiciones de paz 
después de la guerra de Granada en la sierra 
Morena y eran forzados del Arzobispo de To- 
ledo á hacerse cristianos, rebeláronse y pu- 
siéronse en armas, fué cometido el cargo á 
D. Alonso para que les hiciese guerra y los 
castigase. Y él combatiendo esforzadamente, 
habiéndose metido muy adelante, sobrevinien- 
do la noche, dándole encima los moros por 
todas partes, saliendo de las celadas le mata- 
ron, habiéndole primero muerto el caballo. El 
Conde de Ureña, compañero suyo en aquella 
empresa, no tuvo esfuerzo de socorrer á don 
Alonso, puesto en medio de sus enemigos. 
D. Pedro, su hijo, habiendo recibido grandes 
heridas junto á su padre, fué socorrido de don 
Francisco Alvarez de Córdoba, amigo valero- 
sísimo, y echados con grande fuerza los bár- 
baros le levantó, que estaba en tierra con una 
pierna pasada, le puso en un caballo y con muy 
grandísima honra le salvó y le puso en salvo. 

CAPÍTULO XIIII 

De la gran hambre que los cristianos padecie- 
ron después de ganada la isla de la Capha- 
lonia. 

Después que el glorioso vencimiento el 
Gran Capitán hubo en la presa de la Capha- 
lonia sobre la cual puso gran trabajo é in- 
dustria, estando en el cerco cincuenta días 
de los más trabajosos del invierno, el cual 
siendo de muchas aguas y vientos combatido 
y contino sufriéndolo con paciencia. En este 
medio el Gran Capitán, que mucha pasión 
tenía á causa del mal tiempo y de su gente 
que de sola hambre se caían muchos de ellos 
muertos, y faltándoles la carne comían las 
bestias del ejército, así asnos como caballos 
y otros animales, haciendo de los crudos 
cueros calzado para sus pies, allegó la gente 



del ejército en tan extrema necesidad de ham- 
bre, que faltándoles los caballos y las otras 
bestias comían los ratones y las yerbas y 
otros muchos manjares de esta calidad y be- 
bían agua. Finalmente, el Gran Capitán y el 
proveedor se vieron, juntamente con su gen- 
te, en la mayor necesidad que nunca se vie- 
ron capitanes, y esto era por no poderse na- 
vegar la mar; y el Gran Capitán, que de muy 
gran corazón era y magnánimo, determinó de 
se partir de aquella isla, queriendo antes 
oponerse á la ventura de la mar que no mo- 
rir de hambre allí en aquella isla. Bien es 
verdad que en la mar, según el fuerte tiempo 
del invierno, no estaba bien seguro; pero, 
como dicho es, antes se quería el Gran Ca- 
pitán cometer á la mar que no esperar allí la 
muerte, que muy cierta les era por la muy 
grande falta que tenían de todos los mante- 
nimientos. Finalmente, el Gran Capitán con 
su gente se metieron en las galeras con pro- 
pósito de se aventurar y partirse luego de 
aquel lugar; pero como las cosas de la mar 
sean tan dudosas que en un momento se 
truecan del todo, acaeció que sobrevino á 
deshora una grande tormenta y un tan con- 
trario tiempo en la mar, que convino á los 
dos ejércitos no partirse de aquel puerto. 
Duró esta tormenta quince días y más, den- 
tro de los cuales como tomase á la gente de 
las dos armadas con tanta necesidad y ham- 
bre, se caían muchos muertos, y verdadera- 
mente perecieran aquellos dos ejércitos si 
Dios por su gran misericordia no los soco- 
rriera por una muy grandísima ventura. La 
cual fué que una nao de ochocientas botas 
yendo á Alejandría cargada de castañas, por 
la muy gran tormenta de la mar se perdió 
en el surgidero de aquella isla, de la cual an- 
tes que fuese á lo hondo, con las barcas y 
bateles toda la gente del ejército cada uno 
por su parte con diligencia recogieron todas 
las castañas y avellanas y algunas otras vi- 
tuallas que se pudieron salvar de aquella 
nave perdida. Había en este tiempo en el un 
campo y en el otro, guardado de secreto, 
alguna cantidad de trigo; lo cual sabido por 
el Gran Capitán Gonzalo Fernández, lo man- 
dó traer y hacer algunos pequeños molinos 
de á brazo, los cuales en cada una galera mo- 
vidos por los forzados, y faltando cedazos 
para sacar el salvado, quitó á las mujeres de 
las cabezas algunos velos muy^delicados, los 



72 



CRÓNICA GENERAL 



mejores que entre ellas halló, é hizo hacer 
hornos pequeños en la ribera de la mar don- 
de se cociese el pan, y así con esta provisión 
no solamente se remedió la hambre, mas 
ambos campos fueron levantados en espe- 
ranza de poderse librar de la muerte que 
cruel esperaban. Y esto, juntamente con la 
presa de la nave ya dicha, fué mucho con- 
suelo y ayuda para aquella gente que casi 
del todo pensaron de morir de hambre ypere- 
cer en aquella isla. Finalmente, con aquella 
provisión y bastimento se detuvieron los dos 
ejércitos hasta tanto que la mar se metió en 
bonanza, que muy alterada había estado en 
todos aquellos quince días continuos, y des- 
pués que la mar abonó quedando la villa de 
la Caphalonia á muy buen recaudo, las dos 
armadas se partieron ambas de aquel puerto 
y el Gran Capitán se fué á Sicilia y el pro- 
veedor á Venecia para enviar de allá gente y 
provisión para la villa que en mucha necesi- 
dad quedaba, como adelante se dirá. 

CAPÍTULO XV 

De cómo el Duque Valentino fué sobre Faen- 
za, y de lo que en la villa de Fosara le 
acaeció. 

En este medio tiempo que el Gran Capitán 
estuvo sobre la Caphalonia, el Duque Valen- 
tino, habiendo ya, según dicho es, conquista- 
do el estado de Imola y Forli como en las ca- 
pitulaciones se contenía, determinó de se 
mover de su aposento con toda la gente que 
tenía por aquellas tierras de la Romanía apo- 
sentadas y fué sobre Faenza, otra villa de 
las que en la capitulación se contenía; y como 
llegó á Saxo Ferrato, distribuyó el ejército y 
mandólo aposentar por las villas de aquella 
comarca, y siendo aposentados en una villa 
que se dice Fosara, el capitán francés mon- 
siur de Alegre, uno de los que venían con el 
Duque para aquella conquista con cincuenta 
hombres de armas y cuatrocientos infantes 
españoles, los de aquella villa cerraron las 
puertas y no les quisieron aposentar dentro. 
La razón fué, según se dijo, porque cuando el 
Duque Valentino tornó de Francia de hacer 
su casamiento, viniendo un día uno á se que- 
rer aposentar en aquella villa y viéndolo los 
vecinos no le quisieron recibir dentro ni dar- 
le aposento para su persona, ni vituallas; de 



que el Duque muy enojado, no se queriendo 
detener, pasó adelante la vía de la ciudad de 
Roma. Y de este desacato se temían los de 
la villa no se quisiese agora vengar de ellos 
recibiéndole dentro su gente, y también pen- 
saron que como la vez primera pasó sin les 
hacer daño, también se pasaría aquella vez 
última no haciendo cuenta ninguna de su 
inobediencia. Pero de otra manera sucedió 
que pensaron, porque como el Duque supo 
el gran desacato que aquella tierra mostraba 
en su servicio, y asimismo tuviese en la me- 
moria de cómo no le quisieron dar aposento 
á su persona cuando por allí pasó viniendo 
de Francia, determinó de castigar la obstina- 
da malicia de aquella gente, no pudiendo más 
tolerar la pasión que de aquel hecho reci- 
bió. Y con esta determinación, pareciéndole 
al Duque ser cosa muy á la larga quererlos 
tomar á fuerza de armas combatiéndolos 
con el artillería, buscó alguna manera ó arte 
con que los pudiese tomar, y fué así que 
acordado que con la infantería española que 
estaba con monsiur de Alegre venían dos va- 
lientes soldados que eran cabos de escuadras 
de la infantería, al uno llamaban Sancho de 
Valdoncellas y al otro llamaban Ferrer, estos 
dos valerosos soldados tomaron una acémila 
y con ella se fueron ambos á dos á una de 
las puertas de la villa, y como llegaron habla- 
ron con las guardas rogándoles muy mucho 
que los dejase entrar á cargar aquella acémi- 
la de provisión para su escuadra, porque te- 
nían necesidad de ella. Las guardas no los 
consintieron entrar en ninguna manera, te- 
miéndose de algún engaño ó traición. Los 
soldados españoles tornáronlos á importunar 
otra vez, haciéndoles seguros de aquel recelo 
que las guardas tenían. Finalmente, creyendo 
las guardas que sería así como ellos lo de- 
cían, y también no se temiendo de dos solos 
hombres, abrieron las puertas y metiendo el 
acémila dentro tornáronlas á cerrar. En este 
medio el capitán monsiur de Alegre esta- 
ba aderezando con los infantes para po- 
ner por obra el trato que tramado les tenia» 
que fué éste: Que como los dos soldados hu- 
bieron comprado lo que se les antojó, torná- 
ronse á salir por aquella misma puerta por 
do habían entrado; al tiempo que las guar- 
das abrieron la puerta echaron el acémila de- 
lante, y ellos que bien armados iban de malla 
debajo el vestido, meten mano á sus espadas 



DEL GRAN CAPITÁN 



73 



y comienzan de feriren las guardas,y en esto 
llegaron á la puerta otros doce soldados es- 
pañoles compañeros de los otros dos que ha- 
bían consigo traído, los cuales se quedaron 
de fuera, y como el uno de ellos se apoderó 
de la puerta, dio lugar á que los otros doce 
soldados entrasen juntos y todos cargaron 
sobre las guardas de tal manera, que los 
echaron á golpe de espada de aquella puerta. 
En esto el rumor fué grande por la villa, di- 
ciendo traición, traición de enemigos, de cuya 
causa mucha fué la gente que acudió al lu- 
gar donde los españoles estaban, y con muy 
gran ímpetu dieron sobre ellos, y de aquel 
acometimiento hirieron á Sancho de Valdon- 
cellas y casi á todos los demás que con él 
estaban, los cuales como muy valientes sol- 
dados defendieron la puerta pasando mucho 
peligro de sus personas, por razón que los de 
la villa peleaban muy fuertemente por todas 
maneras defendiendo la villa. En esto los 
hombres de armas de monsiur de Alegre so- 
corrieron y entrando dentro en la villa se 
mezclaron con los enemigos con mucha for- 
taleza. La infantería no llegó tan presto, por 
razón que del burgo hasta la villa hay una 
cuesta muy grande y mala de subir, y por 
esta razón se tardó un poco que no acudió 
tan presto como debiera. Finalmente, los de 
la villa reforzando la causa de su peligro, to- 
dos juntos cerraron de tropel y cargaron so- 
bre los españoles, y tan reciamente los afron- 
taron, que hiriendo muchos de ellos los lle- 
varon retrayéndose por una calle abajo más 
de cien pasos, de lo cual fué causa que mu- 
chos soldados (teniendo ya la villa por toma- 
da) se metieron á robar por algunas casas, y 
con este desconcierto la gente se desordenó 
y pudiera ser que del todo se perdieran si no 
sobreviniera m.onsiur de Alegre con la infan- 
tería, que ya había subido la cuesta, porque 
los de dentro, casi desesperados de su salud, 
todo lo mejor que pudieron se habían ya re- 
traído hacia la puerta para salirse afuera; 
pero como vieron el socorro que les venía, 
afirmáronse más contra los de la villa. En 
esto los unos por tomar la villa y los otros 
por defenderla peleaban muy fuertemente y 
con harto daño de la una y de la otra parte, 
y estando la cosa de esta manera trabada un 
hombre de armas español de los del Duque, 
varón de muy gran fortaleza y ánimo, al cual 
llamaban Diego García de Paredes, el cual 



después de rescatado de los moros de la 
Caphalonia había venido con mandado al 
Duque Valentino, éste apeándose de su ca- 
ballo se puso á pie, y entrando en la villa 
vido cómo los de su parte tenían harto que 
hacer en se defender, y como esto vido, arre- 
metió como un león denodado con su espada 
y lanzóse por medio de las fuerzas de los 
enemigos dando voces, diciendo á los de su 
parte, que casi como vencidos estaban: «Ea, 
amigos, no consintáis que os venza gente 
vencida; por tanto, apretad con ellos». Con 
esto se lanza por medio de los enemigos ha- 
ciendo cosas dignas de eterna memoria, al 
cual los otros soldados viendo su denodado 
corazón le comenzaron de seguir combatien- 
do muy vaUentemente, aunque toda la gente 
no podía pelear por razón de ser la calle es- 
trecha, pero los que pelear podían hicieron 
tanto que los de dentro, aunque pugnaron 
de se defender mucho, pero no les aprovechó 
ninguna cosa, antes viéndose perdidos vol- 
vieron las espaldas, y los españoles matando 
é hiriendo en ellos los siguieron hasta que la 
noche los desparció, en la cual mucha gente 
escapó de no morir por razón que se descol- 
garon muchos del muro abajo, y huíanse á 
otros lugares, y otros se encerraban en el 
castillo, esperando allí la merced del Duque. 
La villa aquel día tomada y saqueada y que- 
madas algunas casas de las principales, he- 
cho en ellas todo el daño que hacerse pudo, 
muchos fueron muertos y heridos, de manera 
que fué bien vengada el injuria que por dos 
veces al Duque hicieron, según dicho es. 
Luego otro día siguiente el Duque tomó á 
merced á todos los hombres y mujeres que 
se habían recogido al castillo, y aunque le ha- 
bían sido mortales enemigos suyos los perdo- 
nó, y dejando tan mal parada aquella villa, se 
fué de aquel lugar la vía de Faenza. 

CAPITULO XVI 

De cómo el Duque Valentino se partió la vía 
de Faenza y de cómo puso cerco sobre ella. 

Luego otro día que los de la villa y castillo 
de Fosara se dieron á merced al Duque Valen- 
tino, según dicho es, el Duque se fué aposen- 
tar con su ejército á una villa que dicen Fano, 
y estando en aquella tierra aposentados acae- 
ció una mañana estando mucha gente así del 



74 



CRÓNICA GENERAL 



ejército del Duqne como de los vecinos de la | 
villa de Fano en una iglesia oyendo misa, su- 
cedió un grande misterio, el cual puso no poco 
temor en muchos de la compañía que sin res- 
peto ninguno ni temor de Dios que nos crió, 
hacían muchos desaguisados, sacrilegios y 
desafueros, forzando dueñas, corrompiendo 
vírgenes, robando los templos sagrados y ca- 
sas de Dios, y finalmente no perdonando ni 
aun á lo que está dedicado á su honra y mi- 
nisterio. Fué, pues, así que un soldado de los 
del Duque que se había hallado el día antes 
en el saco de Fosara, entrando en una iglesia 
había robado un cáliz de plata, y porque no 
fuese de los de la compañía visto, tomó el 
cáliz y dando sobre él con una piedra le abolló 
y metióse aquella plata en la manga del jubón; 
y como aquel mismo soldado se hallase á la 
sazón entre los otros soldados en aquella 
iglesia en misa, al tiempo que el sacerdote alzó 
el Santo Sacramento del cáliz, el dicho solda- 
do cayó muerto sin poder hablar cosa ningu- 
na. Los que allí se hallaron de la compañía, do- 
liéndose de aquel caso tan desastrado, allega- 
ron á él por le levantar y atentaron la manga, 
adonde sacando lo que tenía en ella halláronle 
el cáliz abollado, de que se conoció claramen- 
te el misterio de que quiso Nuestro Señor 
manifestar su grandeza, por razón que no es 
cosa justa que lo que está al servicio y culto 
divino aplicado sea de profanas manos trata- 
do. Finalmente, el soldado sin confesión pasó 
á la otra vida. Luegoaquel mismo día el Duque 
se partió con todo su ejército y allegó á Forli, 
adonde se detuvo algunos días para entender 
en dar orden en lo que debía de hacer en la 
conquista de Faenza, y en fin, después de habi- 
do consejo con sus capitanes se partió de 
Forli y fué con todo su ejército á poner cerco 
sobre la villa de Faenza, adonde estuvo en el 
medio del invierno y en todo lo más fuerte 
del. Y como llegó allí, asentó su campo contra 
la parte del burgo que mira hacia Forli, y des- 
pués de asentado dio orden en el asiento del 
artillería, la cual se asentó contra el burgo en 
frontera de la puerta de él, y luego comenzó 
con gran fortaleza á batir la muralla y fué tan 
grande la batería y tan recia, que cayó en tie- 
rra toda la puerta con un pedazo del muro de 
la mano derecha, y asimismo una buena parte 
de la torre que está sobre la misma puerta. 
Luego que la batería cesó, la gente fué toda 
metida en armas para dar el combate al burgo; 



pero mirando el Duque el daño que el artille- 
ría había hecho, vido que estaba un pedazo 
de la torre casi para caer, por lo cual mandó 
que la gente no se moviese hasta tanto que 
la artillería acabase de derrocar aquel pedazo 
que aun estaba fuerte y desde aquel lugar los 
de la villa hacían daño en la gente del Duque 
con el artillería. Pero acaeció lo que en seme- 
jantes casos suele acaecer. Los españoles que 
estaban ya en orden para combatir la villa, al- 
gunos de ellos con poco sufrimiento se des- 
mandaron á querer subir encima de la batería; 
los otros soldados, codiciosos por se ver den- 
tro la villa, se desordenaron, los cuales fueron 
todos juntos y el alférez con sus banderas, y 
subieron todos sobre el estanque y pusieron 
escalas sobre la otra parte para subir todos 
sin ninguna orden y sin tiempo, y de esta ma- 
nera se comenzó la batalla, adonde los unos 
por entrar y los otros por defender la villa 
peleaban con mucha fortaleza, de cuya causa 
así de una parte como de otra había muchos 
muertos y heridos. Pero los del Duque, por 
mucho que trabajaron, no pudieron entrar el 
burgo, por razón que los de dentro tenían he- 
cho por la parte de dentro otro gran foso y 
otros muchos reparos, y lo que más daño hizo 
en la gente del Duque fué que los contrarios 
tenían toda su artillería asestada por la parte 
de dentro por la batería contra ella, con que 
mataban mucha gente de la del Duque. Estan- 
do, pues, en esta priesa de pelear los del Du- 
que con los de Faenza, el pedazo que de la to- 
rre estaba para caer, según dicho es, siendo del 
artillería muy recio atormentado, cayó abajo 
encima de la batería y mató de caída á los dos 
alférez, con otros muchos soldados que á la 
sazón allí se hallaron, y junto con esto el arti- 
llería de los faentinos, que según se ha dicho 
hacía daño en la gente del Duque, de un tra- 
vés á la mano derecha mató á uno de los ca- 
pitanes del Duque, mancebo varón de mucha 
virtud, al cual llamaban Honorio Sabelio, de li- 
naje de los Sabelios romanos, y cayó en poder 
de los faentinos, los cuales nunca le quisieron 
dar para le sepultar hasta tanto que Faenza 
vino en poder del Duque. Este capitán había 
subido imprudentemente sobre una escala por 
se meter en la villa y vino de través una pelo- 
ta que le llevó de vuelo. Gran prudencia han 
menester los capitanes y gente de guerra en 
todos sus acometimientos, porque los peli- 
gros que sin consejo, antes con temeridad, se 



DEL GRAN CAPITÁN 



75 



acometen, siempre suceden de ellos lo que á 
este capitán con menos saber avino. Final- 
mente, habiendo aquel día los del ejército del 
Duque Valentimo muy desordenadamente pe- 
leado, sobreviniendo la noche, les convino re- 
traerse á fuera con harto daño que recibieron. 

CAPÍTULO XVII 

De cómo el Duque Valentino se retiró de 
Faenza por razón del invierno, y de cómo el 
rey de Francia le envió socorro con que tornó 
segunda vez sobre Faenza. 

Otro día siguiente después de aquel com- 
bate primero que el Duque dio á los faenti- 
nos mandó mudar el artillería para dar la ba- 
talla por otra parte al burgo, y queriéndola 
mudar fué tanta el agua y nieve que vino que 
pensaron todos de perecer, y los caballos no 
podían menearse con el artillería, porque como 
la tierra es de arcilla y gruesa, hácense lodos 
en gran manera y acaece muchas veces en 
semejantes casos quedarse los caballos y 
otras bestias del carruaje estancadas en el 
lodo y no poder salir de ello, y más si los in- 
viernos son de agua. De esto avino muy gran 
desconcierto en el ejército del Duque, á cuya 
causa pudiera todo el ejército recibir gran 
daño, en especial que á la sazón salieron los 
de dentro de la villa á dar en ellos, donde les 
hicieron mucho daño. Viendo el Duque cómo 
no se podrían sostener estando en campaña 
en tiempo de tantas nieves y aguas, y que no 
se podía aprovechar de la artillería y toda la 
pólvora estaba húmeda, determinó de se le- 
vantar de sobre Faenza y repartir su gente á 
aposentarla por aquella comarca. La gente es- 
pañola aposentó en Forli y al capitán Miguel 
Valentino con su gente á dos millas de allí, y 
su persona con toda la otra gente del ejército 
se aposentó junto á Cesena, por aquellas 
granjas. Asimismo dejó gente de guarnición 
en muchos lugares cercanos de Faenza, para 
que mediante aquel tiempo del invierno salie- 
sen de aquellos lugares á dar rebatos y esca- 
ramuzas á los faentinos y correrles la tierra. 
Haba de esta gente en Imola y en Solarola, y 
en Bresiguela y Rojada, adonde cada día sien- 
do el campo aparejado salían á correr la tie- 
rra de Faenza. Estando el Duque sin hacer 
cosa ninguna por razón del invierno, envió á 
demandar más gente de socorro al Rey de 



Francia, el cual según por lo capitulado entre 
ellos era obligado á le enviar. Y con esto, vis- 
to por el Rey de Francia la necesidad que el 
Duque tenía de gente, envióle doscientos 
hombres de armas y mil y quinientos gasco- 
nes y cuatrocientos archeros, y dio el cargo 
de esta gente á monsiur de Alegre. Asimismo 
en aquel tiempo que quedaba de pasar del 
invierno el Duque hizo aderezar toda la ar- 
tillería y mandó traer más, y la gente se ade- 
rezó de armas esperando que el verano apun- 
tase para ir sobre aquella villa, que muy gran 
vergüenza era detenerse en la conquista de 
ella. Después que fué pasado lo más recio del 
invierno, y el verano se comenzó á sentir por 
los mortales, el Duque Valentino mandó re- 
coger toda su gente y artillería en un lugar. 
Hecha reseña de ella hallóla toda muy bien 
aderezada, y halló tener mucha más gente en 
su ejército que no la que llevó la vez primera 
que fué sobre aquella villa de Faenza. Final- 
mente, el Duque movió todo su campo la vía 
de Faenza, la cual era muy fuerte villa, como 
es dicho, y muy fuertemente defendida por los 
de dentro, y como llegaron sobre ella hizo 
asentar su campo junto al camino de Bolonia 
y aposentó su persona junto á un monesterio 
fuera de la villa, que dicen San Francisco, y lue- 
go que fué aposentado el campo y aposentada 
la persona del Duque, se dio orden en el asien- 
to del artillería, la cual se asentó contra la roca 
de la villa una parte de ella y otra parte man- 
dó asentar contra un bestión que los de den- 
tro habían hecho para reparo de su artillería. 
Y de esta manera asentada, como dicho es, el 
artillería, luego se comenzó á jugar de una 
parte y de otra con ella, de manera que mu- 
rió alguna gente de ambas las partes. En esto 
la gente se metió en armas y acometieron á 
tomar el bestión, el cual defendieron los de la 
villa con mucha fortaleza; pero como el arti- 
llería estaba asentada contra el bestión y des- 
cargasen tan á menudo, recibía mucho daño la 
gente que estaba en defensa de él. Por mane- 
ra que no se pudiendo allí sufrir á causa del 
peligro del artillería, les convino á los faenti- 
nos desamparar el bestión; lo cual visto por 
el Duque tomaron de aquel bestión, adonde 
asentaron gran parte del artillería, y sobre la 
boca del foso desde allí batían muy reciamente. 
De manera que se hizo lugar para que con in- 
genio se sacó toda el agua del foso. Gran dili- 
gencia y sagacidad mostró tener en aquel 



76 



CRÓNICA GENERAL 



tiempo el Duque en su persona, el cual no 
cesaba de visitar á los unos y á los otros, 
mostrando en todo muy gran ánimo y cora- 
zón. Después que fué sacada el agua del foso 
mandó batir por todas partes muy reciamen- 
te con el artillería é hizo estar á punto toda 
la gente de armas é infantería para dar el 
combate cuando fuese tiempo. Finalmente, 
después que fué bien batida la fortaleza y 
muro de la villa, comenzaron á dar el combate, 
en el cual así los franceses como españoles 
hacían grandes cosas de sus personas pelean- 
do muy fuertemente, matando muchos de los 
enemigos, aunque á la verdad con mucho daño 
suyo. En esta priesa de pelear algunos espa- 
ñoles subieron encima de los reparos, entre 
los cuales el primero que subió fué Diego Gar- 
cía de Paredes, haciendo cosas muy señala- 
das, dando lugar á que la otra gente subiese, 
adonde todos los que subieron fuertemente 
peleando hicieron muy gran daño en los con- 
trarios, procurando con todo su poder de en- 
trar en la villa; pero los que subieron sobre 
los reparos fueron pocos y la subida fué muy 
dificultosa y no pudieron ser de los de abajo 
socorridos. Por manera que como los faentinos 
viesen el peligro tan eminente como les esta- 
ba aparejado, cargaron muchos sobre los re- 
paros para echar á los españoles de aquel 
lugar, y tanto hicieron en aquella defensa de 
los reparos, que atormentados los españoles 
de muchos y muy pesados golpes, convino á 
muchos dejar las vidas sobre los reparos; 
otros mal heridos no esperaban otra cosa 
salvo morir á manos de sus enemigos. En esto 
un capitán de grande ánimo y fortaleza, que 
llamaban Pedro de Murcia, viendo á los de su 
parte en tanto peligro, arremetió con alguna 
gente de armas é infantes españoles á soco- 
rrer los otros que estaban en peligro muy 
grande, el cual subiendo sobre los reparos 
fué de un arcabuz muerto por el través. Los 
otros españoles que con él habían subido, no 
con poco daño suyo recobraron los otros que 
estaban en peligro de muerte. Aunque de am- 
bas las partes, y en especial de la parte del 
Duque, no pocos muertos y heridos hubiese, 
no por eso había ningún mudamiento en el 
Duque, antes como fuerte varón reforzando 
siempre la batalla con grande diligencia, á 
todas partes proveía gente de refresco; pero 
los de la villa, que muy buena gente y fuer- 
te era, viendo cómo defendiendo la villa de- 



fendían sus personas y sus mujeres é hijos, 
y asimismo la libertad, peleaban con mucha 
fortaleza y no consentían entrar á los enemi- 
gos en la villa, antes tenían por mejor morir 
en defensión de ella que vivir sujetos al Du- 
que. De esta manera no llevando los del Du- 
que otro provecho en aquel día, salvo el daño 
de mucha gente que fué muerta con el com- 
bate, por razón de la noche que sobrevino, 
les convino retirarse de aquel combate, difi- 
riendo el otro combate hasta la mañana veni- 
dera. 

CAPÍTULO XVlll 

De cómo el Duque Valentino otro día de ma- 
ñana dio otro combate á la villa y de cómo 
la tomó. 

Grande trabajo padecía la gente del Duque 
en la conquista de aquella villa y mayor peli- 
gro, porque según se halló, murió de la gente 
del Duque más de dos mil hombres; de mane- 
ra que cuanto mayor resistencia hallaban en 
los faentinos, tanto mayor voluntad y deseo 
tenía el Duque de tomar aquella villa. Pues 
fué así que pasada aquella noche, luego á la 
mañana el Duque dio el cargo del primer com- 
bate á un capitán italiano llamado Vitelo, que 
con la infantería italiana y con alguna gente 
de hombres de armas acometiesen la prime- 
ra batalla, y con esta orden el capitán Vitelo 
con aquella gente que le fué cometida arre- 
metieron con gran ímpetu y pasando el foso 
comenzaron á subir sobre los reparos, y tanto 
hicieron por entrar dentro, que los faentinos 
que se defendían con gran fortaleza mataron 
muchos de ellos, aunque se defendían con har- 
to daño suyo; y todavía los italianos pugnan- 
do de entrar fueron por los de la villa apre- 
miados, que convino á los italianos del Duque 
desamparar aquel lugar, siendo lanzados de allí 
abajo á golpe de espada. El Duque, que muy 
bien mirando estaba lo que los suyos hacían, y 
viendo que los faentinos los lanzaban abajo 
de los reparos, arremetió él con toda su gente 
de armas é infantería española é itaüana y so- 
corrió á los otros italianos que estaban en 
aquella priesa, y pasando el foso sobre muchos 
cuerpos muertos que del combate del otro día 
habían allí quedado, con muy gran fortaleza 
peleando subieron sobre los reparos no con 
poco daño. Grande fué la defensión que los 
del Duque hallaron en los faentinos, y muy 



DEL GRAN CAPITÁN 



77 



mayor fortaleza, por donde merecen perpetua 
gloria y honra entre todas las otras tierras de 
Italia, que siendo una villa no muy grande, se 
defendió tanto tiempo contra todo el ejército 
del Duque, que de mucha yde muy fuerte gen- 
te estaba acompañado. Finalmente, los espa- 
ñoles hicieron tanto aquel día, que por fuerza 
les hubieron de tomar una sala del castillo 
que estaba á la mano izquierda, debajo de la 
cual los enemigos tenían su munición de pól- 
vora, y como los españoles eran muchos los 
que peleaban en la sala, losfaentinos pusieron 
fuego debajo en la pólvora, y como se quemó, 
derribó con su fortaleza gran parte de la sala, 
de cuya causa murieron allí muchos de ellos y 
de los de la villa; pero los que quedaron pelea- 
ron tan fuertemente, forzando por entrar en la 
roca, que convino á los faentinos desamparar 
aquel lugar. Junto con esto, como el artillería 
del Duque hubiese derribado un pedazo del 
pasadizo de la torre, no tuvieron lugar ni pu- 
dieron pasar á defender la batería los de la 
tierra, por manera que desamparando del todo 
la torre convino retraerse á la roca, y cesando 
la batalla aquel día por la noche que sobrevi- 
no, el Duque se apoderó en todo lo que él se 
pudo apoderar y aquella noche metió en la 
torre muchos arcabuceros, los cuales hacían 
mucho daño en los que defendían la roca; y los 
faentinos, viendo cómo no se podían defender 
y que á un tiempo la villa juntamente con la 
roca se perdería, y junto con esto viéndola 
gran falta que tenían de provisión, y que si 
mucho ellos pugnaban por se defender mucho 
más el Duque trabajaba de los tomar, deter- 
minaron de se dar al Duque con condición que 
en ellos ni en su señor no fuese hecho daño 
alguno; y de esta manera acordado entre el 
Duque y faentinos, no sólo les prometió segu- 
ridad en la persona de su señor, que el señor 
se llamaba Astorge, y á su hermano, pero pro- 
metióle de le haber del Pontífice un capelo de 
Cardenal, y de esta manera los faentinos se 
dieron al Duque y le entregaron en su poder 
al señor Astorge y á su hermano; y el Duque 
mandólos llevar á Roma, á los cuales desde á 
pocos días los hizo matar, no cumpliendo aque- 
llo que á los faentinos había prometido. Final- 
mente después de haber con harto daño de los 
unos y de los otros venido la ciudad de Faen- 
za en poder del Duque Valentino, y dejando 
las cosas de aquella ciudad en toda paz y so- 
siego, el Duque sin entrar en la ciudad se par- 



tió de San Francisco, donde estaba aposen- 
tado, y fuese camino de Bolonia con voluntad 
de ir sobre micer Juan de Bentebolla, que tirá- 
nicamente tenía ocupada la ciudad de Bolonia 
que era del Pontífice. Pero viendo micer Juan 
de Bentebolla que la voluntad del Duque era 
ir sobre él, aparejóse para le esperar lo mejor 
que pudo, fortaleciendo las puertas y muros 
de Bolonia de mucha y muy buena gente y ar- 
tilleria, y junto con esto tuvo á los ciudadanos 
en gracia no le tratasen algo con el Duque, de 
que recibiese daño en su persona y estado. 
Finalmente, el Duque, que muy bien apercibido 
halló á micer Juan de Bentebolla, y viendo que 
era por demás querer intentar de entrar en la 
ciudad, determinó de se concertar con micer 
Juan, y fué el concierto en esta manera: Que el 
micer Juan diese al Duque una escuadra de 
caballos en su servicio y que le diese asimis- 
mo cierta suma de dinero para pagar á su 
gente. Lo cual siendo cumplido por micer Juan, 
el Duque se alzó de sobre Bolonia con mucho 
enojo que de los bolonieses hubo por razón 
que le habían escrito que viniendo con su gen- 
te sobre aquella ciudad, ellos le recibirían den- 
tro levantándose contra micer Juan; y viendo 
cómo le habían burlado, no haciendo mngún 
movimiento de su parte, con la pasión que de 
esto hubo de los bolonieses, envió las mismas 
letras que de él le habían escrito á micer Juan 
de Bentebolla, descubriendo por esta causa la 
traición de bolonieses; por lo cual micer Juan 
de Bentebolla inquiriendo los autores de aque- 
lla traición, fueron degollados públicamente. 
Y con esto micer Juan de Bentebolla quedó 
por algún tiempo pacífico en Bolonia; y el 
Duque despidiendo los franceses que de par- 
te del Rey en socorro tenía, contada la otra 
gente atravesó la Toscana y se fué á poner en 
el puerto de Barato, adonde se detuvo algu- 
nos días, dando orden en lo que convenía á la 
expugnación de la ciudad de Plumbin. 

CAPÍTULO XIX 

De cómo el ejército del Rey de Francia se mo- 
vió la vía de Ñapóles, y de la división que 
de aquel reino se hizo entre el Rey de Fran- 
cia y el Rey D. Fernando de España. 

Después que el Rey de Francia, según di- 
cho es, hubo cumplido con el Duque Valentino 
favoreciéndole en la conquista del estado de 



78 



CRÓNICA GENERAL 



la Romana, y asimismo ya de su parte des- 
pués de la muerte del Rey Cario octavo, su 
predecesor, hubiese sometido debajo de su 
señoría y corona el ducado de Milán, y que 
en todo la fortuna le había sido favorable, de- 
terminó de pasar más adelante, extendiendo 
su estado, como de costumbre lo tienen los 
Reyes de Francia, en especial en aquellas con- 
quistas que los Reyes sus pasados hubieron 
y movieron contra el reino de Ñapóles. Final- 
mente, no siendo ajena la naturaleza de este 
Rey D. Luis de la de los otros, determinó, no 
quedando ya cosa por hacer en la Lombardía 
ni en la Romana, de enviar su ejército contra 
el reino de Ñapóles, con el cual envió á mon- 
siur de Aubegni por Capitán general del. El 
cual con esta orden y mandamiento de su Rey 
se partió de Milán, dejando la ciudad bien 
proveída de gente de guarnición y lo mismo 
el castillo, y comenzó á caminar la vía del rei- 
no de Ñapóles. De esta voluntad del Rey de 
Francia fué avisado el Rey D. Fernando el 
CatóHco de España, teniendo mucho á mal del 
Rey de Francia que no embargante las confe- 
deraciones y amistad que entre ellos estaban 
puestas y asentadas, quería ir á tomar el rei- 
no de Ñapóles, sabiendo cuánto era su deser- 
vicio por razón de ser Rey de aquel reino el 
Rey D. Federico de Aragón, su pariente y 
descendiente de los Reyes de Aragón, y asi- 
mismo porque dado caso que el Rey D. Fe- 
derico muriera sin heredero, había de derecho 
y justicia el Rey D. Fernando de ser Rey de 
Ñapóles; y por este efecto determinó de que- 
brantar él la fe á quien primero había que- 
brantádosela, y con esta determinación hizo 
hacer en Castilla mucha gente de guerra para 
la enviar al Gran Capitán, que estaba en Sici- 
lia, para que juntamente con la otra gente que 
él consigo tenía se moviese contra el Rey de 
Francia y contra su ejército, sí intentase de 
venir contra el Rey D. Federico de Ñapóles. 
Pero considerando el Rey D. Fernando mejor 
aquel negocio, halló muy gran aparejo en el 
Rey D. Federico para recibir en el reino de 
Ñapóles al Rey de Francia, por razón de una 
carta que le fué dada al Rey D. Fernando del 
Rey D. Federico, la cual había enviado al Rey 
de Francia, en que por ella decía dos cosas: la 
una que el Rey D. Federico se obligaba de dar 
al Rey de Francia cada un año cierta suma de 
dinero en tributo porque le dejase gozar del 
Reino de Ñapóles sin ninguna contradición de 



su parte, y asimismo se ofrecía de le dar paso 
y vituallas para ir á conquistar el reino de 
Sicilia, si su voluntad fuese. ítem hallaba el 
Rey D. Fernando otro inconveniente, y era 
que dado caso que el Rey de Francia no qui- 
siese recibir aquel tributo del Rey D. Federi- 
co, sino llevarle todo por rigor y fuerza de 
armas, tenía el Rey de Francia muy gran apa- 
rejo, después de haber ganado el reino de Ña- 
póles, para pasar su ejército contra su reino 
de Sicilia. ítem el Rey D. Fernando tenía mu- 
cho enojo con el Rey D. Federico por razón 
del mal tratamiento y odio que tenía y mos- 
traba con su madrastra la Reina, mujer que 
fué del Rey D. Fernando, el primero que fué 
de aquel nombre en aquel reino de Ñapóles y 
padre que era de este mismo Rey D. Fede- 
rico y del Rey D. Alfonso que murió en Si- 
cilia. Al Rey D. Fernando le pareció muy mal 
este trato, no queriendo que aquel reino fue- 
se tributario á gente enemiga, el cual reino el 
Rey D. Alonso su tío con gran esfuerzo y con 
difícil guerra y muchas veces con dudosas 
victorias lo había ganado, y que él poco antes 
con los tesoros de España y Sicilia lo había 
defendido contra los mismos enemigos. Por 
manera que muchas razones y causas legíti- 
mas movieron al Rey D. Fernando el CatóUco 
á tener enemistad con el Rey D. Federico, en 
especial lo que por la carta que enviaba al 
Rey de Francia le fué manifestado, por lo cual 
determinó de enviar sus embajadores al Rey 
D. Luis de Francia para que de nuevo confir- 
mase las confederaciones pasadas. Asimismo 
para que visto el daño que llevando gentes 
en el reino de Ñapóles se esperaba á ellos, 
entre sí con muy amorosa paz se confedera- 
sen de nuevo y dividiesen aquel reino de Ña- 
póles como buenos amigos. Con esto se par- 
tieron los embajadores del Rey Católico, los 
cuales alcanzaron del Rey D. Luis de Francia 
que hiciesen lo que los embajadores venían á 
concertar con él, y así se concertó que se par- 
tiese el reino en dos partes y que el Rey don 
Fernando llevase las provincias de Puglia y 
Calabria, y que todo lo restante del reino fue- 
se del Rey de Francia. Muy conforme fué esta 
partición entre ambos los dos Reyes, por ra- 
zón que al Rey D. Fernando estaba mejor te- 
ner aquellas dos provincias que no lo otro, 
por la confinidad de vecindad que tienen con 
su reino de Sicilia. Finalmente, dividido el rei- 
no de Ñapóles, cada uno de los Reyes envió 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



79 



gente en el reino para tomar para su Rey la 
parte que le tocaba, y con esto el Rey de Fran- 
cia envió, según dicho es, al capitán monsiur 
de Aubegni y al capitán Francisco de San Se- 
verino. Conde Gayazo, para que con su ejér- 
cito pasasen á tomar aquella parte del reino 
de Ñapóles que le tocaba; y el Rey D.Fernando 
el Católico envió asimismo gente al Gran Ca- 
pitán que estaba en Sicilia para que tomase 
aquellas dos provincias de Calabria y Puglia, 
que le habían tocado de su parte en la divi- 
sión de aquel reino de Ñapóles que entre el 
Rey D. Fernando y el Rey D. Luis de Francia 
se había hecho, y de esta manera siendo he- 
cha esta partición, según dicho es, cada parte 
trabajó con mucha diligencia de tomar para 
su Rey la parte que le había tocado. 

CAPÍTULO XX 

Del ejército que el Rey D. Luis de Francia en- 
vió cont/a el reino de Ñapóles para tomar la 
parte que le había tocado: 

Habiendo en la manera ya dicha el Rey don 
Fernando partido el reino de Ñapóles con el 
francés, el Rey de Francia para tomar la par- 
te que le había tocado envió su gente con 
monsiur de Aubegni y con el Conde Gayazo, 
para que tomasen aquella parte del reino que 
por división le había tocado, para lo cual envió 
novecientos hombres de armas y mil y dos- 
cientos caballos ligeros y siete mil infantes y 
treinta piezas de artillería, grandes y peque- 
ñas. Venían por capitanes de este ejército 
monsiur de Alegre, de la gente de armas, el 
cual después que se despidió del Duque Va- 
lentino se había ido con su gente á la ciudad 
de Milán, adonde todo el ejército del Rey de 
Francia estaba. Venían asimismo monsiur de 
la Paliza y monsiur de Greni y monsiur de la 
Laude y Luis Dares Pocodinare, Simonete, 
monsiur de Cátela, D. Luis de Viamonte, mon- 
siur de Riso, monsiur de Santa Colonia, mon- 
siur de Amo, monsiur de Chandela, éste era 
el coronel de toda la infantería, el cual era ca- 
ballero de mucho valor y estima y muy enten- 
dido en las cosas de la guerra. Toda esta gen- 
te venía por tierra la vía del reino de Ñapó- 
les. Por la mar en el armada francesa venían 
cuatro carracas y dieciséis naves gruesas y 
diez galeras, adonde venían cuatro mil infantes 
y treinta piezas de artillería, sin la otra gen- 



te y artillería de las mismas naves que ellas 
en sí mismas venían muy bien artilladas y bas- 
tecidas de todo lo necesario. Era capitán de 
esta armada monsiur de Rabastayn, el cual 
traía consigo en aquella armada muchos hom- 
bres de calidad, entre los cuales señalada- 
mente venía el Infante de Navarra. Ordenada 
de esta manera la gente del Rey de Francia 
por mar y por tierra, envió el Rey de Francia 
sus letras al Duque Valentino, el cual estaba 
en el puerto de Barato, y ordenaba de tomar 
á los de Plumbín, rogándole mucho que pues 
ya tenía noticia de la división que del reino 
de Ñapóles entre él y el Rey Católico D. Fer- 
nando de España había hecho, fuese conten- 
to de le ayudar á tomar y adquirir aquella 
parte que le habia cabido, pues que para ello 
no sólo le obligaba las posturas y amistad que 
entre ellos dos había, junto con el parentesco 
que había contraído, pero por la orden de San 
Miguel, que de su misma mano recibido había, 
debía y era obligado por la confederación que 
entre ellos había de le ayudar y favorecer en 
todas sus necesidades, y que por tanto le ro- 
gaba en aquello no hubiese falta ninguna de 
su parte. El Duque Valentino, viendo la volun- 
tad del Rey de Francia y la obligación que á él 
tenía de ayudarle en aquella empresa, deter- 
minó de se aderezar lo mejor que pudo para 
le ir á ayudar. Y sabido cómo monsiur de Au- 
begni con todo su ejército francés venía ca- 
mino de Roma, aderezóse para partirse del 
puerto de Barato y se ir á la ciudad de Roma 
por dos cosas: la una porque se juntaría con 
monsiur de Aubegni para ir sobre el reino de 
Ñapóles y de allí darían orden en lo que de- 
bían hacer, y la otra porque con la entrada del 
ejército francés en la ciudad de Roma no in- 
tentasen á hacer ningún desafuero en ella, de 
que el Pontífice su padre recibiese pasión. Y 
por estas razones, sabiendo que monsiur de 
Aubegni con el ejército estaba en Florencia, 
embarcando su gente en ciertas naves y ga- 
leras que tenía en aquel puerto, se metió en 
la mar con hasta dos mil hombres, y de cami- 
no tomó el vado de Plumbín, adonde dejó una 
buena parte de gente en guarnición, con vo- 
luntad de en desembarazándose de cumplir 
con el Rey de Francia tornar sobre Plumbín, 
que gran deseo tenía el Duque Valentino de 
tomar aquella ciudad para sí, por ser tierra 
fuerte para en tiempo de guerra y apacible 
para en tiempo de paz. Desde Barato envió 



80 



CRÓNICA GENERAL 



toda la más parte de su ejército por tierra 
para que se juntasen con el ejército de mon- 
siur de Aubegni, el cual, según dicho es, á más 
andar venía la vía de Roma, y el Duque con 
toda la otra gente se fué á Roma por allegar 
antes que el ejército francés llegase. 

CAPÍTULO XXI 

Del aparejo que el Gran Capitán hizo para 
haber de ir á tomar las dos provincias que á 
su Rey hablan tocado. 

Como el Rey de Francia hubiese, según 
dicho es, enviado su ejército á tomar aquello 
que del reino por división le cabía, y el Rey 
de España, viendo la gran diligencia que el 
Rey de Francia ponía en cobrar su parte, te- 
míase, según la condición de franceses, no 
procurase después de haberse apoderado en la 
parte que les tocaba de intentar á tomarle la 
parte suya, y por esta razón envió con dili- 
gencia á avisar al Gran Capitán que estaba 
en Sicilia para que luego tomase aquellas 
provincias que le habían tocado por su parte, 
y asimismo le envió á mandar que luego en- 
viase al Rey D. Federico á Ñapóles para que 
le diese la Reina joven, su sobrina, y que des- 
pués que se la enviase en España, Y el Gran 
Capitán habido el mandamiento de su Rey en 
la forma susodicha, envió á un caballero prin- 
cipal á Ñapóles al Rey D. Federico diciéndole 
de su parte del Rey de España cómo habían 
sabido del mal tratamiento que había hecho 
y hacía á la Reina, su madrastra, la cual días 
había que se le había quejado, y asimismo sa- 
bía otras cosas que intentó hacer y concer- 
tar con el Rey de Francia, todo en su deser- 
vicio y en disminución de su corona y estado. 
Y que por tanto le rogaba tuviesen por bien 
de le enviar la Reina joven su sobrina en 
España, y que para este efecto le enviaba 
aquel caballero con sus galeras, adonde po- 
dría la Reina venir á Sicilia, y que desde Sici- 
lia le enviaría á España, según que su Rey 
y señor se lo había enviado á mandar. Tam- 
bién de su parte con ánimo generoso, antes 
que le hiciese guerra, le envió á decir que con 
solemne contrato le renunciaba las ciudades 
y castillos en el Abruzo y en el monte de 
Santángelo, que en la guerra pasada por los 
servicios que le hizo le había hecho merced, 
porque aquel que le había de ser enemigo ol- 



vidado de todas las mercedes recibidas no le 
pareciese ingrato. Federico, maravillado del 
respeto y de la grandeza de ánimo del Gran 
Capitán, á la embajada de su parte le respon- 
dió que él conocía claramente la virtud y 
bondad suya, aunque le fuese enemigo; que 
no se arrepentía de la liberalidad y mercedes 
que le había hecho, y así de nuevo con gran- 
des privilegios las confirmó, habiendo publi- 
cado y dicho muy grandes loores del Gran 
Capitán, el cual con libre voluntad le había 
borrado la infamia de la ingratitud y le había 
hecho conocer cómo constreñido por los man- 
damientos de su Rey y señor le hacía guerra. 
Junto con esto, el Gran Capitán, para haber 
de ir á tomar aquellas partes que tocaban á 
su Rey por la partición, viendo cómo no tenía 
harta gente para poder poner por efecto el 
mandado de su Rey en aquel caso, por razón 
de la mucha gente que perdió en la presa 
de la Chafalonía, juzgando que era bien 
ganar la voluntad á algunos príncipes de Ita- 
lia con aquella liberalidad acostumbrada, por- 
que alguna vez se olvidasen de la parte an- 
joyna, á la cual en la guerra pasada había co- 
nocido que casi toda la Calabria era muy afi- 
cionada, ganó, con grande consejo, por ami- 
gos á los señores coloneses, hombres nobilí- 
simos y de singular valor en la guerra, los 
cuales él conocía ser no sólo grandes enemi- 
gos del Papa, y envió á suplicar al embajador 
Francisco de Rojas y al Cardenal de Santa 
Cruz que ya pues sabían que el Rey de Es- 
paña se había acordado con el Rey de Fran- 
cia haciendo partición del reino de Ñapóles 
entre sí, según dicho es, y que por cuanto á 
él le era dada comisión de parte de su Rey 
de tomar las provincias de Puglia y Calabria 
que le habían tocado de su parte, y porque 
en la presa de la Chafalonía había perdido mu- 
cha y muy buena parte de su gente, les su- 
plicaba de su parte que toda la gente de 
guerra española y de otra nación cualquiera 
que en Roma se pudiese haber con la mayor 
diligencia que pudiesen se la enviasen, pues 
era muy grande la falta de gente que tenían 
para aquella empresa, pues por el mismo 
caso á ellos convenía y era dado proveer las 
necesidades de su Rey y señor, como á él era 
dado el trabajo de los servir en ellas. El 
Cardenal de Santa Cruz y Francisco de Ro- 
jas, como supieron la necesidad que el Gran 
Capitán de gente tenía, determinaron con 




DEL GRAN CAPITÁN 



81 



toda diligencia de lo proveer, y con esto ha- 
blaron con Diego García de Paredes, capitán 
valeroso, de quien arriba hemos hecho men- 
ción, y diéronle comisión que hiciese gente en 
Roma y que de su parte allegase toda la más 
gente española que pudiese haber para ayu- 
da del Gran Capitán que estaba en SiciHa, 
que tenía de ir á tomar por el Rey de España 
aquellas provincias Puglia y Calabria que le 
habían tocado á su parte. Diego García de 
Paredes, conforme á la comisión que le fué de 
parte del Cardenal de Santa Cruz y embajador 
Francisco de Rojas dada, echó bando en que 
allegó ochocientos hombres de guerra espa- 
ñoles y de otras naciones, toda muy buena 
gente y sus capitanes varones de muy grande 
virtud y fortaleza, los cuales él muy bien co- 
nocía del tratamiento y prueba que de ellos 
había hecho en el tiempo que con el Duque 
Valentino habían andado. Pues asentados sus 
capitanes, el coronel Diego García de Pa- 
redes y con el Embajador y Cardenal de 
Santa Cruz habida licencia del Duque Va- 
lentino, al cual Duque Valentino hasta en- 
tonces habían servido, se partió con toda 
presteza y diligencia con aquella gente de la 
ciudad de Roma y fuese con ella á Ostia, 
adonde embarcó con cinco naves un día á 
veinticuatro días del mes de Junio del año 
de la Encarnación de Nuestro Redentor Je- 
sucristo de mil y quinientos y uno, y hecho 
á la vela se fué á Sicilia, adonde llegó á doce 
días del mes de Julio del dicho año, en una 
muy buena villa que se llama Melazo, y des- 
de allí se fué el dicho García de Paredes 
adonde el Gran Capitán estaba ya en orden 
para se partir á la provincia de Calabria, que 
aquella provincia era la primera que había 
de recibir. 

CAPÍTULO XXII 

Del aparejo d¿ guerra que el Rey D. Federico 
hizo para esperar á los dos Reyes que le ve- 
nían á tomar el reino de Ñapóles. 

Muy grande tristeza tenía el Rey D. Fede- 
rico viendo cómo el Rey de Francia enviaba 
su ejército contra él para le tomar el reino, 
y que el Rey de España, en quien tenía espe- 
ranza que le había de favorecer, se le había 
hecho asimismo contrario y su enemigo, aun- 
que justamente, de lo cual tenía mucha pa- 

Crónicas del Gran Capitán.— Q 



sión y no podía pensar qué se debiese hacer 
en tanto aprieto y necesidad como se veía. 
Y habido su consejo con los del reino y con 
los de Ñapóles, acordóse que mejor le era 
defenderse, pues otro remedio no tenía, salvo 
de perder el reino, y con esta determinación 
hizo la más gente que pudo para esperar los 
enemigos, en que hizo ochocientos hombres 
de armas y mil y quinientos caballos ligeros 
y cinco mil infantes, y junto con esto fortificó 
el castillo de Ñapóles y el castillo de Capua, 
y el de Taranto y el de Gaeta, con todas las 
otras fuerzas y castillos del reino que eran de 
importancia. Y asimismo, acordándosele del 
socorro y favor que en la adquisxión del reino 
el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Agui- 
lar le había dado, pensó que así lo haría ago- 
ra contra el ejército del Rey de Francia, no 
mirando que el Gran Capitán estaba en ser- 
vicio del Rey de España, contra el cual había 
intentado de juntarse con el francés y aliarse, 
y que era hombre que por dádivas y prome- 
sas no había de negar su Rey natural. Con 
esta voluntad envió sus letras y embajador 
rogándole mucho que, vista su necesidad y el 
estrecho en que la venida de los franceses ¡e 
tenían puesto, fuese contento de le socorrer, 
pues la verdadera defensión de aquel reino él 
sólo con su persona había sido, no sólo dán- 
dole á él el reino libre de manos de franceses, 
pero también lo había defendido al Rey don 
Fernando su sobrino, y que pues no sólo él, 
pero todos los grandes del reino con él espe- 
raban, no quisiese agora denegarle el favor 
que de costumbre tenía darles, prometiéndole 
junto con esto muy grandes estados y seño- 
ríos en el reino. El Gran Capitán, que muy 
bien sabía la voluntad de su Rey y señor, sien- 
do el mayor varón de fe y constancia de cuan- 
tos nacieron, tuvo por menoscabo de honra 
los ofrecimientos del Rey D. Federico, al cual 
por su mismo embajador respondió (que era 
micer Octaviano, varón de muy buen consejo) 
diciendo que él hubiera placer que se hubiera 
habido de tal manera en su reino el Rey don 
Federico, que no fuera causa de haber indig- 
nado contra sí al Rey D. Fernando, su Rey y 
señor; el cual por su inconstancia y poca fe 
había mudado del todo su voluntad, diciendo 
que á él le pesaba en gran manera por no lo 
poder hacer por cuanto le había sido manda- 
do de parte del Rey de España, su señor, to- 
mase por él aquellas provincias, Puglia y Ca- 



82 



CRÓNICA GENERAL 



labria, que le habían de su parte cabido por 
razón de la división que el Rey de Francia y 
el Rey de España, su señor, habían hecho en- 
tre sí de aquel reino, según que lo debía sa- 
ber como persona á quien principalmente to- 
caba aquella demanda, y que por esta razón 
él no debía en manera ninguna ir contra el 
mandamiento y voluntad del Rey su señor, y 
que así se lo había enviado á decir y mandar. 
Con esta respuesta se partió el Embajador 
micer Octaviano harto triste por no llevar al- 
guna esperanza de socorro. El Rey D. Fede- 
rico, habida la respuesta del Gran Capitán y 
viendo cómo ambos los Reyes se habían con- 
cordado para le quitar el reino de Ñapóles, y 
que ya estaban á punto para se mover con 
sus ejércitos cada cual con su demanda, de- 
terminó de se defender con todo su poder con 
la gente que tenía. Y con esta determinación 
el Rey D. Federico envió á decir á Fabricio 
Colona, que estaba á la sazón en Mariñano 
con trescientos hombres de armas y con tres- 
cientos caballos ligeros, y con ochocientos 
infantes italianos y doscientos españoles y 
doscientos alemanes, que se viniese con aque- 
lla gente á Capua, que era el paso por donde 
los franceses habían de pasar á Ñapóles y la 
primera ciudad que habían de conquistar, y 
que allí se hiciesen fuertes de tal manera que 
los franceses no la pudiesen haber, por razón 
que aquella ciudad era llave del reino después 
de la ciudad de Ñapóles por aquella parte. 
Eran los coloneses enemigos de los franceses 
y amigos del Rey D. Federico, cuyos vasallos 
eran ellos, los cuales como fueron ciertos de 
la venida de los franceses en el reino de Ña- 
póles, desampararon sus tierras y viniéronse á 
servir al Rey D. Federico, y lo contrario fué de 
los Ursinos, que siendo de la parte de los Re- 
yes de Ñapóles, dejaron de seguir la parte de 
D. Federico; siendo su Rey y teniendo muchos 
lugares en el reino cuyo vasallaje debían al 
Rey de Ñapóles, siguieron á los franceses, y 
viniendo en el reino los más lugares de los 
coloneses ocuparon y destruyeron, y lo mis- 
mo hicieron en los lugares y castillos de los 
sábelos, los cuales siguieron la misma parte 
que los coloneses. Finalmente, el Rey D. Fe- 
derico, después de haber enviado á Capua al 
capitán Fabricio Colona, dejó por coronel de 
la infantería que él tenía con su persona á 
D. Iñigo de Mendoza, y dejándole en Ñapóles 
en defensión de la ciudad, él con alguna poca 



j de gente partió de Capua, así para proveer 
! en todo lo que era menester para la defensa 
de aquella ciudad, como para dar orden a"l 
capitán Fabricio Colona de lo que debía ha- 
cer. Junto con esto, como llegó á Capua, para 
retener á los ciudadanos en su fe y gracia, 
los habló muy amorosamente, encomendán- 
doles mirasen mucho cómo en el hombre no 
se mira tanto la nobleza suya y alto naci- 
miento como la natural virtud que en él se 
puede hallar, y que esta virtud no es cosa que 
se puede ganar de los pasados como la no- 
bleza, antes se gana con hacer tan señaladas 
cosas de sus personas que verdaderamente 
puedan ser loados no ser nobles por nobleza 
ganada de sus pasados, sino por nobleza ga- 
nada por su propia virtud, fortaleza, ánimo y 
corazón; porque no ha de esperar un hombre 
á la ganar comD la ganaron los griegos con 
su saber y doctrina, lo cual no ayuda tanto á 
sostener la república (bien que mucho ayude) 
como ayuda el bueno y leal ciudadano en de- 
fender su patria, servir á su Rey, guardarle 
la fe prometida con las armas en la mano y 
poner su vida y hacienda á riesgo, por lo cual 
debe sufrir el importuno invierno y el fatigoso 
verano, y si conviene, pobreza, necesidad, 
hambre, sed y con ánimo invencible echar de 
sí al enemigo, y que haciendo el contrario, 
daña la fama y honra, no sólo suya, pero aun 
de su patria. Trájoles á la memoria de la otra 
vez que el Rey Cario octavo de Francia vino 
contra el reino de Ñapóles, cómo, olvidando 
á su propio Rey y señor, recibieron dentro á 
los franceses, lo cual fué principal causa que 
la misma ciudad de Ñapóles negase á su Rey, 
no le dejando entrar dentro á la vuelta que 
tornó, según dicho es, y que si de aquel ami- 
gable recibimiento que á los franceses hicie- 
ron algo ganaron, que lo niiámo les darían 
agora, que fué mal tratamiento, usar mal de 
sus mujeres, servirse de sus hijos como de 
esclavos viles, y lo que peor era, la corrup- 
ción de sus vírgenes, con disminución de sus 
haciendas y honras, por lo cual debían ahora, 
pues ya la condición de esta gente tenían ex- 
perimentada, no por el daño que de venir á 
su poder de ellos esperaban, por lo que de- 
bían al servicio de su Rey y señor, habían de 
poner sus personas, haciendas é hijos á todo 
peligro; pues mayor era el peligro que de ve- 
nir á las manos de los enemigos se seguiría, 
que de esperar cualquier calamidad y daño 



d 



> DEL GRAN CAPITÁN 



83 



que de la guerra les podía suceder, como 
quiera que próspera ó adversa la fortuna les 
fuese, pues para el bien que venir podía, 
aquello mismo les era galardón, y para el daño, 
con entenderse que habían hecho su debido, 
quedaba de ellos perpetua fama, y para con 
su Rey una perpetua obligación de gratificar- 
les. Muchas cosas les dijo de esta calidad, in- 
citándoles en toda fortaleza, ofreciéndoles 
asimismo á toda la gente de guerra grandes 
dádivas para que de buena gana le sirviesen. 
Después de esto hizo reparar la ciudad de 
muchos bestiones pdr de dentro y por de 
fuera y alimpiar muy bien el foso, y hacer 
otros aparejos que para defender la ciudad de 
los enemigos les podía aprovechar. Finalmen- 
te, después de haber puesto toda diligencia 
que convenía, los capuanos quedaron de ha- 
cer todo lo que en sí fuese y más, ofreciéndo- 
se de sostener la ciudad en tanto que sus 
vidas bastasen, poniendo en la defensión la 
mayor fe y amor que en vasallos se podría 
hallar. Y con esto el Rey D. Federico se 
tornó á Ñapóles no poco alegre en dejar 
tan bien proveída la ciudad de Capua, y los 
ciudadanos de ella tan conformes á su ser- 
vicio y mandado. 

CAPÍTULO XXIII 

De otros muchos aparejos que el Rey D. Fede- 
rico hizo en el reino y cómo los franceses 
asentaron su campo contra la ciudad de 
Capua. 

Después que el Rey D. Federico hubo, se- 
gún dicho es, hablado con los de Capua y de- 
jado proveída la ciudad lo mejor que pudo, 
fué la vía de Ñapóles por dar orden en las 
otras ciudades y provincias del reino, no las 
tomasen los españoles mal proveídas de soco- 
rro y de gente y de las otras cosas necesarias. 
Y como fuese en Ñapóles, envió á la ciudad de 
Taranto al Duque de Calabria, su hijo primo- 
génito, para que estuviese en aquella ciudad 
y la defendiese de sus enemigos si venir qui- 
siesen á la tomar, asimismo para que de aque- 
lla ciudad él proveyese todas las ciudades y 
fortalezas importantes de la provincia de Pu- 
glia y de la Calabria. Juntamente con él envió 
á D. Juan de Guevara, Conde de Potencia, y á 
fray Leonardo Alejo, caballero de la Orden de 
San Juan de Jerusalem, hombres en la gue- 



rra muy valerosos, con cien hombres de ar- 
mas y con cien caballos ligeros y con qui- 
nientos hombres para que con aquella gente 
se tuviesen en tanto que fuesen de más gente 
socorridos; y en Aversa, que es una ciudad 
que está entre Capua y Ñapóles, puso al Prin- 
cipe de Melfa con setecientos caballos ligeros 
para que con aquellos corriesen toda aquella 
comarca de Aversa y la Chirinola y reconocie- 
sen el campo de los franceses y asimismo les 
vedasen y estorbasen el uso délas vituallas y 
provisión para su ejército que de aquella co- 
marca se les podría llevar, junto con esto el 
Rey D. Federico hizo prender al Principe de 
Vesiñano, por razón que según era verdadera 
fama se quería pasar á los franceses. Después 
de esto monsiur de Aubegni que estaba con 
el ejército francés en Roma, un día á venticin- 
co días del mes de Julio del año de mil y qui- 
nientos y uno se partió con todo su ejército la 
vía del reino de Ñapóles, y el Duque Valentino 
se quedó en Roma esperando recoger su gente 
y también para proveer otras cosas necesarias 
para aquella empresa. Y monsiur de Aubegni 
como caminase la vía del reino de Ñapóles 
pasó con el ejército por algunas tierras de los 
colonieses y sabellos, las cuales hizo asolar y 
destruir por razón de ser aquellos linajes 
enemigos de franceses, y asimismo pasando 
por muchos lugares que eran de los Ursinos, 
los cuales el Rey D. Fernando, predecesor del 
Rey D. Federico, había quitado al capitán 
Virginio Ursino, por razón que le había sido 
enemigo en la primera conquista del Rey Car- 
io octavo, predecesor de D. Luis que ahora 
era Rey de Francia, se los tornó, entre los 
cuales fueron restituidos álos Ursinos (quiero 
decir á Jordán Ursino) la villa de Alma y la 
villa de Talahoz. Finalmente, después de haber 
discurrido por aquellos lugares su ejército, 
vino sobre la ciudad de Capua, y antes que lle- 
gase bien dos millas de la ciudad, envió un 
trompeta al capitán Fabricio Colona y á los 
capitanes haciéndole saber cómo él venía en 
aquel reino con comisión del Rey de Francia 
para tomar por él la parte que le había tocado 
en aquel reino por razón de la partición que 
entre los Reyes de España y Francia se había 
hecho, y que por esta misma razón los quería 
requerir de parte del Rey de Francia que pa- 
cíficamente le entregasen la ciudad de Capua 
y le dejasen libremente pasar á Ñapóles, don- 
de no, que tuviesen por cierto que por fuerza 



84 



CRÓNICA GENERAL 



de armas las sacaría de su poder con mucho 
daño, mayor del que ellos pensaban. Esto oído 
por el capitán Fabricio Colona lo que el trom- 
peta de parte de monsiur de Aubegni le dijo 
y las amenazas y palabras que muy lleno de 
presunción y soberbia le envió á hablar con 
aquel trompeta, le respondió que tornase ásu 
señor y que no volviese otra vez con semejan- 
te embajada, si no que á él le ahorcaría de una 
almena de la ciudad, y dijese á monsiur de Au- 
begni que si él venía con aquella demanda de 
parte del Rey de Francia, su señor, que él es- 
taba allí de parte del Rey D. Federico para le 
estorbar su propósito é injusta demanda que 
traía. Y con esto se tornó el trompeta al cam- 
po, y oída por monsiur de Aubegni la respues- 
ta de Fabricio Colona, allegó su ejército á la 
ciudad y fué asentarse de la otra parte de la 
ciudad junto al rio de Bultorno, no muy lejos 
de Gayazo, adonde estuvo y dio asiento á su 
campo, lo uno por estrechar la ciudad y lo otro 
porque el Rey D. Federico no la pudiese soco- 
rrer por aquella parte. Y asimismo por tener 
el ejército más abastado de provisión y vitua- 
llas que no la tuviera estando de la otra parte 
a vía de Roma, y para que mayor abundancia 
que de vituallas hubiese en el campo, mandó 
hacer una puente en el rio para dos efectos, 
el uno porque por aquella puente pasase la 
gente á combatir la ciudad y el otro para que 
por allí se pasasen los bastimentos que de las 
tierras de la otra parte del rio estaban á la 
parte del campo, por manera que el asiento 
de su ejército fué muy bien mirado el daño y 
el provecho que venirles podía. Aposentó su 
persona en un monesterio que dicen San Fran- 
cisco, el cual está delante de la roca, camino de 
Ñapóles, un tiro de ballesta de la ciudad de 
Capua. Después que monsiur de Aubegni 
hubo dado su asiento al ejército, luego ade- 
rezó dar la batería á la ciudad y de asentar el 
artillería en los lugares más convenientes y 
más provechosos para haber de combatirla. Y 
un día viernes de mañana, á diez días del mes 
de Agosto del sobredicho año, puesta en orden 
el artillería, comenzaron á disparar contra un 
cuarto de la ciudad que guardaban los es- 
pañoles, en el cual hizo mucho daño, y los 
españoles reparaban el muro lo mejor que 
podían y cada día salían de la ciudad' á es- 
caramuzar los españoles con los franceses, 
adonde siempre con poco daño suyo en la 
gente francesa matando é hiriendo de aque- 



llos franceses. Y con esto acaeció que un día 
saliendo los españoles como solian de aquel 
cuartel, dieron sobre la guarda de los fran- 
ceses que guardaban el artillería, y tan fuer- 
temente los acometieron que matando é hi- 
riendo algunos franceses, los desbarataron á 
todos ellos y tomaron una pieza de artille- 
ría, y llevándola los españoles á meter en la 
ciudad, cargó todo el campo sobre ellos, de 
cuya causa les fué forzado, desamparando el 
cañón, recogerse á la ciudad porque no pe- 
reciesen allí todos, y de esta manera salván- 
dose de la presa de les franceses cerraron 
las puertas, porque no entrasen con ellos á 
vueltas los enemigos. 

CAPÍTULO XXIIII 

De cómo el Duque Valentino vino de Roma en 
ayuda de monsiur de Aubegni, y de otro se- 
gundo combate que dieron á la ciudad. 

Estando el campo del Rey de Francia sobre 
Capua, acaeció que padecían gran falta de 
bastimentos en el ejército, por manera que 
casi no podía sustentarse en aquel cerco, y 
era la causa que como el Rey D. Federico or- 
denase al Príncipe de Melfa con los caballos 
ligeros para desde la ciudad de Aversa y 
desde Chirinola corriesen todas aquellas tie- 
rras vecinas y no consintiesen llevar provi- 
sión en el campo francés, que era de necesidad 
que había de haber falta de bastimentos, y de 
aquella manera se le pudiera hacer harto daño 
en el ejército de franceses. Pero como mon- 
siur Aubegni, que muy sagaz capitán era, supo 
la causa de aquella penuria que de bastimen- 
to en su ejército había, tomó consigo doscien- 
tos hombres de armas y quinientos caballos 
ligeros, y partiéndose del campo se fué la 
vía de Aversa. La gente del Rey D. Federico 
que en Aversa estaba con el Príncipe de Mel- 
fa, como supieron la venida de monsiur de 
Aubegni, saliéronse de la ciudad y fuéronse 
huyendo á Ñapóles, y por esta razón monsiur 
de Aubegni, sin ningún estorbo ni impedimen- 
to se metió en la ciudad de Aversa, y desde 
allí los franceses corrían hasta dentro á las 
puertas de Ñapóles, y así llevaban provisio- 
nes de todos aquellos lugares para su campo, 
donde son pan y carne y frutas, que hay mu- 
chas en aquella tierra, y dejando monsiur de 
Aubegni gente de guarnición en Aversa, se 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



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tornó á su campo, al cual, porque más abasto 
viniesen las vituallas de la otra parte del río 
y no fuesen estorbadas de los de la ciudad de 
Capua, mandó hacer una puente de madera, 
media milla sobre la ciudad. Pues estando las 
cosas del reino en este estado, no poco apa- 
sionado el Rey don Federico por ver que ya los 
franceses le habían entrado en el reino y que 
tenían ocupado y en su devoción la ciudad de 
Aversa, y asimismo veía el muy grande estre- 
cho en que tenían puesta la dicha ciudad de 
Capua, y que muchas tierras de la Puglia ya 
claramente mostraban ser por Francia, de las 
cuales era Venosa y Espinactola y Labello y 
la Chirinola y Andria, con otros muchos luga- 
res de aquella provincia, no sabía qué remedio 
diese á tan grande turbación como del reino 
veía, y junto con esto fué sabidor en cómo el 
Príncipe de Melfa, no teniendo en nada su pro- 
metida fe y palabra, por guardar mejor su es- 
tado y señorío de Melfa, se había pasado con 
todo su ejército y gente, que consigo traía, á 
la parte del Rey de Francia, por razón que ya 
comenzaba á prevalecer en el reino y tener la 
mejor parte, la cual todos los Príncipes por 
la mayor parte seguían, y ciertamente esto 
puso al Rey D. Federico en muy gran tribula- 
ción y duda de poder sostenerse en el reino 
de Ñapóles. Después de esto el Duque Valen- 
tino que, según dicho es, había puesto cerco 
sobre la ciudad de Capua, vino á se juntar 
con ellos con todo su ejército, en el cual traía 
quinientos hombres de armas con quinientos 
caballos ligeros, y así asentó su real de esta 
otra parte de la ciudad por la vía derecha de 
Roma, y después que hubo dado orden en el 
asiento de su campo y dejándolo todo como 
convenía para tal caso, él se pasó adonde 
estaba el ejército francés para comunicar con 
monsiur de Aubegni, capitán de los franceses, 
y con el Conde Gayazo y los otros principales 
de aquel ejército todo lo que se había de ha- 
cer cerca de la expugnación de Capua. Final- 
mente, aquellos señores y capitanes entraron 
en su consejo, adonde se determinó que, por- 
que en la gente del Duque no venía infantería, 
que se pasasen á su parte dos mil infantes de 
los del ejército francés, y que asimismo se pa- 
sase del artillería gruesa alguna parte, y de 
aquella manera la ciudad estaría cercada por 
todas partes. Hecho según dicho es, el artille- 
ría que se pasó adonde la gente del Duque 
estaba, fué asestada contra dos bestiones que 



los de Capua tenían fuera de la ciudad asimis- 
mo contra la muralla de la dicha ciudad, y con 
ésta se jugaba contra los dos bestiones y tam- 
bién contra los muros de la ciudad; por mane- 
ra que cuando se diese la batalla á los bestio- 
nes los de la ciudad no se pudiesen poner á la 
defensa, ni asomarse á los muros á socorrer á 
los alemanes que estaban en la defensa de 
ellos. La otra parte de la artillería se asentó 
toda ella de la parte del río en el campo de los 
franceses contra un cuartel de los de la ciudad, 
que llamaban las caballerizas, el cual dicho 
cuartel guardaban los españoles, según que 
arriba se ha dicho. Así repartida, pues, de 
aquesta manera que se ha dicho toda el arti- 
llería, un viernes á hora de vísperas se comen- 
zó á bat!r muy fortísimamente aquella ciudad 
y los bestiones por todas partes, y tan fuerte 
fué la batería de los bestiones, que deshicie- 
ron un grande pedazo de ellos, y luego el ca- 
pitán monsiur de Aubegni y el Duque Valen- 
tino metieron en armas toda la gente para dar 
la batalla á los bestiones que guardaban los 
alemanes, y los franceses con codicia de ga- 
nar la ciudad arremetieron de recio y pelearon 
bien una hora y más. Los alemanes peleaban 
con mucha fortaleza por defender los bestio- 
nes que no se los tomasen los franceses, y 
todavía los defendieran, sino que los france- 
ses les mataron su capitán, lo cual fué causa 
que los alemanes viéndole muerto desmaya- 
ron todos y f uéronse huyendo á la ciudad por 
una puente que tenían hecha, por donde sa- 
lían y entraban en los bestiones, y los france- 
ses como vieron que los alemanes desampa- 
raban el bestión, cargaron más recio sobre 
ellos, por manera que se apoderaron valero- 
samente en él. Los otros alemanes que guar- 
daban el otro bestión menor, como vieron que 
los alemanes que guardaban el bestión grande 
se huían á más andar á la ciudad, dejándolo ya 
en poder de franceses, temiéronse en grande 
manera de no poder sustentarse en el que 
guardaban; por tanto, todos le desampararon 
como hicieron al otro, y por el mismo lugar 
que los otros alemanes se habían ido se hu- 
yeron ellos á la ciudad, y de esta manera los 
bestiones vinieron en poder de los franceses, 
y así apoderados los unos en los bestiones, 
los otros los fueron siguiendo hasta entrarse 
con ellos revueltos por las puertas de la ciu- 
dad. En esto los españoles viendo la poca re- 
sistencia de los alemanes y la gran priesa que 



86 



CRÓNICA GENERAL 



daban los franceses por tomar la ciudad, 
vinieron con D. Hugo de Moneada hasta 
cien españoles, dejando bien proveído el cuar- 
tel que guardaban y dieron de recio sobre 
los franceses, los cuales porfiaban á entrar 
por la puerta de la ciudad, .idonde matando 
é hiriendo algunos de ellos los hicieron apar- 
tar de la puerta un buen trecho hasta tanto 
que la noche sobrevino que los despartió. 
Por manera que los franceses se tornaron á 
su campo, dejando muy buena y lucida gen- 
te en guarda de los bestiones; los espaiío- 
les se tornaron á la guarda del cuartel que 
ellos guardaban, 

CAPÍTULO XXV 

De cómo los de Capua vinieron en concierto 
con monsiurde Aubegni, y de cómo los fran- 
ceses se metieron por fuerza en la ciudad, no 
guardando las posturas que con los capua- 
nas hicieron. 

Después de haber ganado los franceses los 
dos bestiones, según dicho es, toda aquella 
noche con el día siguiente no cesó de batir el 
artillería por muchas partes de la ciudad, de 
tal manera que las casas de dentro con la mu- 
ralla de fuera recibieron de aquella vez mu- 
cho daño, mayormente la tela del muro que 
estaba entre los bestiones; y luego, el sábado 
siguiente por la mañana, monsiur de Aubegni 
ordenó sus haces para dar el combate á la 
ciudad; y porque la artillería de la ciudad ha- 
cía mucho daño en el campo francés, en espe- 
cial cuando la gente con gran ánimo se alle- 
gaba á dar la batalla, hizo monsiur de Aubeg- 
ni hacer muchas trincheras por donde encu- 
biertamente toda la gente se podía llegar sin 
recibir daño. Y de esta manera, los franceses, 
muy en orden, llegaron junto á los muros y 
foso de la ciudad, y no quisieron acometer la 
batalla hasta que el artillería del todo derri- 
base un buen pedazo de la tela del muro que 
estaba entre los dos bestiones, lo cual de la 
recia batería del dia pasado estaba ya casi 
para se caer, y así estuvieron esperando más 
de una hora sin hacer ningún mudamiento de 
sí, ni intentar de subir el muro, antes estaban 
en la guarda de los bestiones, porque no los 
tornasen á tomar. En este medio, los capua- 
nos, viéndose puestos en un muy grande tra- 
bajo y estrecho, considerando la naturaleza 



francesa, que es ser imperiosos y muy venga- 
tivos contra aquellos que por fuerza vencen, 
y temiéndose asimismo que si la ciudad se 
tomaba por fuerza, recibirían el mismo daño 
que las otras ciudades con semejante fuerza 
suelen recibir, acordaron de su parte muy se- 
cretamente, sin dar de este acuerdo ninguna 
parte al capitán Fabricio Colona, enviar á ha- 
blar á monsiur de Aubegni con todos los otros 
capitanes del ejército del Rey de Francia, di- 
ciendo cómo su voluntad era de recibirlos en 
la ciudad y de ser vasallos del Rey de Francia, 
y que así lo hubieran hecho muchos días antes 
si no lo estorbara Fabricio Colona y D. Hugo 
de Moneada, á quien el Rey D. Federico había 
enviado en guarda de aquella ciudad; pero 
que no obstante esto, ellos determinaban con 
toda su voluntad recibirlos dentro en la ciu- 
dad, con condición que de su parte no les fue- 
se hecho daño ni perjuicio en sus personas y 
haciendas. Con este acuerdo enviaron los de 
Capua al Conde de Potencia, el cual se fué al 
campo francés y habló con monsiur de Aubeg- 
ni sobre aquello que la ciudad determinaba 
de hacer, de que monsiur de Aubegni fué con- 
tento, y así se apuntó entre ellos debajo de 
aquellas mismas condiciones que los capuanos 
demandaban, que era que se recibiese la ciu- 
dad por el Rey de Francia, con que no les fue- 
se hecho daño ninguno en sus personas y ha- 
ciendas. Después de esto, el Cnnde Potencia 
demandó en merced á monsiur de Aubegni 
por la seguridad de su estado; el cual capitán 
le respondió que en lo que tocaba á la segu- 
ridad de Capua él había respondido otorgan- 
do todo lo que ellos demandaban, pero que 
en lo que decía de su estado y seguridad de 
él, tiempo había para hablar sobre ello, que 
por el presente bastaba recibir la ciudad se- 
gún á ellos cumplía y demandaban se hiciese. 
Con esta respuesta el Conde de Potencia se 
partió más temeroso y pesante por la mala 
respuesta que en lo de su estado le dio mon- 
siur de Aubegui, que no por la buena nego- 
ciación que sobre lo que tocaba á la ciudad 
llevaba. Fabricio Colona, que de la salida de 
aquel hecho no tenía buena esperanza, y ba- 
rruntando, según ¡os indicios que sacaban, 
querer los ciudadanos dar la ciudad á los 
franceses, determinó él de su parte de enten- 
der en aquello que á la salud suya y de los 
suyos convenía, y por esta razón, recibiendo 
del capitán monsiur de Aubegni segundad 




DEL GRAN CAPITÁN 



87 



para le ir á hablar, un día se salió de la ciu- 
dad y vino al campo francés y habló con todos 
los capitanes del ejército, de los cuales de- 
mandó que, pues era cierto que la ciudad de 
Capua los recibía y se daban por vasallos del 
Rey de Francia, él les rogaba fuese de mane- 
ra recibida que á su persona y gente dejasen 
primero salir de la ciudad. Los franceses como 
sean más enemigos de los vencidos y más se- 
ñores sobre e!los que otra ninguna nación, no 
quisieron en este caso responderle, antes le 
mandaron que sin ningún detenimiento se 
saliese del campo, si no que sería tenido por 
enemigo y que como á tal le castigarían. El 
capitán Fabricio Colona, viéndose en medio 
de sus enemigos y que ni en el campo francés 
ni en la ciudad no podía seguramente estar, 
dudoso en lo que debía hacer, por razón que 
aun para se tornar á la ciudad no le daban lu- 
gar, sucedió que metido en este peligro se 
encontró en el campo francés con Jordán, hijo 
de Virginio Ursino, el más capital enemigo 
que tenían, por razón que estas dos familias 
siempre fueron contrarias, el cual, dejando 
olvidar las viejas y nuevas enemistades que 
entre ellos había, se allegó á Fabricio Colona 
y amigablemsnte le abrazó, y preguntándole 
la causa de su venida en el campo francés, y 
conociendo el gran temor que tenía no le fue- 
se hecho algún daño de los franceses, él le 
dijo desechase de sí la pena juntamente con 
el temor que tenía, que él le prometía de ha- 
cer de manera que de ninguno fuese injuriado, 
y de esta manera, hablando con Fabricio Co- 
lona, con mucho amor le sacó del campo y se 
fué con él hasta le dejar seguro á las puertas 
d2 la ciudad. Hecho fué este digno de eterna 
memoria, que aquel que en sumo grado bus- 
caba la perdición total de los coloneses, pu- 
diendo vengarse en aquel tiempo, quiso antes 
vencerse á sí mismo mostrando humanidad 
en el que del todo era vencido, que no dar lu- 
gar al rigor con el cual pudiera aprovecharse 
de su enemigo. En esto los franceses, que es- 
taban encubiertos en las trincheas, como sin- 
tieran que monsiur de Aubegni venía en 
acuerdo con los de Capua, y viendo cómo 
para tomar la ciudad por fuerza de armas es- 
taba lo más y el mayor peligro pasado, co- 
menzáronse á descubrir de las trincheas, y un 
francés que en aquel día se mostró más que 
los otros de mayor fortaleza, fué poco á poco 
hablando con los soldados italianos y alemanes 



que estaban en la guarda del portillo que ya el 
artillería había hecho, y como con el concierto 
quese había hechoentrelosunosylosotros es- 
taban las armas suspensas, dejaron los italia- 
nos allegar aquel francés hasta junto al por- 
tillo derribado, y tras él se fueron otros mu- 
chos franceses hablando con los de dentro 
amigablemente; los cuales como fueron junto 
al muro y el francés primero conociese que 
los de dentro tenían miedo, allegóse más á 
'ellos; echando mano á su espada, los acometió 
con muy gran denuedo, y los otros asimismo 
se juntaron con aquel francés y peleaban con 
los de dentro en aquel portillo, pugnando por 
se meter en la ciudad. En esto, los que es- 
taban encubiertos en las trincheas todos sa- 
lieron afuera y junto con ellos todo el campo 
acudió allí, de donde los soldados que guar- 
daban el portillo, con grande miedo de tanta 
gente que cargó, desampararon el portillo y 
fuéronse huyendo por la ciudad dando voces 
cómo los franceses estaban dentro parte de 
ellos. En esto, el ejército francés, viendo el 
saco en las manos, cada cual, aunque con mu- 
cho desconcierto, se allegó al muro para su- 
bir tras los otros compañeros; de manera que 
dándose los unos á los otros las manos subie- 
ron en el portillo, y otros, abriendo las puer- 
tas de la ciudad se metieron dentro, matando 
é hiriendo en ellos sin dejar hombre á vida. 
Fabricio Colona, como vido aquel hecho, ir 
tan de caída y derrota y que sin ningún.re- 
medio la ciudad se tomaba por los franceses, 
recogió toda la gente de armas y caballos li- 
geros y fuese á salir fuera de la ciudad por la 
parte donde el Duque tenía su campo, cre- 
yendo por aquella puerta él y los suyos po- 
derse salvar. Pero la gente de armas del Du- 
que, que tenían la guarda de aquel lugar, como 
sintieron el rumor y el alboroto de los caba- 
llos que salían, acudieron todos juntos de 
tropel á la puente, adonde hallaron toda la 
gente de caballo de Fabricio Colona, que por 
aquella puerta salvaban sus vidas, con grande 
ímpetu cargaron sobre ellos y mataron é hi- 
rieron muchos de ellos y algunos prendieron 
y despojaron de todo lo que llevaban. Por 
este rebato, Fabricio Colona, desesperado de 
su salud, viendo que no podía guarecer á los 
suyos, determinó de librarse á sí mismo; el 
cual, con muy gran peligro de su persona, con 
solos tres ó cuatro de caballos ligeros se 
huyó de aquel rebato, y siguiéndole los fran- 



CRÓNICA GENERAL 



ceses, por su contraria dicha, cayó en un foso 
con el caballo, adonde allegando los enemigos 
le prendieron. En esto, los españoles que en 
Capua estaban, viendo asimismo el estado 
de la ciudad de Capua ser todo perdido y 
que ya no se miraba á ofender los enemigos, 
salvo defender sus vidas, cada uno según po- 
día, determinaron todos juntos de recogerse 
á la roca de la ciudad, y así se fortificaron en 
aquel lugar lo mejor que pudieron, determi- 
nando de morir antes que no venir á manos 
de franceses, y así en la roca estuvieron los 
espaíioles hasta tanto que pasó toda la prie- 
sa del saco, y después el Duque Valentino los 
libró; el cual, dado caso que estuviese de la 
parte de Francia, no por eso dejaba de se- 
guir y amar su naturaleza. Mucha gente mu- 
rió en este combate, porque según se halló, 
pasaron de tres mil hombres de toda calidad, 
así de hombres como de mujeres y niños. Hu- 
bieron de aquel caso los franceses muchas 
ropas y joyas y dineros, y muchos prisione- 
ros, á los cuales rescataban después por lo 
más que podían. Hízose con esto muy gran 
fuerza en las vírgenes doncellas, así monjas 
como seglares, de cualquier estado y condi- 
ción que fuese y á sus manos pudieron haber. 
Entre éstas no dejaré de contar un caso digno 
de memoria perpetua, que acaeció á un sol- 
dado suizo con una doncella entera llamada 
por nombre Galeza de San Severino, y fué así: 
que teniéndola en prisión aqueste soldado 
suizo, quiso usar con ella deshonestamente y 
llevarle la flor de su virginidad; la cual, te- 
miéndose en gran manera de perder aquello 
que tanto ella preciaba, le rogó muy humil- 
mente que no la quisiese avergonzar ni hacer 
cosa que dañase su honra, que ella le prome- 
tía de llevarle en parte adonde se tuviese 
por más dichoso con los dineros que en aquel 
lugar habría, que no se ternía corrompiendo 
su virginidad por un tan breve y feo deleite. 
El suizo, que de la promesa de la doncella no 
poca esperanza de ver alguna buena y grande 
cantidad de moneda recibió, sin hacer daño 
ninguno en su honra propuso con mucha ale- 
gría de se ir con ella y no con poca codicia de 
se ver adonde ella decía. La cual, llevándole 
al lugar donde decía tener el tesoro escon- 
dido, vinieron á dar en un alto que salía 
sobre el río, y como llegase, la dicha don- 
cella le dijo: «Ves aquí el tesoro que te pro- 
metí», y diciendo estas palabras se echó de 



aquel lugar abajo en el río, adonde en poco 
espacio se ahogó, y el suizo muy burlado ni 
gozó del un tesoro ni del otro. ¡Oh maravi- 
lloso ejemplo de toda virtud para las que de 
semejante tesoro é integridad quieren gozar! 
Cierto no es desemejante de aquel de la cas- 
tísima Lucrecia, que tuvo por mejor darse la 
muerte con sus manos que no vivir con vitu- 
perio y deshonra de la castidad. Bien es ver- 
dad que no apruebo el hecho por bueno, por 
ser más gentílico que no allegado á nuestra 
cristiana religión, pero apruebo la intención 
loable con que se hizo. Finalmente, después de 
muchas muertes y robos y sacrilegios de tem- 
plos y corrompimiento de vírgenes, seglares 
y religiosas, y muchos incendios y otros da- 
ños, la ciudad de Capua vino en poder de 
los franceses, y el Rey D. Federico, sabiendo 
la presa de Capua y asimismo la prisión del 
capitán Fabricio Colona, habiéndole dado los 
franceses en fiado á Jordano Ursino, que como 
supo su prisión, dado que fuese enemigo, le 
quiso en aquella necesidad favorecer, envió 
de Ñapóles dos mil ducados, que fué el pre- 
cio de su rescate, con que recibió libertad, y 
por el rescate de D. Hugo de Cardona, que 
juntamente fué preso en aquella ciudad, envió 
el Rey D. Federico al Príncipe de Visiñano, 
que según dicho es, por ser de la parte del 
Rey de Francia, el Rey D. Federico había pre- 
so. Algunos quisieron decir que el Duque Va- 
lentino había rescatado en mil ducados á don 
Hugo de Cardona, varón de mucha virtud y 
nobleza, y que en trueco del Príncipe de Visi- 
ñano se había rescatado Fabricio Colona. Fi- 
nalmente, de la una manera ó de la otra, sea 
de cualquiera, ellos fueron rescatados y saca- 
dos del poder de franceses. Mucho trabajó el 
Duque Valentino y el Papa Alejandro, su pa- 
dre, por poder haber en su poder al capitán 
Fabricio Colona por le dar la muerte, por ra- 
zón del mucho odio y enemistad que con él 
tenía. Sabido esto por los capitanes france- 
ses, en cuyo poder estaba, no le quisieron dar, 
sabiendo la mala intención dañada de ellos y 
que no le querían salvo para le dar la muerte 
y vengarse de su familia que ellos mucho 
desamaban. Este principio y presa de esta 
ciudad fué causa de que muchas ciudades y 
lugares del dicho reino de Ñapóles luego se 
dieron á los franceses, no se atreviendo á es- 
perar su rigor é ira que el castigo de aquella_ 
ciudad en todas partes hacía temer. 




DEL GRAN CAPITÁN 



89 



CAPITULO XXVI 



De cómo el Rey D. Federico se salió de Ñapó- 
les y se fué á hela, y cómo los franceses S2 
apoderaron de Ñapóles y en sus fuerzas. 

Ya se dijo arriba cómo los franceses toma- 
ron la ciudad de Capua con mucho daño de 
ella. Pues resta decir lo que después sucedió 
acerca del principal propósito suyo, que era 
tomar aquella parte del reino de Ñapóles que 
por la división susodicha le tocó al Rey de 
Francia. Pues como los franceses hubieron 
tomado aquella ciudad, estuvieron en ella dos 
días mucho á su placer, dentro de los cuales 
monsiur de Aubegni, que en aquel hecho de 
su Rey no era nada perezoso, envió un hom- 
bre de armas, caballero principal del ejército, 
al Rey D. Federico, requiriéndole de parte del 
Rey de Francia que, pues en la partición he- 
cha entre el Rey de España y el Rey de Fran- 
cia, su señor, á quien aquella parte del reino 
le había tocado, y el Rey de Francia le había 
cometido á él aquel hecho para que por la 
una parte y la gente del Rey de España por 
la otra, recuperase cada cual sus términos, 
jurisdicciones y señoríos, y que pues de la 
parte de su Rey le cabía aquella ciudad de 
Ñapóles, le requería y rogaba que saliéndo- 
se de ella se la dejase libre y desembargada; 
donde no, que él fuese cierto que por fuerza 
de armas, haciendo el mayor daño que pu- 
diesen en la ciudad, se la quitarían de po- 
der. El Rey D. Federico por la presa de Ca- 
pua del todo tenía perdido el ánimo, y asimis- 
mo siendo de los mismos ciudadanos de Ña- 
póles constreñido á que se saliese de la ciu- 
dad, temiéndose no le sucediese como á los 
capitanes capuanos les había sucedido, y jun- 
to con esto viendo la voluntad de los napoli- 
tanos tan pronta y aparejada para recibir al 
Rey de Francia ó á su gente en su nombre, 
determinó en lo extrínsico antes ser amigo de 
franceses que no enemigo, en especial que 
ni la voluntad de los de Ñapóles era de se 
defender ni menos tenía aparejo de gente 
para se oponer á la defensa, antes por todas 
las maneras que buscaba le faltaba el reme- 
dio. Con esto tornó á enviar á monsiur de 
Aubegni su embajada con dos caballeros de 
su corte, rogándole mucho que, pues la volun- 
tad del Rey de Francia era de desterrarle de 
su reino y despojarle de él, que era contento 



de salirse de Ñapóles con tal que le diese tér- 
mino de ocho días para poder recoger su casa 
y otras cosas é irse á Iscla. El capitán mon- 
siur de Aubegni le envió á decir con los mis- 
mos embajadores, que le daba el término de 
los ocho días para poder salir de Ñapóles, pero 
que en lo de la estada en Iscla él decía que si 
dentro de seis meses no saliese de Iscla sería 
tenido por enemigo y pasaría sus gentes con- 
tra él. Finalmente, el Rey D. Federico vino á 
todo lo que monsiur de Aubegni sacó por con- 
dición. Y con esto el Rey D. Federico, pasados 
los ocho días, se fué á Iscla con toda su casa, y 
el capitán monsiur de Aubegni y el Duque Va- 
lentino se fueron con sus gentes á Marcha- 
nes, adonde estuvieron esperando que pasa- 
sen los ocho días para se haber de meter en 
Ñapóles. En este mismo tiempo, antes que el 
Rey D. Federico saliese de Ñapóles, el Gran 
Capitán, que ya por otro caballero había en- 
viado al Rey D. Federico que le enviase la 
Reina joven, porque esta era la voluntad del 
Rey D. Fernando de España, envióle segunda 
vez á D. Iñigo López de Ayala, caballero prin- 
cipal de su ejército, en que le tornó á deman- 
dar la Reina joven, sobrina del Rey D. Fer- 
nando el Católico; al cual el Rey D. Federico 
con sus propias necesidades no podía proveer 
cuanto más oponerse á denegar aquella de- 
manda, luego se la entregó á D. Iñigo López 
de Ayala, el cual recogiéndola en seis galeras 
que para este efecto llevaba, se vino á Sicilia 
con ella y de allí el Gran Capitán la envió en 
España. 

CAPÍTULO XXVII 

De cómo el Gran Capitán pasó en la Calabria 
y comenzó de someter toda aquella provincia 
debajo de la corona del Rey D. Fernando. 

Como los franceses hubiesen, según dicho 
es, ya casi del todo tomado la parte que á su 
Rey tocaba en el reino de Ñapóles, el Gran 
Capitán, que estaba en Sicilia, teniendo ya el 
aviso de su Rey en lo que por su parte debía 
hacer, no quiso diferir más tiempo aquel ne- 
gocio, temiéndose que, según los franceses 
son de natura cobdiciosos y soberbios, des- 
pués de haber tomado la parte de su Rey in- 
tentarían por el mismo caso de tomar la del 
ajeno. También se temía por razón que mu- 
chas tierras, villas y lugares de las provincias 
de Puglia y Calabria reconocían y admitían el 



90 



CRÓNICA GENERAL 



nombre y apellido de franceses, sabiendo cla- 
ramente aquéllas haber tocado al Rey D. Fer- 
nando de España por división. Finalmente, 
consideradas todas las cosas y viendo ser con- 
veniente tiempo para hacer aquella empresa, 
recogió todo su ejército en la villa de Melazo, 
adonde á la sazón estaba, y en las naves y 
galeras que tenía en la mar hizo embarcar á 
su gente, metiendo asimismo toda su artille- 
ría y todos los otros aparejos de guerra que 
eran necesarios para aquel viaje. Y con esto 
alzando velas en breve se pusieron en la Ca- 
labria, por razón que es poca la distancia de 
Sicilia á aquella provincia. Allegaron de noche 
á un lugar despoblado, adonde saltando toda 
la gente en tierra se estuvieron todo lo que 
de la noche quedaba en el camino junto á la 
marina, y como fué de día el Gran Capitán 
entró en consejo y tomóse por parecer que 
D. Diego de Mendoza se fuese con toda la 
gente del ejército á una villa que estaba no 
muy lejos de aquel lugar, que llaman Nicas- 
tro, y él con algunos pocos de soldados se 
fué á Turpia para en aquella villa proveer 
algunas cosas importantes á aquel hecho. Es- 
tuvo e;i Turpia el Gran Capitán quince días, 
en los cuales entendió en muchas cosas que 
convenían, porque á la verdad no halló en to- 
das aquellas dos provincias mejor lu;|ar que 
era ésto, porque tenían la fe de los españoles 
y les servían con mucha voluntad. Allí se hol- 
gaba él más estar y con la gente de aquellos 
lujares se consejaba en aquel hecho como con 
personas de mucha fe y crédito. 

CAPÍTULO XXVIII 

De cómo los franceses se metieron en Ñápales 
y el Rey D. Federico se fué de Iscla á Fran- 
cia, y de lo que acaeció. 

Dicho se ha ya arriba cómo el capitán mon- 
siur de Aubegni y el Duque Valentino con todo 
el ejército francés se fueron á una villa que 
llaman Marones para esperar allí en aquel lu- 
gar que se pasasen los ocho días que dio de 
término al Rey D. Federico para se salir de 
Ñapóles. Pues dice agora la crónica que como 
fueron pasados los ocho días, el Rey D. Fe- 
derico se fué á Iscla y dejó en tenencia de los 
castillos Castel-Novo y Castel del Ovo al ca- 
pitán Próspero Colona, para que con el casti- 
llo de Oaeta los entregase á monsiur de Au- 



begni como le recibiesen en Ñapóles. Después 
que monsiur de Aubegni supo la partida del 
Rey D. Federico de la ciudad de Ñapóles, sin 
más se detener se partió de la villa de Maro- 
nes con todo su ejército y fuese á Ñapóles, 
adonde fué de los napolitanos recibido con 
mucha solemnidad, porque á la verdad el daño 
de la ciudad de Capua había puesto mucho 
temor en Ñapóles y en todas las otras ciuda- 
des y villas del reino, y por esta razón mos- 
traban todos buen amor y voluntad á los fran- 
ceses. Finalmente, recibidos los franceses, 
según dicho es, el capitán Próspero Colona 
luego entregó los castillos Nuevo y del Ovo 
y el de Gaeta á monsiur de Aubegni, según 
que por el Rey D. Federico le había sido 
mandado. Después de lo cual él se fué á Is- 
cla, adonde su Rey y señor se había recogido. 
Estuvo el Rey D. Federico muchos días en 
Iscla muy solícito en pensar lo que debía ha- 
cer sobre su destierro, porque halló cerrado 
todo el remedio que podía buscar, y en quien 
alguna esperanza tenía, que era en los Reyes 
Católicos, los cuales meritamente habían sido 
causa de su despojo y destierro de su reino, 
y por esta razón determinó del todo, pues le 
faltaba el socorro y le convenía dentro de seis 
meses partirse de Iscla, buscar la mejor ma- 
nera que pudiese para se recoger en alguna 
parte, pensó que sería bueno, y así se lo acon- 
sejaron, de se pasar en España, por razón que 
entre sus amigos y parientes hallaría algún 
remedio y amparo á su triste vivir. Pero por 
otra parte pensó que tenía muy enojados á 
los Reyes Católicos, y que por ventura por 
buscar bien buscaría mal. Y por esta razón 
determinó de se pasará Francia, adonde él ha- 
bía sido criado y gastado todo lo más de su 
vida y tenía mucho conocimiento con todos. 
Finalmente, con este acuerdo el Rey D. Fede- 
rico se partió de Iscla y dejó en su lugarte- 
niente de aquella ciudad de Iscla al Marqués 
del Gasto, y con sus galeras se pasó en Fran- 
cia, á quien el Rey de Francia recibió muy bien 
y dióle un muy honrado estado en Francia, 
con que vivió mucho á su contentamiento. 
Algunos que esto escribieron, quisieron decir 
que el Rey de Francia le había recibido muy 
desabridamente. Bien es verdad que esta opi- 
nión, por ser escrita peculiarmcnte y en aquel 
tiempo, debe ser más probada, y así yo la ten- 
go por más verdadera, porque me parece con- 
forme á la naturaleza de franceses, que es 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



91 



mostrarse rigurosos y soberbios contra los 
vencidos. Pero cualquiera de estas que sea 
verdadera, basta saber que después que el 
Rey D. Federico se partió de Iscla se fué á 
vivir á Francia, y allí estuvo hasta que murió. 

CAPÍTULO XXIX 

De lo que el Gran Capitán hizo en la conquista 
de Puglia y de Calabria. 

Después de la partida del Rey D. Federico 
y del rescebimiento de Ñapóles á los france- 
ses, monsiur de Aubegni, que era general de 
ellos, sabiendo cómo el Rey D. Federico había 
dejado á Iscla, y que estaba en tenencia de 
ella el Maques del Gasto, envió un caballero, 
requiriéndole con grandes partidos al Mar- 
qués le entregase á Iscla como todas las otras 
tierras del reino de Ñapóles se habían dado y 
entregado. Pero el Marqués del Gasto, que 
muy buen caballero era, teniendo en más su 
honra que no por ningún interese dejar de 
guardar lo que prometió á su Rey, embió á de- 
cir á monsiur de Aubegni que el Rey D Fede- 
rico su señor le había dejado á él en aquella 
tenencia, que hasta que supiese su voluntad 
acerca de aquel caso él no haría ninguna mu- 
danza en su fe, y que antes pensaba tener 
aquella isla con todo su poder, de manera que 
hasta que otra cosa se acordase por el Rey 
D. Federico no fuese de su poder y mano ena- 
jenada, teniéndole asimismo en gran merced y 
gracia los ofrecimientos que le hacía, lo cual 
dejará ahora la crónica de contar por decir lo 
que acaeció al Gran Capitán queriendo tomar 
la parte que á su Rey tocaba. En esta sazón 
estaba el Gran Capitán en Turpia, dando or- 
den en lo que debía hacer en aquel negocio que 
se le había cometido, el cual por tener más 
contenta á su gente y porque de mejor gana 
le sirviese les pagó nueve meses que les de- 
bía, hasta el último día de aquel mes de julio 
del año sobredicho. Mucho contento pone en 
los soldados la paga, y muchas fuerzas y áni- 
mo les acrescienta, juntamente con el deseo 
que de servir á sus señores tienen; y por el 
contrario, de no ser pagados suceden á las 
veces, por el descontento que tienen, desam- 
parar sus capitanes en las mayores necesida- 
des, y perderse de su .parte las acometidas 
afrentas, teniendo por mejor el guardar sus 
vidas que no ponerlas en condición sin remu- 



neración de su trabajo. Y así se ve cada día 
en los ejércitos por culpa de los capitanes le- 
vantarse y amotinarse los soldados y aun pa- 
sarse á servir la parte de los enemigos. Por 
esta razón el Gran Capitán, que de gran pru- 
dencia era, considerando que no su persona 
sola más las fuerzas de su gente habían de 
haber los vencimientos, teníalos á todos en 
sumo grado contentos y destribuía los des- 
pojos todas las veces que los hacían mucho 
á favor y contentamiento de los suyos. El 
Gran Capitán después que hubo pagado á su 
gente se partió de Turpia y se fué é Nicas- 
tro, adonde D. Diego de Mendoza estaba con 
ejército que en aquel lugar los había pagado, 
y detúvose en aquel lugar bien ocho días, 
por razón que en aquel tiempo rescibió mu- 
chas villas y lugares que se le daban de su 
voluntad. Como llegó á Nicastro ahora, des- 
pachó á Diego García de Paredes, coronel 
que según dicho es había pasado de Roma con 
ochocientos hombres de guerra en ayuda del 
Gran Capitán, y ansimismo mosén Mudarra 
llevaba cien caballos ligeros, y mandóles el 
Gran Capitán que con aquella gente fuesen 
sobre Cosencia, una ciudad que está en la Ca- 
labria, la cual se tenía por el Rey D. Federico 
y estaba en ella un gran capitán que se lla- 
maba micer Antonelo del Noble con doscien- 
tos hombres de guerra, y habiendo sido re- 
querido por el Gran Capitán le diese la ciudad, 
no había querido, antes con mucha diligencia 
se aderezaba para se defenderyguardar aque- 
lla ciudad que no viniese en poder de los es- 
pañoles. Finalmente, con la orden y comisión 
del Gran Capitán, Diego García de Paredes y 
mosén Mudarra con la dicha infantería y ca- 
ballos ligeros se partieron de Nicastro á nueve 
días del mes de Agosto de aquel mismo año 
de mil y quinientos y dos. Y en allegando á la 
ciudad de Cosencia hallaron cómo los ciudada- 
nos (temiéndose de las fuerzas de los españo- 
les, y ansimismo temerosos en ver el hecho 
del Rey D. Federico ir tan de caída) se habían 
dado al Gran Capitán por el Rey de España. 
Micer Antonelo del Noble, su capitán, que de 
aquella voluntad había sido contrario, se ha- 
bía con su gente recogido al castillo, y desta 
manera el castillo se tenía por del Rey D. Fe- 
derico y la ciudad se tenía por el Rey de Es- 
paña. Pues los capitanes españoles se metie- 
ron en la ciudad sin ningún impedimento, y en 
llegando tomáronla Mota, que no era tan fuer- 



92 



CRÓNICA GENERAL 



te como el castillo, y luego se puso diligencia 
en la expugnación del castillo, al cual por le 
poner en mayor estrecho, Diego García de 
Paredes con toda la infantería se aposentó 
junto al castillo por de dentro de la ciudad, y 
puso sus guardas por en derredor del, y mosén 
Mudarra con sus caballos hizo lo mismo, y or- 
denadas las guardas en los lugares que más 
convenía, pusieron en una iglesia que está fue- 
ra junto á una viña un capitán para que estu- 
viese en aquel lugar en guarda de las guardas 
que estaban a! derredor del castillo, con tre- 
cientos hombres de noche y ciento y cincuen- 
ta de día, y con esto hicieron otros muchos 
aparejos para combatir el castillo, dando an- 
simismo asiento con el artillería. Finalmente, 
después de haber hecho todos estos aderezos, 
el capitán micer Antonelo del Noble, viendo 
como los españoles habían puesto sus estan- 
cias tan cerca de los muros del castillo, y que 
si perseveraban tanto tiempo en el cerco de 
aquel castillo de necesidad se perdería á falta 
de provisiones, de las cuales tenían gran penu- 
ria, determinó de morir ó hacer de manera 
cómo echase á los españoles de aquellas es- 
tancias, y con esta voluntad salió un dia fuera 
del castillo con ciento y cincuenta hombres de 
guerra, y dio sobre la guarda de los españoles, 
la cual tenía mosén Mudarra con sus caballos, 
entre los cuales se mezcló una muy grande y 
reñida escaramuza, por razón que como los es- 
pañoles fueron tomados á deshora y de sobre- 
salto comenzaron á rescebir gran daño de los 
enemigos y casi fueron desbaratados, sino que 
los españoles porfiando con mucha fortaleza 
por no perder la estancia, se detuvieron con 
los enemigos un buen rato, pero al fin no pu- 
diendo ya más sufrir la fuerza de los enemi- 
gos les convino retirarse á fuera y desmam- 
parar la estancia. En este mismo tiempo Diego 
García de Paredes que estaba en otro lugar, 
siendo avisado en cómo la guarda que tenía 
mosén Mudarra era del todo retirada de su 
estancia por la fuerza de los contrarios que 
del castillo habían salido, socorrió con mucha 
diligencia con docientos hombres que consigo 
tenía, y por su venida los otros que ya habían 
desmamparado su estancia cobraron ánimo, y 
afirmáronse contra los enemigos, no dando pie 
atrás, antes con la ayuda y favor de Diego 
García de Paredes reforzaron la batalla y tor- 
naron sobre los contrarios tan de recio que les 
mataron siete hombres é hirieron otros mu- 



chos, y tanto hicieron que á fuerza de armas 
los desbarataron y los encerraron en el casti- 
llo. Murió en este rebate un alférez español y 
fueron algunos heridos de su parte, y Diego 
García de Paredes habiendo por su socorro 
reforzado la gente del capitán Mudarra, dejó- 
los en las mismas estancias adonde antes es- 
taban, y él con toda la otra gente con que so- 
corrió se tornó al lugar do hacía su guardia, 
y por razón que la noche sobrevino, no dio 
lugar á que por aquel día se hiciese otra cosa 
sobre aquel caso. Otro día siguiente el capitán 
micer Antonelo del Noble, habiendo en aquella 
noche vuelto en su pensamiento lo que acerca 
de aquel cerco en que los españoles le tenían 
debía de hacer, y viendo el poco remedio que 
tenía, por razón que le faltaba gente y vitua- 
llas, y temiendo asimismo no quisiesen los es- 
pañoles dar el combate al castillo, del cual 
tenía duda según su fuerza de aquella gente 
poderle sostener, determinó de hablar con 
Diego García de Paredes, al cual envió á decir 
que él tenía aquel castillo por el Rey D. Fe- 
derico, el cual había hasta entonces tenido 
juntamente con la ciudad con aquella gente 
que el Rey D. Federico había puesto en guar- 
nición de ella, y los ciudadanos le habían sido 
contrarios, dándola contra su voluntad y en 
deservicio de su Rey y señor al Gran Capitán 
por el Rey de España; y que pues así era, por 
la obligación que tenía á quien le había pues- 
to, le rogaba mucho le diese quince días de 
término, en los cuales el esperaba socorro de 
algunos lugares y villas comarcanas que se 
detenían por el Rey D. Federico, y que si por 
el contrario no fuese socorrido según pensa- 
ba, él le prometía debajo de algún conve- 
niente partido de rendirle el castillo al Gran 
Capitán. Diego García de Paredes, que en 
aquel hecho tenía mucha seguridad, no le 
quiso responder cosa ninguna hasta tanto 
que diese aviso de aquel partido al Gran 
Capitán, demandándole su parecer. Pero el 
Gran Capitán, temiéndose que si el castillo 
era socorrido se perdería la ciudad, la cual es- 
taba según dicho es por el Rey de España, de- 
terminó de no dar aquel lugar al capitán micer 
Antonelo del Noble, y por esta razón luego á 
la hora se partió con todo su ejército de Ni- 
castro y vínose la vía de Cosencia con deter- 
minación de en llegando combatir el castillo 
y no dar lugar á que entrase socorro en él. Y 
micer Antonelo del Noble, como supo que el 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



93 



Gran Capitán en persona venía sobre el cas- 
tillo, desesperado del socorro y constreñido 
del temor, tuvo por "bueno de darse al Gran 
Capitán. Luego como llegó, rescibió el castillo 
y dióle en tenencia á moscn Mudarra y él es- 
tuvo allí algunos dias. 

CAPÍTULO XXX 

De cómo el capitán de la armada española 
tomó una nave del Rey D. Federico, y de cómo 
los franceses comenzaron á usurpar algunos 
lugares que tocaban al Rey de España. 

El Rey D. Federico se partió de Iscla y dejó 
cargada una nave para que la cargasen de ar- 
tillería y munición, para que se la enviasen á 
su hijo el Duque de Calabria que estaba en 
Taranto; lo cual ponéndolo por obra y vinien- 
do la nave su camino derecho á la ciudad de 
Taranto, vino á ser vista por el capitán de la 
armada española, que se llamaba Juan Lezca- 
no, el cual había quedado en Turpía al tiempo 
que el Gran Capitán se partió á Nicastro, se- 
gún dicho es; y el capitán Juan Lezcano, como 
vido la nave, enderezó sus galeras contra ella, 
y alcanzóla muy lejos de allí cerca del estre- 
cho, y allegando á ella y reconosciendo que 
era de enemigos, aferraron sus galeras en la 
nave, y comenzaron por una parte y por otra 
á combatir, y tanto hicieron que por fuerza 
de armas entraron la nave y la tomaron y 
prendieron todos cuantos en ella venían. Des- 
pués de esto monsiur de Aubegni habiendo 
ya tomado la parte del reino de Ñapóles que 
pertenescia al Rey de Francia, siendo amigos 
los franceses de novedades, deseosos de ex- 
tender su señorío de cualquier manera que 
pudiesen, como está dicho, determinaron de 
tomar algunos lugares pertenescientes al Rey 
de España, y junto con esto fué avisado mon- 
siur de Aubegni de los mesmos de Ñapóles 
cómo si la provincia de Puglia venía en poder 
de los españoles, y la ciudad de Ñapóles con 
los otros pueblos no participaban de los tri- 
gos y cebadas de aquella provincia, no po- 
dían vivir ni sustentarse sin muy gran daño 
y detrimento de aquella parte del reino que 
ya era de los franceses, y que por esta razón 
cumplía mucho buscar alguna manera para 
poder aprovecharse de ello. El capitán mon- 
siur de Aubegni viendo la legítima causa, y el 
daño evidente que por esto podía venir á la 



ciudad de Ñapóles, determinó sin consultar 
cosa ninguna con el Gran Capitán, y sin tener 
respeto alguno á los capítulos y asientos que 
entre el Rey de España y el Rey de Francia 
estaban hechos sobre la división de aquel rei- 
no, acordó de enviar algunas compañías de su 
ejército para que se apoderasen en algunas 
villas de aquella provincia de Puglia. Envió 
asimismo sus comisarios con sus patentes 
para que en todas las villas y lugares de aque- 
lla provincia los rescibiesen y diesen todas las 
provisiones necesarias, diciendo cómo en Ña- 
póles y en los otros lugares no se podía sus- 
tentar el ejército francés. Esto no lo hacía 
monsiur de Aubegni con voluntad sana, sino 
con propósito que tenía de venir por aquella 
razón á manos con los españoles, y sacarles 
si pudiese aquellas dos provincias que de la 
parte del Rey de España les había tocado. 
El Gran Capitán que estaba en Cosencia, 
como fué sabidor que gente francesa por co- 
misión de monsiur de Aubegni ocupaban las 
tierras de Basilicatay Capitanata, que era de 
su pertenencia, envió á un caballero de su 
ejército á monsiur de Aubegni, á le decir que 
bien sabía en cómo por la división de entram- 
bos los Reyes de España y Francia habían ca- 
bido las dos provincias de Puglia y de Cala- 
bria al Rey de España, y que junto con esto 
habían sido por los reyes jurados los capítu- 
los que acerca desta partición se celebraron 
entre ellos, los cuales debían ser guardados y 
mantenidos conforme á como de su parte se 
guardaban y mantenían; y que él había sido 
informado en cómo la gente de su ejército se 
había metido y aposentado en las tierras del 
Rey de España, yendo contra el asiento y ca- 
pítulos que entre ambos los Reyes se cele- 
braron, que le hiciese saber cuál era la causa 
que á hacer esto les movía, y que le rogaba 
que revocando su mandamiento y comisión 
que sobre este caso había dado, hiciese luego 
levantar aquellas gentes de aquellos lugares 
del Rey de España. Y con esto, el embajador 
del Gran Capitán se despidió para ir á poner 
por obra su embajada, y luego envió el Gran 
Capitán á Pedro de Paz con mil infantes á 
Manfredonia, para que trabajase de tomar el 
castillo, el cual se tenía por el Rey D. Federi- 
co. Y ansimismo puso mucha gente de armas 
en todas aquellas tierras que estaban en la ri- 
bera de Sipantua, por razón que los franceses 
no se metiesen en ellas primero, como habían 



94 



CRÓNICA GENERAL 



hecho en muy muchas otras de Basilicata y 
Capitanata. El embajador del Gran Capitán 
como fué ante monsiur de Aubegni, reíirió su 
embajada conforme á como venía instruido 
de su capitán, al cual monsiur de Aubegni 
respondió, que por cuanto las tierras de Ba- 
silicata y Capitanata no habían sido nombra- 
das en las escrituras de la partición de aquel 
reino, había sido informado que al Rey de 
Francia tocaba también en ellas su parte, y 
le había mandado tomar en ellas la parte que 
á su rey tocaba, y por esta razón lo había he- 
cho, y que así lo pensaba hacer hasta tanto 
que la verdad de ello se liquidase por los mes- 
mos Reyes de Espatía y Francia; y que por 
esta razón á él le parecía que porque no es- 
tuviese largo tiempo en esta diferencia, la 
cual nacía de esta causa, que enviase cada uno 
por su parte á hacerlo saber á su rey, para 
que entre ellos se determinase por justicia 
y derecho, y que entretanto que la resolu- 
ción de esto venía de ambos los Reyes, le 
páresela ser justo que en cada una de estas 
tierras se pudiesen aposentar ansí franceses 
como españoles, y que ansimismo hubiese en 
cada lugar dos banderas, una de España y 
otra de Francia, por razón que las sobredi- 
chas villas y lugares no reconocían mediante 
esta difinición particular señor entre ellos. Y 
con esta respuesta se despidió el embajador 
del Gran Capitán, el cual como por la respues- 
ta viese este hecho puesto en caso dudoso, 
ansimismo que monsiur de Aubegni se justifi- 
caba por lo que decía, determinó de sobreseer 
en aquel hecho, y de seguir su parescer en- 
viando á su Rey el caso de aquella duda, y 
monsiur de Aubegni por el mesmo tenor lo 
hizo saber al Rey de Francia, para que entre 
ambos los Reyes se determinase aquel hecho. 

CAPÍTULO XXXI 

De cómo el Gran Capitán vino sobre la ciudad 
de Taranto, y de lo que el Príncipe de Cala- 
bria hizo sobre ello. 

En el tiempo que los franceses entraron en 
el reino de Ñapóles, el Rey D. Federico, entre 
otras cosas que proveyó acerca de la defen- 
sión del reino, fué enviar al Príncipe de Cala- 
bria, su hijo primogénito, para que se metiese 
en Taranto y la defendiese; de manera que 
no viniese en poder de los españoles, hasta 



que otra cosa se acordase sobre ello, como 
arriba se cuenta. Y pues dende algunos días, 
habiendo el Gran Capitán sometido casi toda 
la provincia de la Calabria debajo de la Co- 
rona de los Reyes Católicos, partióse de la 
ciudad de Cosencia, donde á la sazón estaba, 
y fué á Turpia, donde el armada española se 
surgió. Y como ¡legó en aquella villa, deter- 
minó con brevedad de ir á tomar la ciudad de 
Taranto, por razón que aquélla es una de las 
más principales ciudades de Calabria, y estaba 
hecho fuerte dentro el Príncipe de Calabria. 
Es maravilloso el asiento de aquella ciudad, 
que por todas partes es bañada de! mar, que 
D. Alonso de Aragón, el mozo, y por sobre- 
nombre el Guercho, la había cortado de tierra 
firme, cuando los turcos tomaron á Otranto, 
entre las otras ciudades de tierra de Otranto, 
por la grande comodidad de aquel puerto de- 
signaban de tomar á Taranto. La ciudad está 
agora puesta en aquel lugar donde antigua- 
mente estuvo la grandísima roca de Taranto, 
ennoblecida por el cerco, no menos largo que 
vano, de Aníbal; pero adonde estaba el viejo 
Taranto son ahora grandes ruinas, y por todo 
él se muestran maravillosos vestigios de la 
ciudad deshecha. Es, en fin, Taranto ciudad 
nueva, y toda traspasada en aquella isla y ce- 
ñida en derredor del mar, y por dos puentes 
de madera se pasa á ella, puestos el uno al 
Levante y el otro al Poniente, en las cabezas 
de las cuales están edificadas dos hermosas 
fortalezas, que por medio de la una y de la 
otra tierra firme corren dos canales, y así, 
con grande dificultad se puede combatir de 
la parte del abierto mar. No se pueden alle- 
gar las naos, porque aquel lado de la ciudad 
está fortificado de unos bravos peñascos, y 
por esta razón, luego envió al capitán Juan de 
Lezcano con el armada para que por la mar 
tuviese cercada aquella ciudad, que no dejase 
meter provisiones de otra parte. Y luego, el 
último día del mes de Agosto del año sobre- 
dicho, el Gran Capitán se partió de Turpia y 
vino á poner cerco á Taranto; pero vista la 
fuerza determinó, aunque con trabajo, igua- 
lar los bestiones y fosos á la alteza de Ta- 
ranto á golpe de artillería, y cerró las salidas 
de las puentes haciendo dos castillos de tie- 
rra y encima la artillería con propósito de in- 
vernar allí. Juan de Lezcano, que según dicho 
es había partido con el armada de Turpia, 
pasó por la Roca Imperial, la cual se tenía por 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



95 



el Rey Federico, y tomándola, dejó al capitán 
Carlos de Paz con quinientos infantes de 
guarnición, y él se fué á poner en la Roca. En 
esto, el Gran Capitán, como hubo cercado á 
Taranto, envío al Duque de Calabria un su 
capitán que llamaban el capitán Olivan, á le 
decir cómo él había venido en aquellas par- 
tes por tomar la provincia de Puglia y Cala- 
bria, provincias tocantes al Rey Católico su 
señor, por la división y partición que entre el 
Rey de Francia y él se hizo del reino de Ña- 
póles, y que por esta razón le requería de 
parte del Rey de España fuese contento de 
dejar aquella ciudad como cosa que pertene- 
cía á su Rey, donde no que protestaba y se ex- 
cusaba para con Dios del daño y muertes que 
por el contradecir este derecho podría suce- 
der. El Duque de Calabria, oyendo lo que el 
Gran Capitán le envió á decir, suspendió su 
respuesta, no sabiendo en ninguna manera lo 
que en aquel caso debía de hacer, á razón que 
quererse oponer y defender del Gran Capitán 
y de su poder teníalo por cosa grave y du- 
dosa, porque él tenía muy poca gente consigo 
en defensión de la ciudad, y lo otro, porque 
toda aquella provincia casi habían rescibido ai 
Rey de España, por donde él tenía muy poca 
esperanza de ningún socorro, y ansimismo, 
viendo cómo el Rey D. Federico, su padre, se 
había ausentado del reino, en quien tenía 
puesta toda la confianza de aquel hecho, Y 
por estas razones que he dicho á la crónica, 
el Duque de Calabria envió por su respuesta 
al Gran Capitán con su embajador, al cual lla- 
maban micer Octaviano, que bien sabía cómo 
el Rey D. Federico, su padre, le había hecho 
merced de aquella ciudad y de otras algunas 
villas de aquel a provincia, por lo cual él es- 
taba con determinación de la tener hasta 
tanto que el Rey su padre, que se lo dio, se 
lo mandase dejar, y por esto le rogaba mucho 
fuese contento de le dar algún término con- 
veniente, dentro del cual él pudiese avisar á 
su padre de lo que pasaba y que según la or- 
den y mandado que de él hubiese, ansí de su 
parte se cumpliría. Desto fué muy contento 
el Gran Capitán, y dio al Duque de término 
dos meses, en los cuales, ora el Rey D. Fede- 
rico respondiese, ora no respondiese, el Du- 
que fuese obligado á le entregar la ciudad, y 
ansimismo se sacó por condición, que dentro 
del dicho término el Duque no pudiese forti- 
ficar la ciudad, ni meter gente, ni hacer nin- 



guna cosa por donde se viese ser su voluntad 
de se defender. Finalmente, con esta respues- 
ta micer Octaviano se despidió del Gran Capi- 
tán. Habíanse por este tiempo de dar rehe- 
nes, en seguridad de una parte á otra, por lo 
cual el Duque envió al campo español al hijo 
del Duque de Potencia, y de la parte del Gran 
Capitán se pasó en la ciudad el capitán Oli- 
van por razón que los españoles no intenta- 
sen á querer hacer alguna fuerza en la ciudad. 
Luego el Gran Capitán hizo allegar su ejér- 
cito más á la ciudad, adonde le tuvo desde 16 
de Septiembre del sobredicho año hasta que 
viniese la respuesta del Rey D. Federico. El 
Duque de Calabria envió luego su despacho 
con sus letras para el Rey D. Federico, su pa- 
dre, que estaba en Francia, haciéndole saber 
el estado en que estaba su ciudad de Taranto, 
y de lo que estaba con el Gran Capitán apun- 
tado, que era dos meses de treguas, den- 
tro de los cuales, por ser breve el tér- 
mino, él esperaba breve resolución de lo que 
era servido se hiciese en aquel caso, y ansi- 
mismo le hacía saber cómo ni por mar ni por 
tierra él no podía meter gente ni vituallas, no 
sólo porque ansí estaba capitulado y jurado 
entre ellos, pero por razón que de la parte de 
la mar estaba el armada bien cerca de la ciu- 
dad de Taranto y por tierra estaba todo el 
ejército aposentado en derredor déla ciudad, 
por manera que no podían entrar por parte 
ninguna. Esto fué lo que el Duque de Cala- 
bria escribió á su padre. 

CAPÍTULO XXXII 

De lo que intentó hacer monsiur de Aubegni en 
deservicio del Rey de España, y cómo algu- 
nos principes y señores de aquellas dos pro- 
vincias se vinieron á reconciliar con el Gran 
Capitán. 

Entre los españoles y franceses, el principio 
de las discordias y guerra fué, según dicho 
es, por razón que al tiempo de la primera 
conquista del reino de Ñapóles, cuando el 
Rey Cario Octavo pasó en el reino de Ñapóles, 
el Conde de Corata y Reinaldo Barbina si- 
guieron la parte de franceses, por lo cual, des- 
pués que el Rey D. Fernando fué restituido, 
según dicho es, se ausentaron del reino y se 
fueron á la ciudad de Trana, tierra de vene- 
cianos, y allí se estuvieron escondidos hasta 



96 



CRÓNICA GENERAL 



que vino otra vez el ejército de franceses con- 
tra el reino de Ñapóles, en el tiempo que rei- 
naba el Rey D. Federico, los cuales, debajo de 
este favor, muy secretamente salieron de 
Trana y se fueron á Corata, el cual lugar es- 
taba por el Rey D. Federico, juntamente 
con otros lugares comarcanos, adonde se me- 
tieron y ocuparon aquel lugar, y se hicieron 
fuertes en él, y los recibieron con mucha vo- 
luntad. Hubo el Rey D. Federico en dote este 
condado de Corata con otros lugares circuns- 
tantes, por razón que se casó con una herma- 
na del Príncipe de Altamura. Como aquestos 
lugares no estén metidos dentro de las dos 
provincias Puglia ni Calabria, sino en la fron- 
tera de Puglia, y ansimismo el Rey de Francia 
pensaba que por razón de aquel casamiento 
y bienes dótales del Rey D. Federico que á 
él solo pertenescía el derecho de aquellos lu- 
gares, intentó monsiur de Aubegni, por comi- 
sión de su Rey, y persuadido por el Rey don 
Federico, que ya estaba en Francia, el cual 
en excesivo grado aborrescía el nombre de Es- 
paña, de tomar aquellos lugares juntamente 
con la otra parte del reino que ya había to- 
mado el nombre del Rey de Francia. Y para 
este efecto, el capitán monsiur de Aubegni 
envió al Gran Capitán tres caballeros de su 
ejército, al uno llamaban monsiur de Greni, y 
al otro monsiur de la Mata, y al otro Luis Da- 
rlas, con los cuales le dijo que por cuanto 
aquellas tierras que dudaban de Basilicata y 
Capitanata, eran tierras distintas de las quQ 
se entendieron de la partición que de aquel 
reino hicieron, y hallaban por algunos avisos 
que el Rey de España no tenía en ellas nin- 
guna parte, por razón que estaban muy apar- 
tadas de las dichas dos provincias Puglia y 
Calabria que á él tocaban, y él tenía determi- 
nado de tomar aquellas tierras solamente en 
nombre del Rey de Francia, hasta tanto que 
de ello viniese la determinación, según que se 
había enviado á demandar á los Reyes sus 
señores. El Gran Capitán, como hombre pru- 
dente y sabio, siempre procuró de usar con 
los franceses toda la mejor manera de paz que 
pudo, y con esto envió á decir á monsiur de 
Aubegni mirase cuánto cumplía al servicio de 
Dios y de los Reyes, en cuyo nombre allí ha- 
bían venido, la paz que con suma justicia se 
puede mantener, y que pues aquella duda ya 
se había enviado á consultar con los Reyes 
de España y Francia, no quisiese entretanto 



' que la resolución de ello venía innovar de su 
parte cosa alguna, porque si ansí intentaba 
hacer, como le era por sus embajadores di- 
cho, él se excusaba protestando primero toda 
paz y concordia para con Dios nuestro señor, 
que ni el Rey de España, ni él, ni sus capita- 
nes, no tenían en ello culpa, ni eran autores 
de aquella defensión de la jurisdicción y dere- 
cho de su reino, sin haber ofendido en parte 
alguna el derecho del suyo. Con esta res- 
puesta del Gran Capitán se tornaron los em- 
bajadores de monsiur de Aubegni, el cual, 
como tuviese voluntad de extender, ora con 
justicia, ora contra justicia, los señoríos de su 
Rey, sin atender ley ni derecho, se comenzó á 
meter del todo en aquellos lugares. En este 
tiempo los Príncipes de Melfa, y Visiñano, y 
de Salerno, viendo el principio de las alterca- 
ciones de entre españoles y franceses, que 
esperaban sangriento y dudoso fin, conside- 
rando que en todas las cosas que el Gran Ca- 
pitán había emprendido había alcanzado vic- 
toria, como la alcanzó con muy grandísima 
honra suya en la primera conquista deste rei- 
no de Ñapóles contra el Rey Cario octavo, se- 
gún en los capítulos pasados se ha dicho, y 
que ansí se esperaba alcanzaría en todos sus 
hechos, según su grandísima virtud, determi- 
naron de venir juntamente con el Marqués de 
Bitonto á Taranto, adonde el Gran Capitán 
estaba, los cuales fueron del Gran Capitán 
con mucho amor y buena voluntad recibidos, 
y ellos ofrescieron sus personas y estados en 
servicio del serenísimo Rey D. Fernando de 
España, y hicieron también pleito homenajeen 
la forma acostumbrada de guardar y mante- 
ner todo aquello que debían hacer en servicio 
del Rey Católico. Por lo cual, el Gran Capitán 
D. Gonzalo Fernández de Aguilar y de Cór- 
doba les confirmó sus estados, y de ahí ade- 
lante fueron habidos por vasallos del Rey de 
España, é hizolos el Gran Capitán muy bien 
aposentar en su campo á sus personas y á 
los suyos. 

CAPÍTULO XXXIII 

Del aparejo que el Duque de Calabria hizo en 
Taranto, y de lo que el Gran Capitán hizo 
sobre esto. 

Ya se dijo arriba cómo los franceses no 
aguardando la respuesta y determinada volun- 
tad de su Rey, en lo que tocaba á la duda de 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



97 



a:]U2lla3 tierras, ell js mesin js se habían metido 
en ellas, queriendo del todo usar de rigor para 
as traer debajo del servicio del Rey de Francia. 
Pues, no contentos con esto, procurando por 
todas las vías y maneras que podían hacer daño 
en los españoles,env¡aron muy secretamente al 
Duque de Calabria á le decir que bien sabían 
cómo el Gran Capitán estaba sobre Taranto, y 
ansimismo el término que le había dado para 
entregar la ciudad, y que por esta razón, no 
embargante que el término pasase, le rogaban 
mucho de su parte se sufriese por algunos días 
en la ciudad, que ellos le prometían de le soco- 
rrer con brevedad, porque ellos tenían aviso 
del Rey D. Federico su padre ser aquella su 
voluntad. Esto mismo enviaron á decir al Cas- 
tellano de Manfredonia, que se tenía por el 
Rey D. Federico, sobre el cual estaba el capi- 
tán Pedro de Paz con mil infantes según dicho 
es. El Duque de Calabria, que del todo tenía 
perdida la esperanza de ser socorrido por ra- 
zón de la ausencia del Rey D. Federico su pa- 
dre, viendo el ofrescimiento del socorro que 
los franceses le hacían, determinó de estar 
quedo y no dar la ciudad al Gran Capitán, dado 
caso que pasase el término de los dos meses 
que le había dado. Y con esta voluntad luego 
comenzó muy secretamente de meter aparejos 
dentro de la ciudad, ansí de gente y vituallas 
como de otras cosas necesarias para defen- 
derse. Y ansimismo comenzó de reparar algu- 
nas partes en el castillo que estaban mal pa- 
radas. El capitán Olivan que estaba dentro en 
Taranto, en rehenes, barruntó, no embargante 
que aquellos aparejos se hicieron con mucho 
secreto, lo que el Duque determinaba de ha- 
cer, de lo cual todo dio aviso al Gran Capitán, 
y él viendo el estado de aquella ciudad dudo- 
so para la haber de rescibir, con mucha dili- 
gencia mandó hacer muy grandes reparos con- 
tra la ciudad de Taranto, y junto con esto 
mandó asentar mucha artillería por lugares di- 
versos contra la ciudad, y con muchos bergan- 
tines y otros vasos ligeros armados de gente y 
de artillería, mandó ocupar el mar Pechuno, 
por razón que por allí no viniese á la ciudad 
provisión ninguna ni gente de socorro. El Gran 
Capitán allende de esto, con maravillosa y 
extraña manera, á imitación del cartaginés 
Aníbal, hizo poner hasta veinte navios encima 
de carros, y del abierto mar Jonio los hizo 
traspasar en aquel mar cerrado, el cual tiene 
de largo cerca de cuatro millas y está hecho 

Crónicas del Gran Capitán.—! 



á modo de un grande estanco ó laguna, y en 
el derredor había diez y ocho millas ó más. Y 
aunque hay muy grandes tormentas, tienen allí 
las naves un reposado y seguro acogimiento 
y de pescado es abundantísimo. Pues habien- 
do llevado las naves á aquel instante los sol- 
dados españoles con fiestas y cantares muy 
alegres corrían toda aquella marina, los ta- 
rantinos concibieron grande temor, aunque á 
la verdad aquel negocio más era espantoso 
que dañoso. Habiendo, pues, de esta manera 
dado orden el Gran Capitán á lo que tocaba 
á la expugnación de Taranto, los de la ciudad 
juntamente con el Duque, viendo la guerra 
puesta en las manos y el daño que de esta 
causa se les aparejaba, enviaron á decir al 
Gran Capitán cómo ellos estaban prestos y apa- 
rejados para entregar la ciudad pasado el tér- 
mino de los dos meses, y que por cuanto se te- 
mían según el largo camino que hay desde 
aquella ciudad á Francia, donde estaba el Rey 
D. Federico, dentro de aquel término no po- 
dían haber respuesta, le rogaban encarecida- 
mente que apartando el rigor y sospecha que 
en su campo contra ellos había nascido, les di- 
firiese el término de otros tres meses, dentro 
del cual creían sin ninguna duda que les ver- 
nía la respuesta del Rey D. Federico de lo que 
debían hacer; y que si dentro de este término 
no viniese, que ellos le prometían de le entre- 
gar la ciudad sin ninguna dilación y echar de 
ella al Duque. El Gran Capitán, que de natura 
era humanísimo é inclinado á otorgar cualquier 
partido que le demandasen, en especial ha- 
biéndolo con el Duque de Calabria, que no lo 
tenía por enemigo, tuvo por bueno de les pro- 
rrogar el término otros dos meses, con condi- 
ción que pasados aquellos sin hacer innova- 
ción de cosa le entregasen la dudad de Taran- 
to. Quedando las cosas de Taranto en este es- 
tado, Próspero Colona y Fabricio Colona que 
hasta en aquel tiempo habían servido al Rey 
D. Federico con gran diligencia y fe, como vie- 
ron las cosas del reino de Ñapóles del todo 
estar en el suelo, y que el Rey D. Federico su 
Rey y señor había sido despojado de su reino, 
y que á esta causa se pasó en Francia, deter- 
minaron de salirse de Iscla adonde á la sazón 
estaban, é ir á servir hl Rey de España, por 
razón que ya habían mudado su voluntad; y si 
hasta entonces habían seguido al Rey de Fran- 
cia, ya le aborrecían y tenían aquella nasción 
por enemiga capital, y por contrario amaban 



98 



CRÓNICA GENERAL 



á los españoles. Ansí pensaban, según la vir- 
tud del Gran Capitán, tornarse en su estado 
de que por los franceses habían sido despoja- 
dos. Con esta determinación y voluntad Prós- 
pero Colona y Fabricio Colona se fueron á 
presentar al Gran Capitán, ofresciéndose por 
vasallos y servidores del Rey de España. Y el 
Gran Capitán teniendo noticia de la fe y cons- 
tancia que aquellos caballeros tuvieron y man- 
tuvieron al Rey D. Federico, y ansimismo el 
amor que ya tenían con las cosas de España, 
los rescibió muy bien y alegremente, estimán- 
dolos mucho por sus personas, y ansimismo 
ellos de ahí adelante hicieron en servicio de 
los Reyes de España cosas muy dignas de 
grande memoria, según que más adelante en la 
prosecución de la Crónica se relatará. 

CAPÍTULO XXXIIII 

De cómo el armada francesa se partió de Ña- 
póles para ir a conquistar algunas tierras 
del Turco, y de lo que les acaesció. 

A este mismo tiempo que el Gran Capitán 
estaba en Taranto, monsiur de Rabastayn, ca- 
pitán general de la armada francesa, de nación 
flamenco, como llegase á la sazón en Ñapóles 
y viese que la parte de su Rey era ya tomada, 
y que no era menester su ayuda, determinó 
de salir de allí é ir la vía de Levante para con- 
quistar algunas tierras de los turcos en ayuda 
y favor de venecianos, cuya armada ansimes- 
mo estaba en aquellas partes con semejante 
expedición. Y con esta voluntad movido mon- 
siur de Rabastayn, salió con el armada de Ña- 
póles, y pasando por el mar Jonio cerca de 
Taranto, fué á dar á una isla que llamaban 
Mitilene, adonde Benito Pesaro, proveedor de 
venecianos, se juntó con el armada francesa, 
y dende aquel lugar acordando entre sí en lo 
que debían hacer, salieron en tierra, y fueron 
á combatir una ciudad que se llamaba del mis- 
mo nombre Mitilene, donde como llegaron, 
dieron orden entre sí de cercarla. Venían en 
el armada francesa cuatro carracas gruesas, 
y diez y seis navios y diez galeras, adonde 
iban cinco mil hombres y treinta piezas grue- 
sas de artillería. Con este aparejo el coronel 
de los venecianos y monsiur de Rabastayn 
con su gente, asentaron su campo y artillería 
sobre aquella ciudad, dejando muy buena gen- 
te de guerra en las armadas. En esto micer 



Benito de Pesaro, proveedor de venecianos, 
fué avisado cómo el armada de turcos había 
de salir en breve de Lepanto en favor de aque- 
lla ciudad, y por esta razón dejó al capitán 
francés en aquel lugar, y por su teniente dejó 
á un caballero que llamaban micer Paulo, con 
solas tres galeras de gente y de artillería bien 
proveídas, y se fué á la isla de Tenedo por es- 
perar allí el armada del turco y dar aviso á 
los suyos á su tiempo. Y como el capitán fran- 
cés vido ido al proveedor, porque toda la hon- 
ra de la presa de aquella ciudad se atribuyese 
á él, y como son franceses de natura avaros, 
soberbios y codiciosos, dio orden con su gen- 
te de combatir la ciudad, del cual del teniente 
del proveedor fué muchas veces rogado difi- 
riesen aquel combate hasta la venida de mi- 
cer Benito, y que en ello rescibiría muy gran 
merced y gracia. Pero el capitán francés mon- 
siur de Rabastayn, incitado de la codicia y am- 
bición, creyendo que con poco trabajo se to- 
maría la ciudad, metiendo en orden toda su 
gente después de haber muy fuertemente ba- 
tido la ciudad con su artillería, con la cual de- 
rribó un muy grande pedazo del muro, arre- 
metió con su gente con muy mucho denuedo 
y fortaleza, á los cuales los turcos rescibieron 
muy bien no con menor ánimo y fortaleza de 
aquel con que fueron acometidos. Tenían los 
turcos por de dentro hechos muchos reparos, 
de manera que la ciudad se quedaba tan fuer- 
te como de antes que el muro se derrocase, 
y de tal manera y con tanta presteza fué de 
los turcos la ciudad defendida, que muriendo 
de aquella vez muchos de la gente francesa 
y no pocos de los turcos, convino á mon- 
siur de Rabastayn dejar el combate hallándo- 
se burlado de su mala esperanza, por lo cual 
mandó embarcar su gente, y quiso alzarse de 
aquella ciudad y partirse luego á Francia. En 
esto sobrevino Benedito Pesaro, de cuyos 
ruegos el capitán francés se hubo de quedar 
no más de para que con su gente estuviese 
cerca de la ciudad, y que no saliesen á ningún 
combate. Habíase sabido por algunos turcos 
de los que se habían captivado que dentro 
en la ciudad no había más de ciento y veinte 
turcos de guarnición y trecientos turcos de 
la misma ciudad. Por manera que de gente 
de guerra no había más de cuatrocientos y 
veinte hombres, de los cuales los trecien- 
tos eran renegados. Estuvieron algunos días^ 
los dos ejércitos sobre aquella ciudad, no 




DEL GRAN CAPITÁN 



99 



jando cada día de batir con mucha fortaleza 
el muro, del cual rescebían mucho daño, ha- 
biendo derrocado la artülería gran parte del. 
En esto vino aviso al proveedor cómo venía 
una buena armada de turcos de socorro á la 
ciudad, por lo cual aconsejándose con monsiur 
de Rabastayn, determinó de irse con su ar- 
mada en un lugar secreto, por manera que 
diesen sobre los enemigos antes qne fuesen 
de ellos sentidos. Y así se hizo, que viniendo 
á manos el armada veneciana y los turcos, el 
socorro de los turcos no hubo ningún efecto, 
porque unos fueron muertos y otros presos 
y los demás anegados. Algunos de ellos que se 
escaparon escondiéndose en algunos lugares 
desiertos de aquella isla, los venecianos tu- 
vieron mejor lugar de tomar la ciudad. Y así 
un día micer Benedito Pesaro metiendo su 
gente dio una batalla en la ciudad muy san- 
grienta, porque los turcos defendiéndose muy 
fuertemente y los venecianos pugnando por 
los entrar, perdieron allí muchos sus vidas, y 
tanto hicieron los venecianos que dos veces 
por fuerza de armas subieron encima de los 
muros, y tantas veces los turcos los hicieron 
retirar, por manera que aquel día sin tomarla 
ciudad los venecianos se retiraron afuera; y 
en este medio vino una fusta del maestre de 
Rodas, la cual dio aviso á los capitanes de las 
dos armadas de cómo el Maestre venía con 
su armada á les ayudar, y por aquella razón 
les rogaba mucho que tuviesen cercada la ciu- 
dad hasta que llegasen. No poco placer cierto 
rescibieron desta vez el proveedor y el capi- 
tán francés, creyendo que de su socorro y ve- 
nida no podría estarla ciudad sin ser tomada, 
y así se derminó monsiur de Rabastayn de es- 
perar al Maestre. Pero como los franceses 
sean del todo mudables é inconstantes, que lo 
que una vez determinan de hacer luego se 
mudan de parescer, y así lo hizo éste, que 
sin consideración se levantó otro día con su 
armada dejando al proveedor de venecianos 
solo con su armada en aquel lugar, y fuese á 
una isla que llaman Achios, adonde estuvo al- 
gunos días. Después de los cuales queriendo 
ir en Ñapóles, sucedió una tan gran tormenta 
yendo á la vela, que rompidas velas y jarcias, 
y hechos pedazos los mástiles, desparcidos los 
unos de los otros se perdieron todos los más 
vasos de la armada, y los que escaparon vi- 
nieron á dar en diversas partes de la Puglia y 
Calabria. De manera que quiso nuestro Señor 



maravillosamente demostrarnos que aquellos 
que habían rehusado el peligro y daño que les 
podía venir en defensión de su fe y nombre, 
no queriendo ayudar á los venecianos, no se 
pudiesen guarecer de pasar el peligro de la 
mar, debajo de cuyo poder y mando son todas 
las cosas. Finalmente, viniendo en aquellas 
partes de Puglia y de Calabria, el Gran Capitán 
ya tenía muchas de aquellas tierras de las dos 
provincias sometidas debajo de la Corona del 
Rey de España. No teniendo en la memoria la 
enemistad que con él tenían los franceses, y 
lo que agora de refresco contra el servicio de 
su Rey intentaban de hacer en los lugares y 
castillos de Basilicata y Capitanata, envió en 
todas aquellas villas y puertos adonde los 
franceses habían llegado tan mal parados 
mensajeros, rogándoles que les hiciesen muy 
buen rescebimiento, y los tratasen como á su 
misma persona lo harían, porque aquello sería 
servicio de su Rey y de su señor. Y junto con 
esto, á monsiur de Rabastayn, que era capitán 
general de la armada francesa y muy buen ca- 
ballero, le envió un presente de setenta ca- 
ballos y muchos brocados y sedas y otras 
cosas, y telas de lienzo para su vestido y ade- 
rezo de su persona y de los suyos. Envióle 
asimismo gran copia de dinero para su gasto, 
porque venían en su compañía el señor Es- 
tuardo Duque de Albania y otros principales 
franceses. Envióle junto con esto muy buena 
copia de caballeros y hijosdalgo que le acom- 
pañasen hasta le poner en el lugar donde fue- 
se más su voluntad. Y monsiur de Rabastayn 
lo rescibió siendo de aquel hecho del Gran 
Capitán muy pagado, teniendo en mucho su 
humanidad y clemencia, y agradesciéndole la 
cortesía y buen tratamiento que en el halló, 
se fué á Ñapóles, adonde dando muchas dá- 
divas y otros dones á los caballeros que le 
acompañaron, se despidió de ellos, enviándo- 
los al Gran Capitáh, confesando no ser en 
cosa alguna igual al Gran Capitán, porque 
poco antes movido de la codicia de la gloria, 
persuadido para ello de venecianos, había na- 
vegado contra turcos á fin que tomada la isla 
de Mitilene, como ciudad é isla más noble, so- 
brepujase en la honra al Gran Capitán, el cual 
felizmente había adquirido ganando la Cha- 
lafonia; pero aquella conquista de Mitilene 
fué con más temeridad que con valeroso es- 
fuerzo de franceses emprendida, y así tuvo 
muy deshonrado fin. No faltaron soldados es- 



100 



CRÓNICA GENERAL 



pañoles que teniendo grande envidia de aque- 
llas dádivas hechas á los franceses, que por 
las tiendas y públicas conversaciones decían 
que el Gran Capitán con real mano derrama- 
ba las riquezas con los extranjeros, que fuera 
más justo proveer á la necesidad de sus sol- 
dados, así como aquellos que se les debían 
pagas de muchos meses; por donde la envidia 
de aquella malvada furia prendió de tal ma- 
nera ios ánimos de los enojados soldados, que 
todos de una voluntad y súbito consentimien- 
to se amotinaron, y tocando al arma se me- 
tieron en orden y comenzaron á demandar al 
Gran Capitán sus pagas. Había pasado tan 
adelante este furor, que estando el Gran Ca- 
pitán desarmado, le metieron las picas en los 
pechos, y ninguna cosa tanto le defendió en 
tan crecido peligro cuanto su maravillosa 
constancia y majestad de sus palabras, porque 
un soldado privado que con terrible vista le 
amenazaba con la punta de la pica, le metió la 
mano debajo de ella y con un rostro apacible 
medio riendo le dijo: «Levanta para arriba esta 
punta, necio, que burlando no me pases de 
parte á parte». Decía esto con tanta alegría 
como si aquel soldado que con el enojo apre- 
taba los dientes se estuviera burlando. Fué 
allende de esto increpado con vituperio y feí- 
simas palabras; porque excusándose de le ha- 
ber tardado la paga y jurando cómo se halla- 
ba en extrema necesidad de dineros, un capi- 
tán vizcaíno, llamado Isciar, le respondió so- 
berbiosamente diciéndole: «Si tú no tienes di- 
neros, mete á tus hijas en el burdel». De la 
cual palabra, aunque por entonces no mostra- 
se ningún sentimiento en su persona de haber 
tomado enojo por ello, pero llególe á lo intrín- 
sico del corazón, porque habiéndose asose- 
gado aquel motín con ciertos prometimientos 
de dineros, la noche siguiente mandó ahorcar 
á Isciar de una ventana abajo, adonde el ejér- 
cito le podía ver. Donde el Gran Capitán con 
aquella severidad cobró no solamente su au- 
toridad y reputación, la cual el reciente motín 
de los soldados había escurecido, pero en lo 
de porvenir con aquella terribilidad del sú- 
bito castigo atemorizó á los sediciosos solda- 
dos, que de allí adelante no tuvieron atrevi- 
miento de ofenderle. Pues mirad, ó franceses, 
la cleiTiencia y humanidad de los pasados ro- 
manos, por cuyo ejemplo debemos todos vi- 
vir. No ha tenido como fuerza para poner al- 
guna en vosotros, á lo menos fingida, pues 



propria no la teníades según vuestra sober- 
bia. Esta liberalidad debiera bastar para con- 
vertir vuestro duro corazón, pues que con 
vosotros siendo sus enemigos este excelente 
capitán usó, para que vuestra naturaleza pu- 
siésedes en la imitación de éste y hiciésedes 
trueco de costumbre mudando vuestra inhu- 
manidad y clemencia, que son dos cosas las 
más preciadas que en un caballero se pueden 
hallar, porque no os inclináis á serle gratos 
de tan grande beneficio. Pero como los fran- 
ceses tuviesen ya gana de romper con los es- 
pañoles, disimularon esta virtud por dar lu- 
gar á su condición, y con esto no dejaban de 
se extender ocupando siempre las villas y lu- 
gares, no sólo sobre aquellos que tenían duda, 
pero los que verdaderamente sabían perte- 
nescer al Rey de España. 

CAPITULO XXXV 

De cómo los franceses intentaron por manera 
y arte de haber en su poder el castillo de 
Manfredonia, y de cómo el Gran Capitán 
envió sus gentes y le tomaron juntamente 
con la villa. 

Pues como el Gran Capitán hubiese prome- 
tido en el motin pasado dar paga á sus solda- 
dos, y como no tuviese orden ninguna de ser 
de presente proveído de dineros, estando en 
grande perplejidad con gana de cumplir su pa- 
labra, la fortuna que en las cosas difíciles ja- 
más le desamparó, le socorrió de tal manera 
que en un punto le enriquesció con la mercan- 
cía de una nave de Genova, la cual navegando 
para Levante había venido al golfo de Taranto. 
El cual mandó á Pricio, capitán, que con las ga-. 
leras de Lezcano la rodease yla metiese á saco 
estando la nave bien descuidada de semejante 
rebato. Mandó el Gran Capitán hacer esto por 
algunas causas justas que á ello le movían, y 
señaladamente porque llevaba hierro á lo3 
turcos. Estimóse el valor de la nao en más de 
cien mil ducados, aunque esto hizo hacer el 
Gran Capitán compelido de la gran necesidad; 
pero decía que un capitán general, á tuerto ó 
á derecho, siempre había de procurar de ven- 
cer, aunque fuese con daño de algunos ino- 
centes, porque ganada la victoria, los daños 
que se habían hecho á los miserables pobre- 
tes después se podía recompensar con mucha 
cortesía y cumplimiento. Pues en este tiempo 
los franceses, que no se olvidaban en sus co- 



ú 



DEL ORAN CAPITÁN 



101 



sas, llevándolas mal gobernadasyno fundadas 
sobre buen cimiento, comenzaron de nuevo á 
tramar con el castellano de Manfrfedonia per- 
suadiéndole que les entregase á ellos aquella 
villa y castillo, y prometiéndole por esta razón 
muchas dádivas y diciéndole que si él quería 
que elloá la tendrían por el Rey D. Federico y 
ni más ni menos comb hasta entonces había 
sido por él tenido, y que en aquello ellos ser- 
vían al Rey D. Federico, del cual tenían sus le- 
tras y su signo y comisión bastante para tener 
aquel castillo en su nombre, el cual se temía 
de perder por ser muy fuerte y le pesaría en 
gran manera que viniese á manos y podef de 
españoles. Y ansí le enviaron al castellano 
para que diese más fe de lo que decían ciertos 
contrasignos y falsos seguros, lo cual obró 
tanto que el capitán se determinó de entregar 
el castillo á los franceses. Pero esto no se 
pudo hacer tan secreto ni tan presto que el 
capitán Pedro de Paz, que estaba sobre aquel 
castillo, no lo sintiese; el cual con mucha pres- 
teza lliégo avisó al Gran Capitán de tOdo lo 
qué se trataba entre los franceses y el caste- 
llano de Manfredonia. Demandóle le enviase 
luego gente de socorro para combatir el cas- 
tillo, porque de aquella manera vernía el cas- 
tillo antes á su poder qué no dilatando el cer- 
co. El Oran Capitán Gonzalo Fernández de 
Aguilar y de Córdoba, que muy bien conosció 
en lo que aquellos movimientos habían de pa- 
rar, determinó de socorrer al capitán Pedro de 
Paz con gente. Y con esto ot-denó á D. Diego 
de Mendoza para que fuese á Manfredonia, 
ai cual dio cien Hombres de armas, y á Diego 
García de Paredes, y á Pedro Navarfo; y á 
Pedro Pizarro envió con dos mil infanteSj y á 
Diego de Vera capitán del artillería envió coh 
diez piezas entre cañones gruesos y faltones 
teSj y con esta orden y comisión del Gran Ca- 
pitán los sobredichos capitanes y gente se 
partieron la vía de Manfredonia con voluntad 
de luego como llegasen dar el cortibate al cas- 
tillo. Y partidos de Taranto para Manfredonia 
á veinte y tres dias del mes de Febrero de mil 
y quinientos y ti-es años, llegaron primero día 
de Marzo del mesmo año, y luego comenzaron 
á dar asiento al artillería contra el castillo, y 
aposentar ía gente en los lugares más conve- 
nientes que les páreselo, y sin ningún deteni- 
miento comenzaron á batir con el artilíería el 
castillo, el cual se batió con mucha fortaleza 
tfes dUá continuos, de que se hi¿b mUfchb Üáñb 



en el castillo y aUrt á la gente que á la defen- 
sa estaba. En esto teniendo los capitanes es- 
pañoles la gente aderezada para dar la bata- 
lla, el capitán de Manfredonia, desconfiando 
de socorroy viendo cómo los franceses se tar- 
daban en venir á rescibii- el castillo por el Rey 
D. Federico según que estaba acordado, de- 
terminó de sedarálosespañolesdebajodepar- 
tido, el cual fué que le dejasen sacar su mujer 
é hijos, y los bienes que tenia junto con la gen- 
te de dentro, de manera que no rescibiesen 
daño alguno, y que les entregaría el castillo. 
De esto fué avisado el Gran Capitán, el cual 
luego envió á mandar qué sin ningún deteni- 
miento le recibiesen debajo de aquellas condi- 
ciones que el castellano ofrecía. Pues querién- 
doles dar el castillo, acónteselo que una noche, 
como el castellano hubiese hecho concierto 
con los franceses, según dicho es, de les dar el 
castillo para que en nombre del Rey D. Fede- 
rico lo rescibiesen, vino por esta razón un lo- 
eotertiente de monsiur de Alegre que llama- 
ban Fonte Ralas á se meter dentro del castillo, 
el cual partido de Ronda en un bergantín con 
solos veinte hombres, creyendo que no hubie- 
sen venido españoles sobre Manfredonia se 
fué muy descuidado á meter dentro en el cas- 
tillo; y como las guardas de españoles lo sin- 
tieron, vinieron sobre Fónte Ralas y la gente 
que llevaba, y prendiéronlos á todos, ló cual 
fué causa que el castellana otro día siguiente 
entregase el castillo á los españoles debajo de 
las condiciones y seguros que contado ha la 
crónica. Y dando aquel castillo al Gran Capi- 
tán, dióle en tenencia á mosén Rocas, y que- 
dando del todo seguro el lugar por el Rey de 
España, D. Diego de Mendoza con los otros 
capitanes se partieron de allí por comisión del 
Gran Capitán y se fueron cada uno de ellos 
á aposentar á los lugares siguientes y tierras 
comarcanas de Manfredonia. Primeramente 
quedó el capitán Pedro Navarro en guarnición 
de Manfredonia con cuatrocientos infantes^ y 
D. Diego de Mendoza con ciento y cincuenta 
hombres de armas y cuatrocientos infantes fee 
fué á Nochera; y en Santanger y en Esquítela 
se aposentó Diego García de Paredes coh 
seiscientos infantes, y en Isoja el prior de Me- 
cina con cien caballos ligeros y quinientos in- 
fantes. Y se estuvieron los capitanes y gente 
de arnias é infantes hasta tanto que vino la 
respuesta de los Reyes sobre la duda de aque- 
llas tiefras, 



102 



CRÓNICA GENERAL 



CAPÍTULO XXXVI 



De cómo vino la respuesta de los Reyes de Es- 
paña y Francia, y del lugar que asignó para 
la determinación de ella. 

Pasando la cosas de entre los españoles y 
franceses en la manera sobredicha, deseando 
el Gran Capitán que aquellas diferencias se 
determinasen antes por paz y amigablemen- 
te que no por guerra y enemistad, vino la 
definitiva respuesta de los Reyes de España 
y Francia, la cual fué de esta manera: que por 
cuanto convenía mucho al estado del reino de 
Ñapóles, y á la pacificación dé!, y de ello resci- 
bían servicio los Reyes de España y Francia, 
les mandaba que amigablemente españoles y 
franceses partiesen entre sí aquellas dos pro- 
vincias de Basilicata y Capitanata, sobre que 
tenían diferencias. Para lo cual ellos enviaban 
personas tales para que conforme á justicia y 
conciencia harían la partición. Envió el Rey de 
España para este efecto un caballero y doctor 
que se llamaba micer Tomás Malferit, hom- 
bre de muy buen consejo y temeroso de su 
conciencia, á quien con razón justa el Rey de 
España cometió aquel hecho. Y el Rey de 
Francia ansimismo envió de su parte un buen 
caballero á quien hizo Visorrey de Ñapóles, 
que llamaban monsiur de Nemos [Nemours], 
varón de mucha virtud y fortaleza, que en es- 
tos rebatos y guerra mostró bien su gran co- 
razón y ánimo, según que abajo se dirá, el cual 
por no ser letrado cometió en la disfínición de 
aquel caso todas sus veces á un doctor que lla- 
maban micer Julio Escrociato. Con los cuales 
doctores se juntaban doce caballeros de una 
parte y doce de la otra, para que entre ellos 
se determinase con más facilidad y menos di- 
ferencia. Pues estando las cosas en esta or- 
den puestas, el Visorrey monsiur de Nemos 
hizo saber al Gran Capitán su venida y la co- 
misión que traía del Rey de Francia. El Gran 
Capitán á la sazón estaba sobre Taranto, y de 
allí envió su embajador para concertar con 
él lugar y día, dónde y cuándo se habían de 
juntar para averiguar la diferencia de aquellas 
tierras, y el embajador llevó respuesta al Vi- 
sorrey para que se viesen los unos en Melfa 
y los otros en Átela, y que desde aquellos lu- 
gares se comunicaría aquel negocio, y se ave- 
riguaría del todo por los doctores y caballe- 
ros aquellas diferencias. Con esta respuesta 
del Visorrey y del Gran Capitán comenzaron 



á dar orden en su partida para Átela, que era 
el lugar do había de estar con su gente el 
Gran Capitán, en el cual tiempo de los tres 
meses que el Gran Capitán había dado al Du- 
que de Calabria para que le entregase la ciu- 
dad y castillo de Taranto, ya habían corrido 
y pasado. A cuya causa antes que el Gran Ca- 
pitán se partiese de sobre la ciudad, sin espe- 
rar más dilaciones, el Duque entregó la ciu- 
dad al Gran Capitán, y envió al Duque de 
Calabria á Bitonto con cien caballeros de guar- 
da, con quien iba un caballero que tenía cargo 
del, por mandado del Gran Capitán, que lla- 
maban Luis de Herrera, adonde había de estar 
entretanto que aquella diferencia se determí- 
nase entre españoles y franceses. Y luego el 
Gran Capitán determinó de alojar toda la gen- 
te suya por aquellos lugares comarcanos, y él 
con solos cuatrocientos caballos se partió de 
Taranto la vía de Átela, adonde había de aten- 
der para tratar con el Visorrey, que estaba en 
Melfa, el lugar adonde se había de ver, el día 
y la hora. Ordenóse que la vista del lugar 
fuese entre los dos pueblos, para lo cual ha- 
bía muy buen aparejo, por razón que entre 
Melfa y Átela está una hermita que llaman 
San Antón. En aquella iglesia concertaron de 
se ver. Un día que fué el primero de su vis- 
ta, el Gran Capitán, doctor y caballeros de su 
parte y el Visorrey y doctor y caballeros de la 
suya vinieron á aquel lugar de ia hermita de 
San Antón, los cuales de aquella vez no hicie- 
ron otra cosa salvo cometer cada cual la de- 
claración de aquella diferencia en manos de 
los doctores y caballeros señalados. Quedan- 
do este negocio por vía de compromiso en 
quien lo había de determinar, según dicho es, 
el Gran Capitán y monsiur de Nemos con sus 
gentes se tornaron á sus aposentos. 

Grandes fueron las fiestas y placeres que 
aquel día pasaron entre españoles y france- 
ses, creyendo que del todo se habían de apa- 
ciguar aquellas diferencias; pero de otra suer- 
te sucedió, como abajo se dirá. 



CAPITULO XXXVII 



I 



De lo que los doctores y caballeros en quién 
estaba comprometida la duda de las dos pro- 
vincias hicieron, y de lo que pasó en una vi- 
lla que llaman Tripalda. 

Los doctores y caballeros en cuyas manos 
estaba aquella duda de Basilicata y Capita- 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



103 



nata, para haber de determinar aquella dife- 
rencia, cada día entraban en consistorio, por 
manera que tardaron doce días en la defini- 
ción de aquella causa. Dentro de los cuales el 
Visorrey y el Gran Capitán se tornaron á ver 
en la hermita de San Antón, y los doctores 
queriendo dar la sentencia en la averiguación 
de aquella diferencia, juntáronse otro día to- 
dos en la dicha hermita, adonde habiendo sen- 
tenciado y determinado aquel negocio, y que- 
riendo partir las dichas tierras conforme á 
justicia y derecho, los Príncipes de Salerno, 
de Melfa y Vesiñano, que ya se habían vuelto 
á la parte francesa, metieron tal discordia en 
ello que favoreciendo la parte de Francia casi 
hubieron de venir franceses y españoles á las 
manos, por lo cual quedando de aquella vez 
del todo discordes españoles y franceses, se 
tornaron los capitanes y caballeros y gente 
de guerra á sus aposentos. Pero como la da- 
ñada voluntad de franceses no se pudiese en- 
cubrir, y ansimismo les durase el deseo de 
usurpar aquellas provincias y meterlas en la 
parte de su Rey, un día después de aquella 
discordia fué el Gran Capitán avisado cómo 
venían cincuenta hombres de armas y cin- 
cuenta archeros á se meter en la villa que lla- 
man Tripalda, por lo cual con mucha diligen- 
cia el Gran Capitán envió al capitán Escala- 
da con trescientos infantes para que con aque- 
lla gente se metiese en la tierra primero que 
los franceses allegasen. Luego el capitán Es- 
calada movió con aquella gente la vía de la 
Tripalda un día, diez días andados del mes de 
Junio del sobredicho año de mil y quinientos y 
tres. Pero este capitán se detuve tanto en el 
camino por impedimentos que le sucedieron, 
que cuando llegaron á la Tripalda ya los fran- 
ceses estaban dentro, á los cuales los de la 
villa habían rescebido so color de las dos ban- 
deras que tenían, por donde podían recibir 
ansí españoles como franceses, y debajo de 
este color los franceses ocupaban y habían 
ocupado algunas villas de aquellas dos pro- 
vincias de Basiiicata y Capitanata. El capitán 
Escalada viendo que los franceses estaban 
dentro y que no los dejaban entrar, hizo re- 
querimiento á los de la villa, diciendo que por 
cuanto aún no estaba determinada la duda y 
diferencia que acerca de aquellas tierras en- 
tre españoles y franceses había, él traía una 
patente comisión, de la cual hacía una presen- 
tación para que le acogiesen á él y á su gente 



dentro, y les requería pacíficamente los aco- 
giesen en la villa, donde no que él haría de 
manera que entraría con daño y perjuicio de 
los franceses que estaban dentro. Dando por 
ninguna la comisión y patente que llevaba del 
Gran Capitán, no les quisieron dar entrada en 
la villa, de lo cual muy enojado el capitán Es- 
calada procuró de intentar con armas lo que 
por paz y buenas palabras no pudo acabar, y 
con esta voluntad comenzó de meter en orden 
su gente para combatir la villa. Pero los de la 
Tripalda temiéndose del daño que de aquel he- 
cho les podría venir si á manos viniesen espa- 
ñoles y franceses, ansimismo considerando 
que por las dos banderas de España y Francia 
que ellos tenían podían acoger así á los unos 
como á los otros, hablaron con los franceses 
diciéndoles la gran sinrazón que les hacían á 
los españoles en les perturbar la entrada, y 
que por esta causa ellos determinaban, por 
quitarlas revueltas y ansimismo por evitar el 
daño que á la villa le podría venir, de les abrir 
las puertas, pues que con derecho lo podían y 
debían hacer; y que ellos viesen lo que deter- 
minaban hacer en aquel caso, que aquella era 
su postrera y última voluntad. Los franceses 
viendo á los de la Tripalda muy aparejados de 
rescebir en la villa á los españoles y viendo 
que ellos eran pocos para se oponer contra los 
españoles, y ansimismo considerando que si 
quisiesen intentar á les estorbar la entrada 
tenían al enemigo doméstico que eran los de 
la Tripalda, los cuales eran de contraria vo- 
luntad, determinaron de salirse de la villa, y 
ansí lo hicieron, que un día antes que fuese 
claro se salieron por una parte contraria á los 
españoles y fuéronse á Avelino y á Monte 
Fosculo, y luego los de la Tripalda abrieron las 
puertas á los españoles, y entráronse dentro 
con la voluntad y amor de los de la villa, y allí 
estuvieron muchos días, dentro de los cuales 
los franceses de Avelino y Monte Fosculo 
cada día salían y venían á correr la Tripalda, 
y los españoles asimismo los salían á recibir; 
y junto á una iglesia que está dos tiros de 
ballesta de la Tripalda, que llaman San Lá- 
zaro, allí se encontraban unos con otros, 
adonde de una parte y de la otra siempre ha- 
bía muertos y heridos. Este fué principio de 
los franceses no poco deseado, por razón que 
de allí adelante pensaban dar mejor fin en 
aquellos hechos poniéndole á esta causa en 
condición de las armas. 



104 



CRÓNICA GENERAL 



CAPÍTULO XXXVIII 

De córtió después de ser rompida la paz entre 
españoles y franceses se allegó miichi gente 
de Una parte y de otra, y Vo que le acaesció 
ú ún capitán español en ana villa que llaman 
Montelone. 

Después que, según dicho es, pol- In discor- 
dia que los Príncipes de Melfa, Salerno y Ve- 
siñatio encendieron entre los doctores y caba- 
lleros, favoreciendo el partido de los france- 
ses, no teniendo en la memoria el gran bene- 
ficio que pocos días antes habían del Gran 
Capitán recebido, fen les haber restituido en 
sus estados que por el Rey D. Federico les 
habían sido quitados, quedando como queda- 
ron de ahí adelante franceses y españoles me- 
tidos en toda discordia y enemistad, cada cual 
por su parte procurando lo que más les con- 
venía. Y desta manera, como los franceses fue- 
sen, según dicho es, echados de la Tripalda 
adonde espaííoles se iban á aposentar, y se hu- 
biesen los franceses ¡do á los lugares vecinos, 
como era Monte Fosculo y Avelino, no cesaban 
cada día de se afrontar con escaramuzas y co- 
rrerías los unos y los otros, defendiéndose los 
españoles en la Tripalda con muy grande áni- 
mo y fortaleza. Y por esta razón viendo los 
franceses que de ahí adelante con causa más 
justa podían tener á los españoles por enemi- 
gos, lo uno porque de la lid y diferencia de 
aquellas tierras de Basilicata y Capitanáta no 
había habido averiguación ninguna, antes ha- 
bían quedado más discordes que de antes, y 
ansimismo por lo que en la Tripalda habían 
pasado y pasaban cada día, lo cual todo de- 
clinaba antes á guerra y odio que no á amdr 
y conservación de treguas y confederaciones 
que entre los Reyes había, por lo cual mon- 
siur de Aubegni, que era uno de los generales 
del ejército francés, con mucha diligencia re- 
cogió todos los franceses que estaban aposen- 
tados por aquella comarca, y metióse con 
ellos por aquellos lugares de Avelino y Mohte 
Fosculo para destruir del todo á los españo- 
les que estaban en la Tripalda, y con voluntad 
de les ir á combatir aquel lugar y de lo sacar 
por fuerza de armas de su poder. En esto el 
Gran Capitán con todo su poder procuró de 
terminar aquella diferencia por paz, viendo 
la poca razón de franceses, y conoscíendo 
c lán amigos eran de seguir su injusta y da- 



ñada voluntad, más que no á ponerse en lo 
que según derecho y justicia debían seguir. 
Determinó él de su parte mostrar defensión 
sin tener voluntad ninguna de ser principio de 
ofender los franceses. Y con esto viendo la 
gente que en Monte Fosculo y Avelino se ha- 
bían recogido de la parte francesa, por orden 
de monsiur de Aubegni, y conjeturando que 
su intención era destruir á los españoles que 
estaban en la Tripalda, hizo recoger toda la 
gente que estaba aposentada por aquella co- 
marca, y mandóla que se fuese á meter en la 
Tripalda, y que estuviesen en aquel lugar, no 
para otro efecto, salvo para se defender, si los 
franceses viniesen contra ellos, y que no vi- 
niendo no hiciesen al, salvo estarse quedos. 
Con esta orden y decreto del Gran Capitán los 
españoles que estaban distribuidos y aposen- 
tados por aquella comarca, se comenzaron á 
recoger y venir linos y otros á se meter en la 
Tripalda, entre los cuales viniendo un día el 
capitán Villalva con su gente á se meter en la 
Tripalda hubo de pasar por un lugar que se 
llama Montelone, y queriendo entrar dentro á 
se aposentar con su gente, los de Montelone 
cerraron las puertas; de lo cual muy enojado 
el capitán Villalva cometió el hecho á las ar- 
mas, pues por bien no pudo alcanzar nada. Y 
dando orden en el combate de la villa, viendo 
los de Montelone el daño que de contradecir- 
les la entrada á los españoles se les podía se- 
guir, entendiendo la determinada voluntad de 
se querer meter en la villa por fuerza, tuvie- 
ron por bueno de abrir las puertas y de los 
rescebir dentro, y de esta manera entrando 
los españoles en Montelone se aposentaron 
contra la voluntad délos de la villa. Los fran- 
ceses que estaban en Monte Fosculo habían 
sido primero avisados ds los de Montelone 
cómo los españoles querían por fuerza apo- 
sentarse en aquella villa, y luego con mucha 
diligencia enviaron sesenta hombres de armas 
y cincuenta ballesteros para que se metiesen 
en Montelone y no dejasen entrar á los espa- 
ñoles dentro. Pero como ya los españoles es- 
tuviesen en Montelone, no tuvieron lugar los 
franceses de entrar dentro como quisieran, y 
como los franceses llegaron al burgo, todos 
los ballesteros se apearon de sus caballos con 
sus ballestas armadas y se faeron á la villa 
adonde los españoles estaban, y ansimismo la 
gente de armas se fué tras los ballesteros de- 
jando todos sus caballos en el burgo, y como 



DEL GRAN CAPITÁN 



105 



allegaron junto á la puerta de la villa comen- 
zaron los ballesteros á tirar á los españoles 
que estaban en la defensa de la puerta. Como 
vieron tirar, todos salieron de tropel y carga- 
ron de recio en los franceseSi y de tal manera 
se revolvieron con ellos que en poco espacio 
fueron todos los ballesteros desbaratados, 
siendo de ellos muertos tres franceses y heri- 
dos muchos, y de los españoles murió sólo un 
soldado de una saeta y hubo algunos heri- 
dos. La gente de armas que habían ansimismo 
descabalgado, viendo venir á los ballesteros 
de rota, tomaron atrás, y los que pudieron 
tornaron á cabalgar y los otros perdían sus 
caballos juntamente con sus personas, por 
razón que por la gran priesa que los espa- 
ñoles les daban no podían ansí libremente 
cabalgar; de cuya causa les convino perder 
en aquel rebato veinte caballos, y fueron al- 
gunos deilos presos, y los demás que esca- 
parse pudieron se tornaron á Avelino y los 
españoles á Montelone, adonde estuvieron 
aquella noche, y otro día de mañana se par- 
tieron de allí y se fueron á la Tripalda, adon- 
de se recogió toda la otra gente española, 
según que el Gran Capitán lo había manda- 
do y ordenado, 

CAPÍTULO XXXIX 

De cómo los franceses salieron de Avelino y 
se emboscaron junto a, la Tripalda, y de lo 
que se hizo en aquel día. 

Después que fueron desbaratados los fran- 
ceses en aquel lugar de Montelone, según di- 
cho es, viendo cómo cada día venían españo- 
les á meterse en Tripalda, y no podían saber el 
número de la gente que dentro estaba, porque 
según la voluntad de monsiur de Aubegni qui- 
siera mucho tomar aquella villa á los españoles 
y destruirlos á todos dentro, sinqne quedase 
hombre á vida, por esta razón determinó un 
día de enviar gente para ver si podría tomar 
lengua de la gente que dentro estaba, toman- 
do algún español en prisión. Y ansí un día sa- 
lieron de Avelino cien hombres de armas, y 
docientos archeros, y docientos infantes, y 
faéronse lo más encubiertamente que pudie- 
ron hasta llegar junto á la hermita de San 
LázarOj que está, según dicho es, dos tiros de 
ballesta de la Tripalda. Y como allí llegaron, 
todos se metieron en una emboscada^ y en- 



viaron solos veinte caballos ligeros para que 
corriesen hasta la Tripalda, y los convidasen 
á querer salir, con pensar que no era más 
gente. Con esta orden los caballos llegarorl 
hasta junto á los muros de la Tripalda, y los 
españoles que bien barruntaron aquel ardid 
de guerra de los franceses, salieron contra 
ello3 ochocientos infantes y los llevaron has- 
ta los meter por la emboscada de los otros 
franceses que habían quedado junto á San 
Lázaro, y luego se descubrieron todos y co- 
menzaron á se mezclar con los españoles con 
mucha fortaleza, y así los unos como los otros 
procurando de se hacer el mayor daño que 
podían, hiriéndose por todas partes con gran- 
de ánimo y voluntad, y lo que ayudó aquel 
día á los infantes españoles que no rescibiesen 
mayor daño, fué que los caballos franceses se 
aprovechaban muy poco, por razón que todo 
el tiempo que pelearon, que fué más de una 
hora, no salieron de entre unas calles de vi- 
ñas que hay en aquel lugar; de cuya causa los 
españoles se aprovechaban más de los caba- 
llos franceses y gente de armas que no ellos 
de los españoles. Finalmente, después de ha- 
ber una hora peleado, viendo los franceses el 
grande inconveniente que les era la incomo- 
didad del lugar, se comenzaron á retraer á 
Avelino, habiendo de aquella vez algunos 
muertos de la una parte y de la otra, y muchos 
heridos, y otros presos. Y otro día siguiente 
después de esto, acaescio que viniendo á la 
Tripalda dos capitanes españoles, al uno lla- 
maban iVlartín Gómez y al otro Muñoz, y 
traían cuatrocientos infantes, fué menester 
aposentarse en una villa que llaman Altavi- 
11a; y como los franceses que estaban en Ave- 
lino y en iVlonte Fosculo supiesen su venida, 
determinaron de los salir al encuentro, y es- 
torbarles el aposento, no los dejando entrar 
en Altavilla; y así salieron de Avelino y de 
Monte Fosculo cien hombres de armas y cien 
archeros y algunos infantes, los cuales como 
llegasen junto á la villa para se meter dentro 
y estorbar la entrada á los españoles, los fran- 
ceses como los vieron arremetieron de. recio 
entre unas calles de viñas, y allí pelearon los 
unos y los otros una pieza, y de los franceses 
hubo cien hombres muertos, adonde murió un 
capitán francés que llamaban monsiur de Cor- 
natO; y de los españoles murió sólo un solda- 
do; y después siendo los franceses desbara- 
tados les convino volver las espaldas é irse á 



105 



CRÓNICA GENERAL 



Avelino y á Monte Fosculo, á los cuales los 
españoles siguieron más de dos tiros de ba- 
llesta, y en aquel alcance murieron algunos 
franceses, y prendieron otros, y tomáronles 
cinco caballos, y al fin no los queriendo más 
seguir los españoles, se tornaron á Altavi- 
11a, adonde se aposentaron aquella noche, y 
luego otro día siguiente saliendo de Altavi- 
11a se fueron á meter en la Tripalda con la 
otra gente española. 

CAPÍTULO XL 

De cómo monsiur de Aubegni vino á poner cer- 
co sobre la Tripalda, y lo que pasó en aquel 
día abajo se dirá. 

Pasando estas cosas entre españoles y fran- 
ceses en la Tripalda, monsiur de Nemos, que 
era Visorrey de Ñapóles, como hubiese tanta 
turbación entre su gente y españoles, fué avi- 
sado del gran daño que cada día rescibían los 
que estaban en Avelino y en Monte Fosculo 
en todos sus acometimientos, envió á mon- 
siur de Aubegni su mandado para que con 
toda la más gente que pudiese recoger fuese 
en Monte Fosculo y en Avelino, y de allí hicie- 
se guerra á los españoles que estaban en la 
Tripalda. El cual capitán con esta orden reco- 
gió bien dos mil infantes, y hasta cuatrocien- 
tos hombres de armas, y quinientos caballos 
ligeros; y fuese con esta gente á Avelino, des- 
de donde cada día molestaban con escaramu- 
zas y correrías los españoles que estaban en 
la Tripalda. El Gran Capitán, que en todo era 
advertido y de gran virtud, siempre procuró 
de se justificar con los franceses, y de los 
ofrecer la paz y buena concordia entre ellos, 
queriendo antes perder su derecho que no que 
su Rey y señor pensase que del nacía el acome- 
timiento de las afrentas y diferencias contra 
los franceses. Y como ya viese aquel negocio 
ir muy de rota, y que ya los franceses procu- 
raban de no sólo ocupar aquellas tierras de 
Basilicata y Capitanata, pero también le que- 
rían tomar la parte que á su Rey tocaba, de- 
terminó de no se mostrar tan blando, pues 
que de ello se podría esperar la pérdida déla 
parte de su Rey. Y por esta razón viendo asi- 
mismo que monsiur de Aubegni en persona 
estaba en Avelino con comisión del Visorrey 
de Ñapóles para dar guerra á los españoles 
que estaban en la Tripalda, temiendo de no 



perder aquella villa, envió á Gómez de Solís y 
á otros capitanes con hasta mil y quinientos 
infantes para que se metiesen con aquella 
gente en la Tripalda y alH esperasen lo que 
monsiur de Aubegni quisiese hacer. No dejaba 
monsiur de Aubegni de enviar cada día gente 
de Avelino y de Monte Fosculo á correr la 
Tripalda, adonde junto á la hermita de San 
Lázaro españoles y franceses se hacían mu- 
cho daño, habiendo cada día muertos y heri- 
dos de una y de otra parte. Pues estando las 
cosas en este estado, un día que era sábado, 
diez y ocho días del mes de Junio del año so- 
bredicho, monsiur de Aubegni, deseoso de 
romper con los españoles, salió de Avelino 
con toda su gente de armas é infantería y con 
catorce piezas de artillería, y vino á poner 
cerco sobre la Tripalda, con pensamiento de 
aquella vez la tomar á los españoles por fuer- 
za de armas. Pero los españoles que dentro 
de la villa y arrabales estaban aposentados, 
siendo avisados cómo monsiur de Aubegni en 
persona venía sobre ellos, y del aparejo que 
traía de guerra, todos se recogieron en muy 
buena orden, y saliéronle á rescibir fuera buen 
rato de la villa, en el camino adonde los fran- 
ceses se encontraron con los españoles, y allí 
todos se mezclaron y trabaron entre sí una 
muy reñida escaramuza. Y acaesció que an- 
dando de esta manera revueltos españoles y 
franceses, descubrieron por la montaña á las 
espaldas de la Tripalda una gran copia de 
gente española, creyendo que eran franceses 
que les venían á tomar las espaldas, dejando 
la batalla se comenzaron lo mejor que pudie- 
ron á retraer hacia la villa. Entonces como los 
franceses vieron cómo los españoles se reti- 
raban, cargaron más de recio sobre ellos, y 
matando é hiriendo en ellos los siguieron has- 
ta entrar con ellos por las puertas del arra- 
bal. Murieron de este retirar veinte españo- 
les, y fueron muchos heridos. Pero no quedó 
en esto aquel hecho, por razón que como la 
gente que venía por la montaña se descubrie- 
se más claramente, reconosciese que era un 
caballero del ejército español, que llamaban el 
Duque de Terms, el cual venía con cien hom- 
bres de armas, y el capitán Pedro Navarro con 
los cuatrocientos infantes que tenía en Man- 
fredonia y se venía á meter en la Tripalda. De 
cuya causa los españoles se afirmaron y tor- 
naron á dar vuelta en los franceses, y como 
asimismo los franceses reconosciesen que la 



DEL GRAN CAPITÁN 



107 



gente que venía por la montaña era española, 
tornáronse retirando, pesándoles en gran ma- 
nera, por se haber metido tanto en los es- 
pañoles, los llevaron matando é hiriendo en 
ellos más de media milla, adonde murieron 
cuarenta de los franceses y fueron heridos 
más de doscientos de ellos, y ciertamente los 
franceses recibieron en aquel día mucho daño, 
sino que vino en el mayor rebato y priesa en 
que estaban gran tempestad de agua y en 
tanta abundancia que los franceses ni se pu- 
dieron aprovechar del artillería, ni los espa- 
ñoles tuvieron lugar de acabar aquel venci- 
miento, el cual sin duda ninguna alcanzaran 
con grande honra suya y daño universal de 
los franceses, sino por la gran tempestad que 
vino á deshora. Era tan grande la priesa con 
que los franceses iban huyendo, que desmam- 
paraban del todo el artillería, y convino á 
monsiur de Aubegni, que muy buen caballero 
era, viendo ir tan de rota su gente, y que del 
todo se perderían, á pesar de su caballo, y con 
la espada en la mano, á grandes voces los ame- 
nazaba para que se refirmasen y no desampa- 
rasen el campo. Entonces los franceses, como 
vieron á su capitán á pie, constreñidos de ver- 
güenza se detuvieron algún tanto; pero en 
conclusión fué tan recia el agua y revuelta de 
tanto granizo que sobrevino, que cresciendo 
cada rato más les convino á los españoles des- 
partirse de aquel seguimiento y alcance tan 
vitorioso, como de aquella vez hubieran en los 
franceses, y así mal parados y rotos se tor- 
naron á Avelino, y los españoles á muy gran 
priesa, por la tempestuosa agua que caía, se 
tornaron á la Tripalda. 

CAPÍTULO XLI 

De cómo tres capitanes franceses se Juntaron 
en Troya con su gente y fueron contra No- 
chera, adonde D. Diego de Mendoza v Piza- 
rra estaban con su gente aposentados, y lo 
que les acaesció. 

Ya estaban españoles y franceses determi- 
nados y puestos en ofenderse, en especial los 
franceses, que no pensaban en otra cosa salvo 
en dañar con todo su poder á los españoles. 
Por lo cual monsiur de Alegre, y monsiur de 
Formento, y monsiur Pocodinare, capitanes 
franceses todos tres, se juntaron en un lugar 
de las provincias de Basilicata y Capitanata 



que llaman Troya, para ir contra otra villa de 
aquellas provincias que llamaban Nochera, 
adonde D. Diego de Mendoza, D. Iñigo López 
de Ayala y el capitán Pizarro estaban apo- 
sentados con ciento y cincuenta hombres de 
armas y trescientos infantes, y los sobredi- 
chos capitanes franceses, puesta en orden su 
gente y dado consejo y parescer en lo que.se 
debía hacer, salieron de Troya y fuéronse la 
vía de Nochera, y como allegaron hasta dos 
millas de aquella villa, emboscáronse en un lu- 
gar bien encubierto y desde allí enviaron cien 
caballos ligeros á correr la tierra, y también 
para combatir á los españoles que saliesen 
contra ellos, para que hubiese efecto su celada. 
D. Diego de Mendoza y los otros capitanes, 
como sintieron que gente francesa les corría 
la tierra, enviaron hasta veinte caballos lige- 
ros para tomar lengua del m'imero de la gen- 
te que venía, y ellos con toda la otra gente de 
armas se pusieron junto á la puerta de la villa 
aparejados para salir cuando fuese menester. 
En esto como los corredores españoles llegaron 
bien cerca de los otros corredores que venían 
de los franceses, reconociendo la emboscada 
los españoles lo mejor que pudieron se comen- 
zaron á retirar hacia la villa para dar aviso á 
D. Diego de Mendoza de la emboscada que 
habían descubierto, y los corredores franceses 
viendo que ya los españoles habían visto la 
emboscada de ellos, entendiendo que darían 
aviso en Nochera, procuraron con mucha dili- 
gencia de tomarlos á todos, y ansí los llevaron 
escaramuzando hasta bien cerca de la villa. 
Monsiur de Alegre y los otros capitanes fran- 
ceses, viendo que eran sentidos de los españo- 
les y que ya no podrían dar el fin que desea- 
ban en aquel hecho, salieron de la emboscada 
y comenzaron de seguir los corredores suyos 
que tras los corredores españoles iban, y ya 
en esto D. Diego de Mendoza había sido avi- 
sado de la emboscada de los franceses, por 
lo cual luego movió del lugar con presteza 
adonde estaba y arremetió contra los corre- 
dores franceses, y revuelto con ellos se trabó 
una recia y bien reñida escaramuza, el cual ansí 
de la una parte como de la otra murió alguna 
gente y fueron algunos heridos. Pero como 
estando en el calor de aquella pelea llegase 
monsiur de Alegre con los otros franceses de 
la emboscada, no se pudieron sufrir, porque 
eran pocos y el número de los franceses gran- 
de, de cuya causa D. Diego de Mendoza con 



108 



CRÓNICA GENERAL 



los caballos se comenzaron á retraer hacia la 
villa, y los franceses los siguieron hasta los 
meter por las puertas de Nochera, adonde en 
aquel seguimiento los franceses matarorl é hi- 
rieron algunos españoles. En esta priesa el 
capitán Pizarro, como vido los caballos espa- 
ñoles venir todos de caída á se meter en No- 
chera, saltó con sus infantes y dio dfe recio en 
los franceses, los cuales como vieron el sbco- 
rro que les venía á los caballos españoles de- 
járonlos de seguir, y con trtuy buena orden se 
comenzaron á retraer camino de Troya, de 
donde habían Salido, y los españoles con al- 
gún daño que en aquel día rescibieron se vol- 
vieron á Nochera. 

CAPÍTULO XLII 

Del apuntamiento de paces que entre el Gran 
Capitán y el Visorrey de Ñapóles se hizo por 
españoles y franceses, y de lo que después 
sucedió. 

Mediante aquel tiempo que esto acaesció 
entre franceses y españoles en la Tripalda y 
en las otras tierras de Basilicata y de Capita- 
nata, monsiur de Nenios, Visorrey de Ñapóles, 
estando en Melfa, adonde había ido para se 
hablar con el Gran Capitán sobre la diferencia 
de aquellas dos provi.icias, según dicho esj el 
cual viendo las cosas que entre españoles y 
franceses habían pasado y pasaban en la Tri- 
palda, y ansimismo en algunos otros lugares, 
y la grande resistencia que en los españoles 
habían hallado, aunque no fueSfen iguales eh 
número, de cuya causa sucedía mayor daño en 
su gente que no ganar honra y provecho en 
sus acometimientos, y que todo le sucedía muy 
al revés de lo que él pensaba, determinó con 
mucha diligencia de apaciguar aquellas dife- 
rencias, por lo cual envió al Gran Gapitán á le 
decir que le rogaba mucho que, pues de aque- 
llas revueltas de entre españoles y franceses 
no se seguía ningún provecho á una ni á otra 
parte, antes gran daño de muertes y prisiones, 
y ansimismo el desasosiego del reino y parcia- 
lidades que en él se levantaban, y que de ello 
no tenía él culpa alguna, antes él lo había pro- 
curado de atajar y no había podido, él de su 
parte mandase á su gente estar queda y re- 
conciliarse, que toda amistad y amor con los 
españoles queh'a y que aquella era su volun- 
tad, siendo asimismo d$ ello contento. El Grah 



Capitán, que por razón del mandamiento de su 
Rey no era otra su voluntad sino por las me- 
jores maneras que pudiese concertarse con los 
franceses, y así tuvo por bueno lo que le fué 
dicho de parte del Visorrey de Ñapóles, y pro- 
curó que la guerra no pasase más adelante. 
Con esta voluntad de ambos capitanes sé tomó 
apuntamiento que entre españoles y franceses 
hubiese paces pbr espacio de un año, las cua- 
les se pregortarOn por todo el reino dé Ñapó- 
les, y junto con esto el Gran Capitán y Virrey 
de Nápolés enviaron á la Tripalda adonde los 
españoles estaban) y á Avelino y á Mohte 
Fosculo, adonde los franceses Hacían guerra, á^HI 
dos personas, al uno llamaban ftay Juan Pey-^|| 
ñero, de la parte del Gran Capitán, y al otro 
llamaban monsiur Pateoveri, que iba de parte 
del Visorrey de Ñapóles, pát-a que ambos á dos 
y cada uno á los suyos avisase, haciéndoles 
saber la voluntad de sus capitanes, lo cual es- 
taba entre ellos asentado ansimismo para que 
luego cesasen las guerras pasadas de entram- 
bas partes, y sé dividiesen todos fJara suá 
aposentos, según que de antes estaban por 
aquella comarca. Cbn esta orden se partieron 
los sobredichos comisarios á la Tripalda y á 
Avelino y á Monte Fosculo, adortde allegaron 
á veinticuatro días del mes dejünio del sobre- 
dicho año,ydía de San Juaru Hallaron las faceS 
de España y Francia puestas en orden para 
darse la batalla; y como allegaron, luego pre- 
sentaron sus comisioHes á los capitanes de los 
dos ejércitos, por rtianera que Vinieron á tiem- 
po que no hubo quien rompiese ehtre los unos 
y los otros, siendo ciertos de la paz que entre 
el Gran Capitán y Visorrey estaba apuntada, 
por lo cual cesaron de dar la batalla y torná- 
ronse los unos á la Tripalda y los otros á 
Avelino y Mohte Fosculo, de donde á cier- 
tos días salieron según que les fué mandado 
pof sus capitanes, y se fueroh á aposentar 
por diversas partes, y quedaron en la Tl-ipal- 
da y en Avelino dos honrados hidalgos muy 
buenos soldados, y en la Tripalda de parte 
de España, Martín de Tuesta; en Avelino de 
parte de Francia, Juan Gallote, adonde ha- 
bían de estar y recoger en las dichas tie- 
rras ansí españoles como frartceses, y asi- 
mismo para que hiciesen saber á los solda- 
dos que viniesen á las dichas villas todo lo 
que estaba apuntado entre españoles y fran- 
ceses, para que cesase entre ellos toda gue- 
rt-a y-énethjstad, 



DEL GRAN CAPITÁN 



100 



CAPITULO XLIII 



De cómo el Visorrey de Ñapóles dende á treinta 
dias de la publicación de las paces ordenó de 
prender al Gran Capitán, y de matar á todos 
los españoles que estaban en el reino, y de lo 
que sucedió. 

Como el avaricia sea servidumbre de los 
ídolos, y tenga tanta fuerza este deseo de se- 
ñorear que con razón diga el poeta y llame á 
este deseo hambre abominable que atormenta 
los corazones de la humana natura, no debe- 
mos culpar á los franceses por lo que rom- 
piendo la tregua y paz con los españoles pues- 
ta hicieron, siguiendo el parecer de aquel Julio 
César dictador de Roma, el cual tenía por co- 
mún decir que las leyes y derecho no era in- 
justo romperse cuando se rompían por razón 
de señorear, porque en las otras cosas se 
debía guardar la fe y en ésta no. Pues así se 
puede decir que acaesció en estos tiempos á 
los franceses, que después de haber publicado 
un apuntamiento de la paz, entre españoles y 
franceses, estuvo el estado del reino de Ña- 
póles en toda paz y amor solos treinta dias, 
mediante los cuales, como la naturaleza de 
franceses sea hacer sus cosas más á su salvo 
que no guardando razón ni derecho, de lo cual 
sucede muchas veces por tener buena justicia 
no salir con su demanda; pues el Visorrey de 
Ñapóles no mirando lo que debía guardar, 
acerca de la tregua que entre él y el Gran 
Capitán se había jurado, determinó de romper 
aquellos capítulos dando lugar á su codicia, 
que era de haber todo el reino de Ñapóles en 
su poder, á lo cual le convidaron los consor- 
tes de su misma infidelidad, que eran los prín- 
cipes de Melfa'y Visiñano, Salerno y Rosa- 
no y Marqués de Bitonto, que no mirando en 
cómo pocos días había que, siendo privados de 
sus estados, el Gran Capitán se los restituyó, 
y juraron en sus manos de servir al Rey de 
España, se le tornaron sus contrarios, siguien- 
do la parte de los franceses. Pues por esta 
razón el Visorrey de Ñapóles entró en consejo 
con ellos, y les dio parte de su voluntad sobre 
aquel hecho, diciéndoles falsamente como él 
tenía aviso cierto del Rey de Francia, para que 
de nuevo hiciese guerra á los españoles, por- 
que el Rey D. Federico le había renunciado 
el reino de Ñapóles, y héchole señor del, y 
que de esta causa le había venido nuevamente 



poder, capitulación y comisión para que los 
echase del reino, juntando la parte que había 
tocado á su Rey con todo lo que á su corona 
pertenescía, y que para haber de ponerlo por 
obra convenía mucho saber sus voluntades, 
si eran todos conformes con su parescer. Los 
príncipes que dicho hala crónica, oyendo loque 
el Visorrey les dijo en aquel caso, respondieron 
todos diciendo que no era ni sería su voluntad 
contraria de lo que fuese servicio del Rey de 
Francia su señor. Y que pues su parescer to- 
maba de ellos, luego debía el Visorrey poner 
en obra aquel hecho, que de su favor no espe- 
rase menos de aquel que con las vidas pudie- 
sen dar; las cuales no sólo en aquel caso de que 
á ellos se les podrían seguir todo provecho y 
honra, por tener ellos sus señoríos y estados 
en aquellas provincias tocantes al Rey de Es- 
paña, pero en otras cosas donde no se aven- 
turase sino solamente el servicio de su Rey, 
prometiéndole servir hasta la muerte, y no 
pusiese duda ninguna. El Visorrey agradeció 
mucho la voluntad que al servicio del Rey de 
Francia mostraban, por lo cual y por más los 
obligará que debiesen hacer lo que prometían, 
les dio á todos ellos el hábito de la Orden de 
San Miguel, que no á otro efecto el Rey de 
Francia había enviado comisión y poder al 
Visorrey para los hacer Comendadores de San 
Miguel, sino por los obligar más en su servicio 
y confirmarlos y á ganarlos más en su amor. 
Muy alegres y contentos fueron los príncipes 
con el hábito, los cuales de ahí adelante que- 
daron muy alegres y muy más conformes y 
deseosos del servicio del Rey de Francia. Des- 
pués que el Visorrey hubo dado este principio 
en aquel hecho, comunicó con los principales 
muy secretamente la manera que debía tener- 
se para tomar aquellas dos provincias, y de- 
terminóse, para que con más facilidad vinie- 
sen á su poder, prendiese al Gran Capitán, y 
ansimismo al Duque de Calabria, y que des- 
pués matarían todos los españoles que esta- 
ban en el reino, lo cual podían hacer en aquel 
tiempo por razón que el Gran Capitán estaba 
bien seguro por la tregua y paz que entre 
ellos había y estaba en la villa de Átela, adon- 
de le podrían tomar sin sospecha. En esta 
determinación quedó el concierto de aquel he- 
cho, y sin dar parte ninguna á otros, salvo á 
los que eran partícipes en la conjuración, el 
Visorrey hizo muy secretamente venir su gen- 
te á Melfa para que desde allí saliesen á pren- 



lio 



CRÓNICA GENERAL 



der al Gran Capitán. El cual engaño y traición 
no pudo ser tan secreto que el Gran Capitán 
no supiese y fuese avisado de todo aquello 
que pasaba entre los franceses contra su 
persona y contra el asiento de la tregua. Y 
así queriendo luego dar el remedio que conve- 
nía á tanto mal y no pudiendo así prestamen- 
te recoger su gente por razón que, por la tre- 
gua que había, estaba toda distribuida y apo- 
sentada por diversas partes de toda la tierra 
de Basilicata, hubo su consejo en lo que de- 
bía hacer en aquel caso. Algunos le aconseja- 
ron que se retirase á la marina de Salerno y 
ocupase todo aquello hasta Rijoles, pues no 
tenía gente para esperar en campo á los fran- 
ceses, y otros le aconsejaron que se retirase 
á la marina de Barleta, porque allí había fuer- 
tes villas y se podría tener en ellas hasta tan- 
to que fuese secorrido. Y así al Gran Capitán 
le páreselo que lo debía hacer, y luego con 
mucha diligencia dio aviso á todos los capita- 
nes españoles para que secretamente juntasen 
toda la gente de armas y caballos ligeros y 
toda la infantería, y todos juntos se fuesen á 
meter en Barleta, porque así convenía á la sa- 
lud universal de todos. Después de haber el 
Gran Capitán proveído en dar aviso á sus ca- 
pitanes, no se hallando él muy seguro en aque- 
lla villa de Átela, una noche á la media noche 
á veintitrés días del mes de Julio se partió de 
Átela con docientos caballos ligeros, que no 
tenía más gente consigo, y fué derecho á Bi- 
tonto, adonde tenía el Duque de Calabria en 
compañía de aquel caballero Luis de Herrera, 
y le envió á Taranto, porque allí estaría más 
seguro de franceses. Pero no pasaron muchos 
días que le hizo pasar en España, el cual hoy 
día de la fecha está en Valencia. Después de 
esto el Gran Capitán se salió de Bitonto y 
fuese á la ciudad de Barleta, adonde halló mu- 
cha de su gente que ya estaba dentro, y cada 
día venía gente española á se meter en la ciu- 
dad; el cual luego mandó proveer todos los 
castillos y tierras fuertes que estaban en la 
marina de Barleta que eran de importancia, y 
él mismo en persona los anduvo visitando to- 
dos, y fué á una villa que dicen la Chirinola, 
adonde estaba por gobernador un caballero 
que llaman D. Tristán, por ver si era lugar 
para se poder defender gente en ella. Halló 
que era de poca defensa para se defender, y 
dejándole se tornó á Barleta, dado caso que 
no dejó de proveer la Chirinola de alguna 



gente; lo uno porque desde allí podían dar 
aviso en Barleta, y ansimismo enviar provisio- 
nes de vino y pan al ejército quehabía deestar 
en Barleta de asiento. Quedaron en la Chiri- 
nola Diego García de Paredes y el Prior de 
Mecina con cincuenta caballos ligeros y cin- 
cuenta infantes. 



CAPITULO XLIIII 

Cómo los franceses, viendo que no habían po\ 
dido prender al Gran Capitán, pusieron er 
condición de las armas lo que por engaño 
no pudieron hacer, y de lo que les sucedió en 
la Chirinola. 

Como las cosas que injustamente se inten 
tan nunca sale de ellas buen fin, en especial 
cuando maliciosamente se cometen, así suce- 
dió á los franceses muy al revés el final intento 
de su deseo, por razón que no hay cosa que el 
tiempo no la descubra y saque á la luz. Dicho 
ha la crónica cómo el Gran Capitán sabiendo 
en cómo los franceses sin tener algún respec- 
to á la tregua que con los españoles tenían, 
quisieron prender al Gran Capitán y matar á 
todos los españoles que estaban en el reino 
de Ñapóles, y apoderarse en la parte que al 
Católico Rey D. Fernando pertenecía. Pues 
dice ahora que después que se hubo recogido 
el Gran Capitán con su gente á Barleta con 
temor de aquella traición y engaño que contra 
su persona y á los suyos querían los france- 
ses acometer, el Visorrey de Ñapóles y mon- 
siur de Aubegni siendo muy pensantes del 
ruin fin que en aquel caso su voluntad hubo, 
por razón del aviso que dieron al Gran Capi- 
tán, determinóse de poner por armas lo que 
no pudieron alcanzar por engaño, en especial 
viendo la poca gente que el Gran Capitán te- 
nía á la sazón consigo, y que si esperase á 
que le viniese socorro, no lo podrían hacer tan 
fácilmente como en aquel tiempo; y por esta 
causa el Visorrey y monsiur de Aubegni hi- 
cieron muy grandes aparejos de guerra con 
determinación de mover contra el Gran Capi- 
tán que estaba en Barleta, y luego monsiur 
de Aubegni con aquella orden que del Viso- 
rrey hubo, el cual estaba, según dicho es, en 
Avelino con mucha parte de gente francesa, 
hizo mandado á todos los capitanes franceses 
que estaban distribuidos y aposentados por 
aquellas villas y lugares comarcanos para que 



DEL GRAN CAPITÁN 



111 



todos se recogiesen con su gente en Avelino. 
Y con esto todos los capitanes con su gente 
vinieron á Avelino, y se allegaron de los que 
estaban aposentados en aquella provincia mil 
hombres de armas, y dos mil y quinientos ca- 
ballos ligeros y cinco mil infantes, y veinte 
piezas de artillería, con que monsiur de Au- 
begni salió de Avelino y fué á Melfa, donde 
estaba el Visorrey de Ñapóles; y como allegó, 
juntando toda la gente con la que estaba con 
el Visorrey se salieron todos de Melfa, y 
puestos en camino con muy lucida gente co- 
menzaron de caminar la vía de Barleta, y de 
la primera jornada vinieron á aposentar una 
noche en un bosque que está entre una villa 
que dicen Foja y la torre de Lemano, el cual 
se llama la Leonesa; y desde aquel lugar el 
Visorrey envió á monsiur de Formento y al 
Marqués del Ochito con doscientos hombres 
de armas y cuatrocientos caballos ligeros á 
correr la Chirinola, adonde estaba Diego Gar- 
cía de Paredes y el prior de Mecina con algu- 
nos caballos é infantes españoles. Y como los 
capitanes franceses llegaron cerca de media 
milla de la villa todos se metieron en una 
emboscada, y dende allí salieron ciento y cin- 
cuenta caballos ligeros, y hasta cincuenta 
hombres de armas para reconocer la tierra, é 
informáronse si el ejército español estaba del 
todo recogido en Barleta, y para que si algu- 
nos españoles estuviesen en la Chirinola sa- 
liesen á escaramuzar con ellos y los llevasen 
hasta los meter en la emboscada. Iba con es- 
tos corredores franceses el Marqués del Ochi- 
to, y monsiur de Formento se quedó en la em- 
boscada, y el Marqués con los caballos llegó 
corriendo hasta las puertas de la villa, y Die- 
go García de Paredes y el prior de Mecina, 
como vieron á los franceses tan cerca de la 
villa, salieron con los caballos é infantes que 
allí tenían, que eran bien pocos, y arremetie- 
ron con mucha fortaleza y ánimo contra la 
gente francesa, que eran todos hombres de 
armas y caballos ligeros, adonde se trabó en- 
tre las viñas una escaramuza no poco reñida, 
en que murieron veinte franceses y muchos 
heridos que hubo; y los españoles todavía re- 
forzando su causa, aunque con peligro, apre- 
taron muy de recio en los franceses, y traba- 
jaron tanto en aquel rebato, que los fran- 
ceses no lo pudiendo sufrir se comenzaron 
á retraer hacia la emboscada con la otra gen- 
te y los españoles no los dejando de seguir. 



los llevaron retrayendo hasta los meter en 
la emboscada. En aquel alcance hirieron los 
españoles algunos franceses, y verdadera- 
mente se perdieran allí todos si no fuera por 
monsiur de Formento, que viendo venir á los 
suyos perdidos, salió con toda la otra gente 
de la emboscada y arremetió con toda su 
gente contra los españoles, los cuales como 
conoscieron el engaño, comenzaron á retraer- 
se lo mejor que pudieron hacia la villa, y los 
franceses los siguieron hasta los alcanzar bien 
junto de la villa entre unas calles de unas vi- 
ñas, adonde se tornaron á trabar de nuevo 
franceses y españoles, y allí hizo mucho de su 
persona Diego García de Paredes, y no menos 
trabajo pasó aquel día el prior de Mecina, los 
cuales como los franceses fuesen muchos y 
ellos muy menores en número, conveníales 
suplir con sus fuerzas la falta de su gente. 
Y lo que más les ayudó, fué que como la gen- 
te francesa estuviese toda á caballo y no se 
pudiesen bien revolver por las viñas, resce- 
bían muy gran daño y perjuicio de los infan- 
tes españoles, por razón que les herían los 
caballos y les mataban la gente toda á su 
salvo. Y por esta causa, viendo que ya no lo 
podían sufrir y que mientras más pugnaban 
por dañar á los españoles mayor daño resce- 
bían ellos, determinaron de se salir de las vi- 
ñas á un llano creyendo que los españoles los 
seguirían; pero como eran pocos en respecto 
de los franceses no los quisieron seguir, antes 
se encerraron en la Chirinola sin perder tan 
sólo un hombre, y los franceses se tornaron á 
su ejército con harto daño suyo. Después de 
esto, otro día siguiente Diego García de Pa- 
redes y el prior de Mecina fueron á Barleta á 
dar aviso al Gran Capitán de lo que le había 
acaecido con los franceses, y de cómo sabían 
de cierto que venían á le cercar á Barleta. 

CAPÍTULO XLV 

De los aparejos que el Gran Capitán hizo sa- 
biendo que los franceses le venían á cercar á 
Barleta. 

Como el Gran Capitán fué avisado por los 
capitanes que habían quedado en la Chiri- 
nola, que eran Diego García de Paredes y el 
¡ prior de Mecina, cómo los franceses le venían 
¡ á buscar en Barleta, determinó de se apare- 
jar lo mejor que pudo para esperar á los fran- 



112 



CRÓNICA GENERAL 



ceses; y con esto, habiendo ya recogido en 
aquella ciudad toda la gente española que es- 
taba aposentada en Basilicata, hizo reseña 
de ella y halló que tenía muy poca gente para 
haber de esperar en campo á los franceses, y 
por esta razón determinó de fortalecer todas 
las villas comarcanas con gente, y que allí se 
hiciesen fuertes entretanto que les venía so- 
corro del Rey de España, al cual habían hecho 
saber el estado del reino y de lo que los fran- 
ceses procuraban hacer en su deservicio, y di- 
ciendo la poca gente que tenía para se poner 
en campo con los franceses, y que á esta causa 
se había hecho fuerte en Barleta, en tanto que 
el número de la gente le aconsejase lo que 
debía hacer; y que considerada esta necesi- 
dad, convenía mucho que sin ningún deteni- 
miento su Alteza los socorriese, donde no, que 
se aventuraba la pérdida de aquellas dos pro- 
vincias, que no poco daño redundaría á su 
reino de Sicilia de aquella causa, juntamente 
con la pérdida de aquellas partes que tenía en 
el reino de Ñapóles. Estas y otras muchas 
cosas hizo saber al Rey de España el Gran 
Capitán, demandándole con mucha instancia 
socorro y favor de gente. Después de esto 
distribuyó alguna parte de su gente en algu- 
nos lugares de aquella comarca, porque en la 
villa de Andria puso á D. Diego de Arellano 
con mil y quinientos infantes para defensión 
de aquella villa, que es fuerte, y en Canosa 
puso al capitán Pedro Navarro y al capitán 
Cuello con cuatrocientos infantes, y toda la 
otra gente de armas y caballos ligeros é in- 
fantería se quedó con él en Barleta juntamen- 
te con el artillería. Dada esta orden en estas 
villas despachó á un caballero, con el mismo 
aviso que al Rey de España dio, para el Empe- 
rador Maximiliano, suplicándole fuese conten- 
to de le enviar dos mil alemanes muy escogi- 
dos, porque tenía de ellos mucha necesidad, 
por razón que los franceses contra todo de- 
recho, rompiendo su fe y tregua que entre sí 
tenían, le querían cercar en Barleta con volun- 
tad de le tomar las dos provincias de Puglia 
y Calabria, que al Rey de España pertenecían 
por virtud de la partición del reino que ambos 
los Reyes de España y Francia habían hecho de 
aquel reino de Ñapóles, y que para comenzar 
á pagar la gente, aquel caballero llevaba los 
más dineros que se habían podido haber, y que 
en todo lo demás habiendo llegado adonde el 
estaba, él los pagaría y contentaría largamen- 



te por lo que debía á su servicio. El Emperador 
Maximiliano, sabida la necesidad que el Gran 
Capitán tenía de gente y asimismo el estre- 
cho en que estaba, si no era con diligencia so- 
corrido, hizo luego dos mil infantes alemanes 
y enviólos en Italia donde el Gran Capitán 
estaba. El cual no dejaba de día ni de noche 
de entender en lo que convenía á su defensión 
y de su gente, por lo cual mirando muy bien 
todo lo que dañar le podía, halló que no po- 
día tener otra falta sino de provisiones, y ansí 
procuró de quitar este inconveniente en esta 
manera: que mandó salir de Barleta todos los 
hombres que no eran para traer armas, y asi- 
mismo todas las mujeres y niños, y que sola- 
mente quedasen los que por sus personas pu- 
diesen defender la ciudad, y mandólos llevar 
á Trana, una villa que es de venecianos y está 
junto á la mar. Gran compasión puso en los 
corazones de los soldados ver salir entre ni- 
ños y mujeres y viejos cinco mil ánimas, los 
cuales todos iban llorando con mucha lástima 
y pasión, viéndose apartar de su naturaleza 
y que quedaban sus haciendas en poder de 
soldados. Pero como aquel daño era pequeño 
según el que causaran quedando en la ciudad 
solamente á comer, húbose de disimular hasta 
tanto que el estado del reino de Ñapóles tu- 
viese algún determinado fin. Los venecianos 
que, según dicho es, supieron como la gente 
de Barleta estaba en Trana, movidos á com- 
pasión enviaron por ellos á aquel lugar, y re- 
cibidos en las naves los tuvieron en Venecia 
hasta que fué tiempo de se tornar á su desea- 
do solar y dulce posesión y tierra. 



CAPITULO XLVI 

De cómo el ejército del Rey de Francia partió 
de la Leonesa y vino á poner cerco sobre Ca- 
nosa, adonde el capitán Pedro Navarro y 
Cuello estaban. 

El Visorrey de Ñapóles que, según dicho es, 
estaba con todo su ejército en la Leonesa, 
como vio los aparejos que el Gran Capitán ha- 
cía, y asimismo el mal recibimiento que los de 
la Chirinola habían hecho á la gente que había 
enviado, como arriba se dijo, determinó de se 
partir de allí, del aposento del bosque, é ir 
sobre Canosa, una buena villa que está no 
muy lejos de Barleta, adonde estaban el capi- 
tán Pedro Navarro y el capitán Cuello con su 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



113 



gente, y con esta determinación e) Visorrey 
partió del bosque de la Leonesa, y por sus 
jornadas vino sobre Canosa, adonde allegó á 
quince días del mes de Agosto, día de la Asun- 
ción de Nuestra Señora del sobredicho año, y 
queriendo luego poner por obra la expugna- 
ción de aquella villa, hízola cercar toda alre- 
dedor, porque por la parte del río Lopanto, 
que pasa junto á la villa, el Visorrey se apo- 
sentó con todos los hombres de armas y ca- 
ballos ligeros, y por la otra parte de la villa 
en contrario del Visorrey, junto á unas igle- 
sias que estaban no muy lejos de la villa, se 
aposentaron monsiur de Aubegni y mon- 
siur Chandela con toda la infantería y ar- 
tillería. Asentado en esta manera el campo 
francés, el capitán Pedro Navarro y el ca- 
pitán Cuello con cuatrocientos infantes que 
en la defensión de la villa estaban, se partie- 
ron por las estancias del muro en esta ma- 
nera: el capitán Cuello con ciento y cincuenta 
infantes se puso en el cuartel que cae á las 
iglesias, adonde monsiur de Aubegni estaba 
con la infantería y artillería; y el capitán Pe- 
dro Navarro con otros ciento y cincuenta in- 
fantes muy bien aderezados tomó el otro 
cuartel de hacia el río, adonde estaba el Viso- 
rrey de Ñapóles con toda la gente de armas, 
y los otros cien soldados que quedaban fue- 
ron puestos en el castillo, los cuales estaban 
como sobresalientes para qne de allí señorea- 
sen el campo francés y saliesen á socorrer la 
parte que más necesidad tuviese de los dos 
cuarteles. Después de esto, los franceses que 
estaban en el cuartel de las iglesias luego 
aderezaron de batir la villa con el artillería, y 
asentáronla en los lugares que mejor les pa- 
reció por aquella parte que era más fuerte, 
no pensando ellos que había más flaqueza en 
otra parte del muro. Después de asentada, la 
batieron con el artillería con mucha fortaleza 
dos días y dos noches, sin que cesasen de 
quebrantar el muro por donde acertaba, pero 
mayor daño hacían en las casas de dentro, 
porque allende de derribar algún poco del 
muro, derrocó muchos tejados y paredes de 
las casas, de que se siguió gran daño. El capi- 
tán Cuello con su gente no dejaban de pasar 
mucho trabajo en reparar lo que la artillería 
derrocaba. De manera que solamente aprove- 
chaban los reparos para se defender en ellos 
y estar encubiertos en la defensa del muro, y 
después de haber batido los franceses el muro 

Crónieas del Gran Capitán.— 8 



de la villa y derrocado alguna parte del, me- 
tiéronse en armas todos y arremetieron á dar 
el combate á la villa, adonde los españoles hi- 
cieron tanto en aquel día, que durando el com- 
bate más de dos buenas horas, nunca los fran- 
ceses pudieron entrar, aunque muchos llega- 
ron á poner las escalas y á subir por ellas 
al muro. Por lo cual desesperados de tomar 
aquel día la villa, con harto daño suyo les con- 
vino retirarse á su campo, y verdaderamente 
los franceses no tomaran aquella villa si no 
fuera que aquella noche, después del combate 
del día pasado, un villano de Canosa se salió 
de la villa y se fué adonde estaba el Visorrey, 
al cual demandándole mercedes le dijo que le 
daría por donde pudiese tomar la villa con 
menor trabajo. Al cual el Visorrey gratificán- 
dole su peligro y buena voluntad, el villano le 
dijo que mandase pasar el artillería contra 
aquel cuartel adonde Pedro Navarro estaba, 
y que según la poca fortaleza que por allí te- 
nía el muro, no dudaba que breve se tomaría 
la villa. Y luego el Visorrey entendiendo el 
buen parecer y consejo del villano, mandó que 
así se hiciese, y pasando el artillería en aquel 
lugar la asentaron contra aquel cuartel, que 
verdaderamente estaba el más flaco de la vi- 
lla, y batieron con ella el muro un día y una 
noche, y la batería fué hecha con tanta forta- 
leza que echaron por tierra una gran parte 
del muro que le hicieron llano con el suelo. El 
capitán Pedro Navarro con su gente repara- 
ron lo mejor que pudieron; pero por mucho 
que hicieron en reparar aquel pedazo derro- 
cado, no dejaron de estando ala defensa reci- 
bir gran daño en sus personas. Los franceses 
como vieron el muro en el suelo y la entrada 
en la villa más fácil que por el otro cuartel la 
tenían, metiéronse todos en armas y dieron 
el combate á la villa por aquel lugar derriba- 
do, el cual duró más de hora y media, adonde 
hubo muchos heridos y algunos muertos de 
una y de otra parte; por razón que como los 
españoles viesen su perdición si los france- 
ses les entraban, pugnaban con dobladas fuer- 
zas y poder por no venir á sus manos; y los 
franceses, por el contrario, por entrar en la 
villa, que gran vergüenza les era viendo el 
muro por el suelo y hecho tan gran portillo, 
por donde no habían de bastar las fuerzas de 
los españoles que les estorbasen la entrada, 
pelearon con mucho ánimo y fortaleza; pero 
en fin, los españoles con muy mayor ánimo y 



114 



CRÓNICA GENERAL 



fortaleza, dado caso que lo hubieron con todo 

él ejército francés y fuesen veinte franceses 
para un español, los cuales después de mu- 
cho trabajo y daño de su gente, así de muer- 
tos como de heridos, viendo que por enton- 
ces no podían entrar á los espáñolesj se reti- 
raron á su campo, dejando la batalla para el 
otro día siguiente. 

CAPÍTULO XLVII 

De cómo el Gran Capitán queriendo socorrer 
los españoles que estaban en Canosa forza- 
dos de los muchos combates que los france- 
ses les hablan dado, dieron la villa con un 
buen partido. 

Estando en este trabajo y peligro los espa- 
ñoles que estaban en Canosa, dándoles cada 
día la batalla, adonde por ser tan flaca la villa 
y muros pasaron mucho trabajo en la defen- 
sión della, fueron avisados los españoles que 
estaban en Barleta de lo que pasaba en Cano- 
sa, y del peligro que tenían los españoles que 
estaban dentro si no eran socorridos. "De cuya 
causa los soldados españoles tomaron riíüy 
gran sentimiento y enojo de ver cómo los fran- 
ceses les mataban su gente y estaban tan cer- 
ca para ser socorridos, y que por negligencia 
se dejaba de hacer aquel socorro. Por lo cual 
todos juntos determinaron de ir ál Gran Ca- 
pitán á le decir que por qué razón consentía, 
sabiendo el estrecho en que el capitán Pedro 
Navarro estaba y los españoles en Canosa, y 
que no fuesen socorridos de los suyos, que efa 
cosa muy fueta de razón sufrir 10 contrario, y 
que viese que no solániente por lo qUe tocaba 
al servicio de su Rey se les debía dar socorro, 
pero por lo que debían á la honra de España, 
qué muy gran menoscabo de honra recibían 
sufHendo delante de sus ojos ofensa y daño 
hecha en los suyos mismos. Por lo cual ellos 
estaban determinados de los socorrer ó morir 
en la demanda. El Gran Capitán, que muy bien 
conoció el ánimo y fortaleza que había en los 
suyos, y asimismo la razón que éri lo qué de- 
cían tenían, tuvo por bueno su parecer, pero 
no quiso determinarse en ello hasta tartto que 
lo comunicase con algunas personas de su 
ejército que eran de muy buen consejo; á los 
cuales luego sin detenimiento hizo llamar, y 
delante los capitanes y principales del ejército 
español hizo saber aquel hecho y les demandó 



le aconsejasen lo que en aquel caso era mejor 
seguir. Finalmente todos los más eran de opi- 
nión que no saliesen á dar socorro á los espa- 
ñoles, por razón que el Gran Gapitán no efa 
tari pujante en fuerzas y poder de gente cohlo 
los franceses, y que si saliesen en campo no 
podrían remediar á los cercados, antes per- 
diéndose ellos también se perdería el ejército 
español, y juntamente con se perder la gente» 
se perdería el servicio que debían á su Rey en 
perder la parte del reino que le pertenecía; 
por lo cual el más seguro consejo era que, pues 
en breve esperaban el socorro del Rey de Es- 
paña y del Emperador Maximiliano se estuvie- 
se quedo en Barleta hasta que tuviese gente 
con que con razón saliese en campo contra los 
franceses y no queriéndoles agora acometet- y 
esperar tan dudosa y peligrosa salida de ello. 
Finalmente, no obstante los dichos y pareceres 
de todos los príncipes del ejército, Diego Gar- 
cía de Paredes, que gran deseo tenía de dar el I 
socorro á Canosa, dijo al Gran Capitán y á to- 
dos los demás que muy feo parescía á tan no- 
ble gente como eran los españoles dejar por 
ningún temor de acometer aquello que con 
justicia y obligación debían acometer y poner 
por la obra, en especial en aquel caso que tan 
aparejadas estaban las voluntades de los sol- 
dados á dar aquel socorro á los de Canosa, di- 
ciendo que si aquella gente de aquella vez se 
perdía, no era otra cosa salvo dar ánimo álos 
enemigos pata que teniendo en poco álos es- 
pañoles emprendiesen cosas de mayot canti- 
dad, de que por el mismo caso los españoles 
viendo perder aquella villa perdiesen mucho de 
sus fuerzas, y aun los que estaban en guarni- 
ción de otros lugares y villas de aquella pro- 
vincia, si fuesen cercados de los franceses de- 
jarían de mejor gana las villas, que no defen- 
diéndolas, esperar el mismo daño que á los de 
Canosa vitílésé por no sel* socorridos, y que 
por esta razóri su parecer era que muriendo ó 
viviendo se debían de socorrer, por lo cual se 
obligaba con los españoles que allí estaban 
hacer alzar el campo de los franceses de sobre 
Canosa y desbaratarlos coino otras muchas 
veces le había á él acaescido con muy poca 
gente romper gran copia de enemigos france- 
ses, que no tienen otra cosa salvo estar acom- 
pañados de soberbia y presunción. El Grati 
Capitán y todos los demás que allí estaban, 
oyendo lo qUe Diego García de Paredes dijo, 
les pareció á todos muy bien, por lo cual luego 




I 



DEL ORAN CAPITÁN 



1Í5 



con fnüchá diligencia se díó oi-dérl conforme y 
cómo sé Había de dar aquel Sotorro á los de 
Canosa, y para que esto hubiese buen efecto 
el Gran Capitán envió aquella misma noche al 
capitán Oliva con cien caballos ligeros para 
que reconociese el campo de lofe enemigos y 
viese dónde y por qUé parte tenían su campo 
repartido sobre Canosa, y asimismo tomase 
lengua del numero de la gente y qué era su 
voluntad, y supiese el estado en que los espa- 
ñoles cercados estaban. Con esta orden y gen- 
te el capitán Oliva sé partió aquella noche de 
Barleta y allegó á la punta del día cuando que- 
ría amanecer al lugar adonde los franceses 
tenían puestas sus centinelas. Y los caballos 
españoles viendo las guaMas francesas arre- 
metieron contra ellos y de siete franceses que 
eran mataron los tres y prendieron los dos, y 
los otros se escaparon á uña de caballo. Los 
caballeros españoles no quisieron pasar más 
adelante, por razón que de los prisioneros 
franceses pensaban sacar todo el aviso que 
ellos pensaban y iban á saber, y ansimismo 
porque los franceses serían avisados de los 
dos que se escaparon y podría ser que peligra- 
sen todos cien caballeros españoles pasando 
más adelante, y por esto el capitán Oliva con 
aquella gente se tornaron á Barleta; adonde 
presentando aquellos dos prisioneros, el Oran 
Capitán fué de ellos avisados de lo que se ha- 
bía hecho en Canosa, y del estado en que es- 
taba aquel negocio, y asimismo del asiento y 
disposición del ejército francés. Muy pesante 
fué el Gran Capitán por saber el peUgro en 
que SU gente estaba, y de cómo se había tar- 
dado en les enviar socoíro, por lo cual con 
mucha diligencia mandó á todos los capitanes 
y gente Se aderezasen y estuviesen á punto 
para la noche siguiente, por lo cual tenía de- 
terminado de ir á socorrer á los españoles de 
Canosa. Estando, pues, en esta voluntad eí 
Gran Capitán víriole nueva cómo aquel día 
que el capitán Oliva tomó las guardas, los 
franceses habían apresurado la batalla de tal 
manera que desecha la muralla, mano á mano 
se combatían los de dentro con los de fuera, 
y en aquel combate los españoles lo habían 
hecho muy valerosamente, por razón que de 
todo el ejército francés se defendía, no sola- 
mente con armas defensiv^.s, pero con otros 
ingenios ofensivos, como eran piedras y olio 
hirviendo, con lo cual quemaron muchos fran- 
ceses; pero comd eí muro estuviese todo des- 



baratado y metido por tierra, por mucho que 
los españoles se quisieran defender, no lo pu- 
dierari hacer sin que Se perdieran todos eri 
aquella villa, y por esta razón no pudiendo los 
españoles sufrir tanto trabajo y daño como 
en otras batallas y en aquella habían padeci- 
do, muriendo muchos de una parte y de Otra, 
determinó el capitán Pedro Navarro y el ca- 
pitán Cuello de dar la villa á los franceses; la 
cual dieron debajo de un muy honroso parti- 
do, y fué, que dejándolos á todos salir á ban- 
deras tendidas sin daño ni perjuicio de ningu- 
na de su gente, y pof el mismo caso aseguran-.-, 
do los bienes y personas de los de la villa de 
Canosa, ellos se saldrían de la villa y la deja- 
rían Ubre y desembargada en su poder. No se 
pueden llamar por esto los españoles venci- 
dos, pues que haciendo todo su deber, solos 
cuatrocientos hombres metidos en un vivar 
se defendieron tantos días de todo el campo 
francés, y al fin se salvaron las vidas honrosa- 
mente, saliendo delante de todo el ejército sin 
que les fuese hecho daño en cosa ninguna, me- 
tidos en orden á banderas desplegadas se fue- 
ron á Barleta, donde el Gran Capitán estaba 
aderezando para los socorrer. Los franceses 
como fueron idos los españoles, todos se me- 
tieron en Canosa, y allí estuvieron mucho 
tiempo, según que la crónica lo irá contando, 
mediante el cual franceses y españoles hicie- 
ron cosas hazañosas, visitándose cada día con 
escaramuzas adonde siempre de una y de otra 
parte había muertos y heridos. 

CAPÍTULO XLVIII 

De cómo los franceses salieron de Canosa para 
ir á cercar al Gran Capitán, y de cómo en el 
camino tomaron la villa de Éítonto, y de lo 
(¡ue más les sucedió. 

Después que los franceses hubieron toma- 
do la villa de Canosa en la manera que dicho 
ha la Crónica, estuvieron en ella algunos días, 
rehaciéndose de lo que tenían necesidad para 
J3asar adelante, y al fin de algunos días el Vi- 
sorrey con todo su ejército salió de Canosa 
C9n voluntad de ir sobre Barleta á cercar al 
Gran Capitán, en lo cual ponía mucha diligen- 
cia, pensando poderle prender antes qUe le 
viniese el socorro que esperaba; y por está 
razón ya qtíe fueron loS franceses salidos de 
Canosa, fueron su camino la vía de Bitonto y 



116 



CRÓNICA GENERAL 



de Barí, por ocupar primero algunas villas que 
estaban en aquella comarca, y así recibió al- 
gunos lugares que se le dieron de su volun- 
tad, y allegando á Bitonto los de aquella villa, 
dado caso que estuviesen por el Rey de Es- 
paña, no por eso dejaron sin ninguna contra- 
dición de recibir dentro á los franceses, y así 
se aposentó el ejército dentro en Bitonto. Y 
como todas las villas y lugares que estaban 
por el Rey de España tuviesen un gobernador 
ó teniente en ellas para que las conservase 
en toda justicia, y de aquella causa reconocie- 
sen al Rey que servían, estaba por castellano 
en aquella ciudad un esforzado español, el 
cual como viese que los ciudadanos de Biton- 
to habían recibido á los franceses dentro, con 
temor que hubo no le fuese hecho algún daño 
en su persona, él solo con doce soldados se 
recogió al castillo, y allí se defendió algunos 
días de los franceses, con muy grande ánimo 
y fortaleza. Pero como los franceses hubiesen 
recibido aquella ciudad, y viesen que si el cas- 
tillo no se tomaba era no haber tomado nada, 
determinaron de le combatir y sacarle por 
fuerza de armas del poder de aquel español. 
Y con esta voluntad llegaron contra la torre 
del castillo toda la artillería, y con ella batie- 
ron la torre toda una noche y un día, de cuya 
causa le fueron quitadas y metidas por el sue- 
lo todas las defensas que tenía, de manera 
que la gente de dentro no se podían defender 
porque estaban descubiertas y el artillería les 
hacía muy gran daño. Después de bien batida 
la torre, los franceses se metieron en armas, 
y dieron combate en el castillo, el cual dieron 
con mucha fortaleza; pero como lo hubiesen 
con solos doce hombres ó trece, no pudieron 
los españoles tanto resistir á los franceses 
que al fin no fuesen entrados por fuerza, adon- 
de siendo tomado el castillo prendieron al 
castellano y á los otros soldados que con él 
estaban. Después de esto dejando los fran- 
ceses aquella ciudad libre y desembargada 
por el Rey de Francia, se salieron de allí y 
fueron el camino derecho de Barleta, y pasa- 
dos por cerca de Andria, D. Diego de Arellano 
con la gente española que allí tenía, como 
vido pasar á los franceses tan cerca de An- 
dria, no los quiso dejar ir tan á su favor, an- 
tes saliendo de Andria con aquella gente dio 
sobre la vanguardia tan recio, que sacando de 
ellos un repelón de muertos y heridos que de 
aquel salto hubieron, les convino tornarse á 



la villa, por razón que ellos eran pocos y los 
franceses comenzaban á cargar sobre ellos de 
recio. Finalmente, los españoles hicieron una 
sabrosa arremetida mucho á su salvo, y los 
franceses no se queriendo detener en Andria, 
siguieron su camino la vía de Barleta; de los 
cuales como fuesen algunos corriendo la tie- 
rra, y adelantándose del cuerpo del ejército, 
para dar aviso de alguna gente si se descu- 
bría que los quisiese de sobresalto dañar, vie- 
ron ir por el camino de Barleta seis infantes 
españoles y una mujer, y arremetieron contra 
ellos. Los españoles como vieron los caballos 
franceses, temiendo de no ser de ellos presos 
ó muertos, recogiéronse todos en dos torres 
que allí había, de que en las viñas de aquella 
tierra hay mucha abundancia, y comúnmente 
en toda Italia hay de estas torres, y otras ca- 
sas de placer fuertes, que allá llaman posesio- 
nes, y en la una de las torres se metieron los 
cuatro soldados y en la otra los dos con la mu- 
jer, y los caballos franceses ligeros que todavía 
los siguieron, llegaron á las torres adonde los 
españoles estaban retraídos, y tras ellos desde 
á poco llegó todo el campo y comenzaron de 
no poner menor diligencia en prender aque- 
llos seis infantes que si lo hubieran de haber 
con igual número de gente como la suya; los 
cuales luego comenzaron á lombardear las 
torres, y hacer otras cosas para tomar los 
seis infantes españoles. Los de una torre que 
era la más flaca y de menor defensa, adonde 
los cuatro españoles se habían recogido, vién- 
dose tan duramente combatir y que el artille- 
ría había casi metido por el suelo todo lo de- 
más de la torre, y que no tenían ningún re- 
medio, determinaron de se dar á los franceses 
con condición que no los matasen. Los otros 
dos soldados, que con la mujer estaban en 
la otra torre, aunque fueron con el artillé- 
ría bien lombardeados, no hicieron muestra 
de se dar, por razón que la torre era fuerte 
y ellos no de menor ánimo, en especial que 
en aquel día mostró bien el uno de ellos su 
valor, porque dándose el compañero á los sui- 
zos que aquella torre combatían, le hirieron 
malamente, dándole muchos golpes en todas 
las partes del cuerpo, de lo cual escarmentado 
el otro soldado que sólo quedó en la torre 
determinó de morir antes que darse en poder 
de los franceses, esperando que lo mismo ha- 
rían de él que del compañero que se dio ha- 
bían hecho, y con determinación de morir se 




DEL GRAN CAPITÁN 



117 



estuvo solo en la torre, adonde hizo maravi- 
llosas cosas de su persona; hasta tanto que 
no le pudiendo entrar los franceses siguieron 
su camino, y el soldado español por su buen 
corazón y ánimo que en aquel día mostró, 
quedó libre juntamente con la mujer, no reci- 
biendo el vituperio ni el captiverio y afrenta 
que los compañeros con menos ánimo recibie- 
ron, el cual después que vido en campo segu- 
ro se salió de la torre y se tornó con la mujer 
á Andria, que estaba cuanto á una milla de 
aquel lugar do aquello había pasado. 

CAPÍTULO XLIX 

De cómo el Vhorrey de Ñapóles vino á cercar 
á Bar leía, y de lo que le acaescíó en el viaje 
con los españoles. 

Pues como los franceses se hubieron parti- 
do de aquel lugar de las viñas, adonde habían 
combatido á los seis infantes españoles, se- 
gún dicho es, comenzaron á seguir el camino 
de Barleta. Ya que estaban no muy lejos de la 
ciudad, el Visorrey, que muy buen caballero 
era, metió en ordenanza su gente, y metién- 
dola en escuadrones dio la rezaga á monsiur 
de Aubegni, con trescientos hombres de ar- 
mas y con quinientos caballos ligeros, y con 
el otro batallón de quinientos hombres de ar- 
mas, y mil caballos ligeros, y toda el artillería 
é infantería repartida en dos escuadrones, 
tomó el avanguardia. Y de esta manera que 
dicho ha la Crónica, los franceses caminaron 
hasta llegar á la puente del río Losanto, has- 
ta llegar cuatro millas de Barleta. El Gran 
Capitán, que muy bien había sabido que los 
franceses venían contra él, determinó de los 
aguardar á la pasada del río, y de los saltear 
con su gente, y de les dar un rebato antes 
que asentasen su real. Y con este acuerdo el 
Gran Capitán salió con toda su gente de ar- 
mas y caballos ligeros é infantería, y púsose 
en el camino por donde los franceses habían 
de pasar, y no queriendo acometer á la van- 
guardia, fuese encubiertamente y cargó en la 
rezaga que traía monsiur de Aubegni; y los 
españoles dieron en la gente francesa con 
tanta fortaleza, que gran deseo tenían de les 
hacer mal y daño, que perdiendo muchos las 
vidas les convino retraerse hacia donde esta- 
ba la vanguardia, en los cuales fueron dando 
y matando una buena milla los españoles. En 



esto el Visorrey, que ya había sabido el daño de 
los de la retaguardia, vuelve á socorrer á los 
suyos con toda la gente y artillería de la van- 
guardia, lo cual fué causa que no se perdiese 
toda la gente de la rezaga, porque según los 
españoles los traían á mal traer, no se esca- 
para hombre de ellos, y todavía no dejara el 
Gran Capitán el campo y de pasar adelante 
con el alcance, sino que se recelaba de un ca- 
pitán italiano que se llamaba Alfonso de San 
Severino, que, según era fama, tenía lengua 
con los franceses, y era capitán de cien hom- 
bres de armas y de cincuenta ballesteros á 
caballo, y temíase no recibiese de aquella par- 
te algún daño en su gente. Por esta razón, 
dando el Gran Capitán vuelta con su gen- 
te, se tornó á meter en Barleta, y los fran- 
ceses todos juntos, así los de la rezaga como 
los de la vanguardia, pasaron el río y vinieron 
á asentar el campo de la otra parte de la puen- 
te del río de Losanto, donde á la boca de la 
misma puente asentaron su artillería y pusie- 
ron sus guardas de la otra parte de la puen- 
te, media milla contra Barleta, y el Gran Ca- 
pitán tenía sus guardas tres millas de Barleta 
entre unas viñas, no muy lejos de donde la 
guarda de los franceses estaba. Y desde allí 
escaramuzaban cada día españoles y france- 
ses, y se hacían todo el daño que hacerse po- 
dían. 

CAPÍTULO L 

De cómo los franceses fueron salteados de los 
españoles, y cómo por razón del daño que 
hubieron de aquella vez, el Visorrey alzó su 
real y se fué á Canosa. 

Estando los franceses en aquel lugar de la 
puente de Losanto, viniéronles de socorro mil 
y quinientos suizos, con los cuales, dado caso 
que el campo francés fuese en desigual núme- 
ro mayor que no el de españoles, con aquella 
gente que era buena y venía de refresco se 
multiplicó en fuerzas, ánimo, poder; y así de 
ahí adelante no ponían duda los franceses en 
tomar á Barleta juntamente con el Gran Ca- 
pitán, sino que como los franceses sean gente 
de no mucha razón y prudencia, y por el con- 
siguiente sean muy desordenados, acaescíó 
que muchas veces los infantes franceses se 
desmandaban de su campo y pasaban al lugar 
do los suyos tenían su guarda, y todos juntos 
unos por una parte y otros por otra se des- 



118 



CRÓNICA GENERAL 



mandaban á comer uvas de las viñas, que mu- 
chas hay en aquella tierra, y esto tenían cada 
día de costumbre. La guarda española viendo 
esto muchas veces, y viendo el desconcierto 
que en andar por las viñas tenían, determinó 
de avisar de ello al Gran Capitán, el cual po- 
niendo sus espías sobre ellos, un día siendo 
el comendador Mendoza de guardia con cien 
caballos ligeros en el mismo lugar donde los 
españoles acostumbraban tener su guarda, 
envió á Diego García de Paredes y al prior 
de Mecina con doscientos caballos ligeros y 
con cincuenta hombres de armas para que sal- 
teasen la guardia de los franceses, cuando se 
desmandasen como solían á comer uvas por 
las viñas. Había en la guardia de los franceses 
cincuenta hombres de armas, y ciento y cin- 
cuenta caballos ligeros, y cuatrocientos infan- 
tes. Los sobredichos capitanes y gente de ca- 
ballo salieron de Barleta, y muy secretamente 
caminaron hasta dar consigo en el lugar adon- 
de la guarda de los españoles estaba; y como 
los reconociesen, dieron orden con el comen- 
dador Mendoza para que todos juntos saliesen 
á la guarda francesa, que á esta sazón anda- 
ban muy desmandados por las viñas comiendo 
uvas, y para este efecto los capitanes espa- 
ñoles hicieron dos partes de su gente, porque 
la una tomó Diego García de Paredes y la 
otra tomó el prior de Mecina; y Diego García 
de Paredes con toda su gente dio tan de re- 
cio en los de la guardia francesa por la una 
parte, y el prior de Mecina por la otra, que 
como los franceses anduviesen tan desbarata- 
dos sin concierto, comiendo y cogiendo uvas 
por las viñas, hicieron de aquel tropel muy 
gran mortandad en los franceses, los cuales 
viéndose salteados, no esperando otra cosa 
salvo la muerte según su desorden, cada uno 
como mejor podía procuraba huir y desviarse 
de aquel peligro y salvarse. Los españoles, 
que no por bien parecer habían acometido 
aquel hecho, sino por vengarse de los france- 
ses, los siguieron matando y hiriendo en ellos, 
hasta los meter por las puertas de la puente 
adelante, adonde el Visorrey con todo su ejér- 
cito estaba; y tan grande fué el miedo que los 
españoles metieron en el campo francés, que 
todos se tenían "por perdidos, creyendo que 
todo el ejército español venía sobre ellos. Por 
lo cual todos alborotados se metieron en armas 
con voluntad de salir á los españoles, los cua- 
les bien contentos con lo hecho tornaron so- 



bre su camino de Barleta sin perder tan sola- 
mente un hombre, y de los franceses fueron 
muertos en aquel rebate ciento y cincuenta 
hombres, y gran parte de ellos presos y heri- 
dos. El Visorrey de Ñapóles viendo el gran 
daño que de estar en aquella estancia de la 
puente cada día se les recrecía, en especial 
aquel de que muy pesante fué, haciendo los es- 
pañoles sus hechos tan á su salvo, determjnó 
de se alzar de aquel lugar, y que pues por aque- 
lla parte no podían dar á los españoles, ir con 
muy gran secreto sobre la ciudad de Taranto 
que estaba sin gente y muy mal proveída, don- 
de estaba Luis de Herrera, que ya había envia- 
do el Duque en España, según dicho es. Y con 
esta determinación el Visorrey se movió de 
aquel lugar de la puente de Losanto, y fuese 
con su ejército á Canosa; y como fué en aque- 
lla villa, luego con mucha diligencia dio orden 
cómo pusiese por obra su voluntad para ir 
sobre Taranto, y ansí porque el Gran Capitán 
quedase cercado en Barleta, como porque no 
barruntase que su voluntad era ir sobre aque- 
lla ciudad de Taranto, repartió su ejército por 
aposentos en esta manera: al capitán mon- 
siur de la Paliza con doscientos hombres de 
armas y con doscientos caballos ligeros man- 
dó que aposentasen en Rubo; el capitán mon- 
siur Pocodinare con cien hombres de armas 
y cien caballos ligeros mandó aposentar en 
Terlique, y á monsiur de Chandela con cien 
hombres de armas y cien caballos ligeros man- 
dó aposentar en la Chirinola, y su persona 
con monsiur de Aubegni con toda la otra gen- 
te de armas é infantería y caballos ligeros se 
quedó en Canosa. Siendo de esta manera 
aposentado el campo francés por las tierras 
comarcanas de Barleta, teniendo medio cerca- 
dos á los españoles, el Gran Capitán que ni de 
día ni de noche no pensaba sino en la manera 
que había de tener para se defender de los 
franceses, porque aquellas dos provincias Pu- 
glia y Calabria no viniesen á su poder, y ansí- 
mismo procurando por otra parte cómo los 
dañase, supo del repartimiento que de su gen- 
te el Visorrey había hecho por aquellos luga- 
res comarcanos, y pensó que aquella distri- 
bución no se había hecho sin misterio, y no 
asegurándose de aquello, que según su gran 
prudencia pensó no tener buen fin, determinó 
de enviar luego al capitán Pedro Navarro á 
Taranto, para que juntándose con Luis de 
Herrera diesen entre sí orden de defender 




DEL GRAN CAPITÁN 



119 



aquella ciudad si franceses fuesen á poner 
cerco sobre ella, al cual dio trescientos infan- 
tes y dos galeras en que fuese por mar y más 
prestamente cumpliese aquel viaje. 

CAPÍTULO LI 

De cómo monsiur de Nemos se partió de Ca- 
nosa para ir sobre la ciudad de Taranto, y 
de lo que le acaeció con los españoles en el 
camino. 

Ya dijimos arriba cómo el Visorrey de Ña- 
póles después que se alzó de sobre la ciudad 
de Barleta se fué á Canosa, el cual con volun- 
tad que tenía de ir sobre la ciudad de Taran- 
to repartió su gente por aposentos por aque- 
lla comarca de Barleta. Pues dice ahora la 
crónica que dejando el Visorrey de Ñapóles 
al capitán monsiur de Aubegni en Canosa con 
mil y quinientos infantes con la mayor parte 
de gente de armas y caballos ligeros, él con 
trescientos hombres de armas y otros tantos 
caballos ligeros, y con cinco mil infantes y 
nueve piezas de artillería se partió de Cano- 
sa y se fué á la ciudad de Taranto, según que 
el Gran Capitán lo había sentido, para cercar 
aquella ciudad y hacer por aquella parte daño, 
pues no lo habían podido hacer en Barleta. El 
capitán Pedro Navarro que, según dicho es, 
el Gran Capitán había enviado á Taranto para 
socorro de aquella ciudad, allegó con muy 
gran diligencia en ella, adonde halló á Luis de 
Herrera que tenía cien caballos ligeros en 
guarnición de aquella ciudad, y aderezando 
con él todo lo que convenía para defensión 
de aquella tierra, supieron cómo los franceses 
á más andar se acercaban á aquella parte; por 
lo cual saliendo ambos estos dos capitanes 
de Taranto se fueron á una villa que está no 
muy lejos de Taranto, que llaman Castella- 
neta, adonde estaba el Arzobispo de Mazarra 
y el Conde de Matera, los cuales tenían la 
parte de España, y tenían consigo sesenta 
hombres de armas italianos y otros sesenta 
caballos ligeros, y fueron á aquella villa por 
ver si era fuerte y se podía defender; y ha- 
llando que no era suficiente para esperar en 
ella al campo francés y comunicando las cosas 
que convenían con aquellos príncipes, deter- 
minóse Luis de Herrera y el Arzobispo de 
Mazarra y el Conde de Matera se quedasen 
dos días en la Castellaneta, dentro 4elos cua- 



les proveyesen algunas cosas en la villa; y si 
viniesen los franceses, avisasen en Taranto, y 
quedaron con ellos sesenta hombres de armas 
y sesenta infantes, y ceii caballos ligeros; y 
ordenado esto el capitán Pedro Navarro con 
sus infantes se tornó á Taranto para proveer 
él por su parte lo que cumplía á la ciudad. Ya 
en este medio el Visorrey estaba en una villa 
que dicen Linterno, adonde fué avisado que 
los españoles que estaban en Taranto que- 
daban en Castellaneta, y que en breve se ha- 
bían de tornar á la ciudad, de cuya causa lue- 
go el Visorrey despachera Luis de Haste y á 
monsiur de Formento, que por otro nombre 
se decía Castilione, que con cien hombres de 
armas y con cuatrocientos caballos ligeros 
tomándoles la delantera los esperase en el 
paso por donde habían de pasar y los saltea- 
sen en el camino. Con esta orden los sobre- 
dichos capitanes franceses se partieron de 
Linterno, y pasaron muy secretamente de no- 
che por la Castellaneta y fueron á un paso 
junto á unas lagunas que están cinco millas 
de Taranto en el mismo camino de Castella- 
neta. Y en esto el conde Matera, y el Arzo- 
bispo de Mazarra y Luis de Herrera saliendo 
ya bien tarde de Castellaneta, para irse á Ta- 
ranto á avisar á Pedro Navarro de cómo te- 
nían nueva de los franceses, yendo por el ca- 
mino bien descuidados de lo que sucedió, 
allegaron ya bien noche á aquellas lagunas 
donde los franceses estaban esperando, y de- 
jándolos pasar un poco adelante para los to- 
mar por las espaldas, salieron todos de tro- 
pel y dieron de recio en la gente italiana que 
aquellos capitanes llevaban, y como los toma- 
sen por las espaldas y pensasen con la oscu- 
ridad de la noche que venía todo el campo 
francés sobre ellos, debaratáronse todos sin 
hacer muestra de resistencia, y mataron de 
aquel salto los franceses treinta hombres y 
prendieron al Conde de Matera. Hubieron 
en este rebate ansímismo cerca de cien ca^- 
ballos, y verdaderamente no quedara tan solo 
un hombre que no fuera muerto ó preso, 
salvo que con la oscuridad de la noche se sal- 
varon los más y se fueron á Taranto bien 
mal parados de lo que les sucedió aquella 
noche. El Conde de Matera, como dicho es, 
siendo preso por monsiur de Formento, hizo 
pacto de se rescatar en diez mil ducados, el 
cual como de presente no tuviese aquella 
suma para podella pagar, alcanzó de monsiur 



120 



CRÓNICA GENERAL 



de Formento facultad para ir á buscar aque- 
llos dineros á Barleta, dejando en rehenes en 
lugar suyo á un sobrino. 

CAPÍTULO LII 

De cómo el Visorrey de Ñapóles se movió de 
Linterno y vino á cercar á la ciudad de Ta- 
ranto, y de lo que sucedió después con los 
franceses, como adelante se dirá. 

Después que los franceses hubieron roto la 
gente que iba á Taranto de Castellaneta, lue- 
go se tornaron adonde el Visorrey de Ñapó- 
les estaba, el cual había quedado con todo su 
ejército en aquella villa de Linterno, y como 
fueron todos juntos, muy alegre el Visorrey 
de lo bien que á los suyos había sucedido 
aquella noche entre Castellaneta y Taranto» 
determinó de se mover la vía de Taranto y á 
dar fin aquello que determinado tenía, y ansí 
se partió de Linterno, y llevando su camino 
derecho, pasó por Castellaneta y tomóla en 
su devoción; y saliendo de aquel lugar llevó 
su camino derecho á Taranto, y allegando 
cuanto á una milla de la ciudad, puso allí el 
asiento de su real junto á un río que entra en 
el mar Rechino, y estuvo en aquel lugar al- 
gunos días informándose de la manera que 
habían de tener para tomar la ciudad; pero el 
tiempo que allí estuvo recibió mayor daño en 
la gente que no sacó provecho. Y al fin vien- 
do la fortaleza de la ciudad y la buena orden 
que tenían los de dentro en se defender, de- 
terminó de se alzar de allí é irse á Canosa, 
adonde, según dicho es, había quedado el ca- 
pitán monsiur de Aubegni, y antes que fuese 
á Canosa fue con todo su ejército al cabo de 
Taranto, y en el camino tomó una villa que 
llaman Oirá, juntamente con el castillo, adon- 
de estaba por castellano un capitán que de- 
cían Moreno, y antes que se partiese de so- 
bre Taranto dejó en las villas y lugares de 
aquella comarca sus guarniciones, porque en 
Castellaneta dejó el capitán Grimoneto con 
cincuenta hombres de armas y cien caballos 
ligeros, y en las grutallas dejó á monsiur de 
la Candela con cien hombres de armas, y en 
Panosa y en Leporana, que son dos lugares 
cercanos uno de otro, dejó al capitán Fabricio, 
hijo del Conde de Gonza, con el cual dejó 
doscientos hombres de armas y sesenta ca- 
ballos ligeros. Aposentada, pues, la gente en 
esta forma que dije, habiendo tomado á Oirá 




con otros lugares de aquella provincia, el Vi- 
sorrey fué á Lichea, unas villas que estaban 
por el Rey de España, y como fué sobre ellas 
luego se le rindieron, y reposando en aque- 
lla villa algunos días se fué á Canosa. 

CAPÍTULO Lili 

De un reñido campo y desafío que entre once 
caballeros franceses y once españoles se hizo 
en Taranto, y de lo que sucedió. 

Grandes cosas acaecían cada día entre es- 
pañoles y franceses, de las cuales solamente 
cuenta la crónica las que por ser dignas de 
memoria merecen perpetuidad. Acaeció, pues, 
que al tiempo que los franceses tenían su real 
cerca de Barleta hubo entre los franceses 
quien dijo que los españoles no sabían pelear 
á caballo, y que todo su hecho era acometer á 
los enemigos á pie, y que en aquella manera 
de pelear era buena gente y se sabían bien 
valer, pero que á caballo ellos les tenían muy 
gran ventaja, como hombres que todo el ejer- 
cicio de la guerra de ellos era lo más á caballo, 
y como má^ experimentados les tenían muy 
excesiva ventaja. Los españoles defendían lo 
contrario, diciendo que ellos no sólo sabían 
pelear á pie pero aun á caballo, de lo cual ellos 
se alababan, poniéndoles por ejemplo la expe- 
riencia que de ello había, porque en todos sus 
acometimientos y escaramuzas siempre espa- 
ñoles llevaban lo mejor. Finalmente, tanto se 
altercó sobre esta materia, que hubo de resul- 
tar en sangriento fin, por razón que los espa- 
ñoles son no poco suntuosos y ambiciosos de 
la honra; porque afrentados de lo que los 
franceses días había que decían, queriendo los 
españoles tornar por sí, desafiaron á los fran- 
ceses, porque á caballo como ellos habían di- 
cho sabían poco, saliesen en campo once ca- 
balleros franceses contra otros once caballe- 
ros españoles, y que allí se vería el verdadero 
testimonio de aquelloque decían. Los franceses, 
no poniendo duda en el vencimiento, aceptaron 
el desafío, y así se atreguaron los unos á los 
otros hasta tanto que el campo fuese hecho. 
Enviábanse de una á otra parte personas que 
diesen orden en el desafío, ansí para concer- 
tar el lugar adonde se había de hacer como 
para dar á cada parte las armas que habían de 
llevar. Finalmente el lugar para el combate se 
señaló junto -á la ciudad de Taranto en una 
tierra de venecianos, y las armas que habían 



DEL GRAN CAPITÁN 



121 



de llevar eran á guisa de hombres de armas 
con hachas y espadas, y estoques y dagas, y 
asimismo para seguridad del campo se dieron 
rehenes de una parte á otra, según que se 
acostumbra hacer en semejantes desafíos. Y 
después de todo aderezado, allegado el día del 
combate, que fué á veinte y siete días del mes 
de Septiembre del sobredicho año de mil y qui- 
nientos y tres, los españoles salieron de Bar- 
leta, los cuales por entrar en campo tan seña- 
lado es justo decir los nombres de los unos y 
de los otros. Fueron de la parte de España 
once caballeros soldados muy escogidos: el 
primero fué Diego García de Paredes, el cual 
así por su fortaleza como por entrar aquel día 
herido de tres heridas en la cabeza que tres 
días antes le habían dado en Barleta departien- 
do un ruido que entre los soldados hubo, don- 
de si no se hallara murieran más de mil solda- 
dos, es razón le nombre la crónica primero; el 
segundo Diego de Vera, capitán del artillería, 
varón de muy gran virtud, y el tercero fué otro 
muy buen soldado que llamaban Jorge Díaz 
Aragonés, y el cuarto fué Martín de Tuesta, 
aquel buen capitán que al tiempo de las tre- 
guas entre franceses y españoles había queda- 
do en la Tripalda; el quinto se llamaba Moreno, 
de quien yalacrónicahahechomenciónque es- 
taba en Oirá antes que viniese en poder del Vi- 
sorrey de Ñapóles, según dicho es; el sexto se 
llamaba Olivan; el séptimo se llamaba Segura; 
el octavo se llamaba Arévalo; el noveno. Agui- 
lera; el penúltimo, Pivar; el último, Oñate; to- 
dos varones de mucho ánimo, en quien con ra- 
zón se cometió la honra de España como en 
aquel desafío se altercaba. Antes que estos sol- 
dados combatientes saliesen del real y asiento, 
el Gran Capitán los habló encomendándoles 
mucho procurasen sustentar la honra de Espa- 
ña y mantenerla con las armas, como habían 
sabido tornar por ella con palabras que cues- 
tan muy poco y menos valen si no se hacen 
verdaderas con el hecho, y que supiesen cier- 
tamente que en aquel día ganaban particular 
honra para sí y su tierra haciend) su deber si 
salían vencedores del campo, porque todas 
aquellas otras afrentas y acometimientos, dado 
caso que ellos hubiesen salido victoriosos, no 
se atribuya á ninguno la honra en particular 
sino en general á los españoles; pero en aquel 
desafío solamente sus personas la ganaban, 
como ganada y merecida por sus propias obras. 
Y con esto encomendándolos á Dios, los dichos 



combatientes españoles salieron del real y lle- 
garon al lugar del campo, y allegaron antes 
que los franceses; los cuales no menor diligen- 
cia habían puesto en se aderezar de su parte 
para aquel día que aplazado tenían. Fueron los 
combatientes franceses no poco escogidos en 
todo el ejército, aunque á la verdad según su 
soberbia, no pensaban que era menester tan 
fuerte gente como ella era para haber de com- 
batir con españoles. Los nombres de los com- 
batientes franceses son los siguientes: Mon- 
siur de Rosón, la Ribiera, Pedro de Bayarte, 
Mondragón, Velabra, Simonete, Ynovate, To- 
rrellas, Nampón y Lisisco; todos capitanes y 
varones nobles de mucha virtud. Puestos jun- 
tos españoles y franceses en el lugar señala- 
do del combate, los jueces que para aquel he- 
cho habían sido nombrados metieron en el 
campo los combatientes, y poniéndolos á cada 
una de las partes en su lugar, apartáronse á 
fueraypartiéndolesel sol vinieron unos contra 
los otros con mucha fortaleza. Pararon sus 
golpes de tal manera que del primer encuen- 
tro cayeron á tierra dos franceses y dos es- 
pañoles; dejando las hachas metieron mano á 
las espadas, y de ahí cada uno se aprovecha- 
ba de las otras armas según les parecía que las 
había menester. Grandes fueron los golpes 
que se daban, y verdaderamente fué muy re- 
ñido combate, ansí por los unos como por los 
otros, porque los españoles procuraban ganar 
honra porque no quedasen los franceses por 
verdaderos de lo que habían dicho; los fran- 
ceses por el contrario pugnaban por sacar 
verdadera su opinión, por razón que si sa- 
lían victoriosos de ahí adelante serían teni- 
dos por mejores cabalgantes y más diestros y 
esforzados; y con esto cada uno hacía muy 
grandísimas cosas de su persona, y dábanse 
muy recios y pesados golpes; de manera que 
muy mucha sangre les salía por entre las ar- 
mas, y aun el campo se teñía de la sangre que 
de las heridas salía, aunque muy mayor abun- 
dancia era la que de los caballos salía, que 
casi todos los más fueron muertos y heridos. 
Andando, pues, en la mayor priesa del pelear, 
todos los caballeros franceses vinieron al 
suelo, si no fueron tres de ellos, que fueron 
Pedro de Bayarte y otros dos. De los españo- 
les asimismo quedaron á pie otros tres, que 
fué Jorge Díaz y Diego de Vera y Olivan; to- 
dos los demás perdieron los caballos, aunque 
á esta sazón ansí las hachas como las espada» 



122 



CRÓNICA GENERAL 



y estoques y lanzas, todas las demás estaban 
por el suelo hechas pedazos, y ansí no tenían 
armas con qué poder pelear. Los franceses los 
más de ellos ó todos estaban en el suelo no 
se pudiendo defender de los españoles que 
quedaron á caballo, que eran seis. Convínoles 
retraerse á un lugar, adonde en un mismo 
círculo y compás estaban cuatro caballos muer- 
tos, y ansí tomando siete lanzas de las que es- 
taban en el suelo, comenzáronse á se defen- 
der de los españoles, con harto trabajo suyo, 
porque ya no se podían resistir ni amparar en 
el campo contra ellos. Pero Diego García de 
Paredes, que había la victoria en las manos, 
como vido que aquellos franceses se defen- 
dían en aquel lugar y que los compañeros no 
los entraban, comenzó á decir en alta voz, 
pues que la victoria habían alcanzado, ó á lo 
menos la mayor parte de ella, procurasen dar 
el fin que en aquel combate deseaban, dicién- 
doles que por estar él tan atormentado de 
las heridas que en la cabeza tenía, no se apea- 
ba de su caballo, pero que bien vían que si no 
era á pie no se podían de otra manera entrar 
aquellos franceses que estaban reparados con 
los caballos. Y así Diego García de Paredes, 
con muy grande enojo que de ver cómo tanto 
tiempo les duraban aquellos vencidos france- 
ses en campo, y por dar ánimo á los compa- 
ñeros, arremetió con su caballo muy denoda- 
damente contra ellos, y peleó solo con aque- 
llos siete franceses un buen rato; pero al fin, 
como por razón de los caballos que estaban 
en el campo muertos no pudiese revolver el 
suyo á su placer, ni aprovecharse de los ene- 
migos á su voluntad, hubo de retirarse afuera 
muy cargada su persona de muy pesados gol- 
pes y el caballo muy lleno de heridas que ape- 
nas se podía tener. En este medio los otros 
españoles se habían apeado de sus caballos 
y venían á feriren los francesas con voluntad 
de dar fin en aquel combate, que la noche es- 
taba ya muy oscura y érales muy gran ver- 
güenza que gente vencida les durase tanto en 
campo. Pero los franceses, que ya estaban más 
acompañados de miedo que no de soberbia, 
viendo venir á los españoles á dar en ellos, de- 
terminaron de los requerir diciéndoles que 
ellos habían hecho como buenos caballeros, y 
que no procurasen de llegar al cabo aquel com- 
bate, porque era ya pasada gran parte de la 
noche y que se contentasen con sólo el hecho 
y que los dejasen salir á ellos del campo, que- 



dando en él los españoles; los cuales fueron 
de voto y opinión que ansí se hiciese, dicien- 
do, que pues los franceses habían sido los re- 
queridores, de cualquier manera que saliesen, 
sería suya la vergüenza, y la honra y prez de 
los españoles, y que por esta razón no debían 
hacer más en aquel caso. Pero Diego García 
de Paredes, que muy recatado era en todos 
los puntos de honra, no quiso pasar por aque- 
llas condiciones, diciendo que no satisfacía 
cosa alguna con lo que eran obligados, ni 
cumplían de aquella manera con su honra, por 
lo cual él se determinaba que lo que de aquel 
lugar los había de sacar, había de ser la muer- 
te de los unos ó de los otros. Por estas pala- 
bras de Diego García de Paredes vino la cosa 
á tanta discordia entre los españoles que fué 
causa de no acabar del todo aquel hecho ni 
alcanzar cumplidamente la victoria, que sin 
ninguna duda hubieran, si todos ellos se con- 
cordaran en un mismo parecer. Y así con todo 
su daño y heridas de cabeza se apeó después 
de rompida su lanza, y habiéndosele por des- 
gracia caído la espada de la mano y perdida 
la maza, obstinadamente se valió de tirar pie- 
dras, con las cuales por orden el espacio del 
campo estaba señalado, de que hizo mucho 
daño é impedimento á losenemigos. Finalmen- 
te, los franceses salieron del campo y los es- 
pañoles se quedaron en él con la mayor parte 
de la victoria. Duró este combate de once por 
once cinco horas y más, las cuatro horas de 
día y lo demás de noche. Fué el más reñido y 
duro combate que nunca se vido ni se leyó 
jamás. Los jueces en el tribunal sentenciaron 
que la victoria era incierta, con tal que á los 
españoles les fué dado el nombre de valero- 
sos y esforzados, y á los franceses el loor de 
una grande constancia. Pero bien es aquí apli- 
car un agudo y muy sotil dicho del Gran Capi- 
tán Gonzalo Fernández de Aguilar y de Cór- 
doba acerca de esto, porque habiendo vuelto 
los caballeros españoles del combate, loando 
Alarcón en presencia del Gran Capitán á 
Diego García de Paredes, y en su propia pre- 
sencia, sus excelentes obras que había hecho 
en este trance, que faltándole las armas se ha- 
bía ayudado de las dichas piedras, el Gran 
Capitán respondió: «No tienes por qué mara- 
villarte en ninguna manera tanto de esto, por- 
que Diego García de Paredes en todo es muy 
valeroso y muy animoso soldado, y más que 
confiado en sus naturales armas se ha habido 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



123 



más esforzada y gallardamente que los otros». 
Todos aquellos caballeros y gentiles hombres 
que estaban presentes se rieron y holgaron 
mucho, porque por vía de palacio y pasatiem- 
po tachaba á Diego García de Paredes un 
humor malancónico que le tomaba muchas ve- 
ces y venía á salir de sí. Y tenía el dicho García 
de Paredes por costumbre dar de puñadas á 
los que estaban más cerca, así como hacen los 
furiosos cuando echan piedras á la multitud 
de la gente. De allí adelante los franceses y 
españoles encendidos por la gloria de la honra, 
con mayor orden y esfuerzo peleaban, de ma- 
nera que parecía que más combatían por la 
gloria que por el derecho del reino. Por lo cual 
se hacían muchas veces emboscadas, y otras 
veces combatían en abierta campaña, pero en 
el rescatar y trocar los soldados prisioneros 
hubo muchas contiendas de la una y de la otra 
parte, porque eran muy afligidos y molesta- 
dos los soldados y capitanes, y era la causa 
que ponían mayor tasa en el rescate de los 
prisioneros de lo que era justo, y así no podía 
sufrirse. El Gran Capitán queriendo poner en 
esto remedio, se concertó con monsiur de 
Nemos, Visorrey de Ñapóles, de esta manera: 
que un soldado privado por su rescate diese 
la paga de un mes; un hombre de armas de 
tres meses; un capitán de una compañía ó un 
alférez la paga de seis meses; el capitán de 
una banda de caballos el sueldo de un año; 
los otros capitanes de la orden de los nobles, 
cuando fuesen presos, pagasen de tasa á ar- 
bitrio del capitán general cuyos prisioneros 
fuesen. Mandó después de esto el Gran Capi- 
tán un bando por su campo, el cual mandó se- 
veramente guardar, que con los prisioneros 
usasen liberalidad y magniflcencia, y esto fué 
por dar honra y fama á la nación española, 
porque los españoles no sólo de esfuerzo, mas 
aun de humanidad y cortesía, quería que hi- 
ciesen ventaja á los franceses. Pero como los 
franceses estuviesen muy airados del mal su- 
ceso de la lite de once por once, viendo cuan 
mal había sucedido á los suyos en aquel com- 
bate y desafío, determinaron de se vengar de 
otro modo y manera, y ganar por otra parte 
lo que por aquella habían perdido. Y con esta 
determinación y voluntad monsiur de la Mota, 
que á la sazón estaba en Rubo, salió con toda 
la gente de caballo que en aquella villa de 
Rubo estaban y fué á dar un tiento en Barle- 
ta, en la cual tan solamente habían quedado 



D Diego de Mendoza con algunos otros ca- 
balleros é infantes, porque toda la más gente 
era ida con el Gran Capitán al combate, para 
favorecer y ayudar á los suyos, si por caso 
fuesen délos dichos franceses contra la segu- 
ridad acometidos. Y por esta causa sabiendo 
el capitán monsiur de la Mota la muy poca 
gente que en Barleta había quedado, vínose 
según se ha dichg arriba sobre ella- Pero don 
Diego de Mendoza, qu? muy buen caballero y 
esforzado era, no quiso en ninguna manera 
esperar á los enemigos dentro en la ciudad 
cerradas las puertas, sino con muy grande 
ánimo, varonil corazón, saUr á los recibir con 
su gente aunque era poca, mas animosa; el 
cual con aquellos pocos españoles y italianos 
que allí tenía, y los sobredichos franceses 
(que hasta las puertas de Barleta corrían por 
todos los caminos y heredamientos y atalaban 
lo que podían en ellas) se trabó una tan reñi- 
da escaramuza que muchos franceses perdie- 
ron allí las vidas y muchos fueron heridos y 
presos, y al fin no pudiendo más sufrir la fuer- 
za de los italianos, que en aquel día lo hicie- 
ron muy valerosamente, se comenzaron á des- 
baratar unos por una parte y otros por otra. 
Y D. Diego de Mendoza, que en aquella esca- 
ramuza mostró muy bien su valor y la forta- 
leza de su corazón, con pérdida de muy pocos 
de los suyos y con mucha honra de la alcanza- 
da victoria, se tornó á Barleta, adonde otro 
día vino el Gran Capitán con la otra gente y 
caballeros combatientes muy alegres, no tan- 
to por la victoria tan crecida y afamada que 
de los once caballeros franceses alcanzaron, 
cuanto por la buena victoria que el capitán 
D. Diego de Mendoza hubo tan á su salvo y 
honra. El cual contó al Gran Capitán muy lar- 
gamente todo lo que le había acaecido des- 
pués que de la ciudad de Barleta se partió al 
combate, alabando muy mucho á la nación 
italiana, que en aquel día lo habían hecho muy 
virilmente, usando de muy gran corazón, vir- 
tud, fortaleza y ánimo contra los franceses. 

CAPÍTULO LIIII 

De cómo un capitán francés, que se llamaba 
monsiur de Alegre, fué sobre una villa que di- 
cen San Juan Redondo, y lo que sucedió. 

Después de aquel famoso combate de once 
por once, que entre españoles y franceses 
hubo, según dicho es, el Visorrey de Ñapóles, 



124 



CRÓNICA GENERAL 



que no entendía otra cosa salvo en destruir 
á los españoles, supo cómo en una villa que 
es la montaña de Sanctángelo, que dicen San 
Juan Redondo, estaba un capitán español con 
ciento y cincuenta españoles en guarnición de 
aquella villa, y que si se pusiese diligencia, se 
podría muy fácilmente tomar junto con otros 
lugares y villas de aquella montaña; el cual 
luego envió contra aquella villa de San Juan 
Redondo uno de sus capitanes, que llamaban 
monsiur de Alegre, con trescientos hombres 
de armas y quinientos caballos ligeros y mil 
y quinientos infantes, con siete piezas de ar- 
tillería. Y con esta orden y mandamiento se 
partió monsiur de Alegre de Canosa, y por 
sus jornadas allegó á San Juan Redondo, adon- 
de con mucha diligencia asentó su campo y 
hizo todos los aparejos que convenía para la 
expugnación de aquella villa y asentó el arti- 
llería contra el muro, el cual hizo batir con 
mucha fortaleza dos días continuos, de cuya 
causa vino á tierra una buena parte del muro. 
Pues como en los semejantes combates suele, 
acaeció luego que se hubo dado la batería, 
monsiur de Alegre hizo meter en armas su 
gente, y en allegándola al muro dióse la bata- 
lla á la villa, adonde como los franceses fue- 
sen muchos en número y los españoles po- 
cos, conveníales cumplir con fuerzas y ánimo 
la falta de la gente, por manera que hicieron 
tanto aquel día de sus personas, que dado 
caso que gran parte del muro hubiese el arti- 
llería de los franceses echado por tierra, re- 
botaron aquel día á los franceses y les mata- 
ron é hirieron más de veinte soldados con 
harto poco daño suyo. El Gran Capitán que 
estaba en Barleta, luego que monsiur de Ale- 
gre se partió de Canosa para ir contra San 
Juan Redondo, fué luego avisado, por lo cual 
con mucha presteza despachó á Diego García 
de Paredes con ochocientos infantes, para que 
metidos con aquella gente en dos galeras y 
otros siete navios fuese á la mayor priesa que 
pudiese á socorrer aquella villa por la vía 
de la mar. Diego García de Paredes, que no 
era perezoso en lo que tocaba al servicio de 
su rey, luego se movió de Barleta la vía de 
San Juan Redondo, y tanto anduvo que llegó á 
vista de la villa. Los franceses, como vieron 
venir aquellas velas, reconocieron que eran 
españoles, y por esta causa monsiur de Ale- 
gre mandó apresurar la batería, por razón que 
antes que los españoles socorriesen la villa, la 



tomasen. Y de tal manera la batieron y con 
tanta fortaleza, que en poco espacio metieron 
llano por el suelo una gran parte del muro, 
por lo cual convenía á los de dentro de la vi- 
lla combatirse con los franceses á lanza pare- 
ja. Finalmente, el Gobernador español viendo 
la poca gente que tenía y la mucha de los ene- 
migos, y que era imposible los de dentro de 
la villa combatirse con los franceses y poder 
sostener la villa á causa del muro derribado, 
determinó de venir en concierto con monsiur 
de Alegre, al cual envió á decir que si le hiciese 
seguro á él y á los suyos juntamente con los de 
la villa, de sus personas y haciendas, de mane- 
ra que no recibiese daño de alguna persona, 
que ellos le entregarían la villa, donde no, que 
ellos determinaban de morircomo les convenía, 
de morir en prisión ó de morir en libertad, de- 
fendiendo la villa con todo su poder y fuerzas. 
Monsiur de Alegre, que como era francés de 
naturaleza ansí lo era en sus malas maneras, 
mostró que era contento de pasar por aquel 
partido con condición que los de la villa pudie- 
sen hacer lo mismo, y ansí lo prometió sobre su 
fe de hacer, y con esto el capitán español, no 
creyendo que monsiur de Alegre haría otra 
cosa, le recibió á él y á su gente en San Juan Re- 
dondo; y queriéndose partir aquel capitán, mon- 
siur de Alegre, yendo contra su fe y palabra, 
hizo prender al capitán español y á todos los 
suyos, á los cuales hizo despojar de sus armas 
y caballos y todo lo que tenían. Junto con esto 
hizo saquear la villa y hacer otros agravios 
que no debiera, por solo cumplir su palabra y 
fe. En esto Diego García de Paredes era ya 
bien cerca de Manfredonia, el cual siendo vis- 
to por monsiur de Alegre, no quiso esperar 
en San Juan Redondo, por razón que por la 
batería que ellos habían antes dado en aque- 
lla villa estaba el muro muy mal parado y no 
era posible poderse defender de los españo- 
les en aquel lugar. De cuya causa luego se 
partió con toda su gente de aquella villa y 
vínose la montaña abajo á San Juan Leonardo, 
con voluntad de irse á meter en otra villa que 
estaba la marina arriba, que llaman Veste, 
porque monsiur de Alegre tenía habla con al- 
gunos ciudadanos de Veste, en que le habían 
enviado á decir, cuando estaba sobre San Juan 
Redondo, que queriendo venir con su gente 
sobre aquella ciudad, ellos le prometían de le 
abrir las puertas y de le recibir dentro; y por 
esta razón monsiur de Alegre luego se movió 



d 



DEL GRAN CAPITÁN 



125 



de San Juan Leonardo con toda el artillería y 
gente, y vino á una villa que llaman Ronda, 
que es asimismo en la sobredicha montaña de 
Santángel; y porque desde aquel lugar ade- 
lante camino de Veste no se podían llevar los 
carros del artillería, por la aspereza de la tie- 
rra, hízola monsiur de Alegre embarcar en 
cuatro galeras que el capitán Peri Juan, del 
armada francesa, al presente tenía en aquel 
puerto de Ronda, adonde juntamente con el 
artillería mandó embarcar quinientos suizos 
para guardar el artillería y para que se metie- 
sen en Veste antes que ellos, y con esto el 
capitán monsiur de Alegre por tierra y el ar- 
tillería y la otra gente por mar, cada cual en- 
derezó su camino la vía de Veste. En esto 
Diego García de Paredes, que ya había llega- 
do á Manfredonia, fué avisado de lo que mon- 
siur de Alegre hizo en San Juan Redondo, y 
ansimismo de cómo por razón de la habla que 
con los ciudadanos de Veste tenía, con inten- 
ción de se meter en aquella ciudad, había mo- 
vido de San Juan Redondo la montaña abajo, 
la vía de aquella ciudad. 

CAPÍTULO LV 

De cómo Diego García de Paredes salió de 
Manfredonia de noche v allegó á Veste antes 
que los franceses y se metieron dentro. 

Pasando estas cosas según la orden que 
monsiur de Alegre había dado en aquel hecho, 
Diego García de Paredes, que bien había sido 
de todo lo que pasaba avisado, estando como 
estaba en Manfredonia, se partió aquella no- 
che de la villa á las tres horas de noche, y 
dándose la mayor priesa que pudo vino so- 
bre Veste á la punta del día, ya que quería 
amanecer; y los de Veste, como reconocieron 
las galeras que venían por la mar ser españo- 
les, teniendo ya concertado, según dicho es, 
con monsiur de Alegre de lo recibir dentro de 
la ciudad, diéronle luego aviso, diciendo cómo 
galeras españolas habían llegado con gente 
por mar á se meter en la ciudad, y pues él se 
había estado en venir, como se había concer- 
tado, no podían hacer otra cosa sino darles la 
ciudad y estar como estaban en obediencia, 
porque de otra manera, haciendo lo contrario, 
ellos no tenían aparejo para se defender tan 
solamente una hora. Los principales que de 
este caso habían sido autores con los france- 



ses, no se hallando bien seguros en la ciudad, 
por razón que si el capitán español lo supiese 
los castigaría por su traición y menos fe, tu- 
vieron por bueno y más seguro partido ausen- 
tarse de allí y irse adonde monsiur de Alegre 
estaba, en Ronda, Luego Di^go García de Pa- 
redes, como llegó sobre Veste, saltó en tierra 
con toda su gente, que eran cuatrocientos 
hombres, y sin ninguna contradicción ni resis- 
tencia que en los de Veste hallase se metió 
dentro, y allí habló con los ciudadanos, confir- 
mándolos en el amor del Rey de España y re- 
prendiéndolos amorosamente lo mal que lo 
habían hecho en se cartear con los franceses 
y mostrarles voluntad de los recibir en la ciu- 
dad, en que mucho habían deservido á su 
Rey, lo cual todo se les perdonaba, queriendo 
de ahí adelante mudar la condición y fielmen- 
te, junto con él, mostrar sus fuerzas contra 
los franceses. Los de Veste se disculparon, 
echando toda la traición en los ausentes, di- 
ciendo cómo ellos habían sido los levantado- 
res de aquel trato y que ellos no habían te- 
nido conformidad ninguna con ellos en deser- 
vicio de su Rey. Finalmente, quedando los de 
Veste en mucho amor con el capitán español, 
hiciéronse luego con gran diligencia todos los 
aparejos que para esperar los franceses eran 
necesarios, esperando si por ventura los fran- 
ceses todavía procurarían de venir sobre 
aquella ciudad. Monsiur de Alegre, como supo 
que la ciudad de Veste había sido de los es- 
pañoles ocupada por razón de su tardanza, 
pesóle mucho de ello, pero no dejó todavía 
tentar con su gente lo que hacerse podía. El 
cual, enviando primero delante cincuenta hom- 
bres de armas y cien caballos ligeros y tres- 
cientos infantes, él se quedó en Ronda con 
voluntad de luego otro día siguiente moverse 
de aquel lugar la vía de la ciudad de Veste. 
Aquella gente francesa que monsiur de Ale- 
gre envió á saber el estado de la ciudad, á fin 
de tomar lengua del número de la gente espa- 
ñola que dentro estaba, partiéndose de Ron- 
da allegaron hasta milla y media de Veste an- 
tes que fuese de día, y allí se emboscaron to- 
dos hasta que fué el día claro, desde donde 
enviaron veinte hombres de armas y cincuen- 
ta caballos ligeros para correr la tierra é in- 
formarse de lo que en Veste se hacía. Y los 
corredores franceses con esta orden se par- 
tieron de la emboscada y llegaron junto á la 
ciudad, en un monasterio que se dice San 



126 



CRÓNICA GENERAL 



Francisco; y Diego Oat-cía de Paredes, c}Ué fué 
avisado de los corredores franceses y cuan 
junto estaban de la ciudad, salió á ellos con 
ciento y cincuenta españoles de los suyos y 
dio sobre ellos con mucha fortaleza, y los fran- 
ceses, por el contrario, se comenzaron á de- 
fender no teniendo en nada á los españoles; 
pero al fin los españoles hicieron tanto aquel 
día, que eh muy poco espacio desbarataron á 
los franceses y mataron y hirieron de ellos 
más de treinta. Y los franceses, que todavía 
eran de los españoles seguidos, retrajéronse 
hasta el lugar do los otros franceses estaban 
emboscados, los cuales, recogiendo á los su- 
yos y viendo ir los españoles todavía en su 
alcance, partieron de allí todos de aquel lugar 
y muy con gran priesa se recogieron á un lugar 
cercano de allí, que llaman Viqo; y desde allí 
se fueron á Ronda á dar aviso de todo lo que 
alcanzaban del estado de la ciudad á monsiur 
de Alegre; y los españoles se tornaron muy 
alegres á Veste, habiendo hecho aquel aco- 
metimiento muy á su salvo y sin daño de los 
suyos. 

CAPÍTULO LVI 

De lo que acaeció al capitán Peri Juan en el 
puerto de Veste, y de cómo partiéndose de 
allí fué sobre Visela. 

Hase dicho arriba cómo monsiur de Alegre 
desde Ronda había enviado gente para infor- 
marse de lo que se hacía en Veste. Dice ago- 
ra la crónica que después que aquellos corre- 
dores franceses fueron por los españoles des- 
baratados, según dicho es, y tornando toda 
la gente que había enviado á Ronda, adonde 
él había quedado con voluntad de ese mismo 
día partir con la otra gente la vía de Veste, 
dijéronle el mal recibimiento que en los espa- 
ñoles habían hallado; y asimismo que como los 
de Veste ya habían mudado del propósito y 
voluntad que habían mostrado de los recibir, 
por manera que monsiur de Alegre, que muy 
bien conocía lo que su gente le decía, princi- 
palmente viéndolos venir tan mal parados 
como los vido, determinó de no seguir aque- 
lla empresa, antes luego se partió de Ronda 
y fuese con su gente á Canosa para dar aviso 
de su voluntad al capitán Peri Juan, que lle- 
vaba por mar el artllleria. Despachó de presto 
ufla barca para le decir que, dejada la empre- 
sa_de Veste, se tornase con aquella gente y 



artillería la vía de Visela y la cercase y la to- 
mase por el Rey de Francia, y que rio quisiese 
pasar adelante por razón que no había ningún 
efecto en aquel caso, antes recibiría daño en 
la gente. La barca se partió de Ronda para 
dar aviso al capitán Peri Juan; pero como las 
cosas de la mar no suceden todas veces con- 
forme al querer y voluntad de los navegantes, 
sucedió aquel mismo día que el capitán Peri 
Juan se partió de Ronda para ir sobre Veste, 
la mar mudó su sosiego y, tornado en tiempo 
contrario, dio al través con el armada, por ma- 
nera que, á cabo de mucho peligro, habiendo 
de ir el armada francesa la vía de Veste, fué 
á parar en un puerto de Esclavonia, de cUya 
causa ni la barca cumplió el mandado de mon- 
siur de Alegre ni el capitán Peri Juan fué avi- 
sado de ella de lo que había de hacer, ni me- 
nos acabó aquello que le fué mandado por 
monsiur de Alegre, que era que fuese sobre 
Veste. Finalmente, el capitán Peri Juan, como 
vido el tiempo metido en bonanza, deseando 
cumplir lo que por monsiur de Alegre le había 
sido mandado, partióse cOri sus galeras de 
aquel puerto, de do había parado, creyendo 
que ya habría monsiur de_ Alegre tomado la 
ciudad de Veste y que allí le hallaría sin nin- 
guna duda, según el concierto que con los de 
Veste tenía, y Viniendo con muy buen viento, 
allegó cerca del puerto de Veste un día de 
mañana. A la sazón acaeció que salió del puer- 
to una fusta de españoles, y el capitán Peri 
Juan, como la vio venir, encaró contra ella con 
sus galeras con voluntad de la tomar, y los 
que venían en la fusta, como reconocieroh las 
galeras francesas, tornaron á muy gran priesa 
á se meter en el puerto, y los franceses toda- 
vía la fueron siguiendo hasta tanto que dos 
galeras de las francesas se adelantaron más 
y le tomaron el camino, por manera que con- 
vino á los de la fusta, antes que los franceses 
aferrasen con ella, allegar la proa en tierra 
junto aquel lugar do estaba el monasterio de 
San Francisco. Como allegaron los de la fusta, 
saltaron afuera desmanparándola por ampa- 
rar sus vidas. Entonces el capitán de las ga- 
leras se metió en un bergantín y en los esqui- 
fes de las galeras metió doscientos hombres, 
y con aquel aparejo, dejando las galeras más 
metidas en la mar, se fué al lugar donde esta- 
ba la fusta española para la tomar. En esto, 
aquellos hombres que iban en la fusta espa- 
ñola, que eratl tan solamente diez hombres, 



DEL GRAN CAPITÁN 



127 



habiendo ya dado aviso á Diego García de 
Paredes de lo que en la mar pasaba, pusié- 
ronse á defender la fusta y hicieron mucho 
contra los franceses; pero en fin, como ellos 
uesen pocos, los franceses tomaron tierra é 
hicieron retirar á los españoles la montaría 
arriba. En este tiempo Diego García de Pare- 
des salió de Veste con ciento y cincuenta 
hombres y vino á aquel lugar do los france- 
ses pugnaban por tomar aquella fusta espa- 
ñola, y contó gran parte de los suizos que el 
capitán Peri Juan traía estuviesen en tierra, 
la gente española de Diego García de Paredes 
dio de recio en ellos, y tanto hicieron aquel 
día que, peleando muy fuertemente, mataron 
los españoles más de cien hombres de la par- 
te francesa, y de los que procuraban de se 
meter en los esquifes para se salvar fueron 
en la mar anegados más de veinte de ellos; 
los demás, con gran dificultad y daño suyo, se 
pudieron recoger á las galeras. Y verdadera- 
mente aquel día muriera mucha gente, si no 
fuera que en todo^el tiempo que los españo- 
les escaramuzaban con los franceses no deja- 
ban el artillería de las galeras de soltar muy 
á menudo su acostumbrada colación, de que 
no poco daño y mayor estorbo hacía en los es- 
pañoles en no los dejar dar el fin de aquella es- 
caramuza, muy más sangrienta que no lo fué. 
En esto el capitán Peri Juan, habiéndose reco- 
gido con su gente en las galeras, viendo el daño 
que había recibido y el poco que en los con- 
trarios habían hecho, determinó de se mover 
de aquel lugar con las galeras é irse á Ronda, 
creyendo que hallarían allí á monsiur de Ale- 
gre, el cual, como fué en Ronda, supo cómo 
le había dejado mandado monsiur de Alegre 
que dejase la empresa de Veste y se tornase 
la vía de Vísela á la cercar y tomar, según 
que la crónica lo ha contado, y hízolo así. Y 
Diego García de Paredes, muy contento del 
daño que había en los franceses hecho tan á 
su salvo, se tornó á Veste, quedando de los 
suyos sólo uno muerto y quince heridos. 

CAPÍTULO LVII 

De cómo el capitán Senón salió de San Juan 
Redondo y vino á correr d Santángelo, y de 
lo que le sucedió. 

En este mismo tiempo qué pasó en Veste lo 
contado, un capitán qué rtionsiur de Alegre 
había dejado en San Juan Redondo al tiempo 



que salió de aquella villa para venir sobre 
Veste (al cual llamaban él capitán Senón), de- 
terminó una noche de salir de aquel lugar é 
ir á correr á Santángelo, una buena villa que 
es en la montaña, de cuyo nombre se llamó la 
montaña de Santángelo, adonde estaba en 
guarnición un capitán español que llamaban 
el capitán Villalba, de quien en otro lugar la 
crónica ha hecho mención, con trescientos in- 
fantes españoles. Y como el dicho capitán 
francés saliese de noche. Vino hasta hiilla y 
media de Santángelo y allí se metió en un 
bosque espeso esperando á que viniese el día, 
y como ya fuese claro, envió desde allí cien 
infantes adelante á correr la tierra, á que to- 
masen alguna buena presa de ganado, de qué 
hay mucho en aquella montaña; y los infantes 
franceses hiciéronlo así cómo por el capitán 
les había sido mandado, y comenzando á co- 
rrer por aquellos términos y rededores de 
aquel lugar, robaron hasta trescientas cabe- 
zas de ganado que hallaron fuera dé la villa. Y 
los pastores que guardaban él ganado, cómo 
vieron los franceses, desmamparáronlo y fué- 
ronse á la villa de Santángelo á dar aviso al 
capitán Villalba, que allí estaba, de todo lo 
que pasaba, diciendo en cómo franceses ha- 
bían subido la montaña y les habían robado 
todo el ganado que tenían fuera en los pastos 
y que habían procurado de captivarlos á ellos, 
y hacían otros daños y desaguisados en aque- 
lla comarca. De cuya causa el capitán Vi- 
llalba, muy enojado de lo que oía, salió fuera 
de Santángelo con doscientos hombres, co- 
rriendo á grande prisa, y alcanzaron á los 
franceses, que llevaban aquella cabalgada de 
ganado, á media milla de aquel lugar, y dando 
con mucha fortaleza en ellos los desbarataron 
en poco espacio y mataron y prendieron los 
españoles hasta más de veinte franceses y, 
junto con esto, les toncaron la cabalgada, que 
no se perdió de ella tan solariiente una cabeza 
de ganado; y los franceses, ansí desbarata- 
dos, escaparon por la aspereza de la monta- 
ña y se fueron donde habían dejado su capitán 
emboscado. El cual como supo que los españo- 
les venían en pos de ellos y del mal recibimien- 
to que habían habido sus soldados de los espa- 
ñoles (diciéndose muy propiamente por ellos 
que fueron por lana y vinieron trasquilados), 
levantóse á gran priesa del bosque y retrájose 
con su gente al lugar adonde habían venido, 
que era San Juan Redondo. Y los españoles, 



128 



CRÓNICA GENERAL 



viendo ya en su poder la cabalgada que los 
franceses llevaban, se tornaron asaz alegres 
á Santángelo, no queriendo más seguir á los 
franceses. 

CAPÍTULO LVIII 

De un desafio que Diego García de Paredes 
hizo contra monsiur de Formento, y de cómo 
Diego García de Paredes salió del campo 
con mucha honra. 

La crónica ha ya contado cómo cuando el 
Visorrey de Ñapóles fué sobre Taranto, des- 
de Barleta envió á Luis de Aste y á monsiur 
de Formento para que aguardasen á Luis de 
Herrera y al Conde de Matera y Arzobispo de 
Mazarra y ios destruyesen juntamente con la 
gente que llevaban. Pues dice agora la cróni- 
ca que, habiendo ya monsiur de Formento to- 
mado en prisión en aquel rebate al Conde de 
Matera y dádole libertad, quedándole un so- 
brino suyo en rehenes, para que fuese á Bar- 
leta por los dineros de su rescate, y no los 
hallando dentro el término que era tenido de 
los enviar, á lo menos todos ellos, el Conde de 
Matera escribió una letra al capitán monsiur 
de Formento, que era el que, según dicho es, 
había tomado en prisión al Conde, haciéndole 
saber cómo él había trabajado mucho y pues- 
to diligencia en buscar la suma de diez mil 
ducados de su rescate que le debía, y que, se- 
gún la gran penuria y falta en que aquellas gue- 
rras tenían puesto aquella tierra, en especial á 
Barleta, él no había podido hallar tanta canti- 
dad, y que por esta razón le rogaba que, pues 
entre caballeros es uso y costumbre hacerse, 
le diese término más competente dentro del 
cual pudiese buscar toda aquella suma de diez 
mil ducados, y que él le daba su fe y palabra 
de se los enviar en hallando cumplimiento de 
todo. Como monsiur de Formento leyó la car- 
ta del Conde de Matera, apartándose de aque- 
llo que á ley y gentileza de caballeros se debe, 
con muy grande enojo y soberbia le respon- 
dió por otra carta, por la cual le decía cuan 
conocido tenía mucho antes de aquello la poca 
fe de italianos y españoles, y cuan mal la sa- 
bían mantener, y que muy peor hacía quien en 
ellos se fiaba, jurando que aquello le escar- 
mentaría para todas las cosas de adelante, y 
otras cosas muchas que la carta decía en des- 
acato de ambas las naciones italiana y espa- 



ñola. El Conde de Matera, como hubo leído 
la carta de monsiur de Formento, enojado de 
sus deshonestas palabras, la mostró al Gran 
Capitán; y como la hubo leído en secreto, la 
tornó á leer otra vez en altas voces delante 
de todos sus capitanes, acriminando en gran 
manera aquellas palabras, diciendo el gran 
cargo en que monsiur de Formento infamaba, 
no sólo á la nación italiana, contra quien prin- 
cipalmente venían dirigidas, pero también á la 
nación española, queriendo por ellas notar la 
poca fe que en las dos naciones había, y de su 
parecer era que se debía de volver por la 
honra de los españoles é italianos, pues en 
aquella carta muy gran detrimento padescían 
sus honras. Pero como todas las cosas que 
de voluntad se emprenden y con temeridad, 
como hizo monsiur de Formento, por la ma- 
yor parte tienen tristes y dudosos fines, y, 
por el contrario, las que de necesidad y com- 
pelidos, acostumbran tener prósperos suce- 
sos, así acaeció en la respuesta de esta carta. 
Porque aquel animoso Diego García de Pare- 
des, que al presente se halló en Barleta, por 
su gran virtud quiso ganar para sí aquella 
honra y prez, así por las palabras del Gran 
Capitán como por lo que en la carta de mon- 
siur de Formento venía, y movido con enojo 
de aquello y por el celo de la honra de Espa- 
ña, suplicó al Gran Capitán tuviese por bien 
darle á él licencia para retar sobre aquel caso 
á monsiur de Formento, que aquella letra te- 
nía atrevimiento de enviar en denuesto de la 
nación italiana y española, á do tan buena 
gente hallaba de ambas aquellas naciones, y 
por esta razón él prometía como caballero de 
le hacer confesar por su misma boca que todo 
lo que, así contra italianos como españoles, 
había dicho, era mentira y gran falsedad, y que 
había escrito como malo y mentiroso caballe- 
ro. El Gran Capitán, que no menor enojo de 
lo dicho tenía que cualquiera otro particular 
de la compañía, hubo muy gran placer de ver la 
voluntad que Diego García de Paredes mos- 
traba en querer defender la honra de su na- 
ción y de los italianos, el cual, confiando en la 
virtud de Diego García de Paredes y cono- 
ciendo cuan buenas salidas daba en todo 
aquello que pretendía de hacer, fué contento 
de le dar aquella licencia. Luego Diego García 
de Paredes, que muy ganoso estaba de verse 
metido en el campo con aquel francés, le en- 
vió un trompeta con un cartel de desafío, en 



DEL GRAN CAPITÁN 



129 



que le retaba y daba por mentira todo lo que 
contra la nación española é italiana había es- 
crito al conde de Matera, y que por esta ra- 
zón le desafiaba y ofrecía su persona en cam- 
po, adonde pensaba hacerle desdecir por su 
propia boca de todo aquello que contra su 
nación y contra la nación italiana había osado 
decir como malo y falso caballero. Con este 
desafío fué el trompeta á monsiur de Formen- 
to, á Canosa, el cual, viendo lo que le era di- 
cho de parte de Diego García de Paredes, 
cuya fama y fortaleza estaba muy bien cono- 
cida en el campo francés, pesóle de lo que le 
había enviado á decir, viendo que no podía 
hacer menos, por lo que debía á su honra, de 
le responder, y que lo había de haber con 
Diego García de Paredes, á quien los france- 
ses cada uno en particular temían por haza- 
ñas y grandes cosas que hacía y acometía. 
Pero no pudiendo hacer otra cosa, aceptó el 
combate, respondiendo de cómo él era muy 
contento de sustentar aquellas palabras, que 
con mucha verdad había dicho y que, pues del 
salieron, él era caballero para las hacer ver- 
daderas, así en lo uno como en lo otro. Pusie- 
ron para este combate todas las cosas nece- 
sarias, así de jueces como de personas que 
estuviesen en rehenes para seguridad del 
campo; señalóse el día del combate y el lugar 
adonde había de hacerse, que era entre Tra- 
na y Vísela, según que otros combates y de- 
safíos hacerse suelen. Y allegado el día del 
combate, Diego García de Paredes salió de 
Barleta con los jueces que de su parte habían 
de ser y con mucha gente que para ver el 
combate había salido, el cual para aquel día, 
por parecer y consejo de algunos amigos su- 
yos, salió muy galán y muy bien devisado, con 
muchos penachos, así sobre su almete como 
en la cabeza y gropa de su caballo, tal que 
parecía que ponía envidia á los miradores por 
no ser cada uno de ellos el requeridor como 
lo era Diego García de Paredes. Y hechas las 
ceremonias acostumbradas, paseó el caballo, 
que español y muy bueno era, por el campo 
con mucha destreza, dando contentamiento á 
todos los que lo miraban, y después de aso- 
segado, se puso á una parte del campo, aguar- 
dando á monsiur de Formento, al cual aguar- 
dó todo el día solar, en el cual monsiur de 
Formento no salió ni osó salir ni parecer en 
todo el campo, queriendo anteponer la vida 
á la honra, la cual aquel día perdió para siem- 

Crónicas del Gran Capitán,— 9 



pre; por causa de lo cual los jueces que por 
las partes eran nombrados, todos conformes 
sentenciaron y declararon á monsiur de For- 
mento ser falso caballero, y así procedieron 
contra su honra y fama según que contra los 
tales, según orden de caballería, se acostum- 
bra proceder. Y esto hecho, los jueces y ca- 
balleros que allí se hallaron, sacaron á Diego 
García de Paredes con muy gran honra del 
campo y tornáronse á Barleta, adonde el 
Gran Capitán había quedado, del cual fué con 
mucho placer y honra recibido. 

CAPÍTULO LIX 

De cómo vino socorro de gente de Sicilia á la 
Calabria, y de cómo vino el Conde de Melito 
contra ellos en Terranova, y de cómo por la 
venida de D. Yugo de Cardona fueron libra- 
dos los que estaban en el castillo de Terra- 
nova. 

Era tan grande la hambre y falta de basti- 
mentos que en este tiempo tenían los del 
campo español que estaban en Barleta, por lo 
cual padecía mucho trabajo, á los cuales de- 
jará la crónica por agora, y dirá lo que en la 
Calabria acaeció en aquel mismo tiempo. Pues 
dice agora que un día, andados diez y nueve 
días del mes de Octubre del sobredicho año 
de mil y quinientos y tres, habiendo el Gran 
Capitán enviado por gente á Sicilia para guar- 
nición de la Calabria, vino en aquella provin- 
cia gran copia de gente siciliana y española, 
toda muy buena gente; y como allegaron en 
la Calabria luego se fueron á meter en una 
villa que se dice Terranova, y estando allí 
dando orden en lo que debían de hacer, el 
Conde de Melito, que tenía la parte de Francia 
junto con el Príncipe de Salerno, como supo 
que españoles tenían tomada aquella villa por 
el Rey de España, estando á la sazón en la 
llana de Terranova allegó sesenta hombres 
de armas y ciento cincuenta caballos ligeros 
y cuatrocientos infantes, y con aquella gente 
vino sobre Terranova con voluntad de des- 
truir á los que estaban dentro de la parte de 
España. Y como allegó á aquella villa, dio or- 
den de dar la batalla, la cual comenzó á dar por 
una parte que dicen la puerta de la Judaica, 
y la gente que de la parte de España estaba 
hizo mucho en la defensión de la villa, y ansí 
se defendieron algunos días con mucha for- 



130 



CRÓNICA GENERAL 



taleza; pero al fin, como no hubiese mucha ó 
ninguna fe en los villanos de Terranova, tra- 
maron muy secretamente de meter dentro al 
Conde de Melito y á su gente, y con esta vo- 
luntad, un día los de Terranova los metieron 
por una puerta que ellos mismos guardaban, 
que dicen la puerta de Santa Catalina; y los 
españoles como conocieron la traición de los 
de Terranova, no tuvieron otro remedio sal- 
vo recogerse todos en el castillo, los cuales 
el Conde y su gente siguieron hasta los meter 
en el castillo. En este alcance murieron dos 
soldados de la parte de España y otros mu- 
chos hirieron, pero al fin retraídos todos al 
castillo hiciéronse fuertes en él muchos días, 
por razón que el Conde los tuvo cercados más 
de veinticuatro días, dentro de los cuales los 
españoles padecieron muy gran trabajo de 
hambre y otras necesidades. De manera que 
faltándoles del todo el mantenimiento comían 
carne de algunos caballos que dentro tenían, 
que les fué no poca ayuda y consolación, que 
de otra manera sin ningún remedio perecieran 
de hambre; y bebían agua de unos pozos que 
en el castillo había de no muy buena agua, y 
verdaderamente no pudieran sufrirse cuatro 
días más que no vinieran en poder del Conde 
y de los suyos. Pero como todas las cosas que 
están en peligro y necesidad Dios sea el que 
da el remedio al mejor tiempo, acaeció que 
sabiendo D. Yugo de Cardona, que después 
de la partida del Rey D. Federico de Ñapóles, 
se había ido á Roma, la necesidad que el 
Gran Capitán tenía de gente, salió de Roma 
con seiscientos infantes y fué á Sicilia, y de 
ahí con muy gran diligencia pasó á la Calabria 
con aquella gente en aquel mismo tiempo que 
los españoles estaban en el castillo de Te- 
rranova estrechamente cercados. Y estando 
en una villa de aquella provincia, que dicen 
Semenara, supo la gran necesidad en que el 
Conde de Melito tenía á los españoles, de cuya 
causa, metiendo en orden su gente, don Yugo 
de Cardona se movió de Semenara endere- 
zando su camino la vía de Terranova. En esto 
el Conde de Melito, como supo la venida de 
aquel capitán español contra su persona y los 
suyos, dejando alguna de su gente en guarda 
del castillo, él mismo con ciento y cincuenta 
caballos ligeros y con cien hombres de armas 
y algunos infantes salió de Terranova para 
saltear en el camino á don Yugo de Cardona 
y á su gente. Y con esta voluntad se vino 



abajo de un casar que dicen San Martín, para 
los esperar allí, los cuales á más andar ya ve- 
nían su camino derecho de Terranova; y al 
pasar de un río que corre por aquel lugar, la | 
gente del Conde de Melito y de don Yugo de ■ 
Cardona se encontraron, y allí comenzó á tra- 
barse entre ellos una muy brava escaramuza 
y reñida, adonde la gente de don Yugo de 
Cardona hicieron tanto que con mucho daño 
de la gente del Conde le desbarataron, mu- 
riendo en aquella pelea veinte hombres del 
conde y catorce que fueron presos. Y después 
de mucho daño que de aquella vez hubo en la 
gente del Conde, recogióse él con la otra gen- 
te y se salvó con ella en Melito; y don Yugo 
de Cardona, muy alegre con la victoria que del 
Conde hubo, prosiguió su camino la vía de 
Terranova, adonde saliendo la gente que el 
Conde de Melito había dejado sobre el casti- 
llo, supieron lo mal que al Conde le había su- 
cedido, y de cómo don Yugo de Cardona se 
venía á meter en Terranova á descercar los 
españoles y otras gentes del castillo; por lo 
cual los del Conde se levantaron de aquel lu- 
gar y se salieron á muy gran priesa y se f uei on, 
á MeHto, adonde el Conde estaba, y don Yugo 
de Cardona allegando á Terranova destruyó 
aquel lugar y la saqueó, sacando del castillo 
la gente que en él se había retraído, según di- 
cho es, lo cual mandó hacer por se vengar de 
la traición que los de aquella villa cometieron, 
contra su rey y señor y contra su gente. De 
esta manera fueron descercados aquellos que 
por el Conde de Melito en el castillo de Te- 
rranova estaban cercados. 

CAPÍTULO LX 

De cómo los Príncipes de Calabria se movieron 
contra don Yugo de Cardona, y de lo que al 
Príncipe de Rosana acaeció con el capitán 
Peynero. 

Después que el Condef ué roto en lo de Te- 
rranova en fin de aquel mes de Octubre del 
dicho año, los Príncipes de Vesiñano y Saler- 
no con otros muchos varones y principales de 
aquella provincia de la Calabria se allegaron 
juntos en uno con doscientos hombres de ar- 
mas y con cuatrocientos infantes y con dos- 
cientos caballos ligeros franceses, y con otra 
mucha gente de la tierra, y determinaron de 
venir contra don Yugo de Cardona, que esta- 



DEL GRAN CAPITÁN 



131 



ba en Terranova con su gente. El cual como 
supiese que los Príncipes de Calabria le ve- 
nían á buscar con todo su poder, y viendo que 
aquella villa no era nada fuerte para los po- 
der allí esperar, en especial temiéndose de los 
de la villa no le hiciesen otra semejante trai- 
ción como la pasada, según dicho es, salióse 
de allí con toda su gente y fuese á otra villa 
que se llama San Jorge. Los Príncipes de la 
Calabria, después que se hubieron partido de 
Melito vinieron por Semenara, que estaba por 
el Rey de España, y tomáronla por fuerza de 
armas, y después la saquearon y quemaron 
muchas casas de los principales. Finalmente, 
dejándola muy mal parada siguieron su cami- 
no para Terranova, y viniendo sobre ella su- 
pieron cómo don Yugo de Cardona, siendo 
avisado de su venida, se había salido de aque- 
lla villa y ídose con su gente á San Jorge, y 
por esta razón los Príncipes se metieron en 
Terranova y estuvieron dentro más de quince 
días sin hacer cosa que de contar sea. Pero 
en este tiempo el Príncipe de Rosano, que era 
de los Príncipes de la junta, trató con los ciu- 
dadanos de Rosano muy secretamente para 
que tomasen al capitán Peynero, que estaba 
dentro de aquella ciudad, que la tenía en 
guarnición por el Rey de España, adonde te- 
nía aposentados quinientos infantes y dos- 
cientos caballos ligeros. Y el Príncipe para 
haber de poner por obra este hecho, aperci- 
bió primero todas las tierras de la comarca, 
para que si el capitán Juan Peynero saliese de 
Rosano, no se pudiese escapar por ningún 
arte sin que fuese preso. Y dada esta orden, 
según dicho es, el Príncipe de Rosano vino á 
Rosano, y venía con mil y quinientos infantes 
de la provincia y ochenta hombres de armas 
y doscientos caballos ligeros, con voluntad de 
prender á Juan Peynero y á su gente. Pero 
como este capitán fuese avisado de la venida 
del Príncipe y por conjeturas hubiese sacado 
el trato que contra él había sido concertado, 
determinó de no esperar más allí, y una noche 
muy secretamente se salió de Rosano con su 
gente y fuese la vía de Cotrone. Como la gen- 
te del capitán Juan Peynero fuese la más de la 
provincia, como sintieron que el príncipe de 
Rosano venía contra Juan Peynero, amotiná- 
ronse los más de sus soldados, en especial de 
la gente de infantería, y con toda esta falta 
que al capitán Juan Peynero se recreció, vi- 
niendo su camino la vía de Cotrón se encon- 



tró en la mitad del con el Príncipe de Rosano 
y su gente, con el cual le convino de fuerza 
venir á las manos, y hubo con el Príncipe una 
muy recia y reñida escaramuza, y murieron 
muchos soldados de una y de otra parte; pero 
al fin como la gente del Príncipe fuese en des- 
igual número mayor que la del capitán Pey- 
nero, hubo el Príncipe lo mejor de la batalla, y 
siendo los infantes del capitán Juan Peynero 
desbaratados, y por el mismo caso toda la 
otra gente de caballojy hombres de armas, no 
pudo hacer menos de desamparar el campo y 
retraerse con toda la gente que pudo recoger 
en Cotrón, adonde estuvo retraído algunos 
días hasta tanto que el Comendador Aguilera 
le socorrió, según abajo más largamente se 
dirá. 

CAPÍTULO LXI 

Del socorro que el Rey de España envió en la 
Calabria, y de cómo el Comendador Aguilera 
vino con gente de Roma ansimismo en so- 
corro, y de lo que sucedió á los unos y á los 
otros. 

Cállase al presente lo que en la Puglia acae- 
cía, adonde el cuerpo de los dos ejércitos es- 
taba, y dícese lo que pasó en la Calabria con los 
Príncipes de ella, que todos eran enemigos de 
España. Había mediante este tiempo muchas 
escaramuzas, rebates y otros recuentros en- 
tre españoles y la gente de los Príncipes de 
la junta, en los cuales ansí de los unos como 
de los otros había muertos y heridos y presos. 
Acaecían otros daños semejantes que en gue- 
rra acaecer suele, por lo cual el Rey Católico 
de España, que muy gran cuidado tenía, vien- 
do la necesidad que los españoles que esta- 
ban en la Calabria tenían de gente y que el 
Gran Capitán no se podía sin gran daño des- 
hacer de la gente que tenía en Barleta y en 
sus confines, que en defensa de aquellas tie- 
rras estaba, envió en la Calabria un caballero 
que llamaban Manuel de Benavides, con dos- 
cientos hombres de armas y doscientos jine- 
tes y con cuatrocientos infantes para en so- 
corro de los otros españoles que en la Cala- 
bria estaban. Y el sobredicho capitán con esta 
gente vino á una villa que dicen Rijoles, que 
está en la costa de la Calabria, adonde desem- 
barcó un día, andados quince días del mes de 
Noviembre del sobredicho año, y después de 
esto estuvo algunos días en Rijoles dando- 



132 



CRÓNICA GENERAL 



orden en lo que debían hacer, y partiéndose 
de Rijoles vínose la vía de una villa que dicen 
Yrache, adonde allegó á veintitrés días del di- 
cho mes. Los Príncipes de la Calabria, que se- 
gún se ha contado estaban en Terranova con 
su gente, como fueron avisados del socorro 
de gente que había pasado en la Calabria con 
Manuel de Benavides, luego desmayaron y 
dejaron lo que tenían determinado de hacer 
contra D. Yugo de Cardona, que estaba en 
San Jorge; y no osando esperar á los españo- 
les en aquella villa que era asaz flaca de de- 
fensa, según dicho es, salieron todos juntos 
de Terranova y fuéronse á Melito. En Terra- 
nova dejaron un capitán que llamaban Maler- 
ma, con cien hombres de armas y con tres- 
cientos infantes gascones en defensa de aque- 
lla villa, si españoles viniesen sobre ella. El 
capitán Manuel de Benavides, siendo sabidor 
que los Príncipes de la Calabria se habían re- 
tirado á Melito, vino con toda su gente sobre 
el capitán Malerma, y allegando á Terranova 
comenzó á combatir el muro, y los de la tie- 
rra por el mismo caso se defendían con mucha 
fortaleza. Y al fin no pudiendo tomarlos con 
las armas, los tuvo cercados más de quince 
días, en los cuales el capitán Malerma hizo sa- 
ber á los Príncipes el estrecho en que estaba 
y de cómo no podía hacer menos de se dar, si 
de ellos no fuese socorrido. Y por esta razónlos 
Príncipes salieron de noche con toda su gente 
de Melito y vinieron muy secretamente sin 
ser sentidos aquella noche á Terranova, y por 
una parte de la villa sacaron al capitán Ma- 
lerma con toda su gente y tornáronse con 
ellos á Melito. Y luego como fué de día, supo 
el capitán Manuel de Benavides lo que los 
Príncipes habían hecho, por lo cual sin más 
detener se movió de allí y fué en su alcance 
hasta dentro de Melito; y como no los pudie- 
sen haber á las manos tornáronse de allí á un 
lugar que se dice Burelo, adonde aposentó su 
persona y gente hasta que fué tiempo de sa- 
lir de allí, según se dirá en su lugar. Estaba en 
este mismo tiempo el Comendador Gómez de 
Solís en la Mantra con toda su gente, el cual 
como viese que los españoles ya comenzaban 
alzar cabeza y que era tiempo que se mo- 
viesen de aquel lugar en su ayuda y favor, 
aderezó toda su gente, que eran los que sacó 
de la Mantra ciento y cincuenta hombres jun- 
tamente con otra alguna gente de aquellos 
que se habían ausentado de Cosencia y vino 



m 

em- 



sobre aquella ciudad, por razón que al tiem- 
po que los principales se fueron á meter en 
Melito enviaron desde allí al capitán Gre- 
mino con mucha y muy buena gente á tomar 
la ciudad de Cosencia por el Rey de Francia. 
Y de esta causa avino que los españoles que 
estaban en guarnición de aquella ciudad se 
retrajeron al castillo y allí estaban cercados de 
los franceses. Finalmente, el Comendador Gó- 
mez de Solís vino una noche á Cosencia y de 
la media noche abajo se metió muy secreta- 
mente dentro en la ciudad y dio á deshora en 
los enemigos que estaban descuidados y te- 
nían el cerco sobre el castillo, y de tal manera 
los acometió que en muy breve las guardas 
de los enemigos rompiendo, se metieron den- 
tro en el castillo y le proveyó de más gente y 
de vituallas y de todo lo necesario para su 
defensión. En este mismo tiempo, el Comen- 
dador Aguilera, que estaba en Roma, movido 
de la fama de la necesidad que sabía que te- 
nía el Gran Capitán, en especial la gente que 
estaba en la Calabria, y viendo que no tenían 
ni podían venir á mejor tiempo para servir al 
Rey Católico su señor, que en este tiempo te- 
nía determinado de salir de Roma en el soco- 
rro de aquella provincia. Y con esta voluntad 
allegó cuatrocientos españoles, gente bien 
escogida, y con aquella gente se vino á Sicilia. 
Dende allí, sin se detener cosa alguna, pasó 
en la Calabria y se aposentó en la ciudad de 
Cotrón, donde tenían cercado al capitán Juan 
Peynero, al cual socorrió y descercó, y dende 
algunos días que el Comendador Aguilera es- 
tuvo en aquella ciudad con su gente y con al- 
guna otra parte de gente que sacó de los cas- 
tillos, salió de Cotrón dejando proveído con el 
capitán Juan Peynero lo que habían de hacer. 
Se fué sobre una villa que se dice Belcastro, 
adonde estaba un capitán francés que decían 
01o, con cien franceses y con alguna otra 
gente allegada de las tierras y lugares comar- 
canos que ansimismo estaban de la parte de 
Francia; y como el Comendador Aguilera alle- 
gó sobre la villa de Belcastro, comenzó á 
combatirla muy fuertemente, y duró el comba- 
te más de una hora, en el cual combate de la 
una parte y de la otra fueron asaz muertos y 
heridos; pero al fín el Comendador Aguilera, 
como fuese aquella la primera cosa que en 
aquel reino hacía, pugnó mucho de ganar allí 
honra, por manera que al cabo de su trabajo 
la villa vino á su poder, la cual tomó por fuer- 



■ 



DEL GRAN CAPITÁN 



133 



za, y tomó ansimismo en prisión todos los 
franceses juntamente con el capitán 01o. Y 
después de esto el Comendador Aguilera 
mandó saquear aquella villa y hizo quemar 
muchos edificios, de manera que de aquella 
vez quedó la villa de Belcastro muy mal pa- 
rada y arruinada de los españoles, donde se 
hicieron otros muchos daños ansí de los veci- 
nos como de los soldados que estaban pues- 
tos en su defensa. Finalmente, el Comendador 
Aguilera se salió de aquella villa y vínose con 
su gente á otra villa que se llama Mesuraca, y 
allí estuvo algunos días, mediante los cuales 
el capitán Juan Peynero, que juntamente con 
el Comendador se había hallado en lo de Bel- 
castro, dejando en Mesuraca al Comendador 
con cien caballos ligeros y ciento y cincuenta 
infantes, salió de Mesuraca y vino á socorrer 
la ciudad de gente que había dejado en Co- 
irón. Y viniendo por su camino el Príncipe de 
Rosano, que estaba en Santa Severina, como 
fué avisado de la partida de Juan Peynero 
y de su gente la vía de Cotrón, salió de San- 
ta Severina con la gente que ende tenía y fué 
en pos de Juan Peynero que le llevaba mucha 
ventaja. Y temiéndose de esta causa de no le 
poder alcanzar, envió adelante con su capitán, 
el cualse decía Antón Barranca, con ciento y 
cincuenta caballos ligeros y con doscientos 
infantes para que le tomasen la delantera y se 
tuviesen con él, entretanto que llegaba con la 
otra gente. El capitán Barranca llegó y puso 
por la obra lo que el Príncipe le mandó, y tan- 
to anduvo con su gente que tomó la delante- 
ra al capitán Juan Peynero, y pasando con su 
gente el capitán Antón Barranca se puso á 
esperar á los españoles junto á un río que 
por aquel lugar corre. Como estuviese allí es- 
perándolos y viese que se detenían más de lo 
que pensaba que se podían detener, temién- 
dose no se pudiesen ir por algún otro lugar, 
envióles de allí hasta veinticuatro caballos li- 
geros, para que entretanto corriesen una villa 
que llaman las Castelas, y ansimismo mirase 
que tomasen lengua si el capitán Juan Peyne- 
ro era pasado á Cotrón. Los veinte caballos 
se partieron de su capitán de junto al río de 
Tasila y vinieron á correr toda aquella tierra 
de las Castelas, donde tomaron asaz ganado 
y otras cosas, y con ello se vinieron á aquel 
lugar do el capitán Antón Barranca había que- 
dado esperando. Y en este punto el capitán 
Juan Peynero asomaba con su gente la vía de 



Cotrón, y como llegó junto al río en el lugar 
do estaban los enemigos, fué de ellos sal- 
teado con mucha fortaleza; pero no con menor 
fueron de los españoles recibidos, adonde el 
capitán Juan Peynero hizo de su persona y 
tanto trabajaron los suyos aquel día, que á 
pura fuerza peleando muy reciamente los unos 
con los otros convino á los enemigos dejar el 
campo, por razón que después de haber pelea- 
do un gran rato los españoles llevaron lo me- 
jor, habiendo de ambas partes muchos muer- 
tos y heridos, y el capitán Antón Barranca 
con su gente fué metido en rota; el cual con 
bien poca de su gente se salvó de la batalla y 
se fué adonde el Príncipe estaba, según dicho 
es. El Príncipe como vido á su capitán venir 
perdido y desbaratado con gran disminución 
de la gente que había llevado, hubo de ello 
muy gran pesar; pero creyendo que todavía el 
capitán Juan Peynero les venía en el alcance, 
temiendo no sucediese á su gente lo que de 
la otra había sucedido, tornóse atrás su cami- 
no á San Severino, de donde había salido con 
poder de gente que no tornó. El capitán Juan 
Peynero, glorioso con su victoria, se metió en 
Cotrón, no teniendo de ahí adelante en tanto 
á sus enemigos. 

CAPÍTULO LXII 

De cómo un capitán salió de Manfredonia y 
tomó una villa que llaman Toja, y de cómo 
el Visorrey dividió su ejército en ayuda de la 
Calabria, y de lo que sucedió al Conde de Me- 
lito y otros dos capitanes franceses. 

Mucho se ocupa el cronista en contar las 
cosas que en la provincia de Calabria acaecían, 
por manera que casi parecía querer del todo 
olvidar los hechos que en la provincia de la 
Puglia, adonde los dos ejércitos estaban, 
acaecieron. Pero como, ala verdad, ansí de la 
una parte como de la otra sucedían cada día 
cosas nuevas, no las puede el cronista contar 
sin hacer división de una ó de otra provincia, 
y en especial agora las hará más á menudo, 
por razón que el ejército francés se dividió en 
dos partes: la una parte quedó en Canosa con 
el Visorrey, y la otra vino en favor de la Ca- 
labria con monsiur de Aubegni, según que 
abajo se dirá. Pues dice ahora la crónica, ha- 
blando de la provincia de Puglia, que todo el 
tiempo que el Gran Capitán estuvo en Bar- 



Í34 



CRÓNICA GENERAL 



leta, siemprs entre españoles y franceses ha- 
bía recuentros y escaramuzas, haciéndose en- 
tré los unos y los otros el mayor daño qué ha- 
cerse podían, en que había muertos y heridos, 
robos y otros daños de esta calidad, y de cada 
día procuraban hacerse más. Y con esto un 
día fué avisado el Gran Capitán cómo en una 
villa que llamaban por nombre Toja, estaba 
un gobernador con solos quince soldados 
franceses, los cuales tenían aquella villa por 
Francia. De cuya cátisa, viendo el dañó que 
allí se podía hacer, aunque en la verdad era 
bien pequeño según otros que cada día hacían 
los unos á los otros, envió á mandar á un ca- 
pitán que estaba en Manfredonia, llamado 
Arlarán, que luego con sü gente fuese sobre 
aquella villa y la tomase. El capitán AHarán 
luego movió de Manfredonia con cuatrocien- 
tos infantes españoles é italianos y salió de 
allí á dos horas de noche y con mucho secre- 
to; camirlando toda la noche llegó sobre aque- 
lla villa cuatro horas antes del día, porque rio 
son más de diez y ocho millas de Manf tédonia 
á Toja, y antes que llegasen con buen trecho 
el capitán Arlarán metió en orden su gente 
y aderezó sus escaladores. Después de todo 
hecho, con mucho secreto, porque no fuesert 
de las guardas sentidos, se allegaron al muro 
y echaron las escalas, y pocos á pocos subie- 
ron todos, sin que fuesen sentidos de parte 
ninguna; y bajando la muralla abajo, comen- 
zaron á discurrir los unos por unas partes, 
los otros por las otras, y pusieron las bande- 
ras de España por eí muro de la villa; por 
manera que como la gente estuviese inüy des- 
cuidada en sus camas durmiendo, no procu- 
raban de se defender, antes como ovejas 
consentían hacer de si y dé su hacienda lo 
que era la voluntad de los españoles, y fueron 
presos algunos franceses y toda la villa me- 
tida á saco; y el gobernador, con algunos fran- 
ceses que consigo tenía, se salvó de ellos 
colgándose del muro abajo de la villa y los 
otros por otras partes. Lo cual pudo hacerse 
sin ser vistos por la oscuridad de la noche. 
Finalmente, los españoles hubieron dé aquel 
sacó asaz joyas, ropas y dineros, lo cual les 
dio ánimo para mayores cosas. Y dejando de 
esta manei^a que dicho ha la ci^óriica la villa de 
Toja, el capitán Arlarán se torno á Manfredo- 
nia muy alegre por el buen suceso y victoria 
que había habido en la toma de aquélla villa, 
sin perder tan solamente un hombre dé los 



suyos. En esté mismo tiempo, ségúh ditho es, 
los Príncipes de la Calabria, habiendo recibi- 
do grandes daños, así en su gente como én 
sus personas y señoríos, por razón que el es- 
tado de España estaba ya más próspero y én 
mejor condición por la venida de aquéllos ca- 
balleros españoles que habían pasado con sÜ 
gente en favor del Calabrés, qiie casi poi" la 
mayor parte estaba por el Rey de Francia, 
determinaron de enviar al Vlsorrey de Ñapó- 
les, que estaba en Canosa, á le decit la mucha 
necesidad que tenían de su favor y ayuda por 
razón de los daños que cada día recibían de 
los españoles, que muy pujantes estaban y 
habían reducido muchas villas y lugares á sü 
devoción, estando por el suelo las banderas 
de Francia menospreciando su nombre. Y que 
pues hasta entonces habían procurado con 
todo su poder de sostener aquella provin- 
cia, juntamente con sus estados, por el nom- 
bre y servició del Rey de Francia, qué ho 
era justo que ahora, que no podían á las fuer- 
zas de los españoles resistir, los dejasen salir 
con aqüelia empresa por falta de gente. Y que 
pues que ellos estaban determinados á seguir 
cOn su áyÜdá y mandado la guerra, lé supli- 
caban cuan encarecidamente podían que en- 
viase gente á la Calabria, porque ellos pudie- 
sen tener manera de tornar alzar cabeza y 
confundir del todo á los españoles, que muy 
arraigados estaban en aquella tierra. El Visó- 
rrey de Ñapóles, qué persona muy sagaz y 
prudente éi'a, viendo la encarecida petición 
de los Príncipes de Calabria ser muy justa y 
muy allegada al servicio del Rey, y asimismo 
viendo el celo y voluntad de lo que tocaba á 
la sustentación de la provincia por el Rey de 
Francia, hubo su consejo de lo que én aqüeí 
caso debían hacer, adonde, así él cómo todos 
los Príncipes del ejército, de quien él Visorrey 
tuvo parecer, fueron de opinión que les en- 
viase socorro. Y con esta determinación, el 
Visorrey dividió el ejéi-cito en dos partes: lá 
una dejó con su persona en Canosa contra el 
Gran Capitán, y la otra parte envió con mon- 
siüi- de Aübégni á la Calabria, en defensión déí 
aquella provincia contra D. Yugo de Cardona^ 
y Manuel de Benavides y los Comendadores 
Gómez dé Solís y Aguilera, los cuales, segúii 
dicho es, habían pasado en Calabria y habíait 
hecho grandes cosas contra los Príncipes dé 
la Calabtia, que eran enemigos del Rey de Es 
paña. Pués con está orden se pai'tió él capí 



■ 



DEL GRAN CAPITÁN 



135 



tan monsiur de Aubegni de Canosa, y traía 
en su ejército doscientos hombres de armas 
y quinientos caballos ligeros y mil y quinien- 
tos infantes y más nueve piezas de artillería, 
y salió de Canosa último día del mes de No- 
viembre del sobredicho año de mil y quinien- 
tos y tres. Endefezó su camino la vía de Me- 
lito, adohde el Conde de Melito con todos los 
otros capitanes estaban recogidos de miedo 
de los españoles. En este tiempo los españo- 
les que estaban en Buruello en sus casares 
aposentados, que eran el capitán Manuel de 
Benavides y el capitán Yugo de Cardona con 
su gente, como fueron avisados de la venida 
de monsiur de Aubegni eh socorro de la Ca- 
labria, juntáronse ambos á dos estos capita- 
nes y saliéronse de los lugares donde hasta 
entonces habían estado, que eran asaz flacos 
y de poca defensa para esperar el campo fran- 
cés, y fuéronse á meter en Rosano por estar 
alií más fuertes. Después de esto, como mon- 
siur de Aubegni hubo llegado á Melito con 
todo su ejército, dio orden con los principales 
cómo más á su salvo dañasen los españoles; 
el cual, sabiendo córho se habían ido á la ciu- 
dad de Rosano, determinó les hacer guerra 
por todas partes. Y con esta voluntad envió 
al Conde de Melito con otros dos capitanes 
que se llamaban Bescoí-te y Espiritulamar con 
setecientos infantes y gente de caballo con- 
tra D. Yugo de Cardona y Manuel de Benavi- 
des, que estaban en Rosano, según dicho es. 
El Conde, yendo su camino, hubo de tener 
noche en una villa que está no muy iejos de 
la ciudad de Rosano, que la llaman Calamera. 
Y como los capitanes españoles supieron que 
el Conde estaba con su gente en aquel lugar, 
sáiiet-on aquella noche de la ciudad de Rosano 
muy secretamente con toda su gente y fueron 
á dar sobre aquella villa, donde el Conde de 
Melito estaba aposentado; y como llegaron 
junto á lá villa los capitanes españoles, envia- 
ton adelante sus espías para qUe reconociesen 
la tierra y viesen la manera que tenían aquella 
gente del Conde en su guarnición. Finalmente, 
las espías reconocieron el estado y descuido 
que la gente del Conde de Melito tenía. Y con 
esto tornaron á D. Yugo de Cardorta y á Ma- 
nuel de Benavides, que estaban aguardando 
Con su gente, y haciéndoles saber lo que pa- 
saba en Cálartiera, se partieron muy callada- 
mente de aquel lugar con su gente muy bien 
aderezada; virtiéronse pasó á paso hasta la 



villa y metiéndose dentro comenzaron muy 
animosamente á dar en los franceses, que 
bien descuidados estaban de aquel hecho; y 
tanto hicieron de sus personas, que matando 
y hiriendo rnuchos de ellos y tomando en pri- 
sión muchos, al Conde convino, con la gente 
que pudo recoger, meterse en el castillo. 
Grandes fueron las cosas que en esta jornada 
los españoles hicieron contra la gente del 
Conde, y bien se mostró no haber estado dur- 
miendo, según los muertos, hei^idos y pre- 
sos que hubo de la parte del Conde, adonde 
fué muerto el capitán Espiritulamar y el ca- 
pitán Bescorte preso, juntamente con más 
de trescientos hombres con él. La villa fué 
tomada y saqueada y hechos otros daños de 
mucha calidad, y no se quisieron los capita- 
nes españoles detener en el combate del cas- 
tillo adonde el Conde de Melito se había re- 
cocido, antes, contentos con lo hecho, que 
niUy á su hohra y salvo había sido, dando 
de ello á Nuestro Señor Dios infinitas gra- 
cias, porque no permitió que contra justicia 
los franceses usui-pasen y señoreasen las tie- 
rras y señoríos ajenos, se tornaron á Rosa- 
no, y de allí fueron muy alegres á una villa 
que dicen Polistra. 

CAPÍTULO LXIII 

De cómo monsiur de Aubegni fué d buscar los 
españoles para se ver con ellos en batalla, y 
de lo que hizo yéndose los españoles de Te~ 
rranova á Condexame. 

Monsiur de Aubegni, que, según dicho es, 
había quedado en Melito cuando envió al Cort- 
de Rosaho contra los españoles, viendo lo 
mal que había sucedido al Conde y á su gente, 
y cuan destrozados habíart salido del poder 
de los españoles, hubo de ello mucho pesar y 
enojo, y determinó de los ir á buscar á do 
quiera que estuviesen y de se afrontar con 
ellos en batalla. Y con esta voluntad, sabiendo 
mortsiur de Aubegni cónio después de la rota 
de Calamera los españoles se habían ido á 
una villa que dicen Polistra, con toda su gen- 
te se salió de Melito y enderezó su camino la 
vía de Polistra, donde creyó hallar los enemi- 
gos; pero D. Yugo de Cardona y Manuel de 
Benavides, como supieron la venida de niórt- 
siUr de Aubegni y la intención que traía, vien- 
do el gran poder suyo y la poca gente qUe 



136 



CRÓNICA GENERAL 



ellos tenían para esperar en campo contra 
tan pujante ejército como aquel capitán fran- 
cés traía, determinaron de se recoger en par- 
te donde de aquella gente no fuesen daña- 
dos ni perjudicados. Y con esto, dejando en 
una buena villa, que se dice San Jorge, tres- 
cientos infantes y proveyendo muy bien aque- 
lla villa de todo lo necesario para sustenta- 
ción, y asimismo dejando en Pinto, otra buena 
villa, otros doscientos soldados de guarnición, 
con toda la otra gente se partieron diligente- 
mente de Polistra y se vinieron á Terranova, 
adonde llegaron un domingo de Natividad, y 
estuvieron en aquella tierra tan solamente 
una noche, por razón que por ser de muy poca 
defensa aquella villa, no se hallaron seguros 
en ella. Por tanto, luego el lunes de mañana 
determinaron estos capitanes de se ir la vuel- 
ta de Rotamarina á una villa que dicen Con- 
dexame. En esto monsiur de Aubegni, como 
allegó con su gente á Polistra y fué sabedor 
en cómo los españoles se habían partido de 
aquella villa, y asimismo el camino que lleva- 
ban, que había sido el de Terranova, partió 
de allí con mucha prisa caminando de noche y 
vino á Terranova, y allí supo cómo se habían 
ya de allí partido y se iban la vía de Rotama- 
rina, de cuya causa á la mayor prisa que pudo, 
sabiendo cómo le llevaban poca ventaja, los 
fué siguiendo con su gente, hasta tanto que 
los alcanzó á una subida que hay en aquel ca- 
mino de Terranova á Condexame, y monsiur 
de Aubegni, muy alegre de ver á los enemigos 
en lugar do muy bien se podían aprovechar, 
arremetió con una parte de su gente y dio 
muy de recio en la rezaga de los españoles. 
Los cuales como se vieron salteados de los 
franceses cobraron algún temor, porque á la 
verdad era muy desigual el número de los 
unos y de los otros; pero todavía los españo- 
les comenzaron á defenderse con muy grande 
ánimo y discreción. Y en esto Manuel de Be- 
navides y D. Yugo de Cardona, que iban en el 
avanguardia, socorrieron con ella á los de re- 
zaga, que bien vieron que lo habían menester; 
y los primeros que allegaron fueron hasta se- 
senta hombres de armas españoles, los cuales 
se encontraron con los franceses entre unas 
calles de viñas que ende había y pelearon con 
ellos muy valerosamente, y tanto y de tal ma- 
nera se reforzaban los unos á los otros, viendo 
su daño y peligro delante de los ojos, que 
bien hacían sentir á los enemigos la fortaleza 



y ánimo suyo de los españoles. Muy gran co- 
pia de gente francesa fué herida y muerta en 
aquel rebate, y muchos de los españoles tam- 
bién; lo cual fué por causa de la poca gente 
de los de España y la mucha de Francia. An- 
dando, pues, la pelea en grande manera muy 
reñida, brava y sangrienta, los españoles ma- 
taron á un capitán francés que llamaban mon- 
siur de Grivino; de cuya causa monsiur de 
Aubegni, encendido en muy grandísima ira, 
que tan poca gente se les defendiese tanto 
tiempo en campo, cargó de recio en los espa- 
ñoles, por manera que siendo de aquella vez 
muertos más de veinte soldados españoles y 
presos más de cuatrocientos, les convino á los 
que quedaron volver prestamente las espal- 
das atrás. Grandes fueron las cosas que de 
sus personas en esta batalla hicieron don 
Yugo de Cardona y Manuel de Benavides, y 
Antonio de Leiva y Juan de Alvarado y Gon- 
zalo de Avalos, y asimismo toda la otra gente, 
pero la mucha gente de los franceses sobre- 
pujó la fortaleza de los pocos españoles. Y 
verdaderamente estos capitanes fueron causa 
que no se perdiesen todos en aquella batalla, 
en especial D. Yugo de Cardona, que viendo 
ir su gente rota y de vencida, airado contra la 
fortuna que tan enemiga y contraria se les ha- 
bía mostrado aquel día, descendió del caballo 
en que peleaba y cortándole las piernas se 
puso á pie en un lugar ó calle estrecha de 
aquellas viñas, por donde los franceses, en es- 
pecial los caballos, necesariamente habían de 
pasar en alcance de los españoles que iban de 
rota, y allí como muy valiente y valeroso ca- 
ballero, con la espada en la mano y con una 
pica á veces defendió aquel paso una gran 
pieza, tanto que los españoles tuvieron lugar 
de se retraer con el bagaje á unos lugares 
que dicen Yrache y la Rochela, Castrovetere 
y al castillo de Condexame, y esto causó la 
gran fortaleza y ánimo de este valeroso capi- 
tán. No desemejante en este hecho á aquel 
famoso capitán Oracio Romano, que de todo 
el ejército se defendió hasta tanto que los 
suyos cortaron un pedazo de la puente do á 
la sazón peleaban, de cuya causa echándose 
él después de la puente abajo con grande co- 
razón, salió nadando á la parte de su gente y 
los enemigos no tuvieron poder para pasar, 
según se cuenta en las crónicas romanas, y 
especialmente Tito Livio en sus Décadas; por 
la virtud y grande fortaleza del cual los ro- 



DEL GRAN CAPITÁN 



137 



manos se salvaron de no venir á las manos de 
sus enemigos, que verdaderamente, según el 
mucho número de ellos, no dejaran todos los 
romanos de perecer aquel día. Pues ¿quién 
pone duda que lo mismo no acaeciera en este 
día por los españoles, si aquel valeroso áni- 
mo y hectóreo corazón de D. Yugo de Cardo- 
na no se pusiera á muy gran peligro de muer- 
te por salvar á los suyos? El cual viendo ya la 
gente española puesta en toda seguridad y 
recogido el bagaje en aquellos castillos y lu- 
gares que ha contado la crónica, él á ratos 
cayendo, á ratos levantando, tuvo lugar de po- 
derse salvar por las malezas de aquella sierra, 
metiéndose hartas veces por entre la nieve que 
le llegaba á la media pierna. Finalmente, los 
franceses muy alegres de la alcanzada victoria, 
se tornaron atrás á Melito; dende ahí adere- 
zaron de ir para la vía de la ciudad llamada Co- 
sencia, adonde el Comendador Gómez de Solís 
estaba, y los españoles se fueron á la Mota de 
Bonalima, y desde allí se partieron por otros 
lugares, hasta tanto que se tornaron á reha- 
cer de la pérdida pasada. Y Gómez de Solís, 
como fuese sabidor de la ida de monsiur de 
Aubegni contra él, teniendo á la sazón muy 
poca gente consigo, no tuvo atrevimiento de 
le esperar en aquel lugar, y por esta razón 
saliéndose de allí se fué á la Mantra, adonde 
ansí Gómez de Solís como D. Yugo de Car- 
dona y Manuel de Benavides con sus gentes 
estuvieron todo lo que quedaba del invierno, 
que fueron Enero y Febrero y Marzo del año 
del Señor de mil y quinientos y cuatro^ apo- 
sentados en aquellos lugares, hasta que, se- 
gún la crónica lo irá contando, fué tiempo de 
salir de allí. 

CAPÍTULO LXIIII 

De cómo por mandado del Gran Capitán Fran- 
cisco Sánchez, despensero mayor, y el ca- 
pitán Pizarra salieron de Barleta á correr 
á Canosa y la Chirinola, y lo que les 
acaeció. 

En este tiempo, que, según dicho es, estos 
capitanes estaban invernando en aquellas tie- 
rras del Calabrés, en aquel mes de Enero, en 
el año sobredicho de mil y quinientos y cuatro 
años, el Gran Capitán, que no solo por dañar 
á los franceses, cuanto por la necesidad que 
tenían de hambre en Barleta, envió á Fran- 



cisco Sánchez, despensero mayor, y el capitán 
Pizarro con cien hombres de armas y cien ca- 
ballos ligeros y cuatrocientos infantes para 
que corriesen aquella tierra de Canosa y de 
la Chirinola y trajesen algún ganado para pro- 
visión de la gente. Y ansí con este mandamien- 
to y orden del Gran Capitán, los sobredichos 
capitanes Francisco Sánchez y Pizarro salie- 
ron de Barleta y llegaron con su gente aque- 
lla mañana á un lugar desecho que está seis 
millas de Barleta, que dicen Canosa, adonde 
los cónsules romanos fueron muertos con 
toda su gente, según Tito Livio cuenta en sus 
Décadas, y allí en aquel lugar mismo se em- 
boscaron con toda la gente y enviaron tan 
solamente los caballos ligeros, para que co- 
rriesen aquellos campos de la Chirinola y Ca- 
nosa. Y los caballos con el mandado y orden 
de sus capitanes comenzaron á correr la tie- 
rra, en que hicieron muy gran presa de gana- 
dos de los que pacían el Aduana, y los pasto- 
res algunos fueron presos y otros se escon- 
dieron, de manera que no vinieron en poder de 
los españoles. Y éstos sintiendo el campo se- 
guro, se fueron cada cual de ellos á sus lugares 
de donde ellos eran y dieron aviso los unos 
pastores en Canosa y los otros en la Chiri- 
nola de la gran cabalgada que la gente espa- 
ñola había hecho del ganado que ellos guar- 
daban y pacían en el Aduana; de cuya causa 
de los franceses que estaban en la Chirinola 
salieron hasta obra de doscientos hombre de 
armas y cien caballos ligeros, que fueron en 
seguimiento de los españoles que llevaban el 
ganado por se lo quitar. Pero monsiur de San- 
ta Colonia por mandado del Visorrey salió de 
Canosa por estar más cerca de los españo- 
les que llevaban la cabalgada, y fué tras ellos 
con cien hombres de armas. Tanto anduvo y 
tanta diligencia puso en los alcanzar, que bien 
poca ventaja les llevaban; pero los españoles 
que venir los vieron, poco á poco se comen- 
zaron á retirar á aquel lugar do estaba la otra 
gente emboscada, y los franceses los siguie- 
ron en tanta manera hasta que los metieron 
á los españoles en su emboscada. En esto el 
capitán Pizarro y el despensero mayor á muy 
gran prisa se descubrieron con toda la gente 
de armas y infantería, y dieron muy de recio 
en los franceses, los cuales como vieron salir 
aquella gente de la emboscada dieron vuelta 
sobre sí y comenzaron lo mejor que pudieron 
á retraerse la vía de Canosa; pero los espa- 



138 



CRÓNICA GENERAL 



ñoles los siguiferon con tah gran prisa que 
antes que llegasen los franceses á Canosa los 
alcanzaron y pelearon tan fuertemente con 
ellos, que mataron de aquella vez algunos 
franceses y muchos más murieran si se refir- 
maran más en el campo; pero como viesen la 
fuerza de los españoles, no siendo bastante á 
los esperar en el campó, cdttlo itlejor pudie- 
ron volvieron las espialdas y se metieron en 
huida la vía de Canosa. Entonces los españo- 
'es cargaron de recio en los franceses y mata- 
ron en el alcance ocho f i^anceses y prendieron 
más de treinta. En esto los infantes y gente 
de artriás española se detuviet-on y no los qui- 
sieron más seguir, si no fueron algunos caba- 
llos ligeros, que viendo á los franceses ir de 
huida, con codicia de llevar por más entero la 
victoria se desmandaron de los sliyos en el 
alcance de los franceses, de cuya causa se 
alejai-on de la infantería una gran pieza de 
tierra. En este medio monsiur de Formento y 
monsiur de Charteía, que habían salido con la 
gente de la Chirinola, allegaron á aquel lugar 
con cien hombres de armas y cien cadállos li- 
geros, y atajaron en el camino á los caballos 
ligeros españoles, que, según dicho es, habían 
ido en el alcance de los franceses, que iban 
de rota; y tornándose los caballos ligeros 
adonde habían dejado el cuerpo de su gente, 
cayeron en las máhos de los franceses, y dan- 
do de recio sobre ellos mataron cuatro ca- 
ballos españoles y prehdierOn quince, y los 
demás se escaparon á uña de caballo. Y que- 
riendo ir eri su alcance vieron venir á más 
andar la gente de armas y infantería espa- 
ñola, qué vertíah en socorro de los caballos 
ligeros; de cuya causa monsiur de Santa Co- 
lonia y monsiur de Charteía mandaron de- 
tener su gente y que dejasen el alcance, y 
con esto los franceses se retrajeron la vía 
de la Chirinola. Pero los caballos ligeros y 
gente de arrtias española ni por esto los de- 
jaron de seguir, antes corriendo á rtiuy gran 
pHesa tras los franceses alcanzaron hasta 
diez ó once hombres de armas en el carrii- 
no, los cuales franceses pt-endieron y con 
eilbs se tornaron adonde el cuerpo de su 
gente había quedado, y todos juntos muy 
alegres con la victoria en la cual si no hu- 
biera sido por el desconcierto de los caballos 
ligeros, no habi-ía habido ningún desmán, se 
tornaron con los presos y con la cabalgada la 
vía de Bai"leta. 



CAPITULO LXV 



De cómo el Visorrey de Ñapóles vino á derri- 
bar la puente de Losanto, y de la muerte de 
monsiur de Laude sobre Taranto. 

Según de la manera ya dicha los españoles 
tenían de costumbre de salir de Bárleta y pro- 
veer la gran necesidad que tenían con pi-esas 
de mucha calidad, así de ganados como de 
todas las otras cosas necesarias, y por está 
razón los pastores de los ganados que pas- 
cían en el Aduana, viendo el gran daño que los 
españoles hacían y la gran péi-dida que eh su 
hacienda aventuraban teniendo cada día tan- 
ta y tan grande diminución, fueron todos jun- 
tos á se quejar al Visorrey, y á le suplicar que 
pues él era á quien principalmente tocaba la 
guarda y toda seguridad dé toda aquella tie- 
rra, por ser de su voluntad y parcialidad ellos, 
y estaban allí porque no hubiese falta de car- 
nes en sU ejército y asimismo otras muchas 
provisiones necesarias de que ellos le pro- 
veían,, de lo cual todo gozaban los españoles 
con sus cotidianos rebatos, él pusiese el re- 
medio que más conveniente les fuese, de ma- 
nera que ellos rto recibiesen tanto daño y me- 
noscabo en sus haciendas, donde no que. ellos 
buscarían su pi-ovecho y se irían á otros lu- 
gares con sus ganados, donde tuviesen más 
seguro pastó. El Visorrey de Ñapóles, oída la 
justa querella de los pastores, respondióles 
rogándoles no curasen de hacer mudamiento 
ninguno de pastos para su ganado, que él les 
prometía de poner mucha diligencia y reme- 
dio en aquel caso, asegurándoles y juntamen- 
te con esto de les pagar todo lo que hasta 
allí habían perdido y de lo que de ahí adelan- 
te perdiesen. De esta respuesta del Visorrey 
fueron los pastores algo más contentos de lo 
que estaban; peto no por eso dejaban los es- 
pañoles, muy á su salvó, de diezmarles el ga- 
nado. Finaimehte, el Visorrey de Nápoíes, mi- 
rando muy bien lo que en aquel casó se debía 
de hacer para quitar el inconveniente grande 
que á los pastores dañaba, hizo juntar muy 
secretamente todas sus gentes de armas y ca- 
ballos ligeros é infantería en Canosa, y to- 
rnando consigo toda la at-tlllería, se salió una 
noche á la media noche ábájo de Canosa y 
vino á se poHer contra la puente del río Lo- 
santo, qiíe va á Barleta, para la derribar con 
el artillería, poí- razón que por allí pasabah 



DEL GRAN CAPITÁN 



139 



los espafidles á Hacer los t-obbS y jiresas que 
hacer solían, creyertdo qué derrdcártdo aque- 
lla puente los españoles no podrían pasar por 
el río y por el consiguiente no harían tanto 
daflo en el ganado del Aduana, t'inalmente, el 
Visdrréy salió (con aquél apiaréjb qué dicho 
ha la crónica) dé Canosa y allegó á la punta 
del día sobre la puente, la cual está cuatro 
millas dé Barleta, y coh mucha diligencia él 
Visdrréy mandó encarar él artillería contra la 
ptiéhte y con eliá lá lothbardéaron fuet-té- 
ménte, de tal rilanéra que cayó eii la agua tín 
gran pedazo de ella. Pues estando eh este 
lombardear con el artillería, según que dicho 
es, e! Gran Capitán y la gente de Barleta sin- 
tieron el ruttior y estrUéhdd dé la artillería 
francesa, eí cual se podía muy bien sentir se- 
gún el pdcd trecho que hay de la puente á 
Barleta; de cuya causa, aunque á la verdad no 
supiese de cierto Id que podía ser, pero ima- 
ginaron la misma verdad, con la cual junta- 
mente con ser de ello avisados y á rtiuy gran 
prisa hizo meter el Gran Capitán en armas su 
gente y salió de Barleta así caballos ligeros y 
hombres de armas cdmd infantería, y al más 
andar vino caminó derecho á la puente. En 
esto las guardas francesas que contra la ciu- 
dad de Barleta estaban puestas, viendo venir 
á los españoles aderezados de guerra en de- 
fensa de la puente, dieron aviso al Visorrey, 
el cual como lo supo, temiéndose del Gran 
Capitán, á muy grande prisa se alzó de aquel 
lugar con toda su gente y artillería y se re- 
trajo á Canosa. En este medio él Gran Capi- 
tán allegó á la puente, y como vido que los 
franceses se habían retirado, hubo de ello muy 
grande pesar y enojo, por razón que quisiera 
mucho venir á los manos con ellos, antes que 
sé tornara á Barleta; y á esta causa, envió á 
muy grande prisa tras el Visorrey de Ñapóles 
un trompeta diciendo que él se maravillaba 
mucho en cómo persona qué tan gran gente y 
ejército regía y gobernaba, tuviese tan poco 
ánimo que al tiempo que debía esperar las 
afrentas, entonces las desviaba y huía, y que 
le hacía saber en corno él venía á se ver con 
el campo y con su gente, y qué por ésta razón 
ie rogaba rid se retirase tan aprésui-adamen- 
te, sino que le esperase Un poco en el campo 
para que con la poca de su gente diese la ba- 
talla, y que donde no quisiese hacer lo que lé 
enviaba á decir, le desafiaba para la batalla 
cada y cUahdo qtié íuesé su volütitad. Y él 



trtítttpeta cdrrió tddd Id más que piído cdrl-ér 
y alcanzó al Visdi^rey bien cérea dé Candsa, y 
allí ié ndtificó lo qué el Gran Capitán le mandó 
decir. Al cual el Visorrey de Ñapóles respon- 
dió diciendo de esta manera: que él y su gen- 
té estaban éh Canosa y qué, así por aquéllo 
cdriid Í30i-qüe ya era tarde y lo más del día 
pasadd, él no sé determinaba á darle la bata- 
lla; pero que si mucha gaha lá téhía, que otros 
muchos días había en los cuales sé encontra- 
rían en el campo; pero porque viese cuánto 
la deseaba de su parte y que no tenía razón 
de le juzgar á cobardía lo que en aquel día 
había hecho, él lé aplazaba la batalla para 
otro día siguiente con tal que entrase él y su 
gente otra tanta tierra en el tér-riiino de Ca- 
nosa cuánta él había entrado áqUel día en el 
término de Barleta, y que de aquella martéra 
ellos se verían y cumplirían de su parte con 
la voluntad que dé batalla de campo tenían, 
Y coh ésta respuesta se tornó el trompeta al 
Gran Capitán, él cual hubo de ello mucho pla- 
cer, y disimuló en sí lo que tenía en pensa- 
miento de hacer en aquel caso y tornóse con 
este concierto á Barleta con su gente. Des- 
pués dé esto, en este mismo tiempo el capitán 
monsiur de la Laude, que, según dicho es, el 
Visorrey dejó én las grutallas cuando vino la 
vez primera sobre Taranto, hacía con su per- 
sona y gente muchas correrías y daba otros 
rebatos en Taranto, procurando por su parte 
de hacer todo el daño en españoles que podía 
hacer. Y durándole esta voluntad, acaeció que 
un día hizo juntar toda la gente y capitanes 
que estaban aposentados en Castelaneta, Pu- 
záno, Élepuraho y dio orden con ellos como 
fuesen á correr hasta Taranto toda aquella 
tierra; y así movidos con esta voluntad todos 
aquellos capitanes, juntándose todos, fueron 
á dar un tiento en Taranto por la parte del 
castillo, y con buena orden vinieron hasta jun- 
to á los muros de la ciudad; y el capitán Pe- 
dro Navarro y Luis de Herrera, que estaban en 
guarnición de aquella ciudad, como vieron los 
franceses tan cerca de sí, salieron fuera con 
toda su gente y dieron con gran ímpetu eñ 
ellos, y de tal manei-a los recibieron que án- 
duvief"on un gran rato escaramuzando, hacién- 
dose todo el daño que podían, de cuya causa, 
así de los unos como de los otros, hubo algu- 
nos muertos y heridos, en especial de la 
parte írancesa. Y conio en esta escaramuza 
hubiese dé la párté dé España algunas esco- 



140 



CRÓNICA GENERAL 



petas y ballestas, un soldado escopetero hirió 
á tnonsiur de la Laude de un tiro de través, 
de que cayó luego de su caballo muerto; de 
cuya causa los otros franceses, viendo á su 
capitán muerto, aflojaron en fuerzas y poder, 
y dejando el campo conrenzaron de se reti- 
rar á fuera á sus aposentos. En este retirar 
murieron diez franceses y muchos que hubo 
heridos, y de los españoles murieron dos y 
fueron heridos cinco. 



CAPITULO LXVI 

De cómo el Gran Capitán salió de Barleta á 
buscar en campo al Visorrey, y de lo que su- 
cedió; y de cómo el capitán Arlarán, que es- 
taba en Manfredonia, fué sobre San Juan 
Redondo y la tomó. 

Según arriba se dijo, el Gran Capitán envió 
á desafiar al Visorrey de Ñapóles para que 
ambos á dos con sus gentes se viesen en el 
campo. Pues dice ahora la crónica que habien- 
do quedado aplazada la batalla para el día si- 
guiente, como dicho es, el Gran Capitán, que 
mucha gana tenía de venir á las manos con 
los franceses, aquella noche hizo recoger toda 
su gente de armas y caballos ligeros y infan- 
tería, y salió de Barleta ya que era pasado 
una buena parte de la noche, y caminó toda 
la noche la vía de Canosa para buscar al Vi- 
sorrey, según que entre ellos había quedado 
ordenado, y antes que amaneciese allegó á 
milla y media de Canosa y envió desde aquel 
lugar á do estaba emboscado hasta doscien- 
tos caballos ligeros para que corriesen toda 
aquella campaña de la Chirinola y Caba, y ro- 
basen el ganado que haber pudiesen. Los ca- 
ballos ligeros y españoles con aquella orden 
del Gran Capitán comenzaron á correr todos 
aquellos términos, en que hicieron presa de 
más de treinta mil cabezas de ganado de aque- 
llo que pascía en el Aduana, y con aquella ca- 
balgada se tornaron la vía de Barleta. Los pas- 
tores que guardaban el ganado, algunos de 
ellos fueron presos y otros se escaparon, y és- 
tos dieron luego aviso en aquellos lugares don- 
de franceses estaban, de donde salieron gran 
copia de caballos ligeros y gente de armas, 
con voluntad de les quitar la cabalgada, entre 
los cuales de la Chirinola salieron monsiur de 
Formento y monsiur de Chandela, con cien 
hombres de armas y con doscientos caballos 



ligeros, y fuéronse á gran prisa la vía de Ca- 
nosa para tomar la delantera á los españoles 
que llevaban el ganado; y llegando más acá 
de los términos de Canosa pasaron junto á la 
emboscada adonde estaba el Gran Capitán con 
su gente. El Gran Capitán, aunque vido los 
caballos franceses ir en pos de la cabalgada, 
no quiso moverse de allí hasta tanto que el 
Visorrey saliese de Canosa con toda su gente 
para pelear con él. El capitán monsiur de For- 
mento y monsiur de Chandela, que según di- 
cho es salieron en pos de la cabalgada, pasa- 
ron á muy gran prisa en seguimiento de los 
españoles sin sentir la emboscada del Gran 
Capitán, y siguieron la cabalgada de los caba- 
llos españoles hasta el río Losanto, y los es- 
pañoles ya tenían puesto el ganado de la otra 
parte del río, de cuya causa mucho menos te- 
mían á los franceses. En esto el Gran Capitán, 
que muy gran pieza del día había estado es- 
perando al Visorrey de Ñapóles que saliese 
de Canosa, viendo cómo se tardabr, no quiso 
más esperar, porque á la verdad fuera de muy 
poco fruto su estada, por razón que el Viso- 
rrey había sentido la emboscada y no estaba 
en voluntad de salir de Canosa; y así en esta 
manera á muy gran prisa fué contra monsiur 
de Formento y contra monsiur de Chande- 
la, que ya comenzaban á pasar el río para 
dar en los españoles. Los cuales como vie- 
ron venir detrás de sí á los caballos ligeros 
y gente de armas española cayeron en el en- 
gaño de la emboscada, y por esta razón mon- 
siur de Chandela, que aun no había pasado 
el río, con cincuenta hombres de armas dio 
la vuelta la vía de la Chirinola á más no po- 
der huyendo; pero monsiur de Formento, que 
con toda la gente ya había pasado el río, no 
tuvo lugar de se salvar tan presto como mon- 
siur de Chandela, y por la otra parte del río 
con toda la otra gente de armas y caballos 
ligeros se comenzó á retirar á grande prisa la 
vía de Canosa. Pero no le avino como él que- 
ría, por razón que el Gran Capitán, que muy 
bien sabía hacer sus cosas, alcanzó los fran- 
ceses bien antes que llegasen á Canosa, y dio 
en ellos con tanto ánimo y fortaleza, que en 
muy breve tiempo los desbarató á todos y 
mató y prendió más de treinta franceses; y 
monsiur de Formento con muy grande trabajo 
apenas se pudo escapar, y con alguna gente 
que recogió se fué á Canosa. El Gran Capitán 
hizo en esta escaramuza peleando con su muy 



DEL GRAN CAPITÁN 



141 



fuerte brazo y animando á los suyos á veces 
cosas muy señaladas, por manera que hacía 
maravillas á quien lo veía. Asimismo D. Die- 
go de Mendoza y el Duque de Termes, y el 
capitán Pizarro, Diego García de Paredes y 
el prior de Mecina, y Pedro de Paz y Villalva, 
y Escalada y Cuello, todos varones de muy 
gran virtud y los demás hicieron aquel día 
obras de memoria y prez, Y después que no 
tuvieron más en qué se ocupar, porque los 
franceses habían dejado el campo, el Gran 
Capitán los hizo esperar todo lo que de aquel 
día les quedaba, por ver si el Visorrey salía á 
ellos con su gente; pero no estaba el Visorrey 
de aquella voluntad, y así se estuvo, que no 
quiso salir de Canosa; y por esta razón el Gran 
Capitán habiendo cumplido la postura del 
desafio, y viendo el día pasado y que la noche 
se acercaba, sin perder tan solo un hombre de 
la escaramuza pasada se comenzó á venir la 
vía de Barleta, y como allegó luego otro día 
siguiente envió su mandado al capitán Arria- 
rán, que estaba en Manfredonia, para que con 
la gente que tenía fuese sobre San Juan Re- 
dondo, que es una villa, según dicho es, en la 
montaña de Santángelo, y que la tomase por el 
Rey de España. Estaba en esta villa un capitán 
que se decía el capitán Senón, á quien dejó 
monsiur de Alegre en guarnición después que 
aquella vez la saqueó y destruyó, según que 
está ya dicho, y este capitán desde aquel lu- 
gar hacía muy gran daño en algunas villas y 
lugares comarcanas de aquella montaña que 
estaban por España. Finalmente, que el capi- 
tán Arriarán, que era varón de muy gran vir- 
tud, una noche muy secretamente metió en 
armas su gente y salió de Manfredonia, y me- 
tido en camino anduvo toda la noche hasta 
que se halló á la punta del día junto á San 
Juan Redondo, y con muy grande silencio hizo 
llegar la gente al muro de la villa, y como las 
guardas hubiesen velado toda la noche, ha- 
bíanse adormecido la madrugada; y así por 
esto como por el gran sosiego de la gente es- 
pañola, hubo lugar de echar las escalas al 
muro sin ser sentidos de los franceses, y así 
poco á poco por las escalas subieron todos en 
el muro, y lo más presto que pudieron se aba- 
jaron al cuerpo de la villa, y con muy buena 
orden, teniendo en la boca el apellido de Espa- 
ña, comenzaron á discurrir por las casas de la 
villa, y quebrantando las puertas hallaban á 
los franceses desnudos durmiendo en sus ca- 



mas con mucho sosiego y descuido de sí; de 
los cuales los españoles mataron algunos y 
todos los otros prendieron juntamente con el 
capitán Senón, dejando aquella villa por el 
Rey de España, debajo de pleitos y homena- 
jes de los de la villa. El capitán Arriarán dejó 
algunos soldados ende en guarnición, y con 
toda la otra gente y prisioneros sin perder 
tan solo uno de los suyos, se tornó á Manfre- 
donia muy alegre. 

CAPÍTULO LXVII 

De un trato doble que un falso soldado tramó 
contra los españoles que estaban en Taran- 
to, y de lo que le sucedió, y de cómo fué pre- 
so el capitán Fabricio, hijo del Conde Conce, 
y muerta toda la más de su gente. 

Según las cosas que acaecían en ambas las 
dos provincias, adonde franceses estaban con- 
tra españoles, así la crónica las va contan- 
do, y dice que en la ciudad de Taranto, adon- 
de Luis de Herrera y Pedro Navarro estaban, 
un día un soldado de los de aquella provincia, 
que era de la compañía de Luis de Herrera, 
se salló de la ciudad y se pasó al campo de 
los franceses, de que muy gran pasión hubie- 
ron los capitanes españoles, por razón de mu- 
chos avisos que podía dar á los franceses de 
que les podía á ellos suceder daño. Finalmen- 
te, aquel soldado aconsejó á los franceses un 
trato doble contra los españoles, de que se les 
podía hacer gran daño y suceder detrimento, 
si Nuestro Señor por su clemencia no lo reme- 
diara, y fué así. En el campo francés había un 
soldado muy entendido en la lengua españo- 
la, de tal manera que muy bien podía explicar 
cualquier cosa en aquel lenguaje, y este sol- 
dado por orden de los capitanes franceses 
vino un día á Taranto, como que de su volun- 
tad procedía y habló con los capitanes Luis 
de Herrera y Pedro Navarro, y díjoles la gran- 
de amistad y familiaridad que él tenía con 
aquel soldado que se les había huido del cam- 
po francés, y que él sabía de cierto que aquel 
soldado había dado muchos avisos á los fran- 
ceses de que se les podría recrecer algún daño, 
si no estuviesen sobre todo cuidado, ofrecién- 
doles asimismo que si ellos querían, porque 
tan gran aleve y traición no pasase sin casti- 
go, él haría de manera cómo se les entregase 
en su poder para que hiciesen del todo lo que 



142 



CRÓNICA GENERAL 



fuese su voluntad. El capitán Luis de Herrera 
y Pedro Navarro, que mucho deseo tenían de 
castigar aquel soldado, para que la pena de 
uno fuese ejemplo de muchos, que semejante 
traición procurasen hacer, agradecieron mu- 
cho al soldado la buena voluntad que en ello 
mostraba, y dijéronle que viese lo que era 
necesario se hiciese de su parte en aquel caso, 
que así se haría. El soldado les dijo que con- 
venía que ellos y su gente saliesen la noche 
siguiente milla y media de la ciudad, y que él 
les traería al soldado á aquel lugar por enga- 
ño y se lo pornía en sus manos. Pues quedan- 
do aplazada la cosa, según dicho es, el soldado 
francés se salió de Taranto, dejando los capi- 
tanes espaííoles muy contentos, no sabiendo el 
engaño que se les urdía, y yéndose al campo 
francés dio aviso de lo que quedaba concer- 
tado, y la noche y hora que los españoles ha- 
bían de salir de aquel lugar. Los cuales muy 
descuidados de traición y de engaño se salieron 
aquella noche de aquel lugar que concertaron 
con el faraute que había de vender al soldado 
su amigo. Estando esperando gran parte de 
la noche, ya que quería amanecer, descubrie- 
ron toda la gente francesa que venía por los 
prender y matar á todos, y verdaderamente 
recibieran los españoles muy gran daño, si no 
fueran de ellos los franceses sentidos, los 
cuales conociendo el engaño del soldado, co- 
menzaron á retirarse á muy gran prisa á la 
ciudad; y los franceses como los vieron, co- 
rrieron en pos de ellos hasta las puertas de 
Taranto; y no los pudiendo alcanzar, los es- 
pañoles se quedaron dentro en la ciudad, y 
los franceses se tornaron cada capitán á sus 
estancias, enojados de lo mal que les había 
sucedido con aquel trato que ordenado ha- 
bían. En esto el capitán Pedro Navarro y Luis 
de Herrera, que muy bien sabían, los lugares 
do los capitanes franceses se habían de aco- 
ger con su gente, y viendo cómo se tornaban 
á sus aposentos, determinaron de les pagar el 
trato doble, antes que se guareciesen en sus 
estancias. Con este acuerdo salieron muy se- 
cretamente con toda su gente de la ciudad 
por la puerta que va á Puzano, adonde esta- 
ba aposentado con su gente el capitán Pabri- 
cio, hijo del Conde de Conce, y caminando 
muy aprisa se pusieron muy encubiertamente 
en una emboscada, á dos millas de Puzano, 
junto á una iglesia que llaman Santa María de 
Tesano, y allí estuvieron esperando gran rato 



4el día. Y al cabo de una buena pieza, andan- 
do corriendo hasta veinte caballos españoles 
aquella tierra, no muy apartados de la em- 
boscada, vieron venir á Fabricio con su gente 
que se venía á su estancia. El capitán Fabricio, 
como vido aquellos caballos españoles, cre- 
yendo que sería gente que había venido á co- 
rrer la tierra, y que no sería más de la que pa- 
reció, arremetieron con mucha prisa con sus 
caballos para tomar los españoles, los cuales 
haciendo vista de huir viniéronse á meter por 
su emboscada. El capitán Fabricio los siguió 
hasta tanto que descubrió la infantería espa- 
ñola, de que conoció que eran perdidos todos 
aquel día; conoció su daño, pero como mejor 
pudo se comenzó á retirar hacia Puzano; mas 
los españoles que muy gran voluntad tenían 
de destruir aquella gente, no les dieron tanto 
lugar, antes salieron todos de la emboscada 
y dieron en el capitán Fabricio y su gente con 
tanta fortaleza que, peleando con él un gran 
rato, hicieron tanto de sus personas que de 
sesenta franceses que ellos eran, mataron cin- 
cuenta y prendieron casi todos los otros, en- 
tre los cuales fué preso el capitán Fabricio, 
hijo que era, según dicho es, del Conde de 
Conce. Y de esta manera se les trató á los 
franceses el trato doble que contra los espa- 
fíoles habían ordenado, y llevando consigo al 
capitán y á.los otros prisioneros muy alegres 
de la victoria que con tanto daño de sus ene- 
migos alcanzaron, se tornaron á Taranto. 

CAPÍTULO LXVIII 

Del arte que tuvo el Gran Capitán para hacer 
daño á los franceses, y de la prisión del ca- 
pitán monsiurde la Mota, juntamente con la 
muerte y prisión de los suyos. 

Muy grande era el cuidado y solicitud que 
el Gran Capitán ponía acerca de lo que toca- 
ba al servicio de su Rey y señor, y asimismo 
en dañar á sus enemigos en todas las mane- 
ras que podía, y con esto no se ocupaba en 
otras cosas salvo en buscar su total destruc- 
ción. Pues dice agora la crónica que el Gran 
Capitán se determinó un día de hacer á los 
franceses una burla, con que les costase caro 
el deseo que de matarlo ó prenderlo junta- 
mente con su gente tenían, y fué así que echó 
fama por todas aquellas villas comarcanas de 
Barleta cómo en Trana, una villa que está en 



DEL GRAN CAPITÁN 



143 



la costa de la mar junto á Rubo, tenía veinte 
mil ducados y que ordenaba lo más presto 
que ser pudiese de enviar por ellos. Pues 
acaeció que esta fama se divulgó tanto entre 
franceses, que no deseaban ni esperaban otra 
cosa salvo el día cuando habían de salir de 
Barleta é ir por ellos, y así tenían sus espías 
puestas en el camino de Trana, para que fue- 
sen los franceses que estaban en Rubo avi- 
sados de su venida. Finalmente, después que 
el Gran Capitán sintió que sería ya publicada 
y divulgada la fama de aquel engaño, cuando 
le pareció tiempo, envió al Comendador Men- 
doza con cincuenta caballos ligeros á Trana; 
bien instructo en lo que debía hacer, por que 
no se errase aquel trato que contra los france- 
ses ordenaba; y porque más lugar tuviesen los 
franceses de ser avisados de su ida, mandó 
que se estuviese en Trana tres días, para que 
en este tiempo los franceses de Rubo lo sa- 
brían y saldrían al camino á les tomar los di- 
neros como gente que no es poco codiciosa 
de semejante fruta. Pues con esta orden el 
Comendador Mendoza con los cincuenta ca- 
ballos salió de Barleta y fuese á Trana, y allí 
estuvo tres días, según que el Gran Capitán 
se lo había mandado; mediante los cuales 
monsiur de la Mota, que estaba en Rubo, sien- 
do avisado cómo ya eran los españoles veni- 
dos por el dinero á Trana, salió con sesenta 
hombres de armas y cincuenta caballos ligeros 
de Rubo y fuese á poner en una emboscada 
junto á una ermita que está milla y media de 
Trana, y allí estuvo esperando al Comenda- 
dor Mendoza hasta que dio la vuelta, aunque 
sin dineros. El Gran Capitán otro día siguien- 
te después de partido el Comendador, envió 
al capitán Diego García de Paredes y á don 
Diego de Mendoza con cien hombres de ar- 
mas y cincuenta caballos ligeros y con tres- 
cientos infantes, y saliendo de noche de Bar- 
leta se fuesen á poner en unas grutas que 
están milla y media de Trana, apartados del 
camino, adonde monsiur de la Mota eran avi- 
sados que estaba, y allí llegaron media hora 
antes que viniese el día; y junto con esto el 
Gran Capitán con ciento y cincuenta caballos 
ligeros se salió de Barleta y se puso dos mi- 
llas y media de Barleta en el mismo camino de 
Trana para esperar allí lo que sucedería de 
los suyos y para socorrerlos si necesidad hu- 
biese de socorro. En esto, pasados los tres 
días que el Comendador Mendoza estuvo en 



Trana, siendo cuatro horas entrado el día, se 
salió con los cincuenta caballos para se tor- 
nar á Barleta; y como monsiur de la Mota tu- 
viese puestas sus espías para que le avisasen 
cuando el Comendador saliese, por razón que 
si por aventura quisiese irse por otro camino 
no se le fuese sin venir, con él á las manos, 
fué sabidor en cómo los españoles habían ya 
salido de Trana y que se venían á Barleta por 
el mismo camino, de cuya causa, ya que los 
españoles llegaban cerca de donde los france- 
ses estaban, monsiur de la Mota con su gente 
salió á ellos. El Comendador Mendoza como 
los vido, desvióse del camino y á muy gran pri- 
sa se fué retirando la vía de Barleta, adonde 
creyó que los suyos le estaban aguardando. 
Finalmente, los franceses apresuraron tanto 
que alcanzaron los caballos españoles, y es- 
caramuzando con ellos los franceses, como 
eran muchos, los fueron apretando y prendie- 
ron más de veinte hombres. En esto D. Diego 
de Mendoza y Diego García de Paredes, que 
estaban emboscados en aquellas grutas, como 
sintieron la escaramuza de franceses con los 
españoles, salieron á muy gran prisa de la em- 
boscada y dieron muy de recio en los france- 
ses, que fuertemente peleaban con los caba- 
llos españoles, y de su venida fueron de los 
franceses muertos y heridos más de veinte. 
El Gran Capitán, que estaba, según dicho es, 
dos millas y media de Barleta en el camino de 
Trana, esperando lo que sucedería de los su- 
yos, fué avisado cómo ya los franceses anda- 
ban revueltos con los españoles y que les ha- 
bían herido y muerto algunos franceses, aun- 
que todavía los españoles llevaban lo mejor. 
El cual, con el deseo que tenía que no se le 
escapase ningún francés, se movió de aquel 
lugar y á la mayor prisa que pudo vino con 
su gente adonde la batalla se hacía, y como 
allegó, halló que los españoles traían á muy 
mal traer á los franceses y que les tenían 
muertos y presos muchos de ellos, á gran sal- 
vamento de los españoles. Adonde halló más 
encendida la batalla, allí se metió con su gen- 
te por el un costado del escuadrón, y de tal 
manera los acometió que los franceses no los 
pudieron más sufrir y metiéronse todos en 
rota, y los españoles los siguieron más de 
una milla, adonde monsiur de la Mota fué pre- 
so y muertos más de sesenta franceses y to- 
dos los demás presos, que no escaparon de 
todos los que llevó el capitán monsiur de la 



144 



CRÓNICA GENERAL 



Mota para aquel hecho sino sólo tres caba- 
lleros; y de esta manera los franceses halla- 
ron que la moneda que se usa entre españo- 
les no es sino armas, con las cuales se compra 
el vencimiento de sus enemigos, como aquí 
acaeció. Y después de todo acabado, el Gran 
Capitán con toda su gente, sin perder tan so- 
lamente un hombre, se tornó á Barleta muy 
alegre de la victoria que de aquella vez alcan- 
zó, llevando consigo al capitán monsiur de la 
Mota preso juntamente con todos los otros 
franceses. 

CAPÍTULO LXIX 

De cómo por ciertas palabras feas, que monsiur 
de la Mota dijo contra la nación italiana, se 
combatieron trece soldados franceses contra 
otros trece italianos, y lo que sucedió. 

Después que monsiur de la Mota fué preso 
y su gente toda muerta y presa, según suele 
acaecer entre caballeros y gente de guerra, 
estando monsiur de la Mota en Barleta en 
compañía de todos aquellos caballeros, más 
preso en el nombre que en el tratamiento, 
acaeció que hablando con él D. Iñigo López 
de Ayala, un caballero soldado español, en las 
cosas de guerra y lo que cada día acaecía en- 
tre españoles y franceses, diciendo la virtud 
que había en los españoles y cuan bien sabían 
defender su derecho, y lo mismo de la nación 
italiana, que muy por entero había mostrado 
su virtud en el servicio del Rey de España los 
que en Barleta se habían hallado, respondió 
monsiur de la Mota aprobando lo que decía 
de los españoles y reprobando lo que D. Iñigo 
López de Ayala decía de la virtud de los ita- 
lianos, y diciendo cuan de poca estima fuesen 
en el oficio de la guerra, en especial no te- 
niendo en su compañía gente que les colorase 
y cumpliese sus faltas, como se había visto 
nunca venir ellos solos á las manos con los 
franceses, sino mezclados con españoles. Por 
manera que en lo que en su alabanza traía 
D. Iñigo López, no se podía evidentemente 
probar, y que por aquella razón, según lo que 
él concebía en sí, él tenía á los italianos por 
gente muy para poco y de menos saber y va- 
ler. A esto D. Iñigo respondió diciendo que 
mirase lo que decía, porque allí tenía el Gran 
Capitán gente que era de tanta virtud y for- 
taleza que poca necesidad tenía de la ayuda 
y favor de los españoles, y que era gente de 



tanta honra que la sabrían do quiera que fue- 
se menester defender. Monsiur de la Mota 
tornó á replicar diciendo que lo que él había 
dicho tenía por opinión verdadera, y él la haría 
buena donde le fuese pedido dándole libertad. 
A esto D. Iñigo López de Ayala respondió: 
«Señor monsiur de la Mota, si tanta gana te- 
néis de decir mal de la nación italiana, prestos 
estamos de ver la prueba, para lo cual yo ten- 
go en mi compañía italianos, en quien conozco 
tanta virtud que sin duda creo que sabrán sa- 
car mis palabras á salvo; por ende', dad vos 
tantos franceses de vuestra parte para que se 
combatan ó otros tantos italianos como los 
que yo metiere en campo, y allí veremos la 
experiencia de todo lo que decíais». Monsiur 
de la Mota dijo que era de ello muy contento, 
y ordenóse que fuesen trece franceses de la 
parte de monsiur de la Mota contra otros tre- 
ce italianos de la parte de D. Iñigo López de 
Ayala, diciendo que aunque entrasen más en 
campo no los estimarían los franceses en 
nada. Finalmente, el combate se concertó en 
esta manera: que el vencido perdiese las ar- 
mas y caballo y diese al vencedor cien duca- 
dos, y que el campo fuese entre Andria y Cua- 
drata, y había de ser el estacada señalada en 
un círculo ó término labrado, dentro del cual 
se habían de combatir; y cualquiera de los 
combatientes que saliesen de aquel término 
no pudiese más entrar ayudar á los compa- 
ñeros, sino como vencido perdiese el caba- 
llo y armas y fuese condenado en los cien 
ducados que había de haber el vencedor. Y 
asimismo se dieron para seguridad del campo 
entre los unos y los otros rehenes ó ostages, 
que allá llaman así, y junto con esto señala- 
ron por jueces de la parte de los italianos á 
Diego de Vera, capitán del artillería, y de la 
parte de los franceses al capitán monsiur Po- 
codinare. Los nombres de los combatientes 
italianos son los siguientes (y porque fuese 
la ciudad acostumbrada á siempre vencer pre- 
ferida á las otras): fueron tres romanos los 
primeros, que fueron: Juan Bracalone, Juan 
Capocha y Héctor Peracio; de Ñapóles, Mar- 
co Carolario; de Capua, Héctor Ferramusca, 
nacido de bellicosísima sangre; de Teana, Lu- 
dovico Beabolin; de Sauro, Mariano Aventi; de 
Toscana, Meyale Romanella; de Sicilia fueron 
dos nombrados, porque esta isla violentamen- 
te partida por la mar no pareciese haber per- 
dido el derecho de las ciudades de Italia, los 



DEL GRAN CAPITÁN 



145 



cuales sicilianos fueron Francisco Salomoni, 
que después fué claro en muchas batallas, y 
Guillermo Albamonte; de las ciudades que es- 
tán junto al Pou fueron nombrados los que 
faltaban, que fueron el Ricio de Parma y Tito 
por la ciudad de Lodi, llamado por sobrenom- 
bre el Franfrulla. Verdaderamente eran todos 
varones de muy gran virtud, ánimo y fortaleza 
y amigos de tornar por su honra en gran ma- 
nera. Los nombres de los franceses eran los 
siguientes: Marco de Enfrena, Siran de Forsis, 
Grajan de Aste, Martellin de Sugre, Pierre 
de Alie, Jacobo de la Fonte, Lionte de Baran- 
te, Juan de Landes Sánchez, Francisco de Pin- 
ses, Jacobo de Guntibun, Marin de la Francia 
y Cares de Togues, varones de muy grande 
ánimo y virtud de fuerza, tan abundantes de 
soberbia como lo eran de fuerzas y esfuerzo. 
Todos estos combatientes, asi italianos como 
franceses, salieron de sus aposentos para es- 
tar en el campo el día señalado del combate, 
los cuales fueron bien acompañados de caba- 
lleros y gente de guerra, que sólo por ver el 
combate se allegaron. El Próspero Colona, 
capitán de los italianos, con palabras graves, 
aunque con alegre semblante, animó á los su- 
yos, los cuales cuasi todos eran de su capita- 
nía y de la de Fabricio su hermano, acordán- 
doles cómo la honra de Italia estaba puesta 
en su valor y esfuerzo, que hiciesen todo su 
deber porque no los engañase su opinión. El 
cual habiendo puesto aparte tantos caballe- 
ros había particularmente escogido á ellos 
como á muy buenos y fuertes defensores del 
nombre italiano. No hubo ninguno de ellos 
que no se moviese por el loor de la gloria y 
que no jurase de volver del campo vencedor. 
Después de uno en uno los advirtió muy en 
particular que guardasen las armas y los ca- 
ballos, y dio á cada uno lanzas muy fuertes y 
casi una brazada más largas que las de los 
franceses y sendos estoques colgados de los 
arzones á la parte izquierda y sendas espa- 
das cortas y anchas ceñidas para herir de 
tajo. Púsoles á la parte derecha de los arzo- 
nes, en trueque de maza de hierro, una hacha 
de estas de labradores de gran peso con un 
mango de media braza colgada con una cade- 
nilla. Los caballos llevaban sus testeras de 
hierro lucidas y sus armaduras de pescuezo, 
las cubiertas doradas de cuero cocido, que 
los antiguos las llamaban clivani, las cuales 
comodísimamente cubrían los pechos y ancas 

Crónicas del Gran Capitán.— 10 



de los caballos. Fuéronles demás de esto aña- 
didos dos venablos, los cuales estaban plan- 
tados en el suelo, así que aquellos que fuesen 
derribados en tierra, tomando en las manos 
aquellos venablos, pudiesen combatir. Fueron 
estos venablos, según se entendió de Próspe- 
ro, y para aquellos que combatieron, muy pro- 
vechosos para ganar la victoria. No con me- 
nor cuidado monsiur de Nemos instruyó á 
los suyos, los cuales salieron al campo con 
riquísimos sayos de brocado y terciopelo car- 
mesí. Monsiur de la Paliza había escogido 
entre muchos á estos, los cuales deseaban 
aquella honra, y enseñando á cada uno el arte 
de combatir, los había grandemente inflamado 
á que mostrasen testimonio del valor de los 
franceses. Fué señalado el campo con un sur- 
co, cuasi la octava parte de una milla, en el 
medio de Cuadrata y Andria, como está di- 
cho, y hicieron un cadalso en el cual debajo 
de un dosel estaban los jueces, los cuales or- 
denaron que aquellos que fuesen sacados de 
fuera de aquel espacio fuesen habidos por 
vencidos, y que el premio de aquel vencedor 
fuese las "armas y el caballo y cien ducados 
por cada uno de los vencidos. Demandaron 
los jueces que les asegurasen el campo; mon- 
siur de la Paliza lo excusó, así como en im- 
portante y peligroso negocio de querer en 
esto obligarse. El Gran Capitán protestó, di- 
ciendo que aseguraría el campo y toda cosa, 
y sacó toda la gente fuera de Barí, y con muy 
buen concierto los metió en orden de batalla, 
que parecía que estaban á punto para com- 
batir, y metiéndoles un cierto y dudoso temor 
tenía suspensos los ánimos de los franceses, 
habiéndose hecho venir delante los italianos, 
no con otras palabras los esforzó, sino que 
con generosa determinación de ánimo cons- 
tante tuviesen en poco los hombres de aque- 
lla nación y sangre, así como aquellos que se 
acordaban cómo sojuzgada la Francia mu- 
chas veces habían sido vencidos, muertos y 
domados de sus antepasados, y que tuviesen 
esperanza cómo Dios daría ciertamente la 
victoria á aquellos que combatían con tan 
buena querella contra hombres insolentes, 
locos y soberbios. Pues esto así pasando, fue- 
ron los jueces de ambas las partes á ponerse 
en su lugar. Y Diego de Vera, que era juez 
de los italianos, llevaba en su poder los mil y 
trescientos ducados para dar á los franceses, 
si los italianos fuesen vencidos. Los cuales 



146 



CRÓNICA GENERAL 



monsiur de Pocodinare, ó porque conforme á 
su nombre él tenía pocos dineros ó porque 
según su soberbia, que es más verdadera, él 
no ponía duda en el vencimiento de los suyos, 
no quiso llevar aquella suma ni ponerse en 
aquel trabajo. Finalmente, allegados los com- 
batientes al lugar del combate fueron por los 
jueces metidos en el estacada dentro del tér- 
mino donde habían de combatir. Puestos cada 
uno en el lugar que le fué señalado, fuéles 
partido el sol por los jueces. Los franceses 
antes que entrasen en el campo tenían entre 
sí acordado que en el primer encuentro car- 
gasen tan de recio en los italianos que los hi- 
ciesen perder el campo y salir de la raya y 
término señalado; pero no les avino así como 
pensaron, antes los italianos, que muy bien 
sabidos y ejercitados eran en aquel menester, 
tuvieron buen aviso en que hecha la señal 
dieron y recibieron tan fuertemente los en- 
cuentros de las lanzas que las quebraron to- 
dos sin se mover ninguno de las filas; y pasa- 
ron adelante mirando cada uno la raya, no 
saliese de ella. Después echaron mano á las 
otras armas, de las cuales se aprovechaban 
los italianos muy sabiamente con muy buen 
tiento, dando y recibiendo muy pesados y 
fuertes golpes, así de las hachas como de las 
espadas, de que así de ellos como de los ca- 
ballos andaban heridos y de que el campo se 
teñía de sangre. Pues andando de esta mane- 
ra revueltos los unos contra los otros, cuatro 
caballeros franceses y un italiano tocaron la 
raya, los cuales luego fueron por los jueces 
sacados de allí como hombres que, según la 
postura, no podían entrar más á ayudará los 
compañeros, de que los italianos muy alegres 
se reforzaron más y cargaron muy más de 
recio en los franceses todos juntos de un tro- 
pel; y tanto hicieron que echaron á otros dos 
caballeros franceses del campo, de que más 
los italianos cobraron fuerzas y poder, y tanto 
más á los otros franceses que quedaban se 
les disminuía, viendo que seis de sus compa- 
ñeros habían tocado en la raya y perdido el 
campo. Los italianos, conociendo la flaqueza 
de los franceses, procuraron de darse mucha 
prisa por vencer los que quedaban, y así car- 
garon tan de recio en los siete franceses, que 
harto tenían que hacer en se defender, de tal 
manera que á fuerza de armas hicieron rendir 
á los tres de ellos; y de los otros cuatro los 
tres tocaron la raya y no quedó en el campo 



sino sólo un francés, que bien mostró aquel 
día su valor, el cual fué Grajan Daste. Este 
francés hizo tanto de S14 persona y tan fuer- 
temente se defendió de los italianos, que ver- : 
daderamente si todos los otros fueran de su 
virtud, no dudaran en el vencimiento de su 
parte. Este fué cargado de muy pesados gol- 
pes de los italianos, y él todavía hacía su po- 
der dando así á los unos como á los otros, y 
al fin nunca se quiso rendir. Los italianos, 
viendo que no les quedaba otra cosa que ha- 
cer, salvo vencer aquel francés, en quien esta- 
ba la honra y el cumplimiento de la victoria, 
comenzáronle de nuevo á cargar de muchos 
y muy pesados golpes y heridas, diciéndole 
que se rindiese, si no que le matarían. El cual 
nunca lo quiso hacer hasta tanto que no pu- 
diendo más sufrir los duros golpes de los 
italianos cayó en tierra como desacordado, y 
luego cargaron sobre él para le matar, y con 
todo esto nunca se quiso rendir, hasta que 
los jueces, viendo su voluntad y que de allí 
no podía escapar sin la muerte, se metieron 
en medio y dieron por vencedores á los ita- 
lianos de aquella demanda. Y el capitán Diego 
de Vera, después de haber hecho tomar las 
armas y caballos de los franceses, demandó 
al capitán monsiur Pocodinare mil y trescien- 
tos ducados que se debían á los italianos por 
la postura; los cuales el capitán francés, que 
no pensó que los suyos fueran vencidos, no 
los había llevado. Y por esto el capitán Diego 
de Vera, como vido que los franceses no cum- 
plían según la postura que habían puesto en- 
tre ellos, llevó consigo á los combatientes 
franceses vencidos en rehenes de los mil y 
trescientos ducados, y fuese con ellos á An- 
dria, adonde el Gran Capitán había quedado 
con su gente de armas y cabaUos Hgeros y 
con dos mil infantes; el cual había salido de 
Barleta con voluntad de favorecer los italia- 
nos, si los franceses no les quisiesen guardar 
su seguro y lo pactado. El capitán Pocodina- 
re, como vido al capitán español tan determi- 
nado en llevar aqueUa cosa al cabo, rogó pri- 
mero al capitán Diego de Vera le hiciese tan- 
ta gracia de le dejar consigo llevar aquellos 
franceses, que él le daba su fe como caballero 
de en allegando á Rubo enviar aquellos du- 
cados, y que asi lo prometía de hacer sin falta 
ninguna. El capitán Diego de Vera, que de la 
promesa de franceses tenía muchas veces he- 
cha experiencia, dijo que él no era en aquel 



DEL GRAN CAPITÁN 



147 



caso sino juez, y que no tenía más poder en 
ello de cuanto los italianos vencedores lo 
quisiesen hacer, y que pues ellos no querían, 
no podía hacer ende al. Finalmente, el capitán 
Pocodinare, viendo que no podía alcanzar del 
capitán español lo que quería, se partió eno- 
jado y fuese á Rubo. Diego de Vera como lle- 
gó á Andria con los combatientes italianos y 
franceses, el Gran Capitán lo salió á recibir 
con mucho placer de la victoria, que tan á su 
honra los italianos habían alcanzado, alaban- 
do mucho su virtud, ánimo y fortaleza, y con 
esto muy contentos todos se estuvieron todo 
aquel día en Andria. Otro día siguiente se 
partió el Gran Capitán de Andria con su gen- 
te y fuese á Barleta. Después de esto mon- 
siur Pocodinare dende á cuatro días que se 
tuvo en Rubo, habiendo los mil y trescientos 
ducados de la tasa de los franceses vencidos, 
los envió á Barleta al capitán Diego de Vera, 
el cual recibiendo la dicha suma de dinero, dio 
libertad á los trece franceses para que se fue- 
sen á Rubo, siendo primero satisfechos los 
italianos vencedores de todo aquello que en 
el asiento y postura se habían concertado. 

CAPÍTULO LXX 

De cómo el capitán Diego García de Paredes 
y D. Diego de Mendoza, por mandado del 
Gran Capitán, salieron de Barleta d coger 
sarmientos de las viñas de Visela, y de lo que 
les aconteció con los franceses que estaban 
en aquella villa. 

Costumbre es de guerras, que doquiera que 
los tales movimientos hay, haya hambres y 
pestilencias y otras muchas necesidades, es- 
pecial cuando las tales guerras y discordias 
duran mucho tiempo. Así acaeció en este tiem- 
po en Barleta y sus confines, adonde españo- 
les estaban aposentados. Y com.o el Comen- 
dador Peri Juan, capitán de la armada france- 
sa, estuviese en Brindes (ciudad que está en 
el paso de Sicilia para venir á Barleta por mar) 
todas las provisiones que venían de Sicilia al 
campo español, todo lo tomaba el sobredicho 
capitán francés con sus galeras, y por esta 
razón si algún bastimento había de venir, no 
venía con temor de las galeras francesas que 
estaban, según dicho es, en Brindes, y de esta 
causa necesariamente había de haber necesi- 
dad de hambre; la cual padecían en extremo 



grado, no sólo la gente, pero los caballos, que 
muchos días había que por falta de cebada y 
paja, que es su provisión, comían sarmientos 
y otros ramos verdes de árboles de las viñas 
de Barleta, adonde ya no se podía hallar una 
vid y sarmiento, sino á muy gran pena. Por 
esta razón convenía ir á buscar á otras par- 
tes, por lo cual el Gran Capitán ordenó que 
D. Diego de Mendoza y Diego García de Pa- 
redes fuesen con sacomanos para traer los 
sarmientos de las viñas de Visela, una villa 
que es distante de Barleta trece millas, á los 
cuales dio treinta hombres de armas y cin- 
cuenta caballos ligeros y doscientos infantes 
para que con aquella gente, entre tanto que 
los sacomanos sacaban y cogían los sarmien- 
tos, que ellos hiciesen la escolta. Finalmente, 
los sobredichos capitanes y gente, juntamen- 
te con los sacomanos, se partieron de Bar- 
leta la vía de Visela, para poner en efecto el 
mandado de su capitán. Estaba en Visela en 
guarnición un capitán francés que llamaban la 
Crota, con cuatrocientos infantes; con el cual 
el capitán Pocodinare, que estaba entre Lica, 
siendo avisado la noche antes de la venida de 
los españoles, salió con cien caballos ligeros 
y cincuenta hombres de armas y fuese á jun- 
tarse con él para que ambos á dos saliesen á 
dar en los españoles. Los capitanes D. Diego 
de Mendoza y García de Paredes, después 
que salieron de Barleta, porque la infantería 
no fuese vista de los franceses, mandáronlos 
subir en los sacomanos, y de esta manera pa- 
reció que todos venían á caballo y que no ve- 
nían infantes. Allegando los españoles á milla 
y media de Visela, enviaron delante los caba- 
llos ligeros para que se informasen del esta- 
do en que estaban los de Visela y viesen si 
había algún movimiento de franceses y los 
avisasen con tiempo. Los franceses, como es- 
taban sobre aviso, luego como sintieron ve- 
nir á los españoles, enviaron cien infantes de- 
lante para que peleasen con los españoles y 
se entretuviesen con ellos, entretanto que con 
toda la otra gente de caballo y infantes ellos 
acudían, por razón que pensaron que si todos 
salían de un golpe, los españoles no osarían 
esperar y volverían las espaldas, y de aquella 
manera como se cebasen en pelear con aque- 
llos infantes, no mirarían tanto sobre sí, cre- 
yendo que no vernía más gente. En conclusión, 
los caballos ligeros españoles, como vieron 
los infantes, arremetieron con ellos y del pri- 



148 



CRÓNICA GENERAL 



mero encuentro los franceses fueron rotos en 
dos partes, de manera que los sesenta de 
ellos se retrajeron á una torre fuerte de aque- 
llas viñas y los cuarenta se tornaron á muy 
gran prisa á Vísela á dar aviso á los capitanes 
franceses del estrecho en que los otros infan- 
tes quedaban en la torre. Por manera que el 
capitán Pocodinare con el otro capitán fran- 
cés luego salió de Visela con toda la gente de 
caballo y infantería para socorrer los france- 
ses que estaban en la torre; y los españoles 
como vieron salir de tropel toda la gente 
francesa de Visela y que eran tres para uno 
de los españoles, determinaron lo que sería 
bien hacerse en aquel caso, ó si combatirían 
la torre do los sesenta franceses estaban, ó 
si considerando la mucha gente que venía 
contra ellos sería bueno retirarse hacia Bar- 
leta. D. Diego de Mendoza y otros muchos 
con él fueron de opinión que sería más segu- 
ro retirarse á Barleta, como mejor pudiesen, 
que no perecer allí todos sin ningún remedio, 
esperando con temeridad tan pocos que ellos 
eran á combatir con tantos de los franceses 
como parecían venir, en especial viendo que 
estaban metidos entre todas las guarniciones 
de los franceses y que ellos estaban lejos de 
Barleta, donde no podrían ser socorridos, y 
los franceses el socorro que más lejos tenían 
era á seis millas de Visela, Diego García de 
Paredes fué de este parecer muy contrario, 
el cual dijo que muy mejor sería que la torre 
se combatiese, por razón que, si la comba- 
tían, los franceses que venían de Visela cree- 
rían que había en ellos muy gran engaño de 
celada de gente encubierta y no osarían pa- 
sar adelante, viendo que sin ningún temor los 
españoles acometían la torre y que no hacían 
caso de ellos y que retirarse les era muy ma- 
yor peligro, por razón que los franceses co- 
brarían ánimo y por el contrario los españo- 
les lo perderían; y que allende que los fran- 
ceses por se retirar conocerían en ellos fla- 
queza y no dejarían por eso de los alcanzar y 
dañar con todo su poder, por lo cual á él le 
parecía que entre dos peligros el menor se- 
ría combatir la torre y mostrar ánimo contra 
los franceses, de lo cual resultaría creer ellos 
que había mucha más gente española de la 
que parecía, diciendo que en el combatir de 
la torre él tomaba á cargo con los infantes 
de la rendir bien presto, y que en lo demás 
D. Diego de Mendoza con los caballos y gente 



de armas se pusiesen al camino, que es entre 
unas viñas, por donde los franceses habían de 
venir, y que allí se estuviese quedo, encarado 
contra ellos sin se mover de allí con su gente. 
Muy bien pareció á todos lo que Diego García 
de Paredes dijo, y así lo pusieron por obra, 
porque entretanto que Diego García de Pa- 
redes combatía la torre, D. Diego de Mendoza 
con la gente de armas y caballos Ugeros se 
puso á la boca de una calle de las viñas, que 
era el camino por donde los franceses habían 
de venir, según dicho es. Entretanto Diego 
García de Paredes se puso á pie con la infan- 
tería y instruyéndolos en lo que debían hacer, 
todos juntos por todas partes comenzaron á 
combatir la torre con grande ánimo y fortale- 
za, á la cual los franceses defendían con gran 
corazón, en que mataron de lo alto algunos 
españoles é hirieron muchos, de que no poco 
enojo recibió Diego García de Paredes, viendo 
el daño que en su gente se hacía y lo mucho 
que estaban en tomar aquella torre, porque 
tenía gana de socorrer á D. Diego de Men- 
doza, si menester lo hubiese. Por esta razón, 
animando su gente y haciendo él por su per- 
sona cosas de muy gran valor hizo apresurar 
el combate por todas partes, poniendo fuego 
á la torre con los sarmientos de las viñas, que 
ende había asaz hechos en manojos; por ma- 
nera que con ellos quemó la puerta de la to- 
rre, por donde algunos soldados con gran co- 
razón se comenzaron á meter, y los españoles 
que combatían por la otra parte de la torre ya 
habían en esta sazón con las picas deshecho 
una parte de la muralla de lo alto de la torre 
por donde todos los franceses se descubrían 
queriéndose poner á la defensa, de cuya causa 
recibían de los españoles muy gran daño, los 
cuales debajo con las picas y piedras y balles- 
tas habían muerto más de un tercio de la gen- 
te que estaba en la torre. Después de esto 
Diego García de Paredes, andando con muy 
gran diligencia y ánimo proveyendo en todos 
los lugares y reforzando su gente cuanto po- 
día para que tomasen la torre, porque se te- 
mía que los franceses acometerían á D. Diego 
de Mendoza y á su gente de caballo, y conve- 
nía que él le socorriese después de haber to- 
mado la torre, y que sin la tomar le era muy 
mal caso apartarse de allí, apresuró mucho 
más el combate, por manera que los unos en- 
trando por la puerta y los otros subiendo por 
las picas á lo alto de la torre, ayudándose los 




DEL GRAN CAPITÁN 



149 



unos á los otros, con grande ánimo tomaron 
la torre y mataron á todos los franceses que 
ende se habían acogido, excepto uno, el cual 
se dio á conocer á Diego García de Paredes, 
que había sido su criado un poco de tiempo, 
y por esta obligación que le tenía Diego Gar- 
cía de Paredes le salvó que no muriese como 
los otros. En este combate Diego García de 
Paredes lo hizo tan valerosamente y trabajó 
tanto de su persona, que ningún otro en el 
mundo pudiera hacer tanto, y asimismo los 
infantes españoles hicieron maravillosas co- 
sas en aquel día. Pues, tornando á los fran- 
ceses que habían salido de Vísela para soco- 
rrer á los infantes que se habían retirado á 
la torre, como vieron la determinación y osa- 
día con que habían acometido la torre los 
españoles, y viendo la otra gente de caballo 
que estaba en el paso aguardándolos, no osa- 
ron pasar adelante, pensando que, según el 
poco temor que en los españoles conocían, 
sería mucha más gente de la que parecía, y 
por esta razón sin socorrer á los infantes se 
tornaron á Vísela; y D. Diego de Mendoza 
que, según es dicho, estaba en el camino es- 
perando á los franceses, como vido que no 
habían osado pasar adelante, antes volvie- 
ron las espaldas, túvose de ello por bien con- 
tento; porque si los franceses intentaran á 
venir á las manos, no dejaran los españoles 
de recibir gran daño; y con esta buena salida 
con toda la gente se tornó á do había dejado 
á García de Paredes, que ya había tomado 
la torre y muerto á los franceses. Y Diego 
García de Paredes, á aquel francés que ha- 
bía librado, mandóle que se fuese á Vísela y 
que contase al capitán Pocodinare y al capi- 
tán la Crota toda la manera de que habían 
usado para los esperar y la poca gente que 
tenían, y les hiciese saber la muerte y daño 
de los de la torre, para que así por esta pér- 
dida como por la confusión que tendrían en 
se ver engañados de tan poca gente, recibie- 
sen mayor pena, viendo y considerando ha- 
ber perdido toda aquella gente por su grande 
flojedad y demasiada cobardía y poco ánimo. 
Finalmente, después de todo esto acabado, 
los sacomanos cargaron con gran diligencia 
todos los sarmientos que hubieron menes- 
ter, y de ahí todos juntos muy alegres se tor- 
naron á Barleta y dieron cuenta al Gran Ca- 
pitán de todo lo que les había acaescido con 
los franceses. 



CAPITULO LXXI 

De cómo Lezcano, capitán de la armada espa- 
ñola, desfruyó el armada francesa que estaba 
en Bríndez, y de cómo el Gran Capitán se 
concertó con los villanos de Castellaneta 
porque se levantasen contra los franceses. 

Ya se dijo arriba cómo el capitán Peri Juan, 
que estaba en Brindez, impedía el venir de las 
provisiones que se traían desde Sicilia á Barle- 
ta, y que á esta causa había en aquella ciudad 
muy grande penuria y falta de bastimentos 
para la gente del ejército español. Pues dice 
agora la crónica que pensando el Gran Capi- 
tán de poner remedio en este caso, mandó al 
capitán Lezcano que se moviese con el armada 
española y que fuese á deshacer el inconve- 
niente que á causa de estar aquel capitán 
francés en el paso seguía á su gente y ejér- 
cito, Y con esta orden el capitán Lezcano, to- 
mando dos navios de dos galeras y dos cara- 
belas bien aderezadas, las cuales llevaban cua- 
trocientos hombres de guerra, sin la otra gen- 
te de las mismas naves, se metió en el camino 
de Brindez, adonde en el puerto de aquella 
ciudad estaba el capitán Peri Juan con sus ga- 
leras. Pues es de saber que andando por sus 
jornadas, vino el capitán Lezcano á vista de 
Brindez y hizo enderezar el armada contra el 
puerto de aquella ciudad. El capitán Peri Juan, 
como vio el armada que por la mar venía que 
se enderezaba hacia aquel puerto, reconoció 
ser de españoles, y por esta razón mandó re- 
coger con mucha presteza dentro en el puer- 
to todas sus galeras y fustas, que no estuvie- 
sen unas de otras apartadas, y asimismo man- 
dó se apercibiesen todos para esperar el ar- 
mada que contra ellos hacía vista de venir. 
En esto el capitán Lezcano apresuró más su 
camino, y tanto anduvo que antes que el ar- 
mada francesa se recogiese al puerto la al- 
canzó, y aferrando sus galeras con las gale- 
ras francesas, pelearon una pieza con mucha 
fortaleza; por manera que como el capitán 
Lezcano fuese varón de mucha virtud por la 
mar, y aun por la tierra, y la gente que lleva- 
ba fuese escogida y de muy buen hecho, en 
muy poco tiempo rompieron todas las galeras 
de Peri Juan, haciendo asimismo grande daño 
en la gente de ellas. Finalmente, viendo el ca- 
pitán Peri Juan el daño de su gente, juntamente 
con el de sus galeras, fué constreñido de ne- 



150 



CRÓNICA GENERAL 



cesidad lo mejor que pudo en una galera re- 
cogerse á Brindez por salvar su persona, que 
ya del armada poca cuenta hacía, como á la 
sazón quedase toda perdida y muy mal para- 
da; el capitán Lezcano le fué siguiendo; pero 
al fin no le pudiendo alcanzar, le dejó, siendo 
asaz alegre y contento de lo bien que 1(2 había 
sucedido con las galeras francesas, quedando 
por esta causa el paso de Sicilia más libre y 
exento que no lo había estado hasta allí. Des- 
pués de este mismo tiempo, el Gran Capitán, 
que no se ocupaba en otra cosa salvo en qui- 
tar y apartar tantos movimientos y guerras 
como á la sazón había entre españoles y fran- 
ceses, no deseando por eso perder su dere- 
cho, trató con los villanos de Castellaneta, que 
es una villa junto á Taranto, adonde estaba en 
guarnición un capitán francés que llamaban 
Símonet con mucha gente francesa, que se le- 
vantase y se tornase á la devoción y parte del 
Rey de España, como buenos y leales vasallos, 
para ejecución de lo cual dio esta orden que 
se sigue, para que más á su salvo y sin daño 
suyo pusiesen en efecto aquel hecho. Y así 
que tomasen primeramente y principal en pri- 
sión al capitán Simonet, y después á todos 
los franceses que ende tenía, y que para esto 
él daría aviso al capitán Luis de Herrera y al 
capitán Pedro Navarro, que eran sus capitanes 
que estaban en Taranto, para que el día que 
ellos señalasen, estos capitanes juntamente 
con su gente socorriesen á tiempo. Esto ha- 
cía el Gran Capitán por matar de un tiro dos 
pájaros, por razón que no solamente de aque- 
lla manera ganaba la villa, pero también ha- 
cía menos de sus enemigos. Finalmente, los 
villanos de Castellaneta, habida la orden y 
mandamiento del Gran Capitán, como deseo- 
sos de hacer su mandado, viendo que el capi- 
tán Simonet había en muchas refriegas que 
con los españoles hubo perdido mucha gente, 
y que á la sazón no estaba tan poderoso que 
ellos no lo fuesen mucho más, en especial ha- 
biendo de ser de los capitanes de Taranto so- 
corridos. En conclusión, los de Castellaneta 
avisaron á los capitanes españoles un día an- 
tes, diciéndoles que otro día siguiente antes 
que fuese de día, viniesen allí con mucha dili- 
gencia y muy grande secreto, y que ellos los 
meterían en la villa, sin que ninguno de los 
franceses lo sintiese, por manera que muy 
bien podrían hacer de los franceses á su vo- 
luntad. Y con este aviso que les dieron, el ca- 



pitán Luis de Herrera y el capitán Pedro Na- 
varro, aquella misma noche aderezaron muy 
bien su gente y salieron de Taranto para ir á 
Castellaneta; y los villanos por su parte aque- 
lla misma noche, después que todos los fran- 
ceses se hubieron recogido á dormir, se me- 
tieron todos en armas y se pusieron á esperar 
los españoles hasta cerca del día, los cuales á 
esta hora estaban siete millas de Castellane- 
ta. Pero los de la villa, como ya se hubiesen 
metido en armas y viesen que los españoles 
se tardaban en su venida, y que si el día se 
allegase, el trato se descubriría y no podrían 
hacer lo que deseaban, siendo avisados cómo 
los españoles venían no muy lejos de la villa, 
tomaron por sí el principio de aquel hecho y 
comenzaron á dar por las casas donde los 
franceses estaban seguros, de los cuales acae- 
ció que dormían en sus camas á sueño suelto. 
El primero aposento adonde ellos fueron, fué 
al del capitán Simonet, al cual tomaron en 
prisión y pusieron á muy buen recaudo, y de 
ahí prendieron á todos los franceses sin que 
dejasen ninguno á libertad. Y en este tiempo 
los españoles que habían apresurado su cami- 
no, estaban bien cerca de la villa, por manera 
que si los de la villa se hubieran hallado en 
peligro, pudieran ser de los españoles ligera- 
mente socorridos. Los cuales como llegaron á 
Castellaneta, hallaron las banderas de Espa- 
ña puestas por la villa, y preso el capitán Si- 
monet juntamente con sus soldados. Y los de 
Castellaneta luego entregaron al capitán y 
á los otros franceses en poder de los capi- 
tanes españoles; y así, quedando la villa de 
Castellaneta por el Rey de España, se tor- 
naron con los prisioneros á Taranto, de lo 
cual todo fué avisado el Gran Capitán, de 
cuyo hecho mucho fueron agradecidos los 
de Castellaneta. 

CAPÍTULO LXXII 

De cómo el Visorrey de Ñapóles fué sobre Cas- 
tellaneta por vengarse de la injuria que le 
hablan hecho los de aquella villa, y de cómo 
el Gran Capitán tomó á Rabo y prendió al 
capitán monsiur de la Paliza con muchos de 
los suyos. 

La crónica haciendo su continuación y or- 
den debida, dice que después que los de Cas- 
tellaneta prendieron al capitán Simonet y los 



DEL GRAN CAPITÁN 



151 



otros franceses, según dicho es, el Visorrey 
de Ñapóles, que de este hecho fué sabidor, 
hubo de ello muy gran enojo, y por esta ra- 
zón, indignado contra los villanos de aquella 
tierra y villa de Castellaneta, que de este caso 
habían sido principales autores, quiso casti- 
garlos, según merecía su inobediente malicia. 
Y así con esta determinación y parecer se par- 
tió de Canosa con toda la más parte de gente 
de armas y caballos ligeros, y con toda la in- 
fantería y artillería vínose camino derecho de 
Castellaneta, con intención de meter á fuego 
y á sangre aquella villa, por la grande y fea 
traición de que habían usado con su gente 
que allí tenía en guarnición. Y andando por 
sus jornadas el dicho Visorrey vino con su 
gente y llegó á una villa que está á cuatro mi- 
llas de Castellaneta, que dicen Baterna, y allí 
se detuvo algunos días dando orden en lo que 
debía hacer en la presa de Castellaneta. El 
Gran Capitán, que de todo lo que pasaba en 
el campo francés era muy bien avisado, como 
supo la partida del Visorrey contra Castella- 
neta y la intención que llevaban de poner en 
efecto su perdición, determinó él por otra par- 
te de se vengar del daño que esperaba que le 
había de ser hecho por el Visorrey en Cas- 
tellaneta, y así muy secretamente hizo un día 
poner en orden su gente, y siendo de noche á 
dos horas pasadas salió con su gente y arti- 
llería de Barleta, y fuese muy secretamente la 
vía de Rubo, adonde estaba monsiur de la 
Paliza, un capitán francés, con toda su gente 
de armas é infantes en guarnición de aquella 
villa. Eran en número de doscientos hombres 
de armas y doscientos archeros, toda muy 
buena gente y escogida. Y andando el Gran 
Capitán, como está dicho, toda la noche, alle- 
gó sobre la villa de Rubo bien cerca del día, 
el cual con mucha diligencia y presteza puso 
su gente en orden, y primero dio asiento al 
artillería para batir la muralla, y así asenta- 
da batióse la dicha villa bien hora y media, 
en que vino á tierra una gran parte del muro 
de lo alto, y después de esto mandó el Gran 
Capitán á su gente que diesen la batalla con 
muy buena orden y concierto, y la primera fué 
encomendada al capitán Diego García de Pa- 
redes, y él con toda su gente arremetió al 
muro. Y allegados al pie del, pusieron las es- 
calas, y los franceses, por el contrario, ofen- 
dían con todas sus fuerzas á los españoles todo 
lo que podían. Estando de lo alto del muro 



echando muchas piedras y flechas, y con las pi- 
cas y alabardas cortaban las escalas y echa- 
ban abajo los españoles que querían subir, en 
que recibían gran daño, y mataron algunos de 
los españoles y hirieron á muchos. En esto el 
Gran Capitán se metió con toda su gente en 
el combate, por manera que así con su esfuer- 
zo como con su prudente consejo daba dobla- 
do ánimo y fuerzas á los suyos; y los españo- 
les, viendo que peleaban delante de su capitán, 
cada uno procuraba ganar para sí toda la hon- 
ra y prez que podía para que ganase junta- 
mente la voluntad de su capitán y fuese cono- 
cido por muy buen soldado; y así hicieron en 
tan poco tiempo tanto de sus personas que, 
matando y hiriendo mucha parte de los que 
estaban puestos en defensa del muro, tuvie- 
ron lugar de subir, entre los cuales el primero 
que subió encima del muro fué el Capitán 
Francisco Sánchez, despensero mayor, que 
puso la primera bandera en el muro. De ahí 
sabiendo otros muchos, los franceses perdie- 
ron mucho ánimo, y dejando los franceses el 
muro en poder de los españoles, todos se re- 
tiraron al cuerpo de la ciudad, y haciéndose 
fuertes en las casas principales de la ciudad y 
en algunas calles. Pero muy poco les aprove- 
chó, por razón que subiendo en el muro todos 
los españoles abajaron abajo con ánimo vic- 
torioso diciendo: «España, España». Comen- 
záronse á mezclar entre los franceses comba- 
tiéndoles las casas fuertes adonde se habían 
metido, y lo mismo hacían en muchas calles 
adonde se habían hecho fuertes. De cuya cau- 
sa les hacían perder mucha gente, haciendo 
en los franceses todo el daño que podían, por 
manera que por fuerza les tomaban muchas 
casas y los prendían y mataban, queriéndose 
oponer á se defender dentro en ellas. Final- 
mente, los españoles hicieron tanto, que echa- 
ron á los franceses fuera délos lugares donde 
se habían recogido y prendieron á monsiur de 
la Paliza juntamente con el Duque de Saboya, 
y con otros muchos franceses, y los demás 
que salvarse pudieron se recogieron á un cas- 
tillo viejo que estaba en Rubo y á una muy 
buena torre y muy fuerte que estaba sobre 
las puertas de la ciudad. De allí se defendieron 
valerosamente algún tanto, pero el Gran Ca- 
pitán hizo meter el artillería contra aquella 
torre y castillo viejo para los tomar por fuer- 
za de armas como lo habían hecho á la ciudad. 
Y los franceses como se vieron amenazar con 



152 



CRÓNICA GENERAL 



el artillería y viendo que era imposible poder- 
se sustentar más de un día contra las fuerzas 
del Gran Capitán, tomaron su consejo y de- 
terminaron de se dar debajo de su merced y 
amparo, y el Gran Capitán los recibió y les 
dio libertad. Todo lo demás vino en poder de 
los españoles, porque á la verdad, dejando 
aparte los prisioneros, pero todas las otras 
cosas, así de joyas como de dineros, ropas y 
caballos, fueron todos muy cargados y bien 
contentos, y con todo muy alegres se fueron á 
Barleta. Y porque dije de caballos, es razón 
decir el número de ellos, que fué, según ver- 
dad, más de mil caballos los que de aquella 
presa hubieron los españoles. Muy grandes 
fueron las cosas que en este combate de Rubo 
hizo la persona del Gran Capitán, y dignas de 
memoria las que toda su gente y capitanes hi- 
cieron, donde fué el capitán don Diego de 
Mendoza, Diego García de Paredes, el prior 
de Mecina, el capitán Pedro de Paz Escalada, 
el coronel Villalba, el Duque de Termes, el ca- 
pitán Pizarro y los dos fuertes Colona, Prós- 
pero y Fabrico Colona, y juntamente con otros 
dos caballeros napolitanos, con otros algunos 
italianos de grande estima que en aquel día 
hicieron maravillosas cosas de sí; y verdade- 
ramente eran bastantes estos valerosos capi- 
tanes que dicho tengo á tomar otra Rodas en 
fortaleza, cuanto más una ciudad tan pequeña 
y no muy fuerte, como era Rubo. El Gran Ca- 
pitán, en tanto ruido y revuelta de la tierra 
saqueada, todas las mujeres que en las igle- 
sias halló, llenas de lágrimas y temor, hizo que 
fuesen tan guardadas, cuanto convenía á la 
limpieza de no ser violadas, antes como supo 
que toda aquella gente militar las halagaba y 
festejaba con lengua y manos para mal usar 
con ellas, aquello castigó muy reciamente, y 
todo cuanto les tomaron hizo luego á la hora 
restituirles, y ellas puestas todas en libertad 
les mandó dar muy grande y cumplida abun- 
dancia de mantenimientos, de que estaban en 
mengua, y así libres de aquel infortunio, la 
mayor en edad y principal en dignidad de 
aquellas, le dijo: «No sin causa, magnánimo 
señor, la natura os otorgó forma de cuerpo y 
gesto tal que resplandece más vuestro oficio 
y dignidad, y pues las gentes no bastan á dar 
tanto loor cuanto merece vuestra magnanimi- 
dad, plegué á Dios otorgaros la gloria que de 
derecho todos deben á vuestra piadosa per- 
sona y grande humanidad». No menos virtud 



de clemencia y humanidad usó el Gran Capi- 
tán cuando trajo gente sobre Gaeta, y ganado 
el monte de aquella, y el arrabal entrado, 
viendo que las vírgenes de la Anunciada, que 
son unas criaturas hijas de padres y madres 
inciertos, porque, por cubrir su infamia, en na- 
ciendo las echan á las puertas de las iglesias, 
las cuales estaban en un ayuntamiento de re- 
ligión, do se crían grande número de mozas, 
y en aquella observancia están hasta que la 
misma casa de la religión donde están las 
casa. La cual religión ó casa entrada por la 
gente del Gran Capitán, ellas sin pensamiento 
de tan súbito peligro huyeron á los tejados y 
azoteas, por ser antes de allí despeñadas que 
forzadas. El Gran Capitán, que vio tanta mul- 
titud de mujeres angustiadas, y sabida la cau- 
sa, que era que mucha parte de su infantería 
las quería meter á saco, como hacían de todos 
los otros bienes, para usar mal de ellas, con 
mucha presteza y muy grande diligencia las 
socorrió, diciendo estas palabras como hom- 
bre piadoso: ser aquellas antes dignas de ayu- 
da que de injuria, y descendiéndolas de allí, 
tal cobro les puso y en tanta manera miró por 
ellas, que tan limpias en su contento queda- 
ron como las hallaron, y siendo forzado de ir 
á proveer en lo que convenía á la presa de la 
ciudad, sustituyó para guarda de éstas á un 
caballero de su casa, llamado Martín de Tues- 
ta, el cual, los que muy bien lo conocieron, 
afirmaron que entró tan virgen en la tierra 
como salió del vientre de su madre. AI cual, 
con gente que le dejó, le mandó que las guar- 
dase, diciéndole de esta manera: «Martín de 
Tuesta, mirad que si me voy de aquí, es por- 
que dejo otro yo». Pues si el hecho de Scipión 
Africano Romano, es tan alabado por los es- 
critores romanos, por la muy grande y exce- 
lente virtud que usó con la desposada de Lu- 
cio, Príncipe de los Celtiberios, que sabido 
quien era lo envió á llamar al desposado y se la 
restituyó tan entera cuanto vino á su poder, 
juntamente con el rescate que por ella sus 
padres le enviaron, como lo cuenta Tito Livio 
en sus Décadas. Y si asimismo el dicho Sci- 
pión es alabado del mismo Tito Livio, porque 
la anciana dueña de los rehenes de Híspanla, 
mujer de Mandonio, que fué tomada en Car- 
tagena, echándose á sus pies del Africano, le 
suplicó que todas las mujeres que allí había ha- 
bido fuesen encomendadas á buena guarda por 
el peligro que de comunicar con la gente suel- 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



153 



ta les podía suceder. El cual Scipión las encar- 
gó á un hombre honrado, casto y virtuoso, 
mandándole que las guardase como á propias 
madre y hija. Y si, como escribe Justino, ha- 
biendo Alejandro llamado el Magno, en la gue- 
rra de Darío, prendido á Gisisbamba, madre 
que fué del mismo Darío, y á su mujer y hijas, 
de contino las trató con tanta reverencia y 
honestidad como si fueran sus propias hijas, 
madre y hermanas, cuánto más puede y debe 
ser alabada en nuestro Gran Capitán una tan 
soberana virtud y clemencia usada con estas 
mujeres; porque si Scipión usó de aquella li- 
beralidad con la mujer de aquel Príncipe Cel- 
tiberano, aquéllo hizo más con fin de ser ayu- 
dado de aquél para la guerra que con los car- 
tagineses tenía que por otros fines, porque 
no menos era hostigado de su amor que otro 
cualquiera de sus soldados; y asimismo por- 
que le faltaba gente y amigos en España, y 
para atraerlos á su devoción y amistad le 
convenía más con virtud y buenas obras atraer 
á los españoles á su amistad, siendo tan vale- 
rosos, que con rigor de armas y asperezas, de 
que no le podía suceder ningún provecho, y 
asimismo porque los capitanes romanos si ha- 
cían alguna cosa indigna de tan grandes va- 
rones, eran después por el Senado gravemen- 
te castigados. Pues si decimos de la benigni- 
dad de Alejandro para con la madre, mujer y 
hijas de Darío, no por esto había ni debe ser 
preferido al Gran Capitán, porque si lo usó, 
lo que de cierto no se sabe, fué por tener su 
amor puesto en su Rosana, y aun por codicia 
y ambición de fama, que no constancia de áni- 
mo que del se publicase con aquella modera- 
ción, pues es cierto que no fué tan continente 
que no se puede creer lo contrario de lo que 
se escribe. Pero lo del Gran Capitán procedía 
de ánimo modesto, continente y moderado, 
porque no solamente después de haber entra- 
do los pueblos, pero antes de dar el asalto, 
con público pregón mandaba que á las muje- 
res que en las iglesias y monasterios se ha- 
llasen, no tocasen ni afrontasen con manos ni 
lengua, y no satisfecho con esto, él en perso- 
na las iba á amparar y defender de cualquier 
daño y afrenta que hacerles quisiesen, como 
arriba se ha contado. Pues volviendo al pro- 
pósito, el Gran Capitán, después de haber ga- 
nado á Rubo y prendido á monsiur de la Pa- 
liza y á oíros caballeros principales que con 
él estaban, como dicho es, el día siguiente, no 



siendo aún del todo saqueada la tierra, usan- 
do la misma presteza volvió á Barleta, habien- 
do llevado las mujeres de Rubo consigo, y 
luego les dio muy cumplida libertad, sin llevar 
cosa alguna por su rescate, habiéndolas guar- 
dado con tanta honestidad como si de cada 
una de ellas fuera padre. Pero no quiso que 
los hombres de armas franceses se rescata- 
sen, porque monsiur de Nemos no les había 
guardado las condiciones puestas entre ellos; 
todo el resto de la infantería puso en las ga- 
leras de Lezcano hasta que la guerra fuese 
acabada, dándoles algo más dura pena de lo 
que en la milicia se acostumbra. Lo cual ha- 
cía con muy gran razón, pues en nada guar- 
daban con él y con su gente lo que prome- 
tían los franceses. 

CAPÍTULO LXXIII 

De cómo el Visorrey, sabida la presa de Rubo, 
mudó su propósito en lo de Castellaneta y se 
tornó á Canosa, y cómo vinieron á los espa- 
ñoles siete naves á Barleta cargadas de tri- 
go de Sicilia, con que se remedió la hambre 
que el ejército español padecía. 

Después que el Gran Capitán hubo tomado 
á Rubo y preso á monsiur de la Paliza con 
otros muchos de los suyos, como dicho es, 
vino á saberse aqueste hecho por el Visorrey 
de Ñapóles, que estaba en Baterna, cuatro 
millas de Castellaneta, el cual queriendo ir so- 
bre la villa de Castellaneta, según que había 
salido con esta intención de Canosa, y viendo 
el daño que por su ausencia el Gran Capitán 
había hecho en los suyos, temiéndose que si 
mucho estaba ausente lo mismo haría el Gran 
Capitán en todas las otras guarniciones, mudó 
propósito, proveyendo primero lo más y no 
dejar lo más por lo menos. Y así determinó de 
se tornar á Canosa, y antes que se partiese 
de Baterna envió á decir á monsiur de Bra- 
monte, que estaba en las Grutallas, que luego 
visto su mandado se moviese de allí con su 
gente y se fuese á Canosa por el camino que 
él llevaba, porque así convenía hacerse. Lue- 
go sin ningún detenimiento monsiur de Bra- 
monte se partió con su gente de las Grutallas 
una noche, bien pasadas tres horas de ella, y 
vínose la vía de Canosa, según la orden que 
el Visorrey tenía dada. Los capitanes Luis de 
Herrera y Pedro Navarro, como supieron la 



154 



CRÓNICA GENERAL 



partida de monsiur de Bramonte de las Gru- 
tallas y que aquel lugar estaba desocupado 
de franceses, salieron de Taranto con su 
gente y fuéronse derechos á aquella villa, 
donde fueron muy bien recibidos, y alii se 
estuvieron algunos días, mediante los cua- 
les determinaron ir sobre algunas villas de 
aquella comarca que se tenían por Francia; y 
un día saliendo de las Grutallas se fueron á 
otro lugar que llaman la Chera, adonde asi- 
mismo se detuvieron algunos días. De ahí se 
fueron sobre una villa que dicen Aste, dejan- 
do primero todas las tierras que dicho tengo 
conformes á la devoción y parte de España. 
El capitán Lezcano, que, como dicho tiene la 
crónica, había roto el armada francesa, corrió 
por aquella costa de la Pulla por la parte del 
Adriático, el cual como supo que españoles 
estaban sobre Aste y que no habían podido 
tomar aquella villa, saltó en tierra con cuatro- 
cientos infantes y vínose derecho á Aste, don- 
de halló los otros españoles, con la venida del 
cual, alegres por se ver más crecidos en nú- 
mero de gente, comenzaron de nuevo á com- 
batir aquella villa, que muy contraria se les 
había mostrado. Pero al fin, como las fuerzas 
españolas no sean en poco tenidas en aque- 
llas partes, avino que por fuerza de armas 
hubieron los españoles de la tomar y la sa- 
quearon, por razón que se les había procura- 
do muy valerosamente defender con todo su 
poder, según dicho es. Luego después de esto 
los españoles salieron de Aste y fuéronse á 
otra villa que llaman Francavilla, adonde sin 
ninguna resistencia se metieron en ella. Está 
esta villa hasta cuatro millas de Oirá, adonde 
el capitán Luis de Aste estaba en guarnición 
con cuatrocientos infantes y cuatrocientos ca- 
ballos Hgeros y hombres de armas; y dende 
allí los españoles que estaban en Francavilla 
con los franceses de Oirá siempre se visita- 
ban con correrías y escaramuzas, por manera 
que se hacían los unos á los otros todo el 
daño que podían; á los cuales dejará ahora la 
crónica por contar lo que en Barleta aconte- 
ció en este tiempo. Y fué así que, según en 
otros lugares ha contado la crónica, en Bar- 
leta había muy gran falta de bastimentos para 
la gente y para los caballos, lo cual les duró 
muchos días, que padecían la mayor hambre 
que ejército de gentes jamás pudo padecer, y 
junto con esto había en Barleta muy gran pes- 
tilencia, de que en especial los de la misma 



ciudad fueron de esta enfermedad muchos to- 
cados y muertos, y milagrosamente Nuestro j 
Señor guardaba la gente de guerra que no 
muriese, porque de otra manera no se pudie- 
ra el Gran Capitán sustentar una semana que 
no dejara la ciudad. Pero con todas estas fa- 
tigas y trabajos, y lo que más les tenía pues- 
tos en necesidad era la hambre, la cual sintie- 
ron en mayor grado después de la presa de 
Rubo, de que se acrecentó el gasto de las 
provisiones por razón de los muchos prisio- 
neros y gran copia de caballos que ende hu- 
bieron. Y bien se pudiera desembarazar el 
Gran Capitán de todos los prisioneros fran- 
ceses si quisiera, porque el Visorrey después 
que llegó á Canosa, le envió muy gran suma 
de dinero de rescate á monsiur de la Paliza y 
de monsiur de la Mota y de los otros capita- 
nes y gente francesa que tenían en prisión en ' 
Barleta; pero no los queriendo dar por ningún 
precio de dinero, respondió que él no tenía en 
voluntad señorear el oro, sino las personas 
que lo mandaban y daban, y con esto quiso 
antes estar sujeto á la hambre que no á sus 
enemigos, porque en fin hacía de sus enemi- 
gos los menos. Pues dejado esto, dice la cró- 
nica que á la sazón le vinieron de Sicilia siete 
naos cargadas de trigo y tomaron puerto en 
Barleta, de que muy alegres fueron todos 
por el remedio que á la hambre les había ve- 
nido. Desembarcaron todo el trigo de las na- 
ves, y asi los unos como los otros fueron 
con este socorro remediados. El Gran Capitán 
hizo tres partes de todo aquel trigo: la una 
parte repartió entre su gente, y la otra repar- 
tió á los ciudadanos de Barleta, y la tercera 
parte repartió á sus guarniciones que tenía 
por aquella comarca, y quedando todos de 
este repartimiento contentos estuvieron de 
ahí adelante más aparejados en el servicio 
de su capitán. 

CAPÍTULO LXXIIII 

De cómo el Visorrey de Ñapóles, queriendo ve- 
nir á las manos con los españoles, envió á 
llamar á todos los capitanes que estaban en 
las guarniciones de Pulla, y de cómo el Gran 
Capitán hizo asimismo llamamiento del ca- 
pitán Luis de Herrera y Pedro Navarro. 

En este tiempo, estando el Visorrey de Ña- 
póles en Canosa temeroso no le viniese el 



DEL GRAN CAPITÁN 



155 



Gran Capitán á cercar allí, el cual á la verdad, 
por razón que dividió su ejército, no le tenía 
tan pujante como de antes, y por esta causa 
envió á llamar al capitán Luis de Aste, que 
estaba en Oirá, para que con toda la gente de 
armas y caballos ligeros é infantes se viniese 
á Canosa. Lo mismo hizo á todos los otros ca- 
pitanes franceses é italianos que estaban por 
Francia, mandándoles que luego que viesen 
su mandado, se viniesen á Canosa con la gen- 
te que tenían, y entre los otros escribió á An- 
drea Matheo Acuaviva, quede Conversano 
fuese á Altamura, adonde estaba Luis de Arce, 
y de allí ambos á dos juntas las fuerzas vinie- 
sen á Canosa, donde le hallarían, porque mon- 
siur de Nemos ponía grande esperanza en el 
consejo de aquel hombre para el gobierno de 
la empresa y no le parecía tentar ninguna cosa 
sin el Luis de Arce, capitán valiente y animo- 
so. Ciertamente, según el tiempo que este 
llamamiento se hacía, no dejaba de ser pro- 
nóstico de grandes movimientos. El Gran Ca- 
pitán, viendo cómo el Visorrey llamaba su 
gente á Canosa y que no sabía para qué, re- 
celóse de ello, por lo cual él asimismo de su 
parte envió á llamar al capitán Pedro Nava- 
rro y á Luis de Herrera, que, según dicho está, 
estaban en Francavilla, para que con toda 
su gente viniesen á Barleta, dejando á buen 
recaudo la ciudad de Taranto mientras el 
Arce y Acuaviva concertaban el día de su 
partida. Pedro Navarro tomó las cartas de 
Arce junto á Taranto, y como avisado, ha- 
biendo entendido el designio de los france- 
ses, hizo una emboscada al Acuaviva, cuan- 
do había de pasar, y así rodeado de un no 
pensado mal, defendiéndose animosamente» 
habiéndole muerto el caballo y herido gra- 
vemente, fué preso. Juan Acuaviva, su her- 
mano, peleando valerosamente fué muerto; 
la caballería fué rompida y casi toda ella vino 
en mano de los enemigos. Habiendo, pues, 
felizmente sucedido esta empresa, Pedro Na- 
varro y Luis de Herrera partieron para Bar- 
leta con trescientos infantes y con cuaren- 
ta hombres de armas y cincuenta caballos 
ligeros, y llegaron un sábado á Castellane- 
ta, y allí estuvieron holgando el domingo si- 
guiente por razón de la festividad que era. 
Luego otro día lunes siguiente, de mañana, 
después de haber oído misa, salieron de Cas- 
tellaneta y tomaron el camino de Barleta, y 
andando por sus jornadas acaeció que un 



día allegando entre Conversano y Rodillana 
se encontraron con el Marqués de Bitonto, 
el cual había salido de Conversano para ir 
con su gente á Canosa al llamamiento del 
Visorrey, de cuya parte él era, y llevaba cin- 
cuenta hombres de armas y cincuenta caba- 
llos ligeros y trescientos hombres de la co- 
marca, toda gente vil y para poco. Y como 
los capitanes españoles los vieron, enviaron 
á muy gran prisa los caballos ligeros ade- 
lante para que detuviesen los del Marqués, 
entretanto que llegaba la infantería, los cua- 
les aguijaron tanto que se alejaron de la in- 
fantería bien dos tiros de ballesta, y los in- 
fantes no se parecían; por razón que con 
las matas de un bosque que estaba en aquel 
lugar iban cubiertos, por manera que el Mar- 
qués de Bitonto, como vio los caballos es- 
pañoles, no pensó que había más gente de 
la que parecía, y por esto con toda su gen- 
te arremetió de recio contra ellos, y mezclán- 
dose los unos con los otros se herían con 
mucho ánimo. En esto el capitán Pedro Na- 
varro y Luis de Herrera allegaron con la in- 
fantería y dieron muy recio en la gente del 
Marqués, y tanto hicieron que en breve fue- 
ron los bitontinos desbaratados y presos y 
muertos más de treinta de ellos, y todos los 
demás y su capitán se salvaron en Rodillana 
y Conversano. Aquí fué preso el Marqués de 
Bitonto y hubieron los españoles muy gran 
despojo de dineros, ropas y joyas juntamente 
con todo el recuaje y recámara del Marqués, 
adonde venía toda su plata y otras muchas 
cosas de calidad. Y después de esto el capi- 
tán Luis de Herrera y el capitán Pedro Nava- 
rro, que así como lo sabían ganar lo sabían 
conservar, temiendo que si llevaban consigo 
al Marqués hasta Barleta podría ser que sal- 
dría gente de las guarniciones francesas y se 
lo quitarían de poder, y por esta razón le en- 
viaron á Varina, donde en el castillo fué te- 
nido á muy buen recaudo y debajo de muy 
buenas guardas; y los españoles luego se 
movieron de allí y se fueron á Barleta, adon- 
de dieron cuenta al Gran Capitán de lo que 
en el camino habían hecho y de la prisión del 
Marqués de Bitonto, de que mucho se hol- 
gó el Gran Capitán, y luego mandó llevar el 
Marqués al castillo de Manfredonia, por ra- 
zón que aquel castillo es más fuerte que el 
de Varina y estaría allí muy más seguro y 
bien guardado. 



156 



CRÓNICA GENERAL 



CAPÍTULO LXXV 



De cómo vinieron al Gran Capitán los dos mil 
alemanes de socorro, y de cómo salió de Bar- 
leía á buscar en campo al Visorrey de Ñapó- 
les, y del gran trabajo que su gente pasó en 
el camino de la Chirinola. 

Después que el Gran Capitán mandó venir 
sus capitanes y gente de guerra á Barleta, vi- 
niéronle de socorro los dos mil alemanes que 
había enviado á pedir al Emperador Maximi- 
liano, según dicho es, los cuales se desembar- 
caron en Manf redonia y de ahí por mandado del 
Gran Capitán se vinieron á Barleta. No poco 
contento y alegre estaba el Gran Capitán vien- 
do ya que sus cosas iban de mejor arte y condi- 
ción, por razón que así en gente como en otros 
casos de guerra, de que así como los suyos 
habían salido victoriosos, se iban acrecentan- 
do, y por esta causa que ya veía su ejército más 
crecido y animoso, porque sin temor se podía 
oponer á esperar todo el ejército del Rey de 
Francia, dado que fuese mucho mayor en nú- 
mero de gente que no lo era el suyo; y así por 
lo uno como por lo otro, confiando en su jus- 
ticia, con que las fuerzas de sus enemigos pen- 
saba confundir, determinó de salir en campo 
al Visorrey á buscarle y no estar encerrado, 
difiriendo aquel hecho tanto tiempo en Barle- 
ta, que hasta allí por no haber tenido gente 
para salir lo había disimulado. Y con esta vo- 
luntad, después de tener allegada en Barleta 
toda su gente y puesta en buena orden, así 
de armas como de caballos como de todo lo 
demás que para la guerra es menester, hizo 
saber al Visorrey la gana y deseo que él te- 
nía de dar fin á sus hechos de una vez, y que 
esto se podía hacer encomendándolo á una 
batalla de campo, viéndose ambos á dos con 
su gente, y que le hacía saber cómo él saldría 
otro día á le buscar con su ejército á Canosa, 
y que de aquella vez concluirían tantas dife- 
rencias como hasta allí tanto tiempo habían 
tenido. El Visorrey de Ñapóles, como supo que 
el Gran Capitán estaba determinado de salir 
á le buscar en campo, salió de Canosa con 
toda su gente de armas y caballos ligeros y 
infantería y con el artillería de campo, vínose 
á esperar al Gran Capitán media milla de Ca- 
nosa junto al río Losante; allí estuvo hasta 
que el Gran Capitán salió de Barleta. En esto, 
como el Gran Capitán supo que el Visorrey 



con todo su ejército lo esperaba en campo 
junto á Canosa, un jueves á veintiséis días 
del mes de Abril del dicho año de mil quinien- 
tos tres con toda su gente de armas y caba- 
llos ligeros y infantería salió de Barleta con 
aquella voluntad encendida que de venir á las 
manos con los franceses tenía. Y aquel día 
que salió de Barleta, vínose á aposentar con 
su gente á un lugar deshecho por su antigüe- 
dad, de que en esta crónica se ha hecho men- 
ción, que llaman Canas, que está á seis millas 
de Canosa, y allí se estuvo toda aquella noche 
en aquel lugar bajo de la guarda de sus cen- 
tinelas. Y otro día de mañana entró en conse- 
jo con los principales de su ejército para to- 
mar de ellos su parecer en lo que debían ha- 
cer. Era el Gran Capitán de tan humana con- 
dición y tan amigo de consejo, que el más mí- 
nimo de todo su ejército que le quisiese dar 
parecer y consejo en alguna cosa lo recibía de 
muy buena voluntad, como si fuera dado de 
hombre muy experimentado en guerra, de los 
muertos y nacidos ejemplo grande de la hu- 
manidad en un tan supremo capitán como lo 
era; y así tenía de costumbre en todas sus 
hazañas y hechos que acometer quería, tomar 
primero el consejo y parecer de los suyos. 
Finalmente, el Gran Capitán se aconsejó si 
sería bueno ir sobre los franceses, los cuales 
á la sazón estaban en su campo bien fuertes 
con proveídos aparejos, ó si irían sobre la 
Chirinola, una buena villa que está diez y sie- 
te millas del sobredicho aposentamiento de 
Canas. En conclusión, después de altercada 
entre todos esta duda, el último parecer como 
mejor se siguió: que era ir sobre la Chirino- 
la. Y así el mismo día, que fué viernes veinti- 
siete días del mes de Abril, el Gran Capitán 
se partió de aquel aposento, y antes que se 
moviese, aderezó su gente y ordenóla en la 
forma siguiente, porque así en orden y por 
sus escuadrones fuesen por el camino. De los 
infantes españoles y italianos, que serían-seis 
mil, hizo un escuadrón, en el cual puso á Die- 
go García de Paredes y á Pedro Navarro con 
otros nobles capitanes; de los dos mil alema- 
nes hizo otro escuadrón y dióles capitanes de 
su misma nación; de la gente de armas hizo 
tres escuadrones, dándoles personas de gran- 
de gobierno y saber que asistiesen en cada 
uno de los escuadrones. Ordenada, pues, la 
gente en la forma susodicha, el Gran Capitán 
dio la avanguardia á Diego García de Paredes' 



DEL GRAN CAPITÁN 



157 



y á D. Diego de Mendoza y á Pedro Navarro 
con los infantes españoles y con trescientos 
hombres de armas, y su misma persona con 
los alemanes y con doscientos hombres de 
armas tomó la batalla, y mandó quedar consi- 
go al capitán Próspero Colona con otros va- 
rones del reino, y en la rezaga puso al Duque 
de Termes y á Francisco Sánchez, despense- 
ro mayor del Rey, con doscientos hombres de 
armas y con doscientos caballos ligeros. Junto 
con esto, mandó al capitán Fabricio Colona 
que con cuatrocientos caballos ligeros fuese á 
un lado del ejército, desviado cuanto una milla, 
para ir descubriendo el campo y mirasen cuán- 
do se movían del lugar donde estaban para 
venir contra ellos y los avisase con gran dili- 
gencia, porque no los tomasen de sobresalto. 
Ordenado, pues, el ejército del Gran Capitán 
en la forma sobredicha, cada uno con su car- 
go, luego se movió de Canas caminando la vía 
de la Chirinola por una muy rasa campaña, 
donde aquel día pasó la gente del ejército del 
Gran Capitán muy grande trabajo, por razón 
que como fuese verano y aquella tierra sea de 
natura seca y la más estéril del mundo, adonde 
un árbol no se halla de ninguna manera, por 
ser una de las más cálidas provincias que hay, 
adonde no había sino unas cañaveras y ga- 
mones bien altos, de los cuales hay tanta 
abundancia que es cosa maravillosa de ver, lo 
cual todo se acrecentaba en daño de la gente 
del ejército con el muy gran calor. Y como el 
remedio del fuego sea el agua para se apa- 
gar y este contrario no se hallase ni una gota 
de agua, vino la gente á tanta necesidad de 
sed que pensó toda perecer en aquel raso de 
aquella campaña, que andaban unos de otros 
apartados y sin orden buscando agua para 
beber; y es verdad que en aquella tierra es- 
pecial por donde el ejército del Gran Capitán 
caminó aquel día, no se halla otra natura de 
agua sino es de algunos pozos que hay por 
el campo y por el camino, adonde cuando el 
invierno llueve se recoge en ellos, más para 
que los ganados que por allí andan se puedan 
sustentar que no para que gente humana la 
pueda beber; los cuales en verano, como la 
tierra sea seca, los más de ellos se ago- 
tan, y de esto avino que como era principio 
del verano y el ejército caminase por aquel 
páramo en el fervor del medio día y con el 
polvo y con las cañaveras y gamones que her- 
vían y ardían como fuego y les daban por las 



caras, y asimismo con el cansancio del camino 
y con el gran calor de las armas, la sed vino 
tan extrema en la gente que era verla gran 
compasión, quedando muchos soldados en el 
camino muertos, no pudiendo de sed ir atrás 
ni adelante, y asimismo las bestias de carrua- 
je muchas se caían muertas y no podían llevar 
adelante las cargas de pura sed. El Gran Ca- 
pitán, que muy grande conmiseración hubo de 
este caso de tanta desaventura, sin tener re- 
medio ni podelle poner, mandó á los hombres 
de armas y caballos ligeros tomasen á las an- 
cas de los caballos suyos á los infantes, por- 
que ellos eran los que mayor peligro pasaban 
y más daño recibían. Y porque hubo quien re- 
zongó y murmuró de ello diciendo que tam- 
bién eran ellos obligados á mirar por sus ca- 
ballos que les servían en las guerras, el mis- 
mo Gran Capitán primero que otro ninguno 
tomó un infante á las ancas de su caballo para 
que por su ejemplo no se desdeñasen los 
otros de los tomar á las ancas. Ejemplo de 
humildad para todos los capitanes del mundo, 
que él fué el que primero se abajó á llevar un 
infante de los suyos á las ancas de su caballo, 
y él, que era el primero que en todos los peli- 
gros, no le parecía que había hecho ninguna 
cosa, si no participaba de los trabajos de 
que los suyos habían parte. Finalmente, por 
ejemplo del Gran Capitán, todos los caballos 
tomaron á los infantes á las ancas y llevában- 
los á ratos, y de esta manera fueron remedia- 
dos algún tanto del trabajo del camino. Mu- 
rieron en este camino de sed más de cuarenta 
hombres y muchos caballos y otras bestias de 
carruaje; y muchas más murieran, sino que, 
según dicho es, de algunos pozos que hallaron 
remediaron algún tanto la sed, porque, á la 
verdad, los pozos eran pocos y tenían poca 
agua, y la gente era mucha y no hubo cumpli- 
miento para todo el ejército. Con este cruel 
trabajo y peligro la gente llegó á las viñas de 
la Chirinola, adonde la gente de armas, fati- 
gados del camino, no se pudiendo tener en 
sus caballos, se echaban de ellos abajo y se 
iban á buscar agua, que ya allí estaban en 
tierra de promisión donde había agua, aunque 
no mucha en demasía. Estas viñas estaban 
cercadas de un pequeño foso, dentro del cual 
Próspero y Fabricio Colona, considerando y 
mirando el lugar, se alojaron. Y habiendo de 
presto limpiado y ensanchado y alzado á la 
parte de dentro una margen á manera de re- 



158 



CRÓNICA GENERAL 



belín, cuanto la brevedad del tiempo sufría 
poderse hacer, se fortificaron contra la caba- 
llería de los enemigos, persuadiendo al Gran 
Capitán los nuevos soldados que en este día 
se fenecía el trabajo de una tan larga y mo- 
lesta guerra, en tanto por otra parte planta- 
ban el artillería enfrente de los enemigos por 
donde habían de venir á los lugares que pa- 
recía ser más decentes y necesarios. También 
el Gran Capitán mandó asentar su campo en 
aquellas viñas, y entretanto que unos enten- 
dían en dar asiento en el ejército, otros torna- 
ban por sus caballos y traían á los infantes 
que se habían muchos quedado en el camino, 
que no podían ir atrás ni adelante, como di- 
cho es; unos yendo, otros viniendo, hubo lu- 
gar de recogerse toda la gente en el lugar do 
el campo se había asentado, aunque no con 
poco trabajo de los caballos y suyo. Gran sed 
padeció el ejército español, especial la gente 
alemana, porque como sea gente usada á be- 
ber, fué maravilla poder escapar hombres de 
ellos. Finalmente, después de todos recogidos 
en el campo, el Gran Capitán, después de se 
haber refrescado la gente del trabajo y can- 
sancio del camino, comenzó á dar orden en el 
combate de la Chirinola, adonde contra el 
muro por la parte de las viñas hizo asentar 
algunos cañones de los gruesos del artillería, 
y con ellos se comenzó á batir el muro con 
mucha fortaleza y ánimo. 

CAPÍTULO LXXVI 

De cómo el Visorrey de Ñapóles movió con su 
ejército en pos del Gran Capitán, y de la 
mortal batalla que franceses y españoles hu- 
bieron en las viñas de la Chirinola, de lo 
cual el Gran Capitán hubo la victoria, con 
muerte del Visorrey de Ñapóles y de otros 
muchos capitanes. 

Aquel mismo día que el Gran Capitán se 
partió de Canas la vía de la Chirinola, el Viso- 
rrey de Ñapóles, monsiur de Nemos, que que- 
daba esperando junto al río Losanto al Gran 
Capitán, según dicho es, fué el Visorrey de Ña- 
póles avisado de ciertos caballos ligeros, que 
los franceses habían preso aquel día, que el 
Gran Capitán iba sobre la Chirinola y el gran 
peligro que la gente llevaba de sed, la cual 
padecía en el camino con muy gran daño de 
todos ellos. El Visorrey de Ñapóles, viendo 



que si en el camino los alcanzaba, lo uno por 
ir cansados los españoles y lo otro por el tra- 
bajo y fatiga que de sed tenían, podía muy fá- 
cilmente vencer al Gran Capitán y desbaráta- 
nos á todos, y así á muy gran prisa mandó 
mover su ejército en seguimiento de los es- 
pañoles; y verdaderamente, según arriba se 
dijo, que esta fuera la última perdición de los 
españoles, si al tiempo que el ejército que el 
Gran Capitán llevaba, yendo tan trabajado, 
dieran los franceses sobre ellos. Pero Nuestro 
Señor, que en todo hacía por el Gran Capitán 
y por el derecho que por su Rey mantenía, no 
permitió que hubiese efecto la voluntad del 
Visorrey de Ñapóles, antes por donde pensó 
vencer, por esa misma causa fué vencido y 
confundido, según dirá la crónica. Y así llegó 
el Visorrey á tiempo que muy bien fué de los 
españoles recibido, estando ya del trabajo 
pasado algo refrescados. Pues cuenta la cró- 
nica ahora muy largamente que el Visorrey 
después que se partió de junto á Canosa, 
adonde tenía su campo, como dicho es, cami- 
nó á gran prisa todo aquel día con voluntad 
de alcanzar los españoles en medio de aquel 
raso, adonde creyó que irían más sedientos y 
fatigados, y como no pudo alcanzallos, hubo 
de ello grande enojo y pasión; pero no por eso 
dejó de los seguir hasta que los halló junto á 
la Chirinola. Llevaba el Visorrey su gente en 
esta orden: su misma persona tomó el avan- 
guardia con cuatrocientos y cincuenta hom- 
bres de armas y quinientos caballos ligeros y 
con cinco mil infantes, de los cuales tenía la 
gobernación monsiur de Chandela. En la ba- 
talla puso á monsiur de Salerno y de Visifla- 
no, y en la rezaga puso á monsiur de Alegre 
y á Luis de Aste con doscientos y cincuenta 
hombres de armas y con trescientos caballos 
ligeros y todos los demás infantes. Y con esta 
determinación y orden venían, cuando el ca- 
pitán Fabricio Colona allegó con los caballos 
ligeros al Gran Capitán, diciendo en cómo 
ellos habían descubierto el ejército francés, 
que venía á más andar contra ellos en su se- 
guimiento. Luego el Gran Capitán comenzó 
con gran diligencia á poner su gente en orden 
para recibir á los franceses, no mostrando por 
su venida ninguna turbación, aunque á la ver- 
dad tenía pasión, por razón que muchos sol- 
dados de los suyos no estaban para tomar ar- 
mas aquel día por el trabajo pasado. Asimismo 
sabía que el ejército francés era en gran can- 



DEL GRAN CAPITÁN 



159 



tidad mayor que no era el suyo, de que, aunque 
su virtud no lo mostrase, todavía, según veía 
su gente mal parada, temía la batalla. En esta 
confusión y augustia estaba el Gran Capitán 
puesto, cuando Diego García de Paredes se 
encontró con él, y conociendo su descontento, 
que á la verdad era mucha razón tenerle en 
aquel trance que esperaba á los suyos tan in- 
hábiles para pelear, le dijo: «Mostrad, señor, el 
camino de firmeza de corazón que mostrar 
soléis en semejantes aprietos; porque los fa- 
mosos y valientes caballeros y capitanes como 
vos, siempre los halla la fortuna aparejados á 
la resistir, mostrándose enemiga y contraria 
en sus cosas, cuanto más que aquí no vemos 
claramente adversidad alguna, ni tal confian- 
za tenga que veremos, por lo cual yo os cer- 
tifico, señor, que con estos pocos españoles 
que aquí somos, mediante la misericordia de 
Dios, será la victoria de nuestra parte». El 
Gran Capitán tenía necesidad muy poca de 
consolación y consejo, porque tenía todo lo 
que á buen capitán pertenecía, ánimo y forta- 
leza, prudencia y consejo, ardid de guerra y 
toda felicidad en sus hechos, que no todas ve- 
ces concurren las sobredichas cosas en un ca- 
pitán, aunque más diligente sea y que más vi- 
gilancia ponga en la guerra. Finalmente, puso 
la gente en orden para esperar los franceses, 
que bien cerca de allí venían encubiertos con 
las cañaveras y gamones, de tal manera que 
no se parecían, y hizo de su infantería un ba- 
tallón y púsolo en una calle de aquellas viñas, 
de la cual hizo tres escuadrones; de los ale- 
manes hizo un escuadrón y púsolos en una 
viña ala parte de Barleta; de los otros infantes 
españoles hizo otros dos escuadrones; en el uno 
de ellos puso al capitán Pizarro y á Zamudio 
y al coronel Villalba y al capitán Escalada y al 
capitán Cuello con otros capitanes, y puso 
este otro escuadrón ala parte de la Chirinola, 
y en el otro escuadrón puso á Diego García 
de Paredes y á Pedro Navarro, y púsolos en 
otra viña junto á la artillería, la cual estaba 
contra aquella parte por donde los franceses 
venían. Eran trece piezas de artillería, y Diego 
García de Paredes con aquella gente había de 
guardar la artillería y dar el recaudo necesa- 
rio, y asimismo estaba para ayudar la parte 
que mayor necesidad tuviese, como sobresa- 
liente; y de la gente de armas hizo un escua- 
drón, en el cual puso á D. Diego de Mendoza 
y al Duque de Termes y á Próspero Colona, y 



á éstos puso en las bocas de unas calles dé 
viñas. De los caballos ligeros hizo otro escua- 
drón, en el cual puso á Fabricio Colona y al 
capitán Pedro de Paz. A estos mandó estar 
fuera de las viñas en un campo raso, para se 
poder de los caballos mejor aprovechar. Ya 
los franceses se comenzaban á descubrir de 
las cañaveras y estaban bien cerca unos de 
otros. Esto sería á hora que el sol se iba á po- 
ner. Luego se comenzaron á saludar con el ar- 
tillería, la cual traían los franceses buena y bien 
aderezada. De que así en la una parte como 
en la otra se hizo algún daño, y tirábanse tan 
á menudo y con tan grande fortaleza, que el 
rumor y sonido de ella sonaba treinta millas 
alrededor en aquella comarca. Pues estando 
en este tirar de artillería, quiso Nuestro Señor 
mostrar un gran misterio en aquel día por los 
españoles, y fué con acaecimiento de un gran 
desastre al parecer en el ejército español, que 
por ser digno de memoria se escribe, por ra- 
zón del peligro en que á esta causa el campo 
español creía ser puesto, y fué así. Que un lom- 
bardero queriendo cargar un cañón, se le cayó 
de una bota, en el suelo, un rastro de pólvora 
de las carretas do venía la munición. Allegó el 
rastro hasta donde el cañón se había de cebar, 
y queriendo el artillero poner fuego al cañón 
sopló la mecha y saltó una centella en el sue- 
lo, donde desde el rastro de la pólvora fué el 
fuego adelante hasta dar en la bota. Encendi- 
da la bota saltó de ella en los carros de mu- 
nición, por manera que en el tiempo de la ma- 
yor necesidad que tenían de la artillería fué 
Nuestro Señor servido de se la quitar, para 
les dar cumplidamente el triunfo y victoria, y 
de esta manera se quemó toda la pólvora y 
munición que en el ejército español había, que 
no quedó tan solamente un polvo de ella. 
Gran tristeza puso en los españoles este he- 
cho, porque á la verdad siendo ellos tan des- 
iguales en número con los franceses, hacíales 
muy gran falta la artillería, y los franceses co- 
braban ánimo y, por el contrario, los españo- 
les lo perdían. A esta sazón el Gran Capitán 
que enlas mayores necesidades siempre halla- 
ron su ánimo y corazón muy entero y lleno de 
todo esfuerzo, como vido la pólvora quemada 
y que su gente perdía el ánimo y enflaquecía 
en fuerzas, las cuales á la sazón eran bien ne- 
cesarias, comenzólos de animar diciendo: «Ea, 
amigos y compañeros míos, no os alteréis por 
lo que habéis visto, que sed ciertos que estas 



160 



CRÓNICA GENERAL 



son las luminarias y mensajeros de nuestra 
victoria; por tanto, cúmplase la falta de la ar- 
tillería con el poder de nuestro corazón y áni- 
mo invencible». Cuando esto decía el Gran Ca- 
pitán ya se comenzaba á oscurecer el día y á 
se venir la noche, y los franceses se comenza- 
ban á gran prisa á aderezar para la batalla, á 
la cual iban muy alegres, por razón que no 
ponían duda alguna en el vencimiento de ella, 
viendo quemada la pólvora del ejército espa- 
ñol y que no había de aquella causa ningún 
estorbo en su acometer. En esto el capitán 
Fabricio Colona, como vido venir á los france- 
ses con muy grande orden á dar en ellos y 
viendo quemada toda la pólvora de su artille- 
ría, como hombre que ya poca esperanza te- 
nía que los españoles habían de vencer aquel 
día la batalla, comenzó á decir: «Esto es he- 
cho, no hay quien provea cómo el artillería 
tire; digan al Gran Capitán que saiga al en- 
cuentro contra la gente de armas contraria, y 
que ya los franceses son junto á nosotros y 
nos quieren acometer». Y Diego García de Pa- 
redes, que por estar cerca de Fabricio Colo- 
na bien oyó estas palabras, respondió muy 
enojado: «Señor Fabricio, proveed vos lo que 
mejor os pareciere, que para estos franceses 
yo solo basto, cuanto más que aquí son tan 
nobles españoles y valientes caballeros que 
bastarán á se combatir con todo el mundo». 
A esta sazón el Visorrey y monsiur de Chan- 
dela, que tenían el avanguardia, arremetieron 
con grande ímpetu contra los españoles con 
toda su gente de armas y infantes, los cuales 
dieron por aquella parte donde Diego García 
de Paredes estaba; y como estaban bien segu- 
ros los franceses que la artillería no les es- 
torbaría el paso, no dudaron el acometer. En 
esto los capitanes Diego García de Paredes 
y Pedro Navarro, que estaban en aquella par- 
te, como vieron venir contra sí á los france- 
ses, salieron de las viñas á fuera á los recibir 
con quinientos infantes españoles de los su- 
yos, y mezcláronse los unos con los otros muy 
reciamente, haciéndose entre ellos una muy 
reñida y peligrosa batalla, adonde, allende las 
espadas, andaban tantas escopetas y balles- 
tas, que mucha gente de una y otra parte caía 
en el campo muerta. Pero los dos capitanes 
con su gente hicieron tanto de sus personas y 
tan valerosamente trabajaron, que en bien 
poco tiempo rompieron toda el avanguardia 
francesa y mataron más de treinta franceses. 



entre los cuales en este primero acometimien- 
to murieron el Visorrey de Ñapóles, monsiur 
de Nemos, de un arcabuzazo que estando en 
el foso sin poder pasar adelante le dieron, y 
monsiur de Chandela, que, según dicho es, te- 
nía el avanguardia; los cuales murieron como 
muy esforzados y valientes caballeros y capi- 
tanes en el campo peleando. En esto los fran- 
ceses desmayaron viendo muertos á sus capi- 
tanes y caudillos, y no pudiendo sufrir más á 
los españoles volvieron las espaldas, y toda 
la otra gente de aquel escuadrón de Diego 
García de Paredes, que serían mil y quinientos 
hombres, saltó luego fuera de las viñas, y jun- 
tándose con la otra gente que primero había 
salido, siguieron la victo; ia por aquella parte. 
Y de tal manera los siguieron, que la gente de 
armas francesa, que por se salvar de los espa- j 
ñoles á gran prisa huía, rompiendo por un cos- 
tado su propia infantería, que ya combatía por 
la otra parte con el escuadrón de la infantería 
española, adonde estaba el capitán Pizarro y 
el coronel Villalba y el capitán Zamudio, los 
cuales con los franceses y los franceses con 
ellos peleando los desbarataron. Diego García 
de Paredes y Pedro Navarro, siguiendo, según 
dicho es, la victoria, llegaron tras la gente de 
armas francesa y los apremiaron hasta los me- 
ter por su infantería, adonde infantes con in- 
fantes se habían mezclado, como es dicho, con 
tanta fortaleza que era cosa maravillosa de 
ver. El suelo estaba lleno de espadas, picas, 
alabardas, muchas jinetas quebradas, mucha ; 
gente de la una parte y de la otra muerta, el 
campo teñido de la mucha sangre que se de- 
rramaba, así de la una parte como de la otra, 
en especial de los franceses, que muchos es- 
taban en el suelo muertos. En esto los espa- 
ñoles llevaban lo mejor, cuando el Gran Capi- 
tán, viendo á los franceses ir de vencida, arre- 
metió con toda la restante gente de armas y 
caballos ligeros y dio tan recio en los france- 
ses, que por su venida todos fueron en muy 
poco espacio desbaratados y metidos en rota. 
¡Quién viera en esta sazón el gran placer y 
alegría del Gran Capitán y cuan mezclada era 
su alegría con la tristeza y sangriento fin de 
los franceses! Los que se escaparon de aquel 
peligroso cuchillo fueron Luis de Aste y mon- 
siur de Alegre con los principales de Melfa y 
de Salerno, con toda la otra gente de armas 
y caballos ligeros, los cuales con la infantería 
que pudieron recoger se metieron en huida, 



DEL GRAN CAPITÁN 



161 



no les siendo provechosa para su salvación la 
oscuridad de la noche, y tornáronse la vía de 
Canosa. El Gran Capitán con toda su gente 
siguió la victoria más de seis millas, matando 
y hiriendo siempre en los franceses, hasta que 
no hallaron con quien pelear. Los franceses 
que salvarse pudieron se tornaron aquella 
noche al campo que, según dicho es, tenían 
junto al río Losanto á media milla de Canosa. 
Aquí perdieron los franceses toda su artille- 
ría, que no les quedó cosa de todo cuanto te- 
nían sino solamente sus personas. Murieron 
en esta batalla de la Chirinola más de tres mil 
y quinientos franceses y fueron presos más 
de quinientos. Duró esta batalla desde pues- 
to el sol hasta hora y media de noche. Muy 
pocos fueron los que de la parte del Gran Ca- 
pitán murieron, porque en todo quiso Nuestro 
Señor guardarles y darles victoria, dando por 
aquella razón á conocer á todos su justicia y 
derecho que el Rey Católico tenía en el reino 
de Ñapóles. El capitán monsiur de Alegre y 
los Príncipes de Melfa y Salerno dejaron el 
camino que llevaban de Canosa forzados del 
peligro que por el alcance de los españoles se 
les podía seguir, y con muy grande trabajo se 
pasaron en Melfa; de lo cual fué causa acae- 
cer aquella victoria de noche, que de otra 
manera no se salvara tan solamente un fran- 
cés. El capitán Luis de Aste desde Melfa con 
doscientos caballos ligeros se fué á Canosa, 
adonde estuvo muchos días hasta tanto que, 
según abajo se dirá, Bartolomé de Alviano le 
echó; y el capitán monsiur de Alegre, asimismo 
no se hallando bien seguro en Melfa, con toda 
su gente de armas y caballos ligeros y con 
mil infantes de los que pudo recoger se fué á 
Ñapóles. El Gran Capitán, después de haber 
saqueado su gente todo el campo francés, ha- 
biendo ende muchas joyas, ropas y otras mu- 
chas cosas de oro y plata, tomando las mis- 
mas tiendas, se tornó con toda su gente á la 
Chirinola con voluntad de otro día siguiente 
combatir la villa de la Chirinola. En esta ba- 
talla el capitán Pizarro y Zamudio y Cuello, 
Escalada y D. Diego de Mendoza y el Duque 
de Termes y Diego García de Paredes, y don 
Iñigo López de Ayala y Pedro de Paz y Carlos 
de Paz y Pedro Navarro y el Prior de Mecina 
y Francisco Sánchez, despensero mayor del 
Rey, lo hicieron muy valerosamente y mos- 
traron ende la gran fortaleza y ánimo que en 
ellos había. De los capitanes italianos Prós- 

Crónicas del Gran Capiíán.- il 



pero Colona y Fabricio Colona y Marco An- 
tonio Colona y Héctor Ferramusca, Conde de 
Montorio, y aquellos excelentes capitanes na- 
politanos Margaritón Lofreda y Antonio Mo- 
nino y Torenglas y el capitán Cario y el Prín- 
cipe de Noya, todos varones de muy gran 
hecho y ánimo y amigos de su Rey español 
hicieron tanto que no lo cuenta la crónica 
por menudo porque sería nunca acabar. Lo 
que la gente particular hizo no se puede de- 
cir, pero el fin tan glorioso de aquella batalla 
da verdadero testimonio de lo que hicieron. 
Todo lo que les quedó de la noche, que fué 
bien poco, dieron descanso y reposo á sus 
cuerpos, que del trabajo del día y de la noche 
se puede creer que estarían bien cansados 
y fatigados, y luego á la mañana el Gran Ca- 
pitán cabalgó y rodeó todo el campo donde 
había sido la batalla, y mirando los muertos 
á una y otra parte, conocieron el cuerpo del 
Visorrey de Ñapóles, el cual estaba desnudo, 
que los soldados españoles le habían á vuel- 
ta de otros despojado, y detúvose un rato 
mirándole con suspiros llenos de conmisera- 
ción, viendo aquel buen capitán vencido por 
él, dando gracias infinitas á Dios que había 
sido servido darle la victoria contra los fran- 
ceses, y ver la batalla que tan dudoso fin te- 
nía y principios tan contrarios, como fueron 
á los españoles de quemarse la pólvora y to- 
marlos aquel día, en el cual tanto trabajo ha- 
bían pasado en el camino, según dicho es, y 
haberles tan prósperamente sucedido, pare- 
ciéndole sueño y no verdadera victoria. Dije- 
se que el Visorrey tenía hecho voto solemne 
á los suyos de ir á comer á Barleta un día 
de los de Pascua de Espíritu Santo, primero 
que vendría; pero como las cosas de la gue- 
rra sean dudosas y sus salidas inciertas, no 
debe nadie fiar en ellas, especial siendo su- 
jeto todo á nuestro Criador, el cual da (en 
lo que los hombres piensan hacer) contra- 
rias disposiciones, en especial siendo contra 
razón y justicia. Y por esta razón, donde 
el Visorrey pensó ir á comer Barleta, fué á 
ser consumido y comido de la tierra. El Gran 
Capitán que en todo era muy cumpHdo y 
abastado de virtud, le mandó llevar á Barle- 
ta con aquella honra que á su estado con- 
venía, y allí le dio un muy suntuoso sepulcro, 
donde está hoy día un epitafio bien escrito en 
lengua latina, que contiene la manera de su 
acabamiento. 



162 



CRÓNICA GENERAL 



CAPÍTULO LXXVII 

De cómo Diego García de Paredes, hallándose 
á la punta del día siguiente en el campo 
francés junto d Canosa, fué sobre aquella 
villa, donde se había recogido un capitán 
francés con alguna gente, y cómo la tomó. 

Cuenta la crónica que otro día siguiente, 
sábado, á veintiocho días de Abril del año 
sobredicho, Diego García de Paredes, que con 
el alcance había hasta el campo de los fran- 
ceses llegado, donde aquella noche holgó en 
las estancias en que los mismos franceses 
estaban y cenó él y su gente bien abasto de 
lo que los franceses tenían para cenar, como 
fué de día, hallándose junto á Canosa, fué 
avisado cómo un capitán francés, llamado por 
nombre Pierres de Arambur, se había reco- 
gido con algunos franceses dentro en Canosa 
y se había ende hecho fuerte con aquella gen- 
te. Y Diego García de Paredes, viendo aquel 
inconveniente que en Canosa quedase fran- 
cés, por razón del daño que desde allí se po- 
día hacer en la provincia, determinó con la 
gente que allí tenía, que eran cien caballos y 
trescientos infantes, de ir sobre Canosa, pues 
había buena disposición y aparejo para lo ha- 
cer y echar de allí á los franceses. Pues así 
como lo pensó, lo puso por obra, y así me- 
tiendo en orden su gente, fuese derecho la 
vía de Canosa; y como llegó, halló que los 
franceses tenían las puertas cerradas y ellos 
en el muro cargados de muchos ingenios para 
se defender. Diego García de Paredes, que 
no era nada perezoso, luego como llegó, hizo 
apear los de á caballo, porque en aquel lugar 
se podían poco aprovechar de ellos, y con las 
hachas y alabardas 'comenzaron á batir las 
puertas; y los franceses, en número de cien 
hombres, desde el muro se comenzaron á 
combatir muy fuertemente echando de lo alto 
piedras y con ballestas y otros ingenios tiran- 
do, hirieron á algunos de los españoles de lo 
alto. Pero los españoles, encendidos de enojo 
en ver cómo aquellos pocos franceses se les 
defendían y los herían y maltrataban, dié- 
ronse tanta prisa con sus alabardas y hachas, 
que á pesar de los franceses hicieron peda- 
zos la puerta y la echaron por el suelo, y los 
españoles entraron en la villa, y yendo en se- 
guimiento de los franceses hallaron que se 
recogían en el castillo; pero los españolea los 



siguieron con tanta prisa que los metieron por 
las puertas del castillo. En este alcance mata- 
ron diez franceses, y el capitán Pierres den- 
tro en el castillo mandó luego cerrar las puer- 
tas muy fuertemente; y desde lo alto hacían 
lo mismo en defensa de la puerta de la villa, 
desde donde largaron muy grandes piedras 
y otros ingenios para aventar los españoles 
que no combatiesen el castillo. Pero los espa- 
ñoles arremetieron muy fuertes contra el cas- 
tillo con las hachas y alabardas y comenza- 
ron de romper las puertas del castillo, ni más 
ni menos como lo hicieron á la entrada de la 
villa. Bien hicieron los franceses todo su po- 
der, pero al fin no habiendo aún del todo des- 
pedido el miedo de la batalla del día pasado, 
no les pareció oponer sus fuerzas contra las 
de los españoles; y de esta causa, viendo que 
si mucho porfiaban en la defensión del cas- 
tillo era encender más la ira de los españo- 
les y al cabo no harían nada en la defensión 
del, determinó el capitán Pierres de Arambur 
de dar el castillo á partido y con condición 
que les diese un salvoconducto del Gran Ca- 
pitán para, en saliéndose de allí, todos jun- 
tos los franceses se pudiesen ir á Melfa, sin 
que les fuese hecho daño ninguno. Entonces 
Diego García de Paredes mandó apartar la 
gente española que dejasen el combate; res- 
pondieron que les placía de lo así hacer, así 
para traer el salvoconducto como para dar 
cuenta al Gran Capitán de lo que había he- 
cho en Canosa, y despachó luego un hombre 
con sus letras. En este mismo tiempo que el 
salvoconducto venía, tenía Diego García de 
Paredes voluntad de entrar en el castillo, y así 
lo hizo saber á Pierres de Arambur, el cual 
fué de ello contento, con que primero le diese 
seguridad y le prometiese su fe de no hacer 
cosa que en su daño fuese ni de su gente, 
yendo contra el asiento que entre ellos fué 
hecho, y asimismo que no había de entrar 
dentro sino con solos tres soldados suyos» 
los que stí voluntad fuese meter. En todo 
vino Diego García de Paredes, el cual tomó 
asimismo seguro que en su entrada no hu- 
biese traición alguna ni aleve, y el capitán 
Pierres de Arambur así lo prometió. Luego 
Diego García de Paredes con su seguro de 
una parte y de otra se metió con aquellos 
tres soldados en el castillo bien descuidados 
de traición alguna; y la otra gente española 
que había quedado fuera del castillo cada 




I 



DEL GRAN CAPITÁN 



163 



uno se aposentó lo mejor que pudo entre los 
vecinos de Canosa, los cuales así por el tra- 
bajo de la noche pasada como por el de 
aquel día, tüvietort por bueno dat reposo á 
Sus miembros, porque ya no tenían qUe hacer. 
En este tiempo vino la noche y el despacho 
del salvoconducto no había venido, y los sol- 
dados con su capitán Diego García de Pare- 
des, c|üe estaba dentro en el caátillo, siendo 
hora Se retrajeron en sus aposentos, siendo 
de los franceses muy amigablemente trata- 
dos, los cuales dormían en una misma cuadra. 
Y estando ya reposados, que del trabajo pa- 
sado lo habían bien menester, el capitán Pie- 
rres de Arambur, sintiendo sosegada la gente 
de fuera, dio orden en poner en efecto su 
traición, y fué que aquella noche matasen á 
Diego García de Paredes con los otros tres 
soldados españoles que consigo tenía, y que 
después muy secretamente se saliesen por 
un postigo ó puerta falsa del castillo y se 
fuesen á Venosa cort Luis de Aste. Y con esta 
voluntad el capitán y los franceses que ende 
tenían se armaron, siendo ya de la noche pa- 
sada buena pieza; se fueron deí-echos con 
muy gran silencio á la estancia donde Diego 
García de Paredes estaba con los tres solda- 
dos sus compañeros, y dando de recio en las 
puertas, luego fueron de los españoles senti- 
dos, en que conocieron haber traición de los 
franceses, por manera que saltando de sus 
camas á gran prisa se armaron y se comen- 
zaron á defender con mucho ánimo y forta- 
leza. Los franceses como todos estaban en 
una cuadra del castillo, hubieron lugar de to- 
mar á los tres soldados apartados de su capi- 
tán y cargaron sobre ellos de tal manera que 
no se pudiendo juntar los tres soldados con 
Diego García los tomaron en prisión. Diego 
Gai-cía de Paredes, que dudo sería hallar otro 
su par, crugendo los dientes de enojo, hecho 
un león en su braveza, tuvo lugar de se re- 
traer á un torreón del castillo que tenía pe- 
queña la entrada, y allí se refirmó y hizo fuerte 
con muy gran virtud y ánimo, el cual con la 
espada en la mano por más de media hora de 
todos los franceses se defendió é hizo cosas 
hazañosas y de grande memoria, en que nun- 
ca le pudieron ni osaron entrar. En esto la 
gente española que estaba fuera en sus es- 
tancias, oyendo el rumor y alboroto del cas- 
tillo, luego vieron lo que podía ser, y saltando 
todos afuera tomaron sus armas y todos jun- 



tos vinieron sobre el castillo y con mucha 
fortaleza echaron las puertas en tierra y en- 
traron dentro en el castillo por fuerza, aun- 
que los franceses les defendieron la entrada 
muy animosamente. Pero los españoles como 
leones sueltos á pesar de los franceses, se 
metieron dentro matando primero á la entrada 
más de veinte franceses, y discurriendo por el 
castillo prendieron al capitán Pierres y á to- 
dos los otros franceses con él, á los cuales los 
españoles querían ahorcar de las almenas del 
castillo, por les pagar la traición que habían 
acometido contra su capitán; pero Diego Gar- 
cía de Paredes no lo consintió jamás, tenien- 
do en menos el peligro de su vida que poco 
antes había tenido, que no el peligro de su 
honra y vergonzosa venganza, yendo contra 
la fe que les había dado y prometido. Y por 
esta razón siéndoles perdonadas las Vidas, 
por aquel á quien se la habían ellos procu- 
rado quitar, se partió con ellos al Gran Capi- 
tán, quedando Canosa amiga de españoles y 
dejando en ella gente de guarnición. Es ver- 
dad que después de aquel glorioso venci- 
miento de la Chirinola, muchas tierras de 
aquella provincia se tornaron en la devoción 
del Rey de España, todos de su voluntad, que 
ya casi lo más del reino se reconcilió en el 
amor del Gran Capitán y seguía la parte del 
Rey de España. Los franceses que estaban en 
la Chirinola, como vieron ir de vencida á los 
suyos, todos se salieron de allí y se fueron á 
Melfa, adonde se juntaron, según dicho es, 
con el capitán monsiur de Alegre, y este ca- 
pitán no teniendo ya que hacer, con toda su 
gente se partió de la Chirinola, lunes á trein- 
ta días del mes de Abril del sobredicho año, y 
fuese la vía de Ñapóles. Y el día que el Gran 
Capitán se partió para la Chirinola, se fué 
aposentar tres millas de Melfa en un bosque 
cabe un río adonde hay muchas lagunas de 
agua. El Príncipe de Melfa, como supo que el 
Gran Capitán estaba en su tierra, de temor 
no le quisiese castigar por lá fe que le que- 
brantó dos ó tres veces, dejando el servicio 
de su Rey por servir al Rey de Francia, en- 
vióle á decir le perdonase, que le daba su fe 
y palabra, debajo de cualquier pleito y home- 
naje que de él quisiese tomar, de servir y se- 
guir con todo su poder al Rey de España y 
que nunca directe ni indirecte no le sería con- 
trario; pero el Gran Capitán, que muy bien 
conocía la poca fe de este Príncipe y cuan 



164 



CRÓNICA GENERAL 



mudable fuese en sus cosas, no le quiso per- 
donar, y por esta razón el Príncipe de Melfa 
dejó su estado y fuese á Francia, no osando 
quedar en el reino de Ñapóles. 

CAPÍTULO LXXVIll 

De cómo el Rey Católico envió socorro en la 
provincia de la Calabria, y de cómo monsiur 
de Aubegnifué sobre Terranova. y por la ve- 
nida de los españoles se levantó de allí, y de 
la muerte de don Pedro Puertocarrero , á 
quien el Rey de España había dado cargo de 
aquella gente. 

Ha contado la crónica de cómo el Visorrey 
de Ñapóles, enviándole á pedir gente de soco- 
rro los Príncipes de la Calabria, hizo dos par- 
tes su ejército y envió la una con monsiur de 
Aubegni á la Calabria, y de cómo vinieron á 
las manos franceses y españoles entre Terra- 
nova y Condexame, y los capitanes españoles 
fueron rotos y recogidos por muchas villas y 
lugares de aquella provincia, do pasaron el 
invierno, y que monsiur de Aubegni invernó 
en la Mota Bufalina con su gente, esperando 
aparejado tiempo para romper con los espa- 
ñoles. Dice ahora la crónica que sabiendo el 
Rey Católico la necesidad que tenía Manuel 
de Benavides y don Yugo de Cardona con la 
otra gente española que estaba en la Cala- 
bria, determinó de les enviar socorro, porque 
por aquella parte no se perdiese su derecho; 
y haciendo trescientos y cincuenta hombres 
de armas y cuatrocientos caballos ligeros y 
dos mil infantes gallegos y castellanos, de los 
cuales era capitán un noble caballero, que lla- 
maban don Fernando de Andrada, asimismo 
gallego. Conde Villalva, y de los caballos lige- 
ros era capitán don Alonso de Carvajal, con 
otros caballeros y capitanes cuyos nombres 
en la prosecución de la crónica se dirán. En- 
vió con toda esta gente á don Pedro Puerto- 
carrero por General, por ser casado con una 
hermana de la mujer del Gran Capitán, y este 
descendía de la noble familia de los Bocane- 
gra de Genova; el cual se embarcó en Carta- 
gena con cuarenta naos á tres días del mes 
de Febrero del dicho año, y hechos á la vela, 
por sus jornadas vino áRijoles, puerto de Ca- 
labria, de quien la crónica ha hecho mucha 
mención, por haber tenido ésta la fe de su se- 
ñor más que ningún otro lugar del reino de 



Ñapóles. Allegó don Pedro Puertocarrero con 
toda su gente á veinticuatro días del mes de 
Marzo de aqueste año, y estuvo en Rijoles 
donde estuvo refrescándose su gente, que del 
trabajo de la mar venían fatigados, diez días,- 
mediante los cuales se dio orden en el soco- 
rro que se había de dar á los españoles, que 
estaban suspensos sin hacer cosa ninguna con- 
tra los franceses, que estaban en Rotamarina 
En este medio monsiur de Aubegni, que, se- 
gún dicho es, estaba en la Mota Bufalina, como 
fué sabidor del socorro que á los españoles 
era llegado, determinó de los acometer antes 
que los socorriesen, y con esta voluntad se 
partió con su gente de la Mota Bufalina con 
doscientos hombres de armas y ochocientos 
infantes, y fué á poner cerco sobre Terrano- 
va, adonde estaba de guarnición de aquella 
villa el capitán Alvarado con cien hombres 
de armas y con trescientos infantes. Bien 
pensó monsiur de Aubegni deshacer aquella 
gente antes que fuesen socorridos. El capitán 
Alvarado como vido que monsiur de Aubegni 
venía contra él, y que traía gran poder contra 
tan poca gente como él tenía para se defen- 
der, en especial siendo aquella villa no fuerte, 
quiso salirse y desamparar aquella villa; pero 
haciéndosele vergüenza, acordó esperar, avi- 
sando primero á don Pedro Puertocarrero le 
enviase socorro sin ningún detenimiento. Hizo 
de esta manera, que en la mitad más fuerte de 
la villa se recogiese toda su gente, por ra- 
zón que por aquella parte había buena dispo- 
sición para la defender, y atajáronla con bue- 
nos y fuertes reparos y fortaleciéronse lo me- 
jor que pudieron. En esto los franceses alle- 
garon sobre Terranova, á los cuales como los 
de la villa viesen que eran más poderosos que 
los españoles, metiéronlos dentro, abriéndo- 
les una puerta de la villa, y los franceses vien- 
do la voluntad de los de Terranova metiéron- 
se dentro y pusiéronse en aquella parte que 
había quedado desembargada, que llaman el 
Burgo de Santa Catalina, y se puso Aubegni 
adonde tuvieron cercados á los españoles 
ocho días continuos, en los cuales cada día, 
los franceses por les tomarla otra parte de la 
villa y los españoles por la defender, siempre 
había muertos y heridos y peleaban muy fuer- 
temente, haciendo los españoles en defensión 
de aquella parte, donde estaban, cosas de 
grande virtud. Don Pedro Puertocarrero, que 
estaba en Rijoles, habiendo enviado á llamar 




DEL GRAN CAPITÁN 



165 



todos los capitanes de la Calabria y recogido 
toda la gente española, para desde allí salir á 
acometer á los franceses, como supo el estre- 
cho en que el capitán Alvarado y su gente 
estaba en Terranova, envió á Manuel de Be- 
navides en su socorro con trescientos caba- 
llos ligeros y seiscientos infantes muy bien 
aderezados, el cual á muy grande prisa se 
partió de Rijoles y fuese camino de Terrano- 
va. Monsiur de Aubegni, como supo la veni- 
da de Manuel de Benavides en socorro de 
los españoles, no quiso esperar allí, antes sa- 
liéndose de Terranova se fué á otra villa que 
dicen San Martín. Allí estuvo algunos días de- 
seando de venir á las manos con los espa- 
ñoles en campo y dar fin á una batalla y á 
tantos movimientos, y asi determinó de los ir 
á buscar do quiera que estuviesen. En estos 
días don Pedro Puertocarrero, que estaba en 
Rijoles, cayó enfermo de una mala enferme- 
dad, de que en pocos días murió. Gran pesar 
y tristeza mostraron los españoles con la 
muerte de su capitán, que era muy buen ca- 
ballero, pero al fin disimularon el sentimien- 
to conformándose con la ordenación de Dios 
que fué servido llevarle, y con esto de con- 
sentimiento de todos los capitanes eligieron 
por general de aquel ejercito á don Fernando 
Andrada, por ser varón de mucha virtud y 
bondad en el arte de la guerra. Después de 
todo esto monsiur de Aubegni, que con volun- 
tad de venir á las manos con los españoles 
había recogido en San Martín toda su gente 
que estaba en la Calabria, teniendo gran de- 
seo de se ver en campo con los españoles, 
envió un su'trompeta llamado Ferragut al ca- 
pitán don Fernando Andrada, en que lo desa- 
fiaba á él y á todos sus capitanes y gente de 
guerra para la batalla, la cual él tenía en vo- 
luntad de se la dar en campo; y que si no qui- 
siese, él los iría á buscar adonde quiera que 
estuviesen. Don Fernando de Andrada, oyen- 
do el desafío de monsiur de Aubegni, respon- 
dió que él era de ello muy contento y la acep- 
taba para cuando fuese su voluntad, y dio al 
rey de armas Ferragut dos vasos de plata 
muy ricos, y para esto hizo venir al capitán 
Alvarado con su gente á Rijoles, adonde me- 
tiendo en orden su gente y capitanes, que 
eran Manuel Benavides y don Yugo de Car- 
dona y don Alonso de Carvajal y Antonio de 
Leiva, y Alvarado y Gonzalo de Avalos y Fi- 
gueroa, se partió de Rijoles y vino á Seme- 



nara, y dende Semenara españoles y france- 
ses, los que estaban en San Martín, cada día 
se visitaban con corredores y se hacían dende 
aquellos lugares el daño que podían los unos 
á los otros. 

CAPÍTULO LXXIX 

De cómo Juan de Metieses y Pablo Marganio 
vinieron de Roma á servir al Rey de España 
en lo del reino de Ñapóles, y de cómo meti- 
dos en una villa que dicen Pichoncabal vi- 
nieron los Ursinos sobre ellos con su gente, 
y de lo que les acaeció. 

Habemos de saber, según cuenta la crónica, 
que al tiempo que el Gran Capitán estaba en 
Barleta necesitado de gente y de las otras 
cosas á la guerra pertenecientes, viendo que 
tardaban los alemanes que había enviado á 
la sazón á pedir al Emperador Maximiliano, 
determinó el Gran Capitán de buscar gente 
por todas las maneras que pudo, y con esta 
voluntad envió á Roma una patente de parte 
del Rey Católico, en que mandaba á todos 
los españoles caballeros y del pueblo que en 
Roma hubiese, después de la notificación de 
aquel edito saliesen de Roma aderezados de 
guerra en servicio del Rey Católico, so pena 
del que lo contrario hiciese se procediese 
contra él, como se procede contra los que son 
desleales y cometen crimen contra su Rey. Y 
un caballero español llamado Juan de Mene- 
ses, y otro caballero que llaman Paulo Marga- 
no Romano, oída la patente del Gran Capitán 
y la voluntad del Rey de España para aquel 
caso, con sesenta caballeros españoles é ita- 
lianos salieron de Roma y enderezaron su ca- 
mino por la vía del Abruzo, provincia que era 
de la parte del Rey de Francia; y andando por 
sus jornadas allegaron al Condado de Arbe- 
ques, en aquella provincia, y fueron sobre una 
vi41a que dicen Pichoncabal, y entraron sin 
ningún impedimento y se estuvieron en aque- 
lla villa treinta días, dentro de los cuales tra- 
jeron á su devoción algunos lugares de la co- 
marca, unos por fuerza, otros por voluntad, 
en especial los que eran de los Ursinos, cuyo 
contrario era aquel caballero Paulo Margano, 
por ser de la sangre y familia de los Colone- 
ses, enemigos capitales de los Ursinos. Pues 
en este tiempo Jordano Ursino y Paulo Ursi- 
no, como supieron lo que aquellos capitanes 



166 



CRÓNICA GENERAL 



habían hecho en sus tierras, vinieron sobre 
ellos con ciento y cincuenta caballos ligeros 
y con tres mil peones de la gente de aquella 
provincia, los cuales allegando á Pichonca- 
bal, adonde los españoles estaban, repartie- 
ron la gente por sus estancias en derredor 
de la villa y fortalecieron muy bien su cam- 
po, teniendo de esta causa los capitanes Juan 
de Meneses y Paulo Margano estrechamente 
cercados. Estuvieron los Ursinos en este cer- 
co cinco días, en fin de los cuales Margano y 
Juan de Meneses no se hallando bien cerca- 
dos, salieron una noche muy secretamente 
con grande furor y dieron en las estancias 
de los Ursinos, que bien seguros estaban, y 
del primer acometimiento echaron fuego á 
una de las estancias de los Ursinos, y como 
los Ursinos sintieron el fuego dentro en la 
estancia á gran prisa la desampararon, pero 
no pudieron de ella salir tan presto que pri- 
mero no se quemasen cinco hombres. En esto, 
como los Ursinos se vieron acometer tan de 
improviso y como fuese de noche, en la cual 
no se determina el número de la gente, antes 
poca gente parecía mucha, creyendo que aque- 
lla gente que les había acometido no era la 
que estaba cercada, sino alguna otra gente 
que les había venido de socorro, alzáronse de 
Pichoncabal y se comenzaron á muy gran pri- 
sa á retirar. En esto los españoles y los Colo- 
neses cargaron más sobre los Ursinos, y tanto 
hicieron que desbarataron toda aquella gente 
y los mataron siete hombres. Y Paulo Ursino 
y Jordano Ursino, viéndose perdidos y desba- 
ratados, con toda la gente de caballo y con 
los infantes que pudieron recoger, dejaron el 
campo y se recogieron á unas villas confines, 
que se dicen Roca de Bota y Uricula, y los ca- 
pitanes españoles y coloneses se tornaron á 
Pichoncabal muy alegres con la victoria. Y un 
día salieron de Pichoncabal con doscientos 
hombres y fueron á acometer una villa que es 
en aquella provincia, que llaman Catalahozj y 
salieron de noche de Pichoncabal, y allegaron 
tres horas de noche á Catalahoz, con muy 
gran secreto, porque no fuesen sentidos de 
los de la villa, y repartieron su gente en esta 
manera: los cien hombres, que era la mitad de 
la gente, tomó Juan de Meneses consigo, y 
poniendo las escalas en el muro de la villa, las 
subieron todos sin ser de nadie sentidos, y 
estuviéronse quedos una gran pieza de la no- 
che, y dos horas antes que fuese de día pu- 



sieron las escalas á la roca y comenzaron á 
subir por ellas. Y siendo ya en lo alto de la 
roca, fueron discurriendo por los aposentos 
adonde las guardas estaban, y tomaron al cas- 
tellano del castillo en prisión juntamente con 
todas las guardas y gente que ende estaban. 
Luego alzaron en el muro de la roca las ban- 
deras de España, y apellidando «España, Es- 
paña» como fué de día, Juan de Meneses con 
aquellos cien soldados salió fuera de la ciu- 
dad y comenzaron á discurrir por ella. Paulo 
Margano con los otros ciento arremetió por 
otra parte áe la villa. Viendo los de Catalahoz 
que la ciudad era en poder de los españoles 
y que sería gran vanidad resistirlos, determi- 
naron de se dar sin defender cosa ninguna, y 
allí hicieron pleito homenaje en las manos de 
los capitanes de tener aquella villa por los Re- 
yes Católicos de España. Los capitanes Ursi- 
nos que estaban retirados en Roca Devota y 
en Uricula, como supieron que los españoles 
estaban en Catalahoz, salieron el mismo día 
que Catalahoz vino en poder de los españo- 
les á hora de vísperas, trayendo ciento y cin- 
cuenta hombres de á caballo, y vinieron por la 
parte de la villa por que no fuesen vistos; y 
como los de Catalahoz vieron el socorro de 
los Ursinos, dado caso que hubiesen hecho 
pleito homenaje á los españoles, les abrieron 
las puertas y se tornaron á rebelar y á meter 
contra los capitanes y contra la gente espa- 
ñola. Paulo Margano yjuan de Meneses, vien- 
do la gran maldad y poca fe de los de Cata- 
lahoz, y de cómo habían metido á los Ursinos, 
lo mejor que pudieron se retiraron al palacio, 
y en lo más alto de la villa se hicieron fuertes 
combatiendo con mucha fortaleza, y los Ursi- 
nos los siguieron y pelearon con los Colone- 
ses y españoles todo lo que quedaba del día 
y de toda la noche. Y como otro día siguiente 
yendo con voluntad los Ursinos de tomar por 
fuerza de armas á los Coloneses y españoles 
(lo cual pudieran muy bien hacer con el favor 
de los de la villa), pero en aquella sazón ví- 
noles nueva de la rota de los franceses en la 
Chirinola y de la muerte del Visorrey de Ña- 
póles, y de cómo ya casi todo el reino de Ña- 
póles estaba por España. De manera que, tur- 
bados los Ursinos con semejantes nuevas y 
no se teniendo por seguros en aquel lugar, se 
levantaron y se fueron á un lugar muy bueno 
que dicen Corvaron, y los capitanes Paulo 
Margano y Juan de Meneses, alegres con la 



é 



DEL GRAN CAPITÁN 



167 



buena nueva de lo de la Chirinola, tornaron 
de nuevo á tomar á Catalahoz y castigaron á 
todos aquellos que fueron en quebrantamien- 
to del pleito homenaje que hicieron, y de ahí 
adelante dejaron aquella villa pacífica por Es- 
paña. En aqueste mismo tiempo el Sumo Pon- 
tífice Alejandro sexto no había hecho cosa por 
donde mostrase amor á españoles ni enemis- 
tad á franceses; el cual como supo lo que pa- 
saba en la provincia de Abruzo, que hasta en- 
tonces había estado en nombre de Francia, 
halló aparejo á la sazón de reducir la ciudad 
del Águila á la Sede Apostólica, como perte- 
necía de derecho, adonde estaba uno que lla- 
maban Hierónimo Calloso, dicho cabo de par- 
te. Para esto envió el Sumo Pontífice á Fra- 
caso de Verino, de la familia de los Severinos 
de Roma, muy buen caballero, con cien hom- 
bres de armas franceses é italianos, y este 
capitán con esta gente se partió de Roma y 
vino al Águila, y metiéndose dentro se juntó 
con aquel cabo de parte que estaba en la ciu- 
dad, que era de parte de los franceses. Muy 
sospechoso fué el Gran Capitán de la venida 
de aquel capitán de parte del Sumo Pontífice 
en el Águila, creyendo principalmete venía en 
favor de los franceses, siendo el Pontífice más 
inclinado á los españoles con justo título que 
á los franceses; pero quieren algunos decir, 
que como la ciudad del Águila perteneciese á 
la Sede Apostólica y hasta entonces estaba 
tiránicamente ocupada, que era su voluntad 
en aquellos movimientos reducirla á su silla, 
como con derecho debía, y por esta razón no 
se debe imputar culpa en lo del Pontífice. 

CAPÍTULO LXXX 

De cómo los franceses y los españoles, que es- 
taban en la Calabria, se desafiaron en campo, 
y de la sangrienta batalla que ambas las 
haces hubieron, adonde los españoles fueron 
vencedores. 

Ya se dijo arriba cómo monsiur de Aubeg- 
ni, que estaba en San iVlartín de la Calabria, 
había enviado un su trompeta á desafiar á los 
españoles que estaban á la sazón en Rijoles. 
Pues dice ahora la crónica, que después que 
los españoles hubieron allegado á Semenara, 
con voluntad de se juntar con los franceses, 
que monsiur de Aubegni, viendo ya aparejado 
tiempo para salir contra ellos, como ya les 



había enviado á decir y de los españoles ha- 
bía sido aceptado, determinó de se lo hacer 
saber segunda vez, enviándoles á decir que 
ellos estaban prestos y aparejados de salir 
donde quiera que viniesen. Después de aques- 
to, sabido por monsiur de Aubegni la volun- 
tad de los españoles, salió con toda su gente 
de San Martín y fuese á poner junto á Seme- 
nara, bien instruidos los franceses de lo que 
debían hacer. Dende allí envió monsiur de 
Aubegni un trompeta á Semenara haciendo 
saber á los españoles en cómo él había alle- 
gado allí con su gente ordenada para la bata- 
lla y que allí los esperaba, diciéndoles no re- 
husasen la batalla ni pusiesen excusas algu- 
nas, porque él no se quitaría de su palabra 
si no fuese por muerte ó por vencimiento de 
los unos ó de los otros. D. Fernando de An- 
drada y los otros capitanes españoles res- 
pondieron al trompeta que por aquel día no 
podían salir á cumplir su voluntad, pero que 
ahí estaba otro día, en que se podía hacer 
todo lo que él quería. Esta respuesta dieron 
los capitanes españoles por razón que la in- 
fantería de D. Yugo de Cardona no quería 
salir á pelear hasta que les pagasen las pa- 
gas que les debían, lo cual al presente no po- 
dían cumplir, porque tenían muy grande falta 
de dineros y cada día los esperaban para les 
pagar. Monsiur de Aubegni, oída la respuesta 
de los capitanes españoles, se levantó de 
aquel lugar y fuese á Joya, adonde estuvo 
hasta otro día siguiente. En esto los infantes 
españoles algo aplacados, salieron de Seme- 
nara con cuatrocientos hombres de armas y 
con quinientos jinetes y con tres mil y qui- 
nientos infantes y fuéronse á aposentar á un 
casar que llaman Palma, adonde estuvieron 
dos días, dando orden en lo que se debía de 
hacer y congraciando á los infantes de don 
Yugo de Cardona para que mostrasen volun- 
tad en la batalla que esperaban de haber con 
los franceses, porque á la verdad los infantes 
se tornaron á levantar otra vez y no querer 
pelear, si primero no les pagaban. D. Yugo de 
Cardona, que muy triste y apasionado estaba 
por lo que veía, especialmente estando á pun- 
tos los franceses con voluntad de dar la ba- 
talla el día siguiente, y viendo que sin muy 
gran vergüenza y con peligro suyo no podía 
dejar de darla, con muchas lágrimas habló á 
sus soldados diciéndoles: «Oh, amigos y muy 
fuertes compañeros míos, cómo es posible 



168 



CRÓNICA GENERAL 



que queráis así oscurecer vuestros clarísimos 
hechos con estimar una cosa tan poca y su- 
cia como es el dinero, con deseo y codicia 
que del tenéis. No queráis, hermanos míos, 
ahora perder esta tan manifiesta victoria de 
hoy, esperando con ella grande honra y per- 
petua memoria y fama por cosa tan vil y pa- 
sadera como es el dinero, especialmente no 
siendo lo que se os debe los tesoros de Salo- 
món ni el oro índico. Ya veis, amigos y com- 
pañeros míos, que al presente no puedo sa- 
tisfacer vuestro deseo, hasta que salgamos 
con la victoria y vencimiento de aquesta ba- 
talla que en este día se nos ofrece, en el cual 
vencimiento yo no pongo duda por vuestra 
virtud. Yo os ruego que de esto poco que 
tengo, hagáis como de cosa vuestra, distribu- 
yéndolo entre vosotros como mejor os pare- 
ciere». Entonces el capitán D. Yugo de Car- 
dona quitóse una cadena de oro al cuello y 
fuésela á dar á sus soldados, prometiéndoles 
á pagar en saliendo de aquella afrenta que 
esperaban. Los infantes españoles, viendo que 
no se podían por ninguna vía excusar de ve- 
nir á las manos con los franceses, y que asi- 
mismo les sería gran vergüenza dejar de ayu- 
dar á los suyos en aquella batalla, mudaron 
todos de parecer, tornándose á reconciliar 
con su capitán; y donde hasta allí rehusaban 
la batalla, de allí adelante eran ellos los que 
principalmente la deseaban; y dijeron que mi- 
rando más su honra que no el interés, aun- 
que muy mucho fuera, ellos estaban apareja- 
dos de muy entera voluntad para se hallar 
en la batalla los primeros y que por su causa 
no la dilatasen más tiempo; y con esto no qui- 
sieron recibir cosa alguna de lo que les daba 
su capitán. Y entonces D. Fernando de An- 
drada y D. Yugo de Cardona, muy contentos 
y alegres por ver cómo Nuestro Señor había 
mudado en bien la voluntad de sus infantes, 
se movieron de aquel casar de Palma y fué- 
ronse la vía de Joya á buscar los franceses. 
Y monsiur de Aubegni sabiendo la venida de 
los españoles, salió de Joya con toda su gen- 
te para los encontrar en el camino y darles 
la batalla. Y andando por su camino encon- 
tráronse ambas las haces junto á un río que 
está dos millas de Joya, camino de Semenara. 
Los franceses como vieron á los españoles en 
orden, lo mejor que pudieron los salieron á 
recibir, y la orden que llevaban ambas las ha- 
ces es la siguiente: El capitán D. Fernando de 



Andrada de los caballos hizo un escuadrón, en 
el cual venía D. Alonso de Carvajal y Manuel 
de Benavides y Gonzalo de Avalos y el Al- 
caide Figueredo. De la gente de armas hizo 
otro escuadrón, en el cual venía su misma 
persona y el capitán Juan de Alvarado y Anto- 
nio de Leiva y Juan Martínez Pardo. De toda 
la infantería hizo otro escuadrón, adonde ve- 
nia D. Yugo de Cardona y D. Juan de Car- 
dona con otros capitanes. De la parte de los 
franceses monsiur de Aubegni de la gente de 
armas hizo dos escuadrones. En el uno venía 
el capitán Belcorte y Alonso Severino. De los 
caballos ligeros hizo otro escuadrón, en el 
cual venía el capitán Pacheco y monsiur de 
Venoes. De toda la infantería (que sería hasta 
dos mil infantes) hizo otro escuadrón, adonde 
venía el capitán Malerma y el capitán Rosa 
Roja con otros capitanes. Venían delante de 
toda la gente francesa siete piezas de artille- 
ría entre falconetes y medios falconetes. El 
avanguardia de toda esta gente tomó mon- 
siur de Aubegni con el escuadrón de los esco- 
ceses, que eran cien hombres de armas. Pues 
como en esta orden que dicho ha la crónica, 
venían ambas las haces españolas y francesas 
á se herir, y juntándose los unos con los otros 
cuanto un tiro grande de arco, comenzó á 
descargar el artillería en los españoles, por 
manera que arrebató algunos, y monsiur de 
Aubegni que traía el avanguardia con la gen- 
te de armas escocesa, arremetió contra la 
gente de armas española que asimismo traía 
el avanguardia, y el otro escuadrón adonde 
venía el capitán Belcorte afrontó con la infan- 
tería española. El capitán Malerma y el capi- 
tán Pacheco, con los caballos ligeros y con 
la infantería francesa quedaron en la rezaga, 
por manera que toda la batalla el primer aco- 
metimiento se. hubo con la avanguardia fran- 
cesa. Los españoles peleaban tan viril y ani- 
mosamente, que era cosa maravillosa de ver; 
y los franceses en aquella batalla ponían toda 
la esperanza de los hechos de su Rey, y refor- 
zando la causa procuraban alcanzar el fin glo- 
rioso de aquella batalla; y con esto así de los 
franceses como de los españoles estaba el 
campo lleno de cuerpos muertos. En esta pri- 
sa que todos estaban, socorrió de refresco el 
capitán D. Alonso de Carvajal con el escua- | 
drón de los caballos ligeros y dio tan de recio 
en el ejército de los franceses por las espaldas 
que de su allegada se hizo no poco daño en j 



H 



DEL GRAN CAPITÁN 



169 



los enemigos. Luego movió D. Yugo de Car- 
dona y D. Fernando de Andrada con toda la 
infantería y los otros capitanes con la gente 
de armas y caballos ligeros, y cargaron tan 
de recio y con tanto furor en los franceses, 
que les hicieron perder el campo; porque 
monsiur de Aubegni con toda la gente de ar- 
mas, no pudiendo sufrir más el poder de los 
españoles, con muerte de muchos de sus fran- 
ceses, fué desbaratado y metido en rota, y 
retirándose al lugar adonde venían los capi- 
tanes Malerma y Rosa Roja en la rezaga, pen- 
só de se rehacer allí y tornar á dar sobre los 
españoles. Pero de otra manera le avino, por 
razón que los españoles, viendo ya la victoria 
en las manos, siguieron de tal manera que 
no les dieron aquel lugar, antes todos revuel- 
tos, matando y hiriendo en los franceses, ani- 
mosamente allegaron con el alcance hasta 
donde venía la infantería y caballos ligeros 
franceses, los cuales viendo venir á los suyos 
desbaratados huyendo, perdieron todo el co- 
razón, y más cuando así se vieron tan fuerte- 
mente afrentar de los españoles. Es verdad 
que los franceses se refirmaron un poco en 
aquel lugar, procurando de tornar sobre sí; 
pero los españoles les dieron tanta prisa y 
tan fuerte y valerosamente pelearon, que se 
hacían temer de los franceses y por todas 
partes les hacían lugar. Finalmente, no se pu- 
diendo más los franceses sufrir en campo con- 
tra los españoles, volvieron otra vez las es- 
paldas, siendo de todo punto desbaratados y 
rotos la vía de Joya. Los españoles, matando 
y hiriendo en el ejército de los franceses, los 
siguieron hasta los encerrar por las puertas 
de Joya. Fué tan sangriento y crudo este al- 
cance, que los que murieron en pelea, como 
los que murieron en el alcance, fueron más 
de ochocientos franceses, y fueron presos los 
demás de los que quedaron. Los españoles, 
deseando dar fin cumplidamente á aquella 
gloriosa batalla, se metieron todos en Joya, 
adonde el capitán Malerma y el capitán Alonso 
Severino se habían recogido, y allí los pren- 
dieron con toda otra la gente que con ellos 
se habían encerrado enjoya. Monsiur de Au- 
begni se salvó con hasta treinta caballos Uge- 
ros y se fué huyendo á la Roca de Anguito, y 
allí se recogió con hasta doscientos france- 
ses, los cuales se habían salvado de la bata- 
lla, y hízose fuerte en aquella tierra. Mas Fer- 
nando de Andrada y D. Yugo de Cardona, 



sabiendo que estaba allí monsiur de Aubegni 
con aquella gente, fueron contra él con todo 
su ejército y tuviéronle cercado en la Roca 
de Anguito treinta días, hasta tanto que un 
día, metiendo en armas toda su gente, D. Fer- 
nando de Andrada hizo dar el combate á la 
villa, en que tanto trabajaron los españoles 
que á fuerza de armas tomaron la villa y pren- 
dieron á monsiur de Aubegni y á todos los 
franceses que con él estaban, con los cuales, 
muy alegres de tan sublimada victoria (que 
Nuestro Señor fué servido darles con muy 
grandes cosas que ende hubieron de joyas y 
ropas y con gran copia de captivos) y sabien- 
do el vencimiento del Gran Capitán en la Chi- 
rinola, dejaron aquella provincia libre y fué- 
ronse la vía adonde el Gran Capitán estaba. 

CAPÍTULO LXXXI 

De cómo el Gran Capitán siguió su camino la 
vía de Ñapóles, y de cómo monsiur de Ale- 
gre, dejando los castillos á buen recaudo, se 
salió de Ñápales y se fué á Gaeta, y de cómo 
el capitán Luis de Herrera y Pedro de Paz 
recibieron por el Rey de España las ciudades 
de Capua y Avcrsa. 

Ya se ha dicho arriba cómo después que el 
Gran Capitán hubo vencido á los franceses en 
la Chirinola, que se partió luego de allí con su 
ejército para venir á la ciudad de Ñapóles, y 
que en aquella jornada había tomado en su 
devoción al Príncipe de Melfa. Pues dice aho- 
ra la crónica que yendo el Gran Capitán su 
camino la vía de Ñapóles con su ejército á un 
lugar debajo de Santa Ágata, cabe un río que 
pasa junto á una ermita que dicen San Antón, 
y allí cabe aquel lugar se estuvo refrescando 
él y su gente un rato; adonde sabiendo que 
monsiur de Alegre se había partido de Ñapó- 
les con su gente y que llevaba la vía de Ca- 
pua, envió á muy gran prisa al capitán Luis 
de Herrera y á Pedro de Paz con los caballos 
ligeros á Capua, para que le tomasen á mon- 
siur de Alegre la delantera y le impidiesen el 
paso en tanto que llegaba con todo el ejérci- 
to. Este capitán monsiur de Alegre, después 
que se escapó de la Chirinola vino, según di- 
cho es, con toda la gente de armas y caballos 
ligeros y infantes que pudo recoger á Ñapó- 
les, y allí estuvo algunos días, mediante los 
cuales hizo proveer los castillos del Ovo y 



170 



CRÓNICA GENERAL 



Nuevo y otras fuerzas de la ciudad de lo ne- 
cesario para su defensión, adonde dejó seis- 
cientos hombres de guerra sin la gente que los 
castellanos tenían consigo antes y sin otros 
muchos mercadantes franceses, que como su- 
pieron la rota de los suyos y que el Gran Ca- 
pitán venía á !a ciudad, se metieron todos en 
los castillos. Pues con esta nueva de la venida 
del Gran Capitán á Ñapóles, monsiur de Ale- 
gre, hecha la dicha provisión de los castillos, 
se partió de Ñapóles enderezando su camino 
á la ciudad de Gaeta, que por ser muy fuerte 
ciudad y la llave del reino de Ñapóles, en ella 
pensaban estar más seguros y por pensar que 
allí recogería el socorro que el Rey de Fran- 
cia había prometido de enviarle. Los capita- 
nes Luis de Herrera y Pedro de Paz con los 
caballos ligeros, según la orden del Gran Ca- 
pitán, se partieron á muy gran prisa de aquel 
lugar y fuéronse la vía de la ciudad de Capua. 
De esta venida de los españoles fué monsiur 
de Alegre avisado, por lo cual, temiendo no 
le estorbasen el paso, según que era aquella 
su voluntad, aseguró el camino lo más que 
pudo, de tal manera que allegó á la ciudad de 
Capua bien antes que los caballos españoles; 
y queriendo pasar por medio de la ciudad con 
toda su gente, los de Capua cerraron las puer- 
tas y enviaron á decir á monsiur de Alegre 
que no tenían por bueno que pasasen todos 
juntos, y que si voluntad tenían de pasar, que 
fuesen de treinta en treinta ó de cincuenta en 
cincuenta hombres, de manera que no entra- 
sen unos hasta que hubiesen salido los otros. 
Esto hacían los caputanos por razón que como 
los franceses venían tan mal parados, temié- 
ronse no hiciesen algún daño en la ciudad, lo 
cual podían muy bien hacer pasando todos 
juntos de tropel. Finalm.ente, monsiur de Ale- 
gre, que cualquiera cosa hiciera por no se de- 
tener, que tenía en los oídos los caballos li- 
geros españoles que venían en pos de él, fué 
contento pasar en aquella manera que los ca- 
putanos decían, y sin más detenerse comen- 
zaron á pasar unos en pos de otros, y cuando 
los unos habían salido, cerraban las puertas y 
abrían las primeras para que entrasen los 
otros. De esta manera acabó de pasar toda la 
gente de monsiur de Alegre, y siguiendo su 
camino por no se detener se fueron á Gaeta 
por el Garellano Emola, y allí estuvo monsiur 
de Alegre muchos días, mediante los cuales se 
rehizo de mucha y buena gente, con la cual sa- 



lió de Gaeta y se puso en el Garellano, según 
que la crónica lo contará bien extensamente. 
Los capitanes Luis de Herrera y Pedro de Paz, 
por mucho que apresuraron su viaje por al- 
canzar á monsiur de Alegre, cuando llegaron 
á Capua era ya pasado, por manera que no 
hubo fruto alguno en aquel caso su venida, 
más que de camino recibieron aquella ciudad 
juntamente con la ciudad de Aversa por Es- 
paña, y allí se tuvieron algunos días hasta que 
el Gran Capitán les mandó hacer otra cosa, 
según abajo se dirá. 

CAPÍTULO LXXXII 

De lo que monsiur de Alegre hizo después que 
se fué de Gaeta, y de cómo el Gran Capitán 
siguiendo su camino vino al bosque de Gan- 
gelo, doce millas de Ñapóles, adonde los 
napolitanos enviaron al Gran Capitán doce 
caballeros para que les confirmase los privi- 
legios de la ciudad, y de cómo entró en Ña- 
póles, y de otras cosas. 



Después que monsiur de Alegre llegó, se- 
gún dicho es, á Gaeta y anduvo muy bien 
toda la ciudad, en que la halló muy fuerte, así 
de muros como de voluntad y conformidad 
en los gaetanos por el Rey de Francia, que no 
en poco lo tuvo, y allí estuvo algunas días, en 
los cuales proveyó la ciudad de todo lo nece- 
sario para la guerra. Junto con esto atrajo 
algunas villas y lugares que estaban indife- 
rentes en lo que habían de seguir, para que 
tuviesen la devoción de Francia, y para con- 
firmar los ánimos de algunos que, viendo la 
mejoría que los españoles tenían en el reino, 
vacilaban en su servicio. Los cuales hasta allí, 
por ser la parte que al Rey de Francia había 
tocado, señalaban como habían señalado por 
sus valles; ahora al presente, viendo la incli- 
nación general de los pueblos por España, no 
se sabían determinar y estaban suspensos, y 
para que éstos no le fallesciesen del todo, de- 
terminó, más por jactancia y 'presunción que 
no por pensar que él era tan poderoso que á 
los españoles osase esperar en campo con 
toda su gente, que eran cuatrocientos hom- 
bres de armas y trescientos caballos ligeros 
y con dos mil infantes, sin otra mucha gente 
de la comarca, á se poner en campo junto al 
Garellano, un río que pasa por aquella pro- 
vincia de Campania, enviando sus cartas á tí 



DEL GRAN CAPITÁN 



171 



dos los pueblos que eran y se mostraban por 
Francia, llenas de presunción, en que les de- 
cía: que no les causase alteración ni causase 
inconstancia en su ánimo ver que los france- 
ses fueron vencidos, pues las cosas de la gue- 
rra son de calidad que trueca sus veces dan- 
do vencimiento una vez á unos, otra á otros; 
por manera que de aquello no se había de 
hacer cuenta, pues podía acaecer lo mismo 
por los españoles; cuanto más que no habían 
quedado los franceses tan confundidos que 
no estaban allí y él con su persona para resu- 
citar á la fortuna en su favor y mudar su con- 
dición en mejor estado que no había hasta 
entonces, tenido, diciéndoles otras muchas 
cosas para sustentarlos por su Rey, más de 
presunción que no de verdadera consolación. 
Después de esto, habiendo, como dicho es, 
salido de Gaeta, vínose á poner en campo 
junto al Careliano, abajo de un lugar que di- 
cen Trajeto, y allí se puso más por la repu- 
tación y por dar á entender á los pueblos que 
se querían mantener contra el ejército espa- 
ñol y esperar en aquel lugar, que no porque 
por verdad que hubiera en los franceses osa- 
día para lo hacer. El Gran Capitán, que desde 
el aposento de San Antón había enviado á los 
capitanes Luis de Herrera y Pedro de Paz 
para tomar el paso á los franceses, sabiendo 
que ya eran pasados sin ser impedidos de los 
suyos, movióse de allí con su gente, pasó ade- 
lante cuatro millas de aquella ciudad, riberas 
abajo del río, y vínose á aposentar junto á una 
villa que dicen Piche, y allí se detuvo dos días; 
y luego en cabo de estos dos días, el Gran 
Capitán se levantó de aquel aposento del río 
junto á Piche y vínose con su gente á aposen- 
tar doce millas de Ñapóles en un bosque que 
dicen el bosque de Gangelo, y estuvo allí 
aquella noche y otro día siguiente. Querién- 
dose mover el Gran Capitán de allí para se 
meter aquel día en Ñapóles, los napolitanos, 
que sabían su venida, enviaron doce embaja- 
dores, caballeros principales de la ciudad, 
porque en nombre de todos los ciudadanos le 
saludasen y suplicasen que no quisiese entrar 
en Ñapóles hasta que primero les confirmase 
sus privilegios y jurase de guardar conforme 
como los Reyes pasados los habían confirma- 
do y guardado y mantenido; que haciéndolo 
así la ciudad de Ñapóles estaba aparejada á 
le recibir dentro y poner las banderas de Es- 
paña por los muros y lugares públicos de la 



ciudad, y donde no, que antes se ofrecerían á 
la muerte que perder el menor privilegio de 
los que tenían. Finalmente, los doce caballe- 
ros diputados allegaron con este mandado al 
bosque del Gangelo, adonde estaba el Gran 
Capitán ya para se partir, y hiciéronle rela- 
ción á lo que venían; á los cuales, siendo pri- 
mero del Gran Capitán muy honrados y cum- 
plidamente recibidos, les confirmó sus privi- 
legios ni más ni menos que como hasta en- 
tonces habían sido por los Reyes de Aragón 
pasados confirmados. Los diputados, habida 
la confirmación de sus privilegios, le besa- 
ron la mano en lugar del Rey D. Fernando de 
Castilla y de Aragón y le entregaron las llaves 
de la ciudad como en reconocimiento de su 
vasallaje, y con esto los diputados se partie- 
ron del Gran Capitán y se tornaron en Ñapó- 
les. El Gran Capitán después de esto se es- 
tuvo en aposento del bosque tres días, en los 
cuales fué avisado en cómo el capitán mon- 
siur de Alegre se había rehecho de gente y 
que había salido de Gaeta y que se había 
puesto en campo en el Garellano, y que tenía 
hecho una puente de madera en el río del Ga- 
rellano, para que los de Cieza y sus casares 
pudiesen pasar vituallas y provisiones al cam- 
po francés. Mucho le pesó al Gran Capitán de 
esto, porque pensó que de esta manera los 
franceses tornarían á alzar cabeza, y para 
quitar que de la parte de la ciudad de Cieza 
y de sus casares no les enviasen provisiones, 
y asimismo para que los suyos rebotasen á 
los franceses de aquel lugar ó le comiesen la 
gente con escaramuzas, envió á Cieza al Du- 
que de Termes y al capitán Próspero Colona 
con cuatrocientos hombres de armas y con 
cuatrocientos caballos ligeros y con los dos 
mil alemanes á hacer guerra á monsiur de 
Alegre, según dicho es. Los capitanes y gente 
ya dicha se partieron con este mandado del 
Gran Capitán y allegaron aquel día mismo á 
Cieza y metiéronse todos en la ciudad, y fue- 
ra en el burgo y en los casares (porque no 
cabían todos dentro) se aposentaron todos 
los caballos ligeros, y allí estuvieron muchos 
días, mediante los cuales españoles y france- 
ses se hacían muy cruda guerra, saliendo cada 
día los caballos ligeros y gente de armas es- 
pañoles y pasaban la puente que los france- 
ses habían hecho, y siempre le herían y mata- 
ban mucha de su gente. El Gran Capitán 
aquel mismo día que él envió sus capitanes y 



172 



CRÓNICA GENERAL 



su gente á Cieza, se partió con su ejército del 
bosque de Gangelo y vino á Ñapóles, adonde 
llegó ya tarde, y hiciéronle los de Ñapóles un 
muy solemne recibimiento, adonde salieron 
todos los caballeros y gentileshombres de la 
ciudad y el Senado y regidores de ella, todos 
en muy buena ordenanza con el pendón de 
Aragón delante, y salieron tres millas fuera 
de la ciudad á le recibir, haciéndose en este 
recibimiento muy grandes fiestas y danzas, 
y con orden de mucha gente á la manera de 
soldados, todos muy bien aderezados y muy 
lucidos, y con muy grande alegría y placer de 
todos allegó á la ciudad. Entró por la puerta 
de Capua, adonde le esperaban muy grande 
número de señoras y damas de Ñapóles muy 
ataviadas, de las cuales fué el Gran Capitán 
muy bien recibido, y él, saludando á todos 
con muy alegre rostro, le llevaron por todos 
los barrios de la ciudad y después le dejaron 
en aposentamiento; el cual fué las casas del 
Príncipe de Salerno, y así pasó el Gran Capi- 
tán aquella noche, aunque no con tanto pla- 
cer como la noche de la rota de los franceses. 



CAPITULO LXXXIII 

De cómo el Gran Capitán envió al Marqués 
del Gasto sobre el castillo de Salerno, adon- 
de estaba un castellano con mucha gente de 
guerra y tenía aquel castillo por Francia, y 
de lo que sucedió. 

Como la gente y Príncipes de Italia confor- 
mes sus voluntades con la del vencedor tu- 
viesen (después de aquellas dos crecidas vic- 
torias que casi en un mismo tiempo hubieron 
los españoles, que fué la de la Chirinola en 
la Pulla y la de Semenara en la Calabria, se- 
gún dicho es) todas las demás villas y luga- 
res del reino de Ñapóles se tornaron á la par- 
te de España. Pero como suele acaecer de 
una roñosa oveja que ensucia y daña todas 
las otras, determinó el Gran Capitán desarrai- 
gar del todo á aquella roña y parcialidades 
que aun estaban en el reino por franceses; y 
entre otras muchas villas y castillos que se- 
guían esta parte, era uno el castillo de Saler- 
no, donde, estando la misma ciudad por Es- 
paña, el castellano se había recogido y con 
mucha y muy buena gente hízose fuerte en 
el castillo, el cual era bien fuerte para aquel 
propósito. Y para esto el Gran Capitán envió 



sobre él al Marqués del Gasto con quinien- 
tos infantes españoles y con cien caballos 
ligeros, y el Marqués con aquella gente se 
partió de Ñapóles y fué á Salerno; y en lle- 
gando metióse en la ciudad con su gente, sin 
ninguna contradicción de los ciudadanos; y 
luego como allegó, miró muy bien la disposi- 
ción del castillo y halló que era fuerte y que 
por fuerza de armas era dificultoso tomarle, 
y por esta razón determinó de tenerlo cer- 
cado y cercólo en esta manera. En un monte 
que está sobre el castillo, que llaman la Bas- 
tida, puso toda la infantería, y á la parte de 
abajo por dentro de la ciudad puso su per- 
sona con todos los caballos; y así tuvo el 
Marqués del Gasto cercado bien estrecha- 
mente aquel castillo, de adonde cada día sa- 
lían los de dentro á escaramuzar con los de 
fuera, en que se hacían harto daño los unos 
á los otros. Estando en este estrecho cercado 
el castillo de Salerno, el Conde de Capacho, 
que asimismo tenía la parte del Rey de Fran- 
cia, siendo de ello avisado, vínole á socorrer 
con doscientos caballos ligeros y con ocho- 
cientos infantes soldados viejos de la tierra. 
Y como llegó á Salerno, metióse dentro con 
toda su gente y dióse tal manera en el so- 
corro, que antes que de allí partiese hizo 
por fuerza de armas alzar al Marqués del 
Gasto de sobre el castillo, y después proveyó 
el castillo de gente francesa y de las vituallas 
que eran menester y pudo haber, y saqueó 
las casas de aquellos que supo que se tenían 
por España, y con esto se salió de Salerno y 
se volvió adonde había salido. El Marqués 
del Gasto, como supo que el Conde de Capa- 
cho era ya salido de aquella ciudad, tornó á 
Salerno con su gente á cercar de nuevo el 
castillo, y así le tuvo estrechísimamente cer- 
cado más de treinta días, mediante los cuales 
procuraron de muchas maneras de le tomar 
por fuerza, haciendo ingenios y usando de 
muchas maneras de le tomar por fuerza con 
que le pudiesen atraer á su poder. Pero como 
el castillo era tan fuerte, ningún fruto se sa- 
caba de todo lo que se hacía, y por tanto 
acordó el Marqués del Gasto de hacerle una 
mina muy grande, en la cual se trabajó mu- 
cho y se puso muy gran diligencia, y así se 
hizo al fin bien grande y bien fuerte y en muy 
buen lugar; y hinchándola de muchos barriles 
de pólvora, según que conviene á semejante 
ingenio, hízola cerrar de un fuerte muro de 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



173 



piedra y junto con esto mandó meter gente 
en armas y dar el combate fuertemente al 
castillo. Primero se descargó la mina, la cual 
reventó con tal fortaleza que cayó en el sue- 
lo una gran parte del muro del castillo, y lue- 
go la gente española arremetió con muy gran- 
de ánimo á combatir el castillo, adonde el 
Marqués del Gasto mostró enteramente su 
mucha virtud y grande ánimo. Finalmente, de 
aquella vez, después de ser muertos en aquel 
combate muchos de la una parte y de la otra, 
el castillo vino á poder del Marqués, el cual 
prendió al castellano y á todos los suyos y 
hizo saquear el castillo, que hasta allí había 
estado por Francia, y de ahí adelante junta- 
mente con la misma ciudad tornó por España. 

CAPÍTULO LXXXIIII 

De cómo el Gran Capitán dio cargo de com- 
batir el castillo Nuevo al capitán Pedro Na- 
varro y á Diego de Vera, capitán del artille- 
ría, y de cómo se hubo de combatir primero 
la torre de Sant Vicente. 

Habiendo el Gran Capitán con toda su gen- 
te dado ya algún descanso á sus fatigados 
cuerpos, que de los trabajos pasados estaban 
con mucha necesidad, determinó de nuevo 
ofrecer su gente á nuevos peligros, porque 
no era cosa razonable que, estando la ciudad 
de Ñapóles por el Rey de España, sus fuer- 
zas y castillos estuviesen en poder de ajeno 
señor, como lo estaban á la sazón en poder 
de los franceses que, según dicho es, se ha- 
bían ende hecho fuertes esperando cada día 
socorro de su Rey. Pues para haber de quitar 
Cite inconveniente, que no pequeño le pare- 
cía, dio orden cómo el castillo Nuevo, que era 
lo principal y lo más fuerte de Ñapóles, se 
combatiese primero, y dio el cargo en el com- 
batir y tomar este castillo al capitán Pedro 
Navarro con los otros capitanes y al capitán 
Diego de Vera con el artillería, para que lo 
uno con el poder de la gente y lo otro con el 
buen orden del artillería, aquel castillo fuese 
más en breve quitado del poder de los fran- 
ceses. Pues con esta orden y comisión del 
Gran Capitán, Pedro Navarro y Diego de 
Vera comenzaron á poner por obra aquel he- 
cho. El capitán Diego de Vera vido muy bien 
la disposición del castillo y el lugar adonde 
mejor podía estar el artillería asentada, y 



asentóla en el burgo en Sanctí Spíritus en 
una huerta al Parco, la cual está junto á la 
cindadela, el foso en medio, y después de 
asentada comenzóse á batir el castillo por 
aquella parte con mucha fortaleza. Los fran- 
ceses que estaban en la torre de Sant Vicente, 
viendo el lugar donde la artillería española 
estaba y cómo desde allí tiraban al castillo, 
comenzaron desde lo alto de la torre, que bien 
señoreaba aquel lugar, de tirar con su arti- 
llería á la artillería española, que muy bien se 
descubría; por manera que se hacían ende 
muy grande daño; de cuya causa los capita- 
nes españoles, viendo el gran inconveniente 
que les era aquella torre de Sant Vicente, y 
que tomada la torre no podían ser dañados 
ni impedidos al tomar y batir del castillo, y 
para este efecto en un canto que está en- 
frente de la puerta de la ciudad que sale al 
burgo de la puerta de Sanctí Spíritus, asen- 
taron ciertas piezas de artillería, y á la otra 
parte del Parco', contra el castillo y contra la 
ciudadela y contra un jardín que llaman el 
Paraíso, asentaron otras tantas piezas de 
artillería; y más abajo del Parco, junto á la 
marina contra la torre de Sant Vicente, asen- 
taron otras tantas y en un jardín encima de 
la Trinidad, contra la misma torre de Sant 
Vicente, asentaron otras tantas piezas, por 
manera que ansí se repartió toda el artillería 
contra el castillo Nuevo y contra la torre de 
Sant Vicente. Después de esto luego ordena- 
ron por sus estancias la gente que era me- 
nester para el combate de las dichas fuerzas, 
y luego se comenzó á batir primero la torre; 
la cual se batió tan fuertemente, que derriba- 
ron gran parte de un rebelín que está más 
alto que la torre, y ansimesmo se derribaron 
de las defensas de lo alto de la torre un gran 
pedazo de ellas, y de la muralla del patio 
abajo de la torre á la parte de la capilla de 
Sant Vicente derribaron grande parte del 
muro. Pues con tanta fortaleza el artillería 
española batió la torre por aquellas dos par- 
tes, que los franceses que estaban dentro en 
el rebelín, ni en el patio de abajo ni en lo alto 
de la torre no podían estar por estar descu- 
biertos á la defensa del artillería, porque no 
les llevase y hiciese gran daño. En este tiem- 
po los capitanes españoles, que según la recia 
batería que se había dado en la torre, les pa- 
recía tiempo de dar el combate, ordenaron 
que se diese más por arte y manera que no 



174 



CRÓNICA GENERAL 



por fuerza de atmas, y con esto el capitán 
Pedro Navarro hizo hacer un ingenio en una 
barca por la mar en esta forma. Hizo toldar 
la barca y cubrir por encima con un muy fuer- 
te maderamiento, por respeto que la gente 
que por ella había de ir no recibiese daño de 
los franceses desde lo alto de la torre; y des- 
pués de reparada con este pertrecho, metió 
dentro su persona y con él cuarenta solda- 
dos, los veinte ballesteros y los otros veinte 
escopeteros, y junto con esta en otro barca 
descubierta hizo meter con el capitán Martín 
Gómez otros cuarenta soldados muy bien ar- 
mados. Concertado esto en esta manera, un 
día, una hora antes que anocheciese, salieron 
del puerto y con mucha disimulación se fue- 
ron por la mar abajo hacia una iglesia que se 
llamaba la Magdalena; y como fué noche os- 
cura volvieron sobre la torre de Sant Vicente, 
y como ya fueron cerca, el capitán Redro Na- 
varro enderezó su barca hacia la parte de la 
capilla adonde el artillería había derribado un 
gran pedazo de muro del patio, y allegado en 
aquél con mucho silencio comenzó á subir 
ende con su gente. Eran, según dicho es, vein- 
te escopeteros y veinte ballesteros, y como 
la subida estaba algo alta y dificultosa, caye- 
ron algunos soldados en la mar, en que se mo- 
jaron muy bien. La otra barca en que iba Mar- 
tín Gómez enderezó á aquel lugar, adonde 
estaba la otra puerta del patio de la misma 
torre, y allí tenían los franceses atravesada 
una gruesa y fuerte cadena, pof que por aque- 
lla parte no pudiese con barca pasar. Pero 
con la gran fuerza que llevaba y á poder de 
remos pasaron por la cadena, rompiéndola, de 
la otra parte; y como allegaron al lugar de la 
otra puerta del patio, el capitán Martín Gó- 
mez saltó fuera y metiéronse en el patio de 
la torre, adonde halló que ya habían entrado 
el capitán Pedro Navarro con su gente. No 
dejaban en este medio los franceses de la 
torre de se defender, haciendo con el artille- 
ría daño en los españoles que estaban abajo, 
y lo mismo hacían los del castillo Nuevo, que 
como estaba en lo alto señoreaba el patio y 
tiraba en descubierto á los españoles. El ca- 
pitán Martín Gómez y Pedro Navarro, viendo 
el daño que hacían á la gente española y que 
rio podían hacer nada de sus personas, deter- 
minaron de aquella noche buscar el mejor re- 
medio á su salud que pudiesen hallar, y con 
esto mandaron hacer en el patio una trinchea, 



adonde se repafasen de la artillería; y así se 
hizo con mucha diligencia, y desde aquella 
trinchea, muy á su salVo, podían los españo- 
les con las ballestas y escopetas titar á los 
franceses de la torre que se asomaban, de que 
se les hacía algún daño. Al tiempo qUe los 
españoles hacían la trinchea, los franceses, 
que muy bien oían él golpear de los picos y 
azadones, que en aquel menester traían, pen- 
saron que les minaban la torre, de que muy 
gran temor y extraña alteración hobieron, por- 
que veían claramente que. Si les minaban la 
torre, no podían dejar de recibir gran daño y 
peligro y muerte en sus personas, y de esta 
causa estaban suspensos y dudosos en lo que 
debían hacer; porque Unos tenían por mejor 
que diesen la torre á los españoles, otros te- 
nían lo contrario, por manera que no sabían lo 
que se debiese hacer. Finalmente, determina- 
ron de venir en partido, y fué que enviaron á 
decir al capitán Pedro Navarro que si del cas- 
tillo Nuevo no fuesen socorridos aquella no- 
che y al día siguiente hasta medio día, que 
ellos rendirían la torre, con tal que los deja- 
sen salir sin les hacer daño alguno en sus per- 
sonas; y que para seguridad de esto ellos 
enviarían en rehenes un francés, y para que 
ellos fuesen ciertos que ansí se cumpliría de 
su parte, les enviasen ellos un español. El 
capitán Pedro Navarro fué de aquesto muy 
contento, y ansí, enviando los franceses abajo 
un soldado francés, los españoles enviaron 
otro soldado español. En esto cesaron las 
armas, y los franceses de Sant Vicente luego 
lo hicieron saber al castellano del castillo 
Nuevo, lo que habían apuntado con los espa- 
ñoles, diciéndole que si dentro de aquel tér- 
mino no les enviaba socorro, no podían dejar 
de pasar por la postura y entregar la torre á 
los españoles; pero que si les enviaba soco- 
rro, ellos harían hasta la muerte todo su po- 
der. El castellano del castillo Nuevo, que bien 
conocía el estrecho en que los de la torre de 
Sant Vicente estaban, ora fuese por ser ne- 
gligente, ora pot-qUe no pudo más, el término 
pasó y el socorro no vino á los de la torre, 
por manera que luego á la hora de vísperas 
los franceses de la torre de Sant Vicente la 
entregaron á los españoles según la postura 
y concierto, y los franceses se fueron al cas- 
tillo Nuevo. De esta manera el capitán Pedro 
Navarro tomó la torre de Sant Vicente, de 
adonde no poco daño y perjuicio resultaba 



DEL GRAN CAPITÁN 



175 



en el combate del castillo Nuevo á los espa- 
ñoles. Luego como fué tomada la torre de 
Sant Vicente, el Gran Capitán mandó, al ca- 
pitán Pedro Navarro que aderezase la gente 
para tornar á combatir la cindadela} el cual 
para aquel hecho hizo subir á lo alto de la 
torre de Sant Vicente cuatro piezas de arti- 
llería que los franceses habían perdido, la 
cual asentó en contra de la cindadela y por la 
parte del Parco, contra la ciudadela misma, y 
por muchas partes asentó más artillería. An- 
simismo hizo minar la ciudadela por muchas 
partes, y después de hechos todos estos apa- 
rejos, el capitán Pedro Navarro hizo poner 
mucha gente en el foso de la ciudadela junto 
á la puerta de la ciudad que sale al burgo de 
Sancti Spíritus, donde mandó hacer muchos 
pertrechos en defensa de lo alto y mandó 
que picasen muy fuertemente el rtlüro por 
muchas y diversas partes, de manera que sin 
recibir ningún daño de las ofensas de lo alto, 
á causa de los pertrechos, estuvo aquella 
gente más de treinta días, en que hicieron dos 
minas, según que se dirá en su lugar. 

CAPÍTULO LXXXV 

De cómo vino al campo francés monsiur de 
Naves con mucha y muy buena gente, y de 
cómo queriéndose el capitán monsiur de Ale- 
gre meter en Sant Germán fué echado ende 
por el capitán Diego García de Paredes 

Contado ha la crónica cómo monsiur de Ale- 
gre salió con toda su gente de Qaeta, y que 
se había puesto ert campo junto al río del Ga- 
rellano. Pues dice ahora que estando en aquel 
lugar haciéndose daño los dos campos de 
franceses y españoles, que sabido por mon- 
siur de Naves (que muy bien había sabido el 
estrago y rota de los franceses, y ansimismo 
sabía la necesidad que de gente tenía, á cau- 
sa de la tardanza que en enviar socorro ponía 
el Rey de Francia), determinó con toda la de- 
más gente que pudo venirse á juntar con 
monsiur de Alegre. Y con esta voluntad un 
día se salió de Roma, adonde á la sazón esta- 
ba, con doscientos hombres <íe armas y con 
dos mil infantes, y por sus jornadas vino al 
Garellano, adonde estaba el ejército francés 
con monsiur de Alegre. El Duque de Termes 
y el capitán Próspero Colona, que, según arri- 
ba es dicho, estaban en Cieza, cada día salían 
con su gente de caballo y daban algunos re- 



batos en el campo francés, en que siempre ha- 
cían algún daño, y lo mismo hacían los fran- 
ceses por su parte contra los españoles, visi- 
tándose los unos á los otros, en esta manera. 
Un capitán que se llamaba Luis de Viamonte 
salió una noche de su campo con cien caballos 
ligeros y con cien infantes, y pasada la puen- 
te vino muy secretamente á Cieza, y porque 
más quedo y con mayor silencio pudiese pa- 
sar, hizo á los caballos ligeros tomasen á las 
ancas los infantes. De esta manera pasó á la 
otra parte de la puente sin ser sentido; y como 
llegó junto á Cieza, dio sobre unos hombres 
de armas, los cuales estaban aposentados 
fuera de la ciudad en un jardín, de los cuales 
mató cien hombres y prendió ocho, y tomó 
diez ó doce caballos, y con esto muy á su sal- 
vo, se tornó á su campo sin perder tan solo 
un hombre. No poco contento estaba monsiur 
de Alegre viendo su ejército, con la venida de 
aquel caballero monsiur de Naves, más pujan- 
te en fuerzas y en poder que no lo había es- 
tado hasta allí, teniendo por muy cierto que 
había de resucitar aquella tan mala caída como 
el estado de Francia había dado; y con esta 
nueva ayuda, monsiur de Alegre comenzó á 
extenderse en nuevos deseos y cosas de ma- 
yor calidad, por lo cual, como viese que el Gran 
Capitán estaba en Ñapóles ocupado en la pre- 
sa de las fuerzas de la ciudad, se determinó 
que en desembarcándose de allí, él mismo con 
monsiur de Naves quería mover contra el 
Gran Capitán. Pero no se hallando con todo 
esto tan poderoso que al Gran Capitán osase 
esperar en campo, determinó de se recogef 
en Sant Germán y hacerse fuerte en aquella 
villa, lo uno por esperar el ejército del Rey 
de Francia, que según por nueva cierta tenían 
había de venir por allí, y porque el Rey de 
Francia en su gracia y servicio tenía la seño- 
ría de Florencia, y el Duque de Ferrara y de 
Mantua, juntamente con los Bentivollos de 
Bolonia, todos se aderezaban de enviar, se- 
gún se dirá en su lugar, su ejército contra 
el Gran Capitán, y lo otro por se proveer 
de allí de todos los bastimentos necesarios 
para sustentación del ejército. Y con aquesta 
determinación para guarnición de gente dejó 
mil hombres de guerra juntamente con el ar- 
mada de mar que le pareció que bastaría para 
en defensión del monte y de la ciudad. Y ésto 
hecho, aderezó su partida para se meter en 
Sant Germán. Y estaba en esta villa un Italia- 



176 



CRÓNICA GENERAL 



no que se dice Pedro de Médicis, el cual te- 
nía el castillo del Abadía por el Rey de Fran- 
cia, y tenía gran voluntad monsiur de Alegre 
de recogerse con toda su gente en aquella vi- 
lla, porque tenía muy grandes provisiones de 
trigo y cebada y vino de su cosecha y de to- 
dos los otros lugares y heredamientos comar- 
canos, por razón que entonces los labradores 
de la provincia tenían el grano en las eras y 
lo comenzaban á encerrar en sus casas. Deter- 
minó de fortificar muy bien la torre y casti- 
llo y Abadía, haciéndose en ellos fuerte con 
todas las maneras de defensión que podían, y 
ansí por la reputación de los pueblos, porque 
no conociesen en él flaqueza alguna, como por 
tener seguro aquel paso para cuando le vinie- 
se socorro del Duque de Mantua y de los 
otros Príncipes y señoría de Florencia, que, 
según dicho es, en gracia y amor del Rey de 
Francia aderezaban un grande ejército para 
le venir á ayudar, como abajo se dirá. El Gran 
Capitán, siendo avisado por las espías que te- 
nía en el campo francés lo que monsiur de 
Alegre determinaba de hacer, con muy grande 
diligencia, viendo el daño que de nnevo por 
aqueste hecho se le recrecía, llamó á Diego 
García de Paredes, y díjole ansí: «Vos, Diego 
García de Paredes, que para sufrir trabajos 
nacisteis, conviene que entre los otros mu- 
chos pasados toméis este á vuestro cargo; y 
es que con la mayor presteza del mundo os 
metáis en Sant Germán primero que los fran- 
ceses entren dentro, porque si ellos toman 
aquella villa primero, sería ponernos en muy 
mayor cuidado que hasta aquí habernos teni- 
do, y comenzar de nuevo á entrar en la con- 
quista de este reino». Al cual luego dio la or- 
den que en aquel negocio convenía, y Diego 
García de Paredes con muy grande celeridad 
con mil y quinientos infantes y con trescientos 
caballos ligeros se partió de Ñapóles y vino á 
una villa que dicen Galacho á la hora del Ave 
María, y allí se estuvo toda aquella noche re- 
partiendo de su gente por otros castillos de 
alrededor, porque no cabía toda en Galacho. 
Y pasada que fué la noche, luego otro día de 
mañana queriéndose partir de Galacho le vino 
nueva en cómo los franceses allegaban y ha- 
bían cercado á Sant Germán, y por esta razón 
Diego García de Paredes con los doscientos 
caballos ligeros se partió de Galacho y dejó 
á toda la infantería atrás, para que al mayor 
andar que pudiesen se viniesen en Sant Ger- 



mán, porque él se quería adelantar á se meter 
con los caballos dentro antes que los france- 
ses. Aun no estaba Diego García de Paredes 
á una milla de Sant Germán, cuando halló que 
los franceses ya estaban dentro solamente 
doscientos hombres de armas y doscientos 
caballos ligeros que habían venido adelan- 
te, los cuales habían entrado en Sant Germán 
por aquella parte del Coliseo. En esto Diego 
García de Paredes con los caballos apresuró 
su camino, y allegando cerca de Sant Germán, 
los franceses que los vieron venir á muy gran- 
de andar, temiéndose no viniese todo el cam- 
po español sobre ellos, se salieron de Sant 
Germán y no osaron ende esperar, y fuéronse 
á Roca Guillerma y á Trajeto, adonde todo el 
campo francés quedaba para haber de venir 
á Sant Germán; y como monsiur de Alegre y los 
otros capitanes fueron avisados de la venida 
de los españoles en Sant Germán, hubieron de 
ello muy gran placer, con voluntad que tenían 
de luego mover de allí con todo el ejército y 
tomarlos á todos dentro en Sant Germán. Pe- 
dro de Médicis, que, según dicho es, era cas- 
tellano en el castillo de Sant Germán, como 
vido salir á los franceses y que los españoles 
se venían á meter en aquella villa, no se quiso 
ir con los franceses, antes saliéndose del cas- 
tillo se fué á proveer la Roca, y allí dejó ochen- 
ta [hombres en su defensa, y con esto él se 
salió de la Roca y fuese al Abadía con toda 
la otra gente. Diego García de Paredes, que 
muy gran prisa se había dado á caminar con 
los caballos ligeros, allegó á Sant Germán, y 
como halló desocupada la villa y supo que los 
franceses que allí habían allegado se tornaron 
atrás, metióse dentro de la villa con todos los 
caballos ligeros, y toda aquella noche estuvo 
debajo de muy buena guardia Diego García 
de Paredes. Y otro día de mañana, allegó á 
Sant Germán una compañía de hasta cuatro- 
cientos infantes españoles de los que habían 
quedado en Galacho, con los cuales y con la 
otra gente de caballos ordenó luego comba- 
tir fuertemente el castillo, de manera que sin 
más se detener con aquella gente, que él allí 
tenía, se subió al llano del monte que está 
entre el Abadía y el castillo, y de la gente de 
la misma villa allegó hasta ciento y cincuenta 
hombres muy bien aderezados, con los cuales 
puso un cabo de escuadra español, para que 
ellos por aquella parte de la misma villa die- 
sen asimismo el combate al castillo. Y luego 



DEL GRAN CAPITÁN 



177 



se comenzó por la parte de lo alto, donde Die- 
go García de Paredes con la gente españo- 
la estaba, y por la parte de abajo adonde la 
gente de la villa estaba, con mucha fortaleza 
á combatir, y duró este combate tres horas, 
hasta que la noche fué muy cercana; y los del 
castillo se defendieron muy fuertemente y 
mataron tres hombres de los de la tierra, que 
los combatían por lo bajo, y de los españoles 
mataron uno y muchos que fueron heridos 
aquel día. Diego García de Paredes, enojado 
viendo muertos cuatro hombres de los suyos, 
y que no había podido tomar el castillo, co- 
menzó de nuevo á dar tanta»prisa en el com- 
bate y tan reciamente se hubo en la expug- 
nación del castillo, que por fuerza de armas 
les ganaron un rebelín del castillo, adonde es- 
taban treinta soldados, los cuales viendo que 
no podían más resistir los españoles, se co- 
menzaron á retraer al cuerpo del castillo; y 
como la entrada fuese angosta, no pudieron 
todos entrar, de cuya causa los soldados es- 
pañoles mataron al entrar trece hombres del 
castillo y tomáronles el rebelín y más un to- 
rreón del cuerpo del castillo, que llaman el es- 
polón, el cual cae hacia la parte de la villa 
adonde estaba la iglesia de San Elian. A esta 
hora, era bien ya hora y media de noche, y 
Diego García de Paredes, después de haber 
los del castillo retirádose á la torre del cas- 
tillo maestra, dejando muy buena guardia en 
el rebelín y en el torreón del castillo, y ansi- 
mismo en el rededor del castillo, porque nin- 
guno de los de dentro no se salvase aquella 
noche, él se recogió con toda su gente á sus 
estancias, y dejó mandado que aquella noche 
se hiciesen ciertos pertrechos para que con 
picos cortasen dende abajo una torre, sin que 
lo alto recibiese ningún daño, y en todo cuan- 
to fué aquella noche no se entendió en otra 
cosa salvo en hacer los pertrechos para el di- 
cho combate. Como fué de día, siendo ya del 
todo acabados los tres reparos, comenzóse á 
cortar el muro de la torre por muchas partes, 
y los de lo alto hacían muy grandísima resis- 
tencia y grande daño en los que picaban, ti- 
rando piedras y con ballestas y otras defen- 
siones que hicieron á los españoles; pero no 
por eso dejaron los españoles de cortar la to- 
rre á muy gran priesa; y los del castillo, vien- 
do que no aprovechaban diligencias para se 
defender, sino que sin falta ninguna les con- 
venía venir á poder de los españoles, junta- 

C roñicas del Gran Capitán.- 12 



mente con el castillo, determinaron entre to- 
dos de se dar á merced y les entregar el cas- 
tillo. Ya en aqueste medio toda la infantería 
que había quedado en Galucho y en los otros 
lugares comarcanos allegaron á Sant Germán, 
adonde hallaron que el castillo se había to- 
mado aquel día, y que el capitán Pedro de Me- 
diéis se había ido y salido del Abadía con su 
gente, donde el campo francés estaba en el 
castellano, y desta causa sin más armas vino 
la villa de Sant Germán con el castillo y aba- 
día en poder de los españoles, que de ahí ade- 
lante por la parte de los Reyes de Castilla, al- 
gunos lugares comarcanos, como fueron éstos 
Roca Seca y Ponte Corvo y otros muchos de 
alrededor, viendo que Sant Germán estaba 
á la parte del Rey de España, determinaron 
ellos de hacer por el mismo caso lo semejante; 
de manera que de ahí adelante quedaron muy 
conformes con los españoles. En este tiempo 
el Duque de Termes y el capitán Próspero 
Colona, como supieron que Sant Germán es- 
taba por España, salieron de Cieza con toda 
su gente y vinieron á Santángelo, y de allí se 
juntó Diego García de Paredes con ellos, 
adonde todos juntos se vinieron á Ponte Cor- 
vo, y en aquella villa y en su comarca estuvié- 
ronse ajuntados hasta quel Gran Capitán vino 
de Ñapóles, según la crónica irá contando. 

CAPÍTULO LXXXVI 

De cómo el Gran Capitán hizo dar priesa en la 
presa de la cindadela y castillo Nuevo, y de 
cómo le tomaron los españoles. 

Contado ha la crónica cómo el capitán Pe- 
dro Navarro hizo hacer muchas minas y otros 
muchos aparejos contra la ciudadela y casti- 
llo Nuevo de la ciudad de Ñapóles. Pues dice 
ahora que después que hubo acabado de ha- 
cer las minas, hízolas henchir, según es de cos- 
tumbre, de muchos barriles de pólvora, y jun- 
to con esto las hizo cerrar de un fuerte muro 
y pared gruesa, y después de todo esto he- 
cho, el Gran Capitán, que en todo estaba pre- 
sente y proveía en lo que debía hacerse, man- 
dó que toda la gente estuviese en orden para 
dar el combate. Y el capitán Diego de Vera y 
Pedro Navarro y Ñuño Decampo y Martín 
Gómez aderezaron el artillería para que por 
muchas partes encarada estuviese contra la 
ciudadela y contra el castillo. Y todo proveído 
como mejor convenía, el Gran Capitán mandó 



178 



CRÓNICA GENERAL 



poner fuego á las minas, las cuales reventa- 
ron con tanta fortaleza que derribaron por 
aquel lugar un pedazo del muro de la eluda- - 
déla, y fué tanto que hinchó el foso que por 
aquella parte le ceñía, que casi quedó llana la 
subida. Luego Pedro Navarro y los otros ca- 
pitanes arremetieron con toda la gente y co- 
menzaron los españoles á subir á la cindade- 
la y á se meter dentro; pero los franceses, 
como los vieron entrar con tanto ímpetu, de- 
fendiéronse algún tanto, pero no lo pudieron 
más sufrir y por esta razón desampararon la 
cindadela y fuéronse todos huyendo al casti- 
llo y quedáronse en la puerta hasta doce hom- 
bres de armas para alzar la puente levadiza, 
que ende estaba. Y á la sazón que estaban al- 
zando la puente, allegaron el capitán Pedro 
Navarro y Ñuño Docampo con los otros ca- 
pitanes y dieron sobre ellos, que no les deja- 
ron alzar la puente, la cual dejando desampa^ 
rada les convino retraerse al rebelín, adonde, 
juntamente con los franceses, los españoles 
entraron revueltos," y antes que se recogesen 
los franceses, fueron muertos todos doce. En 
esto cargaron muchos soldados españoles en 
la puente por entrar con los otros en el rebe- 
lín, de manera que toda la puente estaba llena 
de gente, y los franceses que estaban dentro 
en el patio del castillo cargaron ciertas pie- 
zas de artillería, y entre estos cañones des- 
cargaron una culebrina y dio la pelota en la 
misma puerta del castillo, la cual era de bron- 
ce, y no la pasó, antes quedó fijada en la mis- 
ma puerta, como hoy se ve fijada. Luego por la 
otra puente del castillo, que estaba á la parte 
del jardín que llamaban Paraíso, cargó ansi- 
mismo mucha gente para entrar dentro en el 
castillo por aquella parte, por razón que los 
franceses la habían desamparado é iban hu- 
yendo, y los españoles intentaban de se en- 
trar á vueltas de ellos; y por esta razón que 
los españoles no entrasen, comenzaron los 
franceses á alzar la puente. A la sazón que la 
alzaron, llegó un soldado, el cual bien mostró 
aquel día su corazón y ánimo (que era paje 
del Gran Capitán, llamado Peláez Berrio), y 
asióse con la una mano de las cuerdas de la 
puente y con la otra mano con la misma espa- 
da que traía, estando colgado con la una mano 
de la puente, cortó las cuerdas de ambos ca- 
bos, por manera que juntamente con la puen- 
te cayó abajo á la puerta del castillo, y luego 
con muy gran fortaleza se levantó y metióse 



peleando con los franceses por la misma puer- 
ta del castillo, adonde como él fuese solo y 
los franceses muchos, por muy aína que los 
españoles que quedaban fuera le quisieron 
socorrer, los franceses le mataron, y allí aca- 
bó como valiente hombre y esforzado soldado 
digno de toda memoria. En esto los españo- 
les, ansí por la una puente como por la otra, 
cargaron de recio con gran fortaleza y se me- 
tieron en el rebelín; y desde allí comenzaron 
á combatir reciamente el castillo por las cá- 
maras abajo que salen al rebelín, y los fran- 
ceses, como vieron á los españoles que esta- 
ban ya dentro, dasde las torres se comenzaron 
á defender con piedras y ballestas y con mu- 
cha artillería por todas partes, echando mucho 
fuego artificial y pólvora ardiendo sobre los 
españoles que andaban en el rebelín, de que 
mataron algunos de ellos. En esto, como aún 
no dejase de entrar gente por la puente en el 
rebelín en favor de los españoles que estaban 
dentro, cargaron los franceses un cañón y en- 
caráronlo contra la puente desde una reja del 
castillo, y como al tiempo que le pusieron fue- 
go estuviese la puente llenade españoles, mató 
quince hombres é hirió á algunos, por manera 
que por temor de aquella pelota y del daño 
que había hecho en los soldados compañeros, 
todos se retiraron afuera y no osaron entrar 
dentro ni pasar la puente. En esto aquel va- 
leroso y muy gran capitán Gonzalo Hernández 
de Aguilar allegó vestido de unas corazas y 
una celada borgoñona y una espada y una ro- 
dela que en la mano traía, y animando á su 
gente los hizo, entrar consigo la puente ade- 
lante. Porque como vieron á su General tan 
fuertemente peleando, todos á una le iban si- 
guiendo y cobrando dobladas fuerzas y no 
mostrando cobardía en acometimiento, no te- 
niendo en nada cualquier peligro que suele en 
semejantes casos acaecer. El Gran Capitán 
iba delante haciendo maravillosas cosas de su 
persona. Finalmente, los españoles dieron so- 
bre el castillo por todas partes con tanta for- 
taleza y tanto trabajaron aquel día, que los 
franceses, viendo la gran prisa que los espa- 
ñoles daban y la grande diligencia que ponían 
por los tomar, no los pudiendo más sufrir tu- 
vieron por más seguro darse á merced. El 
Gran Capitán, que no quería venganza de los 
enemigos, mas de cobrarles aquello que con 
justicia se le debía, usando de aquella huma- 
nidad con los enemigos que con los amigos, 



a 



DEL GRAN CAPITÁN 



179 



no queriendo esperar el fin de su mala fortu- 
na, fué muy alegre y contento tomar el casti- 
llo con todo lo que tenía y librar la gente de 
manera que en sus personas no les fuese he- 
cho daño alguno de los españoles. Y así vino 
el castillo Nuevo en poder del Gran Capitán 
y todo lo que ende había. Cosas dignas de 
gloria y perpetua memoria hizo el Gran Ca- 
pitán aquel día, las cuales particularmente re- 
feridas sería escribir otro tanto volumen ma- 
yor que éste, que ansí en fuerzas y poder de 
su persona como en acometerá los enemigos 
con prudencia y consejo no se halló otro su 
igual. Las cuales todas estas virtudes mien- 
tras más ira tenía con sus enemigos, tanto 
más la reprimía y moderaba cuando convenía. 
Pues de los otros capitanes Pedro Navarro y 
Qareta, Martín Gómez, Ñuño Docampo y de 
los otros soldados y capitanes españoles, ver- 
daderamente se gastaría mucho tiempo en 
hablar de su virtud y fortaleza; pero porque la 
fln y salida de todas aquellas cosas que in- 
tentaron de hacer dan testimonio verdadero 
de sus obras, según la crónica cuenta, no es 
menester decir más en su alabanza. Grandes 
riquezas se hallaron en aquel castillo, adonde 
todas las cosas que en aquellos dos años que 
poseían franceses en la ciudad de Ñapóles pu- 
dieron recoger y haber, todo lo tenían ende, y 
también muchos mercaderes y banqueros, y 
así se hallaron cosas de mucha calidad y cuan- 
tidad y muchas cajas llenas de cosas de gran- 
de valor, aunque hubo muchos soldados que 
no les alcanzó parte de aquella rica presa, y 
blasfemando mucho se lamentaban de su mala 
suerte; á los cuales volviéndose el Gran Ca- 
pitán les dijo: «Andad, porque con mi liberali- 
dad venzáis vuestra fortuna, dad saco á mi 
casa». Pues habiéndoles hecho aquella mer- 
ced, todos de presto y con mucha alegría co- 
rrieron para su casa con tanta codicia que 
descolgaron la tapicería y hasta la botillería 
dieron saco. 

CAPÍTULO LXXXVil 

Del socorro que vino á los castillos por mar, 
y de cómo viendo la armada francesa en cómo 
los castillos eran en poder de españoles se 
levantaron de allí y se fueron á Iscla, y lo 
que allí pasaron. 

Contado ha la crónica la manera que se tuvo 
para tomar la ciudadela y el castillo Nuevo y 



el trabajo que ende pasaron los españoles; á 
esta causa, pues, dice ahora que el mismo día 
de la presa del castillo, á hora de vísperas, 
allegaron al puerto tres carrozas y cuatro ga- 
leras y otras naos y fustas que venían en so- 
corro del castillo, y traían mil y quinientos 
franceses de guerra. Allegaron á surgir cerca 
del castillo del Ovo, y desde el surgidero en- 
viaron una fusta al castillo del Ovo los mis- 
mos de la armada para se informar del estado 
de los del castillo. La fusta llegó al castillo del 
Ovo y supo cómo el castillo Nuevo y torre 
de Sant Vicente era en poder de los españo- 
les; y los de la fusta, no contentos con esta 
información, pasaron más adelante con su 
fusta y llegaron cerca de la torre de Sant Vi- 
cente. Y como los españoles que estaban en 
la torre los reconocieron, descargaron contra 
la fusta francesa unas piezas de artillería, en 
que tan á menudo les tiraban, que los france- 
ses, viendo el mal recaudo que tenían y te- 
miendo su daño propio y conosciendo que to- 
das las fuerzas de Ñapóles (excepto el casti- 
llo del Ovo) eran ya tomadas, tornáronse 
atrás con sus fustas á se recoger con su ar- 
mada, informando á los suyos de todo lo que 
pasaba. Los cuales entendiéndolo, se levanta- 
ron de allí y se fueron á Capri, que es una isla 
bien cercana de Ñapóles, donde estuvieron 
algunos días, y de allí se levantaron y se fue- 
ron á Iscla, adonde en el puerto de aquella 
isla estaba el capitán Juan de Lezcano con el 
armada española; y como los franceses llega- 
ron á vista del puerto reconocieron el arma- 
da de España, por lo cual, como su armada 
fuese más crecida y más pujante que no lo 
era la de los españoles, tomaron atrevimiento 
para la haber de acometer; y ansí la comen- 
zaron de cercar por todas partes, por donde 
la tuvieron en harto estrecho puesta, porque 
de ambas partes se lombardeaban con mucha 
fortaleza y se hacían gran daño. Venía en el 
armada española un capitán que se decía Vi- 
Uamarín, el cual, ansí para se meter en el cas- 
tillo como para asegurar la tierra por aquella 
parte, por razón que por la parte de la mar 
bien segura estaba con el armada de Juan de 
Lezcano, saltó en tierra con alguna gente de 
armas, y el capitán Juan de Lezcano se quedó 
en la mar con el armada, el cual hizo algunos 
acometimientos contra la armada francesa, en 
que hizo en ella no poco daño; por razón que 
junto al puerto echó á fondo dos naos fran- 



180 



CRÓNICA GENERAL 



cesas, porque era tan bien afortunado que 
siempre salía en todas sus refriegas victorio- 
so, haciendo no poco daño en el armada de 
los franceses; y lo que más le perjudcaba era 
el continuo tirar del artillería, para que sin 
tanto daño se pudiese con su armada conser- 
var en el puerto. Y con esta voluntad hizo 
hacer unos reparos en esta manera, los cua- 
les defendían que las pelotas no pasasen á 
herir en las galeras ni en los otros vasos de 
su armada. Y fué que mandó sacar todas las 
botas que para agua dulce y para vino tenían 
en las galeras y en las otras naos, y hízolas 
poner delante de su armada todas entretra- 
badas unas con otras muy fuertemente á la 
boca del puerto, y solamente hizo dejar una 
puerta por donde cupiese un navio en pos de 
otro, y no más; por manera que si los france- 
ses quisiesen entrar con su armada no pudie- 
sen sino solamente una galera en pos de otra. 
Este reparo se hizo con mucho artificio é in- 
genio, el cual verdaderamente causó mucho 
provecho en la armada española, porque de 
ahí adelante los franceses no los pudieron ti- 
rar ni hacer daño alguno. Después de hecho 
el reparo el capitán Lezcano con los esquifes 
y barcas de las naos y de las galeras no hacía 
sino salir del puerto por aquella boca del re- 
paro y lombardear el armada de los franceses, 
y los franceses por el mismo caso lombar- 
deaban á los españoles; de adonde siempre 
salían muertos y heridos algunos de la una 
parte y de la otra. Finalmente, á cabo de ocho 
días, el armada francesa, viendo ser mayor el 
daño que recibían que no lo era el que ellos 
hacían en los españoles, por razón del reparo 
de las botas que habían hecho, determinaron 
descalar y irse de aquel cerco á Gaeta. 

CAPÍTULO LXXXVIII 

De lo que hizo el Gran Capitán después de ha- 
ber tomado el castillo Nuevo y las otras 
fuerzas, y de cómo se salió de Ñapóles para 
venir de Ponte Corvo con su gente y dejó en- 
comendado al capitán Pedro Navarro la pre- 
sa del castillo del Ovo, y otras cosas que 
acaecieron en diversas partes. 

Habiendo contado la crónica la presa del 
castillo Nuevo y torre de Sant Vicente, y des- 
arraigado del todo los enemigos de lo inte- 
rior de la ciudad, no quedando que tomar sino 



solamente el castillo del Ovo, veníanles en 
este tiempo muchas nuevas y continuas que- 
jas de algunos capitanes franceses que se ha- 
bían hecho fuertes en algunos lugares del rei- 
no y hacían desde allí muchos agravios y 
desaguisados en las tierras y villas comarca- 
nas que estaban por España, reduciéndolas 
por fuerza á la parte de Francia. Entre los cua- 
les entre la provincia de Pulla y una villa que 
dicen Venosa, estaba un capitán francés que 
llamaban Luis de Aste, que, según dicho es, 
entre otros capitanes franceces éste había es- 
capado de la batalla de la Chirinola, y se ha- 
bía retirado en aquella villa y allí había reco- 
gido mucha gente, con que hizo mucho daño 
en aquella provincia. Tenía entre caballos y in- 
fantes mil hombres y más, y con aquella gente 
tenía ya reducidos á su devoción algunos lu- 
gares de la comarca y extendía la parte de su 
Rey cuanto más podía; y por esta razón el 
Gran Capitán proveyó en aquel caso de esta I 
manera. Que envió contra aquel francés á don ■ 
Diego de Arellano con cien caballos ligeros y 
á más comisión que recogiese de la gente es- 
pañola que había quedado en aquella provin- 
cia toda la que le fuese necesaria, y que diese 
muy continua guerra á aquel capitán francés, 
hasta tanto que le echase de aquella provin- 
cia. Ansimismo envió al capitán Fabricio Co- 
lona en la provincia de Abruzo en socorro de 
Juan de Meneses y de Paulo Marganio, que 
estaban en Catalahoz, para que juntándose 
con ellos no dejasen en aquella provincia nin- 
guna simiente de franceses, reduciendo todos 
los pueblos contrarios al servicio del Rey de 
España. Y después de esto en Ñapóles dejó 
al capitán Pedro Navarro con orden y man- 
dado que tomase el castillo del Ovo, con el 
cual dejó al capitán Diego de Vera con el ar- 
tillería, en cargo de batir el castillo por aque- 
llas partes que más conviniese. Y para haber 
de combatir aquel castillo y darle la batalla á 
su tiempo, dejó al capitán Pedro Navarro mil 
infantes, y dejó por castellano en el castillo 
Nuevo á Ñuño Docampo, hombre valeroso. 
Después de todo ordenado en la forma sobre- 
dicha, el Gran Capitán con toda la gente de 
su ejército se salió de Ñapóles y vínose la vía 
de Ponte Corvo, adonde, según está dicho, el 
Duque de Termes y Diego García de Paredes 
y el capitán Próspero Colona estaban con la 
otra parte del ejército español. El capitán Fa- 
bricio Colona, que con el mandado del Gran 



d 



DEL GRAN CAPITÁN 



181 



Capitán se había partido contra la provincia 
de Abruzo, juntamente con los Condes de 
Montoro y de Pópulo, allegó á Barleta y allí 
recogió más gente, y embarcándose en dos 
galeras comenzaron á caminar, y de camino 
llegaron al Guasto, que estaba por el Rey 
de Francia; pero como vieron venir los espa- 
ñoles, sin contradición se dieron y los reci- 
bieron en la misma villa. En este medio Juan 
de Meneses y Paulo Marganio, que estaban 
en Catalahoz, trataron con los de la villa de 
Roca de Medio que se declarasen por Espa- 
ña y alzasen sus banderas, que ellos les fa- 
vorecían y sacarían á salvo, si de parte de los 
franceses les fuere hecho daño ó intentasen 
de lo hacer. Eran en estas partes los que te- 
nían la parte de Francia, y sostenían á mu- 
chos pueblos de esta provincia, en esta de- 
voción, Fabio Ursino. Jordano Ursino y Pau- 
lo Ursino, familia de mucho nombre y en mu- 
cho grado enemigos de españoles. Muchos de 
los pueblos de aquella provincia de Abru- 
zo tenían voluntad de seguir la parte de Es- 
paña, salvo que no osaban en ninguna mane- 
ra por los Ursinos. Y porque Juan de Meneses 
y Paulo Marganio conocían esto y la volun- 
tad de los de Roca del Medio de se querer 
tornar por España, salieron de Catalahoz y 
fuéronse á meter en Roca de Medio, y allí es- 
tuvieron algunos días haciendo siempre gue- 
rra á los Ursinos, fuera caso Severino, que 
estaba en el Águila con Hierónimo Galloso, se- 
gún que ha contado la crónica. En este tiem- 
po el capitán Fabricio Colona y los Condes de 
Montoro y de Pópulo, salieron del Guasto y 
fueron á Veste, y de allí á Salmona y todos 
estos pueblos recibieron sin ninguna contra- 
dición que mostrasen, y estuvieron en Salmo- 
na algunos días, después de los cuales salie- 
ron ende y fuéronse á juntar con Juan de Me- 
neses y Paulo Marganio, que estaban en Roca 
de Medio. Y como fueron todos juntos, estu- 
viéronse en aquella villa de Roca de Medio 
cuarenta días, y mediante aquéllos siempre 
hacían guerra ursinos y españoles, y ansimis- 
mo se la hacían españoles á Fracaso Seve- 
rino y á su gente. Y un dia Fabricio Colona 
con la gente que tenia, salió de Roca de Me- 
dio y fué á correr á otra villa que estaba 
por Francia, la cual llamaban Roca de Caña; y 
como llegó á las puertas de la villa, hallaron 
las puertas cerradas y la gente de dentro en 
orden de se defender, y por esta razón Fabri- 



cio Colona aderezó su gente para dar la ba- 
talla á la villa, el cual halló no poca resisten- 
cia en la gente de Roca de Caña, por manera 
que convino á Fabricio Colona tentar con su 
gente todas las maneras de fuerza para haber 
de tomar aquella villa, porque allegando la 
gente al muro combatieron la villa una gran 
pieza, y los de dentro se defendían con gran- 
de ánimo y voluntad. En esta sazón que los 
de Fabricio combatían la villa, salió de dentro 
el gobernador con hasta cincuenta ó sesenta 
hombres con intención de apartar los de Fa- 
bricio Colona del muro, y peleando con ellos 
convino al gobernador juntamente con los su- 
yos de quedar en poder de los españoles pre- 
so; y todavía, no obstante la prisión del go- 
bernador, los de Roca de Caña persistían en 
dureza y no se querían dar por España. Y por 
esta razón, viendo la gran dificultad que había 
en tomar aquella villa con armas, acordó Fa- 
bricio Colona de la tomar por arte, y fué ansí: 
que mandó atar las manos atrás al goberna- 
dor que estaba preso, y ansí atado le mandó 
traer ante las puertas de la villa, y con gran 
disimulación fingió que le quería ende ante 
todo el pueblo degollar, amenazando á los de 
dentro que si no se rendían que le degolla- 
ría, pero que si se daban ellos le darían liber- 
tad juntamente con todos los demás que te- 
nía presos. Los de Roca de Caña, como vieron 
á su gobernador en peligro de muerte, tuvie- 
ron por bueno de le redimir la vida dando la 
villa á Fabricio Colona, y de esta manera Roca 
de Caña vino en poder de los españoles, y de 
ahí adelante siguieron el servicio del Rey de 
España, según que las otras villas y lugares 
de la comarca lo seguían. Después de esto así 
acabado el capitán Fabricio Colona y los Con- 
des de Montoro y Pópulo comenzaron á dis- 
currir por el condado de Albiypor las tierras 
del Águila, reduciendo muchas tierras á la de- 
voción de España. Ya casi toda aquella pro- 
vincia se había vuelto por España, y de cada 
día la gente española crecía en fuerzas y po- 
der, y por esta razón Fracaso Severino, que 
estaba en el Águila juntamente con Hieróni- 
mo Galloso, viendo la parte que tenían espa- 
ñoles en la provincia, y asimismo la gran pes- 
tilencia y mortandad que en la ciudad del Águi- 
la, do ellos estaban, había, cercados de uno y 
otro temor hallaron más seguridad en sus co- 
sas dando la ciudad, y así se salieron del Aguí- 
la con su gente y se fueron á Roma. Los de la 



182 



CRÓNICA GENERAL 



ciudad, como vieron idos aquellos dos capita- 
nes en cuyas manos y poder estaba toda su de- 
fensión y amparo, enviaron á decir á Fabricio 
Colona y á los Condes de Montero y de Pó- 
pulo que viniesen á la ciudad, que ellos esta- 
ban aparejados de los recibir por España y 
de se dar á ellos por esta parte, alzando sus 
banderas por los muros de la ciudad. Los 
Condes habido este aviso de los del Águila, 
luego fueron derechos á la ciudad, pero no 
osaron entrar dentro por razón de la mortan- 
dad que había en ella. Enviáronlo á decir á los 
ciudadanos del Águila, los cuales salieron los 
que para ello tenían comisión y poder á fue- 
ra, y juntamente con los Condes hicieron su 
concierto y compusieron sus capítulos, de 
manera que de ahí adelante la ciudad del Águi- 
la fué amiga de España, y metióse debajo de 
la seguridad y amparo del Rey Católico. Mu- 
chas villas y lugares se reconciliaron á la par- 
te y bando de España, viendo la ciudad del 
Águila asimismo ser de aquella opinión, de 
manera que ya casi no había que hacer en toda 
aquella provincia. 

CAPÍTULO LXXXIX 

De cómo el capitán Fabricio Colona fué sobre 
una villa que se dice Chiíelino, y envió al ca- 
pitán Alonso de Valladolid sobre la Roca de 
Polena, y lo que sucedió. 

Habiendo reducido el capitán Fabricio Co- 
lona la ciudad del Águila y casi todas las más 
villas y lugares de aquella provincia del Abru- 
zo á la parte de España, según que dicho es, 
con aquel celo que tenía de extender el esta- 
do de España, movióse luego con su gente y 
vino contra una villa que dicen Chitelino, adon- 
de estaba retraída la Marquesa de Bitonto, 
después que el Marqués de Bitonto fué preso 
en la de Altavilla, según que dicho es. Estuvo 
algunos días sobre esta villa, teniéndola Fa- 
bricio Colona mediante este tiempo cercada 
en mucho estrecho, y desde allí envió Fabricio 
Colona á un capitán que llamaban Alonso de 
Valladolid sobre una villa que se dice Roca 
de Polena, adonde estaba un capitán que era 
italiano que decían Juan María, que tenía 
aquella villa por el Rey de Francia y tenía con- 
sigo cuarenta hombres. La gente que el capi- 
tán Alonso de Valladolid llevó para aquel he- 
cho fueron cien infantes españoles y más cua- 



trocientos villanos de la comarca. Como el ca 
pitan allegó con su gente á la Roca de Polena, 
ordenó su campo en derredor de la villa y no 
quiso por entonces combatirla hasta otro día 
siguiente. Y luego el segundo día que tuvo 
cercada la villa, el capitán Juan María, viendo 
que con aquella poca gente no podía susten- 
tarse contra los españoles, determinó de venir 
en concierto con Alonso de Valladolid. Des- 
pués que Alonso de Valladolid supo la volun- 
tad de Juan María de los recibir en la villa, 
quiso el capitán Valladolid meterse dentro en 
el castillo para asentar con el castellano los 
capítulos y condiciones que sacaron por par- 
tido; y con esto el capitán Alonso de Vallado- 
lid fué asegurado con que no metiese ende 
consigo sino sólo seis hombres, el cual lo hizo 
así, y llevando consigo seis solos soldados de 
los suyos se metió en la Roca. Ya en este tiem- 
po el capitán Juan María tenía en orden su 
gente y puesta en el lugar secreto para haber 
de prender á Alonso de Valladolid y á los que 
con él venían; y como Juan María vido dentro 
en la Roca á Alonso de Valladolid, por le poder 
más á su salvo prender, apartólo amorosa- 
mente de los compañeros y fuese con él ha- 
blando hasta le meter por la cámara de su 
aposento. Descuidado el capitán español de 
la traición que le estaba ordenada, tenía el 
castellano Juan María dos hombres armados 
en la cámara para que como Alonso de Va- 
lladohd entrase, luego le echasen mano y lo 
prendiesen sin que de los compañeros que 
afuera quedaban fuese sentido. Finalmente, 
allegado á la cámara, hablando Juan María di- 
simuladamente con el Alonso de Valladolid, 
se allegó á le prender, y como el Alonso de 
Valladolid conoció la traición, saltó fuera y 
echó mano á su espada, y de los primeros gol- 
pes batió por el suelo al castellano muerto. 
Los otros dos hombres que ya habían salido, 
cargaban á Alonso de Valladolid de muchos 
golpes, y él se defendía de ellos con mucho 
saber y arte, por manera que retirándose poco 
á poco, vino al lugar do habían quedado los 
seis soldados sus compañeros; y los compa- 
ñeros como le vieron tan mal parado, juntá- 
ronse con él, que ya ellos habían sido de los 
de la Roca acometidos, y allí en aquella cáma- 
ra todos siete se hicieron fuertes. Verdadera- 
mente hicieron los siete españoles muy gran- 
des cosas en aquel día, porque se defendie- 
ron de todos los de la Roca sin que ninguno 



DEL GRAN CAPITÁN 



183 



osase allegar ni entrar. Era tan grande el es- 
truendo y rumor que á esta causa había en la 
Roca, que la gente que estaba fuera en el 
campo lo sintieron. Luego conocieron la trai- 
ción, por lo cual todos juntos puestos en ar- 
mas allegaron á la Roca, combatiéndola con 
tanta fortaleza que á fuerza de armas hubie- 
ron los españoles de tomar la Roca; y en me- 
tiéndose dentro, hicieron tantas bravezas de 
sus personas que verdaderamente bien su- 
pieron vengar la injuria hecha á su capitán y 
el peligro que en su vida recibió, por razón 
que todos los más que estaban en la Roca 
fueron á sus manos muertos y algunos presos, 
que debajo de merced se dieron; por manera 
que así vino la Roca á la devoción de España, 
y el capitán Alonso de Valladolid con sus seis 
compañeros puestos en seguro, el cual, según 
dicho es, muy bien lo habían menester sus vi- 
das y personas. 

CAPITULO XC 

De cómo el Gran Capitán, queriendo ir sobre 
Roca Güillerma, una villa fuerte que estaba 
por el Rey de Francia, envió delante al capi- 
tán Diego Garda de Paredes, para tomar 
un paso que dicen los Fratres, adonde es- 
taban quinientos franceses entre infantes y 
caballos, y de lo que sucedió. 

Ya se dijo arriba cómo el Gran Capitán sa- 
lió de Ñapóles con todo su ejército y se vino 
á Pontecorvo, adonde Diego García de Pare- 
des y el Duque de Termes y Próspero Colona 
estaban con su gente. Pues dice ahora la cró- 
nica que como el Gran Capitán llegó á Ponte- 
corvo, estuvo ende cuatro dias dando orden 
de ir á tomar una villa muy fuerte que estaba 
por Francia, que se llama Roca Güillerma; y 
porque, según la execución de aquel negocio, 
era menester proveer á quitar muchos incon- 
venientes que había, entre los cuales era el 
paso de los Fratres, que es un paso muy fuer- 
te por donde de necesidad se había de pasar 
con el ejército español, adonde en defensa del 
estaban quinientos franceses entre caballos y 
infantes. Por esta razón envió el Gran Capi- 
tán adelante á Diego García de Paredes con 
quinientos infantes para que tomase los Fra- 
tres y echase dende los franceses. Diego Gar- 
cía de Paredes con aquellos quinientos infan- 
tes salió una noche de Pontecorvo á una hora 
de la noche y no quiso pasar por la puente de 



la villapor no ser descubierto, sino fuese el río 
abajo cuanto ocho millas con voluntad de pa- 
sar el rio con una barca que está frontero de 
Sant Jorge. Y como Diego García de Paredes 
llegó con su gente en aquel lugar, serían pa- 
sadas cinco horas de la noche y no halló la bar- 
ca en aquel lugar donde pensó hallarla, adon- 
de solía estar de antes. Era la causa que los 
franceses que estaban en los Fratres con 
aquel mismo temor que los españoles pasa- 
rían por ella, la habían pasado de la otra par- 
te del río y la habían anegado en el agua en 
un regolfo que ende hace el río, de manera que 
no podía subir á lo alto por el grande peso y 
carga que tenía de piedras. Pero Diego García 
de Paredes, que toda cosa dificultosa hacía 
hacer fácil su buena diligencia, luego buscó el 
remedio para haber de pasar, y buscando por 
el río hallaron un londre pequeño en que po- 
dían caber tres hombres y no más; y Diego 
García de Paredes tomando el londre junta- 
mente con otros dos de sus compañeros y sol- 
dados se metieron dentro y todos tres pasaron 
de la otra parte del río, y tornando con el 
mismo londre en cinco veces pasaron quince 
hombres, y todos quince con harto trabajo pu- 
sieron por obra de sacar la barca encima del 
agua, y tanto hicieron ellos que á pura fuerza 
de brazos la sacaron á lo seco y la descargaron 
del peso que tenía de las piedras y luego la 
lanzaron en el agua, por manera que en veces 
pasó de la otra parte del río toda la gente que 
había quedado. Y á esta sazón cuando acabó 
toda la gente de pasar quería amanecer^ y los 
franceses que estaban en ios Fratres, siendo 
avisados por sus centinelas como españoles 
habían pasado el río, que les venían á tomar 
aquel lugar, creyendo que fuese todo el ejér- 
cito español salieron de los Fratres y fuéronse 
adonde monsiur de Alegre estaba con el ejér- 
cito. El cual como supo la venida del Gran Ca- 
pitán contra él, no osó aguardalle en el campo 
y por esta razón se partió del Garellano con 
su ejército y se retrajo en Gaeta. Diego Gar- 
cía de Paredes, luego como su gente acabó de 
pasar, movió de allí y fuese á meter en los 
Fratres, adonde allegando halló desembaraza- 
da la villa de los franceses y supo cómo de te- 
mor de su venida se habían aquel día salido. Y 
por esta razón, metido que fué con su gente 
en los Fratres, luego lo hizo saber al Gran Ca- 
pitán, que según dicho es estaba en Pontecor- 
vo; el cual sabiendo lo que había acaecido en 



184 



CRÓNICA GENERAL 



los Fratres, y cómo Diego García de Paredes 
estaba apoderado en ellos, se movió luego de 
Pontecorvo llevando la vía de Roca Guillerma, 
y no fué por la vía que llevó Diego García de 
Paredes, sino por la misma puente de Ponte- 
corvo se fué el río abajo y llegó aquel día dos 
millas de Roca Guillerma, adonde estuvo todo 
lo que quedaba de aquel día y la noche. Los 
de Roca Guillerma como supieron la venida 
del Gran Capitán en persona á aquella villa, 
sabiendo que los franceses habían desampa- 
rado los Fratres y viendo el poco remedio que 
tenían de defenderse, determinaron de sedar 
al Gran Capitán por el Rey de España, y así 
en esta manera se lo enviaron á decir. En que 
el Gran Capitán, sabida la voluntad de los de 
Roca Guillerma, hubo por bueno de los reci- 
bir, según y con las condiciones que ellos de- 
mandaron, en que hicieron voto y pleitesía de 
se mantener por el Rey de España todo el 
tiempo que la tuviesen, sin hacer de sí algún 
mudamiento. Pero poco duró aquella gente en 
su voluntad, por razón que aquel mismo día 
que se dieron al Gran Capitán les vinieron de 
socorro cuatrocientos franceses, los cuales vi- 
nieron por la parte de la montaña. Y por esta 
causa los de Roca Guillerma (que muy rebel- 
des y de poca fe fueron), según abajo se dirá, 
viéndose favorecidos, se tornaron á rebelar 
contra el Gran Capitán, no guardando el ho- 
menaje y pleitesía que en mano del Gran Capi- 
tán aquel día habían hecho. Por esta razón el 
Gran Capitán, enojado con ver la poca fe de 
los de Roca Guillerma, propuso de ir contra 
ellos con toda su gente y de los asolar y me- 
ter á fuego y á sangre, como se suele hacer 
de las villas y lugares que, quebrantando la fe 
á su Rey y señor, se le muestran claramente 
contraríos. Finalmente, luego aquella noche 
el Gran Capitán envió un hombre á Diego 
García de Paredes, en que le hacía saber cómo 
Roca Guillerma habiéndose una vez dado por 
el Rey de España y jurando de se mantener 
en aquella voz y parte, se había en aquel mis- 
mo día venido á rebelar contra España por ra- 
zón de cierta gente de socorro que del campo 
francés le había venido, y que por esta razón 
él tenía determinado de destruir aquel pueblo, 
por donde cumplía que en todas maneras con 
la gente que tenía tomase la montaña y que 
diese por aquella parte el combate al castillo 
y á la villa, y que él iría por la parte de abajo 
con toda la gente á se lo dar, y que de esta 



manera muy en breve creía que Roca Guiller- 
ma vendría en su poder. Diego García de Pa- 
redes, como fué avisado de lo que había de 
hacer en aquel caso, partióse á media noche 
con toda su gente de los Fratres, y tanto an- 
duvieron, que antes que fuese de día allega- 
ron á una montaña, adonde con mucho traba- 
jo todos los españoles subieron, por razón 
que es la subida de aquella montaña la más 
áspera que jamás se vido, por cuya aspereza 
ni los habitantes del castillo ni moradores de 
las tierras comarcanas, si no es á muy gran 
necesidad, pocas veces acostumbran subir. Fi- 
nalmente, como los españoles subieron en lo 
alto de aquella montaña, hallaron el paso por 
donde habían de pasar á dar el combate á la 
villa tomado de los franceses y gente de la 
villa, los cuales viendo venir á los españoles 
por la montaña todos se metieron en huida, 
sin haber muestra de alguna resistencia fué- 
ronse camino de la villa. Pero el capitán Diego 
García de Paredes como los vido ir ansí de 
huida, comenzó á muy gran prisa de los se- 
guir con su gente, y verdaderamente si no 
fuera por la aspereza de la montaña no les 
quedara hombre á vida. Pero como ellos no 
supiesen la tierra y por el contrario los ene- 
migos estuviesen en ella tan cursados, sabían 
bien los atajos, á cuya causa todos se esca- 
paron sin que los hiciesen daño alguno. En 
esto los españoles pasaron el paso de !a mon- 
taña y abajáronse por ella hasta se poner ha- 
cia la parte del castillo junto á una hermita 
que está en lo alto sobre la misma villa. El 
Gran Capitán á esta sazón ya se había movi- 
do del aposento y venía con toda su gente, y 
allegando sobre la villa á la parte de abajo, 
Diego García de Paredes por la parte de lo 
alto comenzaron aderezarse para dar el com- 
bate á los de Roca Guillerma. Los cuales vien- 
do todo el ejército español sobre sí y que de 
allí no se les podía seguir sino su total perdi- 
ción, no siendo bastantes los franceses que 
les eran allegados de socorro para se poder 
oponer al Gran Capitán, determinaron de se 
dar otra vez por España, de manera que de 
los franceses no les fuese hecho daño ningu- 
no. Y así encubiertamente sacaron por una 
puerta de la villa á los franceses que dentro 
estaban, sin que de los españoles fuesen sen- 
tidos. Y después que fueron en salvo, los de 
Roca Guillerma enviaron al Gran Capitán cua- 
tro hombres de los principales á le pedir de 



DEL GRAN CAPITÁN 



185 



su parte les perdonase por el yerro que con- 
tra él habían cometido, excusándose que si al 
tiempo que los franceses venían en su favor 
hubiera venido á se meter alguna gente de su 
parte, ellos se sustentaran en el servicio del 
Rey de España; pero que como los hallasen 
tan desamparados del favor de los españoles, 
no tuvieron atrevimiento de contradecir á los 
franceses la entrada de la villa; pero que aho- 
ra podían hacer lo que fuese su voluntad de 
ellos, y por eso le enviaban la segunda vez á 
ofrecer y entregar la villa juntamente con sus 
personas, las cuales ponían debajo de su am- 
paro y seguridad. El Gran Capitán, aunque 
estaba en determinación de los asolar y des- 
truir, viendo su colorada excusación tuvo por 
bien de les perdonar y tomar debajo de su 
merced, y así se metió con toda la gente den- 
tro y compuso con los de Roca Guillerma mu- 
chas cosas para confirmación de su vasallaje, 
y junto con esto les dejó por gobernador un 
caballero que se decía Tristán de Acuña con 
algunos españoles de guarnición, el cual que- 
dó allí con este cargo. Hecho esto, el Gran 
Capitán se salió de Roca Guillerma para ir 
sobre Gaeta, según que abajo se dirá. 

CAPÍTULO XCI 

De cómo D. Diego de Avellano después de ha- 
ber partido de Ñapóles con la orden que el 
Gran Capitán le dio, fué sobre Luis de Aste, 
y de lo que con él sucedió. 

Contado ha la crónica cómo antes que el 
Gran Capitán se partiese de Ñapóles, según 
dicho es, despachó al capitán Fabricio Colona 
y á los Condes de Montoro y de Pópulo, para 
ir contra la provincia de Abruzo, adonde los 
Ursinos tenían muchas villas y lugares con- 
formes con la parte del Rey de Francia á 
quien ellos servían, y que junto con ello en- 
vió á D. Diego de Arellano contra un capitán 
francés que llaman Luis de Aste, que desde 
una villa que dicen Venosa hacía mucho daño 
en las villas y lugares de la comarca que te- 
nían la voz y parte de España. Pues dice aho- 
ra que siendo D. Diego de Arellano partido 
de Ñapóles con la orden que el Gran Capitán 
le dio, allegó con su gente á una villa que di- 
cen Repola, primero día del mes de Agosto 
de mil y quinientos y tres años, y allí en aque- 
lla villa recogió de gente española que es- 
taba en la Pulla cien caballos ligeros y qui- 



nientos infantes, por manera que ya tenía 
doscientos caballos con los ciento que él tra- 
jo de Ñapóles. Y después que hubo recogido 
aquella gente movióse de aquel lugar y fuese 
á una villa que dicen Átela, adonde llegó día 
de la Ascensión de Nuestra Señora, que es á 
quince días andados del mes de Agosto, y allí 
estuvo algunos días haciendo correrías y en- 
viando siempre gente contra Venosa, donde 
según dicho es estaba Luis de Aste. Con es- 
tas correrías se hacían muchas presas de ga- 
nados y prendieron asimismo alguna gente, de 
que Luis de Aste mucho se sentía. El cual un 
día á diez y nueve del dicho mes de Agosto 
salió de Venosa con toda su gente y con arti- 
llería, y fuese á poner tres millas de Átela, y 
en aquel lugar se quedó emboscado con ,1a 
gente y envió adelante hasta cien caballos li- 
geros á correr un casar de griegos que se 
llama Barina, y los caballos con esta orden se 
partieron de donde Luis de Aste se quedaba 
emboscado y allegaron á Barina, adonde los 
griegos estaban bien descuidados. Finalmente, 
los caballos franceses se metieron en la tierra 
y metiéronse todos en saquear los casares; los 
cuales con la codicia del saco se comenzaron 
á desmandar los unos de los otros repartién- 
dose por las casas, robando cuanto ende ha- 
llaban. En esto los griegos juntáronse hasta 
ciento, y viendo el daño que los franceses les 
hacían, como hombres perdidos arremetieron 
á ellos; y como los tomaron apartados unos 
de otros, mataron y hirieron algunos france- 
ses; pero como conocieron el daño que los 
griegos les hacían, salieron todos de las ca- 
sas y dieron sobre los griegos por el un lado, 
por manera que hiriendo y matando algunos 
griegos, los franceses comenzaron á retirarse 
no muy vacíos de lo que habían robado, y así 
mismo llevando una grande cabalgada de ga- 
nado que en aquel término pacía, con que 
comenzaron á ir camino de donde estaba la 
emboscada. A la sazón que los griegos fue- 
ron acometidos, D. Diego de Arellano, que 
estaba en Átela, fué avisado, el cual con mu- 
cha diligencia envió en pos de los franceses 
al capitán Fernando de Quesada para que al- 
canzase á los franceses y les quitase lo que 
llevaban robado de los casares y la cabal- 
gada del ganado. Finalmente, Fernando de 
Quesada con cien caballos y con trescientos 
infantes se partió de Átela, y al más andar 
que llevar pudo comenzó de seguir á los fran- 



186 



CRÓNICA GENERAL 



ceses; pero como llevasen en su seguimiento 
tan grande prisa hubo la gente de se desor- 
denar corriendo cada uno á todo su poder, 
por manera que unos se quedaban atrás y 
otros iban adelante. Los cuales con este des- 
orden llegaron á una villa que se dice Riva - 
candía, y los franceses al pasar reconocieron 
el desorden que llevaban los españoles, y por 
esta razón cuando fué tiempo, Luis de Aste 
con toda su gente y artillería salió de la em- 
boscada y dio sobre los españoles. Y como es- 
taban unos de otros apartados y sin ningún or- 
den no se pudiendo tan presto recoger, con- 
vino morir á las manos de los franceses más 
de cincuenta de ellos, y fueron presos más de 
veinte, y todos los demás fueron desbarata- 
dos y metidos en huida, salvándose por estar 
Átela tan cerca que se salvaron en ella. De lo 
cual fué causa la gran desorden de la gente 
que en el seguimiento de los franceses iba. 

CAPÍTULO XCII 

De muchas cosas que entre D. Diego de Are- 
llano y Luis de Aste acaescieron en aquella 
provincia de Pulla. 

Después que el capitán Luis de Aste hubo 
roto los españoles en lo de Rivacandía, reco- 
gióse con su gente á Venosa, que era lugar 
adonde él tenía su aposento, y un día que 
eran diez días del mes de Septiembre salió 
otra vez de Venosa con toda su gente y arti- 
llería y fué á poner cerco sobre una villa que 
dicen Andria, de que en esta crónica asaz 
mención se ha hecho. Y teniéndola muchos 
días cercada muy estrechamente, los de An- 
dria no pudieron hacer otra cosa salvo sino 
darse por el Rey de Francia, y después con 
toda su gente se metió dentro. D. Diego de 
Arellano, siendo avisado en cómo Luis de 
Aste había tomado á Andria, salió de Átela 
con su gente y fuese á meter en Barleta y en 
Corata, adonde estaban el capitán Pedro Her- 
nández de Nicuesa y fray Leonardo con tres- 
cientos caballos ligeros griegos y españoles. 
Y como D. Diego de Arellano llegó á Barleta, 
halló que había ende muy gran falta de pan y 
otras provisiones, por lo cual luego envió á 
la Chirinola cincuenta caballos para traer de 
allí ciertos carros de trigo para sustentación 
de la gente. El capitán Luis de Aste que es- 
taba en Andria, siendo avisado de lo que los 
españoles ordenaban hacer, que era recoger 



el grano que había en la Chirinola y en Bar- 
leta, salieron muy secretamente de Andria 
con toda su gente y con el artillería y vínose 
á poner al pie del paso en el camino que va 
de Barleta á la Chirinola, y allí estuvo hasta 
que los cincuenta caballos llegaron, que ha- 
bían ido á la Chirinola y dieron la vuelta con 
el trigo; y como allegaron al lugar donde Luis 
de Aste estaba esperando, fueron dellos aco- 
metidos, por manera que como los franceses 
eran muchos y los españoles no más de cin- 
cuenta caballos, según dicho es, no pudieron 
sufrir el gran poder con que los franceses 
muy cruelmente los cargaron, y por esta ra- 
zón les convino siendo desbaratados dejar en 
poder de los franceses el trigo, y algunos de 
ellos asimismo fueron presos. Y con esto 
Luis de Aste con su gente se comenzó á ve- 
nir la vía de Andria. Los caballos que se sal- 
varon á muy gran prisa avisaron á D. Diego 
de Arellano y á Pedro Hernández de Nicuesa, 
los cuales viendo cómo Luis de Aste llevaba 
el trigo y que se recogía con ellos á Andria, 
con muy gran diligencia salieron con quinien- 
tos infantes y con trescientos caballos lige- 
ros, y al mayor andar que pudieron fueron 
en seguimiento de los franceses, á los cuales 
alcanzaron á una milla de Andria ya pasado 
el día y entrada la noche cuanto una hora, y 
dieron sobre la rezaga francesa; y con mucha 
fortaleza de tal manera se vinieron con los 
franceses que iban en la rezaga, que los des- 
barataron á todos y les mataron quince hom- 
bres y les tomaron cuatro piezas de artillería, 
y asimismo todo el trigo que les habían to- 
mado, según dicho es. Y Luis de Aste, que iba 
en la vanguardia no quiso tornar atrás en fa- 
vor de la rezaga, antes á muy gran prisa con 
la gente que recogía (que toda fué desbara- 
tada) se retrajo á Andria, y los españoles se 
tornaron á Barleta y Corata. En este tiempo 
habiendo estado Luis de Aste con su gente 
en Andria seis días, sintió ende muy grande 
falta de mantenimientos para sustentación de 
su ejército, y por esta razón, no pudiendo su- 
frir aquel lugar, convínole salir de Andria y 
irse con su gente á una otra villa que dicen 
Vísela, adonde había alguna más disposición 
para se sustentar. Y allegó la nueva de esto 
al capitán D. Diego de Arellano, que sobre los 
franceses tenía puestas sus espías; y como 
supo el movimiento de los franceses y el lu- 
gar para donde se aderezaban, con muy gran 



i 



DEL ORAN CAPITÁN 



187 



diligencia tomó cuatrocientos caballos lige- 
ros y en su compañía á Pedro Hernández de 
Nicuesa y salieron de Barleta y Corata y fue- 
ron en seguimiento de los franceses, á los 
cuales alcanzaron á dos millas de Visela cien- 
to y cincuenta caballos griegos que se ade- 
lantaron de los otros para los detener antes 
que se metiesen en Visela. Y como allegaron 
adonde los franceses iban en la rezaga, car- 
garon sobre ellos y comenzáronles de herir 
muy fuertemente; pero Luis de Aste que lle- 
vaba la vanguardia, como sintió que los de su 
rezaga habían sido de los españoles acometi- 
dos, tornó con la gente de la vanguardia y con 
el artillería cargada. El cual como allegó cer- 
ca de los griegos, mandó descargar el artille- 
ría, en que de una pelota murió un griego de 
los que venían delante, y junto con el tirar 
cargó sobre ellos sus gentes, de manera que 
dado caso que los caballeros peleasen una 
breve pieza, al fin no pudieron sufrir á los 
franceses, por lo cual todos se metieron en 
huida, y los franceses se fueron entre los otros 
caballos que atrás venían, y así se mezclaron 
los unos con los otros y pelearon un grande 
rato, adonde hubo heridos de ambas partes 
y uno muerto de la parte de los españoles, 
y al fin siendo los españoles desbaratados, 
lo mejor que pudieron se tornaron á Corata 
y á Barleta. El capitán Luis de Aste no quiso 
ir en su alcance, pensando meterse en Visela 
aquel día; pero no le avino como pensó, por- 
que como los de Visela supieron la venida de 
franceses contra ellos, cerraron las puertas y 
pusiéronse en la defensa, y por esta razón 
puso cerco sobre ella y túvola así cercada una 
noche y un día; y así por la gran falta que de 
mantenimientos tenían, no se pudo ende sufrir 
más tiempo y alzándose de sobre Visela se fué 
al Rubo, adonde estuvo con su gente algunos 
días, mediante los cuales D. Diego de Arellano 
se salió de Barleta y se fué á Bitonto, y de allí 
franceses y españoles se visitaban con esca- 
ramuzas y se hacían todo el daño que podían. 

CAPÍTULO XCIII 

De cómo Luis de Aste salteó d los españoles 
por un engaño, en que les hizo harto daño, y 
de otras cosas que entre los unos y los otros 
acaescieron. 

Luego otro día siguiente, como Luis de 
Aste vino á Rubo, según dicho es, determinó 



hacer un engaño á los españoles, con que hizo 
no poco daño en ellos, y fué que ordenó de 
hacer en la forma siguiente: Echó fama cuan- 
do salió de Rubo que quería ir sobre un lugar 
que se dice Altamira, y siendo de Altamira 
cuanto una milla, dejó el camino que llevaba 
y dio la vuelta sobre Corata, adonde Pedro 
Hernández de Nicuesa estaba; y siendo á dos 
millas de Corata, Luis de Aste se metió con 
su gente en una emboscada con voluntad de 
esperar allí á los españoles, que por cierto 
tenía que habían de salir á le acometer cre-^ 
yendo que llevaba el camino de Altamira. Y 
así fué que siendo avisado D. Diego de Are- 
llano en cómo Luis de Aste iba sobre Alta^ 
mira con cien caballos ligeros y con trescien- 
tos infantes, salieron de Corata y de Bitonto 
juntamente con Pedro Hernández de Nicuesa, 
y con esta gente á muy gran prisa dieron tras 
de Luis de Aste, que llevaba el camino de Al- 
tamira, según que se había publicado. Y como 
los españoles fueron junto á la emboscada 
adonde los franceses estaban, Luis de Aste 
con toda su gente se descubrió y dio sobre 
los españoles con mucha fortaleza. En que los 
españoles, turbados del asalto que tan de re- 
pente se les había hecho, comenzaron de se 
defender lo mejor que podían, en que murie- 
ron veinte hombres, y de la una y de la otra 
parte fueron muchos heridos. Pero al fin, como 
los franceses fueran muchos más que no los 
españoles, cargaron tan de recio sobre ellos 
que no los pudieron sufrir, por manera que 
como mejor pudieron se comenzaron á reti- 
rar la vía de Corata y de Bitonto, y los fran- 
ceses los fueron siguiendo hasta los meter 
casi dentro de la villa. Mataron los franceses 
en este alcance treinta españoles y hirieron 
otros muchos. Hecho esto, Luis de Aste se 
retiró con esta victoria, que muy á su salvo 
había habido por haber usado aquel engaño; 
y fué desde allí con su gente á un lugar que 
dicen Espinazolla, que estaba por el Rey de 
España, y como allegó puso su gente alrede- 
dor y con el artillería puesta por lugares di- 
versos la combatió muchos días hasta tanto 
que un día metiendo en orden su gente la tomó 
á fuerza de armas, adonde hizo muy gran daño 
en los bienes de los moradores de aquella 
villa, saqueándoles y robándoles todo cuan- 
to tenían. Finalmente, Luis de Aste estuvo en 
aquella villa tres días, y á cabo de este tér- 
mino se salió de Espinazolla y se fué á Ve- 



188 



CRÓNICA GENERAL 



nosa. D. Diego de Arellano y Pedro Hernán- 
dez de Nicuesa y fray Leonardo luego se 
movieron de Corata y Bitonto y vinieron á 
una villa que dicen Monarvino, y allí se estu- 
vieron dos días, en fin de los cuales D. Diego 
se partió de Monarvino y se pasó á otra villa 
que llaman Labelo, que estaba á cinco millas 
de Venosa, y allí en Labelo D. Diego de Are- 
llano dejó al capitán Nicuesa y á fray Leonar- 
do con trescientos caballos ligeros, y él con 
doscientos caballos y con quinientos infantes 
se partió de Labelo y se f ué á Melfa, una villa 
que es ocho millas de Venosa, que ya estaba 
por España, después que, según ya dicho es, 
el Príncipe de Melfa se pasó en Francia. De 
todas estas villas y lugares, franceses y es- 
pañoles se hacían todo el daño que podían, 
habiendo así de una parte como dé otra pre- 
sos, muertos y heridos, y de esta manera se 
visitaban cada día con escaramuzas. Y entre 
estos días un día que fueron veintinueve del 
dicho mes de Septiembre, el capitán Luis de 
Aste se partió de Venosa siendo de noche y 
fué sobre Átela, la cual tomó por fuerza de 
armas, y de ahí fué sobre Repola, y hizo lo 
mismo; por manera que muchas eran las villas 
y lugares que este capitán tenía puestas bajo 
la corona de Francia, y allí en Repola se es- 
tuvo algunos días, mediante los cuales espa- 
ñoles y franceses, de unos y otros lugares, se 
hacían muy cruda guerra. Después de esto 
Luis de Aste salió de Repola con toda su 
gente y vino á correr á Melfa, adonde estaba 
D. Diego de Arellano, y allegó con su gente 
hasta dentro de los términos; y como D. Die- 
go de Arellano vido á los franceses tan cer- 
canos de sí, salió de Melfa con su gente y dio 
de recio en los franceses, y tan fuertemente 
peleó, que murieron veinte franceses y mu- 
chos más murieran sino que Luis de Aste, no 
pudiendo sufrir á los españoles, á la mayor 
prisa que pudo se comenzó á retirar la vía 
de Repola, y allí se estuvo aquel día con la 
noche, y D. Diego de Arellano con su gente 
se tornó á Melfa. Luego otro día siguiente el 
capitán Luis de Aste, no se hallando seguro 
en Repola, se salió de allí y se fué á Venosa, 
adonde estuvo muchos días, hasta que, según 
que la crónica dirá, Bartolomé de Alviano lo 
echó de la provincia. Después de esto el Gran 
Capitán envió á mandar al capitán Pedro 
Hernández Nicuesa se fuese con su gente á 
Taranto y se estuviese allí hasta saber otra 



cosa; el cual sabida la voluntad del Gran Ca- 
pitán se movió de Corata y se fué á Taranto. 
Como el Conde de Condexame supo su ve- 
nida, sahó dende y vínose á Venosa con Luis 
de Aste. 

CAPÍTULO XCIIII 

De cómo el capitán Pedro Navarro aderezó de 
combatir el castillo del Ovo, y de cómo lo 
tomó y dejó la ciudad de Ñapóles limpia de 
franceses y se fué adonde el Gran Capitán 
estaba. 

Entre todas las cosas que el Gran Capitán 
ordenó antes que de Ñapóles se partiese, se- 
gún dicho es, fué que dio cargo al capitán Pe- 
dro Navarro para que tomase el castillo de 
Ovo, y dejó en su compañía con el artillería 
al capitán Diego de Vera. Pues dice ahora la 
crónica que queriendo el capitán Pedro Nava- 
rro dar fin en aquella empresa, aderezó de 
poner el artillería contra el castillo en la for- 
ma siguiente: en el monte de Pitifalcón se pu- 
sieron ciertas piezas de artillería, por razón 
que desde aquel lugar, por ser alto, señorea- 
ban mucho el castillo y con ella se hacía mu- 
cho daño. Toda la otra artillería que quedó, se 
repartió por muchas partes y lugares de don- 
de mayor daño se podía hacer, y después de 
asentada se comenzó á batir el castillo con 
tanta fortaleza y tan á menudo que por razón 
del asiento que tenía, tiraban tan á su gusto 
que con muy gran daño se podían los france- 
ses asomar á la defensa del castillo. Entre 
tanto que se batía la gente, que metida esta- 
ba en armas, comenzó por otra parte á com- 
batir una casamata que estaba en cabo de la 
puente de piedra, que está en la mar por don- 
de se va al castillo junto á la timpa del casti- 
llo; y trabajando mucho en la presa de aquella 
casamata no la pudieron al fin tomar hasta 
que el capitán Pedro Navarro arremetió con 
cincuenta hombres á la casamata, adonde en 
la defensa estaba una buena parte de gente 
francesa. Los cuales defendían la casamata 
con mucha fortaleza; pero como el artillería 
que tiraba de Pitifalcón señorease tanto aquel 
lugar, no consentía á los franceses ponerse 
tan liberamente á la defensa de aquella casa- 
mata. Y en esto el capitán Pedro Navarro con 
aquellos cincuenta hombres allegó de recio y 
no dejaron por esto los franceses de defender 
la casamata, dado caso que de la artillería de 



DEL GRAN CAPITÁN 



189 



Pitifalcón recibiesen daño, antes hacían en la 
defensa muchas cosas de gran virtud y forta- 
leza. Pero el capitán Pedro Navarro hizo tan- 
to con aquella gente por les tomar la casama- 
ta, que así por fuerza como por el daño que 
los franceses recibían del artillería del monte, 
no pudieron hacer menos de desamparar la 
casamata y retraerse al castillo, por lo cual los 
españoles que habían trabajado metiéronse 
dentro todos como la vieron desamparar de 
los franceses, y allí estuvieron en guarda de 
la casamata mucha y muy buena gente espa- 
ñola. Después que los españoles fueron apo- 
derados en la casamata, el capitán Pedro Na- 
varro hizo hacer una mina al castillo para de- 
rrocar el muro por donde hiciese entrada en 
él, porque de otra manera, si no era á muy 
gran daño suyo, no podía meterse dentro por 
su fortaleza ó si no se acercaba de manera 
que por falta de bastimentos se diesen. En este 
caso no se debía diferir la toma del castillo, 
por razón que de cada día esperaban socorro 
los franceses que dentro estaban, y cuanto se 
dilataba, tanto más duda se ponía en la presa 
del. Finalmente, según la orden que el capitán 
Pedro Navarro dio en el hacer de la mina, lue- 
go comenzó la gente de picar en el lugar do 
la mina había de ser hecha, adonde pasó muy 
grande y pesado trabajo; por razón que como 
el castillo del Ovo estaba sobre la mar, su 
edificación sobre una muy fuerte y grande 
peña de piedra viva, y de esta causa no se 
podía cavar sino poco y con mucho trabajo. 
Los franceses que estaban en el castillo, como 
sintieron el rumor de los picos y vieron que 
les cavaban aquéllos el muro, salieron de 
aquel castillo hasta veinte franceses con vo- 
luntad de rebotar de aquel lugar á los espa- 
ñoles que picaban la mina, y el capitán Pedro 
Navarro y el capitán Martín Gómez, que es- 
taban dentro de la obra de la mina solicitan- 
do la gente que tenía cargo de cavar, salieron 
con hasta treinta hombres y arremetieron 
contra los franceses con grande ímpetu y for- 
taleza, y así ellos como el artillería que esta- 
ba en Pitifalcón, que no cesaba de tirar, hi- 
cieron daño en los franceses, en especial una 
culebrina que entre los otros cañones se des- 
cargó, la cual, andando los franceses escara- 
muzando con los españoles, mató de un cami- 
no dos franceses, de que los franceses cobra- 
ron miedo, y los españoles con grande ánimo 
cargaron más de recio sobre ellos, por mane- 



ra que á golpes de espada los encerraron á 
todos en el castillo, y llegaron los españoles 
junto á la puerta por se meter con ellos jun- 
tos y revueltos. Pero los franceses que esta- 
ban en lo alto, como vieron á los españoles 
tan cerca de la puerta que forzaban por en- 
trar, comenzaron de arriba de defender la en- 
trada echando mucho fuego artificial y pie- 
dras, con que hicieron daño en algunos espa- 
ñoles. En esto el capitán Pedro Navarro hizo 
retirar su gente alemana y dejó de los seguir 
más. Tanto se trabajó en el hacer de la mina 
que en espacio de nueve días hicieron dos hor- 
nos bien grandes, los cuales el capitán Pedro 
Navarro mandó henchir de pólvora, y después 
cerráronlos con un muy fuerte muro. Hecho 
esto en esta manera, el capitán Pedro Nava- 
rro y los otros capitanes aderezaron la gente 
para dar la batalla, y metidos los españoles 
en armas púsose fuego á las minas, cuya for- 
taleza fué tan grande que derrocó en tierra 
un pedazo del castillo con una parte de la 
iglesia que dentro del castillo está; junto con 
esto mató de su caída muchos franceses, los 
cuales cayeron á vueltas del muro y á otros 
mató debajo. Finalmente, los españoles, vien- 
do el muro en tierra, arremetieron y comen- 
zaron de le combatir, y los franceses se de- 
fendían en todo su poder; pero como viesen 
gran parte del muro caído y muchos franceses 
muertos á esta causa, según dicho es, y junto 
con esto viesen el daño que el artillería de 
Pitifalcón les hacía, que apenas y sin muy 
gran daño suyo no se podían tener ni poner 
á la defensa de aquel castillo al portillo, que 
no les llevase á pedazos de vuelo, determina- 
ron de esperar el mejor y más seguro partido 
con que sus vidas pudiesen amparar, y así, á 
ejemplo de los otros castillos de la ciudad, 
determinaron de se dar asimismo á merced, á 
quien el capitán Pedro Navarro, juntamente 
con el consentimiento de los otros capitanes 
españoles, los recibieron dando seguridad en 
sus vidas, aunque no en sus personas; y así 
los tomaron en prisión para los llevar al 
Gran Capitán, de quien, siendo su voluntad, 
debían de recibir Ubertad. Luego como el cas- 
tillo del Ovo se dio al capitán Pedro Nava- 
rro, le mandó meter á saco, en que hallaron 
cosas de muy gran calidad, así en ropas, joyas 
y dineros como de otras muchas cosas que 
ende hallaron; y con esto, dejando primero 
proveído todo lo que convenía acerca de la 



190 



CRÓNICA GENERAL 



defensa de los castillos, el capitán Pedro Na- 
varro con la otra gente que le quedó se par- 
tió de Ñapóles para donde el Gran Capitán 
estaba, quedando de ahí adelante la ciudad 
de Ñapóles muy conforme con el Rey Católi- 
co de España y la ciudad limpia de franceses, 
los cuales ya del todo habían sido echados 
con mucho daño suyo y de sus haciendas, se- 
gún dicho es; y lo que después de esto suce- 
dió, la crónica lo irá contando cada cosa en su 
lugar. 

CAPÍTULO XCV 

De cómo el Gran Capitán se partió de Roca 
Güillerma con todo su ejército y fué sobre 
la ciudad de Gaeta, adonde monsiur de Ale- 
gre con el ejército francés se habla recogido, 
y de lo que sucedió, y de la muerte de aquel 
famoso capitán D. Yugo de Cardona. 

Después que el capitán Pedro Navarro (se- 
gún dicho es) hubo tomado el castillo del Ovo 
y echado de la ciudad de Ñapóles los france- 
ses, fuese á Roca Güillerma, adonde estaba el 
Gran Capitán con el ejército, el cual con vo- 
luntad que tenía de dar fin en aquellos nego- 
cios del reino, echando de todo punto del á 
los franceses, envió desde allí á llamar al ca- 
pitán Fabricio Colona para que luego con la 
gente que consigo tenía se viniese donde él 
estaba, y después de esto tomó parecer con 
los suyos para se determinar contra qué par- 
te se debían mover con el ejército ó si irían 
contra Gaeta, donde monsiur de Alegre esta- 
ba con el ejército francés hecho fuerte, para 
conquistarla con otras muchas villas y luga- 
res que en aquella provincia tenían la parte 
de Francia. Finalmente, después de muchas 
cosas que ende se alteraron, se determinó ser 
mejor comenzar aquel negocio por la cabeza 
y ir sobre la ciudad de Gaeta; por razón que 
si aquella ciudad se tomaba, todas las otras 
villas y lugares que tenían la parte de los 
franceses no podrían hacer otra cosa salvo 
recibir á los españoles y darse por el Rey de 
España, según lo habían hecho las otras tie- 
rras del reino de Ñapóles. En conclusión de 
todo, quedando en este acuerdo, el Gran Capi- 
tán hizo aderezar su gente con el mejor apa- 
rejo de artillería y de todas las otras cosas á 
la guerra convenientes, se partió de Roca Güi- 
llerma y por sus jornadas vino á Gaeta, adon- 
de puso la gente en derredor de la ciudad por 



la parte de la tierra, y tuvo cercada la ciudad 
muchos días, mediante los cuales se tentó por 
fuerza de armas de tomar la ciudad, en que 
así por ser fuerte la ciudad como por ser la 
gente que dentro estaba toda escogida y bue- 
na, que muy bien la sabían defender, no pudo 
el Gran Capitán de aquella vez entrarla por 
esta razón, porque el artillería que ende á la 
sazón tenía, era poca, y para batir la ciudad 
envió á Ñapóles por la artillería de los casti- 
llos y la que había quedado en las galeras, de 
manera que como la artillería fué venida á 
Gaeta luego la hizo poner en los lugares más 
necesarios y donde mayor daño se pudiese 
hacer con ella. Para mayor seguridad del ar- 
tillería, el Gran Capitán repartió su gente en 
esta manera: en el jardín adonde se hacía la 
guardia, frontero de un torreón que sale á la 
marina, el cual cubre la puerta de la ciudad, 
mandó estar á Diego García de Paredes con 
otros capitanes con una parte de la infantería; 
en otro jardín más alto que estaba á la mano 
derecha mandó el Gran Capitán estar á Pedro 
Navarro con otros capitanes con mil y qui- 
nientos soldados; en otro jardín que estaba 
en lo alto un tiro de piedra más atrás de don- 
de Pedro Navarro estaba, mandó estar á los 
alemanes, y en las otras casas y jardines den- 
de allí atrás mandó estar á toda la otra gente 
del campo. Por manera que los españoles es- 
taban tan cerca de la ciudad que con una pie- 
dra desde el muro ó del monte hasta las es- 
tancias del campo español muy fácilmente se 
allegaba. En otro jardín que está delante de 
los otros, el Gran Capitán mandó hacer mu- 
chos reparos, y en aquel jardín contra el mon- 
te hizo asentar mucha artillería de cañones 
gruesos y culebrinas y falconetes, la cual se 
asentó por lugares diversos contra el muro 
del monte, según dicho es. Después que el 
Gran Capitán hubo repartido su gente y arti- 
llería en la forma que dicho tengo, dio orden 
que el muro se batiese desde uno de los re- 
paros que los franceses tenían hechos con una 
trinchea fuera del monte, adonde estaban dos- 
cientos franceses en guardia, los cuales asi- 
mismo tenían mucha artillería repartida por 
los costados, para que cuando los españoles 
se llegasen á dar la batalla, les tirasen desde 
allí y desde los reparos, de que se les pudiese 
seguir gran daño. Finalmente, desde aquel re- 
paro para abajo hacia la puerta del burgo el 
Gran Capitán mandó que se diese la batería. 




DEL GRAN CAPITÁN 



191 



y sin más determinarse los artilleros comen- 
zaron á batir el muro del monte, el cual se 
batió ocho días continuos, en que murió de 
una parte y de otra alguna gente. Era tanta 
la artillería que de ambas partes se descarga- 
ba unos contra otros, que verdaderamente 
parecía que allí estaba junto todo el ejército 
y rumor del infierno. Los españoles se dieron 
tanta prisa en batir en aquel lugar desde los 
bestiones que los franceses tenían fuera del 
muro abajo hacia la puerta del burgo que los 
franceses tenían cerrada, la cual está hacia 
otra puerta del burgo que cae al torreón de 
la marina, que derribaron por tierra ciento y 
cincuenta cañas de muro. En esto monsiur de 
Alegre había hecho hacer dentro del muro 
muchos reparos, tan grandes y tan fuertes 
que después del muro caído, según dicho es, 
quedaron los franceses tan defendidos como 
de antes. Había nueva en este tiempo que ve- 
nía á los franceses socorro por mar, el cual 
enviaba el Rey de Francia con el marqués de 
Saluces, según abajo se dirá, y por esta razón 
el Gran Capitán se daba muy grande prisa 
por tomar la ciudad antes que el socorro lle- 
gase á Gaeta; y con esto se determinó dar 
una batalla en que los españoles, esforzados 
con un razonamiento y habla del Gran Capi- 
tán, añadiendo en su propia virtud mayor co- 
razón y ánimo, deliberaron en sí de morir to- 
dos de aquella vez y no vivir con tanto tra- 
bajo como en las dilaciones de aquella con- 
quista del reino habían padecido y padecían. 
Y con esta voluntad, poniendo en aquella ba- 
talla el fin de tantas guerras, todos se confe- 
saron, y los que tenían de qué, hicieron sus 
testamentos y ordenaron sus almas en la for- 
ma que todo fiel cristiano debe ordenarla en 
el término y fin de sus días, porque ésta era 
la voluntad de los españoles de morir todos 
en aquella batalla en servicio de su Rey y se- 
ñor, según que cada uno lo debe hacer. Pues 
dice la crónica que el Gran Capitán aquel día 
que se había de dar la batalla á la ciudad por 
la parte del monte, que era lo más fuerte, hizo 
meter toda su gente en armas, así á los unos 
como á los otros, hora y media antes que fue- 
se de día, y lo más secretamente que ser pudo 
la hizo llegar junto al muro y mandó que Die- 
go García de Paredes y D. Diego de Mendoza 
y Zamudio y Pizarro y otros capitanes con 
dos mil soldados diesen la primera batalla, y 
unto con esto ordenó hasta mil hombres que 



así por la parte de la marina al burgo como 
por otras partes al monte hiciesen muchas 
arremetidas y acometimientos, de manera que 
los franceses que estaban dentro de la ciudad 
en la defensa del muro, siendo tantos en nú- 
mero como los españoles, después se repar- 
tiesen por partes diversas á defender el muro 
y no cargasen todos por aquella parte donde 
el Gran Capitán tenía pensado dar la batalla. 
Después de esto con toda la otra gente el Gran 
Capitán tomó la segunda batalla y fuese en pos 
de aquellos capitanes que para darla primera 
batalla estaban ordenados, y púsose así en un 
jardín cerca del muro, y allí dio á toda la gen- 
te este orden: que como se tocase una trom- 
peta como á manera de mudar la guarda, así 
la gente que para hacer los rebatos estaba 
ordenada como los que habían de acometer 
la primera batalla todos arremetiesen al muro 
y hiciesen lo que debían. De este concierto y 
orden que el Gran Capitán había dado fueron 
los franceses avisados, de cuya causa todos 
en particular estaban bien prevenidos y apa- 
rejados á los recibir, por lo cual tenían por 
diversas partes mucha artillería con otras de- 
fensas, como agua hirviente, fuego artificial 
para echarles, si llegar quiesiesen á darles la 
batalla, y juntamente disparar el artillería, con 
que recibiesen los españoles en aquel día 
gran daño. Estando ya los españoles esperan- 
do el son de la trompeta para haber de arre- 
meter, oyóse una voz por todo el ejército, no 
se determinó ser mortal ó de persona aparta- 
da de nuestra conversación y vida, en que 
dijo: «Dejad la batalla y tornad atrás todas 
vuestras banderas». Grande temor y admira- 
ción puso esta prodigiosa voz, por lo cual, 
queriendo el Gran Capitán investigar la cau- 
sa por donde asiles era mandado por aquella 
voz de tornar atrás, bien fué avisado de los 
grandes aparejos que muy secretamente los 
franceses tenían aparejados para se defender, 
así de mucha artillería como de muchas cosas 
de munición, con que muy gran daño podían 
hacer á su gente. Y por esta razón, conside- 
rando el Gran Capitán que la gente de dentro 
era tanta como la suya y que tenían muy gran- 
des reparos y otras defensas, donde no se 
podía seguir sino perder en aquella batalla 
los mejores de su ejército, determinó por 
aquella vez dejar la batalla y mandar traer su 
gente á sus estancias, los cuales como se co- 
menzaron á retirar á la hora, los franceses se 



192 



CRÓNICA GENERAL 



descubrieron de sus asechanzas y comenza- 
ron á una á disparar el artillería, la cual hizo 
algún daño en los españoles, en especial mu- 
riendo en aquel retirar la flor de los capitanes 
del ejército español, que fué D. Yugo de Car- 
dona, muy valeroso caballero y esforzado ca- 
pitán, á quien Nuestro Redentor Jesucristo 
fué servido de llevar para le dar gloria en el 
cielo, la cual merecía en la tierra. Murió este 
buen capitán de una pelota que llegó de tra- 
vés. Muy grande dolor y extremado senti- 
miento causó en el ejército, porque allende de 
ser extremado en fuerzas y ánimo y ardid de 
guerra, según que la crónica bien y extensa- 
mente ha contado, era afable y de buena con- 
versación, dotado de todo género de virtud. 
En el ánima sintió su muerte el Gran Capitán, 
según lo manifestaron las lágrimas que por 
su muerte derramó. Finalmente, dejando los 
españoles de dar la batalla por aquel día, re- 
trajéronse á sus estancias, adonde estuvo el 
Gran Capitán algunos días, mediante los cua- 
les el artillería de los franceses no dejaba de 
tirar y hacer daño en los nuestros. 

CAPÍTULO XCVI 

De cómo el Gran Capitán se levantó de so- 
bre Gaeta y se retiró á Mola, y de lo que 
al retirar le acaeció con los franceses, que 
con la venida del marqués de Saluzes con 
el socorro habían cobrado más ánimo y so- 
berbia. 

El Gran Capitán después de haber estado 
sobre la ciudad de Gaeta muchos días, en los 
cuales los franceses estaban puestos en gran- 
de estrecho, que si mucho más estuvieran sin 
ser socorridos no pasaran de aquella vez sin 
venir á su poder, viendo el daño que el arti- 
llería hacía en su gente y viendo asimismo 
que cada día esperaban el socorro del Rey de 
Francia los de la ciudad, determinó de así para 
excusar su gente de peligro y daño, como para 
dar orden en qué lugar sería mejor esperar á 
los franceses, porque por muy averiguado te- 
nía que en les venir socorro los saldrían á 
buscar, determinó de se retirar á Mola y Cas- 
tellón, cuatro millas de Gaeta. Y con esta de- 
terminación, un día estando los españoles re- 
tirando el artillería para se ir á Mola con vo- 
luntad de otro día alzar todo el campo de so- 
bre Gaeta, el Marqués de Saluzes allegó en 



el puerto con una galeaza y cuatro navios, 
adonde venían cinco mil infantes, y luego 
como llegó saltó en tierra para se meter en 
Gaeta. Otro día siguiente, como el Gran Ca- 
pitán hubo acabado de tirar el artillería fuera 
de aquel burgo, mandó caminar la vía de Cas- 
tellón todo el ejército, en que tomando él la 
avanguardia encomendó la rezaga del campo 
á García de Paredes y á Pedro Navarro y al 
capitán Pizarro y al coronel Villalba con hasta 
mil y quinientos españoles. Estos capitanes 
con aquella gente se estuvieron quedos en 
sus estancias hasta que toda la gente de la 
avanguardia con el artillería era ya salida del 
burgo ó arrabal según nuestro romance. En 
este medio los franceses, viendo cómo los es- 
pañoles se alzaban, salieron de la ciudad con 
todas sus banderas, así de gente de armas 
como de infantería, y pusiéronlas sobre los 
reparos de la batería que los españoles habían 
hecho, y con gran prisa, unos por cima de los 
reparos y otros por la puerta de la marina, 
salieron con grande ímpetu á dar en la reza- 
ga de los españoles, que ya se habían movido 
en seguimiento de la otra gente que iba ade- 
lante; y lo que mayor daño hacía era el tirar 
de la artillería, que muy á menudo les tiraban 
desde las galeras. En esto los franceses que 
habían salido por la puerta del arrabal, car- 
garon más de recio sobre los españoles, de 
que se les hizo gran daño. Diego García de 
Paredes y los otros capitanes que llevaban 
la rezaga revolvieron sobre los franceses, y 
junto con esto los llevaron hasta los meter 
en la ciudad todos desbaratados. Diego Gar- 
cía de Paredes, contento con lo hecho, man- 
dó retirar su gente para que saliese del arra- 
bal, que no les convenía seguir más el alcan- 
ce, por lo cual al retirar el artillería les hizo 
mucho daño. Ya el Gran Capitán, que llevaba 
la avanguardia, con toda su gente y artillería 
era ya salido del burgo ó arrabal y estaba 
aposentado fuera en unos jardines que esta- 
ban junto á la marina, cabe una iglesia que 
se dice Santiago, y allí se detuvo toda aquella 
noche, y luego como fué de día dio orden 
para se mover de aquel lugar de Mola, y es- 
tando para de allí partir fué avisado cómo 
los franceses habían salido de la ciudad y que 
estaban esperando en el arrabal para dar so- 
bre la gente del Gran Capitán, enconienzán- 
dose á mover de aquel lugar. Y por esta cau- 
sa el Gran Capitán, temiendo el peligro que 



J 



DEL GRAN CAPITÁN 



193 



de aquella causa podría recrescer en su gen- 
te, determinó de lo remediar como mejor con- 
venía. Y con esto el Gran Capitán se quedó en 
la misma rezaga con Diego García de Paredes 
y Pedro Navarro y con los demás capitanes 
que primero había señalado que quedasen en 
la rezaga, y con ellos señaló otros quinientos 
infantes más de la gente que en la rezaga ve- 
nía primero. Y después de esto hecho el Gran 
Capitán hizo mover la gente de la vanguardia 
la vía de Mola. Luego los franceses, viendo 
mover á los españoles de aquel lugar de la ma- 
rina, salieron del arrabal con gran furor y die- 
ron en la rezaga con grandísimo corazón y áni- 
mo. Los españoles, como vieron á los france- 
ses contra sí, tornaron atrás y comenzaron de 
se defender con mucha virtud y corazón, por- 
que mezclándose con los franceses, así de las 
lanzas como de las ballestas y picas, hacían 
muy bien conocer sus fuerzas. Por manera que 
muchos fueron presos y heridos, así de la una 
parte como de la otra. Andando, pues, en esta 
manera los unos con los otros revueltos, como 
los franceses que estaban en la ciudad viesen 
ir de vencida á los otros franceses que habían 
salido primero, salieron de socorro quinientos 
de refresco, los cuales, como venían descan- 
sados, cargaron tan recio sobre los españoles 
que verdaderamente pensó el Gran Capitán 
perder muchos de los suyos en aquel día, se- 
gún el grande estrecho en que los tenían 
puestos. Porque, á la verdad, fué tan grande, 
que andaban unos tan cerca de otros que se 
llegaban á herir con las espadas. En este 
aprieto tan grande Diego García de Paredes 
y Pedro Navarro arremetieron recio con una 
parte de gente en aquel lugar que más lo ha- 
bían menester, y tan recio dieron sobre ellos 
que en muy breve los desbarataron y los me- 
tieron en huida, y siguiéronlos hasta los me- 
ter por las puertas del arrabal, y á golpe de 
espada entraron revueltos con ellos hasta la 
mitad del arrabal, donde mataron más de 
ciento y cincuenta franceses, y todavía si- 
guiéndolos con mucho corazón los encerraron 
por los reparos del monte. En esto el Gran 
Capitán, viendo que no era tiempo más de se- 
guirlos, hizo señal de se retirar, y recogién- 
dose todos con mucho concierto se fueron 
muy alegres la vía de Mola, viendo el daño 
que aquel día se había hecho sin haber perdi- 
do tan solamente un hombre de su parte. El 
Gran Capitán hizo en esta batalla grandes 

Crónicas del Gran Capitán.— 13 



cosas de su persona, y lo mismo hicieron to- 
dos los demás capitanes españoles. 

CAPÍTULO XCVII 

De cómo estando el Gran Capitán en Caste- 
llón, fué avisado cómo de Gaeta salían mu- 
chos días franceses á comer uvas de unas 
viñas que estaban entre Asperlonga y Gaeta, 
y de cómo envió gente contra ellos, y de lo 
que hicieron. ■ 

Después que el Gran Capitán con todo su 
ejército vino á Mola y á Castellón, según di- 
cho es, estando no menos solícito en las cosas 
del reino (siendo como era debajo de su mano) 
que cuando era en poder de franceses él y su 
gente recogidos á Barleta, según extensamen- 
te la crónica lo ha contado, procuró junto con 
esto deshacer á los franceses y echarlos del 
todo del reino de Ñapóles, los cuales aun no 
tenían perdida la esperanza de se tornar á 
poder en él, fué avisado cómo los más días los 
franceses salían en cuadrilla de Gaeta á comer 
uvas de las viñas que estaban entre Asper- 
longa y Gaeta; y con mucho descuido de sus 
personas y no menor desconcierto que en la 
orden de la guerra se debe guardar, andaban 
comiendo de viña en viña unos de otros apar- 
tados. El Gran Capitán por esta razón, vien- 
do el daño que se les podría hacer, que no se- 
ría menor que aquel que el año pasado se les 
hizo en la misma manera cuando estaban so- 
bre la villa de Barleta en la puente de Losan- 
to, adonde fueron muertos y heridos muchos 
franceses, envió al capitán Pizarro y á Tris- 
tán de Huarte y al coronel Villalba con dos- 
cientos hombres de armas, para que con aque- 
lla gente, informados del paso por donde sa- 
lían, se pusiesen allí y los esperasen hasta que 
saliesen. Los sobredichos capitanes y gente 
española con aquel mando de su capitán se 
partieron de Castellón y viniéronse á poner 
en el mismo paso, encubiertos, por donde los 
franceses acostumbraban venir. Y como lle- 
garon en aquel lugar los españoles se embos- 
caron en un valle que está entre las viñas 
y la marina, y porque por falta de diligencia 
no viniese aquel negocio á ruin fin pusieron 
en diversas partes centinelas para descubrir 
los franceses cuando viniesen. Pues estando 
los españoles en esta espera, vieron venir por 
el camino de Gaeta hasta doscientos france- 



194 



CRÓNICA OENERAL 



ses, y venían desordenados metiéndose por 
las viñas cogiendo de las uvas de todas aque- 
llas heredades. Como los españoles los vieron 
venir, no poco alegres, estuviéronse quedos 
hasta que llegasen á se meter en las otras vi- 
ñas que estaban más cercanas adonde ellos 
estaban. Finalmente, los franceses allegaron 
en aquel lugar y con muy gran desorden y 
desconcierto se comenzaron á meter dentro 
en las viñas y desmandarse unos de otros con 
mucho descuido de sí. En esto los españoles, 
que no poco deseo tenían de los acometer y 
destruir, cuando les pareció ser tiempo, sal- 
taron de la emboscada y dieron sobre los 
franceses, los cuales como se viesen saltea- 
dos cobraron gran temor, por razón que según 
estaban unos de otros divididos no se pudie- 
ron así fácilmente favorecer y recoger, y de su 
desconcierto fué causa que estaban bien se- 
guros de los enemigos; de cuya causa viendo 
suceder lo contrario, cada uno lo mejor que 
podía procuraba de se poner en salvo con huir. 
Pero muy poco les aprovechó, por razón que 
los españoles hicieron en tanto aquel día, que 
antes que los franceses se pudiesen poner en 
salvo, los mataron y prendieron á todos, que 
no escaparon de ellos sino diez hombres, y 
con esta victoria los españoles viendo que no 
les quedaba otra cosa que hacer y conside- 
rando que los diez franceses que se escapa- 
ron podrían dar aviso á los que estaban en 
Gaeta y lo que les había acaecido, determina- 
ron de se tornar á Castellón á gran prisa an- 
tes que los franceses que' estaban en Gaeta 
los saliesen á acometer. 

CAPÍTULO xcvm 

De cómo los de Roca Guillerma se tornaron d 
rebelar por Francia , y del socorro que el 
Marqués de Salaces les envió, y de lo que el 
Gran Capitán hizo en aquel caso. 

Pasando estas cosas entre franceses y es- 
pañoles, según que la crónica ha contado, los 
de Roca Guillerma, que era una de las rebel- 
des villas y la más fuerte de aquella provincia, 
habiéndolos el Gran Capitán reducido por dos 
veces al servicio de los Reyes Católicos de 
España, y en aquella voluntad los dejó cuan- 
do vino á Gaeta, según que dicho es, como su- 
pieron el gran socorro que el Rey de Francia 
había enviado á los franceses que estaban 



en Qaeta, y que venía por General un muy 
buen caballero, que era el Marqués de Salu- 
ces; viendo asimismo que el Gran Capitán y 
su ejército estaba algo lejos y apartado de 
Roca Guillerma, y que por esta razón no ven- 
dría así de presto á su noticia lo que por 
ellos acerca de su rebelión se ordenaba hacer, 
determinaron dar aviso al Marqués de Salu- 
ces, en que le hicieron saber con dos principa- 
les de la villa cómo ellos estaban en voluntad 
dése tornar á la parte del Rey de Francia, y 
que en aquello mismo habían estado, dado 
caso que al presente se habían mostrado de la 
parte de España, lo cual había sido por fuer- 
za más que no de voluntad; pero que si él era 
servido de tener aquella villa en nombre del 
Rey de Francia, á quien ellos se inclinaban con 
deseo que tenían de le servir, que les enviase 
gente la que menester fuese de socorro, que 
ellos prometían de se levantar contra España 
y echar dende á su gobernador. Esta embaja- 
da fué hecha con mucho secreto, por razón 
que no viniese á oídos del gobernador, que 
era, según dicho es, Tristán de Acuña, á quien 
el Gran Capitán cuando se partió para Gae- 
ta había dado la gobernación y tenencia de 
aquella villa, y había dejado asimismo con 
su persona cierta gente en guarda. El Mar- 
qués de Saluces, como supo la voluntad de los 
de Roca Guillerma, hubo consejo de lo que 
sobre aquel caso debía hacer, en el cual de las 
personas que bien sabían la disposición de la 
villa y el provecho que redundaba si á la par- 
te de su Rey fuese reducida, fué aconsejado la 
socorriese. En esta determinación quedó por 
razón que se pensó que siendo aquella villa 
la más fuerte de aquella provincia, y viniendo 
en el poder de los franceses, lo mismo harían 
todas las demás de aquella comarca, y con 
este acuerdo y buen parecer el Marqués de 
Saluces envió un capitán, dicho por nombre 
Famillo, con cuatrocientos infantes para que 
se metiese en Roca Guillerma y defendiese 
aquella villa de los españoles, si quisiesen ve- 
nir sobre ella, como otras veces lo habían he- 
cho. El capitán Famillo con la sobredicha gen- 
te francesa con la orden del Marqués de Sa- 
luces se partió de Gaeta y vino á Roca Gui- 
llerma por la parte de la montaña hasta cerca 
de la roca. Después que los de la Roca Gui- 
llerma fueron avisados del socorro que les 
venía de Gaeta, y que ya estaban los france- 
ses bien cerca de la roca, determinaron de 



i 



DEL ORAN CAPITÁN 



193 



prender al gobernador Trlstán de Acuña y á 
su gente, por razón que más fácilmente se 
concluyese la entrada de los franceses. Y con 
esta voluntad, estando el gobernador Trlstán 
de Acuña aquel día, que era por la mañana, en 
la iglesia en misa con todos los más de los 
españoles que estaban en la villa, juntáronse 
todos y con mano armada se metieron en la 
iglesia y prendieron al gobernador y á todos 
los suyos, que bien seguros estaban de trai- 
ción, y luego comenzaron á apellidar el nombre 
de Francia, y de poner por los muros la ban- 
dera del Rey de Francia. En este tiempo lle- 
gaban ya los franceses á la villa, y metidos 
dentro fueron avisados cómo el gobernador 
estaba ya en prisión, y que algunos españoles 
que no se habían hallado con él en la iglesia 
á la sazón que le prendieron se habían reco- 
gido á la roca, atento lo cual hallaban los 
franceses serles conveniente, pues los espa- 
ñoles se habían hecho fuertes en la roca, de 
darles la batalla, porque por cosa grave te- 
nían ser la villa en su poder y la roca que era 
la mayor fuerza estar en poder de los espa- 
ñoles; y así con mucha diligencia antes que 
del Gran Capitán fuesen socorridos, procura- 
ron de los tomar. Eran los españoles que se 
habían recogido á la roca siete soldados, por- 
qu« todos los demás habían sido juntamente 
con el gobernador presos, según dicho es, y 
de éstos eligieron entre sí uno que de lo que 
había acaecido en Roca Guillerma fuese á dar 
aviso al Gran Capitán, para que vista su ne- 
cesidad les enviase socorro de gente, de ma- 
nera que aquella villa se tornase á cobrar y 
fuesen castigados los autores de aquella trai- 
ción, y quedaron en la roca sólo seis hom- 
bres. Los franceses con muy gran diligencia 
comenzaron á combatir la roca, y los espa- 
ñoles, teniéndose por perdidos, quisieron an- 
tes vender bien caras sus vidas que dar la 
roca á los franceses, esperando que primero 
serían socorridos que los franceses la saca- 
sen de su poder. Y con esto todo aquel día se 
defendieron con mucha fortaleza, y hicieron 
tales cosas que los franceses no les pudieron 
entrar de aquella vez ni tomarles la roca 
como ellos lo pensaron, y dejando por aquel 
día el combate se retiraron á sus estancias. 
El Gran Capitán, como fué avisado de la mal- 
dad y traición que los de Roca Guillerma ha- 
bían contra el Rey su señor y voto que tenían 
hecho cometido, con prisión de su goberna- 



dor y de toda la otra gente que consigo te- 
nía, y viendo el estrecho en que aquellos seis 
españoles que estaban en la roca retraídos 
quedaban, determinó de le ir á socorrer con 
mucha diligencia, y para esto envió á muy gran 
prisa al capitán Pedro Navarro y al capitán 
Zamudio con ochocientos hombres para que 
se metiesen en la roca de la villa de Roca 
Guillerma, y de ahí procurasen de tomar la 
villa y castigar malamente á los que fueron 
principalmente en aquella traición y levanta- 
miento. Y con esta orden los^sobredichos capi- 
tanes y gente española se partieron de Cas- 
tellón, adonde quedaba el Gran Capitán, un 
domingo á hora de medio día, y caminaron á 
gran prisa la vía de Roca Guillerma; y siendo 
á puesta de sol allegaron á la montaña adon- 
de la roca estaba, y allí en la montaña se es- 
tuvieron quedos toda la noche recogiendo la 
gente, que la más de ella, por ser áspera la 
montaña de subir, se había quedado rezaga- 
da. Aquel mismo día que los españoles salie- 
ron de Castellón en socorro de la roca, según 
dicho es, el Marqués de Saluces fué avisado 
cómo el Gran Capitán los enviaba, y por esta 
razón con mucha diligencia envió al capitán 
Casanova con mil y quinientos infantes para 
rehacer la otra gente francesa que estaba en 
Roca Guillerma y para tomar á los españoles 
que eran idos de socorro á la roca. El Gran 
Capitán (que por sus espías no pasaba cosa 
en el campo francés de dentro ni de fuera que 
de todo no fuese avisado) supo cómo el Mar- 
qués de Saluces enviaba de nuevo aquella 
gente que él de primero había enviado más 
socorro, por lo cual lo más presto que pudo 
dio orden cómo se les diese un mal rebato an- 
tes que llegasen á Roca Guillerma erif favor de 
los otros, y fué determinado en esta manera: 
que Diego García de Paredes fuese en pos de 
ellos con quinientos hombres, y que los espe- 
rase entre Trento y Castellón, por donde ne- 
cesariamente aquella gente francesa había de 
pasar, y que allí los acometiesen y hiciesen 
según convenía y el tiempo y la razón les mos- 
trase. Diego García de Paredes con aquesta 
orden que el Gran Capitán le dio, se partió 
con aquella gente de Castellón á hora y media 
de la noche y allegó al paso, que era en un 
bosque muy espeso, y púsose en una celada, 
dejando primero sus centinelas en aquellos 
lugares donde más convenía para que descu- 
briendo á los franceses le avisasen de su ve- 



196 



CRÓNICA GENERAL 



nida. En esto los franceses, que todo lo que 
había quedado del dia con parte de la noche 
no habían dejado de caminar, siendo ya pa- 
sada la media noche, viniendo por el camino 
muy descuidados de lo que sucedió, como alle- 
garon al paso donde Diego García de Paredes 
estaba esperándolos con su gente, sin que 
sintiesen cosa alguna, pasaron su camino ade- 
lante, y los españoles como conocieron ser 
tiempo descubriéronse de su emboscada, y 
con grande ímpetu y fortaleza dieron sobre 
ellos, y pelearon tan reciamente con los fran- 
ceses que en muy breve espacio los desbara- 
taron todos y mataron y prendieron todos los 
más de ellos. Los que pudieron escapar reco- 
giéronse todos con el capitán Casanova, que 
fueron hasta doscientos ballesteros, el cual 
con aquella gente se escondió en aquellas 
montañas hasta que pasó toda la noche, y ati- 
nando el camino que iba á Gaeta vinieron á 
otro lugar que es en aquella comarca, llamado 
¡tro, y allí se detuvieron á hacer colación y 
á beber, que era por la mañana. Y estando 
bebiendo y teniendo más en memoria lo pre- 
sente que no lo que les había acaecido la no- 
che pasada con los españoles, estando así 
muy descuidados fueron en Itro todos ellos 
presos de los mismos de aquel lugar; los cua- 
les sabiendo que iban rotos, se juntaron todos 
los de Itro y los tomaron en prisión, sin que 
les fuese dado lugar, y así presos viniendo 
Diego García de Paredes á Itro se los entre- 
garon á todos; el cual con los prisioneros y 
con la gente que había sido muerta y herida 
en aquella noche antes, según dicho es, se 
tornó á Castellón sin perder tan solamente 
un hombre de los suyos. El capitán Pedro Na- 
varro y el capitán Zamudio, que toda aque- 
lla noche habían estado en Roca Guillerma, á 
cuatro horas del día, estando los franceses 
dando el combate á la roca, abajaron de la 
montaña abajo con muy buena orden y hicié- 
ronse ver de los franceses; y los franceses 
como vieron venir los españoles á más andar, 
dejaron de dar la batalla y todos juntos sin 
más ende esperar se salieron de Roca Guiller- 
ma y fuéronse la vía de Ponte Corvo. Eií esto 
el capitán Pedro Navarro llegó con su gente 
á Roca Guillerma, y como vido desocupada la 
villa metióse dentro, adonde supo cómo los 
franceses se habían de allí salido y se iban á 
más andar la vía de Ponte Corvo. En esto el 
capitán Pedro Navarro, dejando ende toda su 



gente con el capitán Zamudio, con otra parte 
de su gente salió de Roca Guillerma en segui- 
miento de los franceses, y tanto anduvo que 
alcanzó hasta ciento de los que se habían tar- 
dado algo más, y dando en ellos mató y pren- 
dió los más de ellos, y los otros que se esca- 
paron por la aspereza de la tierra se pudie- 
ron salvar aunque con mucho trabajo y peli- 
gro de sus vidas. El capitán Pedro Navarro, 
dejando de seguir los demás, se tornó á Roca 
Guillerma, adonde haciendo saquear la villa y 
juntamente haciendo justicia de aquellos que 
fueron autores de aquel levantamiento y trai- 
ción, dejó la villa más domada y castigada 
que no lo era de antes, y quedando todo á 
buen recado de gente y de las otras cosas ne- 
cesarias, se tornó á Castellón, donde el Gran 
Capitán estaba. 

CAPÍTULO XCIX 

De cómo el Rey de Francia hizo un muy buen 
ejército de gente contra el castillo de Salsas, 
y de cómo en gracia suya. los principales de 
Italia hicieron otro ejército en socorro de 
Gaeta. 

Contado ha la crónica cómo el Rey de Fran- 
cia envió al Marqués de Saluzes con cinco mil 
hombres de guerra en socorro de Gaeta, adon- 
de el capitán monsiur de Alegre se había re- 
cogido con la gente de la rota de la Chirinola 
que pudo haber, y asimismo de aquellos que 
en su socorro y en servicio del Rey de Francia 
habían venido á ayudar, según que bien ex- 
tensamente se ha en lo de arriba dicho. Pues 
dice la crónica, que no contento el Rey de 
Francia con esto, procuró por una ó otra parte 
el daño de los españoles, y no mirando los 
varios casos de fortuna y cuan contrario le 
había sido muchas veces en la conquista de 
aquel reino de Ñapóles, adonde allende de se- 
senta y más recuentros que habían habido los 
franceses con los españoles, en los cuales casi 
siempre habían perdido lo mejor, según que 
en el proceso de esta crónica se ha dicho, se- 
ñaladamente en aquellas dos famosísimas ba- 
tallas de la Chirinola en la Pulla y de Seme- 
nara en la Calabria, adonde perdido todo el 
ejército fueron rotos y muertos más de mil y 
quinientos franceses, siendo asimismo muerto 
su Capitán general y Visorrey de Ñapóles 
monsiur de Nemos, con otros muchos nobles 



DEL GRAN CAPITÁN 



197 



capitanes franceses, quiso poner en aventura 
su condición mostrando su grandeza y cons- 
tancia de ánimo en resistir los adversos y con- 
trarios casos de la fortuna y no tener en nada 
su ser. Y por esta razón, confiando en la for- 
taleza de su gente, quiso porfiar en la presa 
de aquel reino de Ñapóles, enviando á los 
Principes de Italia favoreciesen con gente 
contra aquel reino de Ñapóles, pues conocía 
la necesidad que tenía de su ayuda y socorro; 
los cuales estaban en aquella misma voluntad 
según se dirá, porque con el Duque de Mantua 
D. Francisco Gonzaga envió veinte mil hom- 
bres de guerra y otros muchos aparejos de 
guerra. Por esto lo dejará ahora la crónica 
para su tiempo, por contar lo que en España 
sobre el castillo de Salsas acaeció, aunque pa- 
rece cosa impertinente entremeter casos ex- 
traordinarios y romper á esta causa la conti- 
nuación de la crónica, decirse ha por razón que 
en este mismo tiempo la guerra fué fundada 
por una misma persona, que fué el Rey Luis de 
Francia. El cual en todas las maneras que po- 
día, procuraba dañar al Rey de España, y así 
lo quiso hacer según que en este capítulo se 
trata. Dice pues la crónica que en aquel mis- 
mo año que su ejército fué destruido en la Chi- 
rinola, el Rey de Francia, que de grande áni- 
mo era, allende de haber enviado al socorro de 
Gaeta al Marqués de Saluzes con la gente que 
tengo dicho, hizo hacer otro ejército contra el 
castillo de Salsas, que es en la frontera de 
Francia del Rey de España junto á tres leguas 
de Perpiñán. Venían en este ejercito diez mil 
infantes y mil hombres de armas y dos mil ca- 
ballos ligeros y mucha y muy buena artillería, 
adonde venía por general el mariscal de Bre- 
taña. Este caballero con la sobredicha gente 
del Rey de Francia se vino camino de Salsas 
para tomar aquel castillo, que era la cosa más 
fuerte de toda aquella frontera, y con determi- 
nación de en tomando aquel castillo irse por 
Cataluña adelante la vía de Perpiñán y tomar 
asimismo todas las tierras que pudiese del 
Rey de España. Estaba en el castillo de Salsas 
á la sazón en la tenencia y en guarnición un 
caballero castellano dicho por nombre D, San- 
cho de Castilla, el cual tenía consigo é guarda 
de aquel castillo quinientos hombres de gue- 
rra. Finalmente, el mariscal de Bretaña vino 
por sus jornadas aponer cerco sobre aquel cas- 
tillo de Salsas, y allegó ende con toda su gente, 
y luego con mucha diligencia dio orden en lo 



que convenía á la expugnación del castillo. Pasó 
su ejército detrás de un cerro, adonde anti- 
guamente solía estar la villa de Salsas, y des- 
de allí en derredor del castillo repartió por 
sus estancias toda la infantería. A la parte de 
Perpiñán, en aquel llano, puso toda la más 
gente de armas y caballos ligeros, y contra 
el castillo por diversas partes asentó mucha 
artillería, y en un monte que está sobre el 
castillo, á la parte de la montaña que sojuzga 
mucho el castillo, puso siete piezas de artille- 
ría, y en el mismo monte puso hasta mil y 
quinientos hombres, y junto con esto mandó 
hacer en derredor del castillo muchas trincheas 
y reparos, por razón que la gente que vi- 
niese allí pudiese andar cubierta sin recibir 
daño del artillería del castillo y se pudiesen 
amparar y defender de ella. Repartido, pues, 
su gente, el mariscal de Bretaña en la forma 
sobredicha, luego con muy gran diligencia co- 
menzó á batir el castillo por todas partes, y 
fué tan grande y recia la batería, que aunque 
el muro era en cuantidad grueso, no dejó de 
recibir gran daño, por razón que era de poco 
tiempo fabricado y con la continua batería fué 
derribado en el suelo un gran pedazo del, 
en especial de las defensas de lo alto; porque 
como la artillería estaba en lo alto del monte 
batióle tan á su pie el castillo y teníale tan 
sojuzgado, que aun la gente de dentro no po- 
dían asomarse ni poner á la defensa dél sin 
recibir gran daño de ella. En este medio los 
franceses que estaban puestos con cargo de 
hacer las trincheas en rededor del castillo, 
porque encubiertos más sin peligro llegasen 
al combate, no cesaban de día ni de noche 
de trabajar en ellas, por manera que con el 
continuo trabajo las tenían ya llegadas hasta 
bien cerca del foso, y allí asentaron mucha ar- 
tillería contra el castillo por los lugares que 
mejor les pareció, y con ella se comenzó de 
nuevo á batir el castillo por la parte de abajo. 
Los españoles como eran pocos, no se podían 
ocupar en defender en tantos lugares; por 
esta razón, viendo la recia batería que contra 
aquella parte del castillo descargaba y no pu- 
diendo sin mucho trabajo y peligro de sus vi- 
das ponerse en defensa del foso, que por aquel 
lugar era más aquejado el castillo, determina- 
ron todos de le desamparar, y así se retraje- 
ron á un torreón grueso que estaba en el mis- 
mo foso, y allí se hicieron fuertes y defendían 
el foso desde aquel lugar, según mejor podían» 



198 



CRÓNICA GENERAL 



Los franceses viendo desamparadas de los 
españoles las defensas, arremetieron recio y 
apoderáronse en él, y desde allí comenzaron á 
pelear de nuevo con los españoles que se ha- 
bían hecho fuertes en el torreón. Estaba este 
torreón á la parte de Perpiñán y salían á él 
del cuerpo del castillo con una puente leva- 
diza que caía encima del foso, de que los 
franceses se habían apoderado; por manera 
que según eran los franceses muchos y la ba- 
tería mejor y más fuerte que antes, temieron 
los españoles que no dejaría de venir aquel 
torreón á poder de los franceses. Y por esta 
razón determinaron de les hacer un engaño 
con que les hiciesen mucho daño, y ordenáron- 
se en esta forma: que dado caso que el torreón 
se pudiese defender por ellos por razón de 
estar apartado del cuerpo del castillo, según 
la fuerza con que eran combatidos, hicieron 
vista de lo querer defender. Con esta demos- 
tración á muy gran prisa y no con menor di- 
ligencia y secreto hincheron el torreón de ba- 
rriles de pólvora y cerraron ende todos los 
lugares por donde la fortaleza de la pólvora 
podía espirar, porque su voluntad era que por 
aquel arte y ingenio cayese el torreón sobre 
los franceses que estaban en el foso y pugna- 
ban de lo tomar. Nunca en este medio los 
franceses dejaron de batir el torreón con el ar- 
tillería, en que hicieron algún daño, y después 
cuando les pareció tiempo le dieron la batalla, 
poniendo todo su poder y fuerzas por tomar 
el torreón. Pero los españoles, que ya habían 
hecho lo que convenía para que el torreón ca- 
yese según dicho es, dejándole en buena dis- 
posición sin que quedase lugar abierto sino el 
cebadero por donde el fuego entrase á los ba- 
rriles, comenzáronse todos á salir del torreón 
como que le desamparaban y huían todos por 
la puente adelante al cuerpo del castillo. En 
esto los franceses, muy alegres viendo desam- 
parar el torreón, de recio subieron más de 
quinientos franceses con voluntad de se me- 
ter á vueltas con los españoles en el castillo 
por la puente levadiza. Pero de otra manera 
sucedió, porque viendo los españoles que era 
tiempo de poner por la obra el engaño que á 
los franceses tenían urdido, pusieron fuego en 
las botas, y fué tan grande la fuerza del inge- 
nio, que cayó todo el torreón en el suelo y 
mató de la caída más de trescientos france- 
ses de los que se habían apresurado á subir, y 
los demás que les seguían, como vieron el en- 



gaño de los españoles, retiráronse afuera fal- 
tándoles la esperanza que de tomar el casti- 
llo de aquella vez tenían. Los cuales no poco 
indignados por la muerte de los suyos, que á 
causa de aquel engaño fueron muertos, según 
dicho es más de trescientos, para más presto 
tomar el castillo apresuraron la batería por 
todas partes, haciendo muy gran daño en la 
muralla así por la parte del foso como por la 
parte del monte, en que se hacía daño en las 
defensas de lo alto. Estaba á esta sazón el 
Duque de Alba en Perpiñán, que era general 
del ejército español, el cual viendo el estrecho 
en que el castillo estaba, recogiólo más pres- 
to que pudo todos los caballos ligeros y hom- 
bres de armas qne en aquella comarca esta- 
ban aposentados y dio asimismo aviso á los 
Reyes Católicos, dlciéndoles lo que pasaba 
sobre el castillo de Salsas y la necesidad que 
tenían de ser socorridos, y que este socorro 
él no lo podía dar cumplidamente según con- 
venía, por razón que el ejército francés era 
muy pujante y él no tenía allí sino unos pocos 
de caballos ligeros y hombres de armas en 
guarnición de aquella ciudad, con los cuales si 
Sus Altezas enviaban con brevedad gente, él 
se ternía con ellos dándoles algunos sinsabo- 
res de noche y de día. Lo cual el Duque de Alba 
trabajó por su parte de hacer, por razón que 
los del castillo de Salsas, viendo su favor se 
sostendrían de mejor voluntad, y así él los 
avisó diciendo que muy presto sería el soco- 
rro de Castilla, porque él había ya hecho saber 
á los Reyes Católicos el estrecho que tenía el 
castillo. Y junto con esto de noche salía el Du- 
que de Perpiñán, con la gente de armas y ca- 
ballos ligeros y daba algunos asaltos á los 
franceses por la parte de lo llano que es con- 
tra Perpiñán, de que hacía algún daño en ellos. 
En este medio los franceses por aquella parte 
de la montaña que más sojuzgaba el castillo 
pusieron toda la más de la artillería, la cual se 
juntó á una boca del raso y desde allí comen- 
zaron de nuevo á batir el castillo con mucha 
fortaleza, y tan reciamente le batieron que 
echaron por el suelo un gran pedazo del muro, 
y junto con esto hicieron muchos pertrechos 
con voluntad de cortar la tela del muro, por- 
que de lo alto no hiciesen daño con piedras y 
con otros ingenios á los cortadores. Y hechos 
los pertrechos luego se comenzó á cortar el 
muro por abajo, y como iban cortando el-muro 
ponían muy fuertes reparos por que se sus- 



DEL GRAN CAPITÁN 



199 



tentase y no cayese sino todo junto. Pero los 
españoles tanto trabajaron en la defensión del 
castillo, que matando é hiriendo muchos fran- 
ceses los rebotaron muchas veces del foso, 
pero los franceses pugnaron tanto de derri- 
bar el muro que con mucho trabajo derroca- 
ron un pedazo de la tela. A esta causa los es- 
pañoles fueron puestos en muy extrema nece- 
sidad, y sin duda ninguna se tomara el castillo 
si no los socorriera Nuestro Señor con la ve- 
nida del Rey D. Fernando, el cual siendo avi- 
sado e! estrecho en que su castillo de Salsas 
estaba y viendo el gran daño que viniendo 
aquel castillo en poder de franceses se le se- 
guiría en su reino de Cataluña, por ser aquel 
castillo la llave de todo él, á muy gran prisa 
se aderezó para venir en su socorro, y de esta 
manera hizo hacer muy buena gente y se vino 
la vía de Perpiñán, adonde junto con el Duque 
de Alba ambos dieron orden de ir en el soco- 
rro del castillo. Los franceses como fueron 
avisados que el Rey de España venía en per- 
sona sobre ellos en favor del castillo no osa- 
ron esperar, antes dejando asaz mal parado 
el castillo y á punto de le tomar se levanta- 
ron de allí, enviando primero adelante á todos 
los enfermos y heridos y á todo el carruaje y 
artillería gruesa; y toda la más gente con el 
artillería de campo quedó en la retaguardia 
con el capitán general, y á gran prisa comen- 
zaron á caminar la vía de Narbona. Y el Rey 
de España y el Duque de Alba con toda su 
gente allegaron á Salsas, y como vieron á los 
franceses que se habían levantado, aguijaron 
en pos de ellosyfuéronlos siguiendo hasta la 
ciudad de Narbona, adonde los franceses se 
retiraron. Y como no los alcanzaron, á la vuel- 
ta tomaron un lugar que dicen la Cota, con 
otros dos ó tres lugares comarcanos, y con 
esto se tornó el Rey de España á Salsas, de- 
jando los sobredichos lugares saqueados y 
mal parados. Y llegando á Salsas luego man- 
dó de nuevo hacer lo que los franceses ha- 
bían deshecho con el artillería y con otros in- 
genios, según dicho es, y hizo reparar todas 
las defensas, por manera que en no mucho 
tiempo quedó el 'castillo bien, más fuerte que 
de antes; y después de esto, dejando ende 
la gente que le pareció en guarnición, se vino 
á Perpiñán y allí dejó asimismo más gente, 
según que de antes estaba, y dejando todo 
lo que dicho es en mucha orden, se vino á 
Barcelona. 



CAPÍTULO C 

De la muerte del Papa Alejandro sexto, y de 
la creación que los Cardenales hicieron en 
su lugar, y de o ti as cosas que acaecieron en 
Roma, siendo de ellas autor el Duque Va- 
lentino. 

Pasadas estas cosas en España, según di- 
cho es, como las cosas de este mundo no sean 
permanecederas en un estado y esta vida no 
sea más que un poco de viento, esperándose 
el fin de ella cuando más olvidados de morir 
estamos, acaeció que estando el Papa Alejan- 
dro sexto y su hijo el Duque Valentino junta- 
mente con el Cardenal Adriano cenando una 
noche en el palacio del Belveder en el Vati- 
cano, fueron atosigados sin se saber el autor 
de aquel maleficio. Por manera que como el 
Pontífice fuese viejo, no tuvo virtud para re- 
sistir la fuerza del veneno, y así sin le apro- 
vechar ninguno de los remedios que se le hi- 
cieron murió en breve. El Duque Valentino, 
como era mancebo, siéndole hechos con muy 
gran diligencia remedios, recibió salud, aun- 
que quedó tan deshecho en sus miembros 
que de ninguno de ellos se podía aprovechar 
ni ayudar. Y lo mismo acaeció del Cardenal 
Adriano, el cual como fuese mancebo, tuvo 
virtud para deshechar con buena cura la for- 
taleza del veneno. El Duque Valentino, luego 
como murió el Pontífice, recogió todo el te- 
soro que su padre dejó, y junto con esto se 
estuvo en el Vaticano con doce mil hombres 
de guerra, y dende allí, dado caso que se estu- 
viese enfermo, no dejó de entender con los 
Cardenales en la creación del nuevo Pas- 
tor, por razón que su voluntad era que cria- 
sen por Pontífice al Cardenal de Ruán, al 
cual luego que el Papa Alejandro sexto fué 
muerto, el Rey de Francia lo envió á Roma; y 
esto hizo y procuró con mucha instancia, por 
razón que siendo aquel Cardenal Pontífice, 
las cosas del reino de Ñapóles se harían de 
ahí adelante más salvamente y con más pros- 
peridad de su parte. Y pues hace tanta me- 
moria la crónica de Cesaro Borja, hijo del 
Papa Alejandro, bien será decir su nacimien- 
to, costumbres, vida y muerte, como por au- 
ténticos y aprobados escritores se halla. Y 
es así: que fué el Duque Cesaro Borja hijo 
de una 'señora de los de Vañoti romana, en 
lo demás mujcir honrada, la cual yo conocí. 



200 



CRÓNICA GENERAL 



Después de ya crecido, por diligencia de su 
padre, Cardenal poderoso y rico, fué enviado 
al estudio á Pisa, adonde entonces florecían 
los estudios de las buenas letras. Aquí apro- 
vechó mucho, tanto que con ingenio ardiente, 
propuestas algunas cuestiones en derecho 
civil y canónico, las disputó doctamente. El 
padre, alegrándose grandemente de la espe- 
ranza que tenía de este mozo, después que 
con el favor de la fortuna fué creado Papa, 
hizo Cardenal á Cesaro Borja, porque quería 
á D. Francisco Borja Su hijo el mayor para 
Duque de Gandía y para levantar la familia y 
gozar de las riquezas y el estado. Pero Ce- 
saro, pareciéndole la dignidad del capelo in- 
ferior á la grandeza de su ánimo y esperanza, 
una noche hizo ahogar á su hermano el Du- 
que de Gandía (con el cual había cenado con 
grande regocijo) y echado en el Tiber á la 
ajuga del campo Marcio, donde buscándole 
dos días los pescadores lo sacaron. Por lo 
cual no muchos días después renunció Ce- 
saro el capelo y puesto el vestido de soldado 
fué hecho Príncipe y capitán de la gente, que- 
dando el padre grandemente atribulado por la 
crueldad y grande traición. Pero pues el Du- 
que de Gandía no había de resucitar, le per- 
donó con grande amor todas sus culpas. Poco 
tiempo después, considerando el Papa con el 
Rey Luis de Francia á la ruina de toda Italia, 
con la autoridad del Rey Luis, hubo por mu- 
jer á Carlota de la Brit, parienta del Rey don 
Juan de Navarra. Tras este concierto comen- 
zó Cesaro á descubrir sus designios, y con 
ánimo desordenado y cruel aspiraba á la se- 
ñoría de una gran parte de Italia, con tan 
grande codicia, que en sus banderas puso 
este título: Aut Cesar, aut nihil, como que no 
deseaba cosas medianas, donde ante todas 
cosas determinó acabar á los señores Ursinos 
y Coloneses, después que en valde hubo en- 
tre ellos mantenido un poco de tiempo la 
guerra, á fin que la una parte y la otra con las 
armas se arruinasen. Ellos después de estas 
guerras civiles (entendidos los engaños de 
Borja) hicieron paces y ayuntáronse en una 
voluntad. Los Coloneses, no hallando mejor 
camino para seguridad, dejaron al Borja sus 
tierras. Los Ursinos, mantenidos con el sueldo 
y estando con sospecha de la fe del tirano, 
fueron casi todos cruelísimamente muertos. 
El Cardenal Bautista Ursino, en el castillo de 
Sant Angelo, previno la muerte á sus parien- 



tes, habiendo sido de la misma muerte muer- 
tos Vitelloci, de la ciudad de Castella, y Oli- 
veroto de Fermo, en Senegalia, y en el con- 
dado de Perosa á Pablo Ursino, hijo del Car- 
denal Latino, y Francisco Ursino, Duque de 
Gravina, y á los señores de casa Gaetana, 
los cuales poseían la tierra de Sermoneta en 
campaña de Roma junto á Piperno. Jacobo 
Nicolao y Bernardino, muertos por diversas 
vías, dejaron las fortalezas y los estados al 
Borja; los señores de Camerino, de antigua 
nobleza, Julio César. Venancio, Aníbal y Pirro, 
fueron despojados del principado y fueron 
ahogados. Astor Manfredo, señor de Faenza, 
rendido sobre la fe, fué cruelmente muerto y 
echado en el Tíber. Catalina Esforza, señora 
de Forli y de Imola, combatida con el arti- 
llería, fué presa y llevada á Roma como en 
triunfo. Pandolfo 'Malatesta, Juan Esforza y 
Guido Ubaldo de Monte Feltro quisieron más 
presto huyendo dejalle sus ciudades á Ari- 
minio, Pesaro, Urbino, que ser muertos. Ja- 
cobo Apiano dejó asimismo al insolente la 
tierra de Poblín en Toscana. Y mientras que 
con este sangriento suceso ocupaba los esta- 
dos ajenos, hizo matar á un mozo de la casa 
de Aragón, Príncipe de Beselí, hijo del Rey 
D. Alonso, y lo que más me afrento de decir, 
que era marido de Lucrecia, su hermana, hi- 
riéndole andándose paseando por la lonja de 
Sant Pedro. Y porque se tenía alguna espe- 
ranza de poder sanar de las heridas, lo hizo 
matar en su cámara y en la cama de su mis- 
ma hermana. Había atosigado al mozo Car- 
denal Borja porque favorecía al Duque de 
Gandía. Mató cruelmente volviendo una no- 
che de cenar á D.Juan de Cervellón, hombre 
noble en la guerra y en la paz, porque seve- 
ramente guardaba la honra de una señora de 
la casa de Borja. Mandó cortar la cabeza á 
Jacobo de Santa Cruz, nobilísimo ciudadano 
romano, el cual era el mayor amigo y más fa- 
miliar que él tenía, no por otra ocasión sino 
porque era poderoso para juntar de presto un 
escuadrón de hombres del bando Ursino, y 
persuadilles para emprender cualquiera em- 
presa. Pero en tan terrible sed y codicia de 
acrecentar el estado, así como lo habemos di- 
cho, bebía el veneno juntamente con su padre, 
y habiendo vuelto de Nepi á Roma y las cosas 
del cónclave habían salido de otra manera de 
aquella que él pensaba, fué metido en prisión 
por mandado del PapaJulio, porque le deman- 



DEL GRAN CAPITÁN 



201 



daba las fortalezas de Roma, y esto porque los 
venecianos, movidos de no menos ciego que 
dañoso deseo, marchando de Rávena su gente 
para adelante, habían ocupado á Ariminio y á 
Faenza. Cesaro Borja entretenía al Papa con 
palabras, y cada día procuraba echar á lo lar- 
go el concierto con la esperanza de poderse 
ir á Romanía, porque tenía por cierto que 
aquí no le faltaría ayuda y favor, en especial 
con tener cabe sí en mucha honra los dos 
principales caudillos de los bandos, que el 
uno era Juan Sasatello y el otro Guido Vayno, 
teniéndolos obligados con liberales pagas y 
grandes mercedes, y con esta confianza es- 
cribía á los castellanos de las fortalezas va- 
nas y fingidas cartas. Por lo cual acaeció, que 
habiendo sido enviado por el Papa á Cesena 
Pedro Ovedio con cartas, fué derribado de 
las murallas abajo por Diego de Quiñones. 
Enojado el Papa grandemente por aquel in- 
sulto, amenazó al Duque Valentino, si á la 
hora los castellanos españoles no le entrega- 
ban las fortalezas. Espantados de esta cólera 
los Cardenales Borja y Remolins, parientes y 
hechura de la casa de Borja, se fueron hu- 
yendo á Ñapóles. Pero después entre la una 
parte y la otra fué concertado en esta ma- 
nera: que si Cesaro Borja fuese libre, prome- 
tiese de enviar á los castellanos de las forta- 
lezas las secretas señas para que rindiesen 
los castillos, y entró por fianza de esto el Car- 
denal Bernardino Caravajal con esta condi- 
ción: que en aquel medio el Duque Valentino 
le fué dado en guarda en el castillo de Ostia 
hasta tanto que él cumpliese con lo prome- 
tido. En este medio los dos Cardenales que 
estaban en Ñapóles (deseándolo el Valenti- 
no), obtuvieron de Gonzalo Hernández que 
Cesaro Borja sobre su fe pudiese venir á 
Ñapóles y pudiese irse libremente del cuando 
se le antojase. Gonzalo Hernández concedió 
esto muy fácilmente á aquellos dos Cardena- 
les, y le envió á Ostia una patente firmada de 
su mano y sellada con su propio sello. Ha- 
biendo poco después Diego de Quiñones y 
Gonzalo de Mirafuentes visto las contrase- 
ñas, entregáronlos castillos de Cesana y de 
Forli al presidio del Papa. Cesaro Borja, lue- 
go á la hora que libró al Cardenal Caravajal, 
puesto en una fragata se fué á Ñapóles muy 
alegre, porque fuera de toda espereza le pa- 
recía haberse librado de las manos de su an- 
tiguo enemigo. Luego que fué llegado á Ña- 



póles juntamente con los Cardenales y con 
los capitanes españoles sus viejos amigos, 
comenzó á aconsejarse para intentar algunas 
novedades: que no había perdido ninguna 
parte del ánimo con la mudanza de la fortu- 
na, sino fundado en la antigua esperanza bus- 
caba en todas partes capitanes y soldados 
sus antiguos amigos y proveído navios para 
que le llevasen á Pisa, porque se decía entre 
la gente del pueblo que quería ir á dar soco- 
rro á los písanos, los cuales había nueve años 
que defendían su libertad constantísimamente 
contra los florentines. Pero su secreto de- 
signo era pasar por la ribera de Pisa y por 
el condado de Luca y por la Carnianada el 
Apenino y por los confines de Módena ca- 
mino derecho arribar á las ciudades de Ro- 
manía acrecentado de gente y favor de don 
Alonso de Este, Duque de Ferrara, el cual 
era casado con Lucrecia su hermana, adonde 
esperaba que sus aficionados y amigos le fa- 
vorecerían, y en toda parte sería con grande 
placer recibido. Lo cual habiéndolo enten- 
dido el Papa, no le pareció poner más tar- 
danza en medio y escribió secretamente al 
Gran Capitán Gonzalo Hernández, avisándole 
que no dejase de ir de Ñapóles á este Cesaro 
Borja, Duque Valentino, hombre osado, de 
condición cruel, nacido para grandísimo mal 
de Italia, el cual procuraba una brava tiranía 
á los pueblos de su estado. Pues habiendo el 
Papa muchas veces gravísimamente tratado 
este negocio con los embajadores del Rey que 
estaban en Roma, y por los suyos que se- 
guían en España la Corte del Rey D. Fer- 
nando, vinieron cartas del Rey de España al 
Gran Capitán, mandándole que detuviese al 
Duque Valentino, porque se decía que con 
grave daño y sospecha de todos los Príncipes 
tentaba nuevas cosas y designaba nueva gue- 
rra contra el Papa. Y así el Duque Valentino, 
estando ocupado en aparejar el armada y en 
hacer soldados, iba muchas veces (así como 
era ello necesario) al Castel Novo por ha- 
blar con el Gran Capitán, y queriendo 'salir 
fué inhumanamente detenido por Ñuño Do- 
campo y puesto en prisión. No hubo ninguno 
de los suyos que (mientras él dio un muy 
grande y muy crecido suspiro maldiciendo 
muy fuertemente cuanto podía á la fortuna y 
lamentándose muy congojosa y angustiada- 
mente que debajo de la fe le había sido hecha 
muy grandísima traición) le pudiese dar so- 



202 



CRÓNICA GENERAL 



corro. Muy pocos días después, por manda- 
miento del Rey D. Fernando, fué llevado en 
España por el capitán Lezcano, adonde un 
poco de tiempo estuvo en la villa de Chinchilla, 
y después fué llevado el dicho Duque Valenti- 
no á Medina del Campo, adonde estuvo preso 
cerca de dos años en una muy fuerte forta- 
leza, la cual tiene por propio nombre la Mota. 
Y tuvo tal suerte, que engañando á las guar- 
dias se descolgó por una soga y proveyén- 
dole de caballo D. Rodrigo Pimentel, Con- 
de de Benavente, se fué huyendo al Rey don 
Juan de Navarra, que por entonces tenía gue- 
rra con el Conde de Lerín, que se le había re- 
belado. En este movimiento de armas sir- 
viendo á su Rey murió vencedor en una ba- 
talla que se dio junto á Viana; el cual no 
siendo conocido le quitaron las armas y lo 
dejaron desnudo, y un escudero suyo tomó el 
cuerpo y atravesándolo encima un caballo lo 
llevó á Pamplona, permitiéndolo sin duda el 
fatal destino de aquella ciudad, de la cual 
había sido Obispo, porque no he hallado ja- 
más alguno que renunciase los sacramentos 
que en su vida hiciese buen fin. Pues vol- 
viendo á lo que, según dicho es, trataba Ce- 
saro Borja en lo del Pontificado, de que atrás 
hicimos memoria, con fin de que su deseo hu- 
biese mejor efecto envió sus letras al Duque 
de Mantua, llamado Francisco Gonzaga, que 
en aquel tiempo estaba en la Toscana con 
ejército que en gracia del Rey de Francia los 
Príncipes de la Lombardía enviaban á Gaeta, 
para que trabajasen mucho cómo el Cardenal 
de Ruán fuese Pontífice, y asimismo para dar 
mejor fin á su deseo puso en su libertad al 
Cardenal Ascanio Esforcia, hermano que era 
del Duque de Milán, el cual, según la crónica 
ha contado los años pasados, el Rey Carlos 
octavo su predecesor había preso y hecho 
llevar á Francia con voluntad que su voto en 
la creación no se perdería. En este tiempo, 
queriendo los Cardenales entrar en cónclave, 
según tienen de costumbre para criar nuevo 
Pontífice, procuraron de hacer semejante ne- 
gocio con paz y tranquilidad, apartando de sí 
todas y cualesquier aficiones y inclinaciones 
que de muchos sobre aquel caso había. En 
especial el Duque Valentino estando enfermo 
y queriendo los Cardenales recogerse en la 
Minerva para criar al Pontífice fuera de las 
costumbres que tenían en la creación, la cual 
hacerse solía en el Vaticano, y un su capitán 



que llamaban Micheloto quiso perturbarlos 
llevando la cosa por armas; pero al fin el Du- 
que Valentino, viendo que no saldría con lo 
que comenzado tenía, que era los Cardenales 
elegir Pontífice según él quería y deseaba, 
siendo requerido muchas veces del Colegio 
de los Cardenales para que saliese de Roma, 
el cual estaba enfermo en el Palacio de Bel- 
veder y toda su gente de armas y caballos 
ligeros aposentados en la villa de Belveder, 
tuvo por bueno de se salir de Roma, y así lo 
hizo como adelante se dirá. En esto el Duque 
de Mantua con su gente vino por sus jorna- 
das hasta cerca de Roma, con voluntad de 
poner por la obra y trabajar cómo el Carde- 
nal de Ruán fuese Pontífice, según que era la 
voluntad del Rey de Francia. Finalmente, el 
Duque vino á una villa junto á Roma, que di- 
cen la Isla. Era la gente que llevaba en soco- 
rro de Gaeta mil y trescientos hombres de 
armas y cuatro mil caballos ligeros y once mil 
infantes con otra mucha gente de aventure- 
ros. Y desde aquel lugar, el Marqués enten- 
día con los otros Cardenales y les encargaba 
mucho la elección del Cardenal de Ruán; pero 
como el oficio sea de tal calidad, permitió 
Nuestro Señor que todo se hizo al revés de 
lo que aquellos Príncipes querían; y por esta 
razón, habiendo otra vez requerido al Duque 
Valentino se saliese de Roma, y viendo cuan 
inclinados estaban los Cardenales de que- 
rerle echar de Roma por aquella causa y no 
se sabiendo lo que debiese hacer por razón 
que de todos en común era mal quisto por 
muchos desafueros que había hecho y agra- 
vios que hacía, en especial contra los Ursinos, 
cuyo capital enemigo era, acordó de se salir 
de Roma y de ahí irse á servir al Rey de Es- 
paña en compañía del Gran Capitán, por ra- 
zón que teniendo por amigo al Gran Capitán 
y al Rey de España por señor no tendría te- 
mor alguno aunque toda Italia lo quisiese mal. 
Y con esta voluntad envió un mensajero al 
Gran Capitán, haciéndole saber en cómo te- 
nía determinado de irse adonde él estaba con 
toda su gente para servirle con ella y con su 
persona al Rey Católico en aquella guerra, y 
que así lo haría en breve en sintiéndose algo 
más dispuesto en su enfermedad que no es- 
taba. El Gran Capitán, como supo la voluntad 
del Duque Valentino y cuánto le cumplía, se- 
gún la poca gente que tenía, el favor que el 
Duque Valentino le ofreció, envió con mucha 



DEL GRAN CAPITÁN 



203 



düigencia á Roma al capitán Próspero Colona, 
para que juntos ambos diesen orden á la ve- 
nida del Duque; y luego envió á Diego Gar- 
cía de Paredes y á D. Diego de Mendoza, con 
trescientos hombres de armas y con trescien- 
tos caballos ligeros y con doscientos infan- 
tes, para que recibiesen al Duque Valentino 
á la salida de Roma y se viniesen todos jun- 
tos con él en su compaíiía. Con esta orden, 
después de ser ya ido adelante Próspero Co- 
lona, los sobredichos capitanes españoles y 
gente se fueron la vía de Roma y por sus 
jornadas vinieron á dos villas que son doce 
millas de Roma, que se llaman Marino y Fres- 
cada, tierras que son aparejadas para estar en 
ellas gente, sin que reciban daño alguno para 
ser bien proveídos de todos aquellos luga- 
res. Estuvieron todos aquellos capitanes es- 
perando algunos días al Duque, mediante los 
cuales los Cardenales tornaron última vez á 
requerir al Duque Valentino se saliese de 
Roma, echándole á cargo los daños que en la 
Iglesia de Dios por aquella razón podían su- 
ceder, no queriendo dar puntada en la elec- 
ción del Pontífice hasta tanto que saliese de 
la ciudad. Finalmente, el Duque Valentino, no 
pudiendo en manera ninguna excusarse sin 
salir fuera de Roma, siendo ya llegado á la 
sazón Próspero Colona y dando orden en su 
salida, hizo juntar la gente que tenía en la 
ciudad, los cuales de muy buena gana en su 
servicio iban, creyendo que se quería ir á jun- 
tar con el Gran Capitán. Pero de otra manera 
sucedió, porque el día que salió de Roma, aun 
no del todo sano de su enfermedad, yendo en 
unas andas con harto trabajo suyo, vino á la 
Cruz de Montemar y allí hizo un razonamien- 
to á su gente, cuya sustancia fué decirles que 
ellos bien sabían cómo él había recibido el há- 
bito de San Miguel del Rey de Francia, de 
cuya causa de manera ninguna no podía ser 
contrario de franceses, por lo cual les rogaba 
que en aquel camino que hacer quería no le 
dejasen, que era irse á Nepe, una villa suya, 
y que después, por el amor que tenía á la 
nación española, él habría en mucho placer 
(aunque no en su nombre, porque sería ir 
contra la religión que de San Miguel tenía), 
que cada uno siendo su voluntad fuese á ser- 
vir al Rey de España y se juntasen con el 
Gran Capitán en Mola, diciendo asimismo el 
Duque Valentino cuánto le pesaría si de ha- 
ber negado su favor á los españoles á esta 



causa les viniese algún daño. Pero la gente 
del Duque Valentino, dado que tuviera por 
mejor de ir á servir al Rey de España, los que 
de esta voluntad eran, conociendo el deseo 
de su señor, todos se ofrecieron de no le de- 
jar entre tanto que otra cosa acordase; y con 
esto todos juntos con su capitán, que según 
dicho es, iba no muy sano en la litera, movie- 
ron de aquel lugar de la Cruz de Montemar 
y fuéronse la vía de Civita Castellana y de 
Nepe, unos lugares suyos. Después de esto, el 
Colegio de los Cardenales procuraron echar 
de aquel lugar de la Isla al Marqués de Man- 
tua y á su ejército, diciendo que hasta que 
de allí fuese partido la vía que llevaba de 
Gaeta, no habían de elegir Pontífice; y por 
esta razón, y porque así se lo envió á rogar 
el mismo Cardenal de Ruán, á quien segi'in 
dicho es trataba el Marqués de hacer Pontí- 
fice, no pudo hacer otra cosa salvo partirse 
dende. Y luego los Cardenales viendo aparta- 
dos todos los inconvenientes que acerca de 
la creación del Pontífice se les podría seguir, 
se juntaron todos en el Vaticano y allí en- 
trando en cónclave, según que es de costum- 
bre, con las solemnidades requisitas, eligieron 
por Pontífice al Cardenal de Sena, varón de 
mucha autoridad y discreción, el cual debajo 
de muchos Pontífices por su gran prudencia 
y saber usó de oficio de Legado, y asimismo 
éste era Decano, que es el primero en anti- 
güedad en el Colegio de los Cardenales. Fué 
sobrino del Papa Pío segundo, y por esta ra- 
zón se puso del mismo nombre Pío tercio, 
porque de aquella manera refrescase la me- 
moria de su tío Pontífice. Pío tercio dejó más 
memoria de su nombre, que no dejó en sus 
hechos y fama, por razón que dentro de trein- 
ta días que fué por Pontífice elegido, falleció 
de unas llagas viejas que en las piernas tenía. 
El Duque Valentino, que á la sazón estaba en 
Nepe y en Civita Castellana con toda su gen- 
te, sabiendo la muerte de Pío tercio, pocos 
días antes elegido, partióse de aquellas villas 
y vínose á Roma, y los Cardenales, no obs- 
tante la venida del Duque á la ciudad, se con- 
gregaron todos á elegir nuevo Pontífice. Los 
cuales con las mismas ceremonias y solemni- 
dades, de común consentimiento de todos, 
eligieron por Pontífice al Cardenaljuliano Os- 
tiense, del título de San Pedro Advíncula, el 
cual tomó por nombre Julio segundo. Mucho 
trabajó el Duque Valentino en la creación de 



204 



CRÓNICA GENERAL 



este Pontífice, por razón que le era mucho 
amigo, aunque según se dirá, le fué después 
de Papa muy enemigo. Finalmente, después 
que Julio Ostiense fué electo por Pontífice, el 
Duque Valentino, que muy conforme con él y 
muy allegado en su amor era, no pensó tener 
más necesidad de su gente, y por esta razón 
dio licencia al capitán Próspero Colona para 
se ir al Gran Capitán, y asimismo dio licencia 
á su gente para que yéndose con Próspero 
Colona se juntase con el Gran Capitán en 
Mola, adonde á la sazón estaba. Finalmente, 
Próspero Colona se partió de Roma, y con 
esta orden vínose á Marino y á Frescado, 
adonde D. Diego de Mendoza y Diego García 
de Paredes estaban, según dicho es. Y como 
se juntaron, sabiendo los capitanes españoles 
la voluntad del Duque Valentino, luego se 
movieron de ahí con toda la gente y se fue- 
ron á su real al Gran Capitán, que estaba en 
Mola y en Castellón. Yendo por el camino, 
allegaron á una villa que llaman Chiprano, que 
es de la Iglesia, donde el río del Garellano 
aparta los términos de la Iglesia y del reino 
de Ñapóles, y allí se encontraron con el capi- 
tán Fabricio Colona que venía de la provincia 
de Abruzo por mandado del Gran Capitán, y 
por su mismo mandado había ido sobre aque- 
lla provincia á la reducir por el Rey de Es- 
paña; que muchas villas y lugares de ella es- 
taban por Francia, según que la crónica lo ha 
contado, y de allí todos juntos se fueron á 
Roca Seca y á Aquino. Y yendo por el camino 
vino tan grande lluvia y tempestad de agua 
sobre ellos, que estuvieron en peligro de se 
perder, y tanto crecieron los arroyos, que no 
los pudiendo pasar se quedaron aquella no- 
che en el campo sin comer ni beber cosa al- 
guna. Muchos hombres y bestias del carruaje 
se ahogaron por la grande agua que todo el 
día y la noche cayó; pero como fué de día, 
habiéndose algo menguado los arroyos, se 
movieron de aquel lugar y se fueron á Roca 
Seca y Aquino, y allí se apartó Diego García 
de Paredes de los otros capitanes con dos 
mil infantes y fuese al condado de Oliveto, 
por razón que el Conde de Oliveto y toda su 
tierra estaban temerosos con la esperanza 
que decían que había de venir el Marqués 
con el ejército por allí, y esperábanle cada 
día. Y verdaderamente si Diego García de Pa- 
redes no fuera con aquella gente á les con- 
fortar sus ánimos, que muy alterados los te- 



nían, si el Marqués de Mantua viniera á la 
sazón, se dieran por el Rey de Francia. Por 
esta razón, como Diego García de Paredes 
caminase con su gente camino del condado 
de Oliveto, acaeció que quedándose un día 
con veinte soldados al pasar de un paso ás- 
pero de aquella tierra, fué salteado de una 
junta de ladrones, los cuales atalayaban aque- 
llos caminos y robaban y mataban á cuantos 
españoles podían haber, y debajo de este co- 
lor á los mismos naturales no perdonaban 
así en personas como en bienes. Diego Gar- 
cía de Paredes, como se vio acometer de aque- 
lla gente, así animando los soldados que con- 
sigo traía, dio recio en ellos y peleó una gran 
pieza, haciendo gran daño en aquellos ladro- 
nes, de los cuales mataron muchos y los de- 
más se escaparon por la maleza de aquella 
tierra, que muy áspera era, porque según es 
verdad los que de semejante oficio viven, pro- 
curan de buscar los lugares más ásperos que 
hallar pueden. Finalmente, después que Diego 
García de Paredes hubo hecho muy grande 
estrago en los ladrones, no hallando más con 
quien pelear, con los veinte soldados (que 
ninguno de ellos perdió) se fué á aposentar 
á unas viñas que llaman Esclavia, alcanzando 
primero el cuerpo de su gente, que iba ade- 
lante, en la Posta y en Casaliber y en OHveto, 
todas villas y lugares del condado de OHveto, 
do estuvo Diego García de Paredes hasta 
que el Marqués vino con su ejército á Roca 
Seca, según la crónica lo dirá. 

CAPÍTULO CI 

De cómo el Gran Capitán, sabida la venida del 
Marqués de Mantua en favor de los france- 
ses, se alzó de Mola y Castellón y se vino á 
Sant Germán, y de lo que los franceses hi- 
cieron sobre aquel caso, y de la gente que 
vino al real del Gran Capitán á servir en 
aquella guerra al Rey de España. 

Contado ha la crónica cómo después de la 
muerte del Papa Alejandro sexto, el Duque 
Valentino, forzado por el convento y colegio 
de los Cardenales, se salió de Roma y se fué 
con su gente, que mucha, muy buena y noble 
era, á Nepe y á Civita Castellana, y que asi 
mismo cómo después de la creación y muer- 
te de Pío tercio, sucesor de Alejandro sexto, 
se tornó á Roma y allí despidió al capitán 



DEL GRAN CAPITÁN 



205 



Próspero Colona y á muchos de los suyos, 
quedando con muy gran parte de gente de 
muchos nobles caballeros italianos y españo- 
les, á quien él les daba en buenos hechos de 
guerra buenos cargos y partidos muy excesi- 
vos, y de esta manera era el Duque Valentino 
de muy noble gente servido en el menester de 
la guerra. Pues, tornando ahora la crónica al 
Gran Capitán y á su campo que en Castellón 
y Mola tenía, dice que después que supo la 
venida del Marqués de Mantua con el ejército 
de las señorías en servicio del Rey de Fran- 
cia, según que era verdad, no le pareciendo 
aquel lugar donde á la sazón estaba seguro 
para esperar ende tan grande poder, deter- 
minó de se levantar de allí y se retraer á Sant 
Germán, por razón que aquella villa era bien 
fuerte y asimismo proveída de todo aquello 
que para sustentación de su ejército había 
menester. Y por esta razón luego se movió de 
Castellón y de Mola, y viniendo por el cami- 
no la vía de Sant Germán á Castellón y á 
Monte Casino, adonde hay un monasterio de 
monjes Benitos, adonde estaban muchos re- 
ligiosos de santísima vida. Este lugar tenían 
los franceses como segurísima fortaleza, los 
cuales poco antes se habían concertado de 
salir de allí si dentro de ciertos días no les ve- 
nía socorro, y siendo cumplido el término alar- 
gaban el querer rendirse. El Gran Capitán, no 
le pareciendo sufrir aquella tardanza, allegóse 
con el ejército animando á los soldados con 
la esperanza de la presa. Fué muy grande la 
fuerza y diligencia de ellos en subir en lo alto 
del monte y en guindar arriba la artillería, con 
la cual después de batida y haberle dado un 
recio asalto dos valerosos capitanes llamados 
por nombre Ochoa yjordán de Artiaga, subie- 
ron el uno por una soga puesta por encima 
de la muralla y el otro muy osado y animosa- 
mente entró por una estrecha abertura del 
muro, siguiéndolos los alférez, mataron al ca- 
pitán de los franceses y tomaron aquella pla- 
za del monasterio, y de allí se fué á la torre 
del Garellano, que es un paso fuerte y por 
donde los franceses habían de venir y donde 
él les podía hacer mucho daño. Dejó el Gran 
Capitán á D. Alonso de Carbajal y al capitán 
Pedro de Paz con cincuenta hombres de ar- 
mas y trescientos caballos ligeros y con qui- 
nientos infantes, y fuese más adelante á Roca 
Seca, que es una muy buena y fortificada villa. 
Dejó al capitán Pizarro y al capitán Zamudio 



y al capitán Escalada, todos muy buenos, va- 
lerosos y esforzados capitanes con otra bue- 
na parte de sus infantes, y con toda la demás 
gente de su ejército se pasó el Gran Capitán á 
Sant Germán, adonde se rehizo de vituallas y 
de todo lo que era necesario para su ejército, y 
estuvo allí especando hasta que salió de allí, 
según que se contará en su lugar. Monsiur de 
Alegre, que estaba en Gaeta con el ejército 
francés, sabiendo asimismo la venida del Mar- 
qués de Mantua en su favor, juntamente con 
ver el Gran Capitán y el ejército español le- 
vantado de Mola y Castellón, adonde hasta 
entonces había estado, y que ya de su parte 
no le vendría daño á la ciudad de Gaeta, por 
estar más apartado de aquel lugar, determinó 
con el Marqués de Saluces de saür de Gaeta 
y irse al Garellano y esperar allí al Marqués 
de Mantua y juntarse ambos en aquel lugar, 
y que entretanto pasarían por aquella puente 
á Cieza, y harían todo el daño que pudiesen 
en los españoles, que ende á la sazón estaban 
con el Duque de Termes. Finalmente, con esta 
voluntad el Marqués de Saluces y monsiur de 
Alegre, dejando bien proveída la ciudad de 
todo lo necesario á su defensión, así de gente 
como de todas las otras cosas, con todo el 
ejército se partieron la vía del Garellano, y 
como allegaron al lugar de la puente de Cieza, 
asentaron su real de esta otra parte del río, y 
desde aquel lugar cada día pasaban la puente 
á hacer daño en los españoles que estaban en 
Cieza; los cuales por el mismo caso salían á 
defender el paso á los franceses, y nunca de- 
jaban cada día de se rencontrar, en que había 
así de la una parte como de la otra muchos 
muertos, heridos y presos. En este medio 
tiempo el Duque Valentino, que, según dicho 
es, se había tornado á Roma después de la 
creación del Papa Pío tercio, había trabaja- 
do en muy gran manera por que criasen por 
Pontífice al Cardenal Juliano Ostiense, del tí- 
tulo de San Pedro ad vinculam, que por ser 
mucho su amigo lo deseó con mucha afición y 
hubo efecto, y así se llamó Julio segundo. Pero 
como las cosas el tiempo las rueda, y así traen 
diversos efectos y fines, la mucha familiaridad 
y conjunta amistad del Pontífice y del Duque 
Valentino vino á se trocar en muy grande 
enemistad y odio, de tal manera que fueron 
en sumo grado contrarios y muy enemigos. Y 
como el Duque Valentino estuviese muy en- 
fermo, procuraba todas cuantas maneras él 



200 



CRÓNICA GENERAL 



podía para toda paz y concordia, para que no 
hubiese lugar de ejecutar el enojo y enemis- 
tad que con el Pontífice tenia, teniendo su 
gente á su salvo, por lo cual determinó de los 
despedir á todos y de les dar licencia que se 
fuesen adonde más su voluntad fuese. Y con 
este acuerdo del Duque Valentino todos los 
capitanes y gente de guerra que tenía en 
Roma se juntaron en uno y determinaron de 
irse en compañía del Gran Capitán á servir 
al Rey D. Fernando de España, en aquella 
guerra contra franceses, y así fueron todos 
unánimes y conformes. Y porque la nobleza 
y lealtad de los Príncipes que al campo es- 
pañol fueron, convida por su valor y virtud 
decir sus nombres, la crónica los pone aquí. 
El primero fué D. Yugo de Moneada y don 
erónimo Lloriz, Corollano de Roma, el Carde- 
nal Borja, D. Pedro de Castro y Francisco 
Masa, con otros nobles capitanes, asi espa- 
ñoles como italianos, caballeros y hombres 
de armas muy escogidos. Y como iban en or- 
denanza salieron de Roma y fuéronse la vía 
de Sant Germán, adonde el Gran Capitán con 
el ejército español estaba; y con aquella hon- 
ra como tan nobles caballeros merecían, el 
Gran Capitán con todo su ejército los salió á 
recibir y los preció mucho por la gran nece- 
sidad que á la sazón de ellos tenía, y asimis- 
mo porque ellos por sus personas y linaje 
merecían toda honra y buen acogimiento. 

CAPÍTULO CU 

De cómo el Marqués de Mantua se partió de 
la Isla y se vino á juntar con el ejército fran- 
cés, que estaba en el Garellano, y de cómo 
siendo juntos vinieron sobre Roca Seca, y 4^ 
lo que sucedió. 

Contado ha la crónica cómo el Marqués de 
Mantua con todo el ejército de las señorías 
estaba en la Isla, cerca de Roma, trabajando 
en la creación del Cardenal de Ruán por Pon- 
tífice. Pues dice ahora la crónica que viendo 
el muy poco fruto que en aquel caso su dili- 
gencia había obrado, por razón que los Car- 
denales no quisieron dar ninguna puntada en 
la creación hasta que de allí se partiese, de- 
terminó de lo así hacer, y también porque, 
como dicho ha la crónica, el mismo Cardenal 
de Ruán se lo envió así á rogar. Pues dice 
ahora la crónica que partido que fué el Mar- 



qués de la Isla con su ejército, que vino la vfa 
de-Gaeta, adonde creía hallar el campo fran- 
cés según que hasta allí había estado, pasó 
el monte Molle y de jornada en jornada venía 
á Ponte Corvo. El capitán monsiur de Alegre, 
como supo la buena venida del Marqués en 
su favor, levantóse del lugar de la puente de 
Cieza y fuese á la torre de Campo Latro, y 
allí se juntaron ambos á dos ejércitos y estu- 
vieron en la torre de Campo Latro tres días, 
en los cuales dieron orden en lo que debían 
de hacer acerca de la expugnación de aquel 
reino, dando de nuevo nueva expedición y 
consejo. Finalmente, en el último de Octubre 
del sobredicho año de mil y quinientos y tres 
años, el Marqués de Mantua se movió de la to- 
rre de Campo Latro juntamente con monsiur 
de Alegre, y vinieron con su ejército á Roca 
Seca, adonde, como arriba dijimos, estaban el 
capitán Zamudio y el capitán Pizarro y el coro- 
nel Villalba y el capitán Escalada con su gente. 
Y como los franceses fueron á cinco millas de 
Roca Seca, mandó el Marqués á algunos ca- 
balleros adelantarse para reconocer el estado 
de la villa y ver su disposición adonde más 
convenía asentar el campo. Con esta orden y 
mandado del Marqués de Mantua los caballos 
ligeros se adelantaron, y visto el asiento de 
la villa se tornaron á informar de todo al Mar- 
qués. El cual como fuese cerca de Roca Seca, 
envió delante un trompeta á requerir á los 
españoles que en todas maneras y sin tardan- 
za alguna se saliesen de Roca Seca y dejasen 
aquella villa libre y desembargada, donde no 
que ellos tuviesen por muy cierto y averigua- 
do que con más daño suyo del que pensaban 
se les sacaría de su poder, ejecutando en ellos 
todo el rigor que se pudiese ejecutar. Habían 
á esta sazón salido de Roca Seca el capitán 
Zamudio y el capitán Pizarro con alguna 
gente ñor reconocerá los franceses, que bien 
sabían que venían contra ellos sobre aquella 
villa; y como allegasen cerca, vieron venir al 
trompeta á muy grande priesa tocando la 
trompeta, que bien se hacía sentir por todos 
aquellos términos. Y como llegó adonde aque- 
llos capitanes españoles estaban, explicóles 
su embajada, que, según dicho es, muy llena 
de amenazas venía. Los cuales, enojados de 
tanta soberbia como con ellos los franceses 
mostraban, tomaron el trompeta y sin ningún 
detenimiento le ahorcaron de un árbol, que- 
riendo de aquel arte usar para que conociese 



DEL ORAN CAPITÁN 



207 



el Marqués el poco temor de sus amenazas 
que los españoles tenían, dado que viniesen 
muy rigurosos con el nuevo socorro. Gran pe- 
sar hubo el Marqués viendo que los españoles 
habían ahorcado á su trompeta, y por esta 
razón pugnó con todo su poder de los tomar 
á todos en aquella villa y no dejar hombre de 
ellos á vida, y así, hizo allegar su gente junto 
á Roca Seca, donde asentó su campo en la 
forma siguiente. En el arrabal, desde el prin- 
cipio de él hasta un monasterio de frailes, 
mandó estar la más gente de infantería de su 
ejército; de la otra parte del arrabal, en lo alto 
hacia la montaña el camino de Cuelo, mandó 
que se asentasen muchas piezas de artillería, 
y en aquel mismo lugar con hasta cuatro mil 
hombres aposentó su persona. Desde allí aba- 
jo hasta el cabo del otro arrabal camino de 
Sant Germán mandó estar toda la gente de 
armas y caballos ligeros con una parte de la 
infantería. Y por todas las otras partes del 
arrabal mandó el Marqués con mucha diligen- 
cia y presteza asentar toda la mayor parte 
del artillería que había quedado. Y todo su 
campo repartido en la forma que arriba se ha 
dicho, mandó luego por todas partes batir la 
villa, y tan animosa y fuertemente se batió 
que vino á tierra una gran parte del muro y 
derribó muchas casas y tejados, que por ser 
el sitio de la villa en alto los edificios de ella 
estaban señoreados del artillería, de manera 
que no disparaban tiro que no llevase delante 
de sí todo cuanto topaba en las casas. Final- 
mente, después de haber batido muy bien la 
villa, el Marqués mandó meter en armas su 
gente, y diéronle en un mismo tiempo tres 
combates, adonde los españoles mataron é 
hirieron muchos franceses, no sin harto daño 
suyo. Todo esto pasó dentro de un día; luego 
otro día siguiente el Marqués mandó batir la 
villa por otro cuartel de la parte del castilio 
abajo, adonde estaba el capitán Zamudio, y 
tan fuertemente le batieron, que en dos días 
que duró la batería no dejaron en todo aquel 
cuartel pedazo de muro que todo no fuese 
metido por el suelo, derribando asimismo mu- 
chas casas de las de dentro de la villa, aunque 
la muralla había muy poca ó ninguna defensa 
por razón de lo dicho, aunque muy indispues- 
ta era la entrada á los franceses por aquel 
lugar, porque tenían de subir una muy gran 
cuesta y áspera. Pero los franceses, conocien- 
do todavía su ventaja, porque estaba todo el 



muro en tierra, se esforzaron á subir ayudán- 
dose los unos á los otros, aprovechándose de 
las escalas que traían, y de esta manera lle- 
garon junto al muro. Pero los españoles con 
muy grande ánimo defendían á los franceses 
la entrada, comenzándose de mezclar unos 
con otros, de manera que duró el combate tres 
horas, en que murieron muchos franceses y 
algunos españoles hubo heridos y pocos muer- 
tos, y éstos murieron á causa del artillería, 
por razón que como el muro de aquel cuartel 
estuviese todo derrocado y el artillería de los 
franceses no dejase continuamente de les ti- 
rar, no podían estar seguros á la defensa; por- 
que como se descubrían, el artillería luego los 
llevaba de vuelo y los hacía muy gran daño. 
Pero el capitán Zamudio, que muy buen capi- 
tán y esforzado soldado era, con aquella gen- 
te que consigo tenía, trabajó tanto aquel día 
que los franceses no les pudieron entrar, y 
así les convino dejar la batalla y retirarse á 
su campo. Pues como los franceses se reti- 
raban, el capitán Escalada salió con veinte 
buenos soldados por el mismo muro derriba- 
do y dio de improviso en ellos, y de su aco- 
metimiento mató é hirió algunos franceses; y 
no pudiendo por alguna aspereza de la mon- 
taña seguirlos más, se tornó á la villa, no osán- 
dose mucho desmandar por ser pocos los 
hombres que consigo tenía. Como los fran- 
ceses fueron retirados de esta manera y de 
esta batalla, descubrieron por muy averigua- 
do que tomaran la villa, según la poca defensa 
del muro, y tornaron de nuevo á dar priesa en 
la batería por todas partes de la villa, y tan 
espesa andaba y tan gran daño hacía, que así 
en la defensa del muro, que (como dicho es) 
todo estaba en tierra, como por las calles de 
dentro de la villa, no había hombre que osase 
parecer que no fuese muerto del artillería. De 
cuya causa fueron los españoles puestos en 
grandísimo estrecho y extremo trabajo, que 
ya no esperaban otra cosa salvo la muerte, 
según tenían por cierta su perdición. Estan- 
do, pues, en esto, ya los franceses se adere- 
zaban para el combate, el cual sin ninguna 
duda fuera el último en aquella demanda, pero 
vieron venir por la montaña gente de guerra 
española. Este era Diego García de Paredes, 
el cual, como supo la venida del Marqués en 
socorro de los franceses y que estaba sobre 
Roca Seca, luego se movió de las tierras de 
Oliveto juntamente con el capitán Pedro Na- 



208 



CRÓNICA GENERAL 



varro, que traía dos mil hombres de guerra. 
Y como fueron encima de la montaña, á muy 
gran priesa se comenzaron á bajar para se me- 
ter en la villa y de camino dar un mal rebato 
en el campo francés. Pero como los franceses 
vieron venir aquella gente á la sazón, perdie- 
ron la esperanza que de tomar la villa tenían, 
á los cuales sin perder tiempo el Marqués 
mandó levantar de sobre aquel cerco; y hecho 
así, el Marqués de Mantua, juntamente con 
todo su campo, pasó el río á la otra parte á 
un llano que está cuatro millas de Roca Seca, 
y se quedó lo que quedaba del día y la noche 
toda. Y luego otro día siguiente por la maña- 
na se alzó de aquel lugar y se fué la vía de 
Aquino, no sin muy gran trabajo y peligro del 
ejército, por razón de la gran tempestad de 
agua que en aquel día caía, como de los días 
pasados estuviese la tierra muy harta de agua 
á causa de las grandes pluvias que habían 
caído, porque, según verdad, aquel año fué el 
más mojado y tempestuoso de aguas que nun- 
ca los vivos tal vieron. Estaba la tierra tan 
llena de lodos y atolladeros, que muchas bes- 
tias del carruaje y caballos que llevaban el ar- 
tillería perecieron ende sin poder ir atrás ni 
adelante ni sacar la carga de los grandes char- 
cos y lodos que había. Finalmente, pasando 
muy gran trabajo en aquel día el ejército fran- 
cés, vinieron á Aquino, adonde el Marqués es- 
tuvo todo lo que quedaba del dia descansan- 
do con su gente. 

CAPÍTULO CIII 

De cómo el Marqués de Mantua con todo su 
ejército se partió de Aquino la vía de Ponte 
Corvo, y de cómo el Gran Capitán salió de 
Sant Germán en pos de él, y de lo que en el 
camino le sucedió con los franceses. 

Luego á la mañana siguiente el Marqués de 
Mantua con todo su ejército se movió de 
Aquino y fuese la vía de Ponte Corvo, por 
razón que aquella villa era más fuerte y no 
había gente española que le estorbase su pro- 
pósito para se fortificar en ella. El Gran Ca- 
pitán, que no entendía en otra cosa salvo en 
dañjir á los franceses, como supo que se ha- 
bian levantado de Roca Seca y el camino que 
llevaban, que era con voluntad de se meter en 
Ponte Corvo, luego la misma mañana que el 
Marqués de Mantua se partió de Aquino, el 



Gran Capitán se partió de Sant Germán con 
mucho secreto y fué á la mayor prisa que 
pudo en pos de los franceses. Por el camino 
que llevaban estaba la vía de Aquino en me- 
dio del camino, entre Sant Germán y Ponte 
Corvo, y como llegó á Aquino halló muy gran 
copia de franceses en la misma villa, los cua- 
les habían quedado enfermos, que no habían 
podido caminar ni seguir su capitán. Y por 
esta razón estos franceses con gran miedo 
que de los españoles habían, creyendo que allí 
los habían de matar, todos se metieron dentro 
en una iglesia esperando la muerte, que por 
muy cierta tenían. Pero el Gran Capitán, que 
en semejantes casos de mucha humanidad y 
mansedumbre siempre se señalaba, mandó 
expresamente á toda su gente que no fuese 
ninguno osado de hacer mal á los franceses 
que allí estaban, lo cual así se cumplió según 
que el Gran Capitán mandó; y no contento 
con esto, viendo la necesidad de aquella gen- 
te, les mandó dar de comer y de beber y los 
favoreció en todo lo que había menester; y 
luego con mucha diligencia, habiendo estado 
un poco en aquella villa detenido, así en re- 
parar á los franceses como en recoger su gen- 
te, que algo venía desordenada por la in- 
comodidad de los caminos, movió de Aquino 
á muy gran priesa en seguimiento de los fran- 
ceses que llevaban la vía de Ponte Corvo; y 
tanto anduvo que los descubrió que iban de- 
lante de él tres millas, todos en muy buena 
orden, aunque á la verdad muy trabajados del 
camino, que, como arriba dijimos, las aguas 
habían sido tan excesivas en aquella entrada 
del invierno, que la tierra con muy gran fatiga 
se podía caminar. Pero el Gran Capitán con 
su gente (que también participaba de aquel 
trabajo) no dejaba de los seguir á muy gran 
priesa; y para que mejor pudiesen reconocer 
el orden que los franceses llevaban, y asimis- 
mo para los entretener entretanto que la in- 
fantería llegaba, envió al capitán Fabricio Co- 
lona con los caballos ligeros adelante, el cual, 
según la crónica ha contado, era venido de 
la provincia de Abruzo, adonde el Gran Ca- 
pitán estaba. Los franceses como se sintieron 
seguir de los españoles, aceleraron su camino, 
y á más andar lo mejor que pudieron se me- 
tieron en Ponte Corvo, no se teniendo por 
bien seguros si esperaban á los españoles en 
campo. Y con la misma orden que llevaban en 
el marchar, se metieron por Ponte Corvo y 



DEL GRAN CAPITÁN 



209 



después pasaron la puente y arrabal, y allí el 
Marqués de Mantua asentó su real haciéndo- 
se fuerte para esperar ende el Gran Capitán, 
si todavía quisiese ir contra él. Y para mayor 
seguridad suya y de los suyos, el Marqués 
mandó asestar toda el artillería á la boca de 
la puente por donde de necesidad había de 
pasar el ejército español, y hizo otros muchos 
aparejos creyendo que el Gran Capitán que- 
ría seguirle hasta dentro de aquel lugar. Pero 
no fué así, por razón que como el capitán Fa- 
bricio Colona era, según dicho es, ido adelan- 
te con los caballos á tomar lengua del ejérci- 
to francés y su disposición, y supo la gran for- 
taleza que tenían y de cómo era muy dificulto- 
so á esta causa entrarlos; por lo cual tornán- 
dose con sus caballos avisó de todo al Gran 
Capitán, el cual luego mandó tornar la gente 
á Sant Germán de donde habían salido. Y tor- 
nándose la gente su camino, en este retraer, 
después de pasada gran parte del día, ya que 
quería anochecer, entre Aquino y Sant Ger- 
mán, vino tan grande tempestad de agua que 
todo el ejército fué metido en mucho trabajo 
y peligro de sus personas, y lo que más les 
causaba pasión era que la noche sobrevino 
con muchas tinieblas y oscuridad increíble, 
que apenas veían el camino; y de esta manera 
esforzándose los unos á los otros, viendo que 
era mayor el daño que les podía suceder que- 
dándose en el campo que no el que les cau- 
saba caminar, aunque con harto trabajo, alle- 
garon á Sant Germán bien fatigados, y de 
esta manera el Gran Capitán y gente del ejér- 
cito se retrajeron á sus estancias, dando des- 
canso á sus miembros, que bien lo habían me- 
nester, según el gran trabajo que pasaron. 

CAPÍTULO CIIII 

De cómo el Gran Capitán envió á Diego Gar- 
cía de Paredes y al capitán Fabricio Colona 
sobre Roca de Andria, que se tenia por Fran- 
cia, adonde en el rio del Garellano estaba 
un capitán francés con comisión de hacer 
aria puente por donde el ejército francés pa- 
sase, y de lo que sobre ello sucedió. 

Después que el Gran Capitán se tornó, se- 
gún dicho es, á Sant Germán, luego como fué 
de día, aquella mañana siguiente, procurando 
de todo punto la reducción de aquel reino en 
merced del Rey D. Fernando de Castilla y de 

Crónicas del Gran Capitán.— H 



Aragón su señor, y viendo que la dilación en 
aquel caso era muy gran daño y perjuicio para 
el reino, por razón que los franceses se ha- 
cían más fuertes con los socorros que les ve- 
nían cada día, determinó de poner gran dili- 
gencia por salir del con aquel hecho; y con 
esto, sabiendo que una villa fuerte que llaman 
Roca de Andria estaba por Francia, y que asi- 
mismo en el río del Garellano estaba un capi- 
tán francés, dicho por nombre Monleón, con 
treinta hombres de armas y cien caballos li- 
geros y cincuenta infantes, con comisión de 
hacer una puente por donde el ejército fran- 
cés pasase de la otra parte del río, porque 
estaban los franceses determinados de venir 
á las manos con los españoles; porque verda- 
deramente pensaban que si pasasen el Gare- 
llano, en breve los españoles serían rotos en 
campo y el reino vendría luego en su poder, 
y por esta razón habían los franceses enviado 
aquel capitán con la sobredicha comisión. Y 
por esta causa el Gran Capitán, viendo el daño 
que en pasar los franceses de esta otra parte 
del río se le podía seguir en el reino, deter- 
minó estorbarles con todo su poder, y así con 
mucha diligencia el Gran Capitán envió sobre 
Roca de Andria al capitán Fabricio Colona y 
á Diego García de Paredes, para que trabaja- 
sen de tomar aquella villa, adonde estaba un 
capitán llamado Federico de Mont Fort con 
guarnición francesa, y no consintiendo echar 
la pueate al capitán Monleón, que según di- 
cho es, para ello llevaba comisión. Llevaban 
estos capitanes españoles dos mil infantes y 
cuatrocientos caballos y cinco piezas de arti- 
llería, con lo cual se partieron una mañana de 
Sant Germán, y la noche bien tarde llegaron 
sobre Roca de Andria, adonde se concertó 
que Fabricio Colona con los caballos estuvie- 
se en el paso del río y no dejase echar la 
puente en ninguna manera á los franceses, y 
Diego García de Paredes con la infantería y 
artillería combatiese la villa. Y con esta orden 
cada uno de los sobredichos capitanes puso 
por obra lo que debían de hacer aquella no- 
che que llegaron sobre Roca de Andria. Diego 
García de Paredes dio orden en el asiento del 
artillería para que luego en la mañana se com- 
batiese la villa, según que se hizo, y asimismo 
ordenó su gente por sus estancias para que 
diesen la batalla por partes diversas, cuando 
menester fuese. Finalmente, siendo de día, 
Diego García de Paredes mandó batir la villa 



210 



CRÓNICA GENERAL 



con el artillería, la cual se batió con mucha for- 
taleza, de tal manera que hizo un gran portillo 
en el muro, por donde Diego García de Pare- 
des metiendo en armas su gente comenzó á 
batir la villa y dar la batalla; adonde se pasó 
muy gran trabajo, por razón que la villa es 
muy fuerte y tiene un castillo de muy grande 
defensión. Pero en fin de mucho daño, así en 
una parte como en la otra, Diego García de 
Paredes tomó la villa por el Rey de España 
por fuerza de armas. Los que la defendían, 
viendo los españoles dentro, todos se retra- 
geron á la Roca. Pero no les fué aquel lugar 
tan seguro como pensaron tenerle, por razón 
que Diego García de Paredes los amenazó 
con batalla, y tanto hizo de su persona con 
su gente, que sin detenimiento convino á los 
de la Roca darse por el Rey de España, y de 
esta manera la Roca de Andria vino en mer- 
ced del Rey Católico de España. En este me- 
dio, á la sazón que la Roca se combatía, el ca- 
pitán Monleón, viendo la gente que contra él 
eran venidos y de cómo la Roca de Andria es- 
taba ya por España, dejó aquel hecho de la 
puente imperfecto y fuese á Roca Guillerma, 
donde el ejército francés era ido para la to- 
mar. Y como no pudieron hacer lo que quisie- 
ron, por razón de la guarnición española que 
ende estaba, la cual se retrajo á las fuerzas 
de la villa, adonde hechos fuertes por demás 
trabajaron los franceses de los querer tomar, 
y así se hubieron de retirar y se fueron al Ga- 
rellano, dejando á los españoles de Roca Gui- 
llerma como de antes estaban en guarnición; y 
luego como llegaron en aquel lugar del río del 
Garellano ordenaron de pasar de esta otra 
parte del río, que á la verdad no era otro su 
deseo, salvo venir á las manos con los espa- 
ñoles. 

CAPÍTULO CV 

De cómo Diego García de Paredes después que 
hubo tomado la Roca de Andria. juntamen- 
te con el capitán Fabricio Colona, se fueron 
el río abajo del Garellano, adonde hallaron 
el campo francés ordenando de echar la 
puente abajo para pasar, y de cómo el Gran 
Capitán se vino á juntar con ellos en aquel 
lugar. 

Después que Diego García de Paredes hubo 
tomado la Roca de Andria, según que dicho 
es, el capitán Fabricio Colona, que, como diji- 



mos, se había quedado con la gente de caballo 
de esta otra parte del río para vedar al capi- 
tán Monleón que no hiciese por allí paso, sa- 
biendo en cómo ya era partido y que llevaban 
el camino adonde todo el campo francés esta- 
ba, hízolo luego saber á Diego García de Pa- 
redes, y por esta razón lo más aína que pudo 
se desembarazó de la Roca de Andria, y de- 
jando allí gente de guarnición se fué con toda 
la más gente que tenía á juntar con Fabricio 
Colona. Y ambos á dos capitanes con los in- 
fantes y caballos que llevaban se fueron por 
la otra parte del río abajo, porque se decía 
que los franceses querían pasar por la otra 
parte del río abajo, pues por aquella parte ha- 
bían sido estorbados. Y así los españoles pro- 
curaban en todas las maneras del mundo de 
irles á la mano en aquel hecho, y con esta vo- 
luntad apresuraron su camino á tiempo que 
los franceses aderezaban de hacer el paso á 
la otra parte del río del Garellano. Es este 
río en la provincia de Campania y va á entrar 
en el mar Mediterráneo. Por la otra parte de 
Mola corre entre Sant Germán y Ponte Corvo 
y nace del lugar del lago de Celano, junto á 
Celano y Ortuchia. Es muy grande río y muy 
hondo, por manera que no se halla en él vado 
ninguno, en especial en aquel tiempo que era 
año de muchas aguas y era en el principio del 
invierno. Por esta razón los franceses te- 
nían voluntad de pasar el Garellano á se ver 
con los españoles á las manos. Diego García 
de Paredes y Fabricio Colona, llegando lue- 
go, asentaron su real contra los franceses por 
la otra parte del río y no los dejaron hacer 
el paso para pasar la otra parte del río como 
deseaban, y los franceses no hacían sino pa- 
sar en barcas de la otra parte del río á es- 
caramuzar con los españoles por darles reba- 
tos en aquel lugar donde se habían alojado. 
En las cuales escaramuzas los españoles por 
se defender entre los unos y los otros había 
siempre muertos y heridos de la una y de la 
otra parte. De esta manera aquellos capitanes 
españoles detuvieron á los franceses, que 
nunca pudieron echar la puente hasta que tu- 
vieron lugar, según que abajo se dirá. En este 
tiempo el Gran Capitán, que estaba, según 
dicho es, en Sant Germán, como supo la nece- 
sidad que de su persona y gente había en el 
Garellano y lo que los franceses trabajaban 
en querer pasar de la otra parte del río echan- 
do su puente, y el trabajo con que"de aquellos 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



2U 



dos capitanes era defendido aquel paso, luego 
á muy gran priesa se partió de Sant Germán 
con todo su ejército y fuese á juntar con Fa- 
bricio Colona y con Diego García de Paredes 
en el Garellano. Y como allegó en el lugar con- 
trario de los franceses, viendo la disposición 
de la ribera y asimismo el ejército francés y 
su asiento, con muy gran diligencia ordenó 
como convenía la guardia de la ribera que 
está junto á la torre, adonde Pedro de Paz y 
Alonso de Carvajal habían quedado, cuando 
el Gran Capitán se partió de Sant Germán, 
según dicho es. Y luego más abajo en la ribe- 
ra junto á la marina, adonde estaba una torre 
fuerte, envió al capitán Pedro Navarro y á 
otros capitanes con seiscientos hombres de 
guerra para que estuviesen allí en guardia de 
aquella ribera, y llevaron asimismo cuatro fal- 
cor.etes y otra artillería menuda. Y hecho esto 
el Gran Capitán, viendo cómo los franceses 
querían echar en el río la puente, ordenó de 
no poner guardia en la ribera del río, por cuya 
defensión y seguridad del Gran Capitán man- 
dó hacer una trinchea, para que los españoles 
que estuviesen de guardia en aquel paso es- 
tuviesen cubiertos sin que recibiesen algún 
daño de la artillería francesa que desde la ri- 
bera les tiraba. Después de esto un día, sien- 
do de guardia en el paso de la ribera el coro- 
nel Villalba y el capitán Zamudio y el capitán 
Pizarro, pasaron en barcas de esta otra parte 
adonde la guardia española estaba hasta 
ochenta franceses, y atravesando el río vinie- 
ron á dar junto aquel lugar, donde hallaron 
que hacían la guardia los españoles. Y el capi- 
tán Zamudio y los otros capitanes, como los 
vieron venir, salieron á ellos con cuarenta 
hombres y pelearon un gran rato con ellos; y 
de tal manera los recibieron que á fuerza de 
brazos los levantaron hasta dar con ellos en 
el río en aquel lugar donde las barcas habían 
quedado, adonde en su seguimiento mataron 
é hirieron algunos franceses; los cuales, sien- 
do en la barca metidos, se pasaron á su cam- 
po de la otra banda del río; los españoles se 
tornaron al lugar donde hacían la guardia. 
Muchos días estuvieron españoles y france- 
ses en aquella ribera, en que no dejaban cada 
día de visitar con escaramuzas, por razón 
que los franceses nunca hacían sino pasar en 
barcas el río y atravesar de una y de otra 
parte á se ver con los de la guardia española, 
forzando siempre los franceses de los echar 



de aquel lugar. Y de esta manera otro día si- 
guiente, siendo de guardia el capitán Pedro 
de Paz y Alonso de Carvajal, fueron avisados 
cómo otro día habían los franceses de echar 
la puente, porque ya la tenían acabada y no 
les faltaba otra cosa salvo de echarla en el 
río para pasar de la otra parte. Y los capita- 
nes españoles que eran de guardia, no se ha- 
llando muy seguros en aquel hecho, enviáron- 
lo á decir al Gran Capitán, diciéndole asimis- 
mo que mandase poner recaudo en la guardia 
del paso, porque ellos cumplían aquella no- 
che con su guardia y habían sabido que la 
mañana siguiente habían los franceses de 
echar la puente, y que ellos no tenían aderezo 
suficiente para les defender el paso. Luego á 
la noche que cumplieron la guardia Pedro de 
Paz y Alonso de Carvajal, el Gran Capitán en- 
vió á Diego García de Paredes con la gente 
que le pareció ser bastante para la guardia 
del paso, y Diego García de Paredes con 
aquella gente tomó la guardia y estuvo ende 
todo lo demás del día que los franceses no 
echaron la puente; y siendo á hora de víspe- 
ras los franceses comenzaron á echar la puen- 
te, la cual era con grande ingenio de barcas 
encadenadas y entretravadas unas con otras, 
y encima de ellas enclavadas unas tablas muy 
gruesas, por manera que se puede decir ser 
aquella puente hecha con no menor ingenio 
que las que Julio César, dictador de Roma, 
hizo para que su ejército pasase el río contra 
los sicambros, según que se lee en sus mis- 
mos comentarios. Después que fué la puente 
echada, según dicho es, pasaron por ella hasta 
cuatrocientos franceses; y todos juntos, con 
buena orden y grande ímpetu, dieron en la 
guardia española que Diego García de Pare- 
des tenía, el cual los recibió con no menor 
ánimo que fortaleza; porque siendo Diego 
García de Paredes hombre de gran hecho en 
la guerra, procuró á la sazón con todas sus 
fuerzas dar buena cuenta de sí y de la guar- 
dia del paso que le había sido cometida; y por 
esta razón arremetió con toda su gente á los 
franceses, y de tal manera se hubo con ellos 
que en muy breve tiempo los desbarató á to- 
dos y por fuerza de armas los hizo retraer á 
la puente. Y en tanto aprieto los puso y tan 
de recio cargó sobre ellos, que no pudiendo 
todos entrar en la puente, los que de fuera 
quedaron cumpüeron con sus vidas, siendo 
ende todos muertos á golpes de espada. Hubo 



212 



CRÓNICA GENERAL 



muchos ahogados en el río, los cuales fueron 
por todos más de cincuenta franceses. El 
Gran Capitán, que ya había sabido cómo los 
franceses se habían pasado con la gente de 
la guardia y que Diego García de Paredes an- 
daba peleando con ellos, envió á gran prie- 
sa un soldado que dijese á Diego García de 
Paredes que hiciese como quien él era y que 
si hubiese menester socorro de gente que 
se lo hiciese saber y que luego le socorre- 
ría con gente. Diego García de Paredes, que 
grandes cosas había hecho aquel día, vien- 
do que los franceses iban ya de vencida y 
que no le podían durar mucho tiempo en el 
campo, envió á decir al Gran Capitán con el 
mismo soldado: «Decid al Gran Capitán que 
en tanto que yo fuere de guardia que yo le 
aseguraré el campo de los franceses, y que 
al presente no tengo necesidad de su ayuda 
ni de otro ninguno, y que no tenga temor 
que la guardia se perderá». Con esto se fué 
aquel soldado al Gran Capitán, y Diego Gar- 
cía de Paredes, forzando todavía á los fran- 
ceses, los hizo retraer á su campo, que de la 
otra parte del río estaba, y él, dejándolos de 
seguir más, se tornó con su gente á su es- 
tancia, adonde se estuvo hasta que pasó el 
día de su guardia. 

CAPÍTULO CVl 

De cómo siendo de guardia en el paso de la 
ribera D. Rodrigo Manrique y Alonso de la 
Rosa perdieron aquel dia á la guardia, y lo 
que después de esto sucedió. 

Después que Diego García de Paredes, se- 
gún dicho es, cumplió su guardia, otro día si- 
guiente el Gran Capitán señaló que fuese de 
guardia D. Rodrigo Manrique y Alonso de la 
Rosa, con cien españoles y con doscientos 
alemanes y con doscientos caballos italianos. 
Y estando que estaban haciendo aquel día la 
guardia, procurando en todas maneras los 
franceses apartar si pudiesen los españoles 
de aquella guardia, que aquello les era muy 
grande impedimento á su propósito, que era 
pasar de esta otra parte del río, según dicho 
es, pues este día determinaron pasar la puen- 
te; y como fueron de esta parte de la puente 
arremetieron recio contra la guardia españo- 
la, y los capitanes españoles, por mala orden 
que en el recibimiento de los enemigos tuvie- 



ron, perdieron la guardia y por poco no se 
perdieron todos. Y fué la causa de la desor- 
den consentir salir los capitanes á su gente 
toda de tropel, de donde sucedió que estando 
el artillería francesa asentada contra la punta 
del bestión de la guardia española y la gente 
saliese á escaramuzar con los franceses toda 
de tropel, descargáronla toda junta contra los 
soldados de la guardia, de lo cual murieron á 
esta causa muchos hombres llevados con el 
artillería. Y en esto los soldados italianos, que 
mezclados con el escuadrón de los españoles 
andaban, como vieron el daño que el artille- 
ría les hacía, no quisieron pelear, antes desam- 
parando el bestión por su parte, se comenza- 
ron todos de retraer al cuerpo de su campo. 
Los alemanes, viendo que los italianos se re- 
traían, comenzaron ellos asimismo á los se- 
guir, por manera que no quedaron en el cam- 
po sino algunos españoles, los cuales, dado 
caso que se detuvieron un buen rato defen- 
diendo á los franceses no tomasen el bestión 
de la guardia, no pudieron tanto hacer que al 
fin no prevaleciese más el número desigual de 
los franceses; por donde convino á los espa- 
ñoles retirarse ásu campo como lo habían he- 
cho los otros primeros, y de esta manera los 
franceses ganaron el bestión de la guardia, 
con harto daño que el artillería hizo en los 
españoles, el cual se perdió aquel día por el 
mal orden de los capitanes que en él cargo te- 
nían. Y á esta sazón se había ya comenzado á 
sentir en el campo español este desbarato 
de los de la guarda, por lo cual todos alboro- 
tados tomando las armas á muy gran prisa, el 
que más aína podía iba á echar los franceses 
de aquel lugar que los suyos habían perdido. 
Pero los franceses, viendo venirátodo el ejér- 
cito español sobre sí, lo mejor que pudieron 
se comenzaron á retirar á su campo, no se 
atreviendo á esperará los españoles que eran 
muchos más sin comparación que ellos y no se 
pudieran sustentar en la guardia de aquel 
bestión que habían ganado. De los primeros 
que socorrieron fué Diego García de Paredes 
y el capitán Zamudio y el capitán Pizarro y el 
coronel Villalba con mil y quinientos hombres, 
y fueron ala mayor prisa que pudieron en se- 
guimiento de los franceses, que ya se habían 
comenzado á retraerse muy á su salvo. En 
esto, luego tras ellos allegaron el Gran Capi- 
tán con toda la demás gente del ejército, al 
cual como Diego García de Paredes fuese y 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



213 



viese al Gran Capitán díjole: «Señor, qué ha- 
bernos hecho, pues que nuestros enemigos sin 
temor nuestro se metieron por los términos de 
vuestro campo haciendo el daño que, señor, 
veis que han hecho? Gran vergüenza es nues- 
tra». Entonces el Gran Capitán, creyendo que 
los franceses habían quedado apoderados en 
el bestión de la guardia, mandó que todos 
juntos arremetiesen contra ellos y los echasen 
de la guardia y que cobrasen el bestión. Diego 
García de Paredes, que muy bien sabía el es- 
tado de los franceses, de cómo dejado el bes- 
tión se retiraban á la puente, dijo al Gran Ca- 
pitán: «Señor, lo que los franceses deseaban 
hacer ya me parece que lo han hecho, que ha 
sido quitar nuestra guarda del paso con el 
daño y muerte de vuestra gente; ya ellos se 
retiran á su campo, desamparando vuestra 
guarda y no hay al presente casi con quien 
pelear; por tanto, señor, mi parecer es que no 
pasemos más adelante, y pues de esta otra 
parte no hay ningún francés con quien pelear y 
no tenemos otros enemigos con quien comba- 
tir sino es con su artillería, que muy peligro- 
sa se muestra contra nosotros, según que ha- 
bernos visto, para haber de aventurar la gente 
de esta manera mejor sería que esperásemos 
áque pasasen mil ó dos mil francesesyque en- 
tonces diésemos todos sobre ellos, adonde sin 
ninguna duda teníamos cierta la victoria y po- 
díamos ganar todo su campo». El Gran Capi- 
tán le respondió fuera de todo buen propó- 
sito diciéndole: «Diego García, pues no puso 
Dios en vos miedo, no lo pongáis vos en mí». 
Entonces Diego García de Paredes, con muy 
grande enojo que de aquellas palabras que 
el Gran Capitán le dijo recibió, le tornó á res- 
ponder: «Señor, lo que yo tengo dicho no son 
palabras de miedo, que si hoy no hay quien 
meta mayor miedo en vuestro campo que yo 
meteré, seguro está; pero yo haré que de 
aquí á veinte días, si quisiéredes caminar, nos 
metamos dentro en Francia, quedando venci- 
dos y rotos los franceses». Y en diciendo estas 
palabras muy airado descendió de su caballo 
y púsose á pie con la infantería y á muy gran 
priesa comenzó á caminar hacia la puente con 
voluntad de pasar de la otra parte á pelear 
con el campo francés. Y para esto usó de un 
ardiz muy de sabio, y fué que mandó parar su 
gente algo apartados de la puente y fingiendo 
que iba á hablar con los franceses, así como 
estaba armado, quitado el almete y puesto un 



morrión, tomó una espada de dos manos en el 
hombro y se metió por la puente del Garella- 
no que los franceses habían echado poco an- 
tes. Los franceses como le conocían, viendo 
que venía solo y con un continente que pare- 
cía venir de paz, se allegaron pacíficamente á 
hablarle; el cual en llegando á ellos los saludó 
con mucha cortesía, y los franceses asimismo, 
y llegado que fué, los franceses le dijeron: 
«¿Qué manda el valeroso capitán Diego Gar- 
cía de Paredes?» El cual les respondió: «Yo 
querría hablar al capitán general y álos otros 
capitanes cosa que á todos conviene; por esto 
haced que todos se ayunten aquí». Lo cual 
hacía con fin que como el artillería francesa 
estaba toda casi las bocas de los cañones á 
la puente, por donde ningún español podía pa- 
sar sin ser muerto, llegados allí los franceses 
tenían á sus espaldas el artillería, de tal ma- 
nera que no podía jugarse sin matar primero 
á los mismos franceses que habían venido á 
hablar con Diego García de Paredes. Pues 
pidiendo Diego García de Paredes por el ca- 
pitán general y otros capitanes para que allí 
se juntasen, que les quería hablar, según 
dicho es, y venidos allí todos, Diego García 
de Paredes les dijo: «Ya sabéis todos cómo 
el Gran Capitán Gonzalo Hernández y otros 
muchos y entre ellos yo habemos venido aquí 
por servir al Rey D. Fernando, nuestro se- 
ñor, acerca de la conquista de este reino de 
Ñapóles, y vosotros como servidores del po- 
deroso Rey Luis de Francia, para oponeros 
contra nosotros, y pues por esta razón aquí 
nos habemos juntado, bien será hacer prueba 
de nuestras personas». Y diciendo esto, con 
la espada de dos manos que tenía se metió 
entre ellos, y peleando como un bravo león, 
empezó de hacer tales pruebas de su perso- 
na, que nunca las hicieron mayores en su tiem- 
po Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni 
otros antiguos valerosos capitanes, parecien- 
do verdaderamente otro Horacio en su denue- 
do y animosidad. Los españoles que él había de- 
jado aparte, viendo lo que pasaba, todos hechos 
una cuña arremetieron á la puente, así para 
socorrerle como para pelear con los franceses, 
los cuales, viendo venir á los españoles tan de- 
terminados á se meter por la puente, saliéron- 
les al encuentro y mezclados con ellos comen- 
zaron á pelear con mucha fortaleza, y como 
Diego García de Paredes estuviese tan encen- 
dido en ira, por lo que poco antes había pa- 



214 



CRÓNICA GENERAL 



sado él y el Gran Capitán, hacía tanto de su 
persona, que sin duda ninguna si la otra gen- 
te española fuera igual en número con los fran- 
ceses, aquel día se perdiera todo el campo 
francés. Y así se mostró tanto que con aque- 
lla gente que traía consigo entre muertos á 
golpe de espada y anegados en el río fueron 
aquel día más de quinientos franceses. Y ver- 
daderamente todavía pasaran los españoles la 
puente sino por razón del artillería que anda- 
ba muy espesa entre los españoles y morían 
muchos de aquella causa, por haberse retraí- 
do los franceses de tal manera que podían 
jugar su artillería contra los españoles que 
estaban en la puente. Y lo que más les dañaba 
era que la puente y sitio de ella era llano y 
no había ende reparo alguno do se pudiesen 
defender del artillería y muy gran daño reci- 
bían; determinaron todos juntos de se retirar 
al bestión de su guardia. Y como Diego Gar- 
cía de Paredes anduviese en tanto peleando 
con los franceses, creyendo que, según las 
palabras pasadas del Gran Capitán, tenía vo- 
luntad de pasar la puente á pelear de la otra 
parte con todo el campo francés, no miran- 
do cómo toda la gente suya se retiraba, que- 
dó él solo en la puente como valeroso ca- 
pitán peleando con todo el cuerpo de los fran- 
ceses, pugnando con todo su poder de pasar 
adelante. Pero como él no fuese sino uno 
solo, dado que grandes cosas hacía en armas, 
no pudo tanto sufrir que no sintiese bien la 
fuerza de los franceses, la cual por le traer á 
la muerte ponían. Y por esta razón, siendo 
amonestado de sus amigos que mirase su no- 
torio peligro, le convino lo mejor que pudo 
recogerse adonde su gente estaba, y así, aun- 
que bien cargado de golpes, por su fuerza y 
valor, salió del poder de los franceses, que 
aquel día le pusieron en muy gran peligro la 
vida; y cierto Nuestro Señor le quiso favo- 
recer y guardar aquel día en particular, por- 
que allende del daño que de la gente con 
quien se combatía podía recibir, descargaron 
contra él algunos cañones de artillería menu- 
da y gruesa, ninguno de ellos le perjudicó en 
cosa alguna, aunque de verdad fué mucha la 
gente española que murió á manos de los fran- 
ceses. Finalmente, librándole Dios su persona 
de peligro, se retrajo adonde la demás gente 
española estaba en el bestión de la guardia, 
donde lo recogieron alegremente viéndole 
sano. 



CAPÍTULO CVII 



De cómo el Gran Capitán, pareciéndole bien lo 
que Diego García de Paredes había dicho, 
quitó la guardia del paso de la puente; y 
cómo un capitán gallego que estaba en la 
torre del Garellano la vendió á los franceses 
por dinero, y de lo que sucedió. 

Retirado que fué Diego García de Paredes 
á la estancia donde los españoles tenían la 
guardia, y los franceses tornados á su campo 
con gran pérdida que aquel día hubieron en 
su gente, según dicho es, el Gran Capitán 
pesó muy bien lo que Diego García de Pare- 
des el día antes le había hablado aconseján- 
dole. Al cual pareciéndole muy bien el consejo 
y buen aviso, determinó de lo así hacer y po- 
ner por la obra, y por esta razón luego mandó 
á los españoles que tenían aquel día la guar- 
dia del paso de la ribera que la dejasen y se 
recogiesen todos á su campo, pensando que de 
aquella manera, viendo los franceses desam- 
parada la guardia que los españoles solían 
tener, pasaban contra los españoles poco á 
poco; y así de aquella manera pensaban des- 
hacerlos en muy poco tiempo, según que Die- 
go Garcia de Paredes lo había pensado. Fi- 
nalmente, dende ahí adelante no se curaba el 
Gran Capitán de poner guarda en el paso de 
la puente, esperando que los franceses pasa- 
sen. Pero no avino así como el Gran Capitán 
deseaba, antes espantados los franceses de 
lo que el día pasado habían con los españoles 
habido, adonde murieron, según dicho es, 
muchos, viendo con cuánta osadía y atrevi- 
miento los españoles les habían acometido, no 
teniendo en nada el peligro de sus vidas, y 
en menos el artillería, que muy gran daño les 
hacía, como habéis oído en el capítulo antes 
de éste, determinaron de no pasar más por la 
puente, sino que con mucho secreto se partie- 
sen de ahí la vía de Gaeta, adonde pensaban 
tener aquel invierno, con voluntad que aque- 
lla punta del verano venidero saldrían por 
otra parte á conquistar aquel reino, y que asi- 
mismo mediante aquel tiempo el Rey de Fran- 
cia les socorrería con más gente, con que re- 
harían muy mejor su ejército que á la sazón 
tenía. Estando, pues, los franceses en esta 
voluntad, no dejaban, ya que por la puente no 
pasaban, de atravesar el río con barcas y es- 
caramuzar con los españoles y tornarse á su 



DEL GRAN CAPITÁN 



215 



campo lo más á su salvo que podían. Y con 
esto un día acaeció que pasando doscientos 
franceses en barcas el río abajo, vinieron á 
dar en la torre del Careliano, adonde, según 
arriba dijimos, el capitán Alonso de Carvajal 
y Pedro de Paz con su gente de guarnición 
habían quedado cuando vino de Mola á Sant 
Germán, y después que vino de Sant Germán 
á se poner en aquella ribera en contra de los 
franceses, el Gran Capitán les había mandado 
juntar consigo, dejando ende un capitán galle- 
go con diez hombres de guerra con todo lo ne- 
cesario para sustentación de la torre, para 
que no solamente la defendiesen con todo su 
poder y fuerzas, que según la fortaleza de la 
torre era solos ellos bastaban para la defen- 
der; empero que avisasen al Gran Capitán de 
todo lo que en el campo francés pasaba, de 
donde muy bien señoreaba y atalayaba el 
asiento de los franceses. Los cuales como vi- 
nieron sobre la torre, con gran diligencia in- 
tentaron de la tomar por fuerza de armas, y 
así le dieron algunos combates. Pero según 
la torre era fuerte por demás, les era á los 
franceses pugnar de la tomar contra la vo- 
luntad de los de dentro, y por esta razón de- 
terminaron de contratar secretamente con los 
gallegos que les diesen la torre, que ellos les 
prometían de les dar dos mil coronas de oro. 
Los gallegos luego de presente no querían 
aceptar tan feo partido; pero al fin, como es- 
timasen más la codicia del dinero que no la 
honra que les debiera constreñir á no hacer 
cosa de tanta infidelidad y menoscabo, cre- 
yendo que ya que vendiesen la torre no se 
sabría, poniendo alguna colorada excusa en 
aquel caso, determinaron de tomar las dos 
mil coronas y de dar la torre á los franceses. 
Finalmente, los franceses trajeron las dos mil 
coronas y los gallegos las recibieron, dejando 
á los franceses apoderados en la torre, y yén- 
dose á su campo se presentaron ante el Gran 
Capitán pidiéndole perdón debajo de una fal- 
sa relación que le hicieron; y fué diciendo ha- 
bían trabajado en la defensa de aquella torre 
muchos días, en los cuales habían pasado gran 
hambre y no menor temor de ser ende toma- 
dos y ser todos muertos, y viendo cómo no 
habían podido ni pudieran sustentarse más 
tiempo en la torre, á esta causa sacaron por 
mejor partido de se la dejar á los franceses 
con sus vidas que perecer sin sacar fruto de 
su pertinancia. El Gran Capitán, oyendo á 



aquellos soldados la causa que hubo en la 
pérdida de aquella torre, y la diligencia que 
los gallegos en la defensa pusieron, que ver- 
daderamente le pareció ser así verdad, les per- 
donó, como aquel que era el más humano y 
manso de corazón de los nacidos. Pero al fin 
como las cosas de semejante calidad no duren 
mucho tiempo encubiertas, dende algunos días 
que esto pasó, se supo en el campo español 
la traición y fea contratación de los gallegos, 
de cómo habían vendido á los franceses la 
torre por dos mil coronas, según dicho es; y 
por esta razón, indignados contra los gallegos 
no embargante al perdón del Gran Capitán, 
entre sí mismos los hicieron á todos pedazos, 
no dejando hombre de ellos á vida, por ma- 
nera que los gallegos acabaron con el castigo 
que su dañada codicia mereció. 

CAPÍTULO CVIII 

De cómo el Gran Capitán ordenó quemar la 
puente de los franceses con un ingenio de 
fuego artificial, y de la gran hambre y pesti- 
lencia que á la sazón habla en el ejército es- 
pañol y francés. 

Mucho tiempo estuvieron españoles y fran- 
ceses en el río del Garellano debajo de los 
más fortunosos días que nunca fueron de 
aguas y nieves, que, según en muchos lugares 
de esta historia está dicho, fué aquel invierno 
el más recio que nunca los nacidos se acuer- 
dan haber visto; y junto con esto los ator- 
mentaba mucho la gran penuria que de bas- 
timentos tenían, de cuya causa con muy gran 
trabajo la gente se sostenía, y verdaderamen- 
te si no cayera en nación aparejada para tra- 
bajos más que cuantos hoy son, no se pudie- 
ran sufrir que de aquel lugar no se levanta- 
ran. Pero contra todos los trabajos se ponían 
los españoles por no perder un tan solo pun- 
to de su honra, que es de ellos muy estimada. 
Asimismo les allegó con la hambre la pestilen- 
cia que fué Nuestro Señor servido dar en el 
campo español, de que muchos soldados fue- 
ron tocados y muertos. Por lo cual viendo 
cómo duraba tanto tiempo en el ejército la 
hambre, que gran pasión sentían, y asimismo 
el temor que de la justicia divina contra ellos 
se mostraba tenían á causa de aquella conta- 
giosa enfermedad, comenzaron todos á decir 
al Gran Capitán se levantase de aquel lugar, 



216 



CRÓNICA GENERAL 



pues que veía el gran trabajo que padecían, lo 
uñó de hambre, lo otro de enfermedades de 
que se moría mucha de^u gente, y que place- 
ría á Nuestro Señor que mudando el lugar, 
todo se repararía y la enfermedad cesaría. 
Esto todo decían al Gran Capitán cada día, y 
entre ellos andaba un murmurar, casi dando 
á mostrar que si el Gran Capitán no se alzaba 
de aquel lugar, ellos se levantarían contra su 
voluntad. Pero el Gran Capitán, que en pru- 
dencia y sagacidad de las cosas de la guerra 
no hallaran otro su igual, con palabras llenas 
de toda mansedumbre comenzó de decir á sus 
soldados: que bien conocido tenía el gran sa- 
ber suyo y el buen consejo que en muchas 
cosas le habían dado, el cual había seguido 
conforme á sus voluntades de ellos; pero el 
que al presente le daban, que era que se le- 
vantase de aquel lugar, no cabía en su cora- 
zón; que por esta razón no estaba determina- 
do de le seguir; lo uno porque si se levantase 
de aquel lugar los franceses que no se osaban 
determinar de hacer de sí cosa, á la hora li- 
bremente harían á su voluntad de se ir á Gae- 
ta, adonde se reharían aquel invierno, que 
sería no haber hecho nada en todo lo pasado 
y perder todo aquello que hasta allí habían 
trabajado. Lo otro era que los franceses no 
estarían tan á su sabor que no sintiesen ellos 
lo mismp, y aun por ventura mucho más que 
en su ejército se sentía, porque clara cosa es 
que siendo una misma tierra y no adonde los 
franceses estaban tan abundante como la que 
ellos tenían, le sería asimismo comunal el mal 
y falta de bastimentos que tenían, y por tan- 
to, él determinaba de no se mover de aquel 
lugar, diciendo que de mejor voluntad iría 
tres pasadas adelante á buscar la muerte que 
no dar tan solo un paso atrás buscando la 
vida. Con esto que el Gran Capitán dijo á los 
suyos, sabiendo su voluntad cuan firme fuese 
de corazón, determinaron de seguir su conse- 
jo, deseando morir donde su capitán muriese 
y vivir donde viviese, y así se detuvieron que 
de ahí adelante no entendían en pensar en la 
hambre y enfermedad que tenían, sino en bus- 
car nuevas artes y maneras para echar los 
enemigos de allí y quitarles del todo la parte 
que del reino tenían. Pues entre muchas cosas 
que se hacían, el Gran Capitán ordenó de ha- 
cer un ingenio con el cual de todo punto ani- 
quilarían lo que de la puente los franceses ha- 
bían hecho, metiéndola toda por el suelo. Y 



fué así, que en una barca grande hizo meter 
mucha leña y mucha composición de fuego ar- 
tificial, y en otras barcas hizo meter mucha 
gente de guerra en conserva de la otra barca 
que llevaba el fuego; y había de ser que un 
poco antes que llegasen á la puente habían de 
pegar el fuego y poner la boca debajo de la 
puente, por manera que, como la puente fuese 
sobre barcas edificada, fácilmente se quemase. 
Finalmente, con esta orden, siendo á boca de 
noche la sobredicha gente en las barcas, se 
partieron tomando un trecho bueno el río arri- 
ba de la puente, y viniendo el río abajo pusie- 
ron fuego á la barca en que venía la com- 
posición, mucho antes que debieran; por ma- 
nera que, comenzando á arder con mucha for- 
taleza, como allegó á la puente no llevaba 
fuerza ninguna, y así por no lo saber hacer 
aquellos á quien aquel caso fué cometido, no 
hubo efecto ninguno, el cual se siguiera muy 
cumplido si á tiempo conveniente se pusiera 
el fuego, y todavía pudiera ser que aprove- 
chara, sino que á la sazón que comenzó de 
arder la barca, vino muy fuerte agua del cielo, 
por manera que en breve mató el fuego. Y por 
está razón, dejando los de las barcas aquel 
hecho imperfecto, se tornaron á sus estancias 
enojados y mal parados del agua que en muy 
gran cantidad cayó aquella noche, y con gran 
pasión que tenían del poco fruto que de aquel 
hecho habían sacado, que por muy cierto te- 
nían que hubiera buen fin si se supiera hacer. 

CAPÍTULO CIX 

De cómo el Gran Capitán ordenó de hacer otra 
puente por la parte de arriba del río del Ca- 
reliano, y de cómo vinieron á su real Barto- 
lomé de Alviano y otros muchos caballeros 
Ursinos á le ayudar en aquella guerra. 

Contado ha la historia que el Gran Capi- 
tán, siguiendo el consejo y parecer de Diego 
García de Paredes, mandó retirar á su campo 
los que hacían la guardia en el paso de la 
puente de los franceses, pensando que los 
franceses, siendo desembargados del paso de 
la guardia de la ribera, más libremente tenta- 
rían á pasar de la otra parte, y que de aquella 
manera se podrían los españoles aprovechar 
mejor de los franceses. Pues dice ahora la 
historia que después de la refriega de aquel 
día en que, con muerte de más de quinientos 



DEL GRAN CAPITÁN 



217 



franceses, los españoles se señalaron sobre 
la puente del Careliano, nunca más quisieron 
los franceses pasar la puente como solían, an- 
tes determinaban de se querer levantar de 
allí y irse á tener aquel invierno á Gaeta, lo 
cual verdaderamente causara muy gran dila- 
ción en aquel negocio si de otra manera no 
sucediera, según que abajo se dirá. Pues vien- 
do el Gran Capitán cómo ya los franceses no 
pasaban como solían, andaba muy solícito 
buscando todas las maneras que podía para 
dañar á los franceses; y así acordó de hacer 
el río del Garellano arriba, encima de la puen- 
te de los franceses dos millas, otra puente 
por do pasase la gente de su ejército de la 
otra parte del Garellano á dar en los france- 
ses por sus estancias, que de aquel hecho es- 
tarían bien descuidados. Pues estando el Gran 
Capitán en esta voluntad inclinado, vino al 
real Bartolomé de Alviano, que fue capitán 
mucho tiempo de venecianos y era varón de 
muy excelente y sutil ingenio y en el oficio de 
la guerra muy avisado, con el cual vinieron 
muchos nobles caballeros y todas las cabezas 
de los Ursinos, y allí vino Fabio Ursino y Pa- 
blo Ursino. Fabio Ursino murió en esto del 
Garellano de una saeta que le hirió en la ca- 
beza. Vino asimismo el hijo del Conde Pitila- 
no, Nicolao Ursino y Firmato Ursino, un buen 
caballero, y con ellos venían el Príncipe de 
Agilina y el capitán Vitiloso y Julio Vitilio su 
hermano con otros muy buenos caballeros, y 
traían consigo cien hombres de armas y dos- 
cientos caballos ligeros y mucha y buena in- 
fantería. Bien es de creer que estos caballe- 
ros y capitanes, siendo hasta este tiempo ene- 
migos del Rey de España, que no le vinieron 
á ayudar en esta guerra tanto por le servir 
principalmente cuanto por su propio interés, 
que era ver á los españoles apoderarse de 
todo punto ó al menos en lo más y en lo me- 
jor del reino de Ñapóles, que según hasta 
allí habían llevado lo peor los franceses y no 
se esperaba que alzarían más cabeza; por 
donde si los franceses perdían aquello poco 
que tenían en el reino, sin ninguna duda á 
ellos les convenía (quedando en desgracia del 
Rey Católico) perder sus estados que en aquel 
reino ellos tenían. Y por esta razón acorda- 
ron con buen seso de se reconciliar con el 
Rey Católico y servirlo en aquella guerra y 
no esperar lo que sucedería por los franceses, 
de cuyo fin los principios, que hasta allí muy 



contrarios les habían sido, daban verdadero 
testimonio. Finalmente, después de la muerte 
del Papa Alejandro sexto, habiendo hecho 
cosas señaladas en la ciudad de Ariminio y 
en otras tierras de la Iglesia, y asimismo con 
el Duque Valentino y su estado, según que 
en muchas escrituras auténticas se halla, Bar- 
tolomé de Alviano con estos capitanes y ca- 
balleros que he dicho en la historia, se vi- 
nieron á servir al Rey de España contra aque- 
llos que hasta allí habían tenido por muy ami- 
gos. Pero á la verdad, según que otras mu- 
chas veces habernos dicho, nadie no debe fiar 
en la fe de aquellos Príncipes de Italia, por- 
que allí vive aquel que vence, y de esta ma- 
nera, como acaece entre los perros, allégan- 
se al vencedor y tórnanse del vencido. Pues 
el Gran Capitán, con la venida de estos caba- 
lleros, considerando la necesidad que de gen- 
te tenían y el buen socorro que le había lle- 
gado, húbolo á gran placer y así los recibió 
con muy grande honra, según que á tales hom- 
bres convenía; y en especial se holgó con el 
capitán Bartolomé de Alviano, que, como di- 
cho es, era varón de muy gran saber y discre- 
ción, y con el Gran Capitán comunicaba todos 
los hechos de aquella guerra, y así le dio par- 
te de lo que tenía determinado de hacer acerca 
de la puente para pasar á los franceses, dán- 
dole asimismo cuenta de lo que hasta allí le 
había acaecido con los franceses, diciendo 
cómo ya no pasaban como solían por la puen- 
te á escaramuzar con ellos, y que le pesaba 
mucho según la necesidad que en su ejército 
había y la enfermedad tan cruel como entre 
ellos estaba sembrada, y de esta causa tenía 
voluntad de una vez dar fin en aquel hecho 
del río y no diferirlo tanto tiempo. Díjole asi- 
mismo la gana que su gente en general tenía 
que el ejército se retrajese á otro lugar para 
que se reformase de provisiones y de salud, 
que mucho les era menester, y que hasta en- 
tonces los había detenido amorosamente con 
voluntad que tenía de hacer aquella puente y 
de ir á dar en los franceses antes que ellos se 
retirasen á Gaeta, según que lo tenían en vo- 
luntad de hacer. Otras cosas le dijo el Gran 
Capitán, pidiéndole su parecer en todo. El 
capitán Bartolomé de Alviano, que muy aten- 
to estuvo á todo lo que el Gran Capitán le 
dijo, con deseo que tenía de le ayudar en 
aquella guerra, con gran fe y amor respondió 
al Gran Capitán diciendo: cuan grande incon- 



218 



CRÓNICA GENERAL 



veniente era en un negocio de la calidad de 
aquel hecho poner dilación, y en especial vien- 
do lo poco que los franceses á la sazón tenían 
en el reino de Ñapóles y lo mucho que podían 
tener si les diese de holgura hasta el verano 
venidero; por donde muy gran daño venía al 
reino y á su ejército pujando en gente y fuer- 
zas los franceses, y que pues ahora tenían 
tiempo aparejado para dar el fin en esta em- 
presa, que no esperase más ni largas dilacio- 
nes, sino que se aprovechase del tiempo se- 
gún que se podía, considerando asimismo la 
voluntad y deseo que su gente tenía de mo- 
verse de aquel lugar; y que así lo haciendo, 
que á cualquier parte que los llevasen irían de 
muy buena gana, cuanto más que con aquel 
deseo, aunque les pareciese dificultoso al pre- 
sente, ellos irían contra los franceses, según 
que estaban mal parados con el tiempo y ham- 
bre y enfermedades, de muy buena gana; ma- 
yormente viendo que lo mismo había en el 
campo de los enemigos, en especial no siendo 
los franceses gente tan dura y aparejada para 
sufrir trabajos como lo eran los españoles; 
que de esta causa clara cosa era que el tiem- 
po que, así como era común, así lo sería en to- 
das las otras cosas en necesidades que ellos 
tenían, por donde con mayor diligencia se de- 
biese hartar su voluntad, que era hacer la 
puente para pasar á los enemigos, y que ha- 
ciendo ellos lo que debían en todo su poder 
que lo demás lo encomendasen á Dios, que lo 
hiciese como él mejor fuese servido. Muy ale- 
gre fué el Gran Capitán con la respuesta de 
Bartolomé de Alviano, siendo como era alle- 
gado á lo que él tenía de antes en voluntad 
de hacer, para lo cual en especial dio autori- 
dad ser aquel capitán hombre de muy gran 
consejo y bien experimentado en aquel me- 
nester. Por lo cual luego sin más tardanza 
(dado caso que la gente del ejército quisiera 
antes que se retrajeran aquel invierno á Cie- 
za ó á Ñapóles el Gran Capitán no quiso), 
dando muy gran priesa en el hacer de la puen- 
te, la cual encomendó que la hiciese Bar- 
tolomé de Alviano. Y con gran diligencia 
este capitán hizo llegar muchas barcas en 
un lugar dos millas sobre la puente en esta 
manera: juntáronse tantas ruedas de ca- 
rretas cuantas era capaz lo ancho del río. 
Sobre estas ruedas se pusieron las barcas 
que eran menester, y después sobre las 
barcas se labró la puente; de manera que 



aunque en el hacer de la puente se dio toda 
la brevedad que ser pudo, hízose un edi- 
ficio no poco sutil y digno de ser igualado á 
aquel de Jerges en el río Daño. Finalmente, 
puesta la puente, el Gran Capitán, que esta- 
ba con el ejército español en el paso, según 
que arriba es dicho, luego como supo que la 
puente era acabada y echada en el río, á la 
hora aderezó á se mover de aquel lugar y de 
se ir á juntar con Bartolomé de Alviano en 
el lugar de la puente. Y un día, levantándose 
todo el ejército de allí con muy buena orden, 
acaeció que vino tan gran tempestad de agua 
que los soldados y gente, que hasta allí iban 
en muy buena orden, no pudieron aguardar 
sus escuadrones, por manera que les convino 
á todos, unos por una parte, otros por otra, 
ir á buscar lugares donde de tan gran tor- 
menta de agua se pudiesen guarecer. Unos se 
fueron así desordenados á Sant Germán y los 
demás tornaron con el Gran Capitán atrás á 
la ciudad de Cieza y sus casares. Finalmente, 
fué tan grande la desorden que aquel día hubo 
en el ejército español, á causa de esto del 
tiempo tan contrario, que luego se divulgó por 
toda aquella provincia que los franceses ha- 
bían desbaratado á los españoles y que los 
habían hecho retirar con mucho daño á los 
sobredichos lugares, atribuyendo el desbara- 
te de aquel ejército, no al tiempo, según que 
de verdad se podía atribuir, sino á los fran- 
ceses; los cuales podemos creer, según en 
aquel tiempo estaban de mal parados, que 
mayor deseo tendrían de paz que de guerra. 
De esta causa se levantaron algunos lugares 
por Francia que de antes eran de España, 
como fué Oliveto y todo su condado y otros 
lugares; pero al fin fueron reducidos á la Co- 
rona de España, según que se dirá en su lu- 
gar. Estuvo el Gran Capitán en Cieza doce 
días, en los cuales recogió su gente en uno, 
que, como dicho es, todos se habían dividido 
por lugares diversos. Después que hubo lle- 
gado su gente, una tarde se partió de Cieza 
llevando el camino donde Bartolomé de Al- 
viano estaba con la puente, y fué á dormir 
aquella noche á un casar que está cuatro mi- 
llas del río, y luego otro día de mañana puso 
su gente por escuadrones y partióse de aquel 
lugar la vía del río. Y como llegó donde Bar- 
tolomé de Alviano estaba y vido la puente 
echada hubo muy gran placer de ello, y exhor- 
tando primero su gente con buenas y animo- 



DEL GRAN CAPITÁN 



219 



sas palabras antes que pasasen la puente, de 
la manera que hizo Julio César pasando el Ru- 
bicón, diciendo: /ccfúf est alea, dio la vanguar- 
dia al capitán Alviano y á Diego García de 
Paredes y á Pedro Navarro y al capitán P¡- 
zarro y á Leonardo Villalba con seiscientos 
españoles escogidos, los cuales pasaban pri- 
mero la puente, y luego tras él pasó el Gran 
Capitán con la retaguardia con los alemanes 
y gente del ejército. Y caminando los españo- 
les que llevaban la vanguardia la vía donde los 
franceses tenían su real, allegaron á una villa 
que llaman Castelforte, que era en el camino, 
y estaba por Francia con otros dos castillos 
comarcanos, los cuales tomaron á fuerza de 
armas y los dejaron por España. Luego pasa- 
ron adelante y fueron aquella noche á dormir 
á unos casares que están abajo de Castelfor- 
te, y allí estuvo el ejército aquella noche es- 
perando para luego á la mañana ir á dar en el 
real de los franceses que no muy lejos de 
aquel lugar estaba. 

CAPÍTULO ex 

De cómo se venció la batalla del Careliano y 
el Gran Capitán fué en seguimiento de los 
franceses, los cuales se habían levantado del 
Careliano á se retirar á Caeta, y de cómo 
les tomó el artillería y los encerraron en 
Mola y después en Caeta. 

Luego, á la mañana siguiente, el ejército 
español se movió de los casares de Castel- 
forte y comenzó á caminar la vía del Gare- 
llano, adonde tenían su real los franceses, lle- 
vando la vanguardia Bartolomé de Alviano 
con aquellos capitanes y gente que dicho ha 
la historia. Los franceses aquella noche que el 
ejército español estaba en los casares de Cas- 
telforte fueron avisados cómo habían los es- 
pañoles pasado el río y cómo venían de vo- 
luntad de se juntar con ellos en batalla, y asi- 
mismo cómo habían recibido algunos lugares 
en su devoción de los que se mostraban por 
Francia, tomando algunos de ellos á fuerza 
de armas, de que muy gran pesar recibieron. 
Por esta razón el Marqués de Mantua y el 
Marqués de Saluces y monsiur de Alegre, con 
todos los otros caballeros y capitanes fran- 
ceses, á muy gran prisa mandaron alzar su 
real de aquel lugar y irse camino de Gaeta, 
temiéndose que los españoles los acometie- 



ran aquella noche que durmieron en los casa- 
res de Castelforte. Y con este temor luego 
aquella noche á la media noche se levantaron 
del Garellano haciendo meter en barcas todo 
el artillería gruesa para que la llevasen el 
Garellano abajo á la marina. Y hecho esto así, 
á muy gran prisa comenzaron á caminar la vía 
de Gaeta. En esto Bartolomé de Alviano y 
los otros capitanes y gente que llevaban en 
la vanguardia, no sabiendo que los franceses 
eran levantados del lugar donde estaban, se 
estuvieron quedos en un llano que está á dos 
millas de Trayeto, y queriéndose mover de 
allí para dar en los franceses, viniéronles nue- 
va cómo los franceses se habían levantado del 
Garellano y de cómo se iban á gran prisa ca- 
mino de Gaeta y que se habían partido aque- 
lla noche á la media noche. Bartolomé de Al- 
viano, que estaba para se mover en segui- 
miento de los franceses, allegó el Gran Capi- 
tán con trescientos caballos y con dos mil 
alemanes, y como fué sabedor del levanta- 
miento de los franceses y la prisa que lleva- 
ban para se meter en Gaeta, hubo de ello 
gran pesar. Por lo cual sin ningún deteni- 
miento dio prisa en el caminar de su gente 
en seguimiento de ellos por el mismo camino 
que los franceses llevaban, y envió adelante 
á Bartolomé de Alviano y á Próspero Colona 
con doscientos caballos para detener á los 
franceses, en tanto que él llegaba con la otra 
gente del ejército. Pues como el Gran Capi- 
tán llegó al asiento donde habían tenido el 
real los franceses, junto á la puente halló que 
las barcas que llevaban el artillería, por la 
gran fortuna del tiempo, no habían podido 
caminar el río abajo, por lo cual convino al 
Gran Capitán detenerse allí un rato por las 
tomar. Y así fué que el Gran Capitán tomó 
toda el artillería francesa, sin que se salvase 
cosa ninguna de ella, y luego á muy gran pri- 
sa, dejando gente en la guardia de ella, y asi- 
mismo personas que tuviesen cargo de la lle- 
var la vía de Gaeta por donde ellos iban, el 
Gran Capitán se movió de allí en pos de los 
franceses. Bartolomé de Alviano y Próspero 
Colona, que, según dicho es, se habían adelan- 
tado con doscientos caballos ligeros en se- 
guimiento de los franceses, allegaron á un 
paso de una puente de piedra que está cua- 
tro millas de Mola, y como los franceses que 
iban á más andar la vía de Gaeta vieron ve- 
nir aquellos caballos ligeros españoles, tor- 



220 



CRÓNICA GENERAL 



naron sobre ellos hasta cien hombres de ar- 
mas creyendo que no había más gente de la 
que parecía, y dieron tan de recio en los fran- 
ceses y los franceses en ellos, que sin hacer 
muestra de resistencia volvieron las espaldas, 
aunque los capitanes Bartolomé de Alviano 
y Próspero Colona trabajaron mucho por los 
detener. Pero al fin no los pudiendo tener, 
convino á Bartolomé de Alviano y á Próspero 
Colona con solos veinte caballos españoles 
detener en el paso de la puente, entre los 
cuales quedaban Carlos de Paz y Escalada, 
varones de muy gran virtud y ánimo; y así 
hicieron tanto estos españoles, que aunque 
eran pocos, aquel día juntamente con Prós- 
pero Colona y Bartolomé de Alviano defen- 
diendo á los franceses que no pasasen la 
puente, adonde ya habían acudido más de dos- 
cientos hombres de armas que fueron dignos 
de memoria. En esto el Gran Capitán, que 
venía detrás, obra de tres tiros de ballesta, 
allegó con la infantería que Diego García de 
Paredes y el capitán Pedro Navarro traían y 
con muy grandísimo ímpetu dieron en los 
franceses que con aquellos veinte caballos 
españoles peleaban en la puente. Pero los 
franceses como vieron venir la infantería, 
luego conocieron que era allí todo el ejército 
español, y por esta razón todos á muy gran 
prisa dejaron la puente y volvieron las espal- 
das á se juntar con su campo, que iba ade- 
lante la vía de Mola. En esto el Gran Capi- 
tán, esforzando á los suyos, que muy cansa- 
dos venían del camino, según que habían ca- 
minado aquel día bien tempestuoso de aguas 
que había hecho y hacía, aunque con gran 
trabajo, viendo la victoria en las manos, cre- 
cieron en fuerzas y corazón y con muy gran 
prisa fueron en pos de los franceses, donde 
mataron muchos de ellos que ya los habían 
alcanzado. En este seguimiento de los france- 
ses, el Gran Capitán, con la mucha prisa que 
llevaba en el alcance, y como la tierra estaba 
llena de resbaladeros, de los lodos que las 
grandes aguas de aquel año habían causado, 
cayó con el caballo en el suelo; el cual levan- 
tándose con mucha diligencia sin recibir nin- 
gún daño, vio cómo muchos de los suyos ha- 
bían acudido á le cobrar y ver lo que había 
recrecido de la caída que el Gran Capitán 
había dado, y tornado á cabalgar muy ligera- 
mente, dijo á su gente con alegre rostro: «Ea, 
amigos, que pues la tierra nos abraza, bien 



nos quiere». Ciertamente se puede creer que 
aquel gran dictador de Roma, Julio César, á 
este Gran Capitán no hizo ventaja así en 
fuerzas como en corazón, prudencia y con- 
sejo, porque de él se lee que yendo á con- 
quistar á África, allegando en un puerto con 
su flota cerca de Alejandría, mandó á toda su 
gente salir á tierra, y en saltando él de la 
barca á tierra, dio una gran caída y dijo estas 
palabras: «Aquí tengo á África», como dando 
á entender que no se le podía ir de su poder, 
tomando de aquella caída favorable pronósti- 
co en los hechos que emprendía. Pues tornan- 
do á nuestro propósito, el Gran Capitán, que 
ya había cabalgado, comenzó á seguir el alcan- 
ce de los franceses. A esta hora era casi el sol 
puesto, y los franceses, quedando muertos 
muchos en el campo, con gran temor se reco- 
gieron en Mola, no osando aquella noche pa- 
sar á Gaeta, y haciéndose fuertes comenza- 
ron á defender la entrada de los españoles en 
aquella ciudad. A esta sazón llegó el Gran 
Capitán á Mola con trescientos hombres de 
caballo y con dos mil infantes españoles y ale- 
manes; y como vio que los franceses no ha- 
bían pasado adelante de Mola, antes se ha- 
bían hecho fuertes, mandó á Diego García de 
Paredes y á Pedro Navarro que con aquellos 
dos mil infantes tomasen la batalla y que aco- 
metiesen á los franceses por la parte de la 
montaña, y él se puso á pie con los alemanes 
y se puso en lo bajo á la puerta de la ciudad 
para acometer á los franceses por aquel lu- 
gar. Diego García de Paredes y el capitán 
Pedro Navarro, con la gente y orden que el 
Gran Capitán les dio, comenzaron á dar en 
los franceses por lo alto de la montaña y pe- 
learon con ellos un gran rato, en el cual ma- 
taron é hirieron muchos de ellos. En el mismo 
tiempo el Gran Capitán, que se había que- 
dado en la parte de lo bajo de la ciudad, asi- 
mismo acometió á los franceses con los ale- 
manes, y luego tras él los caballeros y gente 
de armas comenzaron á combatir. El capitán 
Fabricio Colona y Próspero Colona y el Du- 
que de Termoli y Bartolomé de Alviano y el 
Prior de Mecina, de tal manera cargaron so- 
bre los franceses, los unos por la una parte, 
los otros por la otra, que en muy breve tiem- 
po los pusieron en muy gran estrecho; los 
cuales asimismo eran combatidos y no con 
menor fuerza de Diego García de Paredes y 
de Pedro Navarro, que, como es dicho, tenían 



DEL GRAN CAPITÁN 



221 



el combate de la parte de la montaña. Final- 
mente, los franceses se sintieron tan aqueja- 
dos por los españoles, que no lo pudiendo 
más sufrir les convino desamparar á Mola y 
ponerse en huida la vía de Gaeta, que está 
cuatro millas de Mola, pensando de se poder 
salvar en aquella ciudad por ser más fuer- 
te, creyendo que los españoles no les segui- 
rían más por aquel día, por razón que la no- 
che era muy cercana. Pero el Gran Capitán, 
que bien sabía usar de la victoria y buena 
ventura que Dios le daba, salió de Mola tras 
los franceses, y matando é hiriendo siempre 
en ellos los fué siguiendo hasta los meter 
por las puertas de Gaeta, donde perdieron 
aquel día los franceses la guarnición de Mon- 
te, que es en aquella ciudad de Mola la forta- 
leza y castillo de ella y de otras. Muchos de 
los franceses, dejando la ciudad con temor 
que así se tomaría Gaeta como Mola, se re- 
cogieron á las naves y galeras que estaban 
en el puerto, adonde cargó tanta gente que 
por se meter en las galeras se anegaron en 
la mar muchos de ellos, entre los cuales se- 
ñaladamente se ahogó Pedro de Médicis, que 
según la historia ha contado tenía la parte de 
los franceses y tenía la villa y castillo y Aba- 
día de Guillerma por ellos. Fué este Pedro de 
Médicis aquel que fué con la embajada de 
parte de la señoría de Florencia al Rey Car- 
io octavo, predecesor de este Don Luis do- 
ceno, que dio mala cuenta de sí y fué á esta 
causa desterrado de Florencia y sus bienes 
confiscados y publicados como en el principio 
de esta historia se dijo asaz largamente. De 
esta manera, pues, haciendo los españoles 
muy gran daño en los franceses, vino la no- 
che que los despartió y fué causa que aquel 
día no viniese la ciudad de Gaeta á su poder, 
por donde les convino partirse de allí y tor- 
narse aquella noche á Castellón. Murieron en 
este alcance más de tres mil franceses. Gran 
trabajo pasó en aquel día el Gran Capitán con 
su gente, y verdaderamente se puede decir y 
debe creer que capitán ni gente del mundo 
padecieron tanto trabajo cuanto padecieron 
aquel día los españoles, por razón que todo 
aquel día y la noche que sobrevino nunca 
cesó de llover con muy gran tempestad de 
agua, y con toda aquella adversidad de tiem- 
po habían andado con las armas á cuestas 
más de diez y siete millas sin comer ni des- 
cansar y andando á la mayor prisa que pudie- 



ron los infantes, que nunca dejaron los caba- 
llos en todo el camino, antes con muy gran 
orden los fueron siguiendo; y verdaderamente 
bien mostró allí la gente española ser para 
mayores trabajos que otra ninguna nación del 
mundo, segi'in lo que aquel día pasaron y por 
sus personas hicieron. Finalmente, el Gran 
Capitán, dejando recogidos en Gaeta á los 
franceses que de aquel desbarato quedaron, 
juntamente con el Marqués de Mantua, el 
Marqués de Saluces y monsiur de Alegre, sus 
capitanes, todo lo que quedó de aquella no- 
che dieron descanso á sus cuerpos, porque 
del trabajo pasado bien lo habían menester. 
El Gran Capitán recogió toda la gente que 
con la victoria andaban unos de otros apar- 
tados, y allí en Castellón se estuvo hasta la 
mañana. 

CAPÍTULO CXI 

De cómo el Gran Capitán luego de mañana fué 
sobre Gaeta y la tomó, y lo que allí le acon- 
teció. 

Otro día de mañana, después de la rota de 
los franceses entre Mola y Gaeta, según que 
dicho es, habiéndose recogido á la ciudad el 
Marqués de Mantua y el Marqués de Saluces 
con la gente que les quedó, el Gran Capitán 
se movió de Castellón con todo su ejército 
para ir sobre Gaeta, que había sido avisado 
que los franceses á muy gran prisa se embar- 
caban para se partir la vía de Francia por mar 
en las galeras y naves que allí en el puerto es- 
taban. Y así era la verdad, que aquella noche 
que los franceses se recogieron á Gaeta el 
Marqués de Mantua y el Marqués de Saluces 
se juntaron haciendo llamamiento de monsiur 
de Alegre y de monsiur de Sandicor y de otros 
capitanes y nobles caballeros franceses é ita- 
lianos, adonde delante de todos el Marqués 
de Saluces habló diciendo: que ya habían visto 
el daño y muertes que aquel día habían hecho 
los españoles en los suyos y el poco fruto que 
estando en campo con los españoles habían 
sacado, dado caso que fuesen tan pujantes 
en gente y fuerzas como ellos lo habían sido 
y lo eran de presente; que menos provecho 
pensaban esperar si ahora quisiesen salir en 
campo contra los españoles, antes tenían el 
daño y peligro en las manos, y que estarse 
aquel invierno encerrados en Gaeta querién- 
dose ende hacer fuertes y esperar socorro 



222 



CRÓNICA GENERAL 



del Rey de Francia no lo podían hacer por dos 
cosas, la una por la falta que tenían del arti- 
llería, la cual era muy necesaria, que los es- 
pañoles se la habían aquel día tomado, así la 
que venía por el río como la que venía por 
tierra, y que este era gran inconveniente para 
no se poder defender en aquella ciudad. La 
otra era que para haberse de poner á defen- 
der la ciudad que había mucha gente en de- 
masía y provisión muy poca, de cuya causa 
era imposible poderse sustentar la gente cer- 
cada mucho tiempo, y que pues dejar la ciu- 
dad sin la defender no lo habían ni debían ha- 
cer, á él le parecía que se deshiciesen de toda 
la gente, dejando solamente para defensión de 
la ciudad aquella que les pareciese que sería 
menester, que de aquella manera él creía que 
la ciudad por ser fuerte se podría defender y 
que de otra manera no hallaba cómo se pudie- 
se hacer aquella defensión. Muy bien pareció 
á todos aquellos señores y capitanes loque el 
Marqués de Saluces dijo, por lo cual pusieron 
en el monte Orlando, que así se llamaba en 
Gaeta, la gente que era menester en su guar- 
da y asimismo de las otras partes de la ciu- 
dad. Luego como fué de mañana aquel día, 
hicieron embarcar en las galeras dos mil hom- 
bres que les pareció ser demasiados de aque- 
lla gente que habían menester y mandábanles 
que se fuesen á Francia para venir con el so- 
corro que creían que el Rey de Francia les 
enviaría el verano venidero. Así que, estando 
los franceses embarcándose para pasar á 
Francia, allegó á Gaeta el Gran Capitán, que 
de todo había sido avisado aquel día, y los 
primeros que allegaron fué Diego García de 
Paredes y Pedro Navarro y Ñuño de Ocampo, 
que llevaban la vanguardia con hasta cien ca- 
balleros y cuatrocientos infantes. Los cuales 
como allegaron al arrabal de Gaeta, vieron 
cómo los franceses se embarcaban á muy 
gran prisa con gran miedo. Por lo cual los es- 
pañoles les comenzaron de tirar con el arti- 
llería que tenían en las galeras, estorbándoles 
la subida al monte, que ya los españoles co- 
menzaban de subir por tomar aquello que era 
lo más fuerte de la ciudad. Es verdad que el 
artillería les hacía mucho daño, pero no fué 
tanto que por ella no dejasen los españoles 
de subir. A esta sazón allegó el Gran Capitán 
con todo el ejército, al cual como vieron me- 
terse tan determinadamente en el arrabal que 
seguía la gente de la vanguardia que de pri- 



mero había, comenzaron á subir al monte, te- 
niendo todavía presente la fuerza de los es- 
pañoles, acordándose el daño que el día pasa- 
do habían hecho en los suyos, determinaron 
de no les esperar ni de experimentar su po- 
deroso brazo, y por esta razón toda la gente 
que estaba en el monte, desconfiando de su 
salud, le desmampararon y se retiraron á la 
ciudad y castillo. En esto Diego García de 
Paredes y Pedro Navarro y Ñuño de Ocampo 
acabaron de subir el monte con toda la gente 
de la vanguardia, los cuales antes que el Gran 
Capitán llegase habían hecho grandes cosas 
por ganar el monte; y luego tras ellos allegó 
el Gran Capitán con todo el ejército, por ma- 
nera que se apoderaron del monte de todo 
punto. Luego aderezó el Gran Capitán de 
combatir la ciudad, que era lo menos, por- 
que aunque la ciudad de Gaeta sea en sí fuer- 
te, no tiene que hacer con la fortaleza del 
monte, en el cual consiste toda la fortaleza de 
la ciudad; y por esta razón tomando el monte 
poco caso se hacía de lo demás, porque se te- 
nía por muy cierto que se ganaría aquel día. 
Como fué el Gran Capitán, luego mandó com- 
batir la ciudad por muchas partes, adonde 
unos por una parte y otros por otra pusieron 
en tanto estrecho á los franceses que estaban 
á la defensión, que viéndose perdidos y que 
no tenían ende ningún remedio en su salud, 
por razón de estar el monte fuera de su po- 
der, determinaron de desamparar del todo la 
ciudad de Gaeta, y así á muy gran prisa unos 
se iban á las naves y los otros se retiraban 
al castillo, donde el Marqués de Mantua y el 
Marqués de Saluces con monsiur de Alegre y 
otros capitanes y gente francesa se retiraron. 
Y desde allí, viendo del todo perdida la ciu- 
dad y que ellos asimismo se perderían si qui- 
siesen ende hacerse fuertes en aquel castillo, 
determinaron de venir en concierto con el 
Gran Capitán en esta manera: Que diesen li- 
bertad á todos los que en aquella guerra ha- 
bían sido presos de su gente y que les diesen 
paso en las galeras francesas que estaban 
en el puerto para que se fuesen adonde más 
fuese su voluntad, embarcando asimismo to- 
dos los bienes que tenían los franceses en 
aquella ciudad, y que fuesen eso mismo en lo 
que tocaba á sus personas y los que estaban 
retraídos en el castillo libres, y que de esta 
manera darían luego el castillo al Gran Capi- 
tán y se saldrían de él y de la ciudad; y que 



DEL GRAN CAPITÁN 



223 



donde no, que la más honrosa muerte suya se- 
ría aquella, pues la emplearían en defensión 
de su libertad. El Gran Capitán, como era hu- 
manísimo de corazón, no mirando que tenían 
la victoria en las manos y que muy cumplida- 
mente pudiera recibir venganza de aquella 
gente que tan injustamente y con tanto daño 
de los españoles habían procurado oprimir el 
reino de Ñapóles y hacerse señores de todo, 
hubo por bien de dar libertad á los prisione- 
ros y á ellos facultad, pero en lo que decían 
de los bienes dijo que no se consentiría sacar 
cosa ninguna. Esto hizo el Gran Capitán á 
instancia de su gente, los cuales no quisieron 
venir en aquel partido, queriendo p^gar sus 
trabajos que hasta allí habían en la conquista 
del aquel reino padecido con el despojo de 
sus enemigos. En esto se pasó aquel día, y 
aquella noche durmió el Gran Capitán en lo 
alto del monte Orlando, esperando á que la 
mañana siguiente le entregasen los franceses 
el castillo. Los cuales, tornando otra vez á su- 
pHcar al Gran Capitán la libertad de sus bie- 
nes, pues que de las personas ya la tenían, y 
viendo cuan puesto y determinado estuviese 
el Gran Capitán en no les dejar ir con sus bie- 
nes y viendo que no podían hacer ende otra 
cosa, entregaron el castillo al Gran Capitán, 
habiendo primero dado libertad de su parte á 
los prisioneros franceses. Pues saliendo los 
franceses después de haber entregado á Gae- 
ta, Gonzalo Hernández á muchos que se iban 
por tierra les mandó proveer de caballos. 
Monsiur de Aubegni, Capitán General de los 
franceses, le dijo con un gesto medio riendo: 
«Gonzalo Hernández, ruégoos mucho que nos 
mandéis proveer de caballos gallardos y fuer- 
tes, porque nos sirvan para el ir y para vol- 
ver», casi prometiendo de renovar la guerra. 
Gonzalo Hernández, entendiendo bien el fin 
por que lo decía, respondió: «Torna mucho en 
buen hora cuando os placiere, que las mismas 
cosas que ahora os doy de mi voluntad, que 
son vestidos, caballos y salvoconductos, fá- 
cilmente á la vuelta lo alcanzaréis de mi cle- 
mencia y liberalidad», dándoles á entender 
que si volviesen, correrían la misma fortuna. 
Pues de esta manera todos juntos se partie- 
ron de Gaeta para Francia, llevando unos el 
camino de tierra y otros por mar en las gale- 
ras, y así quedó la ciudad de Gaeta en poder 
del Gran Capitán y en devoción del Rey Ca- 
tólico, y los soldados ende hubieron gran saco 



de los bienes que los franceses tenían reco- 
gidos en aquella ciudad. Al tiempo que la ciu- 
dad de Gaeta fué tomada y entrada, según 
dicho es, habiendo venido un caballero cata- 
lán, llamado Cerbellón, al combate algo más 
tarde de lo que fuera necesario si se hubiera 
de dar el combate, armado con muchos pena- 
chos y muy galán en una barca, dando gran 
priesa á los remadores que se allegasen á los 
compañeros vencedores, mientras muchos es- 
taban á la orilla del agua para ver lo que era, 
llegó don Diego de Mendoza preguntando 
quién era aquel que venía tan bien armado, 
aunque tarde. Gonzalo Hernández le respon- 
dió: «Como sois corto de vista, no conocéis 
que es San Telmo», y es porque llaman los 
marineros la estrella de San Telmo aquella 
que se muestra encima de la entena después 
de una oscura y grande tormenta prometien- 
do bonanza. Entendieron, pues, los que esta- 
ban presentes la delicadeza del decir del Gran 
Capitán, porque reprendía al Cerbellón por no 
haber llegado al tiempo del haber de combatir, 
sino en tiempo de paz. Los que presentes es- 
taban rieron tanto que en desembarcando el 
Cerbellón le saludaron por San Telmo, el cual 
sobrenombre le quedó entre los soldados para 
siempre. Pues, volviendo al caso, muy gran 
daño recibieron los franceses en el camino 
sus personas, porque según iban perdidos y 
destrozados, unos de hambre y otros de frío, 
por ser en lo más fuerte del invierno, y otros 
á manos de villanos, y muchos fueron muer- 
tos por los caminos; y los que quedaron, algu- 
nos se fueron á Roma y otros quedaron en 
las tierras dejordano Ursino, el cual los repa- 
ró lo mejor que pudo y los hizo muy gran 
honra y merced. Gran compasión fué de ver á 
los franceses entrar por Roma, no con aquella 
soberbia que trajeron cuando el Rey Cario 
octavo entró en ella dos veces, según dicho 
es, mas muy al contrario trocada la soberbia 
en muy gran humildad; venían todos rotos, 
llenos de lodo, flacos y del todo perdidos, que 
aunque á la verdad, á la mayor parte de Italia 
fuese la nueva del vencimiento de los espa- 
ñoles alegre y regocijada, por todas partes, 
viendo aquella miserable gente que en la en- 
trada del reino con tanto orgullo y presun- 
ción habían pasado, ahora tornar con las ca- 
bezas bajas, los más de ellos á pie y puestos 
en lo último de su perdición, no había nadie 
que de ellos no hubiese compasión. Pero vien- 



224 



CRÓNICA GENERAL 



do que recibían el castigo merecido querien- 
do ir contra los juicios divinos en justa sen- 
tencia y querer quitar las dos partes de aquel 
reino que por división y partición de los Re- 
yes de España y Francia, según dicho es, le 
tocaban, fué la voluntad de Dios que así como 
todo lo quisieron, por ser contra justicia y 
razón, así lo perdiesen, y así la gente que 
venir los vía tan mal parados, sin compasión 
mostraban placer y alegría escarneciéndolos 
todos á una voz. De esta manera, que conta- 
do ha la historia, el Gran Capitán acabó de 
ganar el reino de Ñapóles, no quedando los 
rebelados en él sino en algunos lugares parti- 
culares, los cuales después de esto acabó de 
ganar, según que la historia lo dirá en su lu- 
gar. Acaeció esto, que dicho es, en el mes de 
Enero de mil y quinientos y cuatro años, 

CAPÍTULO CXII 

De cómo el Gran Capitán envió á muchos de 
sus capitanes y gente contra algunos lugares 
que aun todavía estaban por Francia, y de 
cómo se partió de Gaela para la ciudad de 
Ñapóles. 

Después que el Gran Capitán hubo tomado 
la ciudad de Gaeta tanto á su honra y con tan- 
to daño de los franceses, que siendo partidos 
de allí el Marqués de Saluces y monsiur de 
Alegre con todos los demás capitanes y gen- 
te francesa, según que en el capítulo antes 
dicho es, se estuvo descansando en aquella 
ciudad quince días con muy gran placer que 
de la alcanzada victoria era razón tener, ha- 
ciéndose mediante estos días muy grandes 
fiestas y regocijos en la ciudad, no solamente 
por los mismos soldados, que en muy grandes 
placeres y descanso de sus personas aquellos 
quince días estuvieron, pero los mismos ciu- 
dadanos, que ya veían el estado del reino de 
Ñapóles juntamente con el de aquella ciudad 
á causa del Gran Capitán en toda paz y so- 
siego puesto. Y por esta razón así los unos 
como los otros, con nuevas invenciones y con 
nuevos trajes, regocijaban cada cual según su 
^condición aquel tan deseado y alegre triunfo. 
En este medio el Gran Capitán, que nunca go- 
zaba de alegría y placer, si no los gozaba y 
mezclaba con nuevos cuidados, para dar de 
sí y sus hechos cumplida y entera cuenta, sa- 
biendo cómo aun había en el reino de Ñapó- 



les algunas villas y lugares que no estaban 
firmes por el Rey Católico, y otros que de 
todo punto estaban por el Rey de Francia, 
adonde estaba un capitán francés, el cual la 
historia en lo de arriba ha hecho mención, que 
llamaban Luis de Aste. Este capitán estaba 
en Venosa, una villa que es en la Puglia, y te- 
nía trescientos hombres de armas y doscien- 
tos caballos ligeros y muchos infantes, y des- 
de allí hacía muy gran daño en los lugares co- 
marcanos, procurando de traer aquella pro- 
vincia á la parte de Francia. Y por esta razón, 
así en lo uno como en lo otro el Gran Capitán 
quiso hacer y proveer, quitando de aquellos 
lugares aquel impedimento, y asimismo de- 
jando limpio aquel reino de aquella carcoma 
de franceses, y luego dio esta orden en aquel 
caso repartiendo su gente y capitanes en esta 
forma: contra Luis de Aste envió al capitán 
Bartolomé de Alviano con los dos mil ale- 
manes y con doscientos hombres de armas y 
con ciento y cincuenta caballos ligeros; con- 
tra el Conde de Capachón envió al capitán 
Pedro Navarro con mil y quinientos infantes; 
contra el Conde Conversano envió al capitán 
Pedro de Paz con mil infantes y con doscien- 
tos caballos ligeros y con sesenta hombres de 
armas; contra Gonfredo Borja, Conde de Oli- 
veto, envió al capitán Fabricio Colona y Alon- 
so de la Rosa con la gente que hubieron me- 
nester. Repartida, pues, la gente en esta ma- 
nera, el Gran Capitán salió de Gaeta con toda 
aquella gente que le quedó, dejando la ciudad 
á buen recaudo y en el castillo artillería, gen- 
te y provisión la que pareció que convenía, y 
fuese la vía de la ciudad de Ñapóles, adonde 
se le hizo muy solemne recibimiento, el cual 
si particularmente se hubiese de escribir sería 
comenzar obra de nuevo; bastará saber que 
entró en Ñapóles de esta manera. Todo el 
despojo -de los franceses, como fueron armas 
de todo género y toda el artillería y banderas 
y otras cosas manuales que se hubieron, ve- 
nían en carros delante, cosa digna de mara- 
villar la cantidad de todos. Luego venían en 
sus escuadrones los infantes, tras ellos los 
caballos ligeros y en medio venía el Gran Ca- 
pitán cercado de los capitanes y de los más 
principales de Ñapóles que le salieron á reci- 
bir. Más atrás venía la gente de armas, todas 
en muy buena ordenanza. Saliéronle á recibir 
con muy grandes invenciones de juegos y fies- 
tas y grande compañía de damas y señores, las 



DEL GRAN CAPITÁN 



225 



principales de Ñapóles, las cuales traían entre 
sí un carro triunfal más rico y bien labrado que 
aquel en que Julio César entró en Roma, cuan- 
do puso á Francia debajo del imperio de los 
romanos, según que Tranquillo en la vida de 
los emperadores lo escribe. Pero ei Gran Ca- 
pitán, con aquella humanidad de que natura- 
leza le dotó, desechando de sí toda soberbia, 
dando la honra á Dios, mediante quien había 
alcanzado tan grandes victorias de los fran- 
ceses, no quiso entrar en el carro triunfal que 
aparejado le tenían, sino que quiso entrar así 
como venció, encima de su caballo y armado 
de sus armas. Y metido en Ñapóles, fué á po- 
sar en los Palacios del Rey, adonde estuvo 
muchos días en gran descanso y haciendo los 
de la ciudad muy grandes fiestas, juegos y 
máscaras, que en aquel tiempo se celebraban 
los carnavales que llaman en Italia, y acá lla- 
mamos las carnestolendas, y tómase un mes 
antes, en el cual tiempo se regocijan mucho 
las ciudades, villas y lugares de toda Italia, 
según que tienen de costumbre y los que en 
aquellas partes han estado sabrán mejor el 
estilo de estas fiestas, adonde dejaremos al 
Gran Capitán, y contará la historia todos los 
capitanes que despachó para las villas y lu- 
gares rebeldes del reino de Francia. 

CAPÍTULO CXIII 

De cómo el capitán Diego García de Paredes, 
por mandado del Gran Capitán, fué sobre 
Sora, y el capitán Fabricio Colona sobre Oli- 
veto, y de lo que hicieron. 

Contado ha la historia cómo el Gran Capi- 
tán Gonzalo Hernández, después que recibió 
la ciudad de Gaeta y hubo de. ella echado á 
los franceses y dado á su cuerpo algunos días 
de descanso, que envió á los más capitanes 
del ejército con gente en conquista de muchas 
villas y lugares del reino de Ñapóles que se te- 
nían por Francia, y que entre estos capitanes 
envió á Diego García de Paredes con dos mil 
infantes y con doscientos caballos ligeros 
contra una villa que dicen Sora, cabeza del du- 
cado, que así se nombra al ducado de Sora. 
Pues dice ahora la hisforia que Diego García 
de Paredes con esta orden del Gran Capitán 
se partió de Gaeta á diez días andados del 
mes de Febrero del año de mil y quinientos y 
cuatro, y andando por sus jornadas allegó á 

Crónicas del Gran Capitán.- iS 



una villa del ducado de Sora que se dice Ar- 
piño, la cual villa tomó por fuerza de armas; y 
dejando allí aposentada una parte de su gen- 
te con el capitán Pizarro y otros capitanes, 
él pasó adelante á otro lugar que dicen Casa 
Oliver, adonde estaba un capitán italiano que 
tenía aquel lugar por fuerza, al cual llamaban 
micer Bautista de Sora, con cincuenta caba- 
llos de guarnición. Y como Diego García de 
Paredes allegó sobre aquel lugar, aderezó lue- 
go de le combatir, cercándole primero muy es- 
trechamente; al fin la hubo de tomar como ha- 
bía hecho á Arpiño, y dejando allí aposentados 
tres compañías de gente, luego envió desde 
allí dos capitanes con sus compañías sobre 
otra villa que llaman Esclaví, la cual luego se 
rindió sin hacer muestra de defensión. Luego 
envió su comisario á una buena villa que dicen 
Santo Padre, con comisión que en aquella vi- 
lla permitiesen aposentar toda la gente que 
había quedado de aposento de Arpiño y de 
Casa Oliver y los de Santo Padre. Pero como 
fuese una gente indómita y belicosa, y asimis- 
mo la villa fuese así fuerte, pensando que se 
defenderían de los españoles, no quisieron re- 
cibir ninguno dentro de la villa, antes ponién- 
dose en armas mostraron que no era su volun- 
tad que entrasen á se aposentar. Habíanse re- 
cogido en esta villa de Santo Padre mucha 
gente de las otras villas y lugares de la comar- 
ca, por razón que era aquella villa mucho más 
fuerte que no lo era ninguna otra de las de 
aquel término, adonde se pensaron fortalecer 
y oponerse contra los españoles, si quisiesen 
venir á les tomar la villa como hacían en to- 
das las otras villas y lugares. Y asimismo con 
el favor de esta gente los de Santo Padre es- 
taban más duros y fuertes para no querer 
venir en ningún partido con los españoles, y 
por esta razón y por se mostrar ellos aficio- 
nados á franceses y defensores de su opinión, 
determinaron de no les recibir dentro. Diego 
García de Paredes, enojado con los de Santo 
Padre por ver el orgullo y osadía con que se 
oponían á los españoles teniéndolos en poco, 
hizo venir allí toda la gente que había dejado 
aposentada en Arpiño y en Casa Oliver y en 
otros lugares de la comarca, y siendo juntqs 
en Santo Padre, puso su cerco sobre aquella 
villa y túvola bien estrechamente cercada una 
noche y un día, y después metida toda la gen- 
te en armas, otro día dieron el combate á la 
villa. Hicieron tanto los españoles con el eno- 



228 



CRÓNICA GENERAL 



jo que contra los de la villa tenían, que de 
aquel combate la tomaron por fuerza de ar- 
mas, adonde mataron y prendieron muchos 
hombres, así de los de Santo Padre como de 
los que allí se habían venido á defendella de 
la comarca de Sora y de Archea, entre los 
cuales prendieron á un pariente del Duque de 
Sora. Y entre el despojo que le fué hecho, le 
tomaron una sortija, la cual queriéndola resca- 
tar de un peón que se la quitó, diciéndole que 
cuánto quería por ella y que se lo pagaría, el 
peón como en burla le pidió por la sortija mil 
ducados, el cual fué contento dárselos, y para 
estar cierto de la paga le daba en rehenes un 
su criado muy acepto. Lo cual referido al Gran 
Capitán, porque ya habían llevado los presos 
á Ñapóles donde él á la sazón estaba, y vista 
por él la sortija, preguntó á aquel caballero 
que cuál era la causa que daba tanta cantidad 
por aquella sortija, no teniendo piedra que lo 
valiese, respondióle aquel caballero: «Ningún 
precio iguala á su valor porque es empresa de 
la más linda y preciada dama que hay en Pa- 
rís, en la cual están sus armas». Oído esto por 
el Gran Capitán y vista la afición con que 
aquel caballero lo decía, mandó que de su cá- 
mara fuesen al soldado dados los mil ducados, 
y la sortija con otras muy ricas joyas dio á 
este caballero y lo libertó sin pagar ningún 
rescate. Pues, volviendo al propósito, todas 
las otras villas del ducado, como supieron lo 
que los españoles habían hecho en Santo Pa- 
dre, no osaron insistir más ni se poner contra 
ellos, temiendo que lo mismo acaecería por 
ellos que de los que de las villas y lugares to- 
mados por fuerza suelen acaecer; y por esta 
razón luego alzaron en aquellos lugares y vi- 
llas del ducado de Sora las banderas de Ara- 
gón por el Rey de España, siguiendo de ahí 
adelante su opinión y parte. Y lo que des- 
pués de esto sucedió, contarlo ha la crónica 
en su lugar, y dejará ahora á Diego García 
de Paredes en el Ducado de Sora, y dirá lo 
que Fabricio Colona y Alonso de la Rosa 
hicieron en el condado de Oliveto, porque 
aquellos capitanes no hicieron cosa que de 
contar sea más de acabar la presa que les fué 
cometida, tomando á Oliveto y á su castillo, 
metiendo á saco la villa y dejando todo el 
condado pacífico por España, no dice de ellos 
más y pasa su estilo á lo que el capitán 
Pedro Navarro hizo yendo contra el Conde de 
Capachón. 



CAPITULO CXIV 



De lo que hizo el capitán Pedro Navarro acer- 
ca de la empresa que el Gran Capitán te co- 
metió, que era ir contra el condado de Ca- 
pachón. 

Entre los capitanes que, según dicho es, el 
Gran Capitán escogió para en conquista de 
muchas villas y lugares que tenían la parte de 
Francia contra España, fué uno de ellos el ca- 
pitán Pedro Navarro con su gente, el cual 
poniendo en efecto aquel negocio allegó á 
una villa que se llamaba Altavilla, y detúvose 
ende tres días, mediante los cuales se adere- 
zó lo mejor que pudo para comenzar á enten- 
der en aquello que tenía entre las manos. Y al 
fin de los tres días con muy buena orden se 
partió con su gente de Altavilla y vino sobre 
otra villa ó lugar que se llamaba Roca del 
Áspero, que se tenía por Francia. Este lugar 
y su fortaleza son conformes al nombre, por- 
que es fuerte y áspero por manera, que con 
razón los mismos moradores intentaron déla 
defender de los españoles, y se sustentaron 
con todo su poder á la opinión de Francia. 
Pues allegando Pedro Navarro sobre aquel 
lugar, luego le cercó con mucha fortaleza y la 
puso con el cerco en muy gran estrecho. Pero 
los de la villa, no teniendo en nada el cerco 
de los españoles, no querían venir en ningún 
partido; por lo cual enojado el capitán Pedro 
Navarro, mandó meter la gente en armas y 
combatióla muy fuertemente, por manera que 
aunque la villa era asaz fuerte y de los de 
dentro bien defendida, hubo de venir en po- 
der de los españoles, los cuales bien ejecuta- 
ron en ella todo el rigor que la pertinaz rebel- 
día suya merecía, en especial siendo cometida 
contra su mismo Rey y señor; porque después 
que por fuerza de armas la tomaron, mataron 
ende muchos hombres y saquearon la villa, 
que no quedó cosa que no viniese á manos y 
poder de los españoles. Después que la Roca 
del Áspero vino en devoción, aunque forzo- 
sa, del Rey Católico, el capitán Pedro Nava- 
rro movió de allí con su gente la vía de Cheli- 
no, adonde estaba el Conde de Capachón re- 
traído con toda su gente. Y como el capitán 
Pedro Navarro allegó sobre Chelino, luego le 
cercó por todas partes estrechísimamente, por 
manera que el Conde no tuvo osadía de opo- 
nerse contra las fuerzas y poder de los espa- 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



227 



ñoles, y también porque vio que no había lu- 
gar de donde fuese socorrido, por razón que 
la gente que en los lugares y villas estaba, 
que tenían la parte de Francia, harto tenían 
que hacer cada cual de defender su partido 
sin salir á socorrer á los aliados de su opi- 
nión. Y así por una cosa como por otra el Con- 
de de Capachón, no se hallando seguro en 
Chelino, determinó de se venir á la merced 
del Gran Capitán por el Rey de España, y de 
esta manera el Conde se salió de Chelino sin 
tentar las armas contra los españoles, y de- 
jando sus estados se fué á Ñapóles por al- 
canzar perdón del Gran Capitán. Pero como 
no haya lugar perdón ni misericordia en aque- 
llos que muchas veces hayan en un mismo de- 
lito incurrido, así el Gran Capitán, sabiendo 
que este Conde de Capachón fué siempre 
en deservicio del Rey Católico, con el cual 
muchas veces se reconcilió viniendo á la su 
merced y otras tantas se había levantado con- 
tra él, no le quiso perdonar, y por esta razón, 
dejando perdido su estado, se fué á Francia, y 
el capitán Pedro Navarro metiéndose en Che- 
lino y en todas las otras villas y lugares del 
condado se tornó á Ñapóles, donde el Gran 
Capitán estaba. 

CAPÍTULO CXV 

De lo que hizo el capitán Bartolomé de Alvia- 
no, á quien el Gran Capitán había cometido 
la empresa de Venosa contra Luis de Aste. 

Habiendo los sobredichos capitanes Diego 
García de Paredes y Pedro Navarro dado 
buena cuenta de aquello que el Gran Capitán 
les había encomendado, que fué, según dicho 
es, tornar el ducado de Sora y el estado del 
Conde de Capachón en servicio del Rey Cató- 
lico de España, de quien la crónica en los dos 
capítulos antes de éste ha tratado, quiere 
ahora contarlo que Bartolomé de Alviano hizo 
en lo de Venosa, adonde estaba el capitán 
Luis de Aste haciendo todo mal y daño, en 
aquellos lugares y villas de aquella comarca. 
Pues dice ahora que partido que fué Bartolo- 
mé de Alviano de donde estaba el Gran Capi- 
tán con los dos mil alemanes y trescientos 
hombres de armas y ciento cincuenta caballos 
ligeros, que luego se metió en el camino de 
Venosa, y envió adelante á los dos mil alema- 
nes y él se quedó con los caballos atrás. Ha- 



k 



bianse de juntar los alemanes con D. Diego de 
Arellano, que estaba en frontera de Luis de 
Aste en Melfa. A este D. Diego de Arellano 
había el Gran Capitán enviado adelante antes 
que se partiese de Ñapóles para Sant Germán, 
según que la historia lo ha contado, para que 
echase de Venosa á aquel francés Luis de 
Aste, y en todo aquel tiempo, por mucho que 
D. Diego de Arellano trabajó, nunca pudo ha- 
cer cosa ninguna. Pues dice ahora la historia 
que como el capitán Luis de Aste supo la ve- 
nida del capitán Bartolomé de Alviano contra 
él, en socorro de D. Diego de Arellano, luego 
con mucha diligencia se aderezó para los es- 
perar, proveyéndose de todo lo necesario para 
aquella guerra, como fué recogiendo en Veno- 
sa todas las vituallas que pudo haber de las 
villas y lugares de aquella comarca; y, porque 
algunos lugares eran sus contrarios, porque 
tenían la parte de España, salió antes que la 
gente de Bartolomé de Alviano allegase de 
Venosa, y fué sobre una villa que llaman La- 
belo por razón que aquella villa estaba por 
España, y asimismo porque era fama que ha- 
bía ende gran copia de bastimentos; y así lle- 
gando á la villa luego puso su cerco al derre- 
dor de ella, poniéndola en todo estrecho, pero 
los moradores se defendían con todo su po- 
der. Después que la hubo cercado, mandó 
asestar con el artillería contra los muros de la 
villa por muchas partes, con la cual se batió 
muy fuertemente, y derribando con el artille- 
ría una parte del muro y de las defensas de lo 
alto, hizo meter su gente en armas, y allegán- 
dola á aquellos lugares que más malparados 
estaban del artillería, dio el combate á la villa 
con mucha fortaleza, por manera que aunque 
los moradores de Labelo pugnaron por se de- 
fender con grande ánimo y fortaleza, no pu- 
dieron tanto que al fin no viniese la villa en 
poder de Luis de Aste, la cual saquearon y to- 
maron ende todas las vituallas de pan y vino 
y cebada y otras muchas provisiones que ha- 
llaron en asaz cantidad, y cargándolo todo en 
carretas se vinieron todos con ello á Venosa, 
haciendo esto mismo en otros lugares comar- 
canos. Aquesto hacía Luis de Aste no sin ar- 
did, por razón que su voluntad era, no sólo 
rehacerse en Venosa de grandes provisiones, 
pero asimismo que se las quitaba á los ene- 
migos, por manera que sacando las provisio- 
mes todas de los lugares y villas comarcanas, 
no tendrían los enemigos con qué sustentar el 



228 



CRÓNICA GENERAL 



cerco, y de esta manera pensaba aventarlos 
de aquel lugar. En este medio los dos mil ale- 
manes llegaron á Melfa, adonde Diego de Are- 
llano estaba, el cual fué muy alegre con su ve- 
nida, en especial cuando supo que Bartolomé 
de Alviano le venía á ayudar, porque bien 
creyó que de aquella vez no se excusaría Luis 
de Aste no dejar de todo punto á Venosa. Lue- 
go D. Diego de Arellano con aquellos alema- 
nes y con la gente que tenía, salió de Melfa y 
fué sobre una villa que dicen Repola, que se 
tenía por Francia, y asentaron su real contra 
aquella villa, y aderezó luego de la combatir; 
por manera que de aquel combate la villa de 
Repola fué tomada y metida á saco, con asaz 
daño y muertes de los moradores de ella. Lue- 
go que fué tomada Repola, D. Diego de Are- 
llano fué sobre otra villa que se dice Átela, 
adonde el Gran Capitán estuvo el tiempo de 
la partición del reino, según que dicho es. 
Allegando D. Diego de Arellano sobre aquella 
villa, púsole su cerco por todas partes y cada 
día le daba batalla, pugnando D. Diego de la 
tomar por fuerza de armas; pero como la villa 
fuese en sí fuerte y vigorosamente de los de 
dentro defendida, no la pudo D. Diego de Are- 
llano tomar de aquella vez. Por esta razón se 
levantó D. Diego de Átela y tornó con su 
gente á Melfa. Luego llegó Bartolomé de Al- 
viano con la gente de armas y caballos ligeros, 
adonde halló á los alemanes que ya se habían 
juntado con D. Diego de Arellano, y siendo 
juntos ambos á dos capitanes comunicaron 
entre sí todo lo que sobre la expedición de 
aquel negocio convenía, y hallaron que para 
haber de ir sobre Venosa, y asimismo sobre 
las otras villas que estaban al presente por 
Francia, que tenían muy grande necesidad del 
artillería, por razón que todos aquellos luga- 
res eran bien murados; y por esta causa luego 
enviaron al castellano de Manfredonia, para 
que vista su necesidad, les enviase el artille- 
ría, porque sin ella no podrían hacer cosa al- 
guna en la conquista de aquellas villas y lu- 
gares rebelados. El castellano de Manfredonia 
como supo la necesidad que aquellos capita- 
nes tenían del artillería, luego les envió tres 
cañones reforzados y una culebrina y cuatro 
falconetes. Y como esta artillería llegó á Mel- 
fa, á la hora Bartolomé de Alviano y D. Diego 
de Arellano con los caballos y infantes salie- 
ron de Melfa llevando consigo el artillería, y 
aderezando su camino contra una villa que 



estaba por Francia, que se llama Monarvino, y 
allegando sobre aquélla, asentaron su real 
alrededor de ella, adonde en los lugares más 
convenientes se dio asiento al artillería, y ba- 
tíanla cada día muy fuertemente. Al fin se dio 
la batalla, adonde los españoles hicieron tanto 
de sus personas, que tomaron á fuerza de ar- 
mas la villa de Monarvino y la metieron á saco, 
adonde hubieron los españoles muchas cosas 
ricas. Después de esto Bartolomé de Alviano 
y D. Diego de Arellano se partieron de Mo- ] 
narvino con su gente y vinieron á una villa que 
dicen Espina Sola, y allí estuvieron sin hacer j 
cosa que de contar sea, hasta que vinieron j 
sobre la villa de Venosa. 



CAPÍTULO CXVI 



d 



De cómo Bartolomé de Alviano y D. Diego de 
Arellano fueron sobre Venosa y de lo que 
ende hicieron contra Luis de Aste. 

Bartolomé de Alviano y D. Diego de Are- ; 
llano después que hubieron reposado algunos 
días en Espina Sola, según que dicho es, en los 
cuales concertaron de venir sobre Venosa, y 
así un día con toda la gente y artillería que 
tenían se partieron de Espina Sola y vinieron 
sobre Venosa á cercar ende á Luis de Aste. 
Y como llegaron á Venosa, luego asentaron 
su real junto á un monasterio de frailes que 
llaman la Trinidad; y después de asentado el 
real, encararon el artillería contra los muros 
de la villa por aquellos lugares que más da- 
ños les podían hacer. Por manera que todo 
el tiempo que sobre Venosa estuvieron, no 
dejó el artillería de tirar con mucha fortaleza, 
de que se hizo asaz daño en la muralla. En 
éste medio no dejaban los franceses que den- 
tro de Venosa estaban de tirar asimismo con 
el artillería á las estancias del campo espa- 
ñol, con la cual se hacía no menor daño que 
ellos recibían; y los franceses asimismo salían 
muchas veces de Venosa y escaramuzaban 
con los españoles, adonde se hacían unos á 
otros todo el daño que podían. Pues estando 
los españoles en Venosa, según dicho es, el 
artillería con que de dentro les tiraban les 
hacía mucho daño; y por esta razón y porque 
estuviesen en sus estancias más seguros, or- 
denaron de reparar su campo de muchas trin- 
cheas para haber de llegar el artillería á la 
muralla, lo cual hicieron de tal manera que 




DEL GRAN CAPITÁN 



229 



allegaron con las trincheas al muro, lo cual 
pudieron muy bien hacer, porque cubiertos 
con la una hacían luego la otra trinchea tan 
cautamente, hasta que las Hegaron al muro 
junto á los fosos de la villa; y siendo tan cer- 
ca de la muralla y fosos, luego hicieron otros 
reparos en el asiento del artillería, y fué de 
esta manera. Los españoles asentaron el ar- 
tillería muy á su salvo junto al muro, con que 
tiraban á las defensas de lo alto con tanta 
fortaleza y tan á menudo, que los franceses 
no se osaban asomar á la defensa por recibir 
muy gran daño del artillería. Estando, pues, 
en este estado las cosas del reino de Ñapó- 
les, no quedando ya que hacer acerca de la 
recuperación del reino, salvo tomar algunas 
villas y lugares que aun estaban por Francia, 
como era Venosa y Conversano y Rosano, 
con otros lugares de menor calidad, según 
que en la prosecución de esta crónica se dirá, 
vino nueva al Gran Capitán cómo entre el 
Rey Católico D. Fernando de España y el Rey 
D. Luis de Francia se habían puesto treguas 
por tres años, siendo el Gran Capitán avi- 
sado y sabiendo que aquella era la voluntad 
de su Rey, aunque no determinada, acordó de 
suspender aquel hecho de guerra hasta tanto 
que le viniesen los capítulos de las treguas, 
según que habían de ser guardados y mante- 
nidos. Y luego el Gran Capitán Gonzalo Fer- 
nández de Córdoba envió su mandado á los 
capitanes que estaban en la villa de Venosa 
y al capitán Pedro de Paz, que estaba en Con- 
versano, y al capitán Gómez de Solís, que es- 
taba sobre la ciudad de Rosano, para que to- 
dos dejasen el cerco que cada cual tenía en 
las villas y lugares, así de la Pulla como de 
Calabria, y se estuviesen quedos en sus ante- 
riores aposentamientos, dejando las sobredi- 
chas villas y lugares en su primera libertad, 
hasta tanto que hubiesen otro su mandado 
de nuevo. El capitán Bartolomé de Alviano y 
D. Diego de Arellano que estaban sobre la 
villa de Venosa (según dicho es), luego sin 
más detener se alzaron de sobre Venosa y se 
retiraron á la villa de Labelo, adonde estuvie- 
ron hasta que otra cosa se acordó. El capi- 
tán Luis de Aste, que no con poco temor ha- 
bía estado hasta allí, viendo el estrecho y pe- 
ligro en que el capitán Bartolomé de Alviano 
y D. Diego de Arellano con su gente espa- 
ñola le tenían puesto, como vio alzado el real 
de sobre Venosa, fortificó la villa y castillo 



de Venosa de toda la gente y vituallas y de 
todas las cosas necesarias á su defensión, y 
dejando la más gente que para defensión de 
la villa y castillo fué menester, se salió de 
Venosa y fuese á Trana, tierra de venecianos 
donde dende algunos días que allí estuvo se 
fué á Francia. El capitán Pedro de Paz, que 
estaba sobre la villa de Conversano, asimismo 
viendo el mandado del Gran Capitán (dado 
que tuviese á la sazón la villa de Conversano 
en punto de la tomar), obedeciendo su man- 
dado, se levantó de sobre Conversano y se 
retiró á Orvino y otras tierras de aquella co- 
marca; y eso mismo hizo el capitán Gómez de 
Solís, que se retiró con su gente á Curillano, 
adonde en estos lugares que dicho ha la cró- 
nica estuvieron aposentados hasta tanto que 
vino al Gran Capitán la claridad de las tre- 
guas entre los dos Reyes, como se debía tener 
y guardar. 

CAPÍTULO CXVII 

De cómo vino la declaración de las treguas al 
Gran Capitán, y de cómo los capitanes que 
hasta entonces hablan estado suspensos en 
la guerra, comenzaron de nuevo á acabar el 
hecho comenzado, según que en la declara- 
ción se contenia. 

Estando, pues, todos los campos de España 
suspensos todo el tiempo que la declaración 
de las treguas tardó, no haciendo cosa de que 
daño ni perjuicio á los franceses redundase, 
mirando mucho que por su parte las treguas 
no se quebrantasen, vino al Gran Capitán la 
declaración de todo ello. Y era que bien era 
verdad que los Reyes de España y Francia 
estaban atreguados; pero que las treguas no 
quitaban que todas las villas y lugares ó ciu- 
dades, que cualquier Príncipe tuviese por 
Francia ocupadas, no se pudiesen conquistar, 
antes "expresamente se mandó que las deja- 
sen al Gran Capitán por el Rey Católico don 
Fernando de España y no intentasen de las 
defender en manera ninguna. El Gran Capitán, 
habida esta relación y declaración, luego avi- 
só á todos sus capitanes diciéndoles que sin 
ningún detenimiento acabasen de todo punto 
aquellos hechos de aquel reino, los cuales 
verdaderamente sin esperar declaración nin- 
guna debieran de hacer guerra en aquellas 
tierras, por razón que en aquel tiempo de las 
treguas el Barón de Marzano y el Príncipe 



230 



CRÓNICA GENERAL 



de Rosano, sin las guardar según debían, sa- 
lían de los lugares adonde estaban y hacían 
daño en los españoles que con el capitán Gó- 
mez de Solís y con el capitán Pedro de Paz 
estaban; pero ellos no querían ir contra las 
decisiones y treguas de su Rey, porque así les 
era mandado por el Gran Capitán Gonzalo 
Fernández de Córdoba. El capitán Bartolomé 
de Alviano, que estaba en Labelo, y el capitán 
D. Diego de Arellano, luego como supieron 
el mandado del Gran Capitán, se movieron 
de Labelo y con toda su gente fueron sobre 
la villa de Venosa, y de donde según dicho 
es el capitán Luis de Aste se había salido y 
ido huyendo á Francia, y por esta razón sin 
muchas armas ni resistencia los de Venosa se 
rindieron y recibieron dentro en la villa á los 
españoles, quedando de allí adelante aquella 
villa con todos los lugares de aquella comarca 
en toda paz y amor y reconciliados por el Rey 
Católico D. Fernando de España. Después de 
esto, el capitán Bartolomé de Alviano y don 
Diego de Arellano con los capitanes Ursinos 
que en aquel hecho les habían ayudado y fa- 
vorecido con toda su gente, se tornaron á la 
ciudad de Ñapóles á dar cuenta al Gran Ca- 
pitán Gonzalo Fernández de Córdoba de lo 
que habían hecho. El capitán Pedro de Paz, 
que se había retirado, según arriba dicho es, 
sabiendo la voluntad del Gran Capitán, se 
movió de aquel lugar y fué sobre una buena 
villa que dicen Oyra, que estaba por el Rey 
Luis de Francia; y por razón que no tenía toda 
la gente que había menester, envió al capitán 
Bartolomé de Alviano, antes que se partiese 
de Venosa, para que le enviase mil hombres 
de guerra, de los cuales tenía muy gran nece- 
sidad. El cual luego se los envió porque ya no 
tenía necesidad de ellos, y luego el capitán Pe- 
dro de Paz con aquella gente y con la otra que 
de antes tenía, tuvo muchos días cercada la vi- 
lla, mediante los cuales se trabajó mucho por 
la tomar, pero no lo pudo hacer tan fácilmente 
por ser la villa muy fuerte en sí y asimismo 
muy bien defendida de los moradores de ella. 

CAPÍTULO CXVIII 

De cómo el capitán Pedro de Paz, haciendo 
muchos ingenios y minas contra la villa de 
Oyra, la tomó. 

En todo el tiempo que los españoles estu- 
vieron sobre la villa de Oyra, no dejaron los 



franceses de salir cada día á visitar el campo 
de los españoles con continuas escaramuzas, 
rebotándolos de sus estancias, adonde así de 
la una parte como de la otra había siempre 
muertos, heridos y presos. Y como el capitán 
Pedro de Paz tuviese por menoscabo de su 
honra haber estado tanto tiempo sobre aque- 
lla villa sin la poder tomar, recibiendo mayor 
daño en su gente del que hacían á los de den- 
tro, determinó buscar todas las maneras y ar- 
tes que pudo para haber de tomar aquella villa. 
Y para esto hizo hacer una mina bien grande 
contra de los muros de la villa, en que pasó 
muy gran trabajo. Los de Oyra, como sintie- 
ron hacer la mina al muro, hicieron por de 
dentro por aquella parte grandes reparos y un 
foso muy alto y ancho, por manera que aun- 
que la mina derribase el muro, quedase la 
villa tan fuerte como de antes, y también se 
hizo el foso para ver si la mina que los espa- 
ñoles hacían, se pudiera descubrir por donde 
su fortaleza expirase. El capitán Pedro de 
Paz, después que la mina fué acabada, hízola 
enchir de mucha pólvora y cerrarla muy fuer- 
temente, según que hacerse suele en los se- 
mejantes ingenios; y hecho esto mandó me- 
ter en armas su gente, y como fueron todos 
aderezados para dar la batalla, á la hora se 
puso fuego á la mina, la cual reventó con 
tanta fortaleza, que metió por el suelo una 
buena parte del muro. Según dijimos, como 
los de dentro se hubiesen fortificado con el 
foso y otros reparos del muro, dado caso que 
viniese á tierra, quedó la villa tan fuerte 
como de antes. Los españoles como vieron el 
muro caído, no viendo los reparos que los de 
dentro habían hecho, por razón del mucho 
polvo que la caída del muro causó, arreme- 
tieron como ciegos á entrar por allí, y los de 
la villa, que bien en orden estaban en los re- 
paros, los recibieron de tal manera que mu- 
chos de los españoles perdieron allí las vidas, 
con poco daño que en ellos se hizo, á causa 
de quedar fuertes con los reparos con que 
se apercibieron. Los españoles, sintiendo el 
daño, retiráronse afuera, no pudiendo de 
aquel combate tomar la villa, y así se sosega- 
ron en sus estancias aquella noche. Y luego 
otro día de mañana el capitán Pedro de Paz 
mandó aderezar su gente para dar otra vez 
el combate con voluntad de hacer de aquella 
batalla venir la villa en merced del Rey Cató- 
lico ó morir en aquella demanda. Estando los 



■ 



DEL GRAN CAPITÁN 



231 



españoles para dar la batalla, los de Oyra, 
viendo que los españoles habían de poner 
todas sus fuerzas para los tomar y que les 
era dañoso intentar de los resistir con armas, 
determinaron de darse á partido, y así envia- 
ron personas al capitán Pedro de Paz, que 
le hiciesen saber su voluntad y compusiesen 
con él que dejándolos libres en la villa sin 
recibir daño en sus personas, ellos le entre- 
garían la villa y castillo de Oyra. El capitán 
Pedro de Paz, habido aquel mandado de los 
de la villa, luego mandó apartar su gente que 
ya estaba para dar el combate, y vino en 
aquello que le demandaban; y de esta manera 
los de la villa quedaron en merced del Rey 
Católico juntamente con el castillo, adonde 
dejó gente de guarnición. De ahí el capitán 
Pedro de Paz se fué á poner cerco sobre Con- 
versano. 

CAPÍTULO CXIX 

De cómo el capitán Pedro de Paz, después que 
hubo tomado á Oyra, fué á poner cerco so- 
bre Conversano,y de lo que sobre ello acaeció. 

Habiendo ya tomado el capitán Pedro de 
Paz la villa y el castillo de Oyra, según dicho 
es, luego se movió de allí con toda su gente 
y fué á cercar á Conversano, que asimismo 
se tenía por Francia, adonde el Conde de 
Conversano cuando se fué á Francia había 
dejado un capitán, dicho por nombre micer 
Aníbal, con trescientos soldados italianos y 
franceses, sin la gente de la misma villa, que 
no era poca, toda gente determinada de mo- 
rir por la opinión de Francia, en la cual el 
Conde su señor les había dejado cuando den- 
de se partió. Pues allegado que fué Pedro 
de Paz sobre Conversano, puso su campo 
junto á un monasterio de frailes que está á 
media milla de la villa, y sentó el artillería 
en un lugar contra al muro que más apare- 
jado le pareció ser, con la cual cada día se 
batía el muro con mucha fortaleza, de que se 
hacía algún daño. Eso mismo acaeció, que 
los de Conversano salían y daban rebatos en 
las estancias del campo español, y asimismo 
los españoles los recibían, en que mezclados 
los unos con los otros no poco daño y peli- 
gro padecían así de muertos como de heri- 
dos. Pues visitándose de esta manera que 
dicho es, un día salieron de Conversano has- 
ta ciento y cincuenta de caballo y doscientos 



infantes, y vinieron á saltear las estancias de 
los españoles. Y como los españoles los vie- 
ron venir, luego con gran diligencia se ade- 
rezaron para salir á recibirlos, y revueltos 
unos con otros, trabóse entre ellos una muy 
brava y peligrosa escaramuza, adonde fueron 
muchos muertos y heridos de ambas partes, 
Pero al fin los españoles cargaron en los de 
Conversano con tanta fortaleza, que metién- 
dolos en huida, los fueron siguiendo hasta 
junto á los fosos de la villa. En este alcance 
murieron algunos soldados de los de Con- 
versano, y los españoles dejándolos de se- 
guir más, se comenzaron á retraer á su cam- 
po; y al tiempo de retraerse los de Conver- 
sano cargaron sobre ellos toda su artillería, 
la que por los muros y torres tenían contra 
el campo español asestada, en que mataron 
é hirieron algunos españoles. En este tiempo 
el artillería española no dejaba de tirar á los 
que estaban en el muro de Conversano, y en 
esto acaeció un gran desastre en aquel lugar, 
de que por poco muriera el capitán Pedro de 
Paz, y fué así. Que poniendo un artillero fue- 
go á un cañón que. estaba cargado contra el 
muro, reventó y saltó el fuego en veinte ba- 
rriles de pólvora que estaban en el lugar de 
la munición, que no quedó pólvora que no 
fuese consumida. El capitán Pedro de Paz, 
que á esta sazón se halló cerca de la muni- 
ción, quemósele malamente el rostro y parte 
del cuerpo, de que estaba tan malo que to- 
dos creyeron que muriera. Quemáronse asi- 
mismo algunos hombres, que ende se halla- 
ron, y murieron con aquel rebato y triste in- 
fortunio. De este hecho fué luego la nueva al 
Gran Capitán, con la cual hubo muy gran pe- 
sar, en especial sabiendo el peligro del capi- 
tán Pedro de Paz, á quien él mucho quería, 
por ser uno de los fuertes y animosos capi- 
tanes que nunca en Italia pasaron, y por esta 
razón luego envió con sus veces al capitán 
Alonso de Carvajal, para que con aquella 
gente que sobre Conversano estaba, acabase 
aquel hecho que en muy buenos términos lo 
tenía el capitán Pedro de Paz, antes que le 
sucediera aquel desastre. Con este manda- 
miento del Gran Capitán se partió Alonso de 
Carvajal de Ñapóles, y por sus jornadas vino 
sobre Conversano, adonde halló el campo es- 
pañol próspero, aunque el capitán Pedro de 
Paz enfermó gravemente, y luego como llegó 
allí dio orden en el combatir de la villa como 



232 



CRÓNICA GENERAL 



convenía. Y de tal manera les hizo la guerra 
y tan á menudo les daba la batalla, que los 
de la ciudad no pudieron más sufrir el tra- 
bajo que cada día padecían y habían pade- 
cido en aquel cerco, y así determinaron de 
dar la villa y castillo á los españoles, con par- 
tido que en sus personas ni haciendas no re- 
cibiesen detrimento ninguno. El capitán Alon- 
so de Carvajal, comunicándolo con el capitán 
Pedro de Paz, que aunque estaba en la cama, 
con su consejo se hacía mucho en el campo, 
acordaron entre sí que así se hiciese. Pero 
como los españoles hubiesen en aquel cerco 
pasado mucho trabajo, con pérdida y daño 
harto suyo y de los amigos y compañeros, 
viendo como la villa se tomaba á partido, to- 
dos se metieron en armas y corrieron contra 
Conversano con voluntad de morir ó tomar 
la villa para la saquear. El capitán Alonso de 
Carvajal, que ya tenía afirmado con los de 
Conversano su seguro, hubo de esto muy 
grande enojo y trabajó mucho desviarlos de 
aquella fuerza. Pero la cosa, que muy incli- 
nada estaba, no pudo resistirla, de manera 
que los españoles con gran osadía dieron la 
batalla á la villa, en que hicieron tanto de sus 
personas, que añadiendo en su virtud mayo- 
res fuerzas con la codicia del saco, toma- 
ron la villa, haciendo gran daño en los mora- 
dores y gente de guerra que ende estaba, y 
metidos en Conversano saquearon la villa, 
que no quedó cosa que no viniese á su po- 
der: lo cual fué hecho contra la voluntad de 
sus capitanes, porque merecían muy gran 
pena y castigo, si la multitud no los excusara. 
Finalmente, la villa y castillo de Conversano 
vino en poder de los españoles, dejando la 
villa y todo lo demás muy mal parado. 

CAPÍTULO CXX 

De cómo el Gran Capitán envió d Diego Gar- 
da de Paredes y al capitán Pizarra para que 
se juntasen con Gómez de Solís, que estaba 
en Careliano, y fuesen contra el Principe de 
Rosana y contra el Barón de Marzano, que 
se fiablan flecho fuertes en Rosana, y de lo 
que ende sucedió. 

Siendo en la devoción del Rey Católico casi 
todo el reino de Ñapóles, y no quedando cosa 
que no le reconociese por señor, según es di- 
cho, empero había algunos que antes recono- 
cían al francés que á él, y para esto el Gran 



Capitán contra el Príncipe de Rosano (que 
mantenía juntamente con el Barón de Mar- 
zano y otros señores y barones de aquella 
provincia el nombre de Francia, y haciendo 
grande junta de gentes salían de Rosano á 
correr todas las villas y lugares de aquella 
provincia que se tenían por España hasta lle- 
gar á Curillano, donde estaba en frontera con 
alguna gente el comendador Gómez de Solís) 
envió á Diego García de Paredes y al capitán 
Pizarro con dos mil infantes para que se jun- 
tasen con el comendador Gómez de Solís, que 
á la sazón estaba en Curillano y tenía consigo 
cien caballos ligeros y otros tantos hombres 
de armas, y que todos juntos fuesen contra 
Rosano, adonde el Príncipe con todos los prin- 
cipales señores y caballeros de aquella pro- 
vincia se habían hecho fuertes. Porque era 
aquella ciudad en sí fuerte, de la cual todo el 
Principado dependía, y lo mismo habían for- 
tificado otros lugares comarcanos, que son 
éstos: Santa Severina, Longo, Buco y la Es- 
calada. Finalmente, los sobredichos capitanes 
españoles partieron de Ñapóles mediado el 
mes de Mayo de aquel año de mil y quinien- 
tos y cuatro, y en fin del sobredicho mes lle- 
garon á una villa que dicen Terranova de Tar- 
sia, adonde estuvieron un día y una noche, y 
mediante este tiempo los capitanes españoles | 
se juntaron y ordenaron entre sí lo que de- 
bían hacer cerca de aquel hecho de Rosano, 
adonde se acordó que, pues el Príncipe de 
Rosano se había hecho fuerte en aquella ciu- 
dad, adonde esperaba ser cercado de ellos, 
que clara cosa sería que tod.is las provisiones 
de pan y vino de aquel año y de todas las 
otras cosas necesarias para su mantenimiento 
procurarían meter en Rosano para poderse 
sustentar en el cerco, y por esta razón á ellos 
les parecía que sería bien acordado, para que 
mejor principio llevasen sus hechos, que se 
fuesen á juntar con el comendador Gómez 
Solís en Curillano, y que desde allí se partie- 
sen á hacer el gasto y talas en lo*^ trigos, 
cebadas y viñas de aquellas tierras, porque 
los de Rosano no se aprovechasen aquel 
año de ello, que según la gente que dentro 
había (que sería entre soldados italianos y 
franceses y la gente de guerra de la misma 
ciudad, sin la otra gente que no era para to- 
mar armas, más de tres mil hombres) grande 
falta les harían las provisiones en aquella 
tala, y este acuerdo que los capitanes hubie- 



é 



DEL GRAN CAPITÁN 



233 



ron, á todos pareció muy bueno. Luego otro 
día siguiente á la punta del día Diego García 
de Paredes y el capitán Pizarro con toda la 
otra gente se partieron deTerranova de Tar- 
sia, y el capitán Gómez de Solís con la gente 
de caballo, que ende tenía, salió fuera de aque- 
lla villa y juntóse con los otros capitanes 
españoles que dicho habernos, y así todos 
juntos, comunicando cou el comendador Gó- 
mez de Solís lo que habían determinado de 
hacer, se fueron á aposentar con el ejército 
á cinco millas de la ciudad de Rosano, en un 
bosque y matas muy espeso, que es junto á 
unas lagunas cabe la marina, adonde por 
aquella parte se podría hacer muy gran mal y 
tala, por razón que los de Rosano tenían en 
aquel lugar grande abundancia de sembra- 
das, así de trigos como de cebadas, estando 
en el ejército los taladores y gente que ha- 
bían de hacer el gasto, no se apartarían mu- 
cho de ellos y podrían hacer aquella tala más 
á su salvo. Pues como los españoles fueron 
aposentados en aquel lugar, y hechas sus es- 
tancias, según que se suele hacer en seme- 
jantes aposentos de campo, luego sin más 
detener enviaron los sacomanos á correr y 
cortar los trigos y cebadas que estaban aún 
verdes en el campo, y toda otra hierba para 
los caballos y bestias de carruaje del campo; 
y la guarda de los sacomanos fueron veinte 
caballos á hacerles la escolta mientras ellos 
talaban y cortaban las sembradas, así de tri- 
go como de cebadas y otras legumbres que 
muchas había en aquellas partes, las cuales 
estaban ya cortadas y taladas de manera que 
no podían los españoles hacer mayor daño ni 
tala de lo que ende estaba hecho. Y la razón 
de ello fué que, como el Príncipe de Rosano 
hubiese sido avisado de la venida de los es- 
pañoles contra él, usó de un ardid de guerra 
con el cual hizo daño á los españoles, y fué 
que hizo cortar y talar todas las sembradas 
que más pudo, así de trigo como de ceba- 
das, así verdes como estaban, y habíalo todo 
hecho meter en la ciudad porque no faltasen 
para los caballos que estaban dentro en Ro- 
sano provisión, y por esta razón no hallaron 
mucho los españoles que talar por aquella 
parte, y aquel oficio de talar así era común á 
los de Rosano como á los españoles, salvo 
que se aprovechaban mucho los de la ciudad 
de las talas que se hacían, porque lo metían 
todo en la ciudad de Rosano. 



CAPITULO CXXI 

De cómo saliendo el mismo día que los saco- 
manos españoles falavan los trigos, el Barón 
de Marzano con gente d hacer la escolta á 
sus taladores, fué roto por Diego García de 
Paredes y muerta mucha gente de la suya. 

Luego que los españoles, según dicho es, 
allegaron al bosque junto á la marina, envia- 
ron los sacomanos con veinte caballos que 
hiciesen la escolta, para que segasen para los 
caballos del ejército todas las cebadas y tri- 
gos y otras hierbas que hallasen. Pues dice 
ahora la crónica que como el Príncipe hubie- 
se mandado segar los panes y meterlos en la 
ciudad, que cada día salían de Rosano gentes 
que no entendían en otra cosa sino en segar 
todos los panes y cebadas y hierbas que en 
aquel término había; y que este día que los 
sacomanos españoles salieron, sucedió que 
asimismo salieron los de la ciudad á segar 
según lo tenían de costumbre, con los cuales 
salió el Barón de Marzano con cuatrocientos 
infantes y cien caballos ligeros y treinta hom- 
bres de armas á hacer la escolta, en tanto que 
los sacomanos segaban y cargaban. Pues 
acaeció que estando el Barón de Marzano 
haciendo la escolta, vieron cómo los sacoma- 
nos españoles talaban y gastaban aquellos 
panes y cebadas, y hacían muy gran daño en 
todo, por lo cual dejando á su infantería en 
una viña, él con los cien caballos ligeros y los 
treinta hombres de armas corrió hacia aquel 
lugar donde los sacomanos españoles anda- 
ban segando, y los veinte caballos como vie- 
ron venir tanta gente contra ellos volvieron 
las espaldas y fuéronse retirando hacia donde 
estaba su campo, y el Barón de Marzano los 
fué siguiendo á la mayor prisa que pudo has- 
ta tanto que tomó todos los sacomanos, hi- 
riendo primero algunos de ellos, y uno de los 
sacomanos herido de dos lanzadas se escapó 
de entre ellos, y al mayor correr que pudo 
llevar entró por el campo dando muy gran- 
des voces diciendo lo que les había acae- 
cido con los de Rosano, y de cómo llevaban 
todos los sacomanos presos. En esto Diego 
García de Paredes, que á la sazón estaba á 
caballo y se había hallado en la delantera del 
campo, como supo lo que los de Rosano ha- 
bían hecho, y cómo llevaban presos á sus sa- 
comanos, recogió hasta sesenta caballos lige- 



234 



CRÓNICA GENERAL 



ros y veinte hombres de armas, y fué en pos 
del Barón de Marzano, el cual con los saco- 
manos españoles se tornaba á la ciudad. Y 
tanto anduvo Diego García de Paredes con 
los caballos, que alcanzó al Barón y á su 
gente junto á una ermita derribada que lla- 
man Santo Sodor, que está en las viñas de 
Rosano. El Barón de Marzano, como vio que 
no se podía excusar de no venir á las manos 
con los españoles, que ya lo habían alcanzado, 
tornó sobre ellos, y en una calle de viñas que 
ende estaba, se afrontaron los unos con los 
otros, adonde así revueltos pelearon bien 
más de una hora, haciéndose mucho daño, 
así de muertos como de heridos. Pues estan- 
do así trabados, Diego García de Paredes, 
que peleaba en la batalla delantera, viendo 
que por la disposición del lugar adonde pe- 
leaban no se podía aprovechar bien de toda la 
gente, hizo saltar en las viñas hasta cuarenta 
caballos de los suyos para que diesen por el 
costado en los enemigos, porque bien vio que 
de aquella manera más brevemente los des- 
baratarían. Pues así fué que los caballos espa- 
ñoles, según el mandado de su capitán, salta- 
ron en las viñas y dieron en los enemigos por 
el costado tan fuertemente, que el Barón de 
Marzano por aquella causa no pudo sufrir 
más á los españoles, y así juntamente con los 
suyos fué desbaratado y metido en huida lle- 
vando el camino á donde había quedado su 
infantería, pensando que con ella se reharía 
y tornaría á los españoles otra vez. Pero no 
sucedió así, antes los españoles los fueron 
siguiendo de tal manera que revueltos con 
los caballos se metieron entre los infantes 
del Barón de Marzano, los cuales pensaron 
de hacerse fuertes en aquella viña adonde 
estaban; pero como los caballos de Rosano 
fueron desbaratados, mataron é hirieron los 
españoles muchos de ellos. En esto el Barón 
de Marzano, viendo la cosa perdida, con so- 
los veinte caballos de los suyos se salvó 
con harto trabajo en Rosano. Toda la demás 
gente que quedó fué presa y muerta de los 
españoles, y fueron los muertos ochenta hom- 
bres y presos ciento y cincuenta, y librados 
asimismo los sacomanos españoles que les 
había preso el Barón de Marzano. Y des- 
pués de esto Diego García de Paredes man- 
dó hacer grande tala en las sembradas y 
cargar grandes cebadas y trigos verdes y 
otras hierbas, y con todo esto y con la vic- 



toria con tanto daño de sus enemigos alcan- 
zada se tornó Diego García de Paredes á su 
campo. 

CAPÍTULO CXXII 

De cómo Diego García de Paredes se metió en 
la ciudad de Rosano para haber de saber si 
había provisión en la ciudad para aquel año, 
y del peligro que á esta causa recibió. 

Roto el Barón de Marzano en las viñas de 
Rosano, según que la crónica ha contado, los 
españoles hicieron muy grandes talas y gas- 
tos en las sembradas de aquella comarca, por 
manera que así con la tala que ellos habían 
hecho como la tala y gasto que los de la ciu- 
dad eso mismo hacían, ya no había por aque- 
lla parte cosa ninguna que no estuviese me- 
tida toda á destrucción; y por esta razón los 
capitanes españoles luego dieron orden de 
se levantar de aquel lugar, y haciéndolo así 
fuéronse á poner cuatro millas más adelante 
la marina arriba, con voluntad de talar asi- 
mismo por aquella parte todos los trigos y 
cebadas que eran sembrados en aquel lugar. 
Adonde estuvieron ocho días haciendo muy 
gran tala, no solamente en los trigos y ceba- 
das, pero en las viñas, no dejando cosa en el 
campo que no destruyesen, á lo menos de 
aquellas que creían que los de la ciudad de 
Rosano se podían aprovechar; de manera que 
bien tenían averiguado que por el año veni- 
dero los de la ciudad de Rosano no tendrían 
provisiones, á lo menos de pan y vino, según 
la tala que se había hecho en todos los tér- 
minos de la ciudad de Rosano. Pero con esto 
hallaban muy gran inconveniente si se hubie- 
se de diferir aquel cerco hasta el año venide- 
ro, por razón que esperando ellos hasta otro 
año no se podrían sustentar en ninguna ma- 
nera, porque aún estaban por pasar cinco me- 
ses del verano, que tenían pensamiento de 
estar sobre aquella ciudad, y en aquel tiempo 
ellos no tenían demasiadas provisiones; lo cual 
pensaban sería contrario en los de la ciudad, 
los cuales estarían bien proveídos para aquel 
año, aunque á la verdad no lo sabían de 
cierto. Eso mismo hallaban por grandes in- 
convenientes si el invierno venidero hubiesen 
de estar sobre la ciudad de Rosano por la in- 
disposición del lugar de aquella tierra, que de 
muchas aguas y nieves y de otros trabajos 
de invierno serían oprimidos y metidos 




DEL GRAN CAPITÁN 



235 



muy grande afán y peligro, según que lo ha- 
bía sido el invierno pasado en el Careliano, 
especialmente que en aquella tierra, por cau- 
sa de las muchas aguas, corren muchos arro- 
yos y ríos y hácense muy grandes lagunas, y 
el ejército vendría en muy grande detrimen- 
to, que verdaderamente sería muy dificultoso 
poderse sustentar, principalmente esperando 
faltarle bastimentos, como lo esperaban, si 
hasta el invierno estuviesen en cerco. Y lo 
que mayor pasión les daba, era no saber si 
en la ciudad de Rosano había provisión para 
lo que quedada de pasar de aquel aíío, y eso 
mismo en el estado que la ciudad de Rosano 
estaba, lo cual no habían podido saber. Final- 
mente, los capitanes españoles y toda la otra 
gente principal del ejército se juntaron y co- 
municaron entre sí estas cosas, hallando muy 
cerrada la salida de todo ello, si del estado 
de la ciudad de Rosano no se sabía, por razón 
que así como hallasen los enemigos aperci- 
bidos, así ellos harían y ordenarían lo que 
más conviniese hacer sobre aquel cerco. Es- 
tando los capitanes en esta duda, teniendo 
muy gran deseo de saber las provisiones que 
había y para qué tanto tiempo, el capitán 
Diego García de Paredes, á quien por su osa- 
día y valeroso ánimo en todo le fué favorable 
la fortuna, dijo á sus compañeros que él que- 
ría meterse en Rosano y sabría muy bien, si 
con la vida quedase, todo lo que en la ciudad 
se hacía; pero que tenían necesidad, según lo 
que en aquel caso tenía pensado hacer, que 
todos publicasen cómo él había muerto un 
lugarteniente suyo de capitán, por razón que 
se le había querido alzar con su compañía y 
que todo el campo se había levantado contra 
él para le matar, porque con aquel achaque 
pudiese estar seguro en Rosano como que se 
había ido á meter en la ciudad con temor de 
no ser muerto. Finalmente, con este aviso 
Diego García de Paredes se armó como hom- 
bre de armas y su caballo eso mismo, y ca- 
balgando en él se encomendó á Dios con muy 
gran devoción y fué cuanto el caballo le pudo 
llevar á se meter dentro en Rosano. Pues 
acaso antes que llegase á la ciudad se encon- 
tró con una guardia de doscientos hombres, 
los cuales como le viesen venir, luego cono- 
cieron ser de los enemigos, y todos á una 
arremetieron contra él, y de tal manera le 
recibieron que le convino haber con ellos una 
peligrosa escaramuza; el cual, dado caso que 



les dijese la razón de su venida, no por eso 
dejaron de le cargar de muchos y pesados 
golpes, y sin duda ninguna, si no fuera por la 
fortaleza de las armas y por su buen corazón, 
peligrara aquel día. Pero Diego García de 
Paredes hizo tanto de su persona que hirien- 
do algunos de los enemigos se libró de sus 
manos huyendo la vía de la ciudad. Verdade- 
ramente se debe creer, según que él mismo 
muchas veces dijo, que en cuantos peligros 
pasó en esta vida ninguno le puso tan cerca- 
no á la muerte como aquel en que de su mis- 
ma voluntad se metió; por razón que habién- 
dose salvado de la guardia de los trescientos 
soldados, viniese á meter en otro mayor peli- 
gro. Porque como llegó á Rosano, la gente 
que estaba en guardia de las puertas por 
donde se entró, turbados en ver aquel espa- 
ñol entrar corriendo, pensaron que todo el 
ejército español venía allí, cerrando todas las 
puertas y tomando sus armas se pusieron 
delante de Diego García de Paredes, que ya 
estaba dentro, el cual no se quiso detener 
entre ellos, antes, dando de espuelas á su ca- 
ballo, pasó de recio adelante. Luego fué toca- 
do alarma por la ciudad, y todos corrían con- 
tra él, procurando cada uno darle muerte. Y 
Diego García de Paredes, que no había veni- 
do á Rosano por pelear, sino por tomar len- 
gua del estado de bastimentos que en la ciu- 
dad había, pasaba por todos sufriendo muy 
grandes golpes, hasta tanto que vino á los 
palacios del Principe, que sintiendo el albo- 
roto de la ciudad, había salido fuera para ver 
lo que era, y luego corrió allí toda la ciudad 
sobre él. Pero el Príncipe le hizo seguro has- 
ta tanto que Diego García de Paredes, des- 
cendiendo de su caballo, se puso ante el Prín- 
cipe diciéndole la causa de su venida, que era 
cómo había él muerto un lugarteniente de ca- 
pitán suyo por razón que se había rebelado 
y levantado con su compañía, y que por aque- 
lla causa se había levantado todo el campo 
contra él por le matar; y que él, viéndose en 
peligro de muerte, no había hallado mejor 
remedio á su salud que era venirse á poner 
debajo de su amparo, confiando en la grande- 
za y valor de su persona que le haría seguro 
de todo mal y daño que venirle podría, por 
razón que haber venido ante su presencia lo 
tenía más por ventura que por peligro, lo 
cual todo le había dado atrevimiento de ve- 
nir ante él, y que por esto le suplicaba tuvie- 



236 



CRÓNICA GENERAL 



se por bien servirse de su persona algunos 
días hasta tanto que se asegurase la gente 
de su ejército y él pudiese irse sin recibir al- 
gún daño en su persona á España, de donde 
era natural. El Principe, que era buen caba- 
llero y muy leal en sus hechos, maravillándo- 
se de lo que aquel capitán español había pa- 
sado aquel día, preciólo mucho y dióle algún 
crédito, aunque no quedó satisfecho y hizo 
recibir información de ello, y hallando ser 
verdad, según en el campo había quedado 
ordenado que se dijese, el Príncipe le tuvo 
en su casa tres días. En los cuales el capitán 
Diego García de Paredes se informó de todo 
cuanto pasaba en la ciudad y supo eso mis- 
mo cómo tenía provisiones para se sufrir 
aquel verano estando cercados; el cual, sien- 
do muy alegre de lo sucedido en aquel hecho, 
pasados los tres días que en Rosano estuvo, 
habló con el Príncipe diciéndole cómo él te- 
nía voluntad de irse á España y que ya no 
tenía temor de los españoles que le harían 
mal alguno, yéndose por camino que hubiese 
de venir á sus manos, y que si fuese servido 
él recibiría muy gran merced si le diese un 
salvoconducto con que él pudiese ir seguro 
por sus tierras, de que se temía. El Príncipe 
de Rosano (según dicho es) era buen caba- 
llero, dado que holgara que se quedara en su 
servicio; pero como vio que aquella era su 
voluntad, no sólo le dio el salvoconducto, 
pero dióle asimismo un soldado para que se 
fuese con él hasta le poner en salvo. Diego 
García de Paredes se salió de Rosano y fuese 
con el soldado italiano por el mejor camino 
que le pareció, y cuando sintió que era tiem- 
po túvole en merced su compañía y despidió- 
se de él, diciendo que no le quería poner en 
más trabajo, que se tornase, que de allí ade- 
lante él se iría seguro con sólo el salvocon- 
ducto. Y despedido el soldado italiano, se 
tornó Diego García á su campo, adonde dio 
cuenta á sus compañeros de lo que había 
hecho y del estado de la ciudad, según que 
arriba es dicho. Finalmente, obró tanto aquel 
hecho que hizo Diego García de Paredes, 
aunque algunos lo juzgaban por temerario, 
que fué causa que la ciudad de Rosano vino 
en más breve tiempo en servicio del Rey Ca- 
tólico, como adelante se dirá. Luego otro día 
de mañana que Diego García de Paredes 
llegó al campo, los capitanes aderezaron de 
36 levantar de aquel lugar donde estaban y 



se llegaron más cerca de Rosano para poner 
en mayor estrecho la ciudad. 

CAPÍTULO CXXIII 

De cómo el ejército español se levantó de aquet 
lugar de la marina y se vino á poner junto á 
Rosano, y cómo el coronel Villalba hizo una 
cabalgada del ganado de la ciudad. 

Como Diego García de Paredes allegó al 
campo de los españoles bien instruido del 
estado de la ciudad de Rosano, habiendo á 
los capitanes sus compañeros avisado, luego 
otro día en la mañana se levantaron de aquel 
lugar donde hasta entonces habían estado 
aposentados y vinieron á poner cerco más 
junto á la ciudad. Los cuales como llegaron á 
Rosano, para tenerla en mayor estrecho por 
todas partes, hicieron dos partes de su ejér- 
cito: en la una quedó el Comendador Gómez 
de Solís y el capitán Pizarro, y se pusieron 
junto á una iglesia que llaman San Andrés. 
En la otra parte quedó Diego García de Pa- 
redes y el coronel Villalba junto á otra igle- 
sia que llaman San Francisco, adonde ambos 
los aposentos en cuatro meses que estuvie- 
ron sobre Rosano nunca dejaron de hacer 
todo el daño que pudieron en la ciudad. Eso 
mismo los de Rosano, así del muro como sa- 
liendo á saltear el campo con rebatos y esca- 
ramuzas, no dejando de hacer todo el daño 
que podían. Pues acaeció que estando en 
este estado la ciudad, una noche el coronel 
Villalba se apartó de su campo con cien hom- 
bres y metióse en una emboscada por aquella 
parte por donde los de la ciudad sacaban el 
ganado á pacer al campo, según que lo tenían 
de costumbre, y estúvose toda aquella noche 
emboscado hasta que fué de día; y siendo la 
punta del día los pastores sacaron el ganado 
bien descuidados de lo que sucedió, y traían 
en su guardia cien hombres de guerra, y 
como el coronel Villalba los vio venir, dejólos 
pasar adelante esperando que se desviasen 
más de la ciudad, y cuando le pareció buen 
tiempo descubrióse de su emboscada y arre- 
metió contra la gente de guerra, por manera 
que matando é hiriendo muchos de ellos, les 
tomó mucha parte del ganado, y con ellos, 
sin perder un hombre solo de los suyos, se 
tornó á su campo en el aposento de Diego 
García de Paredes. 




DEL GRAN CAPITÁN 



237 



CAPÍTULO CXXllII 

De cómo los de la ciudad de Rosana salieron 
dos veces á pelear con los españoles que te- 
nían la parte de San Francisco, en que los 
de la ciudad recibieron muy gran daño y 
Diego García de Paredes fué herido de un 
escopeta, de que por poco muriera. 

Aquejados los de la ciudad de Rosano de 
los soldados españoles que tenían el cuartel 
de San Francisco, pensaron que si ellos no se 
trabajaban de echar los españoles de aquella 
estancia no podrían dejar de recibir de ellos 
gran daño cada día. Y por esta razón luego 
otro día siguiente después de lo que pasó el 
día antes, los de la ciudad de Rosano salieron 
hasta doscientos hombres de guerra, y con 
muy grande ímpetu dieron en una de las es- 
tancias de aquel aposento de San Francisco, 
adonde la ciudad mayor daño recibía, y allí 
estaban cien soldados españoles que por 
aquella parte guardaban el campo. Los cuales 
como sintieron venir á los enemigos se mez- 
claron los unos con los otros y hubieron en- 
tre sí una muy reñida y peligrosa batalla, en 
la cual la gente de la ciudad de Rosano lle- 
vaban lo mejor, por razón que como vieron 
andar aquellos doscientos soldados que pri- 
mero salieron con los españoles revueltos, 
toda la demás gente salió con voluntad de 
echar de todo punto de aquella estancia á los 
españoles. Y verdaderamente recibieran muy 
gran daño y perdieran aquella estancia, si no 
que el capitán Diego García de Paredes, 
viendo el manifiesto peligro de los suyos y de 
cómo eran acometidos de toda la mayor parte 
de la gente que guardaba aquel cuartel, so- 
corrió con doscientos soldados españoles y 
dio tan de recio y con tan grande fortaleza 
en los de la ciudad de Rosano, que de su 
venida muchos fueron muertos y heridos; y 
tanto hizo de su persona con su gente que á 
golpe de espada los hizo retraer á la ciudad, 
y los españoles todavía los iban siguiendo 
matando é hiriendo en ellos hasta los meter 
por la puerta de la ciudad. Y como fueron 
dentro en la ciudad, luego el capitán Diego 
García de Paredes mandó retraer toda su 
gente á sus estancias del campo y halló que 
habían sido muertos aquel día cien hombres 
de los de la ciudad de Rosano, sin muchos pri- 
sioneros y heridos, y de los soldados españo- 



les murieron asimismo aquel día veinte, sin 
algunos heridos. Después de esto, estando los 
de la ciudad muy lastimados viendo el daño 
que cada día recibían de los españoles, espe- 
cialmente el de aquel día en aquella batalla, 
determinaron en sí de salir todos juntos un 
día y dar en una de las guardas del campo 
español, por razón que, como ya arriba dicho 
es, los aquejaban mucho. Y un día con esta 
voluntad los de la ciudad de Rosano salieron 
con tanta determinación, que traían delante 
de sí ó la muerte ó la vergüenza de sus ene- 
migos, y arremetieron contra la estancia de 
aquella guardia. Pero los españoles, que no 
se descuidaban, recibiéronlos muy bien, y con 
mucho ánimo pelearon los unos contra los 
otros más de hora y media, con tanta forta- 
leza que como los de la ciudad de Rosano 
hubiesen salido con determinación de morir 
ó de desbaratar aquella gente, eso mismo lo 
hubiesen con hombres que sabían bien de- 
fenderse, fué causa de ser mucho más san- 
grienta la pelea entre los unos y los otros; 
murieron ende muchos hombres de una y 
otra parte. Diego García de Paredes, que no 
era usado á desamparar sus soldados, viendo 
el peligro y trabajo en que los de la ciudad 
de Rosano los tenían puestos, á causa de ser 
mucha más gente en comparación que no 
ellos, arremetió en su socorro con toda la 
demás gente de su campo, y con tanto áni- 
mo y fortaleza que después de mucha gente 
de una y de otra parte muerta, á fuerza de 
armas los metieron por las puertas de la ciu- 
dad. En este rebato fué herido Diego García 
de Paredes de una escopeta de través, que 
por poco no fué muerto; pero saliendo de 
aquella prisa maltrecho de la herida, hubo de 
estar en la cama muchos días hasta tanto que 
fué Nuestro Señor Dios servido que cobrase 
entera sanidad. Murieron en este combate de 
una y de otra parte más de cien hombres, y 
verdaderamente murieran muchos más, si no 
lo estorbara la herida del capitán Diego Gar- 
cía de Paredes, que fué causa que la gente 
del ejército, viendo herido á su capitán, de- 
jaron de seguir más á los de la ciudad de 
Rosano. Todo aquel tiempo que Diego García 
de Paredes estuvo malo, los de Rosano no 
dejaban de salir de la ciudad para hacer reba- 
tos en el cuartel, y los españoles los recibían 
como mejor podían, siéndoles muy gran falta 
la enfermedad de su capitán, con cuya forta- 



238 



CRÓNICA 



leza las suyas se doblaban; y por esta causa 
el coronel Villalba trabajaba mucho en que 
por la enfermedad de Diego García de Pa- 
redes no hubiese falta en el recibimiento de 
los enemigos, y así se sustentaron todos 
aquellos días hasta tanto que el capitán Die- 
go García de Paredes recibió entera sanidad. 

CAPÍTULO CXXV 

De un desafío que hicieron tres infantes ita- 
lianos de la ciudad de Rosano con otros es- 
pañoles, y de lo que del desafío sucedió. 

En todo aquel tiempo que Diego García de 
Paredes estuvo enfermo, muy negligentes es- 
taban los soldados españoles y muy tibios en 
todo, porque ciertamente la enfermedad de 
su buen capitán Diego García de Paredes 
era muy grande parte de su tristeza, y no 
por eso dejaban de hacer en su defensión 
contra los de la ciudad de Rosano todo lo 
que ellos podían, los cuales muy más á me- 
nudo salían y visitaban á los españoles con 
muy continuos rebatos; en los cuales, por la 
mala orden con que recibían á los enemigos, 
se les hacía muy gran daño, y verdadera- 
mente andaban tan descuidados todos los 
españoles, que si Nuestro Señor Dios por su 
infinita bondad y clemencia no les enviara 
sanidad á su capitán, no fuera mucho perder- 
se el ejército. Pues estando la cosa en este 
estado acaeció que demandaron tres solda- 
dos de la ciudad de Rosano campo y desafío 
á otros tres soldados españoles; y los espa- 
ñoles, como no sean perezosos en semejan- 
tes afrentas, en especial adonde alguna hon- 
ra se puede ganar, salieron al puesto y de- 
manda de los italianos otros tres soldados 
españoles, y dada entre ellos la orden que 
debían de tener y señalado el lugar del com- 
bate y los jueces y el día que se habían de 
combatir, los tres soldados italianos salieron 
de Rosano con muy grande solemnidad acom- 
pañados de mucha gente de guerra y con su 
juez de su parte que tuviesen seguro el cam- 
po, y otros tres soldados españoles asimismo 
salieron con la misma solemnidad y orden, y 
llegados al lugar de la estacada metiéronlos 
dentro los jueces y pusiéronlos asimismo en 
sus puestos. Y hecha la señal los unos se vi- 
nieron contra los otros (traían picas y espa- 
das á guisa de infantes), y mezclados los 



GENERAL 

unos con los otros hubieron entre sí uno de 
los más bravos y reñidos combates que nun- 
ca hicieron en Italia infantes contra infantes. 
Finalmente, porque es cosa demasiada que- 
rer contar particularmente lo que acaecid 
cada cosa por sí en los combates, en especial 
no siendo ni acaeciendo cosas notables ni 
dignas de cuenta, dice la crónica que los tres 
soldados españoles, habiendo pasado muy. 
gran trabajo y peligro de sus vidas dentro en 
la estacada, hicieron tanto de sus personas 
aquel día que por fuerza hicieron rendir á los 
tres soldados italianos, quedando por sus 
prisioneros. Y siendo así declarado y dado 
por sentencia de los jueces, los soldados es- 
pañoles salieron con la honra del desafio y 
campo y fuéronse cada cual adonde salieron. 
Y es cierto que en esto puede la nación es- 
pañola dar muchos loores y gracias infinitas 
á Nuestro Redentor Jesucristo, pues en todos 
los peligros siempre les quiere ayudar á que 
salgan con su honra de ellos. Aunque muy al 
contrario de esto sucedió á Sotomayor, es- 
pañol, con el capitán Pedro Bayarte, que era 
francés; porque el dicho capitán Pedro Ba- 
yarte en los días pasados poco después de 
los once por once, de que arriba se hace men- 
ción, desafió á combatir en batalla de toda 
ultranza al sobredicho Sotomayor, queján- 
dose el capitán francés de haber sido grave- 
mente ultrajado del español, teniéndole preso 
en más áspera y descortés prisión de lo que 
debía tenerle. Y el Gran Capitán Gonzalo 
Hernández de Córdoba, entendida la causa 
de la querella, reprendió muy severamente á 
Sotomayor por lo hecho y le mandó que sa- 
liese al campo, porque con el juicio de las 
armas se purgase la infamia del mal trata- 
miento ó quedando vencido méritamente fue- 
se castigado con deshonrado fin por haber 
ensuciado con palabras y obras descorteses 
la honra de la nación española y á su linaje. 
Y así salieron los dos al campo, adonde la 
fortuna sentenció en aquel combate y desafío 
un triste fin, y fué que el capitán francés en 
poco espacio de tiempo metió al Sotomayor 
la punta de la espada por la escotadura de la 
coraza y le hirió mortalmente en la garganta, 
de la cual herida murió con harta vergüenza 
y confusión suya; y porque ya se va cansan- 
do mi pluma quiero solamente decir de qué 
manera la ciudad de Rosano vino en servicio 
del Rey Católico de España. 



DEL GRAN CAPITÁN 



239 



CAPÍTULO CXXVI 

De cómo el capitán Pizarro y el coronel Vi- 
llalba se juntaron y fueron á tomar unas 
grutas que estaban fuera de Rosano, adonde 
eran veinte hombres de guarda, y lo que ende 
hicieron. 

Estando las cosas de la ciudad de Rosano 
en este estado, el capitán Pizarro, que estaba 
en compañía del Comendador Gómez de So- 
lís, y el coronel Villalba y Diego García de 
Paredes ordenaron ambos á dos (es á saber), 
Pizarro y Villalba, de ir á tomar unas grutas 
que son fuera de la ciudad, adonde los del 
Príncipe hacían la guardia. Los capitanes es- 
pañoles, tomando de sus compañías hasta 
cien hombres, un día en medio del día en la 
siesta salieron de su campo y fueron á dar 
sobre aquella guardia de las grutas, adonde 
estaban veinte hombres de guarda. Y los ca- 
pitanes españoles con aquellos cien soldados 
con buena orden y con gran secreto comen- 
zaron de subir á aquel lugar, el cual, por ser 
áspero de subir, con mucha dificultad se tar- 
daron algún tanto. Y como los españoles alle-^ 
garon á las grutas, dieron de recio sin ser 
sentidos en los veinte hombres que las guar- 
daban, adonde mataron algunos de ellos y 
todos los demás se escaparon con mucho tra- 
bajo metiéndose en la ciudad huyendo. Y los 
españoles habiendo echado las guardas de 
aquellas grutas se apoderaron ende en ellas 
y se hicieron ende fuertes, y así las tuvieron 
todo el tiempo que sobre Rosano estuvieron, 
adonde en su defensa los españoles con otros 
que con ellos pusieron en guarda, hicieron 
cosas maravillosas; porque como estaban en 
lo alto de la sierra que señoreaban la ciudad, 
de adonde al Príncipe y á los demás les venía 
mucho daño y por donde se les podía causar 
su total perdición, cada día procuraban con 
escaramuzas y continuos asaltos echar de 
allí á los españoles. Pero como ellos eran ta- 
les que temían más el perjuicio de las honras 
que la falta de las vidas, de tal manera se 
sustentaban, que ningún acometimiento que 
les hiciesen les ponían temor, antes aquello 
tenían por gloria, obrando de sus personas 
de tal manera que su valor era manifiesta 
muerte y ruina á los enemigos. En esto acae- 
ció que un día el Príncipe de Rosano con los 
demás caballeros y gente que con él estaban, 



deseando la perdición de los españoles que 
en las grutas estaban, ordenaron un ardid 
con el cual los rompiesen y echasen de allí 
con mucho daño suyo, escaramuzándolos de 
tal manera que aun redundase en daño y te- 
mor de los restantes que en el real estaban. Y 
para esto trataron que el Barón de Marzano 
con hasta doscientos soldados los más esco- 
gidos, á la primera vela de la noche, cuando 
la gente estuviese más descuidada, saliesen 
de la ciudad y por unos lugares que hay muy 
asperísimos en la subida de las grutas, donde 
los españoles estaban, por ser lugar muy alto 
para ponerse gente, se emboscase, y al alba 
del día saliese repartiendo su gente en tres 
partes, y que cada un soldado llevase en la 
mano una alcancía llena de pólvora con una 
mecha encendida cuanto un dedo de largo 
atravesada en la misma alcancía, y como lle- 
gasen á la guarda de los españoles, los aco- 
metiesen muy animosamente con las armas 
en la mano, guardando las alcancías para me- 
jor oportunidad; y rotos aquellos, como sería 
poca gente, los que guardaban las grutas 
vendrían á socorrerles, cargasen sobre ellos 
por tres partes y juntando con ellos echán- 
doles las alcancías, las cuales quebrándose 
como las mechas iban encendidas, prenderían 
el fuego en la pólvora y chamuscarían, no sólo 
á los que anduviesen con ellas, pero aun á 
los que anduviesen cerca, y con el temor de 
esto y la turbación, de presto serían desba- 
ratados y echados de aquel lugar, el cual á 
los de la ciudad de Rosano era muy impor- 
tante, como dicho es, y el resto de la ciudad 
se pusiese en el paso por donde los del cam- 
po habían de socorrer á los que estaban en 
las grutas, el cual era muy angosto y áspero, 
por donde si subían no podían sino recibir 
notable daño, por ser unas cuestas de unos 
riscos, hechas de tal manera que muy poca 
gente les podía defender el paso á los que 
por allí subiesen y hacerles mucho daño. Y 
así pensaron escarmentarlos de manera que 
otro día más atentadamente se pusiesen á 
emprender otra semejante cosa, y aun como 
desconfiados dejarían el sitio de Rosano. Pues 
ordenado esto por los de Rosano y puesto 
por obra, salió como dicho es de aquella em- 
boscada al alba del día conforme á lo concer- 
tado, y envió la tercera parte de su gente á 
los españoles que hacían la guardia hacia 
aquella parte, que sería hasta veinte hom- 



240 



CRÓNICA GENERAL 



bres; y como aquellos del Príncipe eran más 
de ochenta hombres, aunque los españoles 
pelearon como leones, á la postre fueron por 
los de Rosano rotos y se empezaron de reti- 
rar. En esto al ruido acudieron los españoles 
que estaban con el capitán Pizarro en las 
grutas en socorro de los suyos, quedando en 
guardia de las grutas el coronel Villalba y 
con hasta cincuenta soldados; y como Pizarro 
vio maltratar la guardia de los españoles, 
socorrióles con tanto ánimo y presteza, que 
aunque los que venían con el Barón de Mar- 
zano se quisieran socorrer de las alcancías, 
no pudieron sino muy pocos, porque los apre- 
taron de tal manera que se les cayeron entre 
los pies por ayudarse de las armas, de que re- 
dundó que el daño que habían de hacer en los 
enemigos lo hicieron en sí mismos. En esto 
llegaron las otras dos partes que traía el Ba- 
rón de Marzano, y como el coronel Villalba 
los vio, salió á socorrer á los suyos con el 
resto de la gente, haciendo señal al capitán 
Pizarro que se recogiese, porque los enemi- 
gos no le ganasen las espaldas, y él por le 
socorrer no desamparase las grutas, y así lo 
hizo el capitán Pizarro, que vuelta la cara á 
los enemigos, se juntó con el coronel Villalba. 
En esto ya llegaban los del Barón de Mar- 
zano á ellos, y empezaron de arrojar las al- 
cancías que les habían quedado á los espa- 
ñoles; pero quiso Nuestro Señor Dios que 
como hacía un viento contrario á los italia- 
nos, así como arrojaban las alcancías, con el 
viento las mechas encendían las alcancías; de 
suerte que antes que llegasen á los españo- 
les, en el aire eran quemadas, y así los espa- 
ñoles no recibieron daño alguno; y como los 
españoles fuesen con las armas en las manos, 
y los italianos (después de echadas las alcan- 
cías) echasen mano á las suyas, antes que se 
pudiesen valer de ellas fueron acometidos de 
los españoles de tal manera, que sin poder 
hacer armas fueron de ellos muchos muertos y 
presos, entre los cuales fué preso el Barón de 
Marzano, aunque herido muy mal, y así los es- 
pañoles tuvieron de ellos la victoria. Los capi- 
tanes españoles Diego García de Paredes y 
Gómez de Solís y Pedro de Paz, como enten- 
dían en mirar por dónde podrían combatir la 
ciudad y querían labrar ciertas minas, no su- 
pieron ni oyeron lo que pasó, y así se estuvie- 
ron quedos en su real, y así no hubo efecto el 
designio del Príncipe de Rosano por aquel día. 



CAPÍTULO CXXVII 



De cómo Diego García de Paredes, estando ya 
bueno de su herida, acordó con los otros 
capitanes sus compañeros hacer una mina 
á la ciudad, por lo cual el Príncipe de Ro- 
sano les entregó la ciudad. 

Pues visto por el Príncipe Rosano el triste 
y desastrado fin que su designo y del Barón de 
Marzano había habido, determinó de probar 
ventura otra vez. Y fué que llamó á un capi- 
tán que él tenía por hombre muy escogido en 
valor, y mandóle que en la mañana siguiente 
antes que fuese de día, por la puerta que sa- 
lía al real, con quinientos soldados, todos con 
sus propias camisas vestidas sobre las ar- 
mas, diesen en el real de los enemigos más 
con voces que con armas, á fin que los del 
real acudiesen á ellos; y como los del real 
moviesen tras de ellos, se retrajesen con 
buen concierto hacia la ciudad y se pusiesen 
debajo los muros, porque los que estarían 
sobre los muros los defenderían, y él por 
otra parte saldría con el resto de la gente, y 
como hallaría el real que era á la parte donde 
estaba Diego García de Paredes desocupado, 
haría en ellos mucho daño y los tomaría por 
las espaldas, donde creía desbaratarlos; por- 
que la otra gente que estaba en la otra parte 
de la ciudad en guarnición no los tenía en 
tanto como aquellos que estaban con Diego 
García de Paredes. Pues dada esta orden, el 
capitán del Príncipe de Rosano salió tan quie- 
tamente, que no fué sentido de las guardas del 
cuartel del capitán Diego García de Paredes, 
y así los tomó de sobresalto y hirió en ellos de 
tal manera, que antes que fuese entendido el 
hecho mató algunos soldados é hirió muchos 
y los puso en muy grande alteración. Pero 
tornados sobre sí se juntaron y reforzaron 
de tal manera, que los rósanos se entretuvie- 
ron, y como algunos de la compañía del capi- 
tán Diego García de Paredes le sintiesen y 
lo avisasen de ello, envióles doscientos in- 
fantes de socorro, los cuales llegados los de 
Rosano con el concierto, se comenzaron á re- 
tirar á la ciudad, yendo en seguimiento los j 
españoles. Pues como el Príncipe de Rosano 
sintiese el ruido, creyó que todo el campo 
iba en seguimiento de los suyos, salió con 
toda su gente para tomarlos por las espal- 
das, pensando que no le había de quedar hom- 



4 



DEL GRAN CAPITÁN 



241 



brc á vida; pero no le sucedió así, porque 
como el ruido y las voces de los heridos eran 
tan grandes, Diego García de Paredes, que 
ya se podía vestir las armas, se levantó y se 
armó y mandó poner á toda su gente en ar- 
mas, hechos escuadrón, para ir á socorrer á 
los suyos, enviando delante algunos caballos 
ligeros para tomar lengua de lo que pasaba. 
Y estando así aguardando la respuesta y avi- 
so, llegó el Príncipe de Rosano con toda su 
gente, y pensando hallar el campo desemba- 
razado, no en muy buena orden, empezaron 
de entrar por él, que como aun no era de día 
no podían ver lo que pasaba. Pero Diego 
García de Paredes, que fué avisado de la ve- 
nida del Príncipe de Rosano, volvió con toda 
su gente hacia aquella parte, y topándose 
con los rósanos que andaban desmandados, 
■matando y robando cuanto hallaban, pensan- 
do que no había nadie en las tiendas, fué su 
fatiga burlada, porque viniendo los españo- 
les todos en orden y tomando á los italianos 
desordenados y desmandados, como dicho es, 
en poco rato hicieron tanto estrago en ellos 
y mataron y prendieron tantos, que no se vio 
en una jornada de tan poco espacio tantas 
muertes y heridas. Y fué la causa que allende 
de su desconcierto, todos los italianos traían 
camisas sobre las armas, y así se diferencia- 
ban los unos de los otros. Finalmente, fué tal 
aquella escaramuza, que convino al Príncipe 
de Rosano, con la mayor prisa que pudo, vol- 
verse á la ciudad con los pocos que seguirle 
pudieron, siguiéndole siempre los españoles; y 
si no procurara que cerraran luego las puertas 
de la ciudad, de aquella hecha la entraran los 
españoles; porque al ruido acudieron los es- 
pañoles que á la otra parte de la ciudad esta- 
ban, y todos hechos un cuerpo procuraban en- 
trar dentro. Pero como está dicho, el Príncipe 
mandó cerrar las puertas, las cuales cerra- 
das, quedaron muchos de los suyos fuera, que 
no pudieron entrar en la ciudad, los cuales 
fueron muertos y presos por los españoles. 
Los quinientos soldados que á la otra parte 
estaban, no pudiendo sufrir el recio acometi- 
miento de los soldados españoles, tuvieron 
por mejor meterse en la ciudad que no aguar- 
dar allí la muerte, la cual tenían por muy 
cierta, si allí más se detenían, y así lo hicie- 



ron, cerrando muy bien sus puertas. De esta 
manera pensando hacer mucho daño en los 
españoles, el Príncipe de Rosano lo recibió él 
y su gente, de la cual murieron más de dos- 
cientos hombres, y fueron presos pasados de 
seiscientos. De los españoles murieron dos 
infantes y fueron heridos catorce soldados. 
Pues entrado que fué el Príncipe de Rosano 
en la ciudad y vista la perdición de los suyos 
y cuan solo de gente se hallaba, temió de al- 
gún revés, lo cual hasta entonces no había 
creído, pero todavía determinó llegar al cabo 
de su determinación creyendo que sería so- 
corrido de franceses. Pero como Diego Gar- 
cía de Paredes, con parecer de los otros capi- 
tanes, deseaba dar fin á aquella guerra, de- 
terminó hacer una mina á la ciudad, por la 
cual pensó que la tomaría y daría fin á aquel 
efecto. Y así empezaron con mucha diligencia 
á hacerla, la cual hecha como convenía y 
puéstole fuego, derribó un gran pedazo del 
muro, por donde, como tuviese su gente aper- 
cibida, dieron el asalto y entraron en la ciu- 
dad. El Príncipe de Rosano, vista su perdi- 
ción, se retrajo al castillo con los más que 
pudo haber, pero viendo que plantaban los 
españoles la artillería para batirla y hallán- 
dose sin provisión ni gente que le ayudase, 
sin esperanza de socorro, determinó de ten- 
tar la misericordia del Gran Capitán, y así 
envió á Diego García de Paredes por seguro 
porque quería hablarle, y así entre ellos (por 
medio de algunos hombres principales de la 
ciudad) se trató que dejaría la ciudad y cas- 
tillo y las demás fuerzas que tenía pacífica- 
mente, con que él y los suyos se pudiesen ir 
adonde les pareciese, libres sus personas y 
bienes de los españoles, lo cual consultado 
con el Gran Capitán fué contento; y así se 
fué el Príncipe de Rosano con los suyos á 
Francia, quedando de todo punto aquello de 
aquella provincia por España pacíficamente, 
de que no poco contentamiento recibió el 
Gran Capitán, y luego despachó al Rey Cató- 
lico haciéndoselo saber; el cual hizo hacer 
por ello muchas fiestas en España y muchas 
y muy devotas procesiones, dando por ello 
muchos loores y gracias á Nuestro Señor Je- 
sucristo, por cuya voluntad la victoria se al- 
canzó. 



Crónicas del Gran Capitán, — 16 



LIBRO TERCERO 



DE LA 



VIDA Y FIN DEL GRAN CAPITÁN 



GONZALO HERNÁNDEZ DE AGUILAR Y DE CÓRDOBA 



CAPÍTULO 1 

Grave enfermedad del Gran Capitán, y elogio 
de sus grandes virtudes y cualidades (')• 

Pues como está dicho en el segundo libro 
de esta Crónica, Gonzalo Hernández el Gran 
Capitán, desde Gaeta se fué á Ñapóles, adon- 
de le tenían aparejado el merecido triunfo, y 
por la grande fatiga de la guerra, como es de 
creer, adoleció de una enfermedad grave y pe- 
ligrosa, la cual por la gran furia que traía le 
apretó tanto que si no fiubiera sido socorrido 
de las suplicaciones devotamente hechas por 
las iglesias, así por sacerdotes y frailes como 
por las sagradas monjas, los remedios huma- 
nos fueran pocos para su salud. Pero después 
de recobradas las fuerzas y saliendo mejora- 
do de Capuana, donde había estado doliente, 
se fué á Castel Novo como habitación más 
sana y apacible, donde apenas en siete días 
pudo dar cumplimiento á las muchas visitas. 
La nobleza y todo el pueblo lo veneraban y 
cada uno según su opinión lo loaba: los unos 
la bella presencia del cuerpo y hermosura de 
rostro, otros de la gravedad de capitán, otros 
se admiraban de su excelentísima justicia con 
una maravillosa templanza de severidad y 
clemencia, pero todos se espantaban de su li- 
beralidad merecedora de igualarse con la Ma- 
jestad Real. Porque él había dado á capitanes 
ciudades y villas; y entre capitanes de caballos 
y infantes había repartido casas, villas, pose- 

(M En el original no hay epígrafe al frente de este ca- 
pítulo. 



siones, tenencias de fortalezas y había dado 
comúnmente á soldados. También había con- 
signado promisiones ordinarias, particular- 
mente á aquellos que habían sido valerosos, 
teniendo grande memoria en reconocer los 
merecimientos de cada uno con tanto juicio 
en el hacer las mercedes, que con justa esti- 
mación los envidiosos atestiguaban que no 
había dejado un solo soldado sin hacerle lar- 
ga merced. Entre los otros dio á D. Diego de 
Mendoza á Melito; á Bartolomé de Alviano, 
en la Calabria, le dio la ciudad de San Marco; 
al Conde Pedro Navarro, en Abruzo, á Oliveto; 
á p. Juan de Cardona, hermano de D. Yugo, 
en el ducado de Benavente, á Avelino; y de 
estos á D. Fernando de Andrada, á D. Alonso 
de Carvajal, á Alvarado, á Diego García de 
Paredes, á Manuel de Benavides, á Antonio 
de Leyva, á Andrea de Capua, Duque de Ter- 
moh, dio muy grandes lugares. A los Colone- 
ses Próspero y Fabricio Colona hizo recobrar 
los castillos quehabían perdidoen la guerra de 
franceses y recibieron de él muy grandes pre- 
mios. En este hombre lleno de exquisita virtud 
florecían el juicio y la razón que era cosa de 
maravillar, especialmente no siendo ensenado . 
en letras latinas, porque en aquel tiempo eran | 
tenidas en poco de los caballeros nacidos para 
la guerra. Pero honraba mucho á aquellos que 
eran doctos en ellas y deseaba de ellos que 
con sus obras le diesen eterna memoria. Jamás 
dio causa para poderse ofender la honra de 
las matronas de Ñapóles, aunque con grande 
familiaridad y alegría tuviese entretenimiento 
con las señoras generosas, porque solía decir 



d 



CRÓNICA GENERAL DEL GRAN CAPITÁN 



243 



que era locura muy grande de un Príncipe, que 
por un pequeño y fugitivo placer, procurase 
un continuo y gravísimo enojo. Pero en el 
Gran Capitán, allende del admirable concepto 
de las otras virtudes, relucía un resplandor 
de verdadera piedad, porque en todos los ne- 
gocios, así de guerra como de paz, su mayor 
cuidado era anteponer la honra de la religión 
á todos los otros y defender la jurisdición de 
la Iglesia, castigar malhechores y finalmente 
hacer todas sus obras tales, que los soldados, 
persuadidos por su ejemplo, pensasen la utili- 
dad de la hacienda y las victorias haberles 
venido de la disciplina cristiana. Por lo cual 
nadie se debe maravillar si, manejando las 
armas con esta costumbre, Nuestro Señor 
Dios y todos los Santos tuvieron cuidado á 
levantalle y hacelle grande. Y ciertamente de 
esto fué muy evidente milagro que habiéndose 
hallado en tan grandes batallas y recuentros, 
nunca nadie le hirió ni le prendió. Casi en 
aquellos mismos días que los franceses fueron 
echados del reino de Ñapóles, Cesaro Borja, 
llamado por sobrenombre el Duque Valentino, 
hijo del Papa Alejandro (de quien arriba se ha 
hecho mención) vino á Ñapóles y fué puesto 
en prisión para ser llevado con las galeras en 
España por mandado del Rey D. Fernando, 
así como poco antes había acaecido á D. Fer- 
nando de Aragón, hijo de Federico. En aquel 
tiempo que el Duque Valentino fué llevado 
prisionero en España, la Reina doña Isabel 
estaba doliente con poca esperanza de salud, 
la cual murió pocos días después, con increí- 
ble dolor y llanto de Gonzalo Hernández, el 
cual confesaba que de su Alteza, como crecido 
y criado en su Corte, había recibido toda la 
grandeza de virtud y dignidad que desearse 
pueden. 

CAPÍTULO H 

En el cual se trata de la paz de los Reyes don 
Fernando de Aragón y Luis de Francia, y de 
la venida del Rey D. Felipe en España. 

El Rey D. Fernando hizo paz y concluyó el 
concierto con el Rey Lui-s de Francia y á la 
verdad por muchas causas, las cuales no son 
necesarias contarlas en este lugar, siendo di- 
ligentemente en nuestra crónica escritas. Fué 
tan bien ayuntado el parentádo á fin que la 
concordia (la cual con dificultad se podía es- 
perar después de tantos enojos con más fuer- 



te atadura) se viniese á confirmar que el Rey 
D. Fernando, aunque viejo, tomase por mu- 
jer á Germana, hija de la hermana del Rey 
Luis. Era esta Princesa nacida de nobilísima 
sangre paternal en Gascuña, de la antiquísima 
casa de Fox. De esta Reina Germana era her- 
mano D. Gastón de Fox, el cual representan- 
do la virtud del tío, habiendo hecho gravísi- 
mas cosas en breve tiempo, murió vencedor 
en la memorable batalla de Rávena. En el con- 
cluirse esta paz renunció el Rey Luis el dere- 
cho que tenía al reino de Ñapóles, con que á 
los Barones que habían seguido la parte de 
Francia les fuesen restituidos sus estados, los 
cuales poseían antes de la guerra. Entre los 
otros fué el Príncipe de Salerno y Visiñano, 
Trajano, Caraciolo y Honorato Gaetano, y 
entre estos otros muchos recobraron la liber- 
tad, los patrimonios y las honras. Pero des- 
pués que fueron celebrados los desposorios 
reales, no faltaron algunos de los Grandes de 
Castilla que llamaron á Felipo, hijo del Empe- 
rador iVLaximiliano (el cual era señor en Flan- 
des) que viniese en España á tomar el reino. 
El Rey D. Fernando por recibir al yerno, se 
fué para allá donde se hallaron casi todos los 
señores de Castilla. De estos recibió Felipo 
muy grandes servicios, mucho mayores de lo 
que él esperaba, tanto que le vino un deseo 
de gobernar el reino, no pareciéndole del todo 
injusto ni deshonesto, si él excluía al Rey su 
suegro y tomaba aquellos reinos que volun- 
tariamente le eran dados de toda la nobleza y 
con razón hereditaria de la madre le pertene- 
cían, corrompiendo el ánimo de Felipo más que 
todos los otros D.Juan Manuel, el cual había 
estado muchos años por Embajador en Flan- 
des. La cosa se redujo á término que el Felipo 
no venía con su voluntad á la presencia del 
suegro y ambos á dos á caballo se vieron poco 
rato el Rey en español y Felipo en francés con 
harto pocas palabras, y aquéllas no muy bien 
entendidas. El uno y el otro se saludaron, par- 
tiendo de presto D.Juan Manuel el razona- 
miento, á fin que el rey mozo, poco práctico en 
las cosas del mundo, no fuese prendado de los 
artificios del astutísimo viejo y dentro de poco 
rato (la cual cosa es apenas de creer) casi to- 
dos los Grandes desampararon al Rey D. Fer- 
nando, que inclinados cada uno y puestos en 
sus esperanzas, decían que se habían de ser- 
vir á lo provechoso; y que muy más presto se 
había de adorar el sol cuando nacía que cuan 



244 



CRÓNICA GENERAL 



do se ponía. Sólo entre todos D. Fadrique de 
Toledo, Duque de Alba, constantísimamente 
perseveró en la su antigua fe, que por ningu- 
nos prometimientos se pudo jamás mover ni 
atraelle á que con gran fe y singular virtud le 
quitasen del servicio de su Rey y señor. Pero 
el Rey (como á la verdad convenía á hombre 
de grande prudencia, pareciéndole que la furia 
de aquella obscura tempestad se había de huir 
con el artificio de la disimulación con grave y 
oportuno consejo) determinó de irse de Espa- 
ña y pasar á Ñapóles, y esto por no ver ni oír 
los hechos ni las palabras de Felipo alterado 
contra él, las cuales luego que viniesen á sus 
oídos ofendiendo el nombre de la Majestad y 
la disimulase se le volverían en vituperio, 
pues tantos Grandes siguiendo al nuevo Rey 
ó por enojo ó por liviandad se le habían rebe- 
lado. Pues habiendo dejado á D. Fadrique de 
Toledo, Duque de Alba, hombre de singular 
gravedad y prudencia (el cual poco antes ha- 
bía mostrado señales de entera fe) para el go- 
bierno del reino y llevando consigo á la Reina, 
con veinte galeras partió de Barcelona. Fué 
en su compañía D. Bernardo de Rojas, Mar- 
qués de Denia, y los ilustres caballeros de los 
reinos de Aragón, pasando en pocos días las 
riberas de Francia y Genova. Llegado que fué 
á Portofín supo la nueva cierta de la muerte 
de Felipo su yerno, por la cual aunque al pa- 
recer en lo intrínseco del corazón se había de 
alegrar, pero no dio muestras el Rey gravísi- 
mo de cosa alguna digna de aquel parentesco, 
el cual miraba el dolor de la hija y de tantos 
nietos quedando huérfanos de padre. Y quita- 
dos los aderezos reales (pero no cubierta de 
luto la galera capitana) en el principio del in- 
vierno allegó á la ciudad de Ñapóles. Había- 
se visto pocos días antes en los catorce del 
mes de Setiembre una cometa á maravilla en 
aquella parte del cielo que miraba hacia el 
viento Maestro, tal que se decía que amena- 
zaba á Flandes, porque no habiendo aún Feli- 
po cumplido los veinte y cinco años de su 
edad, banqueteando al uso de Flandes y dán- 
dose á grandes ejercicios y debajo de un aire 
diverso, adoleció de una cruel enfermedad 
que le quitó la vida, habiendo dejado, allende 
los otros hijos, un hijo casi de siete años lla- 
mado Carlos, al cual hoy honramos por Em- 
perador por la virtud de su ánimo y por la 
felicidad de sus hechos dignísimos del nombre 
de Augusto. 



CAPÍTULO III 



De cómo el Rey D. Fernando fué á la ciudad 
de Ñápales, y del recibimiento que se le hizo. 

Gonzalo Hernández, después que supo la 
nueva que el Rey había pasado al promonto- 
rio de Misano, metióse en un bergantín y fué- 
le á recibir y saltó en la galera real con tanta 
alegría de rostro, que bien demostraba que 
nunca hacía dudado de la buena voluntad del 
Rey para consigo. Al Rey le fué hecha en el 
muelle una puente y con solemne ceremonia 
fué recibido de los napolitanos, y con singu- 
lar modestia desechó muchas cosas que le 
estaban aparejadas, como convenía á la veni- 
da de un nuevo Rey, y vestido de negro ce- 
lebró las exequias de su yerno por salir des- 
pués fuera en hábito real á los embajadores 
de los Príncipes y á los barones del reino. 
Gonzalo Hernández fué siempre visto en hon- 
rado y merecido lugar, y si algún soldado ó 
ciudadano (aunque fuese de baja condición) 
deseaba ser presentado y conocido del Rey, 
Gonzalo Hernández era el medio y singular 
demostrador de su fe y servicio, el cual nun- 
ca á nadie faltó de su sabor. Porque en nin- 
guna cosa sentía tanto contentamiento cuan- 
to en hacer placer y buena obra para ganar 
las voluntades de muchos; y muchas veces 
sin ser rogado voluntariamente llamaba á al- 
gunos por sus propios nombres que veía es- 
tar de vergüenza detenidos esperando algu- 
na cosa difícil, los traía á besar las manos del 
Rey, y encomendábale sus negocios de tal 
manera que de la merced recibida quedaba 
la obligación en sólo Gonzalo Hernández, con 
el medio del cual prestísimamente se quitaba 
toda la tardanza del ánimo del Rey, y Gonza- 
lo Hernández aspiraba á la gloria adquirida 
con singular virtud, la cual largo tiempo no 
podría durar ni pasar á sus descendientes, si 
ella no iba fundada con hondas raíces de áni- 
mo grato y liberal. Por lo cual el Rey entre sí 
mismo, considerando que habiéndose habido 
un tan gran reino ganado y defendido por 
esfuerzo y valor de Gonzalo Hernández, te- 
nía sufrimiento que todo lo que le pudiese se 
le debía de conceder, aunque las rentas del 
reino por la nueva guerra y por las muchas 
disensiones y mercedes estaban menosca- 
badas y de hecho se venían del todo á per- 
der, pero el Rey no quería que le tuviese por 
ingrato. Había Gonzalo Hernández en aque 






DEL GRAN CAPITÁN 



245 



líos días burlado de la diligencia y curiosi- 
dad de los tesoreros envidiosos, y á él eno- 
jados y pesados y al Rey poco honrosos, que 
siendo llamado como á juicio, para que diese 
cuenta de lo gastado en la guerra y del re- 
cibo asentado en la tesorería, y mostrando 
ser muy mayor la entrada que no era lo gas- 
tado, respondió muy severamente que él trae- 
ría otra escritura muy más auténtica que nin- 
guna de aquellas, por lo cual mostraría clara 
y patentemente que había mucho más gasta- 
do que recibido, y que quería que le pagasen 
todo el alcance de aquella cuenta como deuda 
que le debía la Cámara Real. El día siguiente 
presentó un librillo y con un título muy arro- 
gante con que puso silencio á los tesoreros 
y al Rey y á todos mucha risa. En el primer 
capítulo asentó que había gastado en frailes 
y sacerdotes, religiosos, en pobres y monjas, 
los cuales continuamente estaban en oración 
rogando á Nuestro Señor Jesucristo, y á to- 
dos los santos y santas que le diesen victo- 
ria, doscientos mil y setecientos y treinta y 
seis ducados y nueve reales. En la segunda 
partida asentó setecientos mil y cuatrocien- 
tos y noventa y cuatro ducados, á las espías 
de los cuales había entendido los designos 
de los enemigos y ganado muchas victorias, 
y finalmente, la libre posesión de un tan gran 
reino. Entendida del Rey la argucia, mandó 
poner silencio al infame negocio, porque 
quién sería aquél si no fuese algún ingrato ó 
verdaderamente de baja ó vil condición, que 
buscase los deudores y quisiese saber el nú- 
mero de los dineros dados secretamente de 
un tan excelente capitán. El Rey determinó 
que viniese consigo en España el Gran Capi- 
tán, y dejando un nuevo gobernador gozar 
enteramente de todo el fruto y posesión del 
nuevo reino, pues que libre de la concurren- 
cia de Felipo, su yerno (con el cual había es- 
tado algo diferente) pensaba muy pronto vol- 
verse á los reinos de España, habiendo aco- 
modado los negocios y restituido sus tierras 
á los angoinos, los cuales habían perdido por 
la guerra pasada y por el beneficio de la paz, 
siendo libres de la prisión y recibidos todos 
en su merced y servicio. Y hecho Visorrey al 
Conde de Ribagorza, después de haber esta- 
do en Ñapóles cinco meses, subió juntamente 
con la Reina en el armada, llevando consigo á 
Gonzalo Hernández, al cual hizo merced del 
ducado de Sesa con este privilegio: 



«Nos D. Fernando por la gracia de Dios, 
Rey de Aragón y de Sicilia, de aquende y de 
allende Faro, de Jerusalem, de Valencia, de 
Mallorca, de Cerdeña, de Córcega, Conde de 
Barcelona, Duque de Atenas y de Neopatria, 
Conde de Ruisellón, Marqués de Oristan y de 
Gociano, etc. Como los años pasados, vos el 
ilustre D. Gonzalo Hernández de Córdoba, 
Duque de Terranova, Marqués de Santángelo 
y Bitonto, y mi condestable del reino de Ña- 
póles, nuestro muy caro y muy amado primo y 
uno del nuestro secreto Consejo, siendo ven- 
cedor hicisteis guerra muy bienaventurada- 
mente y grandes cosas en ella contra los fran- 
ceses, y mayores que los hombres esperaban 
por la dureza de ella. Y asimismo por nues- 
tro consentimiento como por apellidamiento 
del de muchas naciones juntamente para 
siempre nombre de Gran Capitán alcanzaste 
en Italia, donde por nuestro Capitán General 
vos enviamos. Por ende, pareciéndonos que 
era cosa justa y digna de Rey, para memoria 
perdurable de los venideros, dar testimonio 
de vuestras virtudes; y con tanto el agrade- 
cimiento que vos tenemos, daros y escribiros 
ésta, aunque confesamos de buena gana que 
tanta gloria y estado nos acrecentaste que 
parece cosa recia poderos dar digno galardón, 
de manera que aunque grandes mercedes vos 
hiciésemos, parecernosya ser muy menos que 
vuestro merecimiento. Y acordándonos otrosí 
cómo enviado por nos por socorro en breve 
tiempo restituísteis en el reino de Ñapóles 
al Rey D. Fernando, casado con nuestra so- 
brina, echado del dicho reino de Ñapóles, el 
cual fué muerto; después el Rey Federico, 
su tío y sucesor en el dicho reino, vos dio el 
señorío del monte Gargano y de muchos lu- 
gares que están cerca del, por lo cual vol- 
viendo en España honradamente vos recibi- 
mos. Y, acordándonos otrosí cómo envián- 
doos otra vez en Italia (requiriéndolo la nece- 
sidad y el tiempo) ganaste muy diestramente 
la Chafalonía, que es isla del Mar Jonio, ocu- 
pada mucho tiempo de los turcos, de la cual 
volviendo ganaste la Pulla y la Calabria. Por 
lo cual vos confirmamos y ratificamos é hici- 
mos Duque de Terranova y Santángelo. Y 
finalmente, después de la discordia nacida 
entre nos y D. Luis Rey de Francia sobre la 
partición del dicho reino de Ñapóles, estuvis- 
teis mucho tiempo con todo el ejército con 
mucho seso en Barleta, donde venciste las 



246 



CRÓNICA GENERAL 



galeras de los franceses, sufriendo con mu- 
cha paciencia y constancia hambre y pesti- 
lencia asaz, y de ahí tomaste á Rubo, do muy 
grande ejército de franceses estaba, dentro 
de veinticuatro hofas. Y saliendo de la dicha 
Barleta diste batalla á vuestros enemigos los 
franceses cuasi en aquel mismo lugar adonde 
venció Aníbal á los romanos. Y de lo que es 
muy más de maravillar, que estando cercado, 
saliste á los que vos tenían cercado, en la 
cual dicha batalla mataste al Capitán Gene- 
ral, y fuiste en el alcance desbaratando é hi- 
riendo los franceses hasta el Garellano, adon- 
de los venciste y despojaste de mucha y bue- 
na artillería, señas y banderas con aquel su- 
frimiento de Fabio, dictador romano, y con la 
destreza de Marcelo y la presteza de César. 
Y acordándonos asimismo cómo tomaste la 
ciudad de Ñapóles con increíble sabiduría y 
esfuerzo, y ganaste dos castillos muy fuertes 
hasta entonces invencibles, y de qué manera 
después asentaste real en medio del invierno 
con grandes aguas cerca del río Garellano, y 
estando los enemigos con grande gente de la 
otra parte del dicho río, los cuales pasados ya 
por una puente de manera sobre barcas que 
hicieron contra vos y los vuestros, no so- 
lamente vos retraísteis, pero, hecha por vos y 
los vuestros otra puente, pasaste de la otra 
parte del río, y dándoles batalla los venciste 
metiéndolos por fuerza por las puertas de 
Gaeta, la cual dada le fué á su capitán para 
que se pudiese ir por la mar, luego se vos 
rindió Gaeta con el castillo. Pues qué se dirá 
de vuestras hazañas, sino que de ellas perpe- 
tua memoria quedará, con la sagacidad y es- 
fuerzo con que ganaste á Ostia, tan fuerte 
proveída de gentes y artillería de que tanto 
daño los franceses á Roma hacían. Los cuales 
por vos echados de Italia con los naturales 
de ella que los seguían, sometiste al reino de 
Ñapóles á nuestro señorío donde mucho tiem- 
po fuiste nuestro Visorrey, por ende, acatan- 
do lo susodicho, vos hacemos merced del es- 
tado y señorío del ducado de Sesa, etc....^) 

CAPÍTULO IIII 

De cómo se vieron en Saona los Reyes de Ara- 
gón y de Francia, y de cómo hicieron liga 
contra venecianos. 

Gonzalo Hernández de Aguilar y de Córdo- 
ba venía de Ñapóles y no se partió junta- 



mente con el Rey, porque quiso primero con 
muy mucha cortesía y crecido cumplimiento 
despedirse de sus amigos y de todos los ciu- 
dadanos, y especialmente de todas aquellas 
señoras generosas y satisfacer á su honra, 
porque en ninguna manera ninguno quedase 
quejoso. Mandó pregonar públicamente con 
trompetas que del mayor al menor viniese á 
cobrar sus dineros si alguna cosa se les de- 
bía, y á sus capitanes y soldados les rogó y 
exortó que pagasen á los mercaderes y á 
otras gentes, si de algo eran deudores, dando 
á muchos de ellos dineros para que esto se 
cumpliese y para comprarse aderezos de sus > 
personas con que volviesen bien tratados y 
en orden á sus tierras. Traía en su servicio 
una compañía de gente la mayor y más bien 
aderezada que la casa real. Dejaba en Ñapó- 
les tanto deseo de sí, que estando para em- 
barcarse en la galera vinieron al muelle mu- 
chas señoras y con muchas lágrimas hacién- 
dose á la vela, rogaron á Nuestro Señor 
Dios le diese feliz navegación y la vuelta que 
fuese presta. Pocos días después el Rey don 
Fernando siguiéndole Gonzalo Hernández, 
allegó á Genova, y los genoveses le presen- 
taron dos fuentes de oro y muchas vitua- 
llas frescas para gente de mar, y aunque se 
diese prisa de ir á Saona, quiso primero ver 
y tocar el santo Catino. Este es un vaso que 
religiosamente se guarda en la sacristía de 
la iglesia mayor. Es una esmeralda de seis 
ángulos cebada á modo de un plato de vian- 
da; fué ganada antiguamente esta joya de 
la victoria de Suria, y á pública honra de la 
ciudad consagrada á San Lorencio. Había ve- 
nido á Saona el Rey Luis de Francia por ver 
al Rey D. Fernando y á la Reina hija de su 
hermana, habiendo pocos años antes sojuz- 
gado á los genoveses, los cuales echando 
fuera los nobles se le habían revelado, y qui- 
tándoles la libertad los metió encima de la 
cerviz una fortaleza junto al Faro. En aquel 
ayuntamiento ninguna cosa fué más ilustre 
ni al ver más notable que Gonzalo Hernán- 
dez (al cual mandaron los Reyes que se asen- 
tase á su mesa). El Rey de Francia se mara- 
villó y le loó mucho que con su grave aspec- 
to, de la gentil disposición y con un rostro 
bellísimo representaba la semejanza de un 
varón antiguo; y confesó que, pues en él se 
mostraba tanto valor de ánimo y cuerpo, que 
méritamcnte era merecedor del nombre de 



DEL GRAN CAPITÁN 



247 



Grande. Dícese por cierto, que en este ayun- 
tamiento ambos a dos los Reyes se lamenta- 
ron de la codicia de los venecianos, y deter- 
minaron de cobrar con las armas todas aque- 
llas tierras que les habían tomado y las que 
contra su voluntad les habían concedido. No 
faltó Antonio Palavicino, genovés, embaja- 
dor del Papa Julio, el cual persuadía su opi- 
nión á los Reyes, encendidos en aquel deseo, 
porque no podía con buen ánimo sufrir el 
Papa que las ciudades del estado de la Igle- 
sia, que eran Arimino y Faenza, vacante la 
Sede Apostólica, hubiesen sido ocupadas por 
venecianos. El Rey de Francia estaba enoja- 
do que Cremona, Bergamo, Crema y Bresa 
hubiesen sido quitados del estado de Milán. 
El Rey de España tenía á mucho mal que las 
ciudades de la Pulla y de tierra de Otran- 
to fuesen sujetas á venecianos. Fué partido 
este ayuntamiento cerca los primeros días 
del mes de Julio. El Rey Luis, encaminado 
para los Alpes por tornarse en Francia, y 
el Rey D. Fernando con buenísimo tiempo 
allegó á Barcelona. Los Grandes de Casti- 
lla y de Aragón fueron á la hora con gran- 
de prisa á recibillo, que pequeñas jornadas 
caminaba, alegrándose de su feliz y presta 
vuelta en estos reinos, mirándole á los ojos 
como á testigos del ánimo pacífico ó enoja- 
do. El Rey, con profundísima disimulación y 
grande artificio, mostraba haber olvidado to- 
das las ofensas, y con grande alegría y de- 
mostración de ánimo clemente abrazaba á 
los unos y á los otros, tanto que quitaba 
la sospecha y el temor á muchos que mere- 
cían ser castigados. D. Antonio de la Cue- 
va, caballero generoso y gentil cortesano, ha- 
biéndole venido á recibir con mucha risa y 
placer le dijo: «Y tú también, D. Antonio, me 
desamparaste en la Coruña». Este D. Antonio 
con apresurada lisonja fué á recibir á Felipo, 
el cual con mucha desenvoltura, porque el 
Rey le perdonase, respondió: «Así es, oh Rey 
mío, yo no lo niego, porque ¿quién habría creí- 
do jamás que un mozo de veinticuatro años, 
gallardísimo de cuerpo, el rostro fresco y co- 
lorado como una rosa, se había de morir en 
tres días?». El Rey, holgándose de su libre 
respuesta, con semblante alegre le dijo: «No 
te habría engañado el suceso del ligero con- 
sejo, sí tú pensaras que un Rey elemente y le- 
gítimo pudiera muchos años vivir y felizmente 
reinar». 



CAPITULO V 

En que trata de la vuelta del Rey D. Fernan- 
do y la Reina Germana en España, y de la 
venida del Gran Capitán, y de los recibimien- 
tos que le fueron hechos al Gran Capitán. 

Estas palabras, amorosamente dichas y re- 
cogidas con placer de los que estaban alre- 
dedor, referidas á los otros, fácilmente quita- 
ron á muchos la vergüenza y el temor. El Rey 
siempre en la próspera y adversa fortuna se 
mostró grave, y como acostumbrado á reco- 
ger y gobernar los ánimos de los suyos, per- 
donó humanísimameníe á todos, y al Duque 
de Nájera y á D.Juan Manuel, el cual le había 
sido grande deservidor y enemigo. Partiéndo- 
se del Rey iban todos á recibir al Gran Capi- 
tán, que por la pesadumbre de una febrezuela 
se había detenido en el camino y había llegado 
en Valencia, adonde estaba la Reina Germana, 
que la gobernación de ella tenía; y mandó á 
todos los estados de aquella insigne ciudad 
de Valencia le saliesen á recibir, enviándoles 
los nobles de allí muías y caballos bien ade- 
rezados para que desde el puerto á la ciudad 
él y los suyos viniesen. Muchos afirman, que 
allí se hallaron, que sólo palio (para ser reci- 
bimiento de un gran Príncipe) faltó, porque 
allende de la gente eclesiástica, que muy ri- 
cos y ataviados salieron con los grandes y 
caballeros, aquel día fueron vistas todas las 
señoras, damas y doncellas de la ciudad y 
tierra, estando las calles, plazas y ventanas 
tan llenas de todo género de hombres y mu- 
jeres, que decían había muchos tiempos que 
igual ni tanta gente fué junta enfiesta. Vinie- 
ron con él á las casas del Conde de Oliva, que 
le dejó libres, en que posase muy rica y linda- 
mente ataviadas, en las cuales en cinco cua- 
dras hubo cinco camas de seda y brocado, 
y las salas de muy rica tapicería, entoldadas 
con mucha abundancia de olores, frutas y 
conservas, que los oficiales de este Conde 
proveyeron. Aquí el Gran Capitán, dende al- 
gunos días que había tomado de reposo, 
mandó á los suyos que se aderezasen para 
ir á la Corte, y mandóles dar cinco mil varas 
de seda así á sus caballeros y gente como 
á otros que con él desembarcaron. Salido el 
Gran Capitán de Valencia con no menos 
acompañamiento que le fué hecho recibimien- 
to, llegó á Burgos, do estaba el Católico Rey, 



248 



CRÓNICA GENERAL 



que mandó le fuese hecho solemne recibi- 
miento, en que lejos de la ciudad salió en 
orden toda la copia de la Corte, Prelados, 
Grandes y Caballeros, Capellán mayor, Cape- 
llanes, Presidente y Consejo real, é Inquisi- 
ción y Ordenes y Contadores mayores, y Co- 
mendadores mayores de las Ordenes de San- 
tiago, Calatrava y Alcántara, y los Comenda- 
dores de ellos y la Justicia real de la ciudad, 
y regidores y caballeros de ella, llegados á 
palacio. Do primero todos los suyos por or- 
den besaron las manos al Rey, que alegre- 
mente los recibió, y al Gran Capitán para lo 
abrazar de la silla largo se apartó, y así le 
dijo: «Gran Capitán, la ventaja que á los 
vuestros lleváis en la guerra, en la paz vos la 
han tomado hoy». Con otras palabras muchas 
de placer; y en aquella orden que llegó á Pa- 
lacio por el mismo mandamiento real le fue- 
ron á dejaren su posada, que fué las casas 
de Covarrubias principales de aquella ciudad 
excelente. Morando muchos días el Gran Ca- 
pitán en la Corte, tuvo cargo de procurar con 
entera voluntad por los que en el reino ha- 
bían hecho atrevimientos de los que sue- 
len acaecer en ausencia del Rey, en el cual 
oficio aprovechó á muchos, á los unos que 
el Rey los perdonase y á los otros que les 
hiciese merced, en lo cual tardó más que él 
quisiera para ir á Santiago, que era jornada 
por él prometida y muy deseada; y antes que 
otros estorbos de ajenos negocios le ocupa- 
sen entró en aquel reino. El Arzobispo, que 
su venida supo, de improviso le hizo tal reci- 
bimiento cual á su persona convenía, salien- 
do él y sus Cardenales, clérigos y caballeros 
á lo recibir, y llegado á Santiago aposentóle 
en sus casas, ricamente aderezadas y entol- 
dadas. Y aquí dende algunos días el Gran 
Capitán adoleció. Este Arzobispo de Santia- 
go, D. Alonso de Fonseca, usando de su áni- 
mo liberal, proveyó tan abundantemente de 
de todo lo necesario á sus dolencias, que no 
sólo de la ciudad más de Portugal y Castilla 
mandó traer cosas necesarias para su cura, 
con más mandando en la ciudad y tierra que 
ninguna cosa se vendiese ni se diese para la 
casa y despensa del Gran Capitán, ni para 
ningún caballero ni persona dé las suyas, ca 
era tan abundantemente lo que de la despen- 
sa y casa del Arzobispo se daba de todo linaje 
de pescados de mar y río, carnes, aves, vinos, 
conservas, frutas, con todo el mantenimiento 



necesario de lejos y de cerca traído, que ha- 
bía para proveer mucho número de gentes. Y i 
á sus oficiales tanta diligencia ponían en éste 
como si fuese su propio señor el enfermo. 
Tengo sabido de persona bien digna de fe que 
muchas personas extranjeras que allí en San- 
tiago se hallaron con tomar nombre ser del 
Gran Capitán, á las vueltas tomaban de aque- 
llos montones muy otorgadas raciones, y los 
mismos mayordomos los conocían ser ex- 
tranjeros, y holgaban ser engañados de ellos. 
Puesto en mejoría el Gran Capitán para po- 
der caminar, al tiempo que se quiso partir, 
después de los ofrecimientos que entre él y 
el Arzobispo pasaron (según costumbre de 
grandes y uso de señores) le dijo: «Aquí, se- 
ñor, me parece que no menos vuestra casa 
sana el cuerpo que vuestra iglesia el alma; 
así es por cierto, mediante Dios, la diligencia 
que en mi dolencia han puesto vuestros cria- 
dos y su gran solicitud me ha dado la salud». 

CAPÍTULO VI 

En el cual trata de cómo el Rey D. Fernando 
mandó derribar á Montilla y en recompensa 
de ella le dio al Gran Capitán á la ciudad 
de Loja. 

En aquel tiempo la fortuna, la cual luego 
que ha abierto la puerta á la envidia siempre 
se acrecienta mucho y amenaza con la causa de 
los males, con grandes ofensas hirió á Gon- 
zalo Hernández, porque había venido á la 
Corte D. Pedro de Córdoba, hijo de su her- 
mano D. Alonso, á visitar al tío, que enton- 
ces venía de Italia. Este, habiendo hablado al 
Gran Capitán (muy enojado porque el Rey 
no quería hacelle Maestre de Santiago, que 
se lo había prometido, como era de ánimo li- 
bre é impaciente á sufrir las injurias) desde- 
ñado contra el Rey, se volvió á Córdoba, 
donde contra la voluntad real, con una cierta 
y perpetua autoridad heredada del abuelo y 
del padre, era tenido como príncipe y señor 
de la ciudad. Era D. Pedro por este grande 
favor de los cordobeses y por aquella ilustre 
grandeza al Rey grave y enojoso, y envió á 
mandar con Herrera, alcalde de Corte, á los 
Veinticuatros, que se deserviría si D. Pedro 
viviese en Córdoba, sino que se fuese á su 
casa, así como lo habían acostumbrado los 
otros señores de la casa de Córdoba. Este 



DEL GRAN CAPITÁN 



249 



mandato los Veinticuatros lo hicieron saber á 
D. Pedro, el cual recibió grande enojo y pena; 
y sin tardanza ninguna, movido de una preci- 
pitosa ira, mandó á sus criados prender á 
Herrera, y atado de manos y pies fuertemen- 
te, puesto encima de una acémila, lo dio á sus 
caballeros para que lo llevasen á Montilla: 
Era Montilla una villa de D. Pedro de Córdo- 
ba, su abuelo, cercada de fuerte muro con 
una hermosa fortaleza, la cual estaba adere- 
zada de muchos ornamentos de mármol y era 
la mayor y más polida del Andalucía. El Rey, 
enojado grandemente, no dejando sin castigo 
el delito cometido porque tocaba á la Majes- 
tad Real, después que D. Pedro fué declarado 
por rebelde, determinó de castigalle con las 
armas y mandó proveer de lo necesario para 
el castigo. Gonzalo Hernández y el Condes- 
table le suplicaron por D. Pedro con esta 
condición: que prometían á Su Alteza de 
traelle puesto de rodillas delante de sus pies 
á pedirle perdón, pues como mozo con ánimo 
ardiente había caído en aquel delito. D. Pe- 
dro, traído del autoridad del tío y del Condes- 
table, vino á Corte y llegó á pedir perdón de 
sus atrevimientos. El Rey no quiso perdonar- 
le, antes le desterró cuatro leguas apartado 
de la Corte y que no se pudiese alargar más 
de una jornada para poder ser llamado y vol- 
verse. Mandó con grave decreto que Monti- 
lla fuese asolada hasta los fundamentos para 
que sirviese de testimonio de la severidad 
reai con los sediciosos caballeros. No pudien- 
do Gonzalo Hernández obtener con grandes 
suplicaciones que una memoria de la virtud 
paterna, edificada con tan graves gastos, y 
siendo la tierra donde él había nacido, dejase 
de ser arruinada, aunque para esto se valiese 
del medio de los Embajadores del Rey de 
Francia, á los cuales les parecía justa cosa 
que aquel que había ganado para el Rey cien 
ciudades é infinitas villas y castillos, en true- 
que de este servicio se le hiciese merced de 
un castillo. El Rey siempre estuvo firme en 
su mandato, pero con esta moderación: que 
en el lugar de Montilla, la cual con el Ayun- 
tamiento del Andalucía en breves días había 
sido arruinada, á Gonzalo Hernández se le 
hiciese merced de la ciudad de Loja por mi- 
tigar con aquella dádiva el rigor de aquel 
castigo. Está apartada Loja de Granada cua- 
tro leguas, puesta en un valle apacible, cir- 
cuida de altísimos montes, ayuntando á esta 



merced una esperanza de ánimo muy benigno 
que Loja pasase á sus herederos. 

CAPÍTULO VII 

En el cual se trata cómo Gonzalo Hernández 
se retrajo á Loja, donde por orden suya el 
Arzobispo de Toledo hizo una armada con- 
tra moros. 

Tornando adonde nos partimos, Gonzalo 
Hernández, enojado y desabrido, se retiró á 
Loja, buscando un ocio reposado de tantas 
repulsas y ofensas, hasta tanto que la envidia 
diese lugar y el ánimo del Rey, alterado con- 
tra él, se amansase. Estando así retirado (y 
con la memoria de los servicios se volviese á 
unos honestos pensamientos), pues habién- 
dose procurado un justo reposo estuviese dos 
años, cuándo en Loja, cuándo en Granada, 
contento con sus riquezas, que eran muchas 
de su gloria. No faltó en aquel tiempo de 
aquel reposo á fray Francisco Jiménez, Arzo- 
bispo de Toledo, de ayudarle en consejo y 
con capitanes y soldados, el cual, con ánimo 
religioso y noble pensamiento, por matar la 
envidia de las muchas riquezas que tenía, que 
aparejada una armada de doscientos navios 
para pasar á Berbería, habiendo asolado con 
sus dineros catorce mil hombres entre caba- 
llos y peones, de los cuales era Capitán Ge- 
neral el Conde Pedro Navarro, dado del Gran 
Capitán al Arzobispo. El Conde, con venturo- 
so suceso, habiendo tomado el gran puerto de 
Mazalquivir, tomó por fuerza de armas á Oran, 
tierra noble que ya se llamó Barbaria, y con 
la misma furia echó del reino al Rey de Tre- 
mecén, habiéndole vencido en batalla. Des- 
pués de haber vuelto el Conde Pedro Nava- 
rro en España con la corona de la victoria, 
tomó á Bujía, antiguamente llamada Vzicata, 
puesta en el golfo Holechachite, ciudad de Nu- 
midia, famosísima así por las riquezas como 
por el estudio de la disciplina liberal, siendo 
vencedor en dos batallas rompió á los mo- 
ros, y habiéndola combatido valerosamente 
ganó la gran Lepti, hoy llamada Trípol. Las 
cuales cosas acabadas honradamente y con 
grande presteza del capitán y de los soldados, 
acostumbrados á la milicia de Gonzalo Her- 
nández, adquirieron grandísimo loor y fama 
al capitán de la felice milicia. Estando en Loja 
en este reposo (que, á la verdad, tenía mués- 



250 



CRÓNICA GENERAL 



tra de un honesto destierro), no faltando en 
él jamás la grandeza de su consejo ni aquella 
excelente virtud, con la cual se había adqui- 
rido tanta gloria, con un naismo modo de un 
indómito valor medía las cosas prósperas y 
adversas. Ei Conde de Ureiía preguntó á un 
gentilhombre de Gonzalo Hernández, que ha- 
bía venido á la Corte, diciendo cuan gran hon- 
do tiene el agua de Loja aquella gran nave, 
igualándola (como arriba dijimos) á la gran- 
deza de Gonzalo Hernández. Siéndole referi- 
do á Gonzalo Hernández, respondió: «Decidle 
al Conde que la nave con muy buenos lados 
espera que la mar crezca para poderse levan- 
tar y dar las velas á los vientos, los cuales no 
suelen ser siempre contrarios». No faltó su- 
ceso á aquella apacible respuesta, pues antes 
de fenecer el año, estando el Rey en Burgos, 
le llegó certeza de la batalla que sus gentes 
y el Papa y venecianos y los más de la liga 
hubieron con los franceses cerca de Rávena; 
donde de la una parte y de la otra murieron 
la mayor parte de las dos huestes, en espe- 
cial de los franceses, y fué necesario enviar 
gente nueva y capitán experimentado en Ita- 
lia. Los descarriados, que eran la parte ma- 
yor, daban las voces por el Gran Capitán 
que en Roma cuando llamaban á Camillo, y 
con esta nueva vinieron cartas del Papa y de 
la Liga para el Rey que enviase á ella al Gran 
Capitán, en cuya ida estaba el remedio: que 
ir sólo de gente el nombre, yendo el Gran 
Capitán allá, sería tanto terror y espanto á 
los enemigos cuanto ánimo y placer tomarían 
los suyos. El Rey, que del Gran Capitán co- 
nocía ser diestro en el arte de las armas y 
muy diligente en el proveer de asentar la 
hueste donde menor daño recibiese y más 
proveído el real de mantenimientos y aguas 
y de las asechanzas y peligros de los enemi- 
gos estuviese seguro, y el que primero se 
lanzaba en ellos, afectuosamente se lo rogó. 
«Yo, señor (dijo él), deseo tanto servir á 
Vuestra Alteza que á la más pequeña cosa 
de vuestro servicio porné mi persona, aun- 
que pierda la salud de aquélla. Lo que supli- 
co á Vuestra Alteza es me mande dar tanta 
y tal gente cuanto al negocio conviene y con 
ellos mande breve y largo cumplir». Acepta- 
da la ida por el Gran Capitán á Italia, luego 
el Rey D. Fernando lo envió á denunciar allá, 
escribiendo al Papa y capitanes de la Liga 
que de improviso sería con ellos el Gran Ca- 



pitán, que les enviaba en él otro Fulvio. Sa- 
bido que el animoso capitán Gonzalo Her- 
nández volvía á Italia, la Corte se resonaba 
para ir con él, poniéndose en nóminas, en 
que en ellas se escribieron el Duque de Villa 
Hermosa y el Conde D Fernando de Andra- 
da y otros muchos caballeros amadores de 
guerras peligrosas y muchos valerosos va- 
rones é hijos de señores de estado y número 
de otras gentes sin número de muchas ciu- 
dades y villas que enviaron y otros que vi- 
nieron ansiosos de mudanzas de tiempos por 
verse hartos de bienes, que con la paz no les 
sobran. Ido á Palacio á besar las manos al 
Rey y despedirse para se ir, fué tan acompa- 
ñado de los señores y grandes que en la Cor- 
te se hallaron, cuanto á su persona convenía. 
La misma compañía salió de la ciudad hasta 
la fin del día, y algunos Grandes hubo que esa 
noche vinieron á aposentarse con él. Aquellos 
vueltos, con muchos caballeros y gente se 
vino á Antequera por estar cerca del embar- 
car en Málaga, y como las cosas de Italia fue- 
ron mudadas en mejor estado, cesó su pasada; 
y muchos de los caballeros, y otros que ven- 
dieron parte de sus rentas y patrimonios 
para ir con él, fiándose de ellos larga y cum- 
plidamente cumplió con ellos, y hecho escrito 
de lo que les mandaba dar, un su criado, vis- 
to aquel ser en mucha cantidad: «Vuestra 
señoría lo vea (dijo él) que más monta de se- 
senta mil ducados lo que á estos señores se 
les da». «Dadlo, que para usar de ello lo 
quiero, que el gozar de la hacienda es repar- 
tirla». 

CAPÍTULO VIII 

Del razonamiento que el Oran Capitán hizo á 
los caballeros que querían pasar con él en 
Italia. 

«Bien es, caballeros, que sepáis cómo el 
Rey nuestro señor me envió á mandar que 
esta nuestra pasada en Italia sobresea hasta 
Marzo, porque así cumple á su servicio, y 
que los que aquí conmigo estáis, sus conti- 
nuos y criados, vais á su Corte y que de los 
otros caballeros le envié copia, porque de 
todos se tiene por muy bien servido y quiere 
haber memoria para vos lo galardonar y ha- 
cer mercedes. De mi parte vos tengo en mer- 
ced la voluntad con que, señores, habéis veni- 
do á servir á Su Alteza en esta justa jornada- 




DEL GRAN CAPITÁN 



251 



porque con tal compañía esperaba en Dios 
le diéramos buena cuenta dé nuestras almas 
y al Rey de su encomienda y á los enemigos 
de la Iglesia de vuestra virtud resplandecien- 
te en maravillosa memoria, según la santa y 
honrada empresa que tomasteis. De donde os 
quedo, señores, tan obligado que á todos 
tiempos que menester sea poner mi persona 
y casa por cada uno de vos, lo haré de tan 
alegre voluntad como pesar siento de vues- 
tro apartamiento. Bien quisiera que fuéramos 
en esta guerra para que viérades las maravi- 
llas de Dios con la soberbia de los enemigos 
que allá nos llevaban enredadores de ella; 
los cuales franceses, aunque asaz valientes, 
varones no iguales de vuestra dureza y es- 
fuerzo, porque caso que se ayudan del saber, 
vosotros de aquél y más de la osadía, que 
estimo en mayor precio que su grande hues- 
te, la cual no es cosa ligera de ordenar, por- 
que más estorbos reciben de sí mismos que 
de los enemigos, por ser como es la multitud 
de los franceses gente desordenada para pe- 
lear con los pocos bien regidos. Cuanto más 
que de vosotros, señores, conozco que estáis 
en carrera de bondad, con la cual ayuntáis el 
amor que tenéis á los trabajos y peligros de 
las armas. Una cosa es bien, señores, que se- 
páis: que si fuérades en Italia al tiempo que 
se escribían los romanos para ir en hueste, 
sus caudillos no os pidieran los votos que 
juraban los que iban en ella, ni menos en 
vuestro tiempo Celandio no pregonara en su 
hueste que el caballero que desamparase su 
estancia fuese público enemigo del Empera- 
dor. Casos he visto de improviso tan tristes 
con esta no pasada, que da razón la cara de 
lo que tenéis en el alma, y, señores, no lo de- 
béis hacer, porque si esto no fuese en nues- 
tro favor, ni Dios lo querría ni Su Alteza lo 
mandaría, antes aquell ) es por más mejor 
nuestro, pues más seguro es que á un punto 
peligroso que de muchas partes viene se em- 
peora la guerra. Bien veo, señores y honra- 
dos caballeros, que la saña, de toda razón 
enemiga, ha engendrado en vuestros ánimos, 
con esta nueva, nueva ira, porque más quisié- 
rades allegamiento de batalla que alargamien- 
to de tiempo por arrebatar la victoria con gran 
fama de virtud, do dejárades tan gran memo- 
ria de gloriosa fama á vuestros descendien- 
tes, como la que heredasteis de vuestros ma- 
yores; pero como todo esto procede de Nues- 



tro Señor, á él se le dé loor. Y pues las cosas 
de la Iglesia y de Italia van cada día mejoran- 
do, mediante las fuerzas y esfuerzo de la gen- 
te que allá está, á los cuales bien así como 
por ello les será otorgado honra, no menos á 
vosotros merecimiento de gloria, pues para 
les ayudar llegasteis á este lugar donde de 
vosotros, señores, se há conocido, no por 
premia, más por premio de virtud habéis que- 
rido tomar trabajo loable. Al Rey nuestro se- 
ñor he escrito suplicándole vos mande á to- 
dos satisfacer y pagar los gastos y expensas 
grandes que para este camino habéis hecho; 
bien espero así los que sois de Ordenes en 
aquéllas, y á los otros en sus naturalezas, 
seréis de Su Alteza bien y largamente grati- 
ficados. En lo que á mí toca, es que no vos 
pagaré ni podré dar á todos lo que debo á 
uno en especial, considerando cuan señores 
sois y de quién venís y cómo venís; pero sé 
que más miráis á lo que puedo que á lo que 
debo y tomaréis aquello con aquella gana 
dado, que el dinero que ofreció la buena y 
santa mujer, que será lo que acaece cuando 
misa encargáis, que dais un real y es de pre- 
cio infinito». Acabado este razonamiento, mu- 
chos de aquellos caballeros, no pudiendo te- 
ner el lagrimar ni disimular el pesar, á cabo 
de alguna distancia de tiempo pidieron á Ro- 
drigo de Viveros por todos respondiese al 
sentimiento grande que de la nueva hubieron, 
el cual así dijo: 

«No será necesario decir á vuestra señoría 
la tristeza que estos caballeros han tomado 
con la habla que les ha dado, pues su misma 
alteración lo muestra; de que nos pesa tanto, 
que otra ninguna nueva nos hubiera alterado 
más. Porque se alegraban cuanto se alegrar 
podían en ir á Italia con Cónsul resplande- 
ciente en dignidad y gloria y experiencia de 
guerra, que es parte principal de la empresa; 
porque presente vuestra virtud poco temor 
tenía á toda multitud, pues otro Salinator 
llevábamos por avanguardia, en especial yen- 
do á empresa de la defensión de la Iglesia y 
con capitán que su uso es ayudar lo perse- 
guido, á cuyo ejemplo deseamos vivir. Bien 
quisiéramos, señor ilustrísimo, que pues no 
han valido amonestamientos con los franceses 
en Italia, vieran vuestras fuerzas en Francia, 
porque de aquéllas, en Dios fíándonos, resul- 
tarán dignidades, riquezas y honores que son 
debidas á los vuestros por el gran poderío y 



252 



CRÓNICA GENERAL 



gloria de vuestra excelente persona, porque 
ante los ojos teníamos esta pasada nos fuera 
honor increíble, pues que íbamos con caudillo 
que sus bienaventuradas hazañas y loables 
vencimientos de batallas dan claridad en el 
mundo, de que toda sana boca habla. El pesar 
que estos caballeros tienen, melecina es con 
que salen que vuestra señoría ilustre los tie- 
ne por perpetuos servidores y por tales hu- 
milmente pedíamos haya memoria de nos man- 
dar, pues aquella misma retenemos para obe- 
decer y agradecer la benevolencia con que 
nos ha tratado». 

Idos estos caballeros á sus posadas, este 
Gran Capitán se fué á su cámara, do les man- 
dó enviar dineros y caballos, plata, oro, bro- 
cado y sedas y ropas y perlas á cada uno, se- 
gún quien era y costa traía, y no menos á los 
que estaban en Córdoba, Málaga y en otras 
partes aposentados, y aquella misma cura 
tuvo de los alabarderos de la guardia del Rey 
y gente de caballo de aquélla y de otros ofi- 
ciales, personas que de grandes y de otros 
señores se habían despedido para ir con él en 
esta jornada, á lo cual todo, como fuese pre- 
sente un su criado: «Estos caballeros y gen- 
tes (dijo aquél) á serviros, señor, vinieron, y 
para que repartiésedes de lo ajeno y conser- 
var lo vuestro, hoy veo lo que dice Fectora, 
que naturalmente nacen los hombres libera- 
rales. O, señor, como esta vuestra cámara 
tiene suelo y en vuestra casa no lo de Craso; 
ca en este repartir debe vuestra señoría ilus- 
tre seguir lo que dice Valerio, que así como 
hombre no ha de dar más poco de lo que 
debe, menos debe dar más de lo [que puede; 
que si Scipión y otros Príncipes daban dádi- 
vas crecidas á los guerreros, era del despojo 
de los enemigos. No sé yo, señor, qué exceso 
hicieron estos vuestros bienes, con tanto pol- 
vo y peligro ganados, que así los metéis á 
saco, que por cierto no se lee en un día dar 
uno de lo suyo propio lo que habéis dado á 
muchos de lo vuestro. ¿Qué más haría vues- 
tra señoría al enemigo en su propia casa de 
lo que hacéis hoy en la vuestra?» Al cual res- 
pondió: «Anda, vete, amigo, ca las leyes de la 
guerra son ser el capitán clemente y tener 
mano larga y boca prudente. Ese consejo que 
me das, serme ha de mala digestión, por no lo 
haber acostumbrado en ninguna de mis eda- 
des, ni sería bien aconsejado si de nuevo lo 
principiase. E cosa convenible es al que tiene 



cargo de gente no menos la franqueza que el 
honroso ejercicio de la guerra, la cual como 
el capitán ha de punir corto debe repartir 
largo, pues no menos es de culparle ser ven- 
cido por liberalidad que por armas. Mira que 
estos caballeros ven y yo lo siento cuan gas- 
tados están, así en el ornamento de sus per- 
sonas como en el gasto que los suyos cada 
día les hacen, y si volviesen á sus tierras po- 
bres, sus vecinos aborrecerían el oficio mili- 
tar, que es más noble. Acuérdate de aquella 
palabra que decía ese Scipión, que más que- 
ría conservar un caballero que destruir mil 
enemigos. Ca bien ves que sí nos faltare cau- 
dal, no nos faltarán amigos de verdad, que el 
varón no se ha de someter á bajos pensa- 
mientos, pues la razón á lo más bueno nos 
lleva». 

CAPÍTULO IX 

De cómo el Gran Capitán vino á la ciudad de 
Loja, donde adoleció, y fué á Granada, do 
feneció. 

Esta fama derramada de la liberalidad y 
alegre conversación que con estos caballeros 
y gentes el Gran Capitán hizo, creció en los 
corazones de los hombres tenerle tanto amor, 
que todos unánimes deseaban servirle y se- 
guirle; y así con él y con la Duquesa su mu- 
jer vinieron acompañándolos hasta la ciudad 
de Loja, que le fué dado con la justicia y te- 
nencia de ella para su aposentamiento. Aquí 
tornó á hacer nóminas de segundo reparti- 
miento tan colmadas como la otra vez, y en 
estas liberalidades se conoció del, que tanto 
se realegraba en el dar, cuanto penas, gemi- 
dos y cuidados tienen los avarientos en el 
guardar. Quedaron con él cincuenta caballe- 
ros de sus continos y criados, con otra mu- 
cha gente, á los cuales tenía en uso de vivir 
sin bullicios, limpios de reniegos, juegos, adul- 
terios, y en esta observancia moraron allí casi 
tres años, usando marido y mujer de aquel su 
oficio de liberalidad y caridad, do dieron testi- 
monio hacían vida conforme la voluntad del 
que da la vida. En aquel reposo estuvo cerca 
de dos años, siempre ocupado en un honrado 
ejercicio, pensando en cosas altas y grandes 
conformes á la grandeza de su ánimo. Había 
enviado con grande gasto y diligencia por to- 
das las ciudades que tienen nombre de Princi- 
pado, no solamente en Europa, más en Asia y 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



253 



en África, hombres muy bastantes para que 
con grande diligencia y cuidado le hiciesen sa- 
ber lo que se hacía en tiempo de paz y de gue- 
rra. Tanto que cada día acaecía, que siendo 
avisado de cosas maravillosas y de grande 
importancia, las contaba á los que se hallaban 
presentes, y con grande artificio las escribía á 
los ausentes. En el término de estos dos años 
que su vida se acabó, acontecieron maravillo- 
sos acaescimientos, muy al contrario de los 
que muchos tiempos antes habían sucedido. 
El mundo todo estaba revuelto en guerra, que 
muerto que fué el Papa Julio, el cual ninguno 
fué mayor ni más valeroso en defender y acre- 
centar la reputación de la Iglesia, le sucedió 
León décimo, grande favorecedor de hombres 
letrados, y procuraba volver al mundo la edad 
dorada. Coronóse aquel mismo día que hizo 
un año, y encima el mismo caballo que fué 
preso en la sangrienta batalla de Rávena, en- 
tró triunfando debajo el palio. Pocos días 
después entendió que monsiur de la Trimolla 
y el Triultio, ilustres capitanes de franceses, 
habían sido desbaratados en Novara por 
unos pocos de suizos que les dieron encima. 
Y que Enrique, Rey de Inglaterra, habiendo 
hecho liga con el Emperador Maximiliano, 
había pasado en Picardía con un grueso ejér- 
cito, y en pocos días, rompida la caballería de 
Francia, había tomado dos nobilísimas ciuda- 
des, á Terovana y Tornay. En aquel mismo 
tiempo Jacobo cuarto. Rey de Escocia, rom- 
pió su ejército de escoceses por Habardo 
Surejo en Tuedo, y fué en batalla vencido y 
muerto. No habiéndose cumpHdo un mes des- 
pués de este suceso, fueron los venecianos 
vencidos en Vicencia en una sangrienta bata- 
lla por D. Ramón de Cardona y Próspero Co- 
lona. Con estos sucesos, muy conformes á los 
deseos del Rey D. Fernando, se mezclaban 
con mayor contentamiento las batallas ex- 
tranjeras de los nuestros con los Reyes bár- 
baros. Hecha que fué la paz entre franceses 
é ingleses, el Rey Luis se casó con la her- 
mana del Rey Enrique de Inglaterra, y siendo 
viejo y flaco, murió en el medio de las fiestas 
y regocijos de sus bodas, y había sido decla- 
rado por el Rey Francisco de Valois su yer- 
no. A Ladislao, Rey de Hungría, se le habían 
levantado los villanos, y puestos en armas 
(de los cuales era su capitán Bornamisa), ha- 
bía tenido una peligrosa guerra, y siendo ven- 
cedor, los castigó meritamente. Constantino 



Rutheno, capitán de Segismundo, Rey de Po- 
lonia, en Sinolencho, encima al Boristene, en 
una grande batalla había vencido una infini- 
dad de moscovitas. En Levante, Selin, de tur- 
cos, y Sofi Ismael, de persianos. Reyes gran- 
dísimos y poderosos, teniendo ambos guerra, 
tal fué el suceso, que habiéndose dado una 
sangrienta batalla en Artajersa, ciudad de la 
Armenia, en la campaña de Calderan, fué ven- 
cedor Selín, y el Sofi se retiró dentro de la 
Media. Pero muy más honradas y apacibles 
se mostraban las cosas que en este medio 
eran escritas de las victorias de los portu- 
gueses, habiendo venido nueva muy cierta 
cómo con grande armada habían pasado el 
postrer cabo de la Etiopía hacia el polo An- 
tartico y habían sojuzgado casi todos los Re- 
yes de la India al largo del Arábico y el Pér- 
sico, mares muy grandes y extendidos, y ha- 
bían llegado á Malaca del Chersoneso y has- 
ta la isla de Samotrán, hallando asimismo la 
tierra donde nace la especería, y por todas 
partes habían atemorizado innumerables ejér- 
citos de aquella nación con solo disparar el 
artillería de bronce. Con el mismo contenta- 
miento y mayor gloria de castellanos, se pla- 
ticaba del Nuevo Mundo y de los desapia- 
dados pueblos de los caribes, habiendo el 
armada del Rey D. Fernando descubierto la 
Nueva España, adonde se hallaba tanta can- 
tidad de oro, perlas y joyas, que bastaban 
enriquecer en España, no solamente la facul- 
tad pública, más aun las privadas. Pues mien- 
tras Gonzalo Hernández en estos ejercicios 
(no con natural sino con una forzada alegría) 
pasaba su vida, adoleció de enfermedad de 
cuartanas en el mes de Agosto, de la cual 
dolencia sus días fenecieron en Granada, de 
edad de sesenta y dos años y dos meses, á 
dos días del mes de Diciembre de mil y qui- 
nientos y quince años; estando rodeado de 
su mujer é hija, criados y servidores y sabios 
y claros religiosos, á arbitrio y parecer de 
los cuales repasó y corrigió su testamento y 
comunicó su vida pasada; y recibió con tiem- 
po los Santos Sacramentos de la Santa Igle- 
sia con tantas lágrimas y devoción, que die- 
ron fe de su buen fin. Hizo de nuevo grandes 
mandas y limosnas, allende de las hechas, con 
más cincuenta mil misas que le dijesen en 
aquellos monasterios é iglesias que más ne- 
cesidad tuviesen. Fué depositado su cuerpo 
en la capilla mayor de San Francisco de aque- 



254 



CRÓNICA GENERAL DEL GRAN CAPITÁN 



lia solemne, nombrada y gran ciudad, con 
grandes llantos y gemidos del pueblo y tierra 
que concurrió á las honras, donde todas las 
dignidades y beneficiados, del cabildo, de la 
iglesia mayor y capilla mayor y capellanes de 
la capilla real y clérigos de las iglesias y reli- 
giosos de los monasterios de la dicha ciudad, 
vinieron los nueve días de sus honras, en que 
se hallaron Presidente y Oidores de nuestra 
Audiencia Real, y Marqués de Mondéjar, Con- 
de de Tendilla con los Veinticuatros, y los 
otros caballeros de ella, con más los señores 
de Baena y Aguilar y Alcaudete y Palma, con 
sns hermanos, hijos y deudos y muchos otros 
caballeros que del Andalucía vinieron. Esta- 
ban puestas en la iglesia y alrededor de la 
tumba, que representaba su busto, doscien- 
tos estandartes y banderas, y dos pendones 
reales que había ganado en batallas á los 
franceses y sus secuaces, con las señas que 
tomó á los turcos cuando la Chafalonía les 
ganó. Al Católico Rey llegada la nueva de 
esto, á la buena y clara vida ser trasladado 
el Gran Capitán, hizo mucha demostración 
de dolor y sentimiento con derramamiento de 
lágrimas, y tomó loba negra, y los Grandes y 
caballeros de la Corte tomaron luto. S. A. 
dijo palabras que daban á entender el gran- 
de amor que le tenía, y mandó que le fuesen 
hechas solemnes honras en su capilla y corte. 

LETRA DEL REY CATÓLICO Á LA DUQUESA DE 
TERRANOVA, MUJER DEL GRAN CAPITÁN 

«Duquesa prima: Vi la letra en que me hi- 
ciste saber el fallecimiento del Gran Capitán, 
y no solamente tenéis vos muy gran razón de 
sentir mucho su muerte, porque perdiste el 
marido, pero téngola yo de haber perdido tan 
grande y señalado servidor y á quien yo tenía 
tanto amor, y por cuyo medio con el ayuda 
de Nuestro Señor se acrecentó á nuestra Co- 
rona real el nuevo reino de Ñapóles, y por to- 
das estas causas, que son grandes (y princi- 
palmente por la que toca á vos), me ha pesado 
mucho su muerte y con razón. Pero, pues, á 
Dios Nuestro Señor así le plugo, debéis con- 
formaros con su voluntad y darle gracias por 
ello y no fatiguéis el espíritu por aquello en 
que no hay otro remedio, porq.ue daña á vues- 



tra salud. Y tened por cierto que lo que á 
vos y á la Duquesa vuestra hija y á vuestra 
casa tocare, terne siempre presente la me- 
moria de los servicios señalados que el Gran 
Capitán nos hizo. Por ellos y por el amor que 
yo os tengo, miraré y favoreceré siempre mu- 
cho vuestras cosas en todo lo que pudiere, 
como lo veréis por experiencia, placiendo á 
Dios Nuestro Señor, según más largamente 
vos lo dirá de mi parte la persona que envío 
á visitaros. De Trujillo á tres de Enero de mil 
y quinientos y diez y seis años. Yo el Rey. 
Por mandado de S. A., Pedro de Quintana. 
Por el Rey, á la Duquesa de Sesa y Terra- 
nova su prima». 

LETRA DEL PRÍNCIPE REY Y EMPERADOR Y 
SEÑOR NUESTRO Á LA DUQUESA DE SESA 
Y TERRANOVA 

«Duquesa prima: Yo he sabido el falleci- 
miento del nombrado Gonzalo Hernández, 
Gran Capitán, Duque de Terranova, vuestro 
marido, al cual (por lo mucho que merecía y 
por el valor de su persona y por los muchos 
y señalados servicios que á los Católicos Rey 
y Reina, mis señores en honra, conserva- 
ción, aumentación de sus reinos y de su Co- 
rona real y de los naturales de ellos hizo), 
yo le deseaba ver y conocer para me ayudar 
y servir de su consejo y gozar con su per- 
sona. Y pues ha placido á Dios que yo no 
pueda cumplir tan justo deseo, él le ponga 
en su gloria, y debemos haber por bueno lo 
que hace y conformarnos con su voluntad, y 
así os ruego que lo hagáis y que os conso- 
léis, pues hay razón para ello, así por el nom- 
bre y gloria de sus obras y fama como por 
la obligación que para siempre queda á todos 
los Príncipes de España, para tener en me- 
moria y honrar sus huesos y conservar y 
acrecentar su sucesión. Y si para consolación 
de vuestra viudez y de vuestra persona y 
casa deseáis que se haga algo, en tanto que 
me aderezo para ir á esos reinos, que será 
presto, placiendo á Dios, hacérmelo saber. De 
la villa de Bruselas á quince de Febrero de 
mil y quinientos y diez y seis años. El Prín- 
cipe. Por mandado del Príncipe, Gonzalo de 
Segovia, por el Príncipe. 



FIN 



BREVE SUMA DE LA VIDA Y HECHOS 



DE 



Diego García de Paredes 



LA CUAL EL MISMO ESCRIBIÓ Y LA DEJO FIRMADA DE SU NOMBRE 
COMO AL FIN DE ELLA APARECE 



En el año de mil y quinientos y siete hube 
una diferencia con Ruy Sánchez de Vargas 
sobre un caballo de Coraxo, nuestro sobrino, 
que yo le tome para venir en Italia. Vino tras 
mi el Ruy Sánchez con tres de caballo y dímo- 
nos tantas de cuchilladas, hasta que cayó Ruy 
Sánchez, é luego sus escuderos me acome- 
tieron de tal manera, que me vi en grande 
aprieto, pero al fin los descalabré á todos y 
fui mi camino. En el mismo año llegué á 
Roma con gran necesidad yo y mi hermano 
Alvaro de Paredes, en la cual ciudad no ha- 
llamos quien nos diese de comer; y estando 
pensando cómo se podría salir de tal fatiga, 
acordamos de asentar por alabarderos en la 
guarda del Papa, queriendo más poner los 
cuerpos á la servidumbre que darnos á cono- 
cer al Cardenal de Santa Cruz, que era nues- 
tro primo. Pues pasando algunos meses en 
esta vida con otros españoles amigos nues- 
tros, cuyos nombres son: Juan de Urbina, Juan 
de Vargas, Pizarro, Zamudio, Villalba, é po- 
sando todos juntos, nos topó un día la guarda 
del Papa donde estábamos tirando á la barra 
unos con otros, de lo cual el Papa holgaba. 
Llegaron algunos caballeros á tirar, y entre 
ellos había uno que se tenía por gran tirador 
y éste dijo á mi hermano si sabía quién 
tirase cien escudos, que él se los tiraría. Mi 
hermano dijo que sí, y éste se desnudó en cal- 
zas y en camisa y puso los cien ducados y 
demandó del tirador que había de tirar y 
tomó la barra. Yo, no teniendo los dineros, 
le dije si quería tirar por gentileza; y éste, 
enojado de mí, dijo que me fuese á tirar con 



otros como yo, que no era su honra tirar 
conmigo. Yo le dije que mentía, y sus compa- 
ñeros y criados echaron mano á las espadas 
y yo á la barra que él había dejado, y con ella 
nos defendimos á su daño, que matamos á 
cinco de ellos y más de diez heridos. Por 
donde se revolvió la Corte de tal suerte, que 
mandó el Papa que prendiesen á los roma- 
nos por el poco respeto que tuvieron y nos- 
otros fuimos dados por libres. 

A ocho de Marzo del dicho año se vieron 
mis compañeros y yo más necesitados que 
solíamos, y andábamos tan alcanzados con el 
poco partido, que era forzado ir de noche á 
buscar ventura de enemigos, y lo que se ga- 
naba íbamos á vender á Ñapóles, y así tenía- 
mos también mozos ganando el vestido. Pa- 
reciéndome mal esta vida, determiné de me 
dar á conocer al Cardenal de Santa Cruz por 
salir de tal caso, y no pasando Abril, se rebeló 
Montefrascon y otra tierra que confinaban con 
tierra del Próspero Colona, para lo cual se 
hicieron seis banderas, cuatro de infantería y 
dos de caballo, y allí me dieron la primera 
compañía que tuve. Fué mi alférez Juan de 
Urbina, y mi hermano sargento, y Pizarro y 
Villalba y Zamudio cabos de escuadra; fué 
General de esta gente un sobrino del Papa. 

Hicimos nuestro viaje caminando de noche 
por no ser sentidos y llegamos á la media 
noche al burgo de la tierra. Buscamos esca- 
las, palancas, boycones y otras cosas conve- 
nientes; yo tomé cuerdas que bastaban á la 
muralla y atamos dos leños á los cabos, y con 
picas las atravesé en las almenas, por donde 



256 



CRÓNICA GENERAL 



subí tan presto y tan á paso que no fui sen- 
tido de los enemigos; y el General ordenó 
saltear la tierra por otra parte, más con 
ruido que con obra, por que cargase la gen- 
te allí. Yo hice subir mis compañeros por las 
cuerdas y mataron á la guarda y pelearon 
con ella. Yo fui á la puerta que estaba con 
llave y así del cerrojo, y arranqué las arme- 
llas y abrí las puertas, por donde metí los 
nuestros y fuimos á la plaza donde se reco 
gieron los enemigos para pelear con nos- 
tros. Eran por todos ocho banderas de infan- 
tería; fueron rompidos yla tierra saqueada, y 
la otra tierra se nos rindió de miedo. 

De allí se despidió la gente, salvo mi com- 
pañía, que vuelta á Roma me metieron en 
Santo Ángel y estuve allí todo el año, hasta 
la guerra del Papa y del Duque de Urbino, 
que favoreció el Gran Capitán por mandado 
del Emperador Maximiliano por la liga que 
se hizo contra él. Saltamos en compañía, sien- 
do yo de guardia, los enemigos me acometie- 
ron por dos partes; dímonos tan buena maña 
con ellos, que se perdieron los más muertos 
y heridos; y porque peleando con ellos dije 
«España, España» fui reprendido del capitán 
Cesaro Romano, diciendo que yo era traidor. 
Yo le dije que mentía, y fué necesario comba- 
tir y Dios me dio victoria y le corté la cabeza, 
no queriendo entendelle que se rendía. Sa- 
bido por el Papa, mandóme quitar la compa- 
ñía porque me prendiesen, y así se hizo y fui 
preso en la tienda del General; y á media 
noche aventuré á salirme, tomando de la 
guardia una alabarda y con ella maté la cen- 
tinela y salí fuera, y la guarda tras mí hasta 
la guarda del campo y allí reparé por la 
mucha gente que venía. El capitán, alboro- 
tado, detuvo la gente con mano armada, no 
sabiendo por qué fuese yo así á la centinela, 
demandándome el nombre; yo no se lo supe 
dar y acometióme y mátelo, y así salí fuera 
del fuerte y fuíme al campo del Duque, donde 
fui bien recibido, aunque la noche pasada 
había hecho daño en ellos. 

Fui llevado á la tienda del Duque, el cual 
mostró conmigo mucho placer y dióme una 
compañía de arcabuceros de un capitán que 
fué muerto la noche pasada, y ofrecióme más 
mercedes; y estando de día en día para dar 
la batalla, supliquéle al Duque que nos llegá- 
semos más, y así lo hizo, que pasamos el río 
por barcas y entramos en una isleta, y allí nos 



aislamos, porque los enemigos supieron quién 
venían de socorro, y eran venecianos y toma- 
ron las barcas; y por la otra parte el campo 
del Papa nos tomó una puente que estaba 
al otro brazo del río, de que hubimos temor 
de hambre. Y como yo fui la causa de este 
cerco, procuré el remedio, porque no había 
vitualla para dos días, y dije al Duque que 
quería probar ventura, y tomé un caballo en 
calzas y camisa y hice explanar la puente de 
arriba do se partían los brazos del río, y con 
una lanza entré el río entre las dos aguas. 
Guióme Dios tan bien, que tentando allí vado 
pero alta la salida fué menester allanalla y 
tornando al Duque le demandé quinientos ca- 
balleros y quinientos arcabuceros, y tomán- 
dolos á las ancas con las trompetas y atambo- 
res del campo, me partí diciendo al Duque 
que reposase hasta una hora antes del día y 
aquella hora se pusiese acerca de la puente, 
que yo quería romper los enemigos y tomar- 
les el artillería. Y así fué que pasados de la 
otra parte, el Duque les tocó alarma toda la 
noche, y estando de vela y cansados, manda- 
ron una carta á los venecianos, la cual yo 
tomé, y venida la hora pasé en cinco partes 
la gente y comencé de templar las cajas de 
los atambores, y los enemigos pensaron que 
eran venecianos, y así pude llegar sin albo- 
roto al campo, el cual acometimos todos á 
un tiempo bravamente, entrando por él ma- 
tando y quemando de tal suerte, que no era 
bien de día cuando eran .desbaratados y 
rotos sin saber quién los rompía y tomé el 
artillería haciendo volver las bocas á ellos, y 
salido el Duque acabamos la jornada, do re- 
posamos cuatro horas y tuvimos modo de 
enviar la carta á los venecianos y que pasa- 
sen el rio, y asi lo hicieron, y pasaron todos, 
que eran seis mil. Yo fui á ellos con dos mil 
arcabuceros á un foso donde los puse en se- 
creto, y el Duque vino como á recibillos, y 
ellos no sabiendo cosa de la pasada, salvo el 
ruido del artillería, pasaron sin sospecha, y 
queriendo ponerse en orden, acometíles con 
la escopetería, donde murieron más de dos 
mil y los otros fueron presos y muchos aho- 
gados. Fenecieron estas dos batallas por la 
voluntad de Dios en aquel día, y el Duque co- 
bró lo que tenía perdido y asosegó su es- 
tado. De allí fuimos al campo de Próspero 
Colona, y el Gran Capitán me recibió muy 
bien y el Próspero me llevó consigo y me dio 



J 



DEL GRAN CAPITÁN 



257 



una compañía de caballos y dos de arcabuce- 
ros. Fui su coronel. Sucedió la guerra del 
Rey de Francia por la parte del reino de Ña- 
póles. Fuese á dar la batalla á Rávena, do 
la perdimos por mucha gente, porque eran 
los enemigos sesenta mil y nosotros quince 
mil; pero quedaron de ellos tan pocos como 
nosotros éramos. Escaparon dos mil y qui- 
nientos españoles y recogímonos al Duque 
de Urbino, y rehizo el campo y fuimos tras los 
enemigos y alcanzárnoslos en el Ferrares; de 
Venecia les tornaron con socorro y el Papa 
también y el Duque de Ferrara fueron en 
favor de Francia. Duro la guerra algunos días 
escaramuzando unos con otros. 

Iba nuestro bagaje por sacomano, y los 
enemigos fueron avisados y nos dieron una 
emboscada de dos mil hombres. Yo fui por 
escolta con mis tres banderas, dos de esco- 
peteros y una de caballos. 

Hízose el sacomano, dejé la infantería, pasé 
adelante con los caballos, fui acometido de 
la emboscada y tomáronme el paso; fui forza- 
do de pelear y romper por medio, lo cual se 
hizo á su pesar. 

Pasados de ellos, salió la escopetería en 
nuestro socorro y tomáronnos en medio y 
peleamos tanto los unos con los otros, que 
de los nuestros quedamos doscientos vivos 
y de los suyos cuatrocientos. Todos los otros 
murieron, y me prendieron con tres heridas 
de escopeta y mi caballo quedó muerto. To- 
máronme cuatro hombres de armas y lleván- 
dome preso á pie, tomamos una puente sin 
bordos; y pasando por ella abráceme bien 
con los que me llevaban asido, y trabado con 
ellos, me arrojé de la puente abajo con 
ellos en el río, donde todos ellos se ahogaron 
y yo escapé por buen nadador y por la vo- 
luntad de Dios, que si me llevaran al campo 
me dieran mil muertes; y así me volví á nues- 
tro campo armado de todas armas, á pie y 
mojado y herido y seis millas de camino. Con 
todo, fui bien recibido del Próspero Colona. 
Los enemigos tomaron tanto miedo de esta 
vez, que pidieron treguas por dos meses. El 
coronel Palomino se dejó decir que había 
ganado poca honra yo con los enemigos, 
pues perdí mi gente, que era más locura que 
valentía lo que yo hacía. Yo lo supe y le en- 
vié un cartel en que le decía que yo había 
hecho más en aquel día que él en toda su 
vida; él respondió secamente, por do convino 

Crónicas del Gran Capitán.— 17 



combatir. Fué mi padrino Juan de Gomado, 
maestre de campo; fué suyo Perucho de Ga- 
rro; fueron señores del campo el Próspero y 
el Gran Capitán; combatímonos con espadas 
solas en calzas y en camisa. 

Dióme una cuchillada en el brazo izquierdo 
desde el codo hasta la uña del dedo; dile yo 
otra que le corté el brazo y la guarnición y 
la mano. Arremetió á tomar la espada con 
la izquierda y dile otra cuchillada en el muslo 
que di con él en el suelo, y teniéndole para 
cortar la cabeza, llegó el Gran Capitán; pidió- 
melo por hombre muerto, y dísele. Cumplida 
la tregua hubo concierto entre los dos cam- 
pos con mandado de los Reyes que comba- 
tiesen doce por doce; al efecto, de nuestra 
parte fueron el coronel Villalba, el coronel 
Andana, el coronel Pizarro, el coronel Santa 
Cruz, el capitán Juan de Haro, el capitán 
Juan de Gomado, el capitán Alvarado, dos 
capitanes de gentes de armas y los demás 
eran italianos y yo. Quiso Dios mostrar su 
justicia. Sobre este combate se revolvió un 
capitán francés conmigo porque le maté dos 
hermanos suyos en el campo, y combatimos 
en medio de los dos campos armados de 
hombres de armas con unas porras de hierro 
que yo saqué. En viendo el francés la pesa- 
dumbre de ellas, hecho la suya en el campo 
no pudiéndola bien mandar y echó mano á un 
estoque y vino á mi, pensando que tampoco 
pudiera mandar la porra. Dióme una estocada 
por entre la escarcela é hirióme, y yo le di lue- 
go con la porra sobre el almete y se le hundí 
en la cabeza, de que cayó muerto. Por estas 
cuatro cosas que me acaecieron casi juntas 
me vinieron muchos reveses, así de amigos 
como de enemigos, porque en espacio de 
otros dos meses combatí otras dos veces y 
quiso Dios darme victoria por la razón que 
tenía. 

De allí á pocos días fué la batalla de Vicen- 
cia y ganámosla aunque pensaron los ene- 
migos que nos tenían en la red. 

De allí fui á España con el Gran Capitán, 
que iba á dar cuenta y alcanzó al Rey en cien 
mil ducados. Estando un día en la sala del 
Rey muchos caballeros del Rey, entre ellos 
hubo dos que dijeron que el Gran Capitán 
no daría buena cuenta de sí. Yo respondí alto, 
que lo oyó el Rey, que cualquiera que dijese 
que el Gran Capitán no era el mejor criado 
suyo y de mejores obras, que se tomase un 



258 



CRÓNICA GENERAL 



guante que yo puse en una mesa. El Rey me 
lo volvió, que no lo tomó nadie, y me dijo que 
era verdad todo lo que yo decía, y dende allí 
el Gran Capitán estuvo bien conmigo, que 
hasta allí no podía verme porque serví al 
Próspero. 

De allí fui á mi tierra, y llegué á Coria un 
día tarde, que no pude llegar más adelante, y 
llegó conmigo solo un paje. Hallé en la posa- 
da dos rufianes con dos putas y unos burdele- 
ros que querían cenar; y como me vieron de 
pardillo y con un papahigo debieron de pen- 
sar que era mercader de puercos, y dijéronme 
si los iba á comprar que allí los había buenos. 
Yo no les respondí, y debieron de pensar que 
era judío ó sordo, y llegó uno de los rufianes á 
tirarme del papahigo diciéndome si era sordo; 
y estuve quedo pensando lo que haría, y un 
burdelero que parecía buen hombre le dijo 
quedito que no se burlase conmigo, que no 
sabía quién era y que se me parecían armas 
debajo del sayo. Los rufianes se llegaron á mí 
por ver las armas, y de que me vieron arma- 
do, los judíos no hicieron más escarnio; las 
putas me dijeron si había escapado del sepul- 
cro huyendo. En esto sentí que llegaba m¡ 
gente, que de Italia traía veinticinco arcabu- 
ceros. Envié secreto el paje á ellos, avisán- 
doles que hiciesen que no me conocían, por 
ver en qué paraba la fiesta. Ellos, tornados al 
tema, uno de los rufianes me tornó á tirar 
del papahigo recio, diciendo que le mostrase 
las armas que traía, que eran doradas, y dijé- 
ronme si las había hurtado; y pareciéndome 
que un cabo de escuadra mío, no pudiendo 
sufrir lo que veía, quería poner mano á la 
espada, me levanté de un banco en que es- 
taba sentado y tomé el banco y di con él al 
rufián y abríle la cabeza, y al otro rufián y á 
las putas y á los burdeleros eché en el fuego 
unos sobre otros. La una puta que cayó de- 
bajo murió; los otros escaparon quemadas 
las caras y las manos, y salieron dando voces 
á la justicia y el mesonero con ellos. Nos- 
otros nos asentamos á tomar su cena, hasta 
que todo el pueblo se juntó á la puerta y co- 
menzó un alcalde á quebrar las puertas, y yo 
las hice abrir, y de golpe entraron algunos 
porquerones, y con la tranca de la puerta de- 
rroqué los primeros, que fueron dos ó tres, y 
así no osaron entrar más. Por de fuera me 
requerían que me diese á prisión, si no que 
me quemarían la casa. Al ruido y alboroto 



¡ vino el Obispo, que era mi deudo, y sosegóse 
todo. 

Dende á poco tiempo me mandaron ir 
á Navarra en una coronelía de nueve bande- 
ras. Tomamos á Maya, un castillo fuerte, y 
fuimos á Pamplona y dimos la batalla y per- 
diéronla los franceses. Fuimos á Fuenterrabía 
y tomóse por hambre y despidióse la gen- 
te, que no fué menester. Sucedieron las Co- 
munidades y pararon en lo que ya sabéis. 
Volvimos luego á Navarra con el Príncipe de 
Orange y con el Condestable. Ganamos de 
los franceses á Urdabia, á Monleón de Sola 
y á Salvatierra. De allí fuimos á Tariz y fué 
quemada por los alemanes y saqueada; mas 
del vino quedaron tales, que los enemigos 
les tomaron el artillería que llevaban, y yo 
iba de retaguarda con mis escopeteros y 
atravesé un monte y tómeles el paso, donde 
venían con la presa cinco mil, y tómeles des- 
cuidados y rompímosles y quitámosles el ar- 
tillería y matáronse de ellos mil y prendié- 
ronse muchos. Acabada esta jornada se des- 
pidió la gente que no fué menester. Queda- 
mos Gutierre', Quijada y yo, con nuestras 
coronelías; vino el campo de franceses. To- 
mamos el camino de Fuenterrabía, que era el 
paso; defendímoselo. 

Tornáronse todos, salvo cinco mil esguiza- 
ros escogidos entre doce mil. Despidióse 
nuestra gente, quedaron seiscientos españo- 
les; vinieron los esguizaros á ellos por una 
montaña arriba tan derecha, que subían 
asiéndose con las manos por desollarnos. 
Cuando fueron en lo alto arremetieron á 
ellos y rompímoslos. Murieron despeñados 
de nuestras manos y ahogados en un río más 
de cuatro mil, y los demás prendimos y envia- 
mos á los gobernadores de España á Vitoria. 

Luego vino S. M. de Flandes, fui á besalle 
las manos; hizo Cortes, fué luego á Hungría y 
retiróse el turco. Tornamos á Italia; llegados 
al real, una jornada más atrás me quedé en 
una casa en la campaña por ser tarde, á una 
milla del campo. Iban conmigo unos criados 
del Emperador con sus mujeres y carros de 
pan y seis criados míos y Sancho de Pare- 
des. A media noche sentí ruido alrededor de 
la casa; levánteme de un banco en que esta- 
ba y ármeme é hice armar mis criados. Vino 
á mí una lengua que yo tenía é dijo: «Señor, 
quemarnos quieren la casa y el dueño no 
consiente, y ellos dicen que se Ja pagarán»; y 



DEL GRAN CAPITÁN 



259 



yo por no ser quemado salí fuera y en salien- 
do me dieron cuatro escopetazos: quiso Dios 
que todos me hicieron poco mal, y tomáron- 
nos en medio á todos y con alabardas y pie- 
dras comenzaron á pelear. Diéronnos tantas 
pedradas que nos descalabraron á todos, y 
convino retraernos hasta poner las espaldas 
á la casa, y allí nos defendimos como mejor 
se pudo hasta que fuimos socorridos. Y fué 
el socorro que un soldado se había quedado 
aquella noche fuera de la casa, y como vio lo 
que pasaba, fué al campo diciendo: «Que ma- 
tan á Diego García de Paredes». Volvieron en 
nuestro socorro el alférez Diego de Avila 
con cincuenta arcabuceros todos á caballo, y 
si tardaran más éramos todos hechos peda- 
zos, porque estábamos todos mal heridos y 
yo de rodillas en tierra entre algunos de los 
enemigos muertos, donde me podían herir 
en las piernas, y así llegó el socorro y mata- 
mos tantos que escaparon pocos. Prometo 
á Dios que este día fué más cruel que me 
acuerdo haber sido en mi vida, porque maté 
más de diez. Matáronnos un criado del Em- 



perador y á su mujer; diéronme á mí seis 
heridas pequeñas y á Sancho de Paredes 
tres y á algunos dos, de manera que á to- 
dos nos señalaron. ¡Sea Dios loado pues nos 
libró! 

Fuimos á Bolonia, y parece que le place á 
Dios que por una liviana ocasión se acaben 
mis días. Dejo esta memoria á Sancho de Pa- 
redes, mi hijo, para que en las cosas que se 
ofrecieren en defensa de su persona y honra, 
haga lo que debe como caballero, poniendo á 
Dios siempre delante de sus ojos y procu- 
rando tener razón para que le ayude. 

Diego García de Paredes. 

Falleció Diego García de Paredes en Bolo- 
nia de achaque de que unos caballeros man- 
cebos derrocaban con el pie derecho una 
paja de la pared, poniendo de corrida en ella 
el izquierdo; él quiso probar también y cayó 
y murió de achaque de la caída. 

FIN 



En casa de Hernán Ramírez, impresor y mercader de libros. 

Año de 1586. 



HISTORIA 



DEL 



GRAN CAPITÁN 



GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA 



Y DE LAS GUERRAS QUE HIZO EN ITALIA (*) 



RESUMEN DE LA OBRA 

... O Su padre dióle por ayo para !que tu- 
viese cargo de su crianza á Diego de Cárca- 
mo, un caballero de aquella ciudad de Córdo- 
ba, hombre de noble sangre y muy virtuoso 
en las costumbres, muy prudente en todo lo 
que á caballero pertenecía. Seyendo de edad 
de doce años, lo envió don Alfonso, su her- 
mano, á don Juan Pacheco, Marqués de Vi- 
llena, su suegro, que á la sazón gobernaba 
todo el reino, para que lo asentase en el ser- 
vicio del Príncipe don Alfonso, hermano del 
Rey don Enrique, á quien los Grandes de Cas- 
tilla de la parcialidad de don Juan Pacheco, 
enemigo del Rey don Enrique, habían alzado 
por Rey en Avila, seyendo vivo su hermano 
mayor el Rey don Enrique. Al cual el nuevo 
Rey recibió para paje, y se sirvió del ese poco 
de tiempo que vivió, que fué poco más de dos 
años. Muerto, pues, el Rey don Alonso de edad 
de catorce años y medio, la princesa doña 
Isabel, que después fué Reina de Castilla, lo 
recibió en su servicio, adonde anduvo siem- 
pre muy acompañado de criados y muy bien 



(O Faltan una ó dos hojas primeras de este Resumen, 
denominación que nosotros hemos dado á esta parte 
anterior al Libro primero. 



tratada su persona y de los suyos, y muy 
bien quisto así de la Princesa como de todos 
los señores que frecuentaban la Corte, por- 
que desde entonces parecían en él señales de 
las grandes cosas que por él habían de pasar. 
En las fiestas, justas, torneos y juegos de ca- 
ñas que en la Corte se hacían, y en cual- 
quiera otro auto de caballería, siempre pre- 
cedió á todos los de su tiempo. Muerto el 
Rey don Enrique, que fué el año de nuestra 
salud de mil cuatrocientos setenta y cuatro, 
la Infanta doña Isabel, Reina heredera y pro- 
pietaria de los reinos de Castilla, casó con 
don Fernando, Rey de Sicilia y Príncipe de 
Aragón, que después fué llamado el Católico, 
los cuales sucedieron en este reino. En el cual 
tiempo el Rey don Alonso de Portugal entró 
en Castilla muy poderoso con mucha gente 
de á caballo y de á pie, diciendo pertenecerle 
los reinos de Castilla por ser de su sobrina 
la Excelente, que llamaban, hija del Rey don 
Enrique, con la cual se había casado pública- 
mente en la ciudad de Plasencia; al cual Rey 
de Portugal muchos Grandes y señores des- 
tos reinos, procurando más sus intereses 
particulares que no el bien común del reino, 
siguieron la parte del Rey de Portugal. Otros 
siguían la parte de los Reyes don Fernando y 



(♦) Tiste título, que se lee en la primera hoja del manuscrito, es de letra moderna, casi contemporánea. 
A continuación se lee de la misma letra: «Obra cuyo autor se ignora, si bien se deduce de la misma que fué 
contemporáneo de los hechos que cuenta y trató á las personas que los ejecataron, pero muy apreciable y 
rara, porque contiene noticias curiosas que no se hallan en otras obras, délas muchas que se han e->crito del 
Cxran Capitán y de las guerras que hizo». 




CRÓNICA MANUSCRITA DEL GRAN CAPITÁN 



261 



doña Isabel, y entre los Grandes que esta 
más verdadera opinión seguían era don Al- 
fonso de Córdoba, señor de la Casa de Agui- 
lar; con cuya gente fué por capitán Gonzalo 
Hernández, su hermano. En la cual guerra 
hizo cosas muy señaladas, principalmente en 
la batalla que don Alonso de Cárdenas, Maes- 
tre de Santiago, hubo con el Obispo de Evora, 
capitán del Rey de Portugal, cerca de Mérida, 
que llaman la batalla de! Albuera, que fué pri- 
mero día de Cuaresma del año de nuestra sa- 
lud de mil y cuatrocientos y setenta y nueve 
años; en la cual Gonzalo Hernández se mos- 
tró varón muy esforzado en el acometer á sus 
enemigos y muy constante en perseverar en 
la batalla. Hizo allí muy buenas cosas, de que 
los Reyes Católicos fueron muy servidos; y 
escribieron ádon Alfonso Hernández, su her- 
mano, dándole las gracias por les haber en- 
viado á %u hermano Gonzalo Hernández, que 
tan buena cuenta había dado de su cargo 
y tan bien había peleado contra sus enemi- 
gos, y á él enviaron á dar muchas gracias 
por ello. 

Después quel Rey de Portugal perdió esta 
batalla, en que tenía puesta toda su esperan- 
za, no entendió más en la empresa que había 
tomado, y los que aquella tan siniestra opi- 
nión tenían, unos fueron ó presos por fuerza 
de armas, otros de su voluntad, otros por di- 
versas vías. Al fin todos vinieron al servicio 
de los Reyes y fueron perdonados. 

Fué casado el Gran Capitán con doña Ma- 
ría Manrique, hija de don Fadrique Manri- 
que, hijo del Adelantado Pero Manrique, el 
mayor señor que hubo en estos reinos, que 
dejó á su hijo mayor el condado de Trivíño y 
ducado de Nájera, y al segundo el condado 
de Paredes; de la cual hubo dos hijas, la ma- 
yor doña Elvira Córdoba y doña Beatriz de 
Figueroa. 

Tras esto luego adelante, en el año del Se- 
ñor de mil y cuatrocientos y ochenta y dos, 
se comenzó la guerra de Granada; y como el 
Marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de 
León, tomó á los moros la ciudad de Alha- 
ma, y como los Reyes Católicos determinaron 
de proseguir aquella guerra, conociendo en 
Gonzalo Hernández la calidad y esfuerzo de 
su persona, le hicieron capitán de cien lan- 
zas, que era el que más en aquel reino tenía. 
Dio tan buena cuenta de sí mostrando mucha 
industria en el gobernar y mucho ánimo con- 



tra los moros, que jamás el miedo le turbaba 
el seso para el consejo ni el esfuerzo se le 
enflaquecía para pelear con los enemigos. 

Visto, pues, por los Reyes Católicos la va- 
lentía que mostraba en el osar y la sagacidad 
que tenía en las cosas en que se hallaba, le 
encomendaron la fortaleza de Alora, para que 
desde allí hiciese guerra á Granada, porque se 
hubo en el combate de aquella villa y de las 
otras, donde se halló, como muy esforzado y 
prudente capitán. Desde la cual villa hizo 
muy cruda guerra á los moros, porque mu- 
chas veces llegó con su gente hasta las puer- 
tas de Granada, y puso á los moros en gran 
turbación. Porque le aconteció llegar á la ciu- 
dad y poner fuego á las puertas sin que los 
moros osasen salir, como muy largamente se 
cuenta en la historia que Hernando del Pul- 
gar y Antonio de Librija escribieron de la 
guerra de Granada, y el mesmo Hernando del 
Pulgar hizo una relación muy verdadera de 
las cosas que el Gran Capitán hizo en la gue- 
rra de Granada. De la cual conquista mereció 
Gonzalo Hernández el que luego adelante en 
el año de mil y cuatrocientos y noventa y 
cuatro de nuestra salud, visto y sabido por 
los Reyes Católicos que el Rey Carlos octavo 
de Francia, que fué llamado el Cabezudo por 
-tener muy gran cabeza, un mozo bárbaro en 
las costumbres y que entonces cumplía veinte 
años de su edad, con cincuenta mil hombres, 
los veinte y cinco mil de caballo y los otros 
veinte y cinco mil de infantes, sin la gente de 
las señorías de Florencia, Bolonia y los Colo- 
neses y otras potestades que le ayudaban. 
El cual Carlos ocupó todo aquel reino y echó 
del al Rey Alfonso y su hijo, el Rey Fernando, 
y tuvo todo el reino pacífico, porque llevó 
cien tiros gruesos de artillería, que no se ha- 
bía visto jamás tan grande ejército en Italia. 

Luego que los Reyes Católicos supieron 
cómo el Rey Carlos había ocupado aquel rei- 
no, que de derecho era de la Casa de Aragón 
muchos años había, y había un Gonzalo Her- 
nández con una armada y gente de guerra 
para que lo echase de aquel reino, que tan 
señor estaba del y sin quedar almena que no 
estuviese por Francia. Y el Gran Capitán par- 
tió del puerto de Cartagena y llegó á Sicilia, 
y desembarcó en Mecina, y luego pasó el 
Faro, que son tres leguas de mar, y desem- 
barcó en Rijoles, y después de haber peleado 
con sus ejércitos con tanta desigualdad, que 



262 



CRÓNICA MANUSCRITA 



había diez franceses para un español y toda 
Italia por el Rey de Francia y los señores del 
reino de Ñapóles lo mismo, le hizo muy cruel 
guerra; de tal manera, quel francés con toda 
aquella pujanza le fué forzado á desamparar 
el reino y se volver más que de paso á Fran- 
cia, roto y desbaratado, los más de aquel su 
gran campo vencidos, muertos y presos. 

Después que el Gran Capitán dejó aquel 
reino pacífico y echados á todos los franceses 
no solamente del reino de Ñapóles, mas aún 
de toda Italia, y dejó al Rey Federico señor 
de aquel reino sin haber contradición alguna; 
y vuelto á España, adonde estuvo desde el 
año de mil y cuatrocientos y noventa y seis 
años. En el cual tiempo halló que los moros 
del Albaicín de Granada se habían rebelado 
contra los' Reyes de España y estaban muy 
fuertes. Mas desque vieron quel Gran Capi- 
tán iba sobre ellos, parte por sus persuasio- 
nes y parte por guerra, los redujo al servicio 
de los Reyes Católicos. 

En este tiempo murió el Rey de Francia, 
Carlos octavo, de edad de veinte y tres años, 
y sucedióle en el reino Luis duodécimo, que 
era antes Duque de Uriiens; el cual hizo 
grande ayuntamiento de gentes para pasar 
en Italia á cobrar el reino de Nápolés, que su 
predecesor había perdido. Y porque el Du- 
que de Milán, Francisco Sforza, había dado 
paso por Milán á Carlos su predecesor, y á 
la vuelta que el dicho Charles volvió á Fran- 
cia le fué contrario y se juntó con los dé la 
Liga contra él y le dieron la batalla, el nuevo 
Rey Luis duodécimo hizo guerra al Duque de 
Milán, y le tomó aquel estado por poder pa- 
sar á Ñapóles y volver seguro. 

Los Reyes Católicos, sabido el grueso ejér- 
cito quel Rey Luis tenía hecho en Francia, 
en Borgoña, en Bretaña y en todas las más 
provincias de los reinos y señoríos, manda- 
ron y rogaron al Gran Capitán volviese á Ña- 
póles, pues que Dios lo había criado para do- 
mar aquella nación tan insolente y brava, y 
de su natural belicosa, para que si el francés 
allá pasase, hallase allá al Gran Capitán para 
que le resistiese. El cual partió de la ciudad y 
puerto de Málaga con buena flota y gente de 
guerra, y se puso en Mecina de Sicilia á es- 
perar el suceso de las cosas. Fué esta partida 
de Málaga para Ñapóles á los cuatro días de 
julio de mil y quinientos años; en el cual tiem- 
po fué á ayudar á los venecianos contra los 



turcos, y les ganó la isla de Chafalonía, que 
los turcos les habían tomado á la boca del 
mar de Venecia, y se la entregó á los vene- 
cianos y se volvió á Sicilia. 

Sabido por el Rey de Francia quel Gran Ca- 
pitán estaba en Sicilia, perdió la esperanza de 
cobrar por fuerza de armas aquel reino, y co- 
menzó de tratar con los Reyes de España por 
tratos que sus capitanes de entrambos toma- 
sen aquel reino al Rey Federico de Ñapóles y 
lo partiesen entre sí. Rehusando los Reyes 
Católicos de quitar al pariente y cuñado el 
reino, el Rey de Francia les envió un porta- 
cartas del Rey Federico á él, en que decía que 
les daría en cada un año tantos mil ducados de 
parias y les daría paso por aquel reino, si qui- 
siese conquistar la isla de Sicilia, ques de los 
Reyes de España, y les ayudaría, con otras 
cosas que bastaron para poner en furia á los 
Reyes Católicos para le tomar el reino y lo 
partir con el Rey de Francia. E aunque otros 
quieren decir que este concierto estaba hecho 
antes entre ellos de aquesta partición, mas 
yo sigo lo más verisímile. Fué el concierto 
entre ellos que Ñapóles y Gaeta cupiesen 
al Rey de Francia; Pulla y Calabria á los Re- 
yes de España, y que las otras provincias 
fuesen para igualar las rentas, que fuesen 
iguales á los dos Reyes. Hecho este con- 
cierto, el Gran Capitán por una parte, y Ro- 
berto Stewart, llamado por otro nombre mos 
de Aubigny, por la otra, ocuparon el reino y 
echaron del al Rey Federico; el cual los Reyes 
de España quisieran mucho que se viniera en 
España, para le dar en aquel reino una parte 
con que conservara su dignidad real. Mas él 
no quiso sino irse á Francia, como hombre 
que tenía ofendidos á los Reyes de España; 
no fué tratado como merescía, y dende á po- 
cos días murió. 

Luego quel Rey de Francia supo que su ca- 
pitán tenía la mitad de aquel reino, determinó 
de tomar por fuerza de armas la otra mitad 
que había cabido á los Reyes de España, lo 
cual tuvo por cosa muy fácil de hacer, veyen- 
do la mucha pujanza que tenía de gente de 
armas de caballo y de pie para lo poder efec- 
tuar. El Gran Capitán con la gente que tenía, 
no solamente defendió la parte que á los Re- 
yes Católicos había cabido, mas aun le tomó 
la suya y los echó del reino y de toda Italia y 
pacificó aquel reino y lo puso todo en bajo de 
la obediencia de los Reyes de España. 




DEL GRAN CAPITÁN 



263 



Duraron aquellas guerras hasta cinco años, 
pues el año de mil y quinientos y seis el Rey 
don Fernando, que ya era segunda vez casa- 
do con la Reina Germana, sobrina del Rey de 
Francia, porque la Reina doña Isabel había 
fallecido en el año de mil y quinientos y cua- 
tro años en la villa de Medina del Campo; el 
Rey don Fernando pasó en Ñapóles. Quisie- 
ron decir que el Rey don Fernando, deseando 
quel Gran Capitán viviese en estos reinos, 
pensando que la codicia de señorear, que to- 
das las cosas mortales rompe, no corrompie- 
se y mudase al Gran Capitán, de cuya causa 
no viniese, aceleró la partida para aquel reino, 
llevando consigo á la Reina Germana, su mu- 
jer; y junto á islas de Hieres, cerca de Marse- 
lla, alcanzó la flota en que iba la Duquesa de 
Sesa y sus hijas. Quisiera mucho el Rey que 
la Duquesa y sus hijas se pasaran á su galera 
y que fueran en su conserva; lo cual la Du- 
quesa no aceptó por ir mal dispuesta de la 
mar; antes se fué á Genova, adonde fué muy 
solenemente recibida por aquella Señoría y 
por mos de Rabastaín, Gobernador de aquella 
ciudad por el Rey de Francia, á quien aquella 
ciudad á la sazón estaba encomendada. 

Sabido por el Gran Capitán quel Rey venía, 
lo salió á recibir en tres galeras, en que venía 
muy acompañado de muchos grandes y seño- 
res de aquel reino, y topóse con él junto á 
Portefín, adonde fué muy bien recibido de los 
Reyes. A esta sazón le alcanzó allí la nueva 
cómo el Rey don Felipe era fallecido en la 
ciudad de Burgos; de que el Rey se admiró 
mucho, porque si después de sabida la muer- 
te del Rey don Felipe fuera la venida del Gran 
Capitán, no se tuviera en tanto, antes se sos- 
pechara otra cosa, que la muerte del lo había 
hecho quel Gran Capitán con tan grande obe- 
diencia lo había salido á recibir, lo fué que 
muchos envidiosos habían hecho entender al 
Rey, no sólo que no saldría á lo recibir, mas 
aun no lo admitir en el reino, según la envidia 
tiene ocupados los corazones de los mortales. 
De lo cual el Rey tuvo muy gran contenta- 
miento. Así fueron hasta aquel reino, adonde 
el Rey fué muy bien recibido. Después quel 
Rey entendió en las cosas de aquel reino y lo 
tuvo todo ordenado, como aquel reino cum- 
plía y á su servicio, comenzó á tratar con el 
Gran Capitán de lo llevar á España, dándole 
á entender que en España creía tener contra- 
dición sobre la formación de aquel reino de 



su hija doña Juana, de lo cual decía ser avi- 
sado, y que llevando á su persona consigo 
tenía por cierto todo aquello cesaría. El Gran 
Capitán le respondió que ya Su Alteza sabía 
que él en España no tenía ni aun una casa en 
que se meter, y que pues Su Alteza había sido 
servido de le dar de comer en aquel reino, lo 
dejase en él. El Rey le ofreció el maestradgo 
de Santiago, con que le dejase los diez mil 
ducados de renta que á la postre le había 
dado, sobre lo cual le dio su cédula y bula del 
Papa Julio muy cumplida. El Papa Julio co- 
menzó á tratar con el Gran Capitán que fuese 
confaloner de la Iglesia y le daría cien mil du- 
cados de partido, y más le entregaría todas 
las fuerzas de la Iglesia, y con ellas á Santán- 
gelo, para lo cual el Rey habla dado licencia 
y consentimiento, de que después arrepentido 
revocó la licencia y no quiso que el Gran Ca- 
pitán quedase en Italia. 

Visto por el Papa quel Rey había mudado 
el parecer, comenzó á tratar con el Gran Ca- 
pitán que le daría la investidura del reino de 
Ñapóles, la cual pertenecía á la Sede Apostó- 
lica, y se la daría á él y le alzaría la obedien- 
cia que al Rey de Aragón, como á Maestre de 
Santiago, debía, con otras muchas cosas que 
le ofreció. El Gran Capitán respondió al Papa 
que se espantaba mucho de Su Santidad que- 
rer poner en disputa su honra y fidelidad que 
á su Rey debía; de cuya causa nacieron las 
discordias entre el Rey y el Papa; de cuya 
causa se estorbaron las vistas que estaban 
concertadas entre el Rey y el Papa en Civita- 
vieja, y se efectuaron las que estaban entre 
el Rey Luis de Francia y el de España en Sao- 
na. Allí le hizo el Rey de Francia muchos fa- 
vores al Gran Capitán, así como asentándolo 
á la mesa entre los dos Reyes. De allí se par- 
tió el Rey y el Gran Capitán para España, 
adonde le fué hecho en Valencia y después 
en Burgos, adondel Rey estaba, muy grande 
recibimiento, como se podía hacer al Rey. De 
ahí el Gran Capitán se partió para Santiago 
de Galicia, adonde estaba prometido, adonde 
hizo muchas limosnas y dejó allí en aquel 
templo renta para que se celebrasen los di- 
vinos oficios. Compró mil maravedís de renta 
para que rogasen á Dios por él, y dejó allí 
una lámpara de plata dorada, que es la mejor 
que hoy está allí. 

Venido, comenzó á suplicar al Rey le diese 
el Maestradgo de Santiago, que le había pro- 



264 



CRÓNICA MANUSCRITA 



metido, y cuya escritura traía firmada de su 
mano y de! Papa Julio. El Rey no sólo no lo 
daba, antes comenzaba cada día á entibiarse 
más y más, veyendo que él y don Bernardino 
de Velasco, Condestable de Castilla, que á la 
sazón estaba viudo por muerte de doña Juana 
de Aragón, hija del Rey Católico, que se ha- 
bían ayuntado para favorescer á don frey 
Francisco Ximénez, Arzobispo de Toledo; al 
cual ahincaba mucho el Rey que renunciase el 
Arzobispado de Toledo en su hijo el Arzobis- 
po de Zaragoza, y tomase él el de Zaragoza, 
lo cual él no quería ayudado por los dos. Con- 
destable y Gran Capitán; y más que concer- 
taba el Condestable de casar con doíía Bea- 
triz de Fígueroa, hija del Gran Capitán, Des- 
tas dos cosas concibió muy grande enojo el 
Rey Católico, y la fortuna comenzó á mostrar 
su gesto muy adverso al Gran Capitán, en lo 
que ahora diremos. 

Don Pedro de Córdoba, Marqués de Prie- 
go, su sobrino, hijo mayor de don Alfonso, se- 
ñor de la Casa de Aguilar, vino á ver á su 
tío á la Corte y á besar las manos al Rey, 
que después que vino de Ñapóles no le había 
visto; y este Marqués vio cómo su tío había 
sido engañado por el Rey en no le dar el 
Maestradgo de Santiago, con cuya promesa 
lo había traído de Ñapóles; y veyendo que ya 
el Rey no le mostraba el gesto alegre á su tío 
como solía, se volvió á Córdoba muy descon- 
tento del Rey. Este Marqués tenía mucha 
parte en aquella ciudad de Córdoba, como 
sus pasados siempre la habían tenido, princi- 
palmente don Alfonso de Aguilar, su padre. 
El Rey envió al Alcalde Herrera, de Corte, 
que mandase de su parte que el Marqués y 
los otros señores de la Casa de Córdoba que 
han salido de aquella casa, así como el Conde 
de Alcaudete y Marqués de Comares y el 
Conde de Cabra, se saliesen de la ciudad y la 
dejasen libre y su fuesen á sus tierras. El Al- 
calde Herrera, llamados aquellos Grandes en 
el cabildo de aquella ciudad, todos obedecie- 
ron el mandamiento real, sino fué el Marqués 
que no quiso. Al cual apartó el Alcalde Herre- 
ra aparte y le prometió que se saliese por 
espacio de dos días y se fuese á San Jerónimo, 
que es una legua de aquella ciudad, que él le 
mandaría volver. Jamás qui$o el Marqués, an- 
tes prendió al Alcalde y lo envió preso á la 
fortaleza de Montilla,aunque después lo soltó. 
Sabido por el Rey, y contándole el Herrera 



la prisión, el Rey mandó al coronel Villalva y 
Alcalde Cornejo para que aparejasen las co- 
sas necesarias para ir á derribar la fortaleza 
de Montilla áMontilla. El Marqués determinó 
de se defender como varón, y envió el Rey á 
llamar al Marqués con intención, según yo oí 
decir á personas que lo sabían, que si el Mar- 
qués no fuese á su llamamiento quél iría so- 
brél, y sino que se le perdonaría. El Gran Ca- 
pitán y el Condestable trataron con el Mar- 
qués que fuese y se echase á los pies del Rey. 
El contra su voluntad lo hizo. Visto por el 
Rey que venía y no se ponía en defensa, le 
derribó á Montilla y no quiso hacer nada por 
el Gran Capitán, antes creyeron que le había 
dañado en le persuadir que fuese á la Corte, 
y más no teniendo ya buena voluntad al Gran 
Capitán; y puesta la fortaleza por el suelo, 
mandó al dicho Marqués que anduviese tan- 
tas leguas de la Corte. El Gran Capitán com- 
pró y hizo las casas que en Córdoba mandó 
derribar el Rey, y compró las haciendas que 
mandó tomar de los caballeros que se hallaron 
con el Marqués el día de la prisión. El Rey, 
para en pago del gasto y daño que le había 
hecho el Gran Capitán, mandó dar la villa de 
Loja al Gran Capitán, en que viviese, y des- 
pués trató con él que se la daría de juro y de 
heredad para sus descendientes y para su 
patrimonio, y que renunciase el derecho del 
Maestradgo de Santiago. Lo cual el Gran Ca- 
pitán no quiso, diciendo que nunca Dios qui- 
siese que él gozase la fe y palabra real por 
ningún interés, y se fué á Loja, adonde estu- 
vo tres años con aquella reputación, casa y 
caballeros, que parecía una gran Corte, muy 
contento con acordarse en no haber hecho 
cosa de que tuviese arrepentimiento. Lo cual 
visto por don Juan Téllez Girón, Conde de 
Urueña, dijo á un criado suyo del Gran Capi- 
tán y le preguntó: «¿Decid qué hondo tiene el 
agua de Loja para esa gran carraca?» Sabido 
por el Gran Capitán, respondió: «Diréis al se- 
ñor Conde, que la carraca tiene muy buenos 
lados y todo lo que es necesario para nave- 
gar, que no le falta sino vientos, que no sue- 
len ser siempre contrarios». Y luego la fortu- 
na le ofreció maravillosa y felicísima ocasión: 
que habiendo perdido el Papa Julio y el ejér- 
cito del Rey don Fernando, seyendo capitán 
don Remón de Cardona, Virrey de Ñapóles, 
aquella memorable batalla de Rávena, que fué 
la mayor que en nuestros tiempos se ha dado 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



265 



en calidad; visto quel Rey de Francia con los 
de su liga quedaban muy insolentes y sober- 
bios por haber vencido aquella batalla, te- 
mieron el Papa y venecianos, y enviaron á 
gran prisa al Rey Católico á Burgos, á do es- 
taba á la sazón, á que volviese el Gran Capi- 
tán á Italia, pues Dios lo había criado para 
abajar la soberbia francesa, y pedían el Papa 
y los de la Liga que en todo caso el Gran Ca- 
pitán pasase á Italia. 

Esta nueva vino al Rey estando en Burgos. 
El Rey lo trabajó con el Gran Capitán que pa- 
sase. El Gran Capitán lo aceptó y se fué á 
Antequera, para desde allí estar más cerca de 
Málaga para hacer aparejar la flota, y estaba 
en buen sitio para todo lo necesario á la jor- 
nada, adonde concurrieron muchas gentes de 
caballeros y soldados, y entre ellos señores 
de título, como el Duque de Villahcrmosa y el 
Conde don Fernando de Andrada y otros al- 
gunos. Estando ya muy á punto todo en Italia, 
sabido quel Gran Capitán estaba ya señalado 
por los de la Liga para pasar en Italia, todo se 
allanó; y los franceses y los de su liga se apa- 
ciguaron y vinieron á la obediencia del Papa, 
así que desde acá, de Antequera, hizo la gue- 
rra. Asimismo sus enemigos del Gran Capitán, 
los que la envidia le habían movido, persua- 
dían al Rey quel Gran Capitán no pasase, 
porque como hombre lastimado cobraría lo 
que se le había prometido. 

Luego el Rey escribió al Gran Capitán ce- 
sase la ida de Italia, de lo cual recibió mucha 
pena, que no la pudo disimular, con aquella 
su gran prudencia, y hizo un largo razona- 
miento á los caballeros y soldados que allí se 
habían ayuntado, con los cuales partió de su 
hacienda más de ciento y cincuenta mil duca- 
dos, en valor en diversos brocados, telas de 
oro, sedas y granas, caballos, jaezes, camas 
de campo, que allí habían traído mercaderes 
á la fama de la pasada á Italia. Las cuales to- 
das compró y repartió, y dio saco á su casa, 
con que todos fueron muy contentos, que no 
se sabe que ningún Príncipe ni Rey diese en 
algunos días lo que el Gran Capitán dio en 
sólo un día, de que todos fueron muy conten- 
tos; y escribió cartas al Rey suplicándole por 
muchos caballeros y gente de guerra que para 
ir aquella jornada habían vendido haciendas 
y bienes para que les hiciese mercedes. 

Despachado esto se volvió á Loja, que le 
había dado el Rey con la tenencia y justicia, 



para en que estuviese, y que si quisiese renun- 
ciar el derecho del Maestradgo de Santiago, 
como dijimos, la hubiese de juro y de here- 
dad para él y sus descendientes; lo cual él no 
quiso aceptar por no quebrantar la palabra 
de un tan gran Rey y Príncipe como el Rey 
don Fernando. Quedaron allí con él cincuenta 
caballeros de sus continos y criados con otra 
mucha gente, así de servicio como de otros 
sin él. Avisado un día por Franco, su conta- 
dor, diciéndole: «Mirad, Señor, que no tenéis 
necesidad de muchas personas qne en vues- 
tra casa están». Al cual respondió: «¿No veis, 
Francisco, que si yo no tengo necesidad dellos 
que ellos la tienen de mí?» No había entre 
la gente de su casa, así caballeros como sol- 
dados y toda la otra gente, blasfemias, ni ju- 
ramentos, ni bollicios, ni juegos, ni adulterios, 
sino en tanta observancia como en religión. 
Así estuvo casi tres años, usando de liberali- 
dad y caridad con todos los que le pedían, y 
haciendo grandes limosnas á todos los que á 
él venían, que jamás ninguno volvió sin llevar 
lo que pedía. 

Muchas cosas acontecieron al Gran Capi- 
tán en aquellos días que en Loja estuvo, que 
por no ser prolijo no lo escribo. Aquí le dio 
una cuartana doble, en el mes de Agosto; de 
aquí se fué á Granada, adonde le agravó la 
enfermedad. 

Murió de edad de sesenta y dos años y 
tres meses y once días, á dos días de Diciem- 
bre de mil y quinientos y quince años; un do- 
mingo antes del día, estando cercado de su 
mujer y hija y criados y religiosos, con cuyo 
parecer vio, examinó y corrigió su testamen- 
to, recibidos con tiempo los Santos Sacra- 
mentos, con tantas lágrimas, que dieron muy 
claro testimonio de su vida pasada. Mandó 
decir cincuenta mil misas en los monasterios 
y iglesias que más necesidad tuviesen. Fué 
depositado su cuerpo en la capilla mayor de 
San Francisco de Granada, adonde concu- 
rrieron los señores Marqués de Priego, Con- 
de de Cabra, Señor de Alcaudete, Conde de 
Palma, Conde de Tendilla, los cuales todos 
vinieron á sus obsequias. Estaban puestas 
en la capilla alderredor de su tumba dos- 
cientos estandartes y banderas, y dos pendo- 
nes estandartes reales que había ganado al 
Rey de Francia, con las banderas que había 
ganado á los turcos en Chafalonía, adonde 
estuvo hasta que le fuese hecha una muy so- 



266 



CRÓNICA MANUSCRITA 



lemne capilla en la iglesia de San Jerónimo 
de Granada. Lo cual acabado, su cuerpo fué 
á ella trasladado, en el año de quinientos y 
cincuenta y dos años. Doña Maria Manrique, 
su mujer, falleció después del Gran Capitán, 
en el año de quinientos y veinte y cuatro 
años, á lo cuales ponga Dios en su santa glo- 
ria. Amén. 



LIBRO PRIMERO 

COMIENZA LA PRIMERA PARTE DE LAS GUE- 
RRAS QUE GONZALO HERNÁNDEZ, ORAN CA- 
PITÁN, HIZO CONTRA LOS REYES DE FRAN- 
CIA EN EL REINO DE ÑAPÓLES. 



CAPÍTULO I 

Cómo el Rey Carlos de Francia, octavo deste 
nombre, hizo grande ayuntamiento de gentes 
de guerra asi de pie como de caballo en to- 
dos sus reinos y señoríos para pasar á Ita- 
lia á ocupar el reino de Ñápales, que decía 
pertenecerle por cierto derecho antiguo. 

Fué así que en el año del nacimiento de mil 
cuatrocientos noventa y cuatro años, reinaba 
en Francia Carlos, octavo deste nombre, un 
mozo de veinte años de edad. Fué llamado el 
Cabezudo, por tener muy gran cabeza. Tenía 
los pies tan disformes, que fué inventado 
cierto género de zapatos tan romos de la 
punta, que hasta hoy se usan en aquel reino. 
A todos los que á él venían, recibía con alegre 
cara; y á los que del se despedían, no les mi- 
raba al gesto. Este Rey Carlos hizo grande 
ayuntamiento de gentes en Francia, Borgoña, 
Bretaña y en todos los otros sus señoríos, así 
de franceses como de suizos, en que ayuntó 
veinte y cinco mil hombres de caballo, hom- 
bres de armas, y otros veinte y cinco mil in- 
fantes. Convidóle á hacer esta jornada Ludo- 
vico Esforza, Duque de Milán, diciendo que 
le daría lugar que pasase a Italia por su es- 
tado de Milán; el cual, teniendo en su poder 
á su sobrino Galeazo Esforza, Duque de 
aquel Estado por muerte del sobrino; todos 
sospechaban que Ludovico,"tío y gobernador 
suyo, lo había toxicado y estaban puestos en 
armas contra él. Y el Ludovico, por asegurar 
su Estado, dio paso al Charles por lo asegu- 



rar, lo cual así fué hecho; y esto pareció ser 
así, porque pasando por Milán el Charles y 
hallando puestos en armas á los milaneses, 
los apaciguó y hizo que obedeciesen al Lu- 
dovico, tío del mozo muerto, y así quedó por 
Duque de Milán el mismo Ludovico Esforza, 
con favor del dicho Rey de Francia. 

Pues el Rey Charles de Francia pretendía 
pertenecerle aquel reino de Ñapóles por ha- 
ber seído Rey del Carlos, hermano del Rey 
San Luis de Francia (y agora poco había por 
renunciación de Reiner, Duque de Augens, ma- 
rido que fué de Juana, Reina de Ñapóles por 
muerte de su hermano Ladislao, había renun- 
ciado el derecho del reino que tenía á la Casa 
de Francia). Pues teniendo el Rey Carlos jun- 
tas todas sus gentes de guerra, por no dejar 
en sus reinos y fuera dellos algún estorbo 
que aquella jornada tan deseada por él y que 
tanto había codiciado de acabar, hizo paz por 
veinte y cinco años con Maximiliano, con 
quien tenía guerra por haberle dejado á su 
hija madama Margarita, con quien estaba con- 
certado de casar; y asimismo hizo paces con 
Enrique octavo. Rey de Inglaterra, otorgando 
á todos ellos todos los partidos que le pidie- 
ron. Hizo asimismo paces por otros veinte y 
cinco años con el Rey don Fernando, quinto 
deste nombre de España. Y porque esta his- 
toria es muy mal sabida entre muchas gentes 
que juzgan sin saber muchas veces la ver- 
dad, quise ponerla aquí para librar al Rey 
Católico de las lenguas maldicientes. La his- 
toria fué así: 

En el año del nacimiento de mil y cuatro- 
cientos y setenta y nueve años, hacíase muy 
cruda guerra entre el Rey donjuán de Aragón, 
padre del Rey don Fernando, de España, y su 
hijo don Carlos, Príncipe de Cataluña, al cual 
favorescían los catalanes contra el dicho Rey 
su padre; y el dicho Rey don Juan, hallándose 
en necesidad, empeñó á Ludovico undécimo. 
Rey de Francia, por cierta suma de coronas 
cuatro cibdades y fortalezas del condado de 
Ruisellón que fueron: Perpiñán, Sabella, Guar- 
dia, Roca y Colibre, con el cual dinero cobró 
el condado de Barcelona y á toda Cataluña, 
y dende á poco murió su hijo don Carlos. El 
Rey de Francia llevó mucho tiempo las rentas 
destas ciudades. Murió el mismo Rey donjuán 
de Aragón el mesmo año sin quitar el empe- 
ño, porque no pudo, y tuyo el dicho Rey Luis 
de Francia estas cibdades, que nunca las qui- 




DEL ORAN CAPITÁN 



267 



so restituir, aunque fué requerido muchas 
veces, hasta quel mesmo Rey murió, que fué 
en el año de mil y cuatrocientos y ochenta y 
un años. Dejó mandado en su testamento á 
su sucesor Carlos octavo que pagando el 
Rey don Fernando de Castilla y Aragón el em- 
peño que el Rey su padre había recebido, que 
le volviese á Perpiñán é las otras tres plazas 
que había recebido por descargo de su con- 
ciencia, y que no hiciese otra cosa; lo cual el 
Rey Carlos octavo y sus tutores jamás qui- 
sieron hacer, asaz veces requeridos por los 
Reyes Católicos. Pues estando los Reyes de 
Castilla ocupados en la guerra de Granada, 
envían sus embajadores al Rey Carlos de 
Francia, rogándole y requiriéndole les entre- 
gase aquellas cuatro ciudades, enviándole 
juntamente el dinero; lo cual él prometió de 
hacer como fuese acabada la guerra de Gra- 
nada. La cual acabada tampoco lo quiso ha- 
cer. Los Reyes Católicos fueron á Barcelona, 
y visto que no quería entregalles aquellas 
ciudades, demandaron su justicia antel Papa, 
el cual mandó al Rey de Francia so grandes 
penas, que entregase aquellas ciudades pa- 
gándoles su dinero, en lo cual se dilató un 
año en demandas y respuestas, hasta el año 
de mil y cuatrocientos y noventa y tres años 
que murió el Rey Fernando de Ñapóles. Lo 
cual sabido por el Rey Carlos de Francia, con 
la gran codicia que tenía de señorear aquel 
reino, determinó dentregar á los Reyes Ca- 
tólicos el condado de Ruisellón, diciendo que 
lo hacía por descargar el ánima de su pa- 
dre; y recibió los dineros del empeño, y sobrel 
amistad y paz hicieron cierta capitulación 
que fuesen amigos y hermanos, amigos de 
amigos y enemigos de enemigos, salvo si el 
dicho Rey de Francia fuese contra la santa 
madre Iglesia de Roma, que entonces la tal 
capitulación fuese en sí ninguna y de ningún 
valor y efecto. Hecho esto, los Reyes Católi- 
cos enviaron el dinero del empeño y cobraron 
el condado de Ruisellón. Luego que el Rey de 
Francia supo que el condado de Ruisellón era 
entregado á los Reyes Católicos, envió todos 
los dineros que del empeño había recebido á 
la Reina doña Isabel, diciendo que con aque- 
llos dineros servía para ayuda y parte de los 
gastos que había hecho en la guerra contra 
los moros. Otros dijeron que mucho antes 
que aquello se debía, así de las rentas quel 
Rey de Francia de aquel condado había lleva- 



do por descargar el ánima de su padre, por- 
que había hecho muchos daños en aquel con- 
dado de Ruisellón, porque dejó muchas vill?.s 
y lugares de aquel condado totalmente des- 
truidas, que nunca jamás se pudieron poblar 
y estuvo en poder de los Reyes de Francia 
aquel condado treinta años. 

Llegado, pues, él Rey de Francia á Milán, 
envió á requerir á venecianos que fuesen sus 
amigos y le ayudasen en esta guerra que que- 
ría hacer contra el reino de Ñapóles; los cua- 
les le respondieron que suplicaban á su alteza 
no bajase á inquietar aquella nación de Italia 
que á la sazón estaba algún tanto sosegada de 
las muchas y muy continuas guerras pasadas; 
que ya sabía su alteza, y si no lo sabía por su 
poca edad lo supiese, que aquella Señoría de 
Venecia siempre se había desvelado y tenía 
continuo cuidado en la paz, quietud y sosie- 
go de Italia, y que suplicaban á su alteza mi- 
rase los desasosiegos y trabajos que de la 
guerra suelen suceder y recrecerse, y cuan 
inciertas suelen ser las salidas de la guerra; 
y que si todavía su alteza determinase de em- 
prender guerra tan trabajosa, que ellos á 
ninguna de las partes acudirían y que serían 
neutrales en esta jornada. 

CAPÍTULO II 

De lo que el Rey Alfonso de Ñapóles hizo, sa- 
bido el grande ejército quel francés traía 
contra él para le tomar el reino, y lo que ve- 
necianos hicieron. 

El Rey Alfonso de Ñapóles, que á la sazón 
era recién heredado, como supo el grande 
ejército que el francés traía contra él, trató 
paz y liga con venecianos para los tener de 
su parte; lo cual ellos no quisieron hacer por- 
que así lo habían prometido al francés de ser 
neutral en aquella jornada. Visto por el Rey 
Alfonso que ningún fruto de aquel trato ha- 
bía sacado, envió un embajador á Bajacid, 
gran turco, que á la sazón estaba en la Velo- 
na, puerto suyo, á le rogar inviase un embaja- 
dor á venecianos á les rogar se confederasen 
con el dicho Rey Alfonso, dándole á entender 
que el francés quería ganar aquel reino y des- 
pués á toda Italia, para desde allí le hacer 
guerra por la parte de la Velona, la cual está 
veinte leguas escasas de aquel reino de Ña- 
póles. Bajacid, así por la amistad que con 



268 



CRÓNICA MANUSCRITA 



los reyes de Ñapóles había siempre tenido, 
como por la sospecha que tenía del francés, 
envió un embajador á venecianos rogándoles 
muy afectuosamente quen ninguna manera 
hubiesen amistad ni liga con el francés, y que 
si todavía en ello se determinasen, que por 
ello perderían la que con él tenían. Los vene- 
cianos, por complacer al gran turco y por ver 
quera cosa muy complidera á toda Italia, se- 
gún que muchos años había que conocían la 
insolencia y soberbia de los franceses, respon- 
dieron al gran turco quen ninguna manera ha- 
rían paz ni liga con el francés, de lo cual el 
Rey don Alfonso quedó algo satisfecho. Y an- 
tes desto tenía el Rey Alfonso hecha liga con 
el Papa Alejandro sexto, que á la sazón era 
Vicario en la Iglesia de Dios. Era este Sumo 
Pontífice español, natural de Játiva, en Ara- 
gón, llamado antes don Rodrigo de Borja. 
Tenía asimesmo hecha liga con florentines; 
solamente tenía por contrario á Ludovico Es- 
forcia. Duque de Milán, que tenía la goberna- 
ción de aquel Estado por Juan Galeazo su 
sobrino. Duque de Milán, y le daba paso por 
aquel Estado para ir á hacer guerra al reino 
de Nápol^s. El Rey Alfonso trató con el Papa 
le diese las insinias del reino de Ñapóles, 
por cuanto aquel reino es feudo de la Iglesia; 
á lo cual reclamaron los embajadores de 
Francia, diciendo que aquel reino estaba tira- 
nizado de muchos años á esta parte en la 
casa de Aragón, siendo de justicia de la casa 
de Francia; mas al fin el Papa envió á su hijo 
el Cardenal César Borgia con la Corona y 
otras insinias á Ñapóles, adonde el Rey Al- 
fonso las tomó con aquella solenidad quen 
tal caso se requiere. Asimismo el Rey Alfon- 
so envió un embajador á los Reyes de Espa- 
ña, sus tíos, llamado Bernardo de Bornardis, 
el cual llegado en España avisó á los Reyes 
Católicos del estado en que las cosas estaban 
de aquel reino, y que se acordasen con cuán- 
tos trabajos y fatigas el Rey don Alonso de 
Aragón, su tío, de gloriosa memoria, había 
ganado aquel reino, y con mucha pérdida, así 
de la casa de Aragón como de sus súditos; 
y quel Rey Alfonso su sobrino no tenía des- 
pués de Dios otro pariente ni amparo que 
lo socorriese en sus necesidades sino á sus 
altezas, y que sino, lo que Dios no permitiese, 
quel francés ganase aquel reino, no descan- 
saría hasta ocupar el reino de Sicilia, ques de 
sus altezas. Porque era tan grande la codicia 



desordenada de aquella nación, que no para- 
rían hasta ocupar todo cuanto podiesen, sin 
acatar derecho divino ni humano. Los Reyes 
le respondieron que se volviese á su Rey y 
le dijese que él defendiese como varón y hijo 
de tales padres aquel reino, que ellos no le 
faltarían y le enviarían tal socorro, con que 
haciendo él su deber echasen al francés de 
aquel reino. Y luego mandaron á Gonzalo 
Hernández de Córdoba, hermano segundo de 
don Alfonso Hernández de Córdoba, señor de 
la casa de Aguilar, que hiciese un muy buen 
ejército, así de pie como de caballo, y quen 
una gruesa armada fuese al reino de Ñapóles y 
se juntase con el Rey Alfonso su sobrino, y 
echasen al francés de aquel reino; quel tenía 
esperanza en Dios y después en su persona 
que los echarían de aquel reino. Lo cual Gon- 
zalo Hernández hizo con mucha presteza, del 
cual diremos adelante. 

Los venecianos, no se fiando del francés 
por la muncha expiriencia que de aquella pro- 
vincia se tiene, y más teniendo vestidas las 
armas, echaron en la mar una muy gruesa flo- 
ta y la pusieron muy á punto, y un muy grue- 
so ejército, y lo alojaron cerca de Venecia, 
porque si el francés quisiese hacer alguna 
ruindad de las que suele, teniendo aparejo 
los hallase apercebidos. 

CAPÍTULO III 

Cómo el Rey Carlos de Francia partió de su 
reino y comenzó d bajarlos Alpes para Ita- 
lia, y de lo que el Rey Alfonso hizo. 

Entrando el mes de octubre del dicho año 
de mil cuatrocientos noventa y cuatro años, 
comenzó á bajar el Rey Carlos de Francia á Ita- 
lia, y llevaba veinticinco mil de caballo y otros 
veinte y cinco mil soldados, la mejor gente que 
de Francia jamás había salido. Iban con el 
Rey los más principales señores que en aquel 
reino había. Iba el Duque de Saboya, su tío; 
el Duque Luis de Urliens, que después suce- 
dió en el reino, que fué llamado Luis duodéci- 
mo, al cual dejó con gente de guerra en Aste, 
para que aquel paso estuviese seguro para ir 
y volver á Francia. Llevaba asimismo cien ti- 
ros de artillería, cañones, culebrinas, basilis- 
cos y otros nombres que hasta allí eran poco 
sabidos. Esto era lo que el Rey sólo llevaba 
sin las gentes de los señores, que era mucha. 



DEL GRAN CAPITÁN 



269 



y otras muchas gentes aventureras que iban 
con aquel campo. 

Puso tanto temor á Italia la nueva de su 
ejército que bajara los Alpes, que nunca fué 
tanto temida la guerra que Atila Rey de los 
Hunos, ni la de Aladeo, Rey de los godos, ni 
Breno, capitán de los franceses, ni Aníbal, ca- 
pitán de los cartagineses, como ésta. Todos 
pensaban no tener cosa segura de la gente 
de aquella nación, según la mucha destem- 
planza en la guerra t'enen y la mucha codicia 
de lo ajeno. Estaba toda Italia alborotada, 
bajando en ella un tan grueso ejército con un 
Rey mozo, que entonces cumplía veinte y un 
años de su edad, y en algunas cosas muy bár- 
baro. Ponía muchas veces en plática que por 
qué no sería mayor conquistador que Alexan- 
dre el Magno; que por tres causas había de 
conquistar más tierras que él: la primera, 
porque comenzaba de más mozo; la otra era 
señor de mayor reino y de mejor gente, y lo 
tercero que tenía más ánimo que no él. 

CAPÍTULO IIII 

De lo que el Rey Alfonso hizo sabida la veni- 
da del francés con tan grueso ejército con- 
tra él. 

El Rey Alfonso, sabida la venida del fran- 
cés con tanta gente de armas y tantos y tan 
diestros capitanes, fuese á Roma y halló al 
Papa con once Cardenales en una tierra de 
Virginio Ursino, el principal de aquel bando 
de los Ursinos, que era general del Rey Al- 
fonso, por cuya industria el mesmo Rey se 
gobernaba. Estaban allí á la sazón con el 
Papa los embajadores de los más Príncipes 
cristianos y señorías y potestades de Italia. 
Llegado el Rey Alfonso, estando el Papa con 
aquel Sacro Colegio de los Cardenales, les 
habló desta manera: 

«Santísimo Padre, reverendísimos señores: 
Mucho quisiera que así como en este peque- 
ño ayuntamiento, que según la calidad de las 
personas que en él están, vale por la mayor 
parte de Italia, que así estuviéramos en par- 
te que se pudiera oir en toda Italia, para que 
pudiera certificar las cosas que han de suce- 
der, si este tan gran mal y á toda ItaUa tan da- 
ñoso no se atajase. Y si en persuadir no apro- 
vechase, á lo menos dejaré certificado y to- 
mado por testimonio ante todos los que me 



oyeren, cómo antes había sabido lo que ha- 
bía de suceder, si con todas nuestras fuerzas 
no fuésemos contra este tirano. Bien sé el 
poco crédito que se me ha de dar, y el poco 
fruto que tengo de hacer por la fama del 
grande ejército quel francés de industria ha 
publicado que trae solamente contra el Rey 
Alfonso y su reino, y que no ha de hacer mal 
á otro alguno. Quiero, Santísimo Padre, decir 
lo que siento; y así libre como verdadero, ó 
yo conozco mal á los franceses, ó toda Italia 
ha de ser conquistada por ellos. Bien sé que 
comenzarán de mi reino, porque éste dicen 
que les pertenece de derecho antiguo. ¡Quién 
no sabe, como la cosa que más se sabe, la 
avaricia de los franceses y sed de enseñorear 
tierras ajenas y roballas, sin poner delante 
ni derecho divino ni humano! Conocido está 
el odio y grande enemistad que aquella na- 
ción tiene contra Italia, qué causa hubo para 
que los pasados tantas veces bajasen los Al- 
pes á hacer guerra á Italia, y hicieron en ella 
tantos daños y siempre volvieron rotos, des- 
baratados y perdidos. No en balde la natu- 
raleza, proveedora de todas las cosas, por el 
bien de Italia, adonde Dios había de dejar á 
su Vicario en la tierra, cuyo lugar, Santísimo 
Padre, tú tienes, puso entre aquel reino y 
Italia los Alpes, sierras tan altas y tan áspe- 
ras para refrenar la tiranía y codicia desen- 
frenada de aquesta bárbara gente; mas ha 
seído tanta la codicia de señorear lo ajeno, 
que pasaron los Alpes por sujetar á esta pro- 
vincia. Qué otra fué la intinción de Breno, de 
los boyes, los penomanos, los insubres, los 
celtas, los senones; no se contentando con 
ocupar la parte de Italia que está entre el 
monte Apenino y los Alpes, mas pasando el 
Apenino ocuparon la parte de Italia y junta- 
mente áRoma, cabeza de Italia, y la saquea- 
ron metiéndola á cuchillo, y no dejaran piedra 
sobre piedra, si el capitolio no se les defen- 
diera, y poco á poco los tornaron á echar de 
Italia. Tanta deseo tiene esta gente de des- 
truir á Italia, y más de diminuir el nombre 
romano. Qué otra cosa quiere decir ocupará 
Calabria, Pulla y Ñapóles, el postrero rincón 
de Italia, que es meterse en una red de don- 
de no pueden salir, donde esté de toda Italia 
cerrado, si no tuviesen por cierto que toda 
Italia se les ha de rendir? Vos, Santísimo Pa- 
dre, Sacro Collegio, como la cosa que más cla- 
ramente se puede ver, que si con común con- 



270 



CRÓNICA MANUSCRITA 



sentimiento de todos no se resiste la codicia 
desta bárbara gente, que presto toda Italia 
se ha de encender deste fuego, cuando no 
haya el aparejo que agora se podría haber. 
Los ejércitos de Francia suelen poner más 
temor que el de las otras gentes por ser más 
súbitos y más rebatados, y porque con ellos 
no se ha de pelear sobre las haciendas sola- 
mente, mas sobre las vidas, según la crueldad 
bárbara de aquella gente. No son los france- 
ses gentes que hacen treguas, no trueque de 
prisioneros; en costumbres, en conversación, 
fuera de toda razón, difieren de todas las 
otras gentes; así que con ellos sobre la vida 
ha de ser la batalla primera y postrera, por- 
que cuanto más la manera bárbara suya de 
pelear es más apartada de la de Italia, así se 
ha de temer más su guerra». 

CAPÍTULO V 

En que prosigue el Rey Alfonso su oración al 
Papa y Cardenales. 

«A ti toca, Beatísimo Padre, como Vicario 
de Dios y cabeza de Italia y de todos los prín- 
cipes y señoríos de esta provincia, de os jun- 
tar y apartar de Italia esta tan dañosa pesti- 
lencia, esta tan cruel y tirana gente; y si algu- 
nos hay que con el francés consientan en esta 
perdición de Italia, que tu Santidad tenga for- 
ma de los convertir á la defensión común de 
esta provincia, y para que todos se esfuercen 
á cosa tan complidera á Italia, á sus estados y 
casas, y sus mujeres, hijos y haciendas, es ne- 
cesario que tú ¡oh Alejandro, Pontífice máxi- 
mo! comiences porque así como tienes más au- 
toridad y poder así por tus amonestamientos, 
ruegos y mandos, les muevas para un bien tan 
común como éste es; y si esto haces seremos 
vencedores y los bárbaros vencidos, con que 
mejor fin han de pelear éstos que sus pasados 
si somos á una, que cuando los Alpes bajaban 
venían muy bravos, robando templos, forzan- 
do vírgines, usando de todo género de cruel- 
dad; y bajando al llano eran rotos y muertos, 
y los que vivos quedaban, volvían desnudos y 
pocos y destrozados. Pocos lugares hay en 
Italia que no los hayan ennoblecido con las 
Vitorias que de ellos han habido; por lo cual, 
Santísimo Padre, es menester presteza para 
le resistir. Entre tanto, mi hijo Fernando con 
mi ejército y de florentinos y tuyo estará en- 



tre el río Poo y el monte Apenino para resis- 
tir los primeros encuentros de aquella gente. 
Y, si lo que Dios no quiera, no fuéremos soco- 
rridos, verán todos el mal consejo que toma- 
ron, cuando querrán remediarlo y no podrán. 
Yo he enviado á mis tíos los Reyes Católicos 
de España á los pedir socorro contra el fran- 
cés, de los cuales tuve agora cartas cómo apa- 
rejan con gran presteza un muy grueso ejér- 
cito por mar y por tierra, con un muy nombra- 
do capitán y muy experto en la guerra, para 
inviar contra ellos. Lo que yo, Santísimo Pa- 
dre, entiendo hacer será esto: salirlos á reci- 
bir antes que lleguen á la raya de mi reino y 
darles muy animosamente la batalla, y si 
prósperamente me suceda, apartar al fran- 
cés de mi reino y de toda Italia, y cuando 
de otra manera me aviniese, allí acabará mi 
vida en ella». 

CAPITULO VI 

De lo que el Papa respondió al Rey Alfonso 
y lo que los Coluneses en este tiempo hi- 
cieron. 

El Papa respondió al Rey Alfonso que todo 
cuanto había dicho era la mesma verdad y que 
harto ciego sería el que no conociese ser así; 
quél tuviese buena esperanza; quél con todas 
las fuerzas y riquezas de la Iglesia no le falta- 
ría y íernía forma que no le faltasen sus ami- 
gos, y que luego él con sus Legados los con- 
firmaría y le buscaría nuevos amigos, y que 
de todo provería, según el tiempo lo requería. 
Mandó luego á los embajadores de los Reyes 
cristianos que luego escribiesen á sus Prínci- 
pes de su parte para que diesen socorro y 
ayuda al Rey Alfonso de Ñapóles, porque era 
socorrer á toda Italia, principalmente á la 
Sede Apostólica, contra la cual se decía venir 
el Rey de Francia; y juntamente envió sus Le- 
gados á todos ellos exhortándoles por el bien 
común de toda Italia, principalmente de Roma, 
adonde Dios principalmente había puesto su 
Vicario, y trabajó con todas sus fuerzas de 
mover á toda Italia contra el francés. 

A esta sazón los Coluneses, quen este tiem- 
po eran amigos y aliados de la Casa de Fran- 
cia, tomaron por fuerza de armas la fortaleza 
de Ostia, quera del Papa, por ardid de Scaño 
Esforza, Cardenal, hermano del Duque de Mi- 
lán: en el cual fué puesto un vizcaíno llamado 




DEL GRAN CAPITÁN 



271 



Menaldo Guerra, crudelísimo cosario, para 
que de aquel castillo estorbase el trato y na- 
vegación que á Roma se hacía por el Tíber, y 
impidiese las vituallas con que Roma se bas- 
tecía; y aunque el Papa Alejandro invió algu- 
nas veces contra este tirano ejército, jamás le 
pudo tomar aquella fuerza, del cual diremos 
adelante. 

CAPÍTULO VII 

De lo quel Rey Charles hizo comenzando á bajar 
los Alpes, y lo quel ejército del Rey Alfonso 
hizo. 

El Rey Charles, desde que comenzó á ba- 
jar los Alpes invió á Roma á publicar y fijar un 
edito: que todos los Cardenales, Obispos, Ar- 
zobispos y otras cualesquier personas que 
tuviesen dinidades ó beneficios en Francia, se 
saliesen de Roma dentro de quince días, don- 
de no, que pasado este término hubiesen per- 
dido todas las temporalidades y aun las pro- 
piedades de ellas. Algunos lo hicieron y otros 
con temor del Papa no lo osaron hacer. El 
ejército del Rey Alfonso, llevando por General 
al Duque de Calabria, Fernando, su hijo, y 
capitanes el Conde de Petillán y Carolo Ursi- 
no, se fué á poner cerca de Rávena, junto Ce- 
sena, para se topar con el francés y le dar la ba- 
talla. Al cual salió recebir el ejército del Duque 
de Milán, Ludovico Esforza, con cuatro mil ca- 
ballos ligeros y tres mil soldados suyos. Los 
ejércitos del Rey Alfonso y el de los franceses 
estuvieron muy cerca uno de otro sin pelear, 
esperando cada uno que el otro comenzase la 
batalla, aunque había mucha desigualdad del 
uno al otro, porque eran los franceses muchos 
más en número que los otros. Los astrólogos 
judiciarios, veyendo al francés descender con 
tan poderoso ejército y con tantas bocas de 
fuego tan inusitadas y ellos venir tan bravo- 
sos y soberbios, echaron juicio sobre aquel 
año, y todos hallaron por curso de astrología 
que sucederían en aquel año muchas muertes 
y robos, sacos de cibdades, muchas fuerzas de 
mujeres, con todas las otras vanidades que 
los naturales de aquella nación suelen espe- 
cular, seyendo cosa averiguada que las más 
veces es cosa inconstante. Son los italianos 
naturalmente agoreros y creen ligeramente 
aquella incertidumbre; aunque fácilmente, sin 
curso de astrología, ni planetas, ni influencias 
se podía creer que no faltarían muertes y ro- 



bos queriendo el francés ocupar lo ajeno con 
tanta furia y soberbia. 

Llegado, pues, el francés á Aste, le salió á 
recebir la Duquesa de Milán, mujer del Duque 
Ludovico, muy acompañada, que fué cosa muy 
de ver los atavíos yadereszos. Entre las otras 
cosas, llevaba la Duquesa cien señoras, las 
más principales de aquel Estado, muy rica- 
mente ataviadas; á las cuales el francés reci- 
bió muy alegremente y con muy gran fiesta. 
Dejó el francés allí en Aste al Duque de Ur- 
liens, que después le sucedió en el reino, lla- 
mado Luis duodécimo; se fué para Milán, 
adonde fué muy bien recebido por el señor 
Ludovico, tío del Duque mozo, que tenía la 
gobernación, como atrás hemos dicho, por 
Galeazo el sobrino; por cuya muerte con fa- 
vor del francés quedó por Duque de Milán el 
Ludovico. 

CAPÍTULO VIII 

De lo que los dos ejércitos hicieron, con lo que 
más sucedió. 

Los ejércitos del Rey Alfonso y Duque de 
Milán y del francés hobieron muchos rencuen- 
tros, en que los franceses fueron algunas ve- 
ces rotos y otras veces vencedores. Mas como 
los Coloneses tenían ocupada por fuerza de 
armas la fortaleza de Ostia, no dejaban entrar 
en Roma mantenimientos; antes desde aquella 
fuerza hacían guerra á la parte del Papa. Fué 
necesario quel Papa mandase quel exército 
se viniese á Roma á defendella de la guerra 
que los Coluneses le hacían. A esta sazón el 
Rey Charles se fué derecho á Pavía con doce 
mil caballos. Lo que en aquel ejército más es- 
panto puso, fueron los muchos y muy bravos 
ingenios de artillería de nuevas formas y nom- 
bres, así como basiliscos y culebrinas, gerifal- 
tes, serpinos, cañones y otros nombres muy 
inusitados. Estos, como dijimos, eran ciento 
entre grandes y pequeños. Llegado el Rey á 
Pavía fué á visitar al señor Juan Galeazo, que 
era el Duque de Milán, hijo del señor Juan Ga- 
leazo, que había sido Duque de Milán, cuya 
gobernación tenía el señor Ludovico Sforcia. 
Por ser aquel mozo de poca edad, le había el 
Duque su hermano encomendado la goberna- 
ción de aquel Estado. El Juan Esforcia enco- 
mendó al Rey un niño chiquito que allí tenía, 
diciéndole que él no podía escapar, y luego 
murió. Creyóse que le habían dado yerbas, y 



272 



CRÓNICA MANUSCRITA 



algunos pusieron sospecha que el señor Lu- 
dovico su tío se las había hecho dar. El fran- 
cés tuvo forma que aquel estado se pacificase, 
que se había puesto en armas contra el tío y 
que tomasen por señor al dicho Ludovico; lo 
cual así fué hecho; aunque nunca se osó lla- 
mar Duque de Milán hasta que Maximilia- 
no, Rey de Romanos, le invio la investidura 
y le invió á decir tomase el título ('); por- 
que estaba el dicho Maximiliano casado con 
hermana de su sobrino Juan Galeazo. Este 
Juan Galeazo que allí murió, estaba casado 
con hija del Rey Alfonso de Ñapóles. Los flo- 
rentinos y otros aliados asi del Papa como 
del Rey Alfonso, luego se dieron al francés, 
porque no osaron hacer otra cosa. 

CAPÍTULO IX 

De lo que hicieron el Rey Alfonso y el Duque 
de Calabria, su hijo, don Fernando, y lo que 
avino á los florentinos con el francés. 

El Duque Fernando se retrajo con su ejér- 
cito á Cesena, y el Rey Alfonso su padre se 
fué á Tarrachina para combatir y ocupar á Ne- 
tuno. El Duque Fernando, después que algu- 
nos rencuentros pasó con sus contrarios, se 
recogió á Cesena, para allí esperar lo que el 
tiempo descubriese. El Rey Alfonso su padre, 
tuvo nueva que la armada del francés se iba 
á surgir á un puerto de Netuno, lugar de Co- 
loneses. Sabido esto por el Rey Alfonso, fue- 
se para Tarrachina para el cual se vino Vir- 
ginio Ursino desde Roma con la gente de ca- 
ballo que allí estaba, y lo mismo hizo Eregato 
Leonelo con la gente del Papa, y combatieron 
á Netuno; mas fueron tantas las aguas, y el 
tiempo tan fortunoso, que no pudo haber 
efeto aquel cerco. Estando el Rey Alfonso en 
este cerco, supo por sus mensajeros cómo 
Juan Galeazo su yerno era muerto y su tío 
Ludovico Sforcia había, con favor del francés, 
ocupado aquel Estado. También supo que los 
florentines se habían pasado al francés. Sabi- 
do esto por el Rey y que ningún efeto conse- 
guía sobre aquel cerco, mandó á Virginio Ur- 
sino á Roma con la gente de á caballo para el 
socorro de aquella cibdad, y-él se retrujo á su 
reino, y asentó su campo junto al río del Care- 
liano para estorbar desde allí el pasaje al fran- 

(*) Nota marginal: Porque el estado de Milán es feudo 
del Imperio. 



cés. El Duque Fernando, su hijo, estuvo algu- 
nos días en Cesena, adonde peleó algunas 
veces con los que seguían la parcialidad del 
francés. Mas oída la rebelión de los floren- 
tines, y que se habían pasado al francés, se 
tornó al reino de Ñapóles. Retraídos los dos 
ejércitos de padre y hijo á su reino, todos 
sus amigos y aun los que eran neutrales, 
sin ponerse en defensa, se pasaron al fran- 
cés, salvo el Papa, que siempre perseveró 
en su amistad. El ejército del francés se ex- 
tendió hasta Rávena y sus comarcas, adonde 
hicieron muchos daños. 

CAPÍTULO X 

De lo que los florentines hicieron sabido quel 
francés venia á Florencia. 

En la cibdad de Florencia hubo diversos 
pareceres sobre si perseverarían en la amis- 
tad del Rey Alfonso ó se rindirían al francés. 
Los del bando de Médices persuadían á su 
cibdad que perseverasen en la amistad del Rey 
Alfonso, por la antigua amistad que siempre 
habían tenido con la Casa de Aragón y por la 
buena y fiel amistad que en ellos habían halla- 
do, así contra los franceses como contra los 
Duques de Milán, en diversos tiempos, y que 
mirasen que aquella avenida tan grande de 
los franceses que había de avadar muy pres- 
to, teniendo por muy cierto quel Rey don 
Fernando de España inviaba socorro con un 
muy valeroso capitán y muy buena gente de 
guerra en socorro del Rey Alfonso, y que la 
armada estaba ya en Cartagena, puerto prin- 
cipal de España; pues los venecianos no con- 
sintirían ser vencedores en Italia una gente 
tan amiga de tomar lo ajeno, tan cruel en la 
guerra y tan destemplada en la paz. Traba- 
jaron los deste bando de Médices cuanto pu- 
dieron que aquella cibdad conservase la amis- 
tad del Rey Alfonso y del Papa. 

Los del bando contrario, que son los de Pa- 
zis, persuadieron al contrario diciendo que 
aquella amistad se debía guardar cuando cla- 
ramente se viese el fruto que della se pudiese 
sacar; mas cuando, al contrario, ninguna cosa 
había tan saludable á la república como la mu- 
danza, principalmente estando el enemigo tan 
cerca y tan poderoso, y que quebrantarían 
todo su orgullo en Florencia, principalmente 
no les pudiendo socorrer ni el Papa ni el Rey 




DEL GRAN CAPITÁN 



273 



Alfonso. Con este parecer se juntó todo el 
común de la cibdad. Visto por los de Pazis que 
tan buena voluntad hallaban en aquella gente 
popular, persuadieron al pueblo que echasen 
de la cibdad á los del bando de Médices, como 
á gente enemiga de la patria; lo cual ellos pu- 
sieron luego por obra. Era entonces el princi- 
pal de aquel bando Pedro de Médices ('), hijo 
del magnífico Lorenzo de Médices y nieto de 
aquel muy rico Cosme de Médices. Era este 
Pedro de Médices hermano del Papa León (-) 
que fué después. El cual Pedro de Médices, 
por dar lugar al tiempo y por huir de aquella 
tempestad del pueblo, se salió de la cibdad y 
desde allí comenzó á contratar así con los del 
bando contrario por vía de amistad como con 
el otro de su parte le inviasen poder bastan- 
te para ir al Rey de Francia y tratar con él 
sobre el buen tratamiento que se hiciese en 
la cibdad. Lo cual le fué otorgado é inviados 
muy bastantes poderes. Como su padre el 
magnífico Lorenzo en semejante jornada nada 
había hecho é había conservado la cibdad, los 
poderes fueron que el dicho Pedro de Médi- 
ces con dos personas principales de su par- 
cialidad, cuales ellos le señalaron, fuesen al 
Rey y contratasen la pacificación de aquella 
señoría. Aunque luego otro día que estos po- 
deres fueron inviados, los revocaron y deter- 
minaron de inviar otros, conviene á saber á 
Fray Jerónimo Fiare, dominico, con dos per- 
sonas principales del bando de Pazis; y entre 
tanto que éstos aparejaban la ida, aquel Pe- 
dro de Médices con el poder que tenía de la 
cibdad, trató con el Rey de Francia que la 
cibdad de Pisa y Sarzana y otros algunos lu- 
gares de aquella señoría quedasen en poder 
del Rey de Francia, con que la cibdad queda- 
se libre. Cuando los del bando de Pazis supie- 
ron aquel partido que Pedro de Médices había 
hecho con el Rey de Francia, caluniáronlo tan- 
to y indinaron tanto al pueblo, que luego á la 
hora inviaron á llamar aquel Pedro de Médi- 
ces para que viniese al senado á dar cuenta de 
lo que con el Rey de Francia había tratado. Yel 
dicho Pedro de Médices vino luego, y les dijo 
que él había hallado muy indinado al Rey de 
Francia contra ellos y contra la cibdad, por la 
amistad en que hasta allí habían estado con 



{') Nota marginal: Pedro de Médices, hijo de Lorenzo 
de Médices. 

(^1 Nota marginal: Papa León, hermano de Pedro de 
Médices. 



sus enemigos, y que aquel era el partido más 
provechoso que había podido hacer, y que él 
como hijo de aquella cibdad había tratado 
aquel partido y aquella paz la más segura que 
pudo. 

El pueblo estaba muy indinado contra él, así 
los del bando contrario como los de su bando. 
Fuéle luego mandado al dicho Pedro de Médi- 
ces que dentro de una hora saliese de la cib- 
dad y no volviese á ella jamás en su vida; y 
luego fué hecho público decreto sobre ello, y 
asentado en los libros del senado por enemi- 
go de la cibdad, y fué su hacienda confiscada, 
y luego inviaron nuevos embajadores al fran- 
cés, en que le pidían que la cibdad y todo su 
Estado quedase libre. El Rey los recibió muy 
bien y se fué derecho á Florencia, entrando el 
mes deNoviembre del año de mil cuatrocientos 
noventa y cuatro años. Y el día que el Rey en- 
tró en Florencia murió en ella Juan Francisco 
Pico, Conde de Concordia y señor de Miran- 
dula, el más señalado de su tiempo, y aun de 
muchos años atrás, en todo género de letras, 
así humanas como divinas, y en todo género 
de virtudes que en un hombre se pudieren 
hallar. Luego los astrólogos judiciarios pre- 
nosticaron quel francés volvería desdicha- 
damente de aquella jornada, y roto y desba- 
ratado y el mal suceso que habría así él 
como su ejército. Los florentinos hicieron 
muy solene recibimiento al francés, y con 
muy grandes fiestas, y le hicieron muy gran- 
des servicios y presentes. 

CAPÍTULO XI 

De lo que hizo el Papa Alejandro sabido quel 
Rey de Francia quería Ir por Roma, con lo 
que más avino. 

Estando el Rey Charles en Florencia, vino á 
él de parte del Papa Francisco Picolomeneo, 
Cardenal de Sena, el principal del Collegio de 
los Cardenales, al cual halló ya partido, y al- 
canzólo en Luca, al cual hizo saber cómo venía 
de parte de Su Santidad. El Rey leinvióádecir 
que lo recibiría como á Cardenal de Sena, y 
no como á Legado del Papa. El Cardenal le re- 
plicó que como Cardenal no tenía que con- 
sultar con él, y se despidió y se volvió para 
Roma. Estando el francés aquí en Luca, llega- 
ron dos embajadores venecianos. El uno se 
llamaba Dominico de Treviso y el otro Anto- 



Cri'micas del Gran Capitán.— Í.B 



274 



CRÓNICA MANUSCRITA 



nio Lauretano, los más principales y más no- 
bles de aquella Señoría, á los cuales manda- 
ron los venecianos que acompañasen al Rey 
hasta Roma y trabajasen con él entrase pa- 
cíficamente en ella. El Rey escribió al Papa 
diciendo cómo él quería ir por Roma á tomar 
el reino de Ñapóles, que de derecho le perte- 
necía, y que pasaría por Roma sin hacer en 
ella perjuicio alguno, ni á la Sede Apostólica 
ni á otra persona particular. El Papa le repli- 
có le pluguiese dejar el camino de ir á Roma, 
así por la falta de mantenimientos que en ella 
había á la sazón, como porque entrando él en 
la cibdad habría algunos movimientos, por 
las parcialidades que en ella hay, y que toma- 
se ejemplo en el Emperador Cario Magno, de 
quien él descendía, que habiendo venido des- 
de Francia á Italia y habiéndola librado de 
los enemigos y tiranos que la tenían opresa 
y tiranizada, y dejándola puesta en toda li- 
bertad por no dar pesadumbre á la cibdad 
dejó todo 8u campo junto á Pavía, y él solo 
y sin armas vino á Roma á ver al Papa. Al 
cual replicó el Rey que todavía determinaba 
de ir por Roma, y fué por Sena y Viterbo de- 
recho á Roma. 

Virginio Ursino, aquel capitán que dijimos 
del Rey Alfonso, y el principal de aquella par- 
cialidad de los Ursinos, visto que todas las 
tierras por donde el francés pasaba se le da- 
ban, aconsejó ásus hijos entregasen sus tie- 
rras al francés, porque era muy mejor recebir 
al enemigo pacífico que airado, y él estuvo en 
Roma con el ejército. El Papa, sabida la deter- 
minación del francés y que él no tenía caudal 
para le defender la entrada, persuadió al Du- 
que de Calabria, Fernando, y á Virginio Ursi- 
no que se saliesen de Roma y se conformasen 
con el tiempo, y lo dejasen pasar, esperando 
otro tiempo, que no podría mucho tardar; por- 
que al presente aquello era lo que más les 
cumplía. El Duque Fernando, que allí era veni- 
do para defender la ciudad, quisiera mucho es- 
perar allí á los franceses, mas por obedecer al 
Papa, y ellos porfiaron que les diese su San- 
tidad licencia para esperar allí al francés. El 
Papa les dijo que á él y á ellos les cumplía 
dar lugar al tiempo, y que él esperaba en Dios 
que presto verían tal mudanza que todo su- 
cediese en bien; y que pues otra cosa no po- 
día hacer al presente, lo quería dejar pasar 
por Roma, hasta que Dios proveyese de re- 
jTiedio, cual él fuese servido. 



CAPITULO XII 



De cómo el Rey de Francia entró en Roma y 
de lo que hizo el Papa, y asimismo el Rey 
Alfonso de Ndpoles. 

El Rey de Francia entró en Roma á los trein- 
ta días de Deciembre del di:ho año de mil cua- 
trocientos noventa y cuatro años. Entraron 
con él cuarenta mil hombres, aunque cuando 
bajó los Alpes venían cincuenta mil. Entraron 
con él el señor Ascanio Esforcia, Cardenal her- 
mano del señor Ludovico Esforcia y el Prós- 
pero Colona, yJuUan, Cardenal de Sant Pedro 
Advíncula, que después fué Papa julio. Entró 
el Rey en Roma de noche. Qué causa fuese, 
hubo diversos pareceres; los más decían por- 
que pareciese más la gente que traía de noche 
más que de día. Otros decían, porque no le 
fuese hecho algún mal de los muchos que en 
aquella cibdad por diversas vías se suelen ha- 
cer, por hacer algún servicio al Papa. Otros 
decían, y fué lo más cierto, por poner espanto 
á toda la ciudad, porque mucho más temible 
es el sentido del oído que no el de la vista. 
El Rey se fué á aposentar á Sant Marcos y 
toda la gente se fué á aposentar por las casas 
de la cibdad. 

Había cada día alborotos y muertes por la 
poca paciencia de los franceses. El Papa tenía 
muy proveído y fortalecido el palacio sacro, y 
á Sant Angelo, con el cual estaban los princi- 
pales Cardenales; principalmente estaba, que 
nunca se quitó de su lado, el Cardenal Bap- 
tista Ursino, que nunca jamás quiso ir á ver 
al Rey, como todos los otros hicieron. Decía 
públicamente que nunca quisiese Dios que 
él seyendo cristiano viniese á Roma estando 
mal con el Vicario de Dios, que él bien podría 
perder la vida, mas nunca haría cosa tan aje- 
na de cristiano. Todos los otros Cardenales 
estaban ordinariamente en casa del Rey, y al- 
gunos de aquel Colegio aconsejaban al Rey 
que quitase el pontificado al Papa, que ellos 
darían muy bastantes causas y razones para 
haberlo de descomponer. El Rey no se puso 
en ello; Verdad sea.que algunas veces bravo- 
seando dijo que él haría allanar por tierra al 
palacio sacro y á Sant Angelo; mas al fin no le 
plugo aquel medio. Al fin se concertaron me- 
diante personas de buen celo que entrevinie- 
ron entre ellos. El Rey se fué al palacio sacro 
y besó los pies al Papa, según católico Rey, y 



DEL GRAN CAPITÁN 



275 



fué muy bien recebido del Papa, y se conver- 
saron con mucho amor, á lo que de fuera pa- 
reció; y quedaron grandes amigos, pensando 
cada uno de engañar al otro. Hizo allí dos 
Cardenales criados del Rey, entrambos breto- 
nes: Guillermo, obispo de Narbona, y Philippo, 
otro perlado. Hicieron entrambos tratos y ca- 
pitulaciones en esta manera. El Rey que le 
entregase al castillo de Sant Angelo para que 
dejase allí puesto un castellano y le diese en 
rehenes á su hijo César Borja, Cardenal de 
Valencia, que estuviese con él cuatro meses; 
y más le diese á Giugimi, hermano del gran 
turco Bajaceto, para lo llevar consigo, para 
desde Calabria hacer guerra al gran turco su 
hermano. El Papa le entregó á su hijo Duque 
de Valentinois (') y al hermano del turco. Fué 
hecha esta concordia á los quince días de 
Enero del aflo del Señor de mil cuatrocientos 
noventa y cinco años, y luego dende á seis 
días partió de Roma. 

CAPÍTULO Xlll 

De lo que aconteció al Rey de Francia después 
que partió de Roma, y lo quel Rey Alfonso 
de Ñápales hizo. 

Partido que el francés fué de Roma, Giugi- 
mi murió en el camino, quisieron decir que 
iba toxicado, porque su hermano Bajazeto, 
gran turco, teniendo del gran temor por ser 
muy quisto en toda Turquía, había enviado 
al Papa, ó á su hijo el cardenal de Valencia, 
César Borja, gran suma de dineros y ciertas 
reliquias porque lo toxicasen; mas yo no 
puedo creer quel Papa hiciese tal cosa, se- 
yendo tan cristiano (^). Mas al fin él murió 
de yerbas según se creyó. César Borja se vol- 
vió del camino dende á cuatro días. 

Entretanto quel Rey de Francia estaba en 
Roma, considerando el Rey Alfonso que se- 
gún su mala condición y soberbia, avaricia y 
mal tratamiento, con que aquel reino había 
gobernado y señoreado, él estaba en odio de 
todos, así grandes como pequeños, lo cual él 
sabía de cierto, y que no habría llegado el 
Rey de Francia á la raya de aquel reino cuan- 
do todos se le darían por desechar de sí 
aquel señorío. Sabía asimismo cómo el Du- 



(*) Nota marginal: Al castillo de Santo Angelo no lo 
quiso entregar. 
(2) Nota marginal destruida por la humedad. 



que Fernando su hijo era muy quisto, así de 
grandes como de pequeños, y muy amado de 
todos. Era á la sazón de veinte y seis años de 
su edad, muy sabio en las cosas de la guerra 
y muy sufrido, muy liberal, que hace á los 
príncipes ser amados de todos, y para con- 
servar la gente muy bastante. Al cual el Rey 
Alfonso su padre habló desta manera: «Yo sé 
por cosa muy averiguada, hijo Hernando, que 
no habrán llegado los franceses á este mi rei- 
no cuando lo ocuparán, porque ninguna resis- 
tencia hallarán en mis súditos, por el odio 
que siempre me han tenido, por el mal trata- 
miento que yo siempre les he hecho, y por la 
gran codicia y gran soberbia que con ellos en 
los tiempos pasados he usado. Asimesmo sé 
cuan amado has sido siempre de todos ellos, 
por las buenas y grandes partes que tienes, 
y aunque el reinar, hijo Hernando, es cosa 
que nadie la debe dejar, aunque sea por sólo 
un día no más, yo te renuncio este reino, 
que después de mis días había de ser tuyo, y 
desde agora te lo paso con todo el imperio y 
mando del, y para que tú lo tengas, gobier- 
nes y lo defiendas de los franceses. Yo sé que 
todos los del reino te lo ayudarán á defender 
por el grande amor que siempre te han teni- 
do. Yo me retraeré á Sicilia y pasaré allí lo 
que me resta de la vida, como hombre particu- 
lar y privado». Luego tomó todas las joyas y 
tesoros que tenía, y las hizo poner en cinco 
galeras y las invió á Sicilia, y él se fué allá; y 
el Rey Alfonso tomó hábito de clérigo, abierta 
la corona, y favoresció á su hijo Hernando no 
sólo con consejos y avisos, mas aun con to- 
dos sus tesoros y joyas, como hemos dicho. 

Algunos veyendo tan gran mudanza en un 
Príncipe tan magnánimo como lo éste era, 
sospechando que viéndose desesperado del 
Papa y de sus amigos de Italia, en cuya ayu- 
da tenía toda su confianza, y más seyendo 
tan mal quisto, por la dura y áspera goberna- 
ción suya, que con una desesperación en que 
cayó había dejado el reino; mas esto parece 
muy diverso del gran corazón que para todas 
las prósperas y adversas fortunas, porque 
había pasado, siempre tuvo. 

Otros quisieron decir que había prometido 
de ser religioso; mas esto parece no haber 
lugar á tal sazón ni á tal coyuntura; mas ello 
sea lo uno ó lo otro, él dejó el reino el mismo 
día que cumplía un año que el Rey Ferrando 
su padre era muerto, y él alzado por Rey. 



276 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPÍTULO XIV 

De lo que hizo el nuevo Rey don Fernando en 
tomando la posesión de su reino, y asimesmo 
lo que el Rey de Francia. 

Todos los de aquel reino se holgaron ex- 
trañamente en se ver libres de la tiránica 
sujeción del Rey Alfonso, y se ver en el seño- 
río del Rey Fernando, á quien, como hemos 
dicho, amaban mucho, porque no vían en él 
cosa que fuese de mozo y vían en él una gran 
muestra del Rey Alfonso su bisagüelo. Pues el 
nuevo Rey Fernando juntó su ejército, en que 
había cinco mil hombres de armas y quinien- 
tos caballos ligeros y cuatro mil soldados, y 
con este campo se puso junto á Sant Germán. 
Como el Rey de Francia supo el sitio que el 
Rey Fernando tenía cabe Sant Germán, man- 
dó que parte de su ejército fuese por la Pulla 
para le tomar las espaldas; y con la otra par- 
te comenzó á caminar derecho á Sant Ger- 
mán. Salió de Roma con sus batallas concer- 
tadas, y fué camino de aquel reino, á buscar 
al Rey Fernando. 

CAPÍTULO XV 

De lo que pasó d Antonio de Fonseca, embaja- 
dor de los Reyes de España, con el Rey Car- 
los en Marino, una villa de Coloneses. 

Pues salido el francés de Roma, olvidadas 
las promesas y capitulaciones que con los Re- 
yes de España dejaba hechas de no ser con- 
tra la Iglesia ni contra su patrimonio, habien- 
do dado su fe real y firmado los capítulos, 
comenzó á tomar los lugares de Coloneses 
por do pasaba, y los de la Iglesia, que tomó á 
Marino, que es de Coloneses, y á Pelitre y á 
Tarrachina, que son de la Iglesia. Iba con el 
Rey de Francia don Juan Rodríguez de Fonse- 
ca, Obispo de Córdoba, el cual suplicó al Rey 
se acordase de guardar lo que con el Rey don 
Fernando de España había capitulado, lo que 
el francés no quiso guardar. Y á esta sazón 
llegó Antonio de Fonseca, señor de Coca y 
Alaejos, hermano del dicho Obispo de Córdo- 
ba que allí venía, y después de haber dado su 
creencia, el francés le dijo que dijese lo que 
le era mandado. Antonio de Fonseca le dijo: 
«Sire, ¿por qué no guardas las capitulaciones 
que con los Reyes de España capitulaste en 



ningún tiempo ser contra la Iglesia Romana 
y contra su patrimonio?». Y le puso los capí- 
tulos en sus manos, firmados de su mesma 
mano. El Rey se los volvió y le mandó que los 
leyese, los cuales estaban en latín. Y leyén- 
dolos Antonio de Fonseca, los que estaban 
bien al Rey decía: «Está bien fecho»; los 
que no le agradaban, él mesmo con una plu- 
ma los borraba y rayaba; y así borró y can- 
celó siete capítulos, los más necesarios á la 
honra, autoridad y provecho de los Reyes 
de España, y de sus reinos, y de la Sede 
ApostóHca, y del Sancto Padre, y del patri- 
monio de la Iglesia. 

Visto por Antonio de Fonseca cómo el Rey 
quebrantaba su palabra y no la quería cumplir, 
dijo al Rey: «Pues Vuestra Alteza ha que- 
brantado su palabra y borrado los (') capítu- 
los, yo doy todos los otros por ningunos». Y 
con ambas manos, como caballero esforzado y 
leal á su Rey, los rasgó y hizo pedazos. Y así 
resgados, los echó á los pies del Rey y se in- 
clinó antél. El Rey, espantado de tal osadía, le 
echó mano de los cabezones y le dijo: «No te 
partas de mí, porque los míos, visto el desa- 
cato que has tenido contra mi, no te maten». 
Venía en servicio del Rey Salazar el mozo, hijo 
de Salazar, que había casado en Francia, al 
cual mandó que con doscientos hombres de 
armas le pusiese en salvo en Roma; que nun- 
ca Dios quisiese que un hombre de tanto es- 
fuerzo y valor como él no sacase el fruto de 
su ánimo y corazón. Lo cual así fué hecho, 
que se metió con Garcilaso de la Vega en el 
castillo de Santángelo. Luego esa noche huyó 
el Cardenal de Valencia, César Borja, que iba 
como dijimos en rehenes, visto como el Rey 
trataba el patrimonio de la Iglesia. 

CAPÍTULO XVI 

En que el autor da cuenta de las causas que 
movieron al Rey Charles á entregará los 
Reyes Católicos el condado de Ruisellón, 
que el Rey Charles les entregó cuando pasó 
á Ñapóles. 

Porque algunos han culpado á los Reyes 
Católicos de España sobre los capítulo's que 
Antonio de Fonseca rasgó, quise poner aquí 
la historia verdadera de cómo pasó, y fué 

(') Nota marginal: Heroico atrevimiento. 



DEL GRAN CAPITÁN 



277 



desta manera: Haciéndose muy cruel guerra 
el Rey donjuán de Aragón, padre del Rey don 
Fernando ('), y su hijo don Carlas, de la pri- 
mera mujer, con el cual se habían rebelado 
los catalanes contra el Rey, y le hacían guerra 
á fuego y á sangre. Visto el Rey don Juan el 
poco fruto que hacía, veyéndose con necesi- 
dad de dineros, rogó al Rey de Francia Luis 
undécimo, al cual empeñó cuatro castillos con 
las cibdades en que están en el condado de 
Ruysellón, que son Perpiñán, la Bellaguardia, 
Roca y Colibre, por cierta suma de coronas 
de oro, con la cual suma de dinero tomó y 
sojudgó á Barcelona, y á todo el condado de 
Barcelona. Las cuales cuatro piezas llevó mu- 
cho tiempo las rentas de ellas; las cuales tuvo 
hasta que murió el Rey don Juan de Aragón, 
que fué en el año de mil y cuatrocientos y se- 
tenta y nueve del nacimiento de Cristo. El 
cual ni en vida ni en muerte pudo pagar el 
empeño, y tuvo aquellas plazas hasta que el 
dicho Rey Luis de Francia murió, que fué en el 
año del Señor de mil y cuatrocientos y ochen- 
ta y uno años; y mandó en su testamento, 
que pagando el Rey don Fernando de España 
la suma del empeño quel Rey su padre don 
Juan había recebido, que le entregase aque- 
llas cuatro plazas; y esto dejó mandado en su 
testamento al Rey Carlos su hijo, que le su- 
cedía en el reino; al cual le dejó muy encar- 
gado, so pena de su maldición, que lo cum- 
pliese. El Rey Charles y sus tutores jamás 
quisieron recebir los dineros del empeño, aun- 
que por muchas veces fueron requeridos por 
el ;;Rey de España; nunca deliberaron de les 
entregar aquellos castillos, hasta que Dios lo 
proveyó como él fué servido. 

CAPÍTULO XVII 

De cómo el Rey de Francia entregó el condado 
de Rüisellón á los Reyes de España, y en qué 
manera. 

El Rey de Francia jamás quiso entregar el 
condado de Rüisellón á los Reyes de España, 
aunque le fué mandado por el Papa, y res- 
pondió que en acabándose la guerra de Gra- 



(') Nota marginal: Este Rey don Fernando de Aragón 
fué casado primera voz coa hija de don Carlos Key de 
Navarra, de la cual hubo un hijo llamado don Carlos. 
Muerta esta primera mujer, casó con doña Juana hija 
del Almii-ante de Castilla, de quien hubo al Rey don 
Fernando V el Católico. 



nada lo entregaría. Acabada la guerra el Rey 
y la Reina se fueron á Barcelona, y desde allí 
le enviaron á requerir que les entregase aquel 
condado, y tampoco quiso, hasta que luego 
adelante en el año de mil y cuatrocientos y 
noventa y tres murió el Rey don Fernando de 
Ñapóles, y sucedióle en el reino el Rey Alfon- 
so, de quien atrás hemos dicho, que llamaron 
el Guercho, hijo de su primera mujer. El cual 
como dijimos era muy mal quisto por su mala 
condición y mal tratamiento que hacía á sus 
vasallos. El Rey de Francia tenía muy gran 
codicia de adquirir aquel reino de Ñapóles, 
que le decía pertenecer por cierto derecho 
antiguo del Duque de Angiers y de otros pre- 
decesores suyos; y por ir más seguro de no 
dejar cosa que le pudiese estorbar su jorna- 
da hizo paces perpetuas con Maximiliano, 
Rey de romanos, con quien tenía grandes ene- 
mistades y guerras por haber dejado á ma- 
dama Margarita, su hija, con quien estuvo 
otorgado para se casar, por casar con mada- 
ma Ana, Duquesa de Bretaña, con quien casó; 
y desde entonces se metió aquel estado en la 
Casa de Francia, y vino á todo lo que Maxi- 
miliano le pidió. Asimismo hizo paz con Enri- 
que octavo. Rey de Inglaterra, y le dio todo 
lo que le pidió, y juntamente envió á decir á 
los Reyes Católicos que enviasen á tomar el 
condado de Ruisillón , enviando los dineros 
del empeño, y hicieron paces y amistad per- 
petua de ser amigos de amigos y enemigos 
de enemigos, sin sacar á persona alguna, sal- 
vo que los Reyes Católicos nunca quisieron 
otorgar menos que si fuese contra la Iglesia, 
ó su patrimonio, que en tal cosa que no 
valiesen nada las capitulaciones. Lo cual el 
francés otorgó y lo firmó de su mano, con 
aquellas solenidades que se requerían en tal 
caso. Otorgadas y firmadas las capitulacio- 
nes, los Reyes de España inviaron los dineros 
del empeño, y el Rey Charles les mandó en- 
tregar el Condado de Rüisellón libre y desem- 
barazado, y los dineros del empeño. El Char- 
les invió á la Reina doña Isabel diciendo que 
fuesen para ayuda de los gastos que en la 
guerra de Granada había hecho, por mostrar 
su munificencia y liberalidad. Otros decían 
que lo hacía por descargo de su conciencia, y 
por descargar el ánima de su padre y la suya, 
por muchos males que en aquel Estado había 
hecho, porque destruyó y asoló muchos luga- 
res de aquel condado, una vez que Perpiñán 



278 



CRÓNICA MANUSCRITA 



se rebeló contra él, que jamás hasta hoy se 
pudieron restituir ni poblar. También el Papa 
le había mandado muchas veces les restitu- 
yese los daños y pérdidas que en aquel Esta- 
do había hecho. Luego los Reyes de España 
fueron allá y lo cobraron, á los treinta años 
que había que estaba enajenado. 

CAPÍTULO XVIII 

De lo que el Rey de Francia hizo después que 
Fonseca le resgó los capítulos, y el Cardenal 
hijo del Papa se volvió á Roma, y asimismo 
lo quel Rey Fernando de Ñapóles hizo. 

El Rey de Francia volvió á Roma porque 
quedó muy enojado de lo que pasaba, y pasó 
el Tíber por Pontesisto, y tomó á Civitavieja 
y á Viterbo, y á Monteros y á Monterocano, 
y á la fortaleza de Ostia, de quien adelante 
diremos, que se la entregó el Cardenal Asca- 
nio Sforcia; en la cual dejó puesto un alcaide 
llamado Menaldo Guerra, vizcaíno, un gran 
tirano, de quien diremos adelante; y el Rey 
volvió por allí á pasar el Tíber, y se tornó 
para el camino de Ñapóles, y fué camino de 
Sant Germán á buscar al Rey Fernando, que 
sabía que lo estaba allí esperando. 

El Rey Fernando, considerando el grueso 
ejército que por Pulla le venía y el que delan- 
te esperaba, y que la gente no estaba tan ga- 
nosa de pelear como él quisiera, asimismo le 
comenzaban á faltar los mantenimientos, de- 
terminó de se retraer á Ñapóles y á Capua, 
para defender aquellas plazas á los franceses 
que llegaban á Corbión, y les convidó con la 
batalla, Los cuales no la aceptaron hasta que 
todo el campo fuese junto, y luego se juntó 
más cerca dellos. 

Estando aquí recibió cartas de Ñapóles, de 
la cibdad, cómo habían sentido algunos des- 
leales que temían se querían alborotar y to- 
mar la voz por Francia. Visto el gran poder 
que traían, que le suplicaban que en todo caso 
se retrajese á la cibdad, porque no hobiese 
alguna rebelión. El Rey dejó junto á Capua 
su campo con aquellos capitanes muy seña- 
lados, que en aquel tiempo eran los más prin- 
cipales, conviene á saber; Nicolao Ursino, 
Conde de Petillán, Virginio Ursino y Jacobo 
Triulcio, y él se fué á la mayor priesa que 
pudo á la cibdad, á la cual halló más sose- 
gada de lo que pensó. Mandó luego juntar 



á los principales de aquella cibdad, y hablóles 
desta manera. 

CAPÍTULO XIX 

De un razonamiento quel Rey Fernando hizo 
á los vecinos de la cibdad de Ñapóles. 

«Bien sé yo, y no se puede negar, nobles 
caballeros, honrados cibdadanos, que ninguna 
defensa cierta y firme puede haber en cual- 
quiera reino mayor que la voluntad, amor y 
deseo de los naturales de aquel mesmo reino. 
Ningunos muros, ningunas armas, ningunas 
defensas y fuerzas, ningunas fortalezas, tie- 
nen los Reyes más fuertes que las voluntades 
de sus súditos, más que los grandes ejér- 
citos de gentes. Lo cual pluguiera á Dios 
hubiera hecho el Rey Alfonso, mi padre, y el 
Rey Fernando, mi agüelo, que así como en las 
otras virtudes sobrepujaron á todos los Prin- 
cipes, así los quisieran vencer en este género 
de alabanza, y pluguiera á Dios que se des- 
velaran en esto, para que fueran amados y 
queridos de todos aquellos á quienes seño- 
rearon. Mas yo os ruego, mis grandes ami- 
gos, que á esta sazón no trayáis á la memo- 
ria lo que ellos hicieron, aunque según las 
muchas guerras hicieron y el poco sosiego de 
aquel tiempo, merecen en alguna manera ser 
perdonados. Muchas cosas hicieron de sabi- 
das, y que parecieron injustas con las rebe- 
liones y levantamientos del reino, que no las 
hicieran estando pacíficos en él. Lo que ago- 
ra, mis grandes amigos, os ruego, que no mi- 
réis lo que ellos hicieron, ni cómo se hobie- 
ron con vosotros, mas mirad á la esperanza 
que siempre de mí habéis tenido, así en lo 
público como en lo secreto. Aquella poned 
hoy delante los ojos, y si en algún tiempo 
en mí habéis visto alguna buena señal de lo 
porvenir, aquello mirad hoy. En esta cibdad 
nací; entre vosotros me criastes y doctrinas- 
tes; aquí deprendí las letras y costumbres 
que en mí habéis visto, y los primeros ejerci- 
cios de guerra. Aquí me amastes siendo mo- 
chacho, y después me aprobastes de más 
edad, y según yo pienso, si no estoy engaña- 
do, después que fui mayor, ni hice, ni dije, ni 
pensé cosa que no fuese provechosa al pueblo 
y á su quietud y descanso, muy ajeno de toda 
cosa deshonesta. Todas estas cosas que he 
dicho pueden dar señal de mi templanza, ele- 



DEL GRAN CAPITÁN 



279 



mencia y buena gobernación; esto mesmo os 
ruego por aquella dignidad que á los Reyes 
se debe, el cual nombre siempre ha sido gra- 
to á esta cibdad. Os ruego, amigos míos, que 
la fidelidad que á la Casa de Aragón siempre 
habéis tenido de cuarenta y seis años á esta 
parte, hasta el día de hoy, esa mesma que- 
ráis guardar en esta novedad, en esta guerra 
que al presente tenemos entre las manos, y 
me ayudéis á defender esta cibdad y á toda 
Italia juntamente con ella de unos tan crue- 
les y bárbaros enemigos como son los fran- 
ceses. Yo no sé cuál vicio es mayor en ellos, 
ó la crueldad ó la avaricia. No queda lugar 
en toda Italia que á esta gente se haya ren- 
dido con poco ánimo, donde no hayan for- 
zado las doncellas y las casadas, tomado las 
haciendas, robado las iglesias con todos los 
otros males que aun hasta los enemigos infie- 
les jamás se halla haber hecho. Porque si ago- 
ra que tienen la victoria incierta hacen eso, 
¿qué os parece harán cuando sean señores 
dello? Porque agora cuando habían de mos- 
trar toda templanza, toda castidad, son tan 
destemplados, tan deshonestos, ¿qué creéis 
ejecutarán cuando alcancen lo que desean? 
Ningún género de crueldad ni de avaricia 
dejan de hacer en las gentes extranjeras que 
señorean. ¿Pensáis que porque alguna parte 
de Italia se les haya dado, por eso se ha de 
desesperar de la victoria? Ellos vienen por 
Italia, no como gente de guerra, sino como 
gente bárbara, haciendo insultos y deshones- 
tidades. Yo les salí al encuentro cerca de Rá- 
vena y les convidé con la batalla, y no sola- 
mente no osaron, mas aun dejaron el camino 
que llevaban, y se volvieron la vuelta de 
Florencia. Otra vez los salí á recibir junto á 
Roma, y tampoco osaron ni llegar á Roma, 
hasta que el Papa les dio licencia para ello. 
Estotro día junto al Careliano les convidé 
con la batalla, y jamás la quisieron acetar. 
Ningún lugar han tomado por fuerza de ar- 
mas, sino por trato y por la falta de los ene- 
migos». 

CAPÍTULO XX 

En que el Rey Fernando prosigue su razona- 
miento á los vecinos de la cibdad de Ñá- 
pales. 

«Dejan los franceses tan destruidas las tie- 
rras que se les han dado de su voluntad, sin 



premia ninguna, que quisieran más haber 
muerto defendiéndolas que no ver delante 
de sus ojos cosas tan enormes y feas. Los 
huéspedes quedan destruidos y sus casas 
deshonradas. Yo me vine de Saint Germán, 
adonde tenía mi ejército, no por miedo de- 
llos, sino porque supe que eran entrados en 
Pulla, y por veniros á defender. Yo tengo 
agora mi ejército en Valtierra con muy bue- 
nos capitanes y muy fieles, con muy escogida 
gente; de donde espero, con la ayuda de Dios 
y vuestra fidelidad, que los haremos volver 
atrás, como muchas veces han hecho sus pa- 
sados. A todos es manifiesta la poca cons- 
tancia de aquella gente, y cuan poco sufrido- 
res son de los trabajos: que no tienen de 
hombres sino aquel primero ímpetu, y luego 
aquel pasado, son menos que mujeres. Mu- 
chas veces en los tiempos pasados vinieron á 
Italia y la alborotaron, como agora han he- 
cho. Parecieron al principio temibles y luego 
fueron rotos, desbaratados y muertos, y muy 
pocos volvieron á Francia. No son gente de 
industria, sufrimiento y templanza con ami- 
gos ni enemigos. De una cosa os hago cier- 
tos: que si con ánimos de varones los que- 
brantásemos la loca soberbia que traen, que 
luego toda Italia se ha de juntar con nosotros 
contra ellos. Ruégoos, amigos y hermanos 
míos, me ayudéis á defender esta cibdad y á 
quebrantar la loca soberbia de aquestos bo- 
rrachos. Una cosa sabréis de cierto, que si en 
esta necesidad en que estoy, como varones 
me ayudáis á defendella, que lo que yo tuviere 
así en ella como en todo el reino será para 
lo repartir por vosotros, y tenello de vuestra 
mano, y si, lo que Dios no quiera, este socorro 
no me ayudardes á hacer, después, cuando 
no lo podáis remediar, veréis el mal consejo 
que tomastes. Yo cumpliré lo que debo así á 
la dignidad real como lo que debo á quien 
soy, ó vencer peleando ó morir en la batalla, 
así que el mesmo día que comience á reinar 
sea el postrero de mi vida». 

Los vecinos de la cibdad le respondieron 
más tibiamente de lo que él quisiera, dicien- 
do que ellos quisieran que aquella cibdad tu- 
viera más fuertes muros y puesta en más 
fuerte sitio, para la poder defender del furor 
de aquella gente; mas bien vja su Alteza de 
la manera en que estaba, que él trabajase que 
los franceses no llegasen á la cibdad, que 
ellos perseverarían en ¡a fidelidad que á la 



280 



CRÓNICA MANUSCRITA 



Casa de Aragón debían, y que entre tanto 
que Capua se defendiese que ellos perseve- 
rarían en hacer lo que debían; mas que si los 
de Capua no se podían defender de los fran- 
ceses, ni ellos tampoco podrían, y que sería 
muy mejor que recibiesen al enemigo pací- 
fico, esperando otro tiempo, en que pudiesen 
mostrar la voluntad fiel que tenían, que ésta 
jamás se mudaría de la Casa de Aragón, como 
ellos viesen tiempo para ello. El Rey les res- 
pondió que les agradecía su buena voluntad, 
y que lo que ellos decían era lo más seguro. 

CAPÍTULO XXI 

De lo quel Rey Fernando fizo vista la voluntad 
de los naturales de la cibdad de Ñapóles, y 
lo que el francés hizo llegando á Ñapóles. 

El Rey Fernando se salió de la cibdad y se 
fué derecho á Capua á se juntar con sus ca- 
pitanes, determinando de defender á Capua 
á los franceses; y en llegando á Aversa le 
llegó nueva cómo los franceses habían toma- 
do á Capua, y su ejército roto y desbaratado. 
Y la causa fué que Triulcio, uno de los tres 
capitanes que el Rey Fernando allí había de- 
jado, se pasó al Rey de Francia. Verdad sea 
que él publicó que lo había hecho por man- 
dado del Rey de Ñapóles Fernando, para tra- 
tar con él de paz, mas esto fué por color 
que Triulcio dio, mas no porque fuese ver- 
dad. Visto por la gente de guerra la ¡da de 
Triulcio, comenzáronse á motinar y desam- 
pararon las banderas y robaron lo que el Rey 
allí tenía, y todo lo que más pudieron y deja- 
ron á sus capitanes, porque les pareció de 
andar con el tiempo y seguir al vencedor. El 
Conde de Petillán y Virginio Ursino, con la 
gente leal que les quedó, se fueron á Ñola á 
esperar allí á los franceses, como hombres 
que querían antes morir haciendo lo que de- 
bían, que no mudarse con la fortuna como 
Triulcio había hecho. Los franceses los cer- 
caron en Ñola, y ellos como varones pelearon 
con grande ánimo; mas viendo que los con- 
trarios eran muchos y ellos "pocos, y que no 
se podían defender mucho, conformándose 
con el tiempo, se dieron. El Rey de Francia 
los mandó echar en prisiones. El Rey Fer- 
nando se volvió á Ñapóles y se metió en la 
fortaleza y la fortaleció lo mejor que pudo, 
pensando de conservar á los vecinos de aque- 



lla cibdad. Mas la fortuna, por usar de lo que 
ella suele hacer, todos sus pensamientos des- 
barató, que tres días después de su vuelta á 
Ñapóles se entregó al Rey de Francia. En los 
cuales tres días el Rey sacó todo lo que pudo 
sacar de la fortaleza, y lo hizo meter en las 
naos. Estándolo haciendo pasar á las naos, 
vio desde una torre cómo los vecinos de la 
cibdad robaban la caballeriza del Rey; mas 
como el Rey lo vido, encendido en ira, sin más 
mirar lo que de allí se le podía recrecer, es- 
tando todos armados y esperando á los fran- 
ceses, el Rey solo sin llamar á nadie, como se 
halló, fué allá á lo estorbar y á castigar aquel 
insulto. 

Aquí aconteció una cosa de maravillar: que 
estando todos puestos en armas, y toda la 
cibdad esperando que viniese el francés, vis- 
to el Rey, aunque venía solo, todos le obe- 
decieron y le tuvieron aquella mesma obi- 
diencia y reverencia como cuando más en su 
prosperidad podía estar. ¡Tanto es el acata- 
miento que allí se tiene al Rey! Vuelto el Rey 
á la fortaleza, soltó de las prisiones á los prin- 
cipales caballeros que tenía presos, y mandó 
poner fuego á la casa de las armas y á otros 
edificios de que los franceses se podían apro- 
vechar, y tomando consigo á su tío Federico y 
á su madrastra y criados, se pasó á Castil del 
Ovo. Esto fué en fin de Enero del año de mil 
cuatrocientos noventa y cinco años. 

CAPÍTULO XXII 

De cómo otro día entró el Rey de Francia en 
la cibdad, y de lo que le aconteció al Rey 
Fernando con el alcaide de la isla de Ischia. 

Luego otro día que el Rey Fernando se fué 
de la cibdad, entró el francés en la cibdad de 
Ñapóles. Rompieron un lienzo del muro, por 
do entrase, la cual honra solían hacer los grie- 
gos á los varones insignes, que eran vence- 
dores en los juegos olímpicos que se hacían 
al pie del monte Olimpo, de cuatro en cua- 
tro años. Desdel Castil del Ovo el Rey Fer- 
nando se fué con veinte y dos galeras á la 
isla de Ischia en frente de la cibdad de Ñapó- 
les, adonde hay una fuerza la más fuerte de 
toda la cristiandad, y es inexpugnable, para 
desde allí esperar el suceso de las cosas. El 
alcaide que allí tenía puesto el Rey, no se 
acordando de la lealtad que á su Rey y señor 



DEL GRAN CAPITÁN 



281 



debía, veyendo la fortuna habérsele mudado, 
hizo él otro tanto. No le quiso recibir en la 
isla, antes le dijo que la quería entregar al 
Rey de Francia; que ni bastaron ruegos, ni 
dádivas que le ofreció para que allí lo reci- 
biese. El Rey le dijo, que pues así lo quería, 
que él se pasaría á Sicilia con sus galeras, que 
le rogaba que á él solo y desarmado le dejase 
subir arriba á consultar con él ciertas cosas 
que eran en provecho suyo y del mesmo que 
tratase con el Rey de Francia, y ofrecióle 
cierta suma de dinero y muy gran cantidad 
dél. El alcaide, visto que sola su persona y 
desarmado había de subir, y la codicia del di- 
nero que le ofrecía, dejólo subir á él sólo 
hasta la puerta de la fortaleza, allá arriba en 
lo alto; y entró él solo y en cuerpo con inten- 
ción de le mandar volver á la flota que abajo 
dejaba, para lo cual tenía el alcaide muy buen 
recaudo que nadie en ninguna manera pudie- 
se subir. Estando el alcaide armado, y todos 
los de la fortaleza asimismo, arrededor del 
mesmo armados, desque vido el Rey que nin- 
guna cosa aprovechaba con él ni con ellos, 
sacó muy presto un puñal pequeño que lle- 
vaba en la manga del jubón metido, y juntóse 
con él, y díóle de puñaladas; y luego tomó 
una arma con que se comenzó á defender de 
la gente que allí estaba, y les habló desta 
manera: «¿No os está mejor á vosotros, ami- 
gos y hermanos míos, seguir á vuestro Rey 
natural, de quien recibistes buen tratamiento, 
y recibiréis de aquí adelante mejor, y muchas 
mercedes, que no seguir á un traidor desleal? 
Sosegaos y reposad, y ayudadme á defender 
esta isla de los franceses, que presto veréis 
con la ayuda de Dios mudada la fortuna y 
ellos echados del reino». Estas y otras pala- 
bras les dijo, y él entre ellos como un león, 
con sola una alabarda. Ellos vista la determi- 
nación del Rey y la razón grande que había, 
y conocida la persona del Rey, se aplacaron 
y pusieron las armas á los pies del Rey, y 
todos le besaron las manos y le ofrecieron 
de morir en su servicio; y echaron al alcaide 
muerto de allí abajo á la mar. Luego subie- 
ron todos los de las galeras, y lo que en ellas 
traía á la fortaleza, y allí recogieron todo lo 
que había sacado de Castil del Ovo. Luego 
vinieron todos los del Reino y las cibdades á 
dar la obidiencia al francés, el cual tomó la 
fortaleza que luego se le entregó, de manera 
que en todo el reino no quedó una almena que 



no se le entregase. Desta manera fué el Rey 
Fernando despojado de aquel reino, á los se- 
senta y seis años que su bisagüelo el Rey 
Alfonso primero lo había ganado, echando dél 
al Duque de Angiers y á la Casa de Francia 
que le favorecía. El Rey Fernando se pasó á 
Sicilia, á se ver con el Rey Alfonso su padre. 

CAPÍTULO XXIII 

De cómo Gonzalo Hernández de Córdoba, que 
por sus grandes hazañas alcanzó nombre de 
Grande, aportó con su armada en Mecina de 
Sicilia, y de la guerra que hizo al Rey de 
Francia. 

Ya dijimos en uno de los capítulos pasa- 
dos cómo el Rey Alfonso, antes que dejase el 
reino á su hijo, había enviado á aquel su se- 
cretario Bernardo de Bernardis á los Reyes 
de España, sus tíos, á les pedir socorro y 
ayuda para defender aquel reino, pues que 
perdiéndose aquél, el francés no reposaría sin 
que hiciese guerra á la isla de Sicilia, Los 
Reyes de España, con toda la presteza que 
pudieron, escogieron en todos sifs reinos y 
señoríos á Gonzalo Hernández de Córdoba 
para ir á aquel reino á hacer guerra al Rey de 
Francia y lo echar dél. El cual llegó á Mecina, 
cibdad de Sicilia. Llevaba cinco mil infantes 
españoles y seiscientos hombres de caballo, 
á la usanza de España jinetes, y llegó á Me- 
cina al mesmo tiempo que el francés había 
entrado en la cibdad de Ñapóles y el Rey 
Fernando en Ischia. El Gonzalo Hernández, 
luego en llegando, desembarcó á Sicilia, á se 
ver con el Rey Fernando, el cual les fué á 
besar las manos, así al padre como al hijo 
y les dijo cómo él era allí venido por manda- 
do de los Reyes de España, sus tíos, para 
les servir. Les suplicaba que le diesen licen- 
cia para luego otro día entrar en aquel reino, 
por el Faro á Calabria, porque los franceses 
no estuviesen tan de reposo en aquel reino; 
que él esperaba en Dios y en la mucha justi- 
cia que tenían á aquel reino, que presto los 
echarían dél. El Rey Fernando lo recibió muy 
bien, y le dijo: «Sin duda, señor Gonzalo Her- 
nández, puede V, m. veer que en mis adver- 
sidades ninguna buena ventura me podía ve- 
nir como en ver á vuestra persona, y tengo 
tanta esperanza, que aunque sólo vos vinié- 
rades sin más gente de guerra, tuviera por 



282 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cierta la victoria. En lo que dice que comen- 
cemos la guerra, lo mesmo me parece á mí. 
Yo, señor, seguiré á v. m. con los que á mí 
me seguirán, así en esto como en todo lo que 
á V. m. pareciere». Gonzalo Hernández man- 
dó que todos estuviesen á punto para otro 
día pasar el Faro, y combatir en Calabria á 
Ríjoles, que es la primera plaza que allí hay. 
Iba con el Rey Fernando don Iñigo de Car- 
dona, el cual tenía mucho crédito en aquella 
isla de Sicilia. Era cuñado de don Alonso de 
Avalos, capitán del Rey Fernando. Gonzalo 
Hernández mandó que todos madrugasen, 
porque cuando amaneciese estuviesen com- 
batiendo á Ríjoles. Allí les dijo que se acorda- 
sen de ayudar aquel Rey desheredado, á quien 
los franceses con su sobrada codicia habían 
quitado el reino; natural del reino de España, 
sobrino de los Reyes de España, con otras pa- 
labras con que los puso nuevos corazones. 

Las más cibdades de Calabria, visto el so- 
corro que de España al Rey Fernando había 
venido, tomaron la voz del Rey Fernando. To- 
dos los más franceses se recogeron de Au- 
beri, que era Gobernador de Calabria, y á 
muchos delíos robaban y mataban los cala- 
breses, acordándose del mal tratamiento que 
dellos recibían. En este tiempo una compañía 
de franceses que se retiraban á Seminara se 
encontraron con una compañía de caballos 
españoles y pelearon, á los cuales los cala- 
breses ayudaron con mucho ánimo, y los fran- 
ceses fueron muertos y rotos sin pérdida de 
ningún español. 

CAPÍTULO XXIV 

De lo quel Rey Fernando y Gonzalo Hirnán- 
dez hicieron después que pasaron á Cala- 
bria. 

Venida, pues, el alba del día, desembarcó el 
ejército, y luego comenzaron á combatir á Rí- 
joles. Los franceses estaban tan seguros, que 
les parecía que en todo el mundo había gente 
tan fuera de razón que les quisiese enojar, y 
más estando su Rey con tan pujante ejército 
en la cibdad de Ñapóles. El asalto se dio con 
tanto ánimo é ímpetu, que les entraron á pe- 
sar de su grado, aunque allí tenía el Rey de 
Francia puesta muy buena guarda y de mu- 
cha gente de guerra muy escogida. Allí les 
mataron á todos los franceses que se pusie- 
ron en defensa; á los otros captivaron. 



Pues, dejada aquella plaza proveída y á muy 
buen recaudo, comenzó el ejército á entrar 
por Calabria y Abruzo. Sabido por toda Italia 
el socorro de España, y en lo poco quel capi- 
tán español tenía á los franceses, y la cruel 
guerra que les hacía, comenzáronse todos á 
alterar y á tomar nuevos ánimos contra ellos, 
y á tenellos en poco, y más acordándose de 
los insultos y malas obras que les habían he- 
cho y hacían. El Rey de Francia estaba muy 
corrido quel capitán español con tan poca 
gente, así la quel trajo como la quel Rey Fer- 
nando traía, y que muchas plazas se le ha- 
bían rebelado, y que desta causa los más se- 
ñores y potestades de Italia se apartaban de 
su amistad, concibió muy grande enojo y per- 
dió muy gran parte de su orgullo. El Rey Fer- 
nando y Gonzalo Hernández fueron ganando 
hasta que llegaron á Semenara. Gonzalo Her- 
nández habló á los vecinos de Semenara di- 
ciendo que estaba muy espantado dellos en 
no tener en más al Rey Fernando que allí es- 
taba que á los franceses; que se acordasen 
los bienes y mercedes que de la Casa de Ara- 
gón siempre habían recibido, y de la insolen- 
cia y deshonestidad de los franceses, y que 
el Rey era allí venido con cierta confianza que 
le abrirían las puertas y echarían por otra 
parte á los franceses. Lo cual así fué hecho: 
que abrieron las puertas al Rey Fernando yá 
los españoles. 

CAPÍTULO XXV 

De lo que Ebrardo de Aubery, Gobernador de 
Calabria, hizo desque supo que el Rey Fer- 
nando y los españoles estaban en Semenara. 

Era á la sazón Gobernador de Calabria 
Ebrardo de Aubery, un capitán escocense, muy 
sabio y muy experto en las cosas de la guerra. 
Sabida la toma de Ríjoles y las otras plazas y 
Semenara, ayuntó la más gente que pudo de 
Basilicata y la Tela y de las otras partes co- 
marcanas, llevando consigo á mos de Alegre y 
á mos de Persy y á mos de Xaude, capitán de 
suizos, y sacó la gente que tenía en guarnición 
en las otras plazas, y hizo un muy buen ejér- 
cito y de muy buena gente y muy animosa, y 
fuese camino de Semenara con el mayor secre- 
to que pudo, teniendo por cierta la vitoria si 
de Semenara osasen salir el Rey Fernando y 
Gonzalo Hernández que los desbarataría, y 
que si de Semenara no osasen salir, lo que él 



DEL GRAN CAPITÁN 



283 



más creía, publicar por todo el reino como no 
habían osado salir de Semenara, y hacelles 
perder la reputación que habían comenzado á 
ganar. También esperaba gente de socorro, 
con la cual y con la que tenía, tenia por muy 
cierta la Vitoria, 

Estaban con Gonzalo Hernández y el Rey 
Fernando Manuel de Benavides y Valencia de 
Bcnavides, su hermano, don Hugo de Cardo- 
na, Triulcio, Pedro de Paz, Carlos de Paz su 
primo, los dos Alvarados, padre y hijo, mosén 
Peñalosa, mosén Hozes, con otros capitanes 
españoles. El Rey don Fernando determinó de 
salir de Semenara, porque mos de Aubery le 
invió un trompeta convidándole con la batalla 
si fuera de Semenara saliesen. El Rey Fernan- 
do rogó muy ahincadamente á Gonzalo Her- 
nández tuviese por bien de salir y de los dar 
la batalla, que tenía esperanza en Dios y en 
su buena ventura que vencerían. Gonzalo Her- 
nández dijo que á él le parecía muy al revés 
de lo que su Alteza quería, con tan desigual 
número de gente de armas, porque estaba allí 
lo más del ejército francés y todo su principal 
caudal. «Ninguna necesidad nos obliga á pe- 
lear, dijo Gonzalo Hernández; esto que vues- 
tra Alteza quiere, se debe hacer cuando la ne- 
cesidad nos obligare á ello y estuviésemos en 
estado de ser ó muertos ó vencidos. En tal 
caso debe el hombre pelear; mas agora, ha- 
biendo tanta ventaja del un campo al otro, es 
tentar á Dios, y al fin no conseguir el fruto 
que deseamos. Tomemos ejemplo de Quinto 
Fabio Máximo, que con pocos, sin venir á las 
manos, fué gastando á Aníbal cada cjía, hasta 
que le fué apocando su gente y le hizo perder 
la jornada. Nunca se debe pelear con el ene- 
migo cuando lo desea mucho, y más teniendo 
tan demasiada ventaja. Dios es testigo, que ni 
por temor que tenga, ni por conservar la 
gente rehuso esta batalla, sino porque todo lo 
tienen á su salvo los franceses. Gastémoslos 
poco á poco, y con la ayuda de Dios cobrare- 
mos las plazas que restan, y consulte V. A. con 
la razón y verá la mucha que tengo en lo que 
á V. A. aconsejo». 

CAPÍTULO XXVI 

De cómo pasó la batalla de entrambos ejercitas 
Junto á Semenara. 

El Rey Fernando, después de haber oído lo 
que Gonzalo Hernández le persuadió, dijo; 



«Yo, señor Gonzalo Hernández, estoy deter- 
minado de dar á los franceses la batalla, como 
ellos la piden, aunque quede tendido en aquel 
campo». Por ende, que le rogaba se aperci- 
biese para la batalla. Gonzalo Hernández, vis- 
ta la determinación del Rey, dijo: «Que nunca 
Dios quisiese que queriendo el Rey pelear él 
se lo estorbase». Pues, concertada la batalla, 
Gonzalo Hernández habló á sus soldados es- 
pañoles desta manera: 

«Compañeros y señores, la verdadera Vito- 
ria es la que se gana de los pocos á los mu- 
chos. Verdad sea que en esfuerzo, perseve- 
rancia y vergüenza les hacemos mucha venta- 
ja. Nunca Dios quiera que se diga que el ca- 
pitán italiano acepta la batalla y que el capitán 
español se queda en el real. Peleemos hoy 
como varones, y demos á entender á los fran- 
ceses la ventaja que hay de nuestra nación á 
la suya». Luego suplicó al Rey le dejase en 
aquella batalla llevar la avanguardia, porque 
él quería quebrantar el ímpetu de los france- 
ses con sus españoles, y que él le daba su fe 
de les quebrantar la furia que traían. El Rey 
jamás quiso, sino que él la quería llevar con 
los italianos; y así, fué la primera lanza que se 
rompió la del Rey. Y como los franceses ten- 
gan el primer ímpetu y furia muy recia y los 
italianos no perseveren tanto como sería ra- 
zón, comenzaron á se retraer. El Rey Fernando 
andaba con los que le siguían animándolos» 
y metíase por las batallas buscando á mos de 
Aubery. Allí le mataron el caballo, y tomó otro 
á pesar de los franceses. A esta hora socorrió 
Gonzalo Hernández con los españoles, yarran- 
có á los franceses del campo y les hizo volver 
atrás una muy gran pieza. De suerte que si 
los italianos fueran aquel día los que debían, 
ellos fueran vencedores y los franceses rotos 
y desbaratados. Los españoles pelearon muy 
gran rato, adonde se hicieron muy grandes 
hechos en armas. Los italianos nunca más 
volvieron á la batalla, aunque el Rey lo traba- 
jó mucho y siempre peleó como varón. 

CAPÍTULO XXVII 

De lo que aconteció al Rey Fernando, visto 
que sus italianos no quisieron volver á la ba- 
talla, y asimesmo Gonzalo Hernández. 

El Rey Fernando, habiendo peleado valero- 
sísimamente, habiendo rompido su lanza en un 
capitán francés, persona muy principal de 



284 



CRÓNICA MANUSCRITA 



aquel ejército, veyéndosemuy apretado de sus 
enemigos, fuéle forzado retraerse y fué segui- 
do de muchos franceses, porque iba muy se- 
ñalado, así en las armas ricas que llevabacomo 
en los penachos que en el yelmo tenía. Y yen- 
do así, siguiéndole sus enemigos, en un paso 
angosto cayó el caballo con él, y con gran di- 
ficultad salió de la silla en que iba hombre de 
armas. Allí fué socorrido de un caballero lla- 
mado el señor Juan de Altavila, el cual quedó 
á pie, y luego fué muerto de los franceses. 

Gonzalo Hernández peleó con los franceses, 
él y todos los suyos; mas visto que no era so- 
corrido y la grande desigualdad que de unos 
á otros había, se volvió á Semenara y recogió 
el bagax, y de allí se fué á Ríjoles, que los 
franceses no osaron seguille; porque Gonzalo 
Hernández y los otros caballeros iban en la 
rezaga, volviendo á los enemigos y peleando 
con ellos, que los franceses tuvieron por bien 
de los dejar ir en paz. De allí se volvió Gonzalo 
Hernández á Ríjoles, y el Rey Fernando para 
Sicilia, adonde su padre estaba. 

CAPÍTULO XXVIII 

De lo que Gonzalo Hernández hizo después 
que se retrajo á Ríjoles 

Aquí aconteció á Gonzalo Hernández lo que 
pocas veces suele acontecerá ningún capitán: 
que habiéndole sucedido tan mal aquella jor- 
nada, por la temeridad del Rey Fernando, no 
perdió el ánimo, antes lo cobró mayor y tuvo 
más confianza de cobrar lo perdido y lo de- 
más; y el Rey Fernando tuvo la mesma con- 
fianza de cobrar el reino, confiando en Dios y 
en el gobierno de Gonzalo Hernández. 

Gonzalo Hernández vuelto á Ríjoles tornó á 
salir con su campo, y comenzó hacer guerra á 
los franceses muy cruel, y á ninguna plaza lle- 
gaba que no se le rindía. Visto por los seño- 
res y potestades de Italia que el capitán espa- 
ñol hacía la guerra á fuego y á sangre á los 
franceses, estaban muy arrepentidos por así 
haber dejado pasar á los franceses por sus 
tierras y casas sin les haber resistido. Tuvie- 
ron desto muy gran sentimiento; principal- 
mente venecianos tenían desto muy gran cui- 
dado, como personas principales en aquella 
provincia, á los cuales inviaron todos sus em- 
bajadores. Halláronse en aquella sazón en 
Venecia, sin los embajadores del Papa y se- 



ñores y potestades de Italia, embajadores de 
cinco reyes cristianos. Al fin se hizo la liga 
entre el Papa, Venecianos, Maximiliano, Rey 
de España, Duque de Milán. Fué la liga desta 
manera y con estas condiciones entre estos 
cinco príncipes: que si algunos dellos hiciése- 
den guerra á otro de su voluntad, la hiciese á 
sus expensas, sin que fuesen los de la liga obli- 
gados á le ayudar, y si á cualquiera de los de la 
liga les fuese movida guerra por otra cualquie- 
ra persona, fuesen todos obligados á le ayudar 
cada uno con cuatro mil de caballo y dos mil 
soldados, hasta que fuese la guerra acabada, 
y esta liga durase veinte y cinco años. A todos 
fué esta liga muy aplacible, principalmente á 
Bajacid, gran turco, porque pensaba que los 
franceses por aquella provincia le moverían 
guerra, por la parte de la Velona, que, como ya 
dijimos, está de Otranto, en el reino de Ñapó- 
les, diez y nueve leguas de mar, que llaman de 
Venecia, porque tenía en su reino grandes 
turbaciones por los bajaes que favorescían á 
Giugimi, su hermano, que era recién muerto, y 
no lo sabía Bajaceto, sino que el Papa se lo 
había entregado cuando por Roma pasó; y esta 
era la causa que tanto temía la estada de los 
franceses en Ñapóles. Estos cinco príncipes, 
que esta liga hicieron, no avisaron de ella al 
Rey de Francia, que estaba en Ñapóles; de 
que el francés concibió mucho enojo, y dijo 
que él sabía con qué quebrantar aquella cade- 
na aunque fuese de diamantes: ni decía que 
era amigo ni enemigo de venecianos. Luego 
Maximiliano invió al señor Ludovico las insi- 
nias de Duque de Milán, y hizo que tomase tí- 
tulo de Duque, que hasta allí nunca se lo ha- 
bía llamado Duque de Milán. 

CAPÍTULO XXIX 

De lo que el Rey de Francia hizo desde que 
supo la liga destos príncipes, y lo que el Rey 
Fernando asimismo hizo. 

Como el Rey de Francia supo la liga de 
aquestos príncipes y que nada le habían hecho 
saber, y vio la guerra que Gonzalo Hernández 
le hacía sin la poder remediar, y como todas 
las fuerzas de Calabria y plazas se le daban 
por fuerza de armas y de voluntad, y que to- 
dos los príncipes de la liga hacían ejércitos, 
no tuvo segura su estada en Ñapóles. Deter- 
minó de se volver á su reino, con intinción de 



DEL GRAN CAPITÁN 



285 



hacer dos muy gruesos ejércitos, el uno para 
volver á Ñapóles y el otro contra el Rey de 
España, por la guerra que su capitán Gonzalo 
Hernández le hacía, en que le había hecho per- 
der todo su crédito y autoridad. Publicaba él 
que habían hecho paz y amistad, y aquello fué 
sacando si fuese contraía Iglesia y Sede Apos- 
tólica. 

Pues partido el Rey de Ñapóles con la ma- 
yor parte de su ejército, dejando en aquel rei- 
no el mejor recaudo que él pudo, se fué de- 
recho á Roma. Pues á esta sazón, sabiendo el 
Rey Fernando desde Mecina, adonde estaba, 
que el Rey de Francia era ya partido de Ña- 
póles, recogió más de cincuenta navios, en los 
cuales recogió la más gente que pudo, y ha- 
ciéndole muy buen tiempo llegó á Ñapóles, 
adonde fué muy bien recebido de todos, gran- 
des y chicos, que lo salían á ver y á besalle las 
manos. Luego fueron cercados los franceses y 
rindidos y hechos los tratos y conciertos para 
los dejar ir, aunque mos de Aubery había in- 
viado con mos de Persy cierta gente á soco- 
rrer á los cercados en Ñapóles; ni Persy llegó 
ni podía, porque los conciertos estaban ya fir- 
mados y dados rehenes sobrello. Pues sabido, 
partió Monpensier de Ñapóles, el cual había 
quedado por el Rey de Francia por General de 
la gobernación de su gente. Movió en Pulla 
guerra, ayudado de los Príncipes de Salerno» 
con el cual se le llegaron de la Casa Ursina 
Bartolomé de Alviano, Virginio Ursino y Pau- 
lo Vitelio. Traía en su compañía tres mil hom- 
bres de armas y caballos ligeros. Esta ayuda 
hacían estos Ursinos, porque sabían que el 
Próspero Colona y Fabricio Colona y Marco 
Antonio Colona tenían gran reputación con el 
Rey don Fernando. 

CAPÍTULO XXX 

De lo qiiel Rey de Francia hizo después que 
partió de Ñapóles para su reino, y de lo que 
en el camino le aconteció. 

El Rey de Francia partió de Ñapóles á los 
veinte y cuatro días d§ Mayo del dicho año de 
mil cuatrocientos noventa y cinco años con la 
mayor parte de su ejército, y tomó el camino 
de Roma. Invió delante á hacer saber al Papa 
cómo él se volvía por Roma y muy pacífico, 
que tenía necesidad de comunicar con su San- 
tidad algunas cosas muy importantes y muy 



Cumplideras á la cristiandad y Sede Apostóli- 
ca, que no se podían tratar por carta ni por 
tercera persona; que tuviese por bien de lo 
esperar allí, porque de la vista redundaría 
gran provecho á los unos y á los otros, prin- 
cipalmente á la cristiandad. El Papa no lo qui- 
so aceptar, ora porque después que pasó por 
Roma no le había sido amigo, ó por ser de la 
liga de sus enemigos, ó porque se temió no 
pusiese agora por obra su mala intinción, lo 
cual no osó hacer á la ida, ó por hacer placer 
á los de la liga, de los cuales era importunado 
no se viese con él, temiendo no se mudase de 
su amistad y se juntase con el francés, ó por- 
que se tuvo por cierto que aquella ida suya 
tan violenta y arrebatada, teniendo la guerra 
en el reino, donde vía irse apoderando del 
Gonzalo Hernández, no era sino por apartar 
al Papa de aquella liga y amistad. Y desta 
causa los de la liga tuvieron forma de apartar 
el Papa de aquella vista. El Papa respondió al 
Rey le hiciese saber, ó por carta ó por alguna 
persona muy acepta á su servicio, lo que le 
quería comunicar, y si esto no podía ser que 
viniese ahorrado y no acompañado con gente 
de guerra, que la razón y derecho lo reque- 
rían: que á Papa que estaba en su silla, pací- 
fico y sin gente de armas, viniese asimismo el 
Rey cristiano pacífico; porque venir á Roma 
cercado de gente de guerra no parecía venir 
como huésped amigo, sino como enemigo, y 
que si todavía perseverase de venir á Roma 
con mano armada, él se iría á alguna parte 
adonde la majestad del Sumo Pontífice estu- 
viese del segura. 

El Rey aunque recibió esta respuesta del 
Papa, no por eso dejó de seguir su camino 
derecho á Roma; lo cual sabido por el Papa se 
fué á Civita Vieja, y todos los Cardenales y 
clerecía; y todos los que podían seguir la gue- 
rra se fueron tras el Pontífice, sin la gente de 
venecianos y Duque do Milán, que estaban 
allí junto, que eran diez mil de caballo. El Rey 
de Francia se fué derecho á Roma y estuvo 
en ella tres días, adonde se hicieron muchos 
males y insultos; principalmente afrontaron y 
mataron y tomaron las haciendas á todos los 
españoles que allí en la cibdad hallaron, ma- 
tándolos y saqueándoles las casas. Entró el 
francés en Roma primero día de junio, así que 
estuvo en aquel reino cuatro meses. El Rey 
invió á decir al Papa que allí le espearse en 
Civita Vieja, que en todo caso cumplía se vie- 



286 



CRÓNICA MANUSCRITA 



sen, y que le daba su fe real que de la vista 
redundaría gran provecho á su Santidad; por 
ende que no rehusase de lo hacer. El Santo 
Padre le rescribió diciendo que no lo entendía 
hacer, salvo si viniese como la primera vez le 
había escrito, ahorrado y sin gente de guerra. 
Y porque el francés no le atajase el camino, se 
fué más que de paso á Perusa, con intinción 
que si allí le siguiese el francés irse desde allí 
á Ancona y desde allí se pasar á Veñecia, á 
donde había escrito había de ir, pudiéndolo 
hacer. Visto por el francés que no podía 
haber efeto lo que quería, dio la vuelta y fue- 
se á Sena y mandó saquear á Costanilla por 
enojar al Papa, aunque él se disculpase des- 
pués que porque no quisieron dar á sus gen- 
tes mantenimientos habían saqueado aquel lu- 
gar y otros. En este tiempo la cibdad de No- 
vara, del ducado de Milán, rebeló al Duque y 
se dio á los franceses. 

CAPÍTULO XXXI 

De lo que hicieron los venecianos vistas las 
afrentas que los franceses hacían d los de la 
Liga, y cómo ellos y el duque de Milán le 
dieron la batalla. 

A los venecianos les pareció que ya no era 
tiempo de sufrir las injurias que á los de su 
Liga se hacían, y quel Santo Padre, que era 
uno de ellos, andaba huyendo del y al Duque 
de Milán le habían tomado á Novara. El Rey 
Alfonso y Fernando su hijo andaban desterra- 
dos de su reino; los florentines, los seneses, 
los de Luca, aliados con el francés. Fué con- 
sultado en el Senado y pueblo veneciano que 
si al francés dejaban salir en ésta que queda- 
ría tan soberbio que intentaría cosas mayo- 
res y más dañosas, y que la libertad de Ita- 
lia estaría en punto de se perder y que á 
solos ellos miraban todas las gentes como 
á defensores en aquel tiempo de Italia, y que 
era bien dar á entender al francés que aún 
Italia no había perdido todas sus fuerzas ni 
aquel ánimo de romanos que de sus pasados 
habían heredado, como él pensaba, y que la 
Liga que se había hecho efectuaría lo que allí 
se había concertado. 

Concertado esto, luego mandaron abrir sus 
tesoros sin haber en toda aquella señoría per- 
sona que lo contradijese, antes, con muy 
grande ánimo, todos ofrecían sus haciendas 



y riquezas para ello, cuando los tesoros del 
Senado y pueblo veneciano faltasen. Sacaron 
luego los venecianos mucho oro y plata y pó- 
nenlo en cambios, eligen capitanes y hacen 
un muy grueso ejército; eligen por su Gene- 
ral á Francisco de Qonzaga, Marqués de Man- 
tua. Aquí se vio en aquel Senado, que jamás 
desdel principio que aquella cibdad se pobló, 
aconteció que en muy pocos días, que aun 
en pensarlo no había lugar, estaba un muy 
grueso ejército en campo, y todos con muy 
gran gana de venir á las manos con los fran- 
ceses. Al Marqués de Mantua le mandaron 
fuese General de aquel ejército, porque era 
en aquella sazón el capitán más señalado que 
había en Italia, y mandáronle que no llevase 
nombre de general, sino de capitán. Y este 
ejercito muy en orden se fué á poner junto á 
Parma á esperar allí á los franceses junto al 
río de Taro, y luego llegó allí el ejército del 
Duque de Milán y se juntó con el campo de 
los venecianos. 

Estaban en este ejército por mandado de 
venecianos dos legados, Melchior de Treviso 
y Lucas de Pisa, á los cuales y al capitán man- 
daron que si los franceses pasasen sin hacer 
mal á tierra suya ni de sus confederados, en 
ninguna manera peleasen con ellos; mas si 
al contrario hiciesen, les diesen la batalla, y 
que se acordasen que en aquella batalla esta- 
ba puesta la salud y libertad de toda Italia y 
que vengasen las afrentas que aquella bárba- 
ra nación había hecho y hacía á toda aquella 
provincia y á sus am'gos y aliados. 

CAPÍTULO XXXII 

De cómo pasó la batalla entre venecianos 
y los franceses. 

El Rey de Francia, visto que no pudo haber 
efeto de poderse comunicar con el Papa 
tomó su camino para Aste, adonde había de- 
jado á su tío el Duque de Urliens, y siguiendo 
su camino llegó á Pontano, en el monte Ape- 
nino, y mandóla asolar y quemar. Y bajando 
la sierra del dicho monte Apenino mandó que 
á doquiera que llegasen hiciesen camino con 
las armas, si por bien no les diesen pasaje. 
Los venecianos tenían determinado de les 
dar la batalla si los franceses no fuesen por 
donde tenían determinado que fuesen. Como 
el Rey de Francia bajó á lo llano y vio el ejér- 



DEL GRAN CAPITÁN 



287 



cito de los venecianos, paró y liizo un razo- 
namiento á los suyos. Decíame mos de La- 
xao, que iba allí en servicio del Rey de Francia 
y era mozo de su cámara, de edad de catorce 
años, que dijo á grandes voces: «¿Cómo no 
están aquí conmigo los mis gentileshombres 
de Francia?» Todos dijeron que sí. El les dijo 
que les rogaba y mandaba se acordasen que 
peleaban delante de su Rey, y por la honra y 
vida suya y de su reino; que él les daba su fe 
real ó de ser vencedor aquel día ó quedar 
tendido en aquel campo como buen Rey fran- 
cés. A todos habló muy familiarmente; todos 
los capitanes y gentileshombres le suplicaron 
no pelease y que se guardase para cosas ma- 
yores, que ellos le daban su fe y palabra que 
dada la batalla él pasase sobre los cuerpos 
muertos de sus enemigos, y no había quien 
los pudiese detener, sino acometer á los ve- 
necianos. Los italianos tenían el mesmo de- 
seo, acordándose de los males y robos que á 
la ida habían hecho, y aun agora en la venida 
en toda la tierra. El Marqués de Mantua ha- 
bía prometido al Senado y pueblo venecianos 
y al Duque de Venecia con la ayuda de Dios 
de dar á entender á los franceses cómo aún 
no era perdido del todo, como decía el fran- 
cés, el esfuerzo y ánimo de los italianos, y 
que él esperaba en Dios que él llevaría el 
pago de la locura. 

El francés tomó la mano derecha del río 
Taro; iban los franceses muy sosegados, sin 
hacer alboroto alguno de los que otras veces 
suelen hacer. El Marqués estuvo con su cam- 
po quedo. Los franceses, orgullosos de ver 
estar á los venecianos quedos, pensaron que 
temían y comenzaron de asestar contra ellos 
la artillería y tirar á su ejército, ó por no los 
tener en poco, ó porque viendo que los aco- 
metían les hiciesen perder parte de su orgu- 
llo, pensando que no pasarían e! río, que les 
pareció tener muy malos vados y peores sa- 
lidas. Viendo esto el Marqués dijo á los lega- 
dos: «¿Qué hacemos? Aquello no es de gente 
que va su camino, sino de enemigos, pues nos 
acometen». Al cual respondió Melchior Tre- 
visano, uno y el principal de los legados: 
«Pues el francés comienza la batalla, la fuer- 
za con otra semejante se ha de resistir. Tú 
usa de tu cargo de capitán y dales la batalla, 
y sea Dios el juez y nosotros los ministros 
de su justicia». El Marqués ordenó sus haces 
y escuadrones y con apellido de Sant Marco 



comenzaron á pasar el río por tres partes. 
Aquí hubo un desconcierto muy grande, de 
los que suelen acontecer en las batallas, y 
fué de parte de los venecianos, porque el río 
era hondo, y sí algún vado había no lo sabían, 
y la ribera por do habían de salir estaba llena 
de sauces y otros árboles y m.uy honda, que 
no podían salir, y los más salían nadando, 
que muy pocos toparon con el vado; y esta 
fué la causa que muchos no se hallaron en la 
batalla. No faltó quien dijo que aquel día la 
gente se había desmandado á pasar el río 
antes que se bascase por dónde pasasen y 
sin esperar el mandamiento del capitán; y pa- 
rece verisímile, porque si eso no fuera, ha- 
biendo allí tantos capitanes y tan sabios en 
las cosas de la guerra y el Marqués tan diestro 
en todo género de la disciplina militar, no pa- 
saran el río tan temeraria y tan locamente 
sin mirar la hondura del río y sin buscar los 
vados y salidas y sin esperar las banderas, 
sino como gente desordenada. Andando el 
ejército por el río buscando vados y salida, 
alguna gente de caballo y soldados que salie- 
ron con ellos sin esperar las otras banderas, 
y el Marqués siempre delante de todos ellos, 
que á nado y con gran trabajo había salido, 
acometieron con grande esfuerzo á los fran- 
ceses, diciendo á grandes voces el Marqués: 
«Suplicóos, compañeros y señores, conozcan 
hoy los franceses que aún dura en nosotros 
el esfuerzo de nuestros pasados y no quede 
ninguno de ellos á vida, que los que pasamos 
bastamos para estos locos soberbios». Y di- 
ciendo esto arremetieron contra ellos, seyen- 
do la primera lanza la del Marqués. Acome- 
tiéronlos con tan grande ímpetu que los arran- 
caron del campo hasta les retraer á la tienda 
á do el Rey estaba asido de una cuerda della, 
con muerte de muchos dellos. El Marqués, 
como fué la primera lanza que rompió, salió á 
él un caballero muy principal que venía de- 
lante, al cual el Marqués derribó y comenzó 
á apellidar y animar á los suyos. El Rey, como 
vio huir los suyos y venirse retrayendo hacia 
su tienda, ágran priesa se desnudó sus paños 
reales y los trocó con los de un soldado pobre 
por no ser conocido si del todo fuesen venci- 
dos, y cabalgó en un caballo y comenzó á de- 
cir á sus hombres de armas palabras muy 
feas, diciendo: «Cómo, mis gentileshombres 
de Francia, ¿es esto lo que me prometisteis 
con tanto ánimo y tan poco ha peleando de- 



288 



CRÓNICA MANUSCRITA 



lante de vuestro Rey por su vida y por la de 
todos vosotros y por la honra y reputación 
de Francia? ¿A tal tiempo os falta el esfuerzo 
que solos estos pocos que han pasado el río 
os hacen volver las espaldas? ¿Cómo á tal 
tiempo desamparáis á vuestro Rey? Volved, 
mis caballeros, á la batalla, que más vale mo- 
rir peleando que vivir mil años. Vengad tan 
grande afrenta y injuria como habéis recibi- 
do». Y tomó una lanza y comenzó á decir á 
grandes voces: «¡Vuelta! ¡vuelta! mis france- 
ses, con aquestos á la batalla y gocemos des- 
ta honra». 

CAPÍTULO XXXIII 

De cómo los franceses volvieron á la batalla, 
V el fin que hubo. 

Los hombres de armas franceses, afrenta- 
dos por aquellas palabras del Rey, volvieron 
con grande esfuerzo á la batalla, teniendo 
muy mejor lugar que los contrarios para pe- 
lear, porque los venecianos tenían muy mal 
sitio, así para ofender como para se defender, 
mas volvieron con grande ánimo y los torna- 
ron á llevar por una cuesta abajo buen tre- 
cho. Aquí murieron algunos varones señala- 
dos de ambas partes. Los caballos ligeros de 
venecianos, que tenían mandato de dar en las 
espaldas del Rey, que estaba ya casi vencido, 
teniendo por muy cierta la vitoria, dieron en 
el bagax y robáronlo, y detenidos en esto no 
ayudaron á los suyos. Fué esta codicia causa 
de perder de las manos otra tan gran vitoria, 
porque había mucho que robar. Pelearon una 
hora y cuarto; murieron muchos de ambas 
partes; otros fueron cautivos, y entre ellos el 
bastardo de Borbón. Los Esforcianos pelea- 
ron por otra parte, adonde murieron muchos, 
y fueron hacia Parma, y sobre robar el ca- 
rruaje del francés hubo entre los caballos li- 
geros gran pelea y entre los soldados, y aquí 
murieron más que en la batalla. De la otra 
parte del río había quedado la mayor parte 
del ejército veneciano, ó porque no quiso pa- 
sar ó porque no pudo en tanta priesa como 
pasaron los primeros. Las dos batallas se 
apartaron las unas de las otras, digo las que 
pelearon, que las otras dos partes, como he- 
mos dicho, la una estuvo peleando los unos 
con los otros sobre robar el bagax y la otra 
y mayor se quedó de la otra parte del río, así 



que sola una parte de tres peleó, y no la ma- 
yor; y la parte que peleó, tornó á pasar el río 
y se volvió para los que de la otra parte ha- 
bían quedado, que estaban tan turbados y co- 
rridos que no los podían tener, sino que se 
habían de ir. 

El Marqués, los legados y los otros capita- 
nes que habían peleado, los animaban dete- 
niéndolos. A esta sazón llegaron allí el Conde 
de Petillán y Virginio Ursino, que el Rey de 
Francia había preso y los dejaba á buen re- 
caudo, y se habían soltado y por la posta ha- 
bían venido á se hallar en la batalla, y per- 
suadieron á los venecianos que volviesen á 
la batalla contra los franceses, que de suyo 
estaban vencidos; que si la mitad de los que 
no habían peleado diesen en ellos, estaba muy 
cierta la vitoria, y que ellos serían los delan- 
teros en la batalla. Los venecianos, teniendo 
á aquellos dos capitanes ursinos por sospe- 
chosos, no se osaron fiar dellos, y así era la 
verdad lo que estos dos capitanes decían, que 
los franceses estaban rotos y casi vencidos. 

Los franceses comenzaron poco á poco á 
se retirar hacia otra parte. El Marqués con 
algunos de caballo les fueron alcanzando por 
las espaldas, y aquí fué preso el bastardo de 
Borbón, y así se fueron los franceses por 
otro camino y dejaron el que antes llevaban. 
No se pudo saber el número de los muertos: 
más murieron de los venecianos que de los 
franceses. Los venecianos decían haber sido 
vencedores, pues les tomaron el carruaje y 
les hicieron ir por otro camino y dejar el que 
antes llevaban. El francés decía que había 
llevado la victoria, porque había apartado de 
sí á los enemigos con muerte de muchos dellos 
y había seguido su camino sin podérselo estor- 
bar sus enemigos. Murieron de ambas partes 
muchos caballeros y muy principales, princi- 
palmente de la parte de Francia. Aquella no- 
che los franceses estuvieron con mucha guar- 
da y temor de sus enemigos. Otro día hicie- 
ron treguas por un día para enterrar los cuer- 
pos de los muertos de la una parte y de la 
otra. Pasada la tregua los franceses se pasa- 
ron á un cerro alto, adonde se hicieron fuer- 
tes tres cuartos de legua de donde fué la ba- 
talla. Desde allí comenzó el francés á enten- 
der en tratos fingidos por dos días, entre 
tanto que se aparejaba para la ida, y esa no^- 
che mandó hacer muchos fuegos en el real, y 
pasada la media noche comenzó su ejército á 



DEL GRAN CAPITÁN 



289 



marchar camino de Pavía, con muy gran si- 
lencio por no ser sentidos. Como otro día vie- 
ron los venecianos partidos los franceses y 
que llevaban gran paso, soltaron los caballos 
ligeros y tras ellos la infantería y les comen- 
zaron á alcanzar, mas poco daño les hicieron, 
ó porque no quisieron ó porque no pudieron. 
El Rey de Francia aportó á Aste, adonde ha- 
bía dejado con cierta gente de guerra á su 
tío Luis, Duque de Urüens, adonde pasó al- 
gún día. Fué esta batalla postrero día de Ju- 
nio de mil y cuatrocientos y noventa y cinco 
años. 



COMIENZA. EL SEGUNDO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ HIZO 
Á LOS REYES DE FRANCIA HASTA GANARLES 
AQUEL REINO DE ÑAPÓLES Y AL GRAN TUR- 
CO LA ISLA DE chafalonía, CON OTRAS 
COSAS QUE MÁS PASARON EN EL REINO DE 
GRANADA. 

CAPÍTULO I 

Cómo el Rey don Fernando volvió á Ñapóles, 
donde fué acogido con grande alegría (')• 

En uno de los capítulos del primero libro 
se dijo cómo el Rey Fernando, vista la volun- 
tad de los de la cibdad de Ñapóles, se partió 
con gran presteza á la cibdad, como atrás diji- 
mos, adonde fué muy bien recibido de grandes 
y pequeños, porque se acordaban de las mu- 
chas y grandes mercedes que habían recibido 
de la Casa de Aragón. Entretanto que esto 
pasaba, Gonzalo Hernández acabó de ganar 
las provincias de Pulla y Calabria, que que- 
daban pocas plazas por ganar. El Rey Alfon- 
so, que atrás dijimos que había renunciado el 
reino á Fernando su hijo y aun había tomado 
hábito de clérigo, visto que la mayor parte del 
reino había ganado Gonzalo Hernández, de- 
terminó de ir á Ñapóles y tornar á tomar el 
reino. Tanta es la humana codicia que los 
hombres tienen por señorear, que ninguna 
cosa se les pone delante. Estando el Rey Al- 
fonso ya aparejadas todas las cosas que cum- 
plían para pasar á Ñapóles á cobrar su reino, 

O Eu el original uo tieno epígrafe esto capitulo. 
Crónicas de! Gran Capitán.- 19 



dióle una grave enfermedad de una fiebre con- 
tinua, de que murió en pocos días. 

El Rey Fernando fué, como dijimos, muy 
bien recibido, con muy grandes alegrías y 
fiestas. Salían las mujeres y doncellas en dan- 
zas y corros á besalle las manos y llorando 
de placer, que por mal afortunado se tenía el 
que no le besaba las manos, ó pies, ó la ropa 
como gente que salían de tinieblas y vían 
agora nuevamente el sol; estaban todos fue- 
ra de sí de placer, como gentes que salían de 
tan gran servidumbre. El Rey Fernando los 
abrazaba como si hobiera mucho tiempo que 
no los hobiera visto. Todos aquellos días se 
gastaban en fiestas y en lo visitar de noche y 
de día. 

CAPÍTULO II 

De lo que Gonzalo Hernández hizo después 
que sujetó las provincias de Calabria y 
Pulla. 

En este tiempo Gonzalo Hernández, des- 
pués que puso á la obidiencia del Rey Fer- 
nando las provincias de Calabria y Pulla, fue- 
se á invernar á Neocastro, adonde el Rey Fer- 
nando lo envió á llamar, rogándole por aquel 
Bernardo, su secretario, de quien atrás diji- 
mos, se fuese á juntar con él, porque el Rey 
Alfonso, su padre, cuando se vio ya cer- 
cano á la muerte lo envió á llamar y le dijo 
ninguna cosa hiciese, así en la paz como en la 
guerra, entre tanto que Gonzalo Hernández 
en aquel reino estuviese, sin su parecer; y 
que ninguna cosa hiciese sin su voluntad, y 
que se acordase de le pagar por obra las 
obras y voluntad á los Reyes Católicos, sus 
tíos, este tan gran beneficio, y á Gonzalo Her- 
nández diese muy gran parte de aquel reino. 
Oído por Gonzalo Hernández lo que el Rey 
mandaba, determinó de lo hacer, dejando co- 
bradas las ciudades de Calabria y á Cotron, 
á Esguilazo, y Abeni y á Semenara, adonde el 
Rey Fernando había sido roto, y á Terranova, 
con otras muchas plazas. Estuvo dudoso qué 
haría, ó si iría contra mosiur de Alegre, que 
había quedado con mosiur de Auberi con po- 
cas fuerzas, porque todo el otro ejército ha- 
bía enviado con mosiur de Persi, que eran los 
suizos y los hombres de armas viejos y plá- 
ticos, ó se iría á juntar con el Rey Fernando 
á Ñapóles, que lo llamaba y le pedía socorro. 
Al fin se determinó de ir á socorrer al Rey Fer- 



290 



CRÓNICA MANUSCRITA 



nando á la cibdad de Nápoks, y habiéndo- 
se determinado en este último parecer, el 
Rey le envió á decir que viniese por la parte 
de Pulla, que estaba en su obediencia, y no 
por el camino derecho, adonde había mucho 
estorbo. 

CAPÍTULO III 

De lo que Gonzalo Hernández hizo, visto lo 
que los contrarios tenían aparejado para le 
estorbar el camino, si por alli quisiese ir á 
se juntar con el Rey Fernando en la cibdad 
de Ñapóles. 

Gonzalo Hernández, sabida esta nueva, 
puso su gente en orden y llevó su camino 
derecho, y de camino combatió á Cosencia y 
la.tomó, y juntamente á la fortaleza, que era 
muy fuerte y estaba muy bastecida. Los fran- 
ceses la defendían con grande esfuerzo, por- 
que era la más principal de Calabria, mas los 
españoles de tal manera apretaron el cerco 
que la tomaron y la fortaleza, como dijimos; y 
asimesmo combatieron á Valcrate, y á Pan- 
dosa, y Trévcris, y Castro Vilar y otros algu- 
tíos lugares, y todos aquellos lugares que es- 
taban en el valle del río Crate, el cual va á en- 
trar en el mar Yonio. Tomó asimesmo á Cas- 
tilfranco, adonde murió aquel Rey Alejandro, 
Rey de los Epirotas, y pasó el río Campana, 
y fué adelante con su ejército hasta Castro- 
Vilar. AHÍ sentido de los espías, Gonzalo Her- 
nández salió con algunos de caballo á ver el ca- 
mino por do habían de ir, porque todo estaba 
ocupado con franceses y villanos de la tierra, 
los cuales se juntaron unos con otros en gran 
número, y se pusieron «en celadas muy secre- 
tas dentrambas partes en el camino, que era 
muy fragoso. De lo cual avisado Gonzalo Her- 
nández sacó su gente y fué por donde supo 
que estaban las celadas, y arremetió por tres 
paftes, por allí á do supo que estaban, y fué 
la primera lanza que arremetió con maravi- 
lloso ánimo; y no pudiendo sufrir los villanos 
•las fuerzas de los españoles, fueron muertos 
con tal suceso, que dijo Gonzalo Hernández 
que nunca jamás había hecho caza tan apaci- 
ble. A los que vivos quedaron, ningún mal les 
fué hecho. 

Luego otro día los de Mirano se rindieron 
por fuerza de armas. Allí se hizo gran mor- 
tandad en los franceses; y caminando adelan- 



te había un muy mal paso, adonde los france- 
ses y señores de aquel reino y personas par- 
ticulares habían puesto grandes defensas, 
puestas en ella, y ellos estaban en Laino, una 
villa muy fuerte. 

CAPÍTULO IV 

De lo que aconteció á Gonzalo Hernández so- 
bre la villa de Laino y contra los señares 
que en ella estaban. 

El parecer de los capitanes y gente de gue- 
rra era que se volviesen atrás y tomasen otro 
camino, pues había tanta dificultad para po- 
der tomar por fuerza de armas á Laino, seyen- 
do la villa tan fuerte y tan fortalecida de to- 
das las cosas perteríecientes á la guerra, y 
tantos caballeros tan sabios en las cosas de 
la guerra, que les parecía que no haría efec- 
to su ¡da por allí, y que los hombres habrían 
de acometer las cosas que parecían posibles 
y que lo demás era tentar á Dios. Y lo mismo 
persuadía aquel Bernardo de Bernardis, em- 
bajador del Rey Fernando, que allí venía, un 
hombre, como dijimos, muy prudente en la 
guerra y en la paz. A los cuales respondió 
Gonzalo Hernández: «Bien sé que todos me 
aconsejáis lo que os parece que es lo más se- 
guro; mas yo os digo, y lo haré, que iré ade- 
lante, aunque no sea para más de para ganar 
tres pasos |>ara mi sepultura, antes que vol- 
ver atrás para ser señor del mundo». Luego 
mandó á los capitanes que moviesen camino 
de Laino, que está puesto sobre el río Lao, que 
parte á la provincia de Calabria de Basilicata; 
adonde estaban los señores de la Casa de 
Sant Severino, •qu'e es de la Casa del Prínci- 
pe de Salerno, que habían seguido siempre la 
parte francesa, con algunos caballeros france- 
ses y infantería. Estaba allí el Conde Améri- 
go, hijo mayor del Conde de Capacho, y con 
'él diez y seis caballeros muy principales de 
aquel reino. Gonzalo Hernández llegando muy 
cerca de la villa comenzó á animar á los es- 
pañoles, diciéndotes: «Si cada uno de vosotros 
hace hoy lo que debe, sin duda es nuestra la 
•Vitoria, y si ésta no ganamos, todo lo que 
atrás dejamos ganado se rebelará y perdere- 
mos el crédito que hasta aquí tenemos gana- 
do. Yo os confieso que son muchos más en 
número que nosotros, mas así les hacemos 
mucha ventaja en la justicia, en el esfuerzo, 



DEL GRAN CAPITÁN 



291 



en la perseverancia». Los capitanes y solda- 
dos le dijeron que moviese contra sus enemi- 
gos, que ellos harían su deber y que no era 
menester tan largo razonamiento. 

Los franceses y italianos que estaban en 
Laíno estaban muy descuidados, pensando 
que los españoles no osarían ir á Laino, así 
por ser tan pocos y ellos muchos, y por estar 
tan bastecidos de todo lo que habían menes- 
ter para la defensión de aquella plaza y la 
villa, que era tan fuerte de su sitio y defensa. 
Gonzalo Hernández anduvo toda la noche, y 
en siendo el alba, dio sobre ellos con tan 
grande sobresalto y furia, que no fueron sen- 
tidos, y muchos recordaron al «Santiago» y á 
«España, España». Fué tanta la priesa que les 
dieron, que no tuvieron lugar de se armar y 
de pelear. Todos se rindieron. No murió allí 
persona principal sino el señor Amérigo, hijo, 
como dijimos, del Conde de Capacho, y el 
mayor, que era muy buen caballero y muy es- 
forzado, aunque mancebo; y si todos pelea- 
ran como él, fuera bien ensangrentada la vito- 
ría. Fueron presos los diez y seis caballeros 
que allí estaban, á los cuales dijo Gonzalo 
Hernández: «Muy espantado estoy, señores, 
de vosotros, sabiendo los grandes beneficios 
que siempre habéis recibido, a^í vosotros 
como todos los deste reino, de la Casa de 
Aragón, y el mal tratamiento que de los fran- 
ceses amigos y enemigos recibís siempre, y 
la mucha justicia que á estos reinos tiene la 
Casa de Aragón y la ninguna que los france- 
ses. ¿Cómo, señores, seguís tan errada opi- 
nión y tan sin ningún fundamento sabiendo 
que Dios es justo juez y da siempre el pago 
que los tiranos merecen?» El Conde Amérigo 
estaba muy herido, y viéndose muy cercano á 
la muerte llamó aquel Bernardo de Bernardis 
y le dijo: «Yo me muero, y antes que el alma 
se me salga del cuerpo, me oíd de confesión». 
Y comenzóle á confesar sus pecados. Bernar- 
do le respondió: «Señor Amérigo, los peca- 
dos, faltando sacerdote, confesadlos á Dios, 
que es Él el que suele y puede perdonar, que 
en su lugar os oya y os absuelva y perdone, y 
á nosotros nos avisad de lo que sabéis de los 
franceses, en que podamos ser avisados, y 
aprovechará mucho así á vos como á la Casa 
de vuestro padre». Lo cual él hizo luego y dió 
la alma á Dios. Tras esto mandó combatir á 
los villanos calabreses, que se habían hecho 
fuertes en los valles de aquel camino, y to- 



mándolos en medio los... ('). Fué esta rota de 
tanta importancia, que todos aquellos luga- 
res se le rindieron. Pues llegando al campo 
del Rey puso la caballería y infantería, según 
costumbre de guerra y en orden de batalla. 
El Rey Fernando, con el Marqués de Mantua 
y el Cardenal Borja, legado del Papa, le sa- 
lieron á recibir con muy grande alegría. 

CAPÍTULO V 

De lo que el Rey Fernando y Gonzalo Hernán- 
dez hicieron después que se juntaron junto 
á la Tela. 

En este tiempo, que era ya el año de mil y 
cuatrocientos y noventa y seis años del naci- 
miento de nuestro Redentor Jesucristo, el 
Cardenal Borja, hijo (^) del Papa Alejandro, 
llegó al Rey y le acompañó y sirvió en todas 
las guerras que después hizo, como aquel 
que era muy sabio en todo. Llegado Gonzalo 
Hernández al Rey, que lo salió á recebir, le 
dió las gracias por lo que había hecho, di- 
ciéndole que de su mano recebía aquel reino, 
y que todo era para él, y que de su mano to- 
maría la parte que del le quisiese dar. Gon- 
zalo Hernández se le hornillo, y le respon- 
dió: que él era allí venido por mandado de 
los Reyes Católicos á le servir, y que Dios, 
en cuya mano están los reinos y señoríos, 
viendo su mucha justicia se lo había vuelto. 
Estaban allí en la Tela todos los caballe- 
ros principales que el Rey de Francia había 
dejado en aquel reino, y con ellos aquel Vir- 
ginio Ursino, que dijimos quel Rey francés 
había preso, y después suelto se había ido 
al campo de venecianos. Goazalo Hernández 
deseaba mucho que se viese en aquella pro- 
vincia de Italia el esfuerzo y ánimo de los 
españoles, que hasta entonces aún no era 
bien conocido en aquella nación, porque no 
habían conversado en aquella provincia de- 
lante de aquellos capitanes de diversas nacio- 
nes que allí estaban. Estaba esta gente en 
guarda de unos molinos, de que recebíari gran 
provecho así en molerles el trigo como de la 
agua que de aquel arroyo corría, de que se 
aprovechaban mucho los cercados. Gonzalo 
Hernández hizo dos partes de su campo: los 
unos contra los gascones ballesteros, los pi- 

(') Sic: parece falta una palabra, acaso «desbarató». 
(*) Nieto, dice el original equivocadamente. 



292 



CRÓNICA MANUSCRITA 



queros contra la caballería; mandó que algu- 
nos hombres darmas se metiesen entre la 
clbdad, para resistir á los franceses que sa- 
liesen de la villa á socorrer á los suyos. La 
otra parte escaramuzando tomase en medio 
á los enemigos. Comenzóse una muy brava y 
muy sangrienta escaramuza. Los suizos lue- 
go volvieron las espaldas. Los gascones ha- 
biendo disparado sus ballestas se metieron 
en huida. Los caballos ligeros españoles, 
mezclados entre ellos, los rompieron y hu- 
yendo para la ciudad fue muerto gran número 
de ellos. De la otra parte los hombres dar- 
mas sostuvieron el socorro de los franceses 
que salían fuera. En el cual tiempo Gonzalo 
Hernández invió ingenios para derribar 
los molinos y de presto recogió la gente, 
antes que los capitanes franceses inviasen 
mayor número de gente á socorrer á los 
suyos. Luego Gonzalo Hernández los comen- 
zó á combatir, y aunque por los de dentro 
hubo gran resistencia, los españoles los 
apretaron con tanto ánimo, que los franceses 
hablaron en partido; y fué que les diesen li- 
bertad para se volver á Francia, así por mar 
como por tierra, como más quisiesen, y entre- 
gasen todas las fortalezas y plazas que en 
aquel reino tuviesen. Lo cual les fué otorga- 
do, y ellos lo cumplieron. De los franceses 
muchos se embarcaron y corrieron tormenta 
en la mar, y los más se ahogaron; y á los que 
fueron por tierra, los villanos y los que no lo 
eran, teniendo frescas las injurias y afrentas 
que dellos habían recebido, cuando por allí 
pasaron, los despojaban y mataban, que muy 
pocos aportaron á Francia, y esos en carnes 
vivas y pidiendo por Dios. 

CAPÍTULO VI 

De lo que Gonzalo Hernández hizo después 
que acabó esta jornada de la Tela; cómo 
volvió á Calabria á castigar ciertos prínci- 
pes y señores de aquella provincia que se 
habían rebelado, y de la muerte del Rey Fer- 
nando. 

Acabada esta jornada de la Tela, fué Gon- 
zalo Hernández avisado que ciertos príncipes 
y señores de aquella provincia se habían re- 
belado. Partió luego con su campo para allá, 
porque fué este Gonzalo Hernández un capi- 
tán, de cuantos yo he leído, que con más 



presteza tratase las cosas de la guerra, antes 
que los enemigos tuviesen lugar de se aper- 
cebir y fortalecer con nuevas fuerzas. Pare- 
cíase mucho á Julio César, ditador romano, 
en presteza y celeridad. Llegado á Calabria, 
los domó y castigó á los culpados y á los que 
habían sido causa de aquella rebelión. A los 
unos mandó cortar las cabezas y á los otros 
echó en prisión; dejándolo todo allanado, ha- 
biendo hecho mucha justicia de los culpa- 
dos. Acabado esto, le llegó nueva cómo el 
Rey Fernando, que él había dejado de camino 
para la cibdad de Ñapóles, era muerto de 
cierta enfermedad que le había mucho apre- 
tado, de que murió. Hubo cierta sospecha 
que le habían dado yerbas. Gonzalo Her- 
nández sintió tanto su muerte, que no se 
puede escrebir el gran sentimiento que de su 
muerte hubo. 

Los franceses que quedaban en el reino, 
habiendo hecho su partido, como dijimos, de- 
jando la artillería y sus caballos señalados con 
las señales reales de Francia; mas como los 
franceses sean tan amigos del vino y de 
comer, principalmente de todas maneras de 
frutas y de estrujar las uvas y beber el 
mosto, juntamente con el calor del verano, 
que comían con desorden cuanto hallaban, y 
más con aires contrarios, y sucediendo luego 
el otoño muy enfermo y dañoso, murieron 
muchos en Castelamar y en Puzol y en otras 
algunas plazas. Entre los cuales murió el ca- 
pitán general Gilberto Monpensier, que lla- 
maban el Baylí de Vitri, y más cuatro capita- 
nes suizos ('). Fué tan destemplado y tan en- 
fermo aquel otoño, que por su grande des- 
templaza se creyó que fué muerto, porque le 
dio una febrezuela de que murió en el monte 
de Soma, no habiendo aún sabido ni gustado 
de la alegría de la vitoria que Gonzalo Her- 
nández había ganado. Dejó por heredero á 
Federico, su tío, Duque de Calabria, el cual 
vino muy prestamente á Ñapóles, y desde 
allí invió á llamar prestamente á Gonzalo 
Hernández se viniese para él, que ya había 
tomado las insinnias del reino, y todos le obe- 
decieron luego por Rey, aunque tenían muy 
gran sentimiento por el Rey Fernando. Acaba- 
das que fueron las obsequias del Rey Fernan- 
do, los de la fortaleza de Gaeta, no osando 



(') Aqui siguen tachadas dos lineas, que decii>n: «Virgi- 
nio Ursino fué metido en prisión, el cual pasados algu- 
nos meses murió preso en NApoles». 



DEL GRAN CAPITÁN 



293 



esperar que Gonzalo Hernández fuese sobre 
ellos, se entregaron al Rey Federico. 

CAPÍTULO VII 

De lo que Gonzalo Hernández y el Rey Fede- 
rico, recién heredado, hicieion, y cómo Gon- 
zalo Hernández fué sobre Oliveto, y lo que 
allí le avino. 

Pues viendo Gonzalo Hernández el manda- 
do del Rey Federico que se viniese para él á 
la cibdad de Ñapóles, dejando todo allanado 
y pacífico y puesto en bajo de su obediencia, 
venido, se le humilló y le dijo: que á él le ha- 
bía mucho pesado de la muerte del Rey Fer- 
nando, su sobrino, mas pues Dios así lo ha- 
bía guiado, que aquello debían tener por 
mejor; que viese su Alteza qué era en lo que 
él podía servir, que aquello mandase, que 
luego lo pornía por obra. El Rey le respondió: 
que ningunas palabras podrían bastar para 
le dar las gracias que él merecía, que á él 
sólo debía la Casa de Aragón aquel reino, 
que él lo partiría con él, pues él solo lo había 
ganado del poder del tirano; que le rogaba 
fuese sobre algunas tierras de Calabria que 
se habían rebelado, porque aunque á todos 
los otros habéis rendido, sólo este persevera 
en seguir la opinión francesa, y más que los de 
Oliveto estaban así menos rebeldes en la pro- 
vincia de Abruzo y Aquino. Gonzalo Hernán- 
dez dio luego con su campo la vuelta á Cala- 
bria, adonde nios de Auberi había tomado 
algunas tierras descercadas y hacíales mucho 
daño. Mas desque vio lo que pasó á Gonza- 
lo Hernández en la Tela, y que venía muy 
cerca de adonde él estaba, quiso antes apro- 
vecharse del partido que Gonzalo Hernández 
le haría, que no de la infelicidad de la guerra 
contra un capitán tan valeroso, que traía á 
la fortuna á su mandar. Y antes que llegase 
le dejó desembarazada la provincia. 

Pues dejando toda aquella provincia pací- 
fica, y castigados los culpados, con su campo 
fué sobre Oliveto, los cuales estaban muy re- 
beldes y obstinados, perseverando en la fe 
de los franceses, y habían muerto en la isla 
del Vico á don Rodrigo de Avalos, hermano de 
don Alonso de Avalos, Marqués de Pescara, 
un capitán de gran valor. Pues llegado Gon- 
zalo Hernández sobre la villa, que era muy 
fuerte, así de sitio como de muros, teníanla 
muy bastecida de grandes fosos y de muy 



buena gente de guerra. Gonzalo Hernández 
la mandó combatir. Los de dentro la defen- 
dían como varones. Duró el combate grande 
espacio, porque los unos por entrar y los 
otros por la defender peleaban muy varonil- 
mente; mas veyéndose muy aquejados y que 
los españoles estaban determinados de les en- 
trar ó morir, oída la beninidad de Gonzalo 
Hernández, abrieron las puertas y se le echa- 
ron á los pies, y prometieron de ser de y 
adelante muy fieles á la Casa de Aragón. 

Acabado esto, que ya no quedaba en todo 
el reino lugar alguno que no estuviese en la 
obidiencia del Rey Federico, y los franceses 
presos, muertos y vueltos para Francia, aun- 
que éstos fueron los menos, Gonzalo Hernán- 
dez se volvió á la cibdad de Ñapóles con 
todo su campo, pues que ya no había en qué 
entender. 

CAPÍTULO VIII 

De cómo Gonzalo Hernández tomó por com- 
bate la fortaleza de Ostia que un cosario 
tenia ocupada. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo los Coloneses, que entonces seguían la 
parte francesa y estaban mal con el Papa 
Alejandro, habían tomado por industria del 
Cardenal Ascanio Esforcia, hermano del señor 
Ludovico Esforcia, Duque de Milán, y la ha- 
bían entregado á un cosario vizcaíno llamado 
Menaldo Guerra, un hombre muy cruel y 
criado del Rey de Francia, mal cristiano. Roba- 
ba desde allí todos los mantenimientos que 
por el río venían á Roma desde el puerto y 
castillo de Ostia. Estorbaba la navegación 
del Tibre, tanto que el pueblo romano estaba 
apretado de la carestía de muchas vituallas, 
principalmente del pan y vino, que los merca- 
deres sicilianos y calabreses y otros extran- 
jeros españoles, temiendo la crueldad del co- 
sario, se iban á otra parte. Porque cualquier 
navio que llegaba á Ostia, si los marineros á 
la hora, caladas las velas y los remos levanta- 
dos, no se juntaban y se rindían y se deja- 
ban saquear y prender, eran con la artillería 
echados á fondo, y había faltado muy poco 
que no prendiese las galeras del Papa, que 
habían llegado á la boca del rio. No se puede 
escrebir la maldad deste cruel tirano, que por 
ningún partido que se le hizo quiso dejar de 
hacer cruel guerra, porque con su soberbia 



294 



CRÓNICA MANUSCRITA 



no temía á persona desta vida. Hacía mucha 
guerra á las cosas del Papa y de la cibdad, 
y á sus aliados y amigos del Papa en tanto 
grado que muchas veces había en la cibdad 
mucha hambre, y aunque el Papa había invia- 
do sobrél ejército con muy buenos capita- 
nes, él tenía aquella fuerza tan proveída, que 
ninguna gente de guerra bastaba para lo 
conquistar. Había el Papa descomulgádolo 
muchas veces á él y á los otros que con 
él esíaban. Visto por el Papa el poco fruto 
que de la guerra y descomuniones se sacaba, 
y los muchos daños que á aquella cibdad ha- 
cía, invita un legado á Gonzalo Hernández, 
que pues Dios lo había criado para deshacer 
los agravios y injusticias que los tiranos ha- 
cían, como á otro Hércoles, que le rogaba 
con cuanta instancia podía fuese á castigar 
aquel tirano, que él tenía por cierto que lo 
prendería y restituiría aquella fuerza á la 
Iglesia y Sede apostólica, pues en aquel reino 
no había ya que hacer. Gonzalo Hernández 
fué muy contento de hacer aquel servicio al 
Papa, principalmente por servir á Dios, cuyo 
vicario era el Pap¿\ Alejandro sexto, y más 
seyendo español y rogándoselo el Rey Fede- 
rico. Del cual despedido, con su campo de es- 
pañoles caminó para Ostia, y llegado, miró 
el sitio de aquella fuerza y vio que era inex- 
puñable, así por su sitio como por muros y 
industria humana. Gonzalo Hernández le in- 
vió un trompeta rogándole y requiriéndole 
dejase aquella plaza al Papa, cuya era, Ubre 
y desembarazada, y que él trabajaría con su 
Santidad le perdonase y le absolviese de los 
males que le había hecho, y que esto era lo 
que más le convenía, y le era muy más sano 
que no perder aquel castillo y fuerza y la 
vida con ella, y la alma en condición, y que 
estaba espantado, seyendo español, ser tan 
mal cristiano y tan tirano en seguir una cosa 
tan ajena de hombre de su nación. Menaldo 
hasta allí jamás quiso hablar en partido con 
nadie, ni los oír, aunque fué muchas veces 
requerido; mas agora respondió y dijo: «De- 
cid á Gonzalo Hernández que otros tan bra- 
vosos como él han venido con el desino que 
él viene y no les aprovechó nada; que le cer- 
tifico que cuando hobiere hecho todo su po- 
der, que no habrá hecho nada, y decilde que 
se acuerde que todos somos españoles y que 
no lo ha con franceses, sino con español, y 
no castellano, sino vizcaíno». 



CAPÍTULO IX 



De cómo Gonzalo Hernández combatió la for- 
taleza de Ostia y la tomó por fuerza de ar- 
mas, y prendió á Menaldo Guerra, y entregó 
al Papa así á él como al castillo. 

Oído esto por Gonzalo Hernández, habló 
con los capitanes y soldados y les dijo lo 
que parecía que se debía hacer, y que todos 
se aparejasen para la mañana y que se diese 
el asalto, y dijo á la hora que se había de dar 
y por dónde, y les avisó de todo lo que en él 
pasaría, Y estando todos escuchando lo que 
se había de hacer, miró á un soldado llamado 
Londoño, que era alférez, y díjole: «Londoño, 
yo sé quién porná mañana primero la bande- 
ra en el muro del castillo». Y luego volvió la 
plática á don Alonso de Sotomayor, hijo de 
la Condesa de Caminos, que era hombre de 
armas, y díjole: «Señor don Alonso, yo sé 
quién prenderá mañana á Menaldo». Pues 
habiendo estado allí Gonzalo Hernández tres 
días, proveído todo con aquella su grande 
providencia, mandó plantar la artillería de la 
una banda por tener por aquella parte ocu- 
pados los enemigos; por la otra hizo tener 
aparejadas las escalas para subir por encima 
del muro. No pensando cosadestas Menaldo, 
acometieron los españoles por ambas partes, 
más flojamente por la parte de la batería; y 
por la otra, puestas las escalas, subieron los 
españoles con gran presteza en lo alto de la 
muralla, y mataron los que allí estaban, que 
eran los menos, y mataron la mayor parte de 
los franceses que defendían la parte del muro 
derribado. Fué todo hecho con tan gran dili- 
gencia y presteza, que veyendo Menaldo las 
cosas perdidas y quebrada su braveza y so- 
berbia tan presto y con tanta ventaja, aun- 
que él y los franceses que allí estaban ha- 
bían peleado como varones, Londoño, aquel 
alférez que dijimos, fué el primero que puso 
la bandera en el muro, y don Alonso de So- 
tomayor el primero que se juntó peleando 
con Menaldo, el cual suplicó á don Alonso le 
otorgase la vida, y se dejó atar las manos 
como un hombre fuera de sentido. Fué luego 
traído Menaldo atado ante Gonzalo Hernán- 
dez, al cual habló desta manera, mandándolo 
desatar: «Muy espantado estoy de vos, señor 
Menaldo Guerra, que tantas cosas han pasa- 
do por vos querer defender una cosa tan 
errada y fuera de razón de hombre cristiano, 



DEL GRAN CAPITÁN 



295 



y fuera de todo buen juicio, sin temor de la 
sentencia del Vicario de Dios, cuya esta for- 
taleza es, y temer la muerte del cuerpo ni del 
alma, que tan cierta os estaba, y perseverar 
en cosa tan fuera de capitán ni de hombre de 
guerra, ni de cristiano, y más seyendo espa- 
ñol, que nunca los de vuestra nación han sido 
traidores ni malos cristianos, y sobre todo 
ser tan confiado que ni temíades á los hom- 
bres ni á Dios, pues á su Vicario teníades en 
tan poco». Menaldo le respondió: «Señor 
Gonzalo Hernández, los hombres en esta vida 
sola una opinión han de tener, y servir con 
fidelidad á su señor, como yo he hecho. Yo he 
hecho lo que debía, de cuya causa no soy 
vencido, pues hice todo mi poder». Luego 
mandó soltar á todos los franceses é italianos 
que con él estaban que se fuesen libres 
adonde quisiesen, sin que les fuese hecho 
mal alguno, y escribió al Papa enviase Su 
Santidad á quién se entregase aquella forta- 
leza; lo cual así fué hecho, quel Papa invió 
un caballero español, á quien se entregó, y 
la tuvo por el Papa como antes estaba. 

CAPÍTULO X 

De lo que Gonzalo Hernández hizo después 
que se entregó aquella fortaleza de Ostia á 
la persona que su Santidad mandó. 

Dejado esto á muy buen recaudo, Gon- 
zalo Hernández se partió derecho á Roma á 
besar los pies al Papa, llevando consigo á 
Menaldo. El Papa mandó que todos los del 
estado seglar, como del eclesiástico, le salie- 
sen á recibir. Salíaii todos, hombres y muje- 
res, que ninguna persona quedó en la cibdad: 
lo uno por ver á Gonzalo Hernández, de quien 
tantas cosas habían oído decir, y por ver 
aquel tirano cruel, de quien tanto mal y daño 
habían recibido. Iban todos, hombres y muje- 
res, dando grandes voces publicando la gran- 
de alegría, beneficio y provecho que de aquel 
triunfo recebían. Fué reputado aquel triunfo 
por mayor quel que el gran Pompeyo de Mitrí- 
dates Rey de Ponto, y que el de Scipión de la 
gran Cartago; porque aquéllos triunfaban de 
las provincias y reinos lejos de Roma, á quien 
los romanos conquistaban; mas este era muy 
mayor, que triunfaban del enemigo que á 
ellos en su misma cibdad les hacía cruel gue- 
rra. Salieron todos los romanos por su orden 



y las mujeres mostrando la alegría que tenían 
en sus corazones. Iba Menaldo con tan terri- 
ble catadura y gesto tan temible y feroz, que 
daba á entender que, aunque era vencido, no 
del todo era domada su saña y crueldad. Tras 
éste iba Gonzalo Hernández con la gente de 
guerra. Fué llevado este tan deseado triunfo 
por medio de Roma, con todos los géneros 
de instrumentos y ministriles, y géneros de 
placer que se pudieron hallar para mostrar 
la alegría que los cibdadanos romanos reci- 
bían en ver aquel tirano. Como iba luego la 
infantería española, y tras ellos la caballe- 
ría, por todas las calles adonde pasaban los 
echaban todos muchas bendiciones, alabán- 
doles y ensalzando á España que tales hom- 
bres había criado. Fueron derechos al palacio 
,sacro, adonde el Papa los estaba esperando 
en una silla. Estaba sentado en bajo de un 
dosel, á do estaba todo el CoUegio de los Car- 
denales. El Papa se levantó á recebir á Gon- 
zalo Hernández, el cual se le humilló y le besó 
los pies. Luego el Papa se levantó y lo abra- 
zó y le besó en el carrillo, y le hizo un grande 
razonamiento, en que le loó mucho por ha- 
ber traído á Roma aquel tirano y haber traído 
tanta abundancia de todas las cosas á la cib- 
dad. A todas las cosas que el Papa en su loor 
dijo, ninguna cosa respondió, sino que le su- 
plicaba que, según la religión cristiana, fuese 
Menaldo perdonado. El cual con tanta humil- 
dad pedía perdón, el cual estaba echado á 
sus pies, y que le hiciese merced que los ve- 
cinos de Ostia por los trabajos y sacos pasa- 
dos gozasen de diez años de libertad y que 
no pagasen pechos ni imposiciones. Lo cual 
todo fué otorgado, y á Menaldo dio Gonzalo 
Hernández con que se fuese adonde quisiese. 
Habiendo dado Menaldo á Gonzalo Hernán- 
dez muchas gracias, le dijo: «Sólo un consuelo 
llevo que alivia en alguna manera mi contraria 
fortuna: ser vencido por vuestra excelencia, 
que merece vencer á todo el mundo, y no 
quiero decir más, porque no piense que quie- 
ro ganar con él gracias». Gonzalo Hernández 
respondió á las buenas palabras quel Papa 
le dijo: «Para tan pequeño servicio, Santísi- 
mo Padre, muy grande es la satisfacción que 
Vuestra Santidad hace conmigo». El Papa le 
ofreció todo lo que pudo, y le daba mucho 
más; mas él ninguna cosa quiso tomar. Supli- 
cóle se acordase de le inviar á mandar las 
cosas de su servicio. 



296 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPÍTULO XI 

De cómo Gonzalo Hernández se partió de 
Roma y se volvió para el Rey Federico, que 
lo había enviado á llamar. 

Estando en Roma Gonzalo Hernández, re- 
cibió cartas del Rey Federico, en que le hacía 
saber cómo los de Rocaguillerma se habían 
rebelado por Francia; que le rogaba, pues ya 
era concluido lo de Ostia, se viniese para él 
á la cibdad de Ñapóles. El cual vistas las car- 
tas y recebida licencia del Papa, se fué dere- 
cho á Rocaguillerma. Aquella villa está pues- 
ta en una cuchilla de una sierra, entre Vena- 
fro y Pontecorvo. Ninguna cosa se daban, 
aunque vían la pérdida y muerte de los fran- 
ceses. Gonzalo Hernández era tenido y que- 
rido mucho por su clemencia, humanidad y 
piedad, de amigos y enemigos, y con los re- 
beldes quería antes probar su clemencia que 
el rigor de las armas, y para este efecto ponía 
mucho cuidado y muchas más cosas hacía con 
esta virtud que no por las armas, y desta causa 
tomaban todos por partido de probar antes su 
clemencia, que no el rigor de las armas de un 
capitán invencible. Llegado á Rocaguillerma 
Gonzalo Hernández, les envió á decir que se 
diesen, que él sería muy buen tercero para 
quel Rey los perdonase. Ellos le respondieron 
con gran soberbia que ellos le quitarían de 
aquel trabajo de rogar nada al Rey; que hicie- 
se todo lo que pudiese, y vería que no eran 
como los otros pueblos apocados y cobardes, 
que se le habían rendido; que ellos solos ha- 
bían de quedar en la amistad y fe francesa, y 
jamás en la de la Casa de Aragón. 

Era aquella villa muy fuerte, y estaba muy 
proveída de todas las cosas necesarias para 
la guerra y muy buena gente en ella, así los 
de la tierra como los franceses. Desmandá- 
ronse en algunas palabras soberbias que con- 
tra los españoles dijeron. Gonzalo Hernández 
mandó darles un asalto, el cual se les dio y con 
mucho ánimo, y hubo de dentro tanta resis- 
tencia, que no les pudieron entrar de aquel 
asalto, aunque quedaron tan espantados que 
perdieron la mayor parte de su soberbia. 
Gonzalo Hernández les habló á los soldados, 
y les dijo: «Bien sé yo, compañeros, que no 
hay necesidad de os decir palabras, á quien 
tan bien sabe mostrar las obras. Yo os rue- 
go que vean estos franceses la ventaja que 



nuestra nación les hace. Yo os doy mi fe que 
hasta que Rocaguillerma se tome, con la ayu- 
da de Dios, que ni yo, ni persona de todo 
este campo, ha de comer bocado, ni beber 
gota de agua ni vino; y allá dentro hemos 
dentrar á comer». Mas visto por los de den- 
tro, que se les aparejaba de les dar otro asal- 
to, y que la misma persona de Gonzalo Her- 
nández iba en los delanteros, con una espada 
y una rodela, y cada un soldado pensaba de 
le pasar delante, atemorizados los de dentro, 
todos de común consentimiento hablaron en 
partido, en que los dejasen estar seguros en 
sus casas sin les hacer mal alguno. Gonzalo 
Hernández lo quisiera mucho, mas los solda- 
dos estaban muy afrontados de las palabras 
soberbias que habían dicho y el mal trata- 
miento que desdel muro les habían hecho de 
palabra. Por los cuales respondió un soldado, 
y dijo: «Ilustrísimo señor, alguna vez os ha- 
bíamos de salir de obediencia, y sea ésta, 
seyendo tan justa, que tan bien dañg á los 
malos y rebeldes la mucha clemencia como la 
poca á los buenos». Y dijo á grandes voces: 
«Ea, compañeros, conozcan estos rebeldes 
qué son españoles». Y juntamente les dieron 
el asalto, y con tanto ímpetu j esfuerzo, que 
los entraron. A éstos los saquearon, sin de- 
jarles hacienda, ni soberbia, de la que antes 
tenían. Gonzalo Hernández mandó castigar á 
los culpados, así franceses como á los de la 
villa, y dejando aquella villa á buen recaudo, 
y los soldados en sus alojamientos, se fué 
para el Rey á la cibdad de Ñapóles, del cual 
y de toda la cibdad fué recebido con tanta 
alegría como si de nuevo les hobiera dado la 
vida. El Rey lo abrazó y besó en el carrillo, y 
después de le haber hecho gran recebimiento, 
le hizo merced del ducado de Terranova y 
Santángelo, con el monte Gargano y sus tie- 
rras, con un privilegio que decía así. 

CAPÍTULO XII 

Del privilegio quel Rey Federico dio á Gonzalo 
Hernández. 

«Don Fadrique de Aragón, Rey de Ñapóles y 
dejerusalen, por cuanto la principal y más es- 
cogida de todas las virtudes es la liberalidad, y 
fué siempre necesaria á los reyes, que en nin- 
guna manera se puede por ellos menospreciar, 
yes tan grande que con mucho cuidado sedebe 



DEL GRAN CAPITÁN 



297 



buscar, de donde se sigue que nos, cuyos an- 
tepasados sobrepujaron en hacer bien y mer- 
ced, no solamente á los Reyes que hoy son, 
mas á toda la antigüedad y memoria de los 
buenos príncipes y emperadores, y por, ello 
debemos esforzarnos con mucho cuidado y di- 
ligencia con las mesmas virtudes pasar ade- 
lante á los otros, si como los merecimientos y 
virtudes de Gonzalo Hernández de Aguilar é 
de Córdoba, illustre y fortisimo varón, gran 
capitán de armas délos Serenísimos Reyes de 
España hayan seído tales á nos é á don Fer- 
nando, Rey de Sicilia segundo, nuestro muy 
caro sobrino, hobimos por bien de loar el sin- 
gular esfuerzo y excelencia de ánimo del di- 
cho Gonzalo Hernández y de lo enoblecer con 
soberanos ornamentos de honra y de fortuna; 
y desta causa convie'ne de esforzarnos que el 
resplandor de nuestra liberalidad en este hom- 
bre esclarecido resplandezca de manera que 
pensemos no en tanto acrecentar su hacienda, 
cuanto en ganar para nos la alabanza desta 
virtud de la liberalidad; mayormente como los 
príncipes por todos son estimados por tales 
cuales son aquellos á quien ellos han por bien 
de hacer mercedes y beneficios, pues ¿qué po- 
demos decir deste tan gran varón que lo po- 
demos igualar con sus alabanzas, dejemos su 
buena voluntad, amor y acatamiento que nos 
ha tenido en el tiempo de nuestra adversidad? 
¡Con qué grandeza de esfuerzo, con qué saber 
de guerra, con qué consejo, con cuánta pro- 
videncia, con cuánto peligro de su vida quitó 
tan presto de las manos de los crueles france- 
ses todo este reino, y lo puso so nuestro pode- 
río, como quier que libremente debemos con- 
fesar que de todo ello somos deudores á aque- 
llos invitíssimos Rey y Reina, padre y madre 
nuestros, que con su favor esta guerra france- 
sa tan feroz, dañosa y peligrosa ha seido aca- 
bada; mas el esfuerzo, lealtad y bondad, con- 
sejo, gravedad del dicho Gonzalo Hernández 
no menos nos ha ayudado que la grandeza y 
autoridad de los dichos Rey y Reina.Tanto que 
no solamente con gran razón creemos que nos 
fué por ellos inviado, mas que descendió del 
cielo para nos; y como sean tantos los méritos 
deste tan excelente varón, á los cuales cree- 
mos no poder satisfacer con el precio de nues- 
tra vida, por ende, aunque al dicho Gonzalo 
Hernández no es necesario, á nos es útil y ho- 
nestísimo honrarle de títulos y mercedes, re- 
munerándole de premios y honras, aunque él 



por su vergüenza y templanza singular no lo 
pida ni lo desvíe de los servicios y Vitorias á 
nos fechos. Son tantos; la Calabria, la Pulla y 
todo el otro reino; tantos son las villas yluga- 
res de Cosencia; tanto es el estrago que hizo 
cabe Murano; tanto es aquella hazaña dina de 
inmortal memoria de Laino; tanto es la vitoria 
que nos dio su venida en la Tela; tanto es 
otra vez la Calabria y Basilicata, que poco 
antes se había tornado á revelar; tanto es lo 
del duque de Sora; tanto es todo este nuestro 
reino; tantos son los enemigos vencidos y 
desbaratados, muertos y echados de todo el 
reino; son tan notables Vitorias; tantos somos 
nos mesmos del esfuerzo de su corazón y las 
cosas por él noblemente hechas, no las habe- 
mos sospechado mas experimentado; no pen- 
sado, mas las sabemos; no las habemos oído, 
más visto, así que de la liberalidad de nuestro 
ánimo y debido gradecimiento queremos que 
dé testimonio este nuestro privilegio, con el 
cual queda para los venideros perpetua me- 
moria y demostración de nuestro amor, gracia 
y buena voluntad que tenemos al dicho Gon- 
zalo Hernández y á sus hijos y á nuestro rei- 
no próspero y favorable, lo acrecentamos y 
facemos Duque de Terranova é Duque de 
Santángelo, con todas sus tierras, cibdades é 
villas é lugares é fortalezas». 

CAPÍTULO XIII 

De lo que Gonzalo Hernández hizo después que 
volvió á la cibdad de Ñapóles para el Rey 
Federico. 

Vuelto que fué Gonzalo Hernández á Ñapó- 
les recibió cartas del Rey don Fernando y de 
la Reina doña Isabel, que pues ya aquel reino 
por su buen esfuerzo y por la voluntad de 
Dios estaba pacífico, que le rogaban se vinie- 
se en España para ellos; porque tenían nece- 
sidad de comunicar con él algunas cosas, y 
para que les diese cuenta muy particular de 
las cosas acaecidas, y para gozar y ver su 
persona, que tanto deseaban ver. Gonzalo 
Hernández se despidió del Rey para se partir 
á Sicilia y de allí se ir á España, quedando to- 
dos los de aquel reino muy tristes como si 
se vieran ya en poder de sus enemigos, ha- 
ciendo todos muchos llantos, y principalmen- 
te las mujeres, porque se apartaba de aquel 
reino un tan valeroso capitán que tanto cui- 



298 



CRÓNICA MANUSCRITA 



dado tenía de la honestidad y limpieza de las 
mujeres. Hacían en todo el reino muy gran 
sentimiento. 

Pues llegado á Sicilia, vinieron á él de todo 
aquel reino á se quejar del Virrey Juan de 
Lanuza, porque gobernaba aquel reino muya 
su voluntad, y las sacadas del trigo se sacaban 
con mucha negligencia y con pérdida del Rey 
y provecho ajeno, y con gran pérdida de las 
rentas reales. Los sicilianos se holgaron ex- 
trañamente con Gonzalo Hernández, porque 
los desagraviase de los malos tratamientos 
que del Virrey recebían. Oído esto por Gon- 
zalo Hernández mandó llamar á Cortes en la 
cibdad de Palermo, y en breves días, con aque- 
lla su grande autoridad y providencia y tem- 
planza tan moderada, acabó y remedió todas 
las cosas de aquel reino cumplideras al rei- 
no; y con mucha gravedad y severidad per- 
suadió ájuan de Lanuza que amorosamente 
gobernase aquel reino, de que todos queda- 
ron muy contentos. Pues dejado aquel reino 
muy pacífico y contento, según cumplía al ser- 
vicio de los Reyes de España, estando para se 
embarcar, fué llamado por el Rey Federico 
con grandes ruegos, y visto esto, luego se 
partió para allá. Al cual halló en campaña de 
aquella parte del río Silano, con su ejército 
que tenía cercado á Diano; porque aquellos 
eran vasallos del príncipe de Salerno, de la 
Casa de San Severino, y favorecían la parte 
francesa. Estos solos entre todos los otros 
aún no tenían perdida la esperanza que ha- 
bían de ser socorridos de las armas france- 
sas, que- los esperaban que habían de venir á 
renovar la guerra, y esforzábanse en la mucha 
y buena gente que tenían y en las muchas vi- 
tuallas y municiones y aparejos de guerra que 
tenían, y el sitio de Diano, que era muy fuerte, 
así de su natura como de muy fuertes muros; 
y más pensando que Gonzalo Hernández era 
ya vuelto en España, y pensaban ganar honra 
en ser solos ellos los que perseverasen en la 
fe y lealtad de la Casa de Francia, y que ha- 
biéndose todos los otros rendido al Rey ven- 
cedor, ellos solos hobiesen mantenido la fide- 
lidad que á Francia tenían. 

Llegado el Gran Capitán trabajó con cuan- 
tas maneras pudo de convertir álos de Diano 
con el Rey Federico; mas todo fué por demás, 
porque estaban tan locos y tan obstinados 
que ninguna condición que Gonzalo Hernán- 
dez les ofreció, llenas de muy grande huma- 



nidad, quisieron aceptar. Tanto que fué nece- 
sario tomar las armas. Fueron los soldados y 
gente de caballo repartidos en dos partes por 
mandado de Gonzalo Hernández, y plantóse la 
artillería y hiciéronse las trincheas y los fosos 
que cubrían á los que daban el asalto. Duraron 
estos combates algunos días. Cada día crecía 
más la furia y codicia de los españoles por go- 
zar de la presa de los de dentro, yestabanmuy 
afrentados, que delante del Rey Federico les 
haber resistido tanto los enemigos. Los cerca- 
dos, con esperanza del socorro que cada día 
esperaban, porque así se lo habían hecho sa- 
ber, y con temor del castigo y saco, peleaban 
y defendían aquella plaza con grande ánimo; 
mas los soldados los apretaron de tal manera 
que ya estaban más mansos y más confiados 
de la humanidad y clemencia de Gonzalo Her- 
nández, le suplicaron que usase con ellos de 
su acostumbrada clemencia y de su antigua 
humanidad con que era tan loado sobre todos 
los capitanes antiguos y presentes. Gonzalo 
Hernández trabajó con el Rey Federico los 
perdonase, lo cual él hizo por ruego de Gon- 
zalo Hernández, aunque tenía mucha gana de 
les castigar. 

Los soldados estaban muy afrentados, así 
de la soberbia de los de Diano como de las 
vanas palabras que habían dicho; estaban de- 
terminados de los saquear y castigar á los dia- 
neses, mas Gonzalo Hernández se lo rogó mu- 
cho y les prometió de les satisfacer gran par- 
te de lo que allí habían de haber; y con esto 
cesaron de los saquear y castigar, que tan 
bien lo merecían. 

CAPÍTULO XIV 

De cómo Gonzalo Hernández se partió para 
España, cm lo que más aconteció. 

Pues vuelto Gonzalo Hernández á su arma- 
da y embarcado, llevando consigo los capita- 
nes así de caballo como de infantería que ha- 
bían hecho cosas muy señaladas en la guerra, 
para que en España gozasen del fruto de sus 
hazañas tan señaladas que habían hecho, se 
partió para España, y llegado en ella fuese de- 
recho á la Corte. Sabido por los Reyes, man- 
daron á todos los grandes y señores de la 
Corte le saliesen á recebir; y apeado en pa- 
lacio el Rey bajó al patio á lo recebir y Id 
abrazó y besó en el carrillo y le dijo: «Duque, 



DEL GRAN CAPITÁN 



299. 



debemos os tanto que jamás lo podremos pa- 
gar por la grande honra que á nosotros y á 
nuestros reinos habéis dado». El Duque se le 
humilló y le quiso besar las manos, mas el 
Rey nunca se las quiso dar y le dijo: «Vamos 
á la Reina, que os está esperando con gran 
deseo de os ver, y se le hace muy tarde». Su- 
bidos arriba, la Reina salió de la sala hasta la 
escalera, y jamás consintió que le besase la 
mano, antes lo abrazó y le dijo:- «Vos seáis 
muy bien venido, Gran Capitán». El cual nom- 
bre de grande jamás se le quitó, porque en 
todas partes y en todas las naciones, así de 
cristianos como de turcos é infieles, es llama- 
do por este nombre. El cual renombre los grie- 
gos dieron á Alejandro, hijo de Filipo, Rey 
de Macedonia, que fué llamado Alejandro 
Magno, que quiere decir Grande; y los roma- 
nos á Neyo Pompeyo, que fué llamado el Gran 
Pompeyo; y los franceses á Carolo, hijo de 
Pipino, que le llamaron Carolo Magno; y por 
las letras divinas y humanas de que fué dota- 
do Alberto, maestro de Santo Thomás, fué 
llamado Alberto Magno. Cada uno destos ca- 
pitanes alcanzaron este nombre por los gran- 
des hechos que en armas hicieron. Alejandro 
conquistó la Asia y gran parte de África y 
mucha parte de Europa al setentrión. Pompe- 
yo sujetó al pueblo romano muchos reinos y 
triunfó de aquel gran Rey Mitrídates; Carolo 
Magno por las grandes victorias que hubo 
contra los infieles en favor de la Iglesia roma- 
na, y los españoles y romanos dieron este re- 
nombre á Gonzalo Hernández, que le llamaron 
Gran Capitán ('). Gonzalo Hernández, aunque 
en aquella sazón no tenía tanta renta como 
algunos Grandes de España, porque de su pa- 
dre don Pedro Fernández de Córdoba había 
heredado el mayoradgo don Alonso de Agui- 
lar, su hermano mayor, mas él por sus gran- 
des virtudes y valor de su personase trataba 
como el mayor señor del reino y era de todos 
querido y amado como si fuera el mayor en 
renta. 

CAPÍTULO XV 

De lo que en este tiempo hizo el Rey de Fran- 
cia, después que llegó á Aste. 

Entre tanto que esto pasaba, el Rey de 
Francia, después que hubo aquella batalla con 

(') Desdo aquí hasta el Andel capítulo está escrito en 
la margen. 



los venecianos cabe el río Taro, cerca de Par- 
ma, aportó á Aste, á do había dejado á su pri- 
mo Luis, Duque Urliens, que como dijimos es- 
taba allí para tener aquel paso seguro para 
cuando el Rey volviese-. El cual había tomado 
á Novara, una cibdad del ducado de Milán, 
con parte del ejército, la cual los franceses 
habían tom.ado al Duque Esforcia. Tenía esta 
cibdad el Duque de Urliens muy fortificada, 
así de gente de guerra como de todas las otras 
cosas necesarias. El ejército de venecianos, 
después de dada la batalla al Rey de Francia 
junto á Parma, se fueron á juntar con los es- 
forcianos para cobrar á Novara de poder de 
los franceses, por ser su confederado. Allí 
inviaron venecianos poderes y provisiones á 
Francisco de Gonzaga, Marqués de Mantua, 
que se intitulase su General. Lo cual como 
dijimos, hasta allí nunca le habían consentido 
tomar. Inviáronle las insinias y cetros que 
suelen llevar delante del los Capitanes gene- 
rales con toda aquella majestad acostumbra- 
da que aquella Señoría suele dar á sus Gene- 
rales. Tenía en aquella sazón el ejército de 
venecianos y esforcianos más de cuarenta mil 
hombres en campaña. Estos dos ejércitos fue- 
ron sobre Novara y la combatieron con mucho 
ánimo y perseverancia; mas el Duque de Ur- 
liens la defendió de manera que los dos ejér- 
citos se retiraron con mucho daño; porque 
el Duque de Urliens Luis era uno de los 
buenos capitanes que había en aquella sazón, 
y el mejor que había en Francia. Gonzaga te- 
nía tan apretados á los franceses, que pasa- 
ban mucho trabajo. 

El Rey de Francia inviaba muchas veces á 
decir al Duque de Urliens que él le socorrería 
con la más gente que pudiese, y echaba mu- 
chos que publicasen cómo venía grande ejér- 
cito de Francia, por hacer á Gonzaga aflojar 
el cerco; más Gonzaga estaba siempre firme 
en el cerco, y ya los tenía puestos en tanto 
aprieto, que los franceses comenzaron á tra- 
tar condiciones que á Novara restituirían al 
Duque Esforcia, y que venecianos y el Rey de 
Francia fuesen amigos. Este trato se concluyó 
á los dos meses que Novara fué cercada por 
Gonzaga, que fué por Noviembre del año de 
nuestra salvación de mil cuatrocientos noven- 
ta y seis años. En este mesmo año nació en- 
tre los franceses una muy grave* enfermedad, 
que son las bubas, y de aquí vino á llamarse 
el mal francés, porque los franceses lo pega-r 



300 



CRÓNICA MANUSCRITA 



ron en Italia, y de allí manó á otras provincias 
y reinos, que después de muchos y graves 
dolores nacían unas pústulas. Creyóse haber 
venido este mal de las Indias de España. 
Asentado esto de Novara, los franceses se 
fueron á Francia. 

CAPÍTULO XVI 

De lo que el Rey de Francia hizo después que 
supo cómo Gonzalo Hernández había cobra- 
do todo el reino de Ñapóles y vencido y 
muerto á los franceses, que en aquel reino no 
habían quedado ninguno dellos ni en toda 
Italia. 

Sabido por el Rey de Francia que Gonzalo 
Hernández había cobrado por fuerza de armas 
y vencido y muerto á los franceses que en 
aquel reino habían quedado, y cómo los otros 
que se habían embarcado habían corrido tor- 
menta, y que muy pocos, rotos y mal aventu- 
rados, habían vuelto á Francia, estaba muy in- 
dinado contra el Rey don Fernando de Espa- 
ña, así por los capítulos que Antonio de Fon- 
seca le había recitado por su mandado, como 
por haber Gonzalo Hernández ocupado el rei- 
na de Ñapóles y entregádolo al Rey Federico, 
sobrino del Rey Fernando, y echado de aquel 
reino á todos los franceses, y muertos como 
arriba se ha contado. También tenía muy 
grande indinación contra los de la Liga. Co- 
menzó luego á aparejar grandes aparatos de 
guerra en todos sus reinos y señoríos, así en 
Francia, Bretaña, como en Borgoña, para ha- 
cer dos muy gruesos ejércitos: el uno para 
entrar por Perpiñán en Cataluña, y el otro 
para volver á Italia para cobrar aquel reino 
de Ñapóles y hacer guerra á los de la Liga. 

Estando aquel verano y parte del invierno 
ocupado en estas jornadas de guerra, estan- 
do un día en su palacio mirando cómo dos ca- 
balleros jugaban á la pelota, se le comenzó á 
desvanecer la cabeza, y llevado á su aposen- 
to y hechos algunos remedios, estuvo bueno 
y tornó á ver el juego antes comenzado. Y 
estando allí tornóle á crecer aquel desvane- 
cimiento del celebro y fué á caer á una parte 
de aquella sala, adonde dende á poco dio la 
alma á Dios. Esto fué entrando el año de mil 
cuatrocientos noventa y siete años. Murió de 
edad de veinte y cuatro años y á los quince 
años de su reinado, y á los tres años que 
había ocupado el reino de Ñapóles. 



Este mesmo año murió en la cibdad de Sa- 
lamanca don Juan, Príncipe de Castilla. Luego 
fué alzado por Rey el Duque de Urliens, Luis 
su primo, que dijimos haber quedado en Aste 
cuando el Rej^ Charles pasó á Ñapóles. 

CAPÍTULO XVII 

De lo que Luis duodécimo, nuevo Rey de Fran- 
cia, hizo después que fué alzado por Rey. 

Luego que el nuevo Rey de Francia fué alza- 
do por Rey, Luis duodécimo, que fué entrando 
el año del Señor de mil cuatrocientos noventa 
y siete años,losvenecianos hicieron liga con él 
y amistad, de lo cual pesó mucho á Ludovico, 
Duque de Milán, y tuvo gran temor de lo que 
después sucedió. El Rey Luis invió cartas á 
todos los señores de Italia haciéndoles saber 
su eleción y sucesión en aquel reino, salvo al 
Duque de Milán, que nunca le escribió; y en 
todas las cartas y provisiones que escrebía se 
ponía é intitulaba Rey de Francia y Duque de 
Milán. Esta liga fué hecha contra Ludovico, 
Duque de Milán. Entraban en esta liga el Papa 
Alejandro, venecianos y florentinos, con las 
condiciones siguientes: que al Rey de Francia 
se adjudicase el Ducado de Milán; á venecia- 
nos, la cibdad de Cremona; á César Borja, hijo 
del Papa Alejandro, se adjudicase la Romanía 
y Marca de Ancona y la Umbría que es ('). 

El cual habiendo muerto cruelmente á su 
hermano el Duque de Gandía, había desecha- 
do el capelo de Cardenal y se había casado en 
Francia con madama Carlota, hija de mos de 
Labrit, un gran señor de Gascuña, parienta 
muy cercana del Rey de Navarra, y le diesen 
ayuda y favor con el cual desterrasen toda la 
casta de los antiguos Príncipes de Romanía y 
Ancona y de la Umbría, y él se hiciese Prínci- 
pe y señor de aquellas tres provincias. 

Entendido esto por el Duque de Milán, se 
confederó con Maximiliano, Rey de Romanos, 
para que por la parte de Alemana hiciese gue- 
rra al Rey de Francia, y despachó luego un 
embajador á Bajazeto, gran turco, haciéndole 
saber cómo el nuevo Rey de Francia Luis 
duodécimo se había confederado con venecia- 
nos y otros Príncipes y señores, y estaba el 
dicho Rey determinado de pasar á Italia con 
ayuda de los de la Liga, para desde allí hacer- 

(' Faltan algunas palabras. 



DEL GRAN CAPITÁN 



301 



le guerra por la banda de la Velona. Tras este 
embajador vino otro al mesmo turco de parte 
de los florentines, avisándole cómo los vene- 
cianos estaban con el Rey de Francia confe- 
derados en hacerle la guerra; porque á esta 
sazón estaban muy mal los florentines con ve- 
necianos sobre la cibdad de Pisa, que los flo- 
rentines habían ocupado y metido en su se- 
ñorío. Asimesmo fueron otros embajadores 
al turco de otros señores y potestades de 
Italia que estaban mal con el francés y vene- 
cianos, avisándole de lo mesmo, y trabajaban 
de lo indinar con ellos, porque teniendo vene- 
cianos la guerra en casa dejasen la de fuera. 

CAPÍTULO XVIII 

De lo que Bajazeío, gran turco, hizo después 
que fué avisado de lo que el francés y vene- 
cianos querían hacer. 

Bajazeto mandó luego hacer una muy grue- 
sa armada, mayor que ninguno de sus pasados 
jamás había hecho y (') hiciesen muy cruda 
guerra á venecianos; y hinchó el arcipiélago 
de galeras y inviaron otra armada con Anto- 
nio Grimaldo, que porque no toca á la histo- 
ria se queda. Pues Bajazeto mandó á Escan- 
der, bajá Sanjaro de Esclavonia, entrase por 
tierra de venecianos y les hiciese todo el daño 
que pudiese y no parase hasta ver las lagunas 
y torres de Venecia. Luego que Luis Rey de 
Francia hobo el reino, dejó á su mujer, que 
era hermana del Rey Carlos su predecesor y 
su primo, diciendo que era estéril y no podía 
empreñar por defetos que para ello tenía, y 
casó con madama Ana, mujer del mesmo Rey 
Carlos su primo y predecesor, que era única 
heredera de aquel estado del ducado de Bre- 
taña, de donde aquel ducado quedó en la Casa 
de Francia hasta hoy. 

Luego adelante en el año de mil cuatrocien- 
tos noventa y nueve años, el Rey de Francia 
hizo en sus reinos y señoríos un muy grueso 
ejército y lo invió sobre el ducado de Milán, 
diciendo que le pertenecía por parte de su 
madre, que fué hija del señor Juan Galeazo, 
Duque de Milán, aunque era por parte de mu- 
jer; mas el cierto desino era por tener las es- 
paldas seguras para ir á conquistar el reino 
de Ñapóles, no le aconteciese como á Carlos 

(I) Parece faltan palabias. 



SU predecesor. El ejército del francés fué 
derecho á Aste, que estaba por los franceses 
desde la otra jornada, y de allí á Alejandría 
de la Pulla sin hallar resistencia alguna, y to- 
maron algunas otras plazas. 

CAPÍTULO XIX 

De cómo el Rey Luis de Francia tomó al Du- 
que Ludovifo de Milán todo su estado y á él 
le llevó preso á Francia, 

El Duque de Milán, que no tenía caudal para 
resistir al francés, ó sea porque no halló en 
Milán tan buenas voluntades como quisiera y 
el tiempo lopídía, y más viendo tan cerca de 
sí á dos ejércitos tan pujantes como el de los 
franceses y venecianos, tomó todas las rique- 
zas y tesoros que tenía y pudo haber, y lle- 
vando consigo á Ascanio Esforcia, su herma- 
no, Sk^. fueron á Alemana, llevando consigo á 
su mujer y hijos. Se fueron para Maximiliano 
dejando la fortaleza á muy buen recaudo, y 
por alcaide della á Bernardo Curcio, natural 
de Pavía. Y viendo que los dos ejércitos lle- 
gaban cerca, habló á los de Milán diciéndoles 
que él iba á Alemana á traer un muy grueso 
ejército contra los franceses y sus aliados; 
que no perdiesen la esperanza, que él volve- 
ría presto y los socorrería, y fuese á Alemana. 
Los franceses tomaron la cibdad de Milán y 
las otras plazas en derredor, y dende á pocos 
días el alcaide dio la fortaleza á los venecia- 
nos, seyendo su capitán Nicolao Ursino, Con- 
de de Petillán. Ocuparon á Cremona y otras 
algunas tierras de aquel estado de Milán, por- 
que así estaba concertado entre ellos y los 
franceses. Maximiliano tenía entonces muy 
cruda guerra con los suizos, en la cual no pe- 
leaban sobre hacienda ni señorío, sino sobre 
las vidas; en la cual guerra murieron muchos 
de ambas partes. Algunos quisieron decir, y 
aun se tuvo por cosa muy cierta, quel Rey de 
Francia había tenido formas de revolverá los 
suizos con Maximiliano; porque ocupado en 
aquella guerra no socorriese al Duque de Mi- 
lán, ni hiciese guerra á Francia. Bajazeto 
mandó á sus bajaes que una armada fuese 
contra la Morea á conquistar tierra de vene- 
cianos y otra á Italia por deshacer aquella liga 
dentre ellos y el francés. Adonde saquearon 
los turcos muchos lugares de aquella señoría 
y captivaron muchos cristianos; mas ellos ja- 



302 



CRÓNICA MANUSCRITA 



más dejaron lo comenzado, tanta era la codi- 
cia de acrecentar su estado cabe casa. Había- 
les tomado el turco la isla de Chafalonia á la 
entrada del mar de Venecía, y aunque algu- 
nas veces venecianos habían ido sobre ella y 
la habían combatido, jamás la habían podido 
cobrar. 

En este tiempo César Borja, Duque de Va- 
lentinois, de quien antes dijimos que había 
dejado mucha renta que tenía por la Iglesia 
siendo Cardenal y había casado en Francia y 
era capitán de la Iglesia, y queriéndose hacer 
señor de Romanía y la Marca de Ancona, hacía 
muy cruel guerra á aquellas tierras, encendió 
en Italia un fuego que se prendió en Italia, que 
duró muchos años, seyendo ministro del este 
César Borja, hijo del Papa. 

CAPÍTULO XX 

Cómo el Duque de Milán tornó á cobrar su 
estado y echó á los franceses del. 

Cuando el Rey de Francia ocupó el ducado 
de Milán dejó allí por gobernador á jacobo 
Triulcio, aquel que arriba dijimos que se pasó 
para él cerca de Ñapóles. Este Triulcio era 
vecino de Milán y capitán del Rey de Francia. 
Este siempre trabajaba que los franceses se 
templasen en las cosas de la castidad de las 
mujeres, y en el tratamiento de los huespedes 
y en los malos tratamientos que aquella na- 
ción siempre acostumbra á hacer. Mas no les 
pudo poner tanta regla que los franceses no 
hiciesen muchos desaguisados y afrentas á los 
de aquella cibdad y muchas fuerzas, porque 
son gentes que en las cosas de su apetito y 
contentamiento no miran lo de adelante ni lo 
que les puede venir sobre ello. Pues no pu- 
diendo los milaneses sufrir la tiranía de los 
franceses, comenzaron de se poner en armas 
é inviaron á llamar al Duque Ludovico que 
viniese á tomar su estado, que antes querían 
morir sobre ello que no sufrirla tiránica ser- 
vidumbre de los franceses-. Visto por Triulcio, 
aquel capitán y gobernador de aquel estado, 
trabajó cuanto pudo; mas nunca les pudo 
aplacar con cuantas maneras tuvo para ello. 
Los de la cibdad perseveraron en su deter- 
minación. Triulcio quisiera mucho sujetarlos 
y castigar los principales causadores de aquel 
motín, mas vio que eran pocos los que tenía 
para tan gran negocio, porque los quél "había 



inviado á llamar, así franceses como de los 
confederados, se tardaban y cada hora se m 
acrecentaban los del bando de Sforcia, según 9 
vio la cibdad pifesta en armas, y fuese á po- 
ner junto á la fortaleza con cuatro mil hom- 
bres de guerra que allí tenía, Y aun viendo 
que allí no estaba seguro se fué camino de 
Novara, para que desde allí, llamados los fran- 
ceses y confederados que estaba en Italia, 
volviesen á sujetar á Milán. Los de la cibdad 
inviaron á gran priesa á tornar á llamar al 
Duque su señor que tomara su Estado, que 
ellos morirían todos hasta que lo acabase de 
tomar. Sabido por el Duque el estado en que 
estaba el negocio, invió delante al Cardenal 
Ascanio Esforcia, su hemano. Los de Milán lo 
salieron á recebir con grande alegría y lo mes- 
mo hicieron los de Parnia y Pavía, que echa- 
ron á los franceses de sus tierras. 



Capítulo xxi 

De cómo el Duque Ludovico Sforcia cobró su 
estado y dio la batalla á los franceses. 

Los venecianos inviaron á gran priesa á 
Carolo Ursino, hijo de Virginio Ursino, con 
ejército, y éstos hicieron guerra á algunos 
lugares de aquel estado. Luego tres días 
adelante quel Cardenal Ascanio Esforcia en- 
tró en Milán, vino el Duque, el cual fué rece- 
bido con grandes alegrías y fiestas de gran- 
des y pequeños, ofreciéndole sus haciendas y 
personas y las vidas. Trujo consigo un buen 
ejército de suizos é italianos, y con este cam- 
po llegó á Pavía, y tomó algunos lugares que 
los franceses habían tomado con partidos que 
hacía. Aquel gobernador Triulcio juntó la gen- 
te que pudo de franceses y confederados, y 
caminando desde Plasencia para Aste saqueó 
algunos lugares; y pareciéndole que no tenía 
caudal de gente para pelear con el campa de 
esforcianos, porque en pocos días se había 
engrosado su ejército de mucha gente de gue- 
rra, y juntamente se le dio Novara. Los ve- 
necianos inviaron otro ejército con Nicolao 
Ursino, Conde de Petillán, á socorrer á los 
franceses, y que si acaso no se pudiese jun- 
tar con ellos hiciesen guerra á los esforcianos 
por la parte que pudiesen. Los franceses y 
esforcianos pelearon junto á Novara. Fué la 
batalla muy reñida por ambas partes. Los 
franceses llevaron alguna mejoría. 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



303 



El Duque esperaba cada día más soldados 
que le habían de venir de Milán; los franceses 
convidaron al Duque con la batalla tantas 
veces, hasta que el Duque se la presentó. 
Eran los más de su ejército suizos, como arri- 
ba dijimos; los que habían hecho la guerra á 
Maximiliano, Rey de romanos, que el Duque 
había traído á sueldo. Trabada la batalla en- 
tre los franceses y esforc¡anos,los suizos lleva- 
ban la retaguarda; los italianos, aunque pocos, 
llevaban la avanguardia, y acometieron á los 
franceses con gran corazón. Los capitanes de 
los suizos mandaron á su gente que no pelea- 
sen y se saliesen afuera, porque asi cumplían 
á su nación. Ellos se apartaron todos afuera. 
La causa fué porque los franceses les habían 
dado ciertas pagas adelantadas, porque en 
comenzándose la batalla se retirasen afuera 
y desamparasen al Duque, Los italianos pe- 
learon muy esforzadamente hasta que vieron 
la traición que los suizos hacían, que se co- 
menzaron á retraer con buena orden y vol- 
verse á Novara. En el cual retraimiento mu- 
rieron muchos italianos. Los suizos comenza- 
ron á se volver á su tierra. El Duque Esforcia, 
vista la traición que los suizos le habían hecho, 
y s« gente retraída á Novara, parecióle que 
si allí se retraía que lo cercarían, y no temía 
socorros tan presto. El con un criado suyo, 
mudados los hábitos, tomaron el camino 4e 
los suizos, y entre ellos comenzaron á ca- 
minar. 

CAPÍTULO XXII 

De cámo el Duque fué hallado enire los suizos 
y preso y llevado á Francia^ y el Cardenal 
Ascanio Esforcia con él, y tomado todo el 
estado de Milán. 

Los franceses se pusieron de una parte y 
de otra, y mandaron á los suizos pasasen por 
medio de uno en uno, y entre los postreros 
echaron mano del Duque y lo llevaron preso. 
Otros dicen que se levantó entre los suizos y 
franceses de&pués de la batalla una cuestión, 
y que los alemanes tenían consigo al Duque, 
y que después tratada entre ellos la paz fué 
con condición les entregasen al Duque, y les 
dejarían ir en salvo á su tierra; y esto se tuvo 
por cosa más cierta. De la una manera ó de la 
otra, el Duque vino en poder de los franceses, 
al cual pusieron en un caballo y lo llevaron á 
Milán á la fortaleza, que aún estaba por él. 



Los de la cibdad viendo á su Duque preso, 
luego dieron la cibdad. El ejército del Duque 
y el otro que venía en su socorro, visto preso 
al Duque, cada uno se fué á su casa por su 
parte, y los más fueron robados y muertos 
por los franceses. El Duque fué luego llevado 
á Francia y entregado al Rey Luis. 

Al tiempo que el Duque fué preso cerca de 
Novara, estaba su hermano Ascanio Esforcia 
en Milán. Sabida la nueva quel Duque su her- 
mano era preso y su ejército desbaratado, 
con algunos de caballo que pudo recoger de 
sus amigos, yéndose á poner en salvo, fué to- 
pado junto á Plasencia por Carolo Ursino y 
Soncino, capitanes de venecianos, los cuales 
vinieron contra el Cardenal. El, aunque vido 
la gran desigualdad, porque había más de 
cincuenta para uno, esperó como fuerte varón 
y peleó con ellos, y seyendo vencido con tres 
de caballo se escapó de la batalla y se acogió 
á un castillo que cerca de allí estaba en la 
ribera del río Trebia. El castillo se llama Ri- 
palta; era de un caballero grande amigo del 
Cardenal, llamado Conrado Lamba, pensando 
valerse ó esconderse allí. Banzonio, aquel ca- 
pitán que dijimos, lo siguió; y luego vino Ca- 
rolo Ursino, y el Conrado entregó á aquellos 
dos capitanes y ellos lo llevaron y entregaron 
á venecianos, y ellos al Rey de Francia, que 
había inviado por él. Desta manera el Rey de 
Francia ocupó todo el estado de Milán, por 
tener seguro el camino para ir á conquistar 
el reino de Ñapóles, para lo cual aparejaba 
muy grande ejército por mar y por tierra en 
toda Francia, Borgoña y Bretaña, para pasar 
en Italia, como su predecesor había hecho. 
■Esto era ya en el año de rail y quinientos años. 

CAPÍTULO xxni 

De lo que el Gtan Capitán hizo después que 
vino en España. 

Pues llegado el Gran Capitán en España,, 
como dijimos, no se puede decir la alegría 
con que los Reyes Católicos lo recibieron; que 
sabido por el Rey don Fernando que era des- 
embarcado, dijo el Rey públicaníente delante 
de muchos grandes y señores: «Mucha más 
gloria ha adquirido el Gonzalo Hernández ala 
corona de España, habiendo ganado el remo 
de Ñapóles y dado á aquel su sobrino el JRey 
Federico, que nosotros en haber ganado el 



304 CRÓNICA MANUSCRITA 

reino de Granada y en haber echado á los 



moros de aquel reino y judíos, porque nos- 
otros teníamos la guerra en nuestros reinos 
y cabe casa, y éramos socorridos de los gran- 
des y vasallos de nuestros reinos, y en diez 
años que duró la guerra de Granada; y Gon- 
zalo Hernández en tierra extraña, lejos de 
nuestros reinos; y los franceses eran tan na- 
turales en Italia como en su mesmo reino, y 
los más Príncipes y potestades de Italia eran 
en favor del Rey de Francia, y siempre muy 
proveídos de todas las cosas necesarias y 
socorridos de gente de guerra, la cual tenían 
junto á Italia. El Gran Capitán mal proveído 
y tarde socorrido, y pocos contra muchos, y 
hubo la victoria dellos y los echó de todo el 
reino, y lo dejó pacífico al Rey Federico nues- 
tro sobrino». 

Otros muchos loores dijo del que bien pa- 
reció salir de entrañas muy fuera de lisonja. 
No tenía en este tiempo, que el Gran Capitán 
estuvo en España, tanta renta para que pu- 
diese igualarse con algunos señores principa- 
les de España, porque no había heredado de 
su padre sino poco, por ser don Alfonso Fer- 
nández de Córdoba y de Aguilar, su hermano 
mayor, el que había heredado el mayoradgo, 
mas con su estimación y valor se trataba 
como el mayor señor de España, así en el 
trato de su persona, casa y criados, como en 
las mercedes que siempre hacía. Porque en- 
tonces estaba contento y muy alegre cuando 
hacía merced á alguno. Pues habiendo algún 
día reposado, quiso la fortuna darle ocasión 
para que viesen en España su esfuerzo y pru- 
dencia; y fué que á los moros del reino de 
Granada les otorgaron los Reyes, cuando los 
sujetaron, ciertos capítulos, los cuales ellos 
de común consentimiento obedecieron; mas 
como son mudables y sin fundamento algu- 
no, levantáronse y rebelaron poniéndose en 
armas en el Albaizín, que es en aquella cib- 
dad una cosa y sitio muy fuerte y en él hasta 
diez mil vecinos. Tenían tratado en África con 
un Rey que esperaban que vernía de Berbe- 
ría, el cual los había puesto' en una vana es- 
peranza de los socorrer y traer gente para 
renovar la guerra, y tornar como él les escre- 
bía á ganar el reino de Granada; lo cual ellos 
tenían por muy cierto que vernía y los torna- 
ría á su estado que antes tenían, porque ha- 
bían desechado al Rey Muley-Bande-Hal- 
boazen. 



CAPITULO XXIV 



De lo que el Rey don Fernando hizo y enco- 
mendó al Gran Capitán el castigo de aque- 
llos moros rebeldes. 

El Rey don Fernando tuvo mucho cuidado 
pensando en qué pararía aquella rebelión y 
alboroto, y hizo llamamiento de los grandes 
así de Castilla como del Andalucía, que todos 
viniesen con la gente de caballo y de pie que 
pudiesen. Con que vinieron de Castilla el con- 
destable. Marqués de Viüena, Conde de Be- 
navente. Almirante, Duque del Infantadgo, y 
otros muchos señores y caballeros, y de la 
Andalucía vinieron el Duque de Cádiz y Conde 
de Ureña, don Alfonso de Aguilar, su herma- 
no, el Conde de Cabra, el Alcaide de los Don- 
celes y otros muchos caballeros que concu- 
rrieron á aquel llamamiento. Adonde concu- 
rrieron gran número de gente de caballo y de 
pie. Fué dado el cargo por común consenti- 
miento de todos al Gran Capitán, porque to- 
dos le obedecían como á la mesma persona 
del Rey. 

El Gran Capitán comenzó á entender en el 
orden que se debía tener, y mandó á su her- 
mano don Alfonso de Aguilar que llevase la 
avanguardia. Con palabras tan graves se lo 
mandó, que ni se acordaba ser su hermano, 
por usar del cargo que tenía. Tenía el Gran 
Capitán una virtud muy singular: que cuanto 
más le trataban y conversaban, en más le aca- 
taban y tenían; cosa á muy pocos concedida. 
Los moros, espantados y atemorizados de ver 
al Gran Capitán por caudillo de aquel ejército, 
al cual conocían mucho antes que fuese á lo 
de Ñapóles, porque él había sido muy grande 
y la principal parte para que se ganase aquel 
reino de Granada, y juntamente ver el gran 
caudal de gente que traía; y aunque en aquel 
campo había muchos capitanes y muy sabios 
en las cosas de la guerra, tomaron tan gran 
temor de ver por General al Gran Capitán, 
que perdieron la vana esperanza de conseguir 
el suceso que de África esperaban. A los cua- 
les fué el Gran Capitán, y los moros hubieron 
dello mucho placer, porque siempre habían 
conocido del ser tan bueno y piadoso, aun 
con los enemigos en la paz cuanto ninguno 
y bravo en la batalla. El Gran Capitán les 
habló y les dio á entender el poco fundamen- 
to y vana esperanza sobre que fundaba^ su 



DEL GRAN CAPITÁN 



305 



rebelión. Pues como ellos conociesen á este 
tan claro varón y oyeron su razonamiento, 
todos se le echaron á los pies y se le enco- 
mendaron que él hiciese con los Reyes las 
condiciones que fuese servido; y luego se rin- 
dieron y vinieron á pedir perdón á los Reyes, 
y se entregaron á su servicio, y toda la cib- 
dad quedó muy pacífica y sosegada como 
cuando más estuvo. Entonces vieron todos y 
los Reyes que igualmente ganaba los corazo- 
nes de los enemigos con su humanidad y cle- 
mencia como con las armas, pues con sus pa- 
labras y razonamiento había atraído aquella 
gente bárbara á lo que gustó sin ningún de- 
rramamiento de sangre y de otros gastos que 
en las guerras suelen seguirse. 



COMIENZA EL TERCERO LIDRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ, 
GRAN CAPITÁN, HIZO Á LOS REYES DE ÑAPÓ- 
LES Y FRANCIA. 

CAPÍTULO I 

De lo que el Rey Federico de Ñapóles hizo, sa- 
bida la armada que el Rey Luis de Francia 
tenía aparejada para ir á conquistar el Reino 
de Ñapóles. 

Pues sabido por el Rey Federico de Ñapó- 
les cómo el Rey de Francia Luis XII había pre- 
so al Duque de Milán y tomádole todo aquel 
Estado, y tenia aparejado un muy grueso ejer- 
cito para ir á tomar el Reino de Ñapóles, que 
su predecesor había perdido; visto también la 
liga y amistad que con venecianos había he- 
cho, tuvo gran temor de perder su reino; y 
como hombre ingrato á los grandes beneficios 
que de los Reyes de España había recebido, 
que mediante el Gran Capitán le habían resti- 
tuido en su reino, como la historia lo ha con- 
tado atrás, invió un embajador al Rey de Fran- 
cia para que tratase con él que cesase de la 
jornada que quería hacer contra su reino y le 
moviese grandes partidos. Quieren decir que 
el partido era que le daría en cada un año tan- 
tos mil ducados de parias. Para ello le daría 
muy buenas plazas en aquel reino, de que es- 
tuviese seguro de la paga; y más le daría paso 
por su reino para si quisiese ocupar por gue- 

C) únicas del Gran Capitán.— 20 



rra la isla de Sicilia, que por derecho antiguo 
dicen ser del reino de Francia, el cual está 
tres leguas de mar solamente de agua, que 
hay de Mesina en Sicilia áRijoles en Calabria, 
con otros, partidos que dijeron que le movía 
para conseguir su efeto; no mirando que si el 
francés ocupara la isla de Sicilia, que es de los 
Reyes de España, luego quisiera asimismo to- 
marle aquel reino de Ñapóles. Y juntamente 
invió otro embajador á los Reyes de España, 
sus tíos, á les hacer saber la guerra quel Rey 
Luis de Francia duodécimo quería hacer á 
aquel reino de Ñapóles, el cual si, lo que Dios 
no quisiese, él ganase, no se podría abstener 
sin que quisiese ocupar el reino de Sicilia, se- 
gún la gran codicia desordenada de aquella 
gente; rogándoles muy afectuosamente le qui- 
siesen ayudar, pues á ellos solos debía aquel 
reino, con otras palabras para les persuadir 
su intinción. Esto hacía él para después esco- 
ger el mejor partido que le contentase de los 
dos; mas sobre todo deseaba mucho quel Rey 
de Francia aceptase el partido que le movía, lo 
cual los dos Reyes Hernando y Luis luego su- 
pieron. 

capítulo II 

De lo que los Reyes de España hicieron des- 
pués que supieron la toma de Milán y la pri- 
sión del Duque Ludovico, y el ejercito quel 
Rey Luis de Francia tenia hecho para pasar 
á ganar el Reino de Ñapóles. 

Llamaron al Gran Capitán, al cual rogaron y 
mandaron aparejase luego el ejército que le 
paresciese en una muy buena armada, y se 
fuese con él á poner en Sicilia, para que si el 
ejército del Rey de Francia allá pasase, le hi- 
ciese la guerra, pues él solo había nacido para 
domar la soberbia de los franceses; que te- 
nían por muy cierto, seyendo Dios servido 
y la mucha justicia que la Casa de Aragón 
á aquel reino tenía, y más yendo su persona, 
que los franceses si allá fuesen serían rotos, 
vencidos y muertos; cuanto más que ellos te- 
nían por cierto que sabido por el francés que 
él estaba en Sicilia, que no pasaría allá. El 
Gran Capitán les respondió: que él esperaba 
en Dios y en su divina justicia y en la buena 
ventura de sus Altezas, de echar á los fran- 
ceses de Italia, cuanto más del reino de Ña- 
póles. El Gran Capitán puso luego por obra 
lo que le fué mandado, y con aquella su gran 



306 



CRÓNICA MANUSCRITA 



providencia mandó aparejar una flota caal 
para aquella jornada convenía en el puerto de 
Málaga. Pues estando ya todo á punto, se des- 
pidió de los Reyes y se fué á embarcar á los 
cuatro días de Julio. Llevaba trescientos hom- 
bres de armas, trescientos jinetes, ocho mil 
infantes muy escogidos, mil y ducientos de ca- 
ballo. Había en esta armada cuatro carracas 
de ginoveses bastecidas de todas las cosas 
necesarias para la guerra. La mayor dellas, 
que se llamaba la Camilla, era la capitana. 
Iban más treinta y cinco naos de carga, siete 
bergantines armados, más ocho galeras y cua- 
tro fustas. Iban con el Gran Capitán muchos 
caballeros y muy generosos, de los cuales 
adelante se hará mención. Pues partido el 
Gran Capitán de la cibdad de Málaga, llegaron 
á la isla de Ibiza, adonde tomaron refresco, 
quel Virrey les dio por espacio de tres horas. 
Están cerca de allí dos islas llamadas el Toro 
y la Vaca, adonde se había recogido un cosa, 
rio vizcaíno llamado Artache, que andaba cos- 
sario á toda ropa. Fué descubierto por Machi- 
nico, que iba delante de la armada descubrien- 
do. Sobresté cosario fué Martín de Santpedro 
con dos naos y lo rindió y lo trajo preso antel 
Gran Capitán. Al cual el Gran Capitán lo hizo 
capitán de infantería; el cual dio muy buena 
cuenta de aquel cargo con mucho ánimo y in- 
dustria, y la gente que consigo traía hizo ala- 
barderos para guarda de su persona, y sirvie- 
ron muy bien su cargo. 

De aquí se partieron y llegaron á Mallorca 
á los seis del dicho mes, víspera de Corpus 
Christi. Allí surgió el Gran Capitán y anduvo 
otro día en la procesión con mucha devoción, 
y acabada se tornó á embarcar. Da allí fué la 
armada á Callar, en Cerdeña. Allí tomaron re- 
fresco que les dio el Virrey de Callar; toma- 
ron la derrota de Mecina, en Sicilia, en el cual 
camino les sobrevino una gran calma, en la 
cual tardaron diez días, hasta que llegaron 
al paraje del volcán Lipari, adonde tomaron 
agua. Luego les vino muy buen temporal. Lle- 
gados á Sicilia desembarcaron en Mecina, 
cibdad principal de aquella isla, que, coniv^ 
dijimos, está tres leguas de Ríjoles, en Cala- 
bria. Tiene Mecina muy buen puerto y muy 
hondable, adonde llegan las carracas á tierra. 
Estaba en el aposento real el Conde de Go- 
tisomo ('), que lo tenía en tenencia, el cual 

(ij Este nombre est¿ enmendado y se lee mal. 



lo dejó al Gran Capitán y se pasó á otro apo- 
sento en la cibdad. 

CAPÍTULO III 

De cómo Pedro Navarro, que andaba cosario 
por la mar, con tormenta, aportó á Ríjoles, y 
lo trajeron preso antel Gran Capitán. 

Estando el Gran Capitán en Mecina le tra- 
jeron los vecinos de allí á Pedro Navarro, un 
cosario que con tormenta había allí aportado; 
el que después fué Conde de Olíveto, que an- 
dando cosario por la mar con tormenta había 
dado al través y había perdido toda su ropa. 
Solamente escaparon con él diez ó doce com- 
pañeros, por lo que todo lo otro con la cara- 
bela se había perdido. Sabido por el Gran 
Capitán la desgracia que le había sucedido, 
mandó que viniese adonde él estaba, y venido 
vio en él lo que adelante fué; y llegó á do el 
Gran Capitán lo recibió con mucho amor, ha- 
ciéndole muy buen tratamiento, diciéndole no 
tuviese pena de lo pasado, que ninguna cosa 
había en el mundo más continua que aquellas 
mudanzas que vía y que por ventura era por 
mejor lo que había sucedido. Luego le mandó 
proveer de dinero, ropa, bestias y de todas 
las cosas necesarias, y dende á pocos días le 
hizo capitán de quinientos hombres infantes; 
en el cual cargo dio tan buena cuenta que fué 
promovido á mayores cargos, hasta que á su- 
plicación del Gran Capitán los Reyes Católicos 
le hicieron Conde de Olíveto. En este tan fuer- 
te varón y de tanta industria ensayó la fortu- 
na su acostumbrada mudanza cuando ella 
quiere. Parecióse mucho este Pedro Navarro 
á Gayo Mario, capitán romano, porque en- 
trambos fueron de oscuro linaje; que Pedro 
Navarro fué peraile en su mocedad, y Gayo 
Mario hijo de un carpintero, que andaba en 
los reales con su padre ayudándole á hacer y 
labrar la madera para el real. Pedro Navarro 
venció algunas batallas y tomó villas, cibda- 
des y fortalezas, y vino á ser Conde de Olí- 
vete. Después fué capitán del Rey de Fran- 
cia y hizo cosas dinas de notar, y al fin murió ; 
viejo y preso en la fortaleza de Castilnovo, 
en Ñapóles, y dado un garrote. Gayo Mario 
tuvo guerras civiles con Lucio S la; fué siete 
veces cónsul, triunfó de los suizos y tudescos, 
prendió á lugurta y triunfó del, y al fin murió 
pobre y desterrado. En su lugar haremos mu- 
cha mención deste Pedro Navarro. 



DEL GRAN CAPITÁN 



307 



CAPÍTULO IV 

Cómo estando el Gran Capitán en Mecina fu¿ 
en ayuda de venecianos que iban á socorrerá 
Modón, en la Marea, que la tenían cercada 
turcos. 

Estuvo el Gran Capitán en esta cibdad de 
Mecina dos meses, que fueron Agosto y Se- 
tiembre, proveyendo todas las cosas necesa- 
rias para la guerra, en cabo de los cuales el 
Papa Alexandre que, como atrás dijimos, era 
Vicario en la Iglesia de Dios, invió al Gran 
Capitán una bula con muchas indulgencias, ro- 
gándole muy afectuosamente fuese en ayuda 
y socorro de venecianos, que batían ido en el 
socorro de Modón, una cibdad y fortaleza muy 
fuertes que aquella Señoría tenía en la Morea, 
que fué llamada antiguamente Peloponeso, 
que es en Grecia cosa muy importante á la 
cristiandad; á la cual tenían cercada los tur- 
cos, y la tenían puesta en mucho aprieto, por 
los desinos que atrás dijimos, que Bajaceto, 
gran turco, hacía por apartar al francés de la 
liga de venecianos. Y á este mesmo tiempo 
tuvo el Gran Capitán ruego y mandato de los 
Reyes Católicos para que fuese á hacer aquel 
socorro con venecianos en aquella jornada. 

CAPÍTULO V 

Cómo el Gran Capitán partió de Mecina en fin 
del mes de Setiembre del dicho año de mil y 
quinientos años. 

Dejó en Sicilia mucha gente de guerra y los 
más caballos que había traído. Iban por pilo- 
tos Juan de Lezcano, Riarán, Martín de Sant 
Pedro, aunque en esta armada iba por princi- 
pal piloto un s¡:iIiano llamado Juan de Valda- 
ya, que pasaba de ochenta años, los cuales 
había gastado en aquellas mares de Levante. 

Partido, pues, que fué el Gran Capitán, la 
primera escala fué á una isla que aquella Se- 
ñoría á la entrada del mar de Venecia tienen, 
que se llama Corfú, adonde estuvieron un día 
y una noche. Otro día partidos de Corfú, es- 
tando el liempo muy sosegado, dijo á grandes 
voces Juan de Valdaya que volviese la arma- 
da al puerto de Corfú, porque una tormenta 
que vernía presto no los tomase fuera del 
puerto, porque la tempestad que aquella noche 
había de venir los anegaría á todos; porque yo 
he visto tales señales que si Dios no lo reme- 



dia ha de haber gran tormenta. La armada se 
volvió al puerto á esperar la tempestad que 
aquel piloto prenosticaba. Vueltos al puerto, 
aquella noche hubo tan gran tempestad que 
todos pensaron de perecer, que parecía que 
todo el mundo se hundía; porque no solamen- 
te era la tempestad de la mar, mas aun del 
cielo; porque cayeron muchos rayos, y algu- 
nos dellos dentro de la armada, y hicieron 
pedazos dos mástiles. 

Otro día por la mañana tornáronse á partir 
de Corfú y llegaron á la isla deLepanto, adon- 
de estuvo la armada con muy gran tempestad 
que hubo. Fueron allí muy bien recebidos de 
los griegos de Lepanto. Fueron á la isla de Ya- 
canto, que es asimesmo de venecianos. Aquí 
se casan los clérigos. Partido desta isla vino 
un bergantín en que le avisaban cómo la ar- 
mada veneciana se volvía á Yacanto, porque 
los turcos les habían ganado á Modón. 

CAPÍTULO VI 

De cómo los turcos tomaron á Modón, y lo que 
el Gran Capitán hizo sabido esto. 

Ya hemos dicho atrás cómo avisado Baja- 
ceto, gran turco, por Ludovico Sforcia, Du- 
que de Milán, y por florentines, mandó hacer 
un ejército por tierra de ciento y cuarenta 
mil hombres, á los cuales mandó que por mar 
y por tierra cercasen á Modón en la Morea. 
Diéronle muchos combates y fué defendido 
con grande esfuerzo, porque muchas veces le 
batieron el muro con la artillería y les entra- 
ron; y tantas veces fueron lanzados fuera con 
muerte de muchos turcos, y eran tantos los 
turcos muertos en los combates, que estaban 
los fosos llenos dellos. La flota de los vene- 
cianos que allá estaba no era parte para con 
la de los turcos, porque era muy menor en 
gran desigualdad. Sabido esto por los vene- 
cianos inviaron muy gruesa armada para los 
socorrer, y tras ellos el Gran Capitán, como 
hemos dicho. Habían ido delante Valerio Mar- 
cello y Baptista Polano con provisiones y so- 
corro. Tras estos fué la otra armada, con la 
cual iban Juanes Mary Petro y Alexandre Ro- 
ció, natural de Corfú. Estos que á la postre 
llegaron con las velas tendidas teniendo el 
viento en popa entraron por medio de la ar- 
mada del turco á su pesar á meter manteni- 
miento á los suyos, y munición y gente; mas 
no pudieron tomar puerto porque los 'de la 



308 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cibdad lo habían cegado por que los turcos 
no lo ocupasen. Los de dentro, viendo el so- 
corro que tanto deseaban, y de que tanta ne- 
cesidad tenían, y visto que estaban junto á la 
muralla, porque lo tomasen antes que la ar- 
mada de los turcos los estorbasen, acudieron 
allí no solamente de la cibdad, mas los más, 
dejadas las estancias adonde estaban en el 
muro, acudieron allí con tan grande alegría y 
codicia del socorro, que dejaron las más par- 
tes el muro sin guarda ni defensa. 

Los turcos, conociendo la ocasión que la 
fortuna les ofrecía, supiéronse aprovechar 
della: subieron al muro y entráronles la cib- 
dad. Fué entre ellos y los de la cibdad gran 
pelea; mas como los turcos eran muchos más, 
venciéronlos y mataron á los más, así griegos 
como venecianos, saquearon la cibdad y la pu- 
sieron en su obediencia. Luego viendo la oca- 
sión fueron sobre Corrón, y aunque los de den- 
tro pelearon como varones, no siendo socorri- 
dos se rindieron y los turcos la ocuparon. 

CAPÍTULO VII 

Lo que venecianos y Gran Capitán hicieron 
sabido la toma de Modón y Corrón. 

En este tiempo murió de su muerte natural 
Melchior de Treviso, que era capitán general 
de la armada veneciana; en lugar del cual fué 
proveído Benedito de Pesaro, el cual fué pen- 
sando hacer algún mal á los turcos. Los cua- 
les sabido quel Benedito iba sobre ellos, y el 
Gran Capitán, dejando aquellas plazas bien 
proveídas alzaron el cerco que tenían sobre 
Ñapóles de Valmasia, en la mesma Morea, y 
fuéronse en gran priesa á Negro Ponte. El 
Pesaro fué tras ellos pensando les hacer al- 
gún daño; ellos se metieron en el arcipiélago, 
y Pesaro les fué dando caza y les tomó veinte 
y tantos navios. Los turcos, con los que pu- 
dieron, se fueron á Constantinopla. Visto esto 
por el General de venecianos se volvió á la 
isla de Yacanto á se ver con el Gran Capi- 
tán, que lo estaba allí esperando, porque el 
Pesaro se lo había inviado á suplicar le espe- 
rase allí. Pues yendo el Gran Capitán camino 
de Modón á se hallar en el socorro, como 
atrás dijimos, fué avisado de cómo ya aque- 
llas plazas eran perdidas, que su señoría se 
volviese á Yacanto y que allí los esperase. 
El Gran Capitán se volvió al puerto de Ya- 
canto y allí esperó á los venecianos. 



Estando en este puerto, Juan de Lezcano 
descubrió una carraca que andaba muy mal 
tratada de la mar, y fué allá Diego de Vera 
á saber quién venía en ella; y vuelto dijo 
cómo venía en ella el Conde de Ruán, capitán 
del Rey de Francia, que yendo con tres carra- 
cas en socorro de venecianos, con el tiempo 
contrario, habían perdido las dos, y aun aque- 
lla en que él venía no estaba muy lejos de ha- 
cer lo mesmo. El Gran Capitán le invió á ro- 
gar se viniese á aquel puerto, que allí se re- 
mediaría de todo lo necesario que hobiese 
menester, lo cual el Conde hizo. Y venido, el 
Gran Capitán lo recibió muy bien, porque fué 
el Gran Capitán el hombre del mundo que 
mejor sabía hacer honra á todos; porque cuan- 
to era bravo en las batallas, tanto manso, su- 
frido y honrado de todos fuera dellas, y man- 
dó poner la carraca francesa en el mejor lu- 
gar del puerto. Mandó el Gran Capitán que á 
todos los franceses con el Conde se les hicie- 
se un gran banquete; y fué tal que, acabado 
la cena, fué necesario llevar al Conde y á los 
suyos en brazos á su carraca, muy sin cuida- 
do de la tormenta pasada. 

CAPÍTULO VIII 

Cómo los venecianos se vinieron para el Gran 
Capitán al puerto de Yacanto, y lo que allí 
concertaron. 

Llegados, pues, los venecianos al puerto de 
Yacanto, adonde habían inviado á suplicar al 
Gran Capitán les esperase, juntáronse allí las 
dos armadas española y veneciana, á los vein- 
te y siete días de Octubre del dicho año de 
mil y quinientos años. Llegados los venecia- 
nos al puerto, como su armada viese la carra- 
ca del (Conde) tener el mejor lugar del puer- 
to, hicieron á sola ella la salva, y sola ella 
respondió. Visto por los vizcaínos que la ar- 
mada veneciana á sola la carraca francesa ha- 
bía hecho la salva, y no á la Camila, que era la 
capitana, atacaron la artillería con pelotas de 
hierro y pusiéronse á punto para pelear con 
venecianos, por la mala crianza que habían 
tenido. Sabido esto por el Gran Capitán tra- 
bajó por los aplacar, mas ninguna cosa con 
ellos aprovechaba, principalmente con Juan | 
de Lezcano y Riarán, que estaban muy senti- 
dos. Visto por los venecianos lo mal que lo 
habían hecho, aunque se excusaban que por- 
que habían visto aquella carraca estar en el 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



309 



mejor lugar del puerto, se tornaron á salir 
fuera y tornaron á entrar en el puerto, y hi- 
cieron la salva á la Camila y fueron con mu- 
cha artillería respondidos. 

Otro día se juntaron en la Camila los vene- 
cianos con su general Benedito de Pesaro, y 
después de les haber dado muy suntuosa 
colación, les dijo cómo él tenía mandato de 
los Reyes de España, don Fernando y doña 
Isabel, para que su persona y de toda su gen- 
te se empleasen en servicio de aquella Se- 
ñoría; que él quisiera mucho llegar á tiempo 
para poder venir á las manos con los turcos; 
mas, pues, á Dios así le había placido, que 
aquello tuviesen por mejor; y pues aquello 
no se pudo efectuar, viesen lo que más les 
les contentase, que aquello haría. El Pesaro 
contó al Gran Capitán todo lo pasado, según 
que arriba lo contó la historia. Asimesmo le 
contó como Bajaceto les había ganado á la isla 
de Chafalonía, que está en la entrada del mar 
de Venecia, una cosa la más importante á 
aquella Señoría, y que tenían la principal fuer- 
za muy fortalecida así de bastimentos, muni- 
ciones y todas las cosas tocantes á la guerra 
como de setecientos geníceros, que son el 
principal caudal del turco, escogidos en su 
guarda; y la fortaleza está puesta en una 
peña viva y por industria muy fuerte. La isla 
es muy fértil y muy abundosa de todas las 
cosas, principalmente de aguas muy buenas y 
muchas. Tiene dos puertos muy buenos y es 
muy necesaria para sus tratos, y más habien- 
do perdido á Modón y Corrón. En este tiem- 
po la armada turquesa se fué para Calípulo, y 
de allí á Costantinópoli, pues como los vene- 
cianos deseasen cobrar aquella isla por la ne- 
cesidad de las armadas que aquella Señoría 
invió cada año á Jerusalen y Siria, recibirían 
mucho daño de aquella isla si en poder de los 
turcos quedase, y más desde allí harían muy 
gran daño á las provincias de Pulla y Calabria, 
por estar tan cerca. De aquesta isla fué rey 
y señor Ulises, aquel astuto capitán de los 
griegos y de Ática, que agora llaman Sancta 
Maura. 

CAPÍTULO IX 

De cómo las dos armadas española y venecia- 
na fueron sobre la isla Chafalonia, y lo que 
hicieron. 

Partidas las dos armadas fueron á desem- 
barcar á la dicha isla sin que hallasen resis- 



tencia alguna. Es un puerto desta isla, es muy 
bueno, porque entran á él por una canal y es- 
tán las naos muy seguras. Está la fortaleza 
algún trecho del puerto. Proveyó el Gran Ca- 
pitán que su armada guardase aqueste puer- 
to, porque á los turcos no pudiese venir so- 
corro. Luego otro día descubrió la armada 
española ocho fustas, que traían á los turcos 
provisiones y municiones, y otras muchas co- 
sas para sostener el cerco. Fué contra ellos 
Riarán y Astroguiga. Fueron luego tomadas y 
traídas al puerto. Pues llegadas las dos ar- 
madas, cada una tomó su sitio y aparejaron 
todas las cosas necesarias para dar el asalto; 
mas antes quiso el Gran Capitán inviar dos 
embajadores de su campo al' capitán de los 
turcos, que se llamaba Cisdar. Era de nación 
albanés; un hombre de grande esfuerzo y mu- 
cha industria, y mucha expiriencia en la gue- 
rra. El un embajador fué el capitán Gómez de 
Solís, comendador que fué de la Orden de 
Santiago, muy valiente y de grande ánimo, y 
en las cosas de la guerra muy diestro, que 
después mostró bien en la guerra de adelante 
su esfuerzo y grandeza de ánimo. El otro fué 
micer Pucio, italiano, capitán de las galeras. 
Por los cuales les avisaba que los soldados 
viejos de España, ejercitados en las guerras 
pasadas, que habían vencido á los moros de 
su seta, así en España como en África,' habían 
venido allí en socorro de venecianos, y que 
les aconsejaban entregasen luego aquella 
fuerza y isla; que les daban licencia para se 
poder ir salvos y seguros adonde quisiesen; 
mas que si querían todavía probar las fuer- 
zas, esfuerzo de los fuertes españoles y es- 
perar la muy espantosa artillería, que después 
hallarían cerrada la puerta á perdón y á pie- 
dad alguna. Cisdar aquel capitán los recibió 
con muy buenas palabras y mucha cortesía, y 
les respondió desta manera: «Señores cristia- 
nos, yo y todos los turcos que en esta guar- 
da estamos, os tenemos en gran merced el 
comedimiento y voluntad con que nos avisáis, 
y que harto oscuro y de poco saber sería 
quien no supiere las guerras que los españo- 
les han hecho y su grande esfuerzo en las ar- 
mas en servicio de su Rey, y en las guerras 
de Ñapóles contra franceses. Mas nosotros 
estamos determinados, no sólo de defender 
aquesta isla y fortaleza, mas de ganar más 
adelante en servicio de Bajaceto; y cuando la 
fortuna otra cosa quisiere hacer, nosotros 



310 



CRÓNICA MANUSCRITA 



vengaremos tan bien nuestras muertes, que 
el que la victoria llevare, la lleve bien san- 
grienta, y ganaremos gloria de varones cons- 
tantes y que supimos bien emplear nuestras 
fuerzas. A lo menos no seremos vencidos ja- 
más, porque muriendo, habiendo hecho nues- 
tro deber, no nos podremos llamar vencidos, 
cuanto más trayendo cada uno de los mor- 
tales escrita su suerte en la frente buena ó 
mala la que ha de haber; y desta causa no nos 
espantamos de las amenazas que vuestro 
Gran Capitán nos hace. Mas le decid que yo 
tengo aquí de la guarda de Bajaceto setecien- 
tos geníceros que ninguno dellos tiene la vida 
en nada en comparación de la gloria que gana 
haciendo su deber. Decid á vuestro capitán 
que cada uno de mis soldados tiene siete ar- 
cos y siete mil flechas, con las cuales pelean- 
do animosamente ó mataremos á nuestros 
enemigos ó vengaremos nuestra muerte, si 
acaso no pudiéremos hacer más». Al cual res- 
pondió el Solís, y le dijo: «Cisdar, no está la 
valentía de los hombres valientes en empren- 
der las cosas que parecen ir fuera de toda 
razón, porque esto antes á temeridad que no 
á esfuerzo se ha de atribuir; porque otra cosa 
es pelear con. hombres valientes y animosos, 
que no con gente bárbara y desarmada de 
suyo vencida, como son las gentes que vos- 
otros por armas habéis sujetado. Aun no sa- 
béis el ánimo con que los españoles acome- 
ten á sus enemigos, y la constancia con que 
perseveran en la batalla, y cómo siempre les 
van creciendo las fuerzas hasta acabar de 
vencer á sus enemigos, y cómo no saben vol- 
ver atrás jamás. Si tú, Cisdar, tienes ganas de 
morir, lleva adelante esta empresa, que sin 
duda cumplirás tu deseo». Cisdar le replicó: 
«Señor capitán, de una cosa seréis cierto: que 
si Dios os diere la victoria, que pocos de mis 
geníceros llevaréis vivos». Y dicho esto, invió 
por el capitán Gómez de Solís un muy fuerte 
arco dorado al Gran Capitán y un carcax do- 
rado lleno de saetas. 

CAPÍTULO X 

De lo que las dos armadas hicieron contra los 
turcos, y como los combatieron. 

Los venecianos traían mucha y muy bue- 
na artillería en que había muy buenas pie- 
zas de bronzo; basiliscos que echaban pe- 



lotas de hierro que pasaban más de ocho 
pies de muralla y desbarataban todo lo que 
los turcos tenían reparado detrás del muro. 
Pues las dos armadas partieron del puerto y 
fueron sobre la fortaleza. El Gran Capitán 
llevaba la avanguardia, en la cual iba un ca- 
ballero húngaro, á quien el Gran Capitán 
mandó dar quinientos infantes. Era un caba- 
llero de grande esfuerzo y él había suplicado 
al Gran Capitán le dejase ir en la delantera. 
Pues subiendo este caballero con su gente, 
así húngaros que consigo había traído como 
los otros que le habían dado, salieron de la 
fortaleza hasta cuatrocientos geníceros, que 
estaban puestos en celada y salieron de tra- 
vés; y fué entre ellos una gran batalla y muy 
reñida. Porque como los turcos eran gení- 
ceros, que son cristianos renegados, y áon, 
como dijimos, todo el caudal del turco, los 
cuales mostrando alguna flaqueza, por pe- 
queña que sea, tienen muy más cierta la 
muerte y más cruel que la que allí pudie- 
sen recebir de sus enemigos, peleaban con 
grande ánimo, y más quel gran turco Baja-, 
ceto los había escogido en toda su milicia, y 
así en general como en particular les había 
encomendado aquella plaza. Los quinientos^ 
españoles, por ser aquella la primera cosa y 
á vista del Gran Capitán y de los venecianos 1 
y ser contra infieles, peleaban con tanto es- 
fuerzo que los turcos estaban espantados, 
que les parecía que eran más que hombres. 
Estuvo en peso gran rato la batalla, adonde 
se hicieron grandes hechos en armas. Aquel] 
caballero húngaro hizo aquel día grandes] 
cosas en la batalla por su persona, soco-| 
rriendo á las mayores necesidades. Tanto se! 
metió entre los turcos que peleando como 
varón fué muerto. Visto por sus criados á] 
su señor muerto, lo tomaron y ataron á dos] 
picas por los brazos y por los pies, y lo to-i 
marón en los hombros y lo trajeron en la! 
batalla, y en la delantera, y junto con él su! 
seña. Los españoles apretaron con tanto; 
ánimo y constancia á los turcos, que, conj 
muerte de entrambas partes, por fuerza los' 
embarraron hasta el rebellín de la fortaleza, ■ 
y pusieron las banderas en el sitio que antes 
habían señalado, adonde aquel caballero hún- 
garo había mandado que vivo ó muerto leí 
pusiesen. Los turcos se recogeron con pér- 
dida de algunos muertos y otros heridos y no] 
tan bravos como antes estaban. 



DEL GRAN CAPITÁN 



311 



CAPITULO XI 

De cómo otro día les dieron asalto, y lo que 
ellos hicieron. 

Luego otro día les dieron la batería ambos 
ejércitos con la artillería, en que se tiraron 
aquel día mil y quinientos tiros. Mas los tur- 
cos tenían hechos tantos reparos y tan fuer- 
tes, que se les hizo poco daño, aunque les de- 
rribaron algún lienzo del muro; mas ellos lo 
tenían tan reparado que no le pudieron en- 
trar. Traían los venecianos entre otros tiros 
gruesos uno que llamaban basilisco, hecho 
en tres piezas. Tiraba al diados ó tres veces; 
no llegaba á poste que no lo horadaba. Este 
les derribó gran parte del muro; mas los tur- 
cos lo rehicieron con tanta presteza, que 
apartaron á los españoles y venecianos afue- 
ra. Tenían los turcos puestas y repartidas 
las estancias por sus cuarteles. Fué puesta 
pena de muerte al que se mudase del cuartel 
ó hablase con otro. Tiraban de continuo los 
turcos mucha artillería, y tanta furia de saetas, 
que el campo y tiendas estaban llenos dellas, 
y era la crueldad mayor porque estaban 
enerboladas de una pequeña herida que por 
poca sangre que saliese morían los solda- 
dos. De la cual murió don Sancho de Velas- 
co, un valeroso mancebo pariente del Con- 
destable don Bernardino de Velasco, capitán 
de infantería. Luego los venecianos hallaron 
remedio para aquellas heridas. 

La fortaleza de Chafalonía, como dijimos, 
está hecha sobre una peña viva, y así por 
la aspereza como por todo lo que se había 
derribado de los muros, con gran trabajo se 
podía subir á ella. Mas los españoles con 
grande ánimo subían, y llegados arriba, con- 
tra turcos peleaban con ellos valerosamente. 
Los turcos los echaban aceite herviendo y 
fuego, saetas y piedras. Tenían hecho un ar- 
tificio los turcos que se llaman lupos, que 
era un garfio de hierro muy recio, que echán- 
dolo abajo, al soldado que cogían por embajo 
de las corazas ó del arnés ó de la ropa, lo 
subían arriba sin lo poder remediar los com- 
pañeros, ni con algún artificio; con el cual su- 
bieron algunos soldados, y entre ellos pudie- 
ron coger á don García de Paredes, aquel 
que después fué uno de los más valerosos 
soldados que en todo el campo hubo. Y lle- 
gado sobre el muro, peleando con los turcos 



se libró y á ellos hizo mucho daño y mató 
muchos dellos, que ya á los turcos les había 
pesado por lo haber subido arriba. Sa- 
lían muchas veces los turcos de noche, por- 
que con la escuridad estaban seguros de la 
artillería, y tiraban tanta lluvia de saetas al 
real, que hacían mucho daño, y estuvo en 
harto peligro el Gran Capitán, que todo el 
real estaba lleno dellas. 



CAPITULO XII 

Del remedio que el Gran Capitán hizo contra 
los turcos, con lo que más sucedió en aquel 
combate. 

Visto por el Gran Capitán este peligro, 
proveyó con aquella su gran providencia un 
remedio muy provechoso y fué éste. Mandó 
hacer una trinchea muy cerca en derecho de 
la puerta, y la rodeó de artillería, que estaba 
asestada al paso por donde habían de salir; 
de suerte que los turcos eran antes muer- 
tos de la artillería que llegasen al lugar adon- 
de solían tirar las saetas. Con este remedio 
se atajó aquel daño que los turcos solían ha- 
cer. De esta trinchea hizo capitán á Pinelo, 
un muy valiente soldado, el cual dio muy 
buena cuenta dello. Los turcos probaron á 
salir dos ó tres veces, según otras veces 
acostumbraban; á los cuales la artillería con 
una muy grande ruciada castigó de arte que 
todos los que salieron, no volvieron más á la 
fortaleza. 

El Gran Capitán otro día les dio á los tur- 
cos otro asalto y fué desta manera. La infan- 
tería española llevaba la avanguardia y tras 
ella los caballos ligeros, asimismo españoles 
á pie, y el Gran Capitán llevaba la retaguar- 
da con los hombres darmas de España asi- 
mismo á pie. Llegó nuestra gente á pelear 
con los turcos por aquel muro que la artille- 
ría había derribado, con la artillería venecia- 
na y española, que nunca dejaban de tirar. 
Pelearon gran pieza valerosísimamente de 
ambas partes, los unos por les entrar, los 
otros por los defender. Fué tanta la resisten- 
cia de los geníceros que aquel día en ninguna 
manera les pudieron entrar. Visto por el 
Gran Capitán lo poco que en aquel combate 
aprovechaban, mandó que se retirasen afuera 
y que se volviesen al real. Fueron heridos 
aquel día con cantos y flechas y otras machi- 



312 



CRÓNICA MANUSCRITA 



ñas y ingenios seiscientos soldados españo- 
les. En este tiempo los venecianos no pelea- 
ron, porque así estaba concertado. El Gran 
Capitán quería gastallos poco á poco, porque 
más quería conservar la vida de un soldado 
que matar cien turcos. 

CAPÍTULO XIII 

De cómo los venecianos solos con su gente 
combatieron á los turcos, y lo que con ellos 
pasaron. 

Los venecianos entraron otro día en con- 
sejo sobre lo que se debía hacer, y todos 
fueron de voto y parecer que ellos sin los es- 
pañoles diesen el otro asalto. Lo cual notifi- 
cado al Gran Capitán él trabajó de lo estor- 
bar cuanto pudo, mas nunca aprovechó nada; 
lo primero, por estar determinados, como 
porque tuvieron por cierto que con aquel 
asalto los conquistarían. Pues determinados 
en su desino, otro día por la mañana tocaron 
á el arma y comenzaron á subir en muy bue- 
na ordenanza para el castillo con muy grande 
ánimo y voluntad. Visto por los turcos desde 
la fortaleza que solos los venecianos los su- 
bían á combatir, salieron fuera del rebellín á 
los recebir, con tan buena voluntad como 
ellos traían. Los unos y los otros pelearon 
valerosísimamente. Los venecianos que en 
este combate se hallaron, fueron dos mil 
hombres. Pelearon con tanto ímpetu y es- 
fuerzo, que muchas veces los metieron por el 
rebeUín, y otras tantas los lanzaron los tur- 
cos fuera, hasta tanto que los venecianos, 
con muerte de muchos y heridos, no pu- 
diendo más sufrir, se retiraron del combate 
mal de su grado, y así se volvieron al real 
tratando muy mal de palabra á Sant Marco 
su patrón, cuyo cuerpo está todo entero en 
Venecia, porque así los había olvidado en 
tan gran necesidad, y con decir mal del 
santo les parecía que quedaban satisfechos. 

CAPÍTULO XIV 

De la firande necesidad qucl ejército del Gran 
Capitán padeció en este tiempo, y de cómo 
fueron socorridos por voluntad de Dios. 

En este tiempo padeció el ejército del 
Gran Capitán muy gran necesidad de mante- 
nimientos, que no habían podido venir por el 
tiempo contrario; que había más de quince 



días que no comían sino raíces y carne de 
bestias, que habían quedado en la isla y 
otras sabandijas del campo; y á la mesa del 
Gran Capitán y de aquellos caballeros se 
comía bizcocho muy vellaco, de lo que es- 
taba dañado y desechado en las naos, y yer- 
bas. Había tanta necesidad, que murieron 
cuatrocientos hombres de hambre en el real; 
porque Riarán y Herrera, que habían ido á 
Calabria por mantenimientos, habían tenido 
tormenta y no habían podido venir. En todo 
este tiempo jamás el Gran Capitán quiso 
que se descubriese su necesidad al campo 
de los venecianos, antes quiso que se su- 
friese cualquiera necesidad que no mostrar 
tenerla ellos. 

Pasados, pues, dos diasque los venecianos 
habíanse ido rotos y maltratados de los tur- 
cos, mandó el Gran Capitán á sus españoles 
que para otro día todos estuviesen á punto, 
que les quería él combatillos, que era vís- 
pera de Navidad. Ordenó de los dar el asal- 
to por tres partes: el uno por la estancia 
que sobre ellos tenía, el otro por el espo- 
lón que llaman, el otro por otra banda que 
le pareció muy importante. Para ello, en 
el espolón mandó poner á Juan de Lezcano 
con una escuadra de vizcaínos; en la otra 
estaba mosén Hoces con otra escuadra 
de soldados. El Gran Capitán les hizo un 
ardid y fué éste: que los desveló toda la 
noche desta manera, Hizo poner cerca del 
muro quinientos arcabuceros en hileras de 
ciento en ciento, y que los ciento arremetie- 
sen al muro acometiéndolos como que les 
querían dar asalto; á los cuales acudían los 
turcos, y pareciéndoles que estaban libres de 
aquel rebato, acudían los otros ciento y dá- 
banles otra refriega que les hacían tornar á 
defender su cuartel. Desta manera los tuvo 
toda la noche desvelados. Venida, pues, la 
mañana, había hecho poner un tiro grueso 
en un cerro que señoreaba la fortaleza; y 
como descubriese que la gente estaba sose- 
gada del trabajo de toda la noche, para que 
tirando aquel tiro fuese señal del reposo de 
los turcos, había mandado el Gran Capitán 
que cuando aquel tiro oyesen, todos acu- 
diesen al asalto y que ó morir todos ó tomar 
la fortaleza había de ser uno. Pues estando 
todos esperando la señal, aquel que tenía 
aquel cargo, como vio que todos los más se 
habían retraído á descansar, soltó aquel tiro. 



DEL GRAN CAPITÁN 



313 



CAPÍTULO XV 

De cómo los españoles pelearon con tos turcos 
y tes tomaron la fortaleza con muerte dellos. 

Los españoles, oída la señal, acudieron tan 
de presto y con tanta furia á sus reparos, y 
con tanta fuerza y esfuerzo, que, sin podérse- 
lo estorbar los turcos, echaron un puente des- 
de sus reparos á los de los tarcos, así por la 
parte que iba el Gran Capitán como por la del 
espolón, adonde dijimos estar Lezcano con 
cierta escuadra de vizcaínos, y asimismo por 
la que estaba mosén Hoces. Aquí pasó la más 
brava batalla que jamás se oyó ni vio de tan- 
tos por tantos; porque los turcos sabían de 
cierto que los que vivos quedasen habían de 
ser muertos de más cruel muerte que la 
que los enemigos les podían dar, perdiendo 
aquella fuerza que tanto le importaba en sos- 
tenella y que con tantos ruegos se la había 
encomendado el gran turco. Peleaban más que 
hombres humanos. Los españoles habían de- 
seado mucho aquel día, que los acometieron 
con mucho ánimo y presteza; y fué tanta la 
constancia con que perseveraron en la pelea, 
que los geníceros no los pudiendo sufrir se 
retrajeron dentro de la fortaleza, y juntamen- 
te entraron envueltos con ellos los españoles. 

El primero que subió por el escala fué don 
Alonso de Sotomayor, hijo del Conde de Ca- 
mina, á quien rogó muy ahincadamente don 
Diego de Mendoza, que después fué Conde 
de Melito, hijo del Cardenal don Pedro Gon- 
zález de Mendoza, que después hizo cosas 
muy señaladas en armas, le dejase subir de- 
lante. El cual le dio aquel lugar, y subiendo 
y sufriendo mucho trabajo, le dieron un es- 
guinazo que le quebraron los dientes; mas al 
fin, él y don Alonso y el Comendador Solís y 
otros caballeros delanteros hicieron aquel día 
cosas muy señaladas en armas. Pues de don 
García de Paredes no se puede decir lo que 
aquel día hizo. Hicieron aquel día cosas muy 
señaladas en aquella batallad coronel Villal- 
ba, que después alcanzó nombre de valeroso 
soldado, y Pizarro y Carlos de Paz y su pri- 
mo Pedro de Paz. Duró grande espacio la pe- 
lea. El Gran Capitán, sin consultar con la ra- 
zón aquella hora, andaba con los turcos en- 
vuelto, haciendo de lo que suele; que fué cau- 
sa que muchos hiciesen más de lo que sus 
fuerzas y ánimo bastaban. Puédese creer, se- 



gún yo oí decir á Diego García de Paredes, 
que su persona del Gran Capitán fué aquella 
hora causa para que los turcos perdiesen todo 
el ánimo que tenían, aunque trabajaron más 
que hombres; mas ni las fuertes murallas, ni 
los grandes reparos que tenían hechos, ni las 
grandes y muy fuertes trincheas hechas por 
de dentro, ni la constancia de los bárbaros, 
pudieron ser parte para estorbar la furia ni 
valentía de la infantería española, que con 
grande presteza no pusiese las banderas en 
lo alto de las murallas y no dejasen á vida á 
todos los turcos, que fortísimamente pelea- 
ban. Ya no había más de ochenta turcos, que 
los trecientos que habían quedado, todos mu- 
rieron en el combate, sin quedar ninguno de 
aquellos trecientos. 

Pues visto por los españoles que tan pocos 
turcos se les defendían tanto, y al Gran Ca- 
pitán tan determinado de acabar aquella jor- 
nada y á su persona tan adelante en aquel pe- 
ligro, apretándolos con tanto esfuerzo queso- 
Ios, como dije, quedaron ochenta de los heri- 
dos y enfermos, que ninguno quedó que pu- 
diese tomar armas, y pesándoles por que vi- 
vían; no se puede creer lo que Cisdar, capitán 
de los turcos, hizo aquel día. Sin duda vendió 
bien cara su muerte, como al Solís lo había 
prometido; que delante de sus turcos hizo co- 
sas dinas de memoria. El Gran Capitán quisie- 
ra mucho lo tomaran vivo, mas él peleó de 
manera que no se pudo hacer. 

CAí^ÍTULO XVI 

De dos milagros que Dios nuestro Señor fiizo 
por el Gran Capitán estando en el cerco de 
la isla de Cíiaf aloma. 

Estando el Gran Capitán en la tienda, antes 
de dar la batalla, de rodillas, arrimado á su 
cama, rezando sus devociones y encomendan- 
do á Dios los hechos de la guerra, durmióse 
un poco, y aparecióle una cosa sancta y le 
dijo: «Recuerda, Gran Capitán, y pon luego 
remedio; porque los turcos tienen hecha una 
mina que viene á dar á tu real tienda; porque 
traen mucha pólvora para lo efetuar». El Gran 
Capitán se hincó de rodillas y hizo su oración, 
y quedó aquella tienda con gran suavidad de 
olor; y luego invió á llamar á micer Antonelo 
y á Pedro Navarro, que de aquello sabían mu- 
cho. Y sabido del Gran Capitán adonde aque- 



314 



CRÓNICA MANUSCRITA 



lia cosa santa le había señalado, fueron y hi- 
cieron una contramina, y atajaron ciertos tur- 
cos que traían muchos barriles de pólvora, 
que si se tardara un cuarto de hora que no 
fueran avisados, á todos pusieran fuego. El 
Gran Capitán mandó hacer grandes plegarias, 
dando gracias á Dios por la merced que les 
había hecho por su gran misericordia, diciendo 
que aunque eran pecadores que tenían su 
verdadera creencia y fe, con otras palabras 
de gran cristiano. En tiempo deste valerosí- 
simo Gran Capitán el nombre de Dios y de su 
bendita Madre y de los Santos era siempre 
alabado y no blasfemado como en otras gue- 
rras se solía hacer; en tanto grado, que daba 
cada día á Coello, capitán de infantería, un 
ducado por que no dijese mal á Dios, porque 
era muy buen soldado. 

El otro milagro fué que habiendo el Gran 
Capitán ganado la fortaleza y cibdad de la 
Chafolonia, mandó poner en la torre más alta 
della la semejanza de la Cruz de nuestro Re- 
dentor y el guión del Rey de España con las 
armas reales de aquel reino, que eran de da- 
masco blanco. Luego mandó llamar al Pesaro 
y le mandó entregar aquella plaza y la forta- 
leza, y luego mandó quitar las armas reales y 
poner las armas de Sant Marco. Allí les ofre- 
ció su persona y todo su ejército, cada que la 
Señoría y pueblo veneciano lo hubiese menes- 
ter; porque así tenía mandato de los Reyes de 
España. Ellos le dieron las gracias de parte de 
aquella Señoría, agradeciéndole mucho el gran 
trabajo que en aquella jornada habían pasado, 
con otros muchos loores en que lo ensalzaban 
hasta el cielo. 

Despachado esto, el Gran Capitán se volvió 
al puerto á do había dejado su armada. Ya ha- 
bía quince días que en todo su campo no se 
comía pan ni bizcocho, bueno ni malo, sino 
raíces y algunas habas y ajos, y la carne que 
pudiera haber de los asnos que en la isla ha- 
bían quedado. No menos hambre sintió en 
este tiempo el ejército del Gran Capitán, que 
sufrieron los vecinos de aquella gran cibdad 
de Sagunto, que agora es Monviedro, estando 
cercados por Aníbal, capitán de los cartagi- 
neses; sino que aquellos los acabó la hambre, 
y á los españoles les proveyó Dios del reme- 
dio que él suele. Y fué desta manera. En la 
banda adonde estaba la armada del Gran Ca- 
pitán amaneció otro día de mañana buena 
parte de la mar cubierta de avellanas: ios de la 



flota, con los barcos y esquifes comenzaron á 
coger dellas y trajeron al real, de que todos 
comieron muy abundantemente y les sobró 
para otros días, hasta que llegaron con los 
mantenimientos que traían de Calabria y An- 
tioquía, con otra nao cargada asimesmo de 
mantenimientos de Sicilia. Súpose, por cosa 
cierta, que yendo una nao cargada de avella- 
nas de Genova á Alejandría, con tormenta, 
fué á dar al través á la isla de Lepanto, y sal- 
vóse la gente que en ella iba; y las avellanas 
aportaron al puerto de Chafalonía á do estaba 
la armada del Gran Capitán. Luego que vinie- 
roh los mantenimientos se partieron para Si- 
cilia; y llegando la armada obra de veinte le- 
guas de Sicilia vino un temporal tan contra- 
rio que todas las naos fueron esparcidas, que 
ninguna pudo seguir á otra. La capitana, adon- 
de el Gran Capitán iba, aportó á Zaragoza, 
otras á diversos puertos y otras á Ríjoles, en 
Calabria. 

CAPÍTULO XVII 

De lo que el Gran Capitán hizo en llegando á 
Sicilia, y de un presente que la Seíioria de 
Venecia invió al Gran Capitán. 

Llegó el Gran Capitán á Zaragoza á los 
veinte y dos días de Enero, que fué en el 
año de mil y quinientos y un años. Tomó lue- 
go residencia á mosén Margarite y dio el car- 
go á Luis Pixón y detúvose en aquella cibdad, 
porque la gente refrescase del trabajo pasado, 
así del que en Chafalonía habían sufrido 
como en la tormenta pasada; porque fué el 
Gran Capitán el que más de cuantos hemos 
leído y visto que más trabajó de conservar á 
los soldados y conténtanos cuando se ofrecía 
tiempo, y que mejor los ariscase y ofrecía al 
peligro cuando el tiempo lo pedía. 

Estando el Gran Capitán en la cibdad de 
Zaragoza, vino allí Gabriel Mora, un venecia- 
no de las principales personas de aquella Se- 
ñoría. Venía de parte del senado y pueblo 
venecianoádar las gracias al Gran Capitán del 
gran beneficio y merced que del habían rece- 
bido en les haber restituido de poder de los 
bárbaros aquella cibdad y fortaleza de Cha- 
falonía. Trujóle de parte de aquella Señoría 
un muy rico presente, en que, entre otras co- 
sas, había muchas piezas de oro y plata muy 
labradas, que la labor era de muy gran precio; 
las cuales habían sacado de su tesoro, y en 



DEL GRAN CAPITÁN 



315 



cada pieza venían figuradas las armas de Sant 
Marco; más una arca de pieles de martas 
y con aforro de martas blancas de gran valor, 
que hasta entonces no se había visto otro tal; 
más dos arcas de cera blanca labradas con 
oro, que fué estimada en gran precio; más una 
caja de olores y confeciones traídas de Ale- 
jandría y Cairo; más muchas piedras y perlas 
de gran valor; más le inviaron muchas telas 
de brocado y sedas de diversas maneras y 
muy ricas. Más le inviaron carta de gentil- 
hombre de Venecia, que es una dinidad ia cual 
aquella Señoría suele dar á las personas que 
le hacen algún servicio ó honra; y es que 
cuando reciben de alguna persona la tal obra 
que merece ser galardonada, asiéntanle en sus 
libros en cada un año tanto salario cuanto 
él tenía de estado y costa al tiempo que les 
hizo aquel servicio; porque la fortuna en 
ningún tiempo pueda abajarlos á peor estado 
y más bajo que estaba cuando les hizo el tal 
servicio. Así le fué situado al Gran Capitán, 
aunque él jamás lo quiso llevar, seyendo siem- 
pre requerido con él. Más le señalaron sitio 
y lugar para le hacer una casa que tuviese en 
aquella cibdad, en lugar adonde no acostum- 
bra aquella Señoría dar un palmo de tierra por 
diez mil ducados; hiciéronlo de su Consejo, y 
la principal dinidad de aquel Senado. 

El Gran Capitán lo recibió y les invió las 
gracias dello. Inviaron diez mil ducados para 
repartir por los soldados españoles, lo cual 
así fué hecho; más le inviaron diez caballos 
turcos muy excelentes. Luego el Gran Capitán 
invió todo aquel presente á la Reina doña Isa- 
bel, que solas cuatro piezas de oro y plata 
tomó para sí, porque estuviesen en su apara- 
dor por memoria de se las haber dado aque- 
lla Señoría. 

CAPÍTULO xvn 

Dz lo que el Gran Capitán hizo en Sicilia en 
la cibdad de Palermo y de cómo estando el 
Gran Capitán en Zaragoza se amotinaron 
los vizcaínos con la armada, y lo que sobre 
ello hizo el Gran Capitán. 

La Reina doña Isabel, después que recibió 
aquel presente que el Gran Capitán le invió, 
túvolo en mucho y solamente tomó del las dos 
arcas de cosas de cera y algunas martas; todo 
lo otro invió á doña María Manrique, mujer 



del Gran Capitán. De Mecina se fué el Gran 
Capitán á Palermo, y llegó á aquella cibdad á 
los veinte y siete días de Mayo del dicho año 
de mil y quinientos y un años. Fué por agua; 
no quiso surgir en la cibdad ni entrar en ella 
porque venía de donde morían de pestilencia, 
aunque fué muy importunado por Juan de 
Lanuza, gobernador de aquella cibdad. Fuese 
á aposentar á un jardín que estaba junto á la 
marina. 

Antes quel Gran Capitán partiese de Zara- 
goza para Mecina se amotinaron y alzaron 
con la armada los vizcaínos y guipuzcoanos, 
que la tenían toda en su poder, porque tan 
presto no venía la paga, salvo algunos capi- 
tanes y otros en que hobo miramiento, como 
Juan de Lezcano, Riarán, Herrera, Artieta y 
otros algunos. El Gran Capitán trabajó lo po- 
sible con las mejores palabras que pudo, ofre- 
ciéndoles que la paga se haría muy presto y 
socorriéndoles al presente con ayuda de costa. 
Mas ninguna cosa aprovechaba, porque toda- 
vía perseveraban en su rebelión, y se querían 
alzar con la armada y se ir adonde más les 
pluguiese. Visto por el Gran Capitán que nin- 
gunas palabras, ni ofertas, ni ayuda de costa 
bastaba para los reducir, mandó hacer proce- 
so contra ellos, asinándoles término dentro 
del cual se redujesen al servicio de sus Alte- 
zas. Y visto que no aprovechaba, los mandó 
dar por traidores, así ellos como los que de 
ellos descendiesen, aunque, como dijimos, te- 
nían en su poder toda la armada; y así lo man- 
dó pregonar en la marina en altas voces, que 
todos lo oyeron. Oida por los vizcaínos y gui- 
puzcoanos la rigurosa sentencia y lo mal que 
en aquellas provincias de Vizcaya y Guipúz- 
coa sonaría tan grande ultraje, y más lo poco 
que el Gran Capitán se daba por ellos ni por 
su armada, saltaron en tierra los más dellos y 
se redujeron al servicio de sus Altezas. Por- 
que siempre vemos que los que de ligero se 
mueven á alguna opinión, de necesario han de 
perseverar poco en ella; porque esto mesmo 
acontece á todos los hombres que son arreba- 
tados en sus consejos, que tan presto se arre- 
pienten de lo que hacen cuanto fueron acele- 
rados en lo que se determinaron. El Gran Ca- 
pitán no los quería admitir ni perdonallos. 
Visto por ellos vinieron adonde el Gran Capi- 
tán estaba, llorando con muy gran sentimiento 
que era muy gran compasión de los ver; su- 
plicando al Gran Capitán les perdonase lo que 



316 



CRÓNICA MANUSCRITA 



habían hecho; porque nunca entre ellos había 
habido traidor, antes aquellos de quien ellos 
descendían habían ganado renombre de hi- 
josdalgo por ser siempre fieles y leales álos 
Reyes de Castilla; y que aunque todos los ve- 
cinos y moradores de aquel reino habían sido 
conquistados y vencidos por los moros y alá- 
rabes, cuando el Rey don Rodrigo perdió las 
Españas, que sus antecesores nunca fueron 
vencidos ni conquistados por ellos, y que si 
con tal renombre de traidores volviesen á sus 
provincias serían muertosydespedazados por 
sus mesmos padres y hijos y parientes. El 
Gran Capitán, movido por los ruegos de los 
leales que no habían consentido en aquella re- 
belión y de compasión dellos, los perdonó y 
dio por ninguno el proceso hecho contra ellos 
y fueron restituidos en su lealtad y dende ade- 
lante sirvieron muy bien. 

CAPÍTULO XIX 

De lo que el Rey Luis de Francia hizo, sabido 
que el Gran Capitán estaba en Sicilia para 
le resistir, si algo quisiese intentar contra 
Ñapóles. 

Estando el Gran Capitán en esta cibdad de 
Palermo proveyéndolas cosas necesarias para 
la guerra, así por mar como por tierra, con 
aquella su gran providencia, vino á aquella 
cibdad Sant Vicente el aposentador, inviado 
por sus Altezas, y trajo los capítulos que es- 
taban hechos entre el Rey de Francia y los 
Reyes de España. Lo cual pasó desta manera. 
EIRey de Francia Luis duodécimo teniendo he- 
cho en Francia, Borgoña y Bretaña muy grue- 
so ejército así de pie como de caballo para ir 
á cobrar por guerra el reino de Ñapóles que 
su predecesor Carlos el Cabezudo había per- 
dido, por tener el paso seguro, tomó, como he- 
mos contado, el estado de Milán y prendió al 
señor Ludovico, Duque de Milán, como atrás 
contamos; porque cuando su predecesor vol- 
vió de Ñapóles se había el dicho Duque confe- 
derado con venecianos, y le dieron la batalla 
junto á Parma, como atrás contamos. También 
decía el dicho Rey pertenecerle aquel estado 
por ser su madre hija del señor Juan Galeazo, 
Duque de Milán. Pues entendido por el fran- 
cés quela estadadcl GranCapitánen Siciliano 
era para otro efeto, sino para le resistir si á 
Ñápeles fuese su ejército, perdió la esperanza 



de lo poder cobrar por guerra, porque en este 
tiempo el nombre del Gran Capitán era muy 
temido en Francia y los infantes españoles 
asimcsmo. Luego pensó que el Gran Capitán 
querría favorescerá Federico, Rey de Ñapóles, 
como la otra vez había hecho contra el Rey 
Charles; pues por guerra no podía que su dc- 
sino viniese en efeto, buscó tratos y maneras 
para efetuar sus pensamientos. Y el trato fué 
éste: que pues ellos decían tener derecho á 
aquel reino por la vía del Rey Alfonso el pri- 
mero su tío, aunque este no era tan justo ni 
tan firme como el que la Casa de Francia te- 
nía á aquel reino, que por no tener guerra con 
la Casa de Castilla y de Aragón sino mucha 
paz y concordia, como aquellos dos reinos 
siempre habían tenido, que aunque él pudiera 
por guerra ocupar aquel reino según que los 
grandes aparejos de guerra tenía para aquella 
jornada, quería hacer un partido que cumplía 
mucho á la Casa de Aragón; y era que los ca- 
pitanes de entrambos Reyes ocupasen aquel 
reino y echasen del al Rey Federico, que tirá- 
nicamente le poseía, y lo partiesen igualmente, 
y hiciesen paz perpetua entre la Casa de Ara- 
gón y la de Francia y con los Reyes Católicos. 
El Rey Federico estaba muy alegre y con- 
tento, porque sabía que el Gran Capitán le 
ayudaría á defender aquel reino como la otra 
vez había hecho, aunque no fuese por más de 
los apartar del reino de Sicilia, y escrebía mu- 
chas veces al Gran Capitán avisándole cómo 
venecianos, florentinos y el Papa Alejandro 
habían hecho liga y amistad contra el dicho 
Federico para le tomar el reino. 



CAPÍTULO XX 

De lo quel francés hizo con los Reyes de Espa- 
ña para que hubiese efeto el trato y partido 
que les movió, y cómo los Reyes de España lo 
aceptaron. 

El francés, para que hobiese efeto su trato, 
y para los traer á los Reyes de España á lo que 
deseaba, les invió muchas cartas y conciertos, 
quel rey Federico le había movido, harto en 
perjuicio de la honra, autoridad y hacienda 
dellos, como atrás dijimos, que bastaron para 
que el concierto y liga hubiese efeto. El con- 
cierto fué de la partición que Pulla y Calabria, 
que están cerca de Sicilia, cupiesen en la parte 
de los Reyes de España; Ñapóles y Gaeta en 



DEL GRAN CAPITÁN 



317 



la parte del Rey de Francia, y que tierra de 
Abruzo y de Lavor y Basilicata, y en las otras 
tierras que quedaban fuera de la partija estu- 
viesen personas españoles y franceses para 
que de las rentas de aquellas tierras igualasen 
á entrambas partes y hiciesen, como dijimos, 
paces perpetuas. 

El Gran Capitán estaba muy triste y per- 
plejo, deteniendo al rey Federico con vanas 
esperanzas, lo cual era muy contra su natura! 
bondad y verdad, y muy contrario á su natu- 
ral costumbre y de su vida pasada, de entre- 
tener á Federico, un tan noble y valeroso rey, 
y más seyéndole obligado por mercedes y be- 
neficios del recebidos y que deseaba mucho 
su servicio y que á la fin fuese un tan buen 
Rey engañado y entregado á sus enemigos, 
gente tan cruel y tan enemigos suyos por la 
guerra pasada. Esto le era á él pasar por la 
mesma muerte; mas no podía hacer menos sino 
obedecer y cumplir los mandamientos de los 
Reyes de España, ios cuales estaban, como 
dijimos, muy ofendidos del; porque les parecía 
que un Rey como Federico su pariente y agna- 
do, y que tantos beneficios dellos había rece- 
bido en la guerra pasada, querer hacer aquel 
reino tributario á la Casa de Francia, que su 
tío el Rey Alfonso el primero con tantos tra- 
bajos y fatigas, asi del espíritu como del cuer- 
po, y gastos muy excesivos de su reino había 
ganado. 

Todas estas causas juntas bastaron para 
que se concertase con el francés para tomar- 
le el reino. Asimesmo hicieron los Reyes de 
España saber al Gran Capitán con cartas con- 
solatorias cómo don Alfonso de Aguilar, su 
hermano mayor, señor de la Casa de Aguilar, 
había seído muerto en un recuentro que hubo 
con los moros, que se habían alzado en Sierra 
Bermeja; porque aquellos moros se habían su- 
jetado debajo de ciertas condiciones de paz, y 
entonces el Arzobispo de Toledo les forzaba 
á que fuesen cristianos. Ellos se rebelaron y 
se pusieron en armas y ocuparon la sierra, y 
se fortalecieron en ella. Encomendaron los 
Reyes el cargo de los reducir y castigar al di- 
cho don Alfonso y á don Rodrigo Girón, Conde 
de Urueña, con la gente de sus casas y ciertas 
guardas del Rey que fueron con ellos. Llegaron 
una tarde al pie de la sierra, y el parecer de 
don Alonso fué que refrescase la gente y otro 
día por la mañana subiesen lasierra; porque se 
venía la noche y no sabían los pasos y los mo- 



ros sí. El Conde fué de voto que luego subie- 
sen por que los moros viesen en lo poco que 
los tenían. Don Alonso replicó que á él le pare- 
cía lo contrario, porque luego habían de tor- 
narse á volver abajo; porque los moros tenían 
lo alto de la sierra y ellos no la sabían. Mas 
visto que el Conde lo porfiaba tanto, le dijo: 
«Señor Conde, si después le pareciese á vues- 
tra merced volver atrás, yo no lo tengo de ha- 
cer, porque la seña de la Casa de Aguilar ja- 
más ha vuelto atrás un solo paso, y asi lo hará 
agora». AI fin subieron. Visto que la noche so- 
brevino y muy oscura, y que era el parecer de 
todos volverse al pie de la sierra, y otro día 
por la mañana subir, persuadiólo á don Alon- 
so de Aguilar el Conde el volverse. Don Alon- 
so le dijo: «Ya dije á vuestra merced mi pa- 
recer». El Conde y todas las otras gentes se 
volvieron, y quedó solo don Alonso con los 
caballeros y gente de su Casa, y comenzaron 
á pelear con los moros muy animosamente. A 
don Pedro, su hijo mayor, dieron una pedrada 
en la boca que le quebrantaron los dientes; al 
cual dijo su padre: «Hijo, vaite; no se ponga 
toda la carne en un asador; haced como buen 
cristiano y honra mucho á tu madre». Don Pe- 
dro jamás se quiso ir, hasta que su padre le 
mandó tornar por fuerza y lo bajaron abajo; 
que nunca pudo volver á se hallar con su 
padre ('). Yo vi después las corazas que tenía 
vestidas don Alonso pasadas siete veces; allí 
murieron él y todos sus criados, sin volver un 
paso atrás, muy gloriosamente. 

CAPÍTULO XXI 

Z)j cómo el Gran Capitán recibió la partición 
del reino, y supo la muerte de don Alonso, 
su hermano. 

E! Gran Capitán recibió los capítulos hechos 
y firmados entre los Reyes de España y Fran- 
cia, y leyó asimismo las cartas consolatorias 
que los Reyes Católicos le escrebían conso- 
lándole de la gloriosa muerte de don Alfonso, 
su hermano. Leídas por el Gran Capitán, él se 
hincó de rodillas y alzó las manos al cielo y 
dijo: «Bendito seáis. Señor, por siempre ja- 
más, amén, por la gran merced que á don 
Alonso, mi señor, y á todos nosotros por vues- 
tra gran misericordia habéis hecho, en que tu- 

(•) Al margen: Estaba don Pedro herido en una pier- 
na y otras heridas, caldo junto á bu padre. 



313 CRÓNICA MANUSCRITA 

vistes por bien que don Alfonso, mi hermano, 
acabase sus días en servicio de vuestra san- 
tísima ley y de los Reyes nuestros señores y 
de sus Reinos, haciendo lo que caballero cris- 
tiano debía hacer». Y dicho esto, mostró tan- 
to contentamiento como con la cosa del mun- 
do de que más lo pudiera recebir. Luego se 
retrajo á su cámara y hizo muy gran senti- 
miento, cuanto la razón lo requería. Retrajese 
á Sant Francisco y allí hizo las obsequias con 
mucha solemnidad. Allí se juntaron todos los 
señores y caballeros de aquel reino, todos 
cubiertos de luto, que no quedó en toda la 
cibdad persona chica ni grande que no se pu- 
siese vestidos negros. Tras esto mandó tomar 
alarde á los señores, y barones de aquella isla, 
mandándoles que diesen caballos y armas, con 
todas las otras cosas necesarias para encabal- 
gar los españoles, porque de la gente de aque- 
lla isla tenía poco contentamiento para la 
guerra. 



CAPITULO XXII 

De lo que el Rey Federico hizo, sabida la par- 
tición que los dos Reyes hablan hecho de su 
reino. 

El Rey Federico después que fué avisado 
que los dos Reyes de España y Francia se 
habían concertado de lo echar del reino y 
lo partir entre sí en iguales partes, invió 
aquel Bernardo de Bernardis al Gran Capitán 
con cartas cédulas en blanco con los capítu- 
los y tratos que se siguen. Que pues ya él 
era avisado de lo que los Reyes querían y te- 
nían determinado de le tomar su reino, que 
tuviese por bien de le ayudar á se lo defen- 
der del poder de entrambos Reyes, que él 
tenía esperanza en Dios y en su persona que 
se lo defendería á entrambos Reyes, y que 
tomase de aquel reino la meitad cual él esco- 
giese, y que luego á la hora le entregaría 
todas las fuerzas y fortalezas de aquel reino. 
Y que si esto no quisiese, que tomase las 
dos partes de aquel reino, y que le dejase 
una parte del, cual él escógese, adonde él se 
pudiese recoger, trayéndole á la memoria 
cuan gran fama y inmortalidad ganaría en sos- 
tener á un Rey contra quien tan injustamen- 
te dos Reyes tan poderosos querían echar 
de su reino, con otras muchas palabras y 
ofertas que bastaban para enternecer un co- 
razón por recio que fuera. 



Traía para esto, como dije, este embaja- 
dor cartas y cédulas en blanco firmadas del 
mesmo Rey y para todos los alcaides de 
todas las fortalezas y fuerzas y cibdades del 
Reino, para que luego entregasen todas las 
plazas á quien el Gran Capitán mandase. Al 
embajador respondió el Gran Capitán desta 
manera: «Lo que vos, Bernardo, diréis á su 
Alteza es que ha hecho muy grande injuria á 
mi lealtad, y que me espanto de su Alteza 
tener creído de mí, aunque de todo el mundo 
me hicieran señor, que había yo de hacer 
cosa tan fea y de tan mal nombre, y que no 
quiero aquí relatar las causas que tengo para 
me quejar de su Alteza, por ser cosa que tan 
mal suena, ni aun pensarla. Diréis asimesmo 
á su Alteza que es verdad, y yo así lo confie- 
so, que yo recebí de su manificencia en la 
jornada pasada, que por mandado de sus Al- 
tezas los Reyes Católicos hice en su servicio, 
el ducado de Santángelo y otras tierras de 
que su Alteza me hizo merced; que yo desde 
aquí lo renuncio y lo torno á su Alteza; que 
yo me desposeo de ello y se io torno para 
que haga dello lo que fuere su voluntad». Y 
luego invió á mandar á sus alcaides y gober- 
nadores fuesen á entregar las llaves de las 
fortalezas y plazas que él tenía y se despose- 
yesen de ellas, así ellos como los gobernado- 
res de aquellas tierras al dicho rey Federico. 
Lo cual ellos hicieron, visto el mandamiento 
del Gran Capitán; lo cual el Rey no aceptó, 
antes les mandó que las tuviesen como antes 
las tenían por el mesmo Gran Capitán. Asi- 
mesmo le invió á suplicar se pasase en Es- 
paña y confiase en la beninidad de los Reyes 
Católicos, y que esto era lo que más le cum- 
plía; porque ellos le darían tanta parte en 
aquel reino con que su Alteza fuese satisfe- 
cho, y que si otra cosa su Alteza hiciese, no 
acertaría. Lo cual le aconsejó y con muchas 
palabras le persuadió aquel embajador Ber- 
nardo. Asimismo le dijo á aquel embajador: 
«Diréis, señor Bernardo, al Rey, que los 
hombres de su calidad á una vida no habían 
de tener más de un parecer, no habiendo 
causa para hacer mudanza tan fuera de 
razón; que meta la mano en su seno y halla- 
rá que es justo juicio de Dios que habiendo 
recebido de su tío tantas mercedes y benefi- 
cios, se confederase con el Rey de Francia 
para le dar parias de aquel reino y le dar 
paso para ganar á Sicilia y le ayudar, con 



DEL GRAN CAPITÁN 



319 



otras cosas que su Alteza sabe que no son 
para relatar aquí». Vuelto aquel embajador y 
oída la respuesta del Gran Capitán, hallóse 
desamparado y sin ningún remedio, porque 
no tenía caudal para se defender de ninguno 
de los Reyes, cuanto más de entrambos ejér- 
citos de los dos Reyes, y más veyendo la 
grande alteración que en todo el reino había 
y la poca parte que en él tenía. El con algu- 
nos criados suyos se fué á la isla de Ischía y 
desde allí se pasó á Francia, adonde no fué 
recebido del Rey como su dínidad lo reque- 
ría, adonde feneció sus días pobre y deshere- 
dado, donde dio á entender á todos que 
tenía ofendidos á los Reyes Católicos, pues 
no se quiso pasar en España, adonde los Re- 
yes Católicos le dieran una parte en que 
viviera contento. 

CAPÍTULO XXIII 

Cómo el Gran Capitán pasó á la provincia de 
Calabria y ocupó las tierras que en la parti- 
ción cabian al Rey de España. 

El Gran Capitán partió de Palermo para 
Melazo y de allí vino á Mecina, adonde despa- 
chó todas las cosas necesarias á aquel reino, 
y con su casa y ejército se pasó á Calabria y 
desembarcó en Turpia. Llegado á esta cib- 
dad proveyó y dio cargo destas tenencias y 
gobernación de Rijoles, Turpia, el Silo, la 
Mantia y Cotron á Gonzalo Hernández de 
Córdoba, su sobrino, hijo de don Alonso, se- 
ñor de la Casa de Aguijar, su hermano, Co- 
mendador que fué de Calatrava de las enco- 
miendas de Manzanares y Argamasilla, El 
Rey Federico entregó á los generales de 
Francia las fortalezas de Ñapóles y Gaeta, y 
concertó con los generales de se ir á Francia 
para el Rey Luis, pues había quedado en la 
partición del reino que tierra de labor y el 
ducado de Benevento y Abruzo con la cibdad 
de Ñapóles y Gaeta cupiesen al Rey de Fran- 
cia; Calabria, Pulla y Basilicata con tierra de 
Otranto, cupiesen al Rey de España. Tras 
esto restituyó él Gran Capitán en sus esta- 
dos á los señores de la Casa de Sant Scve- 
ríno, principalmente al Príncipe de Visíñano, 
que le restituyó todos los castillos y tierras 
que le había tomado, porque siempre había 
seguido la parte francesa, y era muy enemigo 
de la Casa de Aragón. El Gran Capitán siem- 



pre era aficionado á ganar las voluntades á 
todos los señores y principales de Calabria, 
porque todos casi eran aficionados á Francia 
y porque con las buenas obras olvidasen la 
opinión de los franceses. 

Asimesmo trabajó de ganar la voluntad y 
obras de los Coluneses y les honró mucho y 
los trató muy humanamente, y dio á Fabricio 
Colona, que era la persona principal de aque- 
lla parcialidad, una capitanía de caballos y 
otra al Próspero su hermano, y otra á Marco 
Antonio su hermano. Fabricio, que había sido 
preso en Capua por los franceses, habíase 
rescatado por dineros; el Próspero, que era 
capitán del Rey Federico, y siempre había 
sido de parecer que Federico dejase las va- 
nas esperanzas del Rey de Francia y siguiese 
á la Casa de Aragón, pues era hijo della, y 
había sido restituido en su reino por ella, y 
jamás pudo con él que se apartase de aque- 
lla falsa opinión. Estaba asimesmo en Sicilia 
el Cardenal Colona, hermano de Fabricio, por- 
que vino huyendo del Papa Alejandro por- 
que había favorescido á los Ursinos, que es 
la otra parcialidad que hay en Roma contra- 
ria de los Coloneses; y los concertó y hizo 
amigos y capitanes de César Borja, su hijo, 
y les hizo mucha merced y usó con ellos de 
gran liberalidad y echó á los Coloneses de 
Roma y de sus estados. 

CAPÍTULO XXIV 

De lo que el Gran Capitán hizo después que 
pasó á Calabria. 

El Gran Capitán con aquella su gran pru- 
dencia parecía que tenia espíritu de prenos- 
ticar las cosas antes que viniesen. Era de tan 
claro ingenio y de tanta providencia, que pa- 
recía adevínar las cosas antes que fuesen, y 
para esto proveía las cosas necesarias á lo 
por venir. Tenía á los franceses por tan sober- 
bios y tan amigos de tomar lo ajeno por habér- 
seles dado todo lo que en su parte les venia, 
que luego habían de querer ocupar la otra 
parte de los Reyes de España; y con la gran- 
deza de su ánimo le parecía que si quisiesen 
los franceses ocuparle la otra parte, que ad- 
quiriría grande honra y fama en les tomar la 
suya y echarlos de toda ItaUa. Y no le engañó 
su pensamiento, que en lo uno y en lo otro 
salió verdadero, como adelante se verá, en el 



320 



CRÓNICA MANUSCRITA 



discurso de la historia. Y para este desino 
trajo á sí á ios Coloneses, hombres que, allen- 
de de ser caballeros tan valerosos, sabía que 
eran enemigos de franceses y del Papa Ale- 
jandro, que tenía hecha liga y amistad con el 
Rey de Francia, y asimesmo trujo á sí á todos 
aquellos quél sabía ser aficionados á la Casa 
de Aragón, 

Habían venido por generales de Francia el 
Duque de Nemos ('), de la principal sangre y 
nobleza de' aquel reino, mozo de veinte y doá 
años, muy valiente y de mucho consejo para 
su edad, y muy bravo y belicoso en la guerra, 
y muy benigno y templado en la paz. Venía 
juntamente con él Ebrardo Estuardo ('), lla- 
mado por otro nombre mos de Aubeni, de 
quien atrás dijimos, natural del reino de 
Escocia, hombre muy sabio en las cosas de 
la guerra, sino que era cruel y era en mu- 
chas cosas bárbaro. Pasaron por Roma los 
dos generales, mos de Aubeni y el Duque 
de Nemos, con muy grueso campo, seyendo, 
como hemos dicho, el Papa Alejandro ami- 
go y aliado con franceses. Entraron por aquel 
reino en su parte, robando y destruyendo, 
que ni perdonaban á las haciendas, ni á las 
doncellas y á las casadas, como lo hicieron 
los bárbaros que en aquella provincia en- 
traron. Llegando á Capua la saquearon y 
robaron las iglesias; ningún género de mal- 
dad dejaron de ejecutar en los napolitanos, 
porque les parecía que se vengaban dcllos 
por la guerra pasada. 

CAPÍTULO XXV 

De un hecho muy denotar que aconteció á una 
doncella de Capua llamada Severina. 

Entre otras crueldades que en el saco de 
Capua hicieron los franceses, aconteció que á 
un francés le pareció bien una doncella noble, 
llamada Severina, muy hermosa y muy hones- 
ta, que ni bastaron lágrimas ni ruegos de los 
padres ni de la doncella para que no la forzase. 
Ella como pudo se desasió del y fué huyendo 
por la calle, que ninguno bastó para se la qui- 
tar. Pasa por medio de la cibdad un rio lla- 
mado Vulturno. Faltándole á Severina ya las 
fuerzas corporales, corrió al río y se lanzó en 
él, adonde se ahogó, pareciéndole y teniendo 

{') TiUiB de Armagnac. Duque de Nemours. 
(') Roberto Btewart, señor de Aubigny. 



por mejor la muerte del cuerpo que no per- 
der la castidad. De lo cual aquel francés y los 
otros que le favorescían quedaron muy es- 
pantados á la orilla del río, de hecho tan gran- 
de de mujer. Mucho más es de alabar Seve- 
rina, capuana, que no Lucrecia, romana; por- 
que Lucrecia, con temor que hubo de Sexto 
Tarquino, consintió en el adulterio del primo 
de su marido, y después se mató delante de 
Junio Bruto su tío y de Collatino su marido, ó 
porque se arrepintió de lo que había hecho, 
por ventura pensando no viniese por alguna 
vía á se descubrir al fin, ella mesma se mató 
con un cuchillo delante de quien hemos dicho. 
Mas Severina, ni las armas del francés, ni las 
olas del río, ni el temor de la muerte le pusie- 
ron temor para perder su castidad, ni quiso 
tener vida sin ella. Mas los de Capua tuvieron 
la culpa, que dieron entrada y lugar á los fran- 
ceses, estando dentro Fabricio Colona con es- 
pañoles y coloneses. Aquí se averigua el di- 
cho antiguo que nunca el traidor carece del 
castigo que su traición merece, como aconte- 
ció á aquellos de Capua, que fueron saquea- 
dos, robados, deshonrados y destruidos como 
merecía su traición. 



CAPITULO XXVI 

De lo que el Rey Federico dejó ordenado en el 
reino de Ñapóles cuando del se partió. 

Ya dijimos en uno de los capítulos pasados 
cómo el Rey Federico, confiado de las vanas 
esperanzas del Rey de Francia, se pasó á 
aquel reino. Dejó á su hijo mayor, que se lla- 
maba don Hernando, Duque que era de Ca- 
labria, en la ciudad de Taranto, que es la 
más fuerte de todo aquel reino, con este de- 
sino: que él seguiría la parte francesa y el 
hijo siguiese la parte española, así por el gran 
deudo que con los Reyes de España tenía 
como aquel que era sobrino del Rey don Fer- 
nando de España, como porque siguiendo 
cada uno á uno de los Reyes, quedase con la 
parte vencedora, y este fué su desino. Lo cual 
le pareció bien al Duque de Calabria, aunque 
era muy mozo y estaban con él fray Leonar- 
do Alejo, comendador de la caballería de Ro- 
das, y don Juan de Guevara, Conde de Poten- 
cia. El Duque estaba determinado de seguir 
á los Reyes de España sus tíos con la fideli- 
dad que se requiría; mas los franceses, como 



DEL GRAN CAPITÁN 



321 



tenían intinción de romper la guerra y de ocu- 
par la otra parte que á los Reyes de España 
en la partición había cabido, trataron de se- 
creto con el Duque, que era de poca edad, ha- 
ciéndole entender que era cosa muy ligera y 
de poco trabajo ocupar la otra parte del rei- 
no, según la gente de guerra que tenían, y que 
tomarían á los españoles descuidados sin 
pensar tal cosa; y lo mesmo trataron con fray 
Leonardo Alejo, aquel comendador de Sant 
Juan que era su ayo, y lo había siempre cria- 
do y lo tenía en su poder y gobernación. Fué 
el trato que se alzase con la cibdad de Taran- 
to, que cabía en la parte de los Reyes Católi- 
cos, ofreciéndoles muchas vanas esperanzas. 
Lo cual el Duque aceptó por persuasión de 
aquel su ayo. Los franceses, teniendo como 
dijimos la intinción de quebrar la capitulación, 
hacían muy malos tratamientos en todos los 
lugares que ocupaban para poner miedo á to- 
dos, porque se les rindiesen de temor. Los 
señores y personas principales que seguían 
la parte francesa son los siguientes: el Prín- 
cipe de Visiñano, el Príncipe de Salerno y el 
Príncipe de Cosano, el Príncipe de Melfa, el 
Conde de Capacho, el Conde de Melito, el 
Marqués de Bitonto, el Duque de Atre, Al- 
fonso Carachulo, Luis de Aste y otros algu- 
nos varones y personas principales. Los que 
seguían la Casa de Aragón eran éstos: el 
Duque de Termoli, Marqués del Vasto, Con- 
de de Potencia, Conde de Muro, Conde de 
Sant Severino, Conde de Montesarcho, Con- 
de de Matera, con otros varones y perso- 
nas principales. 

CAPÍTULO XXVII 

De cómo el Gran Capitán partió de Turpía 
para ocupur la parte que le^cabla en la par- 
tición, y cómo pasó cerca sobre Taranto, 
adonde el Duque de Calabria estaba rebe- 
lado. 

El Gran Capitán partió de Turpia y fué á 
Monteleón, adonde juntó todo su campo, y de 
allí fué sobre Cosencia. Luego se le entregó la 
cibdad, aunque la fortaleza no se le entregó, 
porque estaba en ella un caballero italiano 
criado del Rey Federico, sobre la cual mandó 
poner sitio el Gran Capitán. Estaría un mes 
cercada; al fin, visto por el alcaide los com- 
bates que cada día le daban y conocida la 

Crónicas de' Gran Cap'lán.- 2i 



determinación del Gran Capitán hizo su par- 
tido y la entregó. De allí fué el Gran Capitán 
la vuelta de Calabria para ir sobre la cib- 
dad de Taranto, adonde dijimos estar rebe- 
lado el Duque don Fernando; y llegado, puso 
sitio sobre ella á los veinte y ocho días de 
Octubre del dicho año de mil y quinientos y 
uno años. 

Esta cibdad de Taranto está junto á la 
mar; es muy fuerte así de sitio como por mu- 
chas y muy fuertes torres y muros que tie- 
ne; las torres cerca el agua y de una á otra 
hay puente levadiza; luego hay una que lla- 
man la cibdadela, muy fuerte; y adelante la 
cibdad de muy fuerte muro, y tras éste un 
muy fuerte castillo. Esta fué aquella gran 
cibdad de Taranto que hizo tantos años gue- 
rra al pueblo romano, trayendo por caudillo 
y valedor á Pirro, Rey de los Epirotas, el 
cual les hizo muy ruda contra. Al cual invia- 
ron los romanos á Fabricio, aquel capitán tan 
nombrado, que lo venció y desbarató su ejér- 
cito, después de haber pasado entre ellos 
muchas guerras. 

CAPÍTULO XXVIII 

De lo que aconteció á un capitán de infan- 
tería llamado Juan de la Iqu con el Gran Ca- 
pitán. 

Yendo el Gran Capitán la vuelta de Taran- 
to, un capitán de infantería llamado Juan de 
la Iga llegó á aposentarse á un lugar llamado 
Restigo; y porque no le quisieron abrir de 
buena gana en el pueblo, con buenas razo- 
nes que les persuadió le abrieron las puer- 
tas y le aposentaron en el lugar. Y entrado 
una noche mandó tocar alarma, y saquearon 
el pueblo, en que murieron algunos vecinos de 
los que se quisieron defender; y salido de 
aquel lugar se vino al campo del Gran Capi- 
tán. Sabido por el Gran Capitán este caso, y 
hecha la información, mandó á un capitán de 
caballos que llevasen preso al dicho Juan de 
la Iqa á la villa de Restigo y hiciesen justicia 
del, en medio de la plaza de aquella villa, lo 
cual así fué hecho, que en medio de la dicha 
plaza fué descabezado. A todos pesó mucho 
de aquella muerte, y más al Gran Capitán, 
porque era un muy valiente soldado y muy 
diestro en cosas de la guerra. 

Los de aquella villa, veyendo la gran justi- 



322 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cia que de aquel capitán se había hecho, vi- 
nieron á dar las gracias al Gran Capitán. Puso 
este castigo gran temor á toda la gente de 
guerra para hacer lo que debían con los ami- 
gos y enemigos. 

CAPÍTULO XXIX 

De cómo el Gran Capitán asentó el cerco so- 
bre la cibdad de Taranto, con lo que sobre 
aquel cerco aconteció. 

Tiene la cibdad de Taranto un asiento y 
sitio muy fuerte, que por todas partes es cer- 
cada de agua de la mar. El Rey don Alonso, 
nieto del Rey don Alonso el primero, de quien 
atrás dijimos que había dejado el reino á su 
hijo el Rey Fernando, cuando los turcos to- 
maron á Otranto y la tuvieron por espacio de 
un año, hizo cortar la tierra firme y cercarla 
de agua, porque los turcos trabajaban de to- 
mar aquella cibdad por el buen puerto que 
tiene y otras partes muy bien acomodadas 
para sus desinos. No está agora la cibdad de 
Taranto asentada en el sitio antiguo, sino en 
la altura y fuerte fuera de Taranto, que Aníbal, 
capitán de los cartagineses, tuvo cercada tan- 
tos días sin conseguir el efecto que deseó de 
aquella cibdad. Agora se parecen las grandes 
minas adonde antiguamente fué edificada la 
cibdad antigua de Taranto y las grandes se- 
ñales de la nobleza de aquella cibdad. Está 
esta cibdad de Taranto como isla, porque está, 
como dijimos, toda cercada de mar. Entrase 
á ella por dos puentes levadizas de madera: 
la una está al nacimiento del sol y la otra al po- 
niente. Están á las entradas destas puentes 
dos hermosas fortalezas, que por medio de la 
una y de la otra corren ríos de agua; de cuya 
causa es muy difícil y trabajoso combatir 
aquella cibdad, pues por la parte de la mar en 
ninguna manera pueden llegar navios por es- 
tar unas rocas y peñascos que lo estorban; de 
manera que es inexpugnable aquella cibdad. 

Visto por el Gran Capitán la dificultad de 
tomar pof combate aquella cibdad, porque 
allende del sitio natural y artificial de Taran- 
to, como los del Duque don Hernando espe- 
rasen el cerco, habían bastecido aquella cib- 
dad de todas las cosas necesarias y de mu- 
chos mantenimientos y vituallas de toda la 
comarca, y allende desto la cibdad es muy 
abundante de todas las cosas. 



CAPÍTULO XXX 



De lo que el Gran Capitán hizo con Filipo 
de Rabastain, capitán del Rey de Francia, 
que aportó perdido y desbaratado con tor- 
menta á Calabria. 

Visto por el Rey de Francia y venecianos 
que el Gran Capitán con tanta honra había 
ganado la isla de Chafalonía, parecióles que 
sería cosa muy honrosa que Filipo de Rabas- 
tain, flamenco, un valeroso capitán del Rey de 
Francia, fuese con una muy buena armada y 
conquistase la isla de Mitilene, en el archipié- 
lago, muy dentro en Turquía; y que ganaría 
muy gran gloria para el Rey de Francia y para 
él, á fin que tomada aquella cibdad y isla 
abajase la soberbia de los turcos y la gloria 
del Gran Capitán. Y asi como aquella jornada 
fué con loca osadía y invidioso desvío, así fué 
su suceso temerario y deshonrado. Porque 
llegados á la dicha isla, y comenzando á com- 
batir el muro de la cibdad, los turcos la de- 
fendieron de arte que los franceses se dejaron 
del combate, y afrentosamente se tornaron 
por donde habían venido; y saliendo del archi- 
piélago, les tomó gran tempestad que perdió 
las naos de su armada, unas que se anegaron 
por la furiosa tempestad, otras con los vientos 
que las echaron á partes adonde todas se per- 
dieron, así ellas como la gente que en ellas 
venía; y la nao en que venía Filipo de Rabas- 
tain con la tempestad aportó á Calabria á Ri- 
joles, adonde fué preso. Y avisado el Gran Ca- 
pitán dello, quiso usar con él de su natural con- 
dición y tan bien adquirida con grande artificio. 

Siempre el Gran Capitán trabajó de ser te- 
nido en todos sus hechos, así en la paz como 
en la guerra, de franceses y italianos por muy 
señalado en la liberalidad y manificencia; en 
la cual virtud tenía hecho hábito y costumbre, 
porque ésta es una tan gran virtud con que 
ganó siempre los ánimos, corazones y volun- 
tades de los soldados; porque así como en las 
otras virtudes hizo mucha ventaja á todos los 
otros capitanes, así pasados como presentes, 
así ninguno hubo que mejor á tiempo y sazón 
usase de esta virtud. Entonces estaba muy 
contento, cuando usaba de liberalidad. 

Como mos de Rabastain aportase á Rijoles 
tan destrozado, porque su nao había embes- 
tido con la violencia del viento en una de las 
islas del mar Jónico, el Gran Capitán, veyén- 
dole tan trabajado, así por haber 



perdido 11 



DEL GRAN CAPITÁN 



323 



aquella jornada y haberle sucedido tan mal 
aquella empresa, invióle cosas muy importan- 
tes para la necesidad en que estaba, que sin 
duda quien quisiere mirar el gran valor del 
presente que el Gran Capitán invió á Filipo 
de Rabastain, le parecerá, y con justa razón, 
pasar los límites y término de la liberalidad, 
aunque fuera con un grande amigo á quien él 
mucho debiera, y le fuera en grande obliga- 
ción. Invióle una nao muy bastecida de mu- 
chas vituallas y todas las cosas necesarias, y 
una muy gran vajilla de vasos de oro y plata, 
muchas ropas de seda y brocados, forrados 
en martas zebellinas y lobos cervales de gran 
precio, y muy buenos caballos y muy bien 
aderezados, y muchas conservas y regalos. 
Fué en tanta cuantidad todo, que á todos sus 
compañeros les alcanzó parte. 

Venían en la compañía de mos de Rabastain 
muchos caballeros y muy principales, entre 
los cuales venía Estuardo, Duque de Albania, 
muy pariente y de la sangre real de los Re- 
yes de Escocia, que después ha sido capitán 
muy valeroso del Rey de Francia. El Rabas- 
tain confesaba á do quiera que se hallaba, y 
delante de su Rey, que ninguno de cuantos 
capitanes él había conocido ni oído llegaba al 
valor y ánimo del Gran Capitán. 

Fué estimado lo que el Gran Capitán invió 
al Rabastain en doce mil ducados, sin la nao 
y todas las cosas necesarias á ella. Fué tan in- 
vidiada esta merced que el Gran Capitán hizo 
al francés, que los soldados, no pudiendo su- 
frir con paciencia esta dádiva, se amotinaron, [ 
y casi todos de común consentimiento toca- 
ron al arma, con determinación de no quedar 
con el Gran Capitán; y decían públicamente 
que el Gran Capitán repartía la hacienda con 
Jos extranjeros, y aun enemigos, por adquirir 
nombre de liberal y real ánimo, derramaba 
las riquezas y dejaba á ellos pobres; que fue- 
ra muy más justo proveerles á ellos, pues se 
Íes debían muchos meses, los cuales habían 
esperado detenidos con sus promesas y dul- 
ces palabras. 

Fué tan grande el enojo y furia que los ■ 
soldados de aquella invidia concibieron, y de 
tal manera aquella malvada ponzoña prendió 
sus ánimos muy obstinados, que comenzando 
á marchar puestos en orden, llegando á ellos 
el Gran Capitán, le pusieron las picas á los 
pechos muy desacatadamente, pidiéndole to- 
das las pagas que se Jes eran debidas. £1 se 



metió entre ellos desarmado, y con aquella 
constancia maravillosa y la majestad de sus 
palabras; y un soldado con muy gran furia le 
puso la pica en los pechos, determinado de lo 
pasar con ella, según las palabras desacata- 
das que decían, y el Gran Capitán metió la 
mano en bajo de la pica y se la alzó, y con 
gran risa le dijo: «Alza esa pica, necio, ¿no ves 
que burlando me podías pasar el cuerpo?». Y 
esto con gesto tan alegre, como si aquel sol- 
dado se estuviera burlando con él. 

Pues llegó á tal estado la desvergüenza, 
que diciéndoles el Gran Capitán que la paga 
vernía presto, de que todos quedarían con- 
tentos, respondió un capitán vizcaíno, llama- 
do Isciar, con gran furia y soberbia le dijo: 
«Pues que no tienes dineros, pon á tus hijas 
en el burdel, que ganen su pan, que nos pa- 
gues». El Gran Capitán le respondió con ale- 
gre cara: «¿No ves que son mis hijas feas?». Y 
aunque allí al presente páreselo no lo sentir, 
mas llególe á la ánima, y lo sintió en lo secre- 
to como la razón lo pidía. 

Pues sosegado aquel motín con promesas 
que dentro de ciertos días serían pagados, 
amaneció una mañana ahorcado el capitán Is- 
ciar de una ventana, adonde todo el ejército lo 
vio. De lo cual el Gran Capitán ganó mucho 
crédito y reputación con la severidad de aquel 
castigo, que dende adelante cobró la reputa- 
ción que cuasi tenía perdida. 

CAPÍTULO XXXI 

De cómo estando ios soldados para se ir del 
campo porque no les pagaban, sin haber de 
qué, Dios proveyó milagrosamente de que 
fueron pagados y sobró mucho. 

Los soldados muchas veces pedían con gran 
furia las pagas que les eran debidas, y decían á 
voces que, ó les pagasen ó les diesen licencia, 
porque se querían ir á otra guerra adonde se- 
rían pagados á su voluntad, con esperanza de 
grandes sacos y militarían en otra milicia más 
libertada y no tan estrecha. Y era que el Du- 
que de Valentinois, hijo del Papa Alejandro, 
César Borja, tenía intención de hacer gue- 
rras y hacerse señor de la Toscana y Roma- 
nía, y conquistar á los señores dellos, y pro- 
metía de secreto á los soldados muy gruesas 
pagas y grandes sacos y presas de muchas 
cibdades ricas, y los soldados estaban deter- 
minados de dejar Jas banderas y irse para el 



324 



CRÓNICA MANUSCRITA 



Borja, por ver el mal aparejo que había para 
haber dineros. 

Estando las cosas en este estado, le soco 
rrió Dios á tan grande necesidad como tenía, 
porque la fortuna, guiada por la divina Provi- 
dencia, que jamás le faltó, le proveyó de la 
manera que agora oiréis. 

Iba una nao de ginoveses á Levante, carga- 
da de muchas y muy ricas mercadurías, y en- 
tre otras cosas llevaba hierro y otras cosas 
vedadas; la cual con tormenta había arribado 
al golfo de Taranto. 

Sabido por el Gran Capitán lo que la fortu- 
na le ofrecía, y á tal tiempo, mandó á Juan de 
Lezcano que con sus galeras la rodease y la 
metiese á saco. Lo cual luego fué hecho; de 
que los ginoveses estaban bien sin pensa- 
miento de lo que les sobrevino. Y aunque el 
Gran Capitán estaba en tan grande y extre- 
ma necesidad, no lo mandara saquear si no 
llevara lo que hemos dicho á turcos. 

Fué estimado lo que allí se tomó en más de 
cien mil ducados; y con todo lo que hemos di- 
cho, fué forzado á lo hacer contra su natural 
condición, porque en la verdad, ninguna avari- 
cia le movió, sino la mucha necesidad por con- 
servar los soldados sediciosos y ya determi- 
nados de se partir para el Borja. 

Solía muchas veces decir que los Capitanes 
generales, aunque algunas veces quebranta- 
sen la razón por conservar los soldados y 
vencer á sus enemigos, no se les podía atri- 
buir á tanto mal, porque venciendo podía sa- 
tisfacer á las personas agraviadas y restau- 
rarles sus pérdidas, lo cual era menos daño 
que el que se podía seguir si sus enemigos 
venciesen; y más seyendo franceses los ven- 
cedores, que con la victoria no tienen mucha 
cuenta la razón y justicia, según por expe- 
riencia lo vían cada hora. 

De lo que allí se hubo fueron los soldados 
pagados muy á su voluntad y cumplidas algu- 
nas otras necesidades en que estaban; y pa- 
rece que lo permitió Dios, porque llevaba lo 
que atrás dijimos á los infieles, que de dere- 
cho divino y humano es vedado y perdido. 

CAPÍTULO XXXII 

De cómo se entregó la cibdad y fortaleza de 
Taranto y el Duque don Fernando con ella. 

El Gran Capitán tuvo cercada la cibdad de 
Taranto poco más de cuatro meses, porque á 



él se le puso el cerco á los veinte y ocho días 
de Octubre hasta principio de Marzo, que 
fueron más de cuatro meses. El Duque invió 
á suplicar al Gran Capitán que le esperase 
cierto tiempo, y que si dentro de él no fuese 
socorrido de su padre ó de otro alguno, que 
él se entregaría, así á su persona como á la 
cibdad y fortaleza. Lo cual el Gran Capitán se 
lo otorgó; y pasado aquel tiempo no cumplía 
la palabra que había dado, y no por su volun- 
tad, sino porque los franceses, de secreto, 
trataban con un Juan de Guevara, que tenía 
cargo de la persona y gobernación del Duque, 
y frey Leonardo, Comendador de Sant Juan, 
que era capitán de su guarda, que les entre- 
gase á la cibdad y fortaleza de Taranto, di- 
ciéndole que los Reyes de España habían he- 
cho muy ruindad al Rey Federico, su padre, 
seyendo al revés, que el Rey Federico, su pa- 
dre, la hubiese hecho á los Reyes de España, 
como atrás dijimos. Y para mejor efectuar 
esto, mos de Alegre, un capitán astuto y muy 
sagaz, so color de religión había pedido licen- 
cia al general Duque de Nenios para ir á vi- 
sitar la iglesia de San Cataldo, un santo muy 
célebre y en quien todos los de aquella pro- 
vincia tienen mucha devoción, á quien él decía j 
haberse prometido en las guerras pasadas, y^ 
era con designio de no fiar aquel negocio de 
alguna espía, sino ser él en persona. Llevó á 
la iglesia de San Cataldo muchos dones y pro- 
mesas que había á la iglesia del Santo pro- 
metido, por persuadir al Guevara y á Leonar- 
do que entregasen á Taranto y al Duque á los 
franceses, y juntamente habían prometido al 
alcaide y gobernador de Manfredonia les en- 
tregase la fortaleza y cibdad. 

El Gran Capitán, con su diligencia maravi-j 
llosa, conoció los designios de los franceses, 
así en lo de Manfredonia como en lo de Ta- 
ranto, porque es cosa muy averiguada que 
jamás al Gran Capitán se le encubrió traición 
ni ardid alguno de los contrarios. Parecióle 
que no era tiempo de dilatar más, pues no 
cumplía el Duque ni el Guevara ni el Leonar- 
do lo que habían prometido. El Gran Capitán 
le pareció seguir lo que Aníbal en el cerco de 
aquella cibdad había hecho cuando la tuvo 
sitiada. Hizo con gran presteza y maravilloso 
artificio veinte navios encima de carros, y 
pasádolos de la mar á aquel mar que está 
allí cerrado, que tiene de largo cuatro millas, 
que es como un grande estanco y tiene vein- 



DEL GRAN CAPITÁN 



325 



te millas en derredor, adonde están los na- 
vios muy seguros aunque haya gran tormenta. 
Pues metidas las naos en el puerto, los sol- 
dados les dieron á entender que no se les 
podían defender. 

CAPÍTULO XXXIII 

De cómo se acabó de tomar la fortaleza y cib- 
dad de Taranto, y se entregó el Duque don 
Fernando, 

El Gran Capitán mandó apretarles el cerco, 
y porque supo que ciertos caballeros italia- 
nos, personas principales, que dentro se ha- 
bían metido con el Duque, estorbaban que 
Taranto no se entregase, mandó á Ñuño de 
Ocampo y á otro cierto capitán que trujesen 
allí al cerco á sus mujeres y hijos de aquellos 
caballeros que en Taranto estaban allí al 
cerco, y mandó combatir la cibdad, y que pu- 
siesen en la delantera á las mujeres y hijos, y 
invióles á avisar que si contra el real tirasen, 
que mirasen y verían puestas delante á sus 
mujeres y hijos, en quien los tiros primero 
topasen. Estuvieron alií aquellas señoras tra- 
tadas con tanta honra y honestidad como 
cuando más estuvieran en sus casas. Visto 
por los caballeros que en la fortaleza esta- 
ban el llanto de sus mujeres y hijos, que lle- 
gaban al cielo, movidos de compasión, trata- 
ron de entreg'ar la fortaleza. Todos de común 
consentimiento inviaron á suplicar al Gran 
Capitán mandase volver aquellas mujeres y 
hijos á sus casas, que luego entregarían la 
fortaleza y cibdad y la persona del Duque á 
su señoría. Lo cual así fué hecho, porque 
persuadieron al Duque que se quisiese guar- 
dar para esperar mejor fortuna, y que si to- 
davía quería perseverar en aquel cerco, él se 
ponía á manifiesto peligro de su persona y 
vida, pues tenía por enemigos á dos Reyes 
tan poderosos, y á todos los otros Príncipes 
y señores que con ellos estaban ligados, 
pues esperar socorro parecía cosa vana y de 
ningún efecto. Demás desto, los tarentinos 
estaban muy fatigados y afligidos por los 
muchos daños y pérdidas y fatigas que en 
aquel cerco habían recibido y recibían del 
largo sitio que habían padecido, persuadían 
al Duque y á aquellos caballeros que pu- 
siesen fin á tan grande adversidad como pa- 
decían, y que el Gran Capitán era tan mag- 



, nánimo y tan benino, que fácilmente daría 
libertad al Duque para se ir adonde más qui- 
siese. 

Persuadido el Duque ¡nvió al Gran Capitán 
al Guevara, el cual concertó la tregua por 
seis días. Luego entraron dentro Pedro de 
Paz y Luis de Herrera; fué concertado de 
rendir á Taranto, cibdad y fortaleza, y la per- 
sona del Duque. De aqueste concierto que- 
daron en no buena reputación el Guevara y 
el Leonardo y los principales que allí con el 
Duque estaban. 

Luego fueron las puertas abiertas. El Gran 
Capitán fué adonde el Duque estaba, y le pi- 
dió las manos para se las besar, y le dijo: 
«Perdone Vuestra Excelencia, que lo pasado 
no ha podido dejar de se hacer». Con otras 
muy dulces palabras, que Su Excelencia se 
consolase, que los Reyes Católicos, sus tios, 
le temían en lugar de verdadero hijo, y le 
darían tanta parte en sus reinos que le pa- 
reciese no le haber faltado aquel reino. 

El Duque le respondió: «A Vuestra Merced, 
señor Gran Capitán, tengo yo por verdadero 
padre, y tengo por cierto que se acordará de 
favorecer á un hombre desheredado como lo 
yo soy». 

El Gran Capitán le hizo muy buen trata- 
miento, dándole muías, caballos, ropas, dine- 
ros y muchos aderezos de casa, y le envió 
entre otras muchas cosas un caballo que se 
llamaba Mudarra, el mejor que á la sazón se 
sabía en toda Europa y en África, con un 
jaez de oro muy rico que el Rey de Granada 
le habla dado, de que el Duque fué muy con- 
tento. Luego mandó á Luis de Herrera tovie- 
se cargo de la persona del Duque, el cual 
quisiera salir del reino, según los consejos 
del Rey Federico, su padre. 

El Gran Capitán tuvo por cierto que el 
Duque se pasaría á Francia para su padre, 
y porque no procurase con los de la parte 
francesa levantallos con esperanza de tor- 
nar á cobrar el reino y quitallo á los espa- 
ñoles, desta causa lo mandó tener á buen re- 
caudo. 

Luego adelante, visto por el Duque que no 
le ponían en la libertad que él pensaba y los 
caballeros que con él estaban le hacían en- 
tender, quejábase mucho lamentando su for- 
tuna contra aquellos que así lo habían enga- 
ñado y le habían puesto por prisionero. El 
Duque no fué engañado por el Gran Capitán, 



326 



CRÓNICA MANUSCRITA 



que nunca él tal fe ni palabra le dio ('), sino que 
de los Reyes Católicos, sus tíos, sería trata- 
do como hijo y heredado en España. 

De allí fué el Duque llevado á Ríjoles, y de 
allí á España, adonde fué tratado de los Re- 
yes Católicos según su persona merecía, y 
parecía ir olvidando la adversa fortuna pasa- 
da. Después, estando la Corte cerca de Fran- 
cia, trató de se soltar y se pasar en Francia 
con un ardid de franceses: que puesto fuego 
al lugar adonde estaba, por tantas partes con 
otros dos acudiesen al fuego, él se pudiese 
¡r á Francia, lo cual fué descubierto. 

Sabido por los Reyes, y vista su ingrati- 
tud, lo mandaron llevar á Játiva en Aragón, 
con muy buen tratamiento y servicio, como 
su persona merecía, y estuvo allí hasta que 
reinando el Emperador vino á reinar y lo 
mandó soltar y lo casó con la reina Germana, 
mujer del Rey don Fernando, su agüelo, so- 
brina del Rey Luis duodécimo de Francia, y 
muerta aquélla le casaron con la Marquesa 
del Zenete, y le hicieron gobernador de Va- 
lencia hasta que murió. 

El Gran Capitán dejó por alcaide y gober- 
nador de la fortaleza y cibdad de Taranto á 
un caballero de su casa, llamado Pero Her- 
nández de Nicuesa, que dio muy buena cuen- 
ta de aquel cargo. 



COMIENZA EL CUARTO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE EL GRAN CAPITÁN HIZO 
CONTRA LOS REYES DE FRANCIA Y ÑAPÓLES 



CAPÍTULO I 

De cómo los franceses buscaron cautelas para 
quebrantar la paz y echar al Gran Capitán 
de la otra parte que á los Reyes de España 
habla cabido. 

Despachado, pues, lo de Taranto, y invlado 
el Duque don Fernando á España, el Gran Ca- 
pitán se fué á un lugar que se llama la Tela, 



(*) Adición maridnal: Porque si se la diera, él la cnm- 
pliera, aunque Paulo Jovio, en una suma que del Gran 
CapitÁn oflcriVjíó, dico que le dio su palabra, no dijo lo 
cierto. Deciame Carlos de Paz, que se halló cuando el 
Duque fué entregado, que nunca se trató de tal cosa, 
y lo mesme decia Diego Garcia de Paredes. 



que es en los confines de Pulla con Ñapóles, 
porque los generales de Francia estaban en 
otro lugar que se llamaba Melfa, en los confines 
de Ñapóles y Pulla. La intinción del Rey de 
Francia siempre fué que, ocupada la parte 
que le cabía, después, ó por armas ó por al- 
guna cautela, preso el Gran Capitán, tomasen 
la otra parte del reino, y así se hiciese señor 
de todo él 

El principio de quebrantar la paz fué que 
en la parte que estaba diputada para igualar 
las rentas de entrambas partes, estaba un lu- 
gar que se llama la Tripalda, con otros luga- 
res comarcanos. Los franceses comenzaron á 
echar de allí á los que estaban diputados para 
cobrar aquellas rentas, sobre lo cual fué el 
Duque de Termoli, con ciertos caballos y in- 
fantería española, y los franceses asimismo se 
pusieron en armas. Y estando entrambos cam- 
pos para pelear, el Duque de Nemos, que era 
un buen caballero, aunque mozo, estorbó que 
no peleasen, y fué acordado que aquellas tie- 
rras quedasen como antes estaban, hasta que 
por justicia se determinase. 

Los franceses inviaron un caballero francés 
á decir al Gran Capitán que le hacían saber 
que en la provincia de Pulla estaba la provin- 
cia de Capitanata, sin la cual la cibdad de Ña- 
póles no podía vivir, porque de allí se proveía 
de todas las cosas necesarias é importantes á 
aquella cibdad, y que luego les entregasen 
aquella provincia, aunque hubiese cabido en 
la partición de los Reyes de España. El Gran 
Capitán replicó que Capitanata estaba, como 
ellos sabían, en la Pulla, y que, conforme á la 
capitulación, no tenía lugar lo que pedían; mas 
que de todo lo que de aquella provincia tu- 
viesen necesidad, así se serviría Ñapóles de 
ella como si en su partición hobiera cabido. 

Los franceses insistieron que en todo caso 
se les había de entregar, y sobre esto pasa- 
ron muchas alteraciones de la una parte á la 
otra. Al fin el Gran Capitán les replicó que se 
viese por justicia, y que ellos nombrasen los 
que les pareciese, hombres de letras y con- 
ciencia, y él nombraría otros tantos de la suya, 
y que si ellos lo determinasen, que él estaba 
aparejado para se la restituir. 

Lo cual todo fué así concertado, porque los 
franceses esperaban un grande ejército y otras 
cosas para romper la guerra, y entre tanto- 
dilataban el negocio por estos medios. Con- 
certóse que los capitanes, así el español como 



DEL GRAN CAPITÁN 



327 



mos de Aubeny y Duque de Nemos y Gran 
Capitán con los letrados, se juntasen en una 
ermita que está entre Melfa y la Tela, que 
se llama Santo Antonio, adonde se hacen mu- 
chos milagros, y vienen de toda aquella tierra 
á la visitar, por la gran devoción que allí tie- 
nen. Pues juntos en aquella ermita los capita- 
nes y letrados, diéronles allí pintado todo el 
reino como los geógrafos lo suelen hacer ('), 
que en poca distancia suelen pintar las tierras 
para poder juzgar claramente, y juntamente 
trajeron las historias de aquel reino, porque 
por la mucha antigüedad estaban mudadas las 
particiones antiguas de aquel reino y troca- 
das, y las más con palabras bárbaras, porque 
en nuestro tiempo todo aquel reino estaba di- 
vidido en cuatro provincias ó gobernaciones, 
porque la provincia de Abruzzo, que antigua- 
mente se llamó por vocablo general Precu- 
tium populi y Vestini, y toma todo lo que hay 
desde el monte Apenino hasta el mar Adriáti- 
co, es la principal cibdad hoy el Águila, cerca 
de Amiterno, ciudad antigua, y va á lo largo 
por los Peliguos y ducado de Benevento. Lue- 
go comienza la Pulla desde Manfredonia ó 
Monte Gargano y va hasta el cabo de Otranto. 
La tercera región es la Calabria, que se lla- 
ma Burjios propiamente. La cabeza de esta 
provincia es Cosencia, y esta provincia se ex- 
tiende por el mar Jonio hasta el mar de Sici- 
lia, y en esta parte está la Basilicata, desde el 
río Laino, que se llama Lao, y va hasta el 
mar Tirreno. La otra provincia y más princi- 
pal es Tierra de Labor, llamada la Campania, 
y ésta se extiende no lejos de Tarrachina, por 
Fiuni y Sesa y el Careliano, todo lo largo del 
mar Tirreno hasta el río Laino, que fué Lao, 
que parte á la Basilicata de la Calabria, y de 
aquesta provincia, que se llamó antiguamente 
Lucania, es la principal cibdad Ñapóles, llama- 
da Partenope. Es cibdad, y su vecindad pue- 
de competir con todas las cibdades que sabe- 
mos en toda Europa y aun en Asia y África, 
así en abundancia de todas las cosas necesa- 
rias para la vida humana como en frescura y 
vista, así de la mar como de la tierra. Pues de 
aquestas cuatro provincias las dos, que son 
Pulla y Calabria, en su partición habían cabido 
á los Reyes de Espaiía, y toda la tierra de La- 
bor con el Abruzzo al Rey de Francia. Que- 
daban por sí y en medio la Basilicata y Ca- 

(*) Al margen: Fueron estas vistas lunes h cuatro 
dias de Abril de mil quinientos dos aúos. 



pitanata, nombre nuevamente puesto, apar- 
tadas de la Lucania, cuya cabeza, como diji- 
mos, es Ñapóles. 

CAPÍTULO II 

Cómo los franceses no quisieron pasar por 
el parecer de los letrados, y rompieron la 
guerra. 

Los dos capitanes Gonzalo Hernández y 
Duque de Nemos se juntaron en Santo An- 
tonio como dijimos. Todos los letrados, así 
los de su parte como los de la parte del Gran 
Capitán, fué su parecer que aquellas provin- 
cias no saliesen de donde estaban, y que con- 
forme á la partición no tenían justicia ningu- 
na, y así lo dieron firmado de su nombre. Ellos, 
como dije, dilataban estos conciertos hasta 
que les viniese lo que esperaban. Principal- 
mente pensaban tomar al Gran Capitán des- 
cuidado y prenderlo. Venido, pues, á los fran- 
ceses 3U ejército y todo lo que esperaban, no 
quisieron esperar más. El Gran Capitán tra- 
bajaba porque no viniesen á las armas, por- 
que tenía muy poca gente y mucha falta de 
todas las cosas necesarias; lo cual sabían muy 
bien los franceses, de cuya causa tenían por 
muy cierta la Vitoria por las causas siguientes. 

La primera, como hemos dicho, por saber la 
extrema necesidad que en el campo de los es- 
pañoles había, y en el suyo todas las cosas 
sobradas y el gran socorro de gente de gue- 
rra que les era llegado. 

La segunda, porque tenían trato con mu- 
chos pueblos y tierras de Pulla y Calabria y 
con muchos Príncipes y Señores de ella, que 
rompida la paz se rebelarían por Francia. 

La tercera, porque toda la gente tenía el 
Gran Capitán repartida en diversas partes; la 
otra, porque tenían mucha parte en aquel rei- 
no, y lo postrero, creyendo que el Gran Capi- 
tán estaría descuidado. Por todas estas causas 
tenían por cierto de conseguir su designio. 

CAPÍTULO III 

De cómo fué quebrantada la paz y rota la gue- 
rra, y lo que los unos y los otros hicieron. 

Pues como los franceses tuvieron su campo 
junto, inviaron un trompeta al Gran Capitán 
á le hacer saber que en todas maneras les en- 
tregase á Capitanata, aunque los letrados 
otra cosa hobiesen determinado. Pues llegado 



328 



CRÓNICA MANUSCRITA 



el trompeta y dicha su embajada, antes que 
el Gran Capitán respondiese, sacó del seno 
un requirimiento y lo dio al Gran Capitán, en 
el cual le inviaban á decir que si luego no les 
entregaba á Capitanata, que se la tomarían 
por fuerza, con otras palabras muy soberbias. 
Oído esto, y leído el requirimiento por el 
Gran Capitán, como católico cristiano, como 
aquel que todas las cosas encomienda á Dios 
y á su bendita Madre, delante de todos los 
que presentes se hallaron y de aquel trompe- 
ta francés, tomó el postrero requirimiento, y 
hincado de rodillas alzó los ojos al cielo y dijo 
estas palabras: «Señor mío Jesucristo, en cuyo 
poder es el cielo y la tierra, con todo lo cria- 
do, yo presento esta escritura delante tu 
juicio, porque eres verdadero juez y sabidor, 
que ninguna cosa se te esconde, y sabes la 
mucha justicia que los Reyes Católicos á este 
reino tienen, y la mucha soberbia que el Rey 
de Francia y sus Ministros ejecutan, sin que- 
rer mirar la justicia de que muchas veces les 
he requerido. Yo te suplico. Señor, por quien 
tú eres, que tú muestres en este caso tu di- 
vina justicia». 

Y dicho esto, respondió al trompeta y le 
dijo: «Andad, hermano, con la gracia de Dios, 
y decid de mi parte á los señores Duque de 
Nemos y mosiur de Aubeny que pues tantas 
veces les he requerido que esta diferencia, so- 
bre que tratamos, se determinase por justicia, 
la cual se determinó por parte de los Reyes 
de España, y ellos no mirando el derecho, me 
amenazan que me la tomarán por fuerza de 
armas, que yo espero en Dios y en su ben- 
dita Madre de no tan solamente les defender 
esta parte, mas aun de los echar de la suya 
y de ver á los Reyes de España señores de 
todo el reino, pues es suyo de justicia. Por 
ende les decid que vengan cuando quisieren, 
que me hallarán en el campo oque me esperen, 
que yo seré con ellos lo más presto que pu- 
diere. Más diréis al señor mos de Aubeny que 
excuse palabras demasiadas y soberbias, por- 
que los hombres de su calidad y cargo más 
pertenece mostrar obras que no palabras. De- 
cidle más de mi parte, que si tanta confianza 
tiene en la valentía de su persona, como todo 
el mundo sabe que tiene, y yo soy cierto dello, 
si querrá que de su persona á la mía esto se 
determine, que recibiré yo en ello gran mer- 
ced, porque se excusarán muertes de muchos 
que no merecen ni tienen culpa en ello, y que 



el campo sea adonde él lo señalare y las armas 
las que él escogiere, y que yo me confio del 
señor Duque de Nemos que nos asegure el 
campo, porque lo tengo por tan buen caballero 
que nos terna la plaza segura, y que de nin- 
guna cosa desta vida terne mayor contenta- 
miento que por muerte ó vencimiento de uno 
de nosotros se aclare la justicia sobre que es 
el debate». 

Y con esta respuesta despidió al trompeta, 
al cual hizo merced de un vestido de terciope- 
lo y dineros, y le prometió muy grandes mer- 
cedes si le trújese respuesta de mos de Au- 
beny que aceptaba el desafío. 

Estando aquí en la Tela, le vinieron á servir 
micer Teodoro y micer Lázaro, hermanos, con 
trescientas lanzas de albaneses griegos, de 
los cuales fué muy servido en toda la guerra, 
porque servían de espías á caballo y corrían 
veinte y veinte y dos leguas á caballo, que los 
caballos de aquella su provincia de Albania 
servían estos albaneses con mucha fidelidad. 
Los franceses, cuando á este trompeta in- 
viaron, quisieran mucho prender al Gran Ca- 
pitán, porque marcharon á gran priesa con su 
campo para adonde él estaba. El Gran Capi- 
tán, como aquel que gastaba gran suma de 
dineros en espías, luego supo su ruindad; de 
lo cual avisado, partió de la Tela con la gente 
que tenía la vía de Barleta, que es una cibdad 
en Pulla, puerto de mar, adonde se recojo 
con la más gente que pudo, que es una cibdad 
aunque no muy fuerte, mas por ser puerto 
de mar y tener el rostro á los enemigos y á la 
mar á las espaldas, para ser socorrido de allí 
de mantenimiento. Está en medio de la pro- 
vincia sobre que es el debate, tiene mucho 
pan y vino. Entró el Gran Capitán en Barleta 
á diez días de Julio de quinientos y dos años. 

CAPÍTULO IV 

De lo que el Gran Capitán hizo después que 
se recojo á Barleta, y lo que los franceses 
hicieron después que abiertamente rompie- 
ron la paz. 

Esto que el Gran Capitán hizo en recoger- 
se á Barleta y esperar allí para ofender á los 
enemigos y se defender dellos fué contra el 
parecer de todos, así de los capitanes como 
de la otra gente de guerra, principalmente 
del Próspero y sus hermanos Fabricio y Mar- 
co Antonio, y aun de todos los aficionados á 



DEL GRAN CAPITÁN 



329 



la Casa de Aragón, y más del Rey don Fer- 
nando después que lo supo, y de los Grandes 
y otras personas de España que tenían noti- 
cia de la tierra, y él mesmo oía á sus oídos 
murmurar del, diciendo que ya se le había 
acabado su buena fortuna ('). 

Todos los del Consejo de guerra murmura- 
ban O y más cuando vieron que allí había re- 
cogido á la gente de guerra, sino fué algunas 
plazas muy importantes que había dejado 
presidio en ellas. Los franceses, llegados con 
su campo á la Tela, pensando de hallar muy 
descuidado al Gran Capitán, no lo hallando, 
quedaron muy corridos, por haber perdido 
tan buen lance, porque el Gran Capitán había 
partido de allí de la Tela con trescientos ca- 
ballos, y anduvieron aquella noche hasta que 
salió el sol que llegaron á Barleta, catorce le- 
guas sin parar, que todos los caballos se 
aguaron, que de ninguno fué más provecho 
adelante; y por desmentir las espías, no fué 
por camino derecho, sino por muy desviado 
camino, que fué por Adria y Bitonto hasta 
Barleta. 

El Gran Capitán callaba á todas las pláti- 
cas que oía y de España le escribían. Sólo 
la Reina doña Isabel defendía su partido di- 
ciendo que no juzgasen hasta ver el suceso 
de la guerra en qué paraba, y á él le escribía 
que acá se había tenido por cosa no acertada 
el recogerse á Barleta. 

El respondió á Su Alteza que él daba al 
tiempo por testigo de lo que se había acerta- 
do. Y lo que el Gran Capitán hizo, fué lo me- 
jor que se podía elegir en aquello, porque era 
el hombre del mundo que mejor providencia 
tenía en lo porvenir y que mejor sabía con- 
servar los soldados cuando el tiempo lo su- 
fría, mejor lo sabía arriscar cuando la necesi- 
dad lo pedía. 

Mosén Peñalosa y el teniente del despen- 
sero mayor don Francisco Fernández con 
trescientas lanzas llevaron la casa del Gran 
Capitán y cierta munición que quedaba en la 
Tela á Miro, un lugar del Conde de Muzo, 

(') Al margen: Decían los Grandes de España y aun 
el mesmo Rey que la buena fortuna se le habia acaba, 
do al Gran Capitán, porque nunca hombre había he- 
cho tal disparate como él había hecho en recogerse á 
Barleta. 

('■ij Al margen: Visto y oído por la Reina doña Isabel, 
dijo al Rey y A los Grandes que del Gran CapitAn mur- 
muraban: «Al fln veréis cómo ninguna cosa pudo hacer 
más acertada que recogerse A Bar eta, y yo espero en 
Dios que así será». Con otras palabras con que c onfun- 
dio los temerarios juicioa de los que en ello hablaban. 



y luego vino Pedro Navarro con mil infantes 
y la llevó á Barleta. 

Cida día recibía cartas de España de sus 
amigos de la mala estimación en que en todo 
el reino estaba por se haber retraído á Bar- 
leta y recogido allí su gente, y más cuando 
fué sabido que los más señores de aquel rei- 
no se habían rebelado por Francia teniendo 
por cierta la victoria de los franceses, y como 
dije fué aquello lo que dio á ganar todo el 
reino. Determinó de no responder á ninguna 
persona, ni presente ni ausente, con palabras, 
sino al fin con las obras. Acordábase que lo 
mismo había acontecido á aquel muy famoso 
capitán de los romanos Q. Fabio Máximo 
cuando los romanos le enviaron contra Aní- 
bal, capitán tan señalado de los cartagineses, 
viniendo contra Roma, con la victoria que 
hubo en Cannas contra los mesmos romanos, 
adonde les mató cuarenta mil romanos; el cual 
contra la voluntad de los mesmos romanos y 
de su compañero Terencio Varrón dilató la 
batalla, no se hallando igual con gente ni las 
otras cosas necesarias para pelear con él; an- 
tes salteándolo y dando de súbito muchas ve- 
ces en su real lo gastó y detuvo, por cuya cau- 
sa lo llamaron Cunctator, que quiere decir tar- 
dón, y después conocieron haber sido aquella 
la vida del ejército y del pueblo romano. 

Estuvo el Gran Capitán en Barleta cerca 
de nueve meses, y lo que desde allí hizo se 
contará delante. Esta ciudad de Barleta, según 
hallamos en sus crónicas, fué edificada por 
el Emperador (') Heraclio, y hoy día está en la 
plaza de esta cibdad una estatua de bronce 
del dicho Emperador puesta á pie. Tiene esta 
cibdad un puerto no muy grande, mas hecho 
á mano, y solo del Nordeste recibe daño 
cuando aquél corre y sopla, mas bien acomo- 
dado para galeras y otras naos de mercade- 
res y cargas. 

CAPÍTULO V 

De lo que los franceses hicieron contra los es- 
pañoles, y lo que el Gran Capitán hizo desde 
Barleta. 

El Gran Capitán salió de Barleta á los vein- 
te días de Julio, y fué á la villa de Canosa, y 

(') Al margen: Este Heraclio. Emperador de Constan- 
tinopla. fué el que venció á Cosdro, Rey de Persia, y 
trajo A .Terusalén la cruz en que padeció el Redentor 
del mundo, cuya fiesta la Iglesia Romana celebra á ca- 
torce días do Septiembre. 



330 



CRÓNICA MANUSCRITA 



llevó consigo á Pedro Navarro, capitán de in- 
fantería, al cual le dijo: «Los franceses han de 
querer comenzar la guerra y quebrantar su fu- 
ria sobre esta villa. Yo querría defendérsela. 
Vos quedaréis aquí con seiscientos soldados. 
Escogí á vos, más que á otro, porque tengo 
por cierto que la defenderéis á toda Francia 
que sobre ella venga toda junta, y quiero que 
por esta muestra vean lo que han de hallar en 
lo restante de la guerra. Yo os dejo en la pla- 
za más mentada de toda Europa y aun de las 
otras partes de la tierra. Esta es aquella cib- 
dad de Canas, adonde Aníbal, aquel tan seña- 
lado capitán de los cartagineses, mató en una 
batalla cuarenta mil romanos; y la más gente 
que hicieron el hecho, eran españoles; así que 
la tierra os conoce como á sus descendientes. 
A Canosa escogí para que resistáis á los fran- 
ceses ó para vuestra sepultura». 

Pedro Navarro le respondió que besaba las 
manos á Su Señoría por tan gran merced como 
le hacía en le encomendar aquella plaza; que 
él le prometía, con la ayuda de Dios y su bue- 
na ventura, que aunque los muros de Canosa 
eran flacos, que ellos los harían [fuertes] con 
sus ánimos y corazones. El Gran Capitán ha- 
bló á todos los soldados, rogándoles mucho 
que todos hiciesen su deber, por ser aquella 
la primera plaza que los franceses habían de 
combatir. Fué de todos muy bien respondido. 
A Pedro Navarro dijo: «Super hanc petram 
tengo de fundar toda la guerra por venir»; y 
dejado esto así con este recabdo se volvió 
para Barleta. Y luego en llegando invió á me- 
sen Hozes con ciertas capitanías á Manf redo- 
nia para que la defendiese á los franceses, y 
á su tío don Diego de Arellano invió con mil 
infantes á la cibdad de Andria, y á su tío Luis 
de Herrera á la cibdad de Taranto. A la forta- 
leza de Bitonto invió á Gatica, el cual entregó 
la fortaleza á los franceses; al cual invió el 
Gran Capitán á mandar que no viniese á su 
campo, ni pareciese antes, y que no le casti- 
gaba acordándose de los méritos pasados, 
y que no había de vivir en el mundo un hom- 
bre que tuvo en más su vida que su honra; 
que él había hecho conforme á su nombre, 
por donde los hombres habían de escoger 
buenos nombres (').♦ 



O Al margen: ¿Qué podría hacer Qatica, sino cosa 
baja y de poco sor? De aqui sn averigua lo que un doctor 
l<rgi8ta dice, que al loa uoiubreí ho vendiesen . se liabian 
dü comprar con grandes precios. 



Al Comendador de Trebejo, Pedro Pinero, 
invió á Potrón. Al Comendador Gómez de So- 
lís, invió á Turpia; á Duarte, un capitán viz- 
caíno, invió á San Jorge; á Ñuño de Ocampo 
invió á Ríjoles; á Hernando de Alarcón invió 
á Nochera; á Diego de Ayala invió á la Man- 
tia; á Vargas invió á Terranova, y de la mes- 
ma manera proveyó á Joya y otras algunas 
plazas, y él se quedó con muy poca gente en 
Barleta, porque con todos estos capitanes ya 
dichos repartió la más gente que tenía. 

CAPÍTULO VI 

De los diversos pareceres que los franceses tu- 
vieron sobre el comenzar de la guerra contra 
el Gran Capitán. 

El mosiur de Aubeny se partió de la Pulla 
llevando consigo la tercera parte del ejército 
que allí estaba y se fué á Calabria, porque en 
aquella provincia tenía mucha reputación, que 
había cobrado en la guerra pasada, habiendo 
sido, como dijimos. Gobernador en aquella 
provincia, y se había dado buena maña á go- 
bernar aquella provincia de Calabria. Princi- 
palmente había ganado mucha fama por haber 
vencido al Rey Fernando y á Gonzalo Hernán- 
dez en la batalla de Semenara, en la primera 
guerra, y sin duda era en más tenido en aque- 
lla provincia que todos los otros capitanes 
franceses. Y así por esto como porque todos 
los de aquella provincia eran aficionados á los 
franceses; y visto por los Príncipes y señores 
de aquella provincia la mucha parte que los 
franceses parecían tener, se rebelaron por 
Francia, y entre ellos fueron los señores de 
la Casa de San Severino, que fueron el Prín- 
cipe de Visiñano, el Príncipe de Salerno, el 
Conde de Melito, los cuales tenían mucha gen- 
te de guerra, y cada día era llamado Aube- 
ny por cartas y mensajeros que llevase las 
banderas de Francia, que tanto eran desea- 
das en aquella provincia; y ninguna cibdad 
ni villa le faltó que no se rebelase por los 
franceses, y se pasaron á ellos sin quedar 
ninguno Pues llegado allá mos de Aubeny, 
á ningún lugar llegó que no le abriesen las 
puertas con grande alegría, y con ellas la cib- 
dad de Cosencia y todos los otros pueblos y 
gente; y echadas algunas guardas de espa- 
ñoles, llegó sin ver lanza enhiesta hasta el 
faro de Mesina. 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



331 



CAPITULO VII 



De los diversos y varios consejos que ios fran- 
ceses tuvieron entre sí, los que quedaron en 
Pulla con el Duque de Nemos. 

Ido, pues, mos de Aubeny á Calabria, el Du- 
que de Nemos llamó aconsejo á los capitanes 
de su ejército, demandándoles su parecer de 
la manera que tratarían la guerra, ó por dón- 
de la comenzarían No se podían concertar, 
porque entre ellos había diversos pareceres y 
en cosa ninguna se podían resolver en cosa 
que les pareciese ser provechosa para la vic- 
toria. 

Estaba en este ayuntamiento el Duque de 
Adria, Mateo de Aquaviva, un gran señor en 
la provincia de Abruzo y el más principal y 
más aficionado á los franceses, un hombre 
muy sabio en las letras y muy diestro y expe- 
rimentado en las cosas de las armas. El cual 
había tenido forma que los más de aquellas 
provincias de Abruzo y Calabria se pasasen 
de los españoles á los franceses. Este Duque 
de Adria tomó la mano y dijo que ninguna 
cosa había tan provechosa ni tan necesaria 
para conseguir la victoria, y sin sangre, como 
juntar de presto el ejército y ir sobre la cib- 
dad de Barí y tomalla, por estar tan cerca de 
Barleta, y ser tan amiga de los enemigos y 
ser tan principal cosa, y porque tiene un mer- 
cado adonde concurren de todo el mar Adriá- 
tico; de la cual cibdad se podían aprovechar 
y hacer daño á los enemigos, y si ellos salie- 
sen á le querer dar socorro, pelear con ellos, 
pues son tan pocos; aunque desto podemos 
estar seguros que no saldrán; y de allí se po- 
drá luego tomar la cibdad de Bitonto yjove- 
zano, que en otro tiempo se llamó Enactia, y 
los otros lugares comarcanos. Esta cibdad de 
Barí era de doña Isabel de Aragón, hija del 
Rey Alfonso de Ñapóles, el segundo deste 
nombre, que fué casada con Juan Galeazo, 
Duque de Milán, que fué despojado de su tío 
Ludovico con favor del Rey de Francia Carlos 
octavo, como atrás contamos, y muerto con 
sospecha de yerbas, y á su hijo tenían en 
Francia criándose en un monesterio de flai- 
res, porque no aspirase algún tiempo al esta- 
do, que de derecho le pertenecía, de Milán. 

Esta señora, así por ser española y tan ge- 
nerosa, no podía sufrir que los franceses fue- 
sen señores de aquella tierra por muchas cau- 



sas, y entre otras porque en un mesmo tiem- 
po le habían quitado á su tío Federico el rei- 
no de Ñapóles y á su marido y hijo el estado 
de Milán. Tenía el ánimo del padre, y estaba 
determinada de antes morir que entregar 
aquelja cibdad á los franceses, y por todas 
estas causas favoresc a á los españoles, de 
los cuales ella descendía, principalmente al 
Gran Capitán, el cual muchas veces la iba á 
visitar y era del muy servida y acatada. Nin- 
gún consejo pudo ser más provechoso para 
el propósito y fin que deseaban como éste de 
Aquaviva, mas cególos Dios de arte que á to- 
dos les pareció cosa muy fuera de razón para 
hombres de guerra. 

CAPÍTULO VIII 

Del parecer que los otros capitanes franceses 
dijeron, lo cual siguieron. 

El parecer de los otros capitanes fué muy 
al contrario, porque entre ellos estaban dos 
capitanes muy célebres en aquel tiempo, que 
eran mos de Alegre y mos de la Paliza. Estos 
dos condenaron el parecer de Aquaviva por 
bajo y no de hombres de guerra y no de va- 
rones animosos como lo ellos eran: ir á cercar 
á una mujer y combatilla; que muy mejor era 
ayuntar todo el ejército y ir á cercar á Barle- 
ta, adonde estaba el Capitán general de los 
enemigos y todo el caudal y flor de la gente 
española, y en un mesmo tiempo se hará gue- 
rra á los Coluneses, tan aficionados á los es- 
pañoles, porque los muros de Barleta son muy 
flacos, que de bestiones ni de otra cosa im- 
portante puedan por de dentro ser fortaleci- 
dos, y desta causa luego serán derribados de 
los primeros golpes de la artillería, y ellos 
muertos y presos, ó el Gran Capitán hará 
condiciones no honestas, según la reputación 
que hasta aquí ha tenido, y la gloria y fama 
de los franceses acrecentada, pues en todo el 
mundo se sabe su loor y fama, no sólo en 
vencer á sus enemigos, mas aun en la manera 
y autoridad del vencer á sus contrarios. Así 
que tomada la cibdad y muertos y presos los 
españoles con su capitán será acabada la 
guerra con tan felicísimo suceso; y esto ha de 
ser luego, antes que los de dentro hagan al- 
gunos reparos ni les venga algún socorro, y 
lo que más aquí ganaremos, que estimaremos 
en más que á todo el reino, en despachar á 



332 



CRÓNICA MANUSCRITA 



uno que ha sido tan valeroso capitán como 
Gonzalo Hernández, y pasar en nosotros aque- 
lla su antigua reputación que siempre en la 
paz y en la guerra ha tenido. 

A los cuales respondió el Duque de Nemos: 
«Ciertamente todo lo que, señores, habéis di- 
cho me parecen cosas muy llenas de hgnra y 
fama, y de ánimos tan generosos y tan valien- 
tes como son los vuestros; mas no sé yo cuál 
hombre de guerra y que conozca al enemigo y 
á los que consigo tiene, podrá acabar consigo 
de tomar ese parecer, porque yo no puedo 
acabar conmigo de me persuadir que un tan 
valeroso enemigo como es Gonzalo Hernán- 
dez, que pelea por la honra, por la salud y por 
la vida suya y de los que tiene consigo, que 
así tan fácil ó se rinda ó no espere acabar allí 
sus días cuando la fortúnale fuese contraria, 
y dejar de hacer todo aquello que según su 
gran reputación pide. ¡Cuántas veces,señores, 
en los tiempos pasadosse hicieron estas cuen- 
tas y después salieron muy al contrario! Y no 
trayo para ello otros testigos sino á vosotros, 
señores, y á los otros capitanes que aquí es- 
tán en este ayuntamiento, y por esto á mí me 
parece que cerquemos á Barleta y no la com- 
batamos, porque los enemigos tienen carestía 
de vituallas y de dineros, que es lo principal 
de todo, y de todas las cosas necesarias para 
la guerra». 

Todos los otros capitanes que allí estaban 
fueron de aquel parecer, así como Luis de 
Arce, mos de Fórmente y Ziandeto, capitán 
de suizos, y todos los otros más, y en esto se 
determinaron. 

capítulo IX 

Cómo los franceses fueron con todo su campo 
á cercar á Canosa, adonde Pedro Navarro 
estaba. 

Pues siguiendo todos el parecer del Duque 
de Nemos, que fué el menos provechoso para 
el efecto que deseaban, con su campo y con el 
que nuevamente le había venido, fué sobre la 
villa de Canosa, adonde dijimos que estaba 
Pedro Navarro, y con toda su artillería fueron 
á cercar la villa de Canosa. Esto fué á los 
quince días de Agosto del dicho año de qui- 
nientos dos años. Llegados los francesest 
plantaron la artillería, y invióle el Duque de 
Nemos á Pedro Navarro un trompeta que si 



dentro de seis horas no ser¡ndían,que, aque- 
llas pasadas, á ninguno tomaría á vida. Al 
cual respondió Pedro Navarro que ellos cono- 
cían mal á los que dentro estaban, pues les in- 
viaban á decir palabras tan soberbias; y que 
no les querían responder con palabras sino 
con obras, y que les daban su fe de no se ren- 
dir hasta que no quedase sino uno solo, y que 
aquel les defendería la villa; y que si los mu- 
ros de la villa eran flacos, que sus ánimos eran 
muy fuertes, como lo verían por la obra. Y 
dijo al trompeta que si más volvía á les mo- 
ver partido que lo colgaría de una almena. 

Oída por los Generales la respuesta, les 
mandó combatir, y uno tras otro les dieron 
catorce combates, refrescando de continuo 
nueva gente, agora de franceses y otros de 
suizos, otro de gascones, y con grande ánimo, 
pareciéndoles ser aquella la primera cosa en 
que comenzaban y más seyendo los de dentro 
tan pocos y ellos muchos. Pues con los mu- 
chos combates les allanaron un lienzo del mu- 
ro, y jamás les pudieron entrar por la gran re- 
sistencia que en los de dentro hubo. Fué tan 
grande la porfía de los unos y de los otros, que 
de los franceses murieron mil dellos y hartos 
de los españoles y muchos heridos. Fué tanto 
el ánimo de los españoles en la defensión de 
aquella plaza, que los franceses, visto el poco 
fruto que de los combates sacaban, consulta- 
ron de alzar el cerco y pasar á lo de Barleta, 
y hiciéranlo si no fuera por Tramolla y Alegre, 
que dijeron que mirase Su Excelencia el mu- 
cho crédito que perdían si aquella plaza y tan 
flaca no tomaban, seyendo ellos tantos y los 
españoles tan pocos. Los franceses siempre 
tuvieron por averiguado que los españoles 
que dentro estaban eran más de tres mil. Tras 
esto les dieron un combate los suizos, que 
prometieron de les entrar ó morir en el com- 
bate. 

El Gran Capitán invíó á avisar á Pedro Na- 
varro por secretos mensajeros que él no le 
podía socorrer, que mirase por su vida y sa- 
lud, la cual él prefería y la de los que con él 
estaban alas mejores cibdades del reino.cuan- 
to más á Canosa; que hiciese un partido con 
honestas condiciones. Los franceses desde la 
hora que asentaron el cerco sobre Canosa 
siempre requirían á Pedro Navarro con par- 
tido, y que fuese el que él señalase. Visto por 
Pedro Navarro que los soldados que le que- 
daban eran solos ciento cincuenta, y éstos 



DEL GRAN CAPITÁN 



333 



visto que les faltaban ya los mantenimientos, 
dijo á los soldados que se acordasen que el 
Gran Capitán los había escogido en todo su 
campo por más valientes y esforzados, y más 
ser la primera cosa que á los franceses defen- 
dían, y que este trance había de ser el juicio 
para lo de adelante, y que cuando la fortuna 
otra cosa quisiese hacer, que él escogía aque- 
lla estancia para su sepultura, y que lo mesmo 
hiciesen todos; que diesen muchas gracias á 
Dios que les había puesto en lugar donde tan 
bien acabasen sus vidas en servicio del Rey y 
de su justicia y dejarían para siempre inmor- 
tal fama; que les rogaba empleasen bien sus 
vidas. 

CAPÍTULO X 

Cómo pasó lo de Canosa y lo que Pedro Na- 
varro hizo defendiendo la villa. 

Visto, pues, por Pedro Navarro que la 
gente le faltaba y los mantenimientos, y que 
el Gran Capitán le avisaba que hiciese el 
mejor partido que pudiese, hizo el más hon- 
rado partido que jamás se ha hecho; y fué 
que el dicho Pedro Navarro se pudiese vol- 
ver seguro á Barleta él y los que con él esta- 
ban, las banderas tendidas con son de trom- 
petas, pífanos y atambores, salvas las hacien- 
das y las personas y que les dieren caballos 
para llevar los heridos, y que el Duque de Ne- 
mos asegurase sobre su fe que no fuese he- 
cho daño ni perjuicio á los de la villa ni algu- 
na injuria. Hecho este partido con tan hones- 
tas condiciones, salió Pedro Navarro y sus 
soldados, que aun no eran ciento cincuenta, 
por medio de su real diciendo «¡España, Es- 
paña!», no como vencidos, sino como vence- 
dores, con aquella braveza y orgullo como si 
hubieran vencido una gran batalla, según el 
ánimo y braveza llevaban. Saliendo fuera de 
la villa se quebró un eje de un carretón de 
un tiro. El Duque de Nemos les dio su fe que 
él se lo mandaría luego llevar á Barleta; mas 
Pedro Navarro jamás quiso, sino que los sol- 
dados lo llevasen delante de si, y así fué he- 
cho. Pues habiendo andado cuanto una milla 
pequeña, los franceses ¡nviaron á decir á 
Pedro Navarro que por qué no cumplía las 
condiciones, que luego mandase salir todos 
los soldados que en Canosa quedaban. Pedro 
Navarro les respondió que no se temiesen de 
los que dentro quedaban enterrados, que 



ninguno hallarían vivo. Cuando los franceses 
vieron que tan pocos les habían hecho tanta 
resistencia, estuvieron muy corridos y es- 
pantados, y aun perdieron muy gran parte 
de su soberbia; principalmente lo estaban 
Paliza, Tramolla y Alegre. 

Cuando el Gran Capitán supo la venida de 
Pedro Navarro, los salió á recibir con su 
campo y lo abrazó y besó en el rostro ala- 
bándole mucho su esfuerzo y la buena cuen- 
ta que había dado del cargo que le había en- 
comendado, de que Pedro Navarro se tuvo 
por muy satisfecho. Asimesmo alabó á los 
soldados y capitanes con muy dulces pala- 
bras, y mandó decir muchas misas y sacrifi- 
cios por los soldados muertos. Llegados á 
Barleta, Pedro Navarro se curó de algunas 
heridas que traía y los otros capitanes y sol- 
dados. Luego dende á ciertos días invió á 
Pedro Navarro con sus quinientos soldados 
á la cibdad de Taranto para que allí estuvie- 
se con Luis de Herrera, su primo, porque 
tuvo aviso que ciertos caballeros y señores 
de aquella provincia iban sobre la cibdad con 
grande ejército. 

CAPÍTULO XI 

De cómo en este tiempo pasó el desafio de los 
once españoles con los once franceses, y el 
suceso que aquel desafío tuvo. 

En este tiempo que mos de Nemos, si- 
guiendo el parecer que para la guerra había 
dado, repartió la gente en derredor de Bar- 
leta para cercar de lejos á los enemigos que, 
como dijimos, estaban aposentados en Bar- 
leta, por les refrenar sus salidas y quitalles 
las vituallas, y desde allí tentar la más flaca 
guarda dellas, y así se mostraría el valor de 
los cercadores contra los cercados. El Duque 
de Nemos, vista la falta que el Gran Capitán 
tenía así de gente como de mantenimientos 
y de todas las otras cosas, y él y su campo 
tan pujante, envió un caballero, su deudo, de 
quien él mucho fiaba, que en gran secreto di- 
jese al Gran Capitán que él lo tenía en mu- 
cho, así por el valor de su persona como por 
todas las otras de que Dios le había dotado, 
y que agora le tenía gran lástima de lo ver 
allí encerrado, adonde muy presto ó sería 
ó muerto ó preso, y que él lo vía aunque lo 
quisiese disimular, y que por tenerle en mu- 



334 



Crónica manuscrita 



cho le daría licencia que se fuese adonde 
quisiese con cuatrocientos hombres, cuales él 
escogiese y señalase, y que dejase á todos 
los otros, y que esto se le tuviese en mu- 
cho. El Gran Capitán respondió á aquel ca- 
ballero que dijese al señor Duque de Nemos 
que aun no estaba en estado de recebir 
del aquella honra que le ofrecía, mas que le 
hacía saber que él tenía esperanza en Dios y 
en su divina justicia de no sólo los vencer 
mas aun los echar de toda Italia. 

CAPÍTULO XII 

De cómo se concertó un desafío de once espa- 
ñoles contra otros once franceses. 

Los franceses muchas veces burlaban de 
los hombres de armas españoles. Decían que 
los peones eran razonables; mas querer ser 
tenidos por hombres de armas, que era cosa 
que no se podía sufrir. Sobre esta materia 
altercaban muchas veces. Los españoles de- 
cían que no solamente eran buenos hombres 
de armas, mas aun mejores que ellos, porque 
los franceses, pasado aquel primero ímpetu, 
no perseveran en la batalla y siempre van 
enflaqueciendo, y á los españoles siempre les 
crecía el esfuerzo y se les doblaban las fuer- 
zas y perseveraban hasta el fin. Y porque 
viesen las obras juntamente con las pala- 
bras, los inviaron á desafiar de tantos hom- 
bres de armas por un trompeta con su pa- 
tente. Los franceses recibieron el desafío con 
muy alegre gesto y respondieron que les 
placía de lo aceptar, y que ellos lo hobieran 
tentado, sino que tuvieron por cierto que no 
fueran los españoles tan locos que los osa- 
ran aceptar. Mas pues agora eran tan enemi- 
gos de sí mismos que querían tomar la muer- 
te con sus manos, que debían de estar deses- 
perados, y que los españoles de cualquiera 
manera ganaban honra en aquel desafío, por- 
que para ellos no podía ser mayor que, se- 
yendo vencidos, decir que osaron entrar en 
campo con los franceses hombres de armas. 
Respondieron los franceses al desafío que 
ellos responderían para día señalado. 

Los franceses dilataron el tiempo y invia- 
ron á una villa cercana ciento cincuenta 
hombres de armas á se ensayar, y después 
de ejercitados escogeron entre ellos once, 
los mejores y de quien más cxpiriencia te- 



nían; y estando todos á punto, inviaron un 
trompeta á responder al desafío que fuese 
para tercero día y de once por once hombres 
de armas. El desafío fué junto á la villa de 
Trane, que era una cibdad que el rey Fer- 
nando había empeñado á venecianos, y el 
proveedor y gobernador de aquella cibdad, 
como aquel que de ningunas de las partes 
era enemigo, les aseguró el campo y en bajo 
de la palabra del Duque de Nemos, que era 
muy buen caballero aunque de muy poca 
edad. 

El partido fué que el vencido pagase cien 
ducados y las armas y el caballo al vencedor. 
El Gran Capitán nombró los once que habían 
de pelear, y fueron los siguientes: Diego de 
Vera, capitán de la artillería; Diego García 
de Paredes, coronel de infantería; el tercero 
fué Gonzalo de AUer; el cuarto fué Martín de 
Tuesta, que después fué mayordomo del 
Gran Capitán; el quinto, Segura; el sexto y 
séptimo fueron dos hermanos llamados Mo- 
renos; el octavo fué Ali-Vera; el nono Gon- 
zalo de Aller ('); el deceno fué jorge Diez, 
portogués, natural de Santarén; el onceno 
fué Oñate Piñán. Diego García de Paredes 
estaba en la cama, que despartiendo un ruido 
de españoles que peleaban unos contra otros, 
le habían dado un picazo en un muslo que le 
había hecho una muy mala herida. El Gran 
Capitán lo fué á ver y le dijo que se apareja- 
se para ser uno de los once que se habían de 
combatir con los franceses. El dijo que ya Su 
Señoría vía cómo su cuerpo no obedecía á 
su voluntad. El Gran Capitán le replicó que 
así como estaba había de ser uno dellos. 
Oyendo esto Diego García saltó de la cama 
y comenzó á pedir sus armas. Todos estos 
once españoles eran casi de una edad, de 
cuarenta años poco más ó menos. El que 
más edad había era Diego de Vera. Todos 
eran altos y de buenos cuerpos, sino eran los 
dos Morenos hermanos. Fué Diego de Vera 
por capitán de los once. A los cuales dijo el 
Gran Capitán se acordasen que los había es- 
cogido en todo su campo por más valientes 
y que en sus brazos ponía toda la honra de 
la nación de España y de Italia, y que mirasen 
en aquella batalla estaba el suceso de la vic- 
toria de adelante, y que el que no fuese ven- 
cedor que en fuerte hora lo había parido su 

(<) Tachado: de Arévalo. 



DEL GRAN CAPITÁN 



335 



madre, y que se acordasen de la honra que 
gana el que vence á su enemigo, ó la grande 
afrenta del vencido, y que el que aquí fuese 
vencido quedaba su cuerpo y honra muertos 
para siempre jamás y los que dél descendían. 
AHÍ les dijo tres palabras que bastaron de 
hacer de ciervos leones; abrazólos y besólos 
en el rostro, y les dijo que los encomendaba 
á Dios y á su bendita Madre. 

CAPÍTULO XIII 
De cómo pasó el desafio de los once por once. 

Los franceses asimismo se aparejaron para 
la batalla. Todos eran muy grandes de cuer- 
po y de grandes fuerzas y muy bien tallados, 
y en muy excelentes caballos y muy ricas ar- 
mas, que los que dellas tanto no sabían tenían 
la batalla. Mos de Nemos les dijo: «Acordaos, 
señores, de la honra de nuestra nación, que 
en todas las provincias y reinos del mundo se 
sabe la grande fortaleza y destreza de los 
hombres de armas franceses. Los libros, las 
memorias están llenos de ellos. Asimismo os 
acordad que peleáis con gente bárbara, y más 
en el pelear, que poco ha que ni sabían pelear 
ni vestir las armas ni los nombres dellas; que 
no ha dos años que no sabían qué cosa era 
hombre de armas, que si algún rastro dellas 
tienen, lo han deprendido de nosotros. Su 
hecho es jinetes, con que peleaban con los 
morillos de Granada, gente desnuda y desar- 
mada, y d€ suyo vencida, con los cuales aco- 
metiendo y huyendo hacen su guerra que ellos 
llaman escaramuzar, y que hemos visto que 
escaramuzando y huyendo temían de se en- 
contrar con las fuertes lanzas de los fran- 
ceses». 

Pues asegurados por el gobernador vene- 
ciano y asegurado el campo con la guarda de 
venecianos, mos de Nemos salió con ellos di- 
ciéndoles que pues ellos tantas veces habían 
burlado de los hombres de armas españoles, 
agora tenían tiempo de lo mostrar por la obra, 
y que se acordasen que el que no viniese ven- 
cedor que ni allí, ni á ellos, ni á Francia vol- 
viese, porque muy más cruda muerte sería la 
que allí les darían que no la que de su enemi- 
go en el campo podía recibir. 

Así se despidió dellos y se volvió á su apo- 
sento. Fué este desafío á trece días de Hebre- 
ro de quinientos y tres años. Cuando los fran- 



ceses salieron al campo ya los españoles les 
estaban esperando. Llegados los franceses, 
los jueces les partieron el sol y tocaron una 
trompeta, al sonido de la cual arremetieron 
los unos contra los otros, que los que lo vían 
no tenían en mucho la mentira de Amadís y 
Esplandián. Encontráronse con tal furia y con 
ánimos tan obstinados, que jamás se vio ni 
con mayores fuerzas ni ánimos. Cayeron mu- 
chos dellos de los encuentros de las lanzas y 
murieron muchos caballos dellos. 

Del primer encuentro cayeron cuatro fran- 
ceses y un español, que se llamaba Gonzalo 
de AUer, que era uno de los mejores hombres 
de armas de entrambos ejércitos. De los caí- 
dos murió uno, á quien encontró Diego García 
de Paredes. Tornaron otra vez á se encon- 
trar, y desta vez cayó el caballo de Diego Gar- 
cía de Paredes, y de los franceses cayeron los 
siete; y los cuatro, visto que sus compañeros 
estaban á pie, se apearon y jarretaron los 
caballos, y de los muertos y jarretados hicie- 
ron un palenque y allí se amparaban de los 
españoles, y allí dentro metieron consigo á 
Gonzalo de Aller, sobre el cual cuatro hom- 
bres de armas cargaron, cuando de los prime- 
ros cayó el caballo sobre él. De los franceses 
fué un caballero rendido, uno por un español 
solo, y todo el tiempo que duró aquel trance 
estuvo este preso, cuanto Gonzalo de Aller 
dentro de aquel parque. Cuando los españoles 
que á caballo quedaron querían confrontar 
con Ibs franceses, espantábanse los caballos 
vivos de los muertos, que no bastaban á los 
hacer llegar á aquel reparo. Diego García y 
Jorge Diez y Alí-Vera eran de voto que todos 
sus compañeros se apeasen y entrasen allí 
dentro á pelear con ellos. Vera y de los otros 
algunos dellos decían que no, porque así les 
tenían ventaja y casi rendidos, y podría ser 
que á pie se les trocase la suerte. Diego Gar- 
cía, entrando allí á pelear con ellos, por gran- 
de desgracia se le cayó el espada de la mano, 
y no la pudiendo tornar á cobrar se valió de 
les arrojar piedras con que el campo estaba 
señalado por su orden, y eran tan grandes 
que les hacía mucho daño, que tenían gran 
trabajo en se defender dellas. En este con- 
flicto estuvieron cinco horas, los franceses 
defendiéndose, los españoles ofendiéndoles, 
hasta que se puso el sol. De los españoles 
todos pelearon valcrosísimamente; de los 
franceses asimismo, y sobre todos Torque- 



336 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cío, teniente de nios de la Paliza, y Mondra- 
gón, vizcaíno, capitán de gascones que des- 
pués en Milán seyendo él allí teniente de cas- 
tellano un rayo derribó una torre y cayó 
sobre él y sobre una compañía, de que todos 
murieron. 

Puesto el sol, los jueces dieron por senten- 
cia que ninguno dellos quedaba por vencido, 
y que á los españoles daban por muy esfor- 
zados y valerosos, y á los franceses por hom- 
bres de gran constancia, y que Gonzalo de 
AUer fuese trocado por el otro francés ren- 
dido, y que á todos daban por buenos. Los 
españoles se apartaron muy afrontados, aun- 
que cierto pareció que el proveedor venecia- 
no tuvo en aquello afición á los franceses, 
pues en todo llevaron la mejoría los españo- 
les, pues fueron cercadores y los franceses 
los cercados; todos rompieron sus lanzas, y 
de los franceses quedaron muchas sanas; los 
españoles los ofendedores, los franceses siem- 
pre trabajaron en se defender. 

CAPÍTULO XIV 

De lo que el Gran Capitán hizo después que 
supo el suceso del desafío. 

Cuando el Gran Capitán vio que era tiempo 
de la venida de los españoles, salió con su 
campo á los recibir, pensando que venían con 
la victoria; mas cuando supo que á todos los 
habían dado por buenos y que no traían la 
victoria fué muy turbado en gran manera, por- 
que tuvo por muy cierto que habían de venir 
vencedores; volvióse muy enojado á Barleta, 
sin querer aquella noche hablar á ninguno. 
Los once españoles llegaron á Barleta ya gran 
rato de la noche y se fueron á sus posadas 
para dar cuenta otro día de su jornada. Esta- 
ban tan desesperados que no osaban parecer 
ante el Gran Capitán, aunque todos habían 
hecho su deber. Pues acabado con el Gran 
Capitán, á ruego del Próspero y de Hernando 
de Alarcón, que se halló á ver el desafío, y de 
otros algunos señores caballeros, les oyese, 
pues venidos ante el Gran Capitán no les 
quiso oir disculpa alguna. Diego García le 
dijo: «Vuestra señoría no tiene por qué te- 
ner enojo de nosotros, porque todos hicimos 
nuestro poder y deber, y lo mesmu hicieron 
los franceses. Si la fortuna no quiso, ó Dios, 
por quien todas las cosas se gobiernan, nos- 



otros no pudimos ser vencidos, pues hicimos 
todo cuanto debíamos. Sí, que cosa es muy 
sabida entre hombres de guerra así antiguos 
como de los de nuestro tiempo, el soldado 
que haciendo todo lo que es obligado, aunque 
cayendo á los pies de su enemigo, no por 
ende es vencido. Aquel me parece á mi que 
es vencido y merece muy gran pena que deja 
de hacer algo de lo que es obligado. Yo pien- 
so que, acatado lo que en este trance pasó, 
que los jueces nos debieran dar la honra de 
la batalla, considerando bien el trance della». 

El Gran Capitán le respondió que para él 
ninguna satisfacción ni disculpa bastaba, y 
más yendo él allí. 

Gonzalo de Aller se quedó en su posada, 
que ni osaba parecer ante el Gran Capitán ni 
ante los otros caballeros del ejército, tan 
desesperado que me decía Diego García de 
Paredes que sospecharon del que se quería 
matar, diciendo él que muchos nobles roma- 
nos lo habían hecho; y que él había hecho que 
estuviesen con él, y tuviesen gran recaudo 
con él, y que él avisó al Gran Capitán dello. 

Halláronse á mirar el desafío muchos caba- 
lleros y personas particulares, y contando 
uno dellos al Gran Capitán cómo después que 
Diego García perdió la espada hizo mucho 
daño con las piedras que allí dentro les tira- 
ba, el Gran Capitán le dijo que no se espan- 
tase, que Diego García era en todo muy va- 
leroso, mas que en lo de las piedras se había 
ayudado de sus naturales armas. Tenía Diego 
García un humor de melancolía, y cuando 
aquel le acudía, muchas veces daba de puña- 
das al que más cerca de sí hallaba; y como 
todos sabían lo de este humor, se apartaban 
del, porque fuera deste humor era el hombre 
del mundo más manso, más cortés y bien 
criado de todos los del ejército y aun fuera 
del. Dijo el Gran Capitán que se había ayu- 
dadoode sus armas naturales, porque los me- 
lancólicos con su locura echan piedras. To- 
dos rieron mucho del dicho, porque los locos 
echan piedras á la gente. 

CAPÍTULO XV 

De cómo pasó el desafio de Gonzalo de Aller 
con el francés rendido. 

El Gran Capitán mandó llamar á Gonzalo 
de Aller y allí delante de muchos le dijo: «Gon- 
zalo de Aller, mucho me ha pesado de la des- 



DEL GRAN CAPITÁN 



337 



gracia que ayer os acaeció, y para satisfacción 
della y de vuestra honra, sólo un remedio os 
queda, y es que luego inviéis á desafiar al 
francés rendido que por vos fué trocado, di- 
ciendo que vos tuvisteis razón de ser rendido 
y él no; porque vos, estando caído, cargaron 
sobre vos tres hombres de armas y os rindie- 
ron, y á él uno solo, y más estando ambos á ca- 
ballo, y que lo hizo como hombre cobarde y de 
poco ánimo, que no merecía traer vestidas las 
armas y pelear con él, de manera que, ó vol- 
váis ante mí vencedor, muerto ó rendido vues- 
tro contrario, ó os me trayan ese vuestro 
cuerpo muerto, como de varón que hizo su de- 
ber en la batalla contra su enemigo: que muy 
mayor honra es para vos morir á mano de 
vuestro enemigo que no oir cada día viviendo 
como oísteis: Aquel es Gonzalo de AUer, el 
que faé rendido tal día». Gonzalo de Aller se 
le hincó de rodillas y le quiso besar las ma- 
nos, diciendo que aquella era la mayor mer- 
ced que en esta vida él podría recibir de su 
señoría, porque le avisaba de qué manera po- 
dría remediar la desgracia pasada. 

Todos habían gran lástima de Gonzalo de 
Aller, conociéndole como le conocían por hom- 
bre muy valiente y muy virtuoso, y agora le 
vían tan triste y congojado, que era gran pe- 
sar de lo ver. Luego Gonzalo de Aller invió un 
trompeta á aquel francés rendido, desafiándo- 
le sobre lo que arriba dijimos, diciéndole que 
le haría conocer en el campo quél tuvo justa 
razón de ser rendido de tres hombres de ar- 
mas, y más estando caído en el suelo con su 
caballo, y él no la tuvo en ser rendido uno por 
uno y estando ambos á caballo, y que le haría 
conocer que lo había hecho como hombre co- 
barde y que no merecía traer armas vestidas. 

Esto le notificó el trompeta delante el Du- 
que de Nemos, su general. El francés, oído el 
desafío, lo aceptó de muy buena voluntad y le 
respondió: «Vos diréis á Gonzalo de Aller que 
yo acepto el desafío, y que entiendo de le ma- 
tar ó rendir en el campo por las locuras que 
en su patente dice; y porque vea la gana que 
tengo de lo hacer y de le dar el pago que me- 
rece, que sea para mañana, junto á Trana, 
donde fué el desafío pasado. Lo cual escri- 
bieron al Gobernador de Trana, que para 
aquel día les asegurase aquel campo; lo cual 
se aceptó de buena voluntad. El Gran Capitán 
invió á Gonzalo de Aller dos caballos y unas 
muy ricas y muy provechosas armas, y lo fué 

Crónicas del Gran CapUún.— 22 



á visitar á su posada, y con él el Próspero y 
Fabricio y don Diego de Mendoza. Gonzalo de 
Aller fué el primero que salió al campo, y como 
era alto de cuerpo y muy bien tallado y muy 
buen hombre de á caballo y muy ricas armas, 
pareció muy bien á todos. Comenzó en el cam- 
po á contornear su caballo, y hallólo como lo 
quería. Llevaba una daga y un estoque, el 
cual pareció muy bien á los jueces. Visto por 
algunos franceses que á mirar el español vi- 
nieron, dijeron unos á otros: «A fe que aquel 
español no ha de querer para sí lo peor, se- 
gún está orgulloso». 

A esta hora venía el francés al plazo señala- 
do, muy bien armado y en un muy buen caba- 
llo. Estos franceses que dijimos que lo habían 
visto, le dijeron: «A vuestro contrario hemos 
visto en el campo, que os está esperando, y á 
nuestro parecer parece que ha de llevar lo 
mejor, según el continente que tiene. Cree- 
mos que te ha de despachar. Si estás deses- 
perado vaite á combatir con él, y si deseas la 
vida, vuélvete, porque estos locos españoles 
tienen en más una poca de honra que mil vi- 
das, que no saben gozar de esta vida á su pla- 
cer, y más éste, que está afrontado de la des- 
gracia de ayer». 

Oído esto por aquel francés, y aun con me- 
nos palabras que oyera, se volvió á su apo- 
sento. Visto por los jueces que el francés des- 
afiado no venía, le inviaron á llamar con el 
mismo trompeta, el cual le dijo de parte de los 
jueces cómo su enemigo había gran rato que 
lo esperaba en el campo, que fuese luego. El 
francés se tornó á informar del trompeta lo 
que le parecía de su contrario. El trompeta le 
respondió que á lo que todos decían, que pa- 
recía señor del campo: «Aquel español, á lo 
que parece, tiene mucho deseo de esa tu ca- 
beza». 

Con esta segunda información se acabó el 
francés de determinar del todo de no ir, y dijo 
al trompeta que se fuese, que él haría lo mejor 
que le pareciese. Gonzalo de Aller y los jue- 
ces estuvieron esperando al francés hasta la 
tarde, y visto que su contrario no venía, man- 
daron hacer un bulto vestido á semejanza de 
aquel francés y un rétulo en la frente que de- 
cía su nombre, y lo pusieron allí en el campo, 
y Gonzalo Aller lo encontró tantas veces, has- 
ta que lo deshizo todo. A esta hora se ponía 
el sol. Los jueces sentenciaron que Gonzalo 
de Aller era vencedor y le dieron á su contra- 



338 



CRÓNICA MANUSCRITA 



rio por muerto, y le sacaron con mucha honra 
del campo. 

Sabido por el Gran Capitán la venida de 
Gonzalo de AUer, lo salió á recibir con su 
campo, y como llegó lo abrazó y besó en el 
carrillo, y otros muchos señores y capitanes, y 
disparó la artillería por espacio de una hora. 
El Gran Capitán le dijo: «El día de hoy, señor 
Gonzalo de AUer, habéis honrado á toda nues- 
tra nación, habéis cobrado vos solo lo que to- 
dos vuestros compañeros perdieron juntos. 
Los Reyes, nuestros señores, os harán mucha 
merced por la honra que vos habéis dado á 
nuestra nación, y la fama os dará inmortalidad 
para siempre jamás». 

A este Gonzalo de Aller hizo el Gran Capi- 
tán gran merced, y muchos de aquellos seño- 
res que allí estaban con él en el ejército, de 
que vino á España rico. 

¿Qué diremos aquí de la mudanza de la for- 
tuna, que ayer estaba este Gonzalo de Aller 
afrontado, que no osaba salir de su posada, 
tratando de se matar, según á mí me afirmó 
Diego García de Paredes, que desa causa avi- 
só al Gran Capitán, como dijimos, lo inviase á 
llamar y le diese orden para satisfacer su hon- 
ra; otro día está tan ufano, tan favorido que 
ninguno quedó en el ejército que no lo abra- 
zase, como si hobiera mucho tiempo que no lo 
hobieran visto? Y trujo, cuando vino con el 
Gran Capitán en España, muchas joyas, de que 
vino muy próspero en España, que allí le die- 
ron, así el Gran Capitán como los otros seño- 
res; porque fué el Gran Capitán, sin perjuicio 
de todos los capitanes pasados y presentes, 
que más supo honrar á los soldados que ha- 
cían su deber y que más merced les hacía. 

Sabido por el Duque de Nemos lo que aquel 
francés había hecho, le invió á mandar que 
luego se saliese del ejército y que á él ni á 
Francia volviese so pena de muerte, y que no 
le mandaba matar porque cada día la padecie- 
se en cualquiera parte que se hallase. 

CAPÍTULO XVI 

De lo que el Gran Capitán, pasado este desa- 
fio hizo, y de cómo pasó el desafio de Soto- 
mayor y del capitán Bayatie. 

Del desafío pasado quedaron encendidos 
los soldados contra los franceses, que pare- 
cía que ya no peleaban por el derecho del rei- 
no, sino por la gloria y honra de la nación; y 



porque en el rescatar los prisioneros había 
muy mal orden y desigual talla, fué tratado 
entre el Gran Capitán y mos de Nemos que 
se diese un medio porque no hobiese los des- 
conciertos y desigualdades pasadas; así que 
se dio este concierto y orden en el rescatar 
de los prisioneros de la una parte y de la otra. 
Fué el orden éste firmado por los Generales 
de ambos ejércitos españoles y franceses, y 
sobre ello hecho capitulación, porque muchas 
veces pedían más de lo que el soldado podía 
pagar, y pasaban de una parte á la otra gran- 
de inhumanidad y mal tratamiento. 

Fué, pues, dada esta orden: que un particu- 
lar soldado pagase por su rescate la paga que 
suele haber en un mes; un hombre de armas 
pagase la paga de tres meses; un capitán ó 
alférez, paga de sueldo de un mes. Los capi- 
tanes de gente noble, al arbitrio del Capitán 
general. Mandó luego echar un bando con 
gran severidad, que todos tratasen muy bieiii 
á los prisioneros, y les hiciesen muy buen 
tratamiento. Esto hacía el Gran Capitán por- 
que quería que los españoles no sólo vencie 
sen á las demás naciones, mas en lau- 
do en la defensa, que en los asaltos les mata- 
ron cincuenta franceses, que los hicieron apar- 
tar del muro. 

Sabido por el Gran Capitán que Luis de 
Herrera y Pedro Navarro estaban cercados, 
mandó tocar al arma y salió de Barleta á 
socórrenos. Los franceses fueron avisados 
cómo los españoles venían á socorrellos, al- 
zaron con gran presteza el campo y se vol- 
vieron á su aposento. Los españoles se fue- 
ron á Barleta, adonde toparon al Gran Capi- 
tán que venía con su ejército. Llevaron de 
Castellaneta sesenta prisioneros y otros tan- 
tos caballos y arneses y el despojo, que no 
fué poco. Dejando proveída aquella villa, se 
volvieron á Barleta. 

CAPÍTULO XXIII 

De cómo se concertó el desafio de los trece ita- 
lianos con los trece franceses. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo el Gran Capitán tuvo siempre designo 
de gastar los enemigos poco á poco, y soste- 
ner con paciencia la furia de los enemigos 
hasta que llegase el socorro que esperaba, 
porque había escrito á los Reyes de España 
le inviasen suplemento de gente y le fuesen 
inviados en Calabria alguna gente de caballo. 
Esperaba también que el Emperador Maximi- 



liano había otorgado al Archiduque de Aus- 
tria, su hijo, yerno de los Reyes de España, 
ciertas compañías de infantería de tudescos, 
como aquel que había de heredar los reinos 
de España y las Dos Sicilias, aquende y allen- 
de el Faro, para los oponer á los suizos que 
andaban á sueldo con el Rey de Francia. 

También esperaba que el Virrey micer Juan 
de Lanuza desde Sicilia le inviase trigo, de 
que había muy gran carestía. 

Decía muchas veces á los soldados que 
aguardaba una gran suma de dineros que los 
mercaderes le habían de dar por ciertas cé- 
dulas de cambio que de España estaban ya 
aceptadas en Venecia. Daba siempre grande 
esperanza á la gente de guerra con aquel su 
rostro apacible, y algunas veces les decía: 
«Tened esperanza, mis soldados, que aún yo 
no he abierto aquellas arcas que tengo llenas 
de dineros para satisfacer vuestros deseos» 
de que' estaréis contentos». 

Con estas esperanzas y con aquel su rostro 
y con la gran majestad de sus palabras, hacía 
á los soldados sufrir los desabrimientos y 
hambre, y andar desnudos y rotos, y que 
presto los vestiría y remediaría sus necesida- 
des. Dábanle los soldados tanto crédito, que 
le tenían por hombre que adevinaba muchas 
veces las cosas por venir con aquella exce- 
lencia de su grande ingenio, é confirmaron 
aquesta opinión con lo que en aquella sazón 
avino. Y fué que vino de Sicilia un navio con 
temporal contrario, con cuantidad de trigo, y 
una nao llena de mercaduría que un merca- 
der veneciano había traído á Barleta, en que 
traía muchos millares de calzas y millares de 
zapatos; muchas armas de diversas mane- 
ras; muchos arneses, celadas y almetes, con 
otras muchas cosas de que los soldados te- 
nían necesidad. El Gran Capitán compró to- 
das aquellas mercadurías buscando los dine- 
ros de sus familiares y amigos y capitanes, 
los cuales obligaron su fe por él; y doña Isa- 
bel de Aragón, que, como atrás dijimos, era, 
allende de ser española, muy aficicionada al 
Gran Capitán y á los Reyes de España, sus 
tíos, dio forma cómo algunos vecinos de la 
su villa de Barí se obligasen y fuesen fiado- 
res al veneciano mercader. Luego el Gran 
Capitán con aquella gran liberalidad repar- 
tió por los soldados aquella ropa y cosas ne- 
cesarias, de que todos quedaron contentos y 
lozanos. 



DEL GRAN CAPITÁN 



343 



CAPITULO XXIV 

De lo que los franceses hicieron, y cómo fue- 
ron á dar vista á Barleta, y lo que les acon- 
teció con los españoles. 

El Duque de Nemos y los otros capitanes 
franceses pareciéndoles que eran señores del 
campo y que no era parte el Gran Capitán 
para salir de Barleta contra ellos, si allí lo 
cerrasen, habiendo tomado algunas tierras 
en aquella comarca con todo su campo, pasó 
el río Lepanto, y con sus banderas y escua- 
drqnes muy ordenados pasó el río Lepanto (') 
por la puente de Canosa, y fuese camino de 
la Barleta, y pasó junto á Barleta; y invió un 
trompeta al Gran Capitán á le decir que si 
los españoles eran hombres según ellos pu- 
blicaban, que saliesen de allí, adonde estaban 
encerrados, en campaña, adonde se diese ba- 
talla, y allí se vería la valentía y esfuerzo de 
la nación francesa á la española, aunque en 
todo el mundo se sabía; porque por esta 
muestra de hoy se muestre el juicio de lo de 
adelante, con otras palabras muy soberbias 
guiadas por Tramolla, Paliza y Alegre y los 
otros capitanes. El Gran Capitán como bur- 
lando del le respondió que él no solía pelear 
á la voluntad del enemigo que le requería, 
sino cuando era su voluntad ó se le ofrecía 
bastante ocasión para ello; y más le invió á 
decir que le agradecía que con tanto ánimo le 
ofrecía la batalla; mas que más le agradece- 
ría, si no recibía pena, de les esperar mientras 
que se hierran los caballos y los soldados 
amolaban las espadas y enlucían sus armas. 
A los soldados no había quien los pudiese 
tener en la cibdad, sino que habían de salir á 
pelear con los franceses y darles el pago de 
haberse llegado tan cerca de Barleta, que 
no los podían tener, y bramaban y murmura- 
ban del Gran Capitán que los dejaban ir sin 
castigo. Pues veyéndolos el Gran Capitán tan 
encendidos y con deseo de combatir y pelear 
con los franceses, los alababa, y con grandes 
ruegos les decía guardasen aquel ánimo para 
otro día de más cierta ventura, y que sería 
tiempo que se holgasen de aquella breve tar- 
danza. Pues veyendo el Gran Capitán que los 
franceses se volvían muy ufanos de haber es- 
tado allí y no haber salido á ellos los españo- 

(') 81c: repetido- 



Íes á pelear con ellos, volvíanse tan soberbios 
para Canosa que pensaban que ya tenían á 
los españoles por vencidos. 

CAPÍTULO XXV 

De cómo pasó la batalla de los españoles y 
franceses retirándose de sobre Barleta. 

Pues partidos los franceses de Barleta con 
aquella soberbia é insolencia que dijimos, 
iban el Duque de Nemos, Bayarte y mos de 
la Paliza, Formento, mos de Sandeyo, capitán 
de suizos, y mos de Alegre y otros algunos 
capitanes bravoseando é denostando de pa- 
labra á los españoles, cuando por mandado 
del Gran Capitán salió de Barleta don Diego 
de Mendoza, hombre de grande ánimo y va- 
lor, y con él los capitanes que se siguen: Vi- 
Ilalba, Espes, Pizarro, Zarate, Escalada y 
Coello y otros algunos; y alcanzaron que iban 
muy cerca á los franceses, y acometiéronlos 
con la caballería española en la retaguardia, 
y comenzaron á pelear valerosísimamente. El 
orden que llevaban fué que dos escuadras de 
infantería diesen por los lados, y éstos rocia- 
ban con su arcabucería. Los franceses, veyén- 
dose acometidos, volvieron con igual ánimo á 
los españoles y pelearon con grandísimo áni- 
mo, porque había entre ellos grandes capita- 
nes y muy diestros en la guerra. Ylos hombres 
de armas franceses con aquel su primero ím- 
petu, que es muy fuerte, pelearon de manera 
que los españoles se vieron en gran trabajo; 
y llevando los españoles orden de se retirar 
atrás deshecha la orden, los franceses sin 
llevar cerrado su escuadrón, desordenados, 
apretaron á los españoles y con grande furia 
los seguían. A esta hora la infantería mar- 
chando á gran priesa para adelante por un 
rodeo que tomaron de un gran trecho, aco- 
metieron á los dos costados de los enemigos, 
los cuales desordenados andaban esparcidos 
de una á otra parte. A esta hora el Próspero 
Colona é Antonio su hermano con la banda 
de los hombres de armas coloneses, cerrados 
en escuadrón, acometieron á los franceses. 
Pelearon de entrambas partes muy valerosa- 
mente; mas los franceses, tomados en medio 
y heridos por todas partes, fué cosa de ver 
pelear á los españoles por vengar la injuria 
de haber llegado á Barleta. Heridos los fran- 
ceses por todas partes, no pudieron resistir 
á tanta furia como los españoles tenían y que 



344 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CDii tanto ánimo los apretaban, y así se me- 
tieron en huida. El Duque de Nemos, que lle- 
vaba la avanguardia, iba muy lejos de pensar 
lo que pasó; porque habia inviado delante 
la artillería; iba su camino para Canosa, y 
con él Paliza y Formento, para que ellos y los 
que detrás venían se fuesen á sus aposentos- 
Pues don Diego no perdió tiempo en seguir á 
los franceses y el Próspero y Coloneses y 
los otros capitanes españoles que iban. Ya 
todos los franceses rotos y desbaratados, 
perdida la soberbia que llevaban, fueron mu- 
chos de los franceses muertos y presos antes 
que mos de Nemos supiese del todo el ven- 
cimiento y muerte de los suyos ni pudiese 
socórrenos; antes él y los que en la avanguar- 
dia se hallaron alargaron el paso sin parar 
para Canosa, que aun allí pensaban no se po- 
der valer. 

Vuelto que fué don Diego de Mendoza con 
los prisioneros y despojo, halló que el Gran 
Capitán había salido fuera de Barleta con la 
gente que quedaba, la cual él había sacado 
para ir á socorrer á don Diego, si hobiese 
menester su ayuda. El Gran Capitán lo recibió 
con muy alegre cara, y lo abrazó y besó en 
el rostro, y le dijo: (cVuestra merced, señor 
don Diego, ha abajado hoy la soberbia gran- 
de de los franceses, y habéis mostrado un 
juicio de lo que está por venir, y habéis sido 
la causa que Jos españoles no tengan en nada 
la bravosidad de los franceses». Y asimismo 
alabó en gran manera á los capitanes que se 
habían habido muy valerosamente contra sus 
enemigos; y les prometió de les dar luego 
paga; y luego la buscó y les pagó un mes. 



COMIENZA EL QUINTO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ, 
GRAN CAPITÁN, HIZO AL REY DE FRANCIA 
EN EL REINO DE ÑAPÓLES 

CAPÍTULO I 

De lo que sucedió después de la batalla y lo 
que pasó entre los franceses y italianos que 
seguían la parte española. 

Pasada, pues, la batalla en que los france- 
ces fueron rotos, muertos y presos, luego otro 
día el Gran Capitán mandó hacer un muy 



suntuoso banquete á sus amigos y caballe- 
ros italianos y españoles; y á los franceses 
prisioneros, por honrallos, los hizo sentar 
entre los otros caballeros españoles. Andan- 
do ya el banquete por sus puntos, los fran- 
ceses estaban tan regocijados en la mesa 
que no parecía haber perdido la batalla. El 
vino era muy bueno y muy bien servido. Co- 
menzóse á tratar de la batalla del otro día 
anterior. Don Diego de Mendoza dijo que 
otro día antes los franceses se habían habido 
en la batalla valerosísimamente, mostrando 
bien su esfuerzo; mas que sin duda ninguna 
se había de dar la honra principal á los ita- 
lianos, porque los hombres de armas de los 
Coloneses, como todos habían visto, se habían 
habido esforzada y valerosamente. Estaba 
asentado á la mesa entre otros prisioneros 
Cario Anojeto, que por otro nombre se lla- 
maba el señor de la Mota. Con ánimo sober- 
bio y fiero y algo caliente del vino, respondió 
con gesto feroz y dijo: «Señor don Diego de 
Mendoza, nunca Dios quiera que tal cosa se 
diga entre hombres que saben las cosas de 
la guerra: que los italianos sean preferidos 
en las cosas de la guerra á los franceses. 
Confesamos que los españoles nos son igua- 
les algunas veces, mas no los italianos, como 
aquellos que con poco saber y ninguna fideli- 
dad tratan las cosas de las armas; porque 
ellos han seido muchas y muchas veces de 
nosotros vencidos en más de muchos luga- 
res de Italia, y hemos llevado la honra de la 
guerra». 

Estaba sentado junto al Mota en la mesa 
Iñigo López de Ayala, un caballero español; 
y dábale del brazo que callase y no dijese 
mal de los itaUanos, porque no podían dejar 
de saber aquellas pláticas, y como son tan 
amigos de la honra y de su patria, que si lo 
supiesen sin duda ninguna, por vengar aque- 
lla injuria, dicha tan públicamente, le desafia- 
rían á pública batalla. Entonces el Mota alzó 
algo más la voz: «Pues desafíen cuando ellos 
quisieren, porque yo ninguna cosa deseo 
tanto como hacelles conocer ser verdad lo 
que digo; y nunca tan en mi seso estuve ja- 
más, como agora estoy; porque no digan que 
hablo demasiado por estar en el banquete 
habiendo bebido mucho». Estas palabras de 
Mota, ni más ni menos, como fueron dichas, 
fueron recitadas en el aposento del Próspero 
y de los otros caballeros Coloneses, y esta- 



DEL GRAN CAPITÁN 



345 



ban allí muchos caballeros italianos, los cua- 
les fueron avisados cómo el nombre de los 
italianos había sido afrontado y ultrajado 
por aquel caballero francés; yá todos les pa- 
reció que aquella injuria no se podía satisfa- 
cer tan bien como con las armas. Y el Pi es- 
pero y Fabricio entendiendo el negocio pare- 
cióles que con juicio y madureza se debía to- 
mar aquel negocio, en que iba la reputación 
de Italia. Invió á dos caballeros romanos muy 
cuerdos, llamados Juan Bracalone y Juan Ca- 
pochia, que fuesen y desapasionadamente 
supiesen si era verdad lo que el señor de la 
Mota en deshonor de los italianos había di- 
cho, y si así fuese, que el francés fuera de la 
mesa, ya libre del banquete, confesase ser 
verdad lo que había dicho; y si en ello se 
afirmase, le dijesen que mintía tantas cuan- 
tas veces lo dijese, y le desafiasen para la 
batalla tantos á tantos cuantos ellos esco- 
giesen. No se retractó el francés de lo que 
había dicho, sino aceptó la batalla con ánimo 
valeroso. 

Este Cario Anojeto era de la casa de mos 
de Borbón en Francia, y cuando el Rey Fran- 
cisco echó del reino á Borbón, fué asimismo 
desterrado el Mota y anduvo en servicio de 
Borbón; y cuando el saco de Roma era maes- 
tro de campo, y allí hubo gran despojo de lo 
que allí hubo, así de lugares profanos como 
sagrados; y recogida la presa se vino en Es- 
paña, y en el camino adoleció en la mar, y, 
permitiéndolo Dios, antes que muriese los 
marineros le echaron en la mar y repartieron 
la rica presa que llevaba. 

CAPÍTULO II 

Cómo se concertó la batalla entre los france- 
ses y italianos. 

El Mota fué con licencia del Gran Capitán 
á Canosa al campo de los franceses y les dio 
cuenta de lo que había pasado. El Nemos 
aprobó el desafío y lo mismo Tramolla, Pali- 
za, Alegre y Fórmente, 

Fué concertado que fuesen trece italianos 
contra trece franceses; los cuales por honra 
de la nación se ofrecieron de entrar en el de- 
safío. El Próspero nombró los trece italianos, 
y fueron los más valientes que en toda la 
provincia se hallaron. Y porque á todos cu- 
piese parte de la esperada victoria, nombró- 



los de esta manera: de Roma, que fué la ca- 
beza en esfuerzo y valentía de todo el mun- 
do, fuesen tres, Juan Bracalone yjuan Capo- 
chía y Héctor Parachio; de Capua fué Héctor 
Ferramosca, de muy alta sangre, hermano 
mayor de César Ferramosca, caballerizo ma- 
yor que fué del Emperador Carlos de Espa- 
ña; de Ñapóles, Marco Corolario; de Theano, 
Ludovico Beavoli; de Sarno, Marco Abineti; 
de Toscana, Meyali; de Sicilia vinieron dos, 
porque esta isla antiguamente fué parte de 
Italia, como los geógrafos y historiadores es- 
criben, aunque aquel golfo del Faro la apartó 
de Italia. Y porque no pareciese haber perdi- 
do el derecho de Italia nombró á dos, que fue- 
ron Francisco Salomoni y Guillelmo Albamon- 
te. |De la Lombardía fueron] (') Ricio de Par- 
mayTíto de Lodi, llamado por sobrenombre el 
Fanfulla, porque en entrando en la batalla 
ningún peligro tenía que se le ofreciese; el 
Barón de San Lorenzo y Ronquillo. 

La orden de la batalla fué que peleasen 
hombres de armas á caballo en una villa que 
se llama Corata, que es de la Orden de Sant 
Juan, entre Cuadrata y Andria. Fué el con- 
cierto que el caballero vencido, muerto ó 
rendido pagase cien ducados y las armas y el 
caballo al vencedor. El Gran Capitán dio á 
los trece italianos caballos y armas y todo lo 
que habían menester muy cumplidamente, 
Dióles á todos sayos, sobre las armas, de 
raso, la meitad blanco y la meitad morado; 
y entretanto que el concierto pasaba, los 
hizo ensayar. Y porque el Gran Capitán no 
se fiaba en la fe y seguro de los franceses, 
sacó todo su campo para asegurar aquel 
campo, por si quisiesen hacer alguna ruindad 
de las que suelen, no los hallasen desaperce- 
bidos. Hizo á los italianos un razonamiento 
desta manera: «Acordaos, dijo, señores, que 
en la tierra adonde estáis vuestros padres 
desde ella sujetaron á la mayor parte del 
mundo por solo su esfuerzo y gran corazón. 
Con solas dos legiones sujetó Julio César, de 
quien vosotros descendéis, á Francia toda, 
de donde son nuestros enemigos. Peleáis 
por la honra de Italia vuestra nación y vues- 
tra madre. Peleáis en la plaza de todo el 
mundo, adonde serán vuestros nombres y 
fama ó subidos hasta el cielo ó abajados 
hasta el profundo de la tierra. Si hoy, seño- 

(') Tachado lo que está, entre corchetes. 



346 



CRÓNICA MANUSCRITA 



res, no hacéis lo que debéis, vuestros pasa- 
dos ternán en la otra vida muy gran pena, si 
allí se puede tener, por haber engendrado 
hijos que tan mala cuenta dieron del esfuer- 
zo que dellos heredaron Toda la honra de 
Italia, que es la más bienaventurada provin- 
cia del mundo, está hoy puesta en vuestros 
brazos. Peleáis con gente bárbara, que pasa- 
do aquel primer ímpetu son menos que 
mujeres. Tened en la memoria que sois hijos 
de aquellos Metellos, Marcellos, Fabios, 
Pompeyos, Césares, Fabricios, cuyos esfuer- 
zos hoy están en vuestros corazones, si por 
vuestra culpa no le perdéis. Ninguna vez pa- 
saron los franceses á Italia, asi en los tiempos 
pasados como en los presentes, que no vol- 
viesen vencidos, destrozados y rotos, y los 
más quedaron muertos en esta vuestra pro- 
vincia». Todos cuasi estos trece italianos 
eran de la capitanía de Próspero y de la de 
Fabricio su hermano, á los cuales el Próspe- 
ro con muy alegre semblante les dijo cómo 
había dejado á muchos caballeros y capitanes 
descontentos por no los haber nombrado en- 
tre los trece, por los haber á ellos escogido 
por más valientes; que hiciesen su deber por- 
que él no quedase engañado en su opinión, 
pues que á ellos como á fuertes defensores 
de la nación de Italia los había escogido. 

Ninguno hubo de los trece que no prome- 
tiese de ó ser vencedor ó quedar muerto en 
el campo. Dio á cada uno lanzas muy fuertes 
y más largas que las de los franceses casi 
una braza y sendos estoques colgados de los 
arzones á la parte izquierda y sendas es- 
padas cortas y anchas ceñidas para herir de 
tajo y revés; y á la mano derecha una hacha 
de labradores de cortar leña, con un astil de 
media braza colgada con una cadenilla. Los 
caballos con sus testeras de hierro y los ca- 
ballos (sic) armados los pescuezos. Más fue- 
ron echados en el campo dos venablos, los 
cuales estaban echados en el suelo á fin que 
aquellos que fuesen derribados en tierra se 
pudiesen combatir con ellos. Desto se apro- 
vecharon después el Bracalone y el Fanfulla. 

Mos de Nemos instruyó á los suyos di- 
. ciéndoles: que ya sabían cómo á ellos habia 
escogido como á más valientes y esforzados 
en todo su campo; que acordasen de honrar 
la nación francesa. Llevaban vestidos sayos 
de brocado y terciopelo carmesí. Destos 
había tomado á cargo mos de la Paliza de los 



ensayar y animar para la batalla, aunque no 
quiso asegurar el campo. 

Los italianos entraron en el campo y se 
pusieron todos en hilera, esperando á los 
franceses, los cuales vinieron luego con gran- 
de ímpetu de los encontrar. Los italianos, 
contra la costumbre de pelear, estuvieron 
quedos, las lanzas abajadas, esperaron á los 
enemigos, que al son de la trompeta habían 
de se encontrar. Los franceses arremetieron 
á los italianos con muy gran furia; los italia- 
nos los esperaron, y como sus lanzas eran, 
como dijimos, una braza mayor cada una que 
las de los otros, antes que las de los france- 
ses llegasen á ellos fueron envestidos de las 
más largas lanzas de los enemigos. Cinco 
italianos soltaron las lanzas y tomaron las 
porras que traían colgadas de los arzones y 
comenzaron á herir á los franceses de tan 
pesados golpes que hicieron gran susto y 
fueron muy gran parte del vencimiento. Los 
italianos se aprovechaban en gran manera 
de las mazas y hachetas, rompiéndoles con 
muy pesados golpes las vistas de los almetes 
y otras armas. Estuvo la batalla en duda, y 
empezó porque todos peleaban valerosísima- 
mente, según la enemiga con que se comba- 
tían; y como todos eran muy valientes y 
hombres de vergüenza, no mostraban punto 
de cobardía. A esto Albamonte y ...(') no 
pudieron tenerlos los caballos, y sin los poder 
tener, los llevaron fuera del parque adonde 
peleaban. Más Bracalone y el Fanfulla les 
faltaron sus caballos, y hallándose á pie to- 
maron los venablos y con grande esfuerzo 
comenzaron á desbarrigar los caballos de los 
contrarios. Y fué de tanta importancia esto 
que comenzó la batalla á inclinar algún tanto. 
Murió allí un francés llamado micer Claudio, 
natural de Este, de la nación de Italia en el 
Piamonte. Un italiano le hendió con una 
hacha el almete y le hendió la cabeza por 
medio, que le saltaron los sesos. Los italia- 
nos creyeron ser, porque seyendo italiano, 
había sido contra los de su nación, por favo- 
recer á la nación extranjera 

Estuvo la batalla muy gran rato en peso; 
mas los italianos, aunque les faltaban los dos 
que por culpa de sus caballos habían salido 
fuera del estacado, apretaron con tanto áni- 
mo á los franceses, que habiendo durado 

(<) En blanco. 



DEL GRAN CAPITÁN 



347 



muy rato la batalla comenzaron á aflojar. Co- 
nocido por los italianos su flaqueza, se les 
doblaron las fuerzas hasta que los franceses 
soltaron las armas y se rindieron y se dieron 
por vencidos. Los jueces que en el cadahalso 
estaban, habiendo visto el suceso de la bata- 
lla, con muchas trompetas y música de otros 
instrumentos sentenciaron ser los italianos 
vencedores. Tardaron en la batalla cuatro 
horas y algo más; y porque ninguno de los 
franceses había traído los cien ducados, fue- 
ron todos, vencidos y vencedores, á Barleta; 
porque antes que en la batalla entrasen ha- 
bían enviado á requerir á los italianos que 
llevasen cada uno sus cien ducados, porque 
pasada la batalla no les estuviesen esperan- 
do que inviasen por ellos; porque decían que 
eran gallinas los italianos, y que sin mezcla 
de españoles no valían por sí nada, diciendo 
públicamente que así como en el vicio de con- 
tranatura eran menos que hombres, así lo 
eran en las armas, deque los italianos tenían 
concebido dellos grande enojo. 

El Gran Capitán estaba de allí un tercio de 
legua, y sabía por momentos lo que pasaba. 
Sabido que venían con la victoria, los salió á 
recibir á unos y á otros: á los unos alabando 
por valientes, y á los otros diciéndoles que no 
se espantasen, que aquellas eran vueltas de la 
fortuna, que ella hace cuando le place. Y así 
todos fueron aquella noche á Barleta. Aque- 
lla noche les mandó dar el Gran Capitán á 
vencedores y á vencidos una muy suntuosí- 
sima cena; y las tazas anduvieron tan espe- 
sas que los franceses estuvieron tan regoci- 
jados en la cena y tan sin cuidado de lo pa- 
sado como si hobieran habido la victoria, y 
ninguno quedó de todos doce que no se em- 
borrachase y aun buscaron mujeres para 
aquella noche, muy sin cuidado del trance 
pasado. Al Barón de San Lorenzo y al Barón 
Ronquillo mandó luego el Gran Capitán res- 
tituir sus tierras, porque en la batalla habían 
peleado valerosamente. Pagaron los france- 
ses mil y trescientas coronas, y al Claudio 
muerto no lo consintieron enterrar hasta que 
del campo de los franceses trajesen las cien 
coronas. 

En Roma y en Ñapóles y en todas las cib- 
dades de Italia hicieron grandes alegrías 
por la victoria que los italianos habían gana- 
do de los franceses. De esta jornada quedó 
muy enemistada la nación de Italia con los 



franceses y muy amiga de españoles. Otro 
día que los franceses estaban más en su jui- 
cio, el Gran Capitán les rogó que otro día 
templasen más sus lenguas y las refrenasen; 
porque los caballeros y hombres de honra y 
merecedores de la orden de la caballería no 
deben menospreciar á nadie sino en la bata- 
lla con las obras, y nunca se deben los hom- 
bres de guerra alabarse con palabras dema- 
siadas sino las obras en la batalla, y así ga- 
nan la fama que los fuertes varones sue- 
len ganar. El Gran Capitán por honrar á 
los italianos los armó caballeros y les dio 
por armas con las que ellos tenían, en señal 
de la victoria, les dio trece cadenas á cada 
uno en campo de oro, cada una con trece es- 
labones. 

CAPÍTULO III 

De cómo Juan de Lezcano, capitán de dos ga- 
leras, fué á buscar á un corsario francés lla- 
mado Peri Juan, y lo que con él pasó. 

Estando el Gran Capitán en esta villa de 
Barleta, supo cómo andaba por aquella costa 
de la mar un corsario francés llamado Peri 
Juan, y hacía mucho daño en aquel mar de 
Venecia, desde Barleta por toda aquella costa, 
con cuatro galeras muy bien fornidas y de 
muy buena gente, y con otros ciertos cascos; 
y hacía muchos robos á toda la gente de aque- 
lla costa de Calabria y Pulla, que no eran se- 
ñores de salir ninguna persona del puerto, ni 
dejaban venir mantenimientos ningunos á Bar- 
leta. Visto esto por el Gran Capitán, mandó 
llamar á Juan de Lezcano, y le dijo: «Lezcano, 
no será deciros muchas palabras quien tan 
bien sabe dar tan buena cuenta de lo que ha 
de hacer. Ya sabéis los daños que de Peri 
Juan recebimos. Aparejad dos galeras y me- 
ted en ellas la gente que os pareciere, y id á 
buscar aquel cosario; y topándolo, ó le matad 
ó prended ó le echad á fondo, y haced lo que 
los hombres tan valientes como vos y de tan 
buena nación suelen hacer. Yo quedo con 
gran confianza, según la que de vos tengo. Id 
con la gracia de Nuestro Señor y á él os en- 
comiendo y á su bendita madre». Al cual res- 
pondió Lezcano: «Señor, yo os prometo que 
topando con él Lezcano ó le prenda ó le mate, 
ó Lezcano quede muerto, porque no digan en 
Vizcaya que Lezcano fué vencido por france- 



348 



CRÓNICA MANUSCRITA 



ses; mal viaje hagan ellos». Y entrando en sus 
dos galeras fué á buscar á Peri Juan. 

Supo cómo á la sazón estaba en el puerto 
de Otranto, que es una cibdad de Calabria, 
adonde hay un muy buen puerto; y era una 
de las que el Rey don Fernando había empe- 
ñado á venecianos. Sabido por Lezcano que 
aquel cosario estaba con sus galeras en aquel 
puerto, invió á avisar al alcaide de la fortale- 
za, que era un veneciano, que se estuviese 
en su fortaleza quedo, porque él determinaba 
de entrar á pelear con aquel cosario francés, 
porque del había recebido el Gran Capitán 
muchos enojos, que le rogaba no le favore- 
ciese. El alcaide le respondió que con la ben- 
dición de Dios hiciese lo que le pluguiese, que 
él tenía mandato de la señoría de Venecia que 
ni favoreciese á unos ni á otros; mas que le 
avisaba que tenía allí cuatro galeras muy bien 
bastecidas, y no sabía otros cuantos cascos. 
El Lezcano le dijo que él hiciese lo que decía, 
que sólo Dios lo podía amparar de sus dos 
galeras, y que él le daba el tiempo por testigo. 

Pues Lezcano esperó, y otro día en amane- 
ciendo, entró por el puerto con muy grande 
ímpetu, diciendo: «¡España, España, Santia- 
go!», y la artillería disparó contra las cuatro 
galeras, que las dos fueron luego echadas á 
fondo Los franceses, en se ver tan súpitamen- 
te combatidos, tomaron grande turbación, que 
los más con su capitán Peri Juan huyeron á 
tierra y otros se echaron al agua. Los vizcaí- 
nos saltaron de presto en sus dos galeras y 
los otros cascis, y sacaron dellos toda la jar- 
cia y chusma, sin dejar en el puerto más de 
los cascos vacíos. Sacó de all. muchos espa- 
ñoles que allí halló aherrojados, que los fran- 
ceses traían al remo. Eran los cascos de los 
franceses cuatro galeras, dos bergantines y 
dos fustas; y si no fuera por no quebrantar la 
liga que con venecianos tenían, saltaran los 
españoles en tierra y no quedara ningún fran- 
cés que no prendieran. Mas Lezcano no lo osó 
hacer, porque así le era mandado. 

Fué este encuentro muy importante paralo 
de adelante. Con esto se volvió Lezcano á Bar- 
leta y dijo al Gran Capitán: «Yo, señor, hallé 
á los franceses en el puerto de Otranto y pe- 
leé con ellos y eché á fondo las dos galeras; y 
de las otras dos galeras y fustas y berganti- 
nes saqué todo lo que había, y más á los es- 
pañoles que traían al remo. Mal viaje haga 
Peri Juan que se huyó á tierra; que si no fuera 



por no quebrantar la liga con venecianos, acá 
viniera Peri Juan y los otros franceses». 

CAPÍTULO IV 

De lo que aconteció á Luis de Herrera y á 
Pedro Navarro con el señor Juan, italiano, 
y don Luis de Beamonte, capitanes de gente 
de armas francesas, cerca de la cibdad de 
Taranto. 

En este tiempo que el Gran Capitán estaba 
en Barleta, Luis de Herrera, su primo, á quien 
dijimos que el Gran Capitán encomendó la 
fortaleza y cibdad de Taranto, tuvo nueva á 
los trece días de Marzo del dicho año de qui- 
nientos y tres años, cómo el señor Juan, de 
nación italiano, y don Luis de Beamonte, capi- 
tanes de caballos, con cien hombres de armas 
y caballos ligeros y cien ballesteros á caballo» 
salieron á dar vista á Taranto y corrieron por 
la una parte de la cibdad, y no les salió nadie 
á ellos. Visto por ellos, pensando que no ha- 
bían osado salir á ellos, se volvieron á sus 
aposentos muy contentos de la jornada. Sabi- 
do por Luis de Hernera y Pedro Navarro, Luis 
de Herrera con cien jinetes y Pedro Navarro 
con trecientos soldados, esperáronlos en el 
camino entre la cibdad y sus aposentos. Como 
los franceses, que iban algo descuidados, vie- 
ron á los enemigos, y conocidos como hom- 
bres de valor, los acometieron y pelearon ani- 
mosamente. Fué la batalla muy reñida por am- 
bas partes. En aquel encuentro hizo Luis de 
Herrera con su gente de caballo y Pedro Na- 
varro con sus trescientos soldados grande 
destrozo, y pelearon [tanto] que los contra- 
rios que vivos quedaron afirmaban no haber 
visto jamás ni oído más esfuerzo en hombres, 
así en los capitanes como en la gente de caba- 
llo y soldados. Fué muy reñida aquella bata- 
lla; y porque los unos y los otros peleaban 
con grande obstinación; hasta que al fin no pu- 
diendo sufrir los franceses y peleando como 
hombres, de trec entos de caballo que eran, 
quedaron solos trece, que prendieron, que no 
hubo quien la nueva llevase á sus aposentos. 

Los capitanes franceses murieron peleando 
delante de los suyos como valientes soldados, 
sin dejar de hacer cosa de lo que debían, así 
ellos como los que con ellos venían. Luis de 
Herrera hizo aquel día cosas muy señaladas 
porque en esfuerzo y industria [hizo] cuanto 



DEL GRAN CAPITÁN 



349 



la razón lo pidia. Es uno de los buenos capi- 
tanes que de España han salido. Pues Pedro 
Navarro hizo lo que suele. 

CAPÍTULO V 

De otro rencuentro que el mismo Luis de He- 
rrera y Pedro Navarro hubieron, viniendo á 
Barleta, con el Conde de Bitonto y el señor 
Juan, su sobrino, que se iban á juntar con los 
franceses. 

A los diez y siete días de Marzo del dicho 
año de mil y quinientos y tres el Gran Ca- 
pitán había inviado á llamar á Luis de Herre- 
ra, que dejando la cibdad de Taranto y for- 
taleza á buen recaudo, y Pedro Navarro se 
viniesen con él allí á Barleta á do estaba. 
Ellos, visto este mandamiento, lo pusieron 
luego por obra; y yendo ambos á dos por su 
camino á Barleta, llevaba Pedro Navarro tre- 
cientos soldados y Luis de Herrera ciento cin- 
cuenta de caballo. A esta sazón iba el Conde 
de Bitonto á se juntar con los franceses, por- 
que seguía la parte francesa. Llevaba consigo 
docientos cincuenta hombres de armas grue- 
sas y muchos caballos ligeros, y quinientos 
soldados muy bien armados y escogidos to- 
dos, así los de caballo como los de pie. Iba con 
el dicho Conde el señor Juan, su sobrino, por 
capitán de los infantes, que era el mejor sol- 
dado que se hallaba á aquella sazón en toda 
Italia, así de caballo como á pie. 

Conocidos por el Conde y su sobrino los 
españoles, y vista la demasiada ventaja que 
les tenían y tan conocida, dijo al señor Juan 
su sobrino: «Dios nos ha puesto en las manos 
aque-*ta tan buena presa. Peleemos con estos 
españoles, y al primer encuentro son nues- 
tros, y llevaremos á los franceses esta cana- 
lla, con que seremos bien recebidos». El le 
respondió que le placía y que así se hiciese, 
que á su parecer eran suyos. Y luego el Con- 
de dijo á los suyos que á ninguno tomasen á 
vida y que á ninguno dejasen con ella y hicie- 
sen su deber. 

Luis de Herrera dijo á Pedro Navarro que 
él quería ser el primero contra aquellos hom- 
bres de arm is, y él se pusiese en la retaguar- 
dia contra la infantería, y esperaba en Dios 
de los vencer. 

Los unos y los otros se encontraron con 
grande ánimo y no se conocía entre ellos me- 



joría alguna; mas como los franceses eran mu- 
chos, porque había seis para cada un español, 
desbarataron á los caballos ligeros de Luis 
de Herrera, que hizo aquel día más de lo que 
fuerzas humanas podían hacer, socorriendo 
á todas partes. Pues como los hombres de ar- 
mas pasaron por Luis de Herrera, habiéndolo 
desbaratado, pensaron hacer lo mismo por la 
infantería. Como Pedro Navarro y los solda- 
dos vieron desbaratada la caballería, tomaron 
tanto coraje que cada uno estaba hecho un 
león. Pelearon con tanto coraje que arreme- 
tieron con los hombres de armas y los desba- 
rataron y mataron á los más, y pelearon con 
la infantería con tanto esfuerzo y fuerzas que 
los desbarataron y mataron. De los primeros 
murió peleando el señor Juan, habiendo hecho 
cosas que parecían imposibles en armas. Luis 
de Herrera tornó á ayudar á la infantería, y 
todos juntos, de manera qne todos los caba- 
lleros hombres de armas, peleando como 
hombres de vergüenza, murieron todos, y po- 
cos dellos y de los quinientos infantes que- 
daron pocos, bs cuales fueron presos. El 
Conde habiendo peleado valerosísimamente, 
estando muy herido, no se quería rendir sino 
á Luis de Herrera, al cual llamaba á grandes 
voces; y entretanto que venía le dieron diez 
y siete picazos y el caballo jarretado; y arri- 
mado á una peña se defendió hasta que vino 
Luis de Herrera, á quien se rindió. 

Luis de Herrera y Pedro Navarro partieron 
de allí llevando presos al dicho Conde y á al- 
gunos que vivos quedaron, y muchos caballos 
y arneses. Llevaba el Conde, sin otras muchas 
heridas que llevaba por el cuerpo, desde la 
frente hasta la barba, ocho heridas. Pues lle- 
gados á Barleta, el Gran Capitán mandó al 
Conde curar con mucho cuidado, y lo visitaba 
cada día, mandándole proveer de todo lo ne- 
cesario. Quedó sano de las heridas, aunque 
muy señalado. Húbose de aquella rota gran 
despojo que el Conde y los suyos llevaban. 
Así quedó el Conde en Barleta preso en po- 
der del Gran Capitán. Después que el Conde 
fué sano, lo mandó el Gran Capitán llevar á 
Manfredonia, adonde estaba preso hasta que 
vino el Rey don Fernando de España á Ñapó- 
les, que fueron cuatro años. Un día antes que 
partiese de Ñapóles, lo mandó soltar y volver 
su estado; y también mandó dar libertad al 
Duque de Atre, á suplicación del Gran Ca- 
pitán. 



350 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPITULO VI 



De cómo el Gran Capitán salió de Barleta y 
fué sobre la cibdad de Rabo, y los hechos 
grandes de armas que allí se hicieron. 

En este mismo tiempo,'estandoel Gran Ca- 
pitán en Barleta, en un rencuentro que ho- 
bieron con los franceses los españoles, fué 
rescatado por otro capitán francés micer 
Teodoro, albanés, de quien dijimos atrás; y 
porque sirvió muy bien en la guerra, el Gran 
Capitán le hizo merced de quinientos duca- 
dos de renta en aquel reino, conforme á una 
capitulación que con los Reyes Católicos te- 
nía hecha, que conforme á los servicios que 
hiciesen en la guerra las personas señaladas 
en ella [recibiesen] hasta cierta cantidad. 
Y porque este micer Teodoro había mucho 
servido, le hizo el Gran Capitán merced de 
aquellos quinientos ducados de renta, los 
cuales el Rey don Fernando de España, cuan- 
do fué á Ñapóles, se los quitó, porque le pa- 
reció muy demasiada dádiva. Los cuales el 
Gran Capitán le dio en la su villa de Teano 
por su vida, é este micer Teodoro dio aviso 
al Gran Capitán cómo se podría haber y con- 
quistar aquella villa de Nibo, como hombre 
que había estado en ella. 

En un rencuentro que se hubo con los de 
Nibo fué preso un maestresala de mos de la 
Paliza, que estaba en aquella villa, al cual el 
Paliza quería mucho, porque era su pariente 
y hermano de leche. El Gran Capitán lo res- 
cató del que lo tenía por prisionero, y lo 
puso en su libertad, y mandó á Albornoz su 
maestresala que lo llevase á su posada y le 
hiciese muy buen acogimiento, que él le diría 
después para qué efecto se hacía todo aque- 
llo. Mandó que le diesen un cuartago muy 
bueno de su caballeriza con una muy buena 
guarnición de oro, y un manteo de grana 
bordado y otras ropas, y que quedasen muy 
amigos, y que le dijese que él se iba á holgar 
algún día con él. El maestresala francés se 
holgó mucho dello, y le tomó la palabra que 
lo haría así, y Albornoz se lo prometió. 

Pues llegado aquel maestresala á Rubo á 
mos de Paliza, su señor, y contado la honra 
que aquel maestresala del Gran Capitán le 
había hecho y lo que le había dado, no ba- 
rruntando nada de lo que había pasado y por 
dónde aquello venía, el Paliza holgó mucho 



de lo que con su maestresala se le había he- 
cho; y díjole más, cómo le había tomado la 
palabra al Albornoz que se fuese á holgar 
con él á Rubo. Luego el Paliza invió á supli- 
car al Gran Capitán diese licencia á su maes- 
tresala Albornoz para que se fuese á holgar 
á Rubo, porque lo deseaba conocer. Pues 
dada la licencia, el Gran Capitán dijo á Al- 
bornoz: «Todo lo pasado es para lo que ago- 
ra os diré. Vos id con la gracia de Dios á 
Rubo y holgaos allí con mos de la Paliza y 
con su maestresala, y ninguna cosa tomáis 
de él ni del Paliza, y mirad con mucho cuida- 
do qué tales son los muros de Rubo y por 
qué parte se podrá combatir y qué gente hay 
dentro y quién son y qué cuidado hay en la 
guarda de aquella villa, con todo lo que es 
necesario saber para lo que ya me debéis de 
entender. De todo me traed muy buena cuen- 
ta y razón». Albornoz le dijo: «Yo tengo en- 
tendido á V. S. Yo traeré cuenta de todo 
y traeré el despacho que V. S. quiere». Lle- 
gado, pues. Albornoz á Rubo, fué muy bien 
recebido del Paliza y de aquel maestresala; y 
le festejó y mostró todo su campo y todo lo 
que en la villa había. Pues queriéndose des- 
pedir Albornoz, Paliza le daba paño y seda y 
otras joyas, las cuales él no quiso recibir de 
ninguna manera, diciendo: «Si yo con alguna 
cosa serví al señor maestresala fué por la 
amistad que con él tomé de servir á v. m. del 
oficio que yo (') al Gran Capitán, y no lo hice 
por ser luego pagado. Harta paga es para mi 
que V. m. se haya servido de ello». Y así se 
despidió, saliendo con él hasta una legua 
aquel maestresala. 

Pues llegado Albornoz á Barleta, dijo al 
Gran Capitán que, aunque la villa no era muy 
fuerte, mas que estaba muy fortificada, y 
hechos fosos y tríncheas, y que tenia allí 
mos de Paliza doscientos hombres de armas 
gruesos y una capitanía de caballos ligeros; 
y que estaba allí con él un capitán del Duque 
de Saboya en la conserva del Paliza con tres- 
cientos hombres de armas asimismo gruesos, 
y otra capitanía de caballos ligeros, los mejo- 
res que había en todo el campo de Francia. 
E sin éstos otra gente de guerra, que serían 
todos hasta novecientas lanzas. Los cuales 
estaban tan orgullosos y bravos que pensa- 
ban bastar ellos solos para tomar por com- 

(') Sio; faltan algunas palabras. 



DEL GRAN CAPITÁN 



351 



bate á Barleta; y así lo platicaban y tenían 
por perdido y casi vencido al Gran Capitán 
y á todos los que con él estaban. Estos ve- 
nían muchas veces hasta las puertas de Bar- 
leta, que como este lugar estaba tan cerca 
de Barleta, habían los Generales puesto allí 
los mejores hombres de armas y mejor gente 
de todo su campo, con Paliza, que á la sazón 
era el mejor capitán y más platico y de más 
expiriencia de todos los franceses. 

CAPÍTULO VII 

De cómo el Gran Capitán combatió la cibdad 
de Rabo y la entró por fuerza de armas, y 
lo que en aquella jornada aconteció. 

Este lugar de Rubo era del Conde de Tre- 
bento, que seguía la parte francesa, al cual 
el Gran Capitán determinó de combatir; y 
para lo mejor poder hacer y sin pérdida de 
gente hizo un ardid, y fué de esta manera. 
El Gran Capitán salió con todo su campo y 
artillería fuera de Barleta, camino de Rubo, y 
andando cuanto media legua en esta orde- 
nanza luego se volvía á Barleta. Otro día 
hacía lo mismo; y como los franceses eran 
avisados por áus espías, que es la gente del 
mundo que más en ella gasta, luego en la vi- 
lla tocaban al arma y se ponían en sus estan- 
cias, y el Gran Capitán se volvía como el pri- 
mero día había hecho. Hizo esto tantas veces 
hasta que los españoles murmuraban del 
Gran Capitán, culpándole de poco ánimo y 
teníanle por temeroso. Los franceses, enoja- 
dos del sobresalto que tantas veces les ha- 
bían dado, se habían descuidado, pensando 
que ni tenía caudal para ello ni osaba ir á 
Rubo, y que haría como los otros días pasa- 
dos había hecho; y aunque la espía les avisaba 
lo que veían, ninguna alteración ni movimien- 
to había en la villa. Pues sabido por el Gran 
Capitán que los de Rubo estaban descuida- 
dos, partió un día en anocheciendo, iban con 
él el Duque de Termoli, el Próspero Colona 
y sus hermanos Fabricio y Marco Antonio, 
don Diego de Mendoza, el coronel Villalba, 
que fué en las guerras hombre de gran es- 
fuerzo, Zamudio, Pizarro, Escalada, Espés, 
mosén Peñalosa, el comendador Mendoza, 
Pedro de Paz y su primo Carlos de Paz y 
otros muchos capitanes, llevando tres mil in- 
fantes y hasta seiscientos de caballo. Lleva- 



ba Diego de Vera once piezas de artillería. 
Pues con esta ordenanza y desinio partió de 
Barleta á puesta de sol; anduvo toda la no- 
che y amaneció sobre Rubo sin ser sentido, 
porque los Generales de Francia estaban 
muy cerca y no les socorriesen. 

En llegando mandó el Gran Capitán plan- 
tar la artillería y despetrilar parte del muro; 
y estando una parte del muro batida, los sol- 
dados comenzaron á subir por las picas. Los 
franceses, aunque fueron sobresaltados y 
tomados con algún descuido, comenzaron á 
se defer^der como gente muy animosa. El 
Gran Capitán se apeó y embrazó una rodela 
y fué de los primeros que entraron. Los se- 
ñores y soldados que allí se hallaron, vista la 
persona del General entrar delante sin temer 
armas ni otro género de muerte que delante 
se le pusiese, que decían después los france- 
ses que no les parecían los españoles que 
entraron en Rubo hombres sino diablos. El 
Gran Capitán los animaba y llamaba por sus 
nombres. Fué tan cruda esta pelea y tan va- 
lerosamente reñida, que sin descansar mata- 
ron mil y quinientos franceses. Los que que- 
daban, visto el estrago que se hacía dentro 
en la villa, se comenzaron á descolgar por 
el muro, y entre ellos el General mos de la 
Paliza, los cuales fueron luego tomados. Y 
porque mos de la Paliza no se quería rendir, 
un alabardero le partió la cara con una ala- 
barda, y así fué traído al Gran Capitán, el 
cual lo hizo llevar á su tienda y le curar con 
gran cuidado. Fué también allí preso Amideo, 
capitán de hombres darmas del Duque de 
Saboya, y Hernando de Peralta, español, que 
antes que la guerra se comenzase servía al 
Rey de Francia, y parecióle que no era aquel 
tiempo de le dejar en aquella sazón. Y [man- 
dó] que tomasen á prisión á todos los otros; y 
mandó poner en mucho cobro á las mujeres y 
iglesias. A las mujeres mandó recoger en cier- 
ta parte, y las otras rescató de los soldados, 
pagándoles luego su rescate en dineros, paño 
y seda. Y mandó á Pedro Gómez de Medina, 
su mayordomo, tuviese cargo de ellas; de ma- 
nera que ninguna de ellas recibiese deshonra 
alguna, sino muy buen tratamiento; y mandó 
al dicho Medina que hiciese sacar las muje- 
res y bastimentos fuera de la villa, y que cuan- 
do se volviesen á Barleta se quedase en ios 
traseros, volviéndose las mujeres y basti- 
mentos á la dicha villa; lo cuaLasí fué hecho. 



352 



CRÓNICA MANUSCRITA 



Tomáronse novecientos caballos, que fue- 
ron en aquella sazón muy provechosos. Fue- 
ron llevados todos los capitanes y la otra 
gente y todo el despojo que allí se tomó de 
los franceses para Barleta, y estuvieron allí 
hasta la puesta del sol, pensando que los Ge- 
nerales vinieran á socorrer á Rubo, porque 
lo pudieran hacer, porque estaban muy cer- 
ca; los cuales luego fueron avisados, porque 
pían la artillería cuando batían el muro. 

CAPÍTULO VIII 

De lo que pasó después deste vencimiento 
de Rubo. 

Acabado este vencimiento el Gran Capitán 
partió de Rubo á puesta del sol á la mesma 
hora que otro día antes había venido á Rubo 
desde Barleta. El Medina se quedó una pieza 
atrás con las mujeres y bastimentos, y alon- 
gado algo el campo se volvió á Rubo y tornó 
á la villa todas las mujeres y los bastimentos 
que habían sacado. 

Los Generales de Francia, avisados del cer- 
co de Rubo, estaban muy descuidados que el 
Gran Capitán había de acometer aquel nego- 
cio. Sacaron su campo y un gran rato, dos ó 
tres horas después que el Gran Capitán par- 
tió de Rubo, llegaron con todo su campo á 
Rubo á socorrer aquella plaza y dar la batalla 
al Gran Capitán, al cual vino la espía diciendo 
cómo los franceses venían determinados de 
los seguir hasta Barleta y les dar la batalla y 
tomalles la presa. Como esto oyó el Gran Ca- 
pitán, paró, que ya era noche cerrada, y orde- 
nó sus batallas; y puestos en orden les dijo: 
«Bien sé yo, compañeros y señores, la poca 
necesidad que tengo de os decir lo que habéis 
de hacer en este trance en que estamos. Apa- 
rejad las manos y el corazón, y haced todos lo 
que viéredes hacer á estos caballeros y á mí, 
que queremos ser los primeros en quien los 
franceses descarguen su ira; que yo espero en 
Dios y en su divina justicia que habremos la 
victoria». Entonces llamó al Duque de Termoli 
y al Próspero, Fabricio y Marco Antonio, sus 
hermanos, y á Fernando de Alarcón y á los dos 
Alvarados y á Luis de Herrera, y les dijo: 
«Ea, señores, demos á entender á estos fran- 
ceses la poca justicia que tienen y la diferen- 
cia que nuestra nación y la de ellos les tiene; 
y v. m., señor don Diego de Mendoza, Pedro 



de Paz, Carlos de Paz, mosén Hozes, Zamudio, 
Villalba, Espés, Hernán Suárez, Escalada y 
Pedro Navarro, con esotras trescientas lanzas 
dareisles por un costado, y con la infantería 
no dejéis hombre dellos á vida. Acordaos de 
hacer hoy vuestro deber, como yo espero y 
soy cierto de vuestro esfuerzo». A mosén 
Hozes mandó con una capitanía guardare el 
bagaje, «aunque, dijo, no puedo persuadirme 
que los franceses sean tan locos que de noche 
nos acometan)^. 

Estuvo todo el campo en esta ordenanza 
gran parte de la noche, hasta que las espías 
volvieron y dijeron que los franceses entra- 
ron en consulta junto á Rubo si siguirían ó no 
á los españoles; y al fin todos fueron de co- 
mún parecer que no, y así se volvieron á sus 
aposentos. Sabido esto por el Gran Capitán, 
se volvió á Barleta, adonde llegó pasada gran 
parte de la noche, adonde tomaran algún fres- 
co si lo hallaran. 

Esta noche aconteció uno de los desconcier- 
tos que suelen acontecer en las guerras; y fué 
que mandó el Gran Capitán á don Diego de 
Mendoza que fuese con la artillería y llevase 
el cargo della hasta la poner en Barleta, y él 
se descuidó y la encomendó á los artilleros y 
á cierta persona de poco recaudo; y erraron 
el camino y íbanse adonde los franceses esta- 
ban. Y llegando cerca del lugar, aquel Medina 
que quedó en Rubo á meter en la cibdad las 
mujeres y bastimentos supo cómo la artille- 
ría iba perdida, y fué tras ella y alcanzóla jun- 
to á la villa adonde los franceses estaban, y 
hízola volver á tiempo que ya el Gran Capi- 
tán inviaba á la buscar, culpando mucho el 
descuido de don Diego de Mendoza. 

CAPÍTULO IX 

De cómo la gente de guerra, no pudiendo sufrir 
la gran necesidad que padecían, se amotina- 
ron,)/ lo que sobre ello hizo el Gran Capitán. 

En esta villa de Barleta sufrió el ejército 
muy grande necesidad, que no se hallaba tri- 
go ni cebada ni otro mantenimiento alguno, ni 
dinero para lo comprar, ni de dónde se com- 
prase, porque Lezcano, Martón yjuan de Sant 
Pedro, que eran idos por bastimentos, no ha- 
bían, con la tormenta que en la mar les tomó,,' 
podido venir. Pues en esta tan grande neccsi 
dad los españoles se comenzaron á amotina 



DEL GRAN CAPITÁN 



353 



y persuadieron á los italianos y á las otras 
naciones que hiciesen lo mismo, y fuesen á 
buscar de comer; y todos se concertaron que 
otro día por la mañana tocasen los atambores 
y pífanos, y á toda ropa buscasen manteni- 
mientos, que era muy mejor que no morir allí 
de hambre. De lo cual avisado el Gran Capi- 
tán cómo los españoles eran los principales 
movedores de aquella rebelión, mandóles jun- 
tar á todos y hízoles este razonamiento: «Sa- 
bido he, compañeros, cómo estáis determina- 
dos de os ir de aquesta cibdad y desamparar 
á vuestro capitán y á las banderas que de Es- 
paña sacasteis, y dejarme solo en esta cibdad 
en medio de sus enemigos. Vosotros os po- 
déis ir con la gracia de Dios; que muy cierto 
soy que con los mis españoles, con los mis 
leones, entiendo de cobrar este reino; que es- 
tos bien sé que no me desamparan ni á las 
banderas de España, aunque nunca les dé pa- 
ga y aunque yo los eche por fuerza. Y no so- 
lamente con ellos entiendo de ganar este rei- 
no, mas aun entiendo, si necesario fuese, de 
ganar por armas todo el reino de Francia con 
su valentía, fidelidad y lealtad, que de ellos 
siempre he conocido». Acabado su razona- 
miento, los españoles le respondieron: que 
aquello podía tener su Señoría por muy averi- 
guado y cierto, y que le daban muchas gracias 
por así haber conocido su fidelidad y constan- 
cia, y que le daban su fe como verdaderos es- 
pañoles de ahí adelante de no pedir paga ni 
comer ni beber hasta que su Señoría se lo 
diese de su voluntad; y que serían como cuer- 
pos encantados, y que ellos trabajarían con 
las otras naciones que no hiciesen aquel mo- 
tín; y que cuando otra cosa quisiesen hacer, 
ellos les harían un camino por do fuesen, y 
que ellos solos bastarían para hacer la guerra; 
mas que le suplicaban los sacase de allí á 
buscar á sus enemigos, y allí vería si se con- 
formaban las obras con las palabras que ha- 
bían ofrecido. 

Las otras naciones quedaron muy espanta- 
das, así de la mañosa cautela con que el Gran 
Capitán los prendó y la súbita mudanza de 
los españoles, habiendo ellos sido, como diji- 
mos, los principales movedores de aquella re- 
belión, y dijeron que ellos quedarían asimismo 
con aquella misma voluntad para le servir 
hasta el fin de la guerra; y luego determinó 
buscar manera para remediarlas necesidades 
que allí se padecían. 

Cr nicas del Gran Capitán. — 2 3 



CAPÍTULO X 



De cómo al ejército del Gran Capitán vinieron 
muchos mantenimientos y otras cosas nece- 
sarias, de que los soldados fueron muy pro- 
veídos y remediados. 

En este tiempo y en estos mismos días 
Juan de Lezcano con sus galeras había toma- 
do junto á Manfredonia un navio veneciano 
con muy grande cuantidad de trigo, y que el 
capitán mos de Alegre, habiendo entrado por 
fuerza de armas á Soja, halló allí gran canti- 
dad del, y lo tomó como cosa por él ganada; 
lo cual quiso antes vender á un mercader 
veneciano que no vendello á los napolitanos, 
porque lo tomaban fiado, dándole seguridad 
de se lo pagar acierto tiempo. El cual navio, 
cargado de trigo, tomó Lezcano y lo trajo á 
Barleta, que lo halló junto á Manfredonia. El 
Gran Capitán dio al veneciano mucho más de 
lo que él lo había comprado del Alegre. 

Ya dijimos atrás cómo Juan de Lezcano 
había desbaratado á Peri Juan en el puerto de 
Otranto y echádole dos galeras á fondo, con 
lo demás que atrás contamos. Pues como 
aquella costa quedó libre de aquel cosario, 
arribaron á Barleta siete navios cargados 
de trigo, con la venida de los cuales abaja- 
ron las vituallas su valor, que valía todo la 
mitad menos que antes, de que había en Bar- 
leta tantos mantenimientos que sobraban á 
todos. Luego proveyó el Gran Capitán que en 
aquellos navios trujesen de Sicilia muy gran 
copia de vino, carne salada, tocinos, quesos y 
otras muchas cosas de legumbres y cosas 
necesarias para el ejército. 

CAPÍTULO XI 

De lo que mos de Nemos hizo, sabido lo cual de 
Castellaneta, habían llamado á Luis de Herre- 
ra y á Pedro Navarro y se les habían dado. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo los de Castellaneta no pudiendo sufrir 
las injurias que los franceses les hacían, así 
en la honra y honestidad de las mujeres como 
en las otras insolencias que les hacían, llama- 
ron á Luis de Herrera y á Pedro Navarro, 
como en el capítulo pasado contamos. Sabido 
por el Duque de Nemos, que estaba, como 
dijimos en Canosa, y tenía algunas villas al- 
derredor, como á Altamira y la fortaleza de 
la Chirinola, Cuadrata, Rubo, Soja y Man- 



354 



CRÓNICA MANUSCRITA 



fredonia, sabida la rebelión de Castellane- 
ta, levantó de presto el campo y fué á cas- 
tigar aquel insulto y rebelión de los de aque- 
lla villa por haber llamado á Luis de Herrera 
que estaba en Taranto y á Pedro Navarro 
y haber echado de aquella villa á los france- 
ses con tan mal tratamiento. Fué la causa 
que en los días pasados, cuando él fué á co- 
rrer y conquistar la Pulla hasta Oíranto, en- 
tre otras cibdades de Pulla había tomado 
la cibdad de Leze, que los antiguos llamaban 
Lupia, y á Sant Pietro, que los griegos veni- 
dos de Tesalia habían poblado, llamada Ca- 
talana y habiendo también colona de grie- 
gos, y á la cibdad de Rudia, por haber nacido 
en ella el poeta Enio, la cual se llama hoy Ro- 
deya, y otros lugares de aquella provincia, 
como á Oria, Motula y los comarcanos. Ha- 
biendo sitiado á Calipuli y no pudiendo hacer 
nada contra aquella cibdad, pasó por junto 
á Taranto y dio un combate á Conversano y 
forzó al. barón della de seguir la parte fran- 
cesa; y entonces tomó á partido á Castella- 
neta, el cual está en el medio camino, casi 
entre Taranto y Brindez; y fué con condi- 
ción que pudiese meter en la villa en guardia 
dos capitanías francesas, con las cuales se 
pudiesen defender de los españoles que es- 
taban en Taranto; á lo cual daba -favor y 
ayuda el Barón Andrea Aquaviva y Fabricio 
jesualdo, aficionados á la parte francesa. Y 
porque estos vecinos de Castellaneta, como 
dijimos, no pudiendo sufrir sus injurias, ha- 
bían dádose á Luis de Herrera y á Pedro 
Navarro, según antes está contado, princi- 
palmente porque habían violado la honra de 
las docellas y casadas y les gastaban las vi- 
tuallas y habían apaleado á algunos vecinos 
deaquellugar, concibió mosiurde Nemos tan- 
to enojo contra estos de Castellaneta, que no 
se pudo detener sin ir con todo su campo 
sobre los de Castellaneta. 

Andrea de Aquaviva le persuadió no lo hi- 
ciese, porque entre que él desamparaba aque- 
llas plazas, el Gran Capitán le tomaría ó á la 
Chirinola ó á Rubo ó á Canosa; porque en 
apartando su campo de aquellas. plazas, los 
españoles á su salvo las saltearían, como vía 
que los españoles lo hacían. Mas mosiur de 
Nemos estaba tan enojado que ningún pare- 
cer tomó, diciendo que en llegando los casti- 
garía y se volvería antes que los españoles 
intentasen cosa alguna. 



Pues caminando con su campo á gran 
priesa llegó sobre Castellaneta. Los morado- 
res de aquella villa, espantados de la súbi- 
ta venida de mosiur de Nemos, y sabida la 
ira y enojo que contra ellos tenía, y tenien- 
do pocos españoles para les ayudar á defen- 
der y no apercebidos contra la artillería, y 
más veyendo los llantos de las mujeres y ni- 
ños, privados de consejo de se defender, mo- 
vieron partido á mosiur de Nemos que se 
rescatarían dando cierta talla de dineros, con 
que las personas y haciendas fuesen salvas. 
Mas era tanto el enojo del Nemos, que les 
pidió cuatro veces más de lo que los vecinos 
le podían dar, y mandóles decir que si luego 
á la hora no le daban todo lo que les pedía, 
sin ninguna piedad los mandaría degollar sin 
quedar persona dellos. Los vecinos de Cas- 
tellaneta, animados por algunos españoles, 
aunque muy pocos, diciendo que muertos por 
mano del enemigo ó peleando como varones 
defendiendo su tierra, viesen cuál era mejor^ 
y que entretanto Dios los remediaría, com« 
muchas veces él suele hacer. Los vecinos c 
menzaron á hacer algunos reparos, y c 
grande esfuerzo aguardaron á esperar 
golpes de ;a artillería y los asaltos de I 
franceses; y echando del muro piedras y p 
dazos de maderos y otras cosas contra I 
franceses, atemorizaron y fustigaron á alg 
nos que comenzaban á subir por las escala 
que comenzaban á subir por la muralla. L 
pocos españoles que dentro estaban defe 
dían el muro con tanto ánimo, y los vecinos 
hasta las mujeres, que los franceses estab 
espantados, estando el francés muy perplej 
que no sabía qué se hacer, ó si les daría 
muy recio asalto, el cual le parecía muy peí 
groso, según los de dentro se defendían, 
pensando que los españoles eran más, ó t 
mar el dinero que le ofrecían, lo cual le pare- 
cía que perdía muy gran reputación en ello, 
Estando en esto llególe una posta á tod, 
furia que le avisaba cómo el Gran Capitár 
había salido de Barleta con su campo y qu 
iba sobre Rubo por tomar allí á la Paliza, sa- 
biendo que él estaba sobre Castellaneta. 
Mosiur de Nemos levantó de presto el campo 
de sobre Castellaneta. tomando de los cas- 
tellanetos lo que le ofrecían, y fué marchan- 
do á socorrer á Paliza á Rubo. Ayuntáronse 
le en el camino los suizos y muy gran cab 
Hería. En el camino supo nueva de la rotadei 



DEL GRAN CAPITÁN 



355 



Paliza. Venido Nemos invió un trompeta á 
tratar con el Gran Capitán del rescate de Pa- 
liza y de Amideo, capitán de los hombres de 
armas de Saboya y de toda la caballería que 
á Barleta había llevado presa; porque supo 
que mosiur de Nemos no había guardado las 
condiciones capituladas entre ellos, antes llevó 
tres y cuatro veces más de talla por el resca- 
te de los prisioneros. Y el Gran Capitán man- 
dó consinar la infantería que de Rubo había 
habido en las galeras de Lezeano y en las 
otras hasta que la guerra fuese acabada, 
dándole la más dura prisión de lo que la gue- 
rra sufre, y como el Gran Capitán hasta allí 
había usado. 

CAPÍTULO XII 

De lo que aconteció al Gran Capitán con los 
señores de ganados de Abruzo, que estaban 
asegurados por los franceses. 

Estando el Gran Capitán en esta villa de 
Barleta, vinieron á él los señores de ganados 
que los tenían en Abruzo, que pasaban de un 
cuento y trescientas mil ovejas. Estos seño- 
res destos ganados vinieron al Gran Capitán 
á le suplicar fuese servido de tomar dellos 
para ayuda de los gastos de la guerra cien 
mil ducados, porque estuviesen seguros sus 
ganados, aunque el Rey de Francia los tenía 
asegurados, y para ello tenía puesto en Roma 
en cambio gran suma de ducados para les 
pagar por cada oveja medio ducado que les 
faltase, y los franceses tenían gran cuidado y 
recaudo y guardas para los defender. El 
Gran Capitán les respondió muy graciosa- 
mente diciéndoles que les gradéela la volun- 
tad y obra que le ofrecían; que á ellos les hi- 
ciese buena pro sus ducados, y que no podía 
hacer lo que le rogaban, por dos cosas: la 
una por la gran necesidad que tenían, y la 
otra y más principal por ver si eran parte los 
franceses para se lo estorbar. 

Luego invió como dijimos á don Francisco 
Sánchez, el cual trajo cuarenta mil ovejas, é 
luego adelante fué don Diego de Mendoza y 
trajo veinte mil ovejas á pesar de los france- 
ses; y luego diez días adelante el Gran Capi- 
tán, porque le cupiese parte del despojo, trajo 
treinta mil ovejas- Así que fueron por todas 
las ovejas que les trujeron noventa mi! ove- 
jas, por las cuales pagó el Rey de Francia en 
cambios en Roma cuarenta y cinco mil du- 



cados en contado, porque así estaba concer- 
tado y dadas fianzas en Roma. 

CAPÍTULO Xlll 

De un desafío que pasó entre un caballero ita- 
liano y otro español, que se llamaba Voz- 
mediano. 

En este mismo tiempo un caballero italiano 
de los que andaban en el campo de los fran- 
ceses invió á desafiar á un español, hombre 
de armas de la compañía de don Diego de 
Mendoza, que se llamaba Vozmediano; en- 
trambos eran muy buenos hombres darmas. 
El Gran Capitán quisiera mucho que este 
desafío no pasara adelante, por no se ene- 
mistar con la nación de Italia, y trabajólo mu- 
cho; y el italiano cuanto más vía al español 
rehusar, tanto más bravoso estaba y más in- 
solente y orgulloso, publicando que no osaba 
salir con él al campo, y más carteles y más 
soberbiosas palabras le inviaba; hasta que 
Vozmediano dijo al Gran Capitán: «Si vues- 
tra señoría no me da licencia para combatir 
con este italiano, yo me despido desde aquí 
de mi capitán y iré á buscar quien nos ase- 
gure el campo; y cuando no lo hallare, yo me 
iré á su campo y ante su General combatiré 
con él. No sé yo, dijo Vozmediano, por qué 
vuestra señoría quiere menoscabar y escure- 
cer mi honra, no habiendo hecho yo por qué 
lo merezca. Suplico á vuestra señoría tenga 
por bien de me dar licencia; si no, yo me parto 
á la hora y lo voy á buscar». El Gran Capitán 
le respondió: «Vozmediano, no estorbaba yo 
esta batalla por menoscabar vuestra honra; 
que si como es italiano fuera francés, yo lo 
deseara, conociendo vuestra persona y es- 
fuerzo, más hacíalo por no enemistar la na- 
ción de los italianos, que tan amigos tenemos; 
quisiera mucho estorbarlo». 

A esta hora llegaron muchos señores y ca- 
balleros italianos, y suplicaron al Gran Capi- 
tán que diese licencia á que Vozmediano pe- 
lease con aquel italiano, porque no lo tenían 
sino por francés; y á su suplicación dellos y 
de don Diego de Mendoza, su capitán, le dio 
la licencia, y le dijo: «Vozmediano, mirad que 
ya que hacéis esta batalla, que peleéis como 
varón, y le matéis ó echéis del campo, ó mu- 
ráis vos en la batalla; aunque yo tengo 
confianza en la bondad de vuestra persona, 
que con la ayuda de Dios haréiá lo que de- 



356 



CRÓNICA MANUSCRITA 



béis». El Gran Capitán le mandó proveer de 
todo lo necesario. El Duque de Nemos ase- 
guró el campo, porque era hombre de mucha 
verdad, aunque mancebo. 

Venido, pues, al campo, Vozmediano tenía 
muy grande enojo del italiano porque se ha- 
bía desmesurado mucho en sus carteles y 
palabras, poniendo muchos defectos en la 
persona de Vozmediano. Pues llegados al 
campo y partídoles el sol las personas que el 
Duque de Nemos para aquello tenía señala- 
das, encontráronse con grande esfuerzo que 
ninguno faltó de su encuentro, y anduvieron 
un rato sin parecer en ninguno dellos mejo- 
ría. Vozmediano le cargó de tantos golpes y 
con tanta fuerza y presteza que lo hizo andar 
de acá para allá, que ya no entendía sino en 
se defender. Al fin, andando ya los caballos 
axo3 y cansados, á un mesmo tiempo se 
apearon, y venidos á brazos, Vozmediano era 
de grandes fuerzas, y lo derribó en el suelo y 
le dio una gran herida, de que el francés es- 
tuvo muy desatentado. Vozmediano cargó 
sobre él y le desenlazó el yelmo y le cortó la 
cabeza, por el grande enojo que del tenía. 

El Duque de Nemos lo sacó del campo con 
grande regocijo; y con esta victoria se volvió 
Vozmediano al Gran Capitán, el cual le salió 
á recebir y le hizo mucha honra y merced. 
Fué de todos muy bien recebido, y principal- 
mente de don Diego de Mendoza, que con su 
compañía lo salió á recebir por haberlo hecho 
tan bien lo que debía, porque el italiano era 
hombre de grande esfuerzo. 

CAPÍTULO XIV 

De lo que el Gran Capitán hizo en este tiempo 
allí en Barleta. 

Cl Gran Capitán habiendo tomado en Rubo 
muchos caballos y arneses y con los que de 
Castellaneta habían traído Luis de Herrera y 
Pedro Navarro, y otros que de otros rencuen- 
tros se habían habido, viendo claramente que 
h gente de caballo franceses faltaban, enca- 
balgó hasta novecientos soldados, á los cua- 
les dio caballos y armas de aquellos que á él 
le pareció más hábiles y acomodados para la 
caballería, y hizo una muy hermosa banda de 
gente de caballo; de manera que vino á estar 
igual en la caballería con los franceses, y aun 
parecía ser más en número; y los soldados se 
daban tan buena maña y con tanta destreza 



como si en aquella milicia hubieran siempr^ 
seguido las armas. 

En estos mismos días vinieron al real 
los franceses gran número de suizos, y ví 
nían tan bravos que prometieron al Virrey df 
ir á vendimiar las viñas de Barleta y cogerles 
el mosto y traerlo al real á pesar de toda Es- 
paña que allí estuviese junta en Barleta, lo 
cual pusieron por obra. Lo cual sabido por el 
Gran Capitán, mandó poner en celada dos 
compañías de caballos ligeros y una de hom- 
bres de armas, de los cuales fueron capitanes 
Alonso de Carvajal y mosén Peñalosa, y e 
Gran Capitán salió con la infantería á les hü 
cer espaldas. Todos éstos se pusieron mu 
secretos hasta que los suizos se extendiese 
por las viñas. Los suizos estrujaban los raci 
mos de uvas y ponían las bocas en que ( 
mosto cayese, y hinchian los cuerpos com 
calabazas y barriles de aquel mosto, dejand 
atrás su retaguardia. El Gran Capitán mand 
poner en un alto una espía para cuando vies 
á los suizos esparramados y derramados pe 
las viñas y llenos de mosto; y avisados por i 
espía entraron á ellos y pelearon con ellos, 
quedaron allí muertos trecientos dellos, qiJ 
les salía del cuerpo sangre y mosto todo jur 
to; á los demás prendieron, aunque alguna 
se salvaron huyendo. Dende adelante no es 
taban estos suizos tan bravos como antej 
antes tenían gran temor de los españoles. 

CAPÍTULO XV 

De lo que aconteció á un capitán de infanfi 
ría española con un escuadrón de franceses. 

En este mismo tiempo un capitán de infan 
tería, que se llamaba Bernardino de Valmase 
da, estaba aposentado en una villa cerca d 
donde los franceses tenían su campo; y mu' 
chas veces salían y los salteaba y prendía a 
muchos dellos y les hacía mucho daño. Un 
día fué avisado que por cierto paso muy 
malo habían de pasar cuatrocientos francM 
ees, que se iban á juntar con el otro campo" 
El se fué á poner en aquel paso con solos 
treinta y tres españoles soldados; y venida la 
noche peleó con ellos, y se dio tan buena 
maña y se supo aprovechar así del lugar 
como de la noche que los desbarató y mató 
los cincuenta dellos, y prendió otros tantos, 
y los otros escaparon huyendo. Otras veces 
les hizo mucho daño y siempre á su salvo. 




DEL GRAN CAPITÁN 



CAPITULO XVI 

De lo qw2 en este tiempo aconteció á un capi- 
tán vizcaíno llamado Riarán con los fran- 
ceses. 

En este mismo tiempo los vecinos de Sant 
Juan el Redondo ¡nviaron secretamente á de- 
cir al Gran Capitán que ya ellos no podían 
soportar la tiranía y mal tratamiento y suje- 
ción que de los franceses recibían; porque 
les forzaban las mujeres y hijas, y les roba- 
ban las iglesias, con otras injurias muchas 
que dellos recibían; que si su señoría les in- 
viase algún capitán, que le abrirían las puer- 
tas y se levantarían contra ellos y se darían 
al dicho capitán que su señoría inviase. El 
Gran Capitán les dijo que les agradescía mu- 
cho su buena voluntad para efectuar aquel 
negocio, y concertó con ellos el día y la hora 
á punto, que él inviaría allá quien despachase 
el negocio. Y con esto se volvieron aquellos 
mensajeros á lo poner por obra. El Gran Ca- 
pitán" llamó á un capitán de soldados, vizcaí- 
no, que se llamaba Riarán, y le dijo: «Riarán, 
tomad trescientos soldados y id á Sant Juan 
Redondo; y habéis de llegar tal día y á tal 
hora de la noche, que por esta seña os abri- 
rán las puertas; y mirad la gran ventaja que 
hace el francés muerto al vivo». Riarán le 
respondió: «Ninguna necesidad tienes, Gran 
Capitán, de decir palabras á Riarán; yo haré 
lo que, Gran Capitán, verás». 

Dicho esto partió y llegó á la hora que es- 
taba el concierto hecho, que era á media no- 
che; y luego le abrieron las puertas como es- 
taba asentado; y entrados, comenzaron á de- 
cir: «¡España, España!». Los franceses estaban 
muy lejos de pensar lo que avino; mas con 
gran presteza se levantaron y comenzaron á 
defenderse. Mas Riarán y los suyos los apre- 
taron tan valerosamente, que aunque eran 
doblados que ellos, los desbarataron. Los de 
la villa pelearon con grande esfuerzo contra 
los franceses, vengándose de las injurias que 
de ellos habían recebido. A esta hora comen- 
zaba ya á amanecer. Los franceses peleaban 
con mucho ánimo; mas cuando el día fué bien 
claro, halláronse muertos así por los españo- 
les como por los de la villa trescientos ochen- 
ta franceses, y los demás se rindieron, que 
fueron ciento. Y con esto se volvió Riarán al 
Gran Capitán á Barleta, y le dio cuenta de lo 
que se había hecho. El Gran Capitán le dijo: 



«Riarán, en ir vos á aquesa jornada !a tuve 
por hecha, según la confianza que de vos 
tuve siempre». 

CAPÍTULO XVII 

De un rencuentro que tuvo don Diego de Men- 
doza con ciertos franceses hombres de ar- 
mas, y lo que alli sucedió. 

En este mismo tiempo salió don Diego de 
Mendoza con ciertos hombres de armas y 
cien ginetes y se pusieron en una celada 
contra la gente que salía de una villa que se 
llamaba Vísela á hacer el herbaje. Pues sali- 
dos los franceses, salieron los españoles de 
la celada y alancearon á todos cuantos pu- 
dieron alcanzar; y atajaron un escuadrón de 
suizos bien armados, y destos captivaron y 
mataron muchos, y setenta se metieron en 
una torre, Don Diego de Mendoza llegó á 
ellos y les invió á requerir que se diesen y 
les daría la vida. Ellos jamás se quisieron 
dar. Visto por los españoles que nunca se 
quisieron rendir, los combatieron y les entra- 
ron por fuerza y á todos los prendieron, y á 
todos setenta los echaron de la torre abajo, 
uno á uno, porque cuando los combatían ha- 
bían dicho palabras muy deshonestas; y de 
todos éstos solo uno escapó con dos muy 
fieras cuchilladas por la cara para que lleva- 
se la nueva. 

Estaba al pie de la torre cuando echaban 
estos franceses Pedro de Paz, teniendo una 
pica hincada el recatón en el suelo, y decía á 
los de arriba: «Echad otro cabrón». Y dábase 
tan buena maña, que lo recibía en la pica; y 
así los recibió casi todos. 

CAPÍTULO XVIII 

De cómo invió el Emperador Maximiliano á 
ruego de don Felipe, su hijo, dos mil y tan- 
tos alemanes. 

El Archiduque de Austria don Felipe, yer- 
no de los Reyes Católicos, como quien había 
de suceder en las dos Sicilias, que son el rei- 
no de Ñapóles y Sicilia, porque era casado 
con doña Juana, hija mayor y propietaria de 
los Reyes de España y de los del Reame, hizo 
que el Emperador Maximiliano inviase dos 
mil y tantos tudescos al Gran Capitán, por 
los cuales había ido el señor Octavio Colona, 
sobrino del Próspero Colona, y los trajo por 



CRÓNICA MANUSCRITA 



las montañas de Carnia al puerto de Trieste 
en Esclavonia, y allí embarcados fueron á 
surgir á Manfredonia. Venían entre ellos 
trescientos caballeros y personas muy no- 
bles de sangre y de mucho esfuerzo y muy 
sabios en la guerra, los cuales se vinieron en 
su ordenanza para Barleta. 

El Gran Capitán los salió á recebir con 
todo su campo; y llegados, los recibió con 
mucho amor, haciéndoles muy buen acogi- 
miento, de que ellos estuvieron muy con- 
tentos, y les mandó aposentar y dalles to- 
das las cosas necesarias que se pudieron ha- 
ber; y lo mismo hacían todos los caballeros 
españoles y italianos. 



COMIENZA EL SEXTO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE EL GRAN CAPITÁN HIZO 
CONTRA EL REY LUIS DE FRANCIA EN ÑA- 
PÓLES, V DE LOS HECHOS FAMOSOS QUE 
ALLÍ PASARON. 



CAPITULO I 

De lo que pasó en la provincia de Calabria 
entre los capitanes franceses y españoles, 
entretanto que el Gran Capitán estuvo en 
Barleta. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo al tiempo que el Gran Capitán se re- 
trajo á Barleta invió á monsén Hoces á Man- 
fredonia, y á su tic don Diego de Arellano á 
Andria, y á Luis de Herrera á Taranto, y á 
Pedro Pinero, comendador de Trebojo, á Co- 
tron, y al Comendador Gómez de Solís á la 
Mantia; á Duarte, un vizcaíno, á Sant Jorge, 
y á Ñuño de Ocampo á Rijoles, y á Hernando 
de Alarcón á Boche, y á don Diego de Ayala 
á Turpia, y á Vargas á Terranova; y así pro- 
veyó todas las otras plazas importantes de 
capitanes y de soldados y gente de caballo. 
Agora dejaremos de hablar del Gran Capitán 
que está en Barleta, y diremos lo que en 
este tiempo hicieron los capitanes que esta- 
ban en Calabria contra los franceses y seño- 
res que seguían la parte francesa. En este 
tiempo que el Gran Capitán estuvo en Bar- 
leta, hubo en la provincia de Calabria muy 



grandes vueltas y mudanzas, porque m 
príncipes y señores de aquel Estado los más 
eran de la opinión francesa; porque tuvieron 
siempre por averiguado que al fin los france- 
ses habían de ganar aquel reino, según la 
mucha parte y autoridad que la casa de Fran- 
cia en aquel reino tenía, y aun en toda Italia. 
Y las potestades y señores della y las seño- 
rías de las cibdades libres eran de la Liga de 
Francia; y la poca parte que la Casa de Ara- 
gón en aquel reino tenía, y más la mucha ex- 
piriencia que en las armas tenía la nación 
francesa, y la poca que los españoles, y el 
grueso ejército que los franceses tenían, y el 
pequeño que los españoles v mal pagado, 
de cuya causa muchas veces se amotinaban, 
con otras muchas ventajas que de la una na- 
ción á la otra había; y más agora visto el 
Gran Capitán retraído á Barleta y haber des- 
amparado la mayor parte de Calabria, y más 
viendo á los franceses señores del campo." 
A! real de los franceses venía cada día gente 
de refresco y nuevos capitanes con gente de 
caballo y de pie, y en el ejército de los espa- 
ñoles cada día faltaban los soldados y ios 
mantenimientos y todas las otras cosas ne- 
cesarias á la guerra. 

Por estas cosas y otras muchas los más 
señores y pueblos de aquellas provincias se- 
guían la parte francesa y se habían levanta- 
do por ellos y hacían guerra á los que se- 
guían á la parte de Aragón. 

CAPÍTULO II 

De lo que aconteció al capitán Gómez de So- 
lis, que, como dijimos, estaba en la cibdad de 
la Mantia, contra los Príncipes de Salcrno, 
Visiñano y Rosano. 

Estando el capitán Gómez de Solís en 
la Mantia, adonde el Gran^ Capitán le había 
inviado para defender aquella cibdad y forta- 
leza, supo cómo los príncipes de Salcrno, 
Rosano y Visiñano habían tomado la villa de 
Cosencia, y estaban todos tres con muy bue- 
na gente, así suya como de franceses, y cada' 
día combatían la fortaleza, en la cual estaba 
Sebastián de Vargas, un muy buen capitán 
y muy animoso, que se la defendía con mu- 
cho ánimo. Pues sabido por el Comendador 
Gómez de Solís lo que estos tres Príncipes 
hacían, que cada día combatían la fortaleza, 
partió muy secretamente de la Mantia con 



DEL GRAN CAPITÁN 



359 



cincuenta de caballo' y tuvo forma cómo 
entró en la cibdad antes que amaneciese, y 
se puso en la plaza de Cosencia, diciendo: 
«¡España, Españaí». Los Príncipes, aunque 
fueron turbados tan de súbito, comenzaron 
á armarse y pelear; mas Gómez de Solís y 
sus hombres de caballo pelearon tan valien- 
temente que los Príncipes no tuvieron ánimo 
para pelear sino para se salvar, y echábanse 
por el muro, donde muchos dellos murieron, 
y los que se pusieron en defensa fueron 
muertos y presos. 

El Vargas, veyendo el socorro, salió de la 
fortaíeza y ayudó su parte. Húbose de allí 
mucho despojo y prisioneros y caballos y 
arneses; porque los Príncipes fueron tan 
turbados que aun no llevaron todos los ves- 
tidos de sus personas', y aun deüos cayeron 
del muro y fueron maltratados. Fué cosa muy 
de ver en cuan poco tiempo aquel negocio 
fué comenzado y acabado por el gran valor 
de Gómez de Solís. 

CAPÍTULO III 

De lo que pasó al Comendador de Trebejo 
Pedro Pinero con el Príncipe de Rosano. 

En este mismo tiempo el Príncipe de Rosa- 
no, juntos los suyos y los franceses, ayuntó 
muy buena gente de caballo y de infantería y 
fué á cercar la fortaleza y villa de Cotron, la 
cual tenía aquel Comendador de San Juan 
Pedro Pinero, y combatieron la villa con mu- 
chos pertrechos, y el Comendador se la de- 
fendió con mucho ánimo y les mató algunos 
soldados; porque pensó el Príncipe de Rosano 
de emendar en este combate la afrenta rece- 
bida del Comendador Gómez de Solís, 

Sabido por el Comendador Aguilera, que 
estaba muy cerca de allí, que tenía una plaza 
por mandado del Gran Capitán, salió con 
ciertos soldados y fué á socorrer al dicho Co- 
mendador. El Aguilera acometió al Visiñano 
con muy grande ímpetu y esfuerzo. El Pinero 
salió de la villa y les dio en las espaldas, en 
que les mataron mucha de su gente, y siguien- 
do el alcance les tomaron á Belcastro y le pu- 
sieron fuego. Este Belcastro era del dicho 
Príncipe de Rosano; y lo mismo hicieron á 
otros lugares del dicho Príncipe. El Príncipe, 
yendo huyendo, iba muy corrido y afrontado 
que tan pocos soldados le hubiesen hecho 
alzar el real de sobre Coirón y aun les hubie- 



sen hecho huir y quemado aquellos lugares. 
Recogió la más gente que pudo y volvió á los 
españoles y les dio la batalla. Los españo- 
les acometieron, aunque eran tres veces más 
que ellos; el Pinero y el Aguilera animaron 
á los suyos y pelearon un rato, mas al fin 
los del Príncipe comenzaron á huir y el Prín- 
cipe se salvó á uña de caballo, que no paró 
hasta Rosano, y aun allí no pensó de estar 
salvo, dejando muertos en el campo muchos 
y otros presos. 

CAPÍTULO IV 

De la provisión y socorro que hizo en Calabria 
desde Barleía. 

Visto por el Gran Capitán que no podía so- 
correr á las provincias de Calabria, invió á 
mandar á Luis Pixón, Virrey de Sicilia, que ha- 
bía sucedido á Juan de Lanuza, que con la 
gente que más pudiese fuese á socorrer á los 
españoles que estaban en Calabria. 

El Pixón, visto el mandamiento del Gran 
Capitán, luego lo puso por obra. Partió de Pa- 
lermo y fué á Mecina, pensando poner algún 
remedio; mas no pudo, porque la gente natu- 
ral de aquel reino de Sicilia no es hábil para 
la guerra; pues hacer gente extranjera ni á la 
sazón la había ni de dónde se pudiese hacer. 
Con todo esto hizo doscientos cincuenta sol- 
dados de la tierra y ciento de caballo. 

A esta sazón llegó allí don Hugo de Cardo- 
na, que venía de Roma con hasta trescientos 
cincuenta soldados, y con estos quinientos 
soldados y los ciento de caballo pasaron es- 
tos dos capitanes á Calabria. Este don Hugo 
de Cardona vino á servir al Gran Capitán en 
esta necesidad por esta causa. Estando César 
Borja, Duque de Valentín, hijo del Papa Ale- 
xandre, conquistando la Romanía, de que se 
quería hacer señor, conquistaba el ducado de 
Urbino, diciendo que el Papa Alexandre, su 
padre, le había dado la investidura de aquel 
Estado, á quien pertenecía, porque pertene- 
cía á la Sede apostólica, y hacíale muy cruda 
guerra el Valentín al Duque de Urbino. El cual 
se fué al Rey de Francia á suplicalle hiciese 
con el Valentín se dejase de le hacer guerra; 
porque este Duque, aunque era español, era 
francés en la opinión, porque era casado en 
aquel reino con Carlota, hija de mos de La- 
brit, en Gascuña. 

Pues como el Rey de Francia inviase á lia- 



360 



CRÓNICA MANUSCRITA 



mar al Duque César Borja, él se fué á Fran- 
cia al llamamiento del francés y dejó enco- 
mendado su ejército á don Migelote. Visto 
por los españoles que en aquel ejército de 
Valentín [estaba] sobre la cibdad de Cama- 
rino que el Duque se había pasado á Francia, 
y más vista la necesidad que en Calabria ha- 
bía de gente, dejaron aquella milicia y se fue- 
ron á Roma, y allí se juntaron y tomaron por 
capitán á don Hugo de Cardona, estando allí 
con él el capitán Juan Miguel de Alcaraz, Avi- 
la, Espinóla y Ortega. 

CAPÍTULO V 

De lo que Francisco de Rojas, embajador de 
los Reyes Católicos en Roma, hizo vista esta 
necesidad que habla en Calabria 

Visto por Francisco de Rojas, embajador en 
Roma por los Reyes de España, la necesidad 
que había de gente en Calabria, mandó pre- 
gonar en Roma que todos los españoles que 
en aquella cibdad había á la sazón se fuesen 
á Calabria para se juntar con don Hugo de 
Cardona y con los otros capitanes españoles 
que allí estaban, y que luego viniesen á tomar 
paga á casa de dicho embajador; y que si así 
lo hiciesen que allende de les pagar luego su 
sueldo, se les harían mercedes, que si no se- 
rían dados por traidores: porque de todos 
había mandado el embajador hacer lista de 
quién eran y de dónde en España, y de cómo 
se llamaban, y que si dentro de tantos días 
no saliesen para ir á Calabria, se haría contra 
ellos proceso de traidores á su Rey; y por las 
cartas firmadas en blanco que de los Reyes 
Católicos tenía, lo mandó luego poner por 
obra, que ellos y los que dellos descendiesen 
fuesen tenidos por tales. De los que por esta 
providencia se juntaron se hicieron doscien- 
tos cincuenta soldados, de los cuales fué por 
capitán García Alvarez Osorio, sobrino del 
dicho embajador Francisco de Rojas. Este 
García Alvarez se partió dos días después 
que don Hugo. . 

CAPÍTULO VI 

De lo que estos capitanes españoles hicieron 
después que todos tres se juntaron contra 
los franceses. 

Estos dos capitanes, don Hugo y García 
Alvarez Osorio, y Luis Pixón, Virrey de Sici- 



lia, se fueron á aposentar á la villa de Semi- 
nara, que es ocho millas de Terranova, á 
do estaba don Diego Fíamírez, y también se 
vino á juntar con ellos Ñuño de Ocampo 
dende Ríjoles, y trajo algunos soldados. Pues 
juntos estos cuatro capitanes con hasta no- 
vecientos hombres entre infantes y de ca- 
ballo, determinaron de ir á descercar la for- 
taleza de Terranova, que los franceses te- 
nían cercada, seyendo su capitán el Conde 
de Mélito C). 

Estaban el Conde y los franceses aposenta- 
dos en la villa. Los españoles que en la villa 
estaban defendían la fortaleza con grande 
ánimo y hacían mucho daño á los de fuera. 
Sabido por el conde de Mélito que los espa- 
ñoles venían á descercar la fortaleza, salióles 
al camino con trescientas lanzas y muchos 
peones. Cuando aquellos capitanes vieron á 
sus enemigos, comenzaron á animará los su- 
yos, principalmente á los sicilianos, en quien 
no había tanto esfuerzo. A éstos entremetie- 
ron entre los españoles, diciéndoles que mi- 
rasen los grandes hechos de armas que los 
españoles hacían desde Barleta y que no eran 
ellos menos que aquéllos. A esta hora llega- 
ron los italianos y franceses. Los cuatro ca- 
pitanes fueron los primeros que rompieron 
sus lanzas; pelearon muy animosamente los 
unos con los otros; fué grande la porfía de 
los unos y de los otros; los sicilianos se pu- 
sieron en huida y dieron mucho ánimo al Con- 
de y á los franceses; mas al fin, no pudiendo 
sufrir la furia de los españoles, se retrujeron 
y comenzaron á huir, y quedaron muertos en 
el campo muchos italianos y franceses. En 
este rencuentro pelearon muy animosamente 
los cuatro capitanes que dijimos, socorriendo- 
á todas partes. 

CAPÍTULO Vil 

Cómo en este tiempo llegó á Calabria Manuel 
de Benavides con gente de caballo y de píe á 
la provincia de Calabria. 

Luego siete días adelante llegó Manuel de 
Benavides, natural de Baeza y muy principal 
en aquella cibdad, enviado por los Reyes Ca- 
tólicos para socorrer á la provincia de Cala- 
bria. Traía en su armada, en once navios, 
doscientos hombres de armas y doscientos 

(<) A] tu argén, de la niisma letra del texto: «Llamá- 
base este Conde de Mélito Jacobo de Sautsevorino». 



DEL GRAN CAPITÁN 



361 



jinetes y trescientos soldados. De los hom- 
bres de armas eran capitanes Antonio de Le¡- 
va, mozo de veinte y un años, teniente de su 
padre Sancho Martínez de Leiva, que después 
le vimos ser el mejor capitán de industria y 
valentía de su persona, que en ningún tiempo 
se vio en Italia ni en otra nación alguna, y que 
fué el principal de la prisión de Francisco, Rey 
de Francia, en el cerco de Pavía, y el otro era 
Alvarado. De los jinetes eran capitanes el 
mismo Manuel de Benavides y Gonzalo de 
Avalos, teniente de Bernal Francés. Iba tam- 
bién por capitán Valencia de Benavides, un 
hombre de gran esfuerzo, según en las gue- 
rras de Italia conocimos, hermano del dicho 
Manuel de Benavides. Con esta gente llegó á 
Mecina á los quince días de octubre. Luego 
dende átres días se desembarcó en Fríjoles. 
Muriéronsele en el camino en la mar ochenta 
caballos. 

Con esta gente que Manuel de Benavides 
llevó se juntó la que Luis Pixón, Virrey de Si- 
cilia, había traído de aquella provincia, y la 
de los otros tres capitanes, don Hugo de Car- 
dona y Garci Alvarez Osorio y Ñuño de Ocam- 
po, con la gente que trajo de Ríjoles, que se- 
rían por todos hasta novecientos soldados y 
cuatrocientos hombres de caballo. Fuéronse 
todos derechos á Sant Jorge, adonde estaba 
por capitán Duarte, un vizcaíno de quien 
atrás dijimos. Luego adelante á los veinti- 
cinco días del dicho mes salieron en campaña 
y se comenzaron á apoderar de algunos luga- 
res de Calabria. 

CAPÍTULO VIII 

De cómo mos de Aubery, sabida la nueva de la 
venida de Manuel de Benavides, y cómo él y 
los otros capitanes se habían juntado y ha- 
cían guerra á los que tenían la voz por Fran- 
cia, los fué á socorrer. 

Los Príncipes y señores de Calabria, visto la 
guerra que Manuel de Benavides y los otros 
capitanes hacían en Calabria, inviaron á lla- 
mar á mos de Aubery para que los socorrie- 
se, y más habiendo sabido cómo habían des- 
baratado á Morgaño, Conde de Mélito. Oído 
por mos de Aubery, así con la gente que an- 
tes tenía, como con la que nuevamente había 
venido, con seis mil infantes y con muy gran- 
de copia de gente de caballo, hombres de ar- 



mas y con muy buenos capitanes, se fué á 
buscar á los enemigos que se iban de Terra- 
nova á ciertos lugares más fuertes, adonde 
esperasen á los enemigos, porque los muros 
de Terranova eran muy flacos. Mos de Aube- 
ry dio muy gran priesa de seguir á los espa- 
ñoles, porque los tenía ya por vencidos, así 
por la gran ventaja que les tenían, que había 
seis franceses para un español, y confiando 
en la fortuna que le había sido muy favorable 
y felicísima siempre en aquella provincia; y 
porque venían con él los Príncipes de Saler- 
no y Rosano, y los dos Condes de Capacho y 
Mélito, con otros muchos varones que se- 
guían la parte francesa, y otros que se habían 
pasado de los españoles á los franceses ve- 
yendo tantas ventajas. , 
Venía con mos de Aubery, por capitán de 
los ballesteros gascones y de tres banderas 
de suizos, el Griñi, y venía asimismo Malaher- 
ba, por capitán de los caballos ligeros. Mas 
toda la fuerza en quien el Aubery tenía toda su 
esperanza era en el escuadrón de los hombres 
de armas escoceses, que habían siempre se- 
guido su milicia, y los tenía en mucho por la 
gran fidelidad que dellos siempre había co- 
nocido. 

CAPÍTULO IX 

Del rencuentro que pasó entre los franceses y 
españoles. 

El Cardona, sabido que los enemigos ve- 
nían cerca y tan pujantes c^mo sabían, rogó 
á Manuel de Benavides y á los otros capita- 
nes que mirasen bien á dónde se habían de 
recoger; que á él le parecía se fuesen á la roca 
de Sant Jorge, porque era tierra más apare- 
jada para se defender de sus enemigos y para 
los ofender cuando el tiempo lo pidiese. Mas 
los nuevos capitanes que nuevamente de Es- 
paña habían venido estorbaron que no se to- 
mase aquel consejo, porque les pareció que 
perdían gran reputación y ser cosa muy ver- 
gonzosa retirarse antes que viesen á los ene- 
migos y antes que supiesen qué tan cerca es- 
taban y se les representasen, y hasta saber 
cuánta gente y de qué calidad eran. 

Habíalos engañado una espía de un cala- 
brés que había venido del campo de los fran- 
ceses y les había certificado que los france- 
ses no llegarían en aquellos tres días. El de 
Aubery, como soldado viejo y capitán de mu- 



362 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cha expiriencia, aprovechó de la presteza 
para tomar á los españoles antes que se re- 
cogiesen á alguna tierra. Marchó toda la no- 
che por desviados caininos sin un punto pa- 
rar, por donde ios calabreses le guiaron; y 
llegado cerca, comenzaron á tocar las trom- 
petas. Venían en laavanguardia los Príncipes 
de Visiñano y Salerno, con muy buena gente, 
así de pie como de caballo, y estos dos Prín- 
cipes venían al lado derecho, y al izquierdo 
venía el Griñi, que, como dijimos, guiaba la 
gente de caballos ligeros. En la batalla venía 
el de Aubery con los hombres de armas es- 
coceses y franceses en escuadrón cerrado. El 
Malherba mezcló los suizos con los balleste- 
ros gascones, á los cuales juntó con el Gri- 
ñi, que venía al lado derecho de la avanguar- 
dia, y éstos hacían mucho daño á los españo- 
les. Los españoles, como descubrieron á sus 
enemigos, aunque eran muchos menos en nú- 
mero, comenzaron á poner en orden su gente 
y esforzar á los suyos. Manuel de Benavides 
y el Cardona les dijeron que se acordasen ia 
honra grande que ganan con vencer los po- 
cos á los muchos, y que meneasen las manos 
con grande esfuerzo, y lo mismo hacían los 
otros capitanes. A esta hora llegaron los fran- 
ceses. Mos de Aubery les dijo que no dejasen 
ni un solo español á vida, que toda aquella 
canalla era suya; y que aquella era la tierra 
adonde la fortuna le tenía guardada siempre 
la victoria; por ende que se desenvolviesen 
y no quedase quien pudiese llevar la nueva a 1 
Gran Capitán á Pulla. A los italianos mandó, 
so pena de la vida, el que tomase á español 
vivo, sino que á todos los matasen como vie- 
sen hacer á los franceses. 

Lx>s capitanes españoles se juntaron en la 
retaguardia: el Benavides, el Cardona, Valen- 
cia de Benavides, el de Ocampo, los dos Alva- 
rados, padre y hijo, Salazar, el Osorio, el Pi- 
xón y Antonio de Leiva. Estos esperaron á los 
enemigos con muy grande esfuerzo y sufrieron 
el ímpetu de los contrarios; y deste primer en- 
cuentro los mataron hasta veinte hombres de 
armas, yentre dios al Griñi, muy buen caballe- 
ro y muy valiente, que iba, como dijimos, en la 
avanguarda, que, como vio á los españoles se 
retraer, como cosa que tenía por vencida, alzó 
la vista del almete, y un soldado español le 
metió por un ojo la punta de una pica, que lo 
pasó de la otra parte, de que luego cayó 
mtterto. El Aubery, confiando en la fortuna 



pasada, peleó con grande ánimo, y fué toma- 
do en medio de ciertos caballos ligeros espa- 
ñoles, y llevándole preso, queriéndole quitar 
el yelmo para le cortar la cabeza, fué socorri- 
do por el Duque de Salernocon su escuadrón 
cerrado, y lo tomó de las manos de los espa- 
ñoles. 

Todos los que aquel día vieron á Manuel 
de Benavides dicen no haber visto y leído 
más esfuerzo en un hombre. Daba golpes á 
sus contrarios cuales se cuentan en los libros 
de Tristán y Amadís. Pues de su hermano Va- 
lencia de Benavides y del Cardona, con todos 
los otros capitanes, estaban los franceses es- 
pantados. Todos aquellos capitanes eran am- 
paro de los suyos. Los Al varados, padre y hijo, 
hacían maravillas con las armas, y lo mismo 
todos los otros. Pues Antonio de Leiva, que 
entonces le apuntaba la barba, como un bravo 
león, cuando se encarna en las animalias que 
topa, habiendo gran hambre, se adelantaba 
entre todos, que bien dio alH á entender lo que 
después le vimos, seyendo de más edad. 

Entre esíos caballeros franceses venía uno, 
llamado mos de Xatenbsrg, capitán de hom- 
bres de armas: éste se adelantó de los suyos 
y se fué para Manuel de Benavides, pK)rque 
vio las maravillas que en armas hacía y el 
daño que en sus compañeros había hecho, y 
le hirió, de que Manuel de Benavides se sintió 
mal; mas luego llevó el pago, dándole una cu- 
chillada, enhestado en los estribos, sobre el 
yelmo, que aunque era muy fuerte se lo hen- 
dió y pasó la espada y le partió la cabeza por 
medio; y la espada prendió de tal manera en- 
tre el almete y el casco que, no la pudiendo 
sacar, tiró tan recio por ella que lo derribó 
del caballo, y así tuvo lugar de sacalla: ya iba 
muerto cuando cayó. Los que después vieron 
esta cuchillada no se espantaban de las haza- 
ñas de los griegos y romanos. Decíame Die- 
go de Trillo, que vio el almete y cabeza del 
Xatenberg hechas dos partes la una y la 
otra. El de Aubery, que venía en la reta- 
guardia, antes que le aconteciese la desgracia 
pasada daba grandes voces y les inviaba á 
decir que cómo no acababan de vencer á 
aquel los pocos españoles de suyo vencidos. 
Ellos le inviaron á decir que no eran hom- 
bres, sino ocho ó nueve diablos. Aqui fué pre- 
so Gonzalo de Avalos, que se metió entre 
sus enemigos, peleando como muy valeroso 
capitán. Los espafk>les se iban retrayendo y 



DEL GRAN CAPITÁN 



363 



volvían á ellos, que ya no les pegaban tanto; 
hasta tanto que los franceses se vplvieron y 
los dejaron y se volvieron á Terranova. Los 
españoles se fueron á poner en una villa lla- 
mada Tura; y aunque el Cardona traía á su 
cargo la gente que dijimos, y el Pixón la de 
Sicilia y el Osorio la que trajo de Roma, y así 
los otros capitanes, todos obedecieron por su 
General al Benavides, visto su esfuerzo y 
buen tratamiento que á todos hacía y le de- 
seaban servir y complacer. 

Así estuvieron en aquella villa de Tura, de 
donde hicieron cosas dinas de notarse. Des- 
pués de aquesta rota, tomó mos de Aubery 
sin herida ninguna la A-lota Bufalina y otros 
lugares en aquella comarca, y la Pocella: que 
pocos lugares quedaron que no se dieron á los 
franceses, como á gente que tenían por ven- 
cedora. 

CAPÍTULO X 

De cómo don Luis Portocarrero, señor de Pal- 
ma, inviado por los Reyes Católicos, aportó 
en Sicilia, y cómo en llegando murió, y lo 
que el ejercito hizo después de su muerte. 

Sabido por los Reyes de España la pujanza 
que en Calabria tenía mos de Auberi, y 
cómo el Gran Capitán no los podía socorrer, 
mandaron aparejar con muy gran diligencia 
una armada de once navios en el puerto de 
Cartagena, y en ella muy buena gente de pie 
y de caballo; y aunque muchos señores y ca- 
balleros deseaban ir y llevar á su cargo 
aquella gente, á todos fué preferido don Luis 
Portocarrero ('), señor de Palma, porque 
allende de ser casado con hermana de doña 
María Manrique, mujer del Gran Capitán, 
eran ambos á dos muy amigos. Don Luis 
Portocarrero partió del puerto de Cartage- 
naa, y con buen tiempo llegó á Mecina, cib- 
dad de Sicilia, que fué á los cinco días de 
Marzo. Llevaba trescientos hombres de ar- 
mas y trescientos jinetes y dos mil y qui- 
nientos soldados. Iban con él por capitanes 
don Fernando de Andrada; don García de 
Ayala, que murió en Cerdeña; Alonso Niño, 
teniente del Adelantado de Granada. De los 
jinetes iban por capitanes Alonso de Carva- 
jal, natural de Baeza, señor de Xodar, y Fi- 



(<) Al margen, do la misma letra del texto: «Kra esto 
don Luis Puortocarroro do nación gínovés, de noble 
a&ngre de aquella cibdad». 



gueredo y Hernando Quijada. Desde Mecina 
pasó toda la armada en Ríjoles, y desembar- 
cados allí, adoleció Puertocarrero y murió, 
de que á todos pesó mucho, porque era muy 
buen caballero, y murió muy católicamente. 

Enterrado Puertocarrero y hechas sus ob- 
sequias, ordenaron la gente de guerra que 
allí estaba de elegir capitán en lugar de 
Puertocarrero. Todos los más elegían á Ma- 
nuel de Benavides, por haber visto las cosas 
que en armas había hecho, y vista la calidad 
de su persona, y todos los otros capitanes 
eran de este parecer; mas el mesmo Benavi- 
des trabajó y tuvo forma que todos eHgiesen 
y nombrasen por capitán en lugar de Puerto- 
carrero al Conde don Fernando de Andrada, 
un caballero gallego y de mucha calidad en 
aquel reino y de mucho ánimo, según des- 
pués pareció. Así fué este Conde don Fer- 
nando de Andrada nombrado por General de 
la gente de guerra que estaba en Calabria, 
así de la que Puertocarrero llevó como de la 
que allá estaba, hasta que los entregase al 
Gran Capitán, adonde los dejaremos ahora, 
que estaban dereszándose para ir á dar la 
batalla á mos de Auberi y á los otros prínci- 
pes de aquella provincia, que casi todos, 
como hemos dicho, seguían la parte francesa, 
y contaremos lo que el Gran Capitán hizo en 
Barleta, que salió de aquella villa á buscar á 
sus enemigos en campaña. 

CAPÍTULO XI 

De cómo el Gran Capitán, que estaba en Bar- 
leta, salió de aquella villa en campaña y fué 
á buscar á sus enemigos. 

E! Gran Capitán, habiendo estado sitiado 
siete meses en Barleta de la manera que ha- 
béis oído, con sólo aquel grande esfuerzo suyo 
y grandeza de ánimo nunca vencido, con que 
todos aquellos tiempos había sufrido los tra- 
bajos que hemos contado y los pareceres y 
murmuraciones de todos generalmente, así de 
los de su campo y amistad como de los Re- 
yes Católicos y de todos los de España, sal- 
vo el de la Reina doña Isabel, que siempre 
había dicho en público y en privado que sus- 
pendiesen la murmuración en lo que tocaba 
al Gran Capitán hasta el fin de los negocios, 
porque había de ser muy al contrario de 
los pareceres que daban, principalmente de 



364 



CRÓNICA MANUSCRITA 



los parientes del rey don Fernando, que más 
en ello insistían, respondió públicamente de- 
lante de muchos Grandes que allí estaban, y 
dijo: «¿Sabéis en qué estoy resolvida?Que lo 
que el Gran Capitán no pudiere hacer, nin- 
gún otro de todos nuestros reinos y seño- 
ríos lo hará; y los que en las cosas del Gran 
Capitán hablan siniestramente, es de pura 
envidia». A esta hora hallóse allí don Bernar- 
dino de Velasco, condestable de Castilla, un 
Grande de más crédito que en aquel tiempo 
en este reino había, y de más reputación, y 
dijo: «Yo defenderé por mi persona ó de su 
casa á casa á quien lo contrario dijere». El 
Rey mandó que no se hablase en ello, porque 
ninguno era nacido que mejor supiese las 
cosas que tocaban á un capitán muy valeroso 
y de grande esfuerzo y providencia como era 
el Duque de Sesa. 

Pues determinado el Gran Capitán de salir 
de Barleta, mandó á todos los capitanes que 
se aparejasen para salir en campaña á bus- 
car á sus enemigos. Y porque tenía gran 
confianza en Luis de Herrera y Pedro Nava- 
rro, inviólos á llamar á Taranto que viniesen 
con la más gente que pudiesen allí á Barleta. 
Pues determinado de salir de Barleta fué su 
designio de ir á tomar la Cherinola, que era 
una villa muy importante, y un paso para pa- 
sar adelante, la cual y la fortaleza estaban 
por los franceses; y el Conde, que era muy 
mochacho, y su madre por sus cartas secre- 
tas avisaban cada hora al Gran Capitán que 
fuese luego, que le abrirían las puertas. 

Las causas que al Gran Capitán movieron 
para salir de Barleta fueron las siguientes: 
la primera, las grandes necesidades que allí 
padecían, la otra, que no podían tener á los 
tudescos en tanto aprieto; la otra, que ya to- 
dos los españoles estaban para se ir á bus- 
car á sus enemigos; también comenzaban ya 
los soldados á morir de landres. 

CAPÍTULO XII 

De un rencuentro' que hubieron Luis de Herre- 
ra y Pedro Navarro con Andrea Aquaviva, 
un capitán que se iba á juntar con los fran- 
ceses. 

El Duque de Nemos tuvo por cierto y 
también fué certificado por sus espías que el 
Gran Capitán saldría de Barleta en campaña, 
y que no podían dejar de pelear. Escribió á 



Andrea Mateo Aquaviva, un varón muy vale- 
roso y de gran industria en las cosas de la 
guerra, que de Conversano adonde él esta- 
ba, se fuese adonde estaba aquel Luis de 
Arce, de quien atrás dijimos, capitán del Rey 
de Francia, aunque de nación español; y que 
entrambos juntasen sus fuerzas y se viniesen 
para él, porque tenía gran confianza en estos 
dos capitanes, y que allí en Canosa los es- 
peraba. Tenia mosiur de Auberi en mucho 
la persona del de Arce, así en el esfuerzo de 
su persona como en la industria de las cosas 
que tocaban á la guerra, y sin él no quería 
intentar cosa alguna, porque le parecía el 
Arce muy acomodado para hacer jornada. 

Pues mientra el Arce y el Aquaviva con- 
certaban su partida, Pedro Navarro tomó las 
cartas del Nemos para el Arce junto á Taran- 
to. Avisado del designo destos capitanes, 
hizo una emboscada en cierto lugar por don- 
de el Aquaviva había de pasar á se juntar 
con el Arce. Pues pasando el Aquaviva, salió 
Pedro Navarro y le acometió con tan grande 
ánimo que el Aquaviva fué salteado; mas él 
como animoso capitán animó á los suyos y 
señor Juan Aquaviva, su hermano, y pelearon 
valerosamente. Mas muerto el caballo y he- 
rido el Andrea Aquaviva, fué preso. El her- 
mano Juan Aquaviva, pensando de renovar 
la batalla, peleó con grande ánimo hasta que 
fué muerto, habiendo hecho su deber como 
hombre de gran valor. La gente de caballo 
fué rompida y los soldados asimesmo, y casi 
todos vinieron en poder de Pedro Navarro. 

Esta empresa fué con mucha felicidad en 
muy poco tiempo comenzada y acabada. Des- 
pachado esto, el Pedro Navarro y el Herrera 
se fueron con esta presa á Barleta. El Gran 
Capitán 1 )s salió á recebir con aquel gesto 
alegre que suele, y les dijo que debían darse 
muchas gracias á Dios por haber preso á un 
tan valeroso capitán como el Aquaviva, y 
más tener las personas de tanto valor y es- 
fuerzo como eran ellos dos para la jornada 
que querían hacer. 

CAPÍTULO XIII 

De cómo el Gran Capitán salió de Barleta 
camino de la Chirinola, y lo que en aquella 
jornada aconteció. 

El Gran Capitán hizo alarde de su gente y 
halló que tenía cinco mil españoles, así de 



DEL GRAN CAPITÁN 



365 



pie como de caballo, de esta manera: seis- 
cientos hombres de armas; setecientos jine- 
tes, el resto de soldados, y más los dos mil 
alemanes. El Nemos estaba en Canosa cin- 
co leguas de la Chirinola. Pues determinada 
la salida, mandó á Ñuño de Ocampo, que era 
venido entonces de Calabria, que fuese un 
jueves, que se contaron veinte y seis días 
de Abril del dicho año de quinientos y tres 
años, que fuese y asentase el real en aquel 
punto que Aníbal, el capitán de los cartagi- 
neses, tuvo su suerte cuando venció á los 
romanos y les mató cincuenta mil hombres, 
que aun entonces estaban allí las señales y 
antigüedad dé!. El Gran Capitán dejó en Bar- 
leta á Francisco Sánchez, despensero mayor, 
con su capitanía para en guarda de Barleta; 
y á Juan de Lezcano dejó en guarda délas 
galeras en el puerto, y él salió de Barleta y 
llegó á su fuerte ese día á la noche; y mandó 
luego llamar á consejo á todos los señores 
y capitanes, y á los del Consejo de la guerra, 
para que diesen sus pareceres sobre lo que 
otro día se debía hacer. Los que allí se halla- 
ron eran los siguientes: el Duque de Termo- 
ly, Fabricio Colona y sus dos hermanos me- 
nores, el Próspero y Marco Antonio; el Con- 
de de Sant Severino, el Conde de Nochito, 
Héctor Ferramosca, don Pedro de Cicura, 
prior de Mecina; don García de Paredes, co- 
ronel; el coronel Villalba, don Diego de Men- 
doza, Pedro de Paz, su primo Carlos de Paz, 
Luis de Herrera, Pedro Navarro, Pizarro, Es- 
pés y otros muchos capitanes. Los del Con- 
sejo de la guerra eran: mosén Malferite, mo- 
sén Hozes y mosén Claver, Iñigo López de 
Ayala, á los cuales preguntó el Gran Capitán 
qué les parecía que debían hacer otro día, 
aunque él estaba determinado en lo que des- 
pués hizo. A todos les pareció, sin faltar uno 
solo, que se debían otro día ir á buscar á sus 
enemigos y darles la batalla; que esperaban 
en Dios que habrían la victoria, según la bue- 
na voluntad que la gente de guerra llevaba. 
Oído este parecer por el Gran Capitán, les 
dijo: «Pues yo estoy de parecer contrario; 
porque nunca Dios quiera que vamos á bus- 
car á los franceses para pelear con ellos y 
derramar sangre de cristianos, redemida por 
la de Nuestro Redentor, cosa tan contraria 
á la religión cristiana; sino vamonos dere- 
chos á la villa de Chirinola con nuestro cam- 
po, nuestro camino derecho, y si ellos nos 



acometieren, en nuestra defensa de ley divi- 
na y humana somos obligados á nos defen- 
der. Y esta es mi determinada voluntad; por 
la mañana, con la ayuda de Dios y de Nues- 
tra Señora, todos estén á punto para caminar 
derechos á la Chirinola; porque en llegando 
nos abrirán las puertas, que nos están espe- 
rando. Todos aquellos señores y capitanes 
se fueron á se aparejar para otro día se par- 
tir en amaneciendo. 

CAPÍTULO XIV 

Del consejo que aquella noche tuvo el Virrey 
de Francia Nemos en su real con los señores 
capitanes de su ejército sobre lo que otro 
día harían. 

Aquella mesma noche, que fué á veinte y 
seis de Abril, tuvo el Nemos su consejo con 
los señores y capitanes de su ejército sobre 
lo que otro día harían, y fué á la mesma hora 
que lo tuvo el Gran Capitán. El de Nemos 
les pidió su parecer de lo que otro día de- 
bían de hacer, pues que sabían que el Gran 
Capitán salía otro día de Barleta hacia la 
Cherinola. A todos les pareció que debían 
otro día de ir á buscar al Gran Capitán y pe- 
lear con él, que sin duda habrían la victoria. 

De este voto era el mos de Tramolla, el 
mejor capitán que en aquella sazón había en 
Francia, y Bayarte, y mos de la Paliza, y mos 
de Alegre, mos de Cicute, San Pol, mos de 
Formento, y Cardeyo, capitán de suizos, Per- 
sy y otros muchos capitanes. El de Nemos 
les dijo: «A mí me parece muy al revés de 
aquesto; porque los españoles vienen muy 
ganosos de pelear y muy desesperados; y ja- 
más había de pelear nadie con su enemigo 
cuando desea mucho la batalla, principalmen- 
te con españoles». Mos de Alegre le respon- 
dió: «Bien parece que vuestra señoría es 
mozo y sin expiriencia de la guerra; si hubie- 
ra seguido la milicia dijera muy al revés. Por 
ende yo requiero á v. s. de parte del Rey 
nuestro señor y de la nuestra que mañana 
dé á los españoles la batalla, que yo espero 
en Dios que venceremos; y si no el Gran Ca- 
pitán con su astucia nos gastará, como ha 
hecho desde Barleta, como hizo Quinto Fa- 
bio Máximo á Aníbal, y esta falta será causa 
de otras muchas». A este parecer del Alegre 
se tuvieron todos los otros capitanes. Visto 



366 



CRÓNICA MANUSCRITA 



por el Virrey su determinación, les dijo: 
«Pues que, señores, á todos os parece, yo lo 
haré así. Yo iré mañana á la Chirinola, adon- 
de los españoles van determinados y allí se 
dará la batalla; y yo os prometo, á fe de gen- 
tilhombre, que mañana ó yo sea vencedor 
ó quede muerto en el campo; y plega á Dios 
que así lo hagan los que aquí dan su pare- 
cer». Tramolla dijo entonces al Nemos: «No 
va mañana el Gran Capitán á vencer, que ya 
sabemos que no lo ha de hacer, sino á morir 
en ese campo raso, como había de morir en 
el cerro de Barleta». «Pues yo, dijo el Nemos, 
le hiré á tomar el paso por donde ha de ir 
mañana; por ende todos se aparejen y estén 
á punto por la mañana. Comience luego la 
gente á caminar, y vos, mos de Alegre, to- 
mad cargo de llevar la avanguarda con mos 
de la Paliza; y vos, Sant Pol, madrugad y id 
á descubrir el campo ds los españoles, y avi- 
sadme del camino que llevan, con mucho cui- 
dado de lo que los españoles hacen y qué 
camino llevan, aunque yo sé que van á la Chi- 
rinola. Llegaremos mañana antes que ellos, 
y tomarémosles el paso». 

El Gran Capitán llamó á Luis de Pernia, 
sobrino de Luís de Pernia, alcaide que fué de 
Osma, y le dijo: «Pernia, id y amaneced sobre 
el campo de los franceses, y avisadme de lo 
que hacen y qué camino llevan, y llevad con 
vos los jinetes que os pareciere». El Gran 
Capitán se levantó muy de mañana y oyó 
misa con muy grande devoción; y oyéndola 
derramó muchas lágrimas, que á todos aque- 
llos señores y capitanes hizo enternecer en 
ver con la devoción y lágrimas que oyó la 
misa. Luego mandó partir el ejército camino 
de la Cherinola y que fuesen muy á punto, 
porque si fuesen acometidos los hallasen 
apercebídos. 

El Pernia amaneció sobre el campo de los 
franceses. Luego invió un jinete á avisar al 
Gran Capitán cómo el campo de los france- 
ses comenzaba á caminar, aunque el real 
quedaba asentado. Luego invió otro jinete 
cómo todo el campo comenzaba á mover con- 
tra la Cherinola, adonde su señoría iba. 
Tras éste vino el mesmo Pernia, diciendo 
cómo todos iban de arrancada derechos á la 
Cherinola. 

Cuando el Gran Capitán, jueves á la noche, 
otro día antes, determinó de partir de aquel 
parque de Canosa, llamó al Medina y díjole: 



«Decid, ¿quedan en Barleta algunas alhajas 
mías?». El le respondió que sí, que quedaban 
diez y ocho arcas con joyas de oro y plata, y 
ropas de seda y brocados. El Gran Capitán 
le dijo: «Pues luego á la hora las haced traer, 
y pasen por la fortuna que nosotros pasáre- 
mos. No se diga que saqué los hombres á 
pelear al campo y dejé mis andrajos so te- 
chado. Luego á la hora inviad por ello y se 
traiga aquí, sin que quede cosa alguna». El 
Medina fué luego con ciertos jinetes y los 
trajo, y venido le dijo: «Si no halláredes en 
qué llevar esa pobreza, dejalda en ese campo 
y mirad no quede so techado». 



CAPÍTULO XV 



ipo ■ 

• 



De coma el campo de los españoles partió del 
fuerte de Canosa, y se fué derecho á la Che- 
rinola, y lo que en el camino les aconteció. 

Otro día por la mañana partió todo el cam- 
po camino de la Cherinola y hay tres leguas 
sin agua -alguna; y el Medina sabiendo aque- 
lla necesidad, mandó llevar cuatro carretas 
cargadas de cueros de vino y bizcocho; y fué 
tanto el calor y la falta de agua, que los sol- 
dados chupaban unas canalejas, que había mu- 
chas en aquel camino y que les hacían mucho 
mal. Y á esta hora vieron el campo de los fran- 
ceses ir muy en orden, muy concertados sus 
batallones. Visto por algunos de los españo- 
les el poderoso campo de los franceses, bobo 
en algunos dellos tanta turbación que á esa 
hora desaparecieron y otro día fueron halla- 
dos unos en Manfredonia y otros en otras 
partes, teniendo por cierto que el campo de 
los españoles no era parte para se defender 
del de los franceses, aunque fueran dos tan- 
tos más, y aun entre éstos, algunos del Conse- 
jo de la guerra que no quisieron hallarse pre- 
sentes á la batalla, aunque la noche antes 
habían sido de parecer que fuesen á buscar 
á los franceses para pelear con ellos. 

A esta hora el ejército iba tan fatigado de 
la gran calor y sed, que murieron de sed 
cuarenta y siete alemanes, y una mujer asi- 
mesmo alemana. Los soldados no podían ca- 
minar del gran calor y sed; y el Gran Capitán 
los hacia tomar á las ancas, y principalmente 
los que iban armados, lo cual los de caballo 
hacían de muy grande voluntad; y todos lo 
hacíai», visto que él llevaba, él mesmo, á un 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



367 



tudesco alférez. Vino el negocio á tal estado, 
que los alemanes determinaron de no pasar 
adelante, sino de volverse atrás. Estando en 
este conflicto, llegó el Medina, y dijo: «¿Qué 
es esto?» Y sabido cómo pasaba, dijo al Gran 
Capitán: «Señor, barruntando esto, traigo 
allí cuatro carretas cargadas de cuero de 
muy buen vino y de bizcocho». El Gran Capi- 
tán )e dijo: «Medina, vos sois hoy el vence- 
dor desta batalla». Llegadas tas carretas y 
habiendo los alemanes bebido á su placer, 
dijeron que fuesen adelante y que les pusie- 
sen á toda Francia delante, que á todos los 
vencerían. El Gran Capitán mandó que par 
escuadras fuesen al escancio de aquel río 
que habían pasado y trajesen agua. 

Al fin llegaron los españoles antes que los 
franceses á la villa de Cherinola. Esta villa 
de la Cherinola está puesta en un alto. Fué 
llamada antiguamente Castillo de Geryón 
y fué muy mentado por haber si¿o com- 
batida por aquel Aníbal, capitán de los car- 
tagineses, y no hubo efecto su cerco. Está 
toda cercada de viñas y olivares. Las vi- 
ñas como en otras partes estaban cercadas 
de vallados, dentro de los cuales los capita- 
nes se alojaron y hicieron fosos y alzaron con 
la tierra que sacaban dellos los vallados y 
fuertes cuanto la brevedad del tiempo lo pe- 
día. Y fué este reparo muy provechoso con- 
tra la caballería francesa, que no podían en- 
trar por allí. A estos reparos dieron gran 
priesa Pedro Navarro, don Diego de Mendo- 
za, el Próspero y Fabricio y Marco Antonio 
sus hermanos, y el Gran Capitán con muy 
dulces palabras persuadía á los soldados á 
aquel trabajo de los reparos. Mandó plantar 
la artillería en los lugares que le pareció más 
necesarios. El Conde de Nochito y Diego de 
Vera llevaban cargo de la artillería. 

CAPÍTULO XVI 

De lo que los franceses hicieron en llegando 
cerca de la Cherinola. 

Llegados los franceses cerca de la Cherinola 
pararon, y mos de Nemos les dijo á los capi- 
tanes que dijesen su parecer en el medio que 
se temía en el presente negocio que delante 
sí tenían, y que se resolviesen de presto en 
ello; y gastaron muy gran parte del día en 
una contradicción que tuvieron, porque mos 



de Nemos y Arce y Fórmente y Paliza y otros 
daban muchas causas para que la batalla se 
debía diferir hasta otro día; mas mosiur de 
Alegre y Cardeyo, capitán de los suizos, y 
los otros fueron de parecer que luego die- 
sen la batalla á los españoles sin perder 
tiempo alguno; y que si esto no se hacía, 
perderían gran reputación y les sería cosa 
muy vergonzosa, seyendo tres ó cuatro veces 
mas, dilatar la batalla para otro día, sino que 
con aquel ánimo de franceses con que la for- 
tuna suele ayudar á los osados y que tan di- 
chosamente les suele favorescer, los acome- 
tiesen, como á gente de suyo vencida y can- 
sada y desesperada. El Nemos bien vía, 
aunque mozo, que no era aquello lo que cum- 
plía hacer; mas había sido informado que el 
Paliza había hablado mal en su honra del 
Nemos, culpándole de remiso y de capitán que 
no quería hacer jornada, y que hacía perder 
á la nación francesa gran reputación. Por 
esta causa el Nemos les dijo: «Pues que, se- 
ñores, os place que combatiendo hoy ponga- 
mos fin á la guerra, peleemos; y si hoy no sa- 
tisfaciere al servicio del Rey, mi señor, á lo 
menos cumpliré con mi honra particular mu- 
riendo en ella». 

A esta hora asentaron su real y plantaron 
la artillería en un lugar alto, y comenzaron á 
refrescar. Estarían hasta cuatrocientos pasos 
de los españoles. Decía cada uno, cuando 
veían que lo oían los españoles: «Yo bebo 
treinta marranos». Otro decía: «Yo veinte». 
El menor número era diez de los que enten- 
dían matar en aquella batalla. 

El número de la gente que el Gran Capitán 
en aquella jornada llevaba eran los siguien- 
tes: cinco mil soldados, dos mil alemanes, se- 
tecientos hombres de armas, mil caballos 
ligeros; de manera que eran por todos ocho 
mil y setecientos, y diez y ocho bocas de ar- 
tillería. En el campo de los franceses había: 
dos mil lanzas gruesas, cuatro mil caballos 
ligeros, cuatro mil suizos y veinte mil solda- 
dos franceses; así que pasaban de treinta y 
dos mil hombres, y cuarenta bocas de fuego, 
culebrinas, cañones y tirifaltes Iban el Virrey 
en la avanguardia y mos de Picarte y mos de 
Rayarte; Lautreque, aunque mancebo de poca 
edad, al cual vimos después con gran reputa- 
ción de un muy buen capitán, y mos de Ru- 
carte, el Fórmente y la Paliza y Alegre lleva- 
ban la retaguardia. Mandó el Gran Capitán 



368 



CRÓNICA MANUSCRITA 



fuese el apellido «¡Santiago!» Dijeron las es- 
pías que lo traían los contrarios «San Jac». 
El Gran Capitán respondió: «¿Pues no les 
basta querernos tomar la tierra sino el san- 
to? Sea Santiago, que cierto lo tememos en 
nuestra ayuda». A esta sazón llamó el Gran 
Capitán á don García de Paredes y díjole: 
«Don García, hoy ó seamos vencedores ó que- 
demos en este campo muertos como buenos 
soldados, que un buen morir honra la vida». 
Don García le respondió: «Ellos morirán y 
nosotros viviremos». En esto vino volando 
una cogujada y se le asentó en los pechos al 
Gran Capitán. El la tomó y la quebrantó to- 
dos los huesos, y las liebres que se levanta- 
ban las mandaba traer ante sí, y lo mesmo 
las hacía así vivas como las traían y las des- 
coyuntaba con la mayor alegría del mundo. 

Ya los dos ejércitos estaban á tiro de ar- 
cabuz. 

CAPÍTULO XVII 

De cómo pasó la batalla entre los dos ejérci- 
tos junto á la villa de la Chirinola. 

El Gran Capitán mandó al capitán de los 
alemanes que estuviesen con la artillería en 
la retaguarda, para que si fuesen rotos tu- 
viesen en ellos espaldas, y que de allí no se 
moviesen junto á unos olivares. Aquel capi- 
tán alemán le respondió que se lo diese fir- 
mado de su nombre. El Gran Capitán le daba 
su anillo, y jamás aprovechó hasta que lleva- 
ron escribanías y se lo mandaron por escrito 
y guardó la cédula. La artillería francesa no 
podía coger nuestra gente, porque toda iba 
por alto, que la que más bajo iba era una 
vara de medir encima, porque los nuestros 
estaban en bajo y ellos en un alto. Encomen- 
zando el Conde de Nochito y Diego de Vera 
á jugar con nuestra artillería y hacelles mu- 
cho daño, se aprendió, que solo un cañón pe- 
drero quedó atacado, que toda la otra pólvo- 
ra se quemó. Allegó luego al Gran Capitán 
Leonardo Alejo muy espantado y dijo: «Ah, 
señor, y qué gran mal nos ha venido, que la 
pólvora se ha prendido y se ha quemado to- 
da». Esto decía con gran sentimiento. Al cual 
respondió el Gran Capitán con cara muy ale- 
gre: «¡Oh qué buenas nuevas! Ninguna cosa 
pudiera oir á esta sazón con que más me ale- 
grara, porque el día se acaba y nos ha de 
alumbrar la pólvora. Sabed que son lumbre- 



ras de nuestra victoria, la cual tengo agora 
por más cierta; porque habéis de saber que 
Dios, sabidor de todas las cosas, muestra 
muchas dellas antes que vengan, y con fuego 
muestra cuando han de ser prósperas. El fue- 
go siempre significa victoria». 

A esta hora llegó don Diego de Arellano, 
tío del Gran Capitán, de quien dijimos arriba, 
y dijo: «Señor, hallaos en este mi caballo 
blanco, que tiene mucha furia y es muy re- 
vuelto y se llama Santiago». «Aunque no sea 
más de por el nombre, dijo el Gran Capitán, 
lo tomaré»; y cabalgó en él y hallólo muy bue- 
no. Era muy crecido. Iba el Gran Capitán á la 
estradiota, vestidas unas corazas españolas 
de carmesí y un peto que le cubría los pe- 
chos. Llevaba cruces coloradas en los pechos 
y espaldas, quijotes, brazales y manoplas, un 
estoque y una daga. Llevaba la cara descu- 
bierta. El de Arellano le dijo: «Señor, cubrios 
la cara porque vais muy señalado», porque 
llevaba encima de las armas unsayete de da- 
masco blanco con fajas de brocado; así que 
todo iba de blanco. El Gran Capitán respon- 
dió: «Señor tío, los que tienen el cargo que 
yo y tal día como hoy, no han de cubrir el 
rostro»; y así lo trujo descubierto en toda la 
batalla. Dio luego una vuelta á todo su cam- 
po animándolos y nombrándolos por sus nom- 
bres, dicicndoles palabras que les ponía nue- 
vos corazones. A los alemanes dijo que no 
desamparasen la artillería; y porque entre 
ellos había ochocientos arcabuceros, mandó- 
les que de ducientos en ducientos rociasen 
á los enemigos. A esta hora llegó al Gran 
Capitán Héctor Ferramosca y le dijo: «He 
aquí Agustino Bimfo que viene á ver cómo 
V. S. vence». Este era un grande astrólogo 
judiciario, con el cual el Gran Capitán holgó 
en extremo; el cual dijo al Gran Capitán: 
«O toda la astrología es burla, ó V. S. ha de 
ser vencedor; porque todos los planetas, 
signos y influencias muestran vuesa victoria. 
Id á los enemigos, porque sois vencedor con 
la ayuda de Dios». 

El Nemos hizo tres escuadrones y comen- 
zó á marchar contra los enemigos, sin igualar 
y ordenar la gente, sino que fuesen para ade- 
lante, porque tuvo por muy cierta la victoria. 
Llevaba muy torcida la orden de la avan- 
guardia, de la cual el capitán Arce tenía car- 
go, y tras él algo desviado Candeyo con los 
suizos; y junto, aunque algo detrás, iba Ale- 



DEL GRAN CAPITÁN 



369 



grc y Bayarte y Lautreque con todo el ejér- 
cito, muy desiguales. 

De la otra parte el Gran Capitán hizo seis 
escuadrones en derecha frente contra los 
enemigos. A los* cuernos fueron dos escua- 
drones de caballos y uno detrás de los tu- 
descos, junto al cual iba la infantería españo- 
la, para que si necesidad hubiese pudiesen 
arremeter. Adelante con estos infantes iban 
Villalba, Pizarro, Coello, Espés, Diego Gar- 
cía. Mandó asimismo que don Diego de Men- 
doza y Fabricio Colona fuesen con los otros 
caballos de fuera, los cuales detuviesen á los 
enemigos escaramuzando. A esta hora se 
juntaban los campos. A esta sazón se levan- 
tó muy grande escuridad de polvo y del 
humo de la artillería, que del todo quitó á los 
franceses la vista, y se fué aquella niebla 
mayor con el humo de la artillería. 

El Nemos arremetió con grande ánimo, es- 
forzando su gente contra los tudescos de la 
caballería del cuerno izquierdo; y hallaron 
un foso, de que dijimos atrás, y allí pararon; 
de donde fueron echados con muerte de mu- 
chos; y andando con su batalla buscando en- 
trada, fué herido de un arcabuzazo, de que 
murió. Candeyo, capitán de suizos, corrió la 
mesma tormenta, que topó con el mesmo 
foso; y con todo eso se topó con dos mil es- 
pañoles y pelearon con grande ánimo; que 
cierto quien esta batalla viera, y el esfuerzo 
con que los unos y los otros peleaban, no 
tuviera en mucho otras batallas. 

Aquel día el Próspero y sus hermanos, Pe- 
dro de Paz y Carlos de Paz, y don Diego de 
Mendoza, y el capitán Hernán Suárez, Ñuño 
de Ocampo, Diego de Vera, don Jerónimo 
Lloriz, Mercado, Espés, el capitán Alonso 
Gallego, el capitán Coello, el capitán Made- 
riaga, Hernando de Alarcón, los dos Alvara- 
dos, Diego García de Paredes, Gil Nieto, 
Gonzalo de Aller, Olivera, el comendador 
Rosa y mosén Hoces hicieron cosas muy se- 
ñaladas en armas. Los cuatro mil suizos, 
muerto su capitán Candeyo de un arcabuza- 
zo, no volvieron un solo pie atrás, todos mu- 
rieron peleando como fuertes varones. El 
Gran Capitán andaba socorriendo á todas 
partes adonde vía que cumplía; y hallóse 
entre un escuadrón de picardos y borgoñe- 
ses, y entró por ellos como un león, diciendo 
«¡España! ¡Victoria! ¡Santiago!» á voces, que 
todos lo oían, con su espada en la mano, sin 

Crónicas del Gran Capitán. 24 



mirar inconvenientes ni consultar con la ra- 
zón; y no paró hasta llegar al alférez, y dióle 
tan gran cuchillada que le cortó el brazo por 
la muñeca y parte de la asta, y tomó la ban- 
dera y la dio á uno de los caballeros que le 
seguían, que se llamaba Alonso López de Ce- 
lada. Los españoles, veyendo la persona del 
Gran Capitán en tanto peligro y haciendo las 
maravillas que solía, hacían más que sus 
fuerzas humanas bastaban. 

Pues, sabido por los capitanes franceses la 
muerte del Nemos y de Candeyo, el Arce y 
mos de Alegre y Paliza con los otros capita- 
nes todos tomaron un mesmo consejo, como 
si entre sí lo consultasen, de huir. El Arce se 
fué al ducado de Benavento y el Alegre á 
Venosa, y todos los otros cada uno por su 
parte. Los españoles les seguían el alcance y 
les mataron muchos, y otros trajeron presos 
con mos de Formento. Apenas quedaba me- 
dia hora de claridad, que dio ocasión á que 
los capitanes franceses se salvasen con la 
escuridad de la noche. 

CAPÍTULO XVllI 

De lo que el Gran Capitán hizo, pasada la 
batalla. 

El Próspero y Fabricio y Marco Antonio 
fueron los delanteros, y fuéronse derechos al 
real de los franceses, y hallaron en la tienda 
del Nemos un gran aparador de plata dorada 
y muy rica, y una muy suntuosa cena, como 
aquellos que esperaban de cenar á su placer 
con la alegría de la victoria. Allí cenaron muy 
á su placer y durmieron en la mesma cama del 
Nemos. El Gran Capitán tuvo mucho cuidado 
del Próspero y de sus hermanos, pensando 
no les hubiese acaecido algún revés, y tenía 
muy gran pena dello; y habíalos mandado á 
buscar y aun los habían llorado, hasta que 
otro día por la mañana vinieron con mucha 
alegría y muertos de risa, diciendo: «Mejor 
supimos nosotros gozar de la victoria que 
V. S., que cenamos muy espléndidamente y 
dormimos en muy buena cama»; de que el 
Gran Capitán holgó mucho. 

Hallaron los que fueron al real damas á 
quien festejaron, muchos mercaderes con mu- 
chas y muy ricas mercadurías para vender á 
los victoriosos franceses, mucho bastimento 
y hecho el repartimiento de los prisioneros; 
principalmente una muy buena tienda para el 



370 



CRÓNICA MANUSCRITA 



Gran Capitán, en que tuviese una honesta pri- 
sión. Esto tenía el Virrey por muy cierto por 
un sueño que la noche antes había soñado, el 
cual diremos adelante. 

Esta noche se sentó el Gran Capitán á ce- 
nar con los caballeros y capitanes del ejér- 
cito, y estaba á la mesa mos de Formento. El 
Gran Capitán tenía mucho cuidado de saber 
qué había sido del Virrey, que aunque era ene- 
migo, era, como muchas veces hemos dicho, 
muy sosegado y benigno en la paz, cuanto era 
bravo y valiente vestidas las armas; y no ha- 
bía podido saber qué había sido del, porque 
sabía que no había de huir; temía no fuese 
muerto. Estando cenando, servía á la mesa un 
paje del Gran Capitán, que se llamaba Var- 
gas. Este traía vestida una jornea del Virrey, 
la cual conoció nios de Formento, y dijo al 
Gran Capitán: «Aquella jornea traía sobre las 
armas el Virrey». Preguntado de dónde había 
habido aquella ropa, respondió el Vargas: 
«Yendo un caballero, cuya esta ropa era, he- 
rido caído sobre el arzón del caballo, llegué 
yo y le derribé del caballo y le desenlacé el 
yelmo y le acabé de matar, y desnudándole 
aquella ropa que me pareció buena, estándo- 
sela desnudando allegó un soldado y asió de 
ella y me llevó lo que della falta. «¿Sabrás, 
dijo el Gran Capitán, amostrarnos el lugar 
adonde cayó?» «Sí», dijo Vargas. Luego se 
levantó de la mesa el Gran Capitán y todos 
los señores y capitanes, así españoles como 
franceses, y fueron adonde les amostró Var- 
gas con hachas; y hallaron el cuerpo del Virrey 
en aquel mesmo lugar, desnudo en carnes y 
una teja puesta sobre sus vergüenzas. Fué 
conocido por un su paje por un lunar muy 
notable que sobre la espalda tenía. Al cual el 
Gran Capitán mandó traer luego y ponerlo 
muy honradamente, cubierto con un paño de 
brocado encima y muchas hachas que estuvie- 
sen ardiendo; porque este Nemos era de la 
sangre real de Francia, de los Condes de Ar- 
meñaque, de la cual algunas veces habían sido 
los Reyes de Francia, y era una de las casas 
que suelen heredar el reino faltando hijo he- 
redero que la herede. 

CAPÍTULO XIX 
De lo que el Gran Capitán hizo venido el día. 

Venida pues la mañana y traídos los prisio- 
neros ante el Gran Capitán, que todo lo otro 



habían robado los caballos ligeros, en que se 
halló gran despojo. Y entre las damas que allí 
fueron traídas, una pedía que le trujesen á 
Pedro de Paz, porque se quería rendir á él 
solo; porque el Gran Capitán les había dado 
libertad y les mandó hacer muy grande aloji- 
miento y que les guardasen su honestad. Pues 
llamado Pedro de Paz, pareció ante ella gallar- 
do y festejándola mucho. Ella dijo que no era 
aquel Pedro de Paz por quien ella pedía. Fue- 
le jurado ser él. Ella dijo que no podía ser, 
que á quien Dios había dado tanto esfuerzo y 
valor de su persona, no le había de negar la 
buena disposición; porque Pedro de Paz era 
pequeño de cuerpo y muy mal tallado, y 
tenía una corcoba delante y otra detrás; y era 
tan feo de su persona cuanto era valiente en 
las armas. Luego mandó el Gran Capitán po- 
ner en salvo á las mujeres y mercaderes. 

Visto por el alcaide de la fortaleza el rom- 
pimiento, desamparó la fortaleza y se fué. Al- 
gunos españoles y italianos en quien no había 
tanto esfuerzo, estando la batalla trabada, 
huyeron; dellos aportaron á Manfredonia y 
otros á Barleta, y dijeron cómo los españoles 
habían sido desbaratados, muertos y presos. 
Oída esta nueva por el capitán Francisco Sán- 
chez, que, como dijimos, había quedado por 
mandado del Gran Capitán en la villa, puso 
muy gran recaudo en ella, determinado de la 
defender él y los que con él estaban. El Lez- 
cano, que había quedado con las galeras para 
guarda de la mar, oída esta nueva, dijo á los 
que la trujeron: «Mal viaje hagáis, judíos, que 
el Gran Capitán no puede ser vencido de fran- 
ceses. Ahorcaldos, señor capitán, porque hu- 
yeron. Sobre mi alma, ya que fuera verdad,! 
¿cómo huistes, donde tan buenos murieronl 
mejores que vosotros?» Dende á tres horasj 
vino la nueva de la victoria; y si el capitán no] 
lo estorbara, el Lezcano ya había sacado del 
las galeras una compañía de vizcaínos para losj 
ahorcar. 

Entonces cumplía el Virrey veintidós años! 
de su edad. Murió el Virrey de un arcabuza-j 
zo, que aunque tenía otras heridas, ninguna] 
era mortal. Fué luego llevado el cuerpo á] 
Nuestra Señora de la Cherinola, á quien díój 
el Oran Capitán las ropas de.su recámara paral 
ornamentos. Luego proveyó que le fuesettj 
dichas muchas misas, entretanto que le ha-| 
cían un ataúd forrado en terciopelo negro. 
Metido el cuerpo del Nemos en el ataúd,) 



DEL GRAN CAPITÁN 



371 



mandó el Gran Capitán á don Tristán de Acu- 
ña que con cien lanzas y con el mos de For- 
mento fuesen á llevar el cuerpo del Virrey á 
Barlcta. Dio el Gran Capitán un paño de bro- 
cado para que llevasen sobre el cuerpo. Fue- 
ron con él los clérigos que pudieron ser ha- 
bidos con hachas encendidas hasta Barleta. 
Invió adelante el Gran Capitán á mandar que 
saliesen de Barleta todos los clérigos y flayres 
á recebir el cuerpo una legua. Antes que de 
allí partiese el cuerpo lloró el Gran Capitán 
sobre él en tanta manera y con tanto senti- 
miento, que movió á todos los presentes á 
enternecerse; de manera que á todos puso 
en gran admiración. Invió el Gran Capitán á 
San Francisco de Barleta renta para que cada 
día le dijesen muchas misas y los divinos ofi- 
cios. 

Hízosele en Barleta tan gran recibimiento; 
que fué mos de Formento muy espantado, 
Alli estuvo el cuerpo del Virrey depositado 
tres años, y después fué llevado á la capilla 
de sus pasados. 

CAPÍTULO XX 

De las cosas que el Gran Capitán proveyó 
este día. 

Cuando el Rey Luis de Francia supo la hon- 
ra y el sentimiento que el Gran Capitán había 
hecho al cuerpo del Nemos, y las obsequias y 
enterramiento con todo lo demás, y el buen 
tratamiento á sus capitanes, dijo pública- 
mente: «No tengo por afrenta ser vencido por 
el Gran Capitán de España; porque merece 
que le dé Dios aun lo que no fuere suyo, por- 
que lo merece haber; porque nunca se ha oído 
ni visto capitán que la victoria lo haga más 
humilde y piadoso». Dijo muchas palabras en 
su loor y le invió á rendir muchas gracias por 
ello, ofreciéndole su persona y estado. 

Esta batalla fué viernes, á veintisiete días 
de Abril. Luego sábado por la mañana mandó 
que de los lugares cercanos viniesen muchos 
azadoneros; y venidos les mandó hacer gran- 
des fosos para en ellos enterrar los muertos, 
y mandó darles á medio real por cada cuer- 
po: fuéronlcs pagados poco más de tres mil 
reales. Púsose mucha diligencia para que se 
buscasen los cuerpos que no eran aún muer- 
tos, y halláronse solos treinta y cinco. Estos 
fueron luego llevados á la Chirinola y cu- 



rados con diligencia y cuidado; y después 
de sanos, les mandó dar á cada uno un do- 
blón y que se fuesen adonde por bien tuvie- 
sen. A las personas principales y capitanes 
mandó enterrar muy suntuosamente. Mandó 
asimismo venir de los lugares comarcanos 
muchos clérigos, que dijesen misas y vigilias 
sobre los muertos, y se trajo toda la cera que 
se pudo haber. 

Luego otro día vinieron los síndicos de to- 
das las villas y cibdades comarcanas á dar la 
obediencia al Gran Capitán, á los cuales él 
recibió con muy alegre cara, ofreciéndoles 
muchas mercedes. Vuelto mos de Formento 
de dejar el cuerpo del Virrey en Barleta, dijo 
al Gran Capitán: «Bien es que V. S. sepa lo 
que el Virrey nos contó ayer viernes por la 
mañana con mucha alegría, diciendo que esa 
noche había soñado que ayer daban la bata- 
lla; y que pasada la batalla, de donde él había 
quedado muy herido, mas que luego había 
sanado; y que el sábado de mañana vía á 
V. S. muy triste y llorando y haciendo allí 
delante del muy gran sentimiento, y que él 
entraba triunfando en Barleta cubierto de 
un paño de brocado, y que le salían á recibir 
clérigos y flaires, como á vencedor, con las 
cruces, mas que no había ninguno de los 
suyos, con otras cosas, que todas salieron 
verdad». 

Hobiéronse de aquesta rota muchas joyas y 
mucho despojo, sin lo que los soldados roba- 
ron. El Gran Capitán lo mandó todo repartir 
por la gente de guerra y todo lo que él 
tenía sin le quedar cosa alguna. El Gran 
Capitán proveyó luego que Diego García de 
Paredes fuese á gran priesa tras los soldados 
de Arce, que se iban para Venosa; y á Pedro 
de Paz que fuese siguiendo al Alegre, el 
cual acompañado de Trajano, Príncipe de 
Melfi, no los queriendo acoger en ninguna 
tierra, porque la fama del vencimiento iba 
volando delante de ellos, dábanles de los 
lugares por do pasaban vituallas por el muro, 
así á éstos como á los de Arce, con unos cor- 
deles con cestos y inviándolos primero los 
dineros y joyas por los mantenimientos; llegó 
á la Tripalda y de allí no pasaron en Ñapóles, 
porque fueron avisados cómo todos los ofi- 
ciales del Rey de Francia se habían recogido 
á la fortaleza, no osando estar en la ciudad. 
Al fin se fueron á Gaeta. 

Otro día después de la batalla luego se 



372 



CRÓNICA MANUSCRITA 



partió Fabricio Colona con Ristaño Cantel- 
mo, Conde del Pópulo, á ocupar allá Gíla, que, 
como hemos dicho, es cabeza de Abruzo; y el 
Próspero y Andrea, Duque de Termoly se fue- 
ron á Capua, y echaron de allí los franceses; 
porque el Duque de Termoli era natural desta 
ciudad; á los cuales recibieron los vecinos 
della con grande alegría y echaron della á 
los franceses, y determinaron de quedarse 
allí hasta tanto que el Gran Capitán les man- 
dase lo que habían de hacer. 

Agora dejaremos de contar del Gran Capi- 
tán por contar lo que pasó en Calabria. 



COMIENZA EL SÉPTIMO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ, 
GRAN CAPITÁN DE ESPAÑA, HIZO A LOS RE- 
YES DE FRANCIA. 



CAPÍTULO I 

De lo que los españoles que estaban en 
Calabria hicieron. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo Puertocarrero, señor de Palma, desem- 
barcó en Ríjoles á los cinco días de Marzo 
del dicho año de mil quinientos y tres años, y 
que allí había fallecido; y cómo en su lugar 
fué elegido por Capitán general don Fernan- 
do de Andrada, y cómo se fué á aposentar á 
una villa que se llama Tura; y mos de Auberi 
estaba en Terranova, aunque en la fortaleza 
estaba el capitán Sebastián de Vargas, y la 
defendía con gran esfuerzo. Ya el Gran Capi- 
tán sabía de la muerte de don Luis Puerto- 
carrero, su cuñado, que le había pesado mu- 
cho, y le había hecho muy solemnes obsequias 
porque tenían muy grande amistad, allende 
de ser casados con dos hermanas. Sabía tam- 
bién cómo habían elegido por capitán á don 
Fernando de Andrada, y que estaban los cam- 
pos muy cerca para pelear; tenía muy gran 
cuidado que no sabía lo que les había suce- 
dido. Pues estando aquí en la Chirinola le 
vi.no nueva en que el Andrada le hacía saber 
cómo él con su ejército estaba en una villa 
que se llamaba Tura y en otros aposentos; 
y el Auberi en Terronova, aunque Sebas- 



tián de Vargas estaba en la fortaleza y se 
la defendía de manera que no le podían hacer 
daño; y con el Auberi estaban los Príncipes 
de Rosano, Salerno y Visiñano, y el Príncipe 
de Melfa y el Conde de Mélito y otras perso- 
nas principales y varones de aquella provin- 
cia. Mas el Andrada con aquellos capitanes, 
que eran Manuel de Benavides, Alonso de 
Carvajal, don Hugo de Cardona, Luis Pyxon, 
Virrey de Sicilia; Garci Alvarez Osorio, Anto- 
nio de Leiva, Alvarado, padre y hijo; Hernan- 
do de Alarcón y Valencia de Benavides y 
otros muchos capitanes, determináronse de 
salir de Tura y se acercar al Auberi á Terra- 
nova Inviáronle un trompeta á Terranova, 
haciéndole saber que ellos le querían ir á 
cercar á Terranova, adonde estaba; que le 
rogaban, pues era un capitán tan sabio en la 
guerra y tenía consigo tan gran caudal así de 
franceses como de italianos y de los Príncipes 
de Calabria, y tenían más de cuatro tanta 
gente como ellos, que saliese de la villa y los 
esperase fuera della, que ellos le vernían allí 
á buscar y le darían la batalla. Y pues la 
fortuna tantas veces le había sido tan favo- 
rable en aquella misma tierra, que no lo re- 
husase de lo aceptar, porque él había dicho 
muchas veces que los españoles no habían 
de osar venir con ellos en jornada. 

Mos de Auberi recibió muy graciosamente 
al trompeta y le hizo mucha honra y aceptó 
la batalla. Fué concertado que fuese la bata- 
lla un viernes á veinte y un días de Abril, 
ocho días antes que la de Chirinola. Esto 
concertado, el Auberi con todo su campo se 
vino á una villa que se llama Joya, seis millas 
de donde estaban los españoles, que se llama 
Palma, y allí se concertó la batalla para el 
viernes venidero. 



CAPITULO II 



i 



De cómo pasó la batalla entre los franceses y 
españoles. 

Llegado pues el viernes por la mañana, el 
Andrada mandó que la gente pasase un río 
que estaba en medio, y que de la gente de 
caballo y de pie se hiciese un escuadrón y 
que todos juntos peleasen. Y subieron un 
poco arriba por el río á buscar el vado, y 
comenzaron á pasar. A los franceses se les 
antojó que huían y fueron á dar en ellos. 



DEL GRAN CAPITÁN 



373 



Cuando los franceses llegaron ya los espa- 
ñoles habían pasado el río, y estaban en su 
escuadrón muy ordenados. El de Andrada y 
los otros capitanes, como aquellos que tanto 
sabían de la guerra, animaban á los suyos, 
diciéndoles que tuviesen por cierta la victo- 
ria si peleasen como varones; y que supiesen 
que ningún otro remedio tenían sino el de 
Dios, o vencer ó morir; y que muy peor suer- 
te sería quedar vivo, conociendo la insolencia 
y maldad de los franceses, que morir como 
buenos soldados, y más habiendo siempre 
llevado lo mejor dellos; que se acordasen que 
los que vencidos quedasen que no osarían 
parecer ante el Gran Capitán ni delante la 
gente de guerra que con él estaba en su mi- 
licia, que siempre ha sido vencedora dellos, 
pues ellos no eran menos en calidad y esfuer- 
zo que los otros. 

A este punto se llegaban las haces. Arre- 
metieron los unos á los otros con tan gran 
furia, ánimo y con tanta enemistad, que en 
ninguna batalla jamás se vio. El de Auberi y 
los Príncipes, Señores y Barones por vengar 
las injurias que de los españoles habían rece- 
bido, sabiendo la muerte que delante tenían 
no venciendo, todos peleaban como fuertes 
varones. Pelearon gran espacio, adonde se 
hicieron grandes hechos de armas por los 
unos y los otros, porque en entrambas par- 
tes había hombres muy diestros en las cosas 
de la guerra. 

En esta batalla se mostraron dos caballeros 
españoles, el uno Manuel de Benavides, señor 
de Javalquinto, y el otro Alonso de Carvajal, 
señor de Xódar, personas de mucha calidad 
y ambos naturales de Baeza, y ambos ban- 
dos contrarios en aquella cibdad, aunque 
en aquella milicia se trataban con grande 
amistad y conversación. Estos dos caballeros 
hicieron aquel día tanto en armas, que los 
unos les habían invidia y los contrarios mu- 
cho temor. Pues el Andrada y Antonio de 
Leiva y los Alvarados, padre y hijo, por 
otra parte, y Luis Pixon y don Hugo y Gar- 
cía Osorio pelearon tan animosamente, que 
los franceses, no los pudiendo sufrir, comen- 
zaron á aflojar. Los capitanes y Príncipes 
tornaron á la batalla pensando de los po- 
der tener, diciéndoles palabras de grande es- 
fuerzo; mas jamás pudieron Parfín y Bayar- 
te hicieron más de lo que hombres podían 
hacer por sostener la batalla, y el de Auberi 



asimismo; mas tenían cogido tanto temor á 
los caballeros y soldados, que no quisieron 
volver. 

Visto por el de Auberi y los Príncipes cómo 
todos iban huyendo, comenzaron á enfla- 
quecer y poner toda su salud y vida en la 
huida, y volviéronse ájoya, de donde habían 
salido; mas Valencia de Benavides y los dos 
Alvarados los siguieron. Quedaron muertos 
de los franceses y italianos que seguían la 
parte francesa dos mil y docientos hombres, 
y fueron presos seiscientos dellos, entre los 
cuales fueron Malherba y micer Alfonso 
Sanseverino y su hermano, con otros seis 
capitanes principales; y de allí fueron llevados 
á Manfrevlonia, y estando en la fortaleza se 
quisieron soltar, y tenían ordenada una trai- 
ción en la fortaleza. Fué descubierta y invió 
el Gran Capitán á Medina y les cortó las 
cabezas á seis dellos con el Malherba y á 
ciertos soldados españoles que eran en la 
mesma traición con ellos, que los tenían en 
guarda. A estos que se acogieron á Joya les 
entraron por fuerza de armas y los despoja- 
ron y prendieron. 

CAPÍTULO III 

De lo que el de Auberi y los otros Príncipes y 
señores lucieron, desde que fluyeron de la 
batalla. 

El Auberi y otros capitanes con él pelearon 
como hemos dicho; mas visto que todos lle- 
vaban el camino de Joya y de otras partes, él 
tomó el camino de Melito; mas viendo que el 
Valencia y los Alvarados lo seguían, él se 
metió en una villa que se llama Roca de An- 
gito. El Andrada invió ciertos soldados á 
estos capitanes para que apretasen y prose- 
guiesen el cerco, y despachó luego á Mecina 
por artillería para lo combatir. 

Oídas estas nuevas que el Andrada invió 
al Gran Capitán, él se hincó de rodillas y 
alzó las manos al cielo y dijo: «Bendito sea, 
Señor, tu santísimo nombre, porque has mos- 
trado tu justicia y ejecutádola en los france- 
ses, así en Pulla como en Calabria. Muchos 
loores y alabanzas te sean dadas por siem- 
pre jamás». Escribió luego al Andrada y á 
todos aquellos capitanes alabando su esfuer- 
zo, valentía y industria, y rogándoles muy 
afectuosamente apretasen el cerco al Auberi 



374 



CRÓNICA MANUSCRITA 



hasta prenderlo á él y á los que con él estaban 
y les pusiesen á muy buen recabdo. Asimismo 
les escribió muy particularmente la merced 
que Dios les había hecho tan grande ocho 
días después, junto á la villa de la Chirinola, 
como la historia lo ha contado; de que todos 
aquellos capitanes se holgaron mucho y die- 
ron gracias á Nuestro Señor por ello. Y lue- 
go venida la artillería comenaaron á batir 
la fortaleza de Roca de Angito; y á cabo de 
treinta días quel Auberi allí se había ence- 
rrado, pidió habla con el Andrada, y le dijo 
asomado al muro: «Señor don Fernando, no 
tengáis á mal lo que agora dijere. Yo antes 
consentiré ser hecho mil piezas que me ren- 
dir á persona alguna, si no fuera al Gran Ca- 
pitán ó á persona de su linaje é sangre, aun- 
que sé que no me puedo defender dos horas». 
El Andrada le respondió que á él y á todos 
aquellos señores que allí estaban les hacía 
muy gran merced en lo que decía, y que su- 
piese que entonces había llegado allí un ca- 
ballero, sobrino del Gran Capitán, hijo de 
don Alonso su hermano, señor de la casa de 
Aguilar, llamado don Diego Fernández de 
Córdova ('), á quien todos los que allí esta- 
ban tenían muy grande acatamiento, así por- 
que su persona lo merecía, como por ser so- 
brino del Gran Capitán. Y venido don Diego 
Hernández, mos de Auberi le dijo: «Señor, yo 
me rindo á vos, como á sobrino del mejor ca- 
ballero y capitán que yo sé que haya en el 
mundo». Donde lo recibió con muy alegre ges- 
to y muy buenas palabras, y le hizo muy buen 
tratamiento hasta que fué llevado á Castilno- 
vo con los otros prisioneros que allí estaban. 
Verdad sea que antes que el Auberi se 
rindiese, pidió le amostrasen la carta quel 
Gran Capitán había inviado al Andrada y á 
los otros capitanes, en que les contaba el su- 
ceso de la batalla de la Cherinola. El pidió le 
diesen licencia para ¡nviar á saber la verdad, y 
que sabida se rendiría, como lo hizo después 
que fué avisado della y supo cómo el Nemos 
era muerto y Candeyo y sus suizos asimismo 
con todos los otros. Decía después de rendi- 
do que ya veía que la fortuna les era contra- 
ria y que no se podía contrariar ni ir contra 
ella, que tantas veces les había sido ad- 
versa. Mas agora deja la historia de contar 



(<) Al margen hay una apostilla de letra del sírIo xvii 
que dice: «Este se llamó Pedro Fernández de Córdova, 
no don Diego*. 



lo que más pasó en Calabria por contar lo 
que el Gran Capitán hizo después de la rota 
de la Cherinola. 



CAPÍTULO IV 



4 

a de 11 

,;/ .. «I 



Cómo dende á tres días que pasó la batalla 
la Chirinola se amoiinaron cuatro mil y 
quinientos soldados españoles, y lo que so- 
bre ello pasó. 

Dende á tres días que la batalla pasó, 
mandó, como dijimos, el Gran Capitán á Pe- 
dro de Paz que fuese siguiendo á los france- ; 
ses que iban huyendo, entretanto que él lle- 
gaba. El de Paz se partió luego y fué á la 
mayor priesa que pudo; y otro día se le aparta- 
ron del ejército cuatro mil y quinientos sol- 
dados españoles, de los más prácticos, que 
pocos más quedaban, y dijeron que no ¡rían 
adelante si no les dejaban saquear á Melfa, 
que es una muy buena cibdad, ó que les hicie- 
sen paga de todo lo que les debían. Decían 
aquellos soldados amotinados que era uso 
en Italia desde ab inicio acá, que cuando al- 
guna batalla se vencía de campo á campo, 
que otro día era costumbre de pagar á los 
soldados vencedores todo lo que les era 
debido y más una paga muerta, y que nunca 
Dios quisiese que ellos fuesen en quebran- 
tar tan loable costumbre y de tan buena 
memoria y hecha por los soldados pasados; 
y que antes serían en la acrecentar que no 
en la dejar perder. Por ende que se buscasen 
dineros para todo lo debido y más para la 
paga muerta, y que de otra manera excusado 
era de hablar en que se redujesen; y que si 
luego no se hacía, que ellos buscarían su re- 
medio. Pues pagarles era imposible y mucho 
más reconciliarlos, el Gran Capitán les invió á 
decir muy buenas palabras, y que les daba su 
fe de les pagar todo cuanto se les debía con la 
paga muerta. Ellos respondieron que ya no les 
engañaría con más dulces palabras, y que jura- 
ban á fe de buenos soldados de pasar por las 
picas al que viniese á contratar con ellos, si 
delante no traía la paga. El Gran Capitán les 
invió al Próspero y al Duque de Termoli á; 
les afirmar que él inviaba á vender toda su 
plata y la de aquellos señores y todas sus 
joyas para les dar socorro, entretanto que 
buscaba todo lo que les era debido. Los sol- 
dados amotinados le respondieron que se 
volviesen por donde habían venido; y visto 




DEL GRAN CAPITÁN 



375 



que ninguna cosa aprovechaba, ni pudieron 
mellar en ellos, se volvieron. 

Ellos se fueron á aposentar á la cibdad de 
Melfa. Los franceses que en ella estaban hu- 
yeron de ella y se fueron. Los espaiíoles se 
entraron en ella sin haber resistencia alguna. 
El mesmo Gran Capitán fué á ellos y les 
habló, asomados al muro, y les afirmó cómo 
él había inviado á los Reyes Católicos por 
una posta, y á sus estados y de aquellos se- 
ñores que seguían su parte á buscar dineros, 
de que serían pagados muy á su contento, 
contándoles las grandes mercedes que mere- 
cían; que les rogaba no perdiesen tan gran 
coyuntura como se perdía si al presente no 
fuesen tras sus enemigos. Ellos respondieron: 
«Mas si no conociéramos, Gonzalo, vuestras 
dulces palabras ¡cómo nos engañárades esta 
vez! A la verdad, no nos quejamos de vos, 
porque nos dais de vuestra hacienda y nos 
pagáis cuando lo tenéis; mas pesar de tal con 
el O que acá os invió, piensa que se ha de 
hacer la guerra sin diliero. Volveos, que nin- 
guna cosa os ha de aprovechar vuestro predi- 
car». Aquí se descomedieron algunos muy 
descomedidamente, así contra él como contra 
los Reyes Católicos; principalmente aquellos 
que eran los principales en aquella rebelión. 

Visto por el Gran Capitán el poco comedi- 
miento que aquellos amotinados habían teni- 
do, y las malas palabras que en perjuicio de 
los Reyes Católicos habían tenido, si tuviera 
caudal de gente para ello, allí los cercara y 
les castigara como merecían. Mas no lo hizo, 
parte por no ser parte para ello y por el mal 
ejemplo y lo que dello sucediera. 

Con el Gran Capitán habían quedado los 
alemanes y italianos y los más capitanes es- 
pañoles y los caballeros; pues con los que le 
quedaron se fué á Fiumara, adonde tenía 
asentado su real. A esta hora llegó Diego 
García de Paredes, y sabido el poco fruto que 
se sacaba dellos, él se fué á Melfa y entró 
en ella, diciendo que si le pasasen por las 
picas que más quería morir á sus manos que 
no á las de los franceses; que bien sabía que 
todos los que allí estaban eran sus amigos; 
que les rogaba le oyesen, y que luego se vol- 
vería á Fiumara: (-) «Ninguno puede negar, 



(•) Hay un claro como para una ó dos palabraa. Pare- 
06 referirse al Bey Católico. 

(2) Al margen, de letra do la del texto: «Razonamiento 
de Diego García de Paredea á, los soldados amotinados». 



hermanos y señores míos, la mucha razón y 
justicia que tenéis en lo que pedís; y harto 
ciego sería quien lo contradijese, así en lo 
que, señores, se os debe, como en la paga 
muerta que pedís, y que vosotros, señores, 
tan bien tenéis merecida, venciendo á toda la 
pujanza de Francia y de Italia con tanto es- 
fuerzo y valentía, sufriendo tantos trabajos, 
hambres, fríos y tantas necesidades, de lo 
cual yo soy buen testigo, y he pasado mi par- 
te, como, señores, sabéis. Verdad sea que 
todos los hombres cuerdos se han de confor- 
mar con el tiempo en todas las cosas que tra- 
taren y fueren posibles á los hombres. Bien 
teméis conocido que si posibilidad hobiera 
en lo que pedís, que ni yo os rogara que es- 
perarais este poco de tiempo que se os pide 
ni de cosa tan injusta fuera yo el mensajero; 
mas no se pudiendo al presente haber de 
donde se os pueda pagar, ruégoos qué reme- 
dio dais para ser pagados. Los hombres se 
han de conformar con las cosas posibles. 
Todas las diligencias que los hombres huma- 
namente pueden hacer se han hecho y hacen 
para haber dineros. Entretanto, me decid, 
¿qué os aprovecha haber vencido á los fran- 
ceses, si no sabéis ó no queréis gozar de la 
victoria ni del fruto que della se espera? 
¿Queréis, señores, que se diga en España y 
en todo el mundo que supisteis vencer á los 
enemigos y que en la mayor necesidad des- 
amparastes á vuestro capitán; desamparas- 
tes las banderas que de España sacastes y 
tan encomendadas, sabiendo que todo aquel 
reino de España, de donde somos hijos natu- 
rales, tienen puestos los ojos en vosotros; y 
que se diga en las otras naciones que los 
tudescos, los italianos y de otras naciones 
no desampararon al capitán español, y tal 
capitán, tan valeroso, tan amigo de Dios, ni 
á las banderas de España, aunque de tierra 
ajena y entre sus crueles enemigos, y que 
los sus españoles lo desampararon? ¡Oh, qué 
afrenta y oprobio para nuestra nación! ¡Por 
la pasión de Jesucristo y por los méritos de 
su gloriosa Madre! No seáis causa de que 
quede nuestra nación tan afeada con tan mal 
renombre. Mirad que lo hacéis en la plaza 
del mundo. Mirad que no se podrá después 
restaurar con la vida». Estas y otras muchas 
palabras les dijo, y jamás dudó mellar en ellos, 
que eran para hacer sentimiento en corazo- 
nes de acero. La respuesta que le dieron 



376 



CRÓNICA MANUSCRITA 



fué ('): «Decid, Diego García, ¿ese sermón 
enseñóslo aquel cordobés? No solíades vos 
ser predicador, que tanto habéis tardado en 
lo deprender. Mirad, Diego García, agrade- 
ced que no fenecéis aquí vuestros días, por- 
que así lo teníamos jurado». Aquí le dijeron 
muy malas palabras en su perjuicio y del 
Gran Capitán y de los Reyes Católicos. Visto 
por Diego García lo poco que aprovechaba, 
les dijo: «Yo me quiero volver; mas antes que 
me vaya os quiero avisar como á compañe- 
ros y amigos cosa que os cumple tanto y 
aun más que la vida, según vosotros en 
tanto tenéis la honra de vuestras personas; 
que si perseveráis en esta rebelión, todos 
cuantos aquí estáis seréis dados por alevo- 
sos y traidores, vosotros y vuestros hijos y 
cuantos de vosotros descendieren, como á 
hombres que desampararon á su Rey natu- 
ral en el tiempo que más necesidad de vos- 
otros tuvo. Está hecha muy gran pesquisa 
y memoria, señores, de vosotros, así de 
vuestros nombres como de la tierra de don- 
de sois naturales, para que allá se vaya á 
ejecutar esta tan gran fealdad y esta tan te- 
rrible sentencia. Así que donde agora sois 
llamados vencedores y defensores de los Re- 
yes de España, cuyos vasallos sois y lo fue- 
ron vuestros pasados, de aquí adelante se- 
réis llamados los traidores, y con este re- 
nombre serán llamados vuestros hijos y des- 
cendientes». 

Entre estos soldados había algunos que es- 
taban arrepentidos de aquella rebelión y les 
parecía mal lo que hacían. Diego García les 
rogó le dejasen estar entre ellos allí; que más 
quería vivir entre ellos que no ver la cruel 
sentencia que contra ellos se daba, ni quería 
ver lo que allá hacían sin ellos. Ellos lo tu- 
vieron por bien, porque los había movido, á 
lo menos á los más dellos; y él ofreciendo de 
parte del Gran Capitán mercedes á los prin- 
cipales causadores de aquella rebelión, tuvo 
tal forma que á los cinco días que allí entre 
ellos moró, los redujo al servicio del Gran 
Capitán y se fué con ellos al real que tenían 
en Fiumara. 

El Gran Capitán los salió á recebir y los 
recibió con grande alegría, mostrándoles muy 
buena voluntad y ofreciéndoles muchas mer- 
cedes y toda la paga muy presto. 

(I) AI margen: «Respuesta de los amotinados». 



CAPITULO V 

De lo que el Gran Capitán hizo después quT 
los soldados amotinados fueron reducidos, y 
cómo se fué derecho á la cibdad de Ñapóles. 

Luego en los primeros días de Mayo del 
dicho año de mil quinientos tres años que los 
soldados vinieron, fué el ejército sobre el es- 
tado del Príncipe de Melfa, el cual entregó 
todo su estado con condición que le dejasen 
estar á él y á su mujer é hijos en una cibdad 
suya llamada Trana, hasta esperar lo que los 
Reyes Católicos del determinasen y de su es- 
tado. Lo cual el Gran Capitán hizo de muy 
buena voluntad; y pasado el ejército, luego se 
fué para los franceses. 

Estando aquellos soldados amotinados en 
Melfa, túvose gran cuidado de los principa- 
les causadores de aquella rebelión, y de los 
que se habían desmandado en palabras con- 
tra los Reyes Católicos y Gran Capitán; y 
hecha la pesquisa, túvose gran memoria 
dellos. Pues caminando el campo desde Fiu- 
mara para una villa que se llama Gandebo, 
que es á ocho millas de Ñapóles, hallaban 
ahorcados de cuatro en cuatro, de cinco en 
cinco, aquellos causadores de aquella rebe- 
lión, y á otros empalados. Así que ningún cul- 
pado quedó que no fuese castigado de aque- 
lla manera, de que los soldados se espanta- 
ban. Decían algunos dellos: «¿Habéis mirado 
cuan secretamente han ahorcado á estos 
gentileshombres? Mi ánima con la suya; bien 
aventurados ellos, pues murieron por cobrar 
la paga y por guardar la muy loable costum- 
bre de los soldados pasadoo de gloriosa me- 
moria. Este es el pago que les prometieron; 
bien se pueden contar por mártires, y por ta- 
les los podemos tener». 

Pasó el campo por Benevento; el Gran 
Capitán no quiso entrar dentro, por ser de la 
Iglesia. 

Salieron los síndicos y gobernadores á su- 
plicar al Gran Capitán se aposentase dentro 
del, y su casa y los señores, y toda la gente 
de guerra que mandase, porque así lo había 
mandado Su Santidad. 

Era en aquella sazón, como atrás dijimos, 
vicario en la Iglesia de Dios el Papa Alejan- 
dro sexto, de nación español, llamado antes 
don Rodrigo de Borja, natural de Játiva, de 
noble sangre. El Gran Capitán les agradeció 



DEL GRAN CAPITÁN 



377 



mucho, y les dijo que no les quería dar eno- 
jo por ser vasallos del Papa. Ellos le traje- 
ron un presente de muchas cosas y muy 
diversas. El Gran Capitán con su ejército se 
fué á Gandolfo, antiguamente los Samites. 
Aquí vinieron los embajadores de la cibdad 
de Ñapóles, los más principales de aquella 
cibdad, y besaron las manos al Gran Capitán 
con el mayor acatamiento que pudo ser, dán- 
dole las gracias por las victorias pasadas, 
suplicándole quisiese sin ninguna sangre rece- 
bir aquella cibdad; la cual por las mercedes 
antiguas que de la Casa de Aragón siempre 
había recebido era muy obligada á perseve- 
rar en la fe que debían, y lo mismo hobieran 
hecho si el tiempo les hobiese dado lugar; 
que le suplicaban les confirmase los privile- 
gios y inmunidades que los Reyes pasados 
les habían otorgado y confirmado, y pues su 
fe antigua lo merecía, se los ampliase con 
nuevos honores. El Gran Capitán se los con- 
firmó y les prometió de ser muy grande pro- 
curador suyo con el Rey su señor que les 
hiciese grandes mercedes. 

Los franceses que de la rota de la Chiri- 
nola escaparon se fueron á diversas partes, 
adonde les pareció que podían hallar mejor 
remedio á sus necesidades. Parte de ellos 
aportó á Calabria, parte de ellos á Aversa, 
parte á Capua y otros á otras partes. 

El Gran Capitán luego que llegó á Bande- 
lo, invió con ciertos caballos ligeros á ocupar 
á Aversa con Pedro de Paz; el cual en llegan- 
do le abrieron las puertas, y lo mismo hicie- 
ron los otros lugares de la comarca. Tam- 
bién invió á don García de Paredes y al capi- 
tán Zamudio con mil y quinientos infantes á 
ocupar á Sant Germán, los cuales en llegan- 
do lo combatieron sin que hobiese en ellos 
resistencia; porque los franceses que dentro 
estaban, visto el furioso combate que les die- 
ron, sin les dar algún espacio, se fueron por 
la parte que va á la sierra y dejaron la villa. 
Fueron muertos y presos hartos, que como 
hombres de vergüenza esperaron á sus ene- 
migos. 

CAPÍTULO VI 

Cómo el Gran Capitán partió de Bandelo para 
la cibdad de Ñapóles con todo su campo. 

A los veinticinco días de Mayo partió el 
Gran Capitán de aquesta villa de Bandelo 



para la cibdad de Ñapóles; en la cual entró 
debajo de un palio con muy grandes fiestas y 
alegrías de todos, chicos y grandes, y fuese á 
aposentar á las casas del Príncipe de Salerno, 
que son las mejores que hay en aquella cib- 
dad; y ayuntados todos los estados, le jura- 
ron en nombre del Rey de España. Mandó 
echar un bando que ningún soldado, so pena 
de la vida, tomase alguna cosa y hiciese des- 
honestidad ni injuria á persona alguna. Man- 
dó luego traer la artillería que había ganado 
á los franceses, principalmente la que se ha- 
bía ganado en Chirinola. Luego mandó á Pe- 
dro Navarro diese orden en combatirlos cas- 
tillos y mandó poner estancias sobre Castil- 
novo, porque de ninguna parte fuesen soco- 
rridos. Mandó subir luego la artillería á Sant 
Thelmo, que está en un cerro frontero de 
Castilnovo encorporado en la cibdad; mas 
los que en Sant Thelmo estaban, visto que 
subían la artillería, luego se rindieron y en- 
tregaron la fuerza, y lo mismo hizo Castello 
Capuano. 

Sabido por el capitán mos de Alegre que 
aunque la cibdad estaba dada y entregada á 
los españoles, que la fortaleza se defendía 
con mucho esfuerzo, invió luego gente de 
guerra y muchos mantenimientos y vituallas 
en las carracas Charanta y la Negrona y en 
otras galeras y naos. Eran estas dos carra- 
cas las mayores que en el agua se habían 
visto hasta aquella sazón; mas los españoles 
nunca las dejaron llegar, aunque lo porfiaron 
mucho; y así se volvieron sin poder socorrer- 
les con cosa alguna á los de la fortaleza, y 
así se volvieron para Gaeta. Los del castillo, 
sabiendo que el Gran Capitán posaba en las 
casas del Príncipe de Salerno, asestaron allí 
muchos tiros de artillería y tiraron á la casa. 
Vista la mala obra que desde la fortaleza ha- 
cían, diéronles tan recios combates que los 
de dentro tuvieron harto que hacer en se de- 
fender, y dejaron de tirar. 

CAPÍTULO Vil 

De cómo fué combatido por los españoles y al 
fin fué tomado por combate Castilnovo, y 
de los grandes hechos en armas que en aquel 
combate se hicieron. 

Castilnovo fué combatido con mucha y muy 
buena artillería y por personas que de aquel 



378 



CRÓNICA MANUSCRITA 



oficio sabían mucho, y con muy recios cáno- 
nes, culebrinas y grifaltes; mas ninguna cosa 
aprovechaba por ser el muro recio y las pe- 
lotas resurtían del, que ninguna mella hacían 
en él. Así que les pareció ser aquella fortale- 
za inexpugnable por asaltos. Ordenó que se 
le hiciesen minas por la parte de la mar y de 
los jardines porque fuesen más secretas, sin 
ser sentidas de los franceses; para lo cual ha- 
bía un micer Antonelo muy sabio en aquella 
arte, de quien Pedro Navarro fué instruido 
en aquella industria. Las minas se hacían tan 
secretas que aun los del campo de los espa- 
ñoles no lo sabían, sino muy pocos y estos 
con gran secreto. 

Castilnovo tiene al derredor una que lla- 
man cibdadela muy fuerte, y en medio está la 
fortaleza. Avisado, pues, el Gran Capitán que 
las minas estaban á punto, mandó un lunes, 
día de Sant Bartolomé, á once días de Junio, 
se comenzasen á encender las mechas, y des- 
de la mañana se comenzó la batería, porque 
los franceses, como ello fué, se bajaron á la 
cibdadela, porque la artillería jugaba á la 
fortaleza, y abajaron las puentes y bajaron á 
la cibdadela muy seguros de lo que acon- 
teció. 

Mandó el Gran Capitán que á las doce 
horas de medio día, que sería al reventar de 
la mina, estuviesen á punto trescientos de 
caballo muy valientes escuderos á pie, y con 
ellos cuatrocientos soldados, y con ellos el 
Gran Capitán á pie con una espada y una ro- 
dela; y pusiéronse á la parte de las minas muy 
cubiertos, que no podían ser vistos de la for- 
taleza. Pues estando esperando que diese el 
reloj las doce horas, venida aquella hora, re- 
ventó la mina y derribó un lienzo de la cibda- 
dela de hasta quince varas de luengo. Fué 
tanta la priesa de los españoles á subir por 
aquel lienzo derribado, que antes que del 
todo acabase de caer ya estaban dentro en 
la cibdadela; que los franceses no tuvieron 
lugar de alzar las puentes levadizas de la for- 
taleza, porque luego fueron tomados los hue- 
cos della y muertos todos los franceses de 
la cibdadela, que ninguno escapó. 

El Gran Capitán no quiso aquel día dar la 
gloria de hallarse allí á otro ninguno, por- 
que su persona fué de los primeros que arre- 
metieron, como dijimos, en calzas y jubón 
con una espada y rodela, y hizo aquel día 
más que ninguno de los que en aquel comba- 



te se hallaron. Iba delante de todos así por- 
que le viesen y se animasen á pelear. Nom- 
braba á todos por sus nombres, y por gozar 
del fruto de la virtud de la fortaleza. Los 
franceses, espantados de la súbita ruina y del 
presuroso ímpetu con que fueron acometidos, 
los que pudieron huir se retiraron á la forta- 
leza y quisieron alzar el puente, mas no pu- 
dieron con el peso de los soldados que en 
ella ya estaban; y luego echaron los cerrojos 
por de dentro, que eran muy fuertes, de 
bronzo, y asestaron una culebrina por de 
dentro muy gruesa. Luego los españoles con 
las alabardas quebrantaron las cadenas con 
que se solía alzar el puente. Pues asestada 
la culebrina, pusiéronla fuego, para que pa- 
sando la puerta matase á los españoles que 
en el puente estaban, principalmente al Gran 
Capitán, que estaba delante junto á la puer- 
ta; y la pelota, que era de hierro colado, dio 
en la puerta que era por la parte de fuera de 
bronzo, y allí paró; y hoy está allí señalada, la 
cual van á ver los extranjeros que á aquella 
cibdad van, por ver un tan maravilloso caso. 

CAPÍTULO VIII 

Cómo se tomó por combate el castillo, y lo que 
en aquel asalto aconteció. 

Los españoles asestaron otra culebrina á 
la puerta, que sería la meytad menor que la 
otra, y pasó de claro la puerta y mató á los 
franceses que dentro estaban enfrente. Por 
el agujero que esta pelota hizo se lanzó, aun- 
que con gran dificultad, un soldado español 
llamado Alonso el Corzo.. Entró solo, que 
ningún otro pudo entrar, aunque lo probaron; 
y puesto en medio del patio diciendo «¡Es- 
paña, España!» andaba como un toro en el 
coso, de una parte á otra peleando, haciendo 
maravillas en armas, todo cubierto de lanzas 
que le arrojaban desde lo alto y desde lo 
bajo, porque no se le osaban acercar. Nunca 
pudo ser socorrido, aunque se trabajó harto 
sobre ello; y fueron tantas las heridas que de 
todas partes le dieron, que le pasaban el 
cuerpo con las lanzas arrojadizas, hasta que 
dio la alma á Dios, y dejó allí su cuerpo, en 
el cual había poca parte sana. Los que vieron 
el cuerpo de Alonso el Corzo no tuvieron en 
mucho lo que Julio César alaba á un capitán 
suyo llamado Qeva, que le trujeron su escu- 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



379 



do, en que le habían dado sus enemigos dos- 
cientas y veinte saetadas. Mucho más sin 
comparación fué lo de Alonso el Corzo, que 
por muchas partes fué pasado su cuerpo de 
muchas lanzadas y saetadas, y andando atra- 
vesado el cuerpo de lanzas y saetas, peleó 
hasta que cayó muerto. 

Tras este Alonso el Corzo entraron cuatro 
españoles con el mismo deseo y esfuerzo que 
Alonso el Corzo, aunque cuando entraron 
ya Alonso el Corzo estaba muerto, hecho un 
erizo de las saetas y lanzas que le atrave- 
saban el cuerpo. Estos comenzaron en medio 
del patio á gritar: «¡España, España!» y á 
pelear con grande ánimo con todos los fran- 
ceses, como Alonso el Corzo había hecho; y 
como se guardaban, hacían en los franceses 
muy grande estrago. Mas como cargaron 
sobre ellos doscientos hombres de armas de 
los mejores de todo su campo y con muchos 
géneros de armas, y nunca pudieron ser so- 
corridos, murieron los tres. El otro, visto 
muertos á sus compañeros, peleó tan valien- 
temente por vengar la muerte dellos, que los 
franceses le dejaban el lugar y le abrieron 
camino por donde salió con seis heridas muy 
grandes, y los franceses quedaron los más 
contentos del mundo de lo ver fuera del cas- 
tillo. Este era paje del Gran Capitán y se lla- 
maba Juan Peláez de Berrio. 

CAPÍTULO IX 

De las cosas que en este asalto acontecieron, 
principalmente á un caballero napolitano que 
seguía la parte francesa. 

Cuando los españoles metieron á los fran- 
ceses por el puente levadizo, hallóse allí un 
caballero neapolitano llamado Dentato, que 
seguía la parte francesa, y hallóse aquel día 
en la cindadela con los franceses; y como los 
franceses se recogieron al castillo, trabajó 
con ellos mucho animándolos para que defen- 
diesen el puente, mas nunca pudo con ellos. 
Pues visto que ninguno quedaba fuera, él 
solo quedó en la puente y sufrió el primer 
ímpetu de los españoles y peleó con muy 
grande esfuerzo. El Gran Capitán quisiera 
mucho que se diera, mas él jamás quiso, has- 
ta que peleando sin volver un punto atrás, 
fué muerto como muy valiente cho Pedro 
de Médicis que se rindiese él y hasta ducien- 
tos soldados que consigo tenía, si no que 
combatiría la abadía y la entraría por fuerza 
de armas. El Pedro de Médicis prometió y 
dio su fe que la entregaría dentro de doce 
días, y se daría así él como los que con él es- 
taban. Y con esto los dejó el Gran Capitán y 
no les hizo daño alguno. Cumplido el término 
de los doce días, visto por el Pedro de Médi- 
cis el grueso ejército que de Francia venía 
con el capitán Ludovico, marqués de Saluces, 
quebrantó la palabra y se pasó á los france- 
ses. Cuando el Gran Capitán lo supo, dijo: 
«No es de maravillar que Pedro de Médicis 
quebrantase la palabra como capitán, pues 
nunca la quebrantó como mercader. Yo soy 
fiador que nunca la quebrantara el magnífico 
Lorenzo, su padre». 

El Gran Capitán de allí de Sant Germán 
partió con su ejército á los veinte y seis días 
de Junio del dicho año, junto á Pontecorvo, 
ribera del río del Careliano; este río se llamó 
antiguamente Lires, víspera de Sant Pedro y 
Sant Pablo; y este mismo día pasó el río del 
Garellano, y fué sobre un lugar que se llamaba 
Roca Guillermo, que estaba por los franceses 
y está puesto en un alto, y es muy fuerte, así 
por su natural sitio como por los muros y 
fuertes torres que tiene, y por muchos fran- 
ceses que estaban dentro, y todos muy aficio- 
nados á la casa de Francia. El Gran Capitán 
les invió á requerir que se diesen, porque le 
pesaría de les hacer mal. Ellos respondieron 
que hiciese todo su poder y que no habría 
hecho nada; que no eran ellos como los otros 
cobardes y de poco ánimo que se les habían 
rendido. El Gran Capitán mandó que se com- 
batiese la villa y que ninguno volviese al real 
ni habían de comer bocado hasta que se to- 
mase. Y porque viesen que quería guardar la 
condición, él iba de los primeros en calzas y 
jubón, con una espada y una rodela, llamán- 
dolos á todos por sus nombres y animán- 
dolos. Los soldados, viendo tan adelante la 
persona del Gran Capitán, pasaban unos 
por los otros teniéndose por apocado el pos- 



trero, y comenzando á combatir la villa y 
subir todo fué uno. Los franceses en vién- 
doles subir el muro desampararon la villa, y 
por una cuchilla de una sierra, que se confi- 
na con la villa, se acogeron sin quedar uno 
solo y desampararon también la fortaleza. 

Como los de la villa se vieron desampara- 
dos de los franceses y á los españoles subir 
al muro con tanta presteza, salieron al Gran 
Capitán á le supHcar les tomase en su defen- 
sa y le darían cinco mil ducados para ayuda 
de pagar los soldados; y le darían todos los 
bastimentos que fuesen menester y serían 
muy fieles á la casa de Aragón, porque ya 
vían la mucha justicia que aquel reino tenía 
y la poca parte que eran los franceses para 
la conservar, y cómo Dios les ayudaba á ven- 
cer, y que le suplicaban no permitiese fuesen 
saqueados. Lo cual el Gran Capitán les otor- 
gó, y quedó allí por capitán, alcaide y gober- 
nador Tristán de Acuña, y el ejército pasó 
adelante. 

CAPÍTULO XVI 

De cómo se asentó el cerco sobre Gaeta, y de 
cómo llegó allí Pedro Navarro, que venia de 
conquistar á Castil del Ovo. 

El Gran Capitán con su ejército llegó á 
Gaeta y asentó sobre ella el cerco, en la cual, 
como dijimos, estaban las reliquias de Sant 
Benito. Pues llegado el Gran Capitán, asentó 
el sitio sobre la cibdad, que fué primero día 
de Julio de dicho año de quinientos tres años. 
Había en el campo del Gran Capitán tres mil 
y quinientos soldados, mil y quinientos hom- 
bres de armas, algunos caballos ligeros. En 
el campo de los franceses había, como diji- 
mos, dentro de la cibdad cuatrocientos hom- 
bres de armas, mil caballos ligeros, cinco mil 
infantes y más de cinco mil otros soldados 
que les habían venido de socorro; y más les 
habían venido mil y .quinientos hombres de 
armas; porque en esta sazón los franceses 
eran señores de la mar y traían en el agua 
muy gruesa armada, en que había las dos ca- 
rracas que dijimos, la Charanta y la Negrona, 
y cuatro galeones muy buenos, y más cinco 
carracas sin las dos ya dichas, y más veinte 
galeras y otros muchos cascos, con que 
siempre eran socorridos así de gente como 
de todas las cosas necesarias á la guerra. 

En esta sazón llegó allí Pedro Navarro, á 



384 



CRÓNICA MANUSCRITA 



quien el Gran Capitán, como arriba dijimos, 
dejó sobre Castii del Ovo; y llegado al Gran 
Capitán le contó cómo había tomado á Castii 
del Ovo, que fué de esta manera. Quedaron 
para aquella empresa Pedro Navarro, micer 
Antonelo y Riarán con su compañía. Una no- 
che Pedro Navarro y micer Antonelo se me- 
tieron en una solapa de aquella peña sobre 
que estaba la fortaleza y hicieron una mina; y 
con el embate de las olas, que allí á la contina 
herían, no oían los de arriba los golpes que 
con los picos daban. Pues hecha la mina y 
todo concertado, dejó Pedro Navarro puesta 
la mecha que había de ir á encender la pólvo- 
ra; y salieron de debajo de la solapa, y comen- 
záronse á aparejar en barcos, para en ca- 
yendo el muro que estaba minado subiesen 
los españoles á escala vista al castillo. Los 
franceses que dentro estaban, visto que los 
españoles se aparejaban para los combatir y 
entralles, no sabiendo el ardid, acudieron to- 
dos allí á defenderles el combate que pensa- 
ron que les querían dar, y todos estaban en- 
cima de donde estaba minado. Estando en 
esto cebó la mecha de la pólvora y todo lo 
alzó por alto y fueron volando los franceses 
por alto y por el aire; porque á la sazón el 
alcaide había allí llamado á todos los princi- 
pales que allí había, que ellos y los santos de 
la iglesia fueron volando y muertos casi to- 
dos y sepultados en el agua; que como iban 
armados, luego fueron ahogados. Los que 
quedaron vivos, espantados de aquella súbi- 
ta mina, sin más consultar se rindieron luego. 
Caído este muro, quedó el castillo tan fuerte, 
que si dentro hobiera quien lo defendiera, 
aunque livianamente, no se pudiera tomar 
sino con gran dificultad. Lusgo subió Pedro 
Navarro y se apoderó del castillo y dejó en 
él á Riarán por alcaide con el recaudo que 
era menester, y fuese para el Gran Capitán 
al cerco de Gaeta. Y cuando el Gran Capitán 
supo que venía, saliólo á recebir, y túvolo 
abrazado con mucha alegría y díjole: «Señor 
Pedro Navarro, no será menester alabar 
vuestro esfuerzo; mas v. m. es desde hoy 
más Conde y yo sé de dónde». Y dende ade- 
lante así le trató como á Conde, y mandó que 
todos así lo tratasen, hasta que vino la con- 
firmación de los Reyes Católicos del condado 
de Oliveto, el cual poseyó diez años, hasta 
que se declaró por capitán y servidor del rey 
de Francia. 



CAPÍTULO XVII 



De cómo el Gran Capitán envió á don Diego de 
Mendoza con Emente de armas d Roma á traer 
á la Princesa de Squilache, nieta del Papa 
Alexandre. 

Los franceses habían desposeído de su 
principado á esta señora, y el Gran Capitán 
siempre deseó tener contento al Papa Ale- 
xandre; porque desde que le cobró la fortale- 
za de Ostia de poder del tirano Menaldo 
Guerra, le tenía el Papa por muy gran servi- 
dor Pues estando el Gran Capitán sobre esta 
cibdad de Gaeta, supo cómo un capitán fran- 
cés venía con gente de armas á Roma á to- 
mar por fuerza á la Princesa de Squilache, 
nieta del Papa Alexandre. Envió luego á don 
Diego de Mendoza con cierta gente de armas 
y caballos ligeros á Roma, y que trújese con 
mucha guarda y muy servida á la Princesa de 
Squilache para le entregar su principado; y 
partiéndose don Diego, le dijo el Gran Capi- 
tán: «Señor don Diego, si los franceses os 
quisieren tomar á la Princesa, y fuere Dios 
servido que la tomen, mirad, señor, no quede 
vivo quien me lo haga saber, y que sola ella 
y las mujeres queden vivas». Don Diego le 
respondió: «Yo, señor, espero en Dios y en 
vuestros méritos y ventura que latrairemos 
á pesar de todos los franceses». Pues don 
Diego por sus jornadas llegó á Roma y tomó á 
la Princesa, y saliendo por la puerta de Roma 
que llaman de Sant Pablo, los franceses que 
habían entrado por otra puerta y sabido que 
don Diego la llevaba, sin se detener más, lo 
alcanzaron, que no les llevaban de ventaja 
una hora. Luego don Diego proveyó que la 
Princesa fuese siempre media legua adelante 
con cierta gente de guarda, y á las veces iba 
una legua; y él con la gente quedó en la re- 
taguarda. 

Los franceses alcanzaron á don Diego sa- 
liendo por la puerta de la cibdad. Don Diego 
volvió á ellos y pelearon de ambas partes, 
adonde hubo algunos muertos de ambas par- 
tes, y comenzaron á andar, y los franceses á 
seguirlos. Volvían á ellos y peleaban, y otras 
veces se apartaban á caminar. Pocos días ha- 
bía que los franceses no los acometían, y los 
españoles volvían á ellos y los acometían y 
peleaban con ellos y les ofrecían la batalla, y 
jamás los franceses la quisieron aceptar, sal- 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



385 



vo ir tras ellos dándoles en la retaguarda al 
tiempo que les parecía poderse aprovechar 
de ellos. Los unos y los otros dormían siem- 
pre en el campo y con mucho recaudo. Mas 
el mayor trabajo que llevaban era la falta de 
mantenimientos, porque no se los querían dar, 
y no iban en tiempo de los tomar por fuerza. 
De esta manera, pasando mucho trabajo y su- 
friendo mucha necesidad, llegaron á tierras del 
señor Próspero Colona, donde les dieron to- 
dos los mantenimientos que hobieron me- 
nester. 

Los franceses, visto el poco fruto que saca- 
ban y la gente que perdían, se volvieron, y 
don Diego llegó con la Princesa á Castellón, 
adonde halló al Gran Capitán que salió á re- 
cebir á la Princesa con todo su campo, y le 
hizo muy buen recibimiento. De allí se fué la 
Princesa á la cibdad de Ñapóles, y luego el 
Gran Capitán le invió á entregar su princi- 
pado. 

CAPÍTULO XVllI 

De cómo á esta sazón murió el Papa Alcxan- 
dte y porqué ocasión. 

En esta sazón supo el Gran Capitán por 
cartas del embajador Francisco de Rojas 
cómo á los trece días de Agosto del dicho año 
de quinientos y tres años murió el Papa Ale- 
jandro, que, como hemos dicho, era de nación 
español, natural de Játiva, en Aragón, llama- 
do antes don Rodrigo de Borja. Y la ocasión 
que hubo de que se causó su muerte fué que 
Césaro Borja, su hijo, hizo un banquete á 
ciertos Cardenales en casa del Cardenal 
Adriano de Corneto, en cuyo jardín cenaban; 
y avisando el Césaro al botyller del frasco 
que había de dar de beber á los Cardenales, 
adonde estaba el tósigo, erró el frasco y dio 
al Papa y á Césaro del frasco toxicado y al 
Cardenal de Corneto, y á los otros á quien el 
Césaro quería toxicar dio del que no tenía 
ponzoña. Luego sintieron el daño, y los médi- 
cos hicieron todos los remedios que humana- 
mente pudieron hacer; mas como el Papa era 
viejo, no pudo naturaleza ayudarle, como lo 
hizo al Césaro, que era mozo, y aunque con 
todos los remedios que le hicieron, quedó 
muy malo y pensaron que no viviera. A toda 
Italia fué muy aplacible el mal del Césaro por 
quitar de aquella provincia un tan perjudicial 
hombre, que ninguna cuenta tenía con la re- 

Cvónicax del Gran Capitán. 25 



ligión, ni con amigos ni enemigos. Y aun sus 
amigos del bando ursino se holgaban, y todos 
decían ser aquel justo juicio de Dios, por ser 
aquel tirano tan inhumano y cruel que á 
ningún género de hombres perdonaba. Por- 
que con veneno había muerto algunos Carde- 
nales, porque eran poderosos y ricos. Y no 
bastaron las muchas plegarias y oraciones de 
todo el pueblo y de toda Italia para que Dios 
lo llevase y les quitase una persona tan per- 
judicial á toda aquella nación. Con todos los 
remedios que le hicieron quedó tan malo que 
estuvo muy al cabo de tanta flaqueza y tan 
hedionda, que no había quien entrase á do él 
estaba. Y el mesmo Cardenal de Corneto, 
aunque le fueron hechos muchos remedios, 
quedando vivo, fué tan abrasado de aquel 
maldito veneno que mudó todos los cueros y 
pellejo del cuerpo, y nunca fué bien sano 
mientras vivió. El Papa quedó tal que se puso 
tan negro y tan hediondo que aun para lo en- 
terrar con gran dificultad podían. 

CAPÍTULO XIX 

De las cosas que después de la muerte del Papa 
Alexandre acontecieron en Roma. 

Oída la muerte del Papa Alexandre, los co- 
luneses el Próspero, Fabricio Colona con An- 
tonio Colona y sus parientes, tomando licen- 
cia y favor del Gran Capitán, se partieron á 
gran priesa para Roma para cobrar con las 
armas las tierras que el Papa y su hijo Césaro 
Borja les habían quitado contra toda razón y 
justicia. Llegados con grande presteza á 
Roma, el Césaro, no pudiendo hacer otra cosa, 
se las entregó, así por su grave enfermedad 
como por no se enemistar con los coloneses, 
porque tenía por enemigos á los ursinos, á 
quien tenía enojados por les haber muerto 
muchos de casa ursina. 

Los coloneses recibieron esta liberalidad, 
aunque hecha por fuerza y contra su volun- 
tad; con que recobraron á Chinarano y á Nep- 
tuno y á Herculano y á Roca de Papa, forta- 
lecidas y proveídas por el Papa y su hijo de 
torres, muros y grandes edificios. 

Como el Borja César se vio tan enfermo y 
tan sin amigos, se recogió al Palacio sacro 
con buen ejército de españoles, de quien él 
siempre se había fiado; en tanta manera que 
los Cardenales queriendo criar nuevo Pontí- 



386 



CRÓNICA MANUSCRITA 



fice no tuvieron por lugar seguro el Palacio 
sacro, antes se recogieron en la Minerva, que 
es un monasterio de dominicos muy insigne y 
fuerte. Fué cosa muy nueva y no vista que 
los Cardenales con tan grande infamia no 
osasen elegir Pontífice en su ayuntamiento del 
Sacro Palacio y que se perdía toda la repu- 
tación de los magistrados romanos si aqué- 
llo no remediasen. Por lo cual todos los mis- 
mos magistrados ayuntados en Campodolio 
consultaron y se resolvieron y determinaron 
que tocaba á su oficio y reputación dar lugar 
seguro y libre al Sacro Colegio de los Carde- 
nales para que libremente según Dios orde- 
na criasen nuevo Pontífice; y que primero lo 
tentasen pacíficamente, y cuando no, con las 
armas en las manos; porque á ellos tocaba te- 
ner segura á Roma, así para los extranjeros 
como para los naturales ciudadanos. Trata- 
ron este negocio de manera que acabaron con 
el Borja que él se fuese á Nepi, una villa y 
castillo suyo muy fuerte fuera de Roma; lo 
cual él hizo y sacó su gente y la llevó consigo, 
porque no pudo hacer otra cosa. 

En este tiempo los Ursinos, seyendo su ca- 
beza y capitán Bartolomé de Albino, entró en 
Roma con muchos de Casa Ursina y mató al- 
gunos españoles y quemó la puerta del Bel- 
veder, ó del Turión que llaman, y quiso entrar 
en Sant Pedro, de donde se siguió un gran 
ruido y alboroto. 

CAPÍTULO XX 
De lo que. en este tiempo hizo el Oran Capitán. 

Estando Roma pacificada, los Cardenales en 
8u cónclave, según lo han de costumbre, fué 
criado Pío tercio, llamado antes Picolomeneo, 
Cardenal de Sena, sobrino del PapaPío segun- 
do, hijo de su hermana, á los treinta días des- 
pués de la muerte del Papa Alexandre. Que- 
riendo los Ursinos hacer guerra y vengar las 
injurias pasadas que la Casa Ursina del Cé- 
sar había recebido, el Pío tercio nuevamente 
criado lo trajo y lo aposentó en Santángelo. 
El Gran Capitán, hallando bastante ocasión, 
tentó á los capitanes españoles, los cuales 
estaban á sueldo por el César Borja, que le 
pidiesen licencia y se viniesen para él, porque 
él les daría muy buenas pagas así á ellos como 
la infantería y soldados que tenían, y sirviesen 
á los Reyes de España, de donde eran hijos 



naturales; porque tenía nueva que el Rey Luis 
de Francia inviaba á cobrar el reino de Ña- 
póles con un muy grueso ejército, y por capi- 
tán á Francisco de Gonzaga, Marqués de 
Mantua, para que se juntase con el de Saluces 
que acá estaba, y venía con él mos de Tramo- 
lia, un capitán de mucha autoridad y muy dies- 
tro en las cosas de la guerra. 

Pues requeridos estos capitanes y la infan- 
tería que en su milicia estaban con el César 
Borja, tuvieron por más principal cosa la hon- 
ra de la nación y patria que los intereses par- 
ticulares que del Borja recibían. Estos capita- 
nes fueron don Hugo de Moneada, don Pedro 
de Castro, don Hierónimo Lloriz, Consiscet, 
Diego de Quiñones, de ilustre sangre del reino 
de León y muy diestro en las cosas de la gue- 
rra. Estos capitanes con su gente muy diestra 
y valiente llegaron al campo del Gran Capi- 
tán, de quien fueron muy bien recebidos, y 
dadas sus pagas, de que quedaron muy con- 
tentos. 

Tras esto tentó el Gran Capitán á los Ursi- 
nos, prometiéndoles grandes premios si qui- 
siesen seguir la parte de los Reyes de España. 
Pareció esta cosa al principio muy dificultosa, 
porque no cabía en entendimiento humano 
que los Ursinos y Coluneses, discordes entre 
sí con tan antiguas enemistades de contrario 
bando, se ayuntasen en una milicia y en una 
voluntad y en un mismo campo. Los Ursinos 
tuvieron ocasión de buscar nueva manera de 
remedio para sus estados y deseaban tomar 
venganza de aquél en el tirano, porque había 
muerto muchos caballeros y muy principales 
de los Ursinos, con no creída crueldad por les 
tomar sus tierras, y también porque Trancio, 
embajador del Rey de Francia, hacía poca es- 
tima dellos, porque sabía que, quisiesen ó no, 
airados y pagados^ aunque fuese contra su 
voluntad habían de seguir la Casa de Francia, 
y más veniendo un tan grueso ejército como 
venía de Francia, que pasaba de treinta mil 
hombres con Francisco de Gonzaga, como 
dijimos; y el mos de Trancio los desdeñaba 
teniéndolos en poco, porque juntos un día, 
ofreciendo al dicho Trancio sus estados y ser- 
vicio con todo lo que más podían, les respon- 
dió muy tibiamente y no comomerecían los pe- 
ligros y trabajos que de la guerra suelenrecre-| 
cerse, y teniendo en casa la guerra que se 
esperaba. Porque el Trancio tenía por muy 
cierto que los Ursinos sin premio alguno 



DEL GRAN CAPITÁN 



387 



habían de servir al Rey de Francia, no pen- 
sando que bastase ningún agravio, por mayor 
que fuese, que les hiciese apartar de aquella 
antigua opinión y enemistad que con los con- 
trarios tenían. 

Bartolomé de Alviano, que, como dijimos, 
era el principal de la Casa Ursina, y los otros 
de su bando, no pudiendo sufrir la soberbia 
é insolencia del Trancio, que les daba á enten- 
der que el Rey de Francia tenía la victoria en 
la mano y que no estaba en más de llegar el 
grueso ejército que esperaban, y que á esta 
causa ninguna necesidad tenía de los Ursinos. 
Pues juntos todos los Ursinos en una confor- 
midad, salvo Jordán Ursino, hijo de Virginio 
Ursino, que no se quiso juntar con ellos, sien- 
do todos conformes, trataron con el Oran 
Capitán que, dándoles muy gruesas pagas, 
viniesen á él á le servir con dos mil hombres 
entre caballos ligeros y hombres de armas, y 
más cuatro banderas de infantería. Pues de- 
terminados de seguir la Casa de España, el 
Próspero y Fabricio Colona, con los o+ros 
señores coloneses, con grandes persuasiones 
y muy amicísimas palabras los trujeron á que 
se hallasen en la guerra que se esperaba y en 
la victoria presente, ofreciéndoles tuviesen 
cierta confianza de recebir de los Reyes de Es- 
paña aquellos premios que de un capitán tan 
excelente, como era el Gran Capitán y de tan- 
ta fe y palabra. Los Coloneses quedaron por 
fiadores de que todo se cumpliría al pie de la 
letra como les era ofrecido; y lo mismo ofre- 
ció don Diego de Mendoza, que presente esta- 
ba, de quien los Ursinos tenían mucho crédito. 

Los caballeros Ursinos que fueron á esta 
jornada eran: Bartolomé de Alviano,Ludov¡co, 
hijo del Conde de Petillán; Rienzo de Chcri, 
Julio Vitelio, Fabio, hijo de Paulo Ursino, 
aquel que fué muerto por mandado del César 
Borja; Francisco Ursino, que después le vimos 
Cardenal. En este tiempo, visto que se le aca- 
baba la vida al Papa Pío tercio de su grave 
enfermedad, tratabaCésarde Borja de favore- 
cer al Cardenal de Rohan para que fuese Papa. 

CAPÍTULO XXI 

De lo que aconteció al Gran Capitán estando 
sobre Gaeta. 

Estando un día el Gran Capitán sobre Gae- 
ta, comiendo en su tienda, vino un tiro de 



culebrina y llevó la cabeza á un paje que 
tenía un plato de manjar junto á la mesa. Este 
paje era hijo de Luis de Pernia, y estaba 
comiendo á la mesma mesa del Gran Capitán 
su padre, y como algunos se alterasen, dijo 
el Gran Capitán: «Sosegaos y haced ente- 
rrar ese paje muy honradamente», y á su pa- 
dre le dijo: «Luis de Pernia, Dios Nuestro 
Señor lleva al cielo á los buenos de muerte 
arrebatada, como ésta de vuestro hijo, para 
les dar descanso, y á los de la edad de vues- 
tro hijo, cuando son tales como él era, por- 
que la malicia no les mudase con la edad sus 
buenas costumbres y corazón». Luis de Per- 
nia le respondió sin ninguna alteración: «Yo, 
señor, cuando á mi hijo engendré, bien sabia 
que era mortal y que lo tenía emprestado 
hasta que fuese la voluntad de Dios de me 
lo pedir. Agora que fué su voluntad de me 
lo llevar, bendito sea su santísimo nombre, 
y más llevándolo en vuestro servicio». El 
Gran Capitán acabó de comer, y todos en 
el lugar que antes estaban, sin que hobie- 
se mudanza ninguna. 



COMIENZA EL OCTAVO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ, 
GRAN CAPITÁN DE ESPAÑA, HIZO Á LOS 
REYES DE FRANCIA EN EL REINO DE ÑA- 
PÓLES. 

CAPÍTULO I 

De las cosas que pasaron estando en el cerco 
de Gaeta. 

Estando en aquel cerco de Gaeta hablando 
el Gran Capitán con don Antonio de Cardo- 
na, capitán de infantería muy valiente, miran- 
do unos reparos que se hacían, vino del mon- 
te de Gaeta una pelota de culebrina, y dio 
en un mármol, del cual saltó una brizna ta- 
maña como medio dedo, y clavóscle á don 
Antonio por el muslo, de que murió dentro 
de dos horas; y dio tan gran golpe en el már- 
mol, al cual estaba arrimado el Gran Capitán, 
que le hizo dar muy gran caída en el suelo, de 
la cual se levantó sin lesión alguna ni turba- 
ción. 



388 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPITULO II 



De un milagro que Dios hizo por el Gran Ca- 
pitán en aquel mesmo cerco. 

Estando una noche el Gran Capitán echado 
de bruces sobre una cama, rezando sus devo- 
ciones, vino de Gaeta un tiro de culebrina y 
pasó la pared y dio en la cama adonde el Gran 
Capitán estaba, y llevó á ella y á él un trecho 
sin le hacer mal alguno; de donde se levantó 
el Gran Capitán sin lesión ni alteración, como 
si ninguna cosa le hobiera acontecido. Este 
tiro que mató al Cardona y había hecho los 
daños pasados estaba asestado entre dos 
peñas en el monte de Gaeta, y hacía mucho 
daño, porque alzaban una gran compuerta que 
cubría la concavidad de aquellas dos grandes 
peñas mientras lo quitaban para lo cebar, y 
después que lo traían cebado alzaban aque- 
llas compuertas. Esto se vía muy claro del 
campo de los españoles. 

El Gran Capitán llamó á los artilleros y les 
dijo que al que aquel tiro desbaratase le 
haría mucha merced. Todos los artilleros 
asestaron el tiro, y el primero que tiró, al 
tercer tiro, fué á tiempo que los franceses, 
teniéndolo ya cebado, acabábanlo de asentar. 
A esta hora llegó la pelota y entró por la 
boca del tiro y reventó el tiro y mató á todos 
los que allí estaban. El Gran Capitán hizo 
gran merced á este artillero. 

CAPÍTULO III 

De un milagro que Dios Nuestro Señor hizo 
por el Gran Capitán en este cerco de Gaeta. 

Todo el tiempo que el Gran Capitán estu- 
vo sobre Gaeta, siempre su artillería jugaba 
contra Gaeta y teníale ya derribado un lien- 
zo del muro, aunque de dentro estaba muy 
reparado, y dende acá fuera parecía haber al- 
guna disposición para les poder entrar. Y un 
día determinó el Gran Capitán que otro día 
en amaneciendo se combatiese la cibdad y 
les entrasen por allí. Luego el día siguiente 
por la mañana comenzó el ejército de ir dere- 
cho á aquella parte por do dijimos que esta- 
ba derribado el muro, llevando la avanguar- 
dia el Próspero Colona y Duque de Termoli 
y Pedro de Paz, y no estaban de aquel muro 
derribado más de cincuenta pasos. Queriendo 
ya la avanguardia arremeter, se echó del muro 
abajo un artillero y abajó sin lesión alguna, y 



se fué derecho al Próspero y á los otros ca- 
balleros, y les dijo: «Por amor de Dios, seño- 
res, no trabajéis de entrar por aquella parte; 
que sed ciertos que ninguno de vosotros es- 
capará; porque tienen los franceses tan repa- 
rada aquella entrada, así de pólvora como de 
abrojos de herró y todo el suelo sembrado, 
que ninguno de los que entraren quedará vivo. 

Entretanto que esto pasaba en la avanguar- 
dia, en la retaguardia á do iba el Gran Capitán 
se oyó sobre la gente de guerra una voz muy 
clara en el aire, enfrente del Gran Capitán 
que dijo: «Gonzalo Hernández, no combatas á 
Gaeta por aquella parte que lo quieres hacer, 
que te vendrá muy gran daño y muerte de 
muchos». Todos los que allí iban oyeron la voz 
muy clara, y no parecía de persona mortal. El 
Gran Capitán estuvo espantado y preguntó 
quién había dicho aquella voz. Todos respon- 
dieron que no sabían. Un soldado dijo á vo- 
ces: «Quién ha de ser sino Dios, que os avisa; 
dello, y yo lo creo así; todos lo crean así».; 
El Gran Capitán se apeó y se hincó de rodi 
lias, y alzadas las manos al cielo dijo: «Tú, 
Señor, eres justo juez y siempre usas de justi- 
cia y de misericordia. Tú nos muestras el ca- 
mino con que tu Divina Majestad sea servida». 

A esta hora llegó un jinete del Próspero 
avisándole de lo que aquel artillero había di- 
cho: cómo él era navarro y muy aficionado á la 
casa de Francia y enemigo de la de Aragón, 
y teniendo en la mano la mecha para cebar 
los tiros y la pólvora con que fuesen los es- 
pañoles quemados, si por alli combatiesen, 
fué tomado en el aire y bajado del muro aba- 
jo y que avisase dello á los de la avanguar- 
dia. El Gran Capitán invió á decir al Próspe- 
ro y á los otros caballeros que venían en la 
avanguardia que no combatiesen por allí, 
sino que guiasen el campo hacia el burgo. 

Visto por los franceses que los españoles 
habían sido avisados del engaño que les te- 
nían aparejado, pusieron fuego á la pólvora 
y ardió por grande espacio y con grande 
ría y alzó mucha llama. 

CAPÍTULO IV 

De una embajada que Juliano de Saona, 
denal de Sant Pedro ad Vincula, invió al 
Gran Capitán en este tiempo. 

Estando aquí el Gran Capitán, le vino un 
criado de Juliano de Saona, Cardenal de Sant 




DEL GRAN CAPITÁN 



389 



Pedro ad Vincula, con letras de creencia y 
instrucción del mismo Cardenal, avisándole 
cómo el Papa Pío tercero, que había sido 
criado por Vicario' de Dios en Roma, estaba 
ya desahuciado de los médicos, que no podía 
vivir dos días; en que suplicaba al Gran Ca- 
pitán que, porque él sabía la mucha parte 
que en Roma tenía en el Collegio de los Car- 
denales, así españoles como italianos, le su- 
plicaba les escribiese lo criasen por Pontífice, 
que todo sería para servicio de los Reyes de 
España y suyo, con quien él siempre había 
sido aficionado, y que él vería cuan grato le 
sería si de su mano recibiese aquel beneficio. 

Este Cardenal era ginovés, natural de Sao- 
na, sobrino que fué del Papa Sixto, hijo de 
su hermana, flaire que fué el Sixto de la Or- 
den de San Francisco. El Gran Capitán luego 
á la hora invió á Roma á su secretario Her- 
nando de Baeza á los Cardenales españoles 
y á Francisco de Rojas, embajador. También 
invió en compañía de su secretario á un ca- 
ballero neapolitano, persona principal de la 
casa de Sant Severino, con quien escribió á 
los Cardenales italianos. Llegados estos dos 
embajadores en Roma, se dieron tan buena 
maña y pusieron tan buena diligencia que 
fueron parte que el Sacro Collegio criase por 
Pontífice al dicho Juliano, y fué llamado Julio 
segundo. El cual dio al caballero italiano el 
arzobispado de Melfa, y al Hernando de Bae- 
za le invió por su hijo, el chantre de Sevi- 
lla ('), y lo hizo su camarero y le dio los be- 
neficios y dignidades que sus hijos hoy tienen. 

Fué este Julio muy buen Pontífice, muy ce- 
loso de conservar el patrimonio de la Iglesia 
y sobre ello pasó muchos trabajos. Tomó por 
fuerza de armas á Bolonia, que la tenía ocu- 
pada y tiranizada un tirano llamado micer Juan 
de Bentivolla con favor del Rey de Francia, de 
quien los Pontífices pasados no habían podido 
restituirla á la Sede Apostólica. Verdad sea 
que como hombre tuvo algunos afectos. 

CAPÍTULO V 

De cómo los de Roca Guillermo se alzaron por 
Francia y prendieron á don Tristón de 
Acuña. 

A los catorce días de Agosto de este mes- 
mo año los de Roca Guillermo, de quien diji- 

0\ Al margen: «Llamóse eite chantre donjuán Ro- 
dríguez de Baeza». 



mos en uno de los capítulos precedentes que 
se habían entregado al Gran Capitán con la 
villa y fortaleza y le habían dado cinco mil 
ducados porque no les saqueasen el pueblo, 
y cómo el Gran Capitán aceptó el partido y 
dejó allí por alcaide y gobernador á don Tris- 
tán de Acuña. Estos de Roca Guillermo eran 
aficionados á la Casa de Francia y enemigos 
de la Casa de Aiagón. Víspera de Nuestra 
Señora de Agosto, que fué á los catorce días 
del dicho mes, bajando don Tristán á oir misa 
á la villa, inviaron á decir á mos de Alegre, 
que estaba, como d jimos, en Gaeta, que tenían 
sabido quel alcaide había de bajar á la villa 
víspera de Nuestra Señora, que si les inviase 
algún capitán con gente, que ellos se alzarían 
con la villa y prenderían al dicho alcaide en la 
iglesia, y que preso el alcaide, sería muy fácil 
cosa tomar la fortaleza, que no es fuerte, que 
no podía quedar dentro sino poca gente. Mos 
de Alegre no quiso encomendar aquella jor- 
nada á persona alguna, sino fué él mismo. 
Vino con ochocientos hombres de armas á la 
hora que tenía concertado, y bajado el alcaide 
don Tristán de Acuña, le prendieron y toma- 
ron luego los franceses y los de la villa al 
alcaide con muy mal tratamiento, y lo lleva- 
ron á la vista de la fortaleza, y dijeron á los 
que en ella habían quedado que rindiesen lue- 
go la fortaleza, si no que allí le degollarían su 
alcaide, y atados pies y manos lo tendieron 
en aquel suelo, haciéndole allí muchos vitu- 
perios, y un francés sacó su espada y se la 
puso á la garganta. 

En la fortaleza habían quedado solos tres 
hombres, porque todos los otros habían baja- 
do con el alcaide y eran alabarderos del Gran 
Capitán, y porque allí hicieron tan bien su de- 
ber y con tanto esfuerzo, diremos sus nom- 
bres, porque sus hijos gocen de la gloria de 
sus padres. Al uno llamaban Pero Mellado, 
vecino de Loja; al otro Francisco Bravo, veci- 
no de Illora, y al otro llamaban Francisco 
Monge, natural de Jaén. Estos tres solos que- 
daron en la fortaleza. Visto por ellos el reque- 
rimiento y cómo tenían puesto el cuchillo á 
la garganta al alcaide, el uno de los tres arro- 
jó desde el muro una espada muy buena y dijo; 
«Mirad, si esa espada que tenéis puesta á la 
garganta á nuestro alcaide no es buena, veis 
ahí una que os doy mí fe que tiene mejores 
filos que otra, y cortalde la cabeza, que por 
cien mil vidas de otros tantos alcaides no os 



390 



CRÓNICA MANUSCRITA 



rendiremos la fortaleza»; y más les dijeron: 
«y porque sepáis en qué os tenemos y que 
tenemos bastimento para muchos días», arro- 
járonles un gran costal de pan y les dijeron: 
♦Mirad, borrachos, sabed que solos tres que- 
damos aquí y que somos alabarderos del 
Gran Capitán, y porque veáis que tenemos 
vituallas, tomad ese pan que ahí va, y sabed 
que diez años os defenderemos esta plaza, y 
antes de muchos días os hemos de cortar las 
cabezas á cuantos ahí estáis». 

Los franceses y aun los de la villa tomaron 
desto tanto enojo, que les dieron un asalto 
muy recio con muchos ingenios; mas los tres 
la defendieron de arte que los franceses esta- 
ban espantados del ánimo de aquellos y del 
trabajo que sufrían, y tuvieron por cierto que 
les había venido socorro. 

CAPÍTULO VI 

De lo que el Gran Capitán proveyó, sabida la 
rebelión de los áe Roca Guillermo y la pri- 
sión del alcaide. 

Luego otro día, que fué día de Nuestra Se- 
ñora, supo el Gran Capitán esta nueva, aun- 
que no supo si habían tomado los franceses 
la fortaleza. Llamó á Pedro Navarro y díjole: 
«Tomad mil soldados y id á Roca Guillermo y 
Dios vaya con vos y su bendita Madre». Pe- 
dro Navarro tomó su camino y llegó cerca de 
la villa de noche; iban hablando francés, por 
las centinelas. Oído por una dellas, salió al 
camino á los españoles; dijeron á la espía que 
iban á se meter dentro, inviados desde Gaeta, 
que les contase cómo habían tomado la villa. 
Aquel francés lo contó todo y cómo en la for- 
taleza habían quedado solos tres españoles 
como tres diablos, y cómo habían sido com- 
batidos y no les habían podido entrar. Asi- 
mismo les comenzó á contar lo del alcaide, y 
cuando esto decía estaba saltando de placer, 
de que un alabardero español se enojó, alzó 
la alabarda y le hizo la cabeza dos partes; de 
que Pedro Navarro se enojó mucho de él por 
lo que había hecho, que ya que aquello quería 
hacer fuera [mejor] cuando les hobiera conta- 
do todo lo que pasaba. El soldado le replicó: 
«Pesar de tal, que mientras os estáis infor- 
mando de aquel borracho, les hubiéramos te- 
mado la villa». 

Pues sabido por Pedro Navarro, acercóse 



con la gente que llevaba hacia la fortaleza, y 
él muy secreto se fué al rebellín, que estáfuera 
de la villa hacia la parte que vio velar uno de 
aquellos alabarderos, y díjole: «¿Quién vive?» 
El alabardero respondió: «¿Quién ha de vivir 
sino España y el Gran Capitán?» Pedro Nava- 
rro ledijo:«¿Conoceisme?» El alabardero repli- 
có: «Si la voz no me engaña, vos sois el Conde 
Pedro Navarro. ¿Qué mandáis que se haga?» 
«¿Hay, dijo Pedro Navarro, algún postigo por 
donde podamos entrar secretamente?» «Sí» 
dijo aquel alabardero. Y entraron por allí to- 
dos los quinientos soldados que allí iban, «y 
los otros se vayan á la puerta de la villa, y 
los primeros que entraren acudan á matar 
las guardas que están á las puertas y abrir- 
las para que todos entren». A Pedro Navarro 
le pareció aquel consejo muy bueno y túvolo 
por hombre de buen juicio. 

Pues vuelto Pedro Navarro, los medios 
entraron por aquel postigo y los otros se fue- 
ron á la puerta de la villa, y muertas las guar- 
das, abrieron las puertas y entraron todos, y 
los unos y los otros comenzaron á decir «¡Es- 
paña, España!» Los franceses estaban muy 
reposados y muy seguros de lo que les avino, 
y fueron tan turbados que no se pusieron en 
defensa. Fueron todos presos y mos de Ale- 
gre con ellos. Fué saqueado el lugar por los 
soldados. Húbose de allí mucho despojo, y 
entre otras cosas se hubieron ochocientos ca- 
ballos y otros tantos arneses, que fueron muy 
necesarios para la guerra que se esperaba, y 
muchos cativos. Fué la fortaleza muy baste- 
cida y rescatado don Tristán por mos de Ale- 
gre, el cual la defendió y sostuvo como muy 
buen capitán. 

CAPÍTULO Vil 

De lo que aconteció á seiscientos soldados fran^ 
ceses que venían en socorro de los de Roca 
Guillermo, pasando por un lugar que se lla- 
ma Atre. 

A la sazón que mos de Alegre entró en Roca 
Guillermo, invió luego á Gaeta por seiscien- 
tos soldados para que viniesen luego á Roca 
Guillermo, y pasando por un lugar que se lla- 
ma Atre, que está en un paso por donde los. 
franceses habían de pasar, sabiendo ya los de 
Atre cómo Roca Guillermo estaba por los es- 
pañoles y todos los franceses presos con su 



DEL GRAN CAPITÁN 



391 



capitán mos de Alegre, y este lugar era muy 
aficionado á la Casa de Aragón, pusiéronse 
los villanos en aquel lugar y mataron muy 
gran parte de los franceses, y á los que vivos 
quedaron les prendieron y ataron con sogas, 
cordeles y coyundas; y ellos y sus mujeres, 
hijos y hijas los llevaban atados como á bes- 
tias, dándoles de palos, hasta que los presen- 
taron al Gran Capitán en Castellón. Porque 
no había tantos hombres en el lugar los lle- 
vaban las mujeres, y ellos iban con harta 
paciencia^ Mujer hubo que llevaba cuatro 
franceses atados con una soga, las manos 
atrás, que su marido se los había atado. 

Cuando el Gran Capitán lo supo, convidó á 
todos aquellos señores para que viesen el 
más triste espectáculo del mundo, y les dijo: 
«Yo os agradezco tan buen presente, mas 
hágoos saber que ninguna cosa hay de tanto 
precio como el enemigo muerto, porque el 
vivo ninguna cosa vale». Luego mandó des- 
atar á los franceses y soltallos. A los de Atre 
hizo mucha merced y les dio muchas joyas y 
vituallas y bastimentos de lo que habían 
saqueado en Roca Guillermo, y á los soldados 
compró muchas joyas para las mujeres y les 
mandó dar de vestir y á las mozas; con que 
se volvieron ricos ellos y ellas, y muy alegres 
de buena ventura, 

CAPÍTULO VIII 

De cómo vino aquí á Castellón el ejército que 
estaba en Calabria. 

Estando el Gran Capitán aquí en Castellón, 
vino allí el ejército que estaba en Calabria con 
el Andrada y todos los otros capitanes que 
allá estaban. No venían muchos, porque los 
más quedaban repartidos en las fortalezas y 
lugares, porque no hubiese en aquella pro- 
vincia alguna rebelión. Pues llegados, el Gran 
Capitán los recibió con muy alegre gesto, y 
los abrazó y besó en el carrillo al Andrada, al 
Carvajal, al Benavides, al Leiva, á los dos 
Alvarados, padre y hijo, al Alarcón y á todos 
los otros capitanes, ensalzando sus hechos 
hasta el cielo, diciéndoles que con su venida le 
habían á él sucedido las cosas tan bien, que 
acá había sentido el calor de su victoria, con 
otras muy buenas palabras; porque sin duda 
fué este claro varón el hombre de todos cuan- 
tos hemos visto ni oído que mejores palabras 



ni obras tuviese cada que eran menester. Fué 
en quien decir y hacer siempre anduvieron 
juntos. También les dijo que agora con su 
venida no tenía en nada á toda Francia que 
bajase á Italia; y que no le pesaba sino por- 
que los franceses que venían no eran sino 
treinta mil hombres, y los que acá estaban 
serían hasta diez mil; así que serían hasta 
cuarenta mil hombres, y que llegaban cerca 
de Roma, 

Aquellos capitanes se le humillaron y le 
dieron las gracias por la honra que les daba, 
diciéndole que creyese su señoría que en 
todo lo que se habían hallado y les había 
bien sucedido que había sido porque siempre 
traían á su señoría delante los ojos, y que en 
sus méritos y buenaventura les había suce- 
dido también el próspero suceso suyo. Luego 
les mandó aposentar, y comunicaba con ellos 
todo lo que se había de hacer, y les hacía el 
tratamiento que sus personas merecían; de 
que ellos estaban muy contentos y deseosos 
de emplearse en su servicio y en las mayo- 
res afrentas que se ofreciesen, 

CAPÍTULO IX 

De una batalla naval de ciertas galeras de 
España contra la carraca Charenta, de los 
franceses. 

Estando el Gran Capitán y su campo en 
esta villa de Castellón, venía cada mañana la 
carraca Charenta, de quien atrás dijimos en 
los postreros días de Agosto, á visitar el 
campo de los españoles, y echábales por 
proa una rociada de pelotas con que mataba 
muchos dellos; y cuando se volvía por popa 
hacía otro tanto, y volvíase á su salvo, sin 
que se lo pudiesen estorbar ni guardarse 
della. 

Había llegado á esta sazón don Remón de 
Cardona, catalán, que fué después Virrey de 
Ñapóles, con dos galeras, en que traía muy 
buena gente; y también vino Villamarin, que 
era capitán de otras dos galeras. El Gran 
Capitán encomendó á don Remón que toma- 
se consigo á Villamarin y á Juan de Lezcano 
y juntase las más galeras que pudiese, y en 
viniendo la Charanta peleasen con ella- El 
Remón juntó diez y seis galeras y se puso á 
punto para acometer á la Charanta cuando 
viniese, y se pusieron en parte que no pudie- 



392 



CRÓNICA MANUSCRITA 



ron ser vistos. La Charanta vino á sus horas 
acostumbradas y comenzó á visitar el campo 
de los españoles, como solía. A esta hora sa- 
lió don Remón con sus diez y seis galeras y 
comenzáronla á lombardear por todas par- 
tes; mas ella se comenzó á defender de ma- 
nera que á la que una vez alcanzaba no te- 
nía necesidad de volver más al agua, y así 
andaba entre ellas como una gran sierpe 
entre gozques. Don Remón mandó que se pe- 
gasen con ella y la entrasen; y él fué el pri- 
mero que se llegó á ella, y lo mismo hicieron 
las otras y Juan de Lezcano; y los de sus ga- 
leras la apretaban mucho, de manera que 
ya andaban pegados con ella, de arte que ya 
le parecía mal la conversación de las galeras, 
que á doquiera que se meneaba las llevaba 
colgadas de sí. A esta hora ya Juan de Lez- 
cano y don Remón la entraban peleando con 
ella y la subían por todas partes. A esta hora 
le vino un viento de tierra, como ella lo desea- 
ba, y con éste se salió dentre las galeras bien 
fatigada y muy espantada de la afrenta en 
que se había visto. Las galeras quedaron 
muy maltratadas y dellas se perdieron. Fué 
cosa de ver la gran priesa que las galeras se 
dieron en aquel poco de tiempo de la carraca, 
y en lo poco que ella las tuvo al principio y 
en lo mucho que las estimó al fin; que si un 
cuarto de hora se tardara el viento, la rindie- 
ran. Con todo esto quedó tan lastimada, que 
en burlas ni en veras volvió á visitar el cam- 
po de los españoles. 

Las galeras que sanas quedaron para siem- 
pre se acordaron de la Charanta. Pelearon 
allí con mucho ánimo los capitanes, principal- 
mente Juan de Lezcano y don Remón de Car- 
dona, que después le vimos Virrey de Ñapó- 
les. Fué este don Remón hombre de mucha 
industria y de grande esfuerzo. Fué después 
por sus méritos y valor Virrey de Ñapóles, 
que es la mayor dignidad que los Reyes de 
España suelen proveer. Después en el año 
del Señor de mil y quinientos y doce años, 
que fué á diez y seis días de Abril, día de 
Pascua florida, fué este Virrey en favor y 
socorro del Papa Julio contra el ejército del 
Rey de Francia que tenía cercado á Rávena. 
Estando la batalla casi vencida por los es- 
pañoles y la gente del Papa, fué certificado 
el Virrey por personas á quien se hubo de 
dar crédito que los españoles eran rotos y 
desbaratados; y visto que dos caballeros es- 



pañoles muy principales huyeron de la ba- 
talla con trescientos hombres darmas, sin 
ver por qué, se recogió á Ancona para ir des- 
de allí á poner en cobro el reino de Ñapóles. 
Y después sacó su ejército y vino sobre ve- 
necianos con muy justa causa que para ello 
tuvo y lombardeó á Venecia, y les hizo reco- 
ger en sus lagunas, y les holló y destruyó la 
tierra. Lo cual de inmortal memoria de hom- 
bres no había Rey ni Emperador hecho jamás 
semejante cosa, si no fué Federico segundo 
Emperador de Alemania; y fué la mayor jor- 
nada que de muchas victorias que hubo al- 
canzó. Este Virrey don Remón venció en la 
batalla de Vicencia á Bartolomé de Alviano, 
que era capitán de venecianos, trayendo en 
su campo cuarenta mil hombres y en el de 
Remón no llegaban á diez mil; la cual batalla 
en calidad hace ventaja á todas las batallas 
que Alejandro y César y Pompeyo vencieron- 

CAPÍTULO X 

De cómo el Gran Capitán mandó degollar á 
un soldado pariente del Condestable de Cas- 
tilla. 



Estando el Gran Capitán en esta villa de 
Castellón, fué avisado que un soldado pa- 
riente de! Condestable de Castilla, don Ber- 
nardino de Velasco, que se llamaba Reincso, 
muy hidalgo y muy valiente, andaba en aquel 
ejército aventurero con veinte compañías, y 
amotinaba á los soldados que pidiesen paga, 
si no que se amotinasen, agora quel campo 
de los franceses venía tan cerca que la bus- 
carían y se la darían; y si no se la diesen, que 
se amotinasen, que él sería su capitán y an- 
darían á toda ropa. 

El Gran Capitán lo llamó y le dijo lo que 
del había sabido, y que él le perdonaba aque- 
lla vez, así por ser pariente del Condestable, 
con quien tenía tan estrecha amistad, como 
porque creía que se enmendaría; y que mirase 
cuan ajeno era aquel oficio de los hombres de 
su calidad, con otras muchas buenas palabras. 
Mas este Reinoso perseveró en su mal pro- 
pósito, y tuvo muchas maneras para persua- 
dir á los soldados hiciesen aquella rebelión. 
Sabido por el Gran Capitán su dañada vo- 
luntad, y en lo poco que tuvo sus consejos, 
lo mandó prender; y hecho proceso contra él, 
lo degollaron en medio de la plaza de aque- 
lla villa de Castellón. 



DEL GRAN CAPITÁN 



393 



CAPITULO XI 

De lo que el Gran Capitán hizo, sabido el 
grueso ejército que de Francia venía ya tan 
cerca. 

El Rey de Francia Luis duodécimo, de 
quien hemos dicho fué avisado de muchos, 
así de su reino como de señores y potesta- 
des de Italia aficionados á la casa de Francia, 
que lo que S. A. había perdido en Italia no 
había sido por la gente de guerra suya, así 
en hombres de armas como ligeros é infante- 
ría, sino por falta de capitanes, lo cual el Rey 
creyó ser así, llamó á Francisco de Gonzaga, 
Marqués de Mantua, que á la sazón era teni- 
do por el mejor y más animoso y de más in- 
dustria que se hallaba; aquel que dijimos que 
desbarató á Charles octavo, su predecesor, 
junto á Parma, cabe el rio Turo, seyendo ca- 
pitán de venecianos; y á este Marqués hizo 
General de su ejército; y asimismo le dio por 
compañero á Juan, Marqués de Saluce'S, un 
muy buen capitán, y muy cuerdo y sabio en 
las cosas de la guerra. Dióle asimismo á mos 
de Tramolla, uno de los mejores capitanes 
que había en Francia, aunque dende á poco 
adolesció de una grave enfermedad que le 
duró mucho tiempo. 

Este Marqués de Mantua llevaba treinta 
mil hombres de guerra, diez mil hombres de 
armas, diez mil caballos ligeros y diez mil 
infantes suizos, sin borgoñones y gascones, 
que no eran pocos, y más muchos tudescos. 
Llevaba más de treinta y seis bocas de arti- 
llería gruesa, cañones, culebrinas y grifaltes. 
Venían con esta gente los que inviaba Man- 
tua, Ferrara, micer Juan de Bentivolla, un tira- 
no de Bolonia que había mucho tiempo que te- 
nía opresa y tiranizada aquella cibdad, que era 
del patrimonio de la Iglesia; y aunque los Pon- 
tífices pasados tentaron muchas veces de la 
poner en libertad, jamás pudieron, por ser 
aquel Bentivolla tan poderoso, hasta que el 
Papa Julio fué con grande ejército sobre él 
y lo echó de la cibdad, y le derribó unas 
muy suntuosas cosas que allí había hecho, y 
redujo aquella cibdad al patrimonio de la 
Iglesia, cuya hoy es; y otras señorías y po- 
testades de Italia venían con ellos. 

El Cardenal Juan Colona, el Cardenal Borja 
y Francisco de Rojas y las espías que con los 
franceses venían, todos afirmaban venir más 



de treinta y seis mil hombres de guerra. Ve- 
nía ganando sueldo con los franceses el 
Maestresala del Gran Capitán, Carrillo de 
Albornoz, de quien atrás dijimos que fué 
causa de tomar á Rubo de la Marina; y con él 
venían asimismo doce españoles á sueldo de 
los franceses, los cuales avisaban cada día, 
y más que Medina había ido á Roma y los 
había contado pasando por los puentes; y to- 
dos se conformaban que pasaban de treinta 
y seis mil hombres. Y porque el Rey Luis 
sentía mucho la pérdida que sus capitanes 
pasados habían hecho de más de ciento y 
cincuenta piezas de artillería, la mejor que 
en Francia ni en Italia se había visto, escogió 
en todo su reino seiscientos hombres de ar- 
mas, los trescientos hijos de señores, de muy 
noble sangre, y los otros trescientos muy 
expertos en la guerra, á los cuales mandó 
dar arneses dorados; y que estos seiscientos 
no tuviesen otro cargo sino de la artillería, 
la cual les recomendó con muy grandes rue- 
gos que mirasen por ella como por su mesma 
persona que allí estuviese, lo cual ellos le 
prometieron ó perder las vidas sobre ello. 

El Marqués de Mantua llevaba solos para 
su persona cincuenta caballos muy escogi- 
dos, los mejores que á la sazón había en Ita- 
lia; otras tantas tiendas y muchos aderezos 
de su persona, porque tuvo por tan cierta 
la victoria como si la tuviera en la manga, 
veyendo que había seis franceses para un 
español, y los señores y potestades de Italia 
en su favor, y más seyendo señores de la 
mar. 

Pues el Gran Capitán llamó á consejo á to- 
dos aquellos señores y caballeros capitanes 
y hombres de guerra, á los cuales avisó de 
cómo ya los franceses venían, y habían ya 
pasado de Roma y dijesen su parecer. A to- 
dos les pareció que se fuese el Gran Capi- 
tán con su ejército á Sant Germán, porque 
está en la raya de aquel reino junto con tie- 
rras de la Iglesia. Pues acordado esto, el 
Gran Capitán con todo su campo se partió 
para Sant Germán, y dejó allí en Castellón á 
Luís de Herrera, su primo, de quien dijimos 
atrás; porque este era un caballero de gran- 
de ánimo, que ni la adversidad le ponía punto 
de alteración ni la victoria le causaba sober- 
bia. Fué uno de ios pilares sobre que se ro- 
deó la guerra de aquel reino. 

Partió el Gran Capitán de Castellón vier- 



394 



CRÓNICA MANUSCRITA 



nes á seis días de Octubre del mesmo año, y 
fué á asentar aquella noche su campo junto 
al río del Careliano; y otro día sábado pasó 
el mesmo rio y fué á Roca de Vanda, que es- 
taba por los franceses, y dejóla sitiada; y otro 
día domingo entró en Sant Germán, porque 
allí estaba en mejor sitio para ofender á los 
franceses y se defender cuando el tiempo lo 
requiriese. 

CAPÍTULO XII 

De cómo el Duque Valentín entregó todo su 
estado al Gran Capitán, y después se pasó 
á los franceses. 

Pocos días antes desto el Duque Valentín, 
hijo del Papa Alejandro, muerto su padre, 
escribió al Gran Capitán ofreciendo su per- 
sona y estado al servicio de los Reyes de 
España, diciendo que le inviase al señor 
Próspero Colona para que le entregaría su 
estado, porque estuviese seguro que segui- 
ría á la Casa de Aragón, de donde él era na- 
tural. Luego el Gran Capitán invió al Prós- 
pero Colona y á don Diego de Mendoza con- 
muy buena gente de guerra y muy escogida, 
así de caballería como de infantería, á los 
cuales entregó todo su estado, como lo había 
prometido por sus cartas; en el cual dejaron 
alcaides y el recaudo que para ello cumplía. 

Luego que el Duque entregó su estado, 
como lo había prometido por sus cartas, se 
pasó al campo de los franceses, ora porque 
los vio venir tan pujantes y tuvo por cierto 
que señorearían el campo y ganarían el reino, 
ora que el Rey de Francia le ofreció mayores 
esperanzas. Mas lo que se creyó fué que, 
visto el grande ejército que los franceses 
traían, no pensó que los franceses dejaran de 
ganar el reino, y que los españoles no fueran 
parte para les resistir; y los más de Italia se 
engañaron en ello, porque, como hemos di- 
cho, pasaban los franceses que venían, con 
los que en Gaeta estaban, de cuarenta y seis 
mil hombres, y muchos y muy sabios capita- 
nes con ellos. Todos, como digo, se engaña- 
ron, como hizo el Duque Valentín. 

Pues visto por el Próspero y don Diego de 
Mendoza que el Duque Valentín se iba para 
el campo de ios franceses, le dijeron que mi- 
rase lo que hacía, que aquel camino no era 
para el campo de los españoles, sino para el 
de los franceses; mirase lo que hacía, que era 



muy gran desvarío y tan gran mudanza, 
habiendo entregado su estado al Gran Capi- 
tán irse al campo de Francia, que así queda- 
ría mal con los unos y los otros. El Duque 
les respondió que él era español y no había 
de dejar de seguir á los españoles. 

Con estas palabras, diciendo que iba á 
cosa que le importaba, los llevó hasta los 
meter en el campo de los franceses. El Prós- 
pero y don Diego, visto el engaño, se comen- 
zaron á volver. Los franceses determinaron 
de los prender. Los españoles se pusieron en 
orden para les dar la batalla, aunque vían la 
gran desigualdad que había de los unos á los 
otros. El Próspero y don Diego dijeron á los 
españoles que se acordasen que aquellos 
eran los primeros españoles que los france- 
ses vían en Italia y que por esta muestra 
habían de juzgar los que en el reino hallarían; 
que les rogaban peleasen como verdaderos 
españoles; que entrambos á dos, el Próspero 
y el Mendoza, les daban su palabra, como 
quien eran, de ser los primeros que rompie- 
sen sus lanzas en ellos, y lo mismo ofrecieron 
los otros capitanes, y que ya que la fortuna 
les otorgase la victoria, que les vendiesen 
bien sus vidas, y no las llevasen tan á su sal- 
vo como ellos pensaban; que se acordasen 
los que vivos quedasen que en ninguna parte 
podían escapar á los franceses y menos al 
Gran Capitán, y que ellos esperaban en Dios, 
si hacían lo que debían, que saldrían con la 
victoria. Los españoles les respondieron que 
ellos harían en aquella batalla que los france- 
ses perdiesen la soberbia que traían, y que 
vencerían ó morirían; y pusiéronse muy en 
orden para darles la batalla, con tanto ánimo 
y alegría, que los capitanes lo tuvieron por 
muy buen agüero. 

Visto por el Borja la maldad que había he- 
cho y lo mal que sonaría en todo el mundo, 
así entre los unos como entre los otros, se 
puso en medio y tuvo forma con los Genera- 
les de Francia que no peleasen con los espa- 
ñoles; lo cual se acabó con ellos» y más vista 
la determinación de los españoles. El Duque 
dijo á aquellos capitanes que se volviesen 
para el Gran Capitán, que él por cierto res- 
peto se quedaba en el campo, de lo cual él 
daría después cuenta al Gran Capitán. El 
Próspero y don Diego se volvieron y halla- 
ron al Gran Capitán en Sant Germán, donde 
le contaron lo que había sucedido. 



DEL GRAN CAPITÁN 



395 



CAPÍTULO XIII 

Cómo el Gran Capitán mandó combatir la Aba- 
día de Monte Casino, adonde se había recogi- 
do Pedro de Médicis, aquel capitán de quien 
dijimos atrás. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo Pedro de Médicis, hijo del magno Lo- 
renzo de Médicis, capitán del Rey de Francia, 
se había recogido á Monte Casino, una abadía 
de monjes benitos, la cual abadía era de Lo- 
renzo de Médicis, su hermano, que después 
fué Papa León décimo; y el Gran Capitán, por 
reverencia del cuerpo de Sant Benito y Santo 
Acacio y de once mil mártires y de otras mu- 
chas reliquias, cuando la otra vez por allí 
pasó no la combatió por la causa dicha, antes 
le movió partido que se diese, y el Pedro de 
Médicis prometió que dentro de seis días se 
saldría de allí. Mas visto el grande ejército de 
franceses que venía y tan poderoso, no quiso 
salirse, pensando de se poder sostener hasta 
que el campo de los franceses llegase, que 
venía ya cerca; estúvose quedo y hízose 
fuerte. 

El Gran Capitán requirió á este Pedro de 
Médicis que se entregase, porque aquello era 
lo que más le cumplía. Vista su determinación, 
mandó á ciertos capitanes que combatiesen la 
abadía y que la artillería les batiese el muro, y 
que no llegasen á la iglesia, y mandó á Medi- 
na, aquel su privado, que ocupase la iglesia, 
para que no la saqueasen los soldados; lo 
cual así fué hecho. Los franceses se comenza- 
ron á defender; mas visto el poco fruto que 
de ello sacaban, y visto que los espaííoles se 
subían á lo alto del monte y que jugaban ya 
la artillería, habiéndoles dado un recio com- 
bate, los capitanes de infantería llamados 
Ochoa y Arteaga, vizcaínos, subieron por una 
soga puesta por cima de la muralla, y el Artea- 
ga entró por una pequeiía abertura que en el 
muro había hecho una pelota; al cual siguie- 
ron sus alféfezy compañeros de bandera. Fué 
tanta la priesa que los soldados se dieron á 
los entrar en aquella abadía, que fué cosa ma- 
ravillosa. El Medina (') con ciertos soldados, 
á quien el Gran Capitán encomendó aquella 
guarda, defendieron las reliquias de los san- 
tos, que estaban puestas en un grande árbol 

(*) Al mareen de letra del sírIo xvu: «Esto Medina so 
llamó Pc.ro Gómez de Mediua». 



todo de plata, y colgados de las ramas el 
cuerpo de Sant Benito y Santo Acacio y mu- 
chas y muy diversas reliquias de muchos san- 
tos. Los soldados robaron cálices y cruces y 
ornamentos y frontales, casullas y almáticas 
con los candeleros de plata; lo cual todo lo 
compró el Gran Capitán á los soldados y lo 
volvió sin quedar cosa alguna y todo lo resti- 
tuyó al monasterio. El Medina tomó de aque- 
llas reliquias un dedo de Sant Sebastián para 
traer á Montilla, y lo dio á D. Pedro de Cór- 
doba, Marqués de Priego, y está hoy en Sant 
Sebastián de Montilla, y los monjes lo tuvie- 
ron por bien, y el Papa le dio licencia para 
que lo llevase por haber tan bien guardado 
todas las otras reliquias. 

Todas aquellas reliquias tomó el Medina y 
las puso por inventario, y las entregó á los 
monjes delante del Próspero y del Duque de 
Termoli. Tomó también aquel Medina un pe- 
dazo del lienzo que Nuestro Señor tuvo ceñi- 
do cuando lavó los pies á sus discípulos, los 
cuales le fueron dados por la fiel guarda 
que hizo de las reliquias, como hemos dicho. 
En dos cajitas de oro las tiene hoy doña Cata- 
lina Hernández de Córdoba, Marquesa de 
Priego, y el Papa dio al Medina, como dijimos, 
la licencia para las dar al dicho Marqués, con 
condición que ningún interese recibiese por 
ellas. 

CAPÍTULO XIV 

De cómo estando el Gran Capitán en esta 
villa de Sant Germán llegaron allí los Ursi" 
nos á le servir. 

Víspera de Navidad deste presente año lle- 
garon á servir al Gran Capitán los caballeros 
Ursinos, de los cuales queremos dar alguna 
sumaria relación para los que no tuvieren tan 
entera noticia dellos. En la cibdad de Roma 
hay dos parcialidades, los unos se llaman Ur- 
sinos y los otros Coluneses, á las cuales acu- 
den no solamente los de aquella cibdad mas 
aún todos los señores y príncipes de Italia y 
aun de toda la cristiandad. Tienen á los unos 
por amigos y á los otros por contrarios. En- 
trambas estas dos Casas son de noble genera' 
ción y muy antigua en Roma; porque los Co^ 
loneses comenzaron habrá cuatrocientos y 
cincuenta años, poco más ó menos, de un 
caballero muy principal llamado Odón, muy 
rico y de muy noble sangre. Los Ursinos ha 



393 



CRÓNICA MANUSCRITA 



novecientos y veinte y dos faiíosj, poco más 
ó menos, y descienden de dos hermanos, muy 
principales caballeros, llamados Urso y Pri- 
miero, hijos de un caballero muy principal 
llamado C. Ursino, los cuales han sucedido de 
padres á hijos hasta los que hoy viven; que 
si quisiésemos relatar por extenso las haza- 
ñas que los pasados destas dos muy ilustres 
Casas, así en la paz como en la guerra, han 
hecho y en favor de la religión cristiana, sería 
muy grande historia. 

Ha habido en estas dos Casas muchos y 
muy valientes capitanes, así en los tiempos 
pasados como en los presentes. Hay de aques- 
tas dos Casas grandes señores en Italia y de 
mucha renta. Entre estas dos Casas de mucho 
tiempo acá ha habido grandes enemistades y 
muchas muertes de una parte á la otra, y las 
más veces los Sumos Pontífices á los unos 
han favorecido, teniéndolos por amigos, y á 
los otros por el contrario. Los Ursinos en los 
tiempos pasados fueron siempre amigos y 
servidores de la Casa de Aragón. 

CAPITULO XV 

De lo que el Gran Capitán proveyó, sabido que 
los franceses venían muy cerca del reino y 
con tanta pujanza. 

Visto por el Gran Capitán que los franceses 
venían muy cerca del reino, y que por banda 
que venían había de ser la primera cosa en 
que habían de topar una villa que se llama 
Rocaseca, que es del Marqués de Pescara, 
don Hernando de Avalos, llamó al coronel 
Villalba y á Zamudio y á Pizarro y á Mercado 
y Espés, á los cuales habló desta manera: 
«Los franceses han de querer quebrantar su 
furia y la braveza que traen en Rocaseca. 
Tomaréis mil soldados de los que en todo el 
campo os pareciere, y meterlos heis en ella. 
"Mirad que invío á vosotros cinco porque sé 
que en calidad, esfuerzo y valentía valéis más 
que todos cuantos franceses vienen de Fran- 
cia. Tengo creído que si á vosotros solos in- 
viara, les defendiérades aquella plaza. Quiero 
que sepan los franceses por esa muestra lo 
que acá han de hallar. A Rocaseca he elegido 
ó para vuestra victoria ó para vuestra sepul- 
tura. Id con la gracia de Nuestro Señor y de 
su bendita Madre, á quien os encomiendo». A 
los soldados dijo: «Dios os guíe, mis leones, 



CAPITULO XVI 

De lo que el Marqués de Mantua y el de Salu 
ees hicieron sobre Rocaseca, y lo que los 
de dentro hicieron. 

Pasando los franceses por cerca de Roma, 
el Papa les invió á avisar que no hiciesen cosa 
desaguisada por do pasasen; si no, que lo 
temían por enemigo; lo cual hicieron así. Pues 
á los quince días de Octubre los franceses lle- 
garon con todo su campo á Rocaseca, que, 
como dijimos, con los señores y potestades 
de Italia pasaban de treinta y seis mil hom- 
bres. Esta villa está puesta en un alto y tie- 
ne muy ruin muro. El Marqués de Mantua 
invió un trompeta, que era su criado á quien 
él quería mucho, á Rocaseca; el cual dijo á los 
españoles que decía el de Mantua que si lue- 
go á la hora sin más responder no rendían 
aquella villa y la entregaban á los franceses y 
tardaban algo en salir della, que los mandaría 
hacer piezas sin ninguna piedad, y sobre esto 
les trató muy mal de palabra. Villalba y Piza- 
rro salieron fuera de la villa en la cuesta, y 



que yo tengo por defendida la villa yendo vos 
á ella». 

Los capitanes y soldados se metieron en 
Rocaseca, como hombres que de la guerra sa- 
bían mucho. Esto fué á los ocho días de Oc- 
tubre. 

Luego el Gran Capitán por su persona dio 
una vuelta á los lugares comarcanos, animán- 
dolos y ofreciéndoles su socorro si hacían lo 
que debían, y que cuando no tuviese con 
quién, él por persona les vernía á socorrer, y 
que tuviesen por cierto, confiando en Dios y 
en su divina justicia, que los franceses volve- 
rían rotos y destrozados como los otros pasa- 
dos habían hecho. Mandó que las espías que 
cada día venían del campo de los franceses 
publicasen que venían desarmados y gente de 
poco ánimo, que los más eran gascones y nor- 
mandos, y ya cansados y gente de suyo ven- 
cida, y otras faltas que dellos mandó publicar 
por amor de los italianos y la otra gente en 
quien no había tanto esfuerzo. Pues habiendo 
proveído y reparado todo lo que en tal caso 
y á tal sazón convenía, se volvió á Sant Ger- 
mán, á esperar lo que les pasaba á los de Ro- 
caseca con los franceses, para socorrer aque- 
lla plaza si menester fuese. 



* 



DEL GRAN CAPITÁN 



397 



tomaron al trompeta á vista de todo el cam- 
po de los franceses y ahorcáronlo de un acei- 
tuno, y la trompeta colgada del pescuezo. 
Esto hicieron parte por las malas palabras que 
les dijo, y lo más principal temiendo quel de 
Mantua pasaría adelante sin pelear con ellos. 

Cuando el Marqués vio ahorcado al trom- 
peta, concibió tanto enojo como si le hubie- 
ran ahorcado á su propio hijo, y mandó que 
luego se combatiese la villa. Mandó plantar la 
artillería y juró delante de todos de no se ir 
de allí hasta que la villa asolase y á los espa- 
ñoles despedazase, sin le quedar uno solo 
vivo. La artillería era mucha y muy buena, la 
cual, nunca cesando de tirar, les allanó un 
lienzo de la muralla. Los franceses arremetie- 
ron pensando de les entrar por aquello derri- 
bado, y comenzaron á entrar dentro. Los es- 
pañoles salieron por aquello batido con tanta 
furia que ninguno de los que delante hallaron 
dejaron vivo. Allí hubo una recia batalla, los 
unos por entrar y los otros por se lo estor- 
bar, I hasta] que al fin no pudiendo sufrirlo 
los franceses se retrujeron con pérdida de 
muchos dellos. Murieron en esta entrada 
quinientos franceses detrás de su artillería, 
adonde se retrujeron, y la artillería [quedó] 
en poder de los españoles, que si la pudieran 
meter de aquella vez fuera suya. Los Marque- 
ses trataban mal de palabra á los franceses, 
diciendo que tan pocos españoles habían de 
osar salir del muro y matar tantos dellos y 
llevarlos hasta los poner de aquella parte de 
la artillería, y no la habían querido meter den- 
tro de la villa por no se ocupar en ella, y á los 
Generales como á la otra gente se les había 
abajado harta parte de su soberbia de la 
que de Francia traían. 

Otro día determinaron que los suizos y 
hombres de armas franceses á pie les diesen 
un recio asalto, porque estaban muy corridos 
e.T ser aquella la primera cosa que conquista- 
ban y ser los contrarios tan pocos y haberles 
sucedido tan mal. Los españoles se apareja- 
ron para los salir á recebir fuera de la villa y 
darles la batalla. Comenzaron los capitanes 
de animar á los soldados diciéndoles se acor- 
dasen de las palabras que el Gran Capitán les 
había dicho cuando allí los invió. Respondió 
un soldado en nombre de todos: «Animad y 
pesa á tal á vosotros mismos, que nosotros 
no somos hombres que hoy y en esta necesi- 
dad hemos de ser animados, y haced vos- 



otros lo que á nosotros viéredes hacer». A esta 
hora los franceses se vinieron á la villa en 
muy buena ordenanza. Los españoles les sa- 
lieron á recebir, y pelearon los unos y los 
otros con mucho esfuerzo, y sufrieron mucho 
trabajo. Duró la porfía gran rato, hasta que 
ios franceses se comenzaron á retraer, y de- 
jaron aquella plaza y alrededor de ella su ar- 
tillería llena de muertos, y los franceses se 
retrujeron hasta su real. 

CAPÍTULO XVII 

De lo que más aconteció en este cerco de 
Rocaseca. 

La artillería dos veces había quedado en 
poder de los españoles, sin que la pudieran 
meter dentro por ser menester mucha gente 
para ello, y por el tiempo tan furioso que ha- 
cía de muchas aguas, que los carretones esta- 
ban sumidos en el lodo; y porque, como atrás 
dijimos, con la artillería venían seiscientos 
hombres de armas, todos con arneses dorados, 
á quien el Rey Luis había encomendado la 
artillería, así en general como en particular, 
con grandes promesas; y éstos lo hicieron así 
como lo habían prometido, que nunca des- 
ampararon la artillería. Verdad sea que si 
los españoles en dos veces la pudieran me- 
ter, no se lo estorbaran los de los arneses 
dorados. 

En este tiempo cargaron tanto las aguas y 
fué el tiempo tan trabajoso que jamás dejaba 
de llover de día ni de noche; de manera que, 
aunque no quisieron, se volvió todo el campo 
de los franceses para Gaeta, esperando tiem- 
po para salir en campaña, y dejaron la artille- 
ría, teniendo porimposible poderllevarla. So- 
los aquellos seiscientos caballeros nunca 
desampararon la artillería, y como las aguas 
eran tantas, los carretones estaban atollados 
y sumidos, que en ninguna manera los podían 
arrancar. Pues como todo el campo de los 
franceses se fueron para Gaeta, tuvieron por 
cierto que la artillería y su guarda se habían 
perdido y muerto. Los seiscientos franceses 
estuvieron con la artillería todo el día y la 
noche, sin se apear ni comer ni beber, como 
hombres que tenían en más la honra que la 
vida; que si el Gran Capitán pudiera ser avisa- 
do, la artillería y aun los de los arneses dora- 
dos se tomaran. Mas fueron tantas las aguas 



398 



CRÓNICA MANUSCRITA 



que nunca las espías pudieron ir á avisar al 
campo de los españoles de lo que pasaba. 

Pues habiendo estado aquellos seiscientos 
franceses dos días así y dos noches sin se 
apear ni comer ni beber sino de la agua que 
del cielo caía, lloviendo siempre muy recio, y 
todo el otro ejército ya puesto en salvo, ellos 
se apearon y echaban veinte y treinta pares 
de caballos á cada tiro y ellos á pie ayudán- 
doles, arrancaron la artillería y la llevaron con 
grandísimo trabajo, yendo todos ellos en lugar 
de caballos tirando con las bestias, sin dejar 
una sola pieza de la artillería, que llevaron 
con el mayor trabajo que jamás se vio, que 
ninguno faltó aquel día de servir con el lodo 
encima de la rodilla, por cumplir lo que á su 
Rey habían prometido. 

Pues estos seiscientos caballeros se fueron 
el río del Careliano abajo por su ribera, muy 
en orden y con mucho concierto. Cuando los 
franceses vieron la artillería y los seiscientos 
hombres de armas en salvo, teniéndolos á ellos 
por muertos y á la artillería por perdida, 
hicieron muy grandes alegrías con ellos, como 
si los vieran resucitados. Luego los proveye- 
ron de comer y beber á ellos y á los caballos, 
que lo habían bien menester, que había tres 
días que no habían comido, sino fué, como 
dijimos, alguna agua que de la lluvia del cielo 
cogían. 

CAPÍTULO XVIII 

De lo que el Gran Capitán hizo sabido que los 
franceses querían dar el segundo asalto á los 
españoles que estaban en Rocaseca. 

Después que el Gran Capitán fué avisado 
que los franceses querían tornar á dar más 
asaltos á los de Rocaseca, determinó de los ir 
á socorrer. Sabido por los capitanes que en 
Rocaseca estaban, y los soldados asimis- 
mo, inviaron un soldado al Gran Capitán, el 
cual le dijo delante de todos aquellos capita- 
nes y en presencia de todos los señores y 
hombres ^e guerra. que en Sant Germán esta- 
ban, de esta manera: «Los muy valientes ca- 
pitanes y esforzados soldados que están en 
Rocaseca me invídn á V. S. á le hacer saber 
cómo han sido informados que V. S. les quie- 
re ir á socorrer, y debe ser no sabiendo 
V. S. lo que c^.i los franceses hemos pasado. 
Estamos todos muy afrontados por ello, y 
suplican á V. S. se esté quedo en Sant Ger- 



mán, y en ninguna manera los vaya á soco- 
rrer; antes le hacen saber los muy valientes 
capitanes que de mil soldados que V. S. les 
dio les sobran los quinientos, según lo que 
con los franceses hemos pasado en los com- 
bates que nos han dado. Bien sabíamos, dijo 
este soldado teniendo empuñada la espada, 
los muy esforzados varones que en aquella 
villa estamos, que fuimos escogidos por muy 
animosos para sufrir los peligros y para pa- 
sar los trabajos que en la guarda de Rocaseca 
se requerían, por alcanzar en esta vida hon- 
ra y gloria en la otra, haciendo nuestro de- 
ber como buenos soldados. No somos los 
que en Rocaseca estamos que habíamos de 
mostrar esfuerzo fingido cuando no era me- 
nester, si cuando era necesario nos había de 
faltar, y por acortar palabras, illustrísimo 
señor, de parte de los capitanes y soldados 
que en Rocaseca estamos, le suplicamos ni 
vaya ni invíe á socorrernos, porque lo teme- 
mos por mayor afrenta que la que de los 
franceses podríamos recebir si fuésemos por 
ellos vencidos». El Gran Capitán le alabó su 
razonamiento y le hizo merced, y le dijo que 
se volviese con la gracia de Dios, que él lo 
haría como él lo decía. 

Otro día mandó tocar alarma y dijo á aque- 
llos señores y capitanes: «Vamos á ver lo que 
hacen nuestros leones; no á los socorrer, sino 
á ser testigos de su esfuerzo; y podrá ser que 
viéndonos, les tome gana de pelear y presen- 
tarle hemos la batalla, confiando en Dios y en 
su justicia». Cuando el Gran Capitán llegó cer- 
ca de Rocaseca supo cómo retirados los fran- 
ceses á Gaeta habían quedado con la artille- 
ría los seiscientos hombres de armas y el tra- 
bajo que allí habían pasado; y como nunca 
fué avisado de no lo haber sabido y de los de 
Rocaseca ni de otras espías, que aunque era 
el hombre del mundo más sufrido y más tem- 
plado en la ira de todos los del mundo, este 
día ninguna paciencia tuvo, diciendo que le 
había faltado la ventura; porque tomaran 
aquella artillería, y que aquel día se podía 
comer carne sin la poner en el asador ni lle- 
gar á fuego. Alababa mucho á los de Rocase- 
ca y á los seiscientos hombres de armas que 
habían guardado la artillería; á sí solo culpaba 
que se había estado descansando en Sant 
Germán y holgando en tal tiempo, y luego del 
camino se volvió para Sant Germán muy des- 
contento y enojado. 



d 



DEL GRAN CAPITÁN 



399 



CAPÍTULO XIX 

De lo que aconteció á Pedro de Médicls, aquel 
capitán que dijimos que se había acogido á 
Monte Casino. 

Cuando se combatió Monte Casino y se en- 
tró por fuerza de armas, ya dijimos cómo 
aquel Pedro de Médicis, florentín, hijo del 
magnífico Lorenzo de Médicis, se salió de 
aquella abadía para se ir á Qaeta, que andaba 
desterrado de aquella señoría y era capitán 
del Rey de Francia. Fué este Pedro de Médi- 
cis hermano del Papa León décimo. Pues 
¡nviaron los Generales de Francia por la arti- 
llería ansí la suya como la que las señorías 
y potestades de Italia habían traído al campo 
de los franceses; y toda júntala tenían carga- 
da en navios, y entre otros capitanes y gente 
de guerra iba allí este Pedro de Médicis. Y 
llegando cerca de Gaeta, adonde el rio entra 
en la mar, embravecióse en tanta manera la 
mar, que en la boca del río se hundieron los 
navios con la artillería, y capitanes y solda- 
dos, y municiones que allí llevaban Murie- 
ron allí con este Pedro de Médicis trecientos 
soldados, y pilotos y marineros, que ninguno 
se salvó; y entre ellos aquel Pedro de Médicis, 
con todos los que con él iban. Y este fué jus- 
to juicio de Dios; porque estando el gran 
Lorenzo su padre en una casa que tenía jun- 
to á Florencia, llamada Caregla, estando malo, 
y teniendo consigo á un médico el más insig- 
ne de toda Italia, ofreciéndose el médico, que 
se llamaba micer Petro Leonés, al Pedro de 
Médicis le pesó en tanta manera, pensando 
que su padre había de vivir, que lo hizo echar 
en un pozo al dicho médico, porque no curase 
á su padre, que había sido el más valeroso 
cibdadano que en Florencia hubo jamás, padre 
del Pontífice León. 

CAPÍTULO XX 

De cómo sé concertó la batalla entre los espa- 
ñoles y franceses, y por qué causa se des- 
barató. 

Los Marqueses Generales de Francia y á 
todos sus capitanes les pareció que, pues 
traían consigo á toda la flor de Francia, así 
en las armas como en nobleza, y todos los 
más diestros y sabios capitanes, como eran 
mos de Tramolla, aunque pasando por Roma 



adolescló de una muy grave enfermedad, que 
le duró mucho, y mos de Alegre, mos de la 
Paliza, mos de Auberi, Montpensicr, mos de 
Isy, Bayardo, mos de Sant Pol, Baseyo, capi- 
tán de suizos; mos de Xaude, mos de Picarte, 
Bernardino Adorno y otros muchos y buenos 
capitanes; venían asimismo capitán de Flo- 
rencia, del Duque de Ferrara, del Mantua, 
micer Juan BentivoUo y otros muchos; y más 
considerando haber cuatro franceses para un 
español, y estando á la mira toda Italia, Fran- 
cia y España y toda Europa, acordaron desde 
á dos días de pasar el río del Gareliano é irse 
derecho la vía adonde estaba el Gran Capi- 
tán y darle la batalla, y fuéronse aposentar á 
una villa llamada Aquino, que está seis millas 
de Sant Germán, donde nuestro campo esta- 
ba De esta villa de Aquino fué natural San- 
to Tomás de Aquino, de la Orden del bien- 
aventurado Santo Domingo, que en letras 
divinas, sólidas y católicas y en santidad 
alumbró mucho á la Iglesia de Dios. El Mar- 
qués de Mantua venía muy bravo y había pro- 
metido al Rey de Francia de matar ó prender 
al Gran Capitán ó lo ser él muerto ó preso, y 
de le dejar el reino de Ñapóles pacífico y en 
su servicio, sin quedar una sola almena por 
españoles, con otras palabras bien soberbias. 
El Gran Capitán.sabida la determinación del 
Gonzaga, holgóse extrañamente y invió luego 
á M. Antonio Colona á los Generales de Fran- 
cia que estaban en Aquino, los cuales lo reci- 
bieron muy bien, asi por ser quien era como 
por ser inviado por el Gran Capitán. M. An- 
tonio les dijo de parte del Gran Capitán que 
sus señorías fuesen muy bien venidos á aquel 
reino, y que él se había holgado mucho dello, 
así por ser personas tan señaladas en la paz 
y en la guerra como por traer consigo tantos 
y tan buenos caballeros con tan buena gente 
de guerra, adonde habría lugar de mostrar 
sus grandes ánimos y valor de sus personas, 
de que en todo el mundo eran conocidos, co- 
mo él sabía que lo eran; que les rogaba muy 
afectuosamente, porque la gente de la tierra, 
que ninguna culpa tenía y eran gente que 
vivían por su trabajo, no lo pasasen mal, y 
por otros muchos trabajos que con la dilación 
se suelen acometer; y también porque sabía 
que lo venían á buscar, que en todo caso 
aceptasen la batalla y fuese adonde ellos qui- 
siesen, y como lo ellos eligiesen, que él los 
iría allí á buscar, porque no tomasen trabajo, 



400 



CRÓNICA MANUSCRITA 



y que verían una muy hermosa batalla, donde 
se haría una beUísima jornada. Los Marque- 
ses respondieron que él habia hablado á su 
gusto y voluntad de ellos, y que ellos le hubie- 
ran requerido lo mesmo; mas que tuvieron 
por cosa muy cierta que no querría persona 
tan cuerda como el Gran Capitán era tentar 
tantas veces á la fortuna, que tan favorable le 
había sido; au^ique todo el mundo sabía, y el 
Cristianísimo Rey estaba de ello bien infor- 
mado, que las desgracias pasadas más habían 
sido por falta de los capitanes que no de la 
gente de guerra, más que no por el esfuerzo y 
industria de los españoles; pues todo el mun- 
do sabíala ventaja que los franceses hacían á 
los españoles en la paz y principalmente en la 
guerra, con otras muy soberbias palabras. Y 
concertóse que fuese la batalla de campo á 
campo para el viernes venidero, que era á 
veinte y uno de Octubre. M. Antonio les res- 
pondió: «Lo que antes dije fué de parte del 
Gran Capitán. Lo que agora dijere será de la 
mía. No está (dijo M. Antonio) sujeto á la for- 
tuna el Gran Capitán para que la haya de ten- 
tar, porque la trae á su mandar y en su mano 
está tomarla ó dejarla Lo que los capitanes 
franceses han hecho en las guerras pasadas 
todo el mundo lo sabe, que no les faltó indus- 
tria ni esfuerzo para pelear; mas sobró á los 
españoles para los vencer, según la mucha 
justicia tienen los Reyes de España á este 
reino, sobre que es el debate, y presto vere- 
mos lo que vuestras señorías hacen; y pues 
tan buena respuesta llevo, que para tercero 
día será la jornada, allí verá la mejoría de los 
nuevos capitanes á los pasados». El de Gon- 
zaga le respondió: «Asaz habéis dicho, señor 
M. Antonio, de palabras soberbias y aun aje- 
nas de las que los mensajeros suelen decir». 
M. Antonio le replicó: «La verdad á do quie- 
ra y delante de quien quiera se debe decir». 
Y con esto se despidió. Los Marqueses que- 
daron muy cansados de la plática pasada. 

Vuelto, pues, M.Antonio, dijo lo que queda- 
ba concertado, que la batalla fuese de campo á 
campo para tercero día viernes, que se con- 
taron veinte y un días de Octubre. El Gran 
Capitán le abrazó y le dijo: «Bien sabía yo, 
señor M. Antonio, que donde vuestra merced 
se hallase, que llevara adelante nuestras hon- 
ras». Hubo tanta alegría en el ejército, así 
en particular como en gener.íl, que no se 
podría por ningunas palabras decir. 



CAPÍTULO XXI 

De cómo venido el jueves todos se aparejaron 
para la batalla y el viernes fueron á dar la 
batalla. 

Pues venido el jueves, todos se aparejaron 
para otro día dar la batalla, y esa noche toda 
se gastó en confesar y comulgar y hacer tes- 
tamentos, y á media noche tocaron alarma 
y todos estuvieron muy á punto y se pusieron 
en orden. Pues todo concertado, el Gran 
Capitán iba en la avanguardia ordenándolos 
y animándolos, que les ponía nuevos cora- 
zones. 

Pues con esta orden llegaron al lugar seña- 
lado para la batalla cuando arrayaba el sol, 
teniendo por muy cierto que los hallarían allí; 
y llegados, ningún francés hallaron, que esa 
noche habían pasado el Garellano y tornado 
adonde habían venido por el puente de Pon- 
tecorvo: que si aquella noche el Gran Capitán 
no fuera engañado por los descubridores, que 
eran italianos, él hacía esa noche jornada con 
ellos. 

Este lugar de Pontecorvo solía ser del rei- 
no de Ñapóles y agora es déla Iglesia. Llega- 
do, pues, el Gran Capitán al sitio donde es- 
taba señalado que había de ser la batalla, lo 
holló con su ejército, y luego tornó á inviar al 
mesmo M Antonio Colona á les decir cómo 
estaba muy espantado dellos, á ver si que- 
brantaban la palabra que así habían dado per- 
sonas tan señaladas en la guerra y que habían 
perdido tanta reputación. Los franceses res- 
pondieron que ellos se habían retirado y tor- 
nado á pasar el Garellano por cosas que les 
importaban; que cuando fuese tiempo que 
ellos los buscarían, y aunque no les pluguiese 
mucho con ellos. Vuelto, pues, M. Antonio, el 
Gran Capitán se volvió aquella noche á Sant 
Germán con todo su campo. El señor Fabricio 
Colona fué con ciertos caballos desde el Soto 
de Aquino á provocar á los franceses que es- 
taban de aquella parte del río, mas ellos les 
tiraron con su artillería y se estuvieron que- 
dos en su real. Este río del Garellano va lo 
más del tiempo ahojinado como Tajo en mu- 
chas partes, y desta causa no se puede pasar 
sino por barcas. 

Luego á los veinticinco días de Octubre s<í 
dio Roca de Vanda, que dijimos que el Gran 
Capitán dejó cercada. Quedó en aquel cerco 



I 



á 



DEL GRAN CAPITÁN 



401 



el capitán Zarate con su compañía, el cual 
combatió la villa y les entró por fuerza de 
armas, y fué él de los primeros que entraron, 
y fué herido á la entrada, de que luego murió 
peleando como valiente capitán que era. La 
villa y fortaleza fué tomada y saqueada por 
la gente de guerra. Fué muy sentida la muerte 
de este capitán Zarate, porque era muy vir- 
tuoso y muy valiente. Tomaron los soldados 
tanto pesar y coraje en ver muerto á su capi- 
tán, que mataron muchas personas de la villa 
sin haber de ellos piedad alguna. 

Cuando el Gran Capitán fué con todo su 
campo á la villa de Aquino, pensando de hallar 
allí á los franceses, como estaba concertado, 
supo que en ciertos mojones y en un hospital 
estaban muchos franceses y suizos enfermos, 
que se morían de hambre y de frío. Mandóles 
proveer de todo lo necesario y curarlos, y les 
dejó con que se volviesen, y usó con ellos de 
grandísima piedad. Muy al revés de lo que 
aconteció á Peri Juan, aquel cosario de quien 
atrás dijimos; que topando cerca de Cunas 
un navio donde iban muchos españoles y ita- 
lianos enfermos y heridos á se curar en la cib- 
dad de Ñapóles, que los había mandado ir el 
Gran Capitán desde Castellón y los otros 
lugares de los aposentos, topó con ellos aquel 
cosario, y tomó el navio y todo lo echó á fon- 
do, pareciéndole que era gran valentía matar 
á todos los enfermos, y aun á los que los lle- 
vaban, porque á todos los echó á fondo. 

CAPÍTULO XXII 

De lo que los franceses hicieron teniendo su 
campo de aquella parte del Careliano. 

El Gonzaga y Saluces con los otros capita- 
nes estuvieron seis ó siete días consultando 
lo que harían, porque la fortuna les había 
sido muy contraria al principio; porque el 
Papa Alejandro, que estaba ligado con el 
Rey de Francia, era muerto, y mos de Tra- 
molla en quien ellos tenían grande esperan- 
za, había adolescido, como dijimos, de una 
grave enfermedad. Las primeras cosas que en 
principio habían tentado les habían sucedido 
infeliccmente, y no habían podido pasar á 
Carinóla por el estrecho de Casino para ir á 
tierra de labor; y habían sido echados de 
Rocaseca con gran vergüenza, y más los 
tiempos tan contrarios; y los caballeros del 

Clónicas del Gran Capiíán.-2B 



bando ursino, en quien tanta esperanza tenían, 
con tan gran confianza, haberse pasado á los 
enemigos por la insolencia y temeridad del 
Trancio, embajador, que en tan poco los tuvo; 
y con grande agüero pronosticaban un suceso 
muy contrario. Con todo esto, el Gonzaga 
llamó á consejo al de Saluces y al Alegre y á 
Baseyo con los otros capitanes, [y acordaron] 
no haber cosa más provechosa para la nece- 
sidad en que estaban que llegar á la villa de 
Traeto y echar un puente al Garellano, pasar 
el río por la Campania que va á las aguas 
del Sesa y Moiidragón. Este Mondragón lla- 
maron los antiguos Petrino. Y de ahí ir por 
la campaña de Mazoni é irse derechos á Ca- 
pua, y vadeando el río por la vía de Carinóla 
pasar el río Vultreno. 

El Gran Capitán con su gran prudencia, 
conocido el desino y discurso de los enemi- 
gos y con tan grande expiriencia de las cosas 
de la guerra, luego conoció lo que los enemi- 
gos determinaban de hacer. Invió á Pedro de 
Paz con su capitanía de caballos ligeros para 
que corriese la ribera del río y les defendiese 
la salida, y siempre fuese en frente de los ene- 
migos, que él les siguiría de cerca. El de Paz 
por la parte que le pareció que podrían los 
enemigos pasar, que estaba el río más apare- 
jado para se vadear, hizo hacer una larga trin- 
chea y bien honda,adonde parecía que podrían 
echar el puente, y metió en ella infantería de 
arcabuceros para que los rociasen cuando 
quisiesen echar el puente. 

Estando los dos campos uno de una parte 
del Garellano y el otro de la otra, Fabio Ursi- 
no, un caballero muy mancebo y muy esforza- 
do, hijo que fué de Paulo Ursino, á quien 
mató César Borja, llevando abierto el almete, 
un gascón le tiró y le metió por un ojo una 
saeta. En esta sazón el Gran Capitán invió á 
Fabricio Colona sobre la Roca de Evandria, 
el cual la cercó y la dio un recio asalto. Está 
esta Roca de Evandria sobre el Garellano. 
Fué tanta la turbación de los de dentro, que 
tomaron tanto espanto, que Federico de Mon- 
forte, un capitán que estaba por el Rey de 
Francia, se concertó con el Fabricio que si 
dentro de cinco días no le socorriesen los 
franceses, se daría. Para ello dio un hijo suyo 
en rehenes. 

El Gonzaga, ocupado en el puente que que- 
ría echar, tuvo en poco la pérdida de aquella 
fortaleza, y el Monforte, pasado el término, 



402 



CRÓNICA MANUSCRITA 



la rindió y cobró sus rehenes. Pues asentado 
el real por los franceses de aquella parte del 
Careliano, en medio de la vía que viene de 
Gaeta á Ñapóles, junto á una torre donde 
anda una barca en que pasan aquel río, dije- 
ron que por allí harían sus puentes y pasa- 
rían á dar la batalla á los españoles. 

El Gran Capitán, postrero día de Octubre^ 
asentó su campo de la otra parte del Garella- 
no, enfrente del campo de los franceses, que 
no había sino el río en medio; que su artillería 
daba en el campo de los españoles, y la de 
los españoles en el de los franceses. Estuvie- 
ron estos dos campos el uno de la una parte 
y el otro de la otra desde postrero día de 
Octubre hasta vispra de Navidad, que fueron 
cerca de dos meses, en el cual tiempo acon- 
tecieron cosas muy señaladas en armas, así 
de la una parte como de la otra. El Gran Ca- 
pitán siempre les requirió ó que pasasen 
adonde él estaba y se diese la batalla, y que 
les daba su fe y palabra que hasta que todos 
hubiesen pasado y ordenado sus haces, de 
no menear su real, ó que si esto no les placía, 
que él pasaría á ellos y se fiaría en su pala- 
bra. Los franceses respondieron que ellos 
pasarían lo más presto que pudiesen y les 
darían el pago que merecían. 

CAPÍTULO XXIII 

De lo que aconteció á un capitán gallego que 
guardaba una torre allí ribera del Gare- 
llano. 

Estaba en el río del Garellano hacia la parte 
de abajo una torre de la parte del campo de 
los españoles, en la que se metió Pedro Na- 
varro, al cual el Gran Capitán invió á llamar 
y que dejase la torre á buen recabdo. El Pe- 
dro Navarro dejó encomendada la torre á un 
gallego, persona de calidad, y le dejó quince 
gallegos, buenos soldados al parecer y que 
parecía que la sabrían defender, porque no 
cabían más en ella, y les dejó todo lo nece- 
sario para la defensa de aquella torre; y les 
dijo que si los franceses pasasen á ellos que 
se la defendiesen hasta no quedar sino solo 
uno, y que aquel !a defendiese hasta que se 
la echasen encima; y que si se viesen en gran 
necesidad, inviasen uno á avisar al real. Pues 
ido Pedro Navarro, los franceses pasaron en 
barcas, llevando en ellas artillería, y comen- 
zaron á batir la torr&. 



Los gallegos luego hablaron en partido 
que entregarían la torre, si los dejasen ir 
con las vidas; lo cual luego les fué otorgado. 
En el campo de los españoles fué sabido fl 
cómo los gallegos estaban cercados, y luego ■ 
fué una escuadra á los socorrer; que si sola 
una hora se defendieran, llegaba el socorro. 
Los gallegos comenzaron á se ir al real de 
los españoles, á los cuales los que venían al 
socorro los encontraron no un tiro de arca- 
buz de la torre y aun mucho más cerca; y sa- 
bido que habían entregado la torre, sin les 
oír más, los pasaron por las picas á todos 
diez y seis sin dejar á alguno dellos. Los 
franceses, que á vista dellos estaban, así en 
la torre como en el real de la otra parte, que- 
daron muy espantados de la gran crueldad 
que aquellos españoles usaron con sus mes- 
mos compañeros, á los cuales dijo un solda- 
do: «Mirad, borrachos, este es el pago que 
damos á estos cobardes, porque quedando 
vivos entregaron la torre; y el mesmo pago 
os debemos á todos vosotros», que no hay 
cosa que pueda ser más afrentosa que rinda 
el español ninguna plaza al enemigo, quedan- 
do vivo. 

Al Gran Capitán le pareció gran crueldad 
la que con aquellos gallegos se había usado, 
que tan miserablemente muriesen aquellos 
diez y seis soldados; mas no lo quiso casti- 
gar, porque escarmentasen y tomasen ejem- 
plo, que los que estuviesen en defensa de al- 
guna plaza, antes eligiesen de morir que no se 
rendir al enemigo; y que supiesen que tenían 
más cierta la muerte no haciendo lo que de- 
bían que no la quel enemigo le podía dar; y 
que supiese el soldado español que su vida 
estaba en la fortaleza y valentía del ánimo, 
y que era muy ajeno del nombre español en- 
tregar al enemigo ninguna fuerza por flaca 
que fuese. Porque este clarísimo varón no 
tenía en nada que le tuviesen por cruel en 
los casos que tocaban á la reputación y hon- 
ra, aunque de su natural era muy benigno y 
piadoso. Los franceses quedaron muy orgu- 
llosos por les haber ganado aquella torre. 

Acontecía muchas veces echar los fran- 
ceses los caballos á pacer por la isla del 
río y pasar los españoles y traerlos á nado. 
Decían los franceses que los españoles no 
eran como las otras gentes, porque tan se- 
guramente andaban por el agua como por la 
tierra. 



DEL GRAN CAPITÁN 



403 



CAPÍTULO XXIV 

De un rencuentro que pasó de cuatro espartó- 
les y cuatro franceses de la otra parte del 
río, cerca del real de los franceses. 

En este tiempo pasaban muchas veces á 
nado los españoles y tomaban descuidados á 
los franceses y les hacían mucho daño y mata- 
ban muchos dellos, y se tornaban á echar al 
aguaá su salvo. Pues desde el real de los es- 
pañoles vieron cuatro gentileshombres fran- 
ceses andaban cazando con unos esmerojones 
entre unos taraches el río arriba, desviados 
algún trecho del real, y cuatro soldados es- 
pañoles determinaron de pasar á ellos. Hicie- 
ron de los sayos unos envoltorios y pusiéron- 
los sobre las cabezas y las espadas atrave- 
sadas en las bocas; y pasaron á nado el río 
enfrente de donde andaban cazando aque- 
llos cuatro franceses, sin ser vistos dellos, 
porque en aquella ribera hay muchos árbo- 
les, y salidos de la otra parte se vistieron y 
se fueron cada uno para su francés. Los fran- 
ceses se les rindieron, y los ataron y los lle- 
varon á la ribera y los tomaron á cuestas y 
los pasaron el río, asidos dellos y temblan- 
do y gritando; y cuando de la otra parte lle- 
garon, el uno iba muerto. 

Pues llegados ante el Gran Capitán, fué 
muy espantado de los unos y de los otros; 
y preguntando para qué los habían pasa- 
do el río, respondieron que les habían pa- 
recido personas de rescate. El Gran Capi- 
tán hizo mucha merced á los soldados, á 
los cuales dio á cada uno ducientos ducados 
y un vestido de su persona, y mandó ente- 
rrar al francés muerto. 

CAPÍTULO XXV 

De lo que los franceses y españoles hicieron 
estando en este sitio del Careliano. 

Un domingo que se contaron cinco días de 
Noviembre, entró el Gran Capitán en consejo 
con los señores y capitanes que allí estaban 
sobre lo que se debía hacer veyendo las gran- 
des necesidades qne padecían y la hambre 
que en el real había, de cuya causa se iban 
muchos soldados, y sobre todo las muchas 
aguas y tempestades que de noche ni de día 
cesaban. El voto y parecer de todos los seño- 
res y capitanes y de los del consejo de la 



guerra fué, sin faltar uno solo, que se retru- 
jese el campo á la cibdad de Capua, porque es 
muy fuerte y muy abastecida de todas las 
cosas necesarias, y en muy buena comarca 
que allí esperarían á los franceses, y entre 
tanto pasaría aquel tiempo tan lluvioso, y por- 
que en aquella cibdad se podrían muy bien 
sufrir. Estas y otras muchas causas dijeron 
para persuadir al Gran Capitán para probar 
su intención; y sin duda aquello parecía lo 
más razonable para el tiempo en que esta- 
ban. El Gran Capitán les oyó á todos, y aca- 
bado de oir su parecer les dijo: «Señores, lo 
que á mí me parece es lo que tengo de hacer, 
y es que nunca Dios quiera que baste ningu- 
na fortuna ni adversidad para me hacer vol- 
ver atrás. Yo determino, señores, de ganar 
antes tres pasos adelante, aunque sean para 
mi sepultura, que tornar dos solos atrás para 
mi salvación y remedio. Ninguna cosa de mu- 
cha honra se ganó jamás sino aventurando la 
vida y sufriendo muchas necesidades, como 
hacen los constantes varones. De mí os sé 
decir que cuando todos os fuésedes y me de- 
jásedes sola mi persona, quedaría en este 
lugar do estoy hasta acabar esta jornada ó 
acabar aquí la vida con tan glorioso fin, y ya 
yo veo los que conmigo entonces quedarían. 
Ya que me hobiese de retraer, no había de ser 
á Capua, porque no se sufre perderse en una 
cibdad más de un capitán, Aníbal, aquel muy 
astuto y sabio capitán de los cartagineses, 
Capua fué su total perdición por se reco- 
ger allí. 

CAPÍTULO XXVI 
De cómo los franceses echaron un puente y 
pasaron destotra parte del río á pelear con 
los españoles y lo que sucedió de la batalla. 

Los franceses, como les venía tanta gen- 
te de Francia sin la que acá tenían y también 
les venía de las señorías y potestades de Ita- 
lia, que como tenían por cierto que habían de 
ganar el reino, todos, como dijimos, les ayu- 
daban con gente y con todas las cosas nece- 
sarias á la guerra, por tener al Rey de Fran- 
cia propicio en aquel reino. Pues hallándose 
tan pujantes y con tanto orgullo y con mucha 
artillería que de Francia y de Italia les había 
venido, determinaron de pasar el río por 
puentes y dar la batalla á los españoles, si les 
osasen esperar, como ellos decían; porque 
tuvieron por cierto que si les viesen pasar 



404 



CRÓNICA MANUSCRITA 



que no les osarían esperar. Y para ello man- 
daron traer quince barcas grandes con sus 
anclas, y sobre ellas echaron un puente de 
madera bien ancho y bien firme, haciéndole 
gran guarda de día y de noche, y lo mesmo 
hacían los españoles; así que nunca puente 
fué mas guardada en el mundo de una parte 
y de otra. 

El Gran Capitán puso cuatrocientos italia- 
nos entre su real y la entrada al puente, y el 
Marqués de Mantua luego que llegó á Gaeta 
que se vio con los capitanes franceses que 
allí estaban, siempre burló dellos, diciendo 
que el Rey Luis había perdido su reino, cré- 
dito y reputación más por falta de los capita- 
nes que por defecto de la gente de guerra. 
Principalmente tenía muy corrido al de la 
Paliza y á los otros capitanes. El Alegre le 
respondió: «Señor, el tiempo es largo, y agora 
veremos lo que hace V. S.», y más cuando vio 
el Marqués que habían ganado la torre de los 
gallegos; así que los nuevamente venidos 
tenían en muy poco á los que acá hallaban- 

CAPÍTULO XXVII 

Cómo ¡os franceses pasaron el puente y pelea- 
ron con los españoles, y lo que en la batalla 
sucedió. 

Acaeció, pues, así: estando el Gran Capitán 
y su campo teniendo la guarda del puente 
cuatrocientos soldados italianos con su capi- 
tán asimismo italiano, los franceses asesta- 
ron toda su artillería á unos llanos de panta- 
nos por do podía venir el campo de los espa-es pelearon tan varo- 
nilmente, y más sabiendo que los miraba el 
Gran Capitán, que los franceses quisieran 
poder tornar á pasar el puente. Los españo- 
les ocuparon el puente y hicieron tan grande 
estrago en ellos, que de mil y quinientos que 
pasaron, ninguno quedó vivo que no fuera 
muerto á ahogado. 

CAPÍTULO II 

De lo que hicieron los españoles después de 
muertos los mil y quinientos franceses. 

Como los franceses vieron muertos los 
mil y quinientos franceses que habían pasa- 
do el puente, asestaron seis bocas de artille- 
ría, principalmente dos cañones que eran los 
mejores que había en Francia, llamados el 
«Gran cañón de Bretaña» y «Madama de 
Forlin», y con estos les pareció que defende- 



408 



CRÓNICA MANUSCRITA 



rían el puente que los españoles no pasasen 
allá, que las pajas del puente llevaban los ca- 
ñones. 

Los españoles, no contentos con haber 
muerto los mil y quinientos franceses que el 
puente habian pasado, comenzaron con gran 
presteza á pasar el puente. Las maravillas 
que en armas se hicieron aquel día en el 
puente y fuera de ella por los capitanes y 
soldados es cierto que los que las vieron te- 
nían en poco lo que Plutarco en sus Vidas y 
Tito Livio en sus Décadas escribieron. De 
Diego García de Paredes ni palabras bastan 
para lo contar ni razones para lo dar á en- 
tender. Traía una grande alabarda que par- 
tía por medio al francés que una vez alcanza- 
ba, y todos le dejaban desembarazado el ca- 
mino. Daba voces á todos que pasasen al 
real de los franceses, y él y otros algunos 
pasaron de aquella parte, y fuéronse dere- 
chos á los artilleros que estaban con las me- 
chas cebando los tiros. A dos artilleros par- 
tió por medio Diego García hasta los dien- 
tes, de que el Marqués estaba espantado. Y 
visto que los españoles habían pasado el 
puente, comenzó á huir en uno de los cin- 
cuenta caballos que de Mantua habían traí- 
do; y mos de Alegre y el Paliza iban tras él 
diciendo: «Volved, señor, á ver los que nos 
desbarataron en la Chirinola y en las otras 
plazas. Volved y amosaros los hemos». Y si 
esperara, lo trataran como á un señor fran- 
cés que estaba hablando con el mesmo Mar- 
qués, que visto que el Marqués huía y que los 
españoles pasaban el puente, se puso allí á la 
defender; y Diego García le prendió, que no 
le quiso matar por ver que lo había hecho 
mejor que todos; y porque los soldados lo 
querían matar, él lo dejó ir libre, el cual fué 
muerto de risa para sus compañeros y alaba- 
ba la merced quel gran diablo le había hecho, 
que así llamaba á Diego García. 

Aquel día hicieron Morellón, Spes, Coello, 
Busto, el coronel Víllalba y los Alvarados, 
padre y hijo, y todos los que allí se hallaron, 
cosas increíbles en armas. El Gran Capitán 
les mandó que se volviesen á estotra parte 
de la puente, y no podían pasar sino sobre 
cuerpos muertos. Cuando volvieron los espa- 
ñoles, hallaron al Gran Capitán en el mesmo 
lugar que le habían dejado. Los alemanes es- 
taban espantados de ver que jamás por las 
muchas pelotas que le pasaban alderredor de 



él, que jamás hizo mudanza alguna en el ros- 
tro ni habló en las pelotas. Decían que debía 
ser cuerpo encantado, y que tal hombre 
como aquel no había de haber nacido en Es- 
paña, sino en Alemania. 

El Gran Capitán recibió á los capitanes y 
soldados con grande alegría, alabando sus 
hechos hasta el cielo. Faltaron hasta veinte 
soldados. Llevó un tiro de artillería entre- 
ambas piernas á un capitán de infantería que 
se llamabaGuzmán, que había sido paje de don 
Alfonso, señor de la Casa de Aguilar; quedó 
allí sin piernas. Era muy gentil hombre y había 
hecho cosas muy señaladas en armas; al cual 
mandó llevar á su tienda el Príncipe de Nava- 
rra y lo hizo curar, pensando que sanaría, y al 
fin murió; y el Príncipe lo mandó llevar á Gae- 
ta, y lo hizo enterrar muy honradamente, con 
un título sobre su sepultura que contaba su 
muerte. Este Príncipe no había hecho tantos 
fieros como el Gonzaga, y peleó aquel día 
mejor que él. 

Había en el real de los franceses un caba- 
llero italiano, natural de Sesa; era del Conse- 
jo de Guerra de los franceses; tenía allí con- 
sigo un hermano, el cual cada noche llevaba 
una carta de cifras avisando de todo lo que 
pasaba. Este su hermano se iba el río arriba, 
y con una piedra, atada la carta á ella, la 
echaba de la otra parte de! río; para lo cual 
estaba un soldado esperando, y la tomaba y 
le traía la respuesta, y la echaba de la misma 
manera. Cada noche sabía el Gran Capitán el 
estado de los franceses por esta vía. 

CAPÍTULO III 

De cómo iodos los señores y capiianes del 
ejército y los del Consejo de la Guerra re- 
quirieron al Gran Capitán se retrajese en 
los alojamientos y alzase en todo caso el 
real, y lo que respondió y hizo. 

Juntáronse un día los señores y capitanes 
y los del Consejo de la Guerra y suplicaron 
al Gran Capitán que se retrajese á algunos 
alojamientos hasta que aquel tiempo tan tra- 
bajoso de aguas pasase; diciendo que ya no 
se podían sufrir las necesidades que allí pa- 
decían y los trabajos insoportables que allí 
pasaban. Pusieron al Gran Capitán delante 
todos los inconvenientes que había; que 
cualquiera dellos era bastante para que se 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



409 



recogiese el campo á los alojamientos, di- 
ciéndole que bien sabía Su Señoría que los 
hombres no eran obligados á las cosas impo- 
sibles, como lo era aquélla. Principalmente 
insistían en esto los del Consejo de la Gue- 
rra. El Gran Capitán les oyó con mucha aten- 
ción hasta el cabo, y les dijo: «Señores, no 
me aconsejéis que vuelva atrás en ninguna 
manera á los alojamientos; que yo entiendo 
de os llevar á aquel real de los franceses que 
está bien bastecido de todas las cosas nece- 
sarias». Ellos le tornaron á replicar y apretar 
tanto, que les dijo: «Oíd, señores, y será esta 
la postrera respuesta que, señores, os daré, 
sin que más me repliquéis. Yo bien tengo por 
cierto que todos cuantos aquí estáis deseáis 
el servicio de los Reyes nuestros señores 
tanto como yo, y que sabéis muy bien lo que 
decís y hacéis cada uno de vosotros mucho 
mejor que yo; mas quiero que sepáis que si 
volvemos atrás, perdemos todo el crédito y 
reputación que hemos cobrado; y la mayor 
parte de Italia está esperando que haya al- 
guna quiebra, como será está, para que así 
hagan ellos su mudanza. Y los franceses to- 
marán tanto orgullo de nos ver volver atrás» 
que cobrarán nuevas fuerzas. Cosa es de 
gran poquedad que sufran los franceses es- 
tar en el campo, treinta pasos de nosotros, y 
que nosotros no podamos sufrir otro tanto y 
estar como ellos están; ya que todo esto 
cese, yo no puedo acabar conmigo de volver 
un paso atrás, y si, como me decís, que la 
gente, no lo pudiendo sufrir, se irá y me de- 
jará, de aquí os digo, por vida de los Reyes 
Católicos y á fe de cristiano, que si solos 
diez quedaren conmigo, que con solos ellos 
quede hasta pasar el río y les dar la batalla 
y los vencer ó quedar allí muerto. Por ende, 
sígame quien quisiere, y el que no, vayase 
con la gracia de Dios; y pues vosotros, seño- 
res, sois tan esforzados, por qué me queréis 
poner á mi temor? Y ya que todos se vayan, 
ya yo veo los que conmigo han de quedar. A 
lo que, señores, decís de la falta de los man- 
tenimientos, yo acabaré con los españoles, así 
capitanes como soldados, que no coman sino 
de cuatro en cuatro días, y yo les temé com- 
pañía; pues á vosotros, señores, no os ha de 
faltar de comer Sabed, señores, que las 
grandes cosas con grandes trabajos se alcan- 
zan. Los persas, los griegos, los romanos, no 
hicieran las grandes hazañas y hechos en ar- 



mas, de que los libros están llenos, si no pa- 
saran muchos trabajos y padecieran grandes 
necesidades, como en sus historias podéis 
ver y leer. Pues vosotros, señores, ¡cuánta 
ventaja hacéis á todos los pasados en el es- 
fuerzo, destreza y en todas las otras virtu- 
des, así en la paz como en la guerra, no es 
menester decillo yo!» Toda la gente de gue- 
rra respondió que, si era menester, no come- 
rían sino de ocho en ocho días. 

CAPÍTULO IV 

De cómo se fué del ejército el Marqués de Man- 
tua, General, como hemos dicho, é se fué á 
Roma y de allí á su casa, y las causas por 
qué. 

El Marqués de Mantua, vista la insolen- 
cia de los franceses y cómo en sus alojamien- 
tos murmuraban del y era muy odiado, así 
de los capitanes como de los soldados, y vis- 
to que los españoles les mataron los mil y 
quinientos hombres que pasaron el puente, 
y con un juicio cual lo tenía muy vivo, pare- 
cíale que por lo quél había visto y la valentía 
dellos y la soberbia de los franceses y otros 
defectos que de ellos vía, tuvo cuasi por 
cierta la ruina de su campo, y que había de 
haber aquella jornada infelicísimo suceso. Lo 
cual él vía por muchas causas que en su pecho 
tenía entendidas, y también estaba tan espan- 
tado de ver el ánimo y presteza de los espa- 
ñoles El determinó de se volver, y se partió 
á los siete días de noviembre del dicho año 
de quinientos y tres. Dijo y publicó que le 
habían apretado unas calenturas y que allí 
no podía ser curado de ellas; las cuales decía 
le. haber sobrevenido por el destemplamiento 
de dormir algunas noches al sereno. De la 
soberbia con que vino iba muy curado. El se 
fué derecho á Roma, diciendo que á se curar. 
Todos los cincuenta caballos y sus ricos ade- 
rezos volvieron sanos y salvos, y los arneses 
sin faltar pieza ni llevar un encuentro chico 
ni grande. Las tiendas fueron sanas con todo 
el repuesto. 

Decía este Marqués en los familiares colo- 
quios y á las personas aceptas á su servicio 
y amistad: «Cuando yo acepté el cargo de 
General, pensé que los españoles eran como 
las otras gentes, que osan cuando el tiempo 
lo requiere y temen cuando la razón lo pide, 



410 



CRÓNICA MANUSCRITA 



y que los españoles no temían, porque se 
iban derechos á la artillería, y nadie debe de 
pelear con el enemigo cuando no tienen en 
nada la vida, ni se da nada porque venga la 
muerte. Ni temen los españoles las necesida- 
des y la hambre, ni los trabajos ni el frío, ni 
los otros infortunios que suelen acontecer; 
ni les disminuye el ánimo, ni les enflaquece 
el osar; antes cuando en más necesidades se 
ven, entonces parece que se les dobla el áni- 
mo; y sobre todo, que tienen un capitán el 
más venturoso que creo que haya habido ja- 
más; que si no fuera español, creyera que 
Dios hacía sus cosas, según hemos visto su- 
cederle, como él las pide y traza». Estas y 
otras cosas decía el Marqués en las' pláticas 
particulares; porque tiene tanta fuerza la 
verdad, que hasta los enemigos hace que la 
confiesen. Y así quedó el Marqués de Salu- 
ces por General de todo el campo de los 
franceses. 

CAPÍTULO V 

De cómo el Gran Capitán se reírujo á Sesa 
para engañar á los franceses, y cómo aquel 
ardid hubo efecto. 

Pues víspera de Navidad el Gran Capi- 
tán con su ejército se retrajo á Sesa, á 
Teano y Carinóla, porque los franceses pen- 
sasen que tenía su gente repartida en las 
aldeas de Sesa, que son muchas, y estos apo- 
sentos son hacia la banda adonde entendía 
echar el puente. Fué este día muy trabajoso 
de aguas. Los franceses no salían de su par- 
que cabe su puente. 

Pues á los veinte y seis días de Diciembre, 
que fué día de Santo Esteban, después de 
haber oído misa y comido él y toda su gente, 
se fueron donde habían de echar el puente. 
Dio el Gran Capitán cargo de echar el puen- 
te á Bartolomé de Alviano, aquel capitán ur- 
sino, porque era muy ingenioso y muy hábil, 
cómo arriba dijimos, y estaban allí puestos 
todos los materiales juntos. 

Pues echado el puente, sin que los france- 
ses supiesen nada desto, para lo cual tuvo el 
Gran Capitán mucho recaudo, así en tomar 
las espías como en hacerse en tiempo que na- 
die salía del real ni de los aposentos, y para 
los engañar más estaba parte del campo en- 
frente del suyo. La intención del Gran Capi- 
tán no fué de pasar aquel día el puente, sino 



otro día viernes, que era el día que tenia su 
devoción de pelear, y jamás dejó de vencer 
aquel día. 

Andaban en aquella sazón quinientos sol- 
dados amotinados del ejército, á toda ropa 
robando, y no los habían podido reducir, así 
por las grandes necesidades que padecían, 
como por muchas bellaquerías que habían 
cometido. Aquel día halláronse en la sierra y 
vieron echar el puente al Garellano, y pensa- 
ron que se echaba para pasar luego por ella 
de la otra parte; y todos así como estaban se 
bajaron á gran priesa en su ordenanza y se 
fueron derechos adonde el Gran Capitán es- 
taba, y le dijeron desta manera: «Perdonad- 
nos, señor, por servicio de Dios y de su ben- 
dita Madre, y acordaos de algunos servicios 
que os hemos hecho, y de cuántas necesida- 
des, hambres y trabajos hemos sufrido en 
vuestro servicio. No ponemos por nuestra 
parte excusa alguna, sino que la causa fué 
nuestros pecados y ceguedad y error del en- 
tendimiento. Nunca quiera Dios que hoy deis 
la batalla á los franceses sin que nosotros 
nos hallemos en ella, ni que vuestra perso- 
na se ponga hoy en peligro donde nosotros 
no seamos los primeros; y en pago de nues- 
tro maleficio nos dad licencia para que vamos 
en la avanguardia y ser los primeros, porque 
veáis la enmienda que hacemos de nuestro 
delito. No se cierre para nosotros aquella 
loable virtud de la clemencia, que en vuestra 
señoría siempre tanto ha resplandecido, que 
os ha hecho ser de todos amado, y si amado 
de todos temido. Porque cierto es que ningu- 
no quiere enojar á quien ama. Verdad sea 
que Dios nuestro Señor algunas veces usa 
de justicia, mas cada día, cada hora, cada 
momento usa de misericordia y clemencia; 
porque si siempre usase de justicia, según 
todos somos inclinados al mal, en un instante 
perecería el mundo- Mirad, señor, que el ri- 
gor de la justicia es muy vecino de la cruel- 
dad, cosa tan ajena de la condición de vues- 
tra señoría, por la cual en todo el mundo 
sois loado». Esto decían estos amotinados 
con el mayor sentimiento del mundo, que era 
muy gran lástima de los ver y oir. 

El Gran Capitán los abrazó con muy alegre 
gesto, y les dijo: «Bien sabía yo, hermanos 
míos, que cuando yo tuviese necesidad, que 
no me habiades de faltar. Muy mayor es la 
satisfacción que agora me habéis hecho que 



DEL GRAN CAPITÁN 



411 



la culpaque cometistes, y aunque no fuera sino 
la confianza con que os pusisteis en mi poder 
y os veni.stes para mi, me obligaba á os per- 
donar y á hacer merced, como yo os la haré». 

CAPÍTULO VI 

De lo que los alemanes hicieron, visto bajar de 
la sierra los amotinados, pensando que que- 
rían pasar el puente. 

Los alemanes como vieron bajar de la sie- 
rra los amotinados hacia el puente, pensaron 
que luego querían pasar y viniéronse sin ser 
llamados. El Gran Capitán no quería pasar el 
puente hasta otro día, y para aquel efecto 
había hecho llamar á toda la gente que esta- 
ba en los aposentos. Pues como el Gran Ca- 
pitán vio á los alemanes y amotinados allí 
juntos, dijo á aquellos señores y capitanes: 
«Paréceme, señores, que Dios quiere que 
hoy pasemos el puente, pues la gente se vie- 
ne sin ser llamada». A esta hora Bernabé de 
Alviano con gran diligencia y trabajo acabó 
de echar el puente. En aquel echar del puen- 
te trabajó el Gran Capitán mucho, y dábale 
pena un coleto de damasco pardillo, y quitólo 
y diólo á Gómez Coello, un capitán de peones. 
«Por señas [le dijo] deste coleto, os aparejad 
que os tengo de encomendar un negocio; que 
si hijo tuviera, á él solo lo encomendara, y no 
diera la gloria del á otro ninguno». 

Pues acabado de echar el puente por la 
grande industria y presteza de Bartolomé de 
Alviano, sin esperar para otro día la gente 
que había de venir de los aposentos, que 
había enviado á llamar, comenzaron á pasar 
los alemanes y dos mil españoles y ciento de 
caballo; se hundió un pedazo del puente, de 
manera que no pudieron pasar más. A esta 
hora llegó un soldado al Gran Capitán y le 
dijo: «Señor, perdidos somos, que se hundió 
un pedazo del puente». El Gran Capitán le 
respondió: «Señor fulano, ¿cómo seyendo vos 
tan valiente me queréis poner temor? Que- 
brarse el puente tengo yo á mejor dicha; 
porque los nuestros que destotra parte están 
y quedan, irán á pasar por su puente y los 
acometerán, y nosotros les daremos en sus 
espaldas y los desbarataremos». Aquella no- 
che estuvo el Gran Capitán pasado el puente 
hasta la mañana de aquella parte del río 
adonde estaba el ejército de los franceses, el 
río abajo. 



CAPITULO VII 

De un hecho muy de notar que aconteció 
aquella noche á un capitán de peones lla- 
mado Gómez Coello con los franceses. 

Aquella noche luego en anocheciendo lla- 
mó el Gran Capitán á aquel Gómez Coello á 
quien dijimos que había dado un coleto, y le 
dijo que le había de encargar una cosa muy 
importante. «Agora en anocheciendo, le dijo, 
Coello, vos sabéis que cerca de aquí, en un 
lugar que se llama Los Fratres, están cuatro- 
cientos hombres de armas franceses aposen- 
tados, y esta noche se han de ir á juntarse 
con el campo de los franceses; y hay en el 
camino una rambla honda, que es un mal 
paso, y han de pasar por allí por fuerza. Vos 
tomáis de aquí trescientos peones, y con vos 
irán quien os guíe, y cuando los viéredes en 
aquel mal paso, la gracia de Dios nuestro 
Señor y de su bendita Madre sea con vos. 
Y mirad, Coello, lo que más valen los muer- 
tos más que los vivos». Coello le respondió: 
«Descreo de tal si hombre de ellos me esca- 
pa». El Gran Capitán le riñó por haber rene- 
gado y estuvo por no le enviar, porque tenía 
aquella falta de siempre renegar, aunque era 
muy valiente, y el Gran Capitán le daba 
[pena] cada que hobiese de renegar tanto 
y jamás le podía quitar aquel mal uso. Luego 
se partió con sus trescientos soldados y sus 
guías; y una hora antes que amaneciese vino 
un peón de los que fueron con el Coello en 
un muy hermoso caballo, y le dijo al Gran 
Capitán delante de todos aquellos señores 
y capitanes: «El capitán Gómez Coello hace 
saber á V. S. cómo él peleó con los franceses 
y que ningún peón de los que llevó le ha 
quedado; y él queda muy bueno y sano y sin 
ninguna herida, que habiendo peleado Coello 
con los trescientos peones que llevó, quedó 
él vivo sin le quedar ninguno». «Andad, ami- 
go, que eso es cosa que yo no creeré jamás, 
que es cosa imposible que habiendo perdido 
los peones quedase él sano. Mejor nueva es- 
pero yo de Coello que no esa». «No digo yo, 
señor, que murieron los trescientos peones, 
sino que no le quedaron ningunos». «¿Y de 
los franceses, dijo el Gran Capitán, cuántos 
murieron?» «Los trescientos y ochenta, dijo 
aquel soldado; y los veinte quedaron muy 
heridos y presos». «¿Pues cómo no quedó 



412 



CRÓNICA MANUSCRITA 



ningún peón?» Respondió aquel soldado: ^Por- 
que todos vienen hechos hombres de armas, 
y aun también nuestros mozos también todos 
á caballo y con sus arneses vestidos». El 
Gran Capitán lo abrazó y le dijo: «Asi lo creo 
yo de Coello». Y el Gran Capitán hizo muy 
gran merced á este soldado. «Pues más sepa 
V. S. que quisimos ir esta noche á pelear con 
los franceses y hacerles un recado falso por 
los tomar seguros; sino que nuestro capitán 
no quiso pelear con ellos con engaño, sino de 
día y seyendo conocido dellos». El Gran Ca- 
pitán salió á recebir á Coello, y asomó una 
compañía de trescientos y tantos hombres 
de armas muy hermosa y muy gallarda. El 
Gran Capitán abrazó á Coello y lo besó en el 
rostro, y le dijo muy buenas palabras de las 
que suele. 

Al tiempo que el Gran Capitán invió á 
Coello, invió también á otro capitán llamado 
Escalada, que era del Próspero Colona, [á un 
lugarj en que estaban aposentados ochenta 
hombres de armas franceses; y llegó á la 
hora que Coello á los Fratres, y peleó con 
ellos y mató los más dellos y los otros huye- 
ron. Mataron sesenta y trajeron sesenta ca- 
ballos y sesenta arneses. No saquearon el 
lugar por ser del Próspero; antes dieron á 
los vecinos parte del despojo que tomaron á 
los franceses. Y tras Coello vino Escalada 
asimismo sin ningún peón, porque todos vi- 
nieron asimismo hechos hombres de armas. 
Eran tantas las aguas y acequias que no po- 
dían caminar. 

CAPÍTULO VIII 

Seyendo ya el día claro, movió el Gran Capitán 
todos los que habían pasado el puente y 
peleó con los franceses. 

El viernes por la mañana, que se contaron 
diez y nueve días de Diciembre, el Gran Ca- 
pitán desde la otra parte del río dijo á los de 
su ejército que no habían podido pasar: «Idos 
á pasar por su puente; id en frente de nos- 
otros, que yo os doy mi fe de los acometer y 
desviar del puente y os la dejarán desemba- 
razada por donde paséis». Y así comenzó á 
caminar camino del real de los franceses, el 
río abajo. 

El Marqués de Saluces, el General, supo 
aquella mañana de una espía cómo un capi- 
tán español, que fué Coello, había muerto los 



cuatrocientos hombres de armas que estaban 
en los Fratres y los ochenta que fueron desba- 
ratados por Escalada. Tras éstos llegó otra 
espía que habían hecho un puente el río aba- 
jo y venían marchando los unos por la una 
parte y los otros por la otra parte del río. Los 
franceses se turbaron en gran manera, y más 
viéndolos asomar, que ni acertaban á enfre- 
nar los caballos ni á cabalgar, y comenzaron á 
arrancar la artillería y todo lo que más pudie- 
ron, y comenzaron sin orden ninguna á mar- 
char hacia Gaeta; y fuéronse á una villa que 
se llama Mola, que está en el camino, para se 
hacer allí fuertes. A esta hora como el Mar- 
qués de Saluces vio huir la gente de temor 
del ejército de los españoles que venía, co- 
menzó de animar á los franceses, rogándoles 
que peleasen y esperasen en Dios que les 
daría la victoria, y que hobiesen vergüenza de 
huir, habiendo esperado allí tantos días, y que 
tuviesen buena guarda en el puente, para que 
no pasasen los españoles que por aquella 
banda iban; que él les daba su fe, con la ayu- 
da de Dios, de los romper, y que aunque 
todos hubiesen pasado, les debían de dar la 
batalla. 

Los franceses nunca quisieron oir al Mar- 
qués ni volver á hacer rostro, sino en huir el 
que más podía, y más veyendo la furia con 
que los españoles marchaban. Con el Marqués 
se juntaron algunos caballeros y capitanes, y 
hombres de honra, que comenzaron á animar 
á los franceses y á los poner en orden. Mas 
los franceses comenzaron á marchar; ni espe- 
raban bandera ni capitán, y tomaron el cami- 
no para Mola. El Marqués y los capitanes 
quisieron mucho hacer rostro á los enemigos; 
mas viendo que se quedaban solos, comenza- 
ron á caminar tras ellos hacia la Mola, para 
allí se hacer fuertes y animar la gente para 
que otro día peleasen con los españoles. 

El Gran Capitán aquella noche comenzó á 
marchar tras los franceses, sus batallas orde- 
nadas, y pensó de pelear, porque tenía al .Mar- 
qués de Saluces por hombre de mucha honra 
y muy sabio en las cosas de la guerra, aunque 
no había bravoseado tanto como los otros 
Generales, y si los franceses le siguieran, él 
los diera á los españoles la batalla. Mas los 
descubridores volvieron diciendo cómo los 
franceses habían alzado su real y se iban el 
río abajo sin orden ninguna camino de Gaeta. 
El Gran Capitán con hasta treinta de caballo, 



DEL GRAN CAPITÁN 



413 



señores y capitanes, se adelantaron y los vie- 
ron ir. El Gran Capitán se apeó y se hincó de 
rodillas y alzó las manos al cielo y dijo: «Ben- 
dito seáis vos, Señor, que fuisteis servido que 
hoy no se derramase sangre de cristianos, 
pues fuimos redemidos por vuestra preciosa 
sangre; porque aunque somos malos, segui- 
mos vuestra verdadera fe. En vuestras manos 
está la victoria y ésta dais vos á quien tiene 
justicia. En vuestra mano está la vida y la 
muerte». Con otras muchas palabras que 
como muy católico cristiano dijo. 

Ya no había de la retaguarda de ios france- 
ses á la avanguardia de los españoles más de 
una milla. El Gran Capitán llamó á Medina y 
le dijo, llegando ya adonde llaman los Coli- 
seos: «Tomad los que os pareciere y mirad 
aquesa ribera del río si por ventura dejaron 
los franceses algo escondido». Pues yendo el 
Medina buscando la ribera, adonde otro río 
entra en el Garellano, vio un villano de la tie- 
rra que se echaba al agua; al cual llamó y le 
dio su fe y seguro que no le sería hecha algu- 
na ofensa. Pues salido este villano y asegura- 
do, dijo que él mostrarla dónde los franceses 
dejaban ascondidos doce tiros de artillería; 
los cuales luego se cobraron, que ninguno se 
perdió, porque no estaba la agua muy honda 
adonde quedaban; los cuales luego fueron lle- 
vados al campo de los españoles. 

CAPÍTULO IX 

De lo que acaeció á cuatro espailoícs que se 
adelantaron á herir en la retaguardia de ¡os 
franceses. 

El Gran Capitán mandó que ninguno se 
desmandase; verdad sea que sin su voluntad, 
sin que ninguno los viese, se adelantaron 
cuatro españoles que se llamaban Paz, Bus- 
to, Diego López de Ángulo y Bernardino, 
paje del Gran Capitán. Los franceses acaba- 
' ron de pasar un puente que entra en el Gare- 
llano y vieron venir al más correr de sus 
caballos cuatro españoles, y emboscáronse 
ochenta caballeros franceses entre unos sotos 
sin que los pudiesen descubrir los cuatro 
españoles. 

El campo de los españoles quedaba bien 
trasero Pues habiendo salido estos cuatro 
de caballo al puente, salieron los ochenta 
hombres de armas á ellos. Cuando los cuatro 



vieron salir de la celada los ochenta france- 
ses y ser tantos, revolvieron al puente, y 
aunque se pudieran salvar tornándose para 
su campo, no quisieron, sino pararon en el 
puente, y todos cuatro comenzaron á pelear 
con todos los ochenta franceses, determina- 
dos de morir antes allí que volver atrás á dar 
en la avanguardia de los españoles, sus com- 
pañeros, principalmente viniendo allí el Gran 
Capitán. Pues veyendo los franceses no ser 
más de cuatro y la avanguardia venir tan tra- 
sera, pelearon con ellos. Los españoles se 
defendían y ofendían á sus enemigos como si 
fueran veinte, que nunca jamás volvieron un 
pie atrás. Diego López de Ángulo animaba á 
sus compañeros, como aquel que era uno de 
los valientes soldados de todo el campo, y 
vendió bien cara su muerte, y lo mesmo hicie- 
ron García de Busto y Bernardino. Los fran- 
ceses sucedían de refresco, hasta que los tres 
habiendo hecho más que hombres y muerto 
mucha parte dellos, cayeron tendidos en el 
mesmo lugar que primero habían puesto los 
pies. 

Aquel Paz, visto que sus compañeros eran 
muertos y él mal herido, se echó desde la 
puente en el río; y á dicha estaba una higue- 
ra nacida en un arco, y asióse con un brazo 
de ella, y allí quedó colgado hasta que llegó 
la avanguardia, que hallaron á los tres espa- 
ñoles tendidos en el suelo, hechos muchas 
piezas, y vieron al Paz colgado de la higuera. 

Los franceses cuando vieron al Paz colga- 
do de la higuera quedaron muy espantados, 
y decían: «Tan bien andan estos diablos por 
el aire y agua como por la tierra», y se fueron 
riendo de lo ver colgado. El Gran Capitán 
mandó enterrar aquellos tres españoles, y 
después los llevaron á Gaeta y los enterraron 
muy honradamente. Estaban cabe los espa- 
ñoles más de doce franceses muertos, por 
mano de ellos. 

Al Gran Capitán le pesó mucho por la 
muerte destos tres, que eran muy valientes 
soldados, principalmente por el Diego López 
de Ángulo, porque era natural de Córdoba y 
era muy deudo de la Casa de don Alonso de 
Aguilar, su hermano, y era caballero muy 
esforzado y muy quisto de todos. 

Cuando el Marqués aquella mañana supo 
que el Gran Capitán había pasado el puente, 
luego proveyó que todas las barcas se junta- 
sen y metieron en ellas los mercaderes y tiros 



414 



CRÓNICA MANUSCRITA 



gruesos y todo el más carruaje que se pudo 
meter, y todas las mercadurías que allí esta- 
ban en aquel ejército, que era en mucha can- 
tidad. Estas barcas fueron el río abajo á Gae- 
ta, y antes que llegasen se levantó un tempo- 
ral, con que todas se hundieron y los merca- 
deres y cuanto en ellas iba, sin salvarse 
cosa alguna. Después mandó el Gran Capitán 
que se buscase en aquel lugar la artillería, y 
se cobró sin quedar nada que no se cobrase. 

CAPÍTULO X 

De cómo el Gran Capitán siguió á los france- 
ses hasta una villa que se llama Mola, y lo 
que allí sucedió. 

Sabido por el Gran Capitán que venía la 
gente que estaba en los aposentos, á quien 
había inviado á llamar, pensando que otro 
día había de echar el puente, que venían, les 
invió á decir que se volviesen, que ya no 
eran menester; y por los contentar, les invió 
á decir que aunque no se habían hallado en 
aquel negocio, desde allá habían vencido; 
porque sabido por los franceses que ellos 
eran llamados, que de aquel temor habían al- 
zado su real y se habían ido, y que los fran- 
ceses habían tenido en más á ellos en sus 
aposentos; sabido que querían venir, les te- 
mieron más que á los que acá estaban, con 
otras muy dulces razones con que quedaron 
contentos. 

Pues siendo el Gran Capitán en seguimien- 
to de los franceses, llegaron á una vüla que 
se llama Mola, que está tres millas de Gaeta, 
y pensó que allí se harían fuertes y pasarían 
allí aquella noche. Dióse muy gran priesa por 
los cercar; y yendo así hacia la villa, vieron 
venir por la cuesta abajo corriendo un italia- 
no artillero hacia la avanguardia ('), diciendo 
que no fuese á la villa por do iban encamina- 
dos, porque los franceses tenían plantada la 
artillería en el camino, que no se parecía, 
con que les harían mucho mal, y que él era 
uno de los que tenían la mecha en la mano 
para cebar las diez y ocho bocas de los tiros; 
y que no sabe en qué manera, sin lo él que- 
rer ni poder hacer otra cosa, fué forzado á lo 
hacer, seyendo capital enemigo de la Casa de 
Aragón; que milagrosamente fué movido á 

(>) Al mareen: lUn milagro que Dios hizo con el Gran 
Capitán». 



ello. Y decía este italiano gran verdad; por- 
que la artillería estaba plantada en el mesmo 
camino por do iban; con que se hiciera muy 
grande daño en la avanguardia, adonde iba 
el Gran Capitán y todos aquellos señores. El 
Gran Capitán se lo agradeció mucho y le 
hizo una gran merced, Y luego mandó á Pe- 
dro Navarro que con la infantería española 
fuese por la mano izquierda por una falda de 
una sierra, y que por allí bajarían á la villa, y 
el mesmo Gran Capitán se apeó y se puso 
junto á la bandera de los alemanes. Llevaba 
un morrión y una coraza y una espada y ro- 
dela, y tomó la mano derecha, dejando en 
medio aquel sitio adonde habían asentado 
aquella artillería; y dijo á los alemanes: «Her- 
manos, no me dejéis; que yo os doy mi fe de 
no os dejar, ó vencer ó morir aquí juntos 
cabe vuestra bandera». Y con esta determi- 
nación fué á pie, pensando, como dijimos, que 
allí se pararían; porque luego quería el Gran 
Capitán combatir el lugar. Pareció mucho 
este Gran Capitán en la presteza y celeridad 
y gozar de la victoria á Julio César, perpetuo 
dictador de Roma, en combatir á sus enemi- 
gos, sin temer ningún peligro que delante se 
le ofreciese. 

Los franceses, conociendo la determinación 
y presteza del Gran Capitán, no osaron pa- 
rar allí, antes tomaron el camino de Gaeta, 
desamparando allí diez y ocho piezas de arti- 
llería, que hasta allí habían traído y sosteni- 
do con gran trabajo. Pues como el Gran Ca- 
pitán vio que no paraban allí, cabalgó en un 
caballo que se llamaba Lupo, y comenzó él y 
otros caballeros un galope. Yendo así, cayó 
el Lupo de un lado, y dio tan gran caída, que 
el estribo que tomó en bajo se hizo una torta 
y machucó el pie de manera que no se podía 
sacar del estribo, ni bastaba arte ninguna 
para lo sacar del pie, porque estaba hecho 
una pasta, aunque se quebrantaron allí har- 
tas dagas y puñales. Al fin con mucho traba- 
jo se sacó el pie del estribo muy maltratado,* 
y aunque el pie dolía mucho, nunca mostró 
sentimiento alguno. Algunos prenosticaron 
ser aquel agüero, y que desta causa no debía 
ir á Mola. El Gran Capitán les respondió lo 
que suele, y les dijo que ninguna señal ni 
agüero le podía venir con que más holgara; 
que pues la tierra lo abrazaba, suyo que- 
ría ser. 

Visto esto, mandó que los caballos y la in- 



DEL GRAN CAPITÁN 



415 



faiitería marchasen y siguiesen el alcance á 
rienda suelta, y él se fué con los alemanes á 
su acostumbrado paso Los españoles se 
dieron tan buena priesa que los aLcanzaron 
y fueron matando en ellos, sin que uno dellos 
pudiese resistir, y así los fueron matando 
hasta los meter por las puertas de Gaeta. 
Todo el fardaje tomaron, que ninguna cosa 
faltó que no perdieron. Murieron en aquel 
alcance hasta dos mil franceses; y fueran 
muchos más, sino que los españoles no que- 
rían matar á los rendidos y vencidos que no 
se ponían en defensa; que si quisieran, más 
de cuatro mil mataran; de que los franceses 
quedaron espantados en no matar todos los 
que podían, porque elloS tenían hecho voto'y 
promesa de no dejar á vida á ningún español 
que toman: asaz santo voto para que Dios 
les ayude; y si lo han prometido, muy mejor 
lo cumplen, hasta adonde entran á visitar los 
hospitales y enfermerías y matar á todos los 
españoles que hallan, aunque sepan que den- 
tro de una hora habían de morir. 

Luego desde el burgo de Gaeta se volvie- 
ron los españoles á dormir á Castellón, y 
ninguna cosa cenaron porque no lo tuvieron. 
Luego el sábado por la mañana vinieron man- 
tenimientos y vituallas, de que la gente co- 
mieron y reposaron. Hallaban los franceses 
por su cuenta que desde que el Marqués de 
Mantua se había ¡do les habían muerto quin- 
ce mil franceses, sin los que se habían ahoga- 
do en el Garellano y se habían muerto de 
otros infortunios y enfermedades. 

Sabido por toda la provincia y comarca que 
el Gran Capitán había pasado el Garellano y 
seguido á los franceses hasta los encerrar en 
Gaeta con tanto derramamiento de sangre, 
alzaron luego banderas por la Casa de Ara- 
gón, sin quedar lugar alguno que por los 
franceses se rebelasen, los cuales en sus tie- 
rras tenían aposentados algunos íranceses; 
á los unos mataban y á los otros despojaban 
y prendían. 

Es cierto y cosa muy averiguada de todos 
los que en este desbarato se hallaron, perso- 
nas dignas de fe, dicen que jamás en memo- 
ria de hombres se ha visto ni en las historias 
pasadas se ha leído tan miserable, tan des- 
honrada y abatida jornada como ésta, desde 
que el puente pasaron, y aun después quel 
Marqués se partió del ejército; porque al 
Gran Capitán pidieron los soldados españo- 



les les diese licencia, pues cómodamente se 
la podía dar y había lugar para ello, que dos 
días querían gastar en los aposentos para 
celebrar la fiesta de la Navidad en alguna 
iglesia y no en el campo; que nunca Dios qui- 
siese que tan gran fiesta pasase sin que la 
celebrasen con honrar el nacimiento de Cris- 
to y regocijarse ellos en aquellos dos días. 
El Gran Capitán les concedió aquellos días 
para se regocijar y festejar la fiesta del Sal- 
vador del mundo, y también porque hiciese 
hacer el puente más á su salvo, para les pa- 
sar á dar la batalla. 

Los franceses veyéndolos irse á los apo- 
sentos, comenzaron á decir que los españo- 
les eran cobardes y pusilánimes y de poco 
ánimo; que eran gentes que no podían sufrir 
las lluvias y los trabajos de estar en el cam- 
po cabe aquel río, y que aquello era por no 
venir con ellos á batalla, aunque por otra 
parte lamentaban su infortunio, diciendo que 
no sabían cómo Dios había querido darles 
tanta tormenta de aguas, habiendo dado po- 
cos años había al Rey Carlos octavo, prede- 
cesor del Rey Luis, un año tan sereno, tan 
próspero y tan felicísimo, y á ellos tantos 
trabajos. Mas agora veyendo al Gran Capi- 
tán retraerse aquellos dos días, decían que 
los españoles, cansados de la guerra y teme- 
rosos de hacer con ellos jornada, se iban como 
gente apocada; de que Dios les dio luego el 
infelice suceso que hemos dicho y diremos. 

Morían muchos de los franceses por falta 
de vestidos y otras cosas necesarias; porque 
aunque el Rey Luis en grande abundancia 
proveía todas las cosas sin faltar ninguna, el 
tesorero mos de Corcon y el bailín mos de 
Cadouyo eran notados y con mucha verdad 
por ser avarientos y hurtarles á los soldados 
las pagas y venderles las vituallas por muy 
excesivos precios. 

Pues, como dijimos, que Bartolomé de Al- 
viano por mandamiento del Gran Capitán les 
echó el puente y pasó á ellos y los halló es- 
parcidos y sin ningún ánimo, y pasados los 
españoles desbarataron luego muy vituperio- 
samente á los franceses normandos, que sin 
mirar atrás ni tomar armas comenzaron á 
huir tan desacordadamente que las voces y 
grita suya fué oída en el real, á do el Saluces 
estaba con toda la otra gente; y el Marqués 
mandó embarcar, como dijimos, toda la arti- 
llería, y toda se perdió con la gente y municio- 



416 



CRÓNICA MANUSCRITA 



nes que iban con ella. Y fué tan grande su ad- 
versa fortuna, que no hobo soldado ni capitán 
que obedeciese bandera, ni otro pensamiento 
tuviese sino en huir. Pasaron por el camino 
que llaman los Estanzos. Aquí, vista esta tan 
deshonrada y afrontosa huida, un capitán de 
caballos ginovés, llamado Bernardino Adorno, 
con hasta cien hombes de armas cerrados en 
escuadrón, se pararon en una puente de piedra 
por do pasa la agua formiana. Con mucho va- 
lor y esfuerzo hicieron rostro á los enemigos 
y animaron á sus compañeros para que vol- 
viesen á la batalla. Tuvo esta batalla al prin- 
cipio buena fortuna para los franceses, por- 
que el Adorno peleó como varón, y mataron 
algunos españoles, y entre ellos á un Bernar- 
dino de Tordesillas, camarero del Gran Capi- 
tán y muy su privado y muy fiel criado del 
Gran Capitán; y fué muy herido Gonzalo de 
Avalos, capitán y pariente del de Avalos. 
Pues avisando al Gran Capitán cómo habían 
reparado los franceses y que habían hecho 
rostro, Gonzalo Hernández con grandes vo- 
ces decía á todos que marchasen á gran prie- 
sa y peleasen como hombres y meneasen las 
manos; y él á toda furia puso las espuelas á 
su caballo Mudarra, que fué el mejor que 
hasta aUí había nacido de las yeguas. Pues 
llegado el Gran Capitán, fué el Adorno tan 
apretado, de modo que no pudiendo sufrir 
comenzó de retraerse, y allí fué muerto por 
los tudescos. Al cual viendo los franceses 
que habían reparado, todos volvieron con 
muy desordenada huida para Gaeta. Allí la 
compañía de Pedro Navarro ocupó el monte 
Orlando que está puesto sobre Gaeta. Es 
este monte muy mentado por un sepulcro 
que está en lo alto del, á do están las cenizas 
de Munacio Plango, que fué discípulo de Ci- 
cerón, al cual el mismo Tulio escribe muchas 
epístolas. Este fundó en Francia á León de 
Saona Roña y en Alemania á Basilea. Está en 
aquel monte en la sepultura del Munacio 
Plango: 

L. MVNATIVS PLANCVS 

L. F. L. N. l: PRON-PLACVS CONS. 

IMP. Vil. ITER. Vil. VIR. EPVL. TRIVMPH. 

Estas letras están en su sepultura, las cua- 
les puse aquí para los hombres curiosos. En 
la cual torre mandó subir el Conde Pedro 
Navarro ciertas piezas de artillería, que los 
soldados subieron á brazo- 



CAPITULO XI 

De cómo el Gran Capitán mandó combatir á 
Gaeta, y de cómo los franceses pidieron par- 
tido, y lo que sobre ello se hizo. 

A los treinta días de Diciembre, en fin del 
dicho año de mil quinientos tres, puso el cer- 
co sobre Gaeta. Los franceses todos los que 
podían se embarcaban. Pues aparejado ya 
para les dar un asalto, vino un trompeta á 
pedir seguro; y dado, el Marqués de Saluces 
habló á los franceses y les dijo de esta 
manera: «Dios nuestro Señor y redentor, por 
cuya divina providencia se gobierna todo el 
universo, y aun todos los santos, siempre 
favorecen á los hombres que hacen su deber 
conforme á justicia y equidad y que tienen 
conocimiento de conocer lo que más les está 
bien, y no resistir á la fortuna, cuando clara 
mente veen que les es contraria; porque la 
discreción está en dar lugar al tiempo y á la 
fortuna cuando se muestran contrarias, y con 
tiempo provean lo que más les cumple, y no 
contradecir á los hados y fortuna, cuando 
vieren que les vuelve su rostro. Yo, señores, 
he revolvido en mi ánimo y comunicado con 
personas prácticas en los negocios en que 
estamos, y estoy determinado de no tentar 
más á Dios y aguardar más á la adversidad, y 
estoy resolvido en no ver más tan triste suer- 
te como es la de la guerra que nos está guar 
dada, y quiero conservar á muchos y no los 
ver despedazar delante de mí. Lo cual yo creo 
que alcanzaremos si de presto nos rendimos, 
porque será gran locura de tomar tantas veces 
las armas condenadas á tantas calamidades, 
para que después, condenados de la postrera 
necesidad, seamos sojuzgados y miserable- 
mente muertos, y seamos sacrificados por las 
ruinas del Cardona, del Guzmán, del Manri- 
que, del Basto, del Paz, del Fabio Ursino y de 
otros muchos capitanes que fueron muertos 
con infelice suceso. Ya el Rey Luis sabe nues- 
tra voluntad y cuántas veces hemos comba- 
tido, aunque infelicemente,con ánimo de varo- 
nes valientes y esforzados. Mas así como la 
fortuna está obstinada en acarrearnos males 
y en arruinar todos nuestros designios, así 
ella, aunque más contraria nos sea, no podrá 
quitarnos aquella que en nuestro poder nos 
queda, y es que libremente proveamos en lo 
que cumple á nuestra vida y remedio; y éste, 
señores, es mi parecer, siá vosotros os paré- 




DEL GRAN CAPITÁN 



417 



ce tentar el ánimo del enemigo vencedor. El 
cual si quiere tenerse por contento con una 
victoria moderada: y es que entregándole á 
Gaeta y á nosotros, nos deje ir de aquí por 
tierra ó por mar á Francia». 

Habiendo, pues, el Marqués dado fin á su 
razonamiento, ninguno hubo tan feroz ni tan 
osado que no le rindiese muchas gracias por 
ello como á verdadero padre, por les haber 
buscado el más sano consejo de todos los 
otros, con que conservasen las vidas, y les 
había dado remedio con que pusiesen fin á 
tantas desventurasy trabajos y miserias. Pues 
llevado, como dijimos, el trompeta el seguro, 
vino Santa Colomba, lugarteniente de mosiur 
de Alegre. Este vino allí al burgo á do estaba 
el Gran Capitán aposentado junto á una igle- 
sia llamada Santiago, y dijo al Gran Capitán: 
que los capitanes franceses estaban prestos 
y aparejados de le entregar á Gaeta, que su 
señoría tuviese por bien que se tratase el 
concierto con capítulos razonables., Y así al 
siguiente día vinieron al campo del Gran 
Capitán mosiur de Alegre por los franceses y 
Antonio Baseyo por los suizos y micer Tri- 
bulcio por los italianos. Estos tres capitanes 
concluyeron y asentaron el negocio desta 
manera: que los franceses entregasen á Gae- 
ta y dejasen en la fortaleza la artillería y 
vitualla, que era de la munición pública; y 
ellos como más fuese su voluntad, ó por mar 
ó por tierra, se pudiesen ir libremente á 
Francia, con condición que los caballeros 
pudiesen llevar los caballos y no más, y los 
peones sus espadas solas y las picas sin hie- 
rros, y los prisioneros de ambas partes fue- 
sen restituidos por ambas partes. 

Mas por ningunos ruegos se pudo acabar 
con el Gran Capitán que los barones italianos, 
los cuales habían sido presos en las batallas, 
entrasen en este concierto y gozasen deste 
beneficio, por cuanto no eran merecedores del, 
porque habiendo sido libertados debajo de 
buena fe, la habían quebrantado. Cuando es- 
tos capitanes franceses llegaron al real del 
Gran Capitán, él los salió á recebir con gesto 
muy alegre y con grande amor, y les hizo muy 
grande acogimiento, y se les dio una muy 
grande y suntuosa comida; á los cuales vi- 
nieron á oir hablar todos los caballeros que 
allí estaban, así españoles como los Colone- 
ses y Ursinos, y les recibieron muy bien, y 
holgaron mucho de los ver y conocer. Mos de 

Cnmirax del (Irun Capitán. — 27 



Alegre dijo al Gran Capitán: «Por demás es, 
señor, pensar nadie de vencer á V. S., sino 
que todos en todas las cosas han de ser por 
V. S. vencidos». El Gran Capitán le atajó la 
plática y le dijo: «Señor mos de Alegre, aun- 
que en todas las cosas, así generales como 
particulares, se muestre Dios, mas se mues- 
tra en la justicia, mediante la cual este uni- 
verso se gobierna, y así ha hecho en ésta, mi- 
rando la mucha que los Reyes de España tie- 
nen á este reino, que si por industria, esfuer- 
zo y saber de las cosas de la guerra se hobie- 
ra de librar, una sola persona bastaba para 
nos vencer á todos juntos y aun más que 
fuéramos». Mos de Alegre se le humilló por 
aquel favor que le daba, diciendo que él solo 
merecía vencer, pues él solo era querido de 
Dios y de las gentes, y á él solo ayudaba 
Dios y los hombres, y todos los elementos le 
obedecían. Otras muchas réplicas pasaron 
allí, que por no ser prolijo dejo de contar. 

Ellos todavía quisieran poder alcanzar es- 
pacio de ciertos días para se entregar. El 
Gran Capitán les dijo que sola una hora no 
les daría de plazo, y que si luego cumplían lo 
capitulado, usaría con ellos de toda piedad 
y misericordia, y no de crueldad. 

Aun no era salido mos de Alegre, cuando 
mandó [tocar] alarma, con tanta presteza 
que cuando mos de Alegre volvió, ya los 
españoles tenían ocupado el burgo y subie- 
ron el monte y ocuparon la Anunciada, que es 
un monesterio muy solemne y muy rico, 
adonde se crían las mujeres que no les cono- 
cen padres. Y como las monjas y doncellas 
temieron que los españoles les harían lo que 
los franceses hicieron cuando ocuparon á 
Gaeta, pensando ser forzadas y saqueadas, 
comenzaron á dar muy grandes voces y mal- 
decir su triste hado, porque tenían en más 
perder sus vidas que no las honras. Sabido 
por el Gran Capitán, corrió allá y consolólas; 
y mandó poner allí guardas muy honestas 
para que no pudiesen recebir alguna desho- 
nestidad ni daño en sus personas ni hacien- 
da. Lo cual fué hecho, que fueron más guar- 
dadas como cuando más lo fueron; de que 
ellas daban muchas gracias á Dios por haber 
dado la victoria á persona que tanto cuidado 
había tenido de su honestidad y hacienda. El 
Gran Capitán les hizo mucha merced, así á 
ellas como á la casa, de que ellas siempre 
ruegan á Dios por él, 



418 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPITULO XII 

De cómo estando el Gran Capitán aquí en la 
Anunciada, volvieron los franceses y acaba- 
ron de hacer el partido y entiegaron á Gae- 
ta y se fueron de Italia. 

Estando el Gran Capitán en la Anunciada, 
volvieron ciertos caballeros franceses y ca- 
pitularon con el Gran Capitán, primero día de 
Enero del año del Señor de mil quinientos 
cuatro años, para quel Gran Capitán les diese 
seguro y entregarían á Gaeta. El Gran Capi- 
tán los recibió muy bien y les mandó dar 
muy bien de comer, y les otorgó el seguro y 
que se fuesen libres, y les dio más su arma- 
da en que se fuesen, y que les entregasen á 
mos de Alegre, mos de la Paliza, mos de For- 
mento, Tornon y á los otros capitanes fran- 
ceses; y Andrea Mateo Aquaviva, Honorato 
y Alonso Sant Severino fueron llevados á 
Castiinovo y metidos en una muy cruel y 
honda prisión que está en Castiinovo, que la 
llaman «fosa miliaria», la más mala prisión de 
toda Italia. 

El Gran Capitán, aunque les había tomado 
toda su armada en su poder, entre la cual es- 
taban las dos carracas, la Negrona y la Cha- 
ranta, y muchas y muy buenas galeras y na- 
vios, por usar de piedad con ellos en tan 
grande calamidad y infortunio, les concedió 
que llevasen toda su armada; mas que su- 
piesen que no por otra cosa se lo dejaba 
sino por les hacer merced y piedad; lo cual 
ellos recibieron así y le dieron muchas gra- 
cias por ello. Los oficiales del Rey y los del 
Consejo de la Guerra le suplicaron no les 
diese las galeras, que eran muchas y muy 
buenas, y dejase algunas carracas, entre las 
cuales estaban, como dijimos, la Negrona y 
la Charanta. A los cuales respondió el Gran 
Capitán: «Si nuestras fueran, se las diéra- 
mos, cuanto más habiendo sido suyas. Hemos 
de imitar á Dios, que aunque algunas veces 
usa del rigor de la justicia, las más veces usa 
de misericordia, y pues tuvo por bien de nos 
dar la victoria, usemos con ellos de piedad». 

CAPÍTULO XIII 

De lo que el Gran Capitán hizo después que 
cobró á Gaeta. 

Luego que la cibdad fué entregada, invió 
el Gran Capitán á Ñuño de Ocampo con dos 



galeras á Ñapóles, y trajo á mos de Auberi 
allí á Gaeta. Sabido que venía, lo salió á rece- 
bir con los señores y capitanes que allí esta- 
ban, y le hizo gran recibimiento. Mos de Au- 
beri le dijo: «Señor Gran Capitán, yo soy 
vuestro prisionero, pues la fortuna usando 
de su acostumbrada mudanza ha traído á mfi 
y á todos los otros franceses y á los que 
siguían nuestra opinión al estado en que es-* 
tamos. No puedo alcanzar de dónde se nos 
han seguido tantas miserias, no habiendo 
causa para ello; y porque esto está muy cía 
ro, no lo quiero poner en plática. Sola una 
cosa diré: que la mayor mala ventura que á 
mí y aun á todos nos ha venido, es quedar 
con las vidas; y en esto ha usado V. S. con 
nosotros de grande crueldad, principalmente 
conmigo, que si la ley lo permitiera, ninguno 
tuvo jamás tanta razón para la acabar él 
mesmo la vida como yo». Esto decía Auberi 
con muchas lágrimas; quel Gran Capitán le 
atajó la plática y le dijo: «Señor mos de Au- 
beri, estas cosas y las otras, todas hace 
Dios, por cuya providencia todas las cosa» 
del mundo se gobiernan, principalmente las 
de las armas; y no piense v. m. que me ha 
placido á mí de lo hecho, pues ha seido con 
derramamiento de sangre. A ninguno le ha 
pesado tanto como á mi, y v. m. es muy| 
buen testigo. ¡Cuántas veces lo requerí, es- 
tando en la Tela, que estas cosas se llevasen 
por justicia y no por el rigor de las armas! 
Vosotros, señores, pusisteis el derecho de) 
este reino en las armas; los Reyes Católicos, 
en la justicia, la cual Dios, como Supremo 
Juez, mandó ejecutar. Y porque no es tiempo 
de platicar en estas cosas, pues Dios las 
guió conforme á su divina just'cia, v. m. re- 
pose y huelgue». Luego le mandó hacer muy: 
gran banquete y dio muchas y muy ricas 
joyas á los caballeros franceses; y mos de 
Auberi jamás quiso tomar nada, aunque el 
Gran Capitán se lo porfió mucho. Vista por 
mos de Auberi esta tan gran liberalidad, dijo 
al Gran Capitán estas palabras: «Muy contra 
mi condición es decir lo que de V. S. siento; 
y es, que no se cuál virtud más alabe en 
vuestra Señoría: la de las armas ó la de la 
liberalidad; porque con la una ganáis los rei- 
nos y vencéis á las gentes y á los hombres, 
y con la otra ganáis las voluntades, que tan 
libres las dejó Dios á los mesmos hombres. 
Yo nunca oí decir ni vi de ningún capitán de 




DEL GRAN CAPITÁN 



419 



cualquier nación que sea, ni en los tiempos 
pasados ni presentes, que siendo vencedor 
hiciese á los vencidos quedalles obligados y 
deudores y alaballos más que á sus mismos 
capitanes. Bienaventurado fué el Duque de 
Nemos y los otros capitanes que con la 
muerte pagaron la deuda que á su Rey y á sí 
debían. Un solo consuelo llevamos los mal- 
aventurados que á Francia volvemos vivos: 
que fuimos vencidos de un capitán que su 
gente de guerra tiene por mejor buenaventu- 
ra morir que desplacelle sin les dar paga, ni 
com2r, ni vestir. Pues que digamos qué ven- 
ció en virtud de la justicia que la Casa de 
Aragón tiene á este reino, todo el mundo 
lo sabe, y aun V. S. en lo secreto de su pe- 
cho, que sobra al cristianísimo Rey confor- 
me á todo derecho humano; nosotros tres 
veces más en número; más diestros en el uso 
y ejercicio de la guerra; mejores armas; me- 
jor artillería; la gente mejor pagada, y todo 
lo necesario tocante á las cosas de la guerra; 
las más señorías, potestades de Italia y los 
más señores della en nuestro favor; pues la 
más principal gente deste reino y la común 
todos nuestros aficionados teníamos de nues- 
tra parte; y con todas estas ventajas siempre 
fuimos perdiendo hasta venir en el estado 
en que la fortuna nos ha querido poner. Nos- 
otros hemos de ser juzgados á la medida de 
todos cada día, cada h3ra y cada momento 
muy mayor y más cruelmente que la que pu- 
diéramos en la batalla recebir». El Gran Capi- 
tán le atajó diciendo que no le quería respon- 
der á muchas cosas de las que había dicho. 
El Marqués de Saluces se despidió del 
Gran Capitán sin querer comer ni recebir 
cosa alguna de cuantas el Gran Capitán le 
ofreció, y detenerse en pláticas algunas, como 
hombre que le parecía estar muy afrontado 
de las cosas pasadas. Pues habiendo comido, 
luego se comenzaron de ir á la marina á em- 
barcar. Llevaba el Gran Capitán una caña en 
la mano; allí les hizo embarcar, y era tanta la 
prisa para se meter en las naos, que no se 
podían valer con ellos; que los alguaciles, 
porque unos diesen lugar á otros, les daban 
de palos, que ni les bastaban varas ni peda- 
zos de picas. Allí se cumplió aquella profecía 
de muchos años sabida, quel bastón de Ara- 
gón heriría la flor de lis. Muchos de los fran- 
ceses, por no ser los postreros que se embar- 
casen, se echaban al agua. 



capítulo XIV 

Del suceso que hobieron los franceses, asi los 
que fueron por mar como por tierra y los que 
á Francia aportaron. 

El Gran Capitán no dio licencia á italiano 
alguno de los que seguían la opinión francesa 
para que se fuese á Francia, antes mandó que 
fuesen detenidos hasta que los Reyes Cató- 
licos mandasen lo que dellos se había de ha- 
cer. Los franceses que se embarcaron fueron 
poco más de dos mil y quinientos, y mil y 
quinientos suizos. Los más franceses fueron 
por mar, y también la fortuna les fué contra- 
ria; porque el Marqués de Saluces yendo 
navegando, le vino una calentura pequeña, 
causada de la pena que llevaba, y muy gran 
congoja, que jamás de sí la podía apartar, 
causada de la fortuna contraria, de que en 
Genova murió; adonde aquella cibdad le 
hizo un muy solemne enterramiento. Sandi- 
curto, como era tan soberbio y de ánimo tan 
insolente, habiendo ya pasado los Alpes, en 
la Provenza, no tuvo en nada la vida, antes 
dicen que de su voluntad quiso morir y se 
dio priesa á perder la vida. El Bailín y mos 
de Corcón llegados á Francia fueron tan mal 
tratados, así de palabras y disfavores del Rey 
y de todos los demás, deshonrados y priva- 
dos de los oficios, que los tuvieron para les 
cortar las cabezas. Pues á Antonio Baseyo, 
capitán de los suizos, mandóle el Rey quitar 
su capitanía, que era de caballos, y pasóla á 
mos de Cruer, su hermano. Sintió tanto aque- 
l'a afrenta que, como era melancólico y pen- 
sando tanto en esto, se tornó loco, y tornan- 
do en sí suplicó al Rey que le oyese por de- 
fender su honra, con testigos dignos de fe. 
Nunca el Rey le quiso oír, y le dio un frenesí 
de que murió. Otros capitanes y gentiles 
hombres fueron maltratados y desfavoreci- 
dos del Rey y de todos los del reino. 

El Gran Capitán mandó buscar á todos los 
franceses que no se pudieron embarcar, 'y á 
todos mandó proveer muy bastantemente 
para el camino de las cosas necesarias; y 
salió con ellos, animándolos y regalándolos. 
El Gran Capitán, de aquesta liberalidad y 
merced que á los franceses hizo, así á los que 
fueron por mar en darles las carracas y gale- 
ras y todas las cosas necesarias para su 
viaje, como á los que iban por tierra, ganó 



420 



CRÓNICA MANUSCRITA 



muy grande loor de cristiandad, de pruden- 
cia y de gran templaza y de ánimo muy libe- 
ral, porque teniéndolos cercados allí en Gae- 
ta y que no se le podían defender dos días, 
los quiso recebir á partido y después les dar 
libertad para se ir, y les dar como hemos 
dicho todo lo necesario para su ¡da, por 
conocer la merced que Dios le había hecho y 
no le ser ingrato. Y desta manera todos estos 
franceses, por do quiera que iban, celebra- 
ban el nombre del Gran Capitán. Tuvo tanto 
cuidado de que no se les hiciese enojo algu- 
no á los franceses, que sabiendo que un sol- 
dado español quería quitar una cadena de 
oro á un suizo, el Gran Capitán viéndolo 
arremetió y él le huyó, y el Gran Capitán fué 
tras él y lo alcanzó y lo hirió malamente, de 
que los suizos le dieron muchas gracias. 

Vuelto el Gran Capitán, sin lo él saber, se 
desmandaron sin los poder tener ni sin lo 
saber el Gran Capitán, los despojaron y roba- 
ron y los dejaron en cueros sin matar ni 
herir alguno dellos, porque en el tiempo de la 
guerra ordinariamente los trataban muy mal 
de palabra, y como esto [era] entrando el 
Enero y hacía grandísimo frío, murieron mu- 
chos dellos; otros hacían sayos de heno, y 
iban pidiendo por Dios. Aportaron muchos 
de ellos á Roma, aquellos mesmos que cuan- 
do por allí pasaron no tenían al resto del 
mundo en nada, haciendo muchos robos y in- 
sultos por donde iban. 

Decían los romanos cuando los vían pedir 
por Dios á sus puertas, que Dios era muy jus- 
to juez; que no es servido que la soberbia 
dure mucho tiempo, como se vio claro en 
estos franceses. Estaban en Roma los hospi- 
tales, adonde reciben los pobres, todos lle- 
nos destos miserables franceses, y los Carde- 
nales los mandaban aposentar en sus caballe- 
rizas por se defender allí del gran frío que 
hacía. Sabida esta miseria destos pobres 
franceses, el Papa les mandó proveer de lo 
necesario, y que los buscasen y los curasen 
coi>gran cuidado, mandándoles dar de vestir, 
y los proveyó en que fuesen así por mar como 
por tierra con gran piedad y liberalidad. Los 
mil y quinientos suizos se fueron por tierra; 
los alemanes del campo del Gran Capitán 
tocaron alarma y saliéronles al camino y á 
les dar la batalla y los matar á todos, porque 
aquellos suizos eran de ciertos cantones ene- 
migos de los alemanes y de su Emperador | 



Maximiliano, y amigos y confederados de 
Francia. Sabido por el Gran Capitán invió á 
gran priesa al Próspero y á Bartolomé de 
Alviano á les estorbar que no lo hiciesen, y 
jamás se pudo acabar con ellos. Decían que 
los dejasen, que entre ellos hay muy antigua 
enemistad; pero estos dos capitanes trabaja- 
ron con ellos tanto hasta que los estorbaron, 
y fueron con ellos dos compañías hasta los 
poner en salvo. 

CAPÍTULO XV 

De lo que el Gran Capitán hizo después que. 
los franceses fueron echados del reino. 

Pues idos los franceses, los alguaciles del 
ejército Esquinas, Peñaranda, Diego de Ma 
tas hicieron echar en la mar los muertos que 
en el alcance habían muerto, y los que de 
dolencia se habían despachado, y limpiaron 
la cibdad, la tenencia de la cual y fortaleza y 
gobernación dio el Gran Capitán á su prima 
Luis de Herrera. Tras esto mandó llamar á 
los principales de aquella cibdad y les dijo: 
«Muy gozoso estoy porque esta cibdad se h 
cobrado sin más pérdida para el servicio de 
sus Altezas, porque ahora se remediarán 
vuestras pérdidas y daños, que creo haber 
sido muchos». Ellos se le humillaron y dijeron 
que le besaban las manos por ello, y que 
Dios era testigo cuánto habían siempre desea 
do salir de aquella tiránica opresión en que 
los franceses los habían tenido, no dejando 
cualquiera género de injuria que no ejecuta 
sen en sus casas y personas; y que muchas 
veces habían consultado de se alzar contra 
ellos y jamás había podido haber efecto su 
voluntad por la mucha gente y recabdo que 
allí habían tenido, y que de allí adelante elloa 
servirían como leales vasallos debían; y que 
ellos tenían á muy buena ventura todas su3 
pérdidas y daños que habían recibido por 
haber salido de la sujeción de los franceses, 
y haber venido al señorío de la Casa de Ara 
gón, á quien ellos siempre habían seido afielo 
nados, acordándose del buen tratamiento ; 
muchas mercedes que de los Reyes pasados, 
de la Casa de Aragón habían recebido. Et, 
Gran Capitán se lo agradeció mucho, prome-^ 
tiéndoles de lo escrebir á SS. AA., para que 
les hiciese merced. Luego invió á Pulla á Bar 
tolomé de Alviano y á Pedro de Paz para que 



DEL GRAN CAPITÁN 



421 



hiciesen guerra al capitán Arce, que tenía á 
Venosa y la Cela y á Altamira. Diego de Are- 
llano tenía sitiado á Malfa. 

Pues este Arce esperaba que los Marque- 
ses harían la guerra de arte que llevase la 
guerra desde aquellas villas, porque había 
desde allí tomado algunas tierras y levanta- 
ba algunos aficionados á los franceses y espe- 
raba de renovar mayor guerra en Pulla. Mas 
Bartolomé de Alviano y Pedro de Paz hicie- 
ron muy cruel guerra al Arce y le hicieron 
mucho daño, de manera que desconfiando de 
ser socorrido, hubo de entregar la cibdad y 
tierras que tenía y se fué fuera del reino. 

El de Paz fué á tierra de Otranto y echó y 
castigó á todos aquellos que aun esperaban 
que los franceses habían de inovar la guerra. 
Don Iñigo de Avalos y doña Costanza su 
hermana, que, como atrás dijimos, había 
hecho apartar la armada de los franceses de 
Izcla, con la artillería tomó la fortaleza de 
Salerno; aunque poco tiempo pudo gozar del 
placer de aquella victoria, porque luego le 
dio una calentura pestilencial y luego murió 
en toda la flor de su edad, dejando un solo 
hijo, niño de muy poca edad, que fué don 
Alonso de Avalos, Marqués del Vasto, el 
cual en disposición y gentileza del cuerpo, y 
en grandes pensamientos, hizo ventaja á 
todos los capitanes de su edad; y en las cosas 
de la guerra ninguno se le igualó, como 
podrán ser testigos todos aquellos que mili- 
taron con él, si sin pasión quisieren hablar en 
las guerras que hizo. 



COMIENZA EL DECENO LIBRO 

DE LA GUERRA QUE GONZALO HERNÁNDEZ, 
GRAN CAPITÁN DE ESPAÑA, HIZO Á LOS 
REYES DE FRANCIA EN EL REINO DE ÑA- 
PÓLES. 

capítulo i 

Entrada del Gran Capitán en Capua y entu- 
siasta recibimiento que allí se le hizo ('). 

Puestas todas las cosas en concierto, el 
Gran Capitán se partió para la cibdad de 
Ñapóles, que fué á los dos días del dicho mes 

O En el original no tiene epígrafe este capítulo. 



de Enero; y llegando á Capua, la cibdad le 
invió á suplicar se detuviese en Aversa, has- 
ta que la cibdad le hiciese saber cuándo en- 
traría. El Gran Capitán invió un caballero de 
su casa á saber la causa de su detenida; y 
vuelto, le dijo cómo la cibdad le tenía apare- 
jado un gran recibimiento con muchos arcos 
triunfales, como los romanos solían recebir á 
sus capitanes cuando venían de haber vencí- 
do á los enemigos y adquirido para el pueblo 
romano algún reino: de la mesma manera 
recibían á sus Emperadores. 

Estaban entre otros arcos triunfales ocho 
principales, hechos al modo antiguo, con mu- 
chas invenciones y con letras de oro, en las 
cuales contaban sus victorias, que jamás en 
Italia tales se habían visto, y con versos en 
latín y en italiano, comparándolo con los ca- 
pitanes y emperadores antiguos, y probando 
á todos les haber hecho ventaja en calidad, 
en esfuerzo, en industria, en presteza, com- 
parándolo con Augusto en la felicidad y con 
César en la presteza, liberalidad y perdonará 
todos aquellos que se le rindían; con Trajano 
en la rectitud y justicia; con Antonino Pío, con 
Tito, Vespasiano y con todos aquellos Empe- 
radores en quien florescieron las virtudes así 
de la paz como de la guerra; y asimismo con- 
taban los milagros que visiblemente Dios 
había hecho por él: que si por extenso se 
hobiesen de contar, sería gran prolijidad. 

Sabido por el Gran Capitán, les invió á 
agradecer su voluntad; mas que aquel tal re- 
cibimiento no cumplía sino al Rey don Fer- 
nando su señor; que les rogaba lo deshiciesen, 
porque él en ninguna manera entraría en la 
cibdad si no se deshacía. La cibdad porfió con 
el Gran Capitán de no los deshacer y le tor- 
naron á suplicar lo tuviese por bien; para lo 
cual vinieron todos cuatro sexos y le suplica- 
ron muy afectuosamente tuviese por bien que 
se prosiguiese y no se deshiciesen por dos 
cosas: lo uno por hacer merced á aquella cib- 
dad, y lo otro porque les había costado gran 
suma de dinero. El Gran Capitán porfió de no 
entrar de aquella manera. Ellos pensando de 
lo engañar dijeron que así lo harían; que bien 
podía su señoría entrar, y así lo publicaron, y 
echaron personas que así lo dijeron al Gran 
Capitán. Mas él sospechando lo que era, invió 
á aquel Medina, de quien tanto fiaba, con 
veinte alabarderos á rogar á la cibdad que en 
todo caso deshiciesen aquellos arcos, y que 



422 



CRÓNICA MANUSCRITA 



aquellos alabarderos les ayudarían álos des- 
hacer; si no, que se ¡ría á entrar por otra 
puerta y solo. Ellos, vista su determinación, 
deshicieron aquellos arcos y todas las inven- 
ciones que tenían hechas para aquella entra- 
da. Sabido por el Gran Capitán que todo es- 
taba deshecho, entró, inviando á rogar á la 
cibdad que no le recibiesen con cerimonia 
alguna. Al fin en ninguna manera se pudo 
estorbar que no saliese toda la cibdad, obis- 
pos y arzobispos de aquel reino, y los sexos 
que son la principal dignidad de aquel reino y 
cibdad, que tienen cada uno en su collación; (') 
sírvense con salva, y el Gran Capitán lo tor- 
nó á ¡nviar á rogar cesase aquel recibimien- 
to, diciendo que sólo á Dios se han de atri- 
buir las victorias; que Dios las da según su 
infinita justicia, y en los méritos y buenas 
venturas de los Reyes Católicos. 

Pues así entrando en aquella cibdad, todos 
los hombres y mujeres á voces daban gracias 
á Dios por los haber sacado de la tiránica 
sujeción de los franceses, y hacían grandes 
plegarias á Dios por aquella causa, y ensal- 
zaban á los Reyes de España hasta el cielo 
por les haber inviado para su redención de 
aquella servidumbre á persona tan señalada 
en el mundo, siervo y amigo de Dios, muy 
prudente en la paz y muy sabio en la guerra; 
conservador de los pueblos, amparador del 
culto divino y de la honestad de las mujeres; 
muy benigno y piadoso aun á los enemigos; 
tan constante en la virtud que ni la victoria y 
prosperidad le ponían vanagloria, ni la adver- 
sidad le enflaquecía en alguna manera su 
grandeza de ánimo. No quedó aquel día en 
toda la cibdad hombre ni mujer, así casadas 
como doncellas, que todas no se pusiesen por 
los lugares y calles por donde el Gran Capi- 
tán había de pasar: que lo suelen hacer pocas 
veces. Todas las gentes se holgaban en vello 
y lo alababan y echaban muchas bendiciones. 
Fuese á apear á la iglesia, y no consintió que 
saliese la cruz á lo recebir, como lo tenían 
ordenado, ni otra cerimonia alguna. 

Entrado en la iglesia, hincado de rodillas, 
dio muchas gracias á Dios por las muchas 
mercedes que con su divina justicia le había 
hecho. De allí se fué á aposentar á Capuana, 
que es una casa que los Reyes de Ñapóles 
tienen en aquella ciudad, y allí posó hasta 

(<) Faltan sin duda algunas palabras. 



que vino la Duquesa de Milán, mujer de 
Francisco Sforcia, Duque de aquel estado de 
Milán, que estaba en Barí, y siempre habíaj 
seguido la parte de la Casa de Aragón. El] 
Gran Capitán, sabido que venía, la salió á re- 
cebir y le dejó la Casa de Capuana, y él sej 
pasó á Castilnovo. Tras esto despachó un] 
capitán contra el Conde de Capacho, que esj 
en Basilicata, que siempre había seguido eli 
partido de Francia, y otro sobre el Príncipe 
de Rosano. Llegados estos capitanes, luego 
se rindió el de Capacho y el de Rosano; y 
dejaron aquellas plazas desembarazadas yi 
entregaron á aquellos capitanes todas las] 
fuerzas que tenían. El Gran Capitán mandóJ 
no fuesen maltratados, porque como buenos] 
habían seido constantes en la opinión que] 
una vez habían elegido, y habían hecho sobre! 
ello todo su poder. Tras esto proveyó de] 
gobernaciones, lo cual adelante diremos. 

CAPÍTULO II 

De cómo el Gran Capitán mandó aparejar 
una grande armada para ir á combatir ei 
puerto y cibdad de ¡a Belona, en Esclavonia. 
y por qué causa se dejó. 

Está de la otra parte del mar de Venecia, 
enfrente de la cibdad de Otranto, en el reino 
de Ñapóles, diez y nueve leguas de aquella 
cibdad de Otranto, una cibdad y muy buea 
puerto del turco que se llama la Belona 
adonde el Gran Turco tiene siempre su ar-< 
mada para las cosas de Poniente y tierra de 
cristianos, muy importante en su Estado. 
Tiene muy buenos surgideros y muy buen 
puerto y muy seguro. El Gran Capitán invió 
á saber por sus espías el estado en que 
aquella cibdad y puerto estaban; y supo 
cómo estaban varadas en él cincuenta gale- 
ras. Sabido esto, mandó á Pedro Navarro 
aparejase la armada que le pareciese necesa- 
r¡a»y que entrase en aquel puerto y que pu 
siese fuego á las galeras, y que si ocasió 
hobiese, usase del tiempo como á él le pare 
cíese. 

Pues estando el Conde Pedro Navarro' 
con su flota y gente de guerra á punto, con; 
todas las cosas necesarias para aquella jor 
nada y toda la gente embarcada para partí 
en anocheciendo, aquel mismo día, acaband 
de comer, le vino nueva cómo un embajado 



DEL GRAN CAPITÁN 



423 



del Gran Turco, llamado Bajaceto, estaba en 
el puerto de Manfredonia, que le traía una 
embajada del Gran Turco, que tuviese por 
bien de la oir. El Gran Capitán invio allá á 
Pero Hernández de Nicuesa para que los re- 
cibiese y los trújese hasta la cibdad de Ña- 
póles, y á Pedro Navarro mandó no se par- 
tiese hasta ver lo que el Gran Turco quería; 
que, á tardarse medio día, se hiciera la jorna- 
da de la Belona. 

CAPÍTULO III 

Lo que contenía la embajada que el Gran 
Turco invíú al Gran Capitán. 

Reinaba en aquel tiempo en Turquía y en 
el imperio de Trapisonda, y en el de Grecia y 
en otros muchos reinos y señoríos, Bajaceto, 
gran turco, hijo de Mahoma, aquel que en el 
año del Señor de cuatrocientos y cincuenta y 
tres ganó á Constantinopla. Este Bajaceto 
invió un bajá genízaro, muy su privado, que 
era cristiano renegado, con otros treinta ge- 
nízaros, asimismo cristianos renegados, que 
eran todos aquellos de la guarda del Gran 
Turco, todos de una edad y muy bien dis- 
puestos. La fama de su embajada fué que el 
Gran Turco había oído la buena cuenta que 
había dado de lo quel Rey de España le había 
encomendado, y que había sabido que con 
pocos había vencido á muchos, y que su per- 
sona, aunque en todos los peligros era el pri- 
mero que entraba en las batallas, y el pos- 
trero que salía dellas, nunca había sido heri- 
do; que creía que era grande amigo de Dios, 
pues El es el que vence y da la victoria á 
quien El vee que la merece; que él quería co- 
nocer y saludar á un tan honrado cristiano y 
tan valiente, y lo tomar en lugar de sus gran- 
des amigos; y que para esto le ofrecía su 
persona y estados, como al hombre que en- 
tre los cristianos más valía. Y que le hacía 
saber que sus predecesores, de quien él des- 
cendía, siempre habían tenido y guardado 
amistad y amor con los Reyes de Ñapóles, 
principalmente con los Reyes que en aquel 
reino habían reinado de la Casa de Aragón; 
y quél quería continuar aquella paz, amor y 
amistad con el Rey de España, y más seyen- 
do señor de tal vasallo y bajá. Esta fué la 
fama con que este Gran Turco invió esta 
embajada; mas el ardid y la verdad era otra. 



El primero señor y tirano que los turcos 
tuvieron fué llamado Otomano, al cual suce- 
dió Orcano su hijo; á Orcano sucedió su hijo 
Amurates, y á éste sucedió Bajaceto; á Baja- 
ceto Mahoma, el que ganó á Constantinopla; 
á este Mahoma sucedió este Bajaceto, se- 
gundo deste nombre, de quien ahora habla- 
mos. Había una profecía entre estos turcos 
por cosa muy cierta: que el primero cristiano 
que le ganase algún reino, ó isla, ó cibdad, 
que aquel tal le había de ganar todas sus tie- 
rras. Pues viendo agora cómo el Gran Capi- 
tán le había ganado la isla de Chafalonía y 
había conquistado el reino de Ñapóles, con 
otras cosas que la fama allá había llevado, 
temió este Gran Turco no fuese este Gran 
Capitán á quien señalaba la profecía. Esto le 
movió á este Gran Turco á inviar esta emba- 
jada al Gran Capitán, y á otra cosa que ade- 
lante diremos, que aquel embajador dijo del 
á él solo, y por saber si era verdad todo lo 
que deste Gran Capitán se decía. 

CAPÍTULO IV 

De cómo aquellos turcos llegaron á la cibdad 
de Ñapóles, y el recibimiento que les fué 
hecho. 

Pues aquel caballero Pero Fernández de 
Nicuesa llegó á Manfredonia á recebir aque- 
llos turcos. Traían por lengua un judío que 
vivía en la cibdad de Salónica, que era natu- 
ral de la cibdad de Sevilla. Desde Manfredo- 
nia hasta la cibdad de Ñapóles, les vinieron 
festejando y haciendo muy buen tratamiento. 
Pues llegados á dos leguas de Ñapóles, allí 
les mandó el Gran Capitán inviar muchas co- 
sas de comer. Todas las carnes les inviaban 
vivas. Otro día salieron aquellos señores á 
los recebir, para que los acompañasen hasta 
la cibdad. El Gran Capitán los esperó en 
Castilnovo. Estaba vestido á la española: un 
sayo de carmesí, una capa de paño, una me- 
dia gorra con una medalla; su espada ceñida. 

Llegado el embajador, lo abrazó y besó en 
la ropa; el Gran Capitán lo abrazó y quitó la 
gorra; todos los otros treinta genízaros lle- 
garon á hacer la misma cortesía que el em- 
bajador había hecho. Venían todos vestidos 
de aljubas rozagantes y tocas blancas, y ce- 
ñidas sus cimitarras. El Gran Capitán dijo á 
la lengua les dijese le hiciesen saber cómo 



424 



CRÓNICA MANUSCRITA 



les había ido en el camino y qué jornadas 
habían traído; y que él había holgado mucho 
de su venida, así por ser embajador del más 
poderoso príncipe de los paganos como por 
verlos á ellos; que holgasen y descansasen, 
y que ninguna cosa dejasen de pedir de lo 
que menester hobiesen muy á su contento. Y 
porque él y sus compañeros venían cansados 
del camino, se fuesen á descansar á sus po- 
sadas, y que otro día ó dende á dos días, ó 
cuando ellos quisiesen y tuviesen por bien, 
darían su embajada. El embajador respondió 
mediante la lengua: que no habían traído 
grandes jornadas y que les había ido muy 
bien; y que aunque no les hobiera ido bien, 
lo tuvieran por bien empleado por venir á 
ver una persona tan señalada como lo él era, 
y que era mucho más de lo que en Turquía 
había oído á todos decir. Y luego se fueron á 
sus posadas á descansar. Fueron aposenta- 
dos junto á Castilnovo en casa de un señor 
principal. Teníanle puestos sus oficiales y 
sus posadas muy aderezadas. Todas las 
cosas les llevaban vivas, salvo azúcar, espe- 
cias y huevos. Eran tantos y tan diversos los 
manjares, que ellos y los de la cibdad esta- 
ban espantados. 

Otro día vino el embajador y dio por escri- 
to un memorial, que fué lo que antes había 
dicho: que el Gran Turco su señor, Bajaceto, 
había oído decir que era de muy noble san- 
gre, y que siempre había sido vencedor sin 
ser vencido, lo cual no podía ser sin ser ami- 
go de Dios; y que por muchas cosas deseaba 
conocelle y tenelle en el número de sus ami- 
gos. Y que en señal desto, le inviaba su caba- 
llo, lo cual nunca acostumbraba á hacer á 
algún Rey ni Emperador, aunque fuesen de 
su creencia; y que aquella era la mejor señal 
de amistad que en su ley podía hacer; y que 
ninguna cosa habría en sus imperios y reinos 
de que él se quisiese aprovechar que no lo 
tuviese por suyo; y que les hacía saber que 
desde Otomano acá habían pasado (') años, 
nunca los turcos pidieron paz á los Reyes de 
Ñapóles; antes ellos la pedían sempre, dando 
grandes dádivas á los turcos; mas ahora por 
su causa él la quería pedir al Rey de Ñapóles, 
por lo tener á él por su vasallo, y que escri- 
biese al Rey don Fernando sobre ello, que lo 
tuviese por su grande amigo y servidor; y 

(<) En claro en el original. 



que mientras él viviese, ternía paz y perpe- 
tua amistad con él, como si fueran de una 
mesma creencia; y que esto vería en lo que 
de sus estados se quisiese aprovechar. 

El Gran Capitán respondió al embajador 
que él tenía á muy buena ventura que el 
Gran Turco tuviese del aquel concepto; que 
de sí ningún bien conocía, sino deseo de ser- 
vir á su Rey; porque Dios como justo juez 
había dado aquel reino al Rey de España, su 
señor, por la mucha justicia que á él tenía. En 
lo de amistad y concordia, que él despacharía 
luego al Rey su señor sobre ello, de lo cual él 
holgaría mucho y recibiría muy gran contenta- 
miento de ello. Entretanto, que holgasen y 
que viesen todo aquello que más les conten- 
tase, que de aquello ternía él gran placer. 

CAPÍTULO V 

De las cosas que pasaron estando allí los tur- 
cos en aquella cibdad, y de las fiestas que 
allí se hicieron. 

Aquel caballo que el Gran Turco invió al 
Gran Capitán era todo blanco, tenía las nari- 
ces hendidas y era crecido. Era tan ligero que 
para ver su ligereza ponían en una carrera 
cuatro caballos, los más ligeros que en todo 
aquel reino había, puestos en carrera á tre- 
chos, á todos los pasaba con mucha ventaja. 
Resollaba muy poco. Este caballo invió des- 
pués el Gran Capitán con otros muy buenos 
al Papa Julio. 

Todo el tiempo que estos turcos estuvie- 
ron en esta cibdad, hacía el Gran Capitán 
pasar por su posada la gente de guerra así de 
caballo como de infantería. Jugaban muchas 
veces á las cañas muy excelentes jinetes, así 
andaluces como castellanos, enfrente de su 
posada. Otras veces justaban de real y de 
guerra, de que los turcos estaban muy es- 
pantados de lo uno y de lo otro. 

Venía entre estos turcos uno muy grande 
dibujador y pintor, el cual mandó el Gran 
Turco que se lo llevasen dibujado [al Gran 
Capitán! muy al propio y pintado del tamaño 
que era sin que él lo supiese. Era este dibu- 
jador tan diestro en su arte, que debajo de la 
capa, estando delante del, lo retrataba y 
secretamente lo pintaba. Pues como un día 
llevase retratada alguna parte del, cuando 
otro día venía estaba vestido de otra ropa, y 
tornaba otro día á desbaratar lo que tenía 



DEL GRAN CAPITÁN 



425 



hecho, y dibujábalo de la manera que estaba 
vestido. Pues descubrírselo era imposible, 
porque así lo había mandado el Gran Turco. 
Visto, pues, por aquel judío, vino una noche 
muy secretamente sin que nadie lo pudo 
saber, y le dijo cómo el Gran Turco había 
mandado buscar el mayor pintor que en sus 
reinos y señoríos se había podido hallar, para 
que lo llevase pintado al propio, y como su 
señoría cada día se vestía de diferentes 
ropas, no podía aquel pintor hacer lo que 
deseaba; de que los turcos estaban muy 
penados: que suplicaba á su señoría que tres 
días se vistiese del vestido que más le con- 
tentase, porque lo llevasen pintado, ques la 
cosa que el Gran Turco desea más, y que le 
suplicaba esto fuese muy secreto, porque los 
turcos no lo supiesen. El Gran Capitán se lo 
prometió y se vistió tres días arreo de una 
capa española y un sayo de terciopelo negro 
y media gorra con una medalla y su espada 
ceñida, y en aquellos tres días lo sacó aquel 
pintor de los pies á la cabeza. 

El Gran Capitán preguntó á aquel judío qué 
cosa p^día enviar al Gran Turco que allá se 
tuviese en algo. Aquel judío le dijo que algu- 
na muía de cola larga, que son tenidas allá en 
gran precio; porque en la cab illeriza del Gran 
Turco está una que de vieja está toda pelada 
y por ende la tienen en gran precio. Y aquel 
judío volvió á su posada sin que fuese visto 
ni sentido de los turcos. Luego invió el Gran 
Capitán á Roma y compraron una muía de un 
arzobispo y otra de un perlado, las mejores 
que en Roma había: la una era pardilla y la 
otra negra. Mandólas hacer dos guarniciones 
de oro y plata muy galanas y muy costosas y 
palios de grana muy aderezados. Al capitán 
de aquellos genízaros dio un caballo muy 
bueno con un jaez de oro muy rico y un capa- 
razón de brocado y una adarga d'ante, que las 
chapas valían ducientos ducados. Dióle asi- 
mesmo muy buenas ballestas y otras cosas 
muy buenas para allá; y les dio ropas así para 
de camino como para allá, de asiento de raso 
blanco leonado colchado, y una capa de lo 
mesmo y un jubón de oro tirado. A los trein- 
ta genízaros dio treinta marlotas á meitades 
de damasco pardillo y verde con botones has- 
ta abajo, y bonetes de grana y borceguíes. Al 
judío mandó dar muy buenas ropas así de 
camino como de asiento y ducientos ducados, 
de que el judío quedó muy contento. 



Estuvieron estos turcos en Ñapóles cua- 
renta días, en el cual tiempo vino la confirma- 
ción de la paz firmada y sellada de los Reyes 
Católicos. Venida esta concordia se despidie- 
ron; y antes que se despidiesen, aquel capi- 
tán dijo que quería hablar á su señoría sin 
que ninguno estoviese presente á la plática, 
sino sola la lengua. El Gran Capitán mandó que 
fuese así. Estando así solos, el embajador dio 
al Gran Capitán una carta escrita en lengua 
española, firmada y sellada de la propia mano 
del Gran Turco, que aquel judío la había 
puesto en aquella lengua; en que le decía el 
Gran Turco que si quisiese vivir con él, que 
le haría Gran Bajá de sus imperios, adonde 
él escogiese un reino, cual él escógese, en el 
imperio de Grecia ó en otro imperio adonde 
él más holgase; y que para cumplir esto, él 
pornía rehenes tales y adonde él quisiese de 
que quedase satisfecho; y que por su causa 
haría muy buen tratamiento á los cristianos 
que viven en sus reinos, con otras muchas 
ofertas que allí escrebía. El Gran Capitán le 
respondió que él agradecía á Dios y después 
á él que S. M. hiciese tanto caso de un hom- 
bre que tan poco merecía; que él le sería en 
cargo mientras viviese, y que él en ninguna 
manera podía cumplir aquello que le mandaba 
por muchas causas; porque él nunca dejaría 
de servir al Rey su señor, de quien había re- 
cebido mucho bien. Y que ya que esto cesase, 
que no podría acabar consigo de servir á 
príncipe que no fuese cristiano, porque los 
cristianos sin duda ninguna siguen la creen- 
cia veí-dadera, que es la que Dios criador del 
universo manda que se guarde; que el Rey su 
señor le había dado en aquel reino con que 
viviese honradamente; mas que le ofrecía su 
persona y voluntad cada que la hobiese me- 
nester contra sus enemigos que cristianos no 
fuesen, permitiéndolo el Rey su señor. Des- 
pedido el embajador, todos los otros turcos 
se despidieron, y cuando se despidieron sa- 
lieron con ellos aquellos señores, regociján- 
dolos hasta Manfredonia, hasta los dejar 
embarcados. 

Cuando aquel embajador se fué, despedido 
del Gran Capitán en la cibdad, le dijo, median- 
te la lengua, que después que lo había visto y 
conversado y había sabido sus cosas, creía 
verdaderamente que la fee y creencia de los 
cristianos debía ser la más verdadera; porque 
tal hombre como él no podía tener sino la ver- 



426 



CRÓNICA MANUSCRITA 



dadera ley y creencia, pues Dios le había hecho 
tan acabado en todas las cosas, asi haría en 
la ley que había de seguir. El Gran Capitán 
lo abrazó y á todos con muy grande alegría. 

capítulo VI 

De una grave enfermedad que sobrevino al 
Oran Capitán y de las muchas plegarias que 
sobre ello hubo. 

Después de embarcados los turcos, dende á 
pocos días plugo á Nuestro Señor traer al 
Gran Capitán á la memoria y acordalle que 
aunque se venzan los hombres, los reinos y 
los reyes, que El no puede ser vencido, y 
también por le apartar alguna vanagloria que 
de las victorias pasadas le había quedado; y 
porque los italianos así le adoraban como sus 
pasados á sus ídolos, seyendo cierto que 
todo género de adoración se debe sólo á 
Dios, y desta causa quiso Nuestro Señor que 
viesen todos que, aunque le ayudó á vencer, 
era hombre y mortal. Y la memoria que le 
trujo para se lo acordar fueron unas muy 
grandes calenturas que día ni noche no le 
dejaban. Pusiéronle en tanto peligro que 
todos los médicos lo desahuciaron. 

El Papa Julio le invió por la posta dos 
médicos suyos muy grandes, y todos los 
señores de Italia le inviaron asimesmo, que 
hubo un ayuntamiento de médicos que basta- 
ban para matar á un hombre de acero. Veni- 
do el onceno día, todos los médicos en con- 
formidad dijeron que no podía escapar de 
aquel día. Sabido en la cibdad y en su comar- 
ca fueron tantas las plegarias y procesiones 
que en aquella cibdad y sus comarcas hicie- 
ron que no se puede relatar. 

Iban todas las mujeres y doncellas de todos 
estados descalzas por todas las iglesias 
rogando á Dios Nuestro Señor se acordase 
de dar la vida al Gran Capitán; porque Italia, 
adonde él tuvo por bien de poner la silla á su 
Vicario, gozase de paz y de sosiego; y que se 
acordase que entre todas las guerras pasa- 
das siempre tuvp gran cuidado del culto divi- 
no y de las monjas dedicadas á Dios; muy 
grande amparador de la honra de las mujeres 
y de su honestidad, y que no se robasen las 
iglesias. Eran grandes los llantos que en 
todos los templos se hacían; fueron muchas 
las procesiones que de noche y de día se 
hicieron, que le plugo al Señor, dador de la 



salud, que pasó la furia de aquel día, de que 
los médicos dijeron que milagrosamente le 
había dado Dios mejoría. Decían los romanos 
que Dios lo quería llevar acabado de ganar 
tantas victorias, antes que la fortuna usase 
con él de su acostumbrada mudanza. Porque 
es cosa muy cierta, si no nos engañan los his- 
toriadores, que los más claros capitanes, así 
antiguos como modernos, no escaparon desta 
cruel invidia. Decían que si hobiera muerto 
aquel muy excelente Capitán de los romanos 
Gayo Mario, que fué siete veces cónsul, 
cuando vino de triunfar de los tudescos y ale- 
manes, no viniera después á ser preso y 
muerto tan aviltadamente como lo fué. Si el 
Gran Pompeyo, cuando vino de triunfar de 
Asia y de Mitrídates, Rey de Ponto, muriera, 
no le cortara después la cabeza Ptolomeo, 
Rey de Egipto, con tanto vituperio. Si Julio 
César, cuando vino de vencer y triunfó de 
Francia y Alemania, no le dieran después tan 
cruel muerte Bruto y Casio y los otros con- 
jurados, y los más capitanes así griegos como 
romanos. Si Scipión, cuando vino de triunfar 
de Cartago, no muriera echado de su patria» 
desterrado. Si Aníbal cuando venció la batalla 
de Canas muriera, no se matara él mesmo con 
veneno, como se mató. Y lo mesmo decían 
del Gran Capitán, que á tan grandes victorias 
no se podía creer sino que había de respon- 
der algún revés, de los que el mundo suele dar 
á los que en tan alta cumbre ensalza, como á 
él había hecho. Mas plugo á Dios que por los 
muchos sacrificios y plegarias y procesiones, 
no quiso sacar del mundo una tan excelente 
persona. Para lo cual ayudó mucho la buena 
ventura de los Reyes Católicos; porque les 
fuera muy grande pérdida y en tal sazón, y 
fuera la mayor que les pudiera venir después 
de la de sus Reales personas. A los veinte 
días estaba levantado, y apenas en ocho días 
pudo dar lugar á las visitaciones que con 
grande alegría todos le hacían. Dio el Gran 
Capitán á los médicos enjoyas y dineros más 
que vale todo su Aviccna y aun Galeno, de 
que fueron muy contentos. 

CAPÍTULO VII 

De las cosas que sucedieron después que c! 
Gran Capitán recobró su salud. 

Visto por los neapolitanos sano al Gran 
Capitán, todos se ocupaban en regocijos y 



I 



* 



DEL GRAN CAPITÁN 



427 



en loores del Gran Capitán. Unos alababan 
su disposición del cuerpo, imitando á 1 js sci- 
tas, que hoy son tártaros, que ponían la feli- 
cidad en la buena disposición; otros en el 
buen gesto, que era señal de buena comple- 
xión y condición; otros en la benignidad y 
mansedumbre y afabilidad con que á todos, 
chicos y grandes, sobrepujaba. Otros alaba- 
ban la gravedad y severidad de capitán, 
cuando el tiempo lo pedía. Otros ensalzaban 
hasta el cielo su excelentísima justicia, con 
tanta equidad y templanza; otros su severi- 
dad, su clemencia; otros alababan en gran 
manera su valentía, su esfuerzo con que en- 
traba en las batallas y la perseverancia con 
que seguía á sus enemigos. Mas sobre todo 
encarecían su grande liberalidad, con que sa- 
tisfizo á los soldados y señores y capitanes, 
no tomando para sí más de la gloria del ven- 
cimiento. 

Fué tan grato á los capitanes y soldados 
que en el tiempo de la guerra sirvieron que 
á todos dio premios y grandes dádivas, tan- 
to que los individuos hallaban lugar para de- 
tractar de su grande liberalidad; porque es 
averiguado por los que saben, que ninguna 
buena obra hay hecha que carezca de invidia. 
Es verdad que el Gran Capitán dio á don 
Diego de Mendoza, que fué uno de los que 
más sirvieron en la guerra, el condado de 
Melito, que hoy poseen sus nietos; el conda- 
do de Avellino á don Juan de Cardona ('), en 
el ducado de Benevento; á Pedro Navarro el 
condado de Oliveto, que en aquel tiempo tan 
bien mereció, hasta que después desmereció, 
por cuya causa murió muerte ruin ignominio- 
sa; á Bartolomé de Alviano dio la cibdad de 
Sant Marco en Calabria, la cual él mereció 
muy bien; á Manuel de Benavides, á Alonso 
de Carvajal, á Antonio de Leiva, á Alvarado 
padre y hijo, á don Hernando de Andrada, 
al Duque de Termoli y á Alarcón y á los 
otros capitanes dio muchos y muy buenos 
lugares y villas. A los Coloneses hizo que co- 
brasen sus tierras y castillos que los france- 
ses les habían tomado, de que quedaron muy 
contentos y pagados, principalmente el Prós- 
pero y Fabricio, con todos los otros. 

Pues los ínfimos asimismo quedaron muy 
contentos y muy obligados al servicio de los 
Reyes de España y del Gran Capitán. A capita- 

f<) Al margen: «Este don Juan fué hermano do don 
lAi(;o de Cardona». 



nes de caballos y de infantería y á los solda- 
dos dio tenencias, oficios, gobernaciones; re- 
partió casas y posesiones de forajidos que 
habían seguido la parte francesa, y á otros, 
provisiones ordinarias y pensiones, principal- 
mente á aquellos que habían sido en la gue- 
rra valientes. Tuvo muy gran memoria de 
conocer los méritos de cada uno, y así les 
gratificó. Fué tanto, que todos decían que no 
le faltaba más de la corona para Rey. Fué 
muy gradecido; finalmente, que los detracto- 
res é individuos decían públicamente que á 
ningún soldado había dejado sin le dar 
premio. 

Florecieron en este clarísimo varón la ra- 
zón, la templanza, el juicio; que sin estudiar 
sabía todas aquellas cosas que en los hom- 
bres muy leídos resplandecían, y porque 
nunca estudió letras latinas, porque pensa- 
ban los españoles que las letras apocaban á 
los hombres, cosa tan ajena dellos. Fué muy 
amigo de letrados y de los poetas y historia- 
dores, porque con sus obras hacían inmortal 
la vida de los hombres tan corta y tan breve. 
Dábales y hacíales muchas mercedes, porque 
tenían cargo de escrebir sus hechos; así 
como Carmelita, Mantuano y el obispo Can- 
talício, y otros algunos que escribieron mu- 
chos /ersos en su loor. Sanazaro pudiera es- 
crebir muy buenas cosas con aquella tan po- 
lida musa y fecunda, sino que dejó aquel rei- 
no por seguir á Federico cuando se fué á 
Francia, adonde murió, habiendo seguido 
tan errado camino é infelice como siguió; 
porque como el Gran Capitán era de hábito 
tan delicado y vivo, que conocía cuánta glo- 
ria le podían dar los poetas y escritores y 
cuánta fama para adelante adquiría, porque 
los maldicientes y envidiosos jamás hallaban 
cosa que tachar, porque dejó de hacer gran 
justicia y guardar la honestad de ias mujeres, 
aunque muchas veces hjiblaba con ellas en 
cosas de palacio, porque fué el mejor corte- 
sano que en su tiempo hubo. Solía decir que 
era muy gran locura de cualquiera persona 
del mundo, que por un pequeño y fugitivo 
placer procurase un gravísimo y contino des- 
abrimiento y enojo. Fué el primero capitán 
cristiano que juntó la disciplina militar con la 
piedad cristiana; de donde no se deben de 
admirar los invidiosos y maldicientes, si con 
santas y católicas costumbres, principalmen- 
te con la castidad, que siempre guardó al 



428 



CRÓNICA MANUSCRITA 



yugo del matrimonio, Dios nuestro Señor le 
ayudó á vencer y permitió que jamás fuese 
herido, aunque era el que más se ponía á to- 
dos los peligros, así de artillería como de to- 
das las otras armas. 

Decíame muchas veces del García de Pare- 
des que, veyéndole entre los enemigos, que 
cada hora pensaba que ó muerto ó herido no 
podía escapar, principalmente en la batalla 
que se dio junto á la Chirinola, y en otras 
muchas partes; que como digo ni herido ni 
preso ni otro desastre que suelen en las ba- 
tallas acontecer; por cuya causa los italianos, 
que son inclinados á supersticiones y adora- 
ciones prepostreras, decían que era de aque- 
llos dioses pasados, á no ser español, sino 
italiano. 

CAPÍTULO VIII 

De cómo acabada la guerra se amotinaron 
cuatro mil quinientos soldados; y cómo no 
los pudiendo el Gran Capitán reducir, les 
fué á dar la batalla con su ejército, y de lo 
que pasó. 

Después de esto sucedió que, como el Gran 
Capitán con buenas palabras conservaba á los 
soldados diciendo que en volviendo á la cib- 
dad de Ñapóles les pagarían lo que les era 
debido, agora, llegados á la cibdad, fueles 
dada ayuda de costa; y no se podía más ha- 
cer por los grandes gastos que se habían he- 
cho. Y como estaban ociosos, comenzáronse á 
amotinar, y fueron presos nueve caporales y 
ahorcados; y con esto pareció sosegarse algo 
aquella rebelión. Mas como no les acabasen 
de pagar, y ellos, como dije, estaban ociosos, 
amotináronse cuatro mil y quinientos solda- 
dos. Y porque á todos cupiese parte del 
mando y de la pena, si mal les sucediese, hi- 
cieron esta ordenanza: que elegían cada día 
veinte soldados que aquel día mandasen, y 
guardaban tanta justicia que no podía ser 
mayor; que estando un día en una cibdad 
aposentados, atravesó de una casa á otra 
una mujercilla de poca manera; tomáronla 
ciertos soldados y contra su voluntad tuvie- 
ron parte con ella. Ella se quejó á los veinte, 
y hecha su información, los tomaron y ahor- 
caron de la ventana de la casa donde come- 
tieron el delito, y á ella le dieron lo que aque- 
llos soldados tenían y aun le dieron de sus 
haciendas. Iban á un lugar y tomaban lo que 



habían menester, sin robar iglesias ni tocar 
en la honra de las mujeres. Solamente toma- 
ban para comer, sin matar ni herir á nadie. 
Acabado aquello iban á otro lugar y hacían 
lo mesmo. 

El Gran Capitán les invió muchas veces á 
decir que se redujesen, y jamás lo quisieron 
hacer. Pues sabido por el Gran Capitán que 
pasaban seis leguas de Ñapóles, la cibdad, 
mandó tocar allarma y aparejar todas las 
cosas necesarias para les dar la batalla, di- 
ciendo á todos que poco les había aprove- 
chado echar á los franceses del reino, si cua- 
tro mil y quinientos españoles les robasen y 
saqueasen lo que con tanto derramamiento 
de sangre habían ganado, y que ningún ruego 
ni promesa bastaba para los reducir; que les 
rogaba peleasen contra ellos como contra 
traidores y infieles á su patria y capitán y á - 
las banderas de España, y que por tales los 
había mandado apregonar. Con toda la gente 
que pudo y artillería se puso en un lugar que 
se dice Marellano. 

Los amotinados, sabido que el Gran Capi- 
tán los esperaba, no torcieron un paso de 
donde iban, y con su ordenanza, muy en or- 
den, se fueron derechos á Marellano. El Gran 
Capitán mandó que no matasen al que se 
rindiese y no rompiesen hasta que él se lo 
mandase, porque quería excusar, si podía, la 
batalla, por el mal ejemplo que darían. Entre 
tanto que esto se ordenaba, como los amoti- 
nados descubriesen el campo del Gran Capi- 
tán, comenzó uno de los veinte á hacelles un 
razonamiento á los soldados, que decía así. 

CAPÍTULO IX 

Del razonamiento que los veinte hicieron ásus 
amotinados, estando los ejércitos de en- 
trambas partes d vista. 

«Bien veis, señores y compañeros, delante 
de vosotros la una muerte, si no vencemos, y 
la otra y mayor si nos rendimos, aunque sea al 
Gran Capitán. Este cordobés nos ha de querer 
[atraer J hoy con buenas palabras, y después 
de veinte en veinte nos ha de ahorcar, por- 
que se lo tenemos merecido. Pues no pode- 
mos huir; y aunque pudiéramos, no lo había- 
mos de hacer. Pues ¿queréis que se diga en 
Italia y en España que teníamos ánimo para 
saquear la gente pacífica y desarmada, y que 



DEL GRAN CAPITÁN 



429 



cuando se ofreció la necesidad de las armas 
nos faltó el corazón? De derecho divino y hu- 
mano escrito á todas las naciones del mundo 
y de ley natural somos obligados en nuestra 
defensa y ofender á cualquiera persona que 
nos quiera ofender. Hasta á los brutos anima- 
les les dio naturaleza armas nacidas en ellos 
mismos para defensa suya, como cuernos. Pe- 
leemos hoy como varones, que esperemos en 
Dios que venceremos. No piense este cordo- 
bés que lo ha con los borrachos de los france- 
ses, sino con muy honrados y muy valientes 
españoles. Sabed, señores, quel que vivo que- 
dare, si vencidos fuéremos, ha de ser peor li- 
brado; por ende, mirad cual es mejor, morir 
armado en el campo como valiente soldado, ó 
cuarteado por mano de un sucio verdugo de- 
lante de tantos señores y capitanes. Sabed, 
señores, que Dios, cuyo es el cielo y tierra 
con todo lo criado, dejó la tierra á los hijos 
de Adán, nuestro primero padre, para que la 
habitasen y morasen y gozasen de los frutos 
della, con todo lo en ella criado. Pues, pesar 
de tal, que tan hijos somos de Adán los que 
aquí estamos como el Rey de Francia y de 
España; si no, muéstrennos la cláusula del 
testamento de Adán en que les deja los reinos 
que tienen ('), y que sea esta tierra más suya 
que nuestra, y dejársela hemos Hasta aquí 
han gozado ellos de ella; déjennos gozar otro 
tanto tiempo de ella. Todos los que saben 
afirman que el derecho de las cosas está en 
las armas. Pesar de tal, que entre estos Reyes 
quien más puede tomar al otro sin mirar más 
derecho ni ley, se lo toma sin más esperar 
justicia; ¿y que los pobres soldados no pue- 
dan hacer lo mesmo? Tomémosles lo que 
injustamente tienen usurpado; encomendé- 
monos á Dios y peleemos como constan- 
tes varones, y cuando Dios de otra cosa 
fuere servido, vamos todos juntos á la otra 
vida, adonde son bien recebidos los que 
hacen su deber. Hagamos oración, y si nos 
acometieren, hagamos como fuertes soldados 
españoles». 

Cuando los soldados oyeron aquel razona- 
miento de los veinte, dijeron que en su vida 
habían oído á ningún sabio ni predicador ha- 
blar tan sabia ni tan altamente, y que había 



(') Al inartien, de la misma letra del texto: «Dicon lan 
sagradas Esoripturas: Terrnm dfídit filiia hoviinum; qua 
quien; decir: Uñ. tierra dio Dios í los hijos de los 
hombres." 



hablado por boca del Spíritu Santo. Hincá- 
ronse todos luego de rodillas y hicieron su 
oración muy devotamente, y luego comenza- 
ron á caminar muy en orden. Llegando á do el 
Gran Capitán estaba, pararon. El Gran Capi- 
tán les invió á decir que se redujesen al ser- 
vicio de SS. AA., y que se les perdonaba todo 
lo hecho hasta aquel punto, y que presto 
serían pagados, con otras muy buenas pala- 
bras. Los veinte inviaron á decir al Gran 
Capitán que suplicaban á su señoría no les 
acometiese, porque, ya hecha su oración, no 
podían dejar de pelear, porque estaban deter- 
minados de pelear y morir ó vencer; que le 
suplicaban muy hu.milmente no permitiese que 
dsrramasen la sangre que les había quedado 
de la mucha que en su servicio habían derra- 
mado, y que le daban su fe como buenos sol- 
dados españoles de vender tan cara su vida 
que los que les venciesen no las llevasen muy 
á su salvo; que se acordase de los muchos 
servicios que le habían hecho; las muchas 
necesidades que habían pasado y sufrido, que 
le suplicaban no llegase las cosas al cabo, 
porque podría trocarse la suerte; y que mira- 
se su señoría que ni forzaban mujeres, ni 
robaban iglesias, sino solamente buscaban de 
comer, y los más dellos les amostraron las 
heridas que en su servicio habían recebido. 

El Gran Capitán, oída su plática, se enter- 
neció tanto que por más que disimuló, no 
pudo dejar de le venir á los ojos las lágrimas, 
acordándose cuan bien habían servido y el 
mal ejemplo que daría. Estuvo quedo. Ellos, 
visto que el ejército del Gran Capitán no les 
acometía, comenzaron á alargar el paso, no 
como gente que huía, sino como soldados 
que caminaban de una parte á otra; y que- 
riéndose volver el Gran Capitán, fué avisado 
que iban á entrar en una cibdad que se llama 
Ñola, porque ya no tenían que comer. El Gran 
Capitán fué tras ^llos con toda su ordenanza. 
Los amotinados se fueron derechos á Ñola y 
la comenzaron á combatir. La cibdad es muy 
fuerte, así de muro como de foso lleno de 
agua y muy hondo. Ellos comenzaron á com- 
batir con tanto ánimo que se echaban á nado 
por el foso, y llegados al muro subían por las 
picas. El Gran Capitán no quiso pelear con 
ellos, porque le habían movido á gran com- 
pasión. Mandó á ciento y cincuenta de caba- 
llo que por la otra parte se entrasen en la 
villa y les ayudasen á defendella. Entrados 



430 



CRÓNICA MANUSCRITA 



estos escuderos, soltaron los caballos por la 
cibdad, cerradas las puertas y acudieron al 
muro que más necesidad tenía, y ayudáronla 
á defender. Visto esto por los amotinados, 
tocaron SKS pífanos y atambores y comenza- 
ron á caminar. Durmieron aquella noche en un 
lugar pequeño y hicieron muy grande guar- 
dia. El Gran Capitán les invió á decir que él 
se volvía á la cibdad para buscar dineros y 
les pagar todo lo que les era debido. Ellos 
respondieron que ellos dispararían para cuan- 
do su señoría fuese servido de se los inviar; 
y así era verdad, que los comenzó á buscar. 
Los amotinados respondieron que ellos espe- 
rarían todo el tiempo que su señoría fuese 
servido. Los rebeldes se fueron aquella noche 
á un lugar que se llama Castellamar.muy rico, 
y lo entraron por fuerza y lo saquearon. Allí 
les dijeron los veinte: «No es más tiempo, 
señores, de burlar con el Gran Capitán. Bien 
conocéis cuan astuto es y prudente; si más 
proseguimos nuestro propósito, él nos ha de 
coger y ahorcarnos á todos si no determina- 
mos de nos esparcir y nos ir adonde por bien 
tuviéremos; y plega á Dios que lo podamos 
hacer á nuestro salvo, pues sabéis que nin- 
guna cosa se le encubre y todo se hace como 
quiere. Pues reducirnos, que era lo más sano, 
yo lo aconsejaría, dijo uno de aquellos vein- 
te; mas él sabe ya cuáles han sido los veinte, 
y pocos á pocos nos ha de castigar, y pues 
hasta aquí nos hemos escapado, demos gra- 
cias á Dios». 

Desde allí se desparcieron, y unos se fue- 
ron á España, otros la vía de Roma. Luego 
fué avisado el Gran Capitán y mandó poner 
muchas guardas por los lugares por do 
habían de pasar, y allí los prendieron y luego 
eran ahorcados y echaban en la mar con pie- 
dras al pescuezo; así que muchos dellos mu- 
rieron de aquel motín, que hicieron y pagaron 
justamente aquella rebelión que habían hecho. 
Otros se escaparon. 

CAPÍTULO X 

De cómo el Duque Valentín vino allí á la cib- 
dad de Ñapóles con ciertos designios que 
traía, y de lo que sucedió. 



En este tiempo vino el Duque Valentín, 
llamado César Borja, á la cibdad de Ñapóles 
en achaque de ver al Gran Capitán, mas su | (i) ai niargeu: «Las i)orsona8 cjue ei Valentín mató». 



venida era á le pedir socorro de gente y ar- 
mada para ir á conquistar l.i cibdad de Pisa, 
que la tenía oprimida la cibdad de Florencia; 
y él decía que tenía trato en aquella cibdad 
que luego se le daría, y que todo esto sería 
para servicio de los Reyes Católicos. Y por- 
que en esta historia, así en los capítulos pa- 
sados como en los porvenir, se hace mención 
de este Duque Valentín, me pareció ser cosa 
necesaria escribir el discurso de la vida des- 
te Duque. 

Don Rodrigo de Borja, Cardenal de Valen- 
cia, hubo en Roma á una señora de las de Va- 
ñoty, en quien hubo al Duque de Gandía y á 
este César Borja, y dos hijas, madama Lucre- 
cia,que fué casada con el Duque de Ferrara, y á 
otra señora que casó con don Alonso de Ara- 
gón, hijo del Rey don Alonso de Ñapóles, su 
cuñado. Fué esta señora de muy buena parte 
y calidad, y fuera desto en toda la otra vida 
fué muy buena mujer. A este César Borja in- 
vió el Cardenal su padre al estudio de Pisa, 
donde las letras florecían en aquel tiempo, y 
el se dio tan buena maña en ellas que apro- 
vechó mucho; y disputaba y trataba cuestio- 
nes arduas en el derecho civil y canónico, y 
como muy docto en ellas las trató; de lo cual 
el padre se holgaba m.ucho. Y como después 
fué criado Sumo Pontífice, hizolo Cardenal, y 
al hijo mayor llamado don Francisco de Bor- 
ja, agüelo de don Francisco de Borja, que 
hoy es, que dejando su estado, es religioso 
en la Compañía de Jesús, para que este Du- 
que de Gandía fuese el sucesor de la Casa 
de Borja. Mas el César Borja, teniendo los 
pensamientos puestos en la cumbre de seño- 
rear, parecióle para el capello, aunque con él 
tuviese toda la renta que pudiese haber, muy 
inferior á las esperanzas y grandeza de su 
ánimo ('); y visto que el Papa tenía puestos 
los ojos en el Duque de Gandía, su hijo ma- 
yor, acabando una noche de cenar, lo mató y 
lo hizo echar en el Tíber; lo cual acaso vio un 
barquero cómo echaron aquel hombre en el 
río. Otro día, andándolo buscando, se supo y 
dende á dos días lo sacaron unos pescadores 
y con ciertas puñaladas; y luego fué sabido 
haber sido por mandado del Borja. El Papa su 
padre recibió de aquesto muy gran pena; mas 
visto que el Duque ya no podía resucitar, 
perdonó al César Borja, y él dejó el capello, 



DEL GRAN CAPITÁN 



431 



teniendo en el pensamiento de tomar los Es- 
tados de Romanía y se hacer señor della, 
porque ponía todo el derecho de las cosas en 
las armas; y por señorear no ponía delante 
derecho divino ni humano, y traía por divisa 
aut Cesar, aut nihil. 

Pues como el Papa hizo liga y amistad con 
el Rey de Francia, Luis, duodécimo de este 
nombre, porque entre los Papas y Rey se 
habían confederado para echar los españoles 
de Italia y arruinarla toda con sus designios 
que tenían capitulados; y el Rey Luis, para 
más obligar al Papa y al Borja, lo casó con 
madama Carlota, hija del señor de Labrid, un 
gran señor de Gascuña, prima de don Juan, 
que decía ser Rey de Navarra. Luego comen- 
zó á descubrir sus desordenados pensamien- 
tos y cruel tiranía de señorear una parte de 
Italia con muy infernal codicia; y para que 
hobiese efecto su diabólica tiranía determinó 
de matar, de cualquiera manera que pudiese, 
ajos señores de Casa Colona y álos Ursinos; 
para que no hobiese en Roma, ni en su tér- 
mino, ni en mucha parte, quien le pudiese ha- 
cer contradicción, y algunos días les hizo gue- 
rra; y como eran poderosos enemigos, trató 
entre ellos enemistades para que ellos se 
acabasen. Luego ellos entendieron los enga- 
ños del cruel tirano, y se confederaron y se 
hicieron amigos y dejaron aparte las guerras 
civiles. Los Coloneses, pareciéndoles mejor 
castigo, para conservar sus vidas determina- 
ron de dejar al Borja sus tierras y estados, y 
dar lugar á la desenfrenada furia del tirano; á 
los Ursinos ofreciéndoles grandes partidos y 
muy crecidos sueldos por los asegurar, ha- 
biéndoles dado su fe y palabra muchas veces 
de los tener por amigos, hermanos y compa- 
ñeros, aunque ellos nunca jamás tuvieron del 
Borja entera seguridad. Al fin descubrieron 
sus designios crueles, cuando no lo pudieron 
remediar; porque mató en Perosa á Paulo 
Ursino, hijo del Cardenal latino Ursino, y á 
todos los Ursinos de la casa de Gaeta. Y asi- 
mismo mató al Cardenal Baptista Ursino, que 
estaba preso en el castillo de Santángelo, y á 
Olivero de Sermo en Senegalia; y asimismo 
mató á Vitelocio Ursino, señor de la cibdad 
de Castella; y al señor Francisco Ursino, Du- 
que de Oravina; y á los Ursinos señores de 
Sermoneta, en el circuito de Roma. También 
mató á Jacobo Ursino y á Bernardino Ursino. 
Todos estos Ursinos fueron muertos por di- 



versas maneras, y les tomó sus tierras y for- 
talezas. Pues á los señores Duques de Cama- 
rino, de muy antiguo linaje. Pirro, Aníbal, Ju- 
lio César, Venafro y otros de aquella casa, 
fueron despojados y tomados sus Estados, y 
con darles garrotes fueron ahogados. Pues 
Astor Manfredo, señor de Freuga en Roma- 
nía, rendido sobre su fe, fué muerto crudelí- 
simamente y echado en el Tíber. Pandulfo 
Malatesta yjuan Sforza y Gido Ubaldo, se- 
ñores de Arimino, Pesaro y Urbino, quisieron 
y tuvieron por mejor dejalles sus tierras que 
ser de aquel cruel tirano muertos. De la mes- 
ma manera Jacobo Apiano dejó á Pomblín 
al Borja, sangriento tirano en la Toscana; 
y sin causa ninguna mandó ahogar á Tro- 
che Espanoii, que así á él como al Papa ha- 
bía hecho muchos servicios. Y á vueltas des- 
tas crudelísimas muertes mató al bellísimo 
mozo llamado don Alonso de Aragón, hijo del 
Rey don Alonso de Ñapóles, casado con su 
hermana, andándose paseando en la plaza de 
Sant Pedro; y porque de las heridas se tenía 
alguna esperanza que viviría, entró un día en 
la siesta con otros con máscara á lo matar, 
con el cual estaba su mujer y hermana del 
tirano, al cual luego conoció la hermana, y 
llorando, hincada de rodillas, le suplicó no 
matase á su marido y que á ella hiciese lo 
mismo. Era este don Alonso de Aragón, 
príncipe de Buseli, indigno de aquella tan 
infelice muerte. Asimismo había toxicado al 
Cardenal Borja, muchacho de muy poca 
edad, porque favorescía justamente al Duque 
de Gandía; y esperó una noche que venía de 
cenar á donjuán de Cervellón, muy principal 
hombre en la paz y en la guerra, y no por 
otra cosa sino porque favorescía y guardaba 
la honestidad y honra de una señora de la 
casa y familia de Borja. 

Tenía un grande amigo y familiar y muy 
acepto en su amistad, á quien él quería mu- 
cho extrañamente; y fiándose de él como 
de tan grande amigo, le mandó cortar la 
cabeza. Llamábase éste Jacobo de Santa 
Cruce, de la más noble sangre de Roma; y 
no hubo otra ocasión sino que era mucha 
parte y poderoso para ayuntar cada que 
quisiese un buen escuadrón de gente de ar- 
mas, así de caballo como de infantería, de 
su bando Ursino, y era hombre determina- 
do para acabar cualquiera jornada que qui- 
siese. 



432 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPÍTULO XI 

En que se prosigue la vida del Duque 
Valentín. 

A otros muchos mató este Duque Valen- 
tín, y en este tiempo, como atrás dijimos, 
quiso matar á ciertos Cardenales con aquella 
maldita sed de señorear, y que no hubiese 
ninguna persona poderosa ni rica ni que tu- 
viese ánimo de hombre; y bebiendo el y el 
Papa su padre de aquel toxicado brebaje 
que para ciertos Cardenales tenía aparejado, 
y como fué Dios servido que ellos lo bebie- 
sen y los otros quedasen libres del tóxico, 
como mozo y de más virtud quel padre, es- 
tando en mejor disposición; y halló quel cón- 
clavi había criado Papa muy al revés de lo 
quél pensó y tenía tramado, el Papa Julio se- 
gundo, que fué un Pontífice muy entero y 
muy celador del patrimonio de la Iglesia, lo 
mandó prender á este Duque Valentín y 
poner á muy buen recaudo hasta que entre- 
gase las fortalezas que de Roma tenía. Y 
porque á esta sazón venían los venecianos 
con aquella sed de codicia de lo ajeno que- 
rían también ocupar la Romanía y partiendo 
de Rávena habían aquistado por armas á 
Arimino, la Católica y Faenga y Fano, y el 
Borja engañaba al Papa cada día con falsas 
y engañosas palabras, enviando señas á los 
alcaides que en ellas tenía falsas y fingidas, 
pensando volver á Roma y revolver los ne- 
gocios de arte que pensaba volver al crédito 
pasado y revolver á Roma con las cimeras 
que tenía fantaseadas; porque tenía por cier- 
to que tenía favor y ayuda, y más teniendo 
las cabezas y principales capitanes de los 
bandos, que eran el señor Juan Sasatelo y el 
otro Gido Vaino, que le debían mucho al 
Borja, según le estaban obligados con bene- 
ficios y buenas obras que del habían recebido; 
y con este designio había escrito cartas fin- 
gidas á los castellanos dellas. Avisado de 
aquesto el Papa, invió luego al Borja á un 
criado suyo, de quien se fiaba, Pedro Avedro, 
con cartas, que fué derribado de las murallas 
abajo por Diego de Quiñones. Enojado el 
Papa por este desacato que se le había 
hecho, invió al César que si luego no entre- 
gaba las fortalezas, que le haría cortar la ca- 
beza, y que sería excusar que hiciese más 
males. 



CAPÍTULO XII 

De cómo dos Cardenales huyeron de Roma y 
se fueron á Ñápales para el Gran Capitán. 

En este tiempo el Cardenal Borja, y Remo- 
lio, Cardenal de Sorrento, que era hechura de 
la Casa de Borja, veyendo al Papa tan indig- 
nado contra los de Borja por causa del Duque 
Valentín, porque tenía sospecha de todos los 
de la Casa de Borja, inviaron estos dos Car- 
denales á suplicar al Gran Capitán que hasta 
que Su Santidad estuviese informado de la 
verdad, les inviase algún capitán que los pu- 
siese en salvo en aquel reino. El Gran Capi- 
tán invió luego al capitán Carvajal, hijo del 
capitán Mendoza, con cien lanzas y á aquel 
Medina su criado con cartas de creencia para 
los dichos Cardenales. El capitán esperó fue- 
ra en cierto lugar secreto, y el Medina entró 
en la cibdad y dio las creencias y avisó á los 
Cardenales de lo que habían de hacer. Al 
capitán le anocheció á media legua de Roma, 
y á media noche llegó junto al muro y allí 
esperó á los dichos Cardenales. Ellos salie- 
ron con su aparato, diciendo que iban á caza 
como otras veces acostumbraban; y allí se 
juntaron con aquel capitán, que los puso 
sanos y salvos en Ñapóles. 

El Gran Capitán los recibió muy bien y les 
hizo muy buen tratamiento; y luego invió un 
caballero de su casa al Papa Julio sobre ello; 
y los redujo á su servicio y gracia, y fueron 
del Papa muy bien recebidos y muy bien tra- 
tados dende adelante á requesta del Gran 
Capitán. 

CAPÍTULO XIII 

En que el autor torna á contar lo que el Papa 
hizo con el Duque Valentín. 

Espantado y atemorizado el Duque Valen- 
tín de lo que el Papa le invió á decir: que si 
luego no le entregaba todas las fortalezas 
que tenía de Roma le mandaría cortar la 
cabeza, á la hora invió á los castillanos espa- 
ñoles las contraseñas verdaderas para que 
entregasen las fortalezas. Fué tratado que el 
Duque Valentín fuese entregado á Bernardi- 
no de Carvajal, Cardenal de Santa Cruz, espa- 
ñol, natural de Plasencia, para que lo tuviese 
en guardia en la fortaleza de Ostia, hasta en 
tanto que cumpliese lo prometido. Visto por 




DEL GRAN CAPITÁN 



433 



Diego de Quiñones y Gonzalo de Cifuentes 
las contraseñas, entregaron á los criados del 
Papa á Ceseria y á Forlino. 

Luego que se vio libre el Borja, se fué á 
Ñapóles para el Gran Capitán, pensando de 
lo engañar, como otra vez había hecho. Y por- 
que Paulo Jovio, obispo de Nocera, que escri- 
bió una suma de las cosas del Gran Capitán, 
dice en este lugar que el Gran Capitán le dio 
su carta de seguro, que podía ir y volver 
seguro al Gran Capitán, y que después lo 
había preso sobre su palabra, no solamente 
á él mas aun al Duque don Fernando de Ca- 
labria, cuando se le entregó en Taranto, en 
entrambas cosas se engañó y no dijo verdad; 
porque yo oí á Diego García de Paredes y á 
aquel Medina, que se hallaron en todo, y á 
García de Aldana y á Diego de Trillo el tuer- 
to, que fueron los ministros de lo uno y de lo 
otro, que nunca tal seguro pidió el Duque 
Valentín, ni el Gran Capitán se lo dio. Porque 
si se lo diera, por ninguna cosa lo quebrara; y 
lo del Duque don Hernando de Calabria nun- 
ca él, ni los que con él estaban, hablaron en 
tal condición, sino que el Paulo Jovio fué mal 
informado y tuvo falsa relación. 

Luego que cumplió con el Papa y se vio 
libre, lo cual él nunca pensó, con los capitanes 
españoles que tenía, se fué derecho á Ña- 
póles. Fué muy bien recibido del Gran Capi- 
tán, y luego comenzó á tratar y intentar nove- 
dades; y porque no había perdido punto del 
ánimo ni tiranía con la mudanza de la fortuna; 
pues como allí estaba Bartolomé de Alviano, 
su grande enemigo, cada uno andaba muy 
acompañado con cien arcabuceros de á pie: á 
los cuales avisó el Gran Capitán que estando 
allí tuviesen tregua y sobreseyesen sus ene- 
mistades, lo cual ellos prometieron en las ma- 
nos del Gran Capitán, y así las guardaron. 

CAPÍTULO XIV 

En que el autor da cuenta de dónde nacieron 
estas enemistades entre estos dos capitanes, 
el Duque Valentín y Bartolomé de Alviano. 

Este Bartolomé de Alviano era el más prin- 
cipal del bando y casa Ursina, y tenía en 
aquella cibdad muchos parientes y deudos, y 
una casa muy principal. Tenía una mujer la 
más hermosa que á la sazón había en Roma y 
aun en toda Italia, muy honesta y muy buena 

< riiiiiras drl Gran ('.((¡i'ilt'tn. 28 



de su persona, y quería mucho á su marido, 
Bartolomé de Alviano. El Duque muy secre- 
tamente entró un día en su casa, estando 
fuera de Roma el Alviano, y llevó consigo el 
Borja muchos y muy buenos criados, y subió 
adonde esta señora estaba; y á los criados 
della mandaron que callasen so pena de la 
vida. Y llegado á do ella estaba, le dijo que se 
había de echar con él ó matalla. Ella le res- 
pondió que muy mayor merced le haría en 
matalla que no en deshonralla; y se le hincó 
de rodillas suplicándoselo, y que no hiciese 
cosa tan fea para quien él era. El la tomó y 
anduvo con ella á brazos, defendiéndose como 
buena mujer; y él la trató muy mal. Visto esto 
por el Duque, mandó á sus criados que se la 
tuviesen, y teniéndola por fuerza la forzó y 
dejó toda mesada y muy mal tratada. 

Ido el Duque, luego aquella señora invió á 
llamar á su marido que luego viniese, que 
cumplía mucho á su honra y á su vida; lo cual 
él hizo, que vino por la posta; y encontrándo- 
le, le dijo su mujer: «Sacad, señor, la espada y 
cortadme la cabeza por la traición y maldad 
que contra vos he cometido». Esto decía con 
grandes llantos. El Alviano la apaciguó, y ella 
se lo contó. El le dijo: «Veamos, ¿esto fué por 
vuestra voluntad ó no?» Eila le dijo: «Estos 
cabellos y cardenales por todo mi cuerpo y 
aun estas heridas serán testigos dello». El 
la asosegó, y dende á siete ó ocho días, una 
noche á media noche, con sus criados muy 
bien armados, quebradas las puertas entró en 
su casa del Borja, y á todos cuantos topaban 
mataban. Oído esto por el Borja, en camisa 
saltó por unos tejados y se alejó. El Alviano 
después de le haber muerto todos los criados 
que en casa se hallaron, le saqueó la casa y le 
robó, que valía más de veinte mil ducados, y 
lo buscaron por toda Roma, puesta en armas 
la Casa Ursina, y aun los de Casa Colona, vis- 
to la maldad de aquel tirano, hasta que el 
Papa apaciguó aquel insulto y él fué como 
hemos dicho preso. 

CAPÍTULO XV 

En que se prosiguen los secretos designios del 
Duque Valentín. 

El Duque Valentín pidió al Gran Capitán 
gente de guerra y galeras para ir sobre Pisa, 
como hechos dicho; mas él, como era muy 



434 



CRÓNICA MANUSCRITA 



cruel y mal cristiano, ni tenía temor á Dios 
ni á las gentes, era muy mudable; no tenía fe 
ni constancia en las cosas que había de hacer, 
y era muy liberal de lo que tomaba y robaba 
á aquellos que mataba y les ocupaba sus tie- 
rras, dándoselo á los hombres de guerra, prin- 
cipalmente á los españoles, de quien se ser- 
vía, y desta causa era muy quisto dellos. Pues 
comenzó de aparejar su armada y meter en 
ella munición y todas las cosas necesarias 
para la guerra. Lo público era ir á socorrer á 
Pisa; mas su secreto designio era ir por la 
costa del mar Tirreno y pasar por Pisa y 
Luca, y de allí por junto á Modana, y toman- 
do allí más gente y favor de don Alonso de 
Este, Duque de Ferrara, porque era casado 
con madama Lucrecia su hermana, hija del 
Papa Alejandre su padre, y con esta gente 
ocupar la Romanía. Lo cual entendido por el 
Papa, escribió al Gran Capitán que no con- 
sintiese que un hombre como éste, tan desal- 
mado y que tan poca cuenta tenía con Dios 
ni con su Iglesia, lo dejase salir de Ñapóles, 
y lo mesmo escribió á los Reyes Católicos 
para que lo mandasen prender, porque todo 
lo demás que de ahí adelante hiciese sería 
sobre sus conciencias; y que se lo rogaba, y 
si menester era, se lo mandaba en virtud de 
santa obediencia y so pena de excomunión, 
porque así cumplía al bien de la cristiandad y 
pacificación de Italia, porque él había nacido 
para mal de Italia adonde Dios tuvo por bien 
de dejar á su Vicario. El Papa trató este ne- 
gocio muy gravemente y con grande instan- 
cia con los embajadores del Rey de España, y 
mandó á sus legados que en España tenía 
que lo concluyesen con el Rey de España. Lo 
cual entendido por el Rey de España, y más 
ser casado en Francia y que intentaba asi- 
mismo cosas nuevas contra el Papa y cumu- 
lando las cosas pasadas y las que de nuevo 
intentaba, y por estorbar que no ofendiese 
más á Dios ni á la Sede apostólica, invió á 
mandar al Gran Capitán que lo prendiese. 

Posaba el Duque en Castilnovo, y teniendo 
ya todo aparejado para se partir, fuese á des- 
pedir del Gran Capitán para se ir á dormir, 
porque había de madrugar. Fuese con él 
Pedro Navarro hasta lo dejar en su aposento 
como otras veces solía, y estúvose con él en 
su aposento gran rato. El Duque le dijo: «Se- 
ñor Conde, vayase v. m. á dormir, que es ya 
hora». El Conde le respondió: «Huelgue 



V. S , que yo aquí le tengo de acompañar esta 
noche y no tengo de dormir». Cuando el Du- 
que oyó esto, dio una gran voz, y dijo: «San- 
ta María, cómo soy engañado. Conmigo sólo 
ha usado el señor Gran Capitán de crueldad, 
habiendo usado con todo el mundo de pie- 
dad». A esta hora llegó Ñuño de Ocampo,que, 
como atrás dijimos,era alcaide de Castilnovo, 
y le puso gente de guarda. 

CAPÍTULO XVI 

De lo que sucedió al Duque Valentín después 
de su prisión hasta que murió. 

Queriéndose despedir el Conde Pedro Na 
varro del Duque, le dijo: «Señor, no tien( 
V. 8. razón de se quejar de nadie, sino da 
sí mesmo; porque los hombres de su calidad 
á una vida no han de tener más de una 
opinión. Pues bien sabe v. s., y aun todo el 
mundo lo conoce, la grande afición que v. s, 
tiene á la Casa de Francia y el grande odio 
á la de Aragón, seyendo v. s. aragonés y 
habiendo recebido tantos bienes y buenas 
obras de los Reyes de España. Justo juicia 
es de Dios de estorbar á v. s. de hacer 
más mudanzas y males. Aunque no hobiera 
otra cosa sino ser el Gran Capitán el qua 
esto hace, había de creer v. s. que es justq 
cosa lo que se hace. Meta la mano en su 
seno y verá que esto viene por mano da 
Dios y de su Vicario, á quien v. s. tiena 
tan ofendido». Y despidióse de él, quedando 
el Duque en poder de Ñuño de Ocampo y á 
muy buen recaudo. Luego fueron á su posa 
da y le tomaron sus escrituras, adonde halla- 
ron cosas muy varias, y toda la ropa y lo de 
más entregaron á su camarero. | 

Allí fué en la prisión mejor servido que en' 
toda su vida lo fué, hasta que se entregó á 
Juan de Lezcano y lo llevó en sus galeras y 
desembarcó en Cartagena. Dende allí fué lle- 
vado á Chinchilla y fué entregado al Adelan- 
tado de Granada. De allí fué llevado á la 
Mota de Medina, adonde estuvo algún tiem- 
po, que serían dos años. Y allí tuvo tal forma 
por medio de un paje del alcaide, que se des- 
colgó por una soga, proveyéndole de caba- 
llos don Rodrigo Alonso Pimentel, Conde de 
Benavente, padre del que hoy es, y se fué 
hasta Navarra, para el Rey don Juan de Na- 
varra, que á la sazón traía guerra con el 




DEL GRAN CAPITÁN 



435 



Conde de Lerín; y en un rencuentro que el 
Rey y el Conde de Lerín hobieron, salió el 
Duque á la pelea con una lanza de dos hie- 
rros, y peleó tan valientemente que fué parte 
para que los enemigos volviesen las espal- 
das, y fué en el alcance matando y hiriendo, 
pensando que los navarros le seguían, y to^ 
dos se habían quedado. El Duque fué siem- 
pre siguiendo á sus enemigos, que nunca 
vio que iba solo; y un criado del Conde, que 
se llamaba Acevedo, le pasó el cuerpo de 
través con una lanza, adonde murió junto á 
una hermita que estaba allí cerca, donde fué 
enterrado, permitiéndolo Dios que muriese 
junto á Pamplona, de donde había seído 
obispo. Porque vemos ser regla infalible, los 
que dejan el hábito de la Iglesia y sus Santos 
Sacramentos jamás haber habido buen fin, 
sino morir desastradamente en aquesta vida. 

Cuando el Gran Capitán invió preso al 
Duque á España, todas las gentes inviaron á 
rendir muchas gracias al Gran Capitán por 
haber quitado de Italia aquel público tirano 
y tan cruel, principalmente los Ursinos y Co- 
luneses, y los señores de la Romanía y todas 
las señorías y potestades de Italia. 

Pues enterrado el Duque en aquella her- 
mita junto á Viana, un soldado, que había 
seguido su milicia, le puso un epitafio sobre 
su sepultura, que decía desta manera: 

Aquijaze en poca tierra 
á quien toda le temía: 
en esto imco se encierra 
e' que la pa:? y la guerra 
drí mundo todo [lo] hacia 
Oh tú que vas á buscar 
cosas dignas de loar; 
si lo mejor es máfi dlno, 
oqui acaba tucamitw, 
no cures df nuis andar. 

Así acabó el Duque Valentín su vida en 
concordia de todo el mundo; varón sin duda 
muy valiente en las cosas de las armas. Tuvo 
muy grandes pensamientos. Pareció mucho 
este Duque á lugurta, Rey de Numidia, por- 
que en las cosas que emprendía nunca mira- 
ba lo de adelante; todo lo posponía por seño- 
rear, que ni guardaba justicia ni derecho di- 
vino ni humano, ni parentesco, ni deudo, ni 
amistad. Todo el derecho de las cosas ponía 
en las armas. Ocurrieron á este Duque cosas 
tantas y tan varias que si se hobieran de es- 
crebir fuera una grande historia. 

Cuando Lezcano partió de Ñapóles llevan- 



do en sus galeras al Duque Valentín, vino 
juntamente en aquella conserva el Próspero 
Colona por ver á los Reyes Católicos, princi- 
palmente á la Reina doña Isabel, á quien de- 
seaba ver por las grandes partes y singula- 
res virtudes que sabía que tenía, y siempre 
había tenido aquel deseo; y agora acabada la 
guerra determinó de venir en España, y más 
fué rogado por el Gran Capitán, porque 
como el Rey Luis de Francia tenía á este 
Duque por Ministro de las alteraciones que 
el Rey intentaba y sabía ser tan aficionado 
á la Casa de Francia y enemigo de la de Ara- 
gón, y en la condición y mudanzas pareciese 
mucho al dicho Rey, y podía desde Marsella 
ó de otro algún puerto de Francia salir algu- 
na armada pensando cobrar al Duque, llevó 
el Próspero muy buena armada de muy bue- 
na y muy escogida gente de guerra para re- 
sistir á cualquiera flota por más pujante que 
viniese. 

Pues desembarcado el Duque, como diji- 
mos, en Cartagena y entregado al Adelanta- 
do de Granada, el Próspero se fué á Medina 
del Campo, y aunque halló á la Reina [enfer- 
ma] del mal que murió, que fué de una fisto- 
la y cáncer que se le engendró en su natura, 
lo recibió muy bien y se holgó con él todo 
aquello que la enfermedad le dio lugar, di- 
ciéndole muy buenas palabras, que holgaba 
que antes que Dios la llevase desta vida le 
había cumplido el deseo que siempre había 
tenido de lo ver; con otras muchas palabras, 
de que el Próspero quedó muy contento y 
con gran deseo de la servir. 

Cuando el Próspero vino en la conserva 
del Lezcano, trayendo al Duque, jamás lo 
quiso ver; con aquella reputación y gravedad 
romana no pudo acabar consigo de lo ver, 
porque no pareciese mostrar alegría de la 
miseria y calamidad de un tan cruel enemigo 
suyo y de su linaje y de toda Italia. Trajo 
este Próspero en España dos cosas, el uso de 
las cuales nunca en este reino se habían vis- 
to: que fué poner á las muías y caballos de la 
estradiota gruperas, porque las sillas no se 
fuesen adelante, y gualdrapas para excusar 
el lodo de invierno y el polvo de verano. No 
solamente fueron estas dos cosas necesarias, 
más aun fué un atavío grande. 

Luego en este tiempo murió la Reina, de 
que todo este reino sintió la muerte, como 
era de razón, principalmente Gonzalo Her- 



436 



CRÓNICA MANUSCRITA 



nández, porque desde catorce años de su 
edad que la fué á servir de paje, siempre se 
había criado en su Corte; siempre había rece- 
bido della mucho favor y merced y todo 
aquello que se podía desear. Porque aunque 
el Rey don Fernando de su natural fuese muy 
contrario de la condición de la Reina, así en 
la liberalidad como en el amor que á los cria- 
dos se tenía, principalmente al Gran Capitán, 
nunca había mostrado ni aun osado ir contra 
la voluntad de la Reina en lo que tocaba 
al Gran Capitán, según era cada día comba- 
tido de los envidiosos contra las virtudes 
singulares del Gran Capitán. 



LIBRO ONCENO 

DE LOS HECHOS Y HAZAÑAS DE GONZALO HER- 
NÁNDEZ, GRAN CAPITÁN DE ESPAÑA, CON- 
TRA LOS REYES DE FRANCIA, EN EL CUAL 
SE CONTIENEN LAS COSAS QUE DESPUÉS DE 
ACABADA LA GUERRA Y PACIFICADO EL 
REINO SUCEDIERON AL GRAN CAPITÁN. 



CAPÍTULO I 

Cómo el Rey don Fernando, muerta la Reina 
Isabel, comenzó á dar oídos á los envidiosos 
de las glorias del Gran Capitán, y de los 
graves juicios que emitió sobre este punto al 
Rey Próspero Colona (■)• 

Muerta que fué la Reina doña Isabel, que 
con justo título y razón muy evidente favo- 
rescía y defendía de los invidiosos los hechos 
y virtudes y resplandor del Gran Capitán, 
luego el Rey don Fernando comenzó á dar 
oídos á los invidiosos y á las murmuraciones 
que contra el Gran Capitán le decían, al cual 
imputaban grandes y graves culpas; porque 
la regla es infalible y averiguada por todos los 
que saben: que ninguna buena virtud, por más 
encumbrada que sea, que carezca de invidia, 
según nuestra naturaleza está inclinada á 
mal. El Rey, aunque oía y holgaba de saber el 
parecer de cada uno, nunca en público ni en 
privado habló mal de los hechos del Gran 
Capitán. 

(<> No tiene en el ori(;inal epit^afe este capítulo. 



Dijeron que el Próspero Colona, seyendo 
preguntado por el Rey don Fernando de las 
costumbres públicas y privadas de los Reyes 
de Ñapóles y de sus ingenios y condiciones,! 
como á hombre que siempre había seguido la 
guerra de todos ellos, desde el Rey Fernanda 
y Alfonso el segundo y Federico, le dijo cosas 
del Gran Capitán tan graves y astutas y con 
tales entendimientos, que dieron á entender 
al Rey sospechas no nada vanas, de que el 
Rey tuvo grande sospecha que le penetró: 
dentro de su pecho, aunque no lo dio á enten- 
der. Decía el Próspero que sin duda alguna el 
Gran Capitán hacía ventaja á todos los capi 
tañes pasados en prudencia, en autoridad, eid 
valentía, en vida de un gran cristiano, de 
donde claramente le ayudaba Dios; en ser 
amado de la gente de guerra; en ser querido 
de los pueblos, de manera que todo lo gober-i 
naba y regía á su voluntad; y lo mandaba con 
pompa y mandamiento real, y que solamente 
le faltaba el título, el cual si él lo hubiera que 
rido no le faltaran muchos, que le eran aficio 
nados por beneficios que de él habían recibí 
do, que le pusieran la corona de Rey en 1 
cabeza. Estas cosas dichas por el Próspero, 
así como tocaban tan delicadamente en 1 
Majestad Real, así daban á entender al Re 
que debía proveer con tiempo en lo que cum 
plía, no le concediendo más ni le dejando en 
aquel reino. Esto y otras cosas dijo el Prós- 
pero al Rey, tan grave y delicadamente dichas, 
que penetraron al Rey hasta el corazón. Des- 
pués de partido el Próspero, habiéndole dado 
don Pedro de Córdova, Marqués de Priego, 
sobrino del Gran Capitán, muchos y muy 
buenos caballos y muchos buenos aderezos 
dellos, y otras cosas de las que en Córdoba 
se pudieron haber, vuelto á Italia no halló en 
el Gran Capitán aquella gran voluntad que 
solía, como hombre que ninguna cosa se le 
encubría de lo que se decía. 



CAPITULO II 

De cómo invió el Gran Capitán en Esoaña al 
Rey don Fernando ájuan Baptista Pinelo,y 
de lo que sucedió en su embajada. 

En aquella cibdad de Ñapóles había un 
caballero y letrado en derechos llamado Juan 
Baptista Pinelo, hombre docto en su facultad 
de leyes y prudente, el cual había siempre 




DEL GRAN CAPITÁN 



437 



recebido muy buen tratamiento del Gran 
Capitán y sabía las cosas de aquel reino me- 
jor que otro ninguno del. A este Juan Baptis- 
ta invió el Gran Capitán á dar cuenta al Rey 
don Fernando de la manera que el Gran Ca- 
pitán se había habido en la gobernación de 
aquel reino, después que del había echado á 
los franceses; y á quién había remunerado de 
los servicios pasados, y á cuáles había des- 
pojado de sus estados por haber seguido la 
parte francesa, y á otros castigado según lo 
habían merecido sus delitos; y á quién había 
proveído de tenencias y gobernaciones, con 
todas las otras cosas que eran necesarias, 
para que S. A. supiese, para que en ello man- 
dase proveer como soberano señor. Invió asi- 
mismo la relación de lo que aquel reino renta- 
ba y los estados que se habían tomado á los 
que habían seguido la parte francesa, para 
que S. A. proveyese de todo á su voluntad, 
inviándole su parecer y lo que en ello sintía 
se debiese hacer. Y para que de todo fuese 
informado, como de hombre que mejor que 
otro lo sabía, había inviado, como atrás diji- 
mos, á este Juan Baptista Pínelo, 

Llevó este Baptista la instrucción de todo 
y más remitiéndose á él como á persona que 
lo sabía mejor que otro. Pues llegado este 
Pínelo en España, informó al Rey de todo 
aquello que había en el reino, como hombre 
que tan bien lo sabía. El Rey tenía en lo se- 
creto de su corazón grandes sospechas que el 
Gran Capitán hacía en aquel reino alguna 
novedad, ó para sí ó para entregar aquel rei- 
no al Rey don Felipe, que á la sazón era Rey 
natural y legítimo heredero de los reinos de 
España; y algunas personas en quien tenía 
más fuerza la invidia de los hechos tan famo- 
sos del Gran Capitán que no la virtud y ver- 
dad, así como Juan de Lanuza, Virrey de Sici- 
lia, á quien el Gran Capitán había hecho 
tomar residencia en aquel reino, y Francisco 
Sánchez, despensero mayor, á quien él había 
hecho capitán de infantería, catalanes, y Va- 
lencia de Benavides, hermano de Manuel de 
Benavides, y otros algunos cuyos nombres no 
quiero aquí expresar, porque sus hijos no 
sean infamados de padres ingratísimos y no 
verdaderos; mas sobre todos Ñuño deOcam- 
po ganó nombre de ingratísimo, aunque yo no 
puedo creer, como dije atrás, de un tal hom- 
bre, de tan buenas partes y obligado al Gran 
Capitán con muchosy muy grandes beneficios, 



levantar tan grande testimonio al Gran Capi- 
tán. Pues este Baptista, veyendo lo que se le 
ofrecía, si dijese lo que del Gran Capitán sabía, 
la codicia, que ninguna cosa hay por dura que 
sea que no quebrante, á la cual todos los 
corazones de los mortales son sujetos, princi- 
palmente aquellos que no miran á lo que son 
obligados, al fin dijo al Rey todo aquello quél 
tenía concebido en su pecho, y lo que él yió 
quel Rey deseaba saber, cegado con el inte- 
rese que le fué ofrecido; y fueron cosas que 
nunca al Gran Capitán le pasaron por el pen- 
samiento. Y porque este Pínelo vio haber 
errado á Dios y al Gran Capitán, no quiso 
volver á Ñapóles hasta poder volver á su sal- 
vo, acusado de su consciencia, la cual siem- 
pre está mordiendo en el corazón al malo. 

Pues como el Gran Capitán supo lo que 
este Pínelo había dicho, porque ninguna cosa 
se le encubría de las que por industria huma- 
na se podían saber, y que aquel Pinelo no 
volvía, ni le había escrito jamás después que 
fué en España, invió á otra persona españo- 
la, de quien diremos en el capítulo siguiente. 

CAPÍTULO III 

De cómo el Gran Capitán invió al Rey don 
Fernando á Ñuño de Ocampo, y de lo que en 
su camino sucedió. 

Tuvo el Gran Capitán en su ejército y en 
su casa un caballero natural de Zamora, en 
Castilla, de noble sangre, que se llamó Ñuño 
de Ocampo, de quien atrás dijimos que sirvió 
así en la paz como en la guerra, en lo uno 
con mucha industria y en lo otro con mucho 
esfuerzo y valentía. A este Ñuño de Ocampo, 
mediante sus méritos, le hizo el Gran Capitán 
maestre de campo del ejército, y después que 
se ganó la cibdad, le hizo alcaide de Castil- 
novo, que es la principal fuerza de todo aquel 
reino. Fué el hombre de cuantos en aquellas 
partes pasaron de quien más fió. Pues visto 
por el Gran Capitán que aquel Pinelo le había 
sido tan ingrato, mintiendo tan malamente, 
invió á este Ñuño de Ocampo, como á hombre 
que sabía sus entrañas y designios y lo secre- 
to de su corazón á despachar con el Rey 
negocios que no sufrían dilación, y para pro- 
véenos como el tiempo lo requería. Porque 
este Ñuño de Ocampo era hombre de muy 
buen entendimiento y sabía las cosas ^e aquel 



438 



CRÓNICA MANUSCRITA 



reino como aquel que la mayor parte dellas 
habían pasado por su mano. 

Llegado en España, el Rey se holgó mu- 
cho con él, como con hombre que le había 
muy bien servido, y para se informar del de 
todo lo que deseaba saber. Quieren decir quel 
Rey le preguntó muchas cosas que en su 
pecho tenía concebidas que hiciera otro hom- 
bre que no fuera el Gran Capitán, según la 
parte que en aquel reino y voluntad de todos 
los subditos así grandes como pequeños. 
Dicen que el Rey le ofreció grandes cosas. Lo 
que se pudo saber fué que despedido del Rey 
aquel Ñuño de Ocampo, luego el Rey deliberó 
de ir á Ñapóles, pensando quel Gran Capitán 
no vernía de allá si él allí no pasaba. A este 
Ñuño de Ocampo dio el Rey en aquel reino las 
villas de Petrela, Carpotacio y Lícita. 

En las relaciones más verdaderas que yo 
tuve, afirmaban que, ayudando á este Ñuño de 
Ocampo aquel Pinelo, había perseguido en 
gran manera al Gran Capitán, dando relación 
de las cuentas de lo gastado y de todo lo rece- 
bido, mostrando no haber dejado nada al fis- 
co, porque dando liberalísimamente ganase 
nombre de muy liberal; con lo cual encubrie- 
se muchas y muy grandes riquezas de tantos 
despojos, de tantas dádivas, de tanto oro y 
plata, de joyas de tanto valor, de tantos bro- 
cados y sedas allegados con mucha diligencia 
y tan astutamente guardadas que debía de 
tener. Pues, según dicen, recitadas por este 
Ñuño de Ocampo con interese de haber del 
Rey la merced que le había prometido y des- 
pués le dio, de que gozan agora sus hijos, 
todas estas cosas turbaban en gran manera 
el ánimo del Rey, aunque él en lo público lo 
tenía por mentira y así lo platicaba; y otras 
veces decía que aunque esto fuese verdad y 
mucho más, todo se había de sufrir á un tan 
excelente hombre y tan valeroso capitán, que 
tantas y tales hazañas había hecho y vencido 
á Reyes tan poderosos, y á tantos millares de 
franceses había echado de Italia, y ganado 
para España tanta honra y reputación, como 
él había ganado. Mas como el Rey tenía nece- 
sidad, y desta causa no era tan liberal, encen- 
díase algunas veces con el deseo de tantas 
riquezas como el Pinelo y Ñuño de Ocampo 
decían que debía tener guardadas. Lo cual 
después pareció, que para ir con el Rey Cató- 
lico en España no se halló en su casa con qué 
poder ir. A mí me afirmó Medina, que tenía 



cargo de los dineros y joyas del Gran Capi- 
tán, como hombre de quien tanto fiaba, y lo 
mesino me testificó Diego García de Paredes, 
que era el hombre de más verdad de cuantos 
yo traté, que Paulo de Tolosa, un mercader 
muy rico de aquel reino español, le dio una 
pólice de sesenta mil ducados para Valencia y 
otras pólices en blanco para donde quisiese 
pedir más dineros: tanta era la confianza que 
de su palabra se tenía ('). 

Pues vuelto este Ñuño de Ocampo de Espa- 
ña á Italia, según dicen fué tosicado en Sesa, 
yendo de camino para Ñapóles, por un solda- 
do á quien él había hecho una grande injuria. 
Todos decían que había seído justo juicio de 
Dios por haber sido tan ingratísimo al Gran 
Capitán, que le había dado toda la honra y 
reputación que tenía. Mas yo, como atrás he 
dicho, no puedo creer tal cosa de Ñuño de 
Ocampo, seyendo cosa tan contra la verdad 
lo que se dice haber dicho. Murió este Ñuño 
de Ocampo á los veinte y tres días de No- 
viembre de quinientos y seis años, adonde 
fué enterrado con mucha solemnidad en Sesa. 

' CAPÍTULO IV 

De algunas cosas que pasaron en este tiempo 
entre el Rey don Fernando y el Gran Q 
pitan. 



ii 



Como algunos invidiosos vieron el lugar y 
oido quel Rey daba á los que decían cosas 
que tocaban al Gran Capitán, y aun vían las 
mercedes que á los tales se les hacían, cada 
uno por su camino decían unos que el Gran 
Capitán había ganado aquel reino con grande 
esfuerzo y prudencia y' con grandes trabajos 
de su persona y peligro de su vida, mas que 
con las mercedes grandes y liberalidades que 
había hecho, lo había disminuido y mengua- 
do, porque habían sido excesivas. Otros de- 
cían que el Gran Capitán estaba soberbio 
por las victorias pasadas y rico por las gran- 
des rentas de aquel reino, y que había esco- 
gido para sí y para sus amigos y favoritos 
las más y mejores tierras de aquel reino, y 
que al Rey no le había dejado más que el 
título de la Corona. Otros por otras vías de- 
cían siniestras inf jrmaciones para le quitar 
toda su fama y honra. Todas estas cosas 
contadas al Rey con tanta invidia y malicia, 

C) Al tniirgen, de lehra del texto: iMsto na sobr» j 



DEL ORAN CAPITÁN 



439 



aunque el Rey por la mayor parte las tenía 
por mentira, no dejaban de turbar en alguna 
manera al Rey; y lo que más le afligía era 
que á la sazón el Rey tenía necesidad y no 
era tan liberal, porque no se ofrecía de que 
lo fuese. No dejaba de pensar si aquéllos le 
decían verdad en tener guardadas tantas ri- 
quezas, tanto oro y plata, como le daban á 
entender que tenía. Mas el Rey, con la gran 
prudencia y virtud y otras partes que en él 
florecían, no daba á entender lo que sintía, 
antes decía muchas veces en público y en 
privado que muchas cosas se habían de su- 
frir, aunque fuesen injustas, y conceder á la 
singular virtud y grandes hazaíias de un tan 
acabado hombre como era Gonzalo Hernán- 
dez; y que el Gran Capitán había adquirido y 
acabado con tanta felicidad y hecho tantas 
hazañas y adquirido aquel reino contra todo 
el poder de Francia y de la mayor parte de 
Italia, y haber ganado tanta honra al reino 
de España. En lo secreto consentía y en lo 
público siempre hablaba muy maravillosa- 
mente y con mucha honra en las cosas del 
Gran Capitán y en sus obras. 

CAPÍTULO V 

Cómo el Rey don Fernando casó en segunda 
vez con madama Germana, sobrina del Rey 
de Francia. 

El Rey don Fernando, teniendo concebido 
en su pecho de pasar en Ñapóles y traer con- 
sigo al Gran Capitán, y adevinando lo que el 
Rey don Felipe [haria], que era llamado,por 
los Grandes de España que viniese á tomar 
su reino de España, que le pertenecía por la 
parte de su mujer "doña Juana, heredera y 
propietaria destos reinos, pareciéndole que 
venido el Gran Capitán en España, el Rey 
Luis de Francia, como hombre afrontado de 
las guerras pasadas, volvería á intentar nue- 
va guerra contra Ñapóles, determinó de tra- 
tar casamiento con madama Germana, sobri- 
na del Rey Luis de Francia, hija de su herma- 
na y del Conde de Fox en Gascuña, de muy 
ilustre sangre y muy antigua, hermana de 
don Gastón de Fox, que después, seyendo 
General del gjército del Rey de Francia, ven- 
ció en la memorable batalla de Ravena, adon- 
de murió; y también si el Rey don Felipe, su 
yerno, quisiese intentar algunas cosas nue- 
vas, tener al Rey Luis como deudo y vecino de 



su reino, concluyó el casamiento, aunque vie- 
jo, por asegurar las cosas que hemos dicho. 
Fué capitulado en el casamiento que el 
Rey Luis renunciase el derecho que tenía al 
reino de Ñapóles, con que el Rey don Fernan- 
do restituyese sus estados y tierras á los 
barones y señores que habían seguido la 
parte francesa, principalmente al Príncipe de 
Salerno y al de Visiñano y á otros algunos, 
como á Honorato Gayetano y á Trayano Ca- 
raciolo y al Conde de Capacho y á otros al- 
gunos que les fueran vueltas sus tierras y 
estados y les fueran vueltos sus patrimonios 
y honras que en aquel reino solían tener. Lue- 
go que fueron celebrados los casamientos 
reales y venida la reina Germana en estos 
reinos, los Grandes de Castilla dieron gran 
priesa al Rey don Felipe que viniese á cobrar 
su reino de España, teniendo por cierto que 
temían más libertad y gozarían de más licen- 
cia con un Rey mozo, que aún no había cum- 
plido veinte y cinco años, muy liberal, que no 
debajo de un Rey viejo, y como ellos decían, 
poco liberal y para los de Castilla más austero. 

CAPÍTULO VI 

De cómo el Rey don Felipe vino en estos reinos 
y de lo que sucedió con su venida. 

El Rey don Felipe se dio gran priesa y 
vino en estos reinos. Traía consigo para que 
le gobernase, dado y encomendado por su 
padre Maximiliano, Rey de Romanos, á don 
Juan Manuel, hombre de muy ilustre sangre 
destos reinos, muy sabio y astuto y de gran 
valor en todas las cosas que emprendía, al cual 
Maximiliano había encomendado la goberna- 
ción destos reinos, porque era un muy raro 
hombre. Vino á desembarcar al puerto de la 
Coruña en Galicia, adonde concurrieron los 
más señores y caballeros de España. De allí 
vino á Benavente, trayendo consigo á su mu- 
jer 1^ Reina doña Juana, adonde le fueron 
hechos muchos servicios y flestas por don 
Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente. 

El Rey don Fernando fué á recebir al yer- 
no, el cual, llegado, no fué recebido como él 
pensaba, y fué sin razón, estando allí aque- 
llos á quien él tantas y tan grandes mercedes 
había hecho. Solo don Fadrique de Toledo, 
Duque de Alba, muy deudo suyo y muy su 
servidor, nunca lo dejó; que siempre él y su 
casa le acompañó, posponiendo todo su es- 



440 



CRÓNICA MANUSCRITA 



tado y persona; y muchos en aquellas vistas 
ganaron nombre de ingratísimos; aunque don 
Antonio de la Cueva, hermano del Duque de 
Alburquerque, decia allí que se había de re- 
verenciar el sol cuando nacía y no cuando se 
ponía. Concertadas las vistas del suegro y 
del yerno en el campo y á caballo, el Rey Fili- 
po no venía de buena voluntad á las vistas 
con el suegro; y así llegados se hablaron, el 
Rey Filipo en francés y el Rey Fernando en 
español, pocas palabras; porque los despartió 
donjuán Manuel, que apenas el uno entendió 
lo del otro; y así se partieron sin haber en- 
tendido el uno al otro. Fué cosa que no se 
puede creer: que todos los Grandes y caba- 
lleros de Castilla desampararon al Rey don 
Fernando, si no fué, como dijimos, el Duque 
de Alba, el cual, como hemos dicho, con mu- 
cha constancia le acompañó y sirvió, como 
cuando más estaba en su prosperidad, y por 
ningunos prometimientos ni otras cosas le 
pudieron mover á que le dejase de servir 
con muy entera fe. 

El Rey Fernando, pareciéndole que aquella 
tempestad con ninguna otra cosa se podía 
desechar sino con disimulación, parecióle con 
su gran prudencia que aquella tan gran fu- 
ria con ninguna otra cosa se podía des- 
echar sino con no lo tener en nada, y con 
consejo determinó de dejar á España é irse 
á Ñapóles, por no ver ni oir las palabras y 
murmuraciones que contra él se dirían, y 
desacatos que se hablarían y harían; y tam- 
bién por traer consigo, como hemos dicho, 
al Gran Capitán, que le habían hecho enten- 
der que, si su mesnia persona no iba, no ver- 
nía en España jamás. 

capítulo Vil 

De cómo el Gran Capitán invió en España por 
su mujer y hijas y casa, y lo que en el cami- 
no le sucedió. 

En este tiempo había el Gran Capitán in- 
viado á España por la Duquesa su mujer y 
hijas y toda su casa; y navegando por la mar 
de España y de Francia junto á islas de Ras, 
la alcanzó la armada del Rey don Fernando, 
que con veinte galeras se había partido á Ñá- 
peles á la en que iba la Duquesa, mujer del 
Oran Capitán, de que el Rey holgó extraña- 
mente, y la visitó y dijo que al presente no 
podía topar cos.^ que le diese más contenta- 



miento que la alcanzar allí, porque irían en 
una conserva, y esto le rogó muy ahincada- 
mente; y porque fuese más á su placer se 
pasase á su galera, adonde sería muy servida, 
que él y todos le buscarían todo el contenta- 
miento que se pudiese haber. La Duquesa le 
besó las manos por tan gran merced y favor; 
mas que ella iba de la mar mal dispuesta y se 
quería ir de su espacio y tomar tierra hasta 
que se sintiese mejor. El Rey, después que se 
volvió de visitaila de su galera y vuelto á la 
suya, le tornó á inviar á don Bernardo de 
Rojas, Marqués de Denia, y á Miguel Pérez de 
Almazán, para que le importunasen y rogasen 
se pasase á su galera, y la Reina se lo rogó; 
mas jamás se pudo acabar con ella, porque en 
la verdad venía mala y más para descansar en 
tierra que para navegar por mar. El Rey, vis- 
ta su voluntad y la razón que para ello tenía, 
la volvió á visitar y se despidió de ella, y lo 
mismo hizo la Reina Germana. 

Había parecido pocos días antes en el aire 
una cometa, que duró algunos días, que ame- 
nazaba á las partes de Flandes. El Rey don 
Felipe, haciéndole muchos banquetes y co- 
miendo al uso de España, y ejercitándose 
principalmente en el juego de la pelota y otros 
ejercicios embajo de tan diverso aire y cons- 
telación, adoleció de una grave enfermedad 
que le quitó la vida, dejando dos hijos, el 
mayor llamado Carlos, de siete años, el cual 
hoy reina, y es Emperador de Alemania y Rey 
de Romanos, que en felicidad merece el nom- 
bre de Augusto mejor que todos los que han 
precedido, en todo género de virtud y valor, y 
en la paz y en la guerra, principalmente en las 
cosas que tocan al culto divino y á la Je con- 
tra los herejes luteranos, adonde pasó mu- 
chos trabajos, así en el cuerpo como en el 
espíritu; y otro segundo llámase don Fernan- 
do, que hoy es Rey de Romanos y de Hungría 
y Bohemia. Hijas dejó cuatro: á Isabel, Reina 
de Navarra; á María, Reina de Hungría; á Leo- 
nor, Reina de Portogal y después de Francia, 
y á Catalina, que hoy es Reina de PortogaL 

CAPÍTULO VIII 

De cómo el Gran Capitán salió á recebir al Rey 
don Fernando, sabido que venía, y lo que en 
el recebimientopasó. 

Sabido por el Gran Capitán que el Rey 
venía cerca de aquellos reinos, se partió de 




DEL GRAN CAPITÁN 



441 



Ñapóles á lo recebir. Llevaba tres galeras; 
iba muy acompañado de todos los señores y 
Grandes de aquel reino y de España que allá 
estaban; y topóse con la armada del Rey jun- 
to á Portofln en la costa de Roma. El Gran 
Capitán se fue derecho á la galera del Rey y 
se metió dentro con muy grande alegría, que 
bien pareció nunca haber dudado de la buena 
voluntad del Rey para consigo: porque algu- 
nos invidiosos habían hecho entender al Rey 
que el Gran Capitán no se osaría meter en la 
galera real confiándose de su fe Real. Decían 
también que en ninguna parte correría tanto 
peligro como en la galera, porque en tierra 
estaba siempre rodeado de gente de guerra, y 
que allí no tenía cosa que temer en cosa que 
se pudiese hacer fuerza. 

Pues entrado el Gran Capitán en la galera, 
se fué para el Rey y se hincó de rodillas y le 
fué á tomar las manos; mas el Rey las tiró 
afuera y lo tuvo un rato abrazado y le besó en 
el rostro. Luego se fué á besar las manos á la 
Reina, y el Rey lo levantó y le dijo: tcAgora me 
ha cumplido Dios uno de los deseos que tenía 
de ver vuestra persona, que tanto lo he de- 
seado; y si os hobiese de pagar lo mucho que 
os debo, había de ser señor de todo el mundo, 
así por lo que en nuestros reinos y señoríos 
habéis hecho y acrecentado, que es lo menos, 
como por la mucha honra y fama inmortal 
que á los reinos de España habéis dado, de 
donde habéis ganado á los reinos de España 
inmortal fama yá vos perpetua inmortalidad. 
Y porque sé cuan ajeno es de vuestra condi- 
ción oír vuestros loores, no los diré aquí. De 
mí os sé decir que seáis cierto que todo aque- 
llo que yo pueda satisfacer á tan grandes ser- 
vicios y honras, que lo haré; de que todos 
sepan que hice con vuestra persona todo lo 
que pude». El Gran Capitán se humilló y le 
tomó por fuerza las manos, y le respondió: 
«Yo, señor, soy vuestra hechura, y el ser que 
después de Dios tengo, V. A. me lo ha dado. 
Las palabras que V. A. me ha dicho, las tengo 
por la mayor satisfacción de mis servicios, si 
algunos son, más que si de todo el mundo me 
hubieran hecho señor. Una sola cosa me debe 
V. A.: el gran deseo que á su servicio he teni- 
do y tengo hasta que la alma me salga del 
cuerpo. Lo que yo, señor, he hecho, hízolo 
Dios en virtud y buena ventura de V. A.» El 
Rey atajó la plática con decirle que en una 
cosa sólo conocía su gran felicidad, en tenello 



á él en su servicio, con otras muchas y muy 
buenas palabras. 

Luego el Gran Capitán se hincó de rodillas 
ante la Reina y le tomó por fuerza las manos 
y se las besó; al cual ella le dijo: «Gran Capi- 
tán, dejemos para más espacio de averiguar 
quién os quiere más, ó el Rey mi señor ó yo; 
pero tened por cierto que no hay en esta 
vida quien tanto amor os tenga como yo, por 
lo mucho que vos merecéis». El Gran Capitán 
se le tornó á humillar. Allí le dijo el Rey cómo 
habían alcanzado á la Duquesa cabe Frejus; y 
aunque le habían mucho rogado que se pasa- 
se á su galera, no lo habían podido acabar 
con ella, porque venía mal dispuesta de la 
mar; que él holgara mucho de la traer consi- 
go y á sus hijas. El Gran Capitán se le humi- 
lló por aquella merced que á su mujer que- 
rían hacer. 

El Rey estaba el más alegre y contento de 
todo el mundo, veyendo la grande humildad y 
obidiencia que el Gran Capitán le tenía; que 
no era cosa fingida, según los malinos y invi- 
diosos le habían hecho entender. Aquí estan- 
do en este recebimiento con tanta alegría, le 
llegó nueva cómo el Rey don Felipe era muer- 
to, de que el Rey, aunque en lo secreto reci- 
biese alguna alegría, todavía en lo público 
mostró gran sentimiento, acordándose que su 
hija quedaba viuda y sus nietos huérfanos; y 
de lo que más holgó fué en haber venido el 
Gran Capitán con tanta obidiencia á lo rece- 
bir sin saber la muerte del Rey don Felipe; lo 
cual si hiciera sabiendo antes la muerte del 
Rey, no parecía que lo hacía con la lealtad 
que lo hizo sin saberla antes. Desde allí fué la 
primera escala á Gaeta, y desde allí se fueron 
derechos á Ñapóles. 

CAPÍTULO IX 

De cómo el Rey y la Reina fueran recebldos en 
Ñapóles y del solemne recebimiento que allí 
les fué hecho. 

El Gran Capitán suplicó al Rey se fuesen á 
Castil del Ovo y allí estuviesen hasta que se 
aparejase su entrada, y le suplicó entrase ves- 
tido al uso de aquel reino, porque todos los 
de aquella cibdad y del reino se holgarían 
extrañamente. El Rey se lo otorgó. Luego que 
el Gran Capitán dejó al Rey en Castil del 
Ovo y entrado en la cibdad, invió á Castil 



442 



CRÓNICA MANUSCRITA 



del Ovo sus sastres y muchas sedas y broca- 
dos de muchas maneras, y muchas piedras y 
joyeles muy ricos, con todos cuantos adere- 
zos se pudieron haber, así para el Rey como 
para la Reina. Hizo luego aparejar un palio de 
brocado tan rico que nunca en Italia se había 
visto otro tal, así en riqueza como en la obra 
que llevaba, adereszado todo como convenía. 
Mandó que los señores principales de aquel 
reino tomasen las varas, que eran doce. Fue- 
ron todas las galeras á Castil del Ovo por el 
Rey y la Reina: desembarcaron en el muelle 
grande. Los señores, como dijimos, tomaron 
las varas del palio, embajo del cual entraron 
el Rey y la Reina. El Gran Capitán miró á los 
Principes que tenían las varas, y vio al de 
Salerno, Visiñano y Rosano, que cada uno 
tenía su vara, y dijo en alta voz: «Príncipes de 
Salerno, de Visiñano y de Rosano, dejad las 
varas que tenéis, porque en los tiempos pasa- 
dos las habéis tenido siempre tuertas y con 
deslealtad, y tomadla vos, Conde del Popoli, 
Duque de Termoli y Duque de Atre», los cua- 
les se las tomaron de las manos. Puestos el 
Rey y la Reina embajo del palio, el Gran Capi- 
tán se salió fuera de él. El Rey le llamó y le 
dijo: «Duque, pasaos desotra parte y tomad á 
la Reina de la mano»; y asi fueron todos tres 
embajo del palio hasta Castil del Ovo. 

CAPÍTULO X 

De cómo el Rey fué jurado en Sant Severino, 
adonde los Reyes de Ñapóles lo suelen 
hacer. 

Luego el Rey fué jurado en Sant Severino, 
adonde se juntaron todos los Príncipes y se- 
ñores de aquel reino, y estando todos juntos 
suplicaron al Gran Capitán que, porque en 
aquel reino es uso y costumbre muy anti- 
gua quel mayor señor de aquel reino tome el 
juramento al Rey y haga lo que en tal caso 
se suele hacer y decir para la confirmación 
de los privilegios y libertades de aquel reino 
y libertad, y que su Señoría era el que más 
heredado estaba en aquel reino y el más 
preeminente de todos ellos, y por todas es- 
tas causas le suplicaban tomase el juramento 
al Rey. El Gran Capitán se e.xcusó diciendo 
que allí había personas muy principales que 
le hacían mucha ventaja para hacer aquel 
auto. Ellos se lo tornaron á suplicar, de mane> 



ra que no pudo dejar de lo hacer. Entonces 
llegó al Rey y le presentó los capítulos y le 
tomó el juramento, lo cual el Rey lo juró y 
confirmó todo lo que le fué pedido. Luego en 
nombre de la cibdad le presentó trescientos 
mil ducados con que la cibdad le sirvía. El Rey 
los recibió y se lo agradeció mucho y les con- 
firmó cierta merced que le pidieron. Tras 
esto comenzó el Rey de entender en cosas to- 
cantes al reino y á confirmar mercedes quel 
QranCapitán había hecho yá quitarotras. Qui- 
tó á micer Teodoro, capitán de albaneses, qui- 
nientos ducados de renta que el Gran Capitán 
le había dado, porque había muy bien servi- 
do en la guerra. Visto por el Gran Capitán, 
se los dio por todo el tiempo de su vida en 
su villa de Venosa. 



CAPÍTULO XI 



n 



De cómo la Duquesa de Sesa, sintiéndose mal 
de la mar, desembarcó en Genova, y el gran 
recibimiento que en aquella Señoría se le 
hizo. 

La Duquesa de Sesa desembarcó en Geno- 
va, y estaba aquella Señoría encomendada al 
Rey de Francia; y tenía allí por Gobernador 
de aquella cibdad á aquel mos de Ravastain, 
de quien atrás dijimos quel Gran Capitán ha- 
bía dado libertad y le había hecho mucha 
merced y liberalidad. Pues como este mos de 
Ravastain supo que la Duquesa de Sesa, 
mujer del Gran Capitán, estaba en el puerto 
de aquella cibdad, luego él y la Señoría le 
aparejaron muy grande recibimiento. Este mos 
de Ravastain fué á la Duquesa y se le humi- 
lló y porfió por le tomar las manos, y le dijo 
estando de rodillas: «Déme V. E. las manos». 
La Duquesa lo levantó y le hizo muy grande 
acogimiento. El le dijo: «Yo debo al Gran 
Capitán, mi señor, todo cuanto soy después 
de Dios, porque él me dio la vida y todo lo 
que tengo á tiempo que me la pudiera muy 
justamente quitar y me pudiera echar en 
prisión con muy justa causa, teniendo S. E. 
muy cruda guerra con el Cristianísimo Rey de 
Francia mi señor. Así que con lo que á V. E. 
aquí sirviere, con lo suyo le sirvo». Cada que 
este mos de Ravastain oía nombrar el Gran 
Capitán, quitaba el bonete, por cuya causa 
ganó nombre de gratísimo. Decía él que á 
quien le dio la vida y hacienda, cuando se la 



J 



DEL ORAN CAPITÁN 



443 



podía quitar justamente, que con ninguna 
cosa se le podía pagar. Fué aposentada en la 
más principal casa de aquella cibdad. Allí se 
le hizo mucho servicio, así por parte del Ra- 
vastain como por parte de la cibdad; de lo 
cual nunca quiso tomar nada. Después que 
se sintió mejor, se partió de aquella cibdad, 
y llegada á Roma, no quiso parar en ella; y 
pasó por medio de ella á dormir á un lugar 
adelante. Cuando el Santo Padre lo supo, in- 
vió tras ella dos Cardenales á quejarse mu- 
cho della en haber pasado por aquella cibdad, 
sin lo haber él sabido, sabiendo ella lo mucho 
que él debía á su marido, y cómo él los tenía 
por hijos muy queridos. Los otros Cardena- 
les y caballeros de Casa Ursina y Casa Colo- 
na todos tomaron las postas y la alcanzaron, 
excusándose en no haber sabido que su se- 
ñoría pasaba por aquella cibdad. La Duquesa 
les daba bastantes excusas, y á los Embaja- 
dores del Papa dijo que suplicaba á Su San- 
tidad la perdonase, porque venía mal dis- 
puesta y porque tenía nueva que S. A. se 
quería volver á España, por le tomar ante 
que de aquel reino se partiese. 

Pues llegada á la cibdad, fuele hecho muy 
grande recebimiento. Luego el Rey la fué á 
visitar á su posada y á sus hijas, y se holgó 
mucho con ellas, y lo mismo hicieron todos 
los señores y señoras de aquel reino y cibdad. 

CAPÍTULO XII 

De algunas cosas que sucedieron estando el 
Rey en aquella cibdad. 

El Rey celebró las obsequias del yerno, 
vestido de luto, por después en otro hábito 
poder salir vestido á recebir las embajadas 
de los Príncipes y Barones de aquel reino. El 
Gran Capitán siempre guardó cerca del Rey 
8u lugar y reputación merecida; y si alguna 
persona quería hablar ó presentarse ante el 
Rey, ora fuese grande ó pequeño, él lo pre- 
sentaba hablando en todos muy bien. Así 
que jamás su favor faltó á nadie. El era el 
medio para que de todos tuviese noticia; 
porque fué el Gran Capitán el hombre de todo 
el mundo que más contentamiento recebía 
cuando daba algo y cuando hacía alguna bue- 
na obra; y muchas veces veyendo estar á al- 
gunos, los llamaba por sus propios nombres, 
y les preguntaba si había algo en que les pu- 



diese aprovechar, y le suplicaba por ellos, 
contando sus servicios; así que de la merced 
que aquellos recebían, quedaban tanto en 
cargo al Gran Capitán como al Rey que hacía 
la merced. 

Al Rey le parecía que un tan valeroso ca- 
pitán, que le había adquirido un tan grande 
reino y con tanta honra y fama, se le debía 
otorgar todo lo que le pdiese, aunque vía cla- 
ramente que las rentas del reino estaban dimi- 
nuidas por las muchas exenciones, dádivas y 
mercedes hechas por el Gran Capitán; por- 
que el Rey no quería ser tenido por ingrato 
contra un tan valeroso capitán y tan querido 
de todos, grandes y pequeños, aunque algu- 
nas veces revolvía en su pensamiento si po- 
día ser verdad lo que los invidiosos le decían 
de aspirar al reino. 

Aconteció en aquellos días que los tesore- 
ros del Rey trataron de pedir cuenta al Gran 
Capitán de las rentas de aquel reino. Fué ne- 
gocio tan pesado, que el Gran Capitán estuvo 
en poco de se enojar de aquel negocio; mas 
recibió con alegre cara las cuentas del recibo 
y del gasto, y respondióles que él mostraría 
las cuentas del gasto y del recibo; y que les 
apercebía que le habían de pagar el alcance 
quél gastó que igualase al recibo, como deu- 
da que la Cámara Real le debía. Otro día pre- 
sentó un libro pequeño de memoria, en que 
puso muy gran silencio á los tesoreros, y al 
Rey muy grande afrenta, y á todos muy gran 
ocasión para reír y burlar del negocio. Y fué 
que asentó en la primera partida, que había 
gastado en flaires y en sacerdotes y en mon- 
jas y pobres, personas aceptas á Dios, los 
cuales continuamente estaban en oración ro- 
gando á Dios y á todos los santos y santas 
del cielo que le diesen victoria: ducientos mil 
y setecientos treinta y seis ducados y nueve 
reales. En la segunda partida asentó sete- 
cientos mil y cuatrocientos y noventa y cua- 
tro ducados, secretamente dados á las es- 
pías, por cuya diligencia había entendido los 
desinios y acuerdos de los enemigos y gana- 
do muchas victorias, y finalmente un tan gran 
reino como era aquél. 

Como el Rey vio las partidas y la respues- 
ta del gasto, mandó que no se hablase más 
en ello, porque era muy infame al Rey. Por- 
que ¿quién sería aquel que quisiese averi- 
guar y saber el número de los dineros dados 
y á quién, y como dados por mano de un tan 



444 



CRÓNICA MANUSCRITA 



excelente capitán, si no fuese ingratísimo? 
Visto por el Rey, mandó que no se hablase 
más en ello, antes mandó confirmar todas las 
mercedes dadas por el Gran Capitán y repar- 
timientos, y verdaderamente desarraigó de 
su pecho la sospecha que había tenido del 
aspirar el Gran Capitán al reino, lo cual le 
era opuesto de los que le acusaban. 

CAPÍTULO XIII 

De cómo el Papa Julio trataba con el Gran 
Capitán de le hacer Capitán general de la 
Iglesia, y de lo que sobre ello avino. 

Entretanto que estas cosas pasaban, el 
Papa Julio invió una embajada al Gran Capi- 
tán rogándole que, pues en aquel reino ya no 
había que hacer, tuviese por bien de ser ca- 
pitán de la Iglesia, y que le entregaría todas 
las fuerzas del patrimonio de la Sede apostó- 
lica y el castillo de Sant Angelo para que el 
castellano estuviese por él, con muy excesivo 
partido y muy grandes intereses que le ofre- 
cía. El Gran Capitán le respondió: que le be- 
saba muy humilmente los pies de Su Santi- 
dad por se querer servir del, y que á él le 
placía con condición que el Rey su señor le 
diese licencia para ello, no lo habiendo me- 
nester, y que si estando en su servicio el Rey 
su señor tuviese del necesidad, pudiese dejar 
el cargo y ir á servir al Rey su señor; y que 
si en algún tiempo Su Santidad tuviese [gue- 
rral ó fuese contra los Reyes de España, él 
se pudiese despedir de Su Santidad y acudir 
al Rey su señor. El Papa lo otorgó, ni más ni 
menos como él lo pidió; y dijo que cuanto á 
la licencia, él la cobraría del Rey. Quisieron 
decir, y el Papa así lo publicó, que el Rey Ca- 
tólico le había dado la licencia, porque esto 
fué antes que el Rey viniese á Ñapóles, y que 
después de venido revocó aquella licencia 
por justas causas y bastantes que para ello 
hubo. De cuya causa el Papa trató vistas con 
el Rey en Civitavieja, para cuando en Espa- 
ña volviese, adonde le esperó el Papa, por- 
que allí creyó que lo acabaría con él. Mas 
estas vistas no hobieron efecto por lo que 
adelante se dirá. 

Visto por el Papa lo que el Gran Capitán le 
escrebía, le escribió que él le absolvía de cual- 
quiera fidelidad, vasallaje y homenaje que tu- 
viese hecho é debiese al Rey don Fernando. El 



Gran Capitán le respondió que le suplicaba 
le perdonase, que él no era hombre que ha- 
bía de poner en disputa su honra, si lo pudo 
hacer ó no; que aunque de todo el mundo le 
hiciesen señor, no haría tal cosa sin expreso 
consentimiento del Rey su señor; de que el 
Papa quedó muy enojado del Rey don Fer- 
nando, y dijo sobre ello palabras muy aje- 
nas de su profesión. 

CAPÍTULO XIV 

De cóm > el Rey trató con el Gran Capitán de 
llevarlo á España, y de lo que él respondió, 
con el medio que se tomó en su ida. 



Ya en este tiempo tenía el Rey cartas de 
España, así de la Reina doña Juana su hija 
como de otros muchos señores de Castilla y 
de muchas cibdades, para que viniese en Es- 
paña á tomar la gobernación della. Luego el 
Rey comenzó á tratar con el Gran Capitán que 
se fuese con él, porque según las sospechas 
que le habían puesto personas no de buenas 
intinciones, y agora veyendo la grande afi- 
ción que todos le tenían, fué movido á lo lle- 
var consigo. El Gran Capitán le dijo: «Ya 
V. A. sabe que yo en España no tengo nada, 
ni una casa en que me meta. Y pues á V. A. le 
plugo de me dar de comer en este reino, le 
suplico me deje en él y gozar de esta hacien- 
da de que me hizo merced». El Rey le dijo: 
que en hacienda no parase, que él le daría en 
España hacienda con que no hobiese envidia 
al que más tenía después de él. El Gran Ca- 
pitán se le excusaba cuanto podía, diciendo 
que tanto tocaba á S. A. lo que él pidía como 
á él, que habiendo sido servido de le dar aque- 
llos Estados en Italia, fuese agora á España, 
adonde no tenía cosa alguna. El Rey le tornó 
á importunar tanto que hasta el Gran Capi- 
tán no iba ya tantas veces á Palacio como 
solía, de andar muy descontento de lo que el 
Rey le mandaba; hasta que el Rey le dijo un 
día: «Duque (por este nombre le solía llamar 
siempre) yo os quiero llevar conmigo á Espa- 
ña por sola una cosa, y es porque tengo en- 
tendido que tengo de tener contradicción en 
la gobernación del reino; porque así me lo 
han dado á entender los que desean mi ser- 
vicio; y tengo por averiguado que llevando 
vuestra persona, ninguna novedad ni contra- 
dicción tendré que á la hora no la oprima» 



d 



DEL GRAN CAPITÁN 



445 



Esto era lo público que él decía; mas lo secre- 
to era que el Rey no pensaba tener más parte 
en aquel reino de la que el Gran Capitán qui- 
siese y fuese su voluntad; y esta no la tenía 
el Rey tan á su mandar hasta que cumpliese 
con él lo que le había prometido por una cé- 
dula suya muy bastante de le dar el maes- 
trazgo de Santiago. El Rey le dijo: «Si otro 
inconveniente no ponéis de vuestra parte 
sino no tener en España ningún Estado, yo 
os doy mi fe Real y esta cédula, tan bastante 
como veis, de os dar el maestrazgo de San- 
tiago, con condición que me dejéis libres los 
diez mil ducados de renta que á la postre os 
di, y que seáis obligado de volver á este 
reino de Ñapóles ofreciéndose necesidad en 
servicio de la Corona Real de España, dejan- 
do vuestro maestrazgo á buen recaudo, y 
que después de vuestros días vuelva á la Co- 
rona Real». Y sobre esto dicen que se hizo 
nueva provisión y bula del Papajulio en con- 
firmación dello. Yo oí decir á aquel Medina 
que la tuvo muchas veces en la mano la pro- 
visión y confirmación del Papa, y después 
por qué causa el Rey no se la dio, yo no pude 
saber para la poner aquí. 

Es esta dignidad de Maestre de Santiago 
la más preeminente y rica de todo el reino, 
porque allende de lo mucho que renta, pro- 
vee muchos cuentos de renta en las enco- 
miendas á personas particulares, á quien el 
Maestre quiere; y es tan grande esta digni- 
dad, que muchas veces en los tiempos pasa- 
dos competía con la dignidad Real; y visto 
por los Reyes don Fernando y doña Isabel 
que era esjta dignidad, allende de sus gran- 
des riquezas y renta, no tenían con qué 
pagar á los caballeros y capitanes que habían 
servido en las guerras, con licencia y bula del 
Papa, se hicieron administradores perpetuos 
de aquella Orden de Santiago y de las otras 
dos de Alcántara y Calatrava, y desde enton- 
ces se metieron en la Corona Real. Traen por 
insignia una espada colorada en el pecho. 
Eran tan señores los Maestres, que don Alva- 
ro de Luna, Maestre que fué de Santiago, go- 
bernó estos reinos, así en lo temporal y espi- 
ritual, hasta que le fué cortada la cabeza, y 
luego don Juan Pacheco, en tiempo del Rey 
don Enrique, mandó estos reinos muy absolu- 
tamente, como todos saben; y después fué 
persona muy principal don Alonso de Cárde- 
nas, por cuya muerte se metió en la Corona 



Real. Fué instituida esta Orden para pelear 
contra los moros que vivían en estas Espa- 
ñas en el año del Señor de ('). 

CAPÍTULO XV 

De algunas cosas que acontecieron en aquellos 
cinco meses que el Rey don Fernando estuvo 
en Ñápales; y primeramente lo que al Gran 
Capitán pasó con aquel Baptista Pinelo, de 
quien atrás dijimos. 

En uno de los capítulos pasados dijimos 
cómo el Gran Capitán había inviado á Juan 
Baptista Pinelo, un doctor en leyes y caba- 
llero muy práctico en las cosas de aquella 
cibdad, á dar cuenta á S. A. de todos los ne- 
gocios del reino; y preguntado por el Rey por 
las cosas de sospecha que tenía concebidas 
en su pecho, de que algunos invidiosos le ha- 
bían siniestramente informado, ofreciéndole 
grandes mercedes si lo decía, como hombre 
que tuvo en más el interese que la verdad, 
dijo todo aquello que le fué preguntado; de 
que el Rey le dio en aquella cibdad renta muy 
bastante, de que él quedó rico. Y como vio 
que había ofendido al Gran Capitán, no osó 
ir á Ñapóles hasta ir con el Rey por asegurar 
su persona. Pues estando un día el Gran Ca- 
pitán en la plaza de Castilnovo hablando con 
muchos señores y caballeros, así españoles 
como neapolitanos, pasó por delante del 
aquel Baptista Pinelo sin hacerle acatamien- 
to, de manera que todos lo notaron, y el 
Gran Capitán vio que él lo había hecho adre- 
de. Y aunque el Gran Capitán era el hombre 
del mundo más sufrido y que de mejor vo- 
luntad perdonaba las injurias, visto que to- 
dos aquellos caballeros habían mirado en ello 
y á él, dijo: «Venid acá, Juan Baptista. ¿Solía- 
des vos pasar por delante de mí con tanto 
desacato?» Y antes que respondiese, le tomó 
por los cabellos y le dio de bofetadas, de 
manera que le hinchó la boca de sangre; y 
queriendo muchos de los que allí estaban 
poner las manos en él, principalmente Juan 
de Bustilio, les dijo el Gran Capitán: «Dejad 
á este bellaco; no le matéis». El Pinelo co- 
rriendo sangre y sin bonete se volvió á Cas- 
tilnovo, de donde había descendido de ha- 
blar con el Rey. El Gran Capitán se apeó y 

Cj En blanco la fecha. Kntre los artos de 1170 á 117.5. 



446 



CRÓNICA MANUSCRITA 



llamó á Luis de Herrera, y dijole al oído cier- 
tas palabras, y subió tras el Pinedo. El cual 
dijo al Rey: «Vea V. A. lo que el Gran Capitán 
me ha hecho por lo que yo serví á V. A.». A 
esta hora llegó el Gran Capitán y dijo: «Yo 
lo hice y es muy bien hecho; y aunque este 
vellaco merecía mayor castigo que aqueste, 
por amor de V. A. no se lo quise dar». El Rey 
se levantó diciendo: «Maten á este vellaco, 
traidor mentiroso»; y el Pinelo, visto esto, 
bajó por la escalera con más priesa que ha- 
bía subido. El Rey dijo al Gran Capitán muy 
buenas palabras, de que quedó muy conten- 
to. El Gran Capitán se le humilló y le quiso 
tomar las manos para se las besar; mas el 
Rey las tiró fuera; y cuando el Gran Capitán 
bajó, estaban con Luis de Herrera dos mil 
soldados á punto de guerra. 

CAPÍTULO XVI 

De un alboroto que en aquella cibdad pasó, 
estando el Gran Capitán en Castilnovo 
hablando con el Rey, 

Estando una noche el Rey en Castilnovo y 
con él el Gran Capitán, hiciéronle saber cómo 
hacia Castello Capiaro había una gran quis- 
tión, y adonde peleaban unos con otros entre 
los criados de ciertos señores de aquella cib- 
dad. Pues como el rebato vino á Castilnovo, 
dijo el Rey: «Duque, id vos á ver qué cosa 
es esa». 

El cual fué á gran priesa. Salido el Gran 
Capitán, mandó el Rey cerrar las puertas, 
temiéndose de alguna traición. El Gran Capi- 
tán fué adonde el ruido estaba muy trabado, 
y visto que el Gran Capitán venía, unos 
huyeron á una parte y otros á otra. 

Entretanto que esto pasaba, vino esta nue- 
va de aquel alboroto á la flota, que estaba en 
poder de mil y quinientos vizcaínos, los cuales 
preguntando desde la mar á los de tierra la 
causa de aquel alboroto, fuéles respondido 
por alguno que no deseaba la paz entre el 
Rey Católico y Gran Capitán, antes deseaba 
guerra y desasosiego; pues éste con dañada 
intinción dijo: «La quistión es porque el Rey 
ha preso al Gran Capitán, y la gente de gue- 
rra lo quiere sacar de la prisión en que lo tie- 
ne el Rey preso en Castilnovo», Creyeron los 
vizcaínos esto como sí lo vieran por los ojos, 
y sin más averiguar el negocio, luego salieron 



de las naos en tierra mil de ellos, y sacaron 
tiros de artillería y fuéronse derechos á Cas- 
tilnovo con mano armada, diciendo á grandeí 
voces: «Mal viaje hagas, Rey don Fernando'^ 
que prendiste al mejor hombre del mundo»| 
Los porteros, visto aquel alboroto, cerraroi 
las puertas y alzaron la puente levadiza, has^ 
ta saber lo que era, y más estando sospecho* 
sos del ruido de la cibdad. No se podía sabel 
lo que era. Los capitanes y gente de guerrí 
acudió, y visto aquella furia de los vizcaínoí 
y queriéndose informar, oyeron el apellida 
contra el Rey, diciendo: «Mal viaje hagas^ 
Rey don Fernando. Danos al Gran Capitán». 
De las ventanas les decían que escuchasen, y 
no había medio, hasta que fué al rebato el 
Gran Capitán y le dijeron cómo los vizcaínos 
tenían cercadas las puertas de Castilnovo, 
diciendo que les diesen al Gran Capitán, que 
les han dado á entender que le tienen preso. 
El Gran Capitán vino luego á toda furia y 
halló aquel alboroto y les preguntó qué era 
aquello. Ellos se fueron todos á le abrazar, 
diciéndole que algún vellaco les había dicho 
quel Rey le tenía preso; y luego sosegados se 
volvieron á sus naos. El Gran Capitán se fué 
para el Rey, dándole cuenta déla quistión que 
era entre los criados del Duque de Termoli y 
del Príncipe de Visiñano, y que ya quedaban 
apaciguados. «Pues no hemos estado acá sin 
mayor alboroto que ese», dijo el Rey. Allí rie- 
ron mucho del «Mal viaje hagas, Rey don 
Fernando». El Rey le dijo: «Duque, si todos 
vuestros amigos os acuden como los vizcaínos, 
seguro estaréis que los hallaréis cuando los 
hayáis menester». 

CAPÍTULO XVII 

De lo que ducientos y cincuenta hombres de 
armas con el Rev Católico allí en Ñapóles 
pasaron. 

Había en el ejército del Gran Capitán du- 
cientos y cincuenta hombres de armas de los 
más escogidos soldados viejos, y no habían 
recebido paga muchos días había, y el Gran 
Capitán con darles algunas ayudas de costa y 
con muy buenas palabras los entretenía. Ago- 
ra venido el Rey á Ñapóles, diéronle un me- 
morial de lo que se les debía, y averiguáron- 
lo los contadores; y como r^o les pagasen ni 
librasen, tanto importunaron hasta que el Rey 



DEL GRAN CAPITÁN 



447 



se enojaba habiéndole de ello; y un día por la 
mañana, dejando fuera de la cibdad sus du- 
cientos y cincuenta caballos con sus criados y 
sus lanzas, ellos muy bien armados, secreta- 
mente vinieron á la puerta de Castilnovo y 
esperaron que el Rey saliese á misa y el Gran 
Capitán estuviese ocupado en su posada, que 
era lejos de Castilnovo. Y salido el Rey, ellos 
se metieron entre él y la guarda y le dieron 
un memorial de lo que se les debía, averigua- 
do por los contadores de SS. AA., en que le 
suplicaban muy humilmente que pues sus 
contadores les habían hecho cuenta de lo que 
habían ganado, les mandase pagar ó librar, 
porque no tenían qué comer si no vendían sus 
armas y caballos; y que no eran hombres que 
habían de hurtar ni amotinarse, diciéndole las 
muchasheridas que en su serviciohabían rece- 
bido. S. A. les respondió que se haría. Uno de 
ellos respondió: «Otras veces hemos oído á 
V. A. esa respuesta. Suplicámosle nos res- 
ponda agora con efecto. Hasta aquí hemos 
sufrido porque víamos quel Gran Capitán nos 
daba alguna ayuda de costa de su mesnia 
hacienda, y cuando no tenía qué nos dar y 
socorrernos, nos decía muy buenas palabras. 
De V. A., después que á este reino vino, ni 
hemos visto obras ni palabras. Suplicamos á 
V. A. que desde aquí nos mande pagar, por- 
que no enojemos más á V. A. y bastará esta 
importunidad por todas las que le hemos de 
dar, y que no podían más esperar, sino que 
desde allí lo mandase proveer». 

El secretario Miguel Pérez de Almazán 
dijo: «Ese es desacato y merece castigo». Uno 
de aquéllos dijo: «Callad, secretario, y no 
habléis en esto que no entendéis». 

Visto por el Rey, mandó que llamasen al 
Gran Capitán, el cual vino á muy gran priesa; 
y el Rey le dijo: «Duque, mandad pagar á esta 
gente su sueldo». Uno de aquellos hombres 
de armas replicó y dijo: «Sefior, no somos 
gente, sino hombres, y muy valientes, y que 
hemos sido mucha parte para ganar este rei- 
no». El G.'an Capitán les dijo: «Yo quedo por 
fiador de os hacer pagar hoy en este día sin 
falta alguna». Al cual replicó uno de aquéllos 
y dijo: «Señor Gran Capitán, bien tenemos 
conocido que si V. S. pudiera, ya estuviéra- 
mos pagados; mas tan pobre sois como cual- 
quiera de nosotros. La paga ha de ser desde 
aquí». Visto por el Rey la determinación de 
aquellos hombres, dijo: «Duque, por mi vida 



que los paguéis de los dineros que más á 
mano hallardes». El Gran Capitán les dijo: 
«Yo os doy mi fe de os pagar hoy en este día 
sin falta alguna, aunque habéis sido mal cria- 
dos y desacatados». Ellos callaron y se apar- 
taron- El Rey se fué á oir misa y sermón á 
Santo Agustino. 

El Gran Capitán, dejando al Rey en misa, se 
fué con aquellos hombres de armas y ocupó 
todos los bancos y les mandó pagar hasta el 
postrero cornado; y hecho esto, se fué á Pala- 
cio, habiendo mandado á aquellos hombres de 
armas que se fuesen luego de la cibdad por el 
desacato que habían hecho á S. A. 

En entrando el Gran Capitán, le dijo el Rey: 
«Duque, por vida de la Reina que mandéis 
tocar allarma contra aquellos vellacos des- 
acatados como contra enemigos,y que pelean- 
do á ninguno dejen á vida». El Gran Capitán 
le respondió: «Ya, señor, están pagados, y 
idos adonde quisieren; que no han de pa- 
rar aquí». Y el Rey se enojó de manera que 
no lo pudo disimular; y culpó mucho la so- 
brada diligencia del Gran Capitán en aque- 
lla paga, y así estuvo con él enojado sin lo 
poder encubrir. 

CAPÍTULO XVIII 

De algunas cosas varias que en aquella cibdad 
acontecieron antes que el Rey partiíse de 

Ñapóles. 

En aquel poco de tiempo que el Rey estuvo 
en aquella cibdad, vio la grande afición que 
todo el pueblo tenía al Gran Capitán. Yendo 
un día por una calle principal de aquella cib- 
dad, vivía allí un barbero y cirujano muy sabio 
en su oficio y muy conocido; y yendo el Rey 
por aquella calle, de la una parte iba el Duque 
de Termoli y de la otra el Gran Capitán. Este 
barbero tenía dos hijas mozas, de edad de 
trece y catorce años, y paróse con ellas de- 
lante del Rey; tomándolas por los caballos y 
revolviéndolos con la mano izquierda, y con 
la derecha sacó un gran cuchillo y amenazán- 
dolas encaminó la plática al Gran Capitán y 
díjole: «Gran Capitán, si para ser tú Rey es 
necesario, cortaré las cabezas á estas dos 
hijas solas que tengo, poniéndoles el cuchillo 
á la garganta». El Gran Capitán lo mandó 
tomar y llevar preso para hacer justicia de él, 
y dejó al Rey y fué á hacer ahorcar aquel bar- 



448 



CRÓNICA MANUSCRITA 



bero. Y fué tan de verdad la justicia, que 
fué el Duque de Termoli de parte del Rey 
á le rogar que no le ajusticiasen, porque 
debía estar fuera de su juicio; y fué á hora 
que ya estaba en el asno para lo llevar á 
ahorcar; y mandólo el Gran Capitán desterrar 
de todo el reino. 

CAPÍTULO XIX 

De lo que aconteció á un pexo de aquella 
cibdad con un presente que llevó al Rey 
en nombre de los pescadores de aquella 
cibdad. 

Los pescadores de aquella cibdad determi- 
naron de hacer un presente al Rey de mu- 
chos pescados hechos de oro y plata, y de 
gran suma de ducados; y rogaron á un pexo, 
que es en aquella cibdad una dignidad muy 
preeminente sobre todas y tiene grandes 
esenciones. Este pexo y pescadores suplica- 
ron al Gran Capitán fuese con ellos al Rey 
para que fuesen bien recebidos; lo cual él 
hizo de muy buena voluntad; y quedando 
ellos de fuera, entró el Gran Capitán y le 
dijo: «Los pescadores desta cibdad traen á 
V. A. un gran presente. Suplico á V. A. los 
reciba con mucho amor y alegría, y al pexo 
que con ellos viene, que es la más principal 
persona desta cibdad, haga buen acogimien- 
to; y con palabras graciosas irán muy con- 
tentos, ofreciéndoles mercedes cuando se 
ofrezca tiempo». El Rey le dijo qu3 así lo ha- 
ría; y entrados con el presente, dijo el pexo 
que los pescadores, muy fieles vasallos de 
aquella cibdad, le ofrecían aquel presente, 
con las mejores palabras que pudo encarecer 
su embajada. El Rey les respondió que se 
lo agradecía, sin más respuesta ni palabra. 
El pexo, vista la tibia y desagradecida res- 
puesta, allí delante del Rey dijo al Gran Ca- 
pitán: «Mejor eras tú para Rey»; y sin más 
hablar se volvió muy descontento y espan- 
tado del Rey y de su sequedad. El Gran 
Capitán trató muy mal de palabra á aquel 
pexo, diciéndole palabras muy feas, y que le 
mandaría castigar como á hombre desati- 
nado. El pexo le replicó: «Gran Capitán, más 
quiero morir por tu mandado que no oir lo 
que oyó ni ver lo que veo. De cualquier cas- 
tigo que me mandes dar, quedóme muy con- 
tento». 



CAPÍTULO XX 

De cómo desafió Diego García de Paredes, de- 
lante del Rey don Fernando, á cualquiera 
que del Gran Capitán liobiese dicho alguna 
cosa en deservicio del Rey y de su reino. 

Acaeció, pues, que Diego García de Paredes 
supo por cosa cierta que dos capitanes que 
estaban allí con el Rey habían dicho cosas 
que tocaban en la honra del Gran Capitán al 
Rey; y un día, estando el Rey en Castilnovo 
en su sala, rezando sus devociones, estando 
allí todos los señores y capitanes y Colone- 
ses y Ursinos, y aquellos dos capitanes con 
ellos y los más del ejército para acompañar 
al Rey que había de ir á misa, entró Diego 
García de Paredes. Estaban allí los Duques 
de Termoli, y los otros que ya eran perdona- 
dos, el de Salerno, Visiniano y el de Rosano, 
Fabricio, el Próspero y M. Antonio Colona, 
Bartolomé de Alviano y los de la Casa Ursi- 
na; de los españoles, el Conde don Fernando 
de Andrada y Manuel de Benavides, don 
Alonso de Carvajal, los Alvarados, Alarcón, 
Pedro de Paz, Carlos de Paz, Hernán Suárez 
el de Sevilla, el Conde Pedro Navarro, Villal- 
ba el coronel y todos los demás de aquel 
ejército. 

Pues estando todos arrimados á las pare- 
des, esperando que el Rey acabase de rezar 
sus devociones, entró Diegj García de Pare- 
des y hincado de rodillas, dijo: «Suplico á V. A. 
deje de rezar y me oya delante destos seño- 
res, caballeros y capitanes que aquí están, y 
hasta que acabe mi razonamiento no me im- 
pida». Estaban entre ellos los que estaban 
culpados en aquella ruindad. «Yo, señor (dijo 
Diego García), he seído informado que en 
esta sala están dos personas que han dicho á 
V. A. mal del Gran Capitán, mi señor, en per- 
juicio de su honra. Yo digo así: que si hobie- 
re persona que afirme ó dijere que el Gran 
Capitán, mi señor, ha jamás dicho ni hecho, 
ni le ha pasado por pensamiento de hacer 
cosa en vuestro deservicio, que me batiré de 
mi persona á la suya, y si fueren dos ó tres 
hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, ó 
uno á uno tras otro, á su elección; porque 
nunca Dios quiera que viva en el mundo 
hombre de tan malina intinción contra la 
mesma verdad; y desde aquí lo desafío, á t( 
dos ó á cualquiera dellos». Y echó un chapí 



DEL GRAN CAPITÁN 



449 



en el suelo. El Rey, á lo que pareció, holgó 
dello, y dijo: «Esperad, señor Diego García, 
que poco me falta para acabar de rezar lo 
que soy obligado». Creyóse que el Rey se de- 
tuvo para dar lugar á la persona ó personas 
que eran culpados en aquella trama, y des- 
pués que un ralo hubo rezado, se vino el 
Rey á Diego García y le puso las manos so- 
bre los hombros, y le dijo: «Bien sé yo, señor 
Diego García, que donde vos estuviéredes y 
el Gran Capitán, vuestro señor, que terne yo 
seguras las espaldas. Toma vuestro chapeo, 
pues habéis hecho el deber que los amigos 
de vuestra calidad suelen hacer». Entonces 
habló el Próspero y dijo: «Señor Diego García, 
nunca v. m. y yo sobre este caso pelearemos: 
antes digo que si entraren otros dos en el 
campo sobre esta razón, que por el señor 
Bartolomé de Albiano y por mí le aseguro que 
le tememos compañía contra cualesquier per- 
sonas, y no nos mataríamos porque fuesen 
cuatro». Bartolomé de Albiano rindió muchas 
gracias al Próspero por le meter en tan buen 
lugar y tan honroso, y otros muchos se ofre- 
cieron á ello, de que el Rey holgó mucho. 

De una cosa sé yo cierto las personas de 
quien se tuvo sospecha: murieron muertes 
desastradas ambos á dos. Cuando el Gran 
Capitán lo supo, recibió gran pena dello, y 
dijo después: «Señor Diego García, si yo su- 
piera lo que V. m. hizo, no lo hiciera por me 
hacer á mí merced». Diego García le respon- 
dió: «Señor, lo que el hombre debe de hacer 
y es obligado por su señor ó amigo, no lo 
ha de poner en parecer de muchos juicios, 
por ser sus pareceres tan diversos». 

CAPÍTULO XXI 

De una embajada que la Señoría de Venecia 
invió al Rey don Fernando, y de lo que en 
ella aconteció. 

La Señoría de Venecia, sabido que el Rey 
don Fernando estaba en Ñapóles, inviaron á 
le dar el parabién de su venida; y fueron 
cuatro personas muy principales de aquel 
Senado, y entre ellas una persona muy princi- 
pal entre todas por la autoridad de su per- 
sona. Desembarcados en Ñapóles, luego otro 
día fueron á dar su embajada al Rey. Y como 
el Rey y todos sus criados estaban de luto, 
no había en el Palacio Real aquel aderezo 

Crónicas drt Gran Cnjiilán. 29 



quellos quisieran ver y traían fantaseado. 
Pues llegados ante el Rey, aquel veneciano 
principal dio al Rey su embajada diciendo lo 
mucho quel Senado y pueblo veneciano se ha- 
bían holgado desque supo que S. A. era veni- 
do á aquel reino, de que ellos daban muchas 
gracias á Dios por haber hecho tantas y tan 
grandes mercedes á aquellos reinos y á toda 
Italia en haber traído á S. M. á aquellas par- 
tes; que supiese S. A. de cierto que en nin- 
gún reino de los suyos tenía cosa tan cierta 
y aparejada á su servicio como eran el Sena- 
do y pueblo veneciano; que así le ofrecían 
todo lo que ellos eran para su servicio, con 
otras muy buenas palabras que de parte de 
aquella Señoría le dijeron. El Rey los recibió 
muy bien y les dijo muy buenas palabras, y 
les ofreció de la mesma manera todos sus 
reinos y señoríos; pues traían mandato del 
Senado veneciano que después que hubiesen 
visitado al Rey visitasen de su parte al Gran 
Capitán, como á aquel á quien eran en tanto 
cargo. Lo cual ellos determinaron de hacer. 

Cuando estos embajadores desembarcaron 
en Ñapóles, luego á la hora el Gran Capitán 
les mandó proveer de todas las cosas nece- 
sarias, así de todas las posadas y aderezos 
para ellas y para ellos y sus criados tan cum- 
plidamente como él lo solía hacer, y invió á 
la armada que traían todas las cosas en muy 
grande abundancia. Despachados del Rey, se 
fueron á visitar al Gran Capitán á Castello 
Capuano, adonde estaba la casa tan adereza- 
da que ningún Rey ni Príncipe la podía tener 
mejor, y su persona y criados y capitanes muy 
aderezados. Pues llegados aquellos Embaja- 
dores ante el Gran Capitán, halláronlo muy 
acompañado de señores y Príncipes, así espa- 
ñoles como italianos; y como aquel Embaja- 
dor principal viese la persona del Gran Ca- 
pitán, pasó sin decirle nada y mirólo desde 
los pies á la cabeza, de que todos esperaron 
por ver lo que diría. El estuvo un rato mi- 
rándolo y al fin dijo: «Tuti grandi Gran Capi- 
tán»; y tornándole á mirar, se despidió del y 
de aquellos caballeros. Iban admirados de los 
aderezos de casa de aquellos caballeros y 
criados, tan ataviados de tantas cadenas de 
oro y de tanta majestad como vieron en 
aquella casa. 

Pues vueltos estos Embajadores á Venecia 
y dada la respuesta de su Embajada, les con- 
tó todo lo que les había acontecido, así con 



450 



CRÓNICA MANUSCRITA 



el Rey como con el Gran Capitán. Pues ad- 
mirados del callar del Embajador, respondió 
desta manera: «Yo vi, muy magníficos seño- 
res, en el Gran Capitán tan heroica majes- 
tad, que contemplada su persona y sabido el 
valor de ella, toda plática y razonamento 
me pareció menor para le hablar, y sin duda 
conocí en mí que el mi ángel reconoció supe- 
rioridad al que él vio en el que estaba en la 
compañía del Gran Capitán y le temió. Las 
cosas grandes, Ilustrísimo Senado, con gran- 
des palabras se han de alabar; y si éstas no 
se pueden igualar, más vale callarlas. Pare- 
cióme el Gran Capitán hacer ventaja á todos 
los hombres». Allí dijo muchos loores del, de 
que aquel Senado quedó muy espantado, 
porque le tenían por muy prudente y sabio. 

CAPÍTULO XXII 

De cómo se trataron vistas entre el Papa Julio 
y el Rey Fernando en Civitaviej'a, á la vuelta 
quel Rey volviese á España, y con el Rey Luis 
de Francia en Saona. 

En este tiempo el Papa Julio por sus men- 
sajeros trató con el Rey don Fernando que se 
viesen en Civitavieja, un lugar de la Iglesia, 
quince leguas de Roma, porque tenía cosas 
muy importantes que le comunicar para bien 
y paz de la cristiandad. Lo que se creía era 
para rogar al Rey le dejase al Gran Capitán 
para le hacer Capitán de la Iglesia; porque 
tenía este Pontífice pensadas grandes cosas, 
que después puso por obra. Lo cual el Gran 
Capitán aconsejaba al Rey no se viese con el 
Papa, si no entendía de le dar licencia, por- 
que era aquello lo que le quería, y si no que- 
darían enemigos. 

También trató vistas el Rey de Francia con 
el Rey para que se viesen en Saona, donde él 
estaba á la sazón esperándole por le ver y á 
á la Reina Germana su sobrina. Estando los 
Embajadores del Papa y del Rey de Francia 
eh Ñapóles, ll?gó allí el licenciado Basurto, 
aquel grande astrólogo judiciario, el mayor 
que en aquellos tiempos se hallaba en todos 
los reinoi de cristianos. Estando en aquella 
sazón en Roma oyendo tratar destas vistas 
echó un pronóstico judiciario sobre este caso; 
y echado se partió desde Roma, y llegado á 
Ñapóles fué á besar las manos al Rey, con el 
cual se holgó extrañamente, porque le tenía 



muy buena voluntad, y también por saber 
algunas cosas del suceso y vuelta á España. 
El licenciado Basurto dijo al Rey: «Me moví á 
venir desde Roma aquí, así por besar los pies 
á V. A. como por le mostrar un prenóstico 
que eché sobre las vistas de V. A. con el Papa 
en Civitavieja y con el Rey de Francia en 
Saona. Yo hallo (dijo el Basurto) por curso 
de astrología, que en ninguna manera cumple 
á su vida verse con el Papa en Civitavieja ni 
en otra parte, porque se siguiría peligro á su 
vida, y que las vistas con el Rey de Francia 
sería cosa muy provechosa, porque se sigui- 
ría mucha paz y concordia así á entrambos 
como á la cristiandad, y que en todo caso se 
sobreseyesen las del Papa». Y veyendo el pa 
recer que el Gran Capitán le había dado sobre 
ello, fácilmente lo concluyó que Su Santidad loj 
perdonase, que no se podía detener para le ver 
aunque al principio lo había otorgado de ver 
se con él. El Gran Capitán siempre persuadió 
[al Rey] se viese con el Rey de Francia, y mási 
seyendo tío de la Reina su mujer. El Rey rehur 
saba aquellas vistas y traía para ello muchas 
causas; y todas se reducían cómo se fiar del 
Rey de Francia, aunque más deudo hobiese; 
porque aquella cibdad de Saona, ella y Geno- 
va, cuya es Saona, estaban encomendadas al 
Rey de Francia; y el Rey de España tenía al 
Rey Luis por muy mudable, y temía no hicie 
se alguna ruindad, porque en las cosas que 
con este Rey había tratado, le había quebran-i 
tado muchas veces la palabra, firmas y capítu-> 
los y escrituras que entre ellos habían pasado. 
El Gran Capitán dijo al Rey: «Muy admirado 
estoy de V. A. por haber dicho tal cosa. No 
sólo el Rey Luis no osará intentar tal cosa ea 
Saona adonde agora está, mas aun en París, 
no le pasaría por pensamiento de lo hacerJ 
Muy ajeno es de mi condición decir palabras] 
que parezcan soberbias; mas no puedo de- 
jar de decir lo que siento, porque es ver- 
dad. Si V. A. fuese servido de le entrar por su 
reino y pasar por Francia á España, yo me 
hallo asaz bastante, con la ayuda de Dios y de 
su bendita Madre; porque dejando aparte la 
persona de V. A., en cuya virtud, méritos y 
felicidad ningún Príncipe del mundo le puede 
resistir, acuérdese que vamos aquí sus servi- 
dores y criados, que en la ventura de V. A. le 
haremos en su mesmo reino toda la ventaja 
que V. A. fuere servido; y como digo, soy muy 
enemigo de decir palabras adonde son menes- 




DEL GRAN CAPITÁN 



451 



ter obras. Muy corrido estoy que llevando 
consigo aquí á sus vasallos, tema á nadie. El 
teme más á V. A. de lo que piensa. ¿No es muy 
gran poquedad acabarlo de vencer con todo 
el resto que pudo juntar, y que el vencedor 
no vea al vencido deseándolo él? Vaya 
V. A., que allí ó donde él quisiere le vence- 
remos y nos hallará apercebidos. Cuanto más 
que yo espero en Dios que destas vistas 
redundará mucha paz y concordia y bien á la 
cristiandad». 

CAPÍTULO XXIII 

De cómo el Rey Fernando y el Gran Capitán se 
partieron de Ñapóles para España y se fue- 
ron por Saona y se vieron con el Rey de 
Francia. 

El Gran Capitán mandó aparejar una muy 
buena galera en que fuese el Rey, porque la 
galera en que había venido era muy ruin A 
ésta mandó entoldar de brocados y sedas, y 
mandó poner en la proa un león rampante. Y 
fueron con el Rey otras diez y seis galeras 
muy bien aderezadas, así de caballeros, ca- 
pitanes y gente de guerra como de todas las 
cosas necesarias. El Gran Capitán llevaba 
tres galeras muy en orden. No se partió jun- 
tamente con el Rey, porque quiso prime- 
ro despedirse con mucha cortesía y cumpli- 
miento de sus amigos y caballeros y cibdada- 
nos, especialmente de las seiioras generosas 
de aquella cibdad. Y porque nadie quedase 
quejoso mandó apregonar con trompetas y 
solemnidad que cualquiera persona, de cual- 
quiera calidad que fuese, grande ó pequeña, 
á quien se debiese algo, lo viniese á cobrar, y 
á sus capitanes y soldados les rogó pagasen 
á los mercaderes y á otras gentes lo que les 
fuese debido. Dio á muchos dellos dineros 
para que esto se cumpliese y para comprar 
aderezos para sus personas, con que volvie- 
sen en orden á sus tierras. Traía en su ser- 
vicio compaiiía de criados y capitanes mejor 
aderezados que los de la Casa Real. Estando 
en aquella cibdad hizo muy grandes gastos 
d" su hacienda en servicio del Rey para encu- 
brir la poca liberalidad del Rey; quiso ilustrar 
con mucha familia y casa y conservar el nom- 
bre de Grande. Estándose para embarcar 
vinieron allí muchas seiioras y de mucha cali- 
dad y otras, llorando, á se despedirse del y 



rogando á Dios le diese muy felice viaje y 
que la vuelta fuese presto. Y fué tanto el llan- 
to de las mujeres y aun de algunas personas, 
que rompían el cielo; que les parecía que no 
tenían sin él amparo ni seguridad. En tanta 
manera fué tan universal el llanto, como si 
turcos hobieran entrado en la cibdad y sa- 
queádola. 

Pues partido Gonzalo Hernández tras el 
Rey, llegaron á Genova. Los ginoveses les 
hicieron muy grande recibimiento y le pre- 
sentaron dos fuentes muy ricas de oro, y 
muchas vituallas y muy frescas para la mar; 
aunque llevaban gran priesa para ir á Saona, 
quisieron antes ver aquella grande reliquia 
que aquella Señoría tiene, que es el cratino 
santo, que es un vaso de una esmeralda de 
seis ángulos ochavada, la cual tienen en la 
iglesia mayor en gran veneración, que dicen 
ser aquel vaso en el que Cristo nuestro 
Redentor cenó con sus discípulos. Fué gana- 
da esta tan rica y santa reliquia en Siria por 
los ginoveses. 

El Rey Luis de Francia había poco tiempo 
que había por fuerza de armas sujetado á los 
ginoveses, los cuales se habían revelado 
echando de fuera de la cibdad á los de la par- 
cialidad francesa, y por tenerlos más sujetos 
les había hecho una fortaleza y ampliado el 
puerto junto al faro. 

CAPÍTULO XXIV 

De cómo el Rev y el Gran Capitán llegaron á 
Saona, y del gran recibimiento que allí les 
fué hecho. 

El Gran Capitán no llevaba dineros. Decía- 
me Medina que llevaba una cédula que le 
había dado Paulo de Tolosa para que en lle- 
gando á Valencia le diesen treinta mil duca- 
dos, de que pagaba tributo sobre su estado 
de Santángelo. En llegando á Valencia, vendió 
este Medina por mandado del Gran Capitán 
ochocientos marcos de plata labrada, fuera de 
la vajilla con que ordinariamente se sirvía; 
porque según las mercedes que hizo á la par- 
tida y limosnas públicas y secretas, no le 
podía quedar nada. Verdad sea que llevaba 
una muy rica recámara de joyas, piedras y 
perlas. 

Llegados, pues, una mañana á vista de Sao- 
na al puerto, como el Rey de Francia lo supo 



452 



CRÓNICA MANUSCRITA 



y vido la flota, bajó á la marina acompañado 
de los más señores de su reino, con cuatro- 
cientos alabarderos, y metióse en una barca, 
adonde vio que venía el Rey; y llegando el 
Rey de España le dio la mano y el de Francia 
entró en su galera, y allí se recibieron con 
mucho amor. A esta hora llegó el Gran Capi- 
tán en una barca desde su galera á donde los 
Reyes estaban, y hallólos sentados en proa y 
tenían en medio á la Reina. 

Estaba á esta hora el Rey preguntando por 
el Gran Capitán; y entrado le dijo el Rey al de 
Francia: «Veis ahí al Gran Capitán». Esta vez 
fué la primera que lo llamó por aquel nombre, 
porque siempre lo llamó Duque y la Reina 
Gran Capitán. El se hincó de rodillas y porfió 
por le besar las manos al de Francia. Mas el 
de Francia con el bonete en la mano se le 
humilló de la mesma manera que él se abaja- 
ba á él, y le dijo: «Gran Capitán, dejad algo 
en que os podamos vencer, aunque veo que 
excusado es á ningún hombre mortal de os 
poder vencer en ninguna cosa». Y á su supli- 
cación se puso el bonete y lo abrazó y besó 
en el carrillo; y volvióse al Rey de España y 
le dijo: «Hoy se me han cumplido tres cosas 
que deseaba ver: á vuestra señoría, y á mi 
sobrina la Reina y ver y conocer al Gran Ca- 
pitán; porque si aquí no lo viera, había de 
buscar manera cómo lo ver, adonde V. S. !o 
señalara y él quisiera». Hecho, salieron á tie- 
rra, adonde hallaron cabalgaduras para todos 
como convenía. Mos de Auberi tenía para 
el Gran Capitán una muía muy aderezada, en 
que entró el Gran Capitán. El de Francia rogó 
al de España fuese delante, y así se hizo, y 
detrás fueron el de Francia y el Gran Capitán 
llevando en medio á la Reina; y con esta or- 
den llegaron á la cibdad. 

Estaba encima de la puerta una cierta 
invención, cómo aquella cibdad, á quien repre- 
sentaba una doncella, daba muchas gracias á 
Dios por haberse ayuntado en ella los dos 
mayores príncipes de la cristiandad, y quede 
aquellas vistas redundaría mucha paz y con- 
cordia á toda la cristiandad, de que Dios 
nuestro Señor sería servido y los enemigos 
de nuestra fe abatidos. Llegados á la puerta 
de la fortaleza, salió el alcaide della con un 
gran manojo de llaves, y dijo al Rey de Espa- 
ña: «¿A quién manda V. A. que dé aquestas 
llaves desta fortaleza?» El Rey respondió: 
«No pueden estar en mejor poder del que 



agora están». El de España se aposentó en la 
fortaleza, á do estaba todo adereszado como 
á tal Príncipe convenía; y el de Francia se 
aposentó en la cibdad, y jamás se pudo aca- 
bar con el Rey de Francia si no que acompa- 
ñó al Gran Capitán hasta dejarlo en su posa- 
da: que aunque el Gran Capitán se lo suplicó 
muchas veces, nunca se pudo acabar con él 
sino que lo acompañó y lo dejó en su posada 
y de allí se fué á la suya. Cuando el Gran 
Capitán suplicaba al de Francia que se vol- 
viese y no le acompañase, le respondió: «Muy 
poca honra es ésta según lo mucho que vos 
merecéis y yo os debo». 

Dende á tres días convidó el de Francia á 
cenar al de España en la mesma fortaleza, y 
mandó que en aquella cena sirviesen los mis- 
mos oficiales del Rey Católico, y á cada uno 
pusiesen su servicio y con sus cerimonias. 
Aquel día sirvieron todos los señores de 
Francia de sus oficios. Llegados los Reyes á la 
mesa, llevaba el de Francia asido al Gran 
Capitán por la ropa. Estaban á la mesa dos 
sillas para los Reyes, y á las espaldas del Gran 
Capitán venía un gran señor de Francia con 
una silla. El Rey de Francia dijo al Gran 
Capitán que se sentase á la mesa. El Gran 
Capitán se le humilló y le dijo que aquella era 
tan gran merced que él no la merecía, y se le 
humilló hasta el suelo. El Rey de Francia dijo 
al de España: «Mande V. S. al Gran Capitán 
que se siente: que quien á Reyes vence, con 
Reyes merece sentarse, y es tan honrado 
como cualquier Rey. Es tan lleno de ley el 
Gran Capitán que no lo quiere hacer sin man- 
damiento de V. S.» El de España le dijo: «Sen- 
taos, Gran Capitán, pues que su señoría lo 
manda»: y luego se sentó, y el de Francia cabe 
él. Entonces tomó el Rey de Francia un pan y 
partiólo por medio, y la meitad puso al Gran 
Capitán y la meitad puso á él. El primero pla- 
to fué de ensalada, y el Rey de Francia comió 
solo un bocado, y luego pasó el plato al Gran 
Capitán, y á él le trujeron otro. Mandó asi- 
mesmo el Rey que á los otros serricios sir- 
viesen sal, salvo al del Gran Capitán, y man- 
dó que le pusiesen un salero; y á cada plato 
del Gran Capitán echaba sal con su mesma 
mano. Hízole allí en la mesa mucho favor. El 
Rey de Francia le quisiera hacer merced al 
Gran Capitán, de su vajilla de oro y plata que 
allí tenía, que era muy buena y muy rica. Mos 
de Auberi y otros capitanes y señores le di 



s le dij^H 



DEL GRAN CAPITÁN 



453 



ron que se acordase S. A. que el Gran Capi- 
tán era el más liberal de aquel tiempo, y que 
de una vez sola había dado á mos de Ravas- 
tain, capitán suyo, más de doce mil ducados 
de valor, sin otros grandes servicios que en 
diversas veces á V. A. ha hecho; y pues 
S. A. allí no tenía más que su plata, más valía 
no le dar nada, pues no llegaba á lo que al 
otro le había dado; y así se sobreseyó aqué- 
llo. Verdad sea que él no lo tomara en ningu- 
na manera. 

El Rey de Francia iba muchas veces á visi- 
tar á la Duquesa de Sesa, y otras veces por 
algunos grandes señores de Francia. El Rey 
de Francia, viendo la persona del Gran Capi- 
tán y su gentil dispusición y su rostro, dijo 
que bien merecía haber alcanzado nombre de 
Grande, y que se podía comparar á cualquie- 
ra varón antiguo. Tiénese por cosa muy cier- 
ta que en estas vistas á estos dos Reyes les 
pareció cosa muy fuera de razón que los 
venecianos hobiesen tomado á los Reyes y 
señores de Italia tierras y estados y se las 
tuviesen ocupadas; así las que tenían por 
fuerza como las que les habían permitido 
tener por causas que para ello tuvieron. 

Hallóse en aquella sazón Antonio Palavici- 
no, embajador del Papa Julio, que no sola- 
mente había movido á los Reyes, mas los 
encendió y mostró por razones muy eviden- 
tes pertenecer enmedar una tal tiranía como 
los venecianos habían hecho, en tener muchas 
tierras ajenas sin mirar más derecho, trayén- 
doles á la memoria cómo los venecianos ha- 
bían tiránicamente ocupado en Sede vacante 
las cibdades de Arímino y Faenza, que eran 
del patrimonio de la Iglesia. El Rey de Fran- 
cia se quejaba de los venecianos, que habían 
quitado y usurpado del Estado de Milán á 
Bresa, Bergamo, Cremona y Nema. El Rey de 
España asimismo se quejaba que tuviesen 
venecianos las cibdades de Pulla y de tierra 
de Otranto, hecho este concierto de entender 
en deshacer estos agravios. La Duquesa de 
Sesa se halló allí mal dispuesta; parecióle al 
Gran Capitán y á los Reyes se volviese á Ge- 
nova, adonde se pudiese curar. El Rey de 
Francia le dio su litera en que fuese por tie- 
rra, é inviaron con ella muchos caballeros y 
señores que la acompañaron hasta Genova, 
adonde le fué hecho muy solemne recibimien- 
to, y todos entendían en su salud y en ser- 
villa. 



Despachado esto, el Rey de España se par- 
tió para España, rogando al Gran Capitán que 
si alguna mejoría tuviese la Duquesa que la 
trújese consigo, y si no que él se viniese lue- 
go á España. Partido el Rey para España, el 
Gran Capitán hizo un banquete á los señores 
y Grandes de Francia, muy costoso, y aca- 
bando de cenar vino el Rey de Francia y pre- 
guntó qué hacía el Gran Capitán. El salió y le 
dijo que acababan de cenar; y cabalgó el Gran 
Capitán y fuéronse él y el Rey á la marina, y 
anduvieron paseándose toda la noche, porque 
era en principio de Julio, hasta que el sol 
salió, y allí se partieron entrambos: el Rey 
para Francia y el Gran Capitán á España. 



COMIENZA EL DUODÉCIMO 

Y POSTRERO LIBRO DE LAS COSAS QUE ACON- 
TECIERON AL REY Y Á GONZALO HERNÁN- 
DEZ, GRAN CAPITÁN, DESPUÉS QUE VINO DE 
ÑAPÓLES. 

CAPÍTULO I 

De cómo el Rey fué recebido en estos reinos, y 
asimismo el Gran Capitán, con lo que más 
sucedió. 

El Rey se partió de Saona, como atrás diji- 
mos, encargando mucho al Gran Capitán se 
fuese luego tras él; y que si la Duquesa se 
hallase en mejor disposición la trajese consi- 
go; y si no la inviase á Genova á cobrar su 
salud. Pues el Rey partido fué á desembar- 
car á Valencia. Sabido en España quel Rey 
era desembarcado, todos los más Grandes y 
señores destos reinos lo fueron á recebir con 
muy grande alegría, y asimismo los Grandes 
de Aragón, dándole á entender la común ale- 
gría qué á todos alcanzaba de la próspera 
vuelta y tan presta en estos reinos, aunque 
los más estaban recatados de lo haber des- 
amparado en las vistas que se vio con el Rey 
don Felipe y fuera dellas. Mas el Rey con una 
grande disimulación y alegre rostro no mos- 
traba tener enojo ni queja de alguno; antes 
los recibía con grande alegría, que parecía 
haber olvidado del todo las injurias pasadas. 
Abrazaba á los unos y á los otros en tanta 
manera que quitaba la sospecha á muchos 



454 



CRÓNICA MANUSCRITA 



que le habían ofendido, habiendo recebido 
de beneficios y mercedes en tanta manera, 
que Garcilaso de la Vega y don Antonio de 
la Cueva, caballeros de muy buena sangre de 
estos reinos, llegándole á le besar las manos, 
les dijo: «Hasta vosotros me desamparastes, 
no habiendo recebido de mí malas obras». El 
don Antonio le respondió, que era muy cor- 
tesano y libre: «Señor, el sol más se ha de ado- 
rar cuando sale que cuando se pone. ¡Quién 
creyera que un Rey de veinte y cuatro años, 
mozo y para vivir, muy liberal y dadivoso y 
natural destos reinos, no se había de preferir 
á un Rey de la edad de V. A. y que en tres 
días se había de morir!» Garcilaso le respon- 
dió: «Señor, todos caímos en este yerro». El 
Rey se rió de la libre respuesta de don Anto- 
nio y les dijo: «Vosotros seguisteis el más 
acertado consejo, de cuya causa ninguna cul- 
pa se os puede atribuir». Todos tomaron 
con aquellas palabras tan alegremente di- 
chas osadía y atrevimiento de le llegar á 
besar las manos y perder el temor y la ver- 
güenza. 

El Rey con aquella su gran prudencia y 
gravedad perdonó á todos humanísimamente 
los desacatos y poco miramiento que con él 
tuvieron en aquellas vistas, y asimismo per- 
donó á don Pedro Manrique, Duque de Náje- 
ra, que había recebido en su tierra á don 
Juan Manuel, de quien el Rey tanto enojo te- 
nía, porque solo éste había sido parte para 
quél se fuese del reino; y pareció perder el 
enojo contra don Juan Manuel, aunque él se 
fué á Flandes para el Príncipe don Carlos, 
heredero y propietario Rey destos reinos; y 
de ninguno tenía el Rey tanto enojo como 
deste don Juan Manuel, porque le fué gran 
deservidor y enemigo. 

Fué este don Juan Manuel un caballero de 
muy ilustre sangre deste reino, y de mucho 
valor, que se puede comparar á cualquiera de 
aquellos romanos antiguos, según las partes 
buenas que de caballero generoso tenía. 

CAPÍTULO II 

De cómo el Rey se fué á Burgos y el Gran 
Capitán desembarcó en Valencia. 

El Gran Capitán llegó á Valencia y halló 
quel Rey había dejado proveído que todos 
los grandes y pequeños de aquella cibdad 



hiciesen muy solene recibimiento al Gran Ca- 
pitán como á su mesma persona, porque se- 
ría muy servido dello. Sabido por el Gran 
Capitán las fiestas que en la cibdad le esta- 
ban aparejadas, invió á decir á la cibdad que 
en ninguna manera entraría en la cibdad si 
aquel recibimiento no cesase. Vista la volun- 
tad del Gran Capitán, le prometió la cibdad 
de lo hacer así, y quitaron muy gran parte 
del; y entrado, no se pudo acabar con la cib- 
dad que todos los estados, así eclesiásticos 
como seglar, no saliesen, y todas las señoras 
por las ventanas, calles y tejados; que no se 
acuerdan haberse ayuntado en aquella cib- 
dad tanta gente ni con tanta alegría. Venían 
todos á le ver con grande admiración, por 
ver aquel varón de quien tantas y tan famo- 
sas hazañas habían oído. El Conde de Oliva, 
don Serafín Centellas, lo aposentó en su 
casa, teniéndola tan aderezada como si el 
Rey en ella se hobiese de aposentar. Invióle 
á la marina muchos caballos muy enjaezados 
y muías muy aderezadas, y fueron tantos, 
que ninguno vino á la cibdad á pie. Allí fué 
visitado de todos los caballeros y de toda la 
cibdad con muchos regocijos y fiestas que le 
fueron hechas. 

Allí estuvo pocos días, y de allí se partió 
para Burgos, donde el Rey le estaba espe- 
rando. Llegado que fué á Burgos, iba tanta 
gente con él, así de sus criados como de la 
multitud y frecuencia de la gente que le 
acompañaba, que no cabían por los caminos. 
Parecía á las gentes que salían á mirar una 
semejanza de algún grande ejército, viendo 
tantos soldados viejos y de tanta autoridad» 
de quien tantas valentías habían oído, como 
de personas tan señaladas en las armas. Iban 
allí muchos caballeros con ropas de diversas 
maneras de sedas y brocados y telas, y las 
robas con tantos cabos de oro y muchos pe- 
nachos de diversas maneras, con cadenas de 
oro echadas del hombro por bajo del brazo 
izquierdo. Los caballeros á la brida con sillas 
de acero al uso de Francia y de Italia y de 
otras naciones. Iban entre ellos capitanes 
que por sus esfuerzos habían adquirido fama 
y gran loor; así como, el Conde don Fernando 
de Andrada, Antonio de Leiva, que después 
adquirió nombre de valerosísimo capitán, 
Manuel de Benavides, señor de Javalquinto, 
y Valencia de Benavides su hermano, Alonso 
de Carvajal, señor de Xodar, Diego García 



DEL GRAN CAPITÁN 



455 



de Paredes, el cofonel, un hombre muy raro 
en las armas, Hernando de Alarcón, el Co- 
mendador Rosa, Conde de la Torela, el Conde 
Pedro Navarro, el coronel Cristóbal de Villal- 
ba, Cristóbal Zamudio, don Iñigo de Monea- 
da, el capitán Pizarro, Espés, don Jerónimo 
Lloriz, Pedro de Paz y Carlos de Paz su pri- 
mo, don Diego de Mendoza, Conde de Melito, 
Alarcón, los Alvarados padre é hijo, don Pe- 
dro de Acuña, prior de Mecina, Iñigo López 
de Ayala, don Hugo de Cardona, mosén Ho- 
ces, don Rodrigo Manrique, Diego de Vera, 
capitán de la artillería, el Comendador Gó- 
mez de Solís, Hernán Suárez el de Sevilla, Gil 
Nieto, Alonso Montañés, Juan Coello capitán. 
Escalada, el capitán Aguilera, el Comenda- 
dor de Trevejo, Sebastián de Vargas, Luis 
de Herrera su primo, Martin de Tiesta, Gon- 
zalo de Aller, Olivera, Jorge Díaz, Oñate, Ri- 
ñan, el Medina, los dos Morenos hermanos 
y otros muchos, todos estos capitanes y 
soldados viejos; el capitán Mendoza y el ca- 
pitán Carvajal, todos de grande esfuerzo y 
fama; todos estos y otros muchos, que por 
evitar prolijidad dejo de contar, iban tan 
aderezados, que representaban una grande- 
za de sus personas y con una gravedad, que 
á muchos ofendió la invidia de la entrada 
destos caballeros. 



CAPITULO III 

De cómo el Gran Capitán llegó á Burgos, y del 
recibimiento que le fué hecho, asi por el Rey 
como por los Grandes del Reino. 

El Gran Capitán llegó muy cerca de la cib- 
dad de Burgos. El Rey mandó que todos los 
Grandes señores y caballeros y el estado ecle- 
siástico y los Comendadores de Santiago, Ca- 
latrava y Alcántara le saliesen á recibir á cier- 
ta distancia fuera de la cibdad. Estando to- 
dos los Grandes que en la Corte se hallaron 
para salir al recibimiento, dijo don Fadrique 
de Toledo, Duque de Alba, á los otros Gran- 
des: «¿Cómo llamaremos al Gran Capitán?» 
Respondió don Bernardino de Velasco, Con- 
destable de Castilla: «Llámele cada uno como 
le pareciere; qué en sangre es tan bueno 
como el mejor de España, pues en valor, en 
fama y en la honra, así de la que ha ganado 
por su persona como de la que ha dado á 
estos reinos, ya lo veis». Allí le fué hecho 



muy grande recibimiento, como á un gran 
príncipe, de todos, grandes y pequeños. 

Llegados á Palacio, iba él el postrero de 
todos; y apeándose á besar las manos al Rey, 
que había salido al cabo de la sala á lo rece- 
bir, mostrando con el dedo una compañía de 
soldados, le dijo: «Por lo que agora veo, 
Gran Capitán, que tú has muy bien pagado 
lo que á estos soldados les debías, pues que 
habiéndote seguido tantas veces en las bata- 
llas y rencuentros, quisiste ser siempre el 
primero. Agora que es hecha la paz, mudan- 
do la costumbre, con mucha razón les per- 
mites que vayan delante de ti, adonde lo 
alabo con mucho amor». Y dijo la verdad de 
lo que pasaba. Sábese de éste muy claro va- 
rón, que en las batallas y rencuentros que 
se halló, siempre su lanza fué la primera que 
acometiese á los enemigos y la postrera que 
della salía. Teníale el Condestable muy ade- 
rezada su casa, adonde posó. El Rey lo re- 
cibió con grandísima alegría y placer y le 
tuvo abrazado una pieza, y le besó en el ca- 
rrillo, mostrando el mayor contentamiento 
del mundo. Allí le detuvo algunos días, don- 
de se hicieron muchas fiestas, y fué muy vi- 
sitado de todos, grandes y pequeños, con 
grandes alegrías, hasta que fué á Santiago 
de Galicia, adonde estaba prometido. Y lle- 
gado allí, hizo muchas y muy grandes limos- 
nas á la iglesia de Santiago, y dio allí una 
lámpara de plata, que es la mayor y mejor 
que hoy allí está. 

De allí volvió á la Corte. Veyendo don 
Juan Téllez Girón, Conde de Ureña, las cosas 
y corte que el Gran Capitán consigo traía y 
la sospecha grande que tenía quel Rey no le 
daría el Maestrazgo de Santiago, según por 
grandes conjeturas lo vía, dijo que le parecía 
el Gran Capitán semejante á una gran carraca, 
la cual tiene gran necesidad de mucha agua y 
mucho hondo para poder navegar, porque de 
otra manera serále forzado encallar adonde 
hobiere poca hondura: queriendo claramente 
decir que el Rey don Fernando no daría lugar 
para que aquella carraca tuviese hondura en 
que navegar; como si dijese que quedaría en- 
gañado de sus esperanzas, con las cuales el 
Rey lo trajo de Ñapóles, como después lo 
vimos que se hizo con él. Decía el mismo 
Conde que se había anegado aquella tan 
gran carraca en las grandes rocas y arenas 
de la invidia. 



456 



CRÓNICA MANUSCRITA 



CAPITULO IV 

De lo que Gonzalo Hernández, Gran Capitán, 
hizo después que de la romería de Santiago 
volvió á la Corte. 

Vuelto, pues, el Gran Capitán de Santiago á 
la Corte y estando en ella algunos días, 
pidiendo muchas veces al Rey cumpliese con 
él lo que con tantas promesas y juramentos 
le había prometido, mostrándole su cédula fir- 
mada de su nombre, que le diese el maes- 
trazgo de Santiago, y juntamente con la cédu- 
la mostraba la suplicación que S. A. había 
hecho al Papa y la confirmación á las espal- 
das della del Papa, con todas las solemnida- 
des que para ello se requerían, el Rey no sólo 
no se lo quiso dar, mas antes se comenzó á no 
le mostrar el calor y favor que le solía hacer. 
Así que el Gran Capitán, en lugar de obtener 
aquella merced tantas veces prometida del 
maestrazgo de Santiago, cobró en la Corte 
enojo, pesadumbre, disfavor del Rey, el cual 
con dilaciones y esperanzas vanas trabajaba 
de lo entretener y dábale á entender que no 
le quería dar lo que le había prometido. 

Veyendo el Gran Capitán quel Rey le daba 
á entender que no le daría el maestrazgo de 
Santiago, y aun mostrándole gran disfavor, 
que consultando el Rey sobre inviar capitán y 
gente á la batalla de Rávena, como invió al 
Comendador Gómez de Solíscon su gente de 
guerra, entraban en este Consejo otros Gran- 
des y señores de la Corte que nunca se 
habían hallado en la guerra, y jamás fué 
llamado Gonzalo Hernández, estando allí, y 
nunca le fué pedido parecer ni fué hablado en 
ello, y más seyendo guerra contra franceses. 
Visto esto por el Gran Capitán, que el Rey no 
cumplía con él, comenzó á quejarse á sus ami- 
gos de la sinrazón y injuria que el Rey le 
hacía y á les descubrir el gran descontenta- 
miento que del Rey tenía; y esto hacía con 
gran dolor que tenía de haberle faltado á la 
palabra el Rey. Y entre otros á quien se que- 
jó fué á don Bernardino de Velasco, Condes- 
table de Castilla, que era grande amigo suyo 
y muy aficionado al Gran Capitán por su per- 
sona y grandes hechos, á quien la invidia no 
había hallado algún lugar para le ser contra- 
rio. Era este Condestable el principal Grande 
y señor destos reinos, así en estado de rique- 



zas como en autoridad en este reino. Trata- 
ban entre sí como aquellos que posaban den- 
tro de una misma casa. Hicieron sus amista- 
des en gran secreto. Había pocos días que el 
Condestable estaba viudo, que se había falle- 
cido doña Juana de Aragón, hija del Rey, aun- 
que bastarda. Concertaban quel Condestable 
casase con su hija doña Elvira de Córdoba; y 
al Condestable se le había entibiado y aun en- 
friado el amor que al Rey tenía, y entre cosas 
en que del Rey fué desfavorecido, fué porque 
el Alcalde Mercado, por pasión particular que 
contra el Condestable tenía, buscando en los 
procesos de todos los escribanos, halló haber 
en los tiempos pasados, más de veinte años 
atrás, un mayordomo (') deste Condestable 
de la su Casa de la Vega, que á la sazón esta- 
ba en la Corte, que había venido llamado por 
el Condestable. Este Mercado lo prendió y 
sin haber parte quejosa lo condenó á muerte. 
El Condestable fué á suplicar al Rey por aquel 
su mayordomo, dando causas bastantes para 
que se le perdonase la vida, y más no queján- 
dose nadie; y ya que S. A. aquello mandaba, 
le diesen otra pena de las que el derecho per- 
mite. El Rey no quiso, sino que le cortasen la 
cabeza, y así se hizo; de que el Condestable 
quedó muy afrontado y con mucho enojo, 
porque le pareció ser hecha aquella muerte 
con pasión. El Rey alcanzó á saber el trato 
del casamiento y hubo grande enojo dello, 
porque tenía pensado de casar á esta doña 
Elvira con su nieto don Juan de Aragón, hijo 
del Arzobispo de Zaragoza; y la Reina doña 
Germana dijo un día al Condestable: «Muy 
maravillada estoy de vos. Condestable, ha- 
biendo sido casado con hija del Rey mi señor, 
querer agora casar con hija del Gran Capitán, 
aunque él merezca tanto». A lo cual el Con- 
destable respondió muy libre y avisadamente: 
«Yo, señora, en este caso tengo muy buen 
ejemplo entre las manos y sin ir á buscarlo 
fuera de casa. También el Rey mi señor, 
habiendo sido casado con la Reina doña Isa- 
bel, la más valerosa y más rica de todas las 
mujeres, casó después como V. A. sabe, aun- 
que en sangre sea tan principal». Creyóse que 
desta respuesta quedaron el Rey y la Reina 
tan enojados, que no lo pudiendo disimular, lo 
mostraron claramente contra el Condestable 



O Al margen: «Este mayordomo habia muerto á 
cierta persona, cosa que estaba ya olvidada <in haber 
parte quejosa*. 



DEL ÜRAN CAPITÁN 



457 



y el Gran Capitán, y luego lo mostraron en 
algunas cosas. Y entre otras fue que el Rey y 
la Reina habían mandado, y así se había hecho 
siempre, que cuando la Reina salía, el Gran 
Capitán la llevaba de la rienda; y dende ahí 
adelante mandó el Rey que el Gran Capitán 
no la llevase de rienda, sino don Fadrique de 
Toledo, Duque de Alba; y así fué hecho. 
Aconteció llegar en Palacio á ver al Rey y 
mandarle que esperase, y entrar otros que 
podían entrar después del. Y esto vi yo algu- 
nas veces año de mil quinientos y once años, 
estando en esta cibdad de Sevilla. 



CAPÍTULO V 

De lo que al Condestable y al Gran Capitán 
pasó con el Rey. 

En este tiempo el Rey comenzó á tratar con 
don Frey Francisco Jiménez, arzobispo de 
Toledo, flaire de orden de Sant Francisco, al 
cual la Reina (') lo había elegido por confesor 
seyendo de muy buena vida, y le había dado 
ella y el Rey el arzobispado de Toledo, y des- 
pués fué Cardenal de España, hombre de 
grandes méritos y valor, así en la religión 
cristiana como en las cosas que tocaban á la 
gobernación del reino. El á sus expensas 
ganó la cibdad de Oran, hallándose presente á 
la conquista y toma della; y hizo aquella Uni- 
versidad que es hoy tan célebre en estos rei- 
nos, de Alcalá de Henares, con otras muchas y 
muy buenas cosas, que por no tocar á la his- 
toria dejo aquí de relatar. 

Pues como el Rey tratase con el Jiménez 
que permutase el arzobispado de Toledo con 
el arzobispo de Zaragoza, su hijo, lo cual 
el Jiménez rehusaba de no lo hacer, antes 
seyendo apretado decía que se volvería á su 
monasterio á vivir vida privada en su celda y 
refitorio antes que hacer tal permutación, 
trató y rogó al Condestable y Gran Capitán 
le ayudasen y favoresciesen para que él no 
recibiese aquella afrenta. Al Condestable y 
Gran Capitán pareciéndoles aquello grande 
infamia que se hacía á la Reina doña Isabel 
muerta, retractar y deshacer aquello que la 
Reina había dejado hecho fundado en religión, 
comenzaron á favorescer [lej. Con este favor, 
comenzó el Jiménez con ánimo constante á no 

(«) Dona Isabel. 



le querer hacer ni hablar en ello. La intinción 
del Rey era hacer al hijo Arzobispo de Tole- 
do para se ayudar del, así de las rentas como 
del favor, cuando la necesidad se ofreciese; 
porque teniendo aquel Arzobispado de su 
mano, como tenía los maestrazgos, no te- 
mería la fortuna por más adversa que se le 
mostrase. 

El Rey, sabido quel Jiménez con el favor del 
Condestable y Gran Capitán había rehusado 
la permutación de los arzobispados, concibió 
muy grande enojo contra ellos por favorescer 
al Jiménez, y esperaba tiempo y lugar para se 
lo dar á entender á cada uno dellos. En este 
mesmo tiempo comenzó la fortuna á mostrar 
su cara contraria al Gran Capitán, y fué la 
ocasión lo que aquí diremos. 

CAPÍTULO VI 

De lo quel Gran Capitán pasó con el Rey 
sobre los negocios de don Pedro de Córdo- 
ba, Marqués de Priego, su sobrino, á quien 
derribaron á Montilla. 

En este tiempo don Pedro de Córdoba, 
Marqués de Priego, hijo mayor y heredero de 
don Alfonso de Aguilar, hermano mayor del 
Gran Capitán, vino á la Corte á ver á su tío 
y por besar las manos al Rey, que después 
que vino de Italia no lo había visto ni venido 
á le besar las manos. Vino muy bien acompa- 
ñado y trujo consigo muchos caballeros de 
Córdoba y muchos caballos y aderezos dellos 
que dio y repartió por la Corte. Y estando en 
la Corte halló á su tío el Gran Capitán muy 
enojado, porque el Rey no le guardaba la fe 
prometida; y habiendo visto la cédula y con- 
firmación della del Papa Julio del maestrazgo 
de Santiago, como este don Pedro era caba- 
llero animoso y muy libre, mal contento del 
Rey y enojado, se volvió á Córdoba, adonde, 
con la autoridad que de su abuelo y padre 
había heredado, era muy señor en aquella 
cibdad y tenía en ella gran reputación. Por- 
que la casa de Aguilar descendía de aquellos 
caballeros que por servir á Dios y á su Rey 
habían sido los principales de echar de ella á 
los moros y servir al Rey don Fernando el 
Santo para que la ganase; y así se había per- 
petuado el valor y poder destos caballeros 
en aquella cibdad. Y también habían ganado 
mucha autoridad y reputación estos hijos 



458 



CRÓNICA MANUSCRITA 



desta muy ilustre Casa de Aguilar, así como 
el Conde don Martin de Alcaudete, y don 
Diego de Córdoba, alcaide de los Donceles, 
que agora es su sucesor don Luis de Córdoba, 
Marqués de Comares; y don Diego de Cór- 
doba, Conde de Cabra, cuyo nieto es el Du- 
que de Sesa don Gonzalo Hernández de Cór- 
doba, y don Francisco Pacheco. Todos estos 
caballeros hm sido en los tiempos pasados y 
agora en los presentes de gran valor, así en 
la paz como en la guerra, de quien las his- 
torias pasadas y la memoria y vista de los 
hombres están llenas. 

Pues este don Pedro, Marqués de Priego, 
por este gran favor que en aquella cibdad 
tenía, algunas veces era enojoso al Rey; y 
más agora que iba muy enojado por lo del 
tío. El Rey invió un alcalde de Corte, llamado 
el licenciado Herrera, á Córdoba, mandando 
al dicho don Pedro que se saliese de Córdo- 
ba y se fuese á una de las villas, como ha- 
cían los otros caballeros de aquella cibdad; y 
invió á mandar á los Veinte y cuatro de la mes- 
ma cibdad que diesen favor y ayuda al alcal- 
de Herrera para que el Marqués de Priego se 
saliese de Córdoba y se fuese á su casa. Lle- 
gado el alcalde Herrera á Córdoba y habien- 
do llamado á los "Veinte y cuatro caballeros 
de la cibdad en el cabildo y ayuntamiento, y 
notificado á aquellos caballeros el manda- 
miento del Rey, de todos fué obedecido si no 
fué del Marqués don Pedro, que con una sú- 
bita ira y acelerado enojo mandó prender al 
alcalde Herrera y llevarle preso á la su villa 
de Montilla, y ponerlo á buen recaudo en la 
fortaleza. 

Era esta villa de Montilla una villa de sus 
pasados, cerrada y con una fortaleza muy 
fuerte y muy grande, la mejor que había en 
toda la Andalucía; que ya fué tiempo que es- 
tuvieron aposentados en ella el Rey y la Rei- 
na doña Isabel, y las Reinas de Ñapóles vieja 
y moza y los señores della y sobrado apo- 
sento en ella El Alcalde dijo al Marqués: 
«Vayase V. S. á Sant Jerónimo, que es una 
legua de la cibdad, que yo inviaré luego á 
llamar á V. S. que se vuelva á Córdoba, sola- 
mente que se cumpla el mandamiento del 
Rey, que V. S. salió de la cibdad»; lo cual el 
don Pedro no quiso obedecer. Verdad sea 
que dende á tres ó cuatro días lo mandó sol- 
tar y que se volviese á la Corte, lo cual él 
hizo. 



CAPITULO VII 

De lo quel Rey hizo, vista y sabida la prisión 
del alcalde Herrera en la villa de Montilla. 

El Rey, visto aquel desacato, mandó que se 
aparejasen las cosas necesarias para castigar 
aquel insulto, y encomendó aquella jornada j 
al coronel Cristóbal de Villalba y al alcalde 
Cornejo; y el Rey mismo en persona determi- 
nó de ir á Córdoba. El Marqués, sabida la vo- 
luntad del Rey, determinó de se defender 
como varón, porque quieren decir que tenía 
hecha liga y amistad con algunos señores de 
la Andalucía, que tenían sus descontentos 
del Rey. El Gran Capitán y el Condestable y 
otros algunos señores le suplicaron al Rey, 
sin lo saber el don Pedro, que le trairían al 
don Pedro para que de rodillas pidiese per- 
dón á S. A. del yerro que como mozo había 
hecho; y juntamente le escribió al don Pedro 
que no curase de defenderse ni hacer alguna 
alteración; que si viniese á la Corte, quel Rey 
lo perdonaría; lo cual por los muchos ruegos 
é importunidades determinó de ir. El Rey es- 
taba esperando en lo que paraba la deter- 
minación del don Pedro. Sabido que iba á 
Castilla á lo que el Gran Capitán le mandaba, 
luego el Rey se partió para Córdoba. Yo oí 
decir á Gonzalo Hernández de Córdoba, co- 
mendador de Manzanares, hijo de don Alfon- 
so de Aguilar, que vio una cédula en poder 
del secretario, que perdonaba al Marqués, 
con que por espacio de tantos años (') si el| 
Marqués respondiese que no quería venir á 
la Corte, y otros algunos lo afirmaban haber 
visto el perdón. Mas atraído, pues, el don 
Pedro por las promesas del Gran Capitán y 
del Condestable y otros señores de la Anda- 
lucía, sus consortes y aliados, y llegado an- 
te el Rey y habiéndole demandado perdón 
con toda la humildad que fué posible, no lo 
quiso perdonar, antes lo desterró cuatro le- 
guas desterrado de la Corte y que allí an- 
duviese so ciertas penas. Mandó luego por 
su decreto que la fortaleza de Montilla fuese 
derribada hasta los postreros fundamentos 
de ella, para que fuese testimonio este casti- 
go contra los caballeros que contra los man- 
damientos reales se opusiesen. De donde 
don Pedro quedó muy quejoso del Gran Ca- 

(0 Todo este páirafo está obscuro y falto de algunas 
palabras. 



DEL GRAN CAPITÁN 



459 



pitan por haberle mandado ir á la Corte sin 
tener seguro del Rey; porque él hiciera, como 
solía decir, que se lo dieran, como pareció, si 
él se estuviese quedo. 

Gonzalo Hernández nunca pudo alcanzar 
con el Rey que aquella fortaleza edificada, de 
sus pasados, adonde él había nacido ('), edifi- 
cada con tan grandes gastos y expensas, fuese 
agora derribada por el suelo. Los embajadores 
de Francia y el mismo Rey Luís le escribió 
que era razón, en cuenta de ducientas cibda- 
des y setecientas y tantas villas y castillos 
quel Gran Capitán había ganado para la Co- 
rona real de España, se diese en recompensa 
la ruina de un solo castillo, en el cual el Gran 
Capitán había nacido. Ninguna cosa le apro- 
vechó á don Pedro los ruegos del Gran Ca- 
pitán y del Condestable, antes quieren decir 
que le dañó mucho, por el descontento que 
el Rey tenía dellos por haber favorescido al 
Jiménez, arzobispo de Toledo. 

El coronel Villalba y alcalde Cornejo con 
gente de guerra llegaron á Montilla y traje- 
ron de la tierra de Córdoba muchos azadone- 
ros, y en breves días la arruinaron hasta los 
cimientos. Y estando gran pieza de labradores 
de la tierra derribando un gran lienzo de un 
largo muro, para que todo junto cayese, 
cuando cayó tomó en bajo gran número de 
aquellos azadoneros y de aquellos que la de- 
rribaban. Venida la nueva á Gonzalo Hernán- 
dez, dijo claramente ser muestra que se de- 
fendiera Montilla, seyendo viva, pues con 
su ruina ha muerto á tantos. 

El Rey don Fernando siempre estuvo firme 
y recio en el derribar á Montilla y otras casas 
de caballeros de aquella cibdad y tomadas 
las haciendas y afrontando á personas della 
culpadas en la prisión del Herrera. Lo cual 
todo restauró el Gran Capitán comprando 
las haciendas y edificando las casas y satis- 
faciendo á los hijos de los muertos. El Rey, 
queriendo templar el rigor del mandamiento 
y su ejecución mandó que al Gran Capitán, 
en lugar de Montilla, se le hiciese merced de 
la cibdad de Loja, la cual está de Granada 
ocho leguas en una vega muy apacible y cer- 
cada de grandes sierras alderredor, y trató 
con él que le daría aquella cibdad de Loja, de 
juro y heredad para él y sus sucesores, con 



O Al margen de letra moderna: «No es cierto». Y más 
adelante: «Nació el Gran Capitán en Montilla», y aña- 
dido de lápiz: «Esta es equivocación». 



que renunciase el derecho que tenía al Maes- 
trazgo de Santiago y al Rey diese por quito 
de la promesa hecha y la escritura fuese ras- 
gada y dada por ninguna. A esto respondió 
el Gran Capitán que no quería ser tan mal 
mirado que él renunciase el derecho de la 
promesa Real; porque antes quería mostrar 
la causa de una muy justa querella que no 
aceptar una recompensa tan desigual. Al 
Condestable se le acrecentó el enojo por ver 
el odio del Rey y no poder hacer en ello lo 
que deseaba y tenía concebido en su pecho; 
odiado por su grandeza, se le causó un des- 
contento y desabrimiento; murió antes de 
tiempo. No faltó quien dijo haber sido ayuda- 
do para se ir al cielo. 

CAPÍTULO VIII 

De lo que el Gran Capitán hizo veyendo el odio 
y voluntad contra él del Rey. 

El Gran Capitán, visto lo poco que á su 
sobrino aprovechó, antes quieren decir que le 
dañó, muy enojado y mal contento de las 
afrentas que del Rey recebía cada día y cada 
hora, se retrujo á Loja, que, como dijimos, está 
ocho leguas de Granada, huyendo de las ofen- 
sas que en la Corte le eran hechas por la 
voluntad del Rey, y esperar allí que aquella 
invidia diese algún lugar y el Rey se amansa- 
se y se acordase de no dar lugar á invidiosos 
y á sus enemigos, que ofendidos del resplan- 
dor de sus hazañas siempre le dañaban con 
el Rey. 

Pues estando allí en Loja en aquel reposo, 
estuvo dos años, unas veces allí en Loja, 
otras veces en Granada, donde vivía al pare- 
cer contento, conservando siempre su repu- 
tación y casa; que nunca faltó su plato y cria- 
dos con aquel aderezo de casa y aparato de 
oficiales y caballeros que acompañaban á su 
casa, que era una Corte. Gozaba y gastaba de 
sus riquezas, que no eran pocas sino muchas, 
y de su gloria, aunque era opresa antel Rey 
de la invidia de sus enemigos. Hacía poco 
ejercicio y desde allí socorría á muchos, así 
criados como otras personas necesitadas, con 
les dar gran parte de su hacienda. Ningún gé- 
nero de hombres hubo á quien no socorriese 
en sus necesidades, los que le pedían suayuda 
y favor. Tenía tanto crédito y reputación, que 
jamás pareció faltar en su casa aquella abun- 



460 



CRÓNICA MANUSCRITA 



dancia de criados de servicio de Corte muy 
principal, como de un gran príncipe. 

En este tiempo frey Francisco Jiménez 
pidió al Gran Capitán consejo y manera para 
poder conquistar lacibdad de Oran en África, 
porque quería apaciguar la invidia de los 
aragoneses y de los invidiosos de sus rentas 
con hacer aquella jornada de ir á conquistar 
la cibdad de Oran en la costa de Berbería; y 
el Gran Capitán le encaminó y le dio á Pedro 
Navarro, Conde de Oliveto; y aparejó una 
gran flota y catorce mil hombres. Y dada por 
el Gran Capitán la industria y designios, lle- 
garon á Berbería, yendo en la niesma armada 
el Arzobispo. Tomaron por fuerza de armas á 
Mazalquivir, un puerto el mejor que hay en 
toda la costa de África, que los antiguos lla- 
maron Puerto grande; y una legua del hacia 
levante tomaron á escala vista la cibdad de 
Oran, y hicieron recogerse hacia dentro al Rey 
de Tremecén. Después desto el Pedro Nava- 
rro, acostumbrado á la dichosa milicia del Gran 
Capitán, tomó á Bugía y á Tripol de Berbería 
y hizo muy gran guerra á la costa de África, 
llevando consigo aquellos valientes soldados 
y gente de guerra acostumbrados (') siempre 
vencedora. 

CAPÍTULO IX 

En que prosigue la estada del Gran Capitán en 
Loja, con el discurso de su vida. 

Estando, pues, el Gran Capitán en esta cib- 
dad de Loja, que á algunos les parecía estar 
como en un destierro honesto; y en la verdad 
nunca jamás le faltó aquella grandeza de áni- 
mo adquirida con tanta gloria, con la cual 
medía las cosas prósperas y adversas; el 
Conde de Ureña preguntó á un caballero cria- 
do del Gran Capitán qué tan grande hondo 
tenía en eWaguade Loja aquella gran carraca. 
Lo cual sabido por el Gran Capitán, le dijo: 
«Diréis al señor Conde que la carraca tiene 
muy buenos lados y toda ella está bien forni- 
da; que no espera sino que crezca e! agua 
para darlas velas al viento, que no suelen ser 
siempre contrarios; y si la invidia y sus gran- 
des victorias habidas en los tiempos pasados 
no la estorbaran, habíasele ofrecido una muy 
aplacible fortuna» ('). Y fué que de las vistas 
que los Reyes de Francia y España se vieron 



O Slc. 

*) Signen cnatro lineas tachadas. 



en Saona, como atrás hemos dicho, dentro de 
dos años que allí se vieron, entre otras cosas 
que allí trataron y hicieron sobre ellas ligas y 
conspiración, fué una que venecianos tenían 
ocupadas tierras y estados al Emperador 
Maximiliano y al Rey de Francia y al Rey don 
Fernando de España y al Papa Julio, los cua- 
tro mayores Príncipes de la cristiandad. Y el 
Rey de Francia, que entonces tenía el ducado 
de Milán tiranizado, por cobrar ciertas cibda- 
des que venecianos tenían ocupadas del dicho 
estado de Milán, les había dado una batalla 
junto al río Ada, cerca del Pó, en que perdie- 
ron las cibdades que de Lombardia tenían,que 
eran Bresa y Crema y Bergamo y Cremona, y 
les tomó Maximiliano á la ciudad de Verona, 
Vicencia, Padua y el Frívoli y Feltro. El Papa 
Julio con una banda de suizos había cobrado 
á Arímino, á Faenza y á Cervia y á Rávena y 
á otras tres del patrimonio de la Iglesia, y el 
Rey don Fernando había cobrado sin batalla 
las tierras que venecianos tenían en Pulla en 
el reino de Ñapóles. Venecianos, aunque se 
vieron guerreados de todos cuatro Príncipes 
cristianos, no por ende perdieron el ánimo, 
porque á todos respondieron y lo más torna- 
ron á cobrar, si no fué las tierras que tenían 
en Calabria y la del ducado de Milán. El 
Duque de Ferrara, Alfonso de Este, en estas 
guerras, con favor y ayuda del Rey de Francia, 
había tomado á Rovigo, y el Papa Julio pedía 
al de Ferrara las salinas, que eran del feudo 
de la Iglesia, lo cual el Duque no quiso, antes 
las defendió por guerra y fué vencedor contra 
la gente del Papa, porque le importaban 
mucho. 

CAPÍTULO X 

De lo quel Papa y el Rey de Francia hicieron 
después desto. 

El Papa, vista la rebelión del de Ferrara, lo 
descomulgó y escribió al Rey de Francia que 
si no le favorescía que lo tenía por enemigo 
y que no le faltarían amigos contra él y los de 
su liga. Enojado desto el de Francia, no le dio 
nada por las descomuniones y censuras y fué 
con muy grueso campo y echó al Papa de 
Bolonia y trató de celebrar Concilio en Pisa 
para descomponer á Julio, y no le faltaron 
Cardenales para ello, diciendo, aunque falsa- 
mente, que no había seído elegido canónica- 
mente, contra el cual los Reyes de España don 



é 



DEL ÜRAN CAPITÁN 



461 



Fernando, y don Enrique octavo, su yerno. Rey 
de Inglaterra, que en aquella ocasión era muy 
católico y se llamaba Defensor de la Iglesia 
Romana, hasta que él comenzó á dejar y apar- 
tarse de Dios y lo dejó Dios de su mano, y 
fué después muy mal hereje. Este Rey de In- 
glaterra comenzó á hacer guerra á las cibda- 
des de Normandía por favorecer á la Iglesia 
romana. El Rey don Fernando, seyendo reque- 
rido del Papa para que le ayudase, lo hizo, 
porque no podía dejar de favorecer á la Igle- 
sia romana, aunque fuese contra el Rey Luis, 
tío de su mujer, con quien se había confede- 
rado en Saona. El Papa, visto cómo el Rey 
don Fernando hacía un grueso ejército en 
favor de la Iglesia, le dio la investidura del 
reino de Ñapóles, á quien pertenece darla por 
ser aquel reino feudo de la Iglesia. Asimesmo 
el Papa descomulgó al Rey don Juan de Nava- 
rra por estar ligado en la mesma cisma con 
el Rey de Francia y defender la rebelión con- 
tra la Iglesia, y le privó del reino y lo otorgó 
al Rey de España, por ser defensor de la Igle- 
sia contra los herejes cismáticos, que hacía 
división en la vestidura de Cristo, de donde 
le fué quitado el reino de Navarra justísima- 
mente. Luego el Papa hizo liga con venecia- 
nos y con el Rey don Fernando de España 
contra franceses, que estaban muy pujantes. 
El Rey don Fernando mandó á don Ramón 
de Cardona, Virrey de Ñapóles, aparejase un 
muy grueso ejército para que se juntase con 
el del Papa, que tenía asoldados una gran ban- 
da de suizos y italianos. El Rey de Francia 
tenía cercada á Rávena: el ejército del Papa y 
el de España fuéronla á descercar. Llevaba el 
Virrey de Ñapóles el mejor ejército que antes 
ni después se ha visto en Italia; iban muchos 
señores y Grandes con él. Llegados á Ráve- 
na, en la cual estaba Fabricio Colona, dióse la 
batalla, día de Pascua florida, que fué á diez 
y seis días de Abril en el mesmo año de qui- 
nientos y doce años. Aquella mañana llegó 
M. Antonio Colona con tres mil infantes al 
campo de los españoles. 

CAPÍTULO XI 

De cómo pasó la batalla de Rávena entre el 
ejército del Rey de Francia y del de España 
y el del Papa Julio. 

El Virrey mandó que la avanguardía, que 
eran los caballos ligeros, más de dos mil, die- 



sen por el un costado en los franceses; y así 
lo hicieron, y diéronse los españoles tan buen 
recaudo, que desbarataron la avanguardía 
francesa, aunque eran muchos. Visto por los 
franceses que los españoles no acudían en 
favor de los suyos, entró un escuadrón de los 
franceses y dio en medio de los españoles; 
como eran muchos y entraron de refresco, 
diéronles muy gran priesa. Los españoles 
iuviaron á decir al Virrey que les inviase dos 
escuadrones de infantería El Virrey tardó 
tanto en esto, que á la mesma sazón batió la 
artillería francesa sobre la retaguarda de 
armas española. El Virrey pensó que todo era 
perdido y comenzó á dudar qué haría. El 
Conde Pedro Navarro y el capitán Zamudio, 
veyendo la necesidad, tomaron dos escuadro- 
nes de infantería, en que había cuatro mil 
españoles y dos mil italianos, y fueron en 
socorro de sus compañeros; y dieron tan 
recio y con tanto ánimo en la infantería de los 
franceses, que déla primera refriega mataron 
cinco mil alemanes con su capitán Jacobo, y 
tras esto mataron cuatro mil gascones. Visto 
por los franceses que no acudía la gente de 
armas española, abrióse la retaguarda y toda 
la gente de armas que no peleaba, y tomaron 
en medio hecho un cerco á nuestra infantería, 
digo á la que fué á pelear. 

Visto por' el Virrey, pensando que los 
habían sumido y veyendo que de su avan- 
guardía quedaban pocos, túvose por perdido, 
y fué huyendo con todos los que le quisieron 
seguir; y aun dicen que no esperó mucho, que 
pocos le pudieron aguardar. Dos capitanes 
españoles caballeros huyeron con trescientos 
hombres de armas, cuyos nombres no quiero 
decir, porque á sus hijos no alcance mal 
nombre: el uno era castellano y el otro anda- 
luz. El Sr. Fabricio Colona con otros caballe- 
ros que tenían la retaguarda quisieron ir en 
socorro de los suyos, y como los franceses 
habían dejado la artillería en un cierto lugar, 
la noche que les tomó el paso, hizo mucho mal 
en ellos, con la gente francesa que acudió, 
fueron destrozados. Los infantes españoles 
que habían quedado cercados de la gente de 
armas francesa diéronse tan buen recaudo 
que mataron setecientos hombres de armas 
franceses. 

Estaban á esta hora los franceses tan per- 
didos, que no digo acudir el Virrey en socorro 
de sus españoles, mas en no se menear, ó los 



462 



CRÓNICA MANUSCRITA 



capitanes de gente de armas no iiiiir con los 
trecientos que dijimos, sino estar quedos, 
todos afirman y conciertan en esto, que los 
franceses fueran rotos y del todo vencidos; 
mas con la huida del Virrey y de los hombres 
de armas vieron todo el cuerpo del campo 
vacío, y así todos fueron desbaratados, muer- 
tos y presos. Los franceses tomaron mucha 
artillería y armas y robaron el campo, que no 
tuvieron fuerza para seguirla victoria. 

Los franceses tornaron sobre Rávcna y 
platicaron de la tomar á partido; y estando 
haciendo la capitulación, entraron los france- 
ses por otra puerta y dieron saco á fuego y á 
sangre. El señor M. Antonio Colona se retra- 
jo á la fortaleza y cibdadela con mil españo- 
les y la defendió. La pólvora del campo de 
los españoles á los primeros tiros se acabó 
sin aprovechar nada. Todos los que en aque- 
lla batalla se hallaron, sin faltar uno, afirman 
que si el Virrey y la gente de armas españo- 
la no huyeran, aunque no pelearan, que los 
españoles hobieran la mayor victoria que 
jamás habían visto; porque los franceses eran 
dos mil lanzas gruesas, que son cinco mil lan- 
zas, y veinte y tres mil infantes. Los españo- 
les eran mil y quinientos hombres de armas y 
dos mil caballos ligeros y jinetes, y catorce 
mil infantes, los ocho mil españoles. 

Visto por los franceses que el Virrey y gen- 
te de armas huía, cobraron ánimo y tuviéron- 
se por vencedores; aunque Pedro Navarro 
tuvo por sí la victoria, desmayaron y hubo el 
suceso que decimos. Mos de Fox ('), capitán 
general, hermano de la Reina Germana, fué 
muerto de la infantería española, y mos de 
Alegre y un hijo suyo; el barón de Curano y 
el de Agramonte, muertos; mosén déla Gy.'-te, 
muerto; Mulando, capitán de dos mil gascones, 
muerto; el capitán Nóvete, sobrino del Carde- 
nal de Nantes, muerto; Jacobo, capitán de dos 
mil tudescos, muerto; Mojerón, capitán de 
hombres de armas, muerto; el capitán mos de 
Sones, capitán de gascones, muerto; el señor 
de Unote, capitán, muerto. Murieron del cam- 
po de los franceses trece mil hombres, antes 
más que menos. De los españoles é italianos, 
Fabricio Colona, preso y inviado á Ferrara; el 
Cardenal de Médicis, legado, que después 
fué Papa León, preso, inviado á Milán; Pedro 
Navarro, herido á muerte, preso y inviado á 

O En el mareen: »\ ésf sucedió en el cargo moa de 
la Paliza, capitán viejo». 



Ferrara; Zamudio, muerto; el Conde Estor, el 
señor Juan, Conde romano, muertos; el Mar- 
qués de Pescara, don Juan de Cardona, el 
Marqués de la Padula y su hermano el Mar- 
qués de Bitonto; el Marqués de Fronte Petra, 
el Marqués de la Cela, el Duque de Gravina, 
dellos muertos y dellos presos. Otros muchos 
capitanes españoles, presos, y Alonso de Val- 
dés, capitán de la guarda del Rey don Fernan- 
do, escapó con tres heridas. Otros muchos, 
así del campo de los franceses como de los 
españoles, murieron y fueron presos. Pedro de 
Paz se fué la vuelta de Ancona con cierta 
gente de caballo, y en el camino, en un mesón, 
le mató un villano. Murieron de los españoles 
y fueron presos hasta ocho mil infantes y 
hombres de armas. 



CAPÍTULO XII 



Jll 



De lo que el Papa hizo, habiéndose perdido 
esta batalla con el Rey don Fernando, para 
que el Gran Capitán volviese á Italia. ^^ 

El Papa Julio quedó muy congojado t^ 
haber perdido esta batalla por el descuido 
que hemos dicho y desorden. Hizo liga con ve- 
necianos, ya que con el Rey don Fernando la 
tenía hecha, como hemos dicho. El de la Pali- 
za comenzó á poner su gente en orden. El Rey 
de Francia, quedando muy ufano con el suce- 
so de la batalla, tenía concebidas en su pecho 
grandes cosas. El Papa y venecianos escri- 
bieron al Rey don Fernando suplicándole muy 
afectuosamente, y el Julio le ofreciendo gran- 
des cosas, que inviase al Gran Capitán á Ita- 
lia, pues Dios le había criado para abajar la 
soberbia francesa, que cumplía á la salud de 
Italia y principalmente de la Sede apostólica, 
de sus dos Sicilias, que en todo caso pasase 
el Gran Capitán á Italia. Al Rey don Fernan- 
do le pareció ser cosa muy acertada que la 
ida del Gran Capitán no cesase, por el bien 
común de toda Italia y, como dijimos, de la ] 
Iglesia y Ñapóles. Luego mandó y rogó muy 
ahincadamente al Gran Capitán tomase este 
trabajo de volver á Italia y echar á los fran- 
ceses de aquella provincia, en lo cual haría á 
Dios muy gran servicio y á su Vicario y á 
toda aquella provincia y al reino de Ñapóles. 
Porque el Rey de Francia y sus aliados que- 
rían inquietar aquella nación, y más seyendo 
herejes cismáticos contra el Santo Padre, tan 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



463 



canónica y santamente elegido. El Gran Capi- 
tán, con aquella obediencia que al Rey siem- 
pre tuvo, lo aceptó, y comenzó á poner en 
orden la partida, porque la nueva del Papa y 
los de la liga llamaban á voces desde Italia al 
Gran Capitán, y los venecianos daban muy 
gran priesa; como cuando los romanos estan- 
do cercados de los franceses llamaban al 
capitán Camilo para que los socorriese, escri- 
biendo todos al Gran Capitán que aceptase 
aquella empresa, en cuya venida estaba el 
remedio de Italia y Ñapóles; y al Rey escre- 
bían que el bien de la Sede apostólica y de 
toda Italia estaba en la ¡da del Gran Capitán, 
que sólo saber que la persona del Gran Capi- 
tán era vuelta á Italia sería grande espanto á 
los enemigos. El Rey, que aquello tenía por 
muy averiguado, y el Papa, venecianos y los 
de la Liga, pedían razón, y más creyendo que 
los franceses y los de su liga tentarían algo, 
así contra la Sede apostólica como contra el 
reino de Ñapóles. Con mucho ruego y impor- 
tunaciones, acabó con el Gran Capitán que 
tomase aquel trabajo de volver á Italia, en la 
cual jornada serviría á Dios y á su Vicario y 
á toda aquella provincia, donde él era tan 
querido y estimado. 

El Gran Capitán le respondió: «Yo, señor, 
soy vuestra hechura y nací para os servir. Yo 
acepto la jornada, aunque en ella pierda la 
vida. Lo que á V. A. suplico es mande con 
brevedad despachar lo que conviene para la 
armada y gente de guerra, porque muchas 
cosas hay que con la dilación se mudan y 
empeoran». Luego el Rey escribió al Papa y 
venecianos cómo el Gran Capitán sería muy 
en breve en Italia. 

Sabido en la Corte y en todo el reino que 
el Gran Capitán volvía á Italia, muchos caba- 
lleroá y señores se aparejaron para ir con él, 
y entre ellos el Duque de Villahermosa, don 
Fernandode Andrada, don Diego de Mendoza 
y muchos caballeros y muy principales, y mu- 
chos hijos de señores, codiciosos de emplear 
sus personas en servicio del Rey y del Papa y 
para ganar honra. Despedido el Gran Capitán 
del Rey y de toda la Corte, se fué á la cibdad 
de Antequera, que estaba en buen comedio y 
siete leguas de Málaga. Muchos caballeros 
vendieron sus haciendas y patrimonios para 
ir con el Gran Capitán. Pues el Gran Capitán 
comenzó á aparejar todas las cosas que para 
tal jornada convenía y á darse muy gran prie- 



sa. Eran tantos los caballeros y gente de gue- 
rra, que no cabían en la cibdad. 

Con esta nueva que se divulgó en Italia de 
la ida del Gran Capitán, comenzaron los fran- 
ceses y enemigos á temer y no estar tan bra- 
vos como antes. En sólo oír quel Gran Capi- 
tán pasaba, cesaron de tentar cosas que 
antes tenían comenzadas, y los invidiosos 
tuvieron lugar de aconsejar al Rey que el 
Gran Capitán no pasase en Italia, porque 
desde allá cobraría lo que quisiese y po- 
dría mudar la fidelidad que debía y siem- 
pre había guardado. Mas lo principal fué que 
sólo, como hemos dicho, que fué sabido en 
Italia y Francia que la persona del Gran Capi- 
tán pasaba en Italia, el Duque de Ferrara se 
fué á echar á los pies del Papa, y el Rey de 
Francia y los de la liga temieron de intentar 
cosas nuevas. 

CAPÍTULO XIII 

De cómo el Rey don Fernando invió á mandar 
al Gran Capitán que cesase la ida de Italia. 

Pues llegada la nueva al Gran Capitán en 
que le decía que la ida á Italia ya no era ne- 
cesaria, porque sabido en Italia que su per- 
sona pasaba en aquella provincia todo se 
había allanado, así que él desde acá, con sola 
su fama, había vencido los enemigos; así que 
despidiese la armada que ya estaba apareja- 
da en Málaga; y asimismo despidiese á los 
soldados y gente de guerra, y mandó hacer 
grandes procisiones y suplicaciones á Dios, 
que había sido servido de vencer á sus ene- 
migos y apaciguar á Italia, para que la Sede 
apostólica y el Vicario de Dios estuviesen li- 
bres de guerra. Fué cosa muy averiguada 
que el Gran Capitán jamás, en cuantos días 
vivió, le llegó nueva tan adversa, ni que tanto 
quebrantase aquella su grandeza de ánimo, 
nunca vencida, como ésta, ni á sus caballe- 
ros, soldados y gente de guerra. Aquel varón 
que jamás golpe de fortuna ni adversidad 
pudo mellar en él cosa alguna, hizo tanta im- 
presión en él, que nunca lo pudo disimular, 
que así le derribó aquella gran fortaleza de 
su ánimo; porque pensaba con aquella gue- 
rra, en la cual determinaba mostrar su gran- 
de ánimo, esfuerzo y valentía, sojuzgar la 
envidia y quebrantar la maldad de sus ene- 
i niigos. Entonces dijo delante de todos: «El 



464 



CRÓNICA MANUSCRITA 



señor Conde de Ureña ha salido muy cierto 
y ha sido grande adevino contra lo que yo 
pensaba; pues que mi carraca, movida de 
la corriente del agua, llevando las velas hin- 
chadas del viento le ha faltado en medio de 
su viaje. ¡Tanta fuerza ha tenido la invidia!». 

Pues llegada la nueva en que el Rey man- 
daba que la ida cesase, hizo un razonamiento 
á los soldados y gente de guerra con mucha 
prudencia y gravedad, consolándolos y ro- 
gándoles tuviesen sufrimiento, pues, burlados 
de la inconstante fortuna, habían perdido la 
ocasión de mostrar su esfuerzo y valentía 
para ganar muy grande honra y gloria; y que 
él con sus privadas riquezas les satisfaría de 
manera que no se arrepintiesen de la voluntad 
con que se movieron á le servir; y lo restante 
esperasen de la liberalidad del Rey, al cual él 
los encomendaría con sus cartas; y que desto 
no tuviesen ninguna duda, que á todos haría 
muy largas mercedes. «En lo que á mí toca, yo 
repartiré con vosotros de lo que yo tuviere». 

Acabada la plática, don Rodrigo de Vivero, 
un caballero muy principal de Castilla, en 
nombre de todos respondió al Gran Capitán: 
«Excusado será decir á V. S. la pena que 
estos caballeros han tomado en les faltar la 
ocasión que se les ofrecía para servir á V. S. 
y mostrarla por la obra; porque tenían por 
muy buena ventura de acompañar la persona 
de V. S. y seguir su milicia, de donde sacasen 
el fruto que de tal jornada se les podía se- 
guir. Lo que suplican estos caballeros, seño- 
res y soldados es que V. S. I. los tenga por 
perpetuos servidores, y por tales tenga siem- 
pre memoria de nos mandar; porque todos la 
tememos cada que supiéremos que nos haya 
menester sin ser llamados». El Gran Capitán 
les dijo que dentro de tres días les hablaría 
para les dar á todos lo que pudiese haber en 
su casa; y al tiempo que prometió, les dio á 
todos parte en dineros repartidos entre los 
soldados, parte en plata labrada, parte en 
piezas de brocado, telas de oro, muchas pie- 
zas de sedas y rasos, damascos y paños de 
grana, caballos ríiuy hermosos, tiendas labra- 
das, muchas armas muy ricas y doradas, ca- 
mas de campo de brocado, de carmesí y de 
seda y de tafetán de colores, que los merca- 
deres de Valencia, de Córdoba, de Toledo, 
de Medina del Campo, de Sevilla, de Gra- 
nada y de otras muchas partes por ganar en 
ellas como ganaron, las habían allí traído. 



Fué estimado el valor de lo que los mercade- 
res tuvieron en más de cien mil ducados; lo 
cual todo y lo que el Gran Capitán tenía, que 
era mucha más cantidad, fué repartido por 
los caballeros y soldados. Y allende desto, 
porque ninguno quedase sin que le cupiese 
parte, metió á saco todos los aderezos y jo- 
yas de su mesma casa. Visto esto por un 
criado suyo del Gran Capitán, le dijo: «No sé 
yo, señor, qué exceso hicieron estos vuestros 
bienes, ganados con tantos trabajos y peli- 
gros de vuestra persona, que por cierto no 
se lee dar ningún Príncipe en muchos días lo 
que vos en un solo día de vuestra hacienda 
habéis dado. ¿Que más podría V. S. hacer en 
casa del enemigo que hoy habéis hecho en 
vuestra propia casa?». 

Quedaron con el Gran Capitán hasta cin- 
cuenta caballeros de sus continos y criados, de 
muy buen lastre, sin los otros oficiales y cria- 
dos de casa, con otra mucha gente que sin 
servir estaban en casa. Lo cual veyendo el 
contador Franco, le dijo: «Señor, en esta casa 
hay muchos de que V. S. ninguna necesidad 
tiene dellos». El Gran Capitán le respondió: 
«Amigo, si yo no tengo necesidad dellos, 
ellos la tienen de mí». 

En la casa del Gran Capitán todos los ca- 
balleros y criados no juraban, no jugaban, no 
andaban en disoluciones ni adulterios; no ha- 
bía bullicios; todos vivían en grande obser- 
vancia, ocupados en ejercicios de guerra, 
muy contentos con haber pasado la vida en 
servicio del Rey y del Gran Capitán, sin ha- 
ber hecho las cosas que los otros en las gue- 
rras suelen hacer. En este estado estuvieron 
marido y mujer y hija, usando siempre del 
oficio de la liberalidad y muy gran caridad 
con todas las gentes que á gllos venían, que 
eran muchas, y ninguna iba sin llevar lo que 
pidía: que claramente se vía acrecentalles 
Dios los bienes y riquezas para usar dellas 
para lo que fueron criadas, que es para las 
distribuir, como este clarísimo varón lo hacía. 

Decíame Juan López de Horna, aposenta- 
dor mayor suyo, que eran tantos los Grandes, 
caballeros y otras gentes que ordinariamente 
venían á visitar al Gran Capitán en este tiem- 
po que en Loja estuvo, que ningún día hubo 
que él ni otros tres aposentadores pudiesen 
reposar, á los cuales les daban todas las cosas 
en tanta abundancia como en casa de un gran 
Príncipe, que parecía una gran Corte. 



DEL GRAN CAPITÁN 



465 



CAPITULO XIV 

De lo que sucedió al Gran Capitán después de 
los negocios pasados. 

Todos los más del reino tenían por cierto 
que quedaba el Gran Capitán tan gastado de 
las grandes dádivas y liberalidades que á to- 
dos había dado, y que teniendo empeñadas 
muchas villas de su estado, que no podría 
cumplir con los intereses, de cuya causa era 
imposible no quebrar y faltarle aquella gran 
corriente de su reputación y crédito tan 
grande; y sus enemigos, aquellos que la invi- 
dia de sus hazañas los tenía ciegos, se reían 
mucho dél, publicando serle forzoso venir en 
pobreza y quiebra grande, espantados de ha- 
ber dado tan gran saco á su casa por cum- 
plir con todos cuantos dél se despidieron, 
que sin duda parecía una real riqueza. Díce- 
se que un poeta siciliano en esta sazón dio al 
Rey don Fernando un libro de versos en latín 
porque eran en su loor, y el Rey le mandó 
dar cincuenta ducados. El poeta se fué á 
Loja y hizo hasta trecientos versos en ala- 
banza del Gran Capitán, al cual mandó dar 
dos mil ducados. Sabida por el Rey la libera- 
lidad que el Gran Capitán con el poeta había 
usado, dicen que dijo: «Si algún día vivimos, 
veremos avadar la liberalidad del Gran Capi- 
tán». Y allí en Loja, adonde se retiró, tenía 
muy gran contentamiento, porque á nadie 
había faltado de los que á él se encomenda- 
ban con su hacienda, que parecía que Dios se 
la acrecentaba milagrosamente. Tenía él allí 
en aquel reposo mucha alegría, así por las 
cosas pasadas, de que tanta gloria había gana- 
do, como por haber siempre socorrido á sus 
amigos y criados con su persona y hacienda. 
En este reposo estuvo en Loja dos años con 
aquella grandeza de ánimo y reputación, pen- 
sando siempre y hablando en cosas altas y 
grandes con los caballeros y señores de que 
allí era visitado, aquellos en quien la invidia 
no había hallado aposento ni lugar, los cuales 
se admiraban de ver en Loja una Corte de 
caballeros y criados de tan buen lustre y tan 
bien y ricamente tratados, que parecía no 
haber expendido nada de sus riquezas pasa- 
das, con aquella grandeza de su ánimo, por- 
que de aquello tomaba contentamiento. 

Había inviado con grandes expensas y gas- 
tos á personas acomodadas para aquello en 
África, Asia y Europa; porque se deleitaba 

Ciúnlcax dfl. (Irán Ca¡i/tán.— 30 



mucho en saber lo que en aquella sazón en 
las partes del mundo pasaba, de donde podía 
ser avisado. Y ciertamente en aquel tiempo, 
que serían dos años, pasaron cosas así en la 
cristiandad como en las tierras de los infieles 
que sería luenga historia relatarlas; de todas 
las cuales el Gran Capitán fué avisado y se 
recreaba de oirías y tratar dellas. En estos 
dos años con una aparente alegría pasaba la 
vida, mostrando gran contentamiento de nun- 
ca haber hecho cosa contra su honor ni honra. 

En este tiempo adoleció de una cuartana 
doble, muy mala de curar, porque concurrie- 
ron en ella la mala digestión de sus negocios, 
haber venido en España con la esperanza del 
maestrazgo de Santiago, y por verle suceder 
las cosas al contrario de sus pensamientos, y 
más seyendo ya de sesenta y dos años. Fué 
llevado á Granada en el año climatérico de 
su edad, en el cual la edad hace un curso muy 
dificultoso y muy pernicioso á la vida, en el 
cual se ayuntan siete veces nueve y nueve 
veces siete, en la cual edad mueren los más 
hombres de los mortales. Crecióle tanto la 
cuartana con el humor melancólico que se le 
había accidentalmente adquirido, que des- 
pués de haber recebido todos los Sacramen- 
tos como muy gran cristiano, pidiendo á Dios 
perdón de su vida pasada, y conociendo 
á Dios, murió en los brazos de doña María 
Manrique y de doña Elvira Manrique, su hija, 
que fué un domingo á dos días de Diciembre 
del año de nuestra reparación de mil y qui- 
nientos y quince años. Vivió sesenta y dos 
años y tres meses y once días. Fué deposita- 
do en la iglesia de San Francisco de aquella 
cibdad de Granada, hasta que se hiciese una 
capilla en Sant Jerónimo de aquella cibdad; á 
la cual fué después trasladado en el año de 
mil y quinientos y cincuenta y dos años. 

Murió el Gran Capitán cincuenta y dos 
días antes que el Rey don Fernando murie- 
se; porque el Gran Capitán murió, como he- 
mos dicho, á los dos días de Diciembre del 
año de quince, y el Rey luego adelante á 
veinte y tres días de Enero entrando el año 
de diez y seis; así que son cincuenta y dos 
días antes; en lo cual le hizo Dios gran mer- 
ced, porque si el Rey muriera antes, no lo 
dejaran sin que quisiera ocupar lo que le era 
debido y otras novedades, que aunque eran 
ajenas de su condición, suelen los tiempos 
mover estos humores. 



466 



CRÓNICA MANUSCRITA 



Decíame doña Francisca de Córdoba, Mar- 
quesa de Gibraleón, su nieta, que doña Ma- 
ría Manrique su abuela deseó siempre saber 
de una llave que tenía de un cofre que jamás 
lo fió de persona alguna; y muerto el Gran 
Capitán, tomó la llave, y abierto el cofre, 
halló dentro un cilicio muy áspero y una dis- 
ciplina llena de sangre, que jamás persona 
alguna, ni su mujer, habían sabido ni barrun- 
tado tal cosa. Dicen que estando una noche 
despierto, oyó una voz que le dijo: «De aquí 
á dos días morirá el Duque». Respondió el 
Gran Capitán: «El de Alba». La voz no repli- 
có más. Fué, pues, depositado en Sant Fran- 
cisco, y encima de su enterramiento muchas 
banderas, más de ciento, así de cristianos 
como de turcos, y muchos estandartes entre 
ellos. F,ué acompañado su mortuorio de mu- 
chos grandes y señores que allí se hallaron, 
así del linaje y cepa de Córdoba como de 
otros linajes del reino. Fué toda la Audiencia 
Real de aquella cibdad y todos los caballeros 
y todos los oficiales, y la otra gente, dejando 
sus oficios le fueron á acompañar, como si 
fuera el mismo Rey, y porque así suele Dios 
honrar á los buenos. 



CAPITULO XV 

De las cartas que el Rey don Fernando y el 
Príncipe don Carlos escribieron á la Duque- 
sa de Sesa, sabida la muerte del Gran 
Capitán. 

El Rey don Fernando, estando enPlasencia, 
yendo á Trujillo en las bodas de su nieta 
doña Ana de Aragón con don Alonso Pérez 
de Guzmán, Duque de Medinasidonia, le 
vinieron nuevas cómo el Gran Capitán era 
muerto. El hizo muy gran sentimiento, en que 
dio á entender el grande amor que le tenía; y 
se vistió de luto él y toda la Corte; y escribió 
esta carta á la Duquesa de Sesa, que decía 
así: «Duquesa prima: Vi la letra en que me 
hiciste saber el fallecimiento del Gran Capi- 
tán, vuestro marido; y no solamente tenéis 
vos mucha razón de sentir mucho su muer- 
te, porque perdiste tal marido, mas téngola 
yo por haber perdido tan grande y tan seña- 
lado servidor y á quien yo tenía tanto amor, 
y por cuyo medio con la ayuda de Dios nues- 
tro Señor se acrecentó á nuestra Corona el 
nuestro reino de Ñápeles; é por todas estas 



causas, que son grandes, principalmente por 
lo que toca á vos, me ha pesado mucho de su 
muerte; y con razón espero, pues, en Dios 
nuestro Señor que así le plugo, debéis de 
conformaros con su divina voluntad y darle, 
gracias por ello. No fatiguéis el espíritu por 
aquello en que no hay otro remedio, porque 
dañará vuestra salud; y tened por cierto que 
lo que á vos y á la Duquesa vuestra hija y á 
vuestra casa tocare, yo terne siempre la me- 
moria de los servicios señalados quel Gran 
Capitán nos hizo; y por ellos y por el amor 
que yo vos tengo, miraré y favoresceré siem- 
pre mucho vuestras cosas en todo lo que pu- 
diere, como lo veréis por experiencia, placien- 
do á Dios nuestro Señor, según más larga- 
mente vos lo dirá de mi parte la persona que 
yo invío á visitaros. De Trujillo á tres días de 
Enero de mil y quinientos y dieciséis años.— 
Yo el Rey.— Por mandado del Rey, Pedro de 
Quintana». 

Sabida la muerte del Gran Capitán por el 
Príncipe don Carlos, escribió á la Duquesa de 
Sesa esta carta siguiente: «Duquesa prima: 
Yo he sabido el fallecimiento del nombrado 
Gonzalo Hernández, Gran Capitán, Duque de 
Terranova, vuestro marido, al cual por lo mu- 
cho que merecía y por el valor de su persona 
y por los muchos y muy señalados servicios 
que á los Católicos Rey y Reina, mis señores, 
en honra y conservación y aumentación de 
sus reinos y de su Corona Real y de los natu- 
rales de él les hizo. Yo le deseaba ver y cono- 
cer para me ayudar é servir de su consejo y 
gozar con su persona; mas pues ha placido á 
Dios que yo no pudiese gozar de tan justo 
deseo y cumplillo, él le ponga en su gloria, y 
debemos haber por bueno lo quél face, é con- 
formarnos con su divina voluntad. E así yo 
os ruego que lo hagáis vos é que vos conso- 
léis, pues hay razón para ello, así por el 
renombre y gloria de sus obras y fama, como 
por la obligación que para siempre queda á 
todos los Príncipes de España para tener en 
memoria y honrar y conservar y aumentar su 
sucesión. Si para consolación de vuestra viu- 
dez y persona y casa deseáis que se haga 
algo en tanto que yo me aderezo para ir en 
esos reinos, que será presto, placiendo á 
Dios, hacédmelo saber. De Bruselas, á quin- 
ce días de Hebrero de quinientos é deciséis 
añoj. — El Príncipe.— Por su mandado, Goii- 
zalo de Segovia». 




DEL GRAN CAPITÁN 



467 



CAPÍTULO XVI 

« 
De algunas cosas que el autor toca, que perte- 
necen á la historia del Gran Capitán. 

Algunos invidiosos, por deshacerla gloria 
del Gran Capitán, dijeron que en el término 
postrero de su vida había estado en Loja 
como desterrado y apretado de necesidad; 
mas ya á esto hemos respondido en los capí- 
tulos precedentes, en que hemos dicho que 
hasta el día en que Dios fué servido de lo lle- 
var al cielo, guardó y conservó su reputación 
de casa y criados con grande esplendor de 
su persona. Mas si á algunos les pareciere no 
haber tanto respondido lo postrero de su 
vida al curso pasado, no se maravillarán si 
consideraren ser cosa fatal á los capitanes 
clarísimos, que apretados en los postreros 
días de su vida de la invidia y menoscabados 
de su honra, mueran desfavorecidos; que si 
los historiadores no nos mienten, principal- 
mente Suidas, aquel Themistocles, capitán de 
los atenienses, que hizo cosas tan señaladas 
y venció á Jerjes cabe Salamina, que trajo 
contra Grecia noventa mil hombres, por invi- 
dia fué desterrado, y al fin bebiendo sangre de 
un toro se mató. Alcebiades, capitán de los 
mesmos atenienses, que cosas tan nobles 
hizo, fué por invidia de sus enemigos acusa- 
do y condenado, y al fin murió, como escribe 
Trogo Pompeyo, cercado en una casa y que- 
mado. A Pirro, Rey de los epirotas, le mató 
una mujer tirándole una teja desde una ven- 
tana. A Philipo, Rey de Macedonia, padre de 
Alejandre el Magno, le mató Pausanias estan- 
do entre dos Alejandres hijo y yerno. Al mis- 
mo Alejandro le mató Yolas, su primo, con 
ponzoña, ordenada, según dicen los historia- 
dores, por Aristotil, su maestro. 

Entre los Romanos, al Gran Pompeyo le 
mandó cortar la cabeza Ptolemeo, Rey de 
Egipto. A César le matáronlos conjurados, 
seyendo capitanes Bruto y Casio y le dieron 
veinte y tres puñaladas. A Craso le mató muy 
ignominiosamente Orodes, Rey de Partya. 
Aníbal, capitán de los cartagineses, se mató 
de ponzoña por no venir vivo en poder de 
los romanos. Pues aquel Scipión Africano, que 
después de haber hecho tantas cosas y tan 
notables, venció á Aníbal y hizo á Cartago 
tributaria, venció á Antioco, Rey de Asia, 
enojado de tan grande ingratitud, se salió de 



Roma á una casería suya y allí murió, y man- 
dó en su testamento que sus huesos no los 
llevasen á Roma, cibdad tan ingrata. 

Pues si quisiéramos contar los capitanes 
que por invidia de sus enemigos fueron des- 
terrados y presos, no dejáramos á Rodrigo 
de Vivar, llamado el Cid, y al Conde Hernán 
González, con otros muchos. Pedro Navarro, 
muerto con un garrote que le dieron en Cas- 
tilnovo. Villalba murió en el acto venéreo, etc. 
Mas el Gran Capitán, contra la ley fat ti de 
los más capitanes pasados, murió, como diji- 
mos, en su cama, conociendo á Dios, cercado 
de su mujer y hija, de sus parientes y cria- 
dos. Murió como vivió; y en todas las partes 
adonde fué conocido su nombre fué llorado y 
sentida su muerte, por haber faltado una lum- 
bre que á todos alumbraba. 

CAPÍTULO XVII 

De algunos estratagemas y dichos que en la 
paz y én la guerra dijo el Gran Capitán ('). 

En el desafío que pasó de los once españo- 
les con los once franceses, habiéndosele que- 
brantado á Diego García de Paredes la espa- 
da, se ayudó de una gran piedra y otras algu- 
nas de que se valió en aquel desafío. Referi- 
do después al Gran Capitán esto, dijo: «Hizo 
muy valerosamente Diego García, porque se 
ayudó de sus naturales armas». Y esto era 
algunas veces con un humor melancólico, que 
le tomaba un género de locura, y los locos 
echan piedras. 

Estando otra vez Diego García cabe la 
puente del Careliano, y queriendo pasar el 
Gran Capitán el puente adonde estaban ases- 
tados nueve tiros gruesos, díjole Diego Gar- 
cía: «Señor, no paséis; apartaos de aquí». 
Respondióle el Gran Capitán: «Pues Dios no 
os puso temor en vuestro corazón, ¿porqué 
lo queréis vos poner en mí?» 

Estando junto á la Chirinola, encomenzan- 
do la batalla se prendió la pólvora y se que- 
mó; y llegando un caballero español al Gran 
Capitán diiendo: «Oh, señor, y cómo somos 
perdidos porque se ha prendido la pólvora»; 
respondió el Gran Capitán: «No me podíades 



(M Filó liecho tanto llanto on Ñapóles por hombros y 
mujores y doncellaB, que parecía que el reino había 
sido ocupado por los inñeles y les duraron muchos dlaa 
sus llantos y tristezas. 



468 



CRÓNICA MANUSCRITA 



traer nueva con que más me holgase, por- 
que veis ponerse el sol y son lumbreras de 
nuestra victoria». 

Estando un día en el burgo de Gaeta pe- 
leando con los franceses hasta que los metie- 
ron por las puertas, quedando muchos muer- 
tos y heridos de los franceses, un caballero 
catalán, llamado Juan Cervellós, vino más tar- 
de de lo que la necesidad lo requería, seyen- 
do ya los enemigos vencidos y habida la vic- 
toria. Venía tan á priesa armado y dando gran 
prisa á los remadores que se allegasen hacia 
donde el Gran Capitán estaba y la otra gen- 
te de guerra; estando todos á la orilla para 
saber quién era, llegó don Diego de Mendoza 
preguntando quién era. El Gran Capitán le 
respondió: «¿Cómo sois, señor don Diego, 
tan corto de vista? ¿No conocéis que es San 
Telmo?» Llaman los marineros cristianos 
San Telmo á una exhalación que parece es- 
trella, cuando viene bonanza después de al- 
guna tempestad. Todos los que estaban pre- 
sentes entendieron el dicho; y cuando des- 
embarcó todos le saludaron por San Telmo, 
el cual nombre se le quedó hasta hoy entre 
la gente de guerra. 

Yendo ribera del Careliano, cabalgó para 
alcanzar á los franceses, y cayó el caballo con 
él, y algunos le dijeron que era mal agüero; 
á los cuales él respondió: «Pues la tierra nos 
abraza, nuestra quiere ser»; aunque César lo 
hubiese antes dicho, hízolo suyo el Gran 
Capitán. 

Dijeron al Gran Capitán que estando el 
coronel Villalba y Cornejo haciendo derribar 
á Montilla, trabajando muchos soldados y 
azadoneros derribando un lienzo muy alto y 
muy largo, cayó y tomó en bajo y mató gran 
número de aquellos que la derribaban y nin- 
guno escapó; y respondió el Gran Capitán: 
«Mejor se defendiera Montilla y más valero- 
samente estando viva y sana, pues muerta y 
condenada ha muerto á tantos». 

Estando un día sentado á la mesa en Cas- 
tilnovo, estaban treinta capitanes y caballe- 
ros á la mesa, vinieron dos caballeros muy 
valerosos y no cabían. Levantóse el Gran 
Capitán y dijo: «Señores, hagamos lugar á 
estos dos caballeros, porque si no fuera por 
ellos no tuviéramos hoy que comer á esta 
mesa». 

Servía el Condestable don Bernardino de 
Velasco á una dama, y solía decir el Condes- 



table que no le faltaba nada á la dama sino 
tener más^arnes, porque era moza y flaca; y 
por favorecer al Condestable le dio una pre- 
sea verde, y el Condestable se vistió de ver- 
de y á sus mozos de espuelas y pajes; y 
topándole el Gran Capitán le dijo: «Señor 
Condestable, si la dama no hace con este ver- 
de, véndala». 

Dijéronle un día que un señor de la Anda- 
lucía mandaba servir á una cierta persona 
con plato cubierto. Respondió el Gran Capi- 
tán: «El Duque, por cubrir á fulano, se descu- 
bre á sí». 

Cuando el Gran Capitán echó á los france- 
ses del reino, proveyéndoles de las cosas ne- 
cesarias, díjole mos de Auberi: «Señor Gran 
Capitán, mandad darnos caballos para ir y 
volver». Dando á entender que volverían á 
renovar la guerra. El Gran Capitán le dijo: 
«Señor mos de Auberi, id con Dios y volved, 
que la mesma liberalidad que agora uso con 
vosotros usaré entonces de os tornar, dado 
que tornéis á volver». 

Dijéronle un día que Pedro de Médicis, 
hijo del magnífico Lorenzo, había quebranta- 
do la palabra que dio de se rendir dentro de 
tantos días si no fuese socorrido, y no la 
cumplió. Respondió el Gran Capitán: «No es 
mucho que como capitán la quebrante, pues 
no la quebrantó jamás como mercader». 

Estando aposentado en cierta parte deste 
reino en casa de un caballero cuya mujer no 
tenía muy buena fama, estando el Conde de 
Cabra hablando con él, había un mal olor. 
Preguntóle el Conde: «¿Qué es esto que hue- 
le mal?» Fuele dicho que calentaban el hor 
no con cuernos. Dijo el Gran Capitán: «Qu 
man la dehesa porque nazca hierba». 

Estando en Barleta sufriendo muchas nec 
sidades, los soldados españoles persuadie- 
ron á los otros italianos y alemanes que otro 
día tocasen alarma y se fuesen y amotinasen 
para se ir á buscar de comer á toda ropa. Sa- 
bido por el Gran Capitán, los mandó llamar á 
todos, y les hizo un parlamento en que les 
dijo: «Sabido he, señores y compañeros, que 
estáis determinados de os ir y desamparar á 
vuestro capitán. Id con la gracia de Dios, 
que con los mis castellanos, con mis leones, 
haré la guerra á toda Francia; que estos es- 
toy muy seguro que no se irán, aunque 
jamás los paguen, ni coman, ni beban, según 
su fidelidad y lealtad que en ser español 



» 




DEL GRAN CAPITÁN 



469 



♦ipnen». Ellos respon«i:'>ron que besaban las 
manos á su señoría por haber cuiiuv.ido He- 
lios su lealtad; que daban su fe dende ade- 
lante ser cuerpos encantados, y no comer 
ni beber». Los italianos y alemanes y de 
otras naciones, veyendo á los mesmos que 
causaban la rebelión, se sosegaron y no ha- 
blaron más en aquel motín. 

Estando el Gran Capitán en el cerco de 
Taranto, mandó ahorcar á un soldado muy 
sedicioso, que había cometido muchos deli- 
tos; el cual llevándolo á hacer justicia del, de- 
cía grandes querellas y emplazaba al Gran 
Capitán para delante de Dios. Sabido por el 
Gran Capitán dijo: «Dicilde á ese soldado que 
vaya á la otra vida, que allá hallará á don Al- 
fonso de Aguilar, mi hermano, que responde- 
rá por mí», que era entonces recién muerto 
y le había venido la nueva de su muerte. 

Estando para pasar el puente del Garella- 
no, á do estaban de la otra parte, como atrás 
dijimos, nueve tiros gruesos de artillería, 
queriendo pasar el mesmo Gran Capitán con 
los soldados por el puente, le fué dicho por 
un gran señor: «No se puede pasar, porque 
morirán todos». El Gran Capitán respondió: 
«Cumple pasar el puente y no cumple vivir 
hasta que se cobre» un tiro de campo que 
habían llevado; lo cual así fué hecho. 

Díjole un día el contador: «En esta vuestra 
casa hay muchos de quien V. S. no tiene ne- 
cesidad». Respondió el Gran Capitán: «¿No 
veis, amigo, que si yo no tengo necesidad de- 
Uos, ellos la tienen de mí?» 

CAPÍTULO XVIII 

En el cual el autor pone ciertas comparacio- 
nes, comparándole con algunos capitanes 
griegos y romanos y españoles. 

Si queremos comparar al Gran Capitán con 
algún capitán romano, luego y de los prime- 
ros se ofrece Julio César, perpetuo dictador, 
varón sin duda de mucho esfuerzo y muy sa- 
bio en las cosas de la guerra. En muchas co- 
sas fueron estos dos capitanes Gonzalo Her- 
nández, Gran Capitán, y Julio César, dictador 
perpetuo de Roma, semejantes; porque am- 
bos hicieron guerra á los franceses, y ambos 
triunfaron dellos, entrambos con ejércitos 
extranjeros, Julio César con gente de guerra 
del Senado y pueblo romano; el Gran Capi- 
tán con ejército de los Reyes de España. En- 



trambos con poca gento vpno;prnn á muchos 
contrarios; entrambos por sus famosos he- 
chos alcanzaron renombres señalados. César 
fué llamado dictador perpetuo, que fué la 
mayor dignidad que había entre los romanos; 
y por ser tan suprema no duraba más de me- 
dio año, la cual usurparon después los Empe- 
radores, que no se diferenció más que en el 
vocablo del nombre de Emperador, la cual 
tuvo toda la vida. Gonzalo Hernández fué lla- 
mado Grande, la cual dignidad los griegos 
dieron á su Rey Alejandre, que lo llamaron 
Magno, que quiere decir Grande. Los roma- 
nos áPompeyo lo llamaron el Gran Pompeyo. 
Entre los franceses á Carolo, hijo de Pipino, 
que lo llamaron Carolo Magno, y á Gonzalo 
Hernández, Gonzalo el Grande. Entrambos 
estos dos capitanes Julio César y Gonzalo 
Hernández fueron de claro linaje y muy ilus- 
tre. Julio César fué hijo de Lucio César, noble 
romano, que fué en aquella cibdad pretor, 
que fué una dignidad muy preeminente, lo 
cual afirma Plinio en el séptimo libro de la 
Natural Historia, en el capítulo cincuenta y 
cuatro. El Gran Capitán fué hijo de don Pe- 
dro Fernández de Córdoba y de doña Elvira 
de Herrera, cuya fué la Casa de Pedraza y 
Villalba, con otras muchas villas y lugares 
deste reino. Fué nieto de don Gonzalo Her- 
nández de Córdoba, de muy antigua y noble 
sangre, que descendía de aquellos caballeros 
los primeros que ganaron á Córdoba de po- 
der de los moros y los echaron de aquella 
cibdad, de donde tomaron el apellido y linaje 
de Córdoba, que es uno de los principales de 
Castilla y con tan buen título ganado. 

Estos dos capitanes tuvieron mucho ánimo 
en el acometer aun las cosas que parecían 
imposibles á los hombres. Ambos tuvieron 
gran presteza en el obrar y mucha constan- 
cia en el perseverar. Ambos sabían gozar la 
victoria. Ambos fueron muy piadosos aun 
con los enemigos: perdonaban muy fácilmen- 
te aun á los que les habían injuriado, porque 
les parecía gran bajeza de ánimo acordarse 
de las injurias. Ambos fueron muy sufridores 
de trabajos; ambos fueron muy quistos de la 
gente de guerra; ambos gozaron de la virtud 
de la liberalidad, que es la principal virtud del 
buen capitán, que jamás sintían mayor placer 
que cuando daban; en tanta manera quel 
Gran Capitán decía muchas veces que era en 
cargo á aquellos á quien daba, por ser causa 



470 



CRÓNICA MANUSCRITA DEL GRAN CAPITÁN 



que él fuese liHí^mi Ambos comenzaron en 
un mesmo tiempo de su edad y acabaron en 
un mesmo tiempo de una edad. Mas tueron 
en los afectos del mundo muy diferentes, 
tanto que en ninguna cosa fueron conformes; 
porque César fué notado del vicio contra na- 
tura, según lo atestigua Suetonio Tranquilo 
y los historiadores que de su vida hablan, y 
el Gran Capitán fué muy casto y guardó la fide- 
lidad que al matrimonio se debe guardar, 
ofreciéndosele muchas veces muchas y gran- 
des ocasiones; que afirman algunos que en ha- 
ber guardado tan bien aquel Sacramento le 
ayudó Dios, como se verá muy claramente en el 
discurso de la historia. César ni dejaba casa- 
das, viudas ni doncellas, en tanto grado que 
cuando entraba triunfando de Roma, su mis- 
ma patria, los soldados suyos entraban can- 
tando delante del que traían un capitán de 
quien debían guardar sus mujeres. El Gran 
Capitán tenía muy gran recabdo en entrando 
en cada pueblo que las mujeres se guardasen 
juntamente con las iglesias; y para esto te- 
nía personas castas señaladas; y no digo en 
los lugares que esto se hizo, porque seria 
más historia que comparación. César, seyen- 
do inviado por el Senado y pueblo romano á 
conquistar la Francia, con la misma gente de 
guerra que le dio su misma patria, volvió con- 
tra ella y la sujetó, robó y tiranizó, destru- 
yéndola y quebrantando sus libertades, y se 
hizo tirano y señor della. Gonzalo Hernández 
ganó aquel reino dos veces, la una del Rey 
Carlos y de Federico, y la otra del Rey Luis; 
y ofreciéndole la primera vez el Rey Federico 
todo el reino y entregándoselo y todas las 
fuerzas dél y que le diese alguna parte en 
que viviese, jamás lo quiso, no sólo acep- 
tarlo, mas aún estuvo muy quejoso del mes- 
mo Rey Federico; y después de haber ganado 
el reino todo, el Rey Luis, queriéndole todo el 
reino y el Papa Julio alzándole la fidelidad 
que á su maestre debía, que como á Rey de 
Aragón ninguna le debía, nunca lo quiso 
aceptar y lo dejó todo y se vino en España, 
con el mesmo Rey don Fernando, que á la sa- 



zón era Rey de Araeró», con aquella obedien- 
cin o"<= oícmpre le había teniao. César fué 
muy liberal de lo que robó, quebrantando el 
tesoro que los romanos habían ayuntado en 
tiempo de los Reyes y Cónsules, que era muy 
excesivo todo el tiempo que habían señorea- 
do, que fueron más de mil años; y esto repar- 
tió por los soldados. 

El Gran Capitán sostuvo á los soldados y 
gente de guerra lo más del tiempo dándoles 
su hacienda y empeñando sus estados. César 
daba mucho de lo que por fuerza robaba, y el 
Gran Capitán de su propia hacienda, que es 
el efecto de la liberalidad; porque le parecía 
que entonces gozaba de las riquezas, cuando 
las daba. Nunca dio á truhanes ni á choca- 
rreros, cosa muy aneja á los señores y Gran- 
des, sino á personas religiosas y que tenían 
necesidad, y quedaba en obligación de les 
dar. A César le mataron los mesmos romanos 
en el Senado y le dieron veinte y tres cuchi- 
lladas y puñaladas, y la más peligrosa, de que 
murió, fué la que le dio Marco Bruto, á quien 
él tenía por hijo nacido de adulterio, según 
decía Filipo el zurujano que le quiso curar; y 
el Gran Capitán fué querido de todos los 
amigos y enemigos y de su gente de guerra, 
que antes escogían la muerte que hacer cosa 
de que él recibiese enojo. Fué muy quisto de 
aquellos á quien conquistó y venció. Testigo 
es el Rey Luis de Francia, á quien él ganó la 
parte que en aquel reino tenía, y le mató y 
prendió y echó del reino y de toda Italia á 
sus capitanes y muchos millares de france- 
ses; que después, en las vistas en que se vie- 
ron el Rey Fernando y el Rey de Francia en 
Saona, le dijo el Rey Luis al Gran Capitán 
delante del Rey Fernando, que ya sus deseos 
eran cumplidos, pues había visto al Gran Ca- 
pitán, que era la cosa del mundo más desea- 
da por él. Murió el Gran Capitán en su 
cama, cercado de sus criados y deudos, en 
las manos de su mujer y hija, conociendo á 
Dios con tanto conocimiento de él como lo 
tuvo en su vida; cosa muy rara y concedida 
solo á tres capitanes. 



FIN 



LA VIDA Y CHRÓNICA 



DE 



GONZALO HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA 



LLAMADO POR SOBRENOMBRE 



EL GRAN CAPITÁN 

POR 

PABLO lOVIO, Obispo de Nocera. 

AGORA TRADUCIDA EN NUESTRO VULGAR 

1554 

Con prÍL'ileg:o de Su Alteza por diez años (^). 



(Al dorso de la portada hay ua escudo grabado en madera con las armas imperiales, y debajo se leen lag 
signietiteg licencias de imprimir): 

Concede Su Alteza privilegio á Miguel de Capila^ mercader de libros^ que ninguna 
persona^ de qualquier estado ó condición que sea^ por tiempo de diez años, pueda 
imprimir el libro llamado la Vida y Chronica del Oran Capitán, ni traerlo á vender 
de otros reinos sin licencia suya; y si lo contrario hiciere, pierda los libros que hubiere 
imprimido y incurra en otras penas contenidas en el original privilegio. Dado en 
Valladolid á VI de Hebrero de 1554. 

(Aquí un espacio como de dos líneas y sigue): 

Fue visto y examinado el presente libro por los Muy Reverendos y Muy Magnífi- 
cos Señores Licenciados Moya de Contreras y Arias Gallego, inquisidores del lieyno 
de Aragón. 

(Espacio de otras dos líneas.) 

Quédase imprimiendo la Vida del Marqués de Pescara. 

(') Un volumen en folio, de do» hojas preliminares y setenta y nueve de texto. En el centro de la portada 
hay un grabado en madera que representa el busto del Gran Capitán, encerrado en un óvalo, con la leyenda 
El Gran Capitán. Al pie de ól está el titulo de la obra, impreso á dos tintas, arriba inserto; cercado todo de 
una orla con grabados en madera que representan asuntos religioscs. 



Al Muy Reverendo y Muy Magnífico Señor el Li- 
cenciado Moya de Contreras, Inquisidor en el reino 
de Aragón. 

Muy Reverendo y Muy Magnífico Señor: 

Haber de loar tales y tan raros y excelentes varones como son los que se igualaron con 
Gonzalo Hernández de Córdoba, Gran Capitán, fué siempre obra y trabajo de un grandíssimo 
cuidado y fatiga, porque no puede emparejar la invención y la dotrina ó el estilo con la gran- 
deza de sus loores y merescimientos, ni por mucho que se alborocen los muy aventajados 
ingenios bastan á llegar á poner sus virtudes en aquel grado que ellas merescen. No embar- 
gante que puede tanto la memoria de los hechos de semejantes príncipes, assentada y 
puesta en obra condecente (sic) al valor que tuvieron, que como el mundo, cuando tiene tales 
hombres, aunque algunas veces los reconosce, pero las más no les tiene aquel respeto y 
reverencia que á sus maravillosas obras se debe, y muchas los persigue y maltrata. Por la 
scriptura y obras de un excelente y alto entendimiento, se consigue que sea su memoria tan 
esclarecida é ilustre que sobrepuja al favor que el mundo les dio en el mayor sucesso de sus 
hazañas y recompense con grande cúmulo á la invidia que les tuvieron. Gloriossísimo y 
valerosíssimo príncipe fué el Gran Capitán, tal que su fama inmortal y eterna da por muy 
diversas vías ocasión que sea celebrado su nombre con perpetuos escritos. Y la dotrina y 
suma elocuencia del Jovio es tan eminente que mereció encargarse de ilustrar su nombre, lo 
cual él hizo con tanto sucesso que, aunque por otras obras sea muy estimado como uno de 
los muy señalados historiadores de nuestros tiempos; pero por estos libros que ha com- 
puesto de la vida del Gran Capitán, no solamente ha ganado renombre de elocuentíssimo y 
prudentíssimo escritor, pero, lo que no es de tener en menos en autor extranjero, de muy 
diligente y fiel. El nombre del Gran Capitán me aficionó á leer esta obra más de una vez, y el 
deseo que conocí en v. m. que se leyese en nuestra lengua, á traducirla, cosa muy ajena de 
mi condición y de mi pereza. Poca necessidad hay en este lugar de acordar cuan rendida 
tengo mi voluntad al servicio de v. m.; pero todavía quise que se entendiese que, de cual- 
quiera fatiga mía, muchos días ha que le tenía en mi pensamiento dedicadas las primicias. 
Bien sé que otras pudiera haber en que tuviera más parte mi trabajo, siendo de mi propio 
caudal, si le hubiese; pero como me aseguré que éstas habían de ser más aceptas, todo lo 
pospuse por obedecer en esto, confiado que lo rudo y grosero no se echará tanto de ver, 
porque llevarán á v. m. elevado las maravillas y hazañas de este hombre, y quedaré yo con 
alguna excusación relevado de ocuparme de aquí adelante en obra de esta calidad, porque no 
se hallará otro Gran Capitán con cuyos hechos pueda yo á v. m. entretenerle sin aventurar 
de ser descubierto el daño en lo que de mi casa pusiesse. Guarde Nuestro Señor y prospere la 
muy reverenda y muy magnífica persona de v. m. con acrescentamiento de estado. De 
Zaragoza á seis de Febrero de 1554. 

Señor: besa las manos de v. m. su muy cierto servidor, 

Pedro Blas Torrellas. 



LIBRO PRIMERO 



DE LA 



mk DE GOfiLO 




LLAMADO POR SOBBENOMBRE 



EL GRAN CAPITÁN 



Por pablo JOVIO, Obispo de Nocera. 



Yo quisiera que la fortuna hubiera conce- 
dido á la afligida y casi arruinada Italia lo 
que verdaderamente fuera mediano consue- 
lo, en especial en estos tristes y llorosos 
tiempos, que acaesciera á nascer en ella este 
hombre, el cual fué tan excelente y capitán 
nunca vencido entre los otros de nuestra 
edad; porque después que por nuestras locas 
discordias habemos perdido toda la reputa- 
ción y gloria de la antigua guerra, sin duda 
que el cruel dolor de esta perdida libertad, 
recibiendo este bien, fuera menor. La vida de 
un hombre extranjero entre las otras vidas 
he determinado escribir porque cansado de 
la continua y larga fatiga, tuviese alguna 
recreación y descanso, y también porque el 
ejemplo de una clara y perfecta virtud, que en 
la historia no ha seído lícito engeriría, la 
sepan todos para podella imitar. Aunque no 
creo que Italia esté tan desierta de valerosos 
hombres en paz y en guerra dignos de todo 
loor, por lo cual se pueda pensar que en ella 
se haya del todo perdido la casta de los capi- 
tanes antiguos, los cuales con la verdadera 
virtud y esfuerzo, han seído vencedores de 
todas las otras edades y naciones. Porque si 
queremos considerar las grandes pérdidas y 
calamidades de la guerra, que no sólo en Ita- 
lia, mas aún en todo el universo mundo han 
sucedido, y de ellas se ha seguido una dolo- 
rosa mudanza en todas las cosas, confesare- 
mos que en estos trabajosos tiempos ha 



habido muchos hombres que con sus esfuer- 
zos y claras hazañas se han querido igualar 
con los triunfos de los antiguos. Que si el Im- 
perio romano estuviera en pie y firme y la 
disciplina militar unida y no corrompida, hasta 
el día de hoy, y los bárbaros crueles enemigos 
no nos hubieran sembrado discordia y ban- 
dos que con ellos nos han quitado el enten- 
dimiento, es cierto que ninguna edad se igua- 
laría á esta nuestra en ser abundante de 
valientes soldados y valerosos capitanes. Por- 
que la invencible fortaleza de la floresciente 
república con las fuerzas de los emperadores 
y aquel siempre felice y saludable consenti- 
miento de Italia, de la cual fueron sojuzgadas 
todas las cosas, hombres medianos que aca- 
so habían seído hechos capitanes, nos procu- 
raron grandes victorias y alcanzaron grandes 
triunfos. Mas la fortuna en este enojoso tiem- 
po ha mostrado otra semejanza de cosas á 
los capitanes de nuestra edad, los cuales mu- 
chas veces han tenido mayor trabajo en tener 
á los soldados sojuzgados y en obediencia 
que en vencer á los enemigos en las peligro- 
sas empresas y dudosas batallas; porque 
vemos del todo perdida y muerta la discipli- 
na militar, ó por la flaqueza de las fuerzas de 
Italia, la cual está opressa de la multitud de 
los señores, ó por la larga enfermedad de la 
negligencia. Y ansí, permitiéndolo nuestro 
hado, es necesario que la busquemos, con 
poca honra nuestra, en las naciones extranje- 



474 



PABLO 



ras, las cuales la recibieron de nuestros ante- 
pasados con mucha gloria. Porque si consi- 
deramos con qué obediencia de soldados, 
con cuánta religión de capitanes y maestros 
de campo, con qué severidad de capitán gene- 
ral la guerra estaba fundada, juzgaremos 
ciertamente ser muy pocos los que son me- 
rescedores del nombre de buenos soldados. 
Y también por un antiguo vicio tienen á des- 
honra y menos valor algunos caballeros ó 
hijosdalgo, los cuales tienen esfuerzo y des- 
treza para la guerra, ser soldados á pie, lo 
que en nuestros antepasados fué muy honro- 
so, y de aquí viene que la infantería se hace 
de hombres serviles y bajos, los cuales 
pelean más con un ímpetu temerario que con 
cierta razón de guerra, y á veces ó por vileza 
de ánimo y vergonzosa alevosía están á pun- 
to de hacer traición al capitán, en la mano del 
cual está puesto el consejo, peso y gobierno 
de la guerra. No es de maravillar que los sol- 
dados desemejantes en lengua y costumbres 
no tengan todos un fin en el guerrear ni pue- 
den tener una voluntad en ser gobernados de 
capitanes, si primero no prueban la fuerza 
del imperio con crueles ejemplos de justicia, 
manchando muchas veces la majestad del 
nombre, el cual fué siempre más poderoso por 
reverencia que por severidad.Pues ¿cuál será 
aquel capitán general, si no fuere como por 
milagro, que con razón gobierne la guerra, 
viendo que muchas veces los soldados, rece- 
bida la paga, se le pasan al campo del enemi- 
go, en las obras ordinarias no quieren traba- 
jar, estando en la orden roban, no pueden 
sufrir que un punto en el campo falten vino ó 
vituallas, y finalmente, no se avergüenzan al 
tiempo de dar alarma, teniendo el enemigo 
delante, de demandar la paga? Pues ¿qué 
general habrá que quiera perdonará los sol- 
dados que por una ligera ocasión muchas 
veces se amotinan? ¿ó que sean obstinados, 
sediciosos y fugitivos? ¿Quién jamás podrá 
corregir con ingenio y prudencia estos erro- 
res, que verdaderamente son mensajeros de 
la calamidad y de la pérdida? Pues en el 
medio de estas dificultades, de esta deprava- 
da disciplina, los capitanes de nuestro tiem- 
po con grandísima fatiga han combatido. E 
ninguno tiene duda que estas cosas no les 
hayan seído muy grande estorbo á su esfor- 
zado valor, el cual indubitadamente caminaba 
á la cima de la gloria de la guerra. Florescie- 



JOVIO 

ron igualmente muchos ilustres capitanes 
cuyas hazañas habemos extendidamente es- 
cripto en nuestra historia, ansí italianos como 
extranjeros, los cuales por diversos caminos 
alcanzaron grandísimos títulos y renombres. 
El primero es el Triultio, el Conde Pitiliano, 
Francisco Gonzaga, Pablo Vitelio, Bartolo- 
mé de Albiano, don Gastón de Fox, el Con- 
de Pedro Navarro, el Próspero Colonna y 
don Hernando de Avalos, que en el medio de 
su edad la muerte nos le llevó. Porque ¿quién 
con mayor consejo y artificio ha tratado la 
guerra que el Triultio, que desde su niñez 
hasta la edad decrépita se ha ejercitado en 
todos los oficios de la milicia gloriosamente? 
El cual siendo lleno de todo loor y honra, en 
esto fué clarísimo, que muchas veces sin 
muerte ni herida de los suyos rompió y des- 
barató grandes ejércitos de enemigos. ¿Quién 
podrá igualarse en la constancia, en el juicio 
y vigilancia con el Conde Pitiliano, capitán 
gravísimo y muy reposado? ¿Quién se igua- 
lará con el Gonzaga, Marqués de Mantua, en 
autoridad y en esplendor, en el amor de los 
soldados, en los aderezos de los caballos y 
armas, en la animosidad, en un ardor y esfuer- 
zo de corazón valeroso? ¿De qué loor no será 
merescedor el Vitelio, el cual, movido de un 
encendido deseo del amor militar, en especial 
de la disciplina doméstica, de la cual fué 
siempre muy curioso, trató y manejó las armas 
que si la muerte no le hubiera arrebatado en 
medio de la vida, el sólo se creía que bastaba 
para recobrar y defender la perdida libertad 
de Italia? No dejarán de loar grandemente 
los que vendrán después de nosotros la 
siempre pronta y presta industria de Barto- 
lomé de Albiano, hombre ejercitado, agudo y 
terrible. ¿A qué edad no pondrá espanto y 
maravilla el mozo y tan mozo don Gastón de 
Fox, el cual primero fué capitán general que 
soldado, primero clarísimo vencedor que rece- 
bido por general, que con una increíble pres- 
teza en pocos días ganó muchas más victo- 
rias y más nobles que ningún otro capitán 
viejo en el término de su larga vida? El Con- 
de Pedro Navarro fundado en todos sus 
hechos en un verdadero valor y esfuerzo, no 
siendo de ilustre linaje, fué famosísimo, así 
en la adversa como en la próspera fortuna. Y 
ciertamente hubiera ganado el renombre de 
excelente capitán si la insolente fortuna no le 
hubiera derribado en esta miserable y última 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



475 



prisión. Próspero Colona fué de una ilustre y 
firme prudencia, un ánimo templado, una 
grande é increíble autoridad en la disciplina 
militar, más manso que severo, con un conti- 
nuo concierto de vida delicada, y aunque por 
otro no meresciese loor, por esto sólo le con- 
viene como á capitán de sangre romana, que 
con un instinto severo y piadoso, especial- 
mente con los soldados extranjeros, como 
amador de su patria, ha tenido siempre apar- 
tados los inconvenientes y daños que de la 
guerra le pudieran suceder. Pues don Her- 
nando de Avalos, Marqués de Pescara, suce- 
sor en la misma guerra y en el imperio, ¿qué 
pregón de gloria le será bastante para dalle 
loor á su merescimiento, el cual en todas las 
guerras que trató se hizo admirable con tan 
nobles é incomparables victorias ganadas con 
sólo su divino consejo y con su fortísimo y 
valeroso brazo, que lo han ensalzado encima 
de la cumbre de la verdadera gloria militar? 
Mas de todos estos excelentes capitanes de 
que poco ha habernos hecho memoria, en nin- 
guno de ellos se hallará que hayan cabido 
juntamente todas las virtudes militares. Por- 
que á los unos en las grandes empresas les ha 
faltado el verdadero esfuerzo, ó á los otros el 
maduro consejo, ó á los otros la clara fama 
de la entera fidelidad y á muchos la misma 
fortuna, la cual en los sucesos de la guerra se 
ha usurpado el gobierno y se ha hecho seño- 
ra, de suerte que ni nosotros ni los que ven- 
drán osarán esperar de ver con los ojos un 
perfecto capitán general. Porque si nosotros 
queremos ajuntar todas las virtudes de todos 
en uno, quitados aparte los vicios, y formar 
en el ánimo y proponer de vello, para iguala- 
lle y aventajalle á todos los otros, es cierto 
que el Gran Capitán Gonzalo Hernández, así 
por merescido y felice renombre como por la 
virtud del ánimo y por la alta y gentil dispu- 
sición, hace muy grande ventaja á todos los 
capitanes de nuestro tiempo. 

Nació en Córdoba, ciudad antiquísima del 
Andalucía, madre clarísima de singulares 
ingenios; y si queremos buscar testimonio del 
tiempo del Imperio Romano, hallaremos que 
salieron los nobilísimos poetas Lucano y dos 
Sénecas, ó si queremos las cosas más recien- 
tes, del tiempo de los moros, después de 
echados los godos y vándalos, cuando cuasi 
toda la España fué sojuzgada de las armas 
africanas, á Córdoba fué traída la escuela de 



las letras arábigas y florescieron en ella con 
singular abundancia de maestros. Hallamos 
que los antecesores del Gran Capitán fueron 
nobilísimos y valerosos guerreros, por lo cual 
se llamaron de Aguilar. Porque, como se pue- 
de pensar, con privilegio de una ilustre vir- 
tud solían llevar el águila, insignia noble déla 
legión romana, tal que es de creer que de la 
honra de aquel honrado cargo, la familia tomó 
aquel apellido, no faltando jamás en aquel 
generoso linaje hombres esforzados y vale- 
rosos, bastantes para ganar gloriosas empre- 
sas, y ansí la tierra que ellos habitaron se lla- 
mó de Aguilar. Los godos usaban que de una 
gloriosa hazaña tomase el nombre todo el 
linaje, lo que se debe de tener á vergüenza 
que en España la claridad del linaje no pro- 
ceda de otra parte que de la sangre de los 
godos. No afirmaré por cosa cierta esto del 
águila de la legión romana, aunque es grande 
rastro de la verdad, porque los de Aguilar, 
antes que se llamasen de Córdoba, trajeron 
el águila por sus antiguas arn-¡as, y ansí es 
lícito á los escriptores, con licencia de los lec- 
tores, traer los principios de los hombres ge- 
nerosos, de los ¡lustres, y de aquí viene que 
con razón nos maravillamos que algunos poe- 
tas y escriptores de historias, que podiéndo- 
le derechamente, sin mudar una sola letra, 
llamarle Gonzalo con su certísimo nombre de 
Aguilar, le hayan llamado gofamente una 
vez Agidario, otra Agelario, como yo creo 
de la corrupta voz de la tierra de Aguilar, 
donde según la costumbre de aquella nación, 
como se pued2 ver en España y en Francia, 
que muchos linajes han tomado el nombre de 
la señoría y posesión de la tierra. Pero Gon- 
zalo Hernández, según tengo entendido del 
Duque don Luis, su yerno, decía que él era na- 
cido de la familia de los de Córdoba, aunque 
en sus cartas familiares dejase atrás el nom- 
bre de la ciudad y de la familia, por ser cono- 
cidos de todos sus parientes del nombre de 
la tierra. 

Pues como el Rey don Hernando, después 
de muchos trabajos y largo sitio, hubiese ga- 
nado la ciudad de Córdoba y en él los de 
Aguilar haberle bien servido, por honra de la 
ciudad ganada tomaron el sobrenombre de 
Córdoba, como más noble; y aunque el linaje 
de los de Córdoba deciende de muy alta cepa 
y está extendida en muchos ramos, por dis- 
tinguir los parentados, muchas veces recibe 



476 



PABLO JOVIO 



muchos renombres ó de las tierras que seño- 
rean ó tomando el apellido de las madres. 
Don Pedro de Córdoba, padre de Gonzalo 
Hernández, fué en su mocedad muy ejercita- 
do en la guerra de los moros antes que el rei- 
no de Granada fuese ganado, y siendo así por 
gravedad de consejo como por fortaleza, mi- 
litar muy reputado entre los principales gran- 
des, murió en el medio de su edad en Toledo 
de mal de costado, dejando de su mujer doña 
Elvira de Herrera, señora de nobilísima san- 
gre y de grande hermosura, á don Alonso de 
Aguilar y á Gonzalo Hernández sus hijos, 
mozos de poca edad, los cuales después se 
mostraron de gran fortuna y gloria en muchas 
guerras. 

Florescían entonces en Córdoba dos par- 
cialidades, y ambas á dos de la casa de Cór- 
doba: la una se llamaba del Conde de Cabra, 
la otra de Aguilar; de ésta había seído esfor- 
zado capitán don Pedro. Después que fué 
muerto, los del bando de Aguilar, en sus 
escaramuzas y contiendas, no querían por 
capitán sino á los dos hermanos huérfanos del 
padre, aunque muy mozos; y muchas veces en 
sus batallas los llevaban delante, teniendo por 
cierto que con tales capitanes no podían ser 
vencidos de sus enemigos. E siendo ya ellos 
hombres hechos, siguióse luego la conquista 
de Granada, los cuales, como nacidos y cria- 
dos en medio las armas civiles, florescieron en 
ella, con próspera y gloriosa fama, y desde 
Antequera, tierra vecina á Granada, hicieron 
á los moros grandes y crecidos daños. El don 
Alonso era mayor de tres años que Gonzalo 
Hernández, y por ley y costumbre de España 
heredó el mayorazgo, de manera que á Gon- 
zalo no le quedó más que una poca hacienda 
y sola la esperanza que le prometían la for- 
tuna y su valor. Porque en este modo sus 
antiguos padres tienen por cierto que la 
noble juventud, después que encada linaje al 
primer hijo le toca toda la hacienda por ma- 
yorazgo,los otros hijos, apretados de la mise- 
ria y pobreza, deben aspirar á nuevas espe- 
ranzas y á los ejercicios de la guerra, donde 
se alcanzan grandes premios, como es averi- 
guado que los mozos generosos se suelen 
despertar de un ocio infame y dejando el 
regalo ganar en la guerra grande honor. 

Gonzalo Hernández, mozo sin barbas, ayu- 
dado de la liberalidad de don Alonso de 
Aguilar su hermano, le trajeron al servicio 



del mozuelo Rey don Alonso, acompañado de 
Diego de Cárcamo, sabio y honrado caballe- 
ro. Este, haciendo el oficio de ayo y maestro, 
adestraba á este mozo enseñándole costum- 
bres muy excelentes. El cual con ánimo 
encendido y con la dispusición de un tortísi- 
mo cuerpo, aspiraba á hacerse valeroso y 
esforzado. Fué encomendado al Rey don 
Alonso de algunos amigos de su padre, hom- 
bres de suma dignidad y grandeza, los cuales 
fueron don Alonso Carrillo, Arzobispo de 
Toledo, y don Juan Pacheco, Maestre de San- 
tiago, A pocos días que asentó en su servi- 
cio murió de enfermedad el Rey don Alonso, 
y pocos meses después, habiendo quedado 
huérfano del Rey su señor y siendo ambos de 
una edad, la Reina doña Isabel, estando en 
Segovia, le envió á mandar que con las mis- 
mas condiciones le viniese á servir. Era esta 
Princesa hija de don Juan, Rey de Castilla, 
hermana y heredera del Rey don Enrique y 
del mozuelo Rey don Alonso, casada con el 
Rey don Hernando de Aragón, la cual por 
razón de la dote ajuntó los reinos de la una 
y otra Castilla con los reinos de Aragón y 
Valencia; Princesa así por la grandeza de 
ánimo generoso y prudente como por el loor 
de la pudicia y religión merecedora de ser 
igualada con las antiguas. Estando Gonzalo 
Hernández en la Corte de estos Reyes, cuan- 
do se hacían torneos, justas ó juegos de 
cañas, siempre en estos ejercicios se llevó el 
precio á todos los generosos de su edad, y 
era llamado de la multitud del pueblo Prínci- 
pe de los caballeros, porque les hacía grande 
ventaja así en la grandeza de la fuerza como 
en la alta y gentil dispusición y hermosura 
de rostro y en la muy buena conversación, la 
cual, ajuntada con las otras virtudes, señorea 
grandemente los ánimos de los hombres. 
Tenía en compañía de éstas aquella que sue- 
le ganar las voluntades del pueblo, que es la 
espléndida liberalidad, el cual con la grande- 
za de ánimo no ponía término en el gasto y 
procuraba en caballos, armas y aderezos de 
gala y en grande y honrado plato adelantar- 
se de todos los hijos de los grandes señoríos. 
Eran quizá estos gastos un poco mayores que 
sus rentas, mas eran tan grandes que pasa- 
ban el término de toda esperanza, la cual 
páresela que le prometía grandes señoríos. 
E ansí un día que no era muy solemne se vis- 
tió una ropa de carmesí aforrada en martas 



I martas, 

é 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



477 



cebellinas, que le había hecho de costa dos 
mil ducados. Su ayo Cárcamo, de que la vido, 
no supo qué decille. Don Alonso de Aguilar 
severamente le persuadió, y en parte como 
hermano le rogó, que se dejase de tan excesi- 
vos gastos. Porque á la fin del año, si no se 
ponía en ellos remedio conveniente, con ver- 
güenza de ambos y con placer de sus enemi- 
gos les sería forzado de fallir. A esta carta 
Gonzalo Hernández respondió casi en estas 
palabras: 

«Verdaderamente, señor y hermano, que 
vos no seréis parte para quitarme aquella 
grandeza de ánimo que Dios me ha dado con 
el meterme delante este vano temor de la 
pobreza que ha de venir, porque no tengo 
ninguna duda que dejaréis de favorescer con 
vuestra hacienda al vuestro querido herma- 
no, ni aun Dios, el cual con cierta providencia 
siempre suele favorescer á aquellos que ca- 
minan á la honra, ni menos me faltará la fe 
dada del secreto de las estrellas». 

Ya se iba pronosticando grandes riquezas 
con las cuales pudiese satisfacer á los deseos 
de su liberalidad y magnificencia. Con esta 
arte y medios procuraba de hacerse bien 
quisto de todos los cortesanos. Y como era 
muy ardiente y deseoso de la guerra, acaes- 
ció que luego sucedió la guerra contra portu- 
gueses, y la Reina doña Isabel le envió á don 
Alonso de Cárdenas, el cual á la hora estaba 
en Trujillo, capitán general del ejército, y 
obtuvo licencia de ir por lugarteniente de la 
capitanía de su hermano don Alonso, la cual 
era de ciento y veinte hombres de armas. Es- 
te fué el principio de su militía, el cual fué con 
tan próspero suceso, que habiendo dado una 
batalla junto á Albohera y el capitán general 
ajuntados los caballeros y soldados por da- 
lles gracias y loalles cómo en la batalla se 
habían habido tan esforzadamente, al que 
entre los otros dio más honra y con más 
aventajadas palabras fué á Gonzalo Hernán- 
dez, así como aquel que en lo recio de la 
batalla le había visto bravosamente pelear 
y le había conoscido por las armas y devisa. 

Pasados pocos días después el Rey don 
Hernando y la Reina doña Isabel movieron 
una gran guerra contra los moros, y desean- 
do poner temor y espanto á la ciudad de Gra- 
nada, habiendo ya ganado áAlhama, pusieron 
cerco á Talara. Este es un lugar de grande 
comodidad yniuy fuerte, talmente quedeseán- 



dola ganar, dieron el cargo de dar el asalto á 
Gonzalo Hernández. No dudó nada el animo- 
so mozo el allegarse á las murallas, y como el 
lugar era áspero y pedregoso, ni tenía terre- 
no para poder hacerse reparos, mandó hacer 
algunos ingenios en los cuales había puertas 
y ventanas y hízolos cubrir de mucha rama 
que de aquellos huertos había grande abun- 
dancia, porque los soldados estuviesen muy 
guardados y firmes en el combate y batería 
contra las saetas y armas de los enemigos. Y 
él animosamente se metía delante todos en 
los peligros del combate, sin jamás fatigarse, 
renovando siempre en todas partes el asalto, 
de manera que los moros, grandemente 
espantados de la novedad de los ingenios y 
de la animosidad y esfuerzo de Gonzalo Her- 
nández, demandaron parlamento, y siendo él 
el medianero se rindieron con ciertos parti- 
dos. Habiéndose por esta manera Talara 
ganado, Gonzalo Hernández ganó fama de 
valeroso soldado y hombre de grande indus- 
tria y elocuencia en procurar que el capitán 
de los moros aceptase las condiciones que él 
le dio. El campo se levantó de Talara para 
Illora. Illora es una ciudad fuerte vecina de 
Granada casi cuatro leguas, muy provechosa 
á los moros para traer las vituallas, y ellos en 
todas sus empresas la tenían por un seguro 
acogimiento. 

El Rey, maravillado de lo que en Talara 
había visto, la grande presteza é industria, el 
nuevo y súbito reparo, á solo Gonzalo Her- 
nández dio la empresa de combatilla, donde 
con tanta furia las murallas fueron batidas del 
artillería, que en algunos lugares la muralla 
fué echada por el suelo. Los moros, cansados 
de los continuos combates y por la mayor 
parte heridos de los escopeteros, perdieron 
el esfuerzo y ánimo. Halatar, su capitán, lla- 
mó á Gonzalo Hernández á parlamento y en 
su poder y manos dejó todo el negocio del 
rendir á Illora, y ansí con voluntad del Rey, la 
tierra se rindió con aquellos capítulos y con- 
diciones que Gonzalo Hernández concertó, la 
cual presa fué después muy grandísimo daño 
á los moros. El Rey dio la tenencia á Gonza- 
lo Hernández. Entonces fué la primera vez 
que por su merecimiento le hizo capitán de 
ciento y veinte hombres de armas, como lo 
había sido su hermano don Alonso. La Reina 
doña Isabel en esto le favorecía mucho por 
animalle á las cosas de la guerra, y ansí para 



478 



PABLO 



la defensa de Illora le mandaron proveer 
de muchas armas, artillería, municiones, 
abundancia de vituallas, hombres de armas 
y soldados escogidos, y para la paga de sus 
soldados le fueron consignadas ciertas rentas. 
Habiéndose sin duda adquirido nombre de 
Grande, desde illora como él lo deseaba, 
mostró valor de un indómito cuerpo y de un 
ánimo valeroso para ganar renombre de ilus- 
tre. Porque como estaba más allegado al 
enemigo que ningún otro frontalero, cada 
día se ejercitaba en continuas escaramuzas, y 
á vista de los de Granada hacía á los lugares 
circunvecinos muy grandes daños. Y ajunta- 
da su gente con la de Alarcón, con el cual 
estaba á la guardia de Moclin, corrió hasta 
la puerta de Granada, la cual se llama Biba- 
taubin; aquí arruinó los molinos, mató moli- 
neros y quemóles las puertas. El Rey de Gra- 
nada despertado de este temor y la ciudad 
espantada del tumulto, teniendo sospecha 
que Gonzalo Hernández no sería tan osado 
de así á la ventura emprender una empresa 
tan grande sino con engaíío y asechanzas de 
quien con traición le había asegurado. Reina- 
ban entonces dos Reyes en Granada, y entre 
ellos había grande discordia. Porque muerto 
Buluacen, su hermano Baudelin, habiendo 
atraído á su favor y devoción la metad del 
reino, habíase usurpado el nombre de Rey, y 
así en obra como en nombre él era Alzagal, 
que en lengua morisca significa la fuerza de 
un hombre valeroso y esforzado. Había un 
otro hijo de Buluacen, del mismo nombre lla- 
mado así del padre cuando vivía, por una ciu- 
dad que le había dado el Rey Gaudicem. Este 
era llamado de los españoles el Rey Chiqui- 
to, porque en edad é dispusición era menor 
que el tío. Estaba en el alcázar del Albaicín y 
el otro en el Alhambra. La ciudad de Grana- 
da cresció de las ruinas de la antigua Illiberi; 
está hecha como una granada, que siendo 
madura se viene á abrir el casco. Estos dos 
alcázares están asentados en dos collados, el 
uno en derecho del otro, edificados de los 
delicados Reyes con mayor estudio de rega- 
lo que de fortaleza, y á la verdad con mucha 
razón son juzgados por muy excelentes y 
maravillosos, ansí por los odoríferos jardines 
de cedros y naranjos y fuentes vivas como 
por los hermosos pavimentos, labrados y do- 
rados, tal que tiene una cierta semejanza de 
nave que el un alcázar tiene la proa de la ciu- 



JOVIO 

dad y el otro la popa. Está la ciudad partida 
por medio de una valle muy poblada de casas. 
El pueblo estaba diviso en dos partes de 
calle en calle. Primero habían tenido muy 
grandes contiendas sobre la sucesión del 
reino, después metieron mano á las armas y 
á la guerra intrínseca. Tenían las salidas de 
las calles cerradas con grandes maderos para 
estorbar las correrías y eran defendidas y 
guardadas de hombres armados. Porque los 
hombres sediciosos y avaros más de lo que 
se puede creer naturalmente sospechosos y 
tras esto de poca fe con todo esfuerzo man- 
tenían las discordias de los Reyes por tener 
entonces lugar de hacer grandes robos, tales 
que de la una parte y de la otra por el intere- 
se del reino, siendo ellos corrompidos y apar- 
tados de la verdad y justicia y temiendo cada 
uno de ellos de la traición de los suyos, los 
incitaban y persuadían al robo y á la^ muer- 
tes, por las cuales causas estaba la ciudad 
alborotada y partida en dos parcelidades. El 
Rey Chiquito era inferior en fuerzas y ansí 
con grande trabajo mantenía su partido, 
sobrepujándole el más viejo, el cual estaba 
platico en gobernar y en templar con mayor 
astucia y constancia los ánimos de los suyos, 
y procuraba con todo artificio y maña que no 
hubiese en Granada más de un solo Rey, el 
cual en las guerras de fuera pudiese con 
enteras fuerzas defender el estado de los mo- 
ros de la injuria de los españoles y conservar 
la cabeza del reino y la tierra de Granada. Al 
Rey Chiquito le acrescentaban el temor los 
importunos y avaros soldados demandándole 
la paga, señalándole la rebelión, la cual fal- 
tando la entrada de las rentas, con gran tra- 
bajo se podía cumplir con ellos, y á la clara 
decían que se querían pasar á Alzagal, amigo 
de la multitud y liberal como Rey legítimo, 
tanto que el Rey Chiquito, desesperado y 
temiendo de alguna traición, había determina- 
do antes de llamar en su ayuda y favor á los 
españoles que no obedecer al tío. 

Gonzalo Hernández hecho cierto de esto 
por las espías y por algunos prisioneros, 
determinó por el medio de algunos hombres 
bastantes de procurar con el Rey que dándo- 
le rehenes que él entraría en la ciudad y se 
podría servir en su favor de los españoles 
contra el Rey su tío y enemigo. Concertadas 
sus cosas secretamente y dado el Rey á sus 
hermanos en rehenes, Gonzalo Hernández, 



di 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



479 



juntamente con Martín de Alarcón, hombre 
valerosísimo y su grande amigo, el cual en 
algunas cosas de grande importancia le había 
seído muy fiel y esforzado, entró en Granada 
llevando una valerosa compañía de balleste- 
ros y escopeteros y dos capitanías de gente 
de á caballo, con los cuales de improviso fue- 
sen los moros acometidos por las estrechas 
calles y cantones de la ciudad. Llevó también 
consigo dineros para dar la paga álos soldados 
moros, muchas piezas de paños finos y de 
sedas para dallas á caballeros de la corte, á 
fin de mantenellos en la fe y servicio del Rey, 
porque andaban algo dudosos y solevanta- 
dos. Esforzado el Rey Chiquito con esta ayu- 
da y favor peleó muchas veces en la plaza y 
por las calles haciendo muy grandes daños á 
su tío, y en todas partes apretó mucho los 
tumultos de su bando. Porque por la libera- 
lidad de Gonzalo Hernández y por el amistad 
délos españoles, todo el pueblo, generalmen- 
te de una contína tristeza, se había levantado 
en una grande alegría y descanso, parescién- 
doles estar aliviados de la pesadumbre de la 
guerra y levantados en una cierta esperanza 
de grande ganancia y comodidad, porque los 
moros que estaban en servicio del Rey Chi- 
quito podían seguramente en todo lugar 
comprar y vender, y los españoles les guarda- 
ban la fe, y en Illora eran amorosamente 
recebidos y pasaban por todas las otras villas 
y lugares, hasta en Córdoba y en Sevilla. So- 
lamente las armas de los cristianos se em- 
pleaban contra Alzagal y sus vasallos. 

Entretanto que Gonzalo Hernández hacía 
estas cosas al derredor de Granada metió 
toda su fuerza é industria en procurar de 
echar fuera de la ciudad á Alzagal, y cuando 
él se hubiese algo alejado cercalle de fuera y 
apretalle. Está muy cerca de Granada el cas- 
tillo de Alendín, fortaleza de grande comodi- 
dad, la cual se guardaba por Alzagal. Gonza- 
lo Hernández dio aviso á los capitanes que 
estaban en guardia en los lugares vecinos 
que viniesen á combatir este castillo, dándo- 
les orden del cómo y cuándo se viniese á dar 
el combate, á fin que el Rey moro fuese apre- 
tado á socorrer á los suyos puestos en tanta 
necesidad y trabajo y forzalle á que viniese á 
batalla. La fortuna enderezó en este modo el 
suceso del comenzado consejo: que corrien- 
do, según el orden dado, Alonso de Peña Ve- 
la, de la tierra de Loja, y Sancho López, de 



Alhama, hacia Alendín, robando y saqueando 
toda cosa, sabido esto por Alzagal de los que 
venían huyendo, por no ver delante sus ojos 
aquella llorosa calamidad, determinó salir 
fuera por dalles socorro. Ya estaba junto al 
campo del Almoraba, cuando le vinieron los 
principales Alfaquís, que son de muy grande 
autoridad y veneración para con el Rey, por- 
que creen que tienen la ciencia del saber las 
cosas por venir, con muy grandes conjuros y 
ruegos, persuadiéndole que no saliese fuera 
en ninguna manera, porque él salido el ene- 
migo intrínseco le cerraría las puertas de la 
ciudad, y no fuese por los españoles hecho 
pedazos. La sospecha que le ponía el aviso de 
los Alfaquís no pudo parescer vana, porque 
luego que el Rey paró en no ir adelante, á la 
hora se le pusieron al encuentro Gonzalo 
Hernández y Alarcón metidos en orden deba- 
jo de sus banderas. Alzagal habiendo hecho 
alto en el campo de Almoraba, con grande 
esfuerzo comenzó una escaramuza, donde los 
españoles apretaron y metieron en desorden 
la gente de Alzagal y mataron en aquel ren- 
cuentro muchos de sus familiares y amigos y 
los hicieron retirar á más andar para la ciu- 
dad, habiendo concebido por esto grande 
temor, y en especial por habérselo dicho los 
Alfaquís, antes que el caso sucediese y haber- 
se tenido tan poco lugar para recogerse y 
verse libre de un tan grande peligro. 

Pocos días después Gonzalo Hernández 
mandó á Alarcón que se volviese á Modín y 
él se fué para Illora, no dejando jamás pasar 
oportunidad por la cual pudiese hacer daño á 
los enemigos moros, procurando con grande 
diligencia de hacerse amigo de los caballeros 
de la una parte y de la otra, los cuales esta- 
ban en Granada ó en guardia de los castillos, 
haciéndoles muchos presentes y á veces 
enviándoles los prisioneros sin ningún res- 
cate. Procuróla con mayor diligencia y artifi- 
cio la de Halatar, el cual había estado capitán 
en Illora y ahora estaba con gente á la 
guardia de una villa que se dice Mondéjar; y 
tuvo tales formas que hubo del aquel casti- 
llo, que después que le tuvo á su mano y pues- 
to en él guardia de cristianos, fué causa de 
grande temor y espanto á los de Granada, 
paresciéndoles que Mondéjar, vecino del cas- 
tillo de Alendín, y Gonzalo Hernández me- 
tiéndose para adelante podría hacer muy con- 
tinuas correrías y grandes daños. Movido de 



480 



PABLO 



este peligro, Manphot, hombre valeroso y 
buen capitán, el cual estaba á la guardia de 
Alendín, con una parte de su gente se fué á 
Nihula, la cual tierra está apartada un tercio 
de legua de Mondéjar, por refrenar y meter 
estorbo en las correrías que harían los cris- 
tianos, atajándoles los caminos de un conve- 
niente y cómodo lugar. Pero Gonzalo Her- 
nández estorbóle sus designos con la preste- 
za, porque antes que se hubiese Manphot for- 
tificado, fué cercado é vivo le vino á las ma- 
nos. Este pocos días después, siendo tratado 
humanísimamente, así como aquel que desea- 
ba mucho la libertad, vino á partido que da- 
ría el castillo de Alendín con que le dejasen 
ir libre sin pagar rescate. Cierto que fué 
hecho con menor deshonra que lo de Halatar, 
pues paresce que lo hizo por su libertad. 
E siguiendo Abenmelech el ejemplo de estos 
dos capitanes (porque estando los Reyes dis- 
cordes había perdido la esperanza de las co- 
sas de los moros y también Gonzalo Hernán- 
dez le había dado á entender que muy pres- 
to vendría el Rey don Hernando con un grue- 
so ejército) entregó, salva la hacienda, á 
Mahala, la cual debajo de su fe le había seído 
encomendada. Puso tanto espanto esta nue- 
va y tanto lloro en Granada, que los Alfaquíes 
iban corriendo de acá para acullá persuadien- 
do á ambos los Reyes, por causa del bien 
universal del estado y por amor de la reli- 
gión, puestos los enojos aparte, hiciesen tre- 
gua por cierto tiempo, y así se concertaron. 
El Rey Chiquito, olvidado de sus hermanos 
que estaban en rehenes, se dio priesa de ir 
á combatir el castillo de Alendín, antes que 
los cristianos le fortificasen, donde con una 
grande presteza venció la guardia, lo reco- 
bró é sin poner tardanza quiso poner sitio 
á Mahala, donde estaba Gonzalo Hernández, 
teniendo por cierto que siendo preso, fácil- 
mente cobraría á sus hermanos, los cuales 
tenía en guarda Alarcón en el castillo de Por- 
cuna. Pero una nueva no pensada le quitó á 
Babdelín aquel pensamiento, dándole á enten- 
der que los cristianos cercados en Salobreña 
les faltaba el agua y desesperados por la sed 
de poder tener el castillo si él fuese allá sin 
ninguna duda se le entregarían. Mientras 
Babdelín amenazaba á los cercados con gran- 
des crueldades si no se le rendían, los cristia- 
nos estaban determinados de pasar por todos 
los males y trabajos antes que faltar á su 



JOVIO 

honra en un cabello. El tiempo en estas cosas 
se consumió en vano, y en este medio allega- 
ron los Condes de Tendilla y de Cifuentes 
con mucha caballería é infantes, viniéndoles 
muy cerca el Rey don Hernando con el resto 
del ejército. BabdeHn habiendo entendido la 
venida del Rey y de su ejército, por desusa- 
dos caminos, por junto á la Sierra Nevada, se 
retiró para Granada con tanto desorden, que 
perdiendo el bagaje murieron muchos hom- 
bres honrados de la retaguarda. Y querien- 
do la fortuna castigar un hombre ingrato y 
traidor le derribó en las asechanzas y cela- 
das, que habiendo llegado á Lucena y comen- 
zando una escaramuza fué desbaratado y 
preso por don Diego de Córdoba, Conde de 
Cabra, pariente de Gonzalo Hernández. Este 
fué agüelo paterno de don Luis de Córdoba, 
yerno del Gran Capitán, el cual murió emba- 
jador en Roma. Aquí Babdelín, diciendo que 
era capitán y no Rey, fué descubierto por 
un caballero moro que era prisionero, el cual 
llorando se había derribado á besalle los pies. 
E á la hora el Conde de Cabra le llevó al Rey 
don Hernando. Y por honrada memoria de 
aquella gloriosa hazaña le dio que perpetua- 
mente en el escudo de sus armas pudiese 
traer la figura de un Rey encadenado y vein- 
te y cuatro estandartes moriscos que había 
ganado en la batalla. 

Pocos días después el Rey mandó combatir 
el castillo de Montefrío. Gonzalo Hernández 
ganó la honra de la corona mura!, porque ha- 
biendo los soldados dado algunos asaltos y 
en vano, y á esta causa peleaban debajo de 
la muralla perezosamente, donde les yacían á 
los pies los heridos y algunos muertos que 
caían de lo alto, Gonzalo Hernández, animo- 
samente esforzando á los otros que ganasen 
honra, subió por una escala que estaba arri- 
mada al muro echándose á las espaldas un 
escudo largo de peón y un capacete por am- 
pararse de las piedras y de las armas que le 
echaban, asióse de una almena y, muerto los 
que la defendían, hizo huir á los moros que 
estaban por allí alrededor. 

Mas dejemos aparte estas sus infinitas 
hazañas, las cuales fueron hechas en la guerra 
de Granada, cuando era soldado ó capitán de 
sola una banda de caballos, merescedoras de 
ser imitadas de los muy valerosos, las cuales 
en la Crónica de España están celebradas, 
porque parte de ellas hizo debajo del mando 



CRÓNICA DEL ÜRAN CAPITÁN 



481 



de otro, ó estando presente el Rey teniendo 
por compañera á su mujer doña Isabel, Reina 
de ánimo varonil en los ejercicios de la mili- 
cia, y cuando los Reyes estaban ausentes, de 
don Iñigo de Mendoza, Conde de Tendilla, 
hombre grandísimo, el cual quedaba gober- 
nador del campo de este excelente capitán en 
todas las empresas ansí de paz como de gue- 
rra, y también de don Alonso de Cárdenas 
primero, muy maravilloso capitán, confesaba 
haber rescibido los documentos y preceptos 
con que él había adquirido el sobrenombre 
de grande; y esto decía él tan gratamente y 
con tanta afición, que los obedescía al pares- 
cer como si le hubieran seído padres. Mas 
Gonzalo Hernández, el cual desde el principio 
de la guerra como le era bien conveniente, 
encendido de !a esperanza de la honra, indó- 
mito contra todas las asperezas y fatigas, 
jamás se había partido del campo, venido 
que fué el fin de la fatiga, ganó suprema hon- 
ra de la guerra fenescida, que por un no 
esperado don de la fortuna le fué favorable, 
que fuese él el que abrió el camino de la 
impensada victoria Había el Rey don Hernan- 
do alojado el ejército á la vista de Granada, 
fortificado al derredor con un suntuoso mu- 
ro que puso á los moros grande espanto, por- 
que representaba una nueva ciudad, y el cer- 
co de aquella muralla era religiosamente lla- 
mado Santa Fe, porque verdaderamente los 
moros conoscían (los cuales con ninguna cosa 
se sostenían sino con una loca obstinación 
de ánimo) que el Rey no se levantaría de 
aquí si primero no diese fin á la guerra, 
recompensando las fatigas de diez años con 
la ruina de Granada. Porque los moros ya 
habían perdido todas las ciudades y villas 
del reino, habiendo los cristianos echado de 
ellas y muerto á la gente de guardia que en 
ellas estaban, talmente que, rodeados de infi- 
nitas miserias y trabajos y de un largo y 
apretado cerco, no poseían sino solamente 
una bien pequeña parte de su tierra, y aqué- 
lla arruinada de las continuas correrías. No 
habían aún parado los enojos entre los Reyes 
moros, y claramente se conoscía que el Rey 
Chiquito no de su voluntad se había aparta- 
do de la amistad de los cristianos, sino por 
honra de la religión y por la persuación de 
los caballeros, y que si se había concertado 
con el tío no con entera fe, aguardando clara- 
mente de la una parte ó de la otra nuevas 

Crónicas del Gran Capitán. -31 



asechanzas y procurarse en breve tiempo la 
muerte del uno de ellos. Entretanto que en 
esta manera la ciudad estaba divisa en sus 
viejas contiendas, privada de buen consejo, 
pobre y desamparada de todo lo necesario, 
casi en diversos trabajos era trabajada de las 
ondas del extremo peligro. El Rey Boabdelín 
el mozo, temiendo el castigo que él tenía bien 
merescido, creyendo de no hallar otra vez 
lugar de clemencia con el Rey don Hernando, 
deüberó dé tentar el ánimo de Su Alteza 
ofresciéndole de rendírsele por ver si con 
este ofrescimiento se podía alcanzar perdón 
de sus faltas. Porque tenía en memoria cómo 
pocos años antes, cuando fué preso y venci- 
do en la batalla de Lucena por don Diego de 
Córdoba, con cuánta benignidad el Rey don 
Hernando le había dado libertad, tomándole 
debajo de su amparo y protección contra Al- 
zagal su tío, y él con ánimo ingrato metió en 
olvido la libertad y la merced recebida y tra- 
bó de nuevo amistad con el tío, enemigo 
común. Pues estando Boabdelín lleno de tan- 
tos trabajos y de estos continuos pensamien- 
tos, paresciéndole no hallar ningún remedio 
mejor que Gonzalo Hernández, ni quien con 
más fidelidad y diligencia tratase el secreto 
de cosa tan importante, determinó de enviar- 
le uno de sus más fieles moros, el cual con 
muchos ruegos le rogase que debajo de su 
fe quisiese secretamente entrar en Granada y 
venir con él á parlamento sobre la resolución 
de un importantísimo negocio, certificándole 
que jamás se arrepentiría de aquella buena 
obra que le hacía, pues llevaría grande con- 
tentamiento de lo que allí se platicase. Luego 
á la hora Gonzalo Hernández hizo entender 
á Sus Altezas todo aquello que imaginaba 
que se había de tratar. Al Rey plugo grande- 
mente la ocasión de esta esperanza; pero con 
muchas palabras le advirtió que tuviese gran- 
de recato, que temerariamente no se confíase 
en la fe morisca. Gonzalo Hernández le res- 
pondió: «No dude en esto Vuestra Alteza, 
porque me asegura el grande temor que tie- 
ne nuestro enemigo, y verdaderamente Dios 
nuestro Señor ha de tener cuidado de mi 
salud, pues peleamos en su servicio, allende 
que el maravilloso esfuerzo de Vuestra Alte- 
za y de este campo, el ruido del cual resuena 
en la ciudad de los espantados y temerosos 
moros, me defenderán, y ansí tengo osadía 
de tentar cosas honradas y grandes». Gonza- 



482 



PABLO 



lo Hernández sin más tardar á la media noche, 
por no ser sentido, llevando consigo al men- 
sajero moro, fué recibido en la ciudad, trayen- 
do larga comisión para tratar la paz. Lo que 
en suma era esto: Que si él quería salir luego 
á la horade Granada y entregalla con buena 
fe antes de probar el último peligro, que Su 
Alteza le perdonaría la fe rompida y todas 
sus pasadas crueldades y obstinación y que 
como á su tributario le dejarían reinar en 
Almería la del Andalucía en su ley. Y á los 
moros, que les guardarían sus haciendas y á 
aquellos que quisiesen quedarse en el Anda- 
lucía y no pasar en África no serían constre- 
ñidos á dejar su religión, y si algunos volun- 
tariamente quisiesen dejar la seta mahometa- 
na y volverse cristianos, con tal condición de 
vida serían guardados en protección de los 
clementísimos Reyes, que más felice ni más 
seguro estado de vida jamás habrían tenido. 
Eran estas palabras dichas de Gonzalo Her- 
nández con tanta elocuencia, que aun á los 
muy esforzados ponían espanto, y decía que 
el peligro de una grandísima pérdida amena- 
zaba á aquellos que desechaban las condicio- 
nes de la paz ofrescida, averiguándoles que 
los soldados cristianos, como aquellos que se 
habían hecho crueles por la larga fatiga de 
la guerra y despertados de no dudosa espe- 
ranza de un riquísimo saco, habían jurado de 
no volver jamás á sus tierras si primero no 
hubiesen arruinado y tomado á Granada. 

Estando el Rey Boabdelín inclinado á acep- 
tar estas últimas condiciones y conciertos 
de paz, un pensamiento sólo le fatigaba á 
que luego con el juramento no los confirmase: 
que no podía con maldad y traición entregar 
á 8u tío en mano de sus enemigos. Es de no- 
tar que aun en la adversa fortuna en los rea- 
les ánimos siempre se halla una honrada ge- 
nerosidad, tal que las más veces el temor de 
la infamia vence todo peligro y miedo. Gon- 
zalo Hernández, paresciéndole de no poner 
en esto tardanza porque luego se viniese al 
concierto dijo á Boabdelín, así como aquel 
que pedía cosaí justas y no graves ni des- 
honradas, que él tuviese confianza cierta en 
la liberalidad del Rey don Hernando, que le 
otorgaría todo aquello que pertenescía á la 
salud y dignidad del Rey su tío y al cómodo y 
provecho de los moros que seguían su opi- 
nión y voluntad. No se le faltó ninguna cosa á 
lo que se le había ofrescido, porque volviendo 



JOVIO 

Gonzalo Hernández con la capitulación, luego 
á la hora el Rey don Hernando las firmó y 
mandó fuesen selladas con el sello real. Pero 
Alzagal, de ánimo á natura feroz y obstinado, 
nunca quiso aceptar el beneficio de la condi- 
ción, sino antes que Boabdelín (el cual no ha- 
bía de reinar mucho tiempo en Almería) se 
saliese de Granada, habidos algunos navios, 
se pasó en África, condenando y maldiciendo 
públicamente la liviandad de Boabdelín, como 
hombre pernicioso á la sangre real y al nom- 
bre morisco y por haberle hecho tan grande 
traición. Y decía que para con los moros era 
más de doler la pérdida de su antigua honra 
que la posesión del reino. 

El Rey don Hernando mandó hacer con 
grande regocijo y con intérpretes un pregón 
en el cual les otorgaba á todos los ciudada- 
nos una honrada condición de vida los cuales 
jurasen de guardarla fe, pleitos y homenajes, 
y el pueblo, dando grandes voces de placer 
que luengamente reinase y fuese felice triun- 
fante, entró en la ciudad de Granada á dos 
días de Enero año del nascimiento de Nues- 
tro Señor Jesucristo de mil cuatrocientos no- 
venta y dos, cuando eran pasados cerca de 
setecientos años que el Miramamolín, belli- 
cosísimo Príncipe de los moros, los cuales 
son hacia la parte del monte Atlante, doma- 
dor casi de toda España, había en Granada 
fundado aquel reino. No faltó aquesta victo- 
ria de un notable y grande prodigio: que po- 
cos días antes que Granada se ganase, de 
una centella que faltó de la lumbre de una 
vela, soplando el viento poco á poco que- 
mando unas tocas se encendió la cama de 
Sus Altezas y se quemó la tienda real, que 
era muy grande, antes que con agua le pu- 
diesen amatar. La Reina medio desnuda hubo 
de salir á otra tienda, no quedándole que no 
fuese abrasado casi todas las alhajas de ropa 
blanca de su servicio. El Rey tuvo luego de 
esto grande espanto, pero entendiendo el ac- 
cidente le tuvo por agüero de la victoria. 
Gonzalo Hernández, ofreciéndose esta oca- 
sión en que podía hacer este servicio á Su 
Alteza, hízolo saber á su mujer doña María 
Manrique, que estaba en el castillo de Illora, 
para que proveyese á Su Alteza de todo lo 
necesario. La generosa señora, con grande 
presteza y liberalidad, envió á Su Alteza mu- 
chos aderezos de ropa blanca, muchos para- 
mentos de oro y seda labrados con grande 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



483 



artificio; en fin, que fueron tales y tantos, que 
soldaron en la recámara la falta que en ella 
el fuego había hecho. La Reina se tuvo por 
muy servida y mostró de ello grande conten- 
tamiento, por ser ello mucho y bueno y gran- 
demente costoso. Pero de lo que más se ma- 
ravilló fué de la grande diligencia, porque 
parescía que de muchos años antes estaba 
aparejándose para suplir á la necesidad del 
incendio. Y viniendo Gonzalo Hernández á la 
tienda de Sus Altezas, la Reina le dijo: «Gon- 
zalo Hernández, el daño y mal que el fuego 
hizo nos ha sido muy provechoso, pues de 
nuestra tienda ha faltado en tu casa». Donde 
por aquel servicio no aguardado, á tal punto 
se aficionó Su Alteza en hacelle mercedes y 
en todas las conversaciones le loaba de muy 
valeroso. Pues desque el Rey hubo con- 
certado todos los negocios de Granada, y 
encomendada la ciudad juntamente con el 
Alcázar del Alhambra á don Iñigo de Mendo- 
za, Conde de Tendilla, y á Gonzalo Hernán- 
dez hizo merced de una casa muy principal, 
con una cierta renta de lo que se saca del 
derecho de la seda. Acabada que fué la gue- 
rra, después de haber reposado algunos días 
en Illora, siguió á Sus Altezas que andaban 
visitando las ciudades de España, donde con 
tanta polideza de excelentes costumbres se 
trataba, que era bien querido y grato á todos 
los cortesanos. Porque aunque muchos seño- 
res de España le hiciesen ventaja por la edad, 
por riquezas y por honrados títulos de haza- 
ñas, Gonzalo Hernández era en mucho más 
tenido, parte por la gloria de su propio valor 
y parte por ser bien querido de Sus Altezas. 
Era muy gentil cortesano, entendía bien lo 
que se había de hacer, porque había acompa- 
ñado los ejercicios militares con los de la 
cortesanía; en su conversación y trato muy 
apacible, tal que cuando se trataban cosas 
de palacio todos estaban agradados de su 
burlar y plática. 

Había la Reina doña Isabel llevado á su 
hija doña Juana, madre de Carlos que es 
ahora Emperador, á un puerto de Vizcaya, 
que por mar fuese llevada á Flandes á Felipo 
su marido. Al tiempo del embarcar, con el 
amor de madre, no pudiendo desasirse délos 
brazos de la amada hija, mandóse llevar en 
un batel á la armada; al tiempo de la vuelta 
para la tierra, cresció tanto la marea, que el 
barco con grande dificultad se podía llegar á 



la orilla. Los marineros demandaban cuerdas 
y cables y por toda parte les proveían de lo 
necesario. Gonzalo Hernández, paresciéndole 
desacato que la Reina fuese tratada por ma- 
nos de marineros, como él estaba en cuerpo 
vestido de un sayo de brocado y terciopelo 
carmesí, sin ninguna tardanza se metió en el 
agua hasta los pechos y tomó en los hombros 
á Su Alteza, y con muchas voces y regocijo 
la sacó á la tierra. La Reina mostró mucho 
contentamiento con el servicio hecho á tal 
tiempo y deseaba mucho hacelle mercedes, y 
como era de ánimo varonil y trataba nego- 
cios gravísimos de grande importancia, el 
Rey, como considerado y prudente, las más 
veces en la resolución de ellos los comunica- 
ba con ella, como aquélla que en dote le tra- 
jo los reinos de Castilla. Ofrescióse que se 
hubo de aparejar una armada y enviarla á 
Sicilia, y con ella un valeroso capitán en las 
cosas de guerra. Gonzalo Hernández, favores- 
cido de la Reina, fué preferido á muchos vale- 
rosos caballeros de España. Porque en aquel 
tiempo, Carlos octavo, Rey de Francia, llama- 
do de Ludovico Sforcia (el cual teniendo pre- 
so al hijo de su hermano se había hecho Du- 
que de Milán), con un poderoso ejército pa- 
sando por toda la largueza de Italia iba con- 
tra don Alonso de Aragón, Rey de Ñapóles, 
por lo cual los Príncipes de Italia, espantados 
de la felicidad de aquel gran viaje, como 
aquellos que estaban muy sospechosos de 
las armas del mozo victorioso y de grande 
ánimo, habían mudado de pensamiento, sien- 
do autor de esto el Papa Alejandro, y por la 
salud común hicieron liga entre ellos. El Papa, 
viendo á Roma ocupada con la súbita venida 
de franceses, se retiró al castillo de Santán- 
gelo y fué apretado, por librarse del peligro 
presente, de aceptar injustas condiciones de 
paz y de dar en rehenes al Cardenal Césaro 
Borja, su hijo. El Rey Carlos, con una increí- 
ble presteza, por la campaña de Roma mar- 
chó para adelante, y habiendo echado de 
Ñapóles á los Reyes y tomados los castillos, 
sin herida de ninguno de los suyos, se hizo 
señor de todo el reino, hasta el mar de Sici- 
lia; tanto que se tenía por cierto que había 
de pasar á Mecina, porque aquel reino, como 
á Rey de Francia, le pertenescía por un anti- 
guo derecho, por las cuales causas el Rey 
don Hernando de España, queriendo fortales- 
cer de buena guardia la Sicilia, dio el gobier- 



484 



PABLO JOVIO 



no á Gonzalo Hernández, por librarse de la 
importunidad que tendría de los grandes 
señores que deseaban aquel cargo, y ansí le 
mandó que haciendo buen tiempo hiciese 
vela de Cartagena, porque aunque el Rey don 
Hernando poco antes hubiese recibido del 
Rey de Francia benignamente á Perpiñán con 
esta condición: que ni por tierra ni por mar 
no diese ayuda ni favor alguno á los Reyes 
de Ñapóles; pero temeroso del público peli- 
gro y mucho más del propio, había entrado 
en la liga que el Papa, el Emperador Maximi- 
liano, venecianos y Ludovico Esforcia habían 
hecho por defender la libertad de Italia. Por 
lo cual hizo saber al Rey Carlos, por medio 
de su embajador don Antonio de Fonseca, 
que, salva el amistad, no quería sufrir que el 
Papa, Príncipe de la Iglesia, fuese injuriado. 
Don Alonso de Aragón, Rey de Ñapóles, el 
cual, como espantado, dejando el reino á su 
hijo Fernando, se había pasado en Sicilia, des- 
pués que entendió que los ánimos de los 
Príncipes se habían mudado y que se apareja- 
ba grande guerra contra franceses, demandó 
ayuda y favor á don Hernando, Rey de Espa- 
ña, dándole muy á menudo avisos que tuvie- 
se grande cuidado de las cosas de Sicilia; 
porque Carlos, despertado del favor de la 
fortuna, por el deseo natural que los france- 
ses tienen de haber aquella isla, no pararían 
hasta que toda la tuviesen á su mano. Gon- 
zalo Hernández llegó á salvamento á Mecina 
con cinco mil infantes y seiscientos caballos 
armados á la usanza de España, casi en aquel 
tiempo que el Rey Carlos había puesto la 
guardia por todo el reino. Venido á Roma 
desde Ñapóles con la más escogida parte de 
su ejército, el Papa se fué de Roma de temor 
y el Rey siguió su camino para Francia. |En 
esta mudanza de cosas el Rey Fernando de 
Ñapóles, con igual desesperación siguiendo 
al padre don Alonso, de Iscla se había pasado 
á Mecina, juntamente con Federico su tío y 
con los capitanes amigos, los cuales habían 
seguido la calamidad real, tenían consulta de 
renovar la guerra y de volver á Ñapóles. 
Había venido también á Mecina, el cual esta- 
ba en Mazara, el Rey don Alonso, dejada 
aparte la pompa real y cuasi en hábito de 
clérigo hecha la corona, por ver al hijo y al 
hermano y más á Gonzalo Hernández, mos- 
trando haber dejado los pensamientos y pla- 
ceres del mundo, favoresció á su hijo don 



Hernando, no solamente con consejo, pero 
con todos los tesoros y dineros que le habían 
quedado de aquel miserable y último caso. 
E ansí sin tardanza alguna fueron hechas 
algunas compañías de infantería, empleándose 
en esto don Hugo de Cardona, siciliano, el 
cual tenía con los de aquella isla grande auto- 
ridad y crédito, y al Rey le era muy aficiona- 
do servidor; y esto tanto porque había casa- 
do una hermana suya con don Alonso de 
Avalos, que entre los capitanes del Rey era 
el más principal, ansí por ser muy favorido 
como por su valor. Pues habiendo dado el 
Rey orden á sus designios y llena la armada 
de muchas vituallas y con maravilloso orden 
la infantería repartida por las naves, y Gon- 
zalo Hernández esforzándolos, quitada toda 
tardanza y estorbo, partieron del puerto de 
Mecina y pasando el faro desembarcaron en 
Ríjoles. No dudaron los de Ríjoles de tomar 
las armas y con singular valor y esfuerzo 
recibir á su Rey tan deseado. Los franceses, 
espantados de una tan grande armada, casi J 
todos se metieron en el castillo. Gonzalo Her- 
nández mandó plantar el artillería yencomen- 
zándoles á batir, apretólos de tal manera, 
que demandaron tregua, por tratar después 
más cómodamente en los conciertos de ren- 
dirse. Los franceses pidiéronla con astucia 
maliciosa, por fabricar en aquel tiempo los 
reparos necesarios de la parte de dentro y 
para que los franceses que estaban en guar- J 
día de las ciudades vecinas de Calabria fue- 
sen sabidores del peligro en que estaban 
Conoscido su engaño, Gonzalo Hernández, y I 
en especial que los franceses, contra lo con- 
certado, habían poco antes herido mortal- 
mente con los arcabuces á algunos españoles 
que con poco recato y consideración se 
paseaban delante el castillo, mandó sacar 
fuera el artillería para conibatille, y los solda- 
dos, inflamados con la esperanza de la presa, \ 
dieron el asalto con grande ardor y esfuerzo. 
El castillo se tomó, adonde murieron muchos 
franceses. Los que se retiraron al homenaje se 
rindieron salvas las vidas. Recobróse Ríjoles; 
los franceses se retiraron en las ciudades más 
fuertes. La mayor parte de Calabria tornó á 
la obediencia de los Reyes de Ñapóles. 

El Rey alojó su campo en la tierra de Santa 
Ágata; los vecinos de ella, visto al Rey, no 
tardaron en abrille las puertas. Los franceses 
en aquellos días, como aquellos que no tenían 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



485 



ningún temor, estaban por las villas y lugares 
derramados, los unos acá, los otros por acu- 
llá; y á la fama y venida más presta que pen- 
saban del presto enemigo, por diversos cami- 
nos y desordenadamente se ajuntaban á la 
insignia de monsiur Daubegni, gobernador de 
Calabria; eran robados de los villanos cala- 
breses, los cuales con mano armada tenían 
tomados los pasos. Gonzalo Hernández, por 
espiar la tierra y descubrilla, había enviado 
algunas compañías de espaiioles á hacei- co- 
rrerías. Fué una compañía de franceses que se 
retiraba á Seminara en una profunda valle ro- 
deada y desbaratada, y los calabreses alzando 
un grande alarido, acrescentó á los franceses 
mayor temor al peligro y casi todos fueron 
presos sin herida ninguna. Después de aques- 
te suceso Gonzalo Hernández con toda la ca- 
ballería, siguiéndole el Rey con la infantería, 
allegó á las puertas de Seminara y hizo enten- 
der á los vecinos de ella que quisiesen ante- 
poner el Rey Fernando, Principe de grande 
humanidad y valor, el cual, aun cuando el pa- 
dre reinaba, le había conocido por señor libe- 
ral y amorosísimo, á los franceses, hombres 
extranjeros insolentes y crueles. Y que él ha- 
bía allí venido con ejército con muy cierta es- 
peranza que los de Seminara no se olvidarían 
de la antigua afición que tenían con el nombre 
de Aragón, y que á la hora abrirían las puer- 
tas para volver á la obediencia y sujeción. Ya 
comenzaban á oirse los atambores del ejérci- 
to que se allegaba y á mostrarse las bande- 
ras. Gonzalo Hernández les hacía mostrar los 
hombres de armas franceses, los cuales an- 
dando en la guardia, que era débil y flaca, ha- 
bían seído desbaratados y presos en el cami- 
no. Los de Seminara tenían en aborrescimien- 
to á los franceses y el nombre de Aragón 
amaban. Recibieron al Rey con grande volun- 
tad, echando por otra puerta los franceses- 
Metía entonces gente de toda parte en Te- 
rranova (la cual algunos se les antoja que 
fuese la antigua Terina) Ebrardo Stuardo, lla- 
mado por sobrenombre monsiur Daubegni, 
de nación escocés. A este hombre, animoso y 
esforzado, el Rey Carlos de Francia dio el go- 
bierno de la Calabria. Entendida que hubo la 
rebelión de Rijoles, había llamado de la Basi- 
licata á monsiur de Persi y á monsiur de Ale- 
gre, su hermano, con la infantería de suizos y 
con gruesa caballería, y sacadas las guardias 
de los lugares vecinos, había hecho un ejérci- 



to más fuerte que grande, y acabando de ajun- 
tar la gente, no metiendo tardanza en su ca- 
mino, mas antes que los enemigos entendie- 
sen la venida de Persi marchó para Seminara, 
con pensamiento de venir de presto á batalla 
con el Rey Fernando, y si el Rey no quisiese 
salir de los muros de Seminara y no tuviese 
osadía ni esfuerzo de meterse en campaña ni 
de venir á batalla, volverse como vencedor 
mofando de su vileza á los pueblos, la cual 
cosa juzgaba serle muy provechosa para man- 
tener las tierras en la fe, especialmente que 
dentro pocos días le había de venir socorro 
de tierra de labor, de Abruzo y Pulla. El Rey 
Fernando no había entendido la venida de 
Persi, sino solam.ente por las espías había 
seído avisado de la gente de monsiur Daube- 
gni, la cual era harto poca, no dudó de sacar 
la gente de fuera la tierra y ir contra el ene- 
migo que venía, porque le parescía serle ver- 
gonzoso y reputado á cobardía dejarle sitiar, 
que sería parte para perder toda la nueva re- 
putación y gloria, la cual poco antes tentando 
la fortuna con el valor y esfuerzo había gana- 
do. Gonzalo Hernández con su valor y pru- 
dencia, con la cual se aventajó á todos los ca- 
pitanes de nuestro tiempo, comenzó á persua- 
dir al Rey Fernando, muy deseoso de ganar 
honra y de recobrar el reino, y aun de protes- 
talle que en ninguna manera no hubiese de 
salir de Seminara si primero no entendía me- 
jor el designo y las fuerzas de los enemigos, 
porque harto más honrosos consejos eran 
aquellos que en las cosas dudosas prometían 
seguridad, y por el contrario, infelices y vitu- 
periosos aquellos que con temeridad y vano vi- 
gor de ánimo suelen poner de arriba abajo to- 
dos los designos de la empresa, y finalmente la 
concebida victoria. El Rey Fernando le respon- 
dió: «¿Cómo, con aquella vileza y cobardía 
con que perdimos el reino, con aquella queréis 
que le cobremos? ¿No probaremos ahora en 
estos felices principios con el valor y esfuer- 
zo aquella fortuna que en Romanía y en tie- 
rra de labor, estándonos aposentados y que- 
dos, sin querer combatirnos fué contraria? 
Aunque los principios de la guerra no sean de 
grandísima importancia, ni los otros sucesos, 
aquellas cosas que esforzadamente ti'i has 
comenzado, si tú no continas de valerosa- 
mente acaballas ¿no tienen después vitupe- 
rioso fin? La fortuna favorescerá á los osa- 
dos, ¡oh Gonzalo Hernández! la cual hasta 



486 



PABLO JOVIO 



ahora ha favorecido á los franceses, y pues 
comienza á dar favor á nuestras empresas, 
ella no desamparará jamás á aquellos que vo- 
luntariamente llama ala victoria, salvo si nos- 
otros con grande vergüenza no la abandona- 
mos. Procuremos de ver una vez el rostro á 
los franceses, los cuales de la fama y verda- 
deramente vana se han hecho terribles, y pro- 
baremos rostro á rostro nuestras fuerzas con 
las suyas, que nosotros les somos superiores 
de infanteria y caballería y de la afición de 
los hombres, y finalmente del favor de la for- 
tuna; y con estas causas no hay de qué dudar 
de vuestro esfuerzo. Porque ¿cuál será de 
vosotros que si hubiere de combatir de hom- 
bre á hombre animosamente no acepte á su 
enemigo, ó francés ó tudesco, y valerosamen- 
te no le rinda ó le mate? De mí yo os certifico 
delante de todos ser el primero de quebrar 
mi lanza en quien viere armado suntuosa- 
mente y con fuerte esfuerzo dar ejemplo á 
vosotros, porque con el mismo ardor y ánimo 
alcancemos presta victoria de estos borra- 
chos de enemigos». Halláronse en aquel con- 
sejo muchos hombres ilustres, los cuales des- 
pués adquirieron en la guerra grandísima 
honra y reputación: Andrea de Altavilla, de la 
nobilísima familia de Capuana; don Hugo de 
Cardona, Teodoro Triultio; de los españo- 
les, Manuel de Benavides, Pedro de Paz, Al- 
varado y Peñalosa; los cuales deseando gran- 
demente venir á batalla, suplicaban á Gonza- 
lo Hernández que no quisiese desconfiar déla 
virtud y esfuerzo de los soldados, prometien- 
do de pelear valerosamente, y persuadían al 
Rey Fernando que mandase sacar las banderas 
fuera de las puertas de la tierra. Está Semi- 
nara puesta en un lugar alto, y de aquella tie- 
rra se extienden unos collados auna pequeña 
valle, en la cual con humil vado corre un río y 
de allí toman principio unos llanos abiertos, 
en los cuales habían venido los franceses de 
Terranova. El Rey Fernando llevó el ejército 
por los collados. Andado que hubo tres millas 
llegó al río y metió á la parte izquierda la in- 
fantería en la ribera del agua y extendida 
toda la caballería en la derecha en forma de 
una ala, y esperaba que los enemigos pasa- 
sen el agua. De la otra parte monsiur Dau- 
begni y monsiur de Persi pusieron los suizos 
en un escuadrón cerrado al encuentro de la 
infantería de los enemigos, y en la retaguar- 
dia la infantería del socorro de los calabreses. 



Y partieron entre sí los hombres de armas, 
que eran poco menos de cuatrocientos, á la 
usanza francesa, dos tantos caballos ligeros, 
y así cerrados en un batallón cuadrado pasan- 
do el río fueron á buscar á los enemigos. Los 
caballos españoles arremetieron y animosa- 
mente los encontraron; pero siendo desigua- 
les en armas y fuerzas, no fueron poderosos 
para hacer retirar el escuadrón de los hom- 
bres de armas, y alzando un grito comenza- 
ron á volver los caballos, y volteando áegún 
la costumbre española se recogieron á los 
suyos. Este retirarse rompió mucho el ánimo 
de la infantería aragonesa, creyendo que los 
suyos huían echados de los enemigos, y los 
franceses tomaron grande esfuerzo para pa- | 
sar adelante. Monsiur Daubegni de la parte 
derecha y Persi de la izquierda fueron de so- 
corro entrando valerosamente con su banda 
en la infantería: cuasi toda la rompieron. An- 
tes que los suizos de la frente abajasen las pi- 
cas, el Rey Fernando, habiendo en balde esfor- 
zado á los suyos que volviesen á la batalla, 
con sus hombres de armas, valerosamente se 
metió en medio de los enemigos, rompiendo 
su lanza en un caballero francés muy princi- 
pal; pero siendo apretado de la multitud de 
los enemigos, le fué forzado meterse en huida. 
Fué seguido y mirado de muchos, por los pe- 
nachos y armas doradas que llevaba. El caba- 
llo en un paso estrecho que hacía el camino 
cayó, no estando muy apartados los enemigos. 
El Rey se halló muy embarazado en los estri- 
bos y en los cuernos lunados de la silla. Ha- 
llándose en tan grande peligro de la vida, le 
socorrió el señor Iván, hermano de Andrea de 
Altavilla (este fué aquel que después en la 
guerra fué clarísimo y honró mucho á su no- 
ble linaje) y con grande amor le dio su caballo 
que él tenía guardado (para salvarse) grandí- 
simo corredor. El Rey Fernando, como aquel 
que era muy diestro y suelto de la persona, 
aunque estuviese armado de pesadas armas» 
con un salto se metió encima y se libró de las 
manos de los enemigos. El Altavilla quedó á 
pie; poco rato después fué muerto de los 
franceses. Monsiur Daubegni. habiendo muer- 
to mucha gente de la infantería, hizo alto un 
poco apartado del lugar de la batalla, habien- 
do perdido la ocasión de fenescer la guerra, 
tanto que todos decían que no había s.ibido 
usar de la victoria, pues no había ido en el al- 
cance de tantos varones ilustres, entre los 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



487 



cuales estaba el Cardenal don Luis de Aragón, 
y como de presto no había llevado el ejército 
vencedor á Seminara, en el cual tiempo, ellos 
juntamente con el Rey por diversos caminos 
allegaron á la armada. 

Gonzalo Hernández, el cual valerosamente 
combatiendo en más de una parte había re- 
novado la batalla y había salvado á muchos, 
entrado que fué en Seminara se llevó todo el 
bagaje; los franceses siguiéndole en vano, se 
retiró en Ríjoles. Pues habiendo infelicemente 
sucedido el suceso de esta batalla, Gonzalo 
Hernández, diversamente de aquello que avie- 
ne á los otros capitanes, ganó nombre de sin- 
gular prudencia; porque habiendo bien medi- 
do sus fuerzas con las de los enemigos, juzgó 
que temerariamente no se debía de innovar 
cosa alguna, porque se conoscía la ventaja 
que había de los hombres de armas de Fran- 
cia á los caballos jinetes de España, y de la 
infantería española y siciliana á la infantería 
de suizos. El Rey Fernando, recibido tan gran 
rompimiento y aunque en un punto de tiempo 
se viese derribado de una grande esperanza 
en una extrema desesperación, no por esto 
perdió nada de esfuerzo, antes bien tenía 
aquel mismo valor que tuviera siendo vence- 
dor. Sólo se lamentaba de haber s do engaña- 
do de su misma opinión; ni por esto dudaba 
que la fortuna no le fuese favorable, la cual 
con muchas señales le había prometido de vol- 
verle presto en el reino y en la patria; tenía 
fundada en el ánimo una confianza, puesta 
más en el destino que en alguna humana ra- 
zón, tal que despreciaba todos los peligros 
que le ponían delante, y tenía creído por muy 
cierto que no solamente los ciudadanos le fa- 
vorecerían, mas aun Dios, que por tierra y por 
mar había de ser siempre con él. No le enga- 
ñó en nada su esperanza, aunque á la verdad 
concebida temerariamente, porque tuvo osa- 
día de tentar una empresa loca y de grande 
dificultad. Porque pasando el faro y recogi- 
das en Mecina cerca de setenta naves, en las 
cuales había menos soldados que marine- 
ros, haciéndole un tiempo bonísimo allegó á 
Ñapóles antes que en la ciudad se dijese la 
nueva de la batalla hecha en Seminara. Fué 
recibido de los ciudadanos con grande alegría, 
y habiéndole sucedido algunas escaramuzas, 
felizmente echó á los franceses de la ciudad 
y del castillo, ansí como más largamente lo ha- 
bernos escripto en la historia. 



Gonzalo Hernández estuvo aquel verano en 
Ríjoles defendiendo valerosamente las tierras 
del extremct canto de la Calabria. Monsiur 
Daubegni, soberbio por la fresca victoria, lla- 
mado del Rey en campo se vino á la Tela en el 
Abruzo; en esta tierra se retiraron los capita- 
nes franceses después de haber recibido mu- 
chos daños, y cercados de los aragoneses, 
con flaca esperanza aguardaban el fin del su- 
premo consejo de ellos. 

El Rey Fernando, habiendo sido desbarata- 
do el verano pasado en Seminara, mostrando 
ánimo invencible, no de otra manera que si 
fuera vencedor, subió en la armada y con las 
reliquias del ejército rompido, con felice osa- 
día había navegado para Ñapóles, y recibido 
en la ciudad había constreñido ál >s franceses 
cercados en Castelnovo á rendirse por la 
hambre. Aunque Persi fué enviado de mon- 
siur Daubegni en socorro de los cercados, ha- 
biendo en el camino junto á Eboli desbarata- 
do el campo del Rey Fernando, bravo por la 
doblada victoria, se presentó en vista del cas- 
tillo. Los cercados en la Roca, habiendo ya 
dado los rehenes, según los conciertos de la 
tregua no se podían mover en ninguna cosa, 
ni Persi había tenido esfuerzo de entrar den- 
tro los reparos del monte Eccia, ni en los bur- 
gos defendidos por el Próspero Colona. Pues 
habiéndole salido vano su designo, volvió á su 
gente por la gruta del monte Pusilipo y reti- 
róse para atrás al principado de donde era 
venido. Después de aqueste deshonrado su- 
ceso, Gilberto Borbón, llamado por sobrenom- 
bre Monpensier, al cual pertenescía la supre- 
ma autoridad del gobierno de la guerra, salido 
que fué de Castelnovo con toda la otra gente, 
renovó una guerra en Pulla mucho mayor que 
la primera, ayudado del Príncipe de Salerno. 
Allegáronseles Virginio Orsino con Pablo Vi- 
telio y Pablo Orsino con Bartolomé de Albia- 
no. Virginio Orsino traía consigo tres mil 
hombres de armas y caballos ligeros. Este, 
desabrido que dos capitanes coloneses, Prós- 
pero y Fabricio, de contrario bando, fuesen 
estimados y tenidos en reputación cerca del 
Rey Fernando y haberle ocupado sus tierras 
que tenía en Abruzo, seguía la parte francesa. 
Partido de la campaña de Roma, había venido 
en Pulla á hallar á Monpensier y á Persi, ha- 
biéndose ajuntado tres clarísimos capitanes y 
allegado en uno un grande ejército, iba la es- 
peranza de la fortuna entre ellos; y Fernando 



488 



PABLO 



alternando, ora de acá, ora de acullá, hacién- 
dose entre sí cruda guerra. El Rey Fernando, 
fortificado del nuevo socorro de»venecianos, 
sus confederados, valerosamente resistía á la 
furia de los enemigos, especialmente después 
de la venida de Francisco Gonzaga, Marqués 
de Mantua, el cual habiéndose adquirido en 
la batalla del Tarro nombre de valerosísimo 
guerrero y recobrado á Novara y echado álos 
franceses de Italia, los venecianos le habían 
hecho su capitán general. Fueron con él algu- 
nas capitanías de griegos muy especiales, los 
cuales páresela que con mayor ventaja por la 
abierta campaña de la Pulla acometiendo y 
retirando guerreasen contra la gente de armas 
francesa. Viéronse los ejércitos con la gente 
puesta en orden rostro á rostro muchas veces; 
mas nunca se vino á batalla universal, lo cual 
era muy provechoso á los franceses, porque 
todos claramente veían cómo ellos en la tie- 
rra de Frengeto habían perdido la ocasión 
de una cierta victoria, y esto por la maldad de 
Persi, el cual más presto había querido tener 
por compañeros á monsiur de Monpensier y á 
Virginio, del rompimiento y de la infamia que 
le sobrevino, que por partícipes de la victoria. 
Este era hombre de ánimo obstinado y super- 
bo, y había procurado con los suizos que en 
ninguna manera no entrasen en batalla si pri- 
mero no les diesen las pagas que les debían. 
Los capitanes franceses, desnudos de su an- 
tigua reputación y apretados del Rey y délos 
griegos por las espaldas, se retiraron en la 
Tela, por lo cual teniendo el Rey esperanza de 
haber la victoria, deliberó con todas sus fuer- 
zas cercar y combatir los enemigos, los cua- 
les sin ningún propósito se habían puesto en 
aquella tierra, donde no podían salir de ella 
sin muy crescido daño. Porque de toda parte 
estaban cercados y ceñidos como de una per- 
petua corona; pero para quererse hacer esto 
habíase de crescer el ejército de más gente, á 
fin que, separados los alojamientos, segura- 
mente se pudiesen oponer á los enemigos en 
las diversas salidas de los caminos, porque te- 
nían fuerzas de no tenellos en poco, muy bue- 
nos soldados viejos, capitanes de diversas 
naciones esforzados y pláticos. Estas eran las 
causas que parescían que á Gonzalo Hernán- 
dez se procurase de hacclle venir de Calabria. 
Porque cuando estuviese junto con él en su 
ejército, florescía tanto la militar industria en 
él, que juzgaban que presto y felizmente se 



JOVIO 

podía fenescer la guerra. Fue'le enviado por 
embajador al doctor miccr Bernardo Brutio, 
el cual ansí por su fidelidad como por consejo 
tenía con el Rey grande autoridad. Este le hizo 
su embajada y !e dijo que un valeroso y fuer- 
te capitán no debía dejar perder una ocasión 
de grande loor é importancia, que era el ganar 
la victoria. 

Había Gonzalo Hernández invernado con 
su ejército en Neocastro, y habiendo sabido 
la nueva de haberse ganado Ñapóles, saHó de 
Ríjoles y en diversas expediciones había reco- 
brado las ciudades de Calabria, echando de 
ellas á los franceses, entre las cuales fueron 
Squilaco, Crotón, Sambarri, que están puestas 
hacia el mar Jonio, y con ellas á Seminara, 
adonde el Rey había recibido aquella rota, 
y Terranova y muchas otras villas y lugares 
grandes, y esto con tanto favor, que en la par- 
te de la Calabria superior, al largo ribera del 
mar Tirreno, con gran presteza se levantaban 
las insignias del Rey Fernando. Mos Daubeg- 
ni había quedado en aquella provincia con 
pocas fuerzas, no teniendo más del medio del 
ejército, y á esta causa se iba reparando en 
los lugares más fuertes. Porque monsiur de 
Persi, cuando fué á Ñapóles á socorrer á aque- 
llos que estaban cercados en el castillo, había 
llevado consigo la fuerza de la gente francesa, 
la infantería suiza, los hombres de armas vie- 
jos, y con singular esfuerzo de ellos había | 
ganado una noble victoria en Eboli. Gonzalo 
Hernández por estas causas estaba perplejo 
y diligentemente consideraba si era bien he- 
cho y provechoso ala importancia de la guerra 
ó perseguir á mos Daubegni en aquella in- 
clinación de pueblos ó castigar de presto á 
los varones que seguían la parte anjoína y 
enriquescerá sus soldados con sus despojos, 
ó si era cosa más honrada y ilustre obedecer 
sin tardanza al Rey Fernando, que le deman- 
daba socorro y hallarse e'n la victoria y abrir 
la puerta para tratar mayores empresas. Ha- 
biéndose determinado en este último partido, 
metió su gente en orden y marchó para el 
condado de Cosenza; combatió y metió á saco 
los arrabales, combatió la ciudad, la cual es la 
más principal de Calabria; los franceses la de- 
fendían del castillo, aunque vanamente; á la 
fin la tomó por fuerza. Partiéndose de aquí 
tomó de acordio todos aquellos pueblos que | 
habitan en la valle del río Crate, el cual con 
grandes rodeos va á meterse en el mar Jonio; 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



489 



tomó á Castelfranco, el cual se cree que ha 
crescido de las ruinas de la antigua ciudad de 
Pandosia, noble por la muerte de Alejandro 
Epirota, por esta conjetura: que de la otra 
parte de allá pasa el río Acheronte, hoy llama- 
do de los habitadores Campano. Allegóse con 
su campo á la noble ciudad deCastrovilari; allí 
entendió de las espías de la parte aragonesa 
que una grande multitud de villanos anjoínos 
habían tomado los pasos del bosque de Mu- 
ran, por acometer con engaño á los españoles 
que habían de pasar por un camino, y aquél 
muy estrecho. Gonzalo Hernández, habiendo 
considerado el asiento del bosque, con un no 
esperado y maravilloso orden acometió por 
tres partes aquellos que estaban emboscados, 
y habiéndolos encerrado como en una gavia, 
no sosteniendo ellos la fuerza ni el grito de 
los soldados, mataron muy gran parte de 
aquella canalla, con tal suceso, que dijo que 
jamás había hecho caza tan buena ni tan apa- 
cible. El día siguiente los muraneses, atemo- 
rizados se le rindieron. Después de castigados 
aquellos villanos y desembarazados los cami- 
nos se fué á la tierra de Laino, puesta sobre 
el río Lao, el cual parte la Basilicata de la Ca- 
labria. Aquí estaban alojados los señores de 
la casa de San Severino, que habían seguido 
la parte anjoína con algunas bandas de caba- 
llos franceses y con la infantería de sus vasa- 
llos, con mayor negligencia que convenía á la 
disciplina militar, estando muy descuidados de 
la venida de Gonzalo Hernández, el cual, aco- 
metiéndolos de noche al improviso medio 
adormidos, tomó la tierra sin ninguna herida 
de los suyos, con tanta felicidad que, muerto 
el Principe Amérigo San Severino, que medio 
desarmado había venido corriendo al ruido, 
prendió más de veinte caballeros de aquella 
familia, con los moradores y con todos los 
franceses, y enriquesció de muy grande presa 
á los españoles. Poco después con la misma 
furia acometió á los villanos calabreses, los 
cuales se habían hecho fuertes en los valles 
de aquellos caminos quebrados, y tomados 
en medio los hicieron pedazos; tal que á la 
fama de su venida los enemigos huían por to- 
das partes de temor y en todo cabo se le ha- 
cía el camino llano y abierto. 

Allegándose al campo del Rey puso la infan- 
tería y la caballería según la costumbre de 
guerra en orden de batalla. El Rey Fernando, 
con el Marqués de Mantua y el Cardenal Bor- 



ja, legado del Papa, le salieron á recibir con 
muy grande honra y alegría. Gonzalo Hernán- 
dez, habiendo visto de lejos la ciudad de 
Átela y mirado bien y entendido el sitio de los 
collados, l3s cuales á modo de teatro la ro- 
dean y ciñen en el llano de abajo, alojó su 
campo en un lugar acomodado y provechoso, 
y deseando de hacer al Rey algún servicio, de- 
terminó de acometer la guardia de los france- 
ses; porque haciendo de presto alguna hon- 
rada hazaña, demostrase delante los capita- 
nes de diversas naciones el osar y esfuerzo 
de los españoles. Estaba esta gente fuera de 
la Átela en guardia de unos molinos, donde 
un arroyo que viene de aquellos montes cer- 
canos y cae en Losanto daba á los cercados 
gran provecho en molelles el trigo y provée- 
nos de agua, envió la infantería española con 
los escudos contra los ballesteros gascones, 
y después de aquéllos los otros con las picas 
que corriesen y acometiesen les enemigos. De 
la caballería hizo dos partes, con este orden: 
que la una parte, en la cual había algunos 
hombres de armas, se metiesen entre la ciu- 
dad y los molinos, opusiéndose á los france- 
ses cuando saliesen á dar socorro á los suyos; 
la otra parte, escaramuzando y alargándose 
por toda parte, tomasen en medio á los ene- 
migos. Comenzóse de ambas partes á pelear; 
levantóse una grande vocería y una sangrien- 
ta escaramuza; los suizos apenas hicieron tes- 
ta; los gascones, no habiendo aún dos veces 
disparado, se metieron en huida; los caballos 
ligeros españoles, mezclados entre ellos, los 
rompieron y huyendo para la ciudad mataron 
grande número. De la otra parte los hombres 
de armas que yo dije valerosamente sostuvie- 
ron el socorro de los franceses que salía fue- 
ra. En el cual tiempo Gonzalo Hernández en- 
vió ingenios para derribar los molinos y de 
presto mandó llamar á recoger antes que los 
capitanes franceses enviasen mayor número 
de gente á dar socorro á los suyos. Habiendo 
aquel mismo día que era venido acabado tan 
valerosamente esta empresa, ganó Gonzalo 
Hernández para con todos grande honra y 
loor de presteza, y de singular prudencia, y 
ansí la ganaron los españoles, el esfuerzo y 
valor de los cuales en las cosas de la guerra 
aún no era conocido. Los españoles mezclados 
con los italianos tres días después ganaron 
valerosamente la tierra de Rivacándida, pues- 
ta en el camino de Venosa. Los franceses, por 



490 



PABLO 



la venida de Gonzalo Hernández, perdido el 
ánimo y desconfiados del fin de la empresa y 
privados del agua, por la cual muchas veces, 
aunque con pérdida, habían cabe el río com- 
batido, y que Pablo Orsino y el Vitelio, ha- 
biendo salido fuera para querer ir á Venosa, 
habían sido en el camino desbaratados y reti- 
rados para atrás en la ciudad, comenzaron á 
tratar del concierto. Y monsiur de Persi, ha- 
biendo hablado con el Rey, el acordio se con- 
certó en esta manera: que todos los franceses 
sin injuria ninguna fuesen enviados en Fran- 
cia, y que saliendo del reino dejasen el artille- 
ría y los caballos señalados con la señal real. 
Pero siendo esta nación francesa muy amiga 
del vino y de todas maneras de frutas, en es- 
pecial con el calor del verano, que las comían 
con desorden y debajo de aire extranjero, su- 
cediendo después un pestilencial otoño, mu- 
rieron muy muchos en Castellamary en Puzol, 
entre los cuales murió el capitán general Gil- 
berto Monpensier y Lenoncort, llamado por 
sobrenombre el Bailí de Bitri, y cuatro capi- 
tanes de suizos. Virginio Orsino fué contra la 
fe metido en prisión, el cual pasados algunos 
meses murió preso en Ñapóles. El Rey Fer- 
nando, por la intemperanza del mismo otoño, 
adolesció de una febrezuela y murió en el 
monte de Soma, no habiendo aún gustado el 
alegría de la victoria, dejando heredero del 
reino á su tío Federico. Este, abrazando es- 
trechamente á Gonzalo Hernández, le rogó 
quisiese tomar la empresa de fenescer la gue- 
rra en Calabria. Gonzalo Hernández no rehu- 
só el cargo que el nuevo Rey le rogaba, que 
vuelto que fué en Calabria, acrescentado de 
nueva gente, tomó muchas ciudades de la 
parte anjoína y quería volver las armas con- 
tra monsiur Daubegni, el cual por la partida 
de Gonzalo Hernández hacía guerra contra 
las ciudades desnudas de defensa. Pero mon- 
siur Daubegni, habiendo entendido la infelici- 
dad del sitio de Átela y sabida la vuelta de 
Gonzalo Hernández, del cual sabía que le 
convenía mucho temerse, quiso antes aprove- 
charse del benefjcio del concierto de Átela que 
con vano esfuerzo tomar las armas, ya venci- 
das de la fortuna, y sacada la guardia dejó 
desembarazada la provincia. No muchos días 
después Gonzalo Hernández fué llamado del 
Rey Federico para que domase á los oliveta- 
nos, porque éstos, en la tierra de Aquino y 
del Abruzo, con grande obstinación perseve- 



JOVIO 

raban en la fe de los franceses y habían muer- 
to en la isla del Vico á don Rodrigo de Avalos 
Monterisio, hermano de don Alonso, Marqués 
de Pescara, capitán de grande valor. Pero 
oyendo el nombre de Gonzalo Hernández y 
juzgando que el perdón de sus culpas estu- 
viese puesto en la humanidad y autoridad 
suya para que el Rey los perdonase, pares- 
ciéndoles no esperar la fuerza de un capitán 
tan valeroso, se le rindieron y volvieron á la 
obediencia de Federico. Habiendo ya acorda- 
do los olivetanos, se volvió al Rey, que estaba 
en Ñapóles, siendo seguido de una muche- 
dumbre de embajadores de aquellos que se 
habían reducido á obediencia real, teniendo 
por cierto que con su intercesión el Rey les 
perdonaría su obstinación y rebeldía. 

En este medio fué llamado con grandes rue- 
gos del Papa Alejandro, porque en aquel tiem- 
po Menaldo Guerra, vizcaíno, cosario cruelí- 
simo del castillo y puerto de Ostia, estorbaba 
totalmente la navegación del Tibre, tanto que 
el pueblo romano estaba apretado de la ca- 
restía de muchas vituallas, en especial del vino, 
porque los mercaderes sicilianos y calabre- 
ses y otros extranjeros españoles y genove- 
ses, temiendo la crueldad del cosario, se iban 
á otra parte. Porque cualquiera navio que 
allegaba á Ostia, si los marineros á la hora, 
caladas las velas y los remos levantados, no 
se ajuntaban á la riba puesta debajo el casti- 
llo á dejarse saquear y prender, eran con el 
artillería echados al hondo, y había faltado 
muy poco que no prendiesen las galeras del 
Papa, ó verdaderamente las frondasen, las 
cuales descuidadamente habían venido á la 
boca del río. No se podía la crueldad de este 
espantoso asasino por ninguna condición que 
le fuese hecha traer á concierto, ni derribarle, 
sino con hacelle justa guerra, pues no estima- 
ba con su arrogancia y crueldad las excomu- 
niones del Sumo Pontífice. No se demostraba 
otro camino más poderoso ni presto que el de 
Gonzalo Hernández, el cual á la hora pudiese 
domar este espantoso monstruo y librar á 
Roma del extremo peligro de la hambre. Gon- 
zalo Hernández fué contento á hacer á Su 
Santidad este servicio, especialmente persua- 
diéndoselo el Rey Federico. Caminó para Roma 
con sus españoles y pocos días después se 
aposentó en Ostia, en un lugar conveniente. 
Menaldo con su soberbia no dejaba de hacer 
males, ni quería escuchar ninguna condición 




CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



491 



de la paz que se le ofrecía. Habiendo Gonzalo 
Hernáe 
toda munición de guerra; la mayor de ellas, 
llamada la Camilla, era la capitana; allende 
de éstas, fueron otras treinta y cinco naves de 
carga, siete bergantines armados, ocho gale- 
ras y cuatro fustas. Llevaron en estas naves 
cerca de ocho mil infantes escogidos y mil y 
doscientos caballos. Muchos caballeros gene- 
rosos siguieron á Gonzalo Hernández, entre 
los cuales fué don Diego de Mendoza, hijo del 
Cardenal don Pedro González, hombre muy 
excelente ansí por la grandeza de ánimo como 
por la disposición corporal. Los turcos habían 
tomado poco antes la isla de la Chefalonia, la 
cual después Mekhor Trivisiano, sucediendo 
al Grimano, el cual por haber mal peleado ha- 
bía sido confinado del Senado en Osoro, isla 
de las absirtas, en balde la había combatido. 
Era esta isla de grande comodidad para los 
negocios de la mar, y los venecianos tenían 
temor que los turcos con igual osadía y suce- 
so no se enseñoreasen de la isla vecina de 



JOVIO 

Losanto. Allegado que fué Gonzalo Hernán- 
dez, los venecianos le recibieron con grandí- 
sima honra y alegría, y habiendo conferido 
con él sus designos, deliberó de combatir á la 
Chefalonia. En aquel tiempo, por allegarse el 
otoño, la armada turquesca se había retirado 
al estrecho de Galipoli, y Bayaceto tuvo nue- 
va cómo se aparejaba grande armada contra 
él en España y en Francia y en Italia, y ha- 
biendo tomado á Modón y de paso tentado 
en vano á Ñapóles de Romanía, se había vuel- 
to en Tracia. La isla de la Chefalonia está 
puesta entre Losanto y el golfo de la Larta, 
en el Archipiélago; es noble por dos puertos 
y por la fertilidad de la tierra y por la grande 
abundancia de fuentes de agua dulce, y á esta 
causa les sería de grande comodidad para la 
contratación de la mar, en especial habiendo 
perdido á Modón, que solía dar seguro puerto 
y reposo á aquellos que navegaban en Suria. 
Pues habiendo proveído todas las cosas ne- 
cesarias para dar el asalto, determinó el Gran 
Capitán, antes de mostrarse, enviar un emba- 
jador á los turcos, que fueron Puccio, capitán 
de las galeras, y Solís, valeroso capitán de in- 
fantería, haciéndoles saber cómo los soldados 
viejos del riquísimo Rey de España, ejercita- 
dos de largo tiempo en la guerra y vencedo- 
res de los moros de su seta, habían venido en 
socorro de venecianos, y si ellos querían en- 
tregar la isla y el castillo, que todos se podrían 
ir salvos y seguros; pero si estaban determi- 
nados de querer probar la fuerza de los espa- 
ñoles y esperar los golpes del artillería, que 
no hallarían después lugar ninguno de perdón 
ni de remedio. A estas palabras respondió con 
alegre rostro Cisdar, de nación albanés, capi- 
tán de la guardia: «Cristianos: agradecemos 
os mucho vuestra voluntad; hacemos os sa- 
ber que nosotros estamos determinados ó 
vivos ó valerosamente muertos ganar grande 
gloria de constancia para con Bayaceto; ni 
nos espantamos por ningunas amenazas de 
hombres, habiéndonos la fortuna á todos es- 
crito en medio de la frente el fin de la vida. 
Decid á vuestro capitán que cada uno de mis 
soldados tiene siete arcos y siete mil saetas, 
con las cuales valerosamente vengaremos 
nuestra muerte, si acaso no pudiéremos resis- 
tir á nuestro destino ó á vuestro esfuerzo». 
Dicho esto, mandó enviar un fuerte arco con 
un carcax dorado al Gran Capitán, y rompió el 
razonamiento. El Gran Capitán y el Pésaro, 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



495 



proveedor de venecianos, haciéndoles el tiem- 
po bueno, partieron de Losanto y entraron 
en ambos á dos puertos de la Chefalonia, y 
metida la gente en tierra, los venecianos de 
la una parte y los españoles de la otra se alo- 
jaron y plantaron el artillería. Tenía el Pésaro 
algunas piezas de artillería de bronce muy 
gruesas, las cuales se llamaban basiliscos, 
que la pelota de hierro que echaban pasaba 
ocho pies de muralla, y con espantoso rompi- 
miento desbarataban todo aquello que estri- 
baba de la otra parte del muro. Los turcos, 
al encuentro, mucho más de lo que se puede 
creer se defendían esforzada y animosamente, 
ni por las espantosas muertes de los suyos 
no se movían un paso atrás, haciendo de par 
de dentro reparos de tierra, madera y otras 
cosas, tirando de contino artillería y tanta fu- 
ria de saetas, que el campoy las tiendas esta- 
ban llenas de ellas; y era la crueldad mayor 
por estar enerboladas, que de una pequeñita 
herida morían los pobretos de soldados, así 
como acaeció á don Sancho de Velasco, mozo 
nobilísimo y valeroso, el cual primero que los 
físicos venecianos hallasen para su herida 
cierto remedio, en poco rato fué muerto de 
una bien pequeña herida. La fortaleza de la 
Chefalonia está puesta sobre una peña, y por 
el aspereza del sitio con dificultad se podía su- 
bir á ella, y también lo estorbaban las ruinas 
del muro que caían; pero por estos estorbos 
los españoles animosamente no dejaban de 
subir, y á todas las horas con sangrienta por- 
fía combatían. Los turcos, no faltando á su 
deber, porque allí donde estaban los enemi- 
gos más ajuntados les echaban fuego, saetas 
y piedras y algunos que subían por las esca- 
las procuraban de tirallos encima la muralla, 
habiendo echado para abajo ciertos garfios de 
hierro, que ellos llaman lobos, con los cuales 
los cogían por lo hondo de la coraza ó por la 
cintura. Con estos garfios, entre otros, con 
grande peligro de la vida, fué preso Diego 
García de Paredes, el cual después en muchas 
guerras ganó loor de singular fortaleza. Salían 
los turcos muchas veces con la oscuridad de 
la noche, porque en aquella hora con el bene- 
ficio de lo escuro les parecía segura del peli- 
gro del artillería, y tiraban entonces tanta mul- 
titud de saetas por todo el campo, que mu- 
chas veces estuvo el Gran Capitán en mucho 
peligro, que hasta su tienda estaba llena de 
ellas. El Gran Capitán, viendo que á este pe- 



ligro apenas se le podía poner remedio, pensó 
un muy provechoso reparo: mandó hacer una 
trinchea muy cerca en el enderecho de la puer- 
ta y rodeada al derredor de matones, y aque- 
lla parte la fortificó con artillería apuntada al 
paso por donde los turcos tenían de salir. De 
manera que los turcos eran primero muertos 
del artillería casi con golpe cierto que ellos 
arribasen al lugar adonde solían echar las sae- 
tas. Este ardid rompió el osar y atrevimiento 
á los turcos; porque Pinedo, hombre valero- 
so, á quien había sido encomendado el cargo 
de defender la trinchea, tenía siempre en esto 
atenta la guardia. 

Los turcos, según su costumbre, se salie- 
ron dos veces fuera y ambas los cogió tan fe- 
licemente, que de una súbita ruciada de arti- 
llería murieron un grande número de ellos. Por 
la otra parte los turcos hicieron una mina, por 
la cual salían de noche, y allegaron á la tien- 
da del Gran Capitán; pero él, siendo avisado 
en sueños por gracia divina, la cual tenía es- 
pecial cuidado de su salud, le guardó de tan 
grande peligro, y ansí mandó hacer una con- 
tramina, donde puestos algunos barriles de 
pólvora y dándole á fuego, les salió al encuen- 
tro con terrible matanza de bárbaros. 

Había en este medio la carestía de la vi- 
tualla afligido más que medianamente á los 
españoles, parte por la negligencia y pereza de 
algunos mercantes que tenían cargo de pro- 
veer el campo, los cuales le proveían las vi- 
tuallas con grande escaseza, y parte por la di- 
ficultad de la navegación; porque como era in- 
vierno, el mar era combatido de crueles vien- 
tos, y con esto se tardaban los continos pasa- 
jes que todos días se hacían en Corfú y de 
Losanto; talmente que muchos fueron cons- 
treñidos á vivir de yerbas y de raíces no co- 
nocidas, de lo cual adolescieron de enferme- 
dad de cámaras. Había en el un campo y en el 
otro guardado alguna cantidad de trigo; el 
Gran Capitán mandó hacer algunos pequeños 
molinos de á brazo, los cuales en cada una ga- 
lera eran movidos por los forzados. Faltando 
cedazos para sacar el salvado, quitó á las mu- 
jeres de las cabezas algunos velos muy delica- 
dos. Hicieron algunos hornos pequeños en la 
ribera para donde se cociese el pan. Con esta 
provisión no solamente se remedió la hambre, 
mas ambos campos fueron llenos de nueva es- 
peranza de victoria. En aquellos mismos días 
el Conde Pedro Navarro, el cual después en la 



496 



PABLO JOVIO 



guerra alcanzó suprema honra, inventor de 
obras maravillosas, había derribado una parte 
del muro haciendo cavar algunas minas en el 
fundamento donde estaba asentada la forta- 
leza y metiendo barriles de pólvora para da- 
lles después á fuego; y con la violencia de 
aquel elemento, cerrado por donde podía espi- 
rar, rompía con grande presteza cuanto topa- 
ba. Ya se comenzaba á oir la murmuración de 
los soldados, enojados por haber tantos días 
consumido en el combatir de una tierra ó ciu- 
dad tan ruin contra unos desarmados fleche- 
ros. El Gran Capitán, aunque confiado del sin- 
gular esfuerzo de sus soldados, comunicó sus 
designos con el Pésaro, el cual había tomado 
cargo de combatir la otra parte de la ciudad, 
y deliberaron de dar á la hora juntamente por 
ambas partes el asalto,habiendo públicamente 
mandado grandes premios á aquellos que fue- 
sen los primeros al entrar de la tierra. 

Después que hubo diligentemente y con in- 
dustria proveído lo necesario para dar el últi- 
mo combate, fué dada la señal con las trompe- 
tas y á un tiempo descargada el artillería, ha- 
ciendo tanto rumor que toda la isla tembló y se 
creyó que se hundía. No las murallas ni las trin- 
cheas hechas de por de dentro ni la constancia 
de los bárbaros pudieron ser parte de estorbar 
á la infantería española que con grande pres- 
teza no plantasen las banderas en lo alto de 
la muralla, y en el entrar de la tierra fueron 
los fortísímos turcos muertos y la ciudad ga- 
nada. Fueron tomados vivos cerca ochenta, 
especialmente de aquellos que estaban enfer- 
mos de las pasadas batallas y no habían podido 
tomar los principales lugares de la defensa 
del muro. Los otros todos cerca trescientos, 
defendiéndose en el último combate de la 
muerte, fueron muertos con Cisdar su capi- 
tán. Los españoles, que de antes desprecia- 
ban y tenían en poco las armas de los turcos y 
la grosera calidad de su milicia, juzgaban que 
de la fuerza de ellos se había de tener gran- 
dísimo temor, si se hubiese de combatir con 
una grande multitud. 

Tomada que íué la Chefalonía, el Gran Ca- 
pitán por muchas causas le convenía volverse 
en Sicilia, aunque los venecianos habían de- 
signado de querer combatir á Santa Maura; 
había entendido poco antes por cartas del Rey 
don Hernando que los capitanes franceses que 
estaban en Milán habían asoldado algunas 
bandas de suizos y en Genova proveído una 



gruesa armada y á la primavera habían de ha- 
cer guerra por mar y por tierra al Rey Fede- 
rico. El Pésaro, en nombre del Senado vene- 
ciano, agradesció mucho al Gran Capitán la 
obra recibida, y en premio del servicio le dio 
vasos de oro y de plata entallados, paños pa- 
vonados de lana, piezas de carmesí y broca- 
dos, diez caballos turcos y diez mil ducados, 
los cuales á la hora con grande liberalidad 
los repartió en el ejército y particularmente 
entre los más valerosos soldados y amigos 
suyos, no habiéndose querido tener para sí 
sino cuatro tazas para honrar su aparador 
en tiempo de paz en testimonio de su valor 
y de la cortesía veneciana, porque él con 
grande grandeza de ánimo posponía á todas 
aquellas dádivas la honra ganada con grande 
fatiga de la presa de la Chefalonia. Pero la 
fortuna le esparció aquel dulcísimo honor de 
la honrada hazaña con el amargor del domés- 
tico llanto, porque cuasi en aquel mismo tiem- 
po don Alonso de Aguilar, su hermano, mayo- 
razgo de su linaje, capitán de grande autori- 
dad, fué muerto de los moros en la Sierra 
Bermeja. Habiéndose aquella gente dejado 
debajo de ciertas condiciones de paz, después 
de la guerra de Granada, en la Sierra Morena 
y eran forzados del Arzobispo de Toledo á 
hacerse cristianos, rebeláronse y pusiéronse 
en armas. Fué cometido el cargo á don Alonso 
para que los hiciese guerra y los castigase, y 
él combatiendo esforzadamente, habiéndose 
metido muy adelante, sobreviniendo la noche 
dándole encima los moros por todas partes, 
saliendo de las celadas le mataron, habiéndo- 
le primero muerto el caballo. El Conde de 
Urueña, compañero suyo en aquella empresa, 
no tuvo esfuerzo de socorrer á don Alonso, 
puesto en el medio de sus enemigos. Don Pe- 
dro su hijo, habiendo recibido grandes heridas 
junto á su padre, fué socorrido de don Fran- 
cisco Alvarezde Córdoba, amigo valerosísimo, 
y echados con grande fuerza los bárbaros le 
levantó, que estaba en tierra con una pierna 
pasada, le puso en un caballo y con grandísi- 
ma honra le salvó. 

Pero tornando adonde nos partimos, des- 
pués que fué entendido que el Gran Capitán 
era arribado á Mecina con el armada no so- 
lamente salva, pero victoriosa, le vinieron em- 
bajadores de muchas partes y de todas las 
ciudades de Sicilia con presentes á alegrar- 
se con él de la victoria. Pero su vuelta fué 




CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



497 



al Rey Federico más apacible que á todos, 
porque estando puesto en grande afán y tra- 
bajo por la guerra francesa que le venía á 
cuestas por el antigua amistad, había puesto 
toda su esperanza en los españoles y en el es- 
fuerzo del Gran Capitán, porque venecianos y 
florentines habían hecho liga con franceses. 
El Papa Alejandro con el Rey de Francia ha- 
bían conjurado contra Federico. Y por esta 
causa Federico le envió muchas veces emba- 
jadores en Sicilia y en parte con continas car- 
tas le hacía saber cuan grande aparejo por 
tierra y por mar hacían los franceses por aco- 
meter á Sicilia, si él insuficientemente á tan 
grande furia de guerra que le amenazaba y 
abandonado de todos sus antiguos amigos 
fuese constreñido á partirse de Ñapóles y del 
reino. El Gran Capitán, sabiendo que el Rey 
don Hernando y el Rey Luis de Francia se ha- 
bían secretamente concertado y partido entre 
ellos igualmente el reino entretenía á Federi- 
co con la esperanza del socorro, aunque esto 
él lo hacía muy contra á su voluntad, porque 
le parecía muy ajeno de la noble costumbre de 
su pasada vida y de aquella (por la cual él era 
muy loado) inviolada bondad y limpieza de 
ánimo entretener con engañosas promesas un 
Rey tan bueno, y siéndole obligado con mer- 
cedes hechas de su mano y muy su allegado 
en amistad y servicio, y á la fin que fuese en- 
gañado y con traición puesto en las manos de 
sus enemigos á natura crueles y enojados por 
el rompimiento de la pasada guerra. Pero él 
tenía de obedescer á los mandamientos de 
quien le podía mandar, porque mientras tenía 
cuidado de su honra no paresciese que falta- 
se en la fe á su rey y señor, el ánimo del cual 
por ciertas ofensas estaba ajenado de Fede- 
rico y le tenía por enemigo, porque se decía 
que él había tratado con el Rey Luis una paz 
y perpetua concordia, la cual se esforzaba de 
confirmar con pagalle cada un año cierta can- 
tidad de ducados de tributo. Al Rey don Her- 
nando le parecía muy mal este trato, no que- 
riendo que aquel reino fuese tributario agen- 
te enemiga, el cual reino el Rey don Alonso su 
tío con grande esfuerzo y con difícil guerra y 
muchas veces con dudosas victorias lo había 
ganado, y que él poco antes con los tesoros 
de España y de Sicilia lo había defendido con- 
tra los mismos enemigos. No mucho después, 
habiendo los capitanes franceses formado un 
grueso ejército, venidos de Lombardíaen tie- 

Crónica» del Gran Capitán. 32 



rra de labor, tomada sobre concierto y cruel- 
mente saqueada Capua y rompida la gente de 
Federico, el Rey, como desesperado de sus 
cosas, se fué huyendo con la mujer y los hijos 
al castillo de Iscla; y enojado con el Rey de 
España, del cual se querellaba que con mal- 
vada desimulación le había hecho traición, se 
concertó con monsiur de Nemos y monsiur 
Daubegni, capitanes del Rey de Francia, entre- 
gándoles las fortalezas de Ñapóles y de po- 
der con seguridad navegar en Francia y ha- 
cer prueba de la clemencia del Rey Luis, al 
cual muy humilmente quería ir á hallar, ha- 
biendo sido en esta manera derribadas de un 
súbito las cosas de Federico. 

El Gran Capitán, así como de antes estaba 
concertado por sus conciertos secretos, pa- 
sando de Mecina á Ríjoles, en poco espacio de 
tiempo tomó todas las ciudades de Calabria, 
porque los Reyes con estas capitulaciones se 
habían ajuntado en una amistad: que en la di- 
visión del reino toda la tierra de labor, el duca- 
do de Benevento y el Abruzo, juntamente con 
la ciudad de Ñapóles, fuesen del Rey de Fran- 
cia; la Calabria, Basilicata é toda la Pulla con 
tierra de Otranto tocasen al Rey de España. 
El Gran Capitán ante todas cosas, con ánimo 
generoso, antes que hiciese guerra al Rey Fe- 
derico, le envió un embajador que con solemne 
contrato le renunciase las ciudades é castillos 
en el Abruzo y en el monte de Santo Angelo 
que el Rey en la guerra pasada, por los servi- 
cios que le hizo, le había hecho mercedes de 
ellas, porque aquel que le había de ser enemi- 
go por mandamiento del Rey don Hernando su 
señor, olvidada del todo la memoria de las 
mercedes recibidas, no le pareciese ingrato. 
Federico, maravillado del respeto y de la gran- 
deza de ánimo del Gran Capitán, le respondió: 
Que él conocía claramente la virtud y bondad 
suya, aunque le fuese enemigo, y que no se 
arrepentía de la liberalidad y mercedes que le 
había hecho; pero de nuevo con grandes privi- 
legios las confirmó, habiendo publicado y dicho 
muy grandes loores del Gran Capitán, el cual 
con libre voluntad le había borrado la infamia 
de la ingratitud y echóle conocer cómo cons- 
treñido por los mandamientos del Rey su se- 
ñor le hacía guerra. Después de aquesto á los 
señores de la casa San Severino, especial- 
mente á Bernardino, Príncipe de Visiñano, le 
restituyó el estado y castillos, al cual tres años 
antes se los había quitado como á rebelde y 



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PABLO JOVIO 



enemigo, el cual obstinadamente favorescíala 
parte francesa. El Gran Capitán juzgaba que 
era muy bien ganarles la voluntad con aque- 
lla liberalidad, porque alguna vez se olvida- 
sen de la parte anjoína, á la cual en la guerra 
pasada había conocido que casi toda la Cala- 
bria era muy aficionada. Después con grande 
consejo ganó por amigos á los señores Colo- 
neses y con grande honra y humanidad les dio 
á cada uno de ellos una banda de caballos. 
Fabricio Colona había sido preso en Capua y 
habíase rescatado con dineros de las manos 
de franceses. El Próspero había dejado á Fede- 
rico ya muy trabajado de la cruel tempestad 
de la inicua fortuna, habiendo muchas veces 
condenado el consejo calamitoso y desdicha- 
do de Federico, según se mostró en efecto 
cuando, movido del enojo que tenía del Rey 
de España y de la vana esperanza francesa, 
humilde é miserable había navegado en Fran- 
cia á buscar al Rey Luis. 

Estaba en Sicilia el Cardenal Juan Colonna, 
hermano del Próspero, el cual cuando el Papa 
Alejandro había comenzado á favorescer á los 
señores Orsinos é con liberales gajes escríp- 
tolos á la milicia de Césaro Borja, su hijo, y 
echado á los Coloneses de Roma y de sus es- 
tados, él se había huido de Roma. El Gran 
Capitán, como aquel que era lleno de una rara 
grandeza de ánimo é de singular ingenio, cla- 
ramente adivinando, proveía á lo necesario, 
porque los franceses, parte por su naturaleza 
ser muy fogosos, parte insolentes, bravos 
por las victorias ganadas sin ninguna fatiga, 
creía que no quedarían nada contentos con 
los confines concertados de la división del 
reino, y por esto sin duda alguna algún tiem- 
po se movería la guerra. Por lo cual con gran- 
de honra suya, echando los franceses, habría 
adquirido un reino nobilísimo á don Hernando, 
Rey de España, y á sus sucesores; por don- 
de juzgaba que sería de grande importancia 
aquellas cosas que con la esperanza y gran- 
deza de ánimo designaba. Allegando á sí y al 
servicio del Rey de España á los señores Co- 
loneses, hombres nobilísimos y de singular 
valor en la guerra, los cuales él conocía no 
solamente grandísimos enemigos del Papa, 
amigo de franceses, y allende de esto les qui- 
taría de su parte los soldados viejos italianos 
y todos los aficionados al nombre de Aragón 
y un grande número de parientes y servido- 
res suyos. 



Federico, partiéndose del reino, había de- 
jado en Taranto á don Hernando de Aragón, 
el mayor de sus hijos, el cual se llamaba Du- 
que de Calabria, para que estuviese en guar- 
dia de la ciudad más fuerte de todo el reino. 
Estaban con el Duque don Hernando, don 
Juan de Guevara, Conde de Potencia, y Leo- 
nardo Alejo, caballero de la militia de Rodas, 
hombre en la guerra muy valeroso. Teníase 
debajo el presidio de Federico Manfredonia, 
puesta adonde fué la antigua ciudad de Sipon- 
to al monte de Santo Angelo; las otras ciu- 
dades y castillos habían venido en las manos 
de franceses ó españoles. El Gran Capitán, 
ajuntada toda su gente y habido de monsiur 
de Nemos, el cual era capitán general de fran- 
ceses, dos compañías de gascones balleste- 
ros y otras tantas bandas de caballos, asentó 
cerco á Taranto. Vinieron á él Próspero y Fa- 
bricio, y comenzóse á hacer guerra, porque 
muchas veces salían los del Duque y en la 
campaña puesta debajo la ciudad escaramu- 
zaban á pie y á caballo. El Gran Capitán, des- 
confiado de poder tomar á Taranto ni por 
fuerza ni con artillería, determinó de apreta- 
lle con un fuerte cerco y domalle con la ham- 
bre. Porque aunque él hubiese edificado re- 
paros á la alteza de un castillo contra la puer- 
ta y de allí la batiesen con artillería, la natu- 
raleza del lugar era tal que los del Duque se 
defendían valerosamente, asentada su artille- 
ría contra los bestiones, y no se atemorizaban 
en un punto por la fuerza de los enemigos. 
Es maravilloso el asiento de aquella ciudad, 
que por todas partes es bañada del mar. Que 
don Alonso de Aragón el mozo, que por so- 
brenombre fué llamado el Guercho, la había 
cortado de tierra firme, cuando los turcos to- 
maron á Otranto, entre las otras ciudades de 
tierra de Otranto, por la gran comodidad de 
aquel puerto, designaban dehaberá Taranto. 
La ciudad está ahora puesta en aquel lugar 
donde antiguamente estuvo la grandísima 
Roca de Taranto, ennoblecida por el cerco no 
menos largo que vano de Aníbal. Pero adon- 
de estaba el viejo Taranto son agora grandes 
ruinas y por todo él se muestran maravillo- 
sos vestigios de la ciudad deshecha. F£s, en 
fin. Taranto ciudad nueva y toda traspasac 
en aquella isla y ceñida en derredor del mj 
y por dos puentes de madera se pasa á e\ 
puestos el uno á levante y el otroá'ponienl 
en las cabezas de ellos están edificadas d< 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



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hermosas fortalezas, que por medio de la una 
y de la otra tierra firme corren dos canales, y 
ansí con grande dificultad se pueden comba- 
tir. De la parte del abierto mar no se pueden 
allegar las naves, porque aquel costado de la 
ciudad está fortificado de unos perpetuos es- 
collos ó peñascos. 

El Gran Capitán, espantado de estas difi- 
cultades, determinó con exquisito modo de 
trabajo de igualar los bestiones y los fosos á 
la justa alteza de Taranto á golpe de artillería 
y cerró las dos salidas de las puentes, hacien- 
do dos castillos de tierra y encima el artille- 
ría, y deliberó de invernar allí. La armada de 
españoles y sicilianos corrían todo aquel mar 
y con contina guarda guardaban ambas á dos 
las entradas de aquella isla que hace el puerto, 
que por ellas ningún navio pudiese salir ni en- 
trar en él ni en la ciudad. Fué aquel cerco el 
más largo de cuantos se han visto en Italia, 
según él era perezoso y reposado. Porque 
como los del Duque hubiesen bastecido la ciu- 
dad de si misma abundantísima, ansí por la 
fertilidad del territorio vecino como por la co- 
modidad de una facilísima navegación, ha- 
biendo á más de esto traído de la comarca mu- 
chas vituallas, tenían á grande temeridad pro- 
vocar á los enemigos y meter en peligro las 
fuerzas de ellos, que eran pocas y flacas. 

Entretanto que el Gran Capitán tenía pues- 
to el sitio sobre Taranto, procuraba, como en 
todos sus hechos, ansí de guerra como de 
paz, fuese tenido y reputado de italianos y 
más de franceses por illustre, en obras de 
magnificencia y grandeza. Que entre las vir- 
tudes de ánimo que tenía, que eran muchas 
y grandes, adquiridas ansí por naturaleza 
como por artificio, en la de la liberalidad fué 
un raro hombre, con la cual se ganan los áni- 
mos de los soldados, porque ninguno jamás 
más exquisitamente ni más á tiempo ni con 
más alegre semblante que el Gran Capitán 
usó el esplendor de la magnificencia, no sola- 
mente con los suyos, pero con sus enemigos. 

Había acaso allegado entonces de la isla de 
Mitilén á las vecinas riberas de Calabria, echa- 
do de la cruelísima fortuna, Filipo Rabastain, 
flamenco, capitán de la armada de Francia, 
habiendo perdido las naves parte por naufra- 
gio, parte rompidas por la furia de los vien- 
tos, y la nave capitana hecha mil pedazos por 
haber violentamente encontrado en unas pe- 
ñas de la isla de Citera, y él medio desnudo con 



los más principales de su compañía, se había 
salvado. El Gran Capitán, viéndole tan traba- 
jado, ansí por el enojo del mar como por el es- 
panto de la imaginación del reciente peligro y 
por el dolor de la empresa que mal le sucedió, 
desnudo de aderezos de su persona y casa, le 
envió un presente de algunas cosas que le 
eran muy convenientes para el remedio de la 
necesidad presente; y quien quisiere conside- 
rar el grande valor dé!, paresce que avanza 
al término de la liberalidad. Entre otras co- 
sas, demás de una gran suma de vituallas, le 
envió ropas de seda aforradas en martas ce- 
bellinas, de lobos cervales, camas de seda, 
cobertores, tapetes, vasos de beber de plata 
maravillosos, algunos muy buenos, caballos 
bien aderezados, y fué tan grande el número 
de aquellas cosas, que cuasi á todos sus com- 
pañeros les tocó parte de aquella liberalidad. 
Con los cuales dones obligó grandemente el 
ánimo de los franceses, y ansí con toda cali- 
dad de loor decían que hombre tan grande y 
magnífico era merescedor del reino que gober- 
naba. Estaban en compañía de monsiur de 
Rabastain muchos caballeros franceses, entre 
los otros el señor Juan Estuardo, Duque de Al- 
bania, caballero mozo y de la sangre real de 
Escocia, al cual después le habemos visto en 
Italia capitán d? grande nombradla. Monsiur de 
Rabastain con ánimo más quieto sufría la ini- 
quidad de la fortuna, confesando no ser en 
cosa alguna igual al Gran Capitán, porque 
poco antes, movido de la cobdicia de la glo- 
ria, persuadido para ello de venecianos, ha- 
bía navegado contra turcos á la isla de Miti- 
lén á fin que tomada aquélla, como ciudad y 
isla más noble, sobrepujase en la honra al 
Gran Capitán, la cual felizmente se había ad- 
quirido ganando la Chefalonia. Pero aquella 
conquista fué con más temeridad que con va- 
leroso esfuerzo de franceses emprendida, y 
así tuvo muy deshonrado fin. Porque habien- 
do con el artillería derribado casi á tierra la 
muralla y sido echados de la ciudad, la cual 
los turcos la defendieron con maravilloso es- 
fuerzo, partiéndose de la isla les tomó en el 
arcipiélago una cruel y terrible fortuna; tal 
que apartó y rompió aquellas naves que que- 
daron, de tal manera que la una no pudo ha- 
cer el viaje de la otra. No faltaron soldados es- 
pañoles que, teniendo grande envidia de aque- 
llas dádivas hechas á los franceses, que por 
las tiendas y públicas conversaciones decían 



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PABLO 



que el Gran Capitán con real mano derrama- 
ba las riquezas con los extranjeros; que fuera 
más justo proveer á la necesidad de sus sol- 
dados, así como á aquellos que se les debían 
las pagas de muchos meses; donde la envidia 
de aquella malvada furia prendió de tal ma- 
nera los ánimos de los enojados soldados, 
que todos de una voluntad y súbito consen- 
timiento se amotinaron, tocando al arma se 
metieron en orden y comenzaron á demandar 
las pagas al capitán. Había pasado tan ade- 
lante el furor, que estando el Gran Capitán 
desarmado le metieron las picas á los pechos, 
y ninguna cosa tanto le defendió en tan cres- 
cido peligro cuanto su maravillosa constancia 
y la majestad de sus palabras. Porque un sol- 
dado privado que con terrible vista le amena- 
zaba con la punta de la pica, le metió la mano 
debajo de ella y con un rostro apacible, me- 
dio riendo, le dije: «Levanta para arriba esa 
punta, necio, que burla burlando no me pases 
de parte á parte». Decía esto con tanta ale- 
gría como si aquel soldado, que con el enojo 
apretaba !os dientes, se estuviera burlando. 
Fué allende de esto inculpado con vitupero- 
sísimas palabras, porque excusándose del ha- 
ber tardado la paga y jurando cómo él se ha- 
llaba en extrema necesidad de dineros, His- 
ciar, vizcaíno, capitán, le respondió sorberbia- 
mente diciéndole: «Si tú no tienes dineros, 
mete á tus hijas en el burdel»; la cual pala- 
bra, aunque por entonces no mostrase ningún 
sentimiento de haber tomado algún enojo, 
pero allególe á lo íntimo del corazón. Porque 
habiéndose asosegado aquel motin con cier- 
tos prometimientos de dineros, la noche si- 
guiente mandó ahorcar á Hisciar de una ven- 
tana abajo, adonde todo el ejército le podía 
ver. Donde el Gran Capitán con aquella seve- 
ridad cobró no solamente su autoridad y re- 
putación, la cual por el reciente amotinamien- 
to de los soldados la tenía casi perdida; pero 
en lo de por venir con aquella terribilidad del 
súbito castigo atemorizó á los sediciosos sol- 
dados, que después no tuvieron atrevimiento 
de ofenderle. La infantería muchas veces daba 
voces diciendo que, ó luego les diesen las pa- 
gas que se les debían ó los licenciase del ju- 
ramento, porque con deseosos ánimos habían 
puesto los ojos á otra fortuna y más liberta- 
da milicia. Que Cesare Borja, hijo del Papa 
Alejandro, habiendo puesto el ánimo á los es- 
tados de todos los señores de la Humbría, 



JOVIO 

de la Romanía y de la Toscana, dándoles 
gruesas pagas y prometiéndoles grandes pre- 
sas de las ciudades ricas, llamaba á si los sol- 
dados viejos y especialmente á los españoles, 
de manera que páresela que poco á poco se 
querían partir y desamparar las banderas. 
Pero la fortuna, que en las cosas difíciles ja- 
más le desamparó, habiéndosele casi amotina- 
do el ejército y no aguardando dineros ni de 
España ni de Sicilia, le socorrió en una gran- 
dísima necesidad, que en un punto le enri- 
quesció, con la mercancía de una nave de Ge- 
nova, la cual navegando para Levante había 
venido al golfo de Taranto. Mandó á Puccio, 
capitán, que con las galeras de Lezcano la 
rodease y la metiese á saco, estando la nave 
bien descuidada de cosa semejante. Mandó el 
Gran Capitán hacer esto por ciertas causas, 
y la principal porque llevaba hierro á los tur- 
cos. Estimóse el valor de ella en más de cien 
mil ducados, aunque á la verdad fué forzado 
á hacer esto contra su voluntad y no movido 
de avaricia, sino de extrema necesidad, á fin 
de tener á sus soldados asosegados y' en obe- 
diencia, en el esfuerzo de los cuales confiaba 
de poder traer á fin felicemente la empresa. 
Solía decir el Gran Capitán, cuando violaba 
la razón humana, que un Capitán general á 
tuerto ó á derecho había de procurar de ven- 
cer, porque ganada la victoria los daños que 
se habrían hecho á los miserables pobretos 
se recompensasen con mucha cortesía y cum- 
plimiento. 

Había ya consumido algunos meses en 
aquel perezoso sitio, cuando por conjeturas 
vino á entender cómo los franceses, no con- 
tentándose de aquella división del reino, en 
secreto se trataban como enemigos, solicitan- 
do con cartas á donjuán de Guevara, que te- 
nía el gobierno del Duque don Hernando, y á 
Leonardo, capitán de la guardia, que quisie- 
sen antes entregar á Taranto á los franceses 
que al Rey de España, el cual había hecho trai- 
ción al Rey Federico su padre. Había acresccn- 
tado la sospecha monsiur de Alegre, capitán 
deligente y despierto entre franceses, que 
poco antes debajo especie de religión había 
demandado licencia de poder ir á visitar la 
iglesia de Sant Cataldo, al cual como su adbo- 
gado es de los tarentinos religiosamente re- 
verenciado, con fin de cumplir cierto voto y 
llevar ciertos dones y ofrescimientos. Habían 
los franceses en aquel mismo tiempo con 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



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grandes prometimientos persuadido al capi- 
tán de Manfredonia que á ellos primero que 
á los españoles les entregase la ciudad y el 
castillo. 

El Gran Capitán, con maravilloso artificio 
y diligencia, venció los designos de france- 
ses en tomar primero á Manfredonia y trató 
con don Juan de Guevara y con Leonardo Ale- 
jo, los cuales de su condición eran enemigos 
de franceses, que con honestas condiciones 
persuadiesen al Duque don Hernando á que- 
rer presto rendirse. El Gran Capitán con ma- 
ravillosa y extraña manera, siguiendo el ejem- 
plo de Aníbal, había puesto cerca veinte na- 
vios encima de carros, y del abierto mar los 
había trasportado en aquel mar cerrado. Tiene 
de largo este mar cerca de cuatro millas y 
está hecho á modo de un grande estanque ó 
laguna, y en el enderredor abraza diciocho 
millas, y aunque haya muy grandes tormen- 
tas tienen allí las naves un reposado y seguro 
acogimiento, y de pescado es abundantísimo. 
No es Taranto de aquella parte ninguna cosa 
fuerte, porque está cerrado de casamuro é no 
tienen temor ninguno por aquella parte los 
tarentinos. 

Habiendo, pues, llevado las naves al puer- 
to con grande fiesta y regocijo de los solda- 
dos, con mucha música de atambores y trom- 
petas, corrían por toda aquella marina. Los 
del Duque de Calabria concibieron grande 
temor, aunque á la verdad aquel negocio era 
más terrible y espantoso en apariencia que 
por daño que les pudiesen hacer. Pasados al- 
gunos días, viendo las cosas perdidas é con 
poca esperanza de remedio, don Juan de Gue- 
vara y Leonardo persuadieron á don Hernan- 
do de Aragón, Duque de Calabria, que se qui- 
siese guardar sano y salvo y esperar á mejor 
suerte de fortuna; porque si determinaba de 
envejescer en la ciudad sitiada, él se ponía á 
manifiesto peligro de ¡a vida, pues le eran 
enemigos dos grandísimos Reyes, y los otros 
Príncipes estaban allegados en liga con ellos, 
de los cuales les páresela cosa loca é mísera 
de creer por suceso aguardar ningún socorro; 
é allende de esto los tarentinos estaban muy 
afligidos por los infinitos fastidios y daños del 
largo sitio, y que de hoy adelante deseaban 
toda el adversidad, porque libres del cerco y 
de la guerra hallanse fin á tantos trabajos y 
fatigas. Y que si él rendía la ciudad y el casti- 
llo, que fácilmente se alcanzaría del Gran Ca- 



pitán de poder ir libremente en aquella parte 
que él más quisiese con el aparato real é con 
sus. domésticos servidores. El Duque de Ca- 
labria, persuadido de estos consejos, envió 
fuera á don Juan de Guevara, el cual concertó 
la tregua por seis días. Y entraron dentro de 
la ciudad los capitanes Luis de Herrera é Pe- 
dro de Paz. Fué hecho el acordio de rendir á 
Taranto, y de aqueste tan apresurado con- 
cierto fueron mal quistos y juzgados el Gue- 
vara y Leonardo y los principales de Taranto. 

El Duque de Calabria fué con grande honra 
é singular humanidad recibido, é dándose gran 
priesa, según los conciertos, de salir del reino, 
é seguir los consejos del padre. Poco después 
fué vuelto de Bitonto á Taranto, en balde la- 
mentándose é llorando que había sido enga- 
ñado de los suyos é que debajo la fe real le 
habían hecho traición y hecho prisionero. Po- 
cos meses después (la cual cosa acrescentó 
más su pasión y trabajo) fué traído en Espa- 
ña, donde en una libre é honrada prisión con 
ánimo reposado se acostumbrase á sufrir en 
un mismo tiempo el caso de la fortuna del pa- 
dre é de su malvada suerte. Tenía por cierto 
el Gran Capitán que el Duque don Hernando 
seguiría el consejo del Rey Federico su pa- 
dre, é temía no se pasase á los franceses é 
procurase con los que seguían su opinión de 
levantailos á esperanza de recobrar el reino 
é quitallo á los españoles. Era de parecer el 
Gran Capitán que aun con loor de su digni- 
dad había de obedecer al Rey su señor, el cual 
le mandaba é requería cosas poco honestas. 
Porque, aunque él no guardase aquello que 
con juramento había prometido, todo ello se 
refería á la voluntad del Rey, que se lo man- 
daba, el cual así como ausente no era obliga- 
do á cumplir ningunos prometimientos que el 
Gran Capitán había hecho. 

En este medio nasció diferencia entre es- 
pañoles é franceses sobre los confines de la 
tierra. Primeramente el negocio se trató por 
doctores, y después, por la insolencia de los 
soldados, vino á sangriento contraste, habién- 
dose producido por ambas partes públicas 
memorias é tablas pintadas de la tierra, se- 
gún la fe de los geógrafos y de las historias, 
por hacer conjeturas de ellas en juicio; pues 
que ya por la mucha antigüedad, los nombres 
antiguos de las ciudades y de la tierra se ha- 
bían perdido, ó malamente trasportados y co- 
rrompidos con palabras medio bárbaras, dan- 



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PABLO JOVIO 



do escuridad á aquellos que escriben ó leen, 
que por ellas se conocía elxeino de Ñapóles, 
el cual casi con igual estimación el Rey de 
España y de Francia se habían partido, di- 
vidiéndolo así los Reyes antiguos, haberse 
hecho cuatro gobernaciones, que la una es 
la Campaña, la cual por la mayor parte se 
llama tierra de labor y se extiende con un 
nuevo término del reino desde el paso de 
Fundi, allende el rio Sarno y el Sile, últimos 
ríos del principado, hasta el río Lao, que parte 
la Basilicata de la Calabria, de la cual provincia 
es la cabeza la real ciudad de Ñapóles, con 
una increíble abundancia de todas las cosas 
y con una bellísima vista de mar, la cual á los 
ánimos aunque tristes siempre á placer, con 
una perpetua verdura de jardines. Después 
de la Campaña comienza la tierra de Abruzo, 
que ya se llamó Precutina. Esta se extiende 
del Apenino por el ducado de Benevento al 
largo ribera del mar Adriático; la cabeza de 
ella es el Águila, ciudad nueva edificada de 
las antiguas ruinas de Amiterno y Forcona. 
Las otras dos partes son, á mano izquierda, 
la Pulla y tierra de Otranto; esto es del monte 
Sant Angelo al cabo de Otranto y Santa Ma- 
ría de Leuca, adonde fenesce la Italia. La cuar- 
ta región se atribuye á los Brutius, á los cua- 
les hoy día falsamente les es puesto el nom- 
bre la Calabria, siendo, por el contrario, ca- 
labreses aquellos que habitan la Pulla cerca 
de Brindiz al mar de arriba. La cabeza de los 
Brutius es Cosenza, y ansí los Brutius debajo 



el falso nombre de Calabria se extienden des- 
de el río Silaro hasta el mar Siciliano, com- 
prendiendo el mar Jonio la partida de la baja 
Calabria, y semejantemente se encierra en 
aquella parte la Basilicata, la cual entre el río 
Lao, hoy llamado Layno, y el Silaro toca la 
ribera del mar Tirreno. 

Pues la Calabria y la Pulla habían tocado al 
Rey de España; toda tierra de labor con el 
Abruzo al Rey de Francia. Estaban en medio 
puestas dos pequeñas partidas y de nuevo 
nombre llamadas la una la Capitanata, la otra 
la Basilicata, separadas sin duda ninguna de 
la Pulla y de la Lucania, habiéndose siempre 
holgado los Reyes antiguos de hacer nueva 
división, por poder dar gobiernos en nombre 
de mercedes á los barones que las merescían 
por servicios, el cual gobierno se le daba ma- 
yor que el servicio. La Capitanata es abraza- 
da de dos ríos, que son el Frontone, el cuai 
hoy se llama Fortore, y el otro Losanto, noble 
en la sedienta Pulla. Pero la Basilicata está 
encerrada en los confines de los Hirpinos y de 
la Lucania, allá donde es la Tripalda, la cual es 
una ciudad en los Hirpinos, y fué aquella que 
abrió la puerta á la guerra aparejada aunque 
no comenzada. Porque habiéndola ocupado 
franceses y sobreviniendo los españoles, los 
cuales la demandaban como de su señoría, tra- 
bada una sangrienta batalla fueron rompidos. 
Los cuales de aqueste próspero suceso, aun- 
que á la verdad de ligera batalla, tomaron cier- 
to agüero de obtener la victoria de las otras. 



LIBRO SEGUNDO 



DE LA 



VIDA DEL GRAN CAPITÁN 



POR PABLO JOVÍO (•) 



Habiendo sucedido estas cosas en el Abru- 
zo, ios franceses queriendo vengar la injuria 
recibida y cuasi ya turbada la paz, salieron 
fuera de las cercanas guardias y dieron enci- 
ma á los españoles; y con muchas muertes de 
ambas partes fué combatido sobre la pose- 
sión de la tierra, la cual parescía que estaba 
en duda El Gran Capitán hallábase inferiora 
los enemigos, fuertes y apercibidos, teniendo 
sus gentes derramadas por los alojamientos, 
y quería disputar antes con razones y con le- 
yes que no con las armas. Y protestaba, ha- 
biendo enviado embajadores á monsiur de 
Nemos, que en ninguna manera quería rom- 
per en cosa alguna los conciertos hechos en- 
tre los Reyes, salvo si no le fuese hecha fuerza 
con grande injuria, por no suscitar de presto 
temerariamente las armas en la no esperada 
guerra, la cual después no se podría fenescer 
sino con lloroso suceso de las cosas, siendo 
verdaderamente tardíos los remedios en ha- 
llar la paz, especialmente cuando la fortuna 
una vez, aunque con ligera inclinación de las 
cosas, hubiese comenzado á favorescer las 
causas de la una de las partes. A estas pala- 
bras respondía monsiur de Nemos que él no 
demandaba ninguna cosa de aquella tierra que 
en el contracto del acordio habían sido atri- 
buidas al Rey de España; pero que le pares- 
cía que la Capitanata y la Basilicata, las cua- 
les habían quedado fuera de la división, de ra- 
zón justísima más presto le pertenescían á él 
que á aquellos los cuales por grosera ó astu- 



ta división les habían cabido las más fértiles 
provincias y más abundantes de trigo, habien- 
do dejado á los franceses (que por razón he- 
reditaria son anteriores en aquel reino) los 
estériles y ásperos montes del Abruzo. Dis- 
putándose en esta manera con las armas apa- 
rejadas de la una parte y de la otra, por la 
declaración del concierto y de la equidad del 
reino, el Gran Capitán y monsiur de Nemos se 
ajuntaron á parlamento en la iglesia de Sant 
Antonio, la cual es muy visitada por devoción, 
que está entre la Tela y Melfi. Halláronse 
ambos á dos capitanes en aquel lugar sagra- 
do en el altar mayor, adonde fué dicha la misa, 
y dicha la pretensión de la una y de la otra 
parte, fué debatido un rato, del modo de los 
confines y de la declaración del acordio. Tuvo 
aquella contienda este fin: que las tierras la 
posesión de las cuales aún estaba en duda 
fuesen en aquel medio de imperio comunes, á 
saber es, que se alzasen los estandartes de 
ambos á dos los Reyes, hasta que con legíti- 
ma interpretación fuese referido de España y 
de Francia, sabiendo la voluntad de los Reyes, 
cuál había sido el parescer de ellos y cómo 
querían que fuese entendido, por dar conclu- 
sión en los conciertos y capitulaciones. 

No mucho después los soldados, á los cua- 
les por cierta esperanza de presa la guerra fué 
grandemente provechosa, y la concordia vana 
y estéril, é también los capitanes con ingenio 
astuto é ambicioso, deseosos de honra é po- 
tencia de guerra, echaron aparte la mal co- 



{') A la cabeza de Cíte libro hay un grabado en madera con el bui^to del Gran Capitán, y alrededor de él 
ana inscripción que dice: «El Gran Capitán». 



504 



PABLO 



menzada tregua; y esto con tanto, desorden, 
que el Gran Capitán no temía sin grande cau- 
sa. E así se partió de noche de la Tela, é por 
desusados caminos, por desmentir las espías 
de la gente sospechosa, hizo su camino por 
Bitonto é por Andria, é fuese derecho á Bar- 
leta á dar orden en las cosas de la guerra. 
Porque los Reyes, intrincados en el artificio 
de la disimulación, con igual cobdicia aspira- 
ban grandemente á todo aquello que se podía 
ganar por fortuna de guerra, respondiendo es- 
cura y dudosamente, que como ignorantes de 
aquella tierra, confesaban de no haber consi- 
derado las condiciones en el contrato, para 
hacer diligente división, y con astuta disimu- 
lación daban entera facultad al arbitrio de los 
capitanes de tratar y confirmar la concordia, 
á los cuales secretamente habían escripto, 
como se entendió después, que no concluye- 
sen cosa alguna de la diferencia, si no sólo 
considerasen lo provechoso, aunque fuese 
contra razón y contra lo honesto, y tomasen 
aquella ocasión de hacer guerra que mejor les 
estuviese. 

Siguiendo en esta manera, de la una parte y 
de la otra, tratada la causa de la guerra de 
ingenios astutos, no así como ellos querían 
que se creyese, pudiendo andar al largo la 
disimulación de la equidad y de la justicia de- 
clarados los ánimos se descubriese la guerra, 
y cierto con más grave furia de franceses, los 
cuales estando más prevenidos acometían no 
sólo aquellas tierras que podían parescer de 
dudosa razón, mas aun las ciudades y casti- 
llos de la Pulla, ya atribuidos al Rey de Espa- 
ña. Las guardias de españoles se defendían 
valerosamente y algunas veces saliendo fuera, 
tanto que cada día escaramuzaban, y la ha- 
cienda y facultad de los pobretos habitadores 
era presa de los unos y de los otros soldados. 
Las rentas de los pastos de Pulla, metiendo 
en huida los pastores, robando el ganado, an- 
daban de mal en peor. Porque una grande 
multitud de ganados, traídos de la fría valle 
del Apenino, invernaba cada un año en la ca- 
liente campaña de la Pulla, y esto era de gran- 
de utilidad para el Rey, porque de ellos se sa- 
caban de entrada en cada un año más de cien 
mil ducados. 

El Gran Capitán, consultando donde se hu- 
biese de poner el asiento de la guerra, juz- 
gaban algunos capitanes, y entre ellos el Prós- 
pero Colona, que la Basilicata era más aco- 



JOVIO 

modada para vituallar los soldados y para 
entretener la guerra, y también por ser más 
fuerte. El Gran Capitán propuso á todas las 
otras la Pulla y la ciudad de Barleta, porque 
aquí se serviría de la oportunidad de la mar, 
é más ciertamente é con mayor comodidad 
aguardaría las vituallas y el socorro, y esto 
á fin que la grande furia del principio de los 
franceses viniese á romper con el esperar 
y con la provechosa tai danza. Dícese que la 
ciudad de Barleta fué edificada por el Em- 
perador Heraclio, y esto fácilmente lo demues- 
tra una estatua suya de bronce que está á 
pie, la cual se ve derecha en la plaza. Tiene 
esta ciudad un puerto hecho á mano, no muy 
capaz para mediana armada ni del todo muy 
seguro cuandf) sopla el viento maestro ó grie- 
go, pero cómodo para algunas galeras y na- 
vios de mercancía. 

De la otra parte monsiur de Nemos, ha- 
biendo llamado á consejo los capitanes,- les 
demandó su parecer del modo del tratar la 
guerra. Los más de ellos estaban suspensos y 
no se podían resolver ni concertar en ningu- 
na cosa que les paresciese provechosa para 
la victoria. Estaba en este ajuntamiento An- 
drea Mateo Aquaviva, Duque de Adria, en el 
Abruzo, el más principal entre los caballeros 
anjoínos, hombre excelente ansí por las le- 
tras como por la guerra, y por él cuasi todos 
los de aquel bando se habían pasado de los 
españoles á los franceses. Este mostraba 
cómo no había cosa mejor ni más útil ni segu- 
ra, á no dudosa esperanza de la victoria y 
cuasi sin sangre, que de preso ajuntadas las 
fuerzas combatir á Barí é tomalla, estando esta 
ciudad muy cerca y ser amiga de los enemigos 
y un noble mercado de todo el mar Adriático, 
de donde por tierra y por mar se podrían ha- 
cer grandes daños al Gran Capitán, y de aquí 
nascería comodidad de tomar la abundante 
ciudad de Bitonto y á Jovenazo, que ya se 
llamó Giovento Egnatia. Tenía entonces áBari 
doña Isabel de Aragón, hija del Rey don Alon- 
so, señora de ánimo enemigo contra franceses, 
porque siendo arruinado el principado de la 
casa Sforcesca y habiendo llevado á Francia 
su hijo y de Juan Galeazo, le tenían en hábito 
de fraile y cuasi emprisionado fuera de la es- 
peranza de haber el imperio de su padre y 
constreñido á envejecerse en los claustros de 
los religiosos. Esta señora, así como convenía 
á persona generosa, tenía el ánimo del padre y 



CRÓNICA DHL GRAN CAPITÁN 



505 



no podía sufrir que los franceses fuesen los se- 
ñores, los cuales en un mismo tiempo habían 
arruinado dos estados que eran el del marido y 
el del padre. Y por esta causa favorescía ma- 
ravillosamente á los españoles, de los cuales 
ella descendía, especialmente al Gran Capitán, 
el cual muchas veces le iba á visitar y era del 
grandemente servida y acatada. Era este con- 
sejo del Aquaviva muy útil y al propósito; mas 
ello estaba de Dios ordenado que los france- 
ses fuesen echados de toda Italia. Eran de 
contrario parescer dos viejos y animosos ca- 
pitanes, juntos en voluntad y parentesco; el 
uno era monsiur de Alegre y el otro la Paliza, 
condenando aquel consejo por cosa vil y baja 
á hombres fuertes ir á combatir una mujer; 
que muy mejor era ajuntar todas las fuerzas 
y allegarse á Barleta, adonde estaba el capi- 
tán de los enemigos y la cabeza de la guerra 
y toda la flor de la gente española. Y que 
allende de esto desde allí se podían apretar 
los Coloneses capitanes muy principales y de 
grande nombradla, porque los muros de Bar- 
leta eran flacos, ediflcados según la costumbre 
antigua, y por de dentro no fortificados de 
ningún bestión, y á esta causa no podrían re- 
sistir los primeros golpes de la artillería. Por 
lo cual podría suceder, queriendo ellos usar de 
aquella noble y honrada furia con la cual siem- 
pre fué en crescimiento la reputación de Fran- 
cia y felicemente encumbrándose sobre las 
otras naciones, que tomada la ciudad y muer- 
to los enemigos habrían puesto fin á la gue- 
rra apenas aun comenzada, ó verdaderamente 
traerían á Gonzalo Hernández á condiciones 
poco honestas, despojándole del todo de su 
antigua reputación, yesto primero que de por 
de dentro se fortificasen de nuevos reparos 
é le pudiese venir socorro de mayor gente. 
Monsiur de Nemos entonces dijo así: «Cierta- 
mente estas cosas me parecen honradas y con- 
formes á mi gusto; mas ninguno que tenga 
buen juicio hará en ellas hincapié, siendo cosas 
muy difíciles y ásperas de hacerse, porque yo 
no me puedo persuadir que un valerosísimo 
enemigo, el cual pelea por la salud y por la 
honra, que de presto se aparte y no espere 
los golpes de nuestra artillería, ó por color de 
querer rendirse deje de hacer ninguna cosa 
que no sea conforme á su primera reputación. 
Y por esto yo creo que será muy mejor cer- 
car á Barleta que combatilla; porque los ene- 
migos tienen carestía de vituallas, necesidad 



de dineros y aquello que es de grande impor- 
tancia para la victoria de toda la guerra. Que 
los calabreses, rebellándose voluntariamente, 
levanten en todas las ciudades las banderas 
francesas». Fueron ala horadeste parescer Luis 
de Arce y Castilione, llamado por sobrenom- 
bre Forment, y Ciandeio, capitán de la infan- 
tería de suizos. 

Monsiur Daubigni, el cual en el campo era 
en autoridad el más principal después de 
monsiur de Nemos, se partió de la Pulla cua- 
si con la tercera parte del ejército y se fué en 
Calabria, allá donde era el nombre suyo muy 
famoso, porque en la guerra pasada habien- 
do sido gobernador de esta provincia, había 
moderadamente y con gran destreza gober- 
nado estos pueblos medio griegos. Y en las 
cosas de la guerra tenía grande reputación y 
fama, por haber vencido al Rey Fernando y 
á Gonzalo Hernández en la memorable bataUa 
de Seminara; y por parescer de todos era pre- 
ferido á todos los capitanes franceses, y á esta 
causa tenía muchas amistades en aquella tie- 
rra y era por el antiguo favor de la parte an- 
joína que entonces acaso y muy á tiempo los 
Príncipes de la casa San Severina, entendi- 
da la discordia de los Reyes, se habían rebe- 
Uado de los españoles. Eran entre éstos Ber- 
nardino, Príncipe de Visiñano; Roberto, Prín- 
cipe de Salerno, y Honorato, Conde de Meli- 
to, los cuales tenían grandísimas fuerzas para 
favorescer la guerra. Entretanto que mon- 
siur Daubegni se daba priesa de caminar para 
Calabria, así como aquel que era llamado por 
cartas y mensajeros de muchos, y presentase 
las banderas de Francia de largo tiempo de- 
seadas á los pueblos inclinados á rebellión, la 
opinión que él tenia cencebida del favor de los 
calabreses no le engañó en ninguna cosa; por- 
que no quedó ningún lugar, juntamente con la 
ciudad de Cosenza, que á su venida no le 
abriesen las puertas. Y él en aquel suceso, 
habiendo echado de todas partes las guardias 
de españoles, cuasi sin ninguna herida arribó 
vencedor hasta el golfo de Mecina. En este 
medio monsiur de Nemos, siguiendo la orden 
del consejo mediano y á la verdad poco pro- 
vechoso, repartió la gente por las tierras de 
enrededor y deliberó de cercar de lejos á los 
enemigos, los cuales estaban aposentados en 
Barleta, por quitalles las vituallas y refrena- 
lles sus correrías, y tentar la más flaca guar- 
dia de ellos y combatilla á Hn que algunos días 



506 



de ambas partes, tomando la ocasión según el 
suceso, se hiciesen escaramuzas y se mostra- 
se el valor y esfuerzo de los soldados. 

Decían los franceses, buscando en balde 
ocasión de venir con ellos á las manos, que 
los infantes españoles les parescían muy es- 
forzados, pero no los hombres de á caballo, así 
como aquellos que burlando y vo! tejando los 
caballos tenían temor de las fuertes lanzas de 
los franceses, y con vergonzosa huida excu- 
saban de encontrarse con ellos. No sufrieron, 
con ánimos alterados, la villanía de las pala- 
bras algunos caballeros españoles, antes les 
respondieron qne si fueran iguales'en número 
y en armas de aquellas que ellos traían, que 
combatirían por la honra y saldrían en cam- 
paña abierta, á fin que hecho un noble con- 
traste fuese conocido cuáles fuesen más vale- 
rosos guerreros, los franceses ó los españo- 
les. No denegaron los franceses la condición, 
y un día d2terminado, el Proveedor veneciano 
de Trani, así como aquel que hacía profesión 
de neutral y con igual favor era amigo y aco- 
gía á la una parte y á la otra, dio el campo 
franco debajo los muros de la ciudad, asegu- 
rado de la guardia veneciana. Holgóse mucho 
el Gran Capitán de aquel desafío, viendo que 
los soldados se encendían de deseo de ganar 
honra y con un noble combate se afinaba el 
esfuerzo de ellos. Vinieron al campo once ca- 
balleros franceses, á los cuales salieron'otros 
once españoles, habiéndose hecho escribir 
con ambicioso concurso más de ciento. En- 
contráronse de la una parte y de la otra con 
tanta furia, que jamás se combatió con más 
ardientes ánimos ni con mayores fuerzas. Ca- 
yeron muchos en tierra de los encuentros de 
las lanzas, y muertos los caballos debajo de 
ellos quedaron á pie. Combatieron con mucha 
obstinación, tanto que habiendo combatido 
seis horas continas bañados de la sangre pro- 
pia y ajena, ni por esto cansados, debajo tan- 
to peso de armas, alargaron la pelea hasta 
que fué puesto el sol. Y teniendo ya los espa- 
ñoles la victoria por cierta, si cuatro france- 
ses con un maravilloso caso no se les hubie- 
ran del todo quitado, porque rodeados de los 
cuerpos de los caballos muertos, con mara- 
villosa constancia y felice esfuer/.o combatie- 
ron, ansí como si estuvieran dentro de una 
trinchea, procurando en balde los españoles 
de hacer pasar adelante sus caballos, porque 
como los caballQS se espantaban de la vista y 



PABLO JOVIO 

del olor de los caballos muertos, apartaban á 



sus dueños que les estaban encima de la en- 
trada de la victoria. De los franceses combatie- 
ron valerosísimamente Torseio, lugarteniente 
de la banda de monsiur de la Paliza, y Mon- 
dragón, el cual siendo castellano del castillo de 
Milán, ardiendo un turrión del golpe de un ra- 
yo, fué muerto con casi una compañía de solda- 
dos. De los españoles ganó grande honra Die- 
go García de Paredes, el cual después de rom- 
pida la lanza y caída de la mano por desgracia 
la espada, obstinadamente se valió de tirar 
piedras, con las cuales por orden el espacio 
del campo estaba señalado, y Diego de Vera, 
que poco después fué claro por la infelicidad 
del ejército perdido en Argel en África. Los 
jueces en el tribunal sentenciaron que la vic- 
toria era incierta, con este testimonio: que á 
los españoles les fuese dado el nombre de va- 
lerosos y esforzados y á los franceses el loor 
de una grande constancia. No me paresce 
aquí de callar un agudo dicho del Gran Capi- 
tán, que habiendo vuelto los caballeros del 
combate, loando Alarcón, el cual había estado 
mirando la pelea, con maravillosos loores el 
esfuerzo y valor de Diego García de Paredes 
sobre todos los otros, que habiendo casi por 
un caso, cuando por otro, perdido la lanza, la 
espada y la maza, tomando súbito consejo de 
aquella necesidad, recojo y echó obstinada- 
mente infinitas piedras contra los enemigos y 
había esforzadamente peleado. El Gran Capi- 
tán le respondió: «No tienes por qué maravi- 
llarte, Alarcón, tanto de esto, porque Diego 
García en todo es un valeroso soldado, pero 
confiado en sus naturales armas, por eso se 
ha habido más esforzado y gallardamente que 
todos los otros». Todos los que estaban pre- 
sentes se tomaron á reír, porque por vía de 
palacio y con argutia se tachaba en Diego 
García un grande humor malencónico, el cual 
le tomaba muchas veces y venía á salir de sí, 
teniendo por costumbre de dar de puñazos á 
aquellos que le estaban más cerca, así como 
hacen los locos cuando echan piedras á la 
multitud de la gente. 

De allí adelante los franceses y españoles, 
encendidos de la gloria de la honra, con ma- 
yor ardor y esfuerzo peleaban. De manera 
que páresela que más presto combatían por 
la gloria que por el reino; por lo cual era for- 
zado que cada día muchos se prendiesen y 
matasen. Porque se hacían muchas veces em- 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



507 



boscadas y otras en la abierta campaña ve- 
nían á combatir casi á justa batalla. Pero en 
el rescatar y trocar los soldados prisioneros 
hubo muchas contiendas y querellas de la una 
y de la otra parte, trabajando los ánimos de 
los soldados y capitanes. Porque ponían mu- 
chas veces mayor talla de lo justo á los pri- 
sioneros y la avaricia de los soldados, ofres- 
ciéndose cambio, nunca se hallaba igualdad. 
A las cuales contiendas queriendo el Gran 
Capitán poner remedio, se concertó con mon- 
siur de Nemos y hicieron capitulación: que 
un soldado privado, siendo prisionero, pa- 
gase por su rescate la paga de un mes; un 
hombre de armas, de tres; un capitán de una 
compañía y con alférez, la paga de seis me- 
ses; el capitán de una banda de caballos, el 
sueldo de un año; los otros capitanes de la 
orden de los nobles, cuando fuesen presos, 
pagasen de talla al arbitrio del Capitán gene- 
ral. Mandó después echar un bando y severa- 
mente avisó á todos que con los prisioneros 
usasen liberalidad y magnificencia, y esto lo 
procuraba por dar honra á su fama, porque 
los españoles, no sólo dé esfuerzo, más aun 
de humanidad y cortesía quería que hiciesen 
ventaja á los franceses. Porque en aquellos 
días el capitán Bayart, francés, había desafia- 
do á combatir en batalla de toda ultranza á 
un caballero español del noble linaje de Soto- 
mayor, quejándose el francés de haber sido 
gravemente ultrajado del español, teniéndole 
en más áspera y descortés prisión de lo que 
fuera necesario. El Gran Capitán, entendida la 
causa de la querella, reprendió severamente 
al Sotomayor y le mandó que saliese al cam- 
po, porque con el juicio de las armas se pur- 
gase la infamia del mal tratamiento, ó que- 
dando vencido, méritamente fuese castigado 
con deshonrado fin, por haber ensuciado con 
obras descorteses la honra de la nación y de 
su linaje. La fortuna sentenció en aquel desa- 
fio con este suceso: que el francés en poco 
espacio de tiempo le metió la punta de la es- 
pada por la escotadura de la coraza y le hirió 
en la garganta. El español moría confuso de 
mucha vergüenza, el cual con poca destreza 
se ponía á tirarlos golpes contra su enemigo. 
Los españoles méritamente con graves culpas 
inculpaban al muerto, así como aquel que con 
obravergonzosay descortés, con muerte igno- 
miniosa había deshonrado el nombre de la pa- 
tria. Este es aquel capitán Bayart, el cual des- 



pués, por opinión de todos, fué reputado por 
valentísimo, merescedor que el Rey Francisco 
de Francia, delante de todos los otros, le es- 
cógese, que siendo vencedor en Milán des- 
pués de la rota de los suizos, recibiese de su 
mano la orden de caballería, la cual por me- 
rescimiento de singular esfuerzo es aún á los 
Reyes de mucha honra, porque la gloria gana- 
da en una noble batalla adquiere de nuevo 
dignidad y propio loor á un Emperador ó á 
un Rey, allende aquella reputación y majestad 
que en ellos les honramos. 

Monsieur de Nemos, con la mucha caballe- 
ría que tenía, corría la Pulla más largamente 
que no los españoles, y esto con tanta licen- 
cia y osadía, que mandó á los pastores que 
llevasen á pacer todos los ganados en los 
herbosos y verdes campos de la Cherinola, 
porque él metería guardas que defendiesen 
los pastos de aquella tierra de la injuria de 
los enemigos. Este mandato ansí como salió 
de la boca del trompeta, tan presto fué por 
las espías hecho saber á los españoles. Des- 
piertos por la presa, muchos de ellos salieron 
de las guardias que estaban más cerca, los 
cuales fueron con esta orden: que la tercera 
parte armados de armas ligeras acometiesen 
á un tiempo los ganados y los pastores; las 
otras dos partes se metiesen en emboscada y 
acometiesen la guardia de los franceses, los 
cuales vendrían encima á aquellos que roba- 
ban. No faltó de efecto este ordenado enga- 
ño, porque los franceses, luego que vieron los 
primeros enemigos acometer y meter en des- 
orden los rebaños de los ganados y los pasto- 
res puestos en huida; con grande presteza les 
dieron encima. Los españoles con furia grande 
mostraron huir y los franceses los seguían, 
hasta que dieron en medio de la emboscada, 
adonde muchos de ellos fueron muertos y mu- 
chos más presos. Pero aquella empresa que 
les había salido próspera y alegre conforme á 
su deseo, la fortuna, que voluntariamente se va 
jugando con engaños, la quitó de presto á los 
españoles, porque una gruesa banda de fran- 
ceses, la cual á ventura había salido de Cano- 
sa con incierta esperanza de presa, vino á en- 
contrarse con los españoles, cansados y em- 
barazados en llevar la presa de los ganados, 
viéndose al improviso encima los franceses y 
procurando en balde de meter mano á las ar- 
mas y ponerse en orden y defenderse, dejada 
toda la presa y los prisioneros se metieron 



508 



PABLO JOVIO 



en huida. En este trueque de fortuna, habien- 
do la caballería tomado la campaña, fueron 
muertos y heridos algunos españoles. Fué he- 
cho prisionero Diego de Vera, uno, así como 
lo habemos dicho, de aquellos once que com- 
batieron, y Teodoro Bocalo, caballero griego, 
natural de Macedonia, el cual era capitán de 
caballos ligeros, y Luis Gordo, capitán de una 
compañía de gente de Aragón. Este es aquel 
que en la batalla de Rávena con su cuerpo 
defendió y salvó la vida á Odeto Lotreque, 
capitán muy principal de franceses, todo san- 
griento y echado en tierra por muchas heridas 
que había recibido, porque no fuese muerto 
de los soldados, los cuales junto á él habían 
muerto á don Gastón de Fox, capitán general 
de franceses. Pues habiéndoles salido fuera 
de esperanza bien esta empresa, ajuntada su 
gente pasaron junto á las puertas de Barleta, 
presentáronse solamente puestos en orden y 
dando las banderas vuelta se fueron á la Chi- 
rinola. Fué antiguamente la Chirinola el cas- 
tillo de Gerión, muy noble por el vano esfuer- 
zo de Aníbal, cartaginés, el cual en balde le 
dio el asalto. 

Habiendo los franceses pasado por debajo 
los muros de esta tierra, defendiéndola es- 
forzadamente Acuña, capitán de caballos, y 
Zarate, de arcabuceros, fueron echados de 
allí con daño. No mucho después, acrescen- 
tados de nueva gente y llevando consigo al- 
guna parte de artillería, fueron á combatir la 
Canosa. Estaba á la guardia de Canosa Pe- 
dro Navarro con su compañía de navarros, 
al cual Coll había traído cerca docientos ar- 
cabuceros. Con estos valerosos soldados, con 
increíble esfuerzo, Pedro Navarro se defen- 
dió tres días de monsiur de Nemos, el cual, 
sacando fuera el artillería, arruinaba las mu- 
rallas y de continuo refrescando nueva gen- 
te, ahora una compañía de franceses, aho- 
ra otra de gascones, con grande ardor de to- 
dos renovaba la batalla, y sin duda ninguna 
con honrada muerte estaba determinado de 
satisfacer á la fama de su nombre en las mis- 
mas ruinas de la tierra en balde defendida, si 
él no hubiera de obcsdescer al Gran Capitán, 
que por secretos mensajeros le hizo saber 
que tuviese cuidado de sí y salvase sus muy 
esforzados soldados, porque la salud suya y 
la de ellos le era muy más cara que la pose- 
sión de una tierra, pues él no la podía soco- 
rrer á tiempo, en aquel grande peligro en que 



se hallaba, salvo si no quisiese con grande 
desventaja suya meterse en arrisco de venir 
á batalla, la cual cosa le páresela muy ajena 
de razón de guerra. Porque ya con el mismo 
consejo, á fin que de nuevo no se metiesen en 
peligro de la vida, había hecho salir á Acuña 
y á Zarate de la Chirinola y venir al campo, 
juzgando por conjeturas que los enemigos, 
después que hubiesen tomado á Canosa, se 
volverían allí por vengarse del daño recibido. 
El Conde Pedro Navarro, con todo el artificio 
que fué posible, habiendo demostrado una 
grande obstinación de ánimo alterado, dio 
oreja á los franceses que le ofrecían justas 
condiciones, y esto con un rostro enojado y 
feroz, que en él demostraba que no aceptaría 
condiciones, sino que fuesen muy honradas, 
aunque apenas le quedaban la tercera parte 
de los soldados, siendo muchos de ellos muer- 
tos y casi todos los otros heridos. No perdió 
tiempo monsiur de Nemos, que luego vino á 
concierto, paresciéndole que las condiciones, 
aunque injustas y no acostumbradas, se de- 
bían en todo caso conceder á hombres deses- 
perados, los cuales dejarían sus muertes bien 
vengadas. Así el Conde Pedro Navarro obtu- 
vo todas aquellas condiciones que con certísi- 
ma honra honraban un necesario rendimiento. 
Fueron las condiciones: que pudiese volver- 
se seguro á Barleta con las banderas tendi- 
das y á son de trompetas y atambores, salvas 
las haciendas y las personas; y que le diesen 
caballos para llevar los heridos, y monsiur de 
Nemos sobre su fe asegurase los de Canosa 
de toda injuria que les pudiese ser hecha. Ha- 
biéndose hecho los conciertos en esta manera, 
los españoles salieron fuera de la puerta de la 
tierra, que páresela en su meneo que ellos no 
hubiesen sido vencidos, sino vencedores. Los 
franceses se maravillaron mucho que tan pocos 
soldados hubiesen tenido atrevimiento y osa- 
día para resistir á sus fuerzas y haber podido 
sostener tantos daños y desabrimientos como 
la guerra trae consigo. El Gran Capitán salió 
á recibir á Pedro Navarro, dándole grandes 
gracias y loándole públicamente que usando 
una oportuna prudencia había conservado á 
sí mismo y á tantos valerosos soldados, á los 
cuales en breve tiempo esperaba de ver par- 
tícipes de una grande victoria. 

Era el Gran Capitán muy loado con un no 
acostumbrado loor de singular sufrimiento 
y de un ánimo invencible, con el cual se mos- 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



509 



traba haber rompido el coraje de aquella ar- 
diente nación, pues había hecho prueba de 
las fuerzas y de los ánimos, y mostrando 
claramente que la grandísima furia de los 
franceses se podía vencer con la constancia 
y sufrimiento. Envió luego á Pedro Navarro 
á Taranto, habiendo con poco reposo refres- 
cado la infantería, juzgando que aquella ciu- 
dad fuese de grande importancia para man- 
tener la guerra, é finalmente para ganar la 
victoria, á la cual los enemigos ponían de 
cerca asechanzas, y que aquí se debía meter 
una fiel y valerosa guardia. Acrescentó con 
la misma diligencia la guardia de Andría, en- 
viando una compañía de soldados, á fin que 
aquella ciudad, vecina siete millas de Barleta, 
fuese un reparo de cierta comodidad contra 
los enemigos. Porque su designo era, sobre 
todo, sostener con paciencia el insulto de los 
enemigos, hasta que allegase el socorro que 
desde el principio que la paz se rompió había 
enviado á demandar al Rey don Hernando que 
mandase hacer nuevos soldados en España y 
le fuesen enviados en Calabria con algunos 
caballos. Aguardaba también del Emperador 
Maximiliano siete compañías de infantería de 
tudescos de á quinientos hombres por com- 
pañía, para oponer igual esfuerzo é disciplina 
á la orden de los suizos, habiéndolas fácil- 
mente el Emperador concedido á Filipo, su 
hijo, que se las había demandado, que como 
era yerno del Rey don Hernando esperaba de 
heredar el uno y el otro reino, el de España y 
Sicilia. Allende de esto había demandado tri- 
go de Sicilia, habiendo de ello carestía, y ma- 
ravillábase mucho cómo no venía, enviándolo 
á demandar y severamente requerido al Vi- 
rrey Lanuza y á Lezcano que con las galeras 
guardaba la ribera de Otranto, por defender 
los navios sicilianos del comendador Peri Juan, 
francés, muy principal cosario, del cual se de- 
cía que estaba escondido en el cabo de Otran- 
to por saltealles cuando fuesen pasados. De- 
cíase también que aguardaba una grande suma 
de dineros que los mercaderes le habían de 
dar por ciertas cédulas de cambio que de Es- 
paña habían venido á Venecia, é con estos di- 
neros pagaría cortésmente á sus soldados. 
Habiendo con este razonamiento dado grande 
esperanza á la gente de guerra y cubierto con 
él el fastidio de muchas cosas, sustentaba 
maravillosamente con la esperanza á los hom- 
bres, por tener en obediencia sus soldados, 



los cuales faltándoles las vituallas compradas 
á grandes precios y medio desnudos, con los 
vestidos rasgados, con malísimo ánimo sufrían 
tantos desabrimientos, pero con su honrado 
rostro y con la majestad de sus palabras y 
aquella grande y gentil disposición y sem- 
blante alegre la gente de guerra daba muy 
gran crédito á lo que decía y prometía, y aun 
á los muy avisados soldados, los cuales mu- 
chas de aquellas cosas las juzgaban por in- 
ciertas y vanas, como ásperas y difíciles de 
hacerse. 

Allende de esto, tenían por averiguado que 
por una escondida fuerza de excelente in- 
genio adivinaba muchas veces las cosas que 
estaban por venir, por esto que vino en aque- 
llos días un navio de Sicilia con viento con- 
trario con alguna cantidad de trigo y una nave 
llena de mercancía que un mercader veneciano 
había traído á Barleta. Esta acrescentó el ale- 
gría de los soldados, porque traia, allende de 
los arneses y almetes, algunos millares de pa- 
res de calzas de paño y mucho número de 
pares de zapatos. El Gran Capitán los com- 
pró, buscando los dineros en secreto de sus 
familiares y amigos y de los más ricos capita- 
nes, los cuales obligaron su fe por él, y doña 
Isabel de Aragón, prontísima á toda buena 
obra, procuró que algunos ciudadanos de 
Bari entrasen por fiadores al mercader. El 
Gran Capitán con alegre semblante y grande 
liberalidad hizo repartimiento de todas estas 
cosas entre los infantes y caballos, aderezan- 
do con nuevo hábito la lozanía de todo el ejér- 
cito, que estaba bien roto y destrozado. Dá- 
base la gente de guerra á entender que el 
Gran Capitán tuviese guardada alguna gran- 
de suma de dineros, la cual opinión él era 
acostumbrado dárseles á entender, porque 
razonando algunas veces con ellos (los cuales 
se lamentaban que las pagas se tardaban mu- 
cho más de lo que ellos lo podían sufrir) les 
solía decir: «Estad de buen ánimo, soldados 
míos, que yo no he aún metido la mano en 
aquella grande arca llena y sellada, fuera de 
la cual, cuando será necesario, por la grande 
victoria se sacará aquel grande tesoro de du- 
cados para hartar á todos el deseo». 

Monsiur de Nemos, habiendo tomado á Ca- 
nosa y á la Chirinola, constriñó á todos los 
otros castillos que se le rindiesen, pues en 
ellos no había gente que los defendiese, y ha- 
biendo pasado Losanto por la puente de Ca- 



510 



PABLO JOVIO 



nosa, hizo alto con su campo junto á Barleta 
y envió un trompeta, el cual desafiase á los 
españoles, si eran hombres, á igual batalla en 
la abierta campaña, porque se mostrase el 
esfuerzo y valor de la una o de la otra nación, 
y de aquella victoria con el juicio de las ar- 
mas se pusiese fin á la guerra. El Gran Capi- 
tán, queriendo burlar, con el estarse á la mira, 
del ímpetu de los enemigos prevenidos y fu- 
riosos, le respondió: que él no era acostum- 
brado de combatir á la voluntad del enemigo 
que lo requería, sino cuando se le antojaba ó 
cuando se le mostraba la ocasión. Allende 
esto, le dijo que agradescía á monsiur de Ne- 
mos que tan animosamente se le ofrescía, 
pero que mucho más se lo agradesciera, si no 
le fuera enojoso el esperar, hasta tanto que 
los caballos de los suyos estuviesen herrados 
y sus soldados hubiesen amolado sus espadas 
y lucido sus armas. Bramaban entonces los es- 
pañoles, y terriblemente demandaban licencia 
de venir á la batalla, porque tenían grande 
enojo que los enemigos fuesen osados de ha- 
ber venido tan cerca los muros de Barleta y 
haber estado allí tanto rato sin castigo algu- 
no. El Gran Capitán, viéndolos encendidos de 
deseo de combatir, los loaba y con grandes 
ruegos les refrenaba su ardor y les decía: que 
conservasen aquel mismo ánimo para otro día 
de más cierta ventura, porque ya él adivinaba 
el dar de la batalla, que vendría tiempo en 
que se alegrarían de aquella breve tardanza. 
No faltó su palabra de efecto, que poco des- 
pués, habiendo entendido que monsiur de Ne- 
mos, creyendo haber ganado muy grande 
honra de aquel desafio, levantado el campo 
se había retirado para Canosa, á la hora man- 
dó salir fuera á don Diego de Mendoza, capi- 
tán de grande valor, con toda la caballería, y 
acometió la retaguardia de franceses que se 
partía, habiendo con esta orden ordenado la 
batalla: que dos banderas de infantería ha- 
ciendo ala del uno y del otro costado, iguala- 
ban con la caballería que salía, y entonces 
rociaban de muchos arcabuzazos. Fueron 
guiados éstos de algunos valentísimos capi- 
tanes, que fueron Pizarro, Escalada, Spes y 
Zarate. Los franceses volvieron animosamen- 
te y con grande furia comenzaron la batalla, 
tal que con grande fatiga los españoles sos- 
tuvieron la fuerza de los hombres de armas, 
y ansí como habían sido enseñados, desecha 
la orden, se retiraron para atrás. Los france- 



ses, no cerrados en escuadrón, sino desorde- 
nados, acosaban á los españoles revueltos y 
con grande furia los perseguían. Entonces la 
infantería, con un rodeo á modo de luna, 
marchando para adelante la octava parte de 
una milla, acometieron el uno y otro costado 
de los enemigos, los cuales corrían por toda 
parte. La banda de los hombres de armas co- 
loneses, cerrados en escuadrón, entraron en 
la batalla; fué combatido un poco de tiempo 
de ambas partes gallardamente, pero los fran- 
ceses, tomados casi en medio y heridos por 
todas partes, no pudieron resistir á tanta fu- 
ria de enemigos como los apretaba, y así se 
metieron en huida. Monsiur de Nemos, no 
pensando cosa semejante, apartadas las es- 
cuadras, según la costumbre francesa, hacía 
su camino, habiendo enviado adelante la infan- 
tería con el artillería y licenciados para vol- 
ver á su alojamientos al Paliza y al Forment, 
éste á Cuadrata y el otro á Rubí. Persiguien- 
do don Diego en esta manera los franceses 
rompidos y desbaratados, muchos de ellos 
fueron muertos y muchos más presos, y esto 
primero que monsiur de Nemos supiese el 
rompimiento y la huida de los suyos ni pudie- 
se socórrenos. Vuelto don Diego á Barleta 
con los prisioneros y con el despojo, halló al 
Gran Capitán fuera de la puerta de la tierra, 
el cual con grande prudencia había sacado la 
gente y puéstola debajo las banderas, por si 
alguna desgracia acaesciese á don Diego, pre- 
sentando nueva gente de socorro pudiese él 
entrar en la batalla. Abrazando á don Diego 
le loó marav liosamente por aquella honrada 
hazaña que había hecho, pues había sido el 
que había abajado la bravosidad á los sober- 
bios enemigos y hecho prueba del esfuerzo, 
con cierto agüero de la victoria, tratándose 
de manera que los españoles habían aprendi- 
do á tener en poco la audacia de los franceses 
y aquella natural furia de ellos, con la cual 
quieren parescer muy valientes. Después loTi 
á los capitanes, los cuales se habían hab do 
valerosamente, y les prometió de dir ,'i sus 
compañías la paga de un mes. 

El día siguiente banqueteó á sus amigos, 
con esta orden: que los gentiles hombres fran- 
ceses prisioneros, por honralles, se asenta- 
ron á la mesa entre los otros caballeros es- 
pañoles. Mientras el banquete se comenza- 
ba á regocijar por el andar de las tazas en el 
derredor de la mesa y tratar libremente de 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



511 



la batalla hecha el día de antes, don Diego 
de Mendoza dijo que los franceses se habían 
habido en ella valerosamente, mostrando bien 
su esfuerzo en todos los peligros; pero que 
en aquella batalla, sin duda ninguna, se ha- 
bla de dar la honra á los italianos, porque 
los hombres de armas de la banda colonesa, 
habiéndolo él bien visto, habían combatido es- 
forzadísimamente. Estaba asentado entre los 
otros á la mesa Cario Anoiero, llamado por 
sobrenombre el Mota, de ánimo alterado y 
feroz, y aun por ventura entonces caliente 
algo del vino. Este respondió y dijo: «No lo 
quiera Dios, señor don Diego, que nosotros 
lo podamos sufrir con pací.icas orejas que 
los italianos nos sean preferidos en el valor 
de la guerra. Confesamos que los españo- 
les nos son iguales, pero no los italianos, así 
como aquellos que con ignorancia y poca fide- 
lidad tratan las armas. E si á los prisioneros 
es lícito loarse, ellos han sido muchas ve- 
ces vencidos de nosotros en más de un lugar 
por Italia, y nos han dejado entera la honra 
de la guerra». Estaba asentado junto al fran- 
cés Iñigo López de Ayala, caballero espa- 
ñol. Este le daba con el brazo, advirtiendo al 
Mota que dejase de decir mal de los italia- 
nos, porque ellos, queriendo mantener la hon- 
ra de la patria, así como aquellos que ni quie- 
ren ni suelen sufrir ninguna villanía, si lo vi- 
niesen á saber sin duda ninguna, por vengar 
la pública injuria, le desafiarían á singular ba- 
talla. Entonces el Mota, alzando más la voz, 
dijo: «Pues desafíen cuando ellos quisieren, 
que yo ninguna cosa deseo tanto como ha- 
celles conoscer con las armas en la mano ser 
verdad lo que yo digo, y cómo no digo esto 
porque esté borracho». Estas palabras, así 
como fueron dichas, de la misma manera fue- 
ron recitadas por el Ayala en el alojamien- 
to del Próspero Colonna, adonde, según lo 
acostubrado, estaban muchos caballeros ita- 
lianos. Habíase entre ellos esparcido el rumor 
cómo el nombre italiano había sido afrontado 
de un arrogante francés, y les páresela que se 
debíasatisfacer aquella injuria con las armas. 
El Próspero, habiendo entendido este nego- 
cio, queriendo maduramente hacer sus cosas, 
especialmente en aquella querella, donde iba la 
reputación de Italia, envió ádos caballeros de 
sangre romana, que fueron Juan Bracalone y 
luán Capochia, á saber si era verdad aquello 
que se decía haber dicho en la mesa el Mota* 



Y si el francés libremente y fuera de la mesa 
confesase esto ser verdad, que le dijesen que 
mentía, y por mostrar su valor desafiasen 
tantos cuantos los mismos franceses quisie- 
sen salir á batalla, tantos por tantos. No se 
afrontó el francés, sino que con ánimo esfor- 
zado aceptó la condición. Este es aquel Mota 
que habiendo sido condenado por la traición 
de Borbón, y por esto andaba de Francia des- 
terrado, le vimos en la ruina del saco de 
Roma, usurpándose el nombre de maestro de 
campo, hacer justicia cuando habla alguna di- 
ferencia entre aquellos que habían puesto de 
arriba abajo las cosas sacras y humanas. El 
cual enriquescido de una rica presa navegan- 
do para España, habiendo en la mar adolesci- 
do, fué medio vivo de los avaros marineros 
echado en la mar, pagando la talla. 

El Mota volvió á monsiur de Nemos, el cual, 
informado de lo que había acaescido, aprobó á 
persuasión de todos los suyos la causa de 
la batalla y las palabras y prometimientos 
del Mota. Fueron nombrados trece caballeros 
franceses, los cuales por honra de la nación 
se ofrescieron de entrar en aquel desafío. El 
Próspero Colona escogió otros tantos; fueron 
los más valientes de todas las provincias de 
Italia, porque ninguna no se pudiese quejar 
que por todas no se esparciese la honra de la 
esperada victoria. Había tres romanos, porque 
tuviese la dignidad la ciudad vencedora del 
universo, que fueron el Bracalone, el Capochia 
y Héctor, llamado por sobrenombre Peracio. 
Ñapóles dio á Marco Corolario; Capua, á 
Héctor Ferramosca, nascido de bellicosísima 
sangre. Ludovico Beauboli, de Theano, y Ma- 
riano Abinentí, de Sarno, yMeiale, nascido en 
Toscana. La Sicilia envió dos, porque esta is- 
la, violentamente partida por la mar, no pa- 
reciese haber pedido el derecho de las ciuda- 
des de Italia, los cuales fueron Francisco Sa- 
lomoni, que después fué claro en muchas ba- 
tallas, y Guillermo Albamonte. De las ciuda- 
des junto al Po suplieron el número el Ricio, 
de Parma, y Tito, de Lodi, llamado por sober- 
bio nombre el Fanfulla, porque en las bata- 
llas tenía en poco los peligros, y el valeroso 
Romanello, de Forli, de la Romanía. Los nom- 
bres de los franceses yo los supe del mismo 
Mota. Hame parescido callarlos en este lugar, 
porque en trueque de la esperada loor, pues 
fueron perdidosos, no pasase á sus descen- 
dientes la deshonra de la pérdida con infamia 



512 



PABLO JOVIO 



de sus nobles linajes. El Próspero, con pala- 
bras graves, aunque con alegre semblante, 
animó á los suyos, los cuales casi todos eran 
de su capitanía ó de la de Fabricio su herma- 
no, acordándoles cómo la honra de Italia es- 
taba puesta en su valor y valentía; que hicie- 
sen todo su deber por que no le engañase 
su opinión, el cual, habiendo puesto aparte 
tantos caballeros, había particularmente esco- 
gido á ellos como á muy buenos y fuertes de- 
fensores del nombre italiano. No hubo ningu- 
no de ellos que no se conmoviese por el loor 
de la adquirida gloria y que no jurase de vol- 
ver del campo sino vencedor. Después de uno 
en uno los advirtió muy en particular que 
guardasen las armas y los caballos, y dio á 
cada uno lanzas muy fuertes y casi más lar- 
gas de una braza que las de los franceses, y 
sendos estoques colgados de los arzones á la 
parte izquierda, y sendas espadas cortas y 
anchas ceñidas para herir de tajo. Púsoles á 
la parte derecha de los arzones, en trueque 
de maza de hierro, una hacha de estas de la- 
bradores de gran peso, con un mango de me- 
dia braza colgada con una cadenilla. Los ca- 
ballos llevaban sus testeras de hierro lucidas 
y sus armaduras de pescuezo, las cubiertas 
doradas de cuero cocido que los antiguos las 
llamaban clibani, las cuales comodísimamente 
cubrían los pechos y ancas de los caballos. 
Fuéronles demás de esto añadidos dos vena- 
blos, los cuales estaban plantados en el sue- 
lo, afín que aquellos que fuesen derribados en 
tierra tomando en la mano estos venablos 
pudiesen combatir. Fueron estos venablos, 
según yo entendí del Próspero y de aquellos 
que combatieron, muy provechosos para ga- 
nar la victoria 

No con menor cuidado monsiur de Nemos 
instruyó á los suyos, los cuales salieron al 
campo con bellísimos sayos de brocado y ter- 
ciopelo carmesí. Monsiur de la Paliza había 
escogido entre muchos á éstos, los cuales 
deseaban aquella honra, y enseñado á cada 
uno el arte de combatir, los había grande- 
mente inflamado á que mostrasen testimonio 
del valor francés. Fué señalado el campo con 
un surco cuasi la octava parte de una milla, 
en el medio de Quadrata y de Andria. Hicie- 
ron un cadahalso en el cual debajo de un do- 
sel estaban tres jueces, los cuales ordenaron 
que aquellos que fuesen sacados de fuera de 
aquel espacio fuesen habidos por vencidos, 



y que el premio de aquel vencedor fuesen 
las armas y el caballo y clent ducados por 
cada uno. Demandaron los jueces que les ase- 
gurasen el campo. Monsiur de la Paliza lo ex- 
cusó ansí como en importante y peligroso 
negocio, de querer en esto obligar su fe. El 
Gran Capitán protestó; dixendo que asegura- 
ría el campo y toda cosa, sacó toda la gente 
fuera de Bari y con muy buen concierto los 
metió en orden de batalla, que parescían que 
estaban para combatir, y metiéndoles un cier- 
to y dudoso temor tenía suspensos los áni- 
mos de los franceses. Habiéndose hecho ve- 
nir delante los italianos, no con otras pala- 
bras los esforzó, sino que con generosa de- 
terminación de ánimo constante tuviesen en 
poco los hombres de aquella nación y sangre, 
así como aquellos que se acordaban cómo so- 
juzgada la Francia muchas veces, habían sido 
vencidos, muertos y domados de sus antepa- 
sados, y que tuviesen esperanza cómo Dios 
daría ciertamente la victoria á aquellos que 
combatían con tan buena querella contra 
hombres insolentes, locos y soberbios. Los 
italianos, habida licencia se fueron al campo; 
y puestos en hilera se metieron en batalla 
contra los franceses. Los cuales venían para 
acométenos, porque sin tardanza al tercero 
son de la trompeta con un mandado silencio 
se fueron á encontrar. Los italianos, otramen- 
te de aquello que todos tenían creído, según 
la costumbre de la milicia, sin mover punto 
los caballos, sino sólo abajadas las lanzas, 
animosamente esperaron á los franceses, los 
cuales con grande furia los vinieron á encon- 
trar. Los franceses primero que las puntas de 
sus lanzas allegasen á los arneses de los ene- 
migos fueron embestidos de las lanzas más 
largas de los italianos y algunos de ellos pa- 
saron el estacado. De aquel encuentro ha- 
biendo sido derribados algunos y rompidas 
las lanzas, fué hecha una grande riza y muer- 
te de caballos, y algunos metieron mano á las 
mazas y á los estoques; pero los italianos 
maravillosamente se trataron con las hache- 
tas, rompiéndoles con pesados y grandes gol- 
pes las vistas de los almetes y los espaldares, 
y aun les sacaron las espadas de las manos. 
Parescía allende de esto que la batalla iba 
igual, porque Albamontc y el Sidicino, siendo 
llevados de los caballos y apretados de los 
enemigos, no se pudieron detener dentro del 
estacado. El Bracalone y el Fanfulla están- 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



513 



do á pie por haberles faltado sus caballos, 
echaron mano á los venablos y valerosísima- 
mente desbarrigando caballos y hombres hi- 
cieron inclinar la victoria. Uno solo de los 
franceses, que se llamaba Claudio, habiéndo- 
le esforzadamente sido rompido el almete 
(tal que los sesos con mucha sangre le salían 
por las narices) fué muerto. El cual siendo 
natural de Aste, colonia de Italia, paresce que 
méritamente muriese, pues á gran tuerto ha- 
bía tomado las armas por la gloria de una na- 
ción extranjera contra la honra de la patria. 
Los otros, heridos ó desacordados por los 
grandes golpes de las hachetas, confesando 
ser vencidos echaron las armas en tierra. Los 
jueces, habiendo visto desde el cadahalso el 
suceso de la batalla, con mucha música de 
trompetas sentenciaron ser vencedores los 
italianos. Easí los franceses, porque ninguno 
de ellos, según el concierto hecho, no habían 
traído consigo los cient ducados de rescate, 
fueron llevados á Barleta, porque ellos ningu- 
na duda habían tenido que la victoria no ha- 
bía de ser suya. El Gran Capitán los recibió 
con alegre rostro y consolándoles con apaci- 
bles palabras les avisó que tomasen en paz 
aquello que combatiendo ellos valerosamente 
por juicio de la fortuna les había sucedido. 
Pero en lo de por venir aprendiesen á refre- 
nar la lengua, porque los hombres honrados 
y valerosos, los cuales quieren ser tenidos 
por merecedores de la honra de la caballería, 
no menosprecian á nadie sino en la batalla, y 
sin loarse jamás en lugar alguno, no con bra- 
veza de palabras sino con valerosas pruebas, 
son acostumbrados á adquirirse fama. Mandó 
después proveerlos de lo necesario. El Prós- 
pero y Fabricio los recogieron con la misma 
liberalidad y cortesía, tanto que aunque los 
franceses estaban turbados y con los rostros 
humildes, desecharon de sí todo aquel enojo. 
Y á algunos de ellos les pesaba poco el afren- 
ta y vergüenza recibida, después que habían 
recibido la humanidad y cortesía de aquellos 
que fueron vencedores. El Gran Capitán, des- 
pués que hubo honradísimamente loado á 
los italianos, los ennobleció armándolos de 
su mano caballeros, y en testimonio de su 
virtud y de la victoria les ajuntó trece ca- 
denas en los scudos de sus armas. Y por- 
que la historia de este celebérrimo desafío 
quedase en memoria para en lo de por ve- 
nir, micer Hierónimo Vida, cremonés, mi com- 

Ct únicas del Gran Capitán. 33 



pañero viejo, lo cantó en muy excelente verso 
heroico. 

En aquellos días el Gran Capitán, por des- 
encarescer la carestía de la vitualla, que era 
grandísima, se alegró mucho de una nueva y 
no esperada ventura Que Lezcano, con sus 
galeras, había tomado junto á Manfredonia un 
navio veneciano con una grande cantidad de 
trigo. Que habiendo el capitán monsiur de 
Alegre tomado á Foja (esta tierra antiguamen- 
te se llamó Ecana) y habiendo hallado gran- 
de cantidad de trigo, metióle todo en venta 
como de su despojo y habíalo querido antes 
vender al dinero de contado á un veneciano 
que á los napolitanos, apretados de lahambre, 
los cuales lo habían querido comprar al fiado. 
Algunos decían que era bien guardallo para 
las necesidades del ejército. Talmente que el 
Gran Capitán hubo aquel singular beneficio 
de la avaricia del enemigo, y sin infamia nin- 
guna suya, porque pagó más dineros al vene- 
ciano que no él había dado al francés. Acres- 
centó el placer la nueva de la victoria naval, 
porque Lezcano, habiendo alcanzado al cabo 
de Otranto al cosario Peri Juan y venido con 
él á batalla, le había totalmente rompido, por- 
que le prendió y echó á lo hondo algunos na- 
vios y metido en huida, y sin duda habría to- 
mado la nave capitana si de presto no se hu- 
biera metido en el puerto de Otranto, adonde 
el proveedor veneciano, así como amigo de 
ambos á dos Reyes, tenía por costumbre de 
dar seguro recogimiento á la una y á la otra 
parte. Por esta rota que recibió el Peri Juan, 
siete naves sicilianas cargadas de trigo, te- 
niendo libre y seguro el pasaje, arribaron á 
Barleta, con la venida de las cuales abajó 
tanto el valor de las vituallas, que casi los 
precios de todas las cosas menguaron medio 
por medio. Mandó el Gran Capitán traer con 
aquellos navios grande copia de vino, queso 
siciliano y carne salada. 

En este medio monsiur de Nemos, el cual 
de Canosa, Altamura, Chirinola, Quadrata, 
Rubí, Foja y Manfredonia alargando su gen- 
te, había determinado de apretar al Gran 
Capitán con un sitio lento, despierto por la 
súbita rebellión de Castellaneto, levantó el 
campo de presto y deliberó de ir á castigar 
aquella traición. Porque en los días pasados, 
habiendo corrido la Pulla y el cabo de Otran- 
to, y entre otras la noble ciudad de Lece, lla- 
mada antiguamente Lupia, y á Calatana, an- 



514 



PABLO JOVIO 



tiquísima colonia de Tesalia, la cual hoy se 
llama San Pietro, y á Nardo, ansí llamado 
de Nerito lencadián, la cual tierra edificaron 
los griegos. Tomó también á Rudia, famosa 
por haber nascido en ella Ennio, poeta, la cual 
hoy se llama Rodela, y á Oria Motula; tentó 
en balde á Gallipoli y asentó el ejército junto 
á Taranto, y la guardia y los tarentinos no 
se movieron en cosa alguna. Dio el asalto á 
Conbcrsano y forzó al señor de aquella tierra 
á mudar de fe. Finalmente, tomó á partido la 
ciudad de Castellaneto, la cual está puesta en 
medio el camino algo de través entre Taranto 
y Brindiz, cun estas condiciones: que pudie- 
sen meter de guardia dos capitanías de fran- 
ceses, con las cuales ellos se pudiesen defen- 
der contra los españoles que estaban en Ta- 
ranto. 

Habiendo en esta manera dado fin á muchas 
empresas y la mayor parte de ellas con el 
temor del ejército y con palabras y prometi- 
mientos, sirviéndose del singular favor de An- 
drea Aquaviva y de Fabricio Jesualdo, barones 
de la parte anjoína, parescía que por estos su- 
cesos hubiese venido en grande esperanza de 
la victoria. Acaesció entonces que los caste- 
llanetanos, desdeñados por las injurias que 
los franceses les hacían, se conjuraron, por- 
que algunos de ellos, con más licencia que no 
sufría la costumbre de Pulla, habían tentado 
la honra de las matronas; otros pródigamente 
les gastaban las vituallas y algunos con gran- 
de atrevimiento habían dado de p .los á sus 
huéspedes por no haber querido obedescer á 
sus injustos mandamientos. Prendieron en la 
noche cuando dormía la guardia en los aloja- 
mientos y con una contraseña entregaron la 
ciudad á los españoles, llamados de Taranto, 
con aquesta condición: que los franceses fue- 
sen enviados desnudos de armas y caballos, 
con que no fuesen injuriados hasta que llega- 
sen á lugar seguro. 

Movió á tanto enojo á monsiur de Nemos 
el inopinado delicto de aquella traición, que 
no se pudo detener, aunque lo persuadiese á 
ello el señor Aquaviva, que no levantase de 
súbito el campo, porque como era práctico 
de la guerra é informado del ser de los ene- 
migos, decía cómo se debía temer que se per- 
dería la Chirinola ó Rubi ó finalmente Cano- 
sa, porque apartándose ellos, los españoles 
tendrían oportunidad de hacer sus hechos. 
Pero monsiur de Nemos, braveando de que- 



rer ir luego y con presteza castigar la trai- 
ción y volverse, caminando noche y día allegó 
á Castellaneto. Los moradores, espantados 
por la súbita venida del enojado enemigo y 
teniendo pocos españoles para se defender, 
y esos no prevenidos contra la furia del ar- 
tillería, allende que los lloros de las muje- 
res y de los muchachos privaban de consejo 
á los hombres dudosos, vinieron á tomar este 
consejo de redimir con dinero la pena del de- 
licto, con que las personas fuesen salvas; pero 
el enojado capitán demandó tres veces más 
dineros de los que le podían dar, y amenaza- 
ba que les mandaría degollar si á la hora no 
se les pagaban. Los ciudadanos de Castellane- 
to, espantados de este temor, volviéronse á la 
desesperación, haciendo de por de dentro al- 
gunos reparos, y con grande esfuerzo aguar- 
daron algunos golpes de artillería, y echando 
algunas piedras y pedazos de maderos ate- 
morizaron á algunos que habían tenido osadía 
de subir por las escalas encima la muralla. 

Mientras monsiur de Nemos estaba suspen- 
so en aquella fuerza, no se resolvía si castiga- 
se aquella injuria dándoles un recio asalto, el 
cual era muy peligroso, ó recibiendo los dine- 
ros que le ofrecían, la cual cosa era al pare- 
recer vergonzosa, allególe un mensajero que 
le quitó de aquel pensamiento. Trájole nueva 
cómo el Gran Capitán había salido de Barleta 
y había marchado para Rubi por poner en es- 
trecho á la Paliza; porque habiendo sido avi- 
sado de la partida de monsiur de Nemos, pen- 
sando un nuevo pensamiento y según la oca- 
sión ejecutándolo de presto, sacó de noche 
toda la gente y el artillería, llevando consigo 
los hombres ancianos de Barleta por tenellos 
como en rehene^; marchó con grande presteza 
para Rubi y plantada el artillería comenzó con 
tanta furia á batir la tierra, que derribó con 
grande ruina mucha parte del muro. Comba- 
tíase casi en ordenanza, y en más de una par- 
te los españoles, puestas las escalas, procu- 
raron de subir á la muralla. Duró el asalto 
siete horas, con grandísimo contraste, porque 
la Paliza, con ánimo invencible, allá donde es- 
taba el peligro, animando y combatiendo, no 
faltaba á los suyos, habiendo puesto por repa- 
ro los hombres de armas, los cuales combalLm 
á pie contra aquellos que subían en la mur^j 
lia, y los gascones ballesteros puestos en 
gares donde daban muchas heridas á los 6 
pañoles. Pero siendo la Paliza herido y derri 



»i 




CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



515 



bados más presto que muertos los hombres 
de armas de la furia y del peso de los enemi- 
gos que les daban la carga, los españoles en- 
traron en la tierra habiendo ya de los otros 
casi en aquel mismo tiempo subido por las es- 
calas en lo alto de la muralla. La primera ban- 
dera que se plantó, echados los franceses, fué 
la de Francisco Sánchez, despensero mayor 
del Rey de España, y la corona mural fué dada 
á Traiano Morminio, gentilhombre napolitano, 
el cual fué el primero que tomó una almena 
de la muralla. Pues habiendo en la primera 
furia muerto muchos franceses, todos los 
otros fueron tomados á prisión, juntamente 
con los ciudadanos de Rubí. Fué también pre- 
so el Paliza y Amideo, capitán de los hombres 
de armas de Saboya, y Peralta, español, el 
cual estando al sueldo del Rey de Francia an- 
tes que se turbase la paz, cumplió con-su fe. 
El Gran Capitán en tanto ruido y revuelta de 
la tierra saqueada, teniendo grande cuidado, 
guardó la honra de las mujeres puestas en la 
iglesia invioladas de toda injuria. 

El día siguiente, no siendo aún del todo sa- 
queada la tierra, usando la misma presteza, 
volvió para Barleta, cuasi primero que mon- 
siur de Nemos, el cual habiéndosele ajuntado 
en el camino los suizos y haber cogido mayor 
caballería, caminando con grande diligencia tu- 
viese nueva de la rota del Paliza. El Gran Ca- 
pitán habiéndose llevado las mujeres robusta- 
nas á Barleta, las dejó en salvo, salva su ho- 
nor, sin ninguna talla, pero no quiso que los 
hombres de armas franceses se rescatasen, 
porque monsiur de Nemos no les había guar- 
dado las condiciones puestas entre ellos. Con- 
finó el resto de la infantería en las galeras de 
Lezcano hasta que la guerra fuese acabada, 
dándoles al cuanto más dura pena que no su- 
fre la costumbre de la milicia cristiana, con la 
cual orden el capitán alguna vez, aunque con- 
tra su voluntad, con ánimo severo y astuto, y 
esto por el útil de la guerra, tenía en poco 
las palabras que contra él se decían. Conoscía 
claramente que las bandas y capitanías de 
enemigos venían á faltar, y ansí en pocos días 
vino á ser igual en la caballería con los enemi- 
gos, donde ellos tenían todas sus fuerzas, ha- 
biendo dado á I9S más escogidos soldados 
más de setecientos caballos tomados en di- 
versos rencuentros, en especial en Castella- 
neto y en Rubi, tanto que los infantes pues- 
tos á caballo eran suficientes á toda áspera y 



difícil empresa, y esto con grande ánimo y va- 
lor, por ser reputados merescedores de aque- 
lla honra y merced que se les hacía. 

Mientras estas cosas se hacían en laF^ulIa, 
don Hugo de Cardona, habiendo metido en 
orden en Siciha tres mil infantes y trescientos 
caballos, pasó con ellos el faro, desembarcó 
en Ríjoles, rompió en una scaramuza á Jacobo 
San Severino, señor de Mileto, el cual levan- 
taba los calabreses á rebelión; libró á don Die- 
go Ramírez, sitiado en el castillo de Terrano- 
va; saqueó y quemó la tierra; después volvió 
para la baja Calabria y metió en huida á Mar- 
zano, Príncipe de Rosano. Entendido estas 
cosas los Príncipes Sanseverinos, el de Saler- 
no y el de Visiñano, los cuales como habernos 
dicho se habían pasado de los españoles á los 
franceses, habiendo hecho por toda parte 
soldados y armado sus vasallos, se ajuntaron 
con monsiur Daubegni, el cual venía Este, ha- 
biendo dejado una pequeña compañía de fran- 
ceses en Cosenza, con la cual tuviesen sitiados 
al capitán Solls y á Gómez, con la mayor pres- 
teza que pudo fué á buscar á don Hugo, por 
combatir de presto con él. Estaban con mon- 
sieur Daubegni el Grini y el Malherba; éste 
era capitán de los ballesteros gascones y de 
tres banderas de suizos, y el otro gobernaba 
todos los caballos ligeros; pero la mayor fuer- 
za era la de los hombres de armas, entre los 
cuales había una compañía de soldados viejos 
escoceses familiares y fieles á monsiur Dau- 
begni. 

Estaba entonces alojado don Hugo en aquel 
llano que del castillo de Terranova se ex- 
tiende hacia mediodía. Avisado de la venida 
de los enemigos metió la cosa en consejo, y 
aunque él hubiese acrescentado de más gente, 
todavía le paresció deber de huir la campaña 
y retirarse á la rocha de San Jorge, la cual 
mira hacia el monte Apenino; pero los nuevos 
capitanes estorbaron que no se tomase este 
camino, los cuales habían venido nuevamente 
de España, que fueron Manuel de Benavides, 
Antonio de Leiva, que después fué muy exce- 
lente capitán, y los Alvarados, padre é hijo, 
que habían traído de España cuatrocientos 
hombres de armas y caballos ligeros y cuatro 
compañías de infantería, porque les páresela 
ser cosa deshonrada y vergonzosa levantar 
los alojamientos y retirarse antes que los ene- 
migos se presentasen y más claramente se su- 
piese cuánta gente y de qué calidad era, es- 



516 



PABLO 



pecialmente que una espía calabrés, algo sos- 
pechosa, les había dado á entender que los 
franceses no allegarían allí en aquellos dos 
días Pero monsíur Daubegni, capitán viejo, 
gentilmente engañó la opinión de los enemi- 
gos con usar de la presteza francesa, habiendo 
caminado la noche y por desusados caminos, 
enseñándole los calabreses el camino, pre- 
sentó la gente en batalla y mandó tocar las 
trompetas. Venían delante el derecho cuerno 
los dos Príncipes de Salerno y Vísiñano, tra- 
yendo cogida su gente á modo de luna; en el 
izquierdo venía el Grini, el cual, así como ha- 
bemos dicho, guiaba todos los caballos lige- 
ros. En la batalla de medio se había pues- 
to monsiur Daubegni, ajuntado casi con los 
Príncipes con una estrecha ordenanza de 
hombres de armas. El Malherba había mez- 
clado á los suizos con los gascones, los cuales 
por estaren ordenanza más abiertos y espar- 
cidos, disparaban las ballestas cómodamente 
y allegáronse á los caballos del Grini. 

De la otra parte los españoles, habiendo 
descubierto á los enemigos, aunque fuesen 
menos en número, engañados de su pensa- 
miento, esforzadamente se metieron en orden 
y se esforzaron en menear las manos, soste- 
niendo valerosamente la furia de los franceses 
que venía delante, donde se comenzó una cruel 
batalla, no habiendo lugar ni de la una parte 
ni de la otra de poder jugar el artillería An- 
dando la batalla encendida, mientra don Hugo 
con maravillosa constancia hacía el oficio de 
capitán y de soldado, el Grini haciendo un 
largo rodeo, extendiendo su banda, entró por 
el costado en la infantería de los enemigos, 
que los desordenó y rompió, porque á la hora 
arremetieron los suizos y gascones con tanta 
fuerza, que echados de las picas y heridos de 
las saetas fueron puestos en huida. De la otra 
parte toda la caballería cerrada en un escua- 
drón, por consejo de don Hugo, sin ninguna 
desaventaja sostenían á los calabreses; pero 
cuando monsiur Daubegni arremetió con su 
escuadrón, ni los caballos sicilianos ni menos 
los españoles pudieron resistir á la furia de los 
hombres de armas escoceses, antes volvieron 
de presto las espaldas y á más andar se fue- 
ron á los montes, aunque el Cardona los re- 
prehendiese y les rogase que poco á poco 
volviesen el rostro y se retirasen. Habiendo 
sido en esta manera rota la caballería, la in- 
fantería que estaba en medio fué rompida y 



JOVIO 

desbaratada En aquella rota de enemigos el 
Grini, corriendo muy desordenadamente en el 
alcance de aquellos que huían, habiéndose al- 
zado la vista del almete, fué herido en un ojo 
con la punta de una lanza y fué muerto. Mon- 
siur Daubegni corrió el mismo peligro, por- 
que los caballos españoles (ansí como des- 
pués yo lo entendí de Antonio de Leiva), to- 
mándole en medio y cuasi preso, procuraban 
de quitalle el almete, y sin duda le hirieran en 
la garganta si no fuera socorrido de la banda 
del Príncipe de Salerno, la cual sobrevino en 
escuadrón cerrado y los había rompido. Pues 
habiéndose salvado muchos caballeros por los 
montes, don Hugo el postrero de todos, deja- 
do el caballo, al cual había cortado las piernas 
porque no viniese en manos de sus enemigos, 
por ciertos valles nevados se retiró ala Mota 
Bufalina, y aquí, recogidos y refrescados un 
poco los soldados, los cuales habían quedado 
de la batalla, descenció en la Rocella á la ciu- 
dad de Gieración. El bagaje, los soldados y los 
villanos le robaron; las banderas, con muy her- 
mosos caballos de España, vinieron á manos 
de monsiur Daubegni. El número de los prisio- 
neros fué muy mayor que el de los muertos; 
la victoria no pudo parecer muy alegre á mon- 
siur Daubegni, habiéndole costado la vida de 
Grini, amicísimo suyo y valerosísima persona. 
Después de la batalla monsiur Daubegni tomó 
sin herida la Mota Bufalina, adonde los ene- 
migos huyendo se habían recogido; tomó tam- 
bién por fuerza á Pentadactilo, en la Rocella; 
no quedó en toda la Calabria casi ninguna 
tierra que á la hora no se volviese á la vence- 
dora parte francesa, retirándose los españoles 
en los castillos fuertes, los cuales parescían 
que aquel invierno con dificultadlos franceses 
los pudiesen combatir. 

Habiendo hecho saber estas cosas que ha- 
bían sido hechas en Calabria y en Pulla al 
Rey don Hernando, á la hora fué puesta en 
orden una armada muy grande en el puerto de 
Cartagena, la cual fuese á Mecina, y el capi- 
tán general de ella fué Puertocarrero, des- 
cendiente de la noble familia de los Bocane- i 
gra de Genova. Este había sido preferido á I 
muchos caballeros de España que aspiraban 
á la honra de este cargo por ser Puertoca- 
rrerro casado con una hermana de la mujer 
del Gran Capitán, por donde se entendía que ' 
entre ellos habría grande conformidad. Obe- 
descían á Puertocarrero don Alonso Carvajal, 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



517 



que después fué claro en las guerras de Ita- 
lia, capitán de seiscientos caballos, y don Her- 
nando de Andrada, Conde de Villalba, el cual 
de Galicia, Asturias, Vizcaya y en la costa de 
la mar había traído cinco mil hombres. Nave- 
gando Portocarrero para Sicilia, hízole con- 
trario tiempo, que habiendo sido echado de 
una grande fortuna junto á Lipari y Strango- 
li, al quinto más tarde de loque hubiera que- 
rido (aunque con el armada salva) allegó á 
Mecina. Desque hubo pasado el faro y des- 
embarcada la gente en Ríjoles adolesció, de 
la cual enfermedad murió, y viéndose cercano 
á la hora del morir, aconsejado con don Juan 
de Lanuza, Virrey de Sicilia, encomendó el 
cargo á don Hernando de Andrada, aunque á 
Manuel de Benavides é á don Alonso de Car- 
vajal, caballeros generosos y pláticos en la 
guerra, paresce que lo merescían mejor. Pero 
había entre el Benavides y Carvajal antiguas 
enemistades, por ser de bandos contrarios, 
las cuales eran tan grandes, que el uno hacía 
profesión de no obedescer al otro; pero am- 
bos le tuvieron á bien y lo consintieron á cau- 
sa del bien público. Muerto que fué Portoca- 
rrero hiciéronle muy honrado enterramiento, 
y dada la paga á los soldados de las rentas 
de Sicilia, don Hernando de Andrada comuni- 
có sus designos con don Hugo, y desde Ríjo- 
les en tres alojamientos allegó á la campaña 
de Terranova, y en aquel mismo día arribó á 
ella monsiur Daubegni, de la Mota Bufalina, 
por tomar á Terranova; pero previniéndolo 
Alvarado que, con una escaramuza tentó las 
fuerzas del enemigo, allegó al castillo de San 
Juan, apartado poco trecho de Seminara, don- 
de ^iete años antes había rompido en batalla 
al Rey Fernando y al Gran Capitán. Estaban 
no muy apartados de la campaña ennoblesci- 
da por el fresco rompimiento de don Hugo, 
talmente que monsiur Daubegni, feroz por la 
doblada victoria, aunque tuviese menor nú- 
mero de gente, reconosciendo los campos 
desdichados á los enemigos y á él felices, 
tomó cierto agüero de querer meterse en el 
arrisco de la tercera batalla, para lo cual en- 
vió á Ferragut, rey de armas, el cual con so- 
berbias palabras desafió á batalla á los espa- 
ñoles, así como hombres poco valerosos y 
acostumbrados á dejarse vencer. De las cua- 
les palabras don Hugo, encendido en sí mis- 
mo con un cierto ardor de ánimo enojado, 
por recobrar la honra perdida, se determinó 



de aceptar las condiciones de la batalla. Dio á 
Ferragut dos vasos ricos de plata, mandando 
á don Juan de Cardona, su hermano, que iba 
un poco adelante con la infantería, que se de- 
tuviese; pero los soldados no querían pasar 
adelante si primero no les daban la paga tan- 
tas veces prometida. Fácilmente don Hugo 
les quitó aquella obstinación, dándoles cuan- 
to oro y plata tenía, y allende de esto obliga- 
da la fe de sus amigos. Con estos prometi- 
mientos la infantería se metió en campaña. 

Monsiur Daubegni, habiendo hecho algunas 
escaramuzas y vadeado el rio Petrace, cami- 
nó para la tierra de Joya. El Andrada y don 
Hugo, llevando el campo con presteza, le si- 
guieron y vadearon por el mismo paso el rio, 
teniendo orden que cada caballo pasase en 
grupa un infante. Al otro día siguiente mon- 
siur Daubegni salió de Joya y se metió en or- 
den. Los españoles, visto las banderas de los 
enemigos, se aderezaron para la batalla. 

Estaban en la avanguardia Manuel de Bena- 
vides y Carvajal; en la batalla iban don Hugo, 
Antonio de Leiva y el padre de Alvarado con 
la vieja caballería y infantería. Seguían este 
escuadrón, apartado poco espacio, don Her- 
nando de Andrada con la caballería nuevamen- 
te traída de España y la infantería de gallegos 
y asturianos. Usaba esta gente, según el anti- 
guo costumbre de la milicia romana, escudos 
largos y recogidos y dardos para arrojar. 
Monsiur Daubegni, deseoso de comenzar la 
batalla, se metió en el primer escuadrón, en 
el segundo Alonso San Severino y en el ter- 
cero Honorato San Severino, que capitaneaba 
la banda de los caballeros de su linaje. El Mal- 
herba guiaba un escuadrón cuadrado de infan- 
tería, junto al cual estaba el artillería, y des- 
pués que de la una parte y de la otra fué des- 
parada, la caballería arremetió para adelan- 
te. Mientra monsiur Daubegni procuraba de 
apartarse de los rayos del sol que le herían 
en la vista, una banda de caballos ligeros es- 
pañoles le tomó el lugar, talmente que él vol- 
vió las banderas y arremetió contra el escua- 
drón de Manuel de Benavides. La batalla an- 
daba ya encendida y con dificultad el Benavi- 
des sostenía la furia de los escoceses. Don 
Hugo, Antonio y Alvarado le socorrieron, y 
con tanto vigor y ánimo se apretó la batalla, 
que los franceses y españoles, combatiendo 
con las espadas, se mezclaron en uno, y am- 
bas á dos las partes tenían por cierta la vic- 



518 



PABLO 



toria. Don Alonso Carvajal, con spedido con- 
sejo, llevó al derredor el izquierdo cuerno, y 
entrando por las espaldas de la avanguardia 
de los enemigos metió tanto temor y espanto 
á aquellos que estaban ocupados en la dudo- 
sa batalla, que monsiur Daubegni, puesto en 
desorden su escuadrón, se puso en huida. 
Don Hernando de Andrada, con su caballería, 
rompió á Alonso San Severino, que venía á 
socorrer con el segundo escuadrón. Por la 
misma suerte fué rompido el tercero escua- 
drón, y Honorato se puso en huida, tal que en 
espacio de media hora (lo cual es apenas de 
creer) fué hecha piezas cuasi toda la infante- 
ría francesa y ganóse una singular victoria. 
Fueron presos Alonso y. Honorato San Seve- 
rino; un escuadrón de scoceses libró á mon- 
siur Daubegni de las manos de sus enemigos, 
y habiéndose ajuntado con Maiherba, sin de- 
tenerse un punto, corrieron hasta Joya, y ha- 
biéndose aquí detenido poco rato, les fué di- 
cho cómo los caballos españoles les seguían 
por los mismos pasos y que ya estaban muy 
cerca. Apresuraron su camino con la noche 
scura y se recogieron en el castillo de Angi- 
tula, quejándose monsiur Daubegni de la for- 
tuna, que habiendo sido hasta en aquella hora 
invencible, y habiendo en las guerras de Fran- 
ciay Inglaterra en docebatallas sido vencedor, 
le hubiese en esta escarnecido y deshonrado. 

Al otro día siguiente, el primero de todos 
Valentía de Benavides, hermano de Manuel, 
y después del el Carvajal y el hijo de Alvara- 
do, y luego Antonio de Leiva, con grande 
presteza allegaron á Angitula. Tomada la tie- 
rra, determinaron de sitiar á monsiur Dau- 
begni en la fortaleza. Poco tiempo después 
allegó el Andrada con toda la gente, y hechas 
las trincheas, metida por alderredor la guar- 
dia de la infantería, á fin que el capitán de los 
enemigos no se fuese, se alojó á la vista de la 
tierra, apartado casi un tiro de artillería. 

En aquellos mesmos días, la infantería de 
tudescos, la cual Octavio Coiona, enviado del 
Próspero, su tío, al Emperador, la había obte- 
nido y traído por las montañas de Carnia al 
puerto de Trieste, embarcados allí habían 
allegado á Barleta. La venida de los cuales dio 
tanta alegría al Gran Capitán, que muy cier- 
tamente confirmó la esperanza de ganar la 
victoria, y así no le paresció aguardar más 
tiempo, sino salir á combatir, pues había ya 
estado siete meses sitiado en la pequeña ciu- 



JOVIO 

dad de Barleta. Monsiur de Nemos, habiendo 
tomado todas las tierras vecinas de Barleta, 
fuera de Andria, el Gran Capitán con sola la 
grandeza de ánimo invencible, había sufrido 
todos los incómodos de la guerra, y en aquel 
medio la fortuna muchas veces le había le- 
vantado la esperanza enferma á favorecelle 
en los extremos casos de su sitio, de suerte 
que se tuvo por cierto que él no dudó jamás 
de ser muy presto vencedor. Resolvido en 
este partido, mandó á los capitanes de caba- 
llos y de infantes que se proveyesen de lo 
necesario para el camino. Parescióle bien de 
llamar de Taranto á Pedro Navarro y á Luis 
de Herrera, su pariente, con la más gente que 
pudiesen, porque tenía grande confianza en 
sus personas. 

Con el mismo designo monsiur de Nemos, 
juzgando por conjeturas que habiéndole al 
enemigo venido el socorro de los tudescos, 
tentaría alguna cosa de nuevo y á la hora 
saldría de Barleta, escribió á Andrea Mateo 
Aquaviva que de Conversano fuese á Alta- 
mura, adonde estaba Luis de Arce, y de allí 
ambos á dos, juntas las fuerzas, viniesen á 
Canosa, donde le hallarían, porque monsiur 
de Nemos ponía grande esperanza en el con- 
sejo de aquel hombre para el gobierno de la 
empresa, y no le parescía tentar ninguna cosa 
sin el Arce, capitán valiente y animoso. Mien- 
tra el Arce y el Aquaviva concertaban entre 
ellos el día de la partida, Pedro Navarro 
tomó las cartas del Arce junto á Taranto, é 
como avisado y entendido su designo, hizo 
una emboscada al Aquaviva cuando tenía de 
pasar, é ansí rodeado de un impensado mal, 
defendiéndose esforzadamente, habiéndole 
muerto el caballo y herido gravemente, fué 
preso. Juan Aquaviva, su hermano, peleando 
valerosamente fué muerto; la caballería fué 
rompida y casi toda ella vino en manos de los 
enemigos. Habiendo felizmente sucedido esta 
empresa, Pedro Navarro y Luis de Herrera 
allegaron á Barleta, donde Gonzalo Hernán- 
dez, doblándosele el alegría, riendo muy á 
boca llena, dijo cómo se tenía de dar gracias 
á la fortuna que tanto le favorescía, pues en 
tan grande necesidad habían prendido un 
prudentísimo capitán de enemigos y habían 
venido á su campo dos capitanes de grande 
valor y fe, los cuales le serían de mucha uti- 
lidad y provecho. 
Ya la primavera vestía de flores la caml 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



519 



ña y los panes crescían y el Mayo se mostraba, 
cuando por aventura en aquel día, como de 
buen agüero y grandemente felice, que des- 
baratados los franceses en Joya se aparejaba 
la victoria. El Gran Capitán, habiendo sacado 
toda la gente de Barleta, pasado Losanto, se 
alojó en la Chirinola, con pensamiento de plan- 
tar el artillería y tomar aquella tierra, y si los 
franceses la quisiesen socorrer venir con ellos 
á batalla. Allegó el Gran Capitán á este lugar 
con un ardiente sol y calor terrible y el cami- 
no muy lleno de polvo, y con tanto cansancio 
de todo el ejército, que algunos soldados mu- 
rieron de sed y fatiga, y con deseo de refres- 
car la boca eran constreñidos á chupar unas 
cañahejas que las llaman ferias, las cuales na- 
cen en aquella caliente campaña, como si ellas 
estuvieran mojadas del rocío. A esta necesidad 
y miseria proveyó el Gran Capitán mandando 
traer por las escuadras odres llenos de agua, 
que para este efecto había hecho traer de Lo- 
santo. Mandó á todos los caballos que cada 
uio de ellos tomase á un peón en gropa, es- 
pecialmente de los que estaban armados. H¡- 
ciéronlo-los caballos con muy grande voluntad, 
por un ejemplo de grande humanidad que en el 
Oran Capitán vieron, el cual había tomado en 
gropa de su caballo un alférez tudesco. 

Gerión, así como dije antes, noble más por el 
vano esfuerzo de Aníbal que por grandeza de 
edificios, está puesto sobre un collado y por 
toJas partes rodeado de viñas. Estas viñas 
están cercadas de un pequeño foso, dentro del 
cual Próspero y Fabricio, habiendo conside- 
rado y mirado el lugar, se alojaron en él. Y 
habiendo el foso de presto limpiado y ensan- 
chado y alzado á la parte de dentro una mar- 
gen de tierra, cuanto la brevedad del tiempo 
sufría poder hacerse, se fortificaron contra la 
caballería de los enemigos, persuadiendo el 
Gran Capitán alas nuevos soldados á fenescer 
este trabajo, plantando en aquel tiempo el 
artillería en la frente, en los lugares más ne- 
cesarios. En este medio nionsiur de Nemos, 
partido que fué de Canosa, hizo alto un poco 
apartado de la Chirinola para tomar el univer- 
sal consejo de todos los capitanes, si se pu- 
diesen resolver en querer combatir. Pero es- 
tando ellos fuera de tie¡npo porfiando entre sí, 
acaesció que en la contienda y porfía se con- 
sumió la mayor parte del día, siendo de pares- 
cer monsiur de Nemos y Forment y Arce, por 
causas muy importantes, que se debía diferir 



la batalla hasta el otro día. Cándelo, que era 
capitán de los suizos, y monsiur de Alegre, 
eran de contrario parescer, que sin perder 
tiempo en balde y vergonzosamente, sino con 
ligero y esforzado ímpetu, como siempre feli- 
cemente á los franceses les había sucedido, 
se debía en todo caso dar la batalla. Por la 
cual determinación conocía monsiur de Nemos 
que se ofendía mucho su honra, porque pocos 
días antes había entendido que monsiur de 
Alegre había hablado algunas palabras mali- 
ciosas, que como capitán mal práctico y poco 
valeroso tenía temor de venir á jornada, y que 
dejaba con infamia de la reputación francesa 
y con grande daño de las fuerzas de ellos 
poco á poco de aquella astuta nación consu- 
mirse y faltarle las gentes. Y sin un punto de- 
tenerse, enojado de la culpa que le daban, dijo: 
«Pues que así os place que combatiendo hoy 
pongamos fin á la guerra, en aquella manera 
que placerá á la fortuna, si yo no satisfaciere 
al deseo del Rey de Francia, al menos con 
honrada muerte cumpliré con mi particular 
honra». Y permitiéndolo el destino, mandó dar 
la señal de la batalla, aunque á gran trabajo 
podía haber media hora hasta ponerse el sol. 

Y hechos tres escuadrones marchó contra 
los enemigos, no habiendo igualado la frente 
sino echando la gente para adelante con orden 
torcido por grados, porque cuando se ponía 
para adelante el cuerno derecho, adonde esta- 
ba el capitán Arce, Candeio, del escuadrón de 
medio, donde estaba puesta toda la infantería, 
disparase el artillería y siguiese á los prime- 
ros no muy apartado, y con semejante suceso 
monsiur de Alegre, arremetiendo los caballos 
se ajuntase con el tercero escuadrón, cuando 
fuese necesidad, al izquierdo lado del batallón 
de los suizos; de manera que los tres escua- 
drones en su proceder, por la desigual largue- 
za parcscían que tenían semejanza á los tres 
últimos dedos de la mano. 

De la otra parte el Gran Capitán opuso 
seis escuadrones en derecha frente á los ene- 
migos, y en los cuernos fueron dos escuadro- 
nes de caballos y uno de socorro detrás de los 
tudescos, al cual se allegaba la infantería es- 
pañola, apartada con poco espacio, que de le- 
jos páresela solamente un escuadrón de infan- 
tes, aunque habia abastadamente lugar para 
la caballería, puesta en medio, para sí fuese 
necesidad pudiesen arremeter para adelante. 
Después envió de fuera todos los caballos li- 



520 



PABLO 



geros, siendo su capitán Fabricio Colona y 
don Diego de Mendoza, los cuales escaramu- 
zando detuviesen á los enemigos que ya ve- 
nían. Levantóse entonces tanta escuridad del 
polvo que quitó á los franceses del todo la 
vista, y después aquella niebla fué acrescen- 
tada del humo del artillería; pero las pelotas 
de ella pasaron por lo alto, no desordenan- 
do ni la una batalla ni la otra. 

El Gran Capitán mandó que se cargase y se 
disparase otra vez Leonardo Aleo le dijo con 
un espanto temeroso: «Todos los barriles de 
la pólvora, acaso ó á traición se han encendi- 
do». El Gran Capitán, no mostrando espanto 
por tal nueva, le respondió: «Yo tengo este 
por buen agüero, que ninguno me pudiera ve- 
nir mejor, pues he visto la lumbre de la vic- 
toria que viene>. No fué vano este agüero. 
Monsiur de Nemos, habiendo arremetido con- 
tra los tudescos con la caballería de la banda 
izquierda, hallando un foso, á la hora se pa- 
raron, y echados de allí, mientras volvía la ba- 
talla buscando nueva entrada para pasar ade- 
lante, herido de un arcabuzazo cayó muerto, 
casi primaro que Cándelo acometiese á los 
tudescos. El cual hallándose él también meti- 
do en el foso con la misma fortuna, esforzán- 
dose con obstinado esfuerzo de un lugar des- 
igual y hondo pasar la margen de tierra, los 
tudescos con las picas bajas y por otra parte 
los arcabuceros españoles, muertos y ro;np¡- 
dos los suizos, le mataron en una fosa bien 
honda. Porque Cándelo había vuelto sobre sí 
los ojos y las manos de los enemigos, comba- 
tiendo á pie y siendo por los altos penachos 
blancos que traía muy mirado. Pues siendo 
muerto monsiur de Nemos, el capitán Arce y 
monsiur de Alegre, aunque en diversos luga- 
res, tomaron un mismo consejo de huir. Pero 
la fortuna quiso que monsiur de Alegre se 
fuese al ducado de Benevento y el Arce co- 
rriendo sin parar allegó á Venosa. La caballe- 
ría española, habiéndoles ido al cuanto en el 
alcance, muertos y presos muchos, juntamen- 
te con Forment, se volvieron al campo, ha- 
biendo el sol, que ya iba muy bajo, dado ape- 
nas lugar de media hora de lumbre para fe- 
nescer la batalla, la cual cosa sin ningunaduda 
fué causa que con la escuridad de la noche se 
salvasen el Arce y monsiur de Alegre. El 
Próspero, delantero de todos los otros, co- 
rriendo el campo de los enemigos tomó la 
tienda de monsiur de Nemos, adonde halló un 



JOVIO 

aparador de plata dorada y aparejada una 
sumptuosa cena, donde cenó delicatisimamen- 
te y dormió en la cama del capitán de los ene- 
migos. Habiéndole en aquel medio el Gran Ca- 
pitán y Fabricio toda la noche buscado y llo- 
rado por muerto, después que fué salido el sol, 
el Próspero con mucha alegría y risa de los 
suyos se volvió al campo. Monsiur de Nemos 
fué hallado entre los muertos y conoscido de 
un paje de cámara suyo por un lunar que te- 
nía encima la espalda. Al cual el Gran Capitán, 
celebrando el mortuorio, hizo grandes honras, 
porque él era de la casa de los Condes de Ar- 
mañac, muy ilustre entre las nobilísimas de 
Francia, la cual más de una vez se había ajun- 
tado con la sangre real y él era verdadera- 
mente noble. Fué combatido en la Chririnola á 
veintiocho de Abril, habiendo el Gran Capi- 
tán con doblada alegría siete días antes en- 
tendido por los prisioneros que monsiur de 
Aubegni había sido desbaratado por don Her- 
nando de Andrada en Joya, de tal suerte que 
se decía que monsiur de Nemos, movido de 
arrojada y desesperada temeridad y no de 
oportuno consejo, había venido á hacer jorna- 
da; y esto á fin que si se publicaba la rota 
nuevamente recibida, los ánimos de los fran- 
ceses no viniesen á desmayar y que el enemi- 
go,fundándose en el esperar mayores fuerzas, 
con todos los artificios de la guerra no huye- 
se de meterse en el arrisco de la batalla. Mu- 
rieron aquí hasta cuatro mil franceses, con 
tanta facilida 1 y presteza, que habiéndose co- 
menzado y fenescido la batalla en espacio de 
media hora, no murieron ciento de los vence- 
dores. Yo oí decir á Fabricio Colona, cuando 
él contaba el suceso de esta batalla, que la 
victoria de aquel día no había sido por otra 
importancia ni industria de soldados, ni valor 
de capitán general, sino sólo en el espacio de 
una margen de tierra y de un hondo foso; con 
el cual ejemplo después habemos visto que los 
capitanes que después han sucedido han pues- 
to particular cuidado y diligencia en fortificar 
su campo, renovando como muy buena la ma- 
nera del fuerte de los antiguos. El cual modo 
en el tiempo de nuestros padres se había vitu- 
perosamente perdido, con toda la disciplina 
de la milicia. 

En aquel mismo día el Gran Capitán, no 
queriendo dar ningún espacio de tardanza á 
los franceses, los cuales huían muy espanta- 
dos, envió á Diego García de Paredes para que 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



521 



fuese en el alcance de los soldados de Arce, 
que se iban para Venosa, y mandó á Pedro de 
Paz y á Teodoro B jcalo que fuesen detrás de 
monsiur de Alegre Pero el monsiur de Alegre, 
siendo acompañado de Trajano Caraciolo, 
Príncipe de Melfi, no queriéndole acoger en 
ninguna tierra, yéndole siempre delante la 
fama del vencimiento y apenas pudiendo con 
grande trabajo y ruego, por donde quiera que 
pasaba, alcanzar que á gran precio le diesen 
vitualla, se la daban colgada en unos algui- 
ños, allegó á la Tripalda, y habiendo reposado 
en ella un día, continuando su viaje, no que- 
riendo entrar en Ñapóles, se fué á Aversa. 
Aquí le dieron nueva cómo el maestro racio- 
nal y los tesoreros, atemorizados, habiéndose 
levantado un ruido en Ñapóles, se habían reti- 
rado en Castelnovo. Desesperado de sus co- 
sas, pasando por Capua y por Sesa, vadeando 
el río del Careliano, allegó á Fundí y de ahí á 
Traeto, y finalmente á Gaeta. 

Al otro día, que fué el segundo después de 
la batalla, Fabricio Colona fué con Rístaño 
Cantelmo, Conde de Pópuli, á tomar el Águi- 
la, cabeza del Abruzo, y el Próspero y Andrea 
de Capua, Duque de Térmoli, echándolos ofi- 
ciales franceses, tomaron en fe la ciudad de 
Capua, la cual era patria del Duque de Tér- 
moli. Sesa les abrió las puertas y echados los 
franceses allende del Careliano, pensaron de 
quedarse en aquella ciudad hasta tanto que 
el Gran Capitán les enviase á mandar más 
ciertamente aquello que se había de hacer. 

En este medio los capitanes espaííoles que 
estaban en Calabria tenían cercado á mon- 
siur Daubegni en el Angítula. Recibieron car- 
tas de Gonzalo Hernández de la victoria que 
él había habido, las cuales siendo enviadas 
al castillo y leídas por monsiur Daubegni, 
les respondió que él conoscía que la fortu- 
na era muy enemiga á los franceses. Y por 
esto, juzgando que era de ánimo obstinado 
y loco contrastar largo tiempo á la malvada 
suerte, prometió que á la hora se rendiría si 
fuese verdadera aquella nueva, y para esto 
envió afuera el Malherba, para que estuvie- 
se en rehenes de lo prometido, y le fué con- 
cedida tregua por doce días, en el cual tiem- 
po volviesen tres caballeros franceses envia- 
dos á saber el suceso de la batalla. Estos, 
informados de los prisioneros de lo que era 
acaescido, haciéndoles saber cómo monsiur 
de Nemos era muerto y su gente desbara- 



tada, lo dijeron á monsiur Daubegni, el cual 
salió de la fortaleza vestido un sayo de bro- 
cado, y con rostro alegre se rindió, con condi- 
ción que todos los otros fuesen libres y él solo 
fuese detenido en una libre prisión. Dicese 
que monsiur Daubegni con severísimas pala- 
bras reprehendió á dos caballeros mozos pa- 
rientes suyos, los cuales en la guerra salieron 
muy famosos, porque más delicadamente de lo 
que convenía á hombres especialmente de na- 
ción escoceses y nascidos de sangre real, ha- 
bían sospirado el contrario fin de la guerra, 
como si no se acordasen que los hombres ge- 
nerosos no tienen jamás de perder el ánimo, 
sino siempre con nuevo esfuerzo de viva é 
invencible virtud se ha de probar la fortuna. 

En este medio Gonzalo Hernández,habiendo 
tomado á Melfi y abriéndole las puertas por 
el camino los pueblos, no queriendo detenerse 
en ningún lugar, sino de contino ir en el al- 
cance de franceses, pasando de la Pulla en el 
ducado de Benevento y por tierra de labor, 
vino á la Cerra, adonde los embajadores na- 
politanos de los más principales y nobles, be- 
sando la vencedora mano y alegrándose con él 
de la victoria tan sin ninguna sangre, le supli- 
caron quisiese su ciudad recibilla debajo de su 
fe, la cual por la memoria de las mercedes an- 
tiguas era muy obligada al nombre de Aragón 
y les confirmase sus privilegios y leyes de la 
antigua inmunidad de ellos, y amorosamente 
la quisiese conservar y por merescimientos de 
su fe la ampliase con nuevos honores. Gonzalo 
Hernández les confirmó los privilegios que los 
Reyes pasados les había concedido,pronietién- 
doles que les sería buen procurador para con 
el Rey don Hernando que les escribiese con 
mucha clemencia y que concediese á todas sus 
demandas. 

No muchos días después con aparejo real 
debajo de un palio entró en la ciudad, ha- 
biéndole sido aderezada muy sumptuosamen- 
te la casa del Príncipe de Salerno, la cual 
es la mejor que hay en Ñapóles, y ajunta- 
dos todos los estados, á los quince de Mayo 
le juraron fidelidad en nombre del Rey de Es- 
paña, y mandó á los soldados, los cuales esta- 
ban privadamente alojados por la ciudad, que, 
so pena de la vida, avara ni deshonestamente 
no hiciesen injuria á persona ninguna. Mandó 
luego traer el artillería, que la mayor parte de 
ella había ganado de franceses en la Chirinola; 
deliberó de combatir los castillos, prometién- 



522 



PABLO 



dolé el Conde Pedro Navarro que en breve 
tiempo los habría tomado. La primera que fué 
combatida fué la torre de San Vicente, puesta 
encima de un pequeño peñasco, donde aque- 
llos que la guardaban se rindieron luego, no 
pudiendo sufrir la furia del artillería. De aqui 
Pedro Navarro volvió todas las fuerzas al 
Castelnovo. De día batía las almenas y los 
altos techos de las torres, y de noche enten- 
día en cavar minas, donde con el trabajo de 
pocos días hizo lo que deseaba su designo. 
Habiendo puesto algunos barriles de pólvora 
en los fundamentos, por la fuerza del fuego 
que le fué puesto por abajo, todo aquel ba- 
luarte que mira hacia los jardines con espan- 
toso ruido se arruinó y cayó. Los españoles 
por lo caído de la muralla con armas expedi- 
das entraron dentro, y ansí se tomó todo 
aquel cerco de fuera el castillo, habiendo 
muerto muchos franceses. Apretaron talmen- 
te los otros, los cuales así como espantados 
del improviso mal se retiraron por la puerta 
triunfal en la plaza de dentro el castillo, y 
cargando la puente ocupada con el peso, no 
la dejaron alzar á los soldados franceses. En 
aquel tumulto, echados los cerrojos de las 
puertas de bronce entalladas, cerráronlas 
prestamente á la multitud de los que querían 
entrar dentro, y metieron una culebrina á la 
puerta, á fin que disparándola matasen á los 
españoles que estaban en la puente y en la 
plaza. Pero por un caso maravilloso la, pelota 
se quedó en lo espeso de la puerta, no habien- 
do podido pasar el bronce, la cual hoy día por 
grande maravilla se muestra á los extranjeros 
que van á ver el castillo. El Gran Capitán, 
oyendo una grande vocería de los soldados, 
le fué dicho que se tomaba Castelnovo, y él 
no creyéndolo tomó una rodela y fué para 
allá, maravillándose de lo hecho. Fué ganada 
la plaza subiendo un español con maravilloso 
esfuerzo, donde los franceses que se habían 
retirado en las torres con grande temor se 
rindieron. Ganó la Jionra de la corona mural 
un mancebillo paje del Gran Capitán, llamado 
Juan Peláez Berrio, el cual animosamente ha- 
bía tomado una almena, donde un francés le 
cortó la mano. Los soldados saquearon casi 
todo cuanto había en el castillo, y esto con 
tanto desorden, que no dejaron nada, que 
hasta las vituallas se llevaron, y faltó muy 
poco que con palabras soberbias no maltra- 
tasen al Gran Capitán, queriéndose igualar la 



JOVIO 

desvergüenza de los soldados con la majestad 
de un tan grande hombre. Pero él con la gran- 
de alegría de todos, habiéndose efectuado una 
empresa de tanta importancia, paresciólc bien 
de perdonares su osadía y mala crianza. El 
trigo, vituallas y munición se las vendieron 
con poca liberalidad; porque decían con pala- 
bras soberbias, que todas aquellas cosas que 
eran adquiridas con grande peligro eran méri- 
tamente suyas, pues con tanto trabajo y difi- 
cultad les pagaban las pagas que se le debían. 

Hallóse por pública estimación que el valor 
de lo que saquearon era muy grande, porque 
los ciudadanos del bando anjoíno habían lleva- 
do á Castelnovo, como á lugar segurísimo (y 
también mercaderes y banqueros) muchas ca- 
xas llenas de cosas de grande valor, aunque 
hubo muchos soldados que no les alcanzó par- 
te de aquella rica presa, y blasfemando mucho 
se lamentaban de su malvada suerte. A los 
cuales volviéndose el Gran Capitán les dijo: 
«Anda, porque con mi liberalidad venzáis 
vuestra fortuna, dad saco ámi casa». Habién- 
doles hecho aquella merced, todos de presto 
con mucha alegría corrieron para su casa, con 
tanta avaricia de los del pueblo que iban mez- 
clados con ellos, que descolgaron la tapicería 
de las paredes y no perdonaron la bodega del 
vino. 

El Gran Capitán, habiendo hecho limpiar 
la plaza de los muertos y sacado afuera los 
prisioneros y traídas todas las vituallas, hizo 
castellano del Castelnovo á Ñuño Docampo, 
hombre valeroso y muy su familiar, y mandó 
á Pedro Navarro que volviese la artillería 
contra Castel del Ovo, Este castillo está 
puesto en una isla, la cual antiguamente fué 
llamada Megara, del nombre de una de las 
sirenas, la cual mira al monte Echia y se pasa 
á tierra firme por una puente. Pasó el Conde 
Pedro Navarro debajo de aquella peña, y ha- 
biendo minado en la peña, veinte y un día des- 
pués que hubo tomado á Castelnovo, á los 
once de Junio, le dio á fuego, el cual queman- 
do poco á poco la mecha allegó adonde esta- 
ban los barriles de la pólvora. Toda aquella 
altísima muralla de la extrema parte de la 
roca, entre el espantoso ruido de la Hamaque 
saltó fuera, la arruinó toda ella; y acaesció 
esto al tiempo que por aventura el castellano 
había llamado á consejo los más principales 
soldados y estaban ayuntados en la iglesia, y 
el santo de aquella capilla no favorescló en 



CRÓNICA DEL 

nada á aquellos pobretos, habiendo la súbita 
ruina de aquel castillo muerto casi á todos. 
Pues siendo enterrado en aquel miserable se- 
pulcro el castellano juntamente con los otros 
capitanes, aquellos que habían quedado, es- 
pantados del infortunio, no metieron tiempo 
en medio á resolverse, sino luego rindieron 
el castillo. 

En estos días el armada francesa, trayendo 
tarde el socorro para estas fortalezas, habién- 
dose puesto delante de Ñapóles, visto roto su 
designo, volvió las velas y fuese á Enaria por 
tentar la ciudad de Pithecusa, la cual hoy se 
llama Iscla, por hacer algún daíío á las gale- 
ras de España que estaban muy seguras y en 
su reposo debajo de la fortaleza. Pero doña 
Costanza de Avalos, señora de grande valor 
y fe, á la cual el Rey Federico había dejado 
en el castillo, disparando el artillería de un 
alto reparo defendió muy honradamente á los 
españoles y sacó fuera las banderas de Ara- 
gón, mostrando cómo ella, el castillo, la ciu- 
dad y la isla, la cual tiene siete pueblos, esta- 
ban á la devoción del rey de España. Esta es 
Costanza de Avalos, la cual por nombre de 
piedad y gloria memorable felicemente crió los 
hijos de sus dos hermanos el Marqués de Pes- 
cara y el Marqués del Vasto, los cuales en la 
loor de la guerra se igualaron con los grandí- 
simos capitanes del tiempo antiguo, habién- 
dolos ella, como generosa maestra de un^ ex- 
celentísima vida, quedando ellos en su tierna 
niñez huérfanos de sus charísimos padres, 
derechíáimamente guiado por aquella vía, la 
cual con la verdadera virtud lleva al cielo. 

Habiendo Gonzalo Hernández con mucha 
alegría ganado las tres fortalezas, escribió á 
don Hernando de Andrada que, haciendo de- 
recho su camino, se diese priesa de venir á 
Ñapóles con el ejército, trayendo seguro y 
humanamente á monsiur Daubegni, porque 
en todo caso le páresela de combatir á Gae- 
ta, en la cual se habían retirado las reliquias 
de los franceses, fundados en la esperanza de 
los socorros de por mar, siendo su capitán 
Ludovico, Marqués- de Saluces, en el cual ha- 
bía recaído el gobierno de la capitanía gene- 
ral, con pensamiento de renovar la guerra. 

El Andrada habiendo tomado las fortalezas 
de Calabria y puesto presidio en ellas confor- 
me á la necesidad, pasando junto á Pesto, 
Velia y Buxento, las cuales hoy se llaman Ca- 
pacho, Bucea y Policastro, hacía su camino 



GRAN CAPITÁN 523 

por el principado. Escribió también á don 
Diego de Arellano, el cual habiendo tomado á 
Melfi le había dejado presidio que refrenase á 
Luis de Arce, el cual salía muchas veces fue- 
ra de Venosa á hacer daño á los amigos. 
Después mandó al Próspero Colonna y á An- 
drea, Duque de Termoli, qne viniesen delante 
con el primer escuadrón de la gente que 
estaba en Sesa á Ponte Corvo, el cual se 
llamó Fregellas, y él se fué á San Germán, 
que fué ya Casino, pueblo noble por un tea- 
tro. Por el campo de Carinula hizo su camino 
y tomó en fe á Rocha Guillerma, echados de 
ella los franceses, y hecha la paga en Ponte- 
corvo á los soldados, bajando por el condado 
de Fundí, se alojó junto á Gaeta y le plantó el 
artillería. 

Ya había traído aquí el Conde Pedro Na- 
varro tres mil infantes y las municiones para 
.combatir la ciudad, y con el mismo artifi- 
cio que felicísimamente había hecho en Ña- 
póles mandaba hacer trincheas, cavar mi- 
nas y limpiar las almenas de la muralla. El 
Marqués de Saluces y monsiur de Alegre, 
confiados en el presidio de los franceses y 
gascones, disparando continuamente el arti- 
llería, hacían con ella mucho daño al Conde 
Navarro, el cual emprendía cosas difíciles en 
lugares mal seguros; y esto hacíanlo ellos con 
tanta violencia, que no sólo aquellos que es- 
taban trabajando junto al artillería y en los 
reparos, mas aun los que estaban apartados 
en el campo estaban en mucho peligro; por- 
que los artilleros franceses jugaban muy dies- 
tramente con el artillería, habiendo muerto á 
muchos con golpes casi ciertos. Acrescentá- 
banse los daños á los españoles por estar alo- 
jados en lugares rasos y descubiertos. Las 
galeras de Francia, que habían echado de Is- 
cla y de Progita, habíanse recogido entre 
Mola y Gaeta, disparaban el artillería donde 
querían y andaban corriendo la costa con 
muerte y daño de muchos. Por estas corre- 
rías y por el mal alojamiento fueron muertos 
muchos españoles, y á esta causa fué necesi- 
tado el Gran Capitán de proveer á la necesi- 
dad de los soldados que morían sin vengan- 
za Retiró el campo y el artillería á Formia- 
no, pequeño castillo, que fué ya la delicia de 
Cicerón, el cual hoy se llama Castellón, reti- 
rándose con más presteza de lo que quisiera, 
porque allende de más de trescientos solda- 
dos muy buenos que le mataron con el arti- 



524 



PABLO 



lería, murieron don Rodrigo Manrique, her- 
mano del Duque de Nájera, y algunos honra- 
dos capitanes de infantería, que fueron Juan 
Espes, Alonso López y Sancho Armentales, 
Navarro y cuatro alférez, el cual había sido 
llamado de Ñapóles, dejando el armada con 
solos los compañeros de las naves, y última- 
mente Antío Litestanio, capitán de tudescos, 
con una pelota de un falconete, y don Hugo 
de Cardona, capitán de grande valor, el cual 
había venido con la nueva de la victoria de 
Calabria, fué herido en una rodilla con un pe- 
dazo de un muro rompido de un golpe de ar- 
tillería y fué muerto. 

El Gran Capitán, con aquel gravísimo dolor 
y público llanto de soldados, se alojó en Cas- 
tellone por más seguro y más largamente si- 
tiar á los enemigos encerrados en una ciudad 
estéril. Hacíase esto con poco trabajo, con 
haber acrecentado el campo de más gente 
con la venida de don Hernando de Andrada 
y con los capitanes de la victoria calabre- 
sa, los cuales habían encomendado á Hugo 
d'Ocampo á monsiur Daubegni y otros pri- 
sioneros ilustres para que los tuviesen en 
guarda en Castelnovo. Mientras estaba en 
aquel lugar sano y honrado por las vivas 
fuentes, fué avisado por cartas de Fabricio 
Colona y de Restañón Cantelmo que Civita de 
Cheri, en el Abruzo, con algunas otras tierras, 
habían venido á la obediencia, y no por fuer- 
za, sino de su voluntad, y siguiendo el ejem- 
plo de estas tierras, Sulmona, Andria, Terra- 
mo, Civita de Peña y Celamo, que está al en- 
torno del lago Fucino, y finalmente todas las 
tierras del Abruzo y Taliacozo, Alba, Marsi y 
el Águila, la cual cresció de las ruinas de Ami- 
terno, cabeza de toda la provincia, eran veni- 
das á la odediencia del Rey don Hernando, 
echando de ella por fuerza á Jerónimo Galla- 
zo. Este era la cabeza del bando francés, y 
echados de presto todos los Orsinos, los cua- 
les teniendo por capitán á Fabio, hijo de Pa- 
blo, habían procurado de ocupar los castillos 
dados á los señores de casa Colona, los cua- 
les fueron quitados á Virginio Orsino. Ha- 
biendo demás de esto hecho en balde su de- 
signo contra los aquilanos. Fracaso Sanseve- 
rino, el cual enviado del Papa con una banda 
de caballos había tentado los ánimos de los 
ciudadanos. 

En este medio el Gran Capitán fué avi- 
sado que el Rey Luis de Francia, no que- 



JOVIO 

riendo dar lugar á la fortuna, así como aquel 
que era de ánimo indómito y constante, re- 
novaba la guerra, hal)¡endo asoldado doce 
mil suizos y puesto en orden en Genova una 
gruesa armada, y había habido socorro de 
caballos del Marqués de Mantua, del de Fe- 
rrara y del Bentivolla, señor de Boloña, de 
Florentines y de Césaro Borja, hi o del Papa 
Alejandro. De aquestas gentes había hecho 
capitán general á Ludovico de la Tramolla, 
capitán de grande autoridad, dándole por 
compañero á Francisco Gonzaga, Marqués 
de Mantua, que ningún otro parescía más al 
propósito para el trato de la guerra, así por 
el natural esfuerzo del militar ánimo, como 
por la grande plática que tenía de todas 
aquellas provincias del reino de Ñapóles y 
por ser él reputado por muy clarísimo por la 
fama de las empresas felizmente en aquella 
tierra por él acabadas. Con éstos venía Anto- 
nio Baseio, borgoñón, el cual era capitán de 
los suizos, y por el conocimiento de la lengua 
era capitán viejo y gobernador de aquella 
nación. 

Ya se decía que la gente de franceses ve- 
nían por Toscana, cuando de Roma, por car- 
tas del embajador del Rey, vino nueva al 
Gran Capitán que el Papa Alejandro, cerca 
los trece de Agosto, había adolescido del mal 
de la muerte y en cuatro días había sido 
muerto, habiendo dejado gravemente enfer- 
mo de la misma enfermedad á César Borja, 
su hijo, talmente que el pueblo teiu'a por cosa 
cierta que el padre y el hijo habían bebido de 
un mismo flasco aquel veneno que ellos ha- 
bían aparejado para los convidados, y esto 
por error fatal del botellero, que con descui- 
do había trocado los fiascos en aquella cena; 
la cual á la fuente en el palacio á ambos á dos 
había sido muy apacible, pero después tuvo 
doloroso suceso. Los médicos no pudieron 
escapar al viejo por no tener sujeto para po- 
der resistir la malicia del tóxico. A Césaro 
Borja su hijo, como era mozo y gallardo, con- 
serváronle la vida con muchos remedios que 
le hicieron. Yo entendí del Cardenal Adriano 
de Corneto (en el cual jardín se cenaba) que 
habiendo él bebido de aquelfa mortífera be- 
bida se había talmente inflamado por el súbi- 
to encendimiento de las entrañas, que nasci- 
do aquel ardor, opresos los sentimientos, le 
quitaron el ente;idim¡ento y fué apretado á 
bañarse en un vaso grande lleno de agua fría. 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



525 



y no volvió en sí, habiéndosele abrasado las 
entrañas, hasta que el pellejo le fué caído de 
todo el cuerpo. Pero aquel maldito y á toda 
Italia dañosa cabeza, quitada la causa de la 
religión, fué de todo el pueblo con ojos codi- 
ciosos muy mirado, gastado de una hedionda 
flaqueza, talmente que muchos, y en especial 
sus amigos los Orsinos, tenían por averigua- 
do que Dios con merecida pena del contra- 
cambio hubiese castigado la crueldad de aquel 
desapiadado hombre Porque con el mismo 
veneno había hecho morir algunos Cardenales , 
que eran poderosos y ricos. 

Oída la muerte del Papa, el Próspero y Fa- 
bricio, licenciados del Gran Capitán, fueron á 
Roma con grande presteza por recobrar con 
las armas aquellas tierras, las cuales contra 
toda razón les habían sido quitadas. No le 
penó mucho á César Borja, hallándose enfer- 
mo de un gravísimo y terrible mal y de la en- 
vidia, á restituirles aquello, porque siendo 
enemigo de los Orsinos, no viniese también á 
serlo de los Coloneses. Fué aquella liberali- 
dad, aunque hecha por fuerza, muy grata á 
los Coloneses, porque sin ninguna fatiga re- 
cobraron á Castelneptuno; Chinazano, en la 
campaña de Roma, y á Rocha de Papa á la 
selva del Aglio, bastecidas del Papa de sump- 
tuosos ediíicios y torres. 

César Borja se había retirado en el palacio 
con un fuerte y fiel ejército; tanto que los Car- 
denales, de temor, queriendo crear nuevo Pon 
tífice, se habían ajuntado en la Minerva. Cosa 
era infame llena de una nueva envidia que, 
allende del antiguo enojo, se tuviese por fuer- 
za al Colegio de los Cardenales el sacrosanc- 
to templo y el sacro palacio, por la cual cosa 
los magistrados romanos, ajuntados en Cam- 
pidoglio, determinaron tocar á su reputación, 
dar lugar libre y seguro al conclavio y tener á 
Roma segura de todo te;iior ansí á los extran- 
jeros como á los ciudadanos, con graves pro- 
testos pudieron alcanzar del que sacando la 
gente fuera de Roma se fuese á Nepi. En 
aquellos días los Orsinos, siendo su capitán 
Bartolomé de Albiano, habían entrado en 
Roma y muerto algunos españoles, y queman- 
do la puerta del torrión habían procurado 
entrar en San Pedro, por lo cual se había se- 
guido ui grand3 ruido. Habiéndose Roma pa- 
cificado, fué publicado Papa Pío tertio Vivió 
muy pocos días en el pontificado. 

César Borja, ya convalecido de su enferme- 



dad, se volvió á Roma, por hallarse en la se- 
gunda electión del papato, porque se había 
determinado de favorescer á los franceses 
que venían, tanto que ya les habían prometi- 
do su ayuda y favor y el de sus amigos. Y los 
Cardenales de casa de Borja estaban deter- 
minados dar sus votos á George Ambuesa, 
Cardenal de Roán, el cual procuraba ser Papa. 
En esta ocasión Gonzalo Hernández, juzgan- 
do haber necesidad de diligencia y presteza, 
oportunamente se concertó con los capitanes 
españoles, los cuales estaban al sueldo de 
César Borja que, pidiéndole licencia, con sus 
bandas y infantería se viniesen para él, ansí 
como la razón y justicia lo quería, que ayuda- 
sen al Rey don Hernando y á la nación espa- 
ñola contra franceses, en especial porque ellos 
al improviso habían hecho la guerra á Salsas, 
en los confines de España. Pasáronse con este 
color y con la voluntad de César, teniendo en 
ellos mucha más fuerza el cuidado de la hon- 
ra pública que no el respeto del privado inte- 
rese. Entre los otros, don Hugo de Moneada, 
don Hierónimo Lloriz, Luis Hiscet, don Pedro 
de Castro, y con ellos Diego de Quiñones, 
nascido de generoso linaje y claro en la gue- 
rra. Estos capitanes fueron bien recibidos de 
Gonzalo Hernández y muy liberalmente les 
dieron susgajes. Tentó después á los señores 
Orsinos, prometiéndoles grandes condiciones 
si quisiesen seguir la enseña del Rey don Her- 
nando. No faltó este consejo de felice suceso, 
aunque á la verdad al parecer difícil. Porque 
¿quien habría jamás creído que los Orsinos y 
los Coloneses, discordes entre sí por el anti- 
gua enemistad del contrario bando, se ajunta- 
sen en una voluntad y en un campo? Había 
dado ocasión á los Orsinos, que alterados de 
ánimo buscasen nueva fortuna á su estado y 
en todo muy ajena de su antigua costumbre. 
El Cardenal de Roán hacía muy grandes ca- 
ricias á César Borja, por causa de los votos, 
porque habiendo traído consigo y sacádole de 
la prisión en que estaba en Francia al Carde- 
nal Ascanio Sforza, tenía esperanza de obte- 
ner el Papato, mayormente ayudándole para 
esto César Borja, á la vida del cual, como 
hombre acelerado y sangriento, páresela que 
los Orsinos metían asechanzas, por vengar la 
muerte de sus parientes, que pocos años an- 
tes aquel tirano con espantosa crueldad había 
muerto tantos caballeros de su linaje, y tam- 
bién porque les parecía no ser estimados, y 



526 



PABLO 



con esto fácilmente se desdeñaban. Porque 
Trantio, embajador del Rey de Francia, al cual 
ellos le habían ofrecido el estado y su servi- 
cio, les respondió un poco más tibiamente de 
lo que requerían los peligros de la guerra que 
se apretaba. Porque el francés, con astucia y 
engañosa razón, pensaba que los Orsinos sin 
ningún premio ni sueldo habían de servir al 
Rey de Francia, no creyendo jamás que se 
apartasen de la antigua voluntad. Bartolomé 
de Albiano, no pudiendo sufrir, entre los otros, 
la vanidad y soberbia del Trantio, acompaña- 
da de manifiesta avaricia, casi dándose á en- 
tender que la victoria la tenía él en la manga 
y que no tenía necesidad del ayuda y favor de 
los O.-sinos. 

Pues habiéndose todos los Orsinos resol- 
vido, excepto Jordán, hijo de Virginio, sin tar- 
danza ninguna se allegaron á Gonzalo Her- 
nández, con esta condición: que dándoles 
gruesas pagas viniesen á él por la tierra de 
los Orsinos, entre Spoleto y Roma, con dos 
mil entre hombres de armas y caballos lige- 
ros y cuatro banderas de infantería. Sien- 
do ellos firmes en este parecer y voluntad, el 
Próspero y Fabricio con amicísimas persua- 
siones los trujeron á que quisiesen hallarse 
en la tan vecina victoria y que tuviesen cier- 
ta confianza de recibir aquellos premios que 
se podían esperar de un capitán tan excelen- 
te y de tanta fe y de un Rey tan agradescido- 
A estas promesas se ofrecieron por fianzas 
los Coloneses, obligándose por el todo don 
Diego de Mendoza, el cual hallándose presen- 
te daba grande autoridad al negocio. Fueron 
entre los otros Bartolomé de Albiano, Ludo- 
vico, hijo del Conde Pitiliano; Fabio, mozo de 
grande esperanza, hijo de Pablo, que fué 
muerto de César Borja; Francioto, el cual fué 
después Cardenal; Rencio de Cheri; el Angui- 
lara y Julio Vitelli, de la ciudad de Castello. 

En este medio el ejército francés, guiado 
por el Marqués de Mantua, porque monsiur 
de la Tramolla había adolescido de una gran- 
de enfermedad, pasando por Roma apartado 
de los muros, sin hacer ningún daño, por la vía 
de Campania, vino á los confines del reino. 
El Papa Julio hizo saber á los franceses que le 
tendrían por enemigo si ellos lo hicieran de 
otra manera. Gonzalo Hernández, entendido 
que hu'^o la venida de los franceses, se vino 
de Castellone á Monte Casino, monasterio de 
monjes Benitos, habiendo segunda vez toma- 



JOVIO 

do por el camino á Rocha Guillerma, porque 
IOS moradores de ella con popular ligereza 
habían prendido á Tristán de Acuña, el cual 
con poco recato bajaba de la fortaleza á la 
iglesia á oir misa. 

Ya habían llamado á los franceses y mos- 
traban quererse defender, por lo cual Pedro 
Navarro los atemorizó, y echado fuera el pre- 
sidio de franceses, les dio el castigo que me- 
rescía su liviandad y rebeldía. Encima del 
Monte Casino hay un monasterio de la orden 
de San Benito, adonde están muchos religio- 
sos de santísima vida. Este lugar tenían los 
franceses como segurísima fortaleza, los cua- 
les poco antes se habían concertado y dado 
rehenes de salir del presidio, si dentro ciertos 
días no les venía socorro. Era ya cumplido el 
término concertado, y los franceses (teniendo 
esperanza en el nuevo ejército que venía) 
alargaban el querer rendirse. Gonzalo Hernán- 
dez, no le paresciendo de sufrir esta tardanza, 
allegóse con el ejército, animando á los solda- 
dos con la esperanza de la presa. Fué muy 
grande la fuerza y diligencia de ellos en subir 
en lo alto del monte y enguindar arriba el ar- 
tillería, que después de haberle dado un recio 
asalto, dos valerosos capitanes, Ochoa y Jor- 
dán de Artiaga, subieron el uno por una soga 
puesta por encima de la muralla y el otro osa- 
damente entró por una estrecha abertura del 
muro, siguiéndoles los alférez. Muerto el pre- 
sidio de franceses tomaron toda aquella plaza 
del monasterio. Fué la codicia de los soldados 
tanta en el ganar de la presa, que rompiendo 
los armarios no tuvieron miramiento á la sa- 
cristía, sino que robaron hasta los cálices y 
las vestiduras sacras dedicadas á los altares; 
y si no fuera por García Luzón, el cual con 
singular piedad había defendido en Rubí la 
honra délas mujeres, metiendo mano al espa- 
da refrenó á aquellos que entendían en hur- 
tar, es cierto que hasta las venerables reli- 
quias de los santos guardadas en los taber- 
náculos de plata se habrían llevado. 

En aquel mismo tiempo el Marqués de Man- 
tua se alojó en Roca Seca, el cual es un cas- 
tillo de los de Abalos, vecino á las tierras 
del Papa. Envió un trompeta amenazando de 
muerte al presidio, si no se rendían antes 
de disparar el artillería plantada contra la 
muralla. Era capitán del presidio Villalba, 
hombre feroz y terrible. Mandó prender al 
trompeta, el cual hablaba muy libremente, y 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



527 



mostrólo á los enemigos ahorcado de la mu- 
ralla. Los franceses, ofendidos por esta cruel- 
dad, plantaron el artillería contra él y dando 
dos asaltos y valcrosisimamente se defen- 
diendo, en la noche levantaron el alojamien- 
to, porque tenían nueva cierta que venían 
los enemigos, y de allí se fueron derechamen- 
te á Aquino. Gonzalo Hernández había en- 
viado al Próspero, á don Diego de Mendoza 
y á Pedro Navarro que con una parte de la 
infantería fuesen á socorrer á Roca Seca, y 
había escripto á Villalba que saliendo con el 
presidio se ajuntase con ellos, y él marchaba 
por el mismo camino con los tudescos y el 
resto del ejército, por hacer jornada con los 
enemigos; pero por la partida que hicieron en 
la noche acaesció que no se pudo combatir 
aquel día. Después de esto cesó la guerra de 
ambas partes por las continuas lluvias, muy 
contrarias á franceses, los cuales confesaban 
que jamás habían sentido tan grandes y crue- 
les fríos, y por este estorbo con diacultad se 
podían traer las vituallas, por estar los cami- 
nos llenos de lodos, y muy peores para sacar 
fuera la caballería, donde ellos tenían sus ma- 
yores fuerzas, y asimismo el artillería. Por lo 
cual páreselo á Gonzalo Hernández, no tenien- 
do estos impedimentos, de querer darles el 
asalto. 

Envió á mandar á Fabricio Colona y á los 
capitanes Orsinos, los cuales eran ya veni- 
dos al campo, que fuesen á Aquino, por en- 
tender claramente qué movimiento hacían los 
enemigos. Encontróse Fabricio con los france- 
ses, los cuales levantaban su alojamiento, y 
comenzó una sangrienta escaramuza con la 
retaguardia, adonde iba monsiurde Alegre, el 
cual valerosamente apretando la cosa vino á 
términos que Fabricio, siendo inferior al ene- 
migo, fuá necesitado á retirarse. Gonzalo 
Hernández, avisado del movimiento de los 
enemigos, marchó para adelante con sus es- 
cuadrones, á fin que cresciendo la batalla, si 
los franceses hubiesen intentado alguna cosa, 
se hallase presente á ella con todo el ejército. 
Pero la noche, que era muy vecina, apartó al 
uno y al otro capitán, los cuales de cerca an- 
daban en su sangrienta porfía. Los franceses 
se retiraron á Pontecorvo, y Gonzalo Hernán- 
des se alojó en Aquino, de donde había sali- 
do el enemigo, y habiendo hallado muchos 
franceses y suizos enfermos en un mesón que 
se morían de hambre y de frío, con singular 



piedad les mandó proveer de lo necesario, 
otramente de aquello que hizo el comendador 
Peri Juan, francés, que poco antes, con rabia 
de cosario, junto á Cumas, echó un navio á 
fondo donde iban algunos españoles dolien- 
tes y heridos de Mola y Castellón á ser me- 
dicados á Ñapóles. Gonzalo Hernández se de- 
tuvo poco en Aquino por ser tierra pobre y 
desierta y se volvió á Casino. 

En este medio habían consumido siete días 
junto á Pontecorvo en determinar lo que se 
había de hacer, porque la fortuna no les fué 
favorable en sus primeros designos, así como 
ellos lo pensaban, y habían sido echados con 
vergüenza de la primera tierra de los enemi- 
gos y no hablan podido pasar por el estrecho 
de Casino á Carinulla, ni en la campaíia de la 
tierra de labor, estorbándoles esto los crue- 
les tiempos y haciéndoles resistencia el capi- 
tán de los enemigos, el cual se había puesto 
en orden de batalla por combatir en lugares 
llanísimos. Había algunos caballeros france- 
ses que, con enferma esperanza juzgando el 
suceso de la guerra, interpretaban con cierto 
agüero haber de llevar lo peor de ella, porque 
apenas la guerra era comenzada que luego 
fué muerto el Papa Alejandro, el cual sin nin- 
guna duda les fuera muy buen amigo. Mon- 
siur de la TramoUa (en la singular virtud y 
autoridad suya los soldados franceses tenían 
grande esperanza) había adolescido de una 
grande y difícil enfermedad. Los señores Or- 
sinos, que habían ofrescido de favorescerles 
con la fe y con el valor, por un cierto fatal 
error de Trantio (del cual se arrepentía) como 
desechados se habían pasado á los enemigos. 

El Marqués de Mantua, llamados á consejo 
al Marqués de Saluces y á monsiur de Alegre 
y á Baseio y á los otros capitanes, por modo 
de discurso les mostró cómo no había cosa 
más cómoda ni más útil á su necesidad que lle- 
gar á Traeto y hecha una puente encima el 
Garellano pasar por la campaña que va al agua 
de Sesa y á la de Mondragón, la cual antigua- 
mente se llamó Petrino, y de ahí por la cam- 
paña de la Estrella, la cual hoy se llama Ma- 
zoni, irse á Capua; ó sí por aventura se les 
hiciese mejor camino, según el proceder de 
los enemigos, vadeado el río y dejándole á 
mano izquierda, por la tierra de Cascano, pa- 
sando el estrecho de Mondragón, haciendo el 
camino derecho por la tierra de labor y por 
Carinulla, descender al rio Vulturno. Gonzalo 



528 



PABLO 



Hernández, como grandísimo conoscedor de 
las cosas de la guerra, del camino que hacían 
los enemigos adivinando lo que ellos habían 
determinado de hacer, envió á Pedro de Paz 
con los caballos ligeros al largo del río, el cual 
corriendo y guardando defendiese la ribera al 
encuentro de los enemigos y después él les 
seguía de cerca, y alojándose en un lugar al 
propósito mandó hacer una larga trinchea en 
la parte de su ribera, por donde parescía que 
los enemigos podían pasar el vado, á propósi- 
to para echar la puente, metiendo en ella la 
guardia de infantería á fin que con los arcabu- 
ces trabajasen á los enemigos cuando hiciesen 
la puente. 

Mientra los españoles y franceses de la una 
parte y de la otra de la ribera atentamen- 
te miraban estas cosas y que de aquende y 
de allende se tiraban de arcabuzazos y con 
ballestas, Fabio Orsino, con grande dolor de 
sus parientes, fué muerto por un gascón, que 
llevando abierto el almete, por el un ojo le 
metió una gruesa saeta. En este medio Fabri- 
cio Colona, habiendo dado el asalto á Roca 
Evandria, la cual está puesta sobre el Gare- 
Uano, con su súbita venida metió tanto es- 
panto al presidio que en ella estaba que Fede- 
rico de Monforte le dio en rehenes á su hijo y 
se concertó de entregarle la Roca si en tér- 
mino de cinco días los franceses llevando el 
ejército no le socorrían. Pero el Marqués de 
Mantua, ocupado grandemente en proveer la 
puente, estimó poco la pérdida de aquella for- 
taleza y el Monforte fué forzado á rendirse. 

En aquel mismo tiempo los franceses to- 
maron la torre que está sobre la mar á la 
garganta del Careliano, con esta condición: 
que algunos pocos españoles que estaban den- 
tro se fuesen, salvas las vidas y las hacien- 
das. Este acordio, como infame, paresció tan 
mal al nombre español, que aquellos que por 
temor de la muerte habían salvado las vidas 
de la furia de los enojados soldados, así como 
si fueran condenados por público juicio, fue- 
ron pasados por las picas y muertos misera- 
blemente. Gonzalo Hernández no quiso casti- 
gar este atrevimiento, aunque era fuera de 
modo cruel, y esto porque los que estaban en 
presidio se escarmentasen con este terrible 
ejemplo y pensasen que su salud y honra es- 
taba en sola la fortaleza del ánimo. Porque 
Gonzalo Hernández, con un firme propósito, 
era de su natural muy amigo de la honra y no 



JOVIO 

lo estimaba en un pelo el ser estimado severo 
y cruel por mantener su reputación. 

Ya habían pasado algunos días cuando co- 
rriendo el Garellano por en medio de los dos 
ejírcitos, por mandamiento del Marqués de 
Mantua fueron llevadas á la ribera algunas 
barcas y con maderos ajuntados de través con 
ingenio y grande industria del arte se comen- 
zó á hacer la puente sobre el río, estorbán- 
dolo en vano los españoles que estaban en la 
trinchea, donde con tanta diligencia el Mar- 
qués de Mantua con los otros capitanes en- 
tendieron en fenecer esta obra, que siendo he- 
cha la puente firme y larga, los franceses de 
presto metidos en ordenanza los caballos y 
los infantes cerrados juntamente, con un ím- 
petu terrible la pasaron y hicieron piezas á ' 
los primeros españoles que combatían en su 
lugar; los otros del temor del artillería fueron 
rotos. 

Ya hablan muy esforzadamente pasado más 
de mil en la ribera de la otra parte, cuando se 
levantó un grande ruido de los soldados, que 
gritaban al arma y se retiraban á los más cer- 
canos alojamientos. Fué sabidor de e-lo Gon^ 
zalo Hernández cómo los enemigos pasaban y 
que ya habían tomado la ribera, y echado de 
allí la guardia, marchaban para adelante; el 
cual como en todos los peligros era animoso 
y valiente, mandó tocar al arma, los capitanes 
con grande diligencia se metieron en orden. 
El Conde Pedro Navarro y don Hernando de 
Andrada movieron con la infantería y des- 
plegaron las banderas. Gonzalo Hernández 
salió al campo armado á la ligera en un caba- 
llo de los de España, y delantero de todos los 
otros animó á Fabricio, el cual daba voces 
diciendo que no era de perder tiempo, tenien- 
do grande deseo de combatir, que fuese á 
acometer á los enemigos que pasaban. Fué 
luego obedecido y marchó para adelante; y 
aunque el artillería de los enemigos jugaba 
sin jamás parar, de la ribera de bajo y por 
encima la puente volando las pelotas, y mu- 
riesen muchos, no por esto dejó de acometer 
animosamente. Los franceses como habían 
pasado desordenados y con presteza, no ha- 
biéndose aún cerrado en escuadrón, con gran- 
de fatiga podían sostener la furia de aquellos 
que los acometían. Pero la banda de Fabricio, 
así como aquella que estaba mezclada con los 
franceses, con menos peligro del artillería 
manejó las manos, y los franceses se retira- 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



529 



ron y muchos de ellos fueron muertos y mu- 
chos echados en el río, habiendo concebido 
tanto temor, que metidos en huida por la 
puente, hicieron volver atrás á sus compañe- 
ros que les venían en socorro y muchos ca- 
yendo de la puente se ahogaron en el río. 

En aquel grande trabajo los capitanes fran- 
ceses, los cuales aparejados para pasar suce- 
dían á los primeros, no pudieron socorrer á 
aquellos que habían sido rotos. Porque con 
igual diligencia el enemigo sacó afuera el arti- 
llería y les tiraba. Muchos capitanes de caba- 
llos y con infantes se habían ya ajuntado con 
Fabricio, el cual habiendo hecho una tan haza- 
ñosa empresa, que la mitad de los franceses de 
aquellos que habían pasado los habían hecho 
pedazos ó ahogados en el río, ganó á dicho 
de todo el ejército loor de un excelentísimo y 
raro esfuerzo. Fué también públicamente loa- 
do Hernando de Illescas, alférez español, el 
cual habiéndole llevado la mano derecha una 
pelota de artillería, sin temor ni turbarse, con 
la mano izquierda levantó la bandera y arre- 
metió contra los enemigos; al cual después 
Gonzalo Hernández, y para sus hijos, le con- 
sinó en las rentas reales quinientos ducados 
en cada un año. Yo oí decir á don Hugo de 
Moneada, que se halló en esta y en otras mu- 
chas batallas, ansí de tierra como de mar, 
que jamás se había visto en tan grande y te- 
rrible peligro como en esta batalla, porque 
siendo por toda parte muertos los hombres y 
los caballos, no se tenía ningún temor de ir 
contra el artillería, casi á muerte sabida. 
Decía también que Fabricio Colona, el cual 
muy moderadamente solía hablar conmigo en 
su loor, con no menos necesario que felice osar 
se había tratado de capitán animoso y verda- 
deramente de gran corazón. Habiéndoles sa- 
lido á los franceses mal su designo y haber 
con grave daño delante sus ojos recibido tan- 
to mal, no por esto, como bien se convenía á 
capitanes generosos y pláticos, se quedaron 
en el mismo alojamiento, con pensamiento de 
hacer otra puente, mandando traer de la mar 
los bateles de las naves de carga á fin que en 
un mismo tiempo los caballas y los infantes, 
separadas la una y la otra parte, con su pro- 
pia y desembarazada puente pasasen á la ri- 
bera de la otra parte, y tomando un largo ro- 
deo hiciesen una trinchea lunada al cabo de 
las puentes contra los enemigos, en la cual la 
escuadra más valerosa, esperando el pasar 

CnJiticcu del Gran Cap'dán. 34 



de aquellos que les seguían, con seguridad 
pudiesen hacer testa y salir fuera defendién- 
dolos el artillería, de la cual ellos tenían gran- 
de abundancia, que las riberas de abajo y de 
arriba y la trinchea ordenada en la ribera de 
la otra parte las podían fácilmente hinchir. 

Pues mientra los franceses contra la vo- 
luntad de Dios tramaban estas cosas, el Mar- 
qués de Mantua comenzó á ser odiado y des- 
acatado de franceses, porque todas las cosas 
se comenzaban con ruines principios, contra 
aquello que ellos habían pensado, y ansí sa- 
lían duras de tratar y ásperas de suceder, y 
la culpa de los errores atribuíanlos á la tar- 
danza del capitán, el cual era valeroso y fuer- 
te. Muchas veces acaesce en la guerra que 
cuando las cosas tentadas no tienen felice 
suceso quitan fácilmente la reputación al ca- 
pitán, aunque primero haya sido venturoso; 
de manera que los franceses, de su natura 
deseosos de combatir y impacientes de toda 
tardanza y larga fatiga, deseaban de venir á 
batalla, aunque fuese con desaventaja, la cual 
batalla, aunque sucediese infelicemente, al me- 
nos pondríase algún fin á la guerra y á tantos 
trabajos. Y á esta causa razonando algunos 
por los alojamientos, buscaban con el pensa- 
miento y con los ojos á monsiur de la Tramo- 
lia, el cual no habiendo aún convalescido de 
su grande enfermedad, de la cual estaba fa- 
tigado en Roma, con la cual felice conducta si 
él hubiera estado presente, tenían por averi- 
guado que ya habrían habido la victoria y fe- 
nescido la guerra y recobrado á Ñapóles. 
Porque la Tramolla con su pronto y noble 
juicio habría desterrado las tinieblas de la 
tardanza, ansí como en lo de antes siempre 
10 había hecho, y hubiera abierto la derecha y 
desembarazada vía á la victoria. 

Estaba entre los otros capitanes que ha- 
bían venido de Francia con monsiur de la 
Tramolla, Sandricurto, hombre en guerra va- 
leroso; pero como era bastardo, muy tur- 
bulento en su hablar y de ánimo insolente y 
bravo. Este, parlando en un ajuntamiento de 
soldados, dijo: «Sabed, señores franceses, 
que nosotros méritamente somos castigados 
de la fortuna, pues que habemos venido á tér- 
mino que no nos avergonzamos de obedes- 
cer á un italiano bujarrón, como si de nues- 
tra nación y de nuestro orden no haya mu- 
chos mejores que no él, los cuales llenos de 
valor y esfuerzo nos sacarían fuera de aques- 



530 



PABLO JOVIO 



tas dificultades y á la hora en todo lugar 
buscaríamos á los enemigos por haber de 
ellos en todo caso la cierta victoria». Es- 
tas palabras, así como aquellas que fueron 
oidas de muchos, luego fueron referidas al 
Marqués de Mantua, las cuales le llegaron 
hasta lo íntimo del corazón, aunque la culpa 
y villanía que le daban le reputase por nada. 
Porque hay una costumbre entre soldados, la 
cual no me parece de callar, y á la verdad con 
burla y mala crianza, en trueque, según la vul- 
gar infamia de la nación, se provocan é inju- 
rian cuando los escuadrones vienen á escara- 
muzar. Los españoles llaman á los franceses 
borrachos y pixavines. Los franceses llaman á 
los españoles ladrones ahorcados. Los tudes- 
cos tienen por costumbre de llamar á los sui- 
zos, por decir la vileza de su nación, covame- 
li, que quiere decir ordeñadores de vacas en 
los establos. Los suizos á los tudescos, smo- 
caros, la cual palabra, en tudesco, quiere de- 
cir puercos gallosos; pero los italianos eran 
llamados de los otros bujarrones, que quiere 
decir amadores de muchachos. El Marqués de 
Mantua, no le paresciendo de querer usar 



más el autoridad y imperio sobre franceses, 
la majestad del cual era ofendida y casi per- 
dida, volvió el ánimo suyo, movido del enojo 
y de la injuria, á dejar el gobierno lo más 
presto que fuese posible, y en especial por- 
que desde el principio había demostrado con 
gravísimas razones, aunque en balde, que se 
debía de pasar en Pulla. Pero pocos obedes- 
cían á sus mandamientos, porque se tenía por 
averiguado que muchos capitanes de infante- 
ría daban falsa relación del número de los 
soldados, y que los que tenían el cuidado de 
proveer las vituallas se detenían los dine- 
ros. Pues para hallarse con pérdida de su 
reputación en la ruina, la cual ya se demos- 
traba, deliberó de partirse del infelice cam- 
po y volverse á su casa, habiendo primero 
hecho hacer escripturas, y aquellas confir- 
madas con fiel testimonio de muchos, las 
cuales contenían las causas de todo lo suce- 
dido, para enviarlas al Rey Luis; y así, en- 
tregado el generalado al Marqués de Salucés, 
que por honra de la edad y por la experien- 
cia de la guerra era el más principal, se vol- 
vió á Mantua. 



FIN DEL SEGUNDO LIBRO 



MDLIII 



LIBRO TERCERO 



DE LA 



VIDA DEL GRAN CAPITÁN 



Por MICER PABLO JOVIO, Obispo de Nocera {'). 



Partido que fué el Marqués de Mantua, no 
usando los otros capitanes de franceses, en- 
fermos del ánimo y cansados del cuerpo, dili- 
gencia ninguna, ni en el fabricar las dos puen- 
tes ni en hacer la trinchea, y haciéndose estas 
cosas muy perezosamente y con dificultad, 
por ser los días los más pequeños de todo el 
año, haciendo la mayor parte del invierno un 
viento xáloque que se resolvía en una escura 
y continua lluvia, con una recia tempestad de 
aire cruel. El Garellano iba crescido entre los 
dos ejércitos, de la una y de la otra ribera 
inundaba la campaña; las tiendas de tela no 
podían sostener la furia del agua que caía; los 
hombres y las bestias, en la tierra llena de 
lodos, padescían grandísimos daños. Pero los 
españoles en aquel común mal estaban en 
mucho peor condición, porque todo aquel 
llano que se extiende hacia los baños de Sesa 
estaba sitiado y sucio de las aguas del invier- 
no, tanto que se creía que todo él se había de 
volver una laguna. De las cuales cosas movi- 
do Gonzalo Hernández delibero, por consuelo 
de todos los suyos, de invernar en Sesa, aun- 
que esto se alcanzase con mucha dificultad, 
porque habla mandado de secreto que en la 
fortaleza de Mondragón se hiciesen navios 
para fabricar una puente, para pasar con 
igual esfuerzo ó con mayor que ellos ó por 
espantar y entretener á los enemigos y hacer 
muestra de ir á la otra parte. 

Había procurado en aquellos mismos días 
de romper la puente, ó metiéndole fuego de 



abrasalla, habiéndole ansí como lo quiso el 
caso salido en vano el uno y el otro desig- 
no, porque el alquitrán echado de lejos de 
la parte de arriba, á fin que traído de la fu- 
ria del violento río volase en la puente, par- 
te del se quedó por la ribera y parte deteni- 
do por los enemigos no pudo allegar á la 
puente. Allende de esto cargaron un navio de 
madera seca mezclando mucha pólvora de ar- 
tillería, resina y pegunta, para ser encendi- 
do de fuego cuando- le dejasen ir para abajo; 
fué talmente abrasado del fuego, el cual se 
encendió al cuanto más presto de lo que fue- 
ra necesario, que todo ardió hasta la carena, 
primero que allegase á la puente; por lo cual 
Gonzalo Hernández, con mayor seguridad y 
aquello que era de mayor importancia, le- 
vantó el campo salva su reputación, porque 
él sabía que los enemigos estaban trabajados 
de los mismos desabrimientos y no podían 
vadear el río, ni aunque le hubiesen pasado 
no podían marchar para adelante un paso ni 
estar quedos en aquellos húmedos campos. 

Allegóse la fiesta de la Natividad de Nues- 
tro Señor Jesucristo, en la cual reclamaban 
los soldados que hablan padescido muchos 
trabajos, desde las tiendas á las casas veci- 
nas, que querían, así como convenía á hom- 
bres católicos, celebrar la Navidad, no en una 
tienda en la campaña, sino con mucha soleni- 
dad en una iglesia, así como creían que los 
enemigos lo harían, los cuales eran acostum- 
brados de celebrar las fiestas solennes, y en 



(') Hay un grabado e» madera que representa ol busto del Gran Capitán. 



532 



PABLO JOVIO 



aquellos días alegremente, así como saturna- 
les, recrear y darse á placeres haciendo true- 
que de la guerra, á recrearse los cuerpos y los 
ánimos. Gonzalo Hernández, habiendo conce- 
dido dos días á las cosas sacras, se volvió á 
los mismos pensamientos en qué modo él pu- 
diese vadear el río y apretar á los enemigos, 
los cuales por las continuas lluvias, dejados 
los alojamientos, se habían recogido á las ca- 
sas. Por lo cual los franceses, levantando 
Gonzalo Hernández el campo, decían que los 
españoles con ánimos flacos no habían podido 
sufrir las lluvias, y que dejando la ribera del 
río se habían retirado para atrás por huir de 
no venir á batalla con ellos, los cuales esta- 
ban á la guardia de la puente. Y á la verdad 
los franceses, aunque estaban en mal lugar, 
siempre habían valerosamente defendido la 
puente y con perseverancia militar habían sa- 
lido siempre superiores á la batalla. Pero 
aquella braveza de palabras se rompía con la 
tempestad y aspereza del invierno, y entre sí 
les remordía la consciencia por haberse deja- 
do caer encima un invierno tan cruel, muñén- 
dose miserablemente todos de frío, y veían 
con pensamiento poco alegre los presentes 
daños y los desabrimientos que los amenaza- 
ban. Tenían por averiguado que era voluntad 
de Dios que tantas lluvias viniesen y que 
ellas hubiesen de ser la ruina de ellos. Muchos 
soldados viejos y casi todos los capitanes se 
acordaban qué cielo hubiese sido aquel y 
cómo con grande serenidad pocos años antes 
había recogido al Rey Carlos cuando pasó 
por toda la largueza de Italia á ganar aquel 
mismo reino. El campo por todo él se mostra- 
ban flores, como si fuera primavera, del cual 
reino después ellos eran echados, mudándose- 
les la fortuna de todas las cosas, y sin duda 
ninguna Dios estaba enojado contra ellos. 

Fué contento el Marqués de Saluces y los 
otros capitanes que sin mover los alojamien- 
tos, gran parte de la caballería, á fin que los 
caballos mejores, los cuales estaban enfermos 
é muy flacos, no se muriesen, fuese llevada en 
las tierras vecinas y en las villas del condado 
de Tracto y de Fundi, y que los suizos é los 
otros infantes, partiéndose entre ellos la guar- 
dia, frecuentasen los alojamientos. Pero ya 
muchos de ellos, faltándoles el dinero é por las 
continuas lluvias gastado el vestido con el 
cual desterraban el frío, afligidos de tantos 
trabajos, morían en la mal cubierta campaña. 



Los proveedores de la vitualla y tesoreros no 
procurábanlas municiones ni los dineros para 
la paga con aquella fe é deligencia necesaria, 
aunque hubiese dineros en abundancia, los 
cuales eran proveídos con grande prudencia 
é cuidado del Rey Luis é inviados al tesorero 
Corcón y al bailíu Cadomio, los cuales en 
aquel cargo tenían la suprema autoridad y 
eran infamados de avaricia, porque los incul- 
paban de hacer engaño en las pagas y en en- 
carecer malamente las vituallas. Los soldados 
no podían en ninguna manera tener sufri- 
miento que por su privada ribaldería la salud 
pública fuese vituperiosamente engañada. 

Pues espiando todas estas cosas Bartolomé 
de Albiano, y á ello persuadiéndolo Gonzalo 
Hernández, se resolvió en hacer una nueva 
puente, adevinando de haber cierta victoria 
de los enemigos esparcidos y torpes. Pues 
que Bartolomé de Albiano, práctico en la 
guerra y acostumbrado de acometer empre- 
sas difíciles y grandes, prometía de ser el pri- 
mero á pasalla. Por lo cual, habiéndole sido 
cometido el cargo, mandó traer de noche las 
barcas y metellas en uno, y entre ellas algu- 
nos toneles de vino. Hizo una puente seis mi- 
llas encima del de los franceses, y pasado 
con su gente acometió al improviso la infan- 
tería de los normandos, los cuales estaban 
alojados en la tierra de Sugio. Tras Albiano 
pasó Pedro Navarro; siguiéronle luego el 
Próspero y don Diego de Mendoza con los 
hombres de armas; después Gonzalo Hernán- 
dez, llevando consigo el resto de los caballos 
y la infantería tudesca. Había mandado á don 
Hernando de Andrada, el cual venía en la reta- 
guardia, que viniese de cerca. Pues siendo 
aquí los caballos franceses y los infantes nor- 
mandos acometidos al improviso de los ene- 
migos, rotos y desbaratados, se metieron en 
huida. El grito y la vocería allegó á los aloja- 
mientos de franceses; los capitanes metieron 
mano á las armas y recogieron su gente de- 
rramada por todo el campo, pero por esto no 
se ajuntó ningún escuadrón que hiciese testa 
contra los enemigos. 

En este desorden de cosas, el Marqués de 
Saluces embarcó el artillería gruesa, porque 
no había caballos para tiralla, y los franceses, 
reputando á grande deshonra desamparar el 
artillería y huyendo todos con grande furia, se 
fueron á Gaeta. Poco rato después los ca- 
ballos ligeros y la infantería de Pedro 






CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



533 



varro entraron en los alojamientos abando- 
nados, y no hallando en ellos casi ningún 
hombre armado fueron tomados muchos pri- 
sioneros y las tiendas saqueadas. Algunos 
medio muertos y ateridos del frío, de la terri- 
ble crueldad de los navarros fueron hechos 
piezas. No se vido jamás, ni memoria de hom- 
bres se acuerdan de tan deshonrada, vitu- 
perable y misera huida como ésta, porque 
los caballos y los infantes mezclados junta- 
mente se derribaban con el correr y con el 
ímpetu, no conosciendo ni bandera ni man- 
damiento de capitán, ni aun osar volver el 
rostro contra los enemigos que les iban en 
el alcance, caminando por la vía Apia á los 
Escauros y de allí á Castellón. No se pudo 
primero parar la huida hasta que Bernar- 
do Adorno, genovés, capitán de caballos, con 
más de cien hombres de valor, cerrados en 
escuadrón, se pararon encima la puente de 
piedra del agua Formiana, aquí valerosamen- 
te deteniendo los enemigos y dando esfuer- 
zo á sus compañeros, los cuales de todas 
aquellas tierras vecinas venían huyendo para 
aquella tierra. 

Cresciendo, pues, el socorro, de la una y de 
la otra parte se comenzó una escaramuza, al 
principio contraria á los espaiíoles, porque en 
ella mataron á Bernardino de Tordesillas, ca- 
marero de Gonzalo Hernández, muy fiel y mu- 
cho su privado. Fué también derribado y he- 
rido Gonzalo de Avalos, capitán de caballos li- 
geros. Pero habiendo llegado la nueva á los de 
detrás que los capitanes franceses se habían 
reparado en Mola y parada la huida de los 
suyos se defendían en la tierra y en la puente 
y que aquí habían deliberado de hacer testa, 
Gonzalo Hernández daba voces que todos se 
diesen priesa de andar contra los enemigos. 
Tanta furia de infantes y de caballos envió á 
la puente, que el Adorno, el cual un poco de 
tiempo había fortísimamente la puente defen- 
dido, de presto fué echado de ella y muerto 
de los tudescos, y cayendo él, no paró hom- 
bre, que á la hora todos volvieron las espal- 
das enderezando su camino para Gaeta, don- 
de Pedro Navarro y Pedro de Paz, persiguién- 
doles, tomando el camino más breve por los 
montes Fornianos, por atajarles los pasos, 
prestamente allegaron allá donde el camino 
hace una encrucijada que va de la vía Apia á 
Gaeta y se parte en dos caminos, talmente 
que muchos franceses quedaron prisioneros 



y algunas bandas de caballos, viniendo de una 
villa que se llama Itri, en la vía Apia, y de las 
villas de Fundí, estando cerrados de fuera de 
la ciudad, no sabiendo de temor qué hacerse, 
voluntariamente se rindieron. Alojó aquella 
noche Gonzalo Hernández en Castellón y pro- 
curó que al amanescer del día los soldados de 
Pedro Navarro tomasen los burgos y el monte 
Orlando. Este monte está puesto sobre Gaeta 
y es notable por un sepulcro de mármol de 
Munacio Planeo, al cual Pedro Navarro tomó 
fácilmente, habiéndole hallado de otra manera 
de aquella que él pensaba, sin ninguna guardia 
y del todo desamparado, y en lo alto del plan- 
tó algunas piezas de artillería subidas á brazo 
de soldados. 

Entonces el Marqués de Saluces, viéndose 
rodeado de tanta calamidad, vuelto á los ca- 
pitanes, les dijo: «El Omnipotente Dios y to- 
dos sus santos á la hora claramente ayudan á 
los hombres fuertes, cuando ellos, aunque 
tarde, tienen en fin algún conocimiento, por- 
que en la adversidad no desmayen, ni menos 
aguarden las postreras heridas de la cruel 
fortuna. Yo me he resolvido dentro del áni- 
mo mío de no tentar ni probar cosa alguna 
más adelante, ni llegar á ver la última suerte 
de la guerra. Sino de tan grande calamidad 
conservar á muy muchos, la cual cosa espero 
que la alcanzaremos si de presto queremos 
rendirnos. Porque sería locura y muy grande 
tomar tantas veces las armas condenadas del 
destino, para que después míseramente, so- 
juzgados de la necesidad, la cual rompidas 
nuestras fuerzas nos amenaza, seamos sacri- 
ficados de los airados enemigos por las al- 
mas de Cardona, del Manrique y de los otros 
capitanes, los cuales muertos del artillería 
fenescieron delante estas murallas. Nosotros 
ciertamente habemos muchas veces demos- 
trado al Rey (combatiendo esforzadamente, 
aunque infelice) nuestra voluntad. Pero así 
como la fortuna, obstinada en presentarnos 
males y en arruinar todos nuestros designos, 
así ella no podrá quitarnos aquella que nos 
queda en nuestro poder, y es que libremente 
proveamos en lo que conviene á nuestra sa- 
lud y remedio, y así es mi parescer, si á vos- 
otros os parece provechoso, de probar el áni- 
mo del enemigo vencedor, el cual si querrá 
tenerse por contento con una templada vic- 
toria, fácilmente se le otorgará, que entre- 
gándole á Gaeta, á nosotros nos deje ir de 



534 



aquí por tierra ó por mar á Francia». Habien- 
do el Marqués de Saluces dado fin á su razo- 
namiento, no hubo ninguno tan feroz ni tan 
osado que no le diese gracias por ello como á 
padre, por haber propuesto el más sano con- 
sejo de todos los otros, pues había pensado 
cómo con el común remedio se pusiese fin á 
tantos trabajos y miserias. Habíale atemori- 
zado grandemente el aviso de una nueva des- 
gracia: que los navios cargados del artillería, 
la braveza de la mar se los había sorbido á la 
entrada del río con toda la multitud de los sol- 
dados y marineros. Ahogóse entre los otros 
Pedro de Médicis, hijo del gran Lorenzo, que 
diez años antes había sido echado de Floren- 
cia, verdaderamente indigno de aquella vitu- 
perosa muerte, si él no hubiera echado en el 
pozo de Carregi á Pier Leoni, médico de gran 
doctrina y fama, el cual con infelice suceso 
había prometido de librar de la muerte á Lo- 
renzo su padre. 

Fué enviado afuera el lugarteniente de la 
banda de monsiur de Alegre, que se llamaba 
Santa Colomba. Este fué á buscar á Gonzalo 
Hernández, el cual se había alojado entre dos 
iglesias las cuales están en los burgos, y ha- 
biéndole dicho que los capitanes franceses 
estaban aparejados de entregalle á Gaeta, 
fácilmente alcanzó que se viniese á concierto 
con capítulos suaves. Y ansí el siguiente día 
vinieron al campo monsiur de Alegre por los 
franceses, Antonio Baseio por los suizos y 
Teodoro Triultio por los italianos. Estos, con- 
cluyendo el negocio en pocas palabras, se 
concertaron que los franceses, dando á Gae- 
ta, dejasen en la fortaleza el artillería y la vi- 
tualla, que eran de la pública munición, y ellos 
como más les pluguiese, ó por tierra ó por 
mar, se pudiesen ir á Francia con esta condi- 
ción: que los caballeros se pudiesen llevar sus 
caballos y los peones no llevasen otras armas 
sino sus espadas y las picas sin hierros, y los 
prisioneros fuesen dejados por ambas partes. 
Pero no se pudo obtener del Gran Capitán 
que los barones napolitanos, los cuales habían 
sido presos en las batallas, sintiesen el be- 
neficio de la paz. Porque habiendo sido liber- 
tados debajo de buena fe, monsiur Daubegni, 
la Paliza, Forment y Tomón y los otros capi- 
tanes franceses, Andrea Mateo Aquaviva, no 
merescedor de aquella cruel miseria, y Hono- 
rato con Alonso San Sevcrino, fueron puestos 
en una escurísima prisión, la cual se llama fosa 



PABLO JOVIO 

miniaría, en lo hondo de una torre de Castel- 



novo. 

La mayor parte de franceses se fué por 
mar en el armada; los otros, caminando hacia 
Roma, probaron la crueldad del áspero in- 
vierno, con todos los otros trabajos de fortu- 
na. Los hospitales, en los cuales reciben en 
Roma los pobres de todas las naciones, esta- 
ban llenos de la multitud de los enfermos, y 
muchos pobretos ateridos de frío murieron 
en las caballerizas de los Cardenales, aunque 
el Papa Julio, con singular piedad y cuidado, 
haciéndolos buscar, los mandaba proveer de 
vestir y de comer y los hacía embarcar. Los 
capitanes probaron casi la igual villanía de la 
fortuna, porque al Marqués de Saluces, an- 
dando navegando, le recresció una febrezue- 
la lenta y tisiga, causada del dolor del mal su- 
ceso de la empresa; murió en Genova, adonde 
fué magníficamente sepultado. Sandricurto,, 
teniendo la pena de un ánimo superbo, des- 
preció talmente la vida, que habiendo enfer- 
mado de allá de los Alpes, se dice que vo- 
luntariamente se apresuró la muerte, Pero 
Corcón y el bailíu Cadomio, perseguidos de 
mayor envidia, fueron de tal manera deshon- 
rados y privados de los oficios, que faltó poco 
que no les fuesen quitadas las cabezas. A Ba- 
seio, habiéndole el Rey quitado la capitanía 
de caballos, aunque la diese á Cruer su her- 
mano, sintió tanto enojo de esto, qqe cres- 
ciendo el humor malencónico se tornó loco, y 
demandando en vano que el Rey le oyese por 
defender su razón, no lo pudiendo haber, se 
murió frenético. 

Gonzalo Hernández de aquel acordio adqui- 
rió loor de grande prudencia y de singular 
templanza; así como aquel que tenía cierta 
esperanza de una grande victoria, no quiso 
derramar la sangre de sus soldados, pares- 
ciéndole que en todo caso se había de perdo- 
nar á aquellos que se habían rendido, los cua- 
les en testimonio de la virtud y de su clemen- 
cia celebrarían el nombre de Gonzalo Hernán- 
dez por todas las provincias. Y demás de esto 
tuvo tanto cuidado é diligencia, que inviola- 
dos y tratados benignamente fuesen dejados 
ir su viaje. Y porque procuraba un soldado 
español quitar por fuerza una cadena de oro 
á un suizo, Gonzalo Hernández, habiendo en- 
tendido esto, arremetió para él y persiguió 
al español que huía, y de su mano le dejó he- 
rido malamente. 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



535 



Después que Gonzalo Hernández hubo ga- 
nado á Gaeta, dio la guardia del castillo y 
de la ciudad á Luis de Herrera, su parien- 
te, y metió en su lugar en Taranto á Pedro 
Nicosa. Después envió en Pulla á Bartolo- 
mé de Albiano y á Pedro de Paz para que hi- 
ciesen guerra al capitán Arce. Este, habien- 
do puesto fuerte presidio, tenía á Venosa, la 
Tela, Altamura. Diego de Arellano tenía sitia- 
da á Melfi; y habiendo tomado algunas tierras, 
esperaba el suceso de las cosas del Marqués 
de Mantua y del de Saluces en Casino y en el 
Garellano, á fin que acrescentado de gente y 
levantados los anjoínos á rebellión, se reno- 
vase en Pulla mayor guerra que la primera. 
Pero por el esfuerzo y valor de Bartolomé de 
Albiano, dentro de pocos meses el capitán 
Arce, habiendo recibido muchos daños, bien 
que negase las condiciones de Gaeta, fué 
traído á términos que, desconfiado del soco- 
rro, hubo de entregar la ciudad y salir del 
reino. Pedro de Paz, usando la misma diligen- 
cia, echó de tierra de Otranto todo aquello 
que había quedado en favor de los franceses. 
Don Iñigo de Avalos, el cual con doña Cos- 
tanza, su hermana, como ya dije, había hecho 
apartar la armada de franceses de Iscla, plan- 
tándole el artillería, tomó la fortaleza de Sa- 
lerno, aunque no pudo mucho tiempo gozar 
del alegría de aquella victoria, porque en es- 
pacio de pocos días, siendo salteado de una 
fiebre pestilencial, murió en la flor de su mo- 
cedad, dejando un solo hijo niño, que fué don 
Alonso de Avalos, Marqués del Vasto, el cual 
de belleza de cuerpo y de grandeza de ánimo 
liberal, y finalmente de valor de guerra, fué 
superior á todos los capitanes de su edad. 

Gonzalo Hernández de Gaeta se fué á Ña- 
póles, adonde le tenían aparejado el meresci- 
do triunfo. Y por la grande fatiga de la gue- 
rra, como ello es de creer, adolesció de una 
enfermedad grave y, peligrosa, la cual por la 
grande furia que ella traía le apretó tanto, 
que si no hubiera sido socorrido de las supli- 
caciones devotamente hechas por todas las 
Iglesias, ansí por los sacerdotes como por las 
sagradas monjas, los remedios humanos fue- 
ran todos muy tarde para su salud. Pero des- 
pués de recobradas las fuerzas y salido mejo- 
rado de Capuana, donde había estado dolien- 
te, se fué á Castelnovo como habitación más 
sana y apacible, y dispensando á ello su hu- 
manidad, apenas en siete días pudo dar cum- 



plimiento alas muchas visitaciones. La noble- 
za y todo el pueblo lo veneraban, y cada uno 
según su opinión le loaban, los unos la bella 
presencia del cuerpo y hermosura del rostro, 
otros la gravedad de capitán, otros se admi- 
raban de su excelentísima justicia con una 
maravillosa templanza de severidad y clemen- 
cia. Pero todos se espantaban de su liberali- 
dad, merescedora de igualarse con la sober- 
bia real. Porque él había dado á capitanes 
ciudades y villas, y entre capitanes de caba- 
llos y de infantes había repartido casas, vi- 
llas, posesiones, tenencias de fortalezas y ha- 
bía dado comúnmente á soldados; también 
había consignado provisiones ordinarias, par- 
ticularmente á aquellos que habían sido vale- 
rosos, teniendo grande memoria en reconos- 
cer los merecimientos, tanto juicio en el ha- 
cer las mercedes, que con justísima estima- 
ción los envidiosos atestiguaban que no había 
dejado un solo soldado sin habelle hecho lar- 
ga merced. Entre los otros dio á don Diego 
de Mendoza á Melito; á Bartolomé de Albia- 
no, la ciudad de San Marco, en Calabria; al 
Conde Pedro Navarro, á Oliveto, en Abruzo; 
á don Juan de Cardona, hermano de don 
Hugo, á Avellino, en el ducado de Benevento, 
y demás de éstos á don Hernando de Andra- 
da, á don Alonso Carvajal, á Alvarado, á Ma- 
nuel de Benavides, á Antonio de Leiva, á An- 
drea de Capua, Duque de Termoli. Dio muy 
grandes lugares á los Coloneses; el Próspero 
y Fabricio recobraron los castillos que habían 
perdido en la guerra de franceses y recibie- 
ron de él muy grandes premios. 

En este hombre lleno de exquisita virtud 
florescían el juicio y la razón que era para 
maravillar, especialmente no siendo enseñado 
en letras latinas, porque en aquel tiempo en 
España eran tenidas en poco de los caballe- 
ros nascidos para la guerra. Pero honraba 
muy mucho á aquellos que eran doctos en 
ellas y deseaba de ellos que con sus obras le 
diesen perpetua gloria. Hacía á los poetas 
grandes mercedes, los cuales tenían cargo de 
escribir sus hechos en verso heroico; fueron 
entre éstos el Cantalitio y el Carmelita, man- 
tuano, hombres religiosos, los cuales con áni- 
mo voluntario, aunque con grosera musa, pu- 
blicaban algunos poemas groseros álos inge- 
nios delicados. Persuadieron en Ñapóles á 
Pedro Gravina, poeta de gran excelencia, á 
hicer algunos versos muy nobles y dignos de 



536 



PABLO JOVIO 



tal hombre/ Porque Juan Joviniano Pontano, 
poco antes, mientras combatía á Gaeta, era 
muerto siendo ya muy viejo, yjacobo Sana- 
zaro había seguido al Rey Federico echado del 
reino. Este, amargo del dolor de la ruina de la 
casa de Aragón y por el enojo contra extran- 
jeros, estaba más aparejado para escribir 
sátiras que para cantar versos. 

Porque como el Gran Capitán era de áni- 
mo grandísimo y delicado, fácilmente conos- 
cía cuánta gloria le podían dar los escrip- 
tores tenidos por amigos y con cortesía aca- 
riciados, la cual loor por este respecto más 
claramente y más cierta se la adquiría. Por- 
que ninguno, aunque fuese maligno y austero 
censor, no le podía tachar en su vida cosa al- 
guna que fuese grosera ni cruel, porque jamás 
dio ninguna deshonra á la honra de las ma- 
tronas de Ñapóles, aunque con grande fami- 
liaridad y alegría tuviese entretenimientos con 
las señoras generosas. Porque solía decir que 
era locura muy grande de un príncipe que 
por un pequeño y fugitivo placer procurase 
un continuo y gravísimo enojo, que á un hom- 
bre que no fuese casto, el mismo principado 
sin injuria de algunos no le podía dar vanos 
contentamientos en aquel deleite. Pero en el 
Gran Capitán, allende el admirable concepto 
de las otras virtudes, relucía en una esplen- 
dor de verdadera piedad, porque en todos los 
negocios, ansí de guerra como de paz, su ma- 
yor cuidado era anteponer la honra de la reli- 
gión á todos los otros cómodos, y defender la 
jurisdición de la Iglesia, castigar malhechores 
y finalmente hacer todas sus obras tales que 
los soldados, persuadidos con su ejemplo, pen- 
sasen la utilidad de la hacienda y las victorias 
haberles venido de la disciplina cristiana Por 
lo cual nadie no se debe de maravillar si ma- 
nejando las armas con esta costumbre nues- 
tro Señor Dios y todos los santos tuvieron 
cuidado á levantalle y á hacelle grande, y cier- 
tamente de esto fué muy evidente milagro 
que habiéndose hallado en tan grandes bata- 
llas y rencuentros, nunca nadie le hirió ni le 
prendió. Pero porque él no tuviese la entera 
felicidad en todas las cosas, no pudo huir el 
inevitable mal de la malvada envidia, aunque 
con increíble grandeza y constancia de ánimo 
la venciese. 

Fenescida que fué la guerra y hecha la paz 
llena de alegría y abundancia, volviendo mu- 
chos en España, como diremos después, co- 



menzaron á mancillar su fama y para con 
el Rey cargalle de mucho enojo y culpa. Aun- 
que el Rey libremente aprobase todo aque- 
llo que Gonzalo Hernández había dado á 
los soldados, habiéndole enviado de España 
los privilegios según la forma de los feudos» 
así como Gonzalo Hernández los había envia- 
do á demandar, á fin que con presto testimo- 
nio se confirmase la opinión del Rey ser tan 
agradecido, aunque en lo secreto se podía 
creer que tenía algún sentimiento, el cual 
ocultamente le punzaba en el ánimo, porque 
de su condición no era muy inclinado á hacer 
mercedes y se mostraba serle quitada casi 
toda la loor de la benignidad, ó á lo menos 
menguada del juicio y decreto ajeno; y por 
estas causas páresela estar el Rey algo des- 
abrido y que sólo Gonzalo Hernández fuese 
el agradescido de todos, el cual era pródigo 
de la hacienda del Rey y había determinado 
con solamente prevenir á su Rey dar toda cosa 
conforme á su voluntad á aquellos que nunca 
el Rey los vido ni conosció, por lo cual se dice 
que el Rey respondió á ciertos caballeros que 
le traían suplicaciones para que les hiciese 
mercedes: «Yo no sé ni veo porqué me tenga 
de alegrar de haber ganado un reino tan gran- 
de, pues no puedo gastar más de lo que solía; 
que aquel que ha ganado el reino en mi nom- 
bre no me parece que lo ha ganado para mí, 
sino para sí y para quien se le antoja; pues las 
cosas con virtud singular adquiridas, se van á 
mal por una inconsiderada liberalidad». 

Cuasi en aquellos mismos días que los fran- 
ceses fueron echados del reino de Ñapóles, 
César Borja, llamado por sobrenombre el Du- 
que Valentino, hijo del Papa Alejandro, vino 
á Ñapóles debajo de la fe de Gonzalo Hernán- 
dez, y poco después fué puesto en prisión, 
para ser llevado con las galeras en España, 
así como poco antes había acaescido á don 
Hernando de Aragón, hijo de Federico. Pero 
porque á algunos paresce que la honra de 
Gonzalo Hernández, la cual en alguna parte 
podría ser culpada por la fe rompida, hame 
parescido ser necesario contar algunas cosas 
brevemente de los hechos y consejos del Du- 
que Valentino, así como yo los entendí de 
aquellos que se hallaron presentes á ellos, 
aunque estas cosas más entendidamente se 
platicarán en nuestra historia. Fué el Duque 
César Borja hijo de una señora de los de Va- 
ñoti, romana, en lo demás mujer honrada, la 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



537 



cual yo conoscí. Después de ya crescido, por 
diligencia de su padre, Cardenal poderoso y 
rico, fué enviado al estudio á Pisa, adonde en- 
tonces florescían los estudios de las buenas 
letras. Aquí aprovechó mucho, tanto que con 
ingenio ardiente, propuestas algunas cuestio- 
nes en derecho civil y canónico, las disputó 
doctamente. El padre alegrándose grandemen- 
te de la esperanza que tenía de este mozo, 
después que con el favor de la fortuna fué 
creado Papa, hizo Cardenal á César Borja, 
porque quería á don Francisco de Borja, su 
hijo el mayor, para Duque de Gandía y para 
levantar la familia y gozar de las riquezas y 
el estado. Pero César, paresciéndole la digni- 
dad del capello inferior á la grandeza de su 
ánimo y esperanza, una noche hizo ahogar á su 
hermano el Duque de Gandía, con el cual ha- 
bía cenado con grande regocijo y echado en 
el Tíber á la Aguja del campo Marcio, donde 
buscándole dos días los pescadores lo saca- 
ron. Por lo cual no muchos días después, César 
renunció al capello, é puéstose el vestido de 
soldado, fué hecho Príncipe y capitán de la 
gente, quedando el padre grandemente atri- 
bulado por la crueldad y grande traición. Pero 
pues el Duque de Gandía no podía resucitar, 
con grande amor le perdonó todas sus culpas. 
Poco tiempo después, conspirando el Papa 
con el Rey Luis de Francia á la ruina de toda 
Italia, con el autoridad del Rey Luis hubo por 
mujer á Carlota de La Brit, parienta del Rey 
don Juan de Navarra. Tras este acordio co- 
menzó César Borja á descubrir sus designos, 
é con ánimo desordenado é cruel aspiraba á 
la señoría de una gran parte de Italia, con tan 
terrible codicia, que en sus banderas puso 
este título: Avf Ccesar, avt nichil, como que 
no deseaba cosas medianas, sino inmoderadas 
y grandes, donde ante todas cosas determinó 
de acabar á los señores ursinos é Coloneses. 
Después que en bafde hubo entre ellos man- 
tenido un poco de tiempo la guerra, á fin que 
la una parte y la otra con las armas se arrui- 
nasen; ellos, después de estas guerras civiles, 
entendidos los engaños del Borja, hicieron 
paces é ajuntáronse en una voluntad. Los Co- 
loneses, no hallando mejor camino para su 
seguridad, dejaron al Borja sus tierras. Los 
Orsinos, mantenidos con el sueldo y estando 
con sospecha de la fe del tirano, fueron casi 
todos cruelísimamente muertos. El Cardenal 
Baptista Orsino, en el castillo de Sant Angelo 



previno la muerte á sus parientes, habiendo 
sido de la misma muerte muertos Vitelh)ci, de 
la cita de Castello, y Oliveroto da Fermo, en 
Senagalia, y en el condado de Perosaá Pablo 
Orsino, hijo del Cardenal Latino, y Francisco 
Orsino, Duque de Gravina, y á los señores de 
casa gaetana, los cuales poseían la tierra de 
Sermoneta, en campaña de Roma, junto á 
Piperno. Jacobo Nicolao y Bernardino, muer- 
tos por diversas vías, dejaron las fortalezas 
y los estados al Borja. Los señores de Came- 
rino de antigua nobleza,Julio César, Venantio, 
Aníbal y Pirro, fueron despojados del princi- 
pado y fueron ahogados. Astor Manfredo, se- 
ñor de Faenza, rendido sobre la fe, fué cruel- 
mente muerto y echado en el Tíber. Catalina 
Sforza, señora de Forli y de Imola, combati- 
da con el artillería, fué presa y llevada á Roma 
como en triunfo Pandolfo Malatesta, Juan 
Sforza y Guido Ubaldo de Montefeltro qui- 
sieron más presto, huyendo, dejalle sus ciu- 
dades á Arimiño, Pesaro, Urbino, que ser 
muertos. Jacobo Apiano dejóansimismo al in- 
solente tirano la tierra de Pomblin, en Tos- 
cana. Y mientras que con este sangriento su- 
ceso ocupaba los estados ajenos, hizo matar 
á un mozo de la casa de Aragón, Príncipe de 
Beseli, hijo del Rey don Alonso, y, lo que más 
me afrento de decir, que era marido de Lu- 
crecia su hermana. Hiriéronle andando pa- 
seando por la lonja de San Pedro, y porque 
se tenía alguna esperanza de poder sanar de 
las heridas, lo hizo matar en su cámara y en la 
cama de su misma hermana. Había intoxicado 
al mozo Cardenal Borja, porque favorescía al 
Duque de Gandía. Mató cruelmente, volviendo 
una noche de cenar, á donjuán de Cerbellón, 
hombre noble en la guerra y en la paz, porque 
severamente guardaba la honra de una seño- 
ra de la casa de Borja. Mandó cortar la cabeza 
á Jacobo de Santa Cruz, nobilísimo ciudadano 
romano, el cual era el mayor amigo y el más 
familiar que él tenía, no por otra ocasión sino 
porque era poderoso para ajuntar de presto 
un escuadrón de hombres del bando orsino 
y persuadilles para emprender cualquier em- 
presa. 

Pero en tan terrible sed y codicia de acres- 
centar el estado, así como lo habemos dicho, 
bebió el veneno juntamente con su padre, y 
habiendo vuelto de Nepi á Roma y las cosas 
del conclavio habían salido de otra manera 
de aquella que él pensaba, fué metido en pri- 



538 



PABLO JOVIO 



sión por mandado del Papa Julio, porque le ¡ 
demandaba las fortalezas de Roma, y esto 
porque los venecianos, movidos de no menos 
ciego que dañoso deseo, marchando de Ráve- 
na su gente para adelante, habían ocupado á 
Ariminio y á Faenza. César Borja entretenía 
al Papa con palabras y cada día procuraba 
echar á lo largo el acordio con la esperanza 
de poderse ir á Romanía, porque tenía por 
cierto que aquí no le faltaría ayuda y favor, 
en especial con tener cabe sí en mucha honra 
los dos principales caudillos de los bandos, 
que el uno era Juan Sasatello y el otro GuiJo 
Vaino, teniéndolos obligados con liberales 
pagas y grandes mercedes, y con esta con- 
fianza escribía á los castellanos de las forta- 
lezas vanas y fingidas cartas. Por lo cual 
acaesció que habiendo sido enviado por el 
Papa á Cesena Petro Ovcdio con cartas, fué 
derribado de las murallas abajo por Diego de 
Quiñones. Enojado el Papa grandemente por 
aquel insulto, amenazó al Duque Valentino, 
si á la hora los castellanos españoles no le 
entregaban las fortalezas. Espantados de esta 
cólera los Cardenales Borja y Remolins, pa- 
rientes y hechura de casa de Borja, se fiiei-on 
huyendo á Ñapóles. Pero después entre la una 
parte y la otra fué concertado en esta mane- 
ra: que si César Borja fuese dejado libre, pro- 
metiese de enviar á los castellanos de las for- 
talezas las secretas señales para que rindie- 
sen los castillos, y entró por seguridad y fian- 
za de esto el Cardenal Bernardino de Carva- 
jal con esta condición: que en aquel medio el 
Duque Valentino le fuese dado en guardia 
en el castillo de Ostia, hasta en tanto que él 
cumpliese con lo prometido. En este medio 
los dos Cardenales que estaban en Ñapóles, 
deseándolo el Valentino, obtuvieron de Gon- 
zalo Hernández que César Borja sobre su fe 
pudiese venir á Ñapóles y pudiese irse libre- 
mente del cuando se le antojase. Gonzalo 
Hernández concedió esto muy fácilmente á 
aquellos dos Cardenales y le envió á Ostia 
una patente firmada de su mano y sellada 
con su propio sello. Habiendo poco después 
Diego de Quiñones y Gonzalo de Mirafuen- 
tes visto las contraseñas, entregaron los cas- 
tillos de Cesena y de Forli al presidio del 
Papa, 

César Borja luego á la hora que le libró el 
Cardenal Carvajal, puesto en una fragata se 
fué á Ñapóles, muy alegre, porque fuera de 



toda esperanza le parescía haberse librado 
de las manos de su antiguo enemigo. 

Luego que fué allegado á Ñapóles, junta- 
mente con los Cardenales y con los capitanes 
españoles, sus viejos amigos, comenzó á acon- 
sejarse para intentar algunas novedades, que 
no había perdido ninguna parte del ánimo con 
la mudanza de la fortuna, sino, fundado en la 
antigua esperanza, buscaba en toda parte ca- 
pitanes y soldados sus antiguos amigos y pro- 
veía de navios para que le llevasen á Pisa. 
Porque se decía entre la gente del pueblo que 
quería ir á dar socorro á los Písanos, los cua- 
les había nueve años que defendían su libertad 
constantísimamente contra florentines; pero 
su secreto designo era de pasar por la ribera j 
de Pisa y por el condado de Luca y por la 
Carsanaña el Apenino y por los confines de 
Módena camino derecho arribar á las ciuda- 
des de Romanía, acrescentado de gente y fa- 
vor de don Alonso de Este, Duque de Ferrara, 
el cual era casado con Lucrecia su hermana, 
donde esperaba que sus aficionados y amigos 
le favorescerían y en toda parte sería con 
grande placer recibido. Lo cual habiéndolo en- 
tendido el Papa, no le páreselo de poner más 
tardanza en medio y escribió severamente al 
Gran Capitán avisándole que no dejase ir de 
Ñapóles á este hombre osado y de condición 
cruel, nascido para grandísimo mal de Italia, 
el cual procuraba una brava tiranía á los pue- 
blos de su estado. Pues habiendo el Papa mu- 
chas veces gravísimamente tratado este ne- 
gocio con los embajadores del Rey, que esta- 
ban en Roma, y por los suyos que seguían en 
España la Corte del Rey don Hernando, vinie- 
ron cartas del Rey de España al Gran Capi- 
tán mandándole que detuviese al Duque Va- 
lentino, porque se decía que con grave daño 
y sospecha de todos los Príncipes tentaba 
nuevas cosas y designaba nueva guerra con- 
tra el Papa Y ansí el Duque Valentino, estan- 
do ocupado en aparejar el armada y en hacer 
soldados, iba muchas veces (así como era ello 
necesario) al Castelnovo por hablar con el 
Gran Capitán, y queriendo salir fué humana- 
mente detenido por Ñuño do Campo y puesto 
en prisión. No hubo ninguno de los suyos (que 
mientra él dio un grande sospiro, maldiciendo 
á la fortuna y lamentándose que debajo de la 
fe le había sido hecha traición) le pudiese dar 
socorro, j^ 

Pocos días después por mandado del Rey 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



539 



fué llevado en España por Lezcano, donde 
un poco de tiempo estuvo en Chinchilla y 
después fué llevado á Medina del Campo y 
estuvo preso cerca de dos años en la forta- 
leza que se llama la Mota, y tuvo tal suerte 
que, engañando á los guardias, se descolgó 
por una soga y proveyéndole de caballos don 
Rodrigo Pimsntel, Conde de Benaventc, se fué 
huyendo al Rey don Juan de Navarra, que por 
entonces tenia guerra con el Conde de Lerín, 
que se le hahía rebelado. En este movimiento 
de armas, sirviendo valerosamente á su Rey, 
murió vencedor en una batalla que se hizo 
junto á Viana, el cual no siendo conocido le 
quitaron las armas y le dejaron desnudo; y un 
escudero suyo tomó el cuerpo y atravesán- 
dole encima un caballo le llevó á Pamplona, 
permitié:idolo sin duda el fatal destino de 
aquella ciudad de la cual él había sido obispo, 
porque no he hallado jamás alguno que renun- 
ciase los sacramentos que en su vida haya 
hecho buena fin. Pues ¿quién no tendrá por 
disculpado á Gonzalo Hernández, el cual fué 
constreñido á hacer esto por el mandamiento 
de su Rey y señor y por complacer al Papa 
que le pedía cosas honestas, y fuera desacato 
y mal caso no obedecerle y pecado grave y 
cruel ser enemigo de Su Santidad, especial- 
mente en cosa que tocaba 'á los homenajes 
que él tenía dados, y finalmente parece que 
contenía en sí la humana razón y la divina, y 
también por honesta causa y razón evidentí- 
sima parece que él debía de faltar á la fe que 
dio, por no dejar meter de sota á sobra la Ita- 
lia, la cual, echadas á una parte las guerras, es- 
taba para gozar de una sosegada paz y no ser 
revuelta de la cruel osadía de un tirano, y por 
hacer placer y buena obra á los Orsinos y Co- 
loneses, que le habían muy bien servido, los 
cuales de aquel pestilencial hombre habían 
recibido grandes injurias de crueldad y de 
avaricia. Pero yo no quiero callar, por defen- 
der la honra del Gran Capitán, lo que yo en- 
tendí de dos clarísimos capitanes, que fueron 
don Diego de Mendoza y Antonio de Leiva, 
que habiendo sido convidado en Boloña á ce- 
nar con ellos, en aquel tiempo que el Empe- 
rador Carlos fué coronado del Papa Clemente, 
y platicando entre nosotros de la virtud yes- 
fuerzo del Gran Capitán, el cual había sido 
general y maestro de la disciplina militar, de 
ambos á dos afirmaban que había sido en la 
guerra y en la paz un rarísimo hombre; pero 



que el ejemplo de los grandísimos capitanes 
le había alcanzado, pues en el extremo punto 
de la vida, casi medio desterrado moría poco 
felice. Aunque el Gran Capitán muchas veces 
decía que, no ofendido de la penitencia de al- 
gún delito, alegremente se partiría de esta 
vida si no hubiera dado su fe descuidada- 
mente á don Fernando de Aragón, Duque de 
Calabria, hijo del Rey Federico de Ñapóles, y 
á César Borja, Duque Valentino, para que ella 
después fuese rompida con infamia de su 
nombre. Ajuntaba el Gran Capitán á estas 
dos cosas la tercera, de la cual como mayor 
y más grave más se arrepentía, no la querien- 
do publicar. Don Diego y el señor Antonio con 
cierta conjetura la interpretaban pensando 
que fuese que con los prometimientos que el 
Rey le había hecho se había venido de Ñapó- 
les en España, en el cual muchos, deseosos de 
cosas nuevas, procuraban de detenello con 
esperanza de nuevo señorío y de hacer cosas 
en la guerra grandísimas. 

En aquel tiempo que el Duque Valentino fué 
llevado prisionero en España, la Reina doña 
Isabel estaba doliente con poca esperanza de 
salud por una fístula que se te había hecho en 
las partes vergonzosas, la cual le comía poco 
á poco la vida, de suerte que no pudo ale- 
grarse de una tan grande victoria; pero aun- 
que estuviese muy al cabo de la vida, no por 
eso dejó de recibir muy humanísimamente al 
Próspero Colona, el cual con algunos navios 
armados de guerra, aconsejado por el Gran 
Capitán, iba con conserva del armada de Lez- 
cano á fin que el Duque Valentino, así como 
podía acaescer en una larga navegación, no 
fuese tomado de franceses ó cosarios, y con 
gravedad romana nunca pudo sufrir de habla- 
lle ni velle, porque no pareciese que mostraba 
alegrarse de la miseria y trabajo de un cruelí- 
simo enemigo. La Reina murió pocos días des- 
pués con increíble dolor y llanto de Gonzalo 
Hernández, el cual confesaba que de Su Alteza, 
como crecido y criado en su Corte, había reci- 
bido toda la grandeza de virtud y dignidad 
que desear se pueden, no habiendo antes el 
Rey (aunque desamorado y poco liberal) teni- 
do osadía descomplacer á la voluntad de la 
Reina, y esto mostróse después muy claro, 
que muerta que fué la Reina, luego comenzó 
á dar'oído á la murmuración que contra Gon- 
zalo Hernández se hacía; que no faltaron mur- 
muradores que de graves y grandes culpas le 



540 



PABLO JOVIO 



inculparon para con el Rey. el cual con muy 
grande esplendor de gloria ofendía á los ojos 
de los envidiosos. Porque muchos decían ha- 
ber sido el reino de Ñapóles ganado de la sin- 
gular virtud y esfuerzo suyo; decían allende 
de esto que con muy larga y astuta liberali- 
dad había sido partido y menguado por él. 
Porque dejada aparte la benignidad del Rey, 
si Su Alteza no hubiera firmado los privile- 
gios, el Rey se habría adquirido infamia de 
desagradecido y poco liberal, y Gonzalo Her- 
nández no por esto de los suyos, á quien ha- 
bía designado de hacer mercedes, no como de 
sí, sino menospreciados del Rey, se habría 
adquirido benevolencia y amor con odio y 
aborrecimiento del Rey. Otros decían que es- 
taba soberbio por la victoria y rico por las 
grandes rentas del reino, y que había escogi- 
do para sí y para sus amigos y favoridos las 
más illustres y ricas tierras del reino, y que 
al Rey no había dejado otro de bueno ni de 
entero sino la honra de traer la corona y el 
vano nombre del nuevo título. Otros camina- 
ban por otros senderos para quitalle del todo 
la reputación. De los españoles, don Juan de 
Lanuza, Virrey de Sicilia; Valencia Benavides 
y Francisco Sánchez, despensero mayor del 
Rey; pero con mayor maldad é más cruelmen- 
te, Ñuño do Campo, el cual por esta acusa- 
ción ganó renombre de ingratísimo. Dicen 
también que el Próspero Colona, demandán- 
dole el Rey del ingenio é disciplina, de las 
costumbres públicas é privadas de los Reyes 
de Ñapóles, así como aquel que después del 
primer Alfonso había militado con todos ellos, 
le dijo palabras de Gonzalo Hernández tan 
agudas y graves, que metiendo sospechas no 
nada vanas penetraron muy adentro en el 
ánimo del Rey; porque confesaba muy á la 
clara que Gonzalo Hernández hacía ventaja á 
todos en autoridad y prudencia, en esplendor 
de vida y en afición para con los soldados y 
del amor del pueblo; de manera que á él, que 
toda cosa regía á su vpluntad y con pompa 
real lo mandaba, no le faltaba otra cosa sino 
solamente el título, al cual si hubiera querido 
aspirar se podría creer que no le habría fal- 
tado algunos, que le eran obligados por las 
mercedes recibidas de su mano, que le ha- 
brían puesto la corona en la cabeza. 

Estas cosas tocaban á la majestad y en 
parte hacían advertir al Rey que proveyese 
con tiempo lo necesario, no complaciéndole 



ni concediéndole toda cosa, porque de capi- 
tán y gobernador no lo hiciese compañero del 
reino. Pero Ñuño do Campo, ayudándole en 
esto Juan Baptista Spinelo, napolitano, persi- 
guió grandemente á Gonzalo Hernández, así 
como aquel que sagacísimamente buscaba las 
cuentas de lo gastado y de todo lo recibido, y 
mostró cómo no había dejado ninguna cosa al 
fisco, á fin que dando desordenadamente vi- 
niese á ganar nombre de liberalísimo; con la 
cual demostración se cubriese la facultad pri- 
vada y especialmente aquellas riquezas de 
tantos despojos y de tantas dádivas, así de 
oro batido como de plata labrada y de muy 
muchas joyas de grande valor, piezas de bro- 
cado y sedas, allegadas con diligencia y astu- 
tamente guardadas, porque no fuesen vistas 
de algunos curiosos y envidiosos y no se acre- 
centase el odio, ya razonablemente crescido. 

Pues estas cosas recitadas con singular 
malicia, aunque por la mayor parte tenidas 
por mentira, turbaban grandemente el ánimo 
del Rey, y esto tanto y con más dolor le pun- 
zaba el corazón porque como no era muy di- 
neroso, ni sumptuoso en su vivir y servicio, 
encendíase en un deseo de tanto oro é rique- 
za, pero con la grande equidad y prudencia 
que florescían en él, no se mostró apresurado 
ni ingrato fuera d'e propósito, que aquel deseo 
fácilmente no le amatase. 

Era el Rey de parescer que muchas y gran- 
des cosas se habían de conceder á la singular 
virtud y condición liberalísima de Gonzalo 
Hernández, el cual había felicemente acabado 
tantas hazañas y con grande loor ganado 
aquel reino y haberle defendido con mayor y 
finalmente adquirido tanta reputación de gue- 
rra al nombre de España. Todas estas cosas 
le pasaban por lo profundo del corazón, y con 
tanta disimulación las encubría, que á Gonza- 
lo Hernández nunca dio señal ninguna de ser 
ofendido del, sino en secreto á los reporta- 
dores les daba gracias por sus avisos, y en 
público platicaba muy honradamente en las 
obras de Gonzalo Hernández. Siendo el Prós- 
pero vuelto á Ñapóles, con muy buenos ca- 
ballos que don Pedro de Córdoba, Marqués 
de Pliego (de su condición liberalísimo y tam- 
bién en memoria de su tío) le había dado, no 
halló en Gonzalo Hernández el amistad de 
antes. Ñuño do Campo, habiendo de España 
vuelto en Italia (según se dice) fué entoxicado 
por un cierto soldado al cual le había hecho 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



541 



una grande injuria, y verdaderamente con 
merecida pena, si queremos mirar la fuerza 
del juicio de Dios, pues que él con un otro 
delito vituperosísimo y de ánimo ingrato ha- 
bía sembrado el veneno contra un hombre 
valeroso, capitán suyo y autor de toda su re- 
putación. 

En este medio, mientra Gonzalo Hernández 
gobernaba á Ñapóles con el mismo favor y 
acrecentada la reputación, el Rey don Her- 
nando hizo paz y concluyó el concierto con el 
Rey Luis de Francia, y á la verdad por mu- 
chas causas, las cuales no son necesarias re- 
contarlas en este lugar, siendo diligentemen- 
te escriptas en nuestra historia. Fué también 
ayuntado el parentado á fin que la concordia, 
la cual con dificultad se podía esperar des- 
pués de tantos enojos, con más fuerte atadu- 
ra se viniese á confirmar, que el Rey don Her- 
nando, aunque viejo, tomase por mujer á Ger- 
mana, hija de la hermana del Rey Luis. Era 
esta princesa nascida de nobilísima sangre 
paterna, en Gascuña, de la antiquísima casa 
de Fox. De esta Reina Germana era hermano 
don Gastón de Fox, el cual representando la 
virtud del tío, habiendo hecho grandísimas 
cosas en breve tiempo, murió vencedor en la 
memorable batalla de Rávena. En el concluir- 
se esta paz renunció el Rey Luis el derecho 
que tenía al reino de Ñapóles, con que á los 
barones que habían seguido la parte de Fran- 
cia les fuesen restituidos sus estados, los cua- 
les poseían antes de la guerra. Entre los otros 
fueron los Príncipes de Salerno y Visiñano, 
Trajano Caraciolo y Honorato Gaetano, y 
entre éstos, otros muchos recobraron la li- 
bertad, los patrimonios y las honras. 

Pero después que fueron celebrados los 
desposorios reales no faltaron algunos de los 
mayores Grandes de Castilla que llamaron á 
Filipo, hijo del Emperador Maximiliano, el 
cual era señor en Flandes, que viniese en Es- 
paña á tomar el reino, pensando que con más 
libertad y licencia gozarían su grandeza de- 
bajo de un floresciente Rey mozo que debajo 
de un austero y (como ellos decían) poco li- 
beral viejo catalán. Que los ulteriores espa- 
ñoles, el cual reino es grandísimo, aborrecen 
y desprecian al Rey de Aragón como pobre 
de riquezas, el cual casi como en gracia reina 
en las ciudades libres. Filipo, no deteniéndo- 
se mudio tiempo, vino á desembarcar en Ga- 
licia al puerto de la Coruña. El Rey don Her- 



nando, por recibir al yerno, se fué para allá, 
donde se hallaron casi todos los señores de 
Castilla. De éstos recibió Filipo muy grandes 
servicios y mucho mayores de los que él es- 
peraba, tanto que le vino un deseo muy gran- 
de de gobernar el reino, no pareciéndole de 
todo injusto ni deshonesto si él excluía al Rey 
su suegro é tomaba aquellos reinos que vo- 
luntariamente le eran dados de toda la noble- 
za y con razón hereditaria de la madre le per- 
tenecían, corrompiendo el ánimo de Filipo 
más que todos los otros don Juan Manuel, el 
cual había estado muchos años embajador en 
Flandes. La cosa se redujo á término que el 
Filipo no venía con su voluntad á la presen- 
cia del suegro, y ambos á dos á caballo 
se vieron poco rato; el Rey en español é Fili- 
po en francés, con harto pocas palabras, y 
aquéllas no muy bien entendidas, el uno y el 
otro se saludaron, partiendo de presto don 
Juan Manuel el razonamiento, á fin que el Rey 
mozo y poco platico de las cosas del mundo 
no fuese prendado de los artificios del astutí- 
simo viejo, é dentro poco rato (la cual cosa 
es apenas de creer), casi todos los Grandes 
desampararon al Rey don Hernando, que 
inclinados cada uno é puestos en sus espe- 
ranzas, decían que se había de servir á lo 
provechoso, y que más presto se había de 
adorar el sol cuando nacía que cuando se po- 
nía. Sólo entre todos don Fadrique de Tole- 
do, Duque de Alba, constantísimamente per- 
severó en la su antigua fe, que por ningunos 
prometimientos se pudo jamás mover ni 
atraelle á que con gran fe y singular virtud 
le quitasen del servicio de su Rey y señor. 
Pero el Rey, como á la verdad convenía á 
hombre de gran prudencia, pareciéndole que 
la furia de aquella oscura tempestad se debía 
de huir con el artificio.de la disimulación, con 
grave y oportuno consejo determinó de irse 
de España é pasar á Ñapóles, y esto por no 
ver ni oír los hechos ni las palabras de Filipo, 
alterado contra él, las cuales luego que hubie- 
sen ofendido el nombre de la majestad y las 
disimulase, se le volverían en vituperio. Pues 
tantos Grandes siguiendo ai nuevo Rey, ó por 
enojo ó por liviandad se le habían rebelado, 
pues que habiendo dejado á don Fadrique de 
Toledo, Duque de Alba, hombre de singular 
gravedad y prudencia, el cual poco antes ha- 
bía demostrado señales de entera fe, para el 
gobierno del reino, y llevando consigo á la 



542 



PABLO JOVIO 



Reina, con veintp galeras partió de Barce- 
lona. 

Fué en su compañia don Bernardo de Ro- 
jas, Marqués de Denia, y los ¡lustres y caba- 
lleros de los reinos de Aragón, pasando en 
pocos días las riberas de Francia y Genova. 
Llegado que fué á Portofin supo la nueva 
cierta de la muerte de Filipo su yerno, la cual 
al parecer en lo intrínseco del corazón se ha- 
bía de alegrar, pero no dió muestras el Rey 
gravísimo de cosa alguna indigna de aquel 
parentesco, el cual miraba al dolor de la hija 
y de tantos nietos quedando huérfanos del 
padre; y quitados los aderezos reales, pero 
no cubierta de luto la galera capitana, en el 
principio del invierno allegó á Ñapóles. 

Habíase visto pocos días antes cerca los 
trece de Septiembre una cometa amarilla en 
aquella parte del cielo que mira hacia el viento 
maestro, tal que se decía que amenazaba á 
Flandes, porque no habiendo Filipo cumplidos 
aún los veinticinco años de su edad, banque- 
teando al uso de Flandes y dándose á grandes 
ejercicios y debajo de un aire diverso, adole- 
ció de una cruel enfermedad, que le quitó la 
vida, habiendo dejado, allende los otros hijos, 
un hijo casi de siete años, llamado Carlos, al 
cual hoy honramos por Emperador, por virtud 
de ánimo y por la felicidad de sus hechos dig- 
nísimo del renombre de Augusto. 

Gonzalo Hernández, después que supo la 
nueva que el Rey había pasado el promonto- 
rio de Miseno, metióse en un bergantín y fué- 
le á recibir, y saltó en la galera real con tan- 
ta alegría de rostro, que bien demostró que 
nunca había dudado de la buena voluntad del 
Rey para consigo. Porque algunos envidiosos 
poco antes habían dicho que Gonzalo Hernán- 
dez nunca se arriscaría tanto que metiéndose 
en la galera real se confiase de la incierta fe 
del Rey, como quiera que sabía bien disimu- 
lar y había bien aprendido á tener cubiertos 
los secretos de su ánimo y también á descu- 
brillos cuando se ofrescía la ocasión. Decían 
también que en ninguna parte corría tanto 
peligro como en la galera, porque en tierra 
estaba siempre rodeado de gente de guerra, 
que no tenía de qué temer cosa ninguna en 
que se le pudiese hacer fuerza. Al Rey le fué 
hecha en el muelle una puente y con solemne 
ceremonia fué recibido de los napolitanos, y 
con singular modestia desechó muchas cosas 
que le estaban aparejadas, como convenia á 



la venida de un nuevo Rey. Y vestido de ne- 
gro celebró las obsequias del yerno, por sa- 
lir después fuera en hábito real á los embaja- 
dores de los Principes y á los barones del 
reino. 

Gonzalo Hernández fué siempre visto cer- 
ca del Rey en honrado y merecido lugar, y 
si algún soldado ó ciudadano, aunque fuese 
de baja condición, deseaba ser presentado y 
conocido del Rey, Gonzalo Hernández era el 
medio y singular demostrador de su fe y ser- 
vicio, el cual nunca á nadie faltó de su favor, 
porque ninguna cosa sentía tanto contenta- 
miento cuanto en hacer placer y buena obra 
para ganar las voluntades de muchos; y mu- 
chas veces sin ser rogado voluntariamente lla- 
maba por sus propios nombres á algunos que 
veía estar de vergüenza detenidos, ó espe- 
rando alguna cosa difícil, los traía á besar las 
manos del Rey y encomendalle sus negocios, 
talmente que de la merced recibida quedaba 
la obligación en sólo Gonzalo Hernández, con 
el medio del cual prestísimamente se quitaba 
toda la tardanza del ánimo del Rey, el cual no 
era nada amigo de hacer mercedes. Porque el 
Rey procuraba de adquirirse fama con la equi- 
dad y justicia y Gonzalo Hernández aspiraba 
á la gloria adquirida con singular virtud, la 
cual largo tiempo no podría durar, ni pasar á 
sus descendientes, si ella no iba fundada con 
hondas raíces de ánimo grato y liberal. Por lo 
cual el Rey entre sí mismo considerando que 
habiéndole cabido un tan gran reino, ganado 
y defendido por esfuerzo y valor de Gonzalo 
Hernández, tenia sufrimiento que todo lo que 
le pidiese se le debía de conceder, aunque las 
rentas del reino por la nueva guerra y por las 
muchas exenciones y mercedes estaban me- 
noscabadas y de hecho se venían del todo á 
perder; pero el Rey no quería que le tuviesen 
por ingrato, porque aquellas cosas que Gon- 
zalo Hernández había hecho ó pensado en el 
aspirar al reino, guardábalas en su secreto; 
mas sus merecimientos por tantas victorias á 
todo el mundo eran manifiestos y en la fama 
de los hombres se mostraban. 

Había Gonzalo Hernández en aquellos días 
burlado de la diligencia y curiosidad de los 
tesoreros envidiosos, á él enojosos y pesa- 
dos y al Rey poco honrosos, que siendo lla- 
mado como ajuicio para que diese cuenta de 
lo gastado en la guerra y del recibo de las 
rentas del reino, lo cual estaba asentado en. 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



543 



la tesorería, y mostrando ser muy mayor la 
entrada que no era lo gastado, respondió se- 
veramente que él traería otra escritura muy 
más auténtica que ninguna de aquéllas, por 
la cual mostraría claramente que había mu- 
cho más gastado que recibido, y que quería 
que se le pagase todo el alcance de aquella 
cuenta, como deuda que le debía la Cámara 
real. El día siguiente presentó un librillo con 
un título muy arrogante, con que puso silen- 
cio á los tesoreros y vergüenza al Rey y á 
todos mucha risa. En el primero capítulo asen- 
tó que había gastado en frailes y en sacerdo- 
tes y religiosos, en pobres y en monjas, los 
cuales continuamente estaban en oración ro- 
gando á nuestro señor Dios y á todos los san- 
tos y santas que le diesen victoria, doscientos 
mil setecientos treinta y seis ducados y nue- 
ve reales. En la segunda partida asentó sete- 
cientos mil cuatrocientos noventa y cuatro 
ducados secretamente dados á los espías, por 
diligencia de los cuales había entendido los 
designos de los enemigos é ganado muchas 
victorias, é finalmente la libre posesión de un 
tan gran reino. 

Entendida del Rey la argutia, mandó po- 
ner silentio al infame negocio. Porque ¿quién 
sería aquél, si no fuese algún ingrato ó ver- 
daderamente de baja é vil condición, que bus- 
case los deudores y quisiese saber el núme- 
ro de los dineros dados secretamente de un 
tan excelente capitán? El Rey determinó de 
perdonar á Gonzalo Hernández todas las co- 
sas pasadas y confirmar todo lo que había 
dado y repartido y de olvidar toda la sos- 
pecha que había tenido en lo del aspirar al 
reino, lo cual le era opuesto de los que le 
acusaban, por poder amorosamente persua- 
dille (pero con malicia), ofreciéndole gran- 
des cosas, á que viniese consigo en Espa- 
ña, y dejando un nuevo Gobernador gozar 
enteramente de todo el fruto y posesión del 
nuevo reino; pues que libre de la concurren- 
cia de Filipo su yerno, con el cual había esta- 
do algo diferente, pensaba muy presto vol- 
verse á los reinos de España. Habiendo aco- 
modado los negocios y restituidas sus tierras 
á los anjoínos, las cuales habían perdido por 
la guerra pasada, y por el beneficio de la paz, 
siendo libres de la prisión y recibidos á todos 
en su merced y servicio y hecho Virrey al 
Conde de Ribagorza, después de haber esta- 
do en Ñapóles cinco meses, subió juntamente 



con la Reina en el armada, llevando consigo á 
Gonzalo Hernández, traído de aquella espe- 
ranza que cuando fuese en España le haría 
Maestre de Santiago. 

Es esta dignidad (después de la del Rey) la 
más principal de cuantas hay en ella, ajunta- 
da con grande potencia, porque la caballería 
de las dos Españas, honrada con la honra de 
este hábito y enriquecidas de grandes y per- 
petuas rentas, obedecen al Maestre. Traen 
por hábito en la guerra y en la paz una cruz 
colorada delante los pechos hecha á modo de 
una espada. Este hábito es reverenciado re- 
ligiosamente y tenido en grande manera y 
no se alcanza del Maestre ó del Rey sino 
por honrado merecimiento, y de las rentas 
de sus encomiendas pagan el sueldo á los 
soldados que por la religión cristiana pelean 
contra los moros. Pero de pocos años á esta 
parte don Hernando y doña Isabel, Reyes de 
España, complaciéndoles el Papa, quitaron el 
nombre y el autoridad al maestrazgo. Por- 
que solían los Maestres de esta Orden, con 
su grande grandeza, igualarse con los Re- 
yes, y á esta causa parecían temerosos, como 
pocos años antes lo había parecido don Al- 
varo de Luna, el cual por la mucha gran- 
deza y soberbia suya meresció que le fue- 
se cortada la cabeza. Y vacando el maes- 
trazgo por no ser ninguno promovido en él, 
toda la renta, juntamente con la libre fa- 
cultad de hacer caballeros y dar encomien- 
das, vino en el arbitrio del Rey. Por la misma 
manera los maestrazgos de Calatrava y Al- 
cántara Era esta dignidad siempre proveída 
al hombre más principal que había en Casti- 
lla, y así Gonzalo Hernández la prefirió á mu- 
chas ciudades é villas que tenía en el reino de 
Ñapóles; que el Rey Fernando de Ñapóles el 
mozo le dio á Terranova en Calabria, y el Rey 
Federico la ciudad de Bestia, al Monte Gar- 
gano, hoy llamada Sant Angelo, y últimamen- 
te el Rey don Hernando de España á Sesa y 
Arunca, nobilísimas ciudades de tierra de la- 
bor, ajuntando á estas mercedes cuatorce 
tierras ricas, allende otros pequeños casti- 
llos y lugares. 

Gonzalo Hernández, como acutísimo y gra- 
ve, no se podía dar á entender que un rey 
poco liberal libremente le diese lo que le ha- 
bía prometido, aunque añadiese á los muchos 
prometimientos una cédula de la mano real, 
la cual había hecho con fin de traelle con su 



544 



PABLO JOVIO 



voluntad en España. Más Gonzalo Hernández 
venía de Ñapóles mucho por fuerza; no se par- 
tió juntamente con el Rey, porque quiso pri- 
mero con mucha cortesía y cumplimiento des- 
pedirse de sus amigos y de todos los ciuda- 
danos, y especialmente de las señoras gene- 
rosas y satisfacer á su honra. Porque nadie 
quedase quejoso, mandó pregonar con trom- 
petas que del mayor al menor viniesen á co- 
brar sus dineros, si algo se les debía, y á sus 
capitanes y soldados les rogó que pagasen á 
los mercaderes ó á otras gentes, si de algo 
eran deudores, dando á muchos de ellos di- 
neros para que esto se cumpliese y para com- 
prarse aderezos de sus personas con que vol- 
viesen bien en orden á sus tierras. Traía en 
su servicio una compañía de gente mayor y 
más bien aderezada que la Casa real. Mientra 
el Rey estuvo en Ñapóles había hecho gran- 
des gastos, con los cuales encubríala escase- 
za del Rey, queriendo en todo caso conservar 
con mucha familia y casa ilustre el sobrenom- 
bre de Grande, ganado con singular valor y 
esfuerzo. Dejaba en Ñapóles tanto deseo de 
si, que estando para embarcarse en la galera, 
vinieron al muelle muchas señoras y con mu- 
chas lágrimas, haciéndose á la vela, rogaron á 
Nuestro Señor Dios le diese felice navegación 
y la vuelta que fuese presta. 

Pocos días después el Rey don Hernando, 
siguiéndole Gonzalo Hernández, allegó á Ge- 
nova. Los genoveses le presentaron dos fuen- 
tes de oro y muchas vituallas frescas para la 
gente de mar, y aunque se diese priesa de ir 
á Saona, quiso primero ver y tocar el santo 
Catino. Este es un vaso que religiosamente se 
guarda en la sacristía de la iglesia mayor. Es 
una smeralda de seis ángulos, cavado á modo 
de un plato de vianda. Fué ganada antigua- 
mente esta joya de la victoria de Suria y á 
pública honra de la ciudad consagrada á San 
Lorenzo. 

Había venido el Rey Luis de Francia á 
Saona, por ver al Rey don Hernando y á la 
Reina, hija de su hermana, habiendo pocos 
años antes sojuzgado á los genoveses, los 
cuales echando de fuera á los nobles se le 
habían revelado, y quitándoles la libertad les 
metió encima la cerviz una fortaleza junto al 
faro. En aquel ajuntamiento ninguna cosa fué 
más ¡Ilustre ni más notable al ver que Gon- 
zalo Hernández, al cual mandaron los Reyes 
que se asentase á su mesa. El Rey de Fran- 



cia se maravilló y le loó mucho, que con su 
grave aspecto de la gentil disposición, é con 
un rostro bellísimo, representaba la semejan- 
za de un varón antiguo, y confesó que pues 
en él se mostraba tanto valor de ánimo y 
cuerpo, que méritamente era merecedor del 
renombre de Grande. Dícese por cierto que 
en este ajuntamiento ambos á dos los Reyes 
se lamentaron de la codicia de los venecianos 
y determinaron de recobrar con las armas 
todas aquellas tierras que les habían tomado 
y las que contra su voluntad les habían con- 
cedido. No faltó Antonio Palavicino, genovés, 
embajador del Papa Julio, el cual persuadía 
en su opinión á los Reyes, encendidos en 
aquel deseo. Porque no podía con buen áni- 
mo sufrir el Papa que las ciudades del Estado 
de la Iglesia, que eran Ariminio y Faenza, 
vacante la sede apostólica, hubiesen sido 
ocupadas por venecianos. El Rey de Francia 
estaba enojado que Cremona, Bergamo, Cre- 
ma y Bresa hubiesen sido quitadas del Estado 
de Milán. El Rey de España tenía á mucho 
rnal que las ciudades de Pulla y de tierra de 
Otranto fuesen sujetas á venecianos. Fué 
partido este ajuntamiento cerca los primeros 
días de Julio, el Rey Luis caminando para los 
Alpes por tornarse en Francia y el Rey don 
Hernando con bonísimo tiempo llegó á Bar- 
celona. 

Los Grandes de Castilla y Aragón fueron á 
la hora con grande priesa á recibillo, que 
á pequeñas jornadas caminaba, alegrándose 
de su felice y presta vuelta en estos reinos, 
mirándole á los ojos como á testigos del áni- 
mo pacífico ó enojado. El Rey con profundísi- 
ma disimulación y grande artificio mostraba 
haber olvidado todas las ofensas, y con gran- 
de alegría y demostración de ánimo clemente 
abrazaba á los unos y á los otros, tanto que 
quitaba la sospecha y el temor á muchos que 
merecían ser castigados, don Antonio de la 
Cueva, caballero generoso y gentil cortesano, 
habiéndole venido á recibir, con mucha risa y 
regocijo le dijo: « Y tú también, don Antonio, 
me desamparaste en la Coruña». Este don 
Antonio con apresurada lisonja fué recibir á 
Filipo; el cual con mucha desenvoltura, por- 
que el Rey le perdonase, respondió: «Ansí es, 
¡oh Rey y señor mío! y no lo niego, porque 
¿qu én habría creído jamás que un mozo de 
veinte y cuatro años, gallardísimo de cuerpo, 
el rostro fresco y colorado como una rosa, se 




CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



545 



había de morir en tres días?» El Rey, holgán- 
dose de su libre respuesta, con semblante 
alegre le dijo: «No te habría engañado el su- 
ceso del ligero consejo, si tú pensaras que un 
Rey clemente y legítimo pudiera muchos años 
vivir y felicemente reinar». Estas palabras, 
amorosamente dichas y recogidas con placer 
de los que estaban al derredor, referidas á los 
otros, fácilmente quitaron á muchos la ver- 
güenza y el temor. El Rey siempre en la prós- 
pera y en la adversa fortuna se mostró gra- 
ve, y como acostumbrado á recoger y gober- 
nar los ánimos de los suyos, perdonó huma- 
nísimamente á todos y al Duque de Nájera y 
á don Juan Manuel, el cual le había sido gran- 
de deservidor y enemigo. 

Partiéndose del Rey, iban todos á recibir 
al Gran Capitán, que por la pesadumbre de 
una febrezuela se había detenido en el ca- 
mino y había allegado á Valencia y sido re- 
cibido de toda la ciudad con mucha fiesta y 
regocijo, saliendo toda la gente de ella á la 
mar por solamente velle. Don Serafín de Cen- 
tellas, Conde de Oliva, lo recibió y le aposentó 
en su casa, teniéndola tan aderezada como 
si el Rey se hubiera de aposentar en ella. 
Envióle al armada muchos caballos y muías; 
fueron tantas, que ninguno entró á pie en la 
ciudad. 

Habiéndose detenido en Valencia algunos 
días por aderezarse y tomar algún reposo 
del fastidio de la navegación, se fué para 
Burgos, donde el Rey había entonces allega- 
do, con tanta multitud y frecuencia de gente, 
que los caminos no los podían recoger, pa- 
resciendo á los miradores una semejanza de 
ejército, con ver tanta gente, tantos soldados 
viejos de Italia, tantos adherentes y amigos, 
obligados de la voluntad y servicio que ve- 
nían á recibille y á besalle las vencedoras 
manos. De suerte que ni las casas, ni los te- 
chos, ni las vituallas de ante aparejadas, no 
bastaban para tanta muchedumbre. Maravi- 
llábanse los habitadores de los sayos pavo- 
nados de nueva y extraña manera, las ropas 
de encima de seda, las gorras aderezadas de 
puntas de oro y penachos, los valerosos ca- 
pitanes con cadenas de oro, los caballos muy 
bien enjaezados con sillas aceradas al uso de 
Italia y Francia, y de esta grandeza muchos 
fueron los que se ofendieron de la envidia. 
Adquirióse mucha fiesta de la gente popular 
que le hacían versos llamándole merecedor 

Crónicas del Gran Capitán.— 3S 



no solamente del renombre de grande, mas 
de grandísimo. 

El Conde de Ureña, maravillado de todas 
estas cosas, como aquel que era de ingenio 
delicado, dijo que Gonzalo Hernández le pa- 
rescía muy semejante á una nave muy gran- 
de, la cual tiene necesidad de mucha agua 
para poder navegar; de otra suerte le sería 
forzado quedar encallada donde hay poca 
hondura; queriendo decir que en España, rei- 
nando don Hernando, no se podía sostener 
tanta machina, como después se mostró en 
efecto, que Gonzalo Hernández, no solamen- 
te se paró en la corrida, mas casi se anegó 
en las pesadas rocas de la envidia. Llegando 
á Burgos, el Rey por honralle le salió á reci- 
bir y mirando los soldados que le venían de- 
lante, vestidos con diversos y pulidos ves- 
tidos, viniendo Gonzalo Hernández el último 
de todos, apeándose á besar las manos á Su 
Alteza, le dijo el Rey mostrando con el dedo 
una grande compañía de soldados: «Gonzalo 
Hernández, por lo que ahora veo, me parece 
que tú has muy bien pagado lo que á estos 
soldados les debías, pues que habiéndote se- 
guido tantas veces en las batallas y rencuen- 
tros, cuando en ellas eras el primero, ahora 
que es hecha la paz, mudando la costumbre 
con mucha razón les permites que te vayan 
delante». Donde con palabras de mucho amor 
le loó que siendo capitán animoso muchas ve- 
ces se había puesto delante los suyos en los 
peligros de la guerra. 

Después de haber estado Gonzalo Hernán- 
dez en la Corte algunos días ocupándose en 
los oficios privados y pidiendo en balde mu- 
chas veces que el Rey le hiciese Maestre de 
Santiago, demandándolo con mucha instancia 
como cosa prometida debajo la fe y con cé- 
dula de la mano Real, y enfriándose poco á 
poco el calor de la gracia y favor, llevó de la 
Corte en trueque de una grandísima merced 
mucho enojo y pesadumbre, porque el Rey 
con vanas causas de tardanza y con palabras 
procurando de entretenelle, mostraba clara- 
mente no querer usar con él de aquella libe- 
ralidad prometida. A Gonzalo Hernández le 
fué forzado descubrir á sus amigos el dolor 
de la injuria y el descontentamiento del ánimo 
y quejarse á velas tendidas de haber sido en- 
gañado, en especial á don Bernaldino de Ve- 
lasco, Condestable de Castilla, el cual era de 
autoridad y de riquezas muy grande en Bur- 



546 



PABLO JOVIO 



gos é muy amigo de Gonzalo Hernández, por 
tenelle aposentado y por ser de un mismo 
bando y voluntad. Trataban su amistad con 
mucho secreto y comunicaban sus pensamien- 
tos con grande libertad, dando Gonzalo Her- 
nández y recibiendo la fe de dar á su hija dofia 
Elvira por mujer al Condestable, que poco an- 
tes se le había muerto doña Juana de Aragón, 
su mujer, la cual era hija bastarda del Rey, y 
en breve tiempo se había enfriado el amor del 
yerno para con el suegro. La causa fué por no 
haber podido impetrar del Rey la vida de un 
su familiar y criado condenado á muerte. El 
Rey recibió enojo de la promesa de este casa- 
miento, porque tenía pensamiento de dar á 
doña Elvira por mujer á su nieto don Juan de 
Aragón, hijo del Arzobispo de Zaragoza, á fin 
que las riquezas y estado de Gonzalo Hernán- 
dez cayesen en la casa real. La Reina Germa- 
na, con un rostro enojado, volviéndose para 
el Condestable, le dijo: «¿Tú no tienes ver- 
güenza, pues no eres bastardo ni grosero, de 
tomar por mujer la hija de Gonzalo Hernán- 
dez, habiendo sido casado con la hija del 
Rey?» El Condestable le respondió: «En este 
caso tengo un muy honrado ejemplo que se- 
guir, tal que no tendré vergüenza de mi pen- 
samiento, donde claramente toco á la Reina, 
la cual no siendo hija de Rey meresció ser 
mujer de un Rey tan grande y poderoso». Dí- 
cese que de aquella respuesta quedaron el 
Rey y la Reina muy enojados. 

Tenía por costumbre Gonzalo Hernández, 
cuando la Reina salía de casa, llevalla de bra- 
zo, y cuando iba cabalgando, ir á su costado 
llevándola de rienda. Sucedió en este cargo 
don Fadrique de Toledo, Duque de Alba, é 
Gonzalo Hernández fué del todo privado de 
aquella honra y oficio. El Condestable, acres- 
centándosele el enojo, perdió todo el favor 
del parentesco real, y no mucho después, 
como era de ingenio vano y libre, sospecho- 
so y odiado por la mucha grandeza, murió 
antes de tiempo, habiendo poco antes con- 
tra la voluntad del Rey favorescido á fray 
Francisco Ximénez, Arzobispo de Toledo. 
Este, por opinión de religión, de humilde frai 
lecillo, con el favor de la Reina doña Isabel, 
había obtenido el arzobispado; gastaba á su 
voluntad, según la disciplina cristiana, infini- 
tas riquezas, y de esto el Rey lo envidiaba; y 
procurando con mucha instancia que permu- 
tase el arzobispado de Toledo con su hijo el 



Arzobispo de Zaragoza, lo cual, como infame 
y insolentemente procurado, el Condestable y 
Gonzalo Hernández, rogados del Ximénez que 
no le desamparasen ni le dejasen hacer aque- 
lla afrenta, habían grandemente blasfemado 
de ello, porque les parecía que aquella iniquí- 
sima permutación se hacía por ofender el jui- 
cio de la Reina doña Isabel, fundado en una 
sincera religión. Y así el Ximénez con este fa- 
vor, con ánimo constante respondió que si á 
él le apretaban un poco más, que á la hora 
renunciaría la mitra y el báculo y se volvería 
á ser fraile. Eran los pensamientos del Rey 
enderezados á hacer muy rico al hijo, por po- 
der valerse de las rentas de la Iglesia cuando 
le apretaban las necesidades de la guerra, así 
como lo había hecho de los maestrazgos de 
Santiago, Alcántara y Calatrava, suprimidos 
en la persona real. El Rey dejó de entender 
en el negocio, teniendo grande enojo contra 
el Condestable y Gonzalo Hernández, los cua- 
les habían estorbado con el Ximénez, el cual 
había tenido contienda por su dignidad y r 
putación. 

En aquel mismo tiempo la fortuna, la cua 
luego que ha abierto la puerta á la envidia 
siempre se acrecienta y amenaza con la causa 
de los males, con grandes ofensas hirió á Gon- 
zalo Hernández; porque había venido á la Cor- 
te don Pedro de Córdoba, hijo de su hermano 
don Alonso, á visitar al tío que entonces ve- 
nía de Italia. Este, habiendo hallado al Gran 
Capitán muy enojado porque el Rey no le 
guardaba la fe en hacelle Maestre de Santia- 
go, como era de ánimo libre y impaciente á 
sufrir las injurias, desdeñado contra el Rey se 
volvió á Córdoba, donde, contra la voluntad 
real, con una cierta y perpetua autoridad he- 
redada del agüelo y del padre, era tenido 
como príncipe y señor de la ciudad. Era don 
Pedro por este grande favor de los cordobe- 
ses y por aquella ilustre grandeza al Rey 
grave y enojoso, y envió á mandar con H 
rrera, alcalde de Corte, á los Veinticuat 
que se deserviría si don Pedro viviese 
Córdoba, sino que se fuese á su casa, así 
como lo habían acostumbrado los otros seño- 
res de la casa de Córdoba. Este mandato los 
Veinticuatro lo hicieron saber á don Pedro, 
el cual recibió grande enojo y pena, y sin tar- 
danza ninguna, movido de una precipitosa 
ira, mandó á sus criados prender á Herrera, 
y atado de manos y pies, puesto encima de u 



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CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



547 



caballo, lo dio á sus caballeros para que le 
llevasen á Montilla. 

Era Montilla una villa de don Pedro de 
Córdoba su agüelo, cercada de fuerte muro, 
con una hermosa fortaleza, la cual estaba 
aderezada de muchos ornamentos de mármol 
y era la mejor y más polida de toda el Anda- 
lucía. El Rey, enojado grandemente, no de- 
jando sin castigo el delito cometido, porque 
tocaba á la majestad real, después que don 
Pedro fué declarado por rebelde, determinó 
de castigalle con las armas, y mandando pro- 
veer de lo necesario para el castigo, Gonzalo 
Hernández y el Condestable le suplicaron por 
don Pedro con esta condición: que prometían 
á Su Alteza de traelle puesto de rodillas de- 
lante sus pies á pedirle perdón, pues como 
mozo, con ánimo ardiente había caído en. aquel 
delito. Don Pedro, traído del autoridad del tío 
y del Condestable, vino á la Corte y llegó á 
pedir perdón de sus atrevimientos. El Rey no 
quiso perdonalle, antes lo desterró cuatro le- 
guas apartado de la Corte, y que no se pu- 
diese alargar más de una jornada, para poder 
ser llamado y volverse. Mandó con grave de- 
creto que Montilla fuese asolada hasta los 
fundamentos, para que sirviese de testimonio 
de la severidad real con los sediciosos caba- 
lleros. No pudiendo Gonzalo Hernández obte- 
ner con grandes suplicaciones que una me- 
moria de la virtud paterna, edificada con tan 
grandes gastos, y siendo la tierra adonde él 
había nacido, dejase de ser arruinada, aunque 
para esto se valiese del medio de los embaja- 
dores del Rey de Francia, á los cuales les pa- 
recía ser justa cosa que aquel que había ga- 
nado para el Rey cien ciudades y infinitas 
villas y castillos, en trueque de este servicio 
se le hiciese merced de un castillo. El Rey 
siempre estuvo firme en su mandato, pero 
con esta moderación: que en lugar de Monti- 
lla, la cual con el ajuntamiento del Andalucía 
en breves días había sido arruinada, á Gon- 
zalo Hernández se le hiciese merced de la ciu- 
dad de Loja, por mitigar con aquella dádiva 
el rigor del castigo Está apartada Loja de 
Granada cuatro leguas, puesta en un valle 
apacible, ceñida de altísimos montes; ajun- 
tando á esta merced una esperanza de ánimo 
muy benigno que Loja pasase á sus herede- 
ros, con que Gonzalo Hernández renunciase 
la cédula del Maestrazgo. 

Gonzalo Hernández con generosa respues- 



ta respondió que no quería ser tan mal mira- 
do que inconsideradamente renunciase el de- 
recho de la promesa real, porque quería más 
mostrar la causa de una justísima querella 
que aceptando una desigual recompensa re- 
nunciar al maestrazgo. Mostraba en el pre- 
guntar y responder una cierta gravedad, mez- 
clada con una apacible alegría, y con improvi- 
so y delicado burlar, motejaba de lo sabroso 
y amargo. Mas la simplicidad de la lengua la- 
tina no allega al argutia del hablar español, 
el cual fácilmente nace de lo incierto, y á esta 
causa me es forzado dejar infinitos motes muy 
graciosos, los cuales, aunque puedan pare- 
cer maravillosos y mover á risa á los despier- 
tos ingenios de esta aguda nación, pero cuan- 
do son traducidos, como desnudos de su gra- 
cia y sabor, parecen fríos y groseros, y en fin, 
no son agradables á los oídos de los latinos. 
No me parece que todos los hayamos de dejar, 
así como aquel que dijo á Diego García de Pa- 
redes, caballero valeroso, cuando los france- 
ses se esforzaban de pasar el Garellano por 
la puente, y las pelotas del artillería de los 
enemigos volaban muy espesas por toda 
parte, con muerte de hombres y de caballos. 
Gonzalo Hernández, con corazón valeroso, 
puesto en medio el peligro, esforzaba al uno 
y al otro. Diego García le persuadía que se 
quisiese quitar de aquel lugar peligrosísimo. 
Gonzalo Hernández le respondió: «Diego 
García, pues Dios no ha puesto miedo en 
vuestro corazón, no curéis vos agora de po- 
nelle en el mío». 

Derribándose Montilla (así como lo habe- 
mos dicho) por mandamiento del Rey y ro- 
gando en balde los embajadores de Francia 
que quisiese perdonar aquella tierra, por ser 
en ella nacido Gonzalo Hernández, el cual ha- 
bía ajuntado á los reinos de España cerca 
doscientas ciudades y más de setecientas vi- 
llas y castillos, y siendo venida la nueva que 
de los que se habían ajuntado á derriballa 
eran miserablemente muertos más de ciento 
de ellos por un pedazo de muro que les cayó 
encima, dijo Gonzalo Hernández: «Muy claro 
se muestra cuan valerosamente viva y sana 
se defendiera Montilla, pues condenada y casi 
muerta ha muerto á muchos de los que pro- 
curaban su ruina y destrucción». 

En aquel día que en la ribera de Gaeta fue- 
ron en una larga y dificultosa batalla los fran- 
ceses vencidos y puestos por las puertas de 



548 



PABLO 



Gaeta adentro, habiéndose presentado un 
caballero catalán, llamado Cerbellón, al com- 
batir algo más tarde de lo que fuera necesa- 
rio, siendo la batalla fenecida y ganada la vic- 
toria, armado y puesto en una barca dando 
grande priesa á los remadores que se allega- 
sen á los compañeros vencedores, mientras 
muchos estaban al orilla para ver lo que era, 
llegó preguntando don Diego de Mendoza 
quién era aquel que venía tan bien armado, 
Gonzalo Hernández le respondió: «Como sois 
corto de vista no conocéis que es San Telmo». 
Llaman los marineros cristianos la estrella de 
San Telmo aquella que se muestra encima de 
la entena después de una oscura y grande 
tormenta, prometiendo bonanza, ansí como 
las antiguos creían de los fuegos de Castor y 
Pollux. Entendieron los que estaban presen- 
tes la delicadeza del mote, porque rehepren- 
día al Cerbellón por haber venido tan tarde. 
Los del enderredor rieron tanto, que en des- 
embarcando el Cerbellón le saludaron por 
San Telmo, el cual sobrenombre le quedó en- 
tre soldados para siempre. 

Saliendo los franceses (después de haber 
entregado á Gaeta) del reino, Gonzalo Her- 
nández á muchos de ellos que se iban por 
tierra les mandó proveer de caballos. Mon- 
siur Daubegni, su capitán general, le dijo con 
un gesto medio riendo: «Gonzalo Hernández, 
ruégoos mucho que nos mandéis proveer de 
caballos gallardos y fuertes, porque nos sir- 
van para el ir y para el volver», casi prome- 
tiendo de renovar la guerra. Gonzalo Hernán- 
dez, entendida la agudeza del mote, le respon- 
dió: «Torna mucho en buen hora, cuando os 
placiere, que las mismas cosas que ahora os 
doy de mi voluntad, vestidos, caballos y sal- 
voconducto, fácilmente á la vuelta lo alcanza- 
réis de la clemencia y liberalidad mía». Mos- 
trándoles claramente, que si volviesen, corre- 
rían la misma fortuna de guerra. \ 

Don Bernaldino de Velasco, Condestable de 
Castilla, era muy galán y gran cortesano. An- 
daba servidor de una dama de la Reina, y se- 
gi'in el uso de la Corte hacíale muchos servi- 
cios; loábala grandemente, diciendo que nin- 
guna cosa le faltaba para ser del todo hermo- 
sa sino unas pocas de más carnes, porque 
como era muy moza era algo flaca. Esta dama, 
por dalle favor, dio al Condestable una presea 
de color verde. El Condestable mandó dar de 
vestir á los pajes y lacayos de aquella color. 



JOVIO 

Gonzalo Hernández, topándole, loando la in- 
vención, le dijo: «Señor Condestable, si la 
dama no hace con este verde, mandalda ven- 
der». A toda la Corte apachó el mote, por ser 
agudo y sabroso. 

Estando en Taranto mandó que á un sol- 
dado, por ser malhechor y sedicioso, lo lle- 
vasen fuera á ajusticialle. El soldado hacía 
grandes extremos y dando voces, diciendo 
que le hacían sinjusticia, citaba á Gonzalo 
Hernández para delante el juicio divino. Gon- 
zalo Hernández dijo: «Vete, en fin, y vete 
presto, confiándote en el alto juez, y infórma- 
le de tu justicia, que allí estará don Alonso 
mi hermano que responderá por mí». El cual 
pocos días antes había sido muerto en la Sie- 
rra Bermeja, y entonces acaso había venido 
la nueva cómo los moros tomándole en medio 
lo habían muerto, muerte verdaderamente 
merecedora de un capitán religioso y esfa 
zado. 

Tornando adonde nos partimos, Gonzalo 
Hernández, enojado y desabrido, se retiró á 
Loja buscando un ocio reposado de tantas 
repulsas y ofensas, hasta tanto que la envi- 
dia diese lugar y el ánimo del Rey, alterado 
contra él, se amansase, estando así retirado 
y con la memoria de los servicios se volviese 
á más honestos pensamientos. Pues habién- 
dose procurado un justo reposo, estúvose 
dos años cuándo en Loja, cuándo en Granada, 
contento con sus riquezas, que eran muchas, 
y de su gloria, sino que ella, como las más 
veces acaece, era opresa de la mucha envidia 
de sus enemigos. En aquella reposada vida 
con el cuerpo se ejercitaba poco y el ánimo 
procuraba recrealle con favorescer á muchos 
que estaban apretados de la pobreza ó revuel- 
tos en pleitos ó puestos en otros peligros, 
los cuales pedían su ayuda y favor. Con estos 
ejercicios mantenía su reputación por toda la 
provincia, y se adquiría por todas las mane- 
ras de gentes singular gracia y voluntad, en 
especial con los confesos y moros. Los espa- 
ñoles llaman marranos á aquellos que son na- 
cidos de linaje de judíos, y hechos cristianos 
vuelven otra vez á las ceremonias de la ley 
judaica. Y cayendo en este capital delito 
acostumbran echalles espías que con grande 
diligencia miren lo que hacen y aun lo que di- 
cen, y los que son sospechosos los acusan 
delante los inquisidores. ue las cosas bien y valerosamen- 
te hechas por él le adquirían grande gloria, la 
cual voluntariamente le era contraria. En 
aquel reposo estuvo cerca dos años, siempre 
ocupado en un honrado ejercicio, pensando en 
cosas altas y grandes conformes á la grande- 
za de su ánimo. Había enviado con grande 
gasto y diligencia por todas las ciudades que 
tienen nombre de principado, no solamente en 
Europa, mas en Asia y en África, hombres 
bastantes para que con grande diligencia le 
hiciesen saber lo que se hacía en tiempos de 
paz y de guerra. Tanto que cada día acaecía, 
que siendo avisado de cosas maravillosas y 
de grande importancia, las contaba á los que 
se hallaban presentes, y con grande artificio 
las escribía á los ausentes. En el término de 
estos dos años que su vida se acabó, aconte- 
cieron maravillosos acaecimientos, muy al 



contrario de los que muchos tiempos antes 
habían sucedido. El mundo todo estaba re- 
vuelto en guerra, que muerto que fué el Papa 
Julio, el cual ninguno fué mayor ni más vale- 
roso en defender y acrecentar la reputación 
de la Iglesia, le sucedió León décimo, grande 
favorecedor de hombres letrados, y procura- 
ba volver al mundo la edad dorada. Coronóse 
en aquel mismo día que hizo un año, y encima 
el mismo caballo que fué preso en la sangrien- 
ta batalla de Rávena entró triunfando debajo 
el palio. 

Pocos días después entendió que monsiur 
de la Tramolla y el Triultio, ilustres capitanes 
de franceses, habían sido desbaratados en No- 
vara por unos pocos de suizos que les dieron 
encima. Y que Enrique, Rey de Inglaterra, ha- 
biendo hecho liga con el Emperador Maximi- 
liano, había pasado en Picardía con un grueso 
ejército, y en pocos días, rompida la caballería 
de Francia, había tomado dos nobilísimas cij 
dades, á Teroana y á Tornai. 

En aquel mismo tiempo, Jacobo, cuarto Rey 
de Escocia, rompido su ejército de escoceses 
por Habardo Surreio en Tuedo, fué en bata- 
lla vencido y muerto. 

No habiéndose cumplido un mes después 
este suceso fueron los venecianos vencidos 
en Vicencia en una sangrienta batalla por don 
Ramón de Cardona y Próspero Colona. 

Con estos sucesos, muy conformes á 
deseos del Rey don Hernando, se mezclabí 
con mayor contentamiento las batallas e; 
tranjeras de los nuestros con los Reyes b 
baros. 

Fecha que fué la paz entre franceses y in- 
gleses, el Rey Luis se casó con la hermana del 
Rey Enrique de Inglaterra, y siendo viejo y 
flaco, murió en el medio de las fiestas y rego- 
cijos de sus bodas, y había sido declarado por 
Rey Francisco de Valois, su yerno. 

A Uladislao, Rey de Hungría, se le habían 
levantado los villanos y puestos en armas, de 
los cuales era su capitán Bornamisa. Habia 
tenido una peligrosa guerra, y siendo vence- 
dor de ellos los castigó méritamente. 

Constantino Rutheno, capitán de Sigismun- 
do, Rey de Polonia, en Sinoleucho, encima al 
Boristene, en una grande batalla había venci- 
do una infinidad de moscovitas. 

En Levante, Selín, de turcos, y Sophi His- 
mael, de persianos. Reyes grandísimos y po- 
derosos, teniendo ambos guerra, tal fué el su- 



: 



CRÓNICA DEL GRAN CAPITÁN 



553 



ceso, que habiéndose dado una sangrienta ba- 
talla en Artajarsa, ciudad de la Armenia, en la 
campaña de Calderán, fué vencedor Selín y ei 
Sophi se retiró dentro de la Media. 

Pero muy más honradas y apacibles se mos- 
traban las cosas que en este medio eran es- 
criptas de las victorias de los portugueses, 
habiendo venido nueva muy cierta cómo con 
grande armada habían pasado el postrer cabo 
de la Etiopía hacia el polo antártrico y habían 
sojuzgado casi todos los reyes de la India al 
largo del Arábico y el Pérsico, mares muy 
grandes y extendidos, y habían allegado á Ma- 
laca del Chersoneso y hasta la isla de Sanio- 
trán, y hallando asimismo la tierra donde nace 
la especería, y por todas partes habían ate- 
morizado innumerables ejércitos de aquella 
nación con sólo disparar el artillería de 
bronzo. 

Con el mismo contentamiento y con mayor 
gloria de castellanos se platicaba del Nuevo 
Mundo y de los despiadados pueblos de los 
caníbales, habiendo el armada del Rey don 
Hernando descubierto la Nueva España, adon- 
de se hallaba tanta cantidad de oro, perlas y 
joyas, que bastaban á enriquecer en España, 
no solamente la facultad pública, mas aun las 
privadas. 

Pues mientra Gonzalo Hernández en estos 
ejercicios (no con natural, sino con una for- 
zada alegría) pasaba su vida, adolesció de en- 
fermedad de cuartana doble, no de humor di- 
fícil, mas por el suceso de sus negocios y por 
su poca alegría mortalísima á un hombre vie- 
jo. Fué llevado de Loja á Granada el año heb- 
domadario de su edad, y habiendo recibido los 
sacramentos cristianos, murió en los brazos 
de doña María Manrique, su mujer, y de doña 
Elvira, su hija, á dos días del mes de Diciem- 
bre del año de nuestro Señor de mil quinien- 
tos y quince, habiendo vivido sesenta y dos 
años y tres meses y once días. Fué sepultado 
en la iglesia de San Francisco de Granada, y 
puestos al derredor de su sepultura más de 
ciento estandartes y banderas, acompañado 
en sus obsequias y mortuorio de don Iñigo 
de Mendoza, Conde de Tendilla y gobernador 
de Granada, y de muchos caballeros del linaje 
de Córdoba. El Rey don Hernando escribió 
muy humanísimamente á doña María, su mu- 
jer, aconsolándola y loando á Gonzalo Her- 
nández, quedando tutora y usufructuaria de 
la hacienda y del estado, la cual pocos días 



después siguió al Gran Capitán en el camino 
del cielo. Murió Gonzalo Hernández en el mis- 
mo día que el Rey Francisco de Francia, ha- 
biendo vencido á los suizos en una gran bata- 
lla junto á Milán, vino á Boloña á verse con 
el Papa León. 

Dicen algunos, á los cuales no doy crédito, 
que Gonzalo Hernández, poco antes que mu- 
riese, había hecho un concierto con algunos 
Grandes de Castilla que eran de su bando: 
que al Rey don Hernando, estando desaperci- 
bido de fuerzas, echado de los reinos de Cas- 
tilla, fuese apretado á irse á los de Aragón, 
metiendo en el gobierno á su hija doña Juana, 
á la cual por causa de su dolencia el padre 
con astuto consejo la había metido en un cas- 
tillo con achaque de sanalla, y llamar de Flan- 
des á Carlos, hijo de Felipo, el cual siendo ya 
de edad de quince años, daba de sí grandes 
esperanzas de gobernar estos reinos, con el 
favor del cual, por tener noticia de los amigos 
del padre, habían pensado de abajar el partido 
á los del bando contrario. 

Decían asimismo, que allende este trato 
tentaba cosas mayores, que eran sacar de 
la prisión del castillo de Játiva á don Her- 
nando de Aragón, hijo del Rey Federico, por 
libertar el ánimo del juramento, mantenién- 
dole la fe al mozo, la cual inconsiderada- 
mente había obligado, y restituirle el reino 
de Ñapóles, con esta condición: que pagando 
cada un año cierto tributo, quedase feuda- 
tario al Rey de España, tomando por mujer 
á su hija doña Elvira, y en nombre de dote 
las ciudades y tierras que él poseía en Ña- 
póles. Tenía tanta fuerza en él el enojo del 
no haberle querido dar el maestrazgo, que 
aunque estas cosas parezcan extrañas y aje- 
nas de su condición, pero pueden con alguna 
razón ser creídas. Porque muchas veces acae- 
ce á los grandes Príncipes, que los mereci- 
mientos de un gran servicio, cuando son tan 
grandes que pasan el término, porque no pue- 
den con justas mercedes satisfacerse, son pa- 
gados las más veces con notables injurias. Y 
verdaderamente que entonces la envidia y el 
enojo, en lugar de favor, tienen grandísima 
fuerza, especialmente cuando no son los Prín- 
cipes de ánimos generosos y son obligados 
de la grandeza de los merecimientos ajenos, 
y esto hállalo el camino de una falsa razón, 
por quedar con vituperosos renombres de in- 
gratos. Aunque á la verdad parece que esto 



554 



PABLO JOVIO 



es fatal á los clarísimos capitanes, que en el 
postrero término de su vida, apretados de la 
envidia y privados de su honra, mueran con 
el dolor de la injuria. Porque dejando aparte 
los ejemplos de los antiguos, de Coriolano, de 
Alcíbiades, de Narsetes, ¿qué otra cosa fué 
sino este dolor el que hizo arruinar á Borbón 
y al Conde Pedro Navarro, tomando el Conde 
las armas contra el nombre de su nación, mi- 
serablemente muerto en la prisión, en la for- 
taleza que él con sus propias manos había 
tomado? ¿Y el otro celerado traidor de su 
patria y cruel destruidor de la común fuese 
muerto en el principio de su cruel empresa? 
Y así yo no creeré jamás que Gonzalo Her- 



nández, aunque estuviese muy enojado con- 
tra su Rey, hubiese tenido osadía de pasar 
tan adelante, que no se pudiera retirar sin 
ninguna afrenta suya, que si por el humor ma- 
lencónico de la cuartana deseaba cometer 
este delito, por sólo no habelle descubierto 
fuera de su pensamiento ni cosa ninguna in- 
digna de su antigua fe y prudentia, es de creer 
que salió de esta vida muy contento de sí 
mismo. Porque otra cosa más deseada ó más 
felice le podía suceder, sino que siendo car- 
gado de triunfos de verdadera gloria, que 
aquel su grande ánimo con la entera fama del 
renombre se volase al cielo, de donde él ha- 
bía venido. 



Fué impreso el presente libro de la Vida de Gonzalo Hernández, llamado por sobrenombre 

el Gran Capitán, en la ciudad de Caragoga, en casa de Esteban G. de Nájera. 

Acabóse á siete dias del mes de Agosto, año de mil y quinientos 

y cincuenta y tres. (Sigue un escudo redondo del impresor 

con el lema: <^Iusta Vltio».) 



BREVE PARTE 



DE LAS HAZAÑAS 



DEL EXCELENTE NOMBRADO 



GRAN CAPITÁN 



POR 



HERNÁN PÉREZ DEL PULGAR (*> 



Con muy gran razón, soberano señor, Vues- 
tra magestad desseó ver y conocer al nom- 
brado Gran Capitán. Ca por cierto si él hoy 
fuera, según útil á lo real fuere, otro (a) Epa- 
minondas ó (6) Parmenion en él tuviera, para 
señorear el restante que del mando del mun- 
do á vuestra Católica Magestad queda, y por 
ser tan justo su deseo (con cuidadoso cuida- 
do), á priessa busqué en el gran montón de 
sus obras estas pocas, que de parte de su 
vida con mano libre de afición ni odio serán 
escritas, ansí de lo que hizo en Italia como de 
lo que obró en España, donde ay tal costum- 
bre que lo que en nuestro tiempo vimos de 
los vecinos della, menoscaba la fé de las co- 



(a) Este Epaminondas fue capitán de los tebanos, 
muy excelente varón, ansi en el fecho de las armas 
como en los ardides de la guerra, que si particularmente 
se OTiese de decb' lo que del se escribe, convernia gran 
historia. Del qual de sus muchos hechos, aqui dos cosas 
porné. Que como oviese de pelear, dice el cónsul Julio 
Frontino, con los lacedemonios, porque sus gentes se 
esforzasen no solo con las fuerzas, mas también con las 
voluntades, declaróles con ira que los contrarios hablan 
acordado y publicado ganando la vitoria matar á los 
varones, y dar cativerio li las mugeres y hijos de los 
vencidos, con mas derrocar á Tebas: de la cual causa 
los suyos recibieron tal corage con que vencieron los 
enemigos. Segunda, que con tres mil peones y quatro- 
cientos de cavallo venció prósperamente a la gran 
hueste de los lacedemonios. El ejército de los quales era 
mil y seiscientos de cavallo, y veinte y quatro mil peo- 
nes, del qual se lee nunca dudó acometer y esperar á. sus 
enemigos, quales y quantos quier que fuesen. 

(5) Deste Parmenion se escribe fue general capitán 
del gran Alejandre, el qual fue la causa con que el rey 
reinasse todas aquellas partes del mundo que cuenta 
Quinto Curcio. 



sas buenas; porque cuanto mas juntas y cla- 
ras á nuestra vista son, tanto mas lejos y es- 
curas los escuros las cuentan. Van breves 
porque no ay palabras que basten á poner en 
tan alto estilo quanto requiere escribir vida 
de tan claro varón: del qual en las mas partes 
de la misma Ytalia valientes historiadores co- 
diciando ensalzar la fama con las obras de 
este ilustre Capitán en prosa y en metro, han 
escrito de su figura, resplandor, linage, rique- 
zas y claridad de gloria, que ganó con bondad 
hazañas de guerra y tratos de paz. Ca fue de 
tanto valor el precio que ganó en ella, que su 
nombre no se amatará en todas las edades; 
pues que oyendo sus enemigos el nombre de 
Gran Capitán, atemorizaban. E su propio rey 
y natural señor, con mas el rey de Ñapóles 
don Fadrique de Aragón, le dieron tanto ho- 
nor quanto lo manifiestan y dicen los privile- 
gios que de parte de sus estados y señoríos le 
dieron: y cuentan estas letras que el rey Ca- 
tólico y vuestra Alteza embiaron á la exce- 
lente duquesa su muger; y de los previlegios 
de solos dos, por no ocupar, porné las cabe- 
zas y títulos de los ducados de Santángelo y 
Sesa, por ser la grandeza de su alto estilo tal, 
que me apremió engerirlos aquí. En lo qual se 
verá ser mucho mas lo que en poco papel se 
dice, que cuanto aquí del se escribe. Cuyo 
traslado es éste: 



(*) Las Biguientes glosas, (jae en las márgenes de esta, obra van, son para declarar algunos passos della 
escaros á los que las Crónicas romanas no han Icido, con otras declaraciones que en ella escribió nn letrado, el 
nombre del qual no manifiesto por temor de la tempestad de las lenguas de los murmuradores, que carecen de 
sentido coa obras y no con palabras. (Esta advartencia se halla al principio del original impreso.) 



556 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



Letra del rey cathólico d la duquesa de Terra- 
nova, muger del Gran Capitán. 

El Rey. Duquesa prima: vi ia letra en que 
me hecistes saber el fallecimiento del Gran 
Capitán; y no solamente teneys vos muy gran 
razón de sentir mucho su muerte, porque 
perdistes tal marido; pero téngola yo de ha- 
ber perdido (a) tan grande y señalado servi- 
dor, y en quien yo tenia tanto amor, y por 
cuyo medio con el ayuda de nuestro señor se 
acrecentó á nuestra corona real el nuestro 
reino de Ñapóles; y por todas estas causas 
que son grandes (y principalmente por lo que 
toca á vos), me ha pesado mucho su muerte 
y con razón. Pero pues á Dios nuestro señor 
ansí le plugo, deveys conformaros con su di- 
vina voluntad, y darle gracias por ello; y no 
fatigueys el espíritu por aquello en que no hay 
otro remedio porque daña á vuestra salud; y 
tened por cierto, que á lo que vos y á la du- 
quesa vuestra hija y á vuestra casa tocare, 
yo terne siempre presente la memoria de los 
servicios señalados que el Gran Capitán nos 
hizo; y por ellos y por el amor que yo vos 
tengo miraré y favoreceré siempre mucho 
vuestras cosas en todo lo que pudiere, como 
lo vereys por esperiencia, placiendo á Dios 
nuestro señor, según mas largamente vos lo 
dirá de mi parte ia persona que embio á visi- 
taros. De Trogillo á tres de enero de mil y 
quinientos y diez y seys años.— Yo el Rey.— 
Por mandado de su alteza, Pedro de Quinta- 
na.-Por el Rey. A la Duquesa de Sesa y Te- 
rranova, su prima. 

Letra del príncipe, rey y Emperador y señor 
nuestro, á la duquesa de Terranova. 

El Principe. Duquesa prima: yo he sabido del 
fallecimiento del nombrado Gonzalo Fernan- 
dez, Gran Capitán, duque de Terranova vues- 
tro marido; al qual por lo mucho que merecía 
y por el valor de su persona, y por los mu- 
chos y muy señalados servicios que á los ca- 
thólicos rey y reyna mis señores en honra, 
conservación, aumentación de sus reinos y de 
su corona real y de los naturales dellos hizo, 
yo le deseava ver y conocer para me ayudar 

(o) Por la muerto de Varro so dolia tanto el Augusto 
Cesar, que á Iob que lo preguntaban la causa de su pesar, 
porque no me queda, les respondía, otro Varro. Asi aquí 
el Bey siente perder tan útil y señalado servidor como 
]e fue el Oran Capitán. 



•so- 1 

eda I 

su \ 



y servir de su consejo, y gozar con su perso 
na; y pues ha placido á Dios que yo no pueda 
cumplir tan justo deseo, él le ponga en 
gloria, y debemos aver por bueno lo que hace 
y conformarnos con su voluntad; y ansí vos 
ruego que lo hagays y que vos consoleys, 
pues hay razón para ello, ansí por el renom- 
bre y gloria de sus obras y fama, como por la j 
obligación que para siempre queda á todos 
los príncipes de España, para tener en me- 
moria y honrar sus huesos, y conservar y 
acrecentar su sucesión. E si para consolación 
de vuestra biudez y de vuestra persona y 
casa, desseays que haga algo en tanto que yo 
me aderezo para ir á essos reynos, que será , 
presto placiendo á Dios, hacemelo saber. De 
la villa de Bruselas á quince de febrero de 
quinientos y diez y seys años. El Príncipe.- 
Por mandado del Principe, Gonzalo de Sego- 
via.— Por el Príncipe. Ala Duquesa de Terra- 
nova y Santángelo, su prima. 

Título y cabeza del privilegio que dio del du- 
cado y señorío de Santángelo el rey de Ña- 
póles al Gran Capitán. 

Don Fadrique de Aragón, rey de Ñapóles y 
dejerusalen, etc. Por quanto la principal de 
todas las escogidas virtudes, que es la libe- 
ralidad, fue siempre tan necessaria á los Re- 
yes, que en ninguna manera se puede por 
ellos menospreciar; y es tan grande que con 
mucho cuidado se debe abrazar, de donde se 
sigue que nos, cuyos antepasados sobrepu- 
jaron en bien hacer y liberalidad no solamen- 
te á los reyes que oy son, mas aun á toda la 
antigüedad y memoria de los buenos principes 
y emperadores; y por ello debemos esforzar- 
nos con mucho cuidado y diligencia con las 
mismas virtudes passar adelante á los otros; 
y poíno los merecimientos y virtudes de Gon- 
zalo Fernandez de Aguilar y de Córdoba, 
ilustre y tortísimo varón, Gran Capitán de 
armas de los serenísimos rey y reina de Es- 
paña hayan sido tales á nos. y á don Fernan- 
do II, rey de Sicilia, nuestro muy caro so- 
brino, ovimos por bien de loar el singular 
esfuerzo y excelencia de ánimo del dicho 
Gonzalo Fernandez. Y de lo ennoblecer con 
soberanos ornamentos de honra, de fortuna, 
conviene á nos ciertamente esforzarnos que 
el resplandor de nuestra liberalidad en este 
hombre esclarecido resplandezca; de manera 



DEL GRAN CAPITÁN 



557 



Que pensemos no tanto en acrecentar su ha- 
cienda, quanto en ganar para nos la alabanza 
de esta virtud de liberalidad; mayormente 
como los príncipes por todos son estimados 
por tales quales son aquellos á quien ellos 
han por bien de hacer mercedes y beneficios. 
¿Pues qué podemos decir deste tan gran va- 
ron que lo podamos igualar con sus alaban- 
zas? Dejemos su buena voluntad, amor y 
acatamiento que nos ha tenido en los tiem- 
pos de nuestra adversidad: con qué grande- 
za de esfuerzo, con qué saber de guerra, con 
qué consejo, con quánto peligro de su vida 
quitó tan presto de las manos de los crueles 
franceses toda la Calabria, y la puso só nues- 
tro poderío. E como quier que libremente 
debemos confessar que de todo ello somos 
deudores á aquellos invictísimos rey y reyna, 
padre y madre nuestros muy acatados, que 
con su favor esta guerra francesa tan feroz, 
y tan dañosa y tan peligrosa ha seido acaba- 
da. Pero el esfuerzo, lealtad y bondad, con- 
sejo, gravedad del dicho Gonzalo Fernandez 
no menos nos ha ayudado que la grandeza y 
autoridad de los dichos rey y reyna, tanto 
que no solamente con gran razón creemos 
que nos fue por ellos enviado, mas que des- 
cendió del cielo para nos. E como quier que 
sus magestades, porque una cosa digamos 
muchas veces, confesamos de muchas cosas, 
y más verdaderamente de todas serles en 
cargo, á las quales creemos no podríamos 
satiáfacer con el precio de nuestra vida; pero 
no podemos afirmar que sus magestades nos 
hayan hecho mayor ni mas agradable bene- 
ficio que habernos dado manera de mostrar 
en los buenos hombres el gradecimiento y 
buena voluntad de nuestro ánimo. Ca cual- 
quier cosa que en nos ay de cuidado, de con- 
sejo, de trabajo, todo ello nos parece que se 
debe emplear en ejercitar estas excelentes 
virtudes. Por ende aunque al dicho Gonzalo 
Fernandez no es necesario, pero á nos es 
cosa muy útil y honestísima honrarle de títu- 
los y mercedes, y remunerarle de premios y 
honras, aunque él por su vergüenza y tem- 
planza singular no lo pida ni lo dessee; y que 
assí como sus merecimientos y servicios fe- 
chos por él á nos y al dicho rey don Fernan- 
do, de que es testigo la Calabria, son testi- 
gos las aldeas y casares (a) de Cosencia. Es 

(a) Esta Cosencia es tierra fragosa de sierras en que 
ay muchas aldeas. 



testigo el estrago que hizo en los enemigos 
cabe (a) Morano. Es testigo aquella hazaña 
digna de memoria de (b) Layno. Es testigo la 
Vitoria que nos dio su venida en la Tela. Es 
testigo la Calabria y Vasilitula que poco an- 
tes 'se había rebelado, otra vez por él reco- 
bradas. Es testigo esto postrero del duque 
de Sora (c) y del prefecto. Es testigo todo 
este nuestro reino. Son testigos los enemi- 
gos vencidos y desbaratados. Somos en fin 
testigo nos mismo del esfuerzo de su cora- 
zón, y las cosas por él noblemente fechas no 
las habemos sospechado, mas esperimenta- 
do; no pensado, mas las sabemos; no las ha- 
bemos oydo, mas visto. Ansí que de la libe- 
ralidad de nuestro ánimo y debido agradeci- 
miento queremos que dé testimonio este 
nuestro previlegio, con el qual queda para 
los venideros perpetua memoria y demostra- 
ción de nuestro amor, gracia y buena volun- 
tad que tenemos al dicho Gonzalo Fernandez 
con soberana alabanza suya. Sea pues á nos 
y al dicho Gonzalo Fernandez, y á sus hijos y 
á nuestro reyno próspero favorable: lo acre- 
centamos y facemos duque de título y nom- 
bre y insignias de duque; le ennoblecemos y 
damos el señorío del ducado de Santángelo 
con sus tierras, ciudades, villas y lugares, y 
fortalezas, etc. 

Titulo y cabeza del previlegio que del duca- 
do de Sesa dio el cathólico rey de Aragón 
y de Secilia, etc., al Gran Capitán. 

Nos don Fernando, por la gracia de Dios, 
rey de Aragón y de Secilia, de aquende é de 
aliende Faro, de Jerusalen, de Valencia, de 
Mallorcas, de Cerdeña, de Córcega; conde de 
Barcelona, duque de Atenas y de Neopátria, 
conde de Ruysellon, marques de Oristan y de 



(a) Esto de Morano fue en la guerra primera. 

(6) Layno, que es en la Calabria: entró el Gran Ca- 
pitán una madrugada, y aquí fue muerto el señor de 
Almerí, que era hijo del conde de Capacho, y con él 
trece varones con mucha gente francesa, y mas Antonio 
de Trecabun, valiente capitán. 

(c) A un pariente dcste Duque de Sora. entre el des- 
pojo que le fue fecho, le tomaron una sortija que res- 
cató de un peón que la uvo en mil ducadoH, que á ma- 
nera de burla le pidió este soldado por ella, y para la 
paga de ellos en rehén le daba un criado muy acepto á, 
él. Sabido por el Gran Capitán, y preguntado & este ca- 
ballero qué era la causa que daba tan gran cantidad 
por aquella sortija, no teniendo piedra que lo valiesse. 
Ningún precio, respondió, yguala su valor, que es empre- 
sa de la mas linda y preciosa dama de Pnrís, en la que 
están sus armas. Oído por el Gran Capitán, y visto el 
afición con que procuró el rescate de la sortija, mandó 
dar los mil ducados al soldado, y aquella con muchas 
joyas de gran valor dio & este capitán francés. 



558 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



Gocíano, etc. Como los años passados vos el 
¡lustre don Gonzalo Fernandez de Córdova, 
duque de Terranova, marques de Santángelo 
y Vitonto, y mi condestable del reyno de Ña- 
póles, nuestro muy caro y muy amado primo, 
y uno del nuestro secreto consejo: seyendo 
vencedor fecistes guerra muy bien aventura- 
damente, y grandes cosas en ella contra ios 
franceses, y mayores que los hombres espe- 
raban por la dureza de ella. Ansí mismo por 
nuestro consentimiento, como por apellida- 
miento del de muchas naciones, justamente 
para siempre el nombre de Gran Capitán al- 
canzastes en la Ytalia, donde por nuestro 
capitán general vos enviamos; por ende pa- 
reciónos que era cosa justa y digna de rey 
para memoria perdurable de los venideros 
dar testimonio de vuestras virtudes. E con- 
tando el agradecimiento que vos tenemos, 
daros y escribiros ésta; aunque confessamos 
de buena gana que tanta gloria y estado nos 
acrecentastes, que parece cosa recia poderos 
dar digno galardón; de manera que aunque 
grandes mercedes vos ficiéssemos, parecer- 
nos ya ser muy menores que vuestro mere- 
cimiento. E acordándonos otrosi como envia- 
do por nos con socorro en breve tiempo res- 
tituísteis en el reino de Ñapóles al rey don 
Fernando, casado con nuestra sobrina, echa- 
do del dicho reyno; el cual muerto, después 
el rey Federico su tio y sucesor en el dicho 
reyno, vos dio el señorío del monte Gargano 
y de muchos lugares que están cerca del; por 
lo qual volviendo en España honradamente 
vos recebimos. E acordándonos otrosi como 
enviado otra vez en Ytalia, requeriéndolo la 
necesidad y el tiempo, ganastes diestramente 
la Chafalonía, que es isla del mar Ionio, ocu- 
pada mucho tiempo de los turcos, de la que 
volviendo ganastes la Apulla y la Calabria. 
Por lo cual vos confirmamos y retificamos y 
fecimos duque de Terranova y Santángelo; y 
finalmente después de la discordia nacida 
entre nos y don Luis rey de Francia sobre la 
partida del dicho reyno de Ñapóles, estovis- 
tes mucho tiempo con todo el exército con 
mucho seso en Barleta, donde vencistes las 
galeras de los franceses, sufriendo con mu- 
cha paciencia, constancia, hambre y pestilen- 
cia assaz, y de ay tomastes á (a) Rubo, dó 

(a) A veinte y dos de febrero de quinientos y tres 
aflos en este Rubo, prendió el Gran Capitán á niosior 
de la Paliza, capitán general del rey de Francia, y á. 
moBior do Torno, capitán del duque de Saboya, y mandó 



muy grande exército de franceses estaba, 
dentro de veinte y quatro oras. E saliendo de 
la dicha Barleta, distes batalla á vuestros 
enemigos los franceses, quasi en aquel mis- 
mo lugar donde venció (a) Aníbal á los roma- 
nos. E de lo que es mas de maravillar, que 
estando cercado salistes á los que vos tenían 
cercado; en la cual dicha batalla matastes (b) 
al capitán general, y fuistes en el alcance 
desbaratando y matando los dichos franceses 
fasta el Careliano, donde los vencistes y des- 
pojastes de mucha y buena artillería, señas y 
vanderas, con aquel sufrimiento de (c) Fabio 
ditador romano, y con la destreza de (d) 
Marcelo y presteza de Cesar. E acordándo- 
nos ansi mismo como tomastes la ciudad de 
Ñapóles con increíble sabiduría y esfuerzo, y 
ganastes dos (e) castillos muy fuertes, hasta 
entonces invencibles, y de qué manera. Des- 
pués assentastes real en medio del invierno 
con grandes aguas cerca del rio Careliano, y 
estando los enemigos con gran gente de la 
otra parte del dicho rio; los cuales pasados 
ya por una puente de madera sobre barcas 
que fícieron contra vos y los vuestros, no 
solamente los retraxistes, pero fecha por vos 
y por los vuestros otra puente, passastes de 
la otra parte del rio súpitamente, y dándoles 
batalla los vencistes matando muchos dellos, 
y metiendo los otros por fuerza por las puer- 
tas de Gaeta; la qual dada la fé á su capitán 
para que se pudiesse yr por mar, luego se 
vos rindió la dicha Gaeta con el castillo. ¿Pues 
qué se dirá de vuestras hazañas, sino que 
dellas perpetua memoria quedará con mas de 
la gran sagacidad y valiente esfuerzo con que 
ganastes (f) á Ostia, tan fuerte y tan provei- 

poner mucha diligencia A personas honestas que guar- 
dassen, no se ofendiessen las iglesias de bienes que en 
ellas estoviesseu ni recibiessen mengua las mugeres. 

(a) Fue este vencimiento de Aníbal en Canas, aldea 
de Campania cerca de Roma. 

(6) Kste capitán general que aquí murió, era el 
duque de Nemos, solirino y capitán general del rey de 
Francia, y con él quince capitanes de gente de cavallo; 
los quales y él fueron enterrados muy honradamente 
por mandado del Gran Capitán en San Francisco de 
Barleta á cada uno donde convenia, y la otra gente, que 
fueron mas de tres mil, en silos y en otras sepulturas. 
E aqui se ovo muy rico despojo. Fue esto á veinte y 
siete de abril de mil quinientos y tres aúos. 

(c) Este era Fabio Máximo. 

(d) Marco Marcelo fue hijo de Otavia, hermana de 
Augusto Cesar, muy diestro en vencer. Lo de Cesar por 
Julio ditador so dice: el qual por la mayor parte 
siempre venció. 

(e) Esta toma de Ñapóles fue & quince de mayo dé 
mil quinientos tres, y luego por junio siguiente á once 
del fueron tomndos estos castillos de Ñapóles. 

(/) Esta Vitoria ávida de Ostia, al tiempo que con 
ella entró el Gran Capitán en Roma, donde delante de 
8Í metió 4 Menao de Guerra, excelente alcayde della, 



DEL GRAN CAPITÁN 



559 



da de gente, bastimentos y artillería, de que 
tanto daño los franceses á Roma facian? los 
quales ansi por vos echados de la Ytalia con 
todos aquellos naturales della que los se- 
guían, sometistes todo el dicho reyno de Ña- 
póles á nuestro señorío, donde mucho tiempo 
fuistes nuestro virrey. Por ende acatando lo 
susodicho, vos facemos merced del estado y 
señorío del ducado de Sesa, etc. 

Continuación del dicho sumario. 

Las quales cartas reales arriba escritas, 
muy poderoso señor, bastarían para historia 
perpetua, pues aquella autoridad se da á la 
escritura quanto al actor della con ser mas 
testigos de lo que hizo este claro Capitán 
todo el numero de gentes que en las guerras 
de Granada y Ytalia fueron: los quales dicen 
vieron grandes cosas que hizo en ellas; ca de 
buena razón no avian de estar calladas, antes 
contino nuestro deseo avia de sospirar para 
las saber: ca trahen provecho con deletacion; 
porque fueron tantas y tales que antes falta- 
ría tiempo que de aquellas hablar; de algunas 
de las quales bien breve parte vuestra ma- 
gestad aquí verá; pues le pertenece el cono- 
cimiento y juicio de las tales obras que son 
dignas vuestra alteza las sepa; y saber le an 
bien los frutos que dan estos vuestros reynos 
do nació este y otros Aníbales, que vivieron 
en ellos de que los comentarios están llenos: 
la ventaja que ficieron á todas las gentes con 
quien compitieron y guerrearon, y no tanto 
con numero de aquellas como con esfuerzo y 
fuerzas corporales. E yo de las que vi me 
atrevo á escrebir, aunque en mucha edad y 
poca abilidad que causaron poner en borro- 
nes vida que tanto merecía ser de buena tin- 
ta escrita, en especial á príncipe y señor que 
su grandeza en el mundo pone espanto (a): 
el qual nos quita la benivolencia con que á 
todos admite. Ca sí fuessen escritas de tal 
scriptor como son de loor, y las pusiesse en 
escrito como fueron en obra, otro Salustío ó 

con otros valientes capitanea que en ella se prendieron 
con mucho despojo y rica artillería: le fue fecho el mas 
pomposo reciVjiíniento, A, la costumbre de los antiguos 
romanos, que desde ellos acá á, principe ni á otra per- 
sona alguna fue fecho mayor; en el cual recebimiento, 
ni de palabra ni en cara se le conoció desseo de triunfar 
y triunfó porque venció. 

(o) Al principio de la habla que Vario Gemino al 
Cesar Julio dijo, los que ante ti osan hablar no conocen 
el tu poder. Los que ante tí n > osan hablar, no saben 
la tu bondad; aquí el autor aunque la grandeza del Em- 
perador le pone espanto, su bondad le quita el miedo. 



Tito Lívio era necesario para las recontar. 
Vegecio dice que no den culpa á la osadía de 
escrebir porque muchos se esfuerzan á decir, 
E Tulio que no hay ninguno, dice él, por sor- 
do y rudo que sea su estudio, que no quiera 
que sea visto, E queriendo yo seguir ambos 
vandos llano y claro diré lo que en fecho fue, 
contando las mismas cosas que todos vieron, 
apartando la jactancia de decir que fui en 
ello: en especial las de la guerra de Granada, 
do poco della pasó en aquellos quasi diez 
años que duró se me encubrió. Bien creo con 
les temerosos que no se acabe creer lo que 
no haríen, porque no quieren entender lo que 
debían de saber Cuenta un filósofo de Ate- 
nas que escogería antes (dice él) poner su 
vida á la ira de sus contrarios que á la liga 
de los embídíosos. ¡O Aníbal, quién hallasse 
nuevo línage de loor que te dar; que no te 
bastaba de palabra publicar; mas en escrito 
ponías las ventajosas cosas que los varones 
hacían! El qual como un día su acepto fami- 
liar le dijesse: cómo, señor, ahora paráis á 
escribir las hazañas claras de Maullo Aulson? 
Amigo, amigo (dijo él), haz tu con él que no 
las haga, y avrás acabado conmigo que no las 
escríva. ¡O qué palabras de dotrína si oy co- 
rriese! Bien tengo que si este varón fuera de 
fuera de la tierra que corriera su moneda y 
con mejor gana la passaran: pues fue assaz 
de peso, mas su naturaleza y pensamientos 
holgados que tiene la muchedumbre azolfa 
su oír: el qual avía de estar tan despierto 
que con ardor se devían desear saber sus 
fechos assaz valerosos. Todos medren, decía 
don Fernando de Guevara, sino mi primo y 
mi vecino: y Claudiano que la presencia dimi- 
nuye la fama del esforzado, porque son mu- 
chos los temerosos. ¡O pues y qué bien es 
oyr hazañas claras que nos inducen á bon- 
dad, y escuchar vicios nos traen aborreci- 
miento! Respondió Séneca á uno que le pre- 
guntó cómo no avrian embidia del: no tengas 
(dijo él) cosa buena ni hagas cosa bien. Lue- 
go ansí es que nuestra condición será mas 
devota y inclinada á escuchar mal que á oyr 
bien; pero á mí ver los cuerdos deven sofrir 
lo que dellos dirán los malos antes que hacer 
injuria á los buenos no diciendo sus grandes 
hechos (a). ¡O embídíosos que sola imagen 



(a) Después de gran gloria, dice Salustio, se sigu* 
grande embidia; y Sócrates, que tantos dolores tienen 
los envidiosos, cuantos deleytes tienen loa prósperos. 



560 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



teneys de hombres quánto mal podays! ca 
dañays cuanto quereys quitando á los bue- 
nos y mas á los nuevos ricos el esquilmo de 
sus merecimientos. E pues lo envidiays tan 
mal no vos lo se escrebir mas bien de poner 
letra por parte en lo dicho para abono (a) de 
vuestra embidia, de la qual ansi como no se 
os sigue interesse menos la gozays con de- 
leyte. Yo, muy alto emperador, sin que nin- 
gún dolor me apassione parezco ante vuestra 
magestad con aquel temor que Virgilio tuvo 
contando sus obras al Cesar, y Plinio scri- 
biendo á Vaspasiano. E daré linderos en esta 
obra no añadiendo, honrando lo que hablo, ni 
por envidia aquello menoscabando diré y di- 
rán todos los que gana tovieren de contar la 
entera amistad de la verdad. Ca no hay me- 
moria tan deleznable que no se acuerde que 
vimos ayer que quedando Gonzalo Fernandez 
de Córdova huérfano, no le falleció el bene- 
ficio de don Alonso Fernandez de Córdova, 
cuya fue la casa de Aguilar, su hermano, que 
conociendo á los mozos la orfanidad los in- 
duxesse á ocasión de culpa, largamente le 
proveyó de lo necesario, y lo encomendó 
para lo enseñar á Diego de Cárcamo, caba- 
llero sabio; y con él lo envió á don Alonso 
Carrillo, arzobispo de Toledo, y á don Juan 
Pacheco, maestre de Santiago, mediante la 
autoridad grande que en estos reynos tenian 
por su mano fuesse assentado con el rey, los 
quales lo recibieron alegremente, y le dieron 
al príncipe don Alonso, que adelante rey se 
llamó, y del se sirvió de page. Muerto el rey, 
la princesa doña Ysabel, que santa gloria 
haya, nuestra reyna y señora que fue, envió 
por él que tan acompañado fue como la otra 
vez, y á pocos dias que á Segovia llegó, Co- 
varrubias le dijo : la princesa le mandaba 
assentar larga y complida quitación, que 
queria saber qué compañía traya. «Yo, señor 
maestresala, dijo él, soy venido aqui no por 
respeto de interese, mas por esperanza de 
servir á su alteza, cuyas manos beso». E como 
reynaron en estos reynos los Cathólicos rey 
don Fernando y la reina doña Ysabel, su mu- 
ger, que sucedió en ellos; ella por fin de su 
hermano (b) el rey don Enrique, sivieronse 
del todo el tiempo que uvo justas en la cor- 



ea) El embidioso, dice Senécaí de si mismo es tor- 
mento. 

(b) Este Rey don Enrique murió i-n Madrid á once 
de diciembre de mil cuatrocientos setenta y cuatro 
afios. 



te, y juegos de cañas, y otras fiestas; ansi en 
palacio como fuera, gastaba, y trabajaba de 
preceder á todos los cavalleros mancebos de 
su tiempo. Luego principióse de sobresalto 
guerra con el rey don Alonso de Portogal, 
que muchos deste reyno con codicia, unos de 
acrecentar bienes y estados, y otros con an- 
sia de consérvanos, en él metieron por la 
parte de Placencia. 

Este Gonzalo Fernandez con la gente de 
don Alonso su hermano fué á Trogillo, donde 
concurrieron muchos capitanes y gente con- 
tra Mérida y Medellin, que á la sazón de par- 
te del rey de Portogal estaban, y teniendo car- 
go de la capitanía general don Alonso de Cár- 
denas, maestre de Santiago. Después que 
ovo vencido (a) en batalla en la Albuhera al 
obispo de Evora, capitán general de Portogal, 
y á los castellanos que seguían su partido, jun- 
tos los capitanes y á ellos por él fecho un razo- 
namiento y á aquel respondido: «No habéis 
parecido, dijo el maestre, oy señor Gonzalo 
Fernandez menos bien en vuestro hablar que 
ayer en el pelear». 

Concluido lo de Portogal y nacido lo de 
Granada con la toma de Alhama, primero de I 
marzo de mil cuatrocientos ochenta y dos, el 
rey y la reina sirviéronse deste Gonzalo Fer- 
nandez, capitán de ciento y veinte lanzas, que 
era el numero mayor de aquel tiempo, con el 
qual cargo se mostró de prompto consejo en 
las hazañas singulares y á los trabajos y pe- 
ligros de la guerra salia á recebir con ánimo 
no vencido. E continuándose la conquista del 
reyno, el rey que tenia su real cerca (b) Taja- 
ra, mandó la fortaleza combatir, donde Gon- 
zalo Fernandez de improviso con los suyos 
tomó muchas puertas de las casas, poniendo 
en lugar de bancos pinjados, y aquellas bien 
guarnecidas y atadas con cortezas de alcor- 
noque de un colmenar que allí halló: dio tal 
priesa al combate por la parte que le cupo, 
que los moros fueron constreñidos á mover 
habla para se dar. Los cuales tomados, visto 
el Rey el recaudo que se daba, y como los ca- 
sos de esfuerzo hacia, y la diligencia que po- 
nía en las cosas tocante á la guerra, en la cual 
comenzada la pelea era el primero que entra- 
va en ella y el mas tardío que se partía de la 

(a) Cerca de Mérida fue esta batalla de Albuhera, 
primero dia de cuaresma de mil cuatrocientos setenta 
y nueve años. 

1^) Este cerco y toma de Tajara fue por junio de mil 
cuatrocientos y oclienta y tres afios. 



i 



DEL GRAN CAPITÁN 



561 



lid, y el afición que aquellos que le seguian le 
tenian, ca les monstrava ansi como en escue- 
la de virtud tratándolos blando y con allhago, 
tuvo cura de le honrar por le ver delantero 
en los peligros. E cercada la villa de YUora, 
do recibieron daño los cercados, y mas peli- 
gro los cercadores, el alcaide Alialatar, el 
mozo, pidió partido para se dar. El rey man- 
dó á Gonzalo Fernandez que con su gente la 
recibiesse. A segundo dia la reyna que alli 
vino, envióle á decir que otro dia el rey y ella 
querían oyr missa en la fortaleza y comer con 
él. Al sobir entre las dos puertas que alli es- 
tan, Gonzalo Fernandez, le dijo la reyna: «En- 
cargaos de la tenencia desta villa y fortaleza, 
y ved lo que se da de tenencia con el mas 
principal de la frontera, que al tanto y mas 
vos mandaremos pagar con esta. E quanto á 
artillería y gente de pie y de cavallo quedará 
tal y tanta y bien pagada quanto con el ayuda 
de Dios podays hacer guerra á Granada. E 
pues que en el mas peligro está el menos 
daño, por mi servicio tomadla; y para lavor 
quedarán tales maestros y aparejos que ansi 
lo derribado con el artillería como lo mas ne- 
cessario se bien reparará, porque de otra ma- 
nera mas vos quedaba huessa que defensa». 
«Pues vuestra alteza (dijo él) ha dicho mas de 
lo que yo podia pedir, aquello suplico mande 
cumplir». El qual provehido de aquella tenen- 
cia con artillería y assaz numero de gente de 
pie y de cavallo, á la qual ansi como la tenia 
por examen escogida, bien ansi con ella era 
muy comunicable su virtud y mesa: ca procu- 
raba aquellos que para su compañía tomaba, 
no menos de vergüenza fuessen que de es- 
fuerzo y corazón; y si no lo tenían, echavalo en 
disimulación, y con la continuación de la gue- 
rra se les apocava el temor. E con esto se 
hacia la guerra tan contino á la ciudad que los 
della fueron constreñidos á poner guarda de 
gente de cavallo en Albolote y hacho en la to- 
rre de las Almendras. E como un dia los hom- 
bres del campo le traxessen lengua, y de aque- 
lla sabido como los caballeros de Granada que 
estaban en Alhendin se podían descalabrar, 
hizolo saber á Martin de Alarcon que con la 
gente de Moclin juntos armados en unos lin- 
dazos de acequias que allí estaban los acu- 
chillaron, y los suyos no sin sangre aunque 
con Vitoria vinieron. Luego segunda noche, 
como supiesse Gonzalo Fernandez por sus 
espías moros que en Granada tenia, las ne- 

Crónicas del Gran Capitán.— 36 



cessidades en que la frontera los ponía, y 
como cerca de Alcanterxeníl están unos moli- 
nos, los molineros de los quales se podían to- 
mar, llegado á ellos no los pudieron entrar. 
«Pues no llevamos harina á los hombres del 
campo (dijo él), hagamos ceniza: guiad (a) á 
essa puerta primera que da voces la vela». 
Fue tan grande el rebato essa noche en la 
cíbdad quanto la admiración y escándalo otro 
dia, viendo quemada la de Bíbataubín, en es- 
pecial los hombres de poco ánimo, que es el 
numero mayor. 

La muerte del rey de Granada. 

Muerto Muley Bulhacen, Rey de Granada, 
su hermano Muley Baudelí apoderosse en 
mucha parte del reyno, y íntitulosse rey: al 
qual unos llamaban el rey Viejo y muchos el 
Zagal, y otros rey de Guadix. Muley Baudilí, 
hijo de Bulhacen, quedóse en nombre de rey, 
porque en vida del padre y contra su volun- 
tad se llamaba rey. Al qual ansi mismo aun- 
que igual en edad, pero por ser sobrino, de- 
cían el rey Mozo, que por otro nombre llama- 
ban el rey Chiquito. Como el reyno estovíese 
en dos partes y la cíbdad de Granada posse- 
yese el rey viejo al tiempo que Gonzalo Fer- 
nandez llegó á pegar fuego á las puertas de 
Bíbataubín, como es dicho, el mormullo del 
pueblo fue tan grande como suele ser en los 
semejantes casos: unos diciendo que avia trato 
en la cíbdad; otros que había falta de guar- 
das, las cuales ellos no faltaban de pagar 
dando para ellas continuos pechos y tributos, 
y otros prenosticando juicios que el pueblo 
en casos tales careciente de verdad suele 
echar. Sabido por el rey viejo, fuele necesa- 
rio andar por la ciudad, y dezirles cómo eran 
espantosas aquellas cosas á los hombres que 
carecen de varones que no podiendo los 
christianos sufrir su poder en el campo ¿por 
qué lo hacían ellos flaco en su cíbdad? «Nues- 
tra flaqueza (dijo él) no haga grande su fuerza; 
que si no fuéssemos nosotros tan temerosos, 
no serian ellos tan valientes; y no os deveis 
turbar por estas cosas que son otorgadas al 
oficio de la guerra, que esso que vosotros te- 
meys, me pone confianza á la hora de la pelea 

(a) Fue en ostos días que se pegó fuego en esta 
puerta de Bibataubin terrible tumulto en la cíbdad, 
diciendo la mas parte que Gonzalo Fernandez no avia 
alli llegado sin tener trato en ella; otros prenosticando 
juicios sospechosos, que les dló causa en la guarda della 
poner dobladas guardas. 



sel 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



mostrareys vuestro esfuerzo, y no cureys de 
alborotadores que en'^esto hablan; pues vues- 
tras cosas son [de loor y de mucha admira- 
ción: ca de los .tales parleros costumbre es 
poner sus fuerzas en las bocas». Esto y otras 
muchas cosas les dixo para les sosegar con 
que se pornian dobladas guardas y el campo 
seguirla no como señor de la guerra mas 
como guerrero militar della. E aquel tiempo 
un alhaqueque moro conoció en Yllora una 
de las espias que Gonzalo Fernandez tenia 
natural de Granada: y denunciado al alguacil 
della, vuelto mandóle prender, y atormenta- 
do, la causa de ir y venir á Yllora le demandó. 
«Yo voy, dice él, señor, y otros muchos á Gon- 
zalo Fernandez porque aquí morimos de ham- 
bre, y de la contina candela de su cocina 
hartamos nuestros hijos, y de su paño nos 
vestimos.» 

La entrada áel rey mozo en el Albayciny 
Gonzalo Fernandez y Martin de Alarcon 
con gente de cavallo y de pie á le ayudar y 
pelear con el rey viejo que tenia el Alhambra 
y la ciudad. 

Morándose la ciudad llena de parcialidad, 
y no vacia de daños y engaños, yva su mal en 
crecimiento, porque allí seguía mas la lealtad 
do se hallaba partido mas crecido; y con esto 
y deseo de cosas nuevas procuraban muchos 
con escándalos adquerir el pueblo á su vo- 
luntad. Esto hacia tener á todos los ánimos 
llenos de miedo y vacíos de esperanza, ansí 
por la guerra que les hacían de fuera como la 
que criavan de dentro. El Albaycin que es 
parte principal en aquella cibdad metió al rey 
mozo, con el qual muchos servidores y cria- 
dos y aficionados que ansí allí como en la 
cibdad tenia, estos con los del rey viejo ha- 
cían cada dia ruido. A este mozo favorecía 
el rey y la reyna con seguro de paz que die- 
ron ansí á los del reyno que de su parte es- 
tovíessen como á los del Albaycin, que con- 
tino sus almayares y mercaderes entraban en 
el Andalucía por pan y azeyte y provisiones 
necessarias, los quales eran por las guardas 
y gentes de la frontera bien tratados. E como 
el puerto más llano y cercano de Granada 
fuese Yllora, assi por esto como porque les 
davan y tratavan bien en ella, era por allí el 
contino paso. Los del Albaycin viendo quan 
benivolo les era Gonzalo Fernandez, amában- 



lo, y las barajas de la ciudad con los del Al- 
baycin cada dia se continuaban mas, haciendo 
todos buen mercado dellas. Visto el mozo como 
algunas esperanzas que los de la ciudad le 
avian dado, quando fue llamado para entrar 
en el Albaycin, salian inciertas, porque todos 
seguían no aquel rey que tenia mejor derecho 
al reyno, mas aquel que les dava mayor par- 
tido; é conociendo según la grandeza del pue- 
blo que con los debates que dentro se criavan 
y con la guerra que de fuera se les hiciesse 
se consumiría de manera que todos toviessen 
necessidad de le obedecer, con esto tomó el 
consejo mejor y envió á suplicar al rey y á la 
reyna mandassen á los capitanes y alcaydes 
de la frontera (o) apretassen la guerra de 
fuera porque de aquella constreñida la ciu- 
dad, él se pudiesse mejor en el Albaycin sos- 
tener. Venido el mandamiento á la frontera 
que aquello que el rey mozo les escriviesse 
hiciessen, Gonzalo Fernandez que al mozo 
amava hacer placer y servir, sabiendo que los 
del Albaycin no andaban como devian, mas 
temporizavan como hacían porque veían la 
parte del viejo mas arraigada en la ciudad, 
habló con el comendador Martin de Alarcon 
que tenia á Modín, que pues tenian manda- 
miento del rey y de la reyna para ayudar á la 
parte del mozo, que estaba en infortunio, se- 
gún por su letra parecía, que á Gonzalo Fer- 
nandez contava en ella la inconstancia del 
Albaycin que le dava causa para salirse á 
Yllora, señalándole noche y lugar y hora don- 
de le esperassen si saliessen tras él, pues 
otro lugar no tenia mas seguro que donde él 
estaba. Ca las armas del Albaycin no le eran 
ciertas, en especial las de aquellos merecien- 
tes ser castigados mediante sus delitos: que 
si mandaban ambos fuessen al Albaycin con 
la gente de sus capitanías, que con dar algo 
á unos alborotadores que allí estaban, y cas- 
tigar á otros que zizañaban, se sosternía el 
Rey en él. E pues que vos, señor, y yo esta- 
mos determinados de hacer por él, ni avernos 
de mirar á peligro ni trabajo, pues todo lo 
habemos de posponer á este caso que se 
ofrece. El capitán Martin de Alarcon, como 
fuese otro (6) Pithias de Gonzalo Fernandez, 

(a) Todo graa pueblo entre si se consume y no tiene 
paü, dice Tito Livio, si fuera dél no tiene enemigo que 
le faga guerra. 

(b) KBto PithiaB, que otros llaman Facias, fue tan 
verdadero en el amistad, que mandando Dionisio Sira- 
cuBauo matar á Damon, y dáudolu término para ir á 
dejar ordenada su casa con que dejase fiador, Pithias 




DEL GRAN CAPITÁN 



5^ 



«Yo señor (dijo él), n¡ temor de captividad ni 
perder la vida que mas preciamos, como al- 
gunos os ponen delante, me ha de dar em- 
bargo de seguir vuestro mandado, que bien 
creo los moros, con vuestra ¡da, dellos con 
fuerza rigurosa y otros con tratos amigables 
permanecerán en el partido que están». Acor- 
dados de ir con la gente de cavallo de sus ca- 
pitanías y numero de espingarderos, á la luz 
primera entraron en el Albaycin. El rey los 
recibió con complido placer, y aquel se le do- 
bló con mayor medida quando Gonzalo Fer- 
nandez le envió dineros, paño y sedas que 
metió, de que fueron pagados sus cavalleros; 
y entrada esta nueva en la cibdad, della se 
salió al Albaycin mucha gente con codicia del 
sueldo que adelantado les pagavan. Luego 
otro dia puesto recaudo en las estancias que 
contra la cibdad estavan, y sobresalientes 
para resistir donde necessidad los Uevasse, 
salieron con el rey al campo, do muchos que 
en la ciudad estavan neutrales se pasaron á 
él. Allí se publicaron por boz de pregonero 
nuevos seguros que Gonzalo Fernandez llevó 
del rey y de la reyna para los moros que es- 
toviessen del partido del mozo. El qual y los 
capitanes continuavan las escaramuzas, don- 
de los espingarderos christianos hacian daño. 
Estos capitanes Gonzalo Fernandez y Martin 
de Alarcon concertaron con el comendador 
Alonso de la Peñuela que con la gente de ca- 
vallo de Loxa y Lope Sánchez de Valenzuela 
con la de Alhama corriessen el camino del 
Padul la via del Alhendin, porque al rebato 
de aquellos saliesse el viejo como salió de la 
cibdad, para que el mozo con los capitanes 
diessen en la zaga fuera de Granada. Al rey 
viejo allí los alcaydes Zafarjal y Manfot le di- 
jeron: «¡O señor, cómo mas necesario tiene el 
rey ó capitán mirar primero á sus espaldas 
que no á la delantera!» Volviendo á la cibdad, 
fue en el Almorava, que es un campo allí cer- 
ca, tan recia la escaramuza de ambos reyes y 
capitanes que en el angostura de fuerzas y 
ahilamiento de hambre la noche con sed les 
apartó, y no fue apartado muchas veces des- 
te peligro (a) Fernandalvarez. Maravillados 
los moros de lo que en la pelea los capitanes 



quedó en rehén para recibir la pena no volviendo 
Damon; el qual al p azo que se le dio volvió. El tirano 
DionÍBÍo de aquella amibtad maravillado, A, los amigos 
libres les roKó fucsse el tercero en su amistad cou ellos. 
(a) Este Fernandalvarez, alcaide que fue de Colo- 
mera, era valiente hombre en la guerra. 



con SU gente hicieron, y quanto daño los de 
la cibdad recibieron, les dijo el rey abrazan- 
dolos. «¡O alcaydes señores, cómo los peligros 
á que os aveis oy puesto nos han sacado 
dellos ansí en el campo como en los adarves 
y puertas y calles!» Contino avia recias con- 
tiendas, y iva de bien en mejor á los del Al- 
baycin y con aquel favor del dia pasado en (a) 
Almorava salieron los del Albaycin con espin- 
garderos y vallesteros christianos; y enreda- 
da el escaramuza cerca de Bibalmazan, y 
aquella cebándose de gente de todas partes, 
Gonzalo Fernandez visto salir de la cibdad 
mucha gente, esforzando á su parte dio una 
espolonada recia diciendo: «Venid señores, 
que tan abiertas nos serán hoy las puertas 
entrando matando como á los que van hu- 
yendo: ca si con Vitoria oy salen nuestros 
enemigos, ó la par, será en peligro todo lo de 
nuestra parte.» Con esto dando espanto á los 
unos, tomavan esfuerzo los suyos. 

Cómo ios alfaquies y viejos de Granada pro- 
curavan conformidad entre estos dos reyes. 

Muchos alfaquies y viejos de la cibdad 
viendo que assí el un rey como el otro fati- 
gavan con tributos y no castigaban insultos 
de que el pueblo estava lleno, padeciendo los 
pacíficos miserias de los tiranos que usavan 
el oficio de las fuerzas con todo afán y peli- 
gro, ca pesávase todo con la medida de las 
mismas cosas, y la muchedumbre anteponía 
por mas amados á los mancebos mas malva- 
dos: ca estos estavan tan abituados á mal- 
bivir, y aquel estimaban por mas amenguado 
que menos fuerzas y delitos cometía. Y tra- 
tándose desta cosa viendo cómo la cibdad y 
reyno por todos cabos se horadava con pu- 
janza de daños que los buenos recibían, de 
secreto hablaron con algunos alfaquies y ciu- 
dadanos y labradores honrados del Albaycin, 
los quales de miedo dilatavan lo que todos 
desseavan, y apresurados entendían en la re- 
conciliación de ambos reyes, para que con 
concordia igual dexassen la guerra, y no quí- 
siessen con porfía esperimentar la fortuna; y 
increpando á sí propios el alfaquí Mahomat 
el Pequeni decía á todos: «¿Quando en los 
días de los malos cesarán nuestros males? 
Ca de los comportar nuestros enemigos nos 

(a) Esta Almorava es un campo cercado, dó es agora 
San Gerónimo de Granada. 



564 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



han mancilla. ¡O cómo si fuessemos buenos al- 
faquies y viejos, y derramassemos nuestras 
lágrimas en tratar la paz cómo no derrama- 
rían los christianos nuestra sangre en la gue- 
rra! pues la razón quiere y la justicia defien- 
de á los moros tomar armas contra moros, y 
tan recias que con el favor del sueldo que 
Gonzalo Hernández metió y da, no se siente 
el daño que en lo recebir se sigue. E otro mal 
igual á este, que seguís hombres nuevos ven- 
tajosos en maldad por negligencia de justi- 
cia, de los quales gran numero anda por las 
calles con callosas manos de hacer mal á sus 
vecinos. Y en lugar de se ocupar en peligro- 
sas y famosas cosas de virtud, desarraigan- 
do los enemigos de su pueblo sin entremeter 
á lo dañar gastando en ello sus trabajos, fati- 
gando los hombres llenos de buenos pensa- 
mientos, por ende ver quanto en tormento 
viven los que á estos siguen. Que no de la 
cibdad mas de la tierra para bien y utilidad 
della devian ser desarraigados, y con vuestra 
esperiencia proveer lo presente, pues veys 
los nervios cortados para más mal suceder 
adelante. No dudo algunos digan que la habla 
es recia, pero es mas segura: pues mejor es 
morir honrada y virtuosamente en el campo, 
que no meter en nuestras casas enemigos de 
quien seamos subjetos. Lo qual siempre se- 
remos, si luego no usamos de la Vitoria que 
en nuestras manos tenemos para ser libres, y 
dejando amonestamientos tomemos armas y 
fuerzas para amar y defender nuestra cibdad 
y reyno, que el hierro callente se labraja. E á 
priessa antepongamos la libertad á la vida y 
huyremos la servidumbre, y venza nuestra 
vergüenza el miedo, ca no menos es ávido de 
flaco ánimo el que no muere quando con- 
viene, que el que muere cuando no es me-^ 
nester: ca guardar nos debemos, no solo 
de lo presente mas de. lo que de futuro podría 
acaecer, ca lo que padecemos mas es por 
nuestra flojedad que fuerza de los enemigos». 
Con estas y otras cuitas emponzoñadas que 
este alfaquí Pequení que tenia puesta la vo- 
luntad en libertad y en menosprecio la muer- 
te decia, y otros mozos y viejos que de se- 
creto le seguían, andando de uno en otro pu- 
sieron venino con escándalo en el Albaycin. 
El rey que fue sabidor dello por parte del 
Chorrud, alfaquí honrado y principal allí, noti- 
ficólo á Gonzalo Hernández que como cosa que 
nuevamente vino á ello, pidióle su parecer 



porque estava en hacer justicia recia de al- 
gunos alborotadores perversos. «Vuestra se- 
ñoría (dijo él) deve llamar, y cortesmente 
halagar á estos escandalosos: pues no es de 
otra cosa tiempo pedir á esta gran población, 
desenfrenada su defecto, que conviene per- 
donar pues no ay fuerzas para los castigar 
en tiempo que toda (a) cerda hace sombra: ca 
á todos y mas á los reyes conviene sofrir una 
de pocos, por no sofrir muchas y de muchos, 
pues la cura con que estos se han de cobrar 
es bien hablalles y alivialles no solo de pe- 
chos mas aun de los derechos que de derecho 
os son obligados. Ca con mas seguridad se 
acrecientan los estados (b) perdonando que 
vengando; en especial ver como anda todo 
tan dudoso que requiere mas clemencia y ;| 
suelta que no gobernación rigurosa: que su ■ 
tiempo avrá que carezcan de la vida aquellos 
que no usaren della como conviene al sosie- 
go de la ciudad. Ca mejor es á los dañosos 
dejallos con miedo; que con aquel y deseo de 
perdón se enmendarán y serán modestos en 
lo porvenir. Lo que con cuchillo, sus seme- 
jantes que fuera de aquel quedaren, no se po- 
drán corregir, y es dar lugar á que cuajen más 
sus males. Por ende mirad, señor, que para 
que los hombres duren no ha de durar mie- 
do en ellos: que al rey mas amor que temor 
le hace señorear, y dando lugar á vuestra ira, 
quedaos tiempo para consejo, con el qual da- 
reys el remedio necesario (c): que el poderío 
con amor y buenas obras á los subditos se 
possee mas seguro que con gentes, ni oro, 
ni verdugo. Ca si ganáis, señor, la benivolen- 
cia desta gente escandalosa, no descaecerá 
vuestra potencia y sereys tenido en precio, 
que vos es necessario estando los enemigos 
tan pegados; prometiendo á los que vos fue- 
ren provechosos en la guerra mejoría en la 
cibdad. Ca, señor, no es de acusalles su osa- 
día quando está encendida su desesperación 
y ira: que el señor que por premia quiere ser 

(a) Lacerda dice, porque cuanto de menos valor^ 
mala condiciou es el malo, tanto mas puede en puef 
turbado. 

(h) Por letra pidió Periandro, gobernador do Cor 
thio, A Solón, si desterraría á unos ciudadanos, de ' 
lealtad de los cuales estaba dudoso 'No lo bicieBe, 
pondió. antea siempre rcf-istiese i'i la ira, porque los ii 
cantes viendo á sus vecinoH ausentes l<i terniíin oner 
tad. Ca si fuesG Iienigno todos lo serian anilRos; pues ; 
perdonar es mas noble que el vengar, ca aquella es ] 
pia Vitoria que sin sangre se toma . 

(c) No defienden, dice Salustio, los thesoros ni baf 
tes el royno mas fácilmente que los amigos: los cua' 
no por oro se compran, ni por arrias apremian; mas i 
lamente se cobran por fé y buenas obras. 



DEL GRAN CAPITÁN 



565 



tenido, por fuerza ha de aver temor de los 
que temen. Ca reynar mucho, quiere perdo- 
nar, y vuestra fama anticípese al enojo des- 
tos acelerados alborotadores, llenos mas de 
escándalo que de razón, causadores de poner 
la república en principio de perdición. Ca en 
las grandes comunidades ay muchas y varias 
voluntades, llenas de osadía y vacías de con- 
sejo, haciendo unos á otros de los yerros 
gracia. Ca la propiedad de la muchedumbre 
assi como subjeta sirve humil y blandamente, 
bien assi quando señora acomete orgullosos 
delitos, y dello verá señal cerca vuestra se- 
ñoría, pues la libertad que á la puerta tiene 
con vuestro real señorío la menosprecia en 
lugar de la retener y procurar con diligencia: 
ca agena debe ser la (a) venganza del rey, 
porque puesto que sea justa, es ávida por 
crueza, por el vigor de la potencia real; la 
qual perdonando á estos perpetuamente se 
dirá de vuestra mansedumbre y piadosa cle- 
mencia, de la qual letras y lenguas en toda 
edad de las gentes no callarán vuestros loo- 
res diciendo que á la gran causa tovistes (b) 
mayor templanza, en especial que mas segu- 
ros son los hombres que obedecen de grado, 
aunque ayan rebelado y tomado armas para 
defenderse, que no los que por fuerza obede- 
cen. Y no es, señor, menos loado hacer lo 
complidero por prudencia y moderación sin 
sangre, que vencer en el campo con derrama- 
miento della; quanto mas, señor, que todo 
poder deve ser mas inclinado á la paz que 
á los dudosos fines de la guerra por la in- 
constancia de las cosas humanas, que son in- 
ciertos sus acaecimientos y muy dudosos á 
los mortales». Otro diaal Albaycin venido por 
mandamiento del Rey rogó á Gonzalo Her- 
nández les hablasse, pues allí había aljamia- 
dos y assaz declaradores; el qual asi les dijo. 

Razonamiento de Gonzalo Hernández 
al pueblo del Albaycin. 

«No sé yo por cierto, señores, qué mayor 
guerra publica os hacen vuestros contrarios 
que la quede secretóos hacen vuestros veci- 
nos, andando sembrando en vuestros ánimos 
zizañas, para que perdays vuestras haciendas 

(a) Todas las cosas , dice Saluatio , son de probar 
primero que el cuchillo. Así aqui Gonzalo Pornandcz 
por mejor tiene el perdonar que el vengar. 

(6i Ca asi era preciado el Emperador, decía oí Cesar, 
Vencer por consejo como con espada. 



y en aventura tengays las vidas; turbiandoos 
la paz colmada de que gozays, que por muchas 
razones se prueva el gran provecho que della 
se os recrece; la qual toda ora mas nos man- 
da el rey y la reyna conservar y guardar con 
toda diligencia, y assi se hace, de que son tes- 
tigos lo-í de la ciudad, viéndose cada dia cap- 
tivos como enemigos y vosotros libres como 
leales, y por tales entrays en Castilla, y traeys 
lo que quereys sin vos catar y bien tratar, y 
en lugar deste beneficio murmurays contra 
vuestro rey y señor, de quien os mana esta 
buena obra que recebis. Aved, señores, me- 
moria que el señor rey es vuestro natural y 
hijo de la casa de Granada, que con titulo 
derecho le pertenece este reyno que su tío 
con poca conciencia y mucha injusticia le ocu- 
pa tiránicamente: lo qual como buenos vasa- 
llos y leales criados no en pequeña mengua 
devriades de sentir, y cessen estos conventi- 
llos y malas hablas entre vosotros, y trocad 
vuestra ira en amor, y cambiad vuestro ren- 
cor en paz y sosiego, y ser suficientes á co- 
noscer la verdad desechando espanto y mie- 
do, el qual quanto su señoría contiende por 
vos quitar junto con la paga de los derechos á 
que soys obligados, no menos porfíays unos 
á otros dañificar con vuestros veninos enco- 
nados; y lo peor es que seguís á hombres ma- 
los, viles y de escuros ingenios, cometedores 
de criminosas hazañas, á los quales days ga- 
lardón en lugar de pena, y á los buenos penas 
por galardón. Por Dios, amigos, no codicieys 
novedades, ni seays causa de que por dejar 
de castigar su señoría á los pocos empozoña- 
dos, perezcays los muchos y sanos: ca si en 
discordia estamos es por no castigar sus 
atrevimientos passados. Por ende, hermanos, 
enmendaos, sino el tardar de vuestro castigo 
cotí la grandeza de vuestra pena se recom- 
pensará. Ca sabed que los vasallos no obe- 
dientes mas son subjetos lítíjosos que ami- 
gos de lealtad; de los quales su porfía no 
cause que perdays vosotros la vida que con 
vuestras artes mereceys tener á la servidum- 
bre sometida. O amigos y señores, como sí lo 
que deveys haceys quanto de su señoría 
haréis con suplicaciones humildes y no con 
armas rigurosas, pues le veys inclinada la vo- 
luntad á otorgada piedad. Ca con el mayor 
con esto todo ruego se acaba. E por gratifi- 
car á los amadores de la paz assolverá á los 
codiciosos de la contienda. Y pues es visto 



566 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



que vos han venido y vienen males de oir á 
los malos que ni quieren callar ni saben sose- 
gar, no los escucheys.Ca piensan de enrique- 
cer con novedad de ver el pueblo y reino tur- 
bado; antes contra ellos mostrad vuestra 
saña furiosa, pues su comunicación vos es 
sospecha dañosa: ca para los malos reprimir 
aquí somos mas llamados de vuestra fortuna 
que de voluntad el señor alcayde de Martin 
de Alarcon y yo, que delante hallareys para 
vuestro amparo: y debeys tomar ejemplo en 
los de la cibdad, que temen mas la rigurosa 
crueldad del Rey que siguen, de quien son 
apremiados con imposiciones y añadiduras de 
pechos, que á las armas de vosotros, que si 
castigados fuessedes obedeceriades, y con 
ser perdonados soberviays, como hace la mu- 
chedumbre quando le dan soltura. Ca mas 
por maravilla de virtud que por razón de jus- 
ticia en su señoría aveys hallado perdón de 
vuestros escessos; porque es tanta la gran- 
deza del beneficio que de su alteza aveys 
recebido, quanto la multitud de vuestros crí- 
menes y escessos los manifiestan: el miedo de 
los quales os hace perseverar en errores, y 
criar osadía, y poner sospecha en vuestra se- 
guridad. Ansí que, señores y honrados varo- 
nes, concebid, concebid para vuestro castigo 
amonestamiento blando y no fuerza sangrien- 
ta. Ca por averse echado amanizquierda vues- 
tra pena, no por esso cometays culpas, las 
quales son tantas que recio serian essecuta- 
das en vuestras personas y casas, si en el rey 
reynasse crueldad como mora misericordia, 
que vos está cierta de su excelencia, pues 
aveys muy clara esperiencia en su managni- 
midad que es tanta, que las grandes penas que 
por vuestros malificios mereceys, absolución 
dellas por beneficios recebireys. Por ende, ca- 
balleros, si haveys oydo de mí cosa que no 
vos plega, enmendaos á lo hacer mejor y no 
vos lo diré peor de quanto los subditos ren- 
cillosos de su natural son tan flacos, quanto 
al rey hace fuerte el no obedecelle. É creedme 
no pongays á su Señoría en tal estrecho, que 
buscando en qué modo mejor vengándose 
perezcays: pues vuestra lealtad es en quanto 
paresce mas no en quanto verdad. Una cosa 
querría, señores, de'vosotros, que mireys la 
culpa que teneys, y vereys que no ay pala- 
bras por mi dichas que no sean peores las 
obras por vosotros hechas; y pues su señoría 
es contento con solo vuestro arrepentimiento, 



aquel continuad que basta para su olvido; y 
ved bien que todo lo dicho es en vuestro fa- 
vor, y agradesced que os amonesto vuestra 
salud, y no vos engañeys á ser osados por la 
blandura que se vos da. Ca sabed que ansí 
como teneys rey para lo bueno remunerar, 
assi es recio para vos castigar: de tal manera 
que vos sea no durable la libertad y provecho 
que aquí y en Castilla teneys, pues vosotros 
no quereys usar del como debeys, antes vos 
debe ser poco largo; pues con tanto cuidado 
reteneys vuestro propio daño; y no vos escan- 
dalizeys en aver oydo cosas no á vuestra vo- 
luntad: porque mas ha sido mi gana de vos 
aprovechar con obras que no contentar de 
palabras, pues las dichas no son tan ásperas 
quanto la enfermedad de vuestras cosas», E 
assi hecha la habla le dijo el rey: «Oy conveni- 
bles, señor alcayde, han sido amenazas, pues 
aquellas han quitado el mal que imaginavan. 
Ca vuestras razones han hecho conservar oy 
tanto este pueblo en sosiego quanto en so- 
bervia estaba ayer puesto. El alguacil y estos 
alcaydes y viejos dicen que soys buen maes- 
tro en atajar escándalos, ca con amor y miedo 
sosegays las gentes». En conformidad todo el 
pueblo del Albaycin increíbles loores daban 
al rey, con el qual dicen permanecerán, pues 
les era mas padre en el perdonar que señor 
en el castigar. 

Cómo salió Gonzalo Fernandez y Martin 
de Alarcon con sus gentes de Granada. 

Vueltos Gonzalo Fernandez á Yllora y Mar- 
tin de Alarcon á Modín, de alH con mas la 
frontera se continuava la guerra, porque las 
cosas sucedieron en estado que el mozo 
rebeló contra el rey y la reyna, y duró en él 
hasta que él á Granada les entregó; y porque 
no hace al propósito decir mas desto, vo á lo 
comenzado. 

La guerra que de nuevo se hacia al Rey chi- 
quito, y la entrega de las fortalezas de Mon- 
duxar, Alhendin y la Malaha á Gonzalo 
Fernandez. 

Continuándose la guerra como de primero, 
Gonzalo Fernandez que tenia por amigo y ser- 
vidor singular á Ali-Alatar, alcayde y cabdillo 
que era de Yllora al tiempo que se ganó, y el 
qual de Gonzalo Fernandez cada día recebía 
mas beneficios, y su muger y hijos y criados 



I 



DEL GRAN CAPITÁN 



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vestidos. Este Alatar de que digo poseya la 
tenencia de Monduxar. Gonzalo Fernandez 
conociendo aquel era passado del Alpujarra á 
Granada procuró con gran instancia se la en- 
tregase: que no menos los de su parte allí se- 
rian tratados y acogidos que estando por él. 
El Alatar por ser grato de los beneficios de 
Gonzalo Fernandez recebidos, y viendo las 
cosas de los moros empeoradas á no durar, 
diósela é bastecióla de gente y provisión y 
artillería. Los de la tierra con Granada fueron 
entristescidos, diciendo estar en perdimiento 
y extrema necesidad. El alcayde Manfot, que 
era valiente varón y en la guerra diligente, 
aposentósse en Nihueles por ser allí cerca de 
Monduxar, para que los della tan libremente 
no pudiessen salir á hacer guerra. Sabido por 
Gonzalo Fernandez como estaba allí Manfot, 
y dó ponia la guarda, armóle baxo del lugar, 
y preso envióle á Yllora, donde doña María 
Manrique, muger de Gonzalo Fernandez, man- 
dó á su alcayde Alonso Vanegas, que no me- 
nos bien le tratasse que guardasse. Este al- 
cayde Manfot tenia la fortaleza de Alhendin, 
que es casi legua y media de Granada. Gon- 
zalo Fernandez procuró con él se la entre- 
gasse, pues con aquellas pesas se había de 
pesar su rescate. «Yo, Señor, dijo él, lo quiero 
hacer y dárosla, pues tan piadosa es vuestra 
muger en su casa, quanto vos enemigo en el 
campo: de la qual á velas tendidas he rece- 
bido mercedes y beneficios». Y tomado á Al- 
hendin, el rey y la reyna embiaron á mandar 
á Gonzalo Fernandez que la entregasse á 
Mendo de Quesada, que con ciento y cin- 
cuenta hombres con muchos mas (a) omicia- 
nos la rescibió, y luego en aquellos pocos dias 
que Gonzalo Fernandez tovo á Alhendin, rec- 
tificó el amistad que tenia con Alben Malehe, 
alcayde de la Malaha, dándole á entender 
cómo aquella casa no era fuerza para ¿e po- 
der defender en ella, que pues veia tomado á 
Alhendin, quedaba atajado por estar Alhen- 
din adelante la vía de Granada; que le rogava 
se la diesse porque cada día, decía él, se es- 
pera al rey á la tala de la Vega, y no será en 
vuestra mano de os dar, ni en la de su Alteza 
poderos defender, de que vea la hueste la re- 
sistencia poca que en la tomar ay. Dello con 
palabras temerosas y parte con alago, y lo 

(a) OmicianoB son aquellos que sirven cierto tiempo 
en los lugares de la frontera, para que les sean perdo- 
nadas las penas que merecen por los delitos que hi- 
cieron- 



principal que le dio, la Malaha le entregó; en 
la qual con gente de píe,assi parala defender 
como para la labrar, dejó uno suyo y fuesse 
á Yllora. 

Cómo el rey mozo tomó los castillos del Padul 
y Alhendin. 

Cada hora en la ciudad los hombres codi- 
ciosos de guerra y nuevos levantamientos 
tenían entre sí discordia qual seria el peor, los 
males de los cuales assí como son aborreci- 
bles de escrebir son increybles de oyr. Ca todo 
momento yvan en crecimiento: porque avia 
siempre debates entre los pacíficos y los pro- 
curadores de los escándalos. Ca estos por 
mengua de hacienda y sobra de crímenes, ha- 
cían escuras conjuraciones para fatigar los 
pacíficos, dándoles contiendas escandalosas. 
Toda la ciudad y tierra y alpujarra al rey, que 
mas sufría que le sufrien, apremiavan fuesse á 
tomar estos castillos: que recia cosa era Mon- 
duxar y la Malaha, y el Padul y Alhendin tener 
los christianos con guarnición contra ellos, 
que la guerra que de allí nos hacen, decían, 
mas es por nuestro querer, siendo flojos que 
por poder que tengan de fuertes. Ca si tomas- 
semos (decían al rey ellos) de gana trabajos, 
por fuerza daríamos fin de nuestros enemigos 
con fiera crueldad. Viendo el rey cómo brota- 
van todos discordia, informado de su consejo 
todo pueblo lo que osa hablar, aquello es atre- 
vido á obrar, antes que con ímpeto diesse de 
cabeza, salió al campo. E como el Padul ovies- 
se poco que era tomado, y no provehido de 
gente ni provisión, aquel combatido tomó con 
daño que del recibió. E tornando á Granada, 
á pocos días en su consejo se platicó á cual 
de los castillos Monduxar, Alhendin, la Malaha 
yrien: unos eran de opinión que á la Malaha, 
por ser menos fuerte, por quitar el empacho 
delantero. Dijo el rey: «Vamos á Alhendin, que 
con viandas menos camineras se tomará». Cer- 
cado lo pusieron en tal estrecho, que entra- 
da la barrera y puesta en cuentos la torre, la 
tomaron: donde catívaron y mal mataron mas 
de docientos hombres, los quales les dieron 
fée de claro nombre, en especial el alcayde 
Mendo de Quesada, y el capitán Pedro de 
Castro, que como hombres de quien el nego- 
cio mas colgava mas peleavan. Y para soco- 
rrer á Alhendin recogido en el rio de Moclin 
los capitanes y alcaydes de la frontera el rey 



568 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



les envió á mandar que pues no tenían nu- 
mero de gente para socorrer á Alhendin le 
esperassen allí en Modín, que en breve seria 
con ellos, y que con el ayuda de Dios en per- 
sona lo quería socorrer; y con assaz príessa 
llegó á Alcaudete, do supo nuevas ser lleva- 
dos cativos á Granada. «Deven les dar, dijo 
el rey, melezina de consolación, pues no espe- 
raron á los convidados.» E vuelto el rey para 
Córdova, con assaz enojo, los capitanes y al- 
caydes de la frontera de noche á manera de 
Almogavaría bastecieron la Malaha y llevaron 
tinajas para agua de que habían necessidad 
con remuda de gente. Gonzalo Fernandez que 
con placer sostenía (a) trabajos, quedóse en 
ella. Los capitanes y cavalleros que allí fue- 
ron amonestavanle no quedasse dentro, po- 
niéndole delante el daño que podría suceder, 
perdiéndose él: que por cosa de tan poco va- 
lor no aventurasse persona de tan gran pre- 
cio como la suya. «No quiera Dios (dijo él) que 
la Malaha segunde el enojo al rey: pues es á 
mi cargo no porné sustituto; que no ay galar- 
dón tan presto, bien ó mal pagado como es el 
de la guerra, á quien tiene presteza ó pereze 
en ella, ca está obligada en poco tiempo á 
ofrescerse gran caso. Por ende esperar quiero 
(dijo él), señores, esta por no sofrir muchas: 
pues en todas partes hay vecinos enemigos.» 
Luego ida la gente que le dejó, y llevados sus 
cavallos, y repartidas sus estancias, dio tal 
priessa á la lavor, que todas horas labravan 
y las escuras con (b) candelas de cosas livia- 
nas. Algunos de los que allí tenia, vista la for- 
taleza ser tan flaca, mostravan gana hacer de 
voluntad lo que el temor del Capitán, y no 
certeza de poderse salvar los empidia; á los 
quales dijo: «Si yo, parientes señores, aquí me 
metí con vosotros, fue porque tengo por 
fuerte muralla el adarve de vuestros corazo- 
nes, que es la verdadera fortaleza: la qual no 
acometerán nuestros enemigos, si nosotros 
no la enflaquecemos de temor. Ca provando 
ellos su poder, soy cierto no sofrirán vuestro 
deber: que si os esceden en poderío, no vos 
escederán en fuerzas, pues las tenéis llenas 
de uso y esperiencia. E mirad que los hombres 
no sugetos á vicios como vosotros no han de 



(a) Aqni en la Malaha se quedó don Sancho de Cas- 
tilla por amor grande que á Gonzalo Hernandes tenia, 
é ser caballero mancebo, deseoso de osperimentar su 
persona en valientes y nobles hazafias. 

(b) Esta candela que de noche alumbrava con que 
labranan era de atacba y retama y lefia menuda. 



ser vencidos de miedo, y el ageno temor de 
algunos no cause daño á todos. Ca assí como 
aquí (a) á unos no faltará sal y sepultura, me- 
nos á los otros fuera honor y crecido galar- 
dón. E para perseverar en lo que estays, 
acuérdeseos lo que deveis á nuestra fé y á 
vuestra honra y á nuestro rey, y esperad en 
Dios la Malaha ha de ser testigo de vuestras 
fuerzas y esfuerzo; por ende, amigos, sabed 
que haciendo lo que devemos teneys libertad 
y glorioso deleyte con esperanza del galardón 
que presto terneys, con mas loor de vuestra 
virtud; lo que del contrario quedamos con 
mengua, subjecion y pena. Ca devese juzgar 
por de poco valor aquel que cobdicia la bre- 
vedad desta vida menospreciando la perpe- 
tua, que no se alcanza sin trabajo. Ca notorio 
es el bueno, assi como dessea honra, deve ' 
menospreciar peligro. E remiremos y remede- 
mos la vida de aquellos que mediante su fati- 
ga han ávido loor, y pues que de los presentes 
autos de virtud y valentía, y no en el vientre 
de la madre se engendra la hidalguya, sed 
constantes á lo que os ofrecistes, y pueda 
mas con vosotros la vergüenza que el temor, 
y miembreseos que toda excelente memoria 
en tal lugar como este se cobra aventurando 
la vida por ganar honra». Con estas y seme- 
jantes razones con gesto alegre á los unos 
amolava, y á los de acedo propósito amena- 
zava. E estando aquí en esta fortaleza de la 
Malaha don Sancho de Castilla, que armado 
tenia en dos partes (b), de las escusañas supo 
ser entrados moros; y en tal paso los armó, 
que diez mató y tres cautivó, que sal llevavan 
de las salinas que allí están. E preguntados el 
estado de la ciudad: «Nosotros, señores, lo que 
sabemos (dixeron á Gonzalo Fernandez) es 
que ay tanta necesidad de sal en ella, quanta 
aquí abundancia teneys della». Demandados á 
como .valia, á vida de un hombre cada fardel 
ó cativerio de aquel. Repreguntados el cómo: 
«Porque de trece que venimos los vuestros ma- 
taron diez y los otros tres cativos nos teneys». 

Los escándalos grandes que dentro de la ciu- 
dad los unos moros con los otros tenían. 

En Granada continuavanse mas las tiranyas 
con enredamientos unos con otros, y los ino- 

(a) Esto de la sal dice porque alli junto están unas 
salinas. 

(b) Escusaflas son hombres del campo puestos en 
pasos y vados para ver ó sentir los enemigos. 



DEL GRAN CAPITÁN 



569 



centes padecían males de la gente suelta que 
ni aceptaban razón ni querían justicia con 
gana que todos tenien de hacer mudanza por 
cobdicia de ganar, y con esto crecía osadía en 
las cosas llanas rota y turbadamente, porque 
todos desatinados no sosegavan con estar 
llenos de división. E como fuessen mas los 
malos, excedían en poderío á los pacíficos: 
que ni trataban ni caminaban, ni los campos 
se labravan, lo cual causavan los naturales 
enemigos de su propia tierra, porque con la 
destruyccíon della esperavan aver muy gran- 
des provechos. Con esto la comunidad enfer- 
ma de pujanza de delitos descaecíe: porque 
los escandalosos con sed de dar bienes á su 
mengua, y ver las cosas de un ser en otro tor- 
nadas, con desacordadas voluntades y de co- 
sas nuevas codiciosos, cometían muchos ma- 
les contra los buenos, que por de aquellos se 
defender todos abundavan en tempestad de 
guerra, nacida de nuevo, que sembravan los 
tiranos escudriñadores della; los quales con- 
traríos de la paz y sossiego. con movimientos 
reboltosos y falta de robos, espesas veces 
desesperavan y atrevidamente arremetían á 
los males. Viendo la ciudad en comienzo de 
grande perdición, el pueblo con estos rebatos 
era fatigado de los atrevidos ascelerados, que 
cada hora mas crescian. Sabiendo el rey mozo 
estas cosas que los malvados con rigor ha- 
cían, los quales conspiraban para lo peor, é 
como tratavan del, pidiéndole contíno y obe- 
deciéndole nunca, é como no tuviesse su es- 
tada segura en la ciudad, por ser movibles á 
liviandad, ca los tales no duran mas con su 
rey de quanto dura la buena fortuna con él, 
algunos de su consejo, y otros muy aceptos á 
él le dijeron, que le convenia salir á poner 
cerco en algún castillo: porque con esto la 
gente ocupada en el sitio, resollarien los pa- 
cíficos; en especial los labradores que esta- 
ban ansiosos de paz, por el esperanza que 
tenían de los frutos de la Vega, Concedido 
por el rey mozo, y salida la gente al campo, 
volvió al consejo; porque aquel estava en dos 
partes, los unos dándole á entender por mu- 
chos respetos fuesse á la Malaha, que era 
casa llana y flaca; y tomando á Gonzalo Her- 
nández que allí estava, con su rescate (a) co- 
braría el rey sus hijos que estavan en rehén 

(a) Estos dos hijos del rey moro se pussieron en po- 
der del capitán Martin de Alarcon que Ion tenia en la 
fortaleza de Porcuna, á cuyo cargo estaba la tenencia 
della- 



de la paz en que avia de perseverar, y parias 
que tenía de dar. Assy mismo quiso el rey oyr 
el voto de otros caudillos viejos y cabeceras 
que era contrarío á esto: especial el de Maho- 
mat Abenzuragc, que por codicia de cobrar á 
Almuñecar, de que tenia merced de la tenen- 
cia, desseava fuesse puesto sitio sobre ella. 
El Muley y Abenzada dixeron al rey en el 
consejo ser dífícile la toma de la Malaha, que 
algunos hacían fácil: porque basta saber estar 
allí Gonzalo Fernandez; y pues se metió de- 
terminado, yerro sería combatir al que busca 
peligro. Quanto mas que tenemos sabido tie- 
ne mucha y buena gente que le semeja: que 
por veces su trabajar nos ha dado trabajos, y 
no falta de artillería y bastimentos. Platicado 
todo, conociendo tenían necessidad de des- 
embarcadero para los moros que venían de 
África, acordó de ir á Almuñecar, por ser algo 
puerto. En Restaval que es quasí al medio 
camino, fue certificado de unos chrístíanos 
que de Salobreña trayan cativos, la poca 
gente y mucha falta que de agua tenían, man- 
dó á su hueste guyar á ella é assentó su real 
sobre Salobreña. Y en aquel tiempo el conde 
de Tendilla, que capitán general en la frontera 
era, corrió á Granada, y de lenguas que tomó 
en la Vega supo cómo el mozo estava sobre 
Salobreña con la gente de Granada, y de las 
Alpujarras, é la villa entrada estava sobre la 
fortaleza, y aquello le certificaron en el esca- 
ramuza. E al conde aquí uno que llegó le dijo: 
«Estos moros han dicho á vuestra señoría 
que la causa que al rey llevó á Salobreña fue 
por la certenidad que tiene de la poca agua y 
menos gente que está en ella. Yo iré y con el 
ayuda de Dios en la fortaleza entraré: que con 
luego, señor, ocurrir, se remediará lo que des- 
pués del daño venido no aprovechará». Este 
con setenta hombres, dellos escuderos, y los 
mas espingarderos y vallesteros, por el pos- 
tigo á la fortaleza de Salobreña entró, al tro- 
car de las guardas que los moros hacían al 
alva: los quales la fortaleza combatían, donde 
no menos daño recebían, que los cercados 
afán. Los de dentro soltaron un peón á decla- 
rar su necessidad de agua (a) á don Yñígo, 
que con él vinieron las ciudades de Málaga, 
Antequera, Loja, Alhama y Velez, y otros mu- 
chos cavalleros y gentes que trujo por la mar 
al socorro, el qual con assaz daño que cada 

(ffl) Governador y capitán de Málaga era este don 
Ifiigo MauriquC) alcayde que es de las fortalezas de ella. 



570 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



ora de la tierra les davan, estava en el peñón 
junto á él, que es allí poco dentro la mar: del á 
la fortaleza no se puede mandar aviendo en 
el arenal como estava gran cantidad de mo- 
ros que lo estorvavan. Y en el tormento deste 
peón, que al dicho capitán don Yñigo Manri- 
que embiava, supieron la poca agua y no vino 
que tenian, y como aquella por quartillos se 
repartía. Testimonio de lo creer fue los cava- 
líos muertos de sed que del adarve abajo 
echavan; y con esto ovo causa tener espe- 
ranza auer presto la fortaleza. Los del cerco 
á menudo decian á los cercados con amena- 
zas fieras breves serian entrados. Y que pues 
no tenian agua se diessen y no esperassen 
tiempo á ser tomados por fuerza, lo que á la 
ora serian recebidos de grado con partidos 
provechosos, que el rey en mansedumbre 
ventajoso les harie. Aquel que los setenta 
hombres metió (a) un cántaro de agua (de 
que bien poca quedaba) les dio; y en albricias 
del combate con que le amenazava, fuesse en 
la coracha que era su estancia (b) les arrojó 
y dio una taza de plata; y el acayde Bexir al- 
férez del pendón real del rey le ratificava las 
amenazas con que furor mezcladas, con mu- 
cha buena razón, poniéndole delante la toma 
del Padul y Alhendin, y el cativerio y muertes 
de aquellos que en ellas se tomaron. «O señor 
alcayde (dijo aquel), sabed que vuestras ame- 
nazas no dan temor á la codicia que los desta 
fortaleza tienen de ser combatidos, porque 
assi á vosotros conviene salir con vuestra 
empressa, estos cavaileros y gente han de 
sostener su defensa. Por ende, certificad á 
su alteza de cuya parte, señor, venis, que an- 
tes moriremos defendiendo que salvarnos rin- 
diendo: pues mas nos teneys cercados que 
combatidos, haciéndonos ruido y no fuerza. 
Ca su señoría verá como esta casa se le de- 
fenderá, y vuestras razones mas osadía que 
temor nos añaden.» E buelta la habla á los 



(a) Esto desta agua dice Valerio Máximo fué con 
pan en Roma: que estando en el Capitolio los romanos 
cercados de los franceses, y en estreñía hambre, echaron 
panes á la parte de los enemigos, dándoles & entender 
tenian abundancia dello; y comportaron y sufrieron el 
cerco hasta que Fulvio Camilo los socorrió y decercó. 
Assi a^ui con el esperanza del socorro se sufrió la sed: 
ca con el agua que vieron los moros creyeron que de 
aquella no tenian neceHidad, y al tanto como los del Ca- 
pitolio (dice Froncinoj hicieron los atenienses contra los 
lacedemonioB. 

(b) Este rey de Granada que á esta Salobrefla cercó 
era el mozo, que por otro nombre llamaban el rey chico; 
y el quel agua y taza dio y los setenta hombres en ella 
metió, fue el alcayde Pulgar sefior del Salar, que estas 
coMus del Gran Capí tan escrivió. 



cercados: «Lo que de la razón destos moros se 
toma (dijo aquel) es que como hombres flojos 
en osadía mueven tratos, y cautelosos en en- 
gaños ofrecen cosas para dañar nuestras al- 
mas y mancillar nuestras honras, y no debe- 
mos desahuciar nuestra ayuda y no seremos 
de todas partes heridos con injuria: pues es- 
tan en este cerco mas por tentar nuestros 
ánimos que ánimos tengan para sofrir vues- 
tras fuerzas; las quales bien como á los teme- 
rosos en el afrenta mengua, ansí los fuertes 
en el peligro acrecienta; y no nos deven po- 
ner espanto las palabras soberbias con que 
amenazan, que el temor que os tienen impe- 
dirá su hecho. Ansí que, señores, á nosotros 
conviene trabajemos con perseverancia en de- 
fendernos. Ca mas son las cosas destos (a) 
dar espanto que hacer daño; y aparejad los 
ánimos y manos que al presente nos son ne- 
nessarios para salvar las vidas y guardar las 
honras, y gózaos que á la puerta teneys el 
socorro con la persona real: y usad de vues- 
tra loable fortaleza con sofrimiento de sed 
quanto podreys, y podreys quanto querreys. 
Ca quanto mayor es el peligro que el bueno 
defiende, tanto mayor gloria y fama se le deve». 
Fenecida la razón de aquel, todos fueron tan 
animados que á la ora deseavan combate, te- 
niendo por cierto cosa alguna les podía ofen- 
der ni ser aquejados en él. E con esta espe- 
ranza gastavan tiempo en reparar sus adar- 
ves, y contraminar las minas, que por debaxo 
de aquellos les dañavan. Luego á la fortaleza 
recio combate dieron, donde en él mataron á 
Mahomad Lentin, alcayde que fue de Cambil. 
La muerte del qual con muchos que allí mata- 
ron los entristeció, y pegado á esto creer el 
rey tener agua, y mas nueva que le llegó de 
que los condes de Tendilla y de Cifuentes, y 
Rodrigo de Ulloa (contador mayor de Castilla) 
con la frontera y Sevilla y Jerez en Almuñecar 
estaban; y el rey que le despertaba la toma de 
Alhendin, recio vino á socorrer á Salobreña; y 
llegó á la Vega, y de camino al Val de Lecrin 
para tomar el passo de la entrada á Granada. 
El rey della alzó el cerco, y por las faldas de 
la Sierra Nevada entró en ella, y al tiempo de 
levantar el real el dicho don Yñígo Manrique 
con presuramiento salió en tierra, y fecho 
fuerte en ella, ansí con tiros como con otros 
amparos, soltó gente ligera que mató y cati- 
ra; Valerio Máximo dice que mas son las cosas que 
espantan que no las que dafian. 



di 



DEL GRAN CAPITÁN 



571 



vó muchos de aquellos moros que no se reco- 
geron con el avanguarda dellos; y el rey en- 
vió á mandar á Gonzalo Hernández que salie- 
se de la Malaha: al qual los temerosos dando 
culpa mordiscavan con recias dentelladas, di- 
ciendo ser superfina su metida en ella; pues 
no se cobrava tanto en sostenerse aquel 
castillo quanto se perdia perdido él en él. E 
como sea cosa determinada no poder fuyr la 
embidia de las cosas en que ay buena salida, 
en especial de aquellos que ejercitan los cuer- 
pos á todo linage de peligros, y le suceden 
bien y prósperamente los fechos, á uno que 
se lo dijo: «Mas quiero, respondió él, que di- 
gan cómo entró Gonzalo Fernandez en la Ma- 
laha, que no cómo no entró estando á su car- 
go, quanto mas, señor, que todos dessean 
prestarse al trabajo». Salido á la Vega Gon- 
zalo Fernandez, al tiempo que se apeó á hacer 
reverencia al rey, que sabia como algunos 
ventajosos en embidia adelgazavan su osadía, 
por dalle sobrano favor, antes que Uegasse, 
dixo al marques de Villena: «Mas se le deve 
dar oy á Gonzalo Fernandez loor que acusa- 
ción»; y al besarlas manos alegremente lo re- 
cibió, assi de cara como de palabra. Luego 
otro dia tan recia escaramuza entre moros y 
christianos se travo que al marques de Ville- 
na (por socorrer á su hermano don Alonso 
Pacheco que en la quistion mataron) una lan- 
zada el alcayde Hubeca Adargabun dio, que 
della del brazo el dicho marques manco que- 
dó. Y de aqui informado el rey de la poca se- 
guridad de los moros que mudejares avian 
quedado en las ciudades de Guadix, Baza y 
Almería, los mandó que saliessen dellas á las 
alquerías mas cercanas; y de allí buelto el rey 
á Córdova, y quedando Gonzalo Fernandez 
en Yllora, della se continuava la guerra á 
Granada como se hacia de los otros lugares 
de la frontera. 

La causa porque al rey de Granada y á sus 
tierras dava favor y ayuda el rey y la reina. 

En este sumario conviene dar razón la cau- 
sa porque el rey y la reyna favorecían á Mu- 
ley Baudelí rey de Granada, que por otro 
nombre llamaban el rey chiquito; y dieron se- 
guro á la ciudad de Granada y á las otras 
ciudades y villas de su reyno que estaban 
por él, y la estada de sus dos hijos en rehén 
en poder de Martin de Alarcon en la villa de 



Porcuna. Assí es que en sabiendo el rey, que 
estava en Medina del Campo, cómo don Die- 
go Hernández de Córdova, conde de Cabra, 
señor de Vaena, y el alcayde de los donceles 
señor de Lucena (a) avia desbaratado y 
presso á este rey con todos los demás prin- 
cipales caballeros y cabeceras de su reyno 
en el arroyo que dicen de Martin Gutiérrez, 
que es entre las villas de Lucena y Yxnaxar, 
dio mas priessa en su venida al Andalucía 
para continuar la conquista comenzada con- 
tra el reyno de Granada. Y llegado á Córdo- 
va, do allí vinieron de parte de la reyna ma- 
dre deste rey preso los alcaydes Aben Comi- 
xa, y el Muley alférez de su pendón real, y 
Muli Muzar, y Mahomet el Jebis, y Mahomet 
el Lentin, y Abenzada. Estos con poder que 
truxeron de la ciudad de Granada y de las 
otras ciudades y villas que estavan en su 
partido dixeron y suplicaron al rey quisiesse 
dar Hbertad á este rey preso, y favor para 
contra su padre y tío, y seguro á la cibdad 
de Granada y á las otras cibdades y villas 
cuyo poder truxeron; y que otorgado esto, 
seria su vasallo y daría luego de presente 
todos los christianos cativos que estaban en 
las ciudades y tierras que estavan á su obe- 
diencia, sin faltar ninguno, y en reconoci- 
miento de vasallage serviría y daría cada un 
año el numero de doblas que se le mandasse 
y él pudíesse pagar; y que para seguridad de 
lo cumplir se darían luego dos hijos de su rey 
en rehén, con mas otros hijos destos alcay- 
des que vinieron con esta embaxada de la 
reyna. El rey mandó que esto se consultasse 
y platicasse con los Grandes y con los otros 
cavalleros y capitanes que estavan en la cor- 
te y con los de su consejo, entre los quales 
ovo diferentes pareceres: porque los unos 
decían que muy mejor era tener en prisiones 
á este rey que soltalle, porque puesto en li- 
bertad y en su reyno se concertarían todos 
tres reyes hijo, padre y hermano, y por todas 
partes darían recia guerra en el Andalucía y 
á la frontera. La otra parte decía que por 
mas cierta se devia tener al enemistad que la 
conformidad de los reyes, porque el mandar 
no sufría igual y que pues de la piedad siem- 
pre resulta fruto, que el rey la avia de aver 
del aunque moro, pues con tanta instancia 
por su parte se pide. Sobre todo después de 

(a) Este desbarato fue en el mes de abril de ochenta 
y tres afios, 



572 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



mucho altercado, fecha relación al rey dijo: 
que acordándose los christianos que estavan 
en Granada y en su reyno aquellos ser pressos 
en servicio de Dios y suyo, determinava de 
mandar soltar y poner en libertad al rey de 
Granada por la redención de los cativos que 
le ofrecían, y los partidos que los alcaydes 
hacien con mas mandar dar seguro y favor á 
la ciudad de Granada y á las otras ciudades 
y villas que por este rey mozo estavan y es- 
toviessen dentro de cierto término. Lo qual 
todo assentado y capitulado, el rey de Gra- 
nada fue acompañado de los Grandes y de los 
otros cavalleros que en la corte estavan. Y 
entrando en palacio llegó la rodilla en tierra 
á besar las manos al rey, que se levantó á él 
y no se la quiso dar, antes le alzó y mandó 
assentar y dixo en otra lengua que se ale- 
grasse, que esperaba en Dios y en su fideli- 
dad que su prisión avia de ser causa de su 
gran prosperidad. El qual en la misma lengua 
respondió que quisiera venir antes á su po- 
der y servicio de grado que no con la fuerza 
de premia con que vino; pero que nembran- 
dose del gran bien que de su alteza recibie, 
de tal manera servirle que oviesse por bien 
empleada la libertad que se le avia dado. 
Este rey mozo despedido se fue á su posada 
tan acompañado como vino. Los Grandes que 
allí se hallaron dixeron al rey que cómo su 
alteza no le avia dado la mano, pues era su 
cativo y se obligava de ser su vasallo? «Yo 
por cierto (dixo el rey) se la diera, si cativo 
no fuera». Assentadas estas cosas y dados los 
rehenes y despedido para partirse á su reyno, 
el rey le mandó dar, y mas á los seys cabece- 
ras que vinieron á entender en esta negocia- 
ción de libertad del rey y á los que con ellos 
vinieron, muchos y ricos atavíos de paños, 
sedas y brocados y cavallos. E assí ydo y 
puesto en su reyno continuó el servicio del 
rey y de la reyna haciendo guerra á las tie- 
rras de los moros que estavan á obediencia de 
su padre y tio, y en esto duró algún tiempo: 
durante el qual continuo era mucho emportu- 
nado y requerido y aun afrontado publico y 
secreto de los alfaquíes viejos y alcaydes del 
reino; los quales le decian que la amistad y 
confederación que con los christianos tenia 
era causa del odio y enemistad que los mo- 
ros le tenian: y toda hora crecia mas, según á 
él y á todos era notorio, pues veia toda su 
tierra se le alza va y tomavan voz del rey.su 



contrario, y cada dia veia que perdia la vo- 
luntad buena que sus servidores y criados y 
vasallos le tenian. Oyendo y viendo esto que 
le dixeron, y como crecia mas en disminui- 
miento su autoridad en Granada y en todo el 
reyno, acordó de bueno en mal proposito 
mudar la voluntad, y trató de se reconciliar 
con el rey de Guadix su tio: porque el padre 
era ya muerto, y ambos partieron el reyno y 
hizo guerra á la frontera y entradas en tierra 
de christianos do llevó cativos y ganados. 
Los moros, de que vieron fecha la junta de 
amistad de ambos reyes, criaron nuevos co- 
razones para amar á este rey mozo: el qual 
como tovo aviso que el rey con los Grandes y 
gentes del Andalucía y de Castilla iva á cer- 
car la ciudad de Loxa, por ganar la benivo- 
lencia de los moros con quatrocientos de ca- 
vallo los mejores y mas escogidos de fuerzas 
y esfuerzo de su reyno entró dentro. E de 
improviso puso entero recabdo y reparo en 
los adarves, y assentó estanzas y proveyó de 
gente en cada una la que convenía para guar- 
da de la cibdad, y proveyó en bastimentos, y 
concertó el artilleria y puso cada tiro do con- 
venia para defender y ofender. Estando en 
este estado llegó el rey á Loxa con toda su 
hueste á once de mayo de ochenta y seys 
años. Otro dia después de consejo habido con 
los Grandes y otros cavalleros y capitanes 
que en el real estavan, acordó que comba- 
tiessen los arrabales don Diego López Pa- 
checo, marques de Viüena, duque de Escalo- 
na, el qual compliendo el mandamiento del 
rey, mandó llamar á todos los capitanes assi 
de guardas como de hermandades con otros 
muchos de los Grandes, y juntos assí les dixo: 
«El rey nuestro señor, señores, manda que 
entrémoslos arrabales desta ciudad de Loxa, 
los quales si como devemos acometemos, ni 
á los moros temeremos, ni en el peligro los 
unos de los otros nos partiremos. Ca si nos 
membranios cómo tal dia como este gana el 
hombre el alma y la honrada fama, que no 
perece, oy nos passearemos por las calles 
destos arrabales, y pues nuestras vidas son 
en nuestras manos, á Dios y á ellas nos en- 
comendemos». Fecha esta habla á los capita- 
nes del rey y de los Grandes, y de otros mu- 
bhos cavalleros y continos de la casa real y 
capitanes de peones, assi de las hermanda- 
des como de comunidades, proveyó de lle- 
var todos los tiros de artillería que conve- 



ú 



DEL GRAN CAPITÁN 



573 



nían, según el peligro á do ivan, en especial 
llevaron rabodoquines y otros tiros ligeros. 
Entrando en el combate, fue tan reciamente 
combatido quanto fuertemente resistido, assi 
de los vecinos y naturales como del rey y sus 
cavalleros y estrangeros, y aqui assí como á 
los christianos apremiava la vergüenza, á los 
moros forzaba necesidad, y con esto en este 
combate cayeron muchos de los otros, en es- 
pecial de los moros, que les faltó el artillería 
de que los christianos llevaron abundancia. 
Visto por los christianos la defensa que los 
moros hacían, y atajos y reparos que en las 
calles ponían, en las quales avia tan grandes 
montones de moros y christianos muertos 
que estas palizadas era la mayor fuerza de 
su defensa, y con esto estavan los christia- 
nos dudosos, porque si dejavan la quistion 
era mas peligrosa la salida que fue su entra- 
da; y aquí el marques de Villena los juntó, y 
tal animo les dio, que todos aquellos caballe- 
ros y capitanes y gentes escogeron en la 

fortaleza de sus personas ofreciéndose á la 
muerte antes que perder lo que avian con 
tanto trabajo y derramamiento de sangre ga- 
nado, y como no se hallasse ninguno menos- 
cabado de esfuerzo, presente el acatamiento 
del capitán general, de impreviso tan fuerte- 
mente apretaron el combate, y tan en orden 
horadaron las casas de una en otra, que con 
impeto los arrabales ganaron; do mataron 
todos los moros que alcanzaron antes que en 
la ciudad se entrassen, y tomado gran des- 
pojo el marques no dio lugar que los unos á 
los otros se lo tomassen, antes mandó que 
cada uno gozasse de aquello que su suerte le 
avia dado, según se lo avia prometido quan- 
do en el peligro les habló. E Rodrigo de Ulloa, 
contador mayor del rey y la reyna, que car- 
go de los cavalleros de la casa real tenia, 
consultado con el marques puso su estanza 
con ellos junto á los adarves del alcazaba, 
que por menos peligro ovieron el gran com- 
bate que en las calles les dieron que el que 
con piedras de las torres aquí sufrieron. Los 
moros viendo ganado su arrabal, que era la 
mayor fuerza de su defensa, ni tenían cora- 
zón para pelear ni fuerzas para se defender. 
E con esto fueron privados del sentido á no 
saber dar remedio; el qual si dar la ciudad al 
rey, no tenien otro, y á esto impedia temor 
porque los moros vecinos naturales recela- 
van de la yra del rey por el desbarato que 



hicieron quando mataron á (a) don Rodrigo 
Tellez Girón maestre de Calatrava. El rey y 
sus cabeceras alcaydes y cavalleros estavan 
temerosos del quebrantamiento y falta de su 
fe y palabra que dio de servir y ser vasallo 
del rey, quando le dio libertad del cativerio 
en que su prisión le puso. Con esto los unos 
y los otros estavan tan turbados que no se 
sabían dar remedio, pero al fin los de la ciu- 
dad tomaron el consejo mejor, y suplicaron y 
aun requirieron á su rey entregasse la ciudad 
al rey; al qual temor de su yerro pasado no 
le dava seguridad, y les respondió que antes 
devian allí morir por su ley y por su bien que 
someterse á la servidumbre de los christia- 
nos, y con esta su respuesta trabajó de los 
esforzar. Los moros visto que cada dia mas 
veían su daño, y el rey su necesidad y peli- 
gro, y como de nuevo le tornaron á decir y 
suplicar que con tiempo les diesse remedio, 
ca si pensassemos (decían los naturales al 
rey) que muriendo, nuestra ciudad fuesse li- 
bre, de gran voluntad yriamos á la muerte; 
pero morir y perder el lugar y nuestras mu- 
geres y hijos cativar, por mejor avemos go- 
zar de la piedad del rey con que nos recibirá, 
que al rigor de la pena que sí por fuerza esta 
ciudad entra nos dará. Ca bien creemos, se- 
ñor, decia Yza Alatar (hijo del Alatar viejo al 
rey), que algunos y muchos inconvinientes ay 
en nos dar á los christianos; pero los tiem- 
pos mudan los consejos do se aclara lo que se 
ha de tomar ó huyr. Visto el rey de Granada la 
necessidad peligrosa en que estava, y no da- 
lle tiempo de lo que devia hacer, antes que 
se alargasse mas el escándalo, hizo hablar en 
el estanza de Gonzalo Fernandez, que era 
junto á una torre del alcazaba que allí está, 
que dicen de Benjebit, que quisiesse dar or- 
den para le hablar. Gonzalo Hernández luego 
essa noche fue al real y dixo al rey lo que 
por parte del rey moro le era hablado, y pi- 
dió licencia para entrar en la ciudad, confián- 
dose en las buenas obras y servicios que le 
avía hecho estando cativo en Cordova y á 
sus hijos en Porcuna. E como el rey y mu- 
chos Grandes le pussiesen inconvinientes en 
su entrada, dijo: «Por cierto pues el.... rey de 
Granada me llama: miedo no hará du.,.. por 
lo de remediar todo es aventurar. Gonzalo 
Fernandez tomada licencia entró en la ciudad 

(a) Este desbarato y muerte del Maestre fue por julio 
dol alto de mil y quatrocientos ochenta y dos años. 



574 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



de Loxa y llegado al rey que halló herido en 
el brazo: «Señor muy excelente, dixo él, ¿qué 
hace vuestra señoría que no se somete á la 
razón y no á la fortuna? pues que quanto 
aquí señor estays, tanto mas perdeys, por- 
que el rey está determinado de no alzar su 
hueste de sobre esta ciudad hasta ver el fin 
desta su empresa. Bien creo, señor, según 
la prudencia de vuestra señoría que esto 
y quanto se os puede decir sabeys; y si lo 
dexays de hacer es pensando que su alteza 
terna odio contra vos por lo passado; y no lo 
deve vuestra señoría creer, porque quanto 
mas en fatiga estays tanto mas clemencia en 
él hallareys; y tened, señor, creydo que assi 
como el servicio tiene presente, assi todo 
deservicio y yra se le olvida. Por ende vues- 
tra señoría debe ponerse en sus manos: ca 
es tanta su piedad quanto de aquella teneys 
necessidad, y en vuestra seguridad no ten- 
gays sospecha, y mirad, señor, que Dios to- 
das las cosas á buen fin guya, pero después 
de se las encomendar, conviene ser aquellas 
con priessa procuradas; por ende, señor, en- 
tienda en lo que le cumple y salga de aquí: 
porque quanto mas, mas se empeora vuestra 
estada, y poneys en aventura vuestra perso- 
na real, estado y fama, que no es de nuevo 
someterse los hombres al poder del mayor. 
Ca si, señor, os acordays de lo que vistes 
poco ha, quando los arrabales desta cíbdad 
se ganaron, mas fue causa de los entrar ma- 
ravilla de Dios que esfuerzo de los hombres, 
según la multitud de la buena gente que los 
defendía, y la recia fuerza de la disposición de 
las casas y calles que en ellos ay. Catad, señor, 
que por la mayor parte la esperanza engaña, 
y como engaña daña. No dudo, señor, que 
como tanto sea por vuestra señoría dessea- 
do sostener esta ciudad por estar en el mira- 
dero de todo vuestro reyno de Granada y de 
todo África, se os haga fácil de la defender, y 
también acordándoos otrossi como el Alatar 
que era solo alcayde la defendió al poder 
grande de su alteza. ¡O señor, cómo estos ca- 
minos que nos parecen ligeros se nos tornan 
peligrosos! porque aquesso que vuestra se- 
ñoría piensa, aquello fue un esperiencía de 
proveer esto, de tal manera que os suceda al 
contrario de lo que, señor, pensays, y algu- 
nos os aconsejan. Por ende, señor, tened es- 
peranza en lo que servireys, y no tengays 
temor en lo que aveys deservido. Y pues que 



aquí no ay pena no persevere vuestra seño- 
ría en culpa: ca lo aveys con rey humano, y 
vuestra rebelión no le haga estraño para que 
en lugar de olvidar el yerro cobre yra. Ca él 
usará con vuestra señoría de la misericordia 
que siempre tiene, y no del rigor de la pena 
que los que os aconsejan merecen». Fenecida 
la razón del consejo que Gonzalo Fernandez 
al rey de Granada dio, é conociendo todos 
assi suyos como los de la ciudad, andavan de 
unos en otros diciendo que se devían de dar 
al rey, y tomar con tiempo el partido mas 
provechoso que mejor les estuviese. El rey 
de Granada estando en aquel aventura que 
están los que no tienen remedio en su nece- 
sidad, dixo á Gonzalo Fernandez: «Señor al- 
cayde, espero en Dios de os merecer ésta 
con las buenas obras que de vos he recebido; 
y pues el consejo que me days es tan bueno, 
aquel obedezco: aquí estoy, no para pedir, 
mas para recebir aquel partido que el rey mi 
señor me quisiere dar, en cuyas manos pongo 
mi persona y esta ciudad. Lo que á vos, se- 
ñor alcayde, pido y á su alteza suplico es que 
los vecinos y moradores y huespedes della 
los mande mirar con piedad conservándolos 
en su ley y haciendas: ca para mi no. pido 
otro partido mas que aquel que mis servicios 
merecerán». Salido al real Gonzalo Fernan- 
dez, y hecha relación al rey, otorgó quanto el 
rey de Granada suplicó, con mas que los que 
quísiessen pasar allende, les mandaría dar na- 
vios seguros en que pasassen, y bestias á los 
moros que fuessen á Granada. Aquí al rey 
dixeron algunos cavalleros de la hueste, que 
estando en tan buen estado el cerco, y el rey 
y moros en tanto aprieto, se le avía fecho 
gran partido, aviendo el rey de Granada tan- 
to desobedecido, á los quales el rey dixo: «Yo 
he ávido por bien todo lo que se ha hecho 
con este rey, pues es rey y me pide perdón 
de lo passado. Ca assi como agora no falta 
piedad, menos me fallecerán fuerzas sí erra- 
se para lo tomar». Salido el rey de Granada 
de la ciudad de Loxa, y con el Gonzalo Fer- 
nandez, llegó á besar las manos al rey y dixo: 
«Por cierto, muy poderoso señor, mas por 
necessidad que por voluntad he andado fue- 
ra de vuestro servicio; pero la clemencia que 
en vuestra alteza he hallado, y el infortunio 
que he pasado me obliga para siempre á 
vuestra alteza servir: para lo qual obligo 
vuestro gran poder». El rey por el mismo in- 




DEL GRAN CAPITÁN 



575 



terprete le respondió que bien tenia creydo 
lo que avia hecho era constreñido á ello mas 
por voluntad agena que por gana suya; pero 
que todo olvidado y presentes sus humildes 
suplicaciones, avia otorgado lo que Gonzalo 
Fernandez en su nombre le avia suplicado, y 
que si mas quedaba de se hacer lo mandarla 
proveer: «Y porque desseo todo vuestro bien 
os ruego que assi como days palabra de ser- 
vir, tengays obra para la complir: y en buena 
ora vos yd á vuestro reyno, porque vuestra 
ausencia no dé osadía á los vuestros para se 
juntar con vuestro tio y enemigo». Buelto el 
rey de Granada á la ciudad de Loxa, y des- 
ocupada la fortaleza que está en la alcazaba 
della, se entregó la tenencia por mandado del 
rey á don Alvaro de Luna, señor de Fuente 
Dueña, en veynte y nueve de mayo de mil y 
quatrocientos ochenta seys años. Este rey de 
Granada con los suyos se fue á las partes de 
Vera y Almería, y los vecinos de Loxa con 
sus bienes á Granada. Este dia salieron gran 
numero de cativos christianos que estavan 
en esta ciudad á besar las manos al rey, el 
qual les mandó proveer de vestir y de comer. 

Cerco de la ciudad de Granada y fuego 
del real. 

Como el rey tuviesse mucho cuidado y vi- 
gilancia de no dejar á sus gentes criar molleja 
enemiga de la guerra, continuó la conquista 
comenzada contra el reino y rey de Granada 
para que sus cavalleros y subditos se exerci- 
tassen en ella, y ganassen honra y provecho 
della, y sus rentas fuessen bien empleadas en 
guerra justa gastadas. Entró en la Vega de 
Granada á 27 de abril de noventa y un años 
y passó al Padul, y de allí embió al marques 
de Villena capitán general de hueste al Val 
de Letrin con mucha gente de pie y de cava- 
lio; y entrando en esta tierra, donde ay can- 
tidad de aldeas, quemaron y robaron muchas 
riquezas que avia en ellas, do mataron mu- 
chos moros que estavan descuidados, admi- 
rados porque en sus edades no avian visto ni 
oydo aver entrado allí otros christianos sino 
aquellos que ellos y sus passados metían 
aherrojados: los quales peleaban con los 
christianos con todas fuerzas por defender 
sus bienes, hijos y mugeres y vidas. E assi 
andando el rebato por el valle, de improviso 
se juntaron los moradores del, los quales 



fueron socorridos de muchos que de las Al- 
puxarras vinieron, y todos tan recio y tan en 
orden se metieron en los christianos pelean- 
do, quanto ellos con ánimos fuertes á muchos 
moros debarataron y mataron. Y como este 
valle fuesse grande y ricos los moradores 
del, los christianos por cobdícia de aver ricos 
despojos passaron más adelante de aquel lu- 
gar que les era mandado por el marques. E 
como una quadrilla de cavalleros y peones se 
adelantasse encima del lugar de Beznar, á 
ellos vinieron muchos moros que se avian 
recogido en Lanjaron, y estos juntos ataxa- 
ron á los christianos que andavan robando 
sueltos y desmandados; y las vanderas ene- 
migas cerca unas de otras, travaron el esca- 
ramuza y de poco principió. En breve rato 
fué tan recia y tan reñida, que de los unos y 
de los otros murieron gran parte de todos. 
Llegada la nueva á Gonzalo Fernandez, que 
le dixeron en esta escaramuza era (a) muer- 
to un cavallero page de la reyna, aguijó con la 
gente de su capitanía, y en el peligro se me- 
tió tanto que con los que llevó y halló apretó 
con los moros hasta los echar adelante de la 
puente de Tablate, donde á la priessa del 
passar los christianos tomaron y mataron 
muchos moros. E allí en esta puente se hicie- 
ron tan fuertes que no se pudo passar á 
ellos. El marques recogida y rica su gente de 
ricos despojos de seda, ganados y moros, 
llegó al Padul do estava el rey, que otro dia 
vino á assentar su real al Gozco, que es junto 
de aquel lugar donde mandó labrar la villa 
de la Santa Fé, donde vino después de mu- 
chos días, que estava allí el real, la reyna; y 
estando rezando junto á la cama do estava 
el rey durmiendo, el ayre que por una ventana 
entrava en la cámara meneava unas cortinas 
de seda que davan en la vela del candelero, 
y aquellas quemadas, dio en las ramadas de 
una en otra; se quemó gran parte del real 
y toda la tapecería del rey y de la reyna con 
mucha parte de la cámara. Doña María Man- 
rique, que lo supo de improviso, de Yilora 
embió á la reyna muchas y buenas camas y 
rica tapecería, suplicándole se sirviesse dello, 
con más camisas y cosas de lienzo labrado 
que á las infantas y damas dio, que de todo 
el fuego les hizo falta. La reyna de su mano 
le escrivió, y en la carta y de palabra mucho 

(ai Este page se decía Avellaneda. 



576 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



agradecimiento le dio. E á la noche venido 
Gonzalo Fernandez de la guarda del campo, 
donde estuvo dende luego que el fuego dio 
rebato en el real, la rcyna le dixo: «Gonzalo 
Fernandez, sabed que alcanzó el fuego de mi 
cámara en vuestra casa, que vuestra muger 
mas y mejor me embió que se me quemó». 

El desbarato que en los moros se hizo donde 
dellos fueron muchos muertos y cativos, y 
el que ellos hicieron el mismo dia en los 
christianos. 

En la Vega y heredades della á tercer dia 
la gente del real repartida por capitanías, ha- 
cían talas do eran contino escaramuzas. E 
como el rey llevasse un dia á la reyna á las 
ver, buelta la rebuelta de una aguijada (a) 
que se dio, hizo muy grande daño en los mo- 
ros. Los christianos pensaron ardid que lle- 
gada la gente al real volverían descuydados 
á llevar los muertos, que era gran numero. 
Don Juan Tellez Girón, conde de Ureña, y 
don Alonso Fernandez de Córdova, cuya fue 
la casa de Aguilar, y don Diego de Castrillo, 
comendador mayor de Calatrava, capitán de 
los continos del rey y de la reyna, y otros 
muchos cavalleros y capitanes metidos cerca 
de Armilla, tras unas paredes que están allí, 
de un atalaya puesta en un álamo fueron vis- 
tos por los moros, que con desesperación 
atrevidos arremetien diciendo: «Fenezcamos 
oy nuestros trabajos con el presente peligro, 
pues guarda es de la vida el menosprecio de 
la muerte, y bolvamos que cerca de los chris- 
tianos no ay oy igual menosprecio que nos- 
otros, porque veen se nos hacen las cosas de 
mal. Apriessa, ca si nos mezclamos con ellos 
sofriremos menos afrenta y ellos recibirán 
mayor daño». Los quales con mas forasteros 
que le vinieron del Alpuxarra y de Val de Le- 
crin rebolvieron sobre el ardid en tal guisa, 
que la gran Vitoria pasada en la mañana, á la 
tarde con menos peligro y mas seguridad los 
peones y cavalleros moros, por ser muchos 
mas apretaron la quistion en tal manera, 

fa) Este daflo que este dia los moros recibieron, aun- 
que aquí apriesa se corre, fue asaz grande y el principal 
que en la guerra en campo en ellos ee hizo. Ca dejado la 
prisión del rey mozo y el desbarato de la de Iiopera, que 
ambos fueron mnclio y lo mas recio do la conquista del 
reyno de Granada, esta aguijada que A los moros se dio, 
que llaman la del Rubit, y por otro nombro el dia de la 
reyna, mayor fué que la del Cañete de Guadix, estando 
el rey sobre Baza y la df la sierra de Bentonie, teniendo 
cercado á Velcz-Málaga, que fueron ambos assaz gran- 
des desbaratos. 



que (a) con las armas y cavallos de los chris- 
tianos muertos matavan los vivos, sin perdo- 
nar ninguna edad; y los que quedavan repu- 
tavan ser aquel dia postrero de su vida, por- 
que con tal furia se defendían, que la neces- 
sidad de se desenredar de los moros era 
causa de mas pelear. Muchos ovo que avien- 
do respeto á su acostumbrada virtud, deja- 
ban de huir de manifiesto: ca rempujándose 
unos á otros se dañavan cayendo con muchas 
heridas que recibían, y no daban pocas los 
nobles, que quanto mas los suyos los deja- 
van, tanto mas cerca de los enemigos se ha- 
llavan. Gonzalo Fernandez puesto en un pas- 
so estrecho de un acequia, que las hazas 
no se (b) andaban por el agua de que las 
avian llenado los contrarios, con manos y 
lengua los detenie diciendo: «Gocemos oy, 
señores, del error de los enemigos que tan 
descaudillados vienen y seamos capitaneados 
de vergüenza y no de temor, que si comuni- 
camos el ardid, no participemos el huir, y 
nuestra huida bolvamosla en ¡ra y demos 
buelta». E como fuesse la mas gente de re- 
baños y no conocida y los mas de perrochas, 
pocos le siguieron, y con algunos nobles por 
salvar á Diego Ximenez, adalid, que aunque 
con esfuerzo faltavale sangre y fuerza, le hi- 
rieron y el cavallo muerto. Mendoza, de que 
lo vído salpicado de sudor y sangre: «Tomad, 
señor, dijo él, este, ca de píe no vos podreys 
salvar lo que yo sí». E como arreziase el pe- 
ligro, los christianos ni guardavan capitán ni 
acatavan dignidad, antes assi como los unos 
el lugar que vivo tomavan muerto lo ocupa- 
van, assi otros davan lugar á las arremetidas 
de los moros, el peligro de los quales Gonza- 
lo Fernandez en poco tenía por conservar el 
honor de la capitanía. Ca como á los otros 
capitanes recibido revés menoscabavan en 
autoridad, este de tal manera en la quistion 
se avia que crecía su mandar. Salidos de allí 
algo mas adelante fue tan recia el aguijada 
que los moros, que ocupados los ánimos en 
la matanza tenían dieron, que aquel (c) Men- 



(a\ Con estos muertos düste dia mataron dos buenos 
cavalleros; á Juan Hodriguez Manjarrez y 4 Tristan de 
Iss Casas alcayde do Osuna, que con la Kent<; della y de 
Morón se metieron en la furia del peligro por sacar del 
al conde do Urucfla. cuyos criados eran. 

(b) Muchas veces los moros echavan en la Vega .ei_ 
agua de los rios Darro y Genil, quaiido para mas ofi 
der 6 mejor defender les conven ia. 

(c) Este Yfligo do Mendoza era de Baoza, hijo de . 
cavallero de aquella ciudad que decian Bodrigoi 
Mendoza. 



DEL GRAN CAPITÁN 



577 



doza mataron; la muger del qual Gonzalo 
Fernandez contino sostiene, y á sus hijas 
dotó largo. Por consiguiente, en el real essa 
noche ovo tristeza; pero no mayor que llanto 
en la ciudad. Otras muchas cosas que seria 
obra no ligera de contar, hizo en las dichas 
guerras este Gonzalo Fernandez, continuan- 
do las entradas y almogavarías y escaramu- 
zas, cercos y combates, assi yendo con el rey 
como con capitanes generales que en el An- 
dalucía ovo en aquel tiempo, y muchas entra- 
das por si con su gente y veces con mas alle- 
gadiza; y el recabdo que puso mediante el 
peligro en que estuvo, con trecientas lanzas 
y mil peones para assegurar las recuas que 
yban al real donde el rey estava sobre Coin 
y Cártama; y el sobrepujar que tuvo su es- 
fuerzo con osadia quando entró por manda- 
do del rey y la reyna (a) en Alhama dende 
Antequera con gente suya y della y de los 
capitanes Rodrigo de Torres y Miguel de 
Ansa, teniéndola cercada Muley Bulahacen 
rey de Granada la segunda vez, la entrada 
del qual quanto á los moros pesó los cerca- 
dos se fortificaron, por el provecho que á su 
necessidad les vino, no menos de gente que 
de la pólvora y almacén que les metió, de 
que tenian gran falta sus vallestas y tiros: 
que tan menos le conocían tirándole quanto 
á los moros que juntos todos llegaron á la 
puerta de la fortaleza por donde entró al 
alva del día; y de la salida que escapó cuando 
tentó (b) de sacar del corral de Granada los 
cativos el año que la embidia obró su oficio 
y lo desvió según suele estorvar las grandes 
hazañas. 

Trato de la entrega de Granada. 

Como durasse el sitio sobre Granada ovo 
lugar muchas veces de saver Gonzalo Fer- 
nandez del rey della, al qual certificava era 
su tan servidor como cuando tenia manda- 
miento del rey y de la reyna para le seguir. 
El rey mozo que era agradecido holgava dello. 
Comunicándose esta cosa, seyendo terceros 

(a) Esta entrada en Albama fue por avril de mil y 
cuatrocientos y ochenta y dos aüos. 

ib) Este Racar del corral de Qranada los cativos, fue 
un ardid muy singular y esforzado y espiado, y bien ten- 
tado por Gonzalo Fernandez. Y llegado gran número de 
gente y capitanes para cfetuallo. y puesto á pie cerca de 
los molinos, que allí A la subida están, al tiempo del 
Bobir aqui, ovo tantos inconvinientes mas do embidia 
que de temor, que cessó el mas honrado hecho que en 
nuestros tiempos ha acaecido en España. 

Ctónieas del Gran Capitán. -37 



las espías que Gonzalo Fernandez tenía con- 
fino en la ciudad, ratificaron la fabla, que 
tiempo avia era entre ellos passada, de que 
si le hiciesse el rey y la reyna tal partido, les 
entregada á Granada. Esto llegó á estado de 
trato; y para efetuallo era necessario perso- 
na del rey y de la reyna, de quien el rey mozo 
se fiasse, porque él temía de la furia del pue- 
blo sabiéndolo. «Yo, señores, dijo Gonzalo 
Fernandez al rey y á la reyna, iré á la puerta 
de Nexte, donde el rey dice hallaré al Muley» 
«Gonzalo Fernandez, le dixeron, por la poca 
seguridad que (a) ay de Holeylas, que es la 
guia, cessará vuestra entrada de que ay ne- 
cessidad: porque este haciendo doble con la 
ciudad el trato con vuestra persona, que mas 
que aquel le tiene se perderá: porque Fer- 
nando de Zafra, que allá tarda, se cree lo 
ayan muerto ó preso (b).» «Poderosos seño- 
res, quando se ofrece tal caso en que hombre 
pueda mostrar virtud sirviendo á sus señores, 
no ha de abatir su animo á semejante obra, 
ni se deve temer trabajo presente, ni recelar 
el daño futuro. Con el ayuda de Dios, cuya 
causa principal es, yo iré esta noche con Ho- 
leylas al lugar por el rey señalado, y llevaré 
uno mió que sabe guyar fuera de los lugares 
y passos assechosos. Por ende vuestra al- 
teza mande hacer memorial de lo que con el 
rey se ha de assentar». Al quarto de la modo- 
rra, con animo enhiesto, sin que ningún pe- 
ligro le apasionasse, salió del real, hurtándo- 
se de las guardas: antes de la luz primera 
llegó á la Alhambra, donde halló con el rey á 
los Alfaquíes Chorrud y el Pequeni, y el al- 
cayde Muley, y secretario Fernando de Zafra; 
los quales assentados los partidos y hechos 
en capítulos: «Decid, señor (dijo el Muley á 
Gonzalo Fernandez) ¿qué certidumbre se ter- 
na del rey y de la reyna? dexen al rey mi se- 
ñor las Alpujarras que es el primero capítulo 
de nuestra negociación, y como á pariente 
que promete le tratarán». «El debdo y tierras 
dijo Gonzalo Hernández, señor alcayde, dura- 
rá quanto durare su señoría en el servicio de 



(a) Este Hamete Holeylas fue un vecino de Granada 
que salía al real muchas veces secreto con el trato. 

(b) Nomillo se quexaba a Gayo Cesar porque le enco- 
mendava pocas cosas peligrosas, diciendo que su her- 
mosa edad perecía sin la ocupar en cosas famosas Assi 
en esta entrada Gonzalo Fernandez mas pensava en lo 
que servia que no & lo que se ponia. Ca como le dixesse 
la reyna que miraso yva A gran peligro: «Yo. poderosa 
señora, dijo él, desta entrada no se lo que ha de ser; mas 
se io qne puede ser, que bien ansí como todas las cosas 
pueden acaecer, asi sé que no han de acaecer todas*. 



578 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



sus altezas.» Y concíuydo lo de Granada con 
la entrega della segundo dia del año de mil y 
quatroclentos noventa y dos, Gonzalo Her- 
nández con su muger quedó en ella con inten- 
ción de tomar emienda del trabajo passado; 
y de allí fué llamado por el rey y la reyna al 
tiempo del nacer la guerra en Ytalia y des- 
pierta la de Ñapóles: al qual mandaron ir á 
aquel reyno por capitán general, donde se le 
recreció muy gran colmo á sus muchas y gran- 
des hazañas con las grandes guerras que en 
Ytalia y Ñapóles á los franceses hizo; y á re- 
yes, á príncipes y á grandes señores y señorías 
y que lo siguieron; é batallas que venció, y 
combates que á muchas ciudades y villas y 
castillos dio; con muchos turcos que destru- 
yó, hasta que pacifico el reyno de Ñapóles, al 
rey en persona entregó y (a) hígado dio: que 
fueron tantas y tales que aquellas diciendo ó 
escriviendo, aunque con sobrado ingenio, se 
harían menos de lo que fueron. Los cuales 
franceses decían: si el (6) esfuerzo de Lucio 
Dentado feneció, con Gonzalo Hernández re- 
nació; pues con su estada en Ytalia toda 
cosa reverdece, y aquel pueblo es mas cerca 
á la guerra que está lejos de su encomienda, 
ca contino lo tenemos presente acordándo- 
nos de su presteza sabida. El qual ydo á Ña- 
póles, que con los exércitos enemigos titu- 
beava, porque Ytalia de los franceses era 
passeada, de los quales los campos plantó, y 
tan vacia de bivos la dejó, quando la holló, 
como llena la halló. A los quales franceses 
cerca de los ytalianos era otorgada la gloria 
del conquistar, hasta que vieron á Gonzalo 
Hernández tan delantero guerrero que mas 
con obra que con sozobra atormentava. E 
continuando aquella costumbre de griegos y 
romanos que con los claros y maravillosos 
capitanes acostumbravan, aunque enemigos, 
hacer, de dalle renombre, bien assi á este 
Gonzalo Hernández, en quien vieron las bon- 
dades pertenecientes á buen cónsul, con lleno 
consentimiento de todos le apellidaron Gran 
Capitán, por le ver subir á tan alta cumbre 

(o* El hígado dice, porque aquí en Ñipóles hizo el 
Oran Capitán al rey un rico preHenie de un balax nom- 
brado y eslimado por mej >r de las piezas oxcelenles de 
los joyeles de Ytalia que llaman el higado: y que do 
aquel su alteza se siviesse porque ora pedazo de los 
buenos qu» le q'iedaban para au servicio. Muchos afir- 
man VBlla mas de veinte mil d toados aquel j >yel. 

{f)i Marco Varron, que luó valiente historiador y esfor- 
zado cavallero. pone que en este Lucio Dentado feneció 
la fortaleza do los romanos y que tuvo mas claro res- 
plendor de esfuerzo que ninguno de los que en bu tiem- 
po fueron. 



que en crecimiento de dignidades le espara- 
ván ver; y demás deste nuevo nombre ganó 
docientos estandartes y banderas que tomó 
en batallas y reencuentros y combates que 
venció, y mas la manada de (a) estados que 
dejó, que son tres veces duque de Terranova 
y de Sesa y de Santángelo, y marques de Vi- 
tonto y gran condestable del reyno de Ñapó- 
les: lo qual todo ganó en aquellas guerras, con 
mas que comió en la mesa con los reyes de 
Aragón y Francia en la ciudad de Saona don- 
de le dijo el rey en su francés: «Gozado me 
he, famoso (6) Gran Capitán, señor, en aver 
visto vuestra persona, por no admirarme de 
vuestra obra, la qual bien se concuerda con 
vuestro línage y fama». Los quales grados de 
onores tampoco ensobervecieron la grandeza 
de su animo, quanto primero no le avian aba- 
jado la delgadez que tuvo de lo necesario; 
antes aquellos estados recibió y posseyó con 
no mas mudanza que si los de sus abuelos 
heredara (c), honrando las dignidades y no 
aquellas á él. 

ü 

Recibimientos que al Gran Capitán se^^ 
hicieron. 

En España venido el Gran Capitán á pocos 
días después que el cathólico rey desembar- 
có, se le hicieron muchos recibimientos: del 
número de los quales tres. Valencia, Burgos, 
Santiago de Galicia, contaré. 

Recebimiento de Valencia. 

En Valencia, á do por la mar vino, la reyna 
Germana que la gobernación della tenia, 
mandó todos estados de aquella insigne ciu- 
dad le saliessen á recebir enviándole los no- 
bles de alli muías y cavallos bien aderezados, 
para que dende el puerto á la ciudad él y los 
suyos viniesscn. Muchos afirman que alli se 



(a) En ostOB estados y sertorios ay nueve obispados y 
un arzobispado, la proviniou de lo cual era al Gran Ca- 
pitán que los adquirió por su propia virtud, y nuevos 
fechos con mas gloria que si eredara de sus paseados la 
potencia y riquezas dellos. 

(b) Assi grave so luostró el Gran Capitán al tiempo 
que el rey de Kriincia aquí le hablava quanto en armas 
era reputado poderoso: y que no menos valiente decían 
los franceses era en sabiduría que en grandeza de co- 
razón: ca por igual lo tenian en buenas costumbres con 
BU8 hechos maravillosos de guerra. 

(o) A las virtudes no crece honor (dice Boecio) por 
las dignidades, mas ¿ las dignidades por las virtudes; 
bien assi el Gran Capitán en tal manera administrava 
sus señoríos, que mas honra dava él & ellos y 4 su estado, 
que su estado y seúorios á ól. 



I 




DEL GRAN CAPITÁN 



579 



hallaron, que solo palio (para ser bastante 
recebimiento de un gran príncipe) faltó, por- 
que aliende de la gente eclesiástica que muy 
ricos y ataviados salieron con los grandes y 
cavalleros, aquel dia fueron vistas todas las 
señoras, damas y doncellas de la ciudad y 
tierra: estando las calles, plazas y ventanas 
tan llenas de todo género de hombres y mu- 
geres, que decian avia muchos tiempos igual 
ni tanta gente fué junta en fiesta. Vinieron 
con él á las casas del conde de Oliva, que le 
dexó libres en que posasse muy rica y Hnda- 
mente ataviadas, en que en cinco quadras ovo 
cinco camas de seda y brocado y las salas de 
rica tapicería entoldadas, con mucha abun- 
dancia de olores, frutas y conservas que los 
oficiales deste conde proveyeron. Aquí el 
Gran Capitán dende algunos dias que avia 
tomado de reposo, mandó á los suyos que se 
aderezassen para ir á la corte, y mandóles 
dar cinco mil varas de seda ansí á sus cava- 
lleros y gente como á otros que con él desem- 
barcaron. 

En Burgos. 

Salido el Gran Capitán de Valencia con no 
menos acompañamiento que le fué fecho rece- 
bimiento, llegó á Burgos do estaba el cathó- 
lico rey que mandó le fuesse fecho solene re- 
cebimiento, en que lejos de la ciudad salió en 
orden toda la copia de la corte prelados, gran- 
des y cavalleros, capellán mayor, capellanes, 
presidente y consejos y inquisición y órdenes, 
y contadores mayores y comendadores mayo- 
res de las órdenes de Santiago, Calatrava y 
Alcántara, y los comendadores de ellas y la 
justicia real y la ciudad y regidores y cavalle- 
ros della hasta llegar á palacio, do primero 
todos los suyos por orden besaron las manos 
al rey, que alegremente los recibió; y al Gran 
Capitán para lo abrazar de la silla largo se 
apartó, y asi le dixo: «Gran Capitán (a), la 
ventaja que á los vuestros llevays en la gue- 
rra, en la paz vos han tomado oy», con otras 
palabras muchas de placer; y en aquella mis- 
ma orden que "llegó á palacio por el mismo 
mandamiento real le fueron á dexar en su po- 
sada que fué las casas de Covarruvias, prin- 
cipales de aquella ciudad excelente. 



(a) Esto desta ventaja decia el rey porque el Gran 
Capitán acostumbrava ser el primero en la lid y el pos- 
trero que della salia. 



En Santiago de Gfilicia. 

Morando muchos dias el Gran Capitán en 
la corte tuvo cargo de procurar con entera 
voluntad por los que en el reyno avian fecho 
atrevimientos, de los que suele acaecer en 
ausencia del rey y poca color de justicia: en 
el qual oficio aprovechó mucho y á muchos, á 
los unos el rey los admitiesse á su servicio y 
á otros que les hiciesse mercedes; en lo qual 
tardó mas de lo que él quisiera para ir á San- 
tiago, que era jornada por él prometida y mu- 
cho desseada; y antes que otros estorvos de 
ágenos negocios le ocupassen, entró en aquel 
reyno. El arzobispo, que su venida supo de 
improviso, le hizo un tal recebimiento qual á 
su persona convenia; saliendo él y sus carde- 
nales, clérigos y cavalleros, y nobles de aque- 
lla ciudad y tierra lexos á lo recebir muy hon- 
radamente; y llegado á Santiago, aposentóle 
en sus casas ricamente aderezadas y entolda- 
das. E aquí dende algunos dias el Gran Capi- 
tán adoleció. Este arzobispo de Santiago (don 
Alonso de Fonseca) usando de su animo libe- 
ral proveyó tan abundantemente de todo lo 
necessario á su dolencia no solo de la ciudad, 
mas de Portugal y Castilla mandó traer cosas 
necessarias para su cura: con mas mandando 
en la ciudad y tierra que ninguna cosa se ven- 
diesse ni diesse para la casa y despensa del 
Gran Capitán, ni para ningún cavallero ni 
persona de las suyas, ca era tan abundante- 
mente lo que de la despensa y casa del arzo- 
bispo se dava de todo linage de pescados de 
mar y rio, carnes, aves, vinos, conservas, fru- 
tas, con todo lo á mantenimiento necessario, 
de lexos y cerca traydo, que avia para pro- 
veer á mucho número de gentes. Ca sus ofi- 
. ciales tanta diligencia ponian en esto como si 
fuera su propio señor el enfermo. Tengo sa- 
bido de persona bien digna de fé muchas per- 
sonas estrangeras que allí en Santiago se ha- 
llaron con tomar nombre de ser del Gran 
Capitán, á las bueltas tomavan de aquellos 
montones muy otorgadas raciones: y los mis- 
mos mayordomos del arzobispo los conocían 
ser estranjeros y holgavan ser engañados de- 
llos. Puesto en mejoría el Gran Capitán para 
poder caminar al tiempo que se quiso partir, 
después de los ofrecimientos que entre él y el 
arzobispo passaron según costumbre de gran- 
des y uso de señores, le dixo: «Aquí, señor, 
me parece que no menos vuestra casa sana 



580 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



el cuerpo que vuestra iglesia el alma: ca assi 
es por cierto mediante Dios la diligencia que 
en mi dolencia han puesto, vuestros criados 
y su solicitud me ha dado la salud». 

E dio el Gran Capitán en esta jornada á la 
yglesia de Santiago, porque toviessen cargo 
los cardenales y señores della, de hacer una 
fiesta cada año de bisperas y missa, treynta 
mil maravedís de juro y muchos ornamentos 
de seda y brocado y una lámpara muy rica de 
plata dorada. 

Los quales tres recebimientos por triunfos 
podrían passar si los pusiera en tal estilo es- 
critor que no escreviera corto, que he por 
mejor callar que de lo mucho dezir poco. 

Cómo después de venida la nueva de la batalla 
de Revena mandó el rey ir al Gran Capitán 
á Ytalia. 

Estando el rey en Burgos le llegó certeza 
de la batalla que sus gentes y del papa y ve- 
necianos, y los mas de la liga ovieron con los 
franceses cerca de Revena, do de una parte y 
de la otra murieron la mayor parte de las dos 
huestes, en especial de los franceses; por lo 
qual fué necessario enviar gente nueva y ca- 
pitán esperimentado en Ytalia. Los descarria- 
dos que era la parte mayor davan las bozes 
por el Gran Capitán que en Roma quando lla- 
maban á Camillo (a); y con esta nueva vinie- 
ron cartas del papa y de la liga para el rey 
que embiasse á ella al Gran Capitán, en cuya 
yda estaba el remedio; que ir solo de gente 
el nombre del Gran Capitán allá, seria tanto 
terror y espanto á los enemigos quanto animo 
y placer tomarían los suyos. El rey que del 
Gran Capitán conocía ser diestro en el arte 
de las armas, y diligente en el proveer de 
assentar la hueste do menos daño recibiesse, 
y mas proveydo el real de mantenimientos y 
aguas, y de las assechanzas y peligros de los 
e nemigos estuviesse seguro, y el que primero 
se lanzava en ellos, afectuosamente se lo 
rogó. «Yo, señor, dijo él, desseo servir tanto 
á vuestra alteza que á la mas pequeña cosa 
de vuestro servicio porné mi persona aunque 



(a) Dice Valerio que este Furlo Camillo fué tan vale- 
roso varoD que estando cumpliendo su destierro en Ár- 
dea, con licencia salió della y dio en los galios que an- 
davan en los campos de Koma liazieiido guerra después 
que entraron en la ciudad, la qual recobró, y socon 16 el 
capitolio que dentro estava el «cnado cercado y que tal 
desbarato en estos franceses bizo que 110 quedó ningu- 
no que fuesse á dar nueva de su pérdida. 



m 



pierda la salud de aquella. Lo que suplico á \\ 
vuestra alteza es mande dar tanta y tal gente 
quanto al negocio conviene, y con ellos mande 
breve y largo cumplir.» Aceptada la yda por 
el Gran Capitán á Ytalia, luego el rey lo envió 
á denunciar allá escribiendo al papa y capita- 
nes de la liga de improviso seria con ellos el 
Gran Capitán, que les embiava en él otro (a) 
Fulvio. Sabido que el animoso capitán bolvia 
á Ytalia, la corte se rezumava para ir con él, 
poniéndose en nóminas en que en ellas se es- 
crivieron el duque'de Villahermosa, y el conde 
don Fernando de Andrada y otros cavalleros 
amadores de guerras peligrosas, y muchos va- 
lerosos varones y hijos de señores de estado y 
número de otra gente sin número de muchas 
ciudades y villas que embiaron, y otros que 
vinieron ansiosos de mudanza de tiempos por 
verse hartos de bienes, que con la paz no les 
sobran. Ydo á palacio á besar las manos al 
rey y despedirse para se partir, fué tan acom- 
pañado de los señores y grandes que en la 
corte se hallaron, quanto á su persona con- 
venia. La misma compañía salió de la ciudad 
hasta el fin del dia, y algunos grandes ovo que 
essa noche vinieron á aposentarse con él. 
Aquellos bueltos, con muchos cavalleros y 
gente se vino á Antequera por estar cerca 
del embarcar en Málaga; y como las cosas de 
la Ytalia fueron mudadas en mejor estado, 
cessó su passada. Muchos de los cavalleros y 
otros que vendieron parte de sus rentas y pa- 
trimonios para ir con él, apiadándose dellos, 
larga y cumplidamente cumplió con ellos; y 
hecho escrito de lo que les mandava dar, un 
su criado visto aquel ser en mucha cantidad: 
«Vuestra señoría lo vea (dixo él), que mas 
monta de sesenta mil ducados lo que á estos 
señores se les da». «Daldo, que para usar dello 
lo quiero; que el gozar de la hazienda es re- 
partirla». 



(a) Deste Fulvio, que por otro nombre se decia el mas 
noble, dice Sesto Frontino que aviendo de necessidad 
de pelear con pocas gentes que tenia contra el grande 
exército de los samnites, que estavan muy sobervios 
jjorqne las cosas de la guerra les avian «uccdido en pros- 
peridad, fingió que avia corrompido con pecunia una 
legión de los enemigos á passarse á los suyos: y para 
dar fé d ello mandó A los tribunales y centuriones que 
cada uno truxese todos los dineros, oro y plata que en 
la hueste oviese, para mostrar á las cspias el precio que 
de/ian ó trata van, y prometió A los que lo diessen mu- 
cho más ávida la Vitoria: y con aquella su amonesta 
clon y esperanza dio grande alegría en los romanos, qut 
entristecidos por las cosas papsadas estavan: las espiar 
contrarias que allí eslavan fueron A los suyos con esta 
nueva, que muqbo los entrist» ció, y fueron en división. 
Couielida la batalla, so ovo muy ciara Vitoria con enri- 
quecimiento de sus gentes qu(^ en ella ovieron. 



s 



DEL GRAN CAPITÁN 



581 



Habla que hizo el Gran Capitán en Antequera 
á los cavalleros que con él avian de ir á Yta- 
lia, quando supo cessaba su passada 

«Bien es, cavalleros, que sepays como el rey 
nuestro señor me embia á mandar que esta 
nuestra passada en la Ytalia sobresea hasta 
marzo, porque ansi cumple á su servicio; y 
que los que aqui conmigo estays sus conti- 
nos y criados vays á su corte; y que de los 
otros cavalleros le embie copia, porque de 
todos se tiene muy bien servido y quiere aver 
memoria para vos lo galardonar y hacer mer- 
cedes. De mi parte vos tengo en merced 
la voluntad con que, señores, aveys venido á 
servir á su- alteza en esta justa jornada; por- 
que con tal compañía esperava en Dios le 
diéramos buena cuenta de nuestras almas y 
al rey de su encomienda, y á los enemigos de 
la yglesia de vuestra, virtud resplandeciente 
en maravillosa memoria, según la santa y hon- 
rada empresa que tomastes: de donde os que- 
do, señores, tan obligado que en todos tiem- 
pos y horas que menester sea poner mi per- 
sona y casa por la de cada uno de vos, lo haré 
de tan alegre voluntad como pesar siento de 
vuestro apartamiento. Bien quisiera que fue- 
ramos en esta guerra, para que vierades las 
maravillas de Dios con la sobervia de los 
enemigos que allá nos llevavan, enredadores 
della. Los quales franceses, aunque assaz va- 
lientes varones, no yguales de vuestra dureza 
y esfuerzo; porque caso que se ayudan del sa- 
ber, vosotros de aquel y mas de la osadía que 
estimo en mayor, precio que su grande hueste: 
la qual no es cosa Hgera de ordenar, porque 
mas estorvo reciben de sí mismos que de los 
enemigos, por ser como es la multitud de los 
franceses gente desordenada para pelear con 
los pocos bien regidos. Quanto mas que de 
vosotros, señores, conozco estays en carrera 
de bondad, con la qual ayuntays el amor que 
teneys á los trabajos y peligros de las armas. 
Una cosa es bien, señores, que sepays, que si 
fuerades en Ytalia al tiempo que se escrevian 
los romanos para ir en |hueste,'sus caudillos 
no os pidieran los votos que'fa) juravan los 
que yvan en ella, ni menos en vuestro tiem- 
po. Celandio (b) no pregonara en su hueste 

I a) Juraban los romanos tres votos qnando Iban é 
guerra; obedientes á bu capitán, no dejar las armas ni 
rehuir el morir por el bien de la patria. 

(b) De los griegos íué capitán Colandio. 



que el cavallero que desamparasse su estan- 
za fuesse público enemigo del emperador. Ca 
he os visto de improviso tan tristes con esta 
no passada, que dá razón la cara de lo que 
deteneys en el alma; y, señores, no lo deveys 
hacer, porque si esto no fuesse en nuestro 
favor, ni Dios lo querria, ni su alteza lo man- 
daría; antes aquello es por mas mejor nues- 
tro, pues mas seguro es, que á un punto pe- 
ligroso que de muchas partes viene, se em- 
peora la guerra. Bien veo, señores y honra- 
dos cavalleros, que la saña de toda razón 
enemiga ha engendrado en vuestros ánimos 
con esta nueva yra: porque mas quisiera- 
des allegamiento de batalla que alargamiento 
de tiempo, por arrebatar la victoria con gran 
fama de virtud, do dejarades tan gran me- 
moria de gloriosa fama á vuestros descen- 
dientes, como la que heredastes de vues- 
tros mayores; pero como todo esto procede 
de nuestro Señor, á él se le dé loor; y pues 
las cosas de la Yglesia y de la Ytalia van 
cada dia mejorando, mediante las fuerzas y 
esfuerzos de la gente que allá está, á los 
quales bien assi como por ello les es otorga- 
do honra, no menos á vosotros merecimiento 
de gloria; pues para les ayudar llegastes á 
este lugar donde de vosotros, señores, se ha 
conocido, no por premia mas por premio de 
virtud aveys querido tomar trabajo loable. Al 
rey nuestro señor he escrito suplicándole vos 
mande á todos satisfacer y pagar los gastos 
y expensas grandes que para este camino 
aveys hecho. Bien espero ansí los que soys de 
órdenes en aquellas, y á los otros en sus na- 
turalezas, sereys de su alteza bien y larga- 
mente gratificados. En lo que á mi toca es que 
no vos pagaré ni podré dar á todos lo que 
devo al uno: en especial considerando quien, 
señores, soys, y de quien venís y como venís; 
pero sé que mas mirareys á lo que puedo que 
á lo que devo, y tomareys aquello con aquella 
gana dado que el dinero que ofreció la buena 
y santa muger; que será lo que acaece quando 
missa encargays que days un real y es de pre- 
cio infinito.» 

Acabado el razonamiento, muchos de aque- 
llos cavalleros no pudiendo retener el lagri- 
mal ni disimular el pesar, á cavo de alguna 
distancia de tiempo pidieron á Rodrigo de Ri- 
vero por todos respondiesse el sentimiento 
grande que de la nueva ovieron, el qual ansi 
dijo: 



582 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



Respuesta que en persona de los cavalleros dio 
Rodrigo de Rivero al Gran Capitán. 

«No será necessario decir á vuestra seño- 
ría la tristeza que estos cavalleros han toma- 
do con la habla que les ha dado; pues su mis- 
ma alteración lo muestra, de que nos pesa 
tanto que otra ninguna nueva nos oviera al- 
terado mas. Porque se alegravan quanto rea- 
legrar se podian en yr á la Ytalia con cónsul 
resplandeciente en dignidad y gloria y espe- 
riencia de guerra, ques la parte principal de 
la empresa: porque presente vuestra virtud 
poco temor se tenia á toda multitud; pues 
otro (a) Salinator llevamos por avanguarda, 
en especial yendo á empresa de la defensión 
de la Yglesia y con capitán que su uso es 
ayudar lo perseguido, á cuyo exemplo des- 
seamos bivir. Bien quisiéramos, señor ilustrí- 
simo, que pues no han valido amonestamien- 
tos con los franceses en Ytalia, vieran vues- 
tras fuerzas en Francia; porque de aquellas 
en Dios fiando nos resultara dignidades, ri- 
quezas y honores, que son devidas á los 
vuestros por el gran poderío y gloria de 
vuestra excelente persona: porque ante los 
ojos teníamos esta passada nos fuera onor 
increíble, pues que yvamos con caudillo que 
sus bien aventuradas hazañas y loables ven- 
cimientos de batallas dan claridad en el mun- 
do, de que toda sana boca habla. El pesar 
que estos cavalleros tienen melezina con que 
saben que vuestra señoría ilustre los tiene 
por perpetuos servidores, y por tales umil- 
mente pedimos haya memoria de nos mandar: 
pues aquella misma retenemos para obede- 
cer y agradecer la benivolencía con que nos 
ha tratado>. 

Mercedes que el Gran Capitán dio á los cava- 
lleros y otras gentes que avian de passar con 
él á la Yialia, quando del se despidieron. 

Ydos estos cavalleros á sus posadas, este 
Gran Capitán se fué á su cámara do les man- 
dó embiar dineros y cavallos, plata, brocado 

(a) Dice Justino qae quando este IíÍtío Salinator 
venció á Asdrubal mas con su persona que con demasía 
de gtfDte, porque aquella do igualava con el exército 
contrario, le (ué di bo que muchos de los franceses es- 
tavan derramados y >in capitán, y quo fácil cosa seria 
vencerlos con poca Rent : rcBpon.iió que conveniadcjar 
algunos para su mal contar y contar su Vitoria, y que 
el solo nombre de Salinator ponia espauto en los ene- 
migos. 



y seda y ropas y perlas, á cada uno según 
quien era y costa traya, y no menos á los que 
estavan en Córdova, Málaga y en otras par- 
tes aposentados; y aquella mesma cura tuvo 
de los alabarderos de la guarda del rey y 
gente de cavallo de aquella y de otros oficia- 
les y personas que de grandes y otros seño- 
res se avian despedido para ir con él en esta 
jornada; á lo qual todo como fuesse presente 
un su criado: «Estos cavalleros y gentes (dijo 
aquel) á serviros, señor, vinieron, y para que 
repartiessedes de lo ageno y conservar lo 
vuestro: oy veo lo que dice (a) Fectora: que 
naturalmente nacen los hombres liberales. O, 
señor, cómo esta vuestra cámara tiene suelo, 
y en vuestra casa no lo de (6) Craso! Ca en 
este repartir deve vuestra señoría ¡lustre se- 
guir lo que dice Valerio: que ansi como hom- 
bre no ha de dar mas poco de lo que deve, 
menos deve dar mas de lo que puede: que si 
Scipion y otros principales davan dádivas 
crecidas á los guerreros, era del despojo de 
los enemigos. No sé yo, señor, qué exceso 
hicieron estos vuestros bienes con tanto pol- 
vo y peligro ganados, que assi los meteys á 
saco; que por cierto no se lee en un dia dar 
uno de lo propio suyo lo que aveys dado oy 
á muchos de lo vuestro. ¿ Qué mas haria 
vuestra señoría al enemigo en su propia casa 
de lo que haceys oy en la vuestra?» Al qual 
respondió: (c) «Anda vete, amigo, ca las leyes 
de la guerra son ser el capitán clemente y te- 
ner la mano larga y boca prudente; esse con- 
sejo que me das ser me ha de mala digestión, 
por no lo aver acostumbrado en ninguna de 
mis edades, ni seria bien aconsejado si de 
nuevo lo principiasse. Ca cosa convenible es 
al que tiene cargo de gente, no menos la fran- 
queza que el honroso exercicio de la guerra; la 
qual assi como el capitán ha de punir corto» 
debe repartir largo; pues no menos es de cul- 
parle ser vencido por liberalidad que por ar- 
mas. Mira que estos cavalleros veen y yo lo 
siento qual gastados están, assi en el orna- 
mento de sus personas, como en el gran gas- 
to que los suyos cada dia les hacen; y si bol- 



(a) Este Fectora fué filósofo. 

(b) Este fué Marco Craso que tanto abundó en 
lies que con el fruto do la riqueza dcllos sostenii 
grande exército que traya. 

(c) La liberalidad del excelente uuipurador T'to 
crepada do los suyos porque dava todo lo que lo pedian 
ingratitud (les respon ió) es no dar á oquellos que les 
falta, pues ellos no le faltavan. Assi aqui el Oran C 
tan reparto y d& bienes á los que bienes le dessea' 
aunque no ne los demandavan. 



i 




DEL GRAN CAPITÁN 



583 



viessen á sus tierras pobres, sus vecinos 
aborrecerían el oficio militar que es mas no- 
ble. Acuérdate de aquella palabra que decía 
esse Scipion que dices, que mas quería con- 
servar un cavallero que destruyr mil ene- 
migos. Ca bien ves que si nos faltare caudal, 
no nos faltarán amigos de verdad; que el va- 
ron no se ha de someter á baxos pensamien- 
tos, pues la razón á lo mas bueno nos lleva». 

Cómo el Gran Capitán vino á la ciudad de 
Loxa donde adoleció, y fué á Granada don- 
de feneció. 

Derramada esta fama de liberalidad y ale- 
gre conversación que con estos cavalleros y 
gentes el Gran Capitán hizo, creció en los 
corazones de los hombres tenerle tanto amor 
que todos unánimes deseavan servirle y se- 
guílle; y ansí con él y con la duquesa su mu- 
ger vinieron acompañándolos hasta la ciudad 
de Loxa, que le fué dada con la justicia y te- 
nencia della para su aposentamiento. E aquí 
tornó á mandar hacer nóminas de segundo 
repartimiento, tan colmadas como la otra 
vez; y en estas liberalidades se conoció del 
tanto se realegraba en el dar, quanto penas, 
gemidos y cuidados tienen los avarientos en 
el guardar. Quedaron con él cínquenta cava- 
lleros de sus continos y criados, con otra 
mucha gente, á los quales tenia en uso de 
bivir sin bollicios, limpios de reniegos, juegos 
y adulterios; y en esta observancia allí mo- 
raron casi tres años, usando marido y muger 
de aquel su oficio de liberalidad y charidad: 
do dieron testimonio hazian vida á voluntad 
del que dá la vida. E aquí adoleció de quarta- 
na en el mes de agosto; de la qual dolencia 
sus días fenecieron en Granada de (a) edad 
de sesenta y dos años y dos meses, á dos 
días del mes de diciembre de mil y quinientos 
y quince años; domingo antes del día, estan- 
do rodeado de su muger y hija y criados y 
servidores (b) y sabios y claros religiosos; á 
arbitro y parecer de los quales repassó y co- 



(a) Esta eflad no sabida, en el meneo de la persona, 
cabellos, barba, dientes y cara, por enteros cinquenta 
afios no le juzgaran. 

(bi Fueron estos religiosos que aquí estovieron 
Fr. Pedro de Alva, prior de San Gerónimo de Granada, 
qne quedó con la duquesa por albacea, y el provincial 
Fr. »'edro do Montes Doca. y ol guardián Fr. Antonio 
de Críales, en buena vida y costumbres muy aprovadoa. 
A este dicho prior Fr. Pedro de Alva por su abilidad, 
vida, virtud y fama el emperador nuestro seúor le dio 
el arzobispado de Granad». 



rrígíó SU testamento y comunicó su vida pas- 
sada, y recibió con tiempo los santos sacra- 
mentos de la santa yglesia con tantas lágri- 
mas y devoción que dieron fé de su buen fin. 
Hizo de nuevo grandes mandas y limosnas 
allende de las fechas, con mas cínquenta mil 
missas que le dixessen en aquellos moneste- 
rios y yglesias que mas necesidad toviessen. 
Fué depositado su cuerpo en la capilla ma- 
yor de San Francisco de aquella solemne y 
nombrada gran ciudad, con (a) grandes llan- 
tos y gemidos del pueblo y tierra que concu- 
rrió á las honras: donde todas las dignidades 
y beneficiados del cabildo de la yglesia mayor 
y capellán mayor y capellanes de la capilla 
real, y clérigos de las yglesias y religiosos de 
los monesterios de la dicha ciudad, vinieron 
los nueve días de sus honras, en que se 
hallaron presidente y oydores de vuestra 
audiencia real y marques de Mondejar conde 
de Tendilla con los veinte quatros, y los 
otros cavalleros della, con mas los señores 
de Vaena y Aguilar y Alcaudete y Palma con 
sus hermanos, hijos y debdos, y muchos 
otros cavalleros que del Andalucía vinieron. 
Estavan puestas en la yglesia y al rededor 
de la tumba que representava su bulto do- 
zíentos estandartes y vanderas y dos pendo- 
nes reales que avia ganado en batallas á los 
franceses y sus sequaces, con las señas que 
tomó á los turcos quando la Chafalonía les 
ganó. Al católico rey llegada la nueva desta, 
á la buena y clara vida ser trasladado el Gran 
Capitán, hizo mucha demostración de dolor y 
sentimiento con derramamiento de lágrimas, y 
tomó loba negra, y los grandes y cavalleros 
de la corte tomaron luto. Su alteza dixo pa- 
labras que davan testimonio del amor que le 
tenia, y mandó que fuessen hechas solemnes 
honras en su capilla y corte. 

Vida, linage, persona y costumbres del 
Gran Capitán. 

Porque gastada la edad de los hombres, de 
las cosas no ay memoria, y en letras dura y 
se conserva, parecióme poner en ellas á ma- 



(a) Una cosa se vido aquí quo por la novedad della 
me pareció poner: que todos los dias de las honras con 
muclios más todos los vecinos de la ciudad, sin ser cita- 
dos por ruego, ni mandamiento, dejaron sus tiendas, 
tratos, oñcios y lavores, y yvan cada dia á San Francis- 
co hombres y mugeres, assi viejos como nuevos chris- 
tianos, enternecidos de dolor, mostrando cada uno la 
trísteza en la cara del pesar que tenia en el alma. 



584 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



ñera de registro lo dicho que procedió del 
hecho: ca pues que de lo que de lexos oymos 
tenemos por estimado, mucho mas preciado 
deve ser lo que vimos (a). Ca sabido es todo 
linage de hombres dessean oyr hazañas de 
los ydos. Quanto mas todos se deven reale- 
grar con las que ven de los presentes, que 
con gran diligencia se deven escrivir, por ser 
infinitos (como dice Tulio) los provechos y 
loores que de las contar en corónica se sigue. 
Apegado á esto se dirá algún tanto de la fa- 
cion, persona, costumbres, dichos y hechos del 
Gran Gapitan, pues con la perpetuidad que 
obran leyéndolas, pagamos las deudas á sus 
excelentes obras para que en sus hazañas no 
cayga olvido. Ca como quier que son verda- 
deras, como dice el filósofo, por los dichos 
universales, mas no á todos sabidas, cuya 
verdad entonce (dize él) es conocida, quando 
en lo particular se platica. E á esto junto se 
contará la antigüedad encepada de su linage 
generoso, que aprovecha á sus obras ser (b) 
nacido de noble lugar; al qual dá favor su 
poder. Don Pero Hernández de Córdova, 
cuya fué la casa de Aguilar, y las villas de Ca- 
ñete, Priego y Montilla, que fué hijo de don 
Alonso Hernández, del qual fué padre don 
Gonzalo Hernández de Córdova, cuyo fué el 
mismo estado. Fállase en las corónicas de 
España aquellos de Córdova, donde este don 
Gonzalo Hernández vino, ser nobles, antes 
que la ciudad se ganasse de los moros; y por 
tales escogidos en principales honores al po- 
blamiento della, acatando su virtud y valen- 
tía: entre los quales nunca menguó, loados 
mediante las grandes cosas que hicieron en 
la guerra de los moros sus vecinos. Porque 
de tal manera se anticipavan á los peligros 
en ellas los que sucedían en aquel linage, que 
no dexavan con hazañas olvidar la gloria de 
sus passados. Dice una de las antiguas casas 
que en el Andalucía primero tuvo vasallos 
ganados en la guerra de los moros, fué esta 
de Córdova, y de parte de doña Elvira de 
Herrera su madre, que fué hija de Pero Nu- 

(a) Annqne Isa cosas pasadas sean dinas de memoria, 
dice el Papa Fio, que mucho mas de loor deven ser las 
nuevas; porque quanto mas cerca de nuestra vista, tau- 
to mas Ue precio estimado son. 

(b) Común regla es. quando so d& loor & algún exce- 
lente varón, contar las personas claras de su linage, 
donde el tal-deciende, para declarar que tal persona es 
estimada por los autos seflalodos de sus mayoren: de 
guisa que los loores de los pasados deciendan i or gra- 
dos á aquel de quien taazafias y virtudes se cuentan, 
para mostrar que la tal persona ea esclarecida en no- 
bleza de sus pasados, á quien en aquella parecía. 



ñez de Herrera, cuya fué la casa de Pedraza. 
Dice Hernán Pérez de Guzman en el tratado 
de los claros varones que de su tiempo es- 
crivió, que estos de Herrera venían de linage 
noble y muy antiguo. Su persona, gesto y 
autoridad era tanta y de tanta gravedad que 
para el propio semejar vayan á (a) Apelles ó 
venga (b) Guido de Coluna para le bien tras- 
ladar. Fué su aspecto señoril, tenia pronto 
parecer en las loables cosas y grandes fe- 
chos. Su animo era invencible; tenia claro y 
manso ingenio; á pie y á cavallo mostrava el 
autoridad de su estado; seyendo pequeño 
floreció no siguiendo tras lo que va la juven- 
tud. En las questiones era terrible y de voz 
furiosa y recia fuerza. En la paz doméstico y 
benigno; el andar tenia templado y modesto; 
su habla fué clara y sossegada; la calva no le 
quitaba continuo quitar el bonete á los que 
le hablavan; no le vencía el sueño ni la ham- 
bre en la guerra, y en ella se ponía á las ha- 
zañas y trabajos que la necessidad requería; 
era lleno de cosas agenas de burlas, y cierto 
en las veras, como quier que en el campo á 
sus cavalleros presente el peligro por los re- 
gocijar decía cosas jocosas; las quales pala- 
bras graciosas (decía él) ponen amor entre el 
caudillo y sus gentes. Era tanta su perfec- 
ción en muchos negocios, quanto otro dili- 
gente en acabar uno; en tal guisa que venci- 
dos los enemigos con esfuerzo, los passava 
en sabiduría; el qual como los tovíesse un 
dia tan cerca que aquel peligro caussase en 
tornear los ojos tanto á uno que le díxo: «Oh 
cómo parece mejor al varón derramar sangre 
con las armas que (c) con temor mugeríl lá- 
grimas! ca con ellas afeays la Vitoria que oy 
esperays: y estos ojos mas se muestran es- 
traños de buen linage que generosos». Su ra- 
zón era de tanta perfección que no avia cosa 
de menosprecio en su habla. En la guerra 
dava exemplo de templanza y justicia, la qual 
siguiendo con su prudencia y autoridad tuvo 
tan conforme su exército, no embargante ser 
mezclado de españoles, ytalianos, alemanes, 
con otras muchas naciones, que entrellos po- 
cos escándalos ovo; y uno que nació con boz 

(a) Apeles fué tenido por principe de los pintores. 

(b) Historiador singular fué este Guido de Coluna, 
que con pluma diligente oscrivió en hermoso y alto es- 
tilo la facciones y obras de los griegos y troyanos, que 
en la defensión y conquista de Troya se hallaron. 

(c> Esto de las lAsrimaa acae.io el dia que el Gran 
Capitán á los franceses venció en la batalla del Garel' 
no, que fué viernes veinte y siete de diciembre de i 
oientos y cuatro aflos. 




DEL GRAN CAPITÁN 



585 



de amotinamiento, de parte de unos foreros 
que quisieron ser (a) principales comuneros, 
rezio castigo mandó hazer en ellos. Era gran 
repugnador á los que injuriavan en la guerra 
á los pacíficos, y trataba mal á los que ultra- 
javan mugeres: declarava á aquellos se h¡- 
ciesse honor de quien se habia ávido Vitoria. 
Con los (b) amigos era otro Antigono, y en 
la ('^) memoria Yneas. En conocer los suyos 
por nombre semejava (d) á Ciro de Persia. 
Era tan anticipador en los peligros quanto 
tardio al salir dellos: acabó muchas guerras 
en mas poco tiempo y con menos gente sin 
mucho caudal que para las fenecer era me- 
nester. A esto le ayudó su franqueza, dando 
muchos galardones á sus amigos (e), y usan- 
do de piedad con sus enemigos vencidos; que 
quanto les dava y perdonava, mas muchedum- 
bre le venia dellos; de guysa que su clemen- 
cia y liberalidad á todos hacia participantes 
de sus desseos, y con ellos tenia solicitud en 
los examinar, y con esta enseñanza guardan- 
do orden de buena disciplina, poniendo los 
fechos en razón y no en fortuna, rompia cual- 
quier exército: porque de tal manera mostra- 
va á los suyos, que se les dava alabanza de 
llevar en la guerra lo mejor, con los quales 
señal acordada tenia que dellos no se cono- 
ciesse terneza de ánimo: antes quanto mas 
adversidad y peligro, tanto mas dureza y 
osadía singular, y sí cargamíento de armas y 
largo camino los cansava yendo contra sus 
enemigos madrugándoles: «Concluyamos (les 
decia él) los trabajos que nos dan con el pe- 
ligro que les damos» (f). Era sabio en toda 
arte de batalla y amigo del consejo della. 
Decia él que el hombre sofridor de cosas 
menudas es de animo no temeroso y de fuer- 
te corazón; el qual cada uno lo tiene tanto 



(a) Hecha justicia destos alborotadores, al tiempo 
que BUS bienes mandó dar á sus parientes y acreedores. 
•Kezio pesar (dijo el Gran Capitán) tengo de la muerte 
destos; y la causa que á. ello me movió fué salvar ¿mu- 
chos de error con el castigo destos pocos, ca en tales 
tiempos daña la misericoi'dia». 

(b) Fué firme y muy constante amigo de sus amigos 
Antigono. 

fe) Solino dice que el rey Pirro embió legado á, Roma 
á este Yneas: y en el otro dia que fué entrado saludó A 
los cavalleroB do senado por sus propios nombres, y que 
era de tal sotil y biva memoria que poco de lo que por 
él pasaba se le olvidaba. 

(d) De Persia fué rey Ciro: ol qual á pocas veces que 
rodeava BU hueste, los que le quedavan do Humar por 
nombre conocía de cara en qiié capitanía estavan. 

(e) Muy mas necesario es á los que cargo de gover- 
nacion tienen de usar antes de piedad y liberalidad 
que de otra virtud. 

(f) Todo aquel en que ay saber (dice Sócrates) tiene 
noinio de fortaleza. 



menor quanto mayor es su sospecha; y que 
los que amusgan las orejas á delatores pas- 
san vida espantadiza, á los quales denuncia- 
dores se devia anteponer la verdad de los 
mejores. Era muy contrario á los de malas 
mañas y lenguas dobladas. Decia que es gran 
exemplo para ser bueno las costumbres del 
malo: (a) á huéspedes sus puertas fueron pa- 
tentes con aquel placer que alaba Teofastro, 
y demasiado gastador con aquellos. Ca como 
un señor de estado le dixesse: «Entrad, se- 
ñor, en nuestra observancia que mucho passa 
el pie de la mano vuestro gasto; pues no 
menos cara se debe tener en las cosas me- 
nudas que peligro se toma viniendo á las 
grandes». «O señor (dijo él) cómo si somos 
curiosos en adquirir bienes han de ser para 
que nos sirvan (b), pues nacimos para ser 
señores dellds; los quales tienen tal condi- 
ción que si con estudio no los retenemos, 
ellos se vienen para que los gastemos, que la 
riqueza es servirse della; y sabed, señor, que 
el gastoso del dinero es abastado de los bie- 
nes de la distribución, de los quales y del be- 
neficio que hacemos no ha de quedar pensa- 
miento en nuestra memoria.» Vestíase limpio 
y rico; su cámara fué demasiadamente abun- 
dante de atavíos; su mesa fué muy cumplida 
y continua, y su casa la primera que mudó 
los acostamientos de maravedís en ducados. 
Adoleciendo los suyos, con diligencia eran 
curados; sus mozos despuelas solos fueron 
los que á la puerta de palacio, ó fuera de 
aquel, tenían luz de hacha la noche que aguar- 
davan; trasnochava y velava quando era me- 
nester; del dinero fué codicioso para lo gas- 
tar y no sabia industria para lo tener; los su- 
yos á su exemplo mejoravan la vida, y en- 
trando en su casa algún malo, luego era 
hecho no tanto, y el bueno mejor. Honráva- 
los bien (c) y holgava de comunicar con sus 



(a) Este filosofo Teofastro cuenta en el libro que 
hermosamente escribió de las riquezas, que lo que me- 
jor dellas es alegremente recebir los claros huespedes; 
de lo que aun dice se sigue; provecho il aquellos que 
quieren poder muchas cosas en todas partes, trayen- 
do en egemplo á. Ciuio de Athenas, que de mas de en 
su casa en unas caserías y villa mandava A sns case- 
ros que los estrangeros que por alli pasassen, placen- 
teramente los acogiessen dándoles lo que meuuster 
oviessen. 

(b) Magnifica cosa es (dice Tullo) tener en menos- 
precio las riquezas careciendo dellas, pero que pose- 
yéndolas, gloria es usar libremente dellas. 

(c) El emperador Antonio con xquella compañía y 
buena igualdad comia con sus cavalleros, amigos y con- 
vidados como cuando era compañero de ellos. Asi aqui 
el Gran Capitán do convenia mucho, era con los suyos 
igual. 



586 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



cavalleros y comer con ellos, por los quales 
decia: ¿s¡ honramos á los ágenos por qué 
mejor no trataremos á los que son subgetos? 
En tal manera que los hazla assi mas obliga- 
dos y fieles: de los quales escogía para los 
cargos sabios y de entera fama, amonestán- 
dolos en la mayor ocupación y peligro se 
acordassen de administrar justicia sin punto 
de codicia, y anticipando á ellos los criados 
del rey y de la reyna, acrecentándolos en bie- 
nes y honores. No fué estudioso en ganan- 
cias: á sus grandes hechos no tuvo otro fa- 
vor sino ingenio y corazón; tenia onestas y 
sanas costumbres (a); era mudable en el ren- 
cor, en el qual duraba tan poco el odio que 
tenia con aquel que le tomava, que á segunda 
vez que le veia le hablava benignamente. 
Decia él que los permanecientes en la ira 
pierden la vida esperando dia de venganza y 
que mas padecen ellos que fatiga davan á 
sus émulos, «con los quales tomarse devia 
(decia él) via de fe y no de porfía». Era pro- 
veydo cualquiera afligido que á su casa venia, 
enseñando los ricos y consolando los pobres, 
sin hacer muestra de lo que hacia ni decia. 
No me parece de olvidar quando se trocó la 
soltura de sus pages con el bachiller que les 
dio para que tiempo que se ocupavan en los 
juegos de la bola y pelota, aquel fuesse en la 
escuela de la gramática; la cual oyendo y le- 
yendo, no les impedia el tiempo que les esta- 
ba asignado, y á los pequeños de la duquesa 
su muger para egercitar sus cuerpos en obra 
y platica de cómo se ha de ofender el enemi- 
go con menos peligro, de tal manera unos á 
otros en este uso se enredaban ordenados, 
que el arte los igualaba con lo que les fallecía 
en las fuerzas. Era tanta la limpieza de su 
persona y bevir, que ralos eran los dias que 
no oya missa en la yglesia, y quando en el 
campo, no salia de su tienda ó estanza hasta 
averia oydo (b), sin que se lo estorvasse nin- 
guna nueva de placer ni peligro que le sobre- 
viniesse. Solia decir en la guerra: «Recemos 
para que bien peleemos>, en la qual ralas ve- 
ces le sucedió al contrario de lo que inten- 
tasse hacer, teniendo apercebida desperteza 
en qualquier cosa que de hacerse toviesse en 



(ai Quando fné en su gran señorío y potencia cI Ce- 
sar con cualquiera quooTínse safla (dice Tulio' hallan- 
do cauxa, con él hacia paz de buena gana. Assi aquí el 
odio en el Oran Capitán i>oco durara. 

(b) En prosperidad ni adversidad jamai se conoció 
deste c«pitan turbamiento en dicho ni hecbo. 



ella, tanto que tenian concebido de su saber 
y esfuerzo todos aquellos que con él entravan 
en los peligros, esperar antes vencimiento 
que daño; era tardío en castigar yerros de 
obra, como quier que de palabra á los que 
los cometían hablava con saña: «Sobre todo 
se guarde (decia él) la piedad á la vida muy 
necessaria; y que Dios rige y ordena los he- 
chos de aquel que á misericordia no hace 
fraude». Decia que las honestas y verdaderas 
palabras dan mas sustancia que los manjares. 
Este varón claro halló el a, b, c, para co.tes, 
prudente y gracioso escrebir, y que el cava- 
llero (decía él) no avia de aver por ageno de 
su dignidad á todos bien hablar. A cavallo, en 
ambas sillas era muy diestro. Solía decir que 
la fortuna estava en los consejos discretos y 
buenos hechos, y que assi como la adversi- 
dad se mudava, bien assi la prosperidad no 
durava: pues constancia ninguna tiene por 
grande que sea para fiar della, ca contino 
anda sin vela y cada dia muestra como no es 
durable, pues en el mejor tiempo se mezcla 
con trabajos. Ansí que aquellas cosas que 
son concedidas á un claro hombre tenia; pues 
en él se contenia lo que escrive Aristótelis: 
que aquel que ha bueno y claro entendimien- 
to por natura, deve ser señor. Tenia uso y 
esperiencia de muchas cosas, y de tan per- 
fecta y constante virtud, que de aquella no 
avia necessario socorro; á lo qual como un 
amigo suyo le dixesse que el papa, que mu- 
cho le devía de servicios que le h!zo, de una 
dignidad que vacó no le proveyó, haviéndo- 
sela prometido: «Mejor es, señor (dijo él), no 
galardonar vuestro buen servicio que dejar 
vos de haver merecido el beneficio; como 
quier que los hombres de gratitud devian ser 
como el campo abundoso que por un tanto 
dá muchos, y ansí el bien recevido con usura 
colmada devia ser restituido». Era repugna- 
dor á los sobervios, y fuerte en el infortunio 
y blando en la buena fortuna, y firme en los 
casos súpitos. El varón (decia él) no rehuye 
la tenencia de las cosas, con temor le faltarán; 
de las quales con gozo goza poseyendo sa- 
ver y virtud. Fué esento en el governar de su 
gente, la compañía de las quales, continuan- 
do guerra hasta la acabar, no le pudo qui- 
tar el amor tierno que tenía á sus hijas y de- 
masiado querer á su muger, hija de don Fa- 
dríque Manrique, de línage muy claro y anti- 
guo: ca fué hijo del adelantado don Pero 




DEL GRAN CAPITÁN 



587 



Manrique, gran señor que fué en estos rey- 
nos; cuyo estado era el que oy posee su vis- 
nieto del duque de Najara. E tornando á los 
hechos perfectos que este maravilloso capitán 
hizo, de que he dicho bien breve parte, digo 
que era tal varón que en ningún tiempo dio 
ocasión á aver queja de su causa; ca era tan 
grande su misericordia y mansedumbre y li- 
beralidad que de aquella á todos comunica- 
va, y recebia deletacion en la continuación de 
la guerra y en ella era otro (a) Eumenes; y 
avia gasajado quando su gente tomava har- 
tura en el destruymiento de sus enemigos: 
assi que era tanta su fortaleza quanto se 
comprende de las cosas que con ella hizo; 
testigos de los quales son Granada, Ñapóles 
y Ytalia, donde perpetuamente resplandecerá 
singular honor y gloria al nombre de España, 
mediante la industria, valor y arte de cavalle- 
ria de su Gran Capitán: por el cual fueron 
renovadas y ensanchadas las fuerzas de las 
armas españolas en la Ytalia (b), tomando él 
la mejor suerte de los peligros por ásperos 
que fuessen. y la mayor parte de la-hambre y 
sed quando se ofrecía, junto con el trabajo 
del velar y trasnochar quando eranecessario, 
estimando mas el cuidado del corazón que el 
cansancio del cuerpo; con mas continuo em- 
biar mensajeros, al despacho de los quales no- 
tava, escrevia, oya y proveía todo juntamen- 
te. Basta que como por la bondad y saber de 
Catón fué la mayor parte de España subjeta 
á los romanos, bien por la virtud, consejo y 
esfuerzo deste gran castellano, los hechos de 
la Ytalia vinieron á sus manos. 



Comparación del Gran Capitán á Scipion. 

Aquel hecho de Scipion honran bien ala- 
bando los escritores romanos, quando la an- 
ciana dueña de los rehenes de Híspanla mu- 
ger de Mandonio, que fué tomada en Carta- 
gena, se echó á sus pies, suplicándole todas 
aquellas mujeres alli ávidas fuessen encomen- 



(a) Cuenta Plutarco quo tenia tan soberana cumbre 
•n el oficio de la guerra este Filipo y Eumenes que nin- 
gún arle della se le encnb.ió y & solo él se le dava la 
ventaja del capitanear. 

(b) Aquello que el Gran Capitán mandava hacer á 
8UB gentes de peligro y trabajo, él uiismo era igual en 
trabajar y se aventurar con ellos; y no mejor parte to- 
mava del mantenimiento que bi:s cavalleros y la otra 
gente: los quales no le He avan ventaja en sofrir peli- 
gro, sed ni hambre y frió y otro trabajo, cualquiera que 
faesse. 



dadas á buena guarda por el peligro que de 
comunicar con la gente suelta les sucedería: el 
qual Scipion, dice Tito Livio, las encargó á un 
hombre honrado, casto y muy virtuoso; man- 
dándole que las guardasse como á propias ma- 
dres y hijas; y el mismo Livio dice, que al Sci- 
pion aquí traxeron una tan bella doncella, ávi- 
da en estas, que todas corrían á ver su beldad, 
y sabiendo ser esposa de Lucio, á aquel se la 
mandó restituir sin violencia. En muchas par- 
tes los hystoriadores dicen estas dos cosas por 
famosas, pues concedió el ruego de la Man- 
donía y no aceptó comunicación con la Lude- 
ya; y los que esto cuentan dan mucho loor al 
mismo Scipion, y por cierto assi se deve dar, 
porque, como dice Valerio, son las mugeres 
y mas las hermosas y mozas peligrosas entre 
los hombres de injuria, etc. Pero no me parece 
de olvidar ni dar menos loor á este Gran Ca- 
pitán, quando su hueste sobre Gaeta traxo; y 
ganado el monte de aquella y el arrabal en- 
trado, viendo que las vírgenes (a) hijas del 
Anunciada que alli están, que es un ayunta- 
miento de religión do se crian gran numero 
de mozas hijas de padres no conocidos, y en' 
aquella observancia están hasta que las casa 
la casa que moran; la qual por la gente entra- 
da, ellas sin pensamiento de tan súpito peli- 
gro con aullidos y llantos huyen á los terrados 
y tejados para ser de allí antes despeñadas 
que forzadas: las quales tan dessemejadas te- 
nían las caras con sus manos despedazadas, 
quanto requería la tribulación y deshonra que 
esperavan con cuerpos ágenos afeadas. Ca á 
los mismos intentadores de la fuerza diminu- 
ye el placer del vencimiento presente el sem- 
blante dellas; que ansí de día como de noche 
eran oydos sus clamores y cuitas; las quales 
con el espanto reprimían los gritos y con te- 
mor sospiravan que callando se fatigavan en- 
ternecidas de miedo. El Gran Capitán, que vio 
montón de mugeres angustiadas, y sabida la 
causa era mucha parte de su infantería que- 
rellas meter á saco de mal, como hac an á los 
bienes que allí hallaron, con todo ímpetu 
aparta la gente, y á ellas con diligencia soco- 
rre, diciendo ser antes dignas de ayuda que 
de injuria; y descendidas tal cobro les puso, 
que tan limpias en su convento quedaron 
como las hallaron; y forzado yr á proveer en 

(a) Estas hijas del Anunciada son criaturas que se 
echan de noche á las puertas de las yglesias y mones- 
terios. 



588 



BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS 



lo que para el bien en que estava convenia, 
sostituyó para guarda destas á un cavallero 
de su casa con gente que guardasse aquellas, 
amonestándole: (a) «Si vo de aquí, mayordo- 
mo, es porque dejo otro yo». 

En Rubo de la marina que es en la Pulla, do 
estaba mosior de la Paliza, capitán general 
del rey de Francia, y el teniente del duque de 
Saboya con muchos capitanes y gente fran- 
cesa y saboyana, el Gran Capitán que esta ciu- 
dad por combate les ganó, todas las mugeres 
que en las yglesias halló, llenas de lágrimas y 
temor, fueron tan guardadas quanto convenia 
á la limpieza de no ser violadas; antes como 
supo que su gente militar las halagava con 
lengua y manos para mal, aquello rezio casti- 
gó y lo que les tomaron restituyó, y ellas 
puestas en libertad mandó dar abundancia de 
mantenimientos de que estavan en mengua; y 
ansi libres de aquel infortunio, la mayor en 
edad y principal en dignidad de aquellas le 
dixo: «No sin causa, magnánimo señor, la na- 
tura os otorgó forma de cuerpo y gesto tal 
que resplandece mas á vuestro oficio y digni- 
dad; y pues las gentes no bastan á dar tanto 
loor quanto merece vuestra gran memoria, 
plega á Dios otorgaros la gloria que de dere- 
cho todos deven á vuestra piadosa persona». 
Ambos casos de estos capitanes fueron en 
honor de mugeres; pero sin ser rogado de la 
mujer de Mandonio, este Gran Capitán mo- 
vido á piedad socorrió y remedió á las bara- 
hundas que tenian las Anunciadas, para se 
dexar caer de lo mas alto de su casa, ni sin le 
ofrecer la esposa de Luceyo, amansó los llan- 
tos y miedos que las de Rubo tenian: el qual 
acostumbrava antes que en la hueste se dies- 
se señal de combate á aquella ciudad ó villa 
que tenian cercada, mandava pregonar las 
mujeres de aquella que en las yglesias y mo- 
nesterios hallasen, con manos ni lenguas no 
les tocassen; y desto no satisfecho, entrando 
por fuerza el tal lugar, en persona las yva á 
amparar diciendo que con fé y beneficios y no 
con temor ni servidumbre avia de tener la 
gente asi obligada; amonestando á sus gue- 
rreros, su fortaleza inclinassen á clemencia; el 
nombre del qual Gran Capitán bien como ate- 
morizava já los malfechores de Ytalia, assi á 
los pacíficos era amparo. 



(aj Afirman aquellos que bien á este mayordomo 
Martin de Tuesta oonocieron, entrar tan virgen en la 
tierra como salió della- 




Cabo deste breve sumario. 



Este tamaño bien me parece haber alcanza 
do mi trabajo contar estas pocas de las gran- 
des y muchas cosas de la industria y fortaleza 
del Gran Capitán, dende su menor edad hasta 
que el alma volvió á quien se la dio, por ser 
dignas de ser sabidas. Ca por cierto si fueran 
en orden escritas y también enxeridas en el 
papel quanto él las supo hacer, materia de 
doctrina era á los presentes y exemplo á los 
que vernán; la qual obra, señor muy pode- 
roso, pongo so el amparo de vuestra mages- 
tad, para que con él sea defendida de aque- 
llos que en acusaciones se trabajan: (a) que 
por cierto si á la comenzar me atreví, mas fué 
por provecho de otros que por alabanza mia, 
ca assaz trabajo es (como dijo Salustio) es- 
crevir fechos ágenos, pues la gloria mas en el 
hacer que en el decir está; verdad sea que 
mejor fuera (b) cometello á Casio como hacia 
el Cévola, y no tomar oficio á mi no sabido; 
porque contar cosas tan claras, avian de ser 
también puestas como fueron hechas y de 
mejor medida la desemboltura de mi lengua: 
el defecto de la qual causó ser lo escrito men- 
diguez, según el loor dan á su fortaleza dura- 
ble los que la esperimentaron; la qual y la 
figura del maestro que la dio, presente avia- 
mos de tener, como escrive Séneca á Lucillo 
hablando en lo semejante; pues no para él 
solo nació, mas para la salud de la cosa pú- 
blica de España, mediante la gran gloria que 
sus hechos le han dado, que son tales y tan- 
tos que no hay abundancia de ingenio ni co- 
pia de escrevir que pueda contar la clara vida, 
resplandor de costumbres de este poderoso 
caudillo: del qual quanto mas se adelgazare 
el antigüedad de los tiempos, menos se cali 
ran sus ilustres y maravillosos hechos, en 
pecial quando vengan á manos que enmieflF 
den la brevedad y baxeza con que aquí se han 

(a) Costumbre de los antiguos pintores griegos era 
que quando imágenes hacian, al pie dallas no ponían: 
•Protógenes ó Apeles me pintó», sino comenzó ó pintaba, 
jíorque la falta quo la tal obra ovlesse. aquella fuesse 
atribuida é. no ser acabada. Ahsí aqui ol autor dice assi: 
la comencé ; para que qualquiera otro que quiera pue- 
da acabar lo mucho que della queda. Platón en nna su 
epístola dice que las obras nunca se acavan. 

(b) Quando á Cévola sabidor de derecho civil, dice 
Valerio, algo que de derecho pretorio que él no apren- 
dió le preguntaban, remetíalo A Fario ó Casio maestros 
de aquella ciencia, no atreviéndosse á hablar en aque- 
llo en que él no hacia exercicio, y por esso aqui el autor 
Puigar dice que fuera mejor cometerlo á quien supiera 
como hacia el Cévola. 




i 



DEL GRAN CAPITÁN 



589 



puesto. jO gran marques de Santularia! que el 
tiempo mas bien gastado (decía él) era aquel 
que se empleaba buscando las vidas de los 
valientes y sabios varones, y por tal nombro 
á vuestra magestad real para que sin desden, 
con pluma sin dientes lo mande corregir, pues 
la sequedad de la mia no le supo majar ni me- 
nos tundir á paladar de apressurados deci- 
dores, cuyos ojos no sufren claro resplan- 
dor. Ante los quales protesto aquel vuestro 
favor que el Gayo Julio á su huésped en Milán 
dio al tiempo que en lugar de verdura pusie- 
ron espárragos en la mesa, que todos desde- 
ñaron y el solo Cesar los comió, á fin que no 
fuesse ávido por rústico aquel servidor. E 
bolviendo, señor y muy poderoso emperador, 
al propósito comenzado deste tan Gran Capi- 
tán, digo que del las gentes dirán lo que el rey 
Massinisa decia por el africano Scipion: que 
no solamente contar sus hechos, mas aun 
decir sus dichos no se hartaba ni hartarán 
todos de oyr su vida, que si fuera tan bien 
escrita como se le devia, pareciera no sola- 
mente delectable mas solene y muy utile y 
provechosa para que á la cabecera todos los 



de vuestros reynos la toviessen para materia 
á sus descendientes, como hacia Alexandre al 
libro de Omero. Pero yo, señor, escreví lo que 
mis fuerzas bastaron, no curando de los lige- 
ros á reprehender y enmendar, y tardíos á 
hacer y ordenar; pues á la verdad ningún te- 
mor se deve juntar, en especial aquí do paga 
y salario de gran fama se le deve por los tra- 
bajos que passó en los peligres que sufrió: ca 
como quíer que sus obras se oyen, de que no 
se leen, acaece lo que quando en espejo mira- 
mos, que desviados del, no tenemos memoria 
de la figura que vimos en él. Yo bien conozco, 
señor muy poderoso, que como los escritores 
que componen los hechos de los grandes va- 
rones con dichos mas de lo que en obras fue- 
ron, bien assi aquí todos dirán: mucho mas 
que lo escrito fué lo hecho; pues largamente 
en él moraron las quatro cosas que el orador 
excelente Marco Tulio pone que ha de tener 
el perfecto capitán: que son virtud, dar, sabi- 
duría y autoridad. E bolviendo á la razón do 
comencé, concluyo con que muy gran razón 
tuvo vuestra persona imperial de dessear ver 
y conocer al nombrado Gran Capitán. 



Fué impreso este breve sumario de las Hazañas de este nombrado Gran Capitán 
en la insigne y muy leal ciudad de Sevilla 

por Jacobo Cromberger alemán. 

Año de mil y quinientos y veinte y siete, 

á diez y ocho del mes de enero. 



DE LA FJTRADi l)EL GMl CiFlTH lí GUAMPA 



PARA TRATAR DE LAS CONDICIONES DE LA ENTREGA {') 



El testimonio de Hernán Pérez del Pulgar, 
el de ¡as hazañas, compañero de armas y ami- 
go del Gran Capitán, y la certeza con que 
afirma haber entrado éste de secreto en Gra- 
nada para concertar con Boabdil las condi- 
ciones de la entrega, bastarla por sí solo para 
desvanecer en este punto hasta la menor som- 
bra de duda; pero es de advertir que este he- 
cho descansa en otros testimonios firmes y va- 
lederos. Lucio Marineo Sículo, autor contem- 
poráneo, se espresa de esta suerte: «El rey 
Boabdil, que ya estaba resuelto á rendir la 
ciudad poniéndose de acuerdo con algunos de 
los principales ciudadanos de Granada, que 
ya hablan ofrecido en secreto su entrega á 
los Reyes Católicos para grangear su favor, 
envió con recato mensageros á los reales cris- 
tianos, suplicando al rey y á la reyna que le 
enviasen algún comisionado, para concertar 
con ellas condiciones de la paz y del entrego. 
Oyeron de buen grado este mensage el rey y 
la reyna, y con los mismos comisionados de 
Boabdil enviaron á Granada á Gonzalo Fer- 
nandez de Aguilar, muy conocido de los moros 
de Granada y que hablaba su lengua, y á Fer- 
nando de Zafra, su secretario, á fin de que se 
enterasen y pusiesen después en conocimien- 
to de los reyes las condiciones que para la 
paz y la entrega Boabdil les ofrecía. Y ha- 
biendo conferenciado con él, volvieron con 
dos de sus consejeros á las estancias de los 
Reyes Católicos; les refirieron quales eran las 
proposiciones y la mente de Boabdil, y torna- 
ron otra vez á Granada para tratar con él. 
Yendo así y viniendo varias veces á la ciudad 
y á los reales, aun quando permanecía oculto 
para todos lo que traían con aquellos mensa- 
ges y recados, el buen éxito tan cumplido y 
tan deseado satisfizo plenamente nuestros 



votos y los de todos los cristianos». (Lucio 
Marineo Sículo de Regibus catholícis, fol. 118). 

El historiador Bermudez de Pedraza, que 
estudió con prolijo esmero todas las cosas 
concernientes á Granada, en cuya ciudad es- 
cribía, afirma también la entrada del Gran 
Capitán en dicha ciudad con el objeto ya in- 
dicado: «Y porque las capitulaciones se habían 
de hacer en Granada y arrabales della, nom- 
braron los Reyes Católicos á Gonzalo Fernan- 
dez de Córdoba, que después fué Gran Capi- 
tán, para que asistiese á Fernando de Zafra, 
su más confidente criado y el más antiguo en 
la casa real de Castilla... Duró la conferencia 
y tratos hasta 25 de noviembre día de Santa 
Catalina mártir, que se firmaron las capitula- 
ciones en el real de Santa Fé por los Reyes 
Católicos... Después de firmadas las capitula- 
ciones (dice) fué Fernando de Zafra á Grana- 
da, acompañado de Gonzalo Fernandez de 
Córdoba, su valentón, á firmarlas del rey 
Boabdil, y con no pequeño peligro de su vida, 
por la inconstancia y poca fé desta gente>. 
(Historia eclesiástica de Granada, tercera par- 
te, cap. XLV y siguientes). 

Fray Jaime Bleda, en su Crónica de los mo- 
ros de España, se expresa de esta suerte: 
«Para asentar esta paz hicieron muchos viages 
en secreto del real á Granada y de Granada al 
real don Gonzalo Fernandez de Córdoba, que 
después fue llamado el Gran Capitán, y el se- 
cretario Hernando de Zafra». (Libro 5.", capí 
tulo 21). 

Resulta pues plenamente comprobado el 
cho de haber entrado el Gran Capitán en Gra 
nada, contribuyendo en gran parte con su fama 
y autoridad y con el influjo que tenía en el ani- 
mo de Boabdil á acelerar la entrega de aque- 
lla ciudad y la completa libertad de España. 



(') Número 7.» del Apéndice del Bosqii^o higlArico ¿Le Hernán Pérez del Pulgar, por Martines de la 




índice por capítulos 



pAos. 

Introducción 1 

CHRÓNiCA (Impresa) DEL QRAN CAPITÁN GONZALO 
HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y AQUILAR, en la cual 
se contienen las dos conquistas del Reino de Ñapó- 
les, Cin las esolarecidas victorias que en ellas alcanza 
y los hechos ¡Ilustres de D. Diejo de Mendoza, D. Hugo 
de Cardona, el Conde Pedro Navarro y otros caballe- 
ros y capitanes de aquel tiempo. Con la vida del fa- 
moso caballero D'egj García de Paredes, nuevamente 

añadiia á esta historia 1 

Cédula con la licencia para imprimir. 1 

Elogio de Paulo Jovio, Obispo de NochTa, al retrato 'de 
Gonzalo Fernández de C Tiloba, Gran Capitán. — De Gre- 
gor o Silvestre (en verso). — De Jorge de Montemayor 
(ídem).— Del licenciado Maclas Bravo (ídem). — De Pedro 
Gravina, traducido en castellano (ídem) 2 

I. De cómo la Reina doña Juana, siendo heredera en el 

reino de Ñapóles, adoptó por hijo al Key D. Alonso de 
Aragón y de las causas que á ello la movieron 3 

II. Del origen y nasrimiento del liey D. Alonso y de la 
manera que tuvo en la ad |ui°ición del reino 5 

III. De la muerie de este nob'.e Rey D. Alonso y de lo que 
después de .-u muerte susedi) O 

IV. De cómo Juan Renato sabiendo la muerte del Rey 
D. Alonso vino con poder muy grande á cubrar el reino 

de Nd'poles y de lo que le sucedió 7 

V. De c'imo el Rey D. Alonso sucrdiendo por muerte de su 
padre el Key D. Fernando de Ñapóles hizo gran aparejo 
en la defensión del reino temiendo la venida del Rey de 
Francia. S 

VI. De cómo los Coloneses lomaron á Ostia y del edicto que 

el Rey de Francia hizo promulgar en la ciudad de Roma. 10 

VII. De cómo el Rey Cario octavo cautelosamente se confe- 
deró con los Reyes de España por que no le estorbasen 

la pasada, y de lo que sucedió 10 

VIII. Cómo la Duquesa de Milán salió á recibir al Rey de 
Francia y del aparejo que el Rey D. Alonso hizo de 
guerra 11 

IX. De lo que se hizo en la guerra de la Romana, entre la 
gente del Duque de Milán y del Infante D. Fernando y 

de lo que Coloneses quisieron hacer en Roma 1- 

X. De cómo el Rey de Francia vino á Pavía á ver á Juan 
Calmazo (jue estaba enfermo y de lo que después sucedió. 13 

XI. De lo que el Infante I). Fernando hizo en la Romana y 

el Rey D. Alonso su padre en el reino 13 

XII. De cómo el Rey de Francia vino á las fierras de Flo- 
rencia y del a-iento que los florentinos hicieron con él. 14 

XIII. De cómo el Papa Alejandro envió al Rey de Francia 
sus embajadores y de cómo el Rey de Francia se partió 

la vía de Roma lt> 



pAos. 

XIV. De ci^mo el rey de Francia entró en Roma y del es- 
panto que por su entrada mostró la ciudad y lo que su- 
cedió después 17 

XV. De las capitulaciones que se hicieron en Roma entre 
el Pontífice y el Rey de Francia, y de cómo el embajador 
del Rey de España le rasgó los capítulos y escrituras y 
posturas delante que entre él y los Reyes de EspaGa 
habían silo asentadas 19 

XVI. De cómo el Rey D. Alonso se fué á Sicilia y dejó en 
su lugar en el reino de Ñapóles á su hijo el Infante don 
Fernando 20 

XVII. De lo que hizo el Rey D. Fernando después que co- 
menzó á reinar y de cómo habló con los de Ñapóles. . . 20 

XVIII. Del gran movimiento que hubo en la gente del 
ejército del Rey Fernando siendo en poder de franceses 
la ciudad de Capua y de lo que el Rey D. Fernando hizo 
sobre esto 22 

XIX. De cómo el Rey D. Fernando se partió al castillo del 
Ovo para desde allí irse á Isrla y del gran recibimiento 
(|ue los de Ñapóles hirieron al Rey de Francia 2.^ 

XX. Cómo el Rey D. Fernando se partió de Iscla la vía de 
Sicilia, y de la liga que entre venecianos y el Duque de 
Milán juntamente con el Pontífise y el Emperador Ma- 
ximiliano y Reyes de España se concertó 24 

XXI. Cómo el Rey de Francia se partió de Ñapóles con 
voluntad do hablar al Pontífice, y de lo que el Papa 
Alejandro hizo para no le querer hablar ni ver 26 

XXII. De cómo yendo el Rey de Francia camino de su reino 
fué en el camino de los de la liga salteado, y de lo que 
después sucedió 27 

XXIII. Cómo el Rey D. Alonso y el Rey D. Fernando, su 
hijo, enviaron á demandar socorro al Rey de España, y 

de cómo lo envió muy cumplido 29 

XXIV. De cómo el Gran Capitán pasó en Calabria y tomó 
una villa que estaba por Francia que decían Regio, y de 
lo que el Rey D. Fernando hizo viniendo á las manos 
con monsiur de Aubegni junto á Semenara 30 

XXV. Cómo el Capitán Gonzalo Fernández se fué á inver- 
nar con su gente á Castro Villar, y de cómo los de Ña- 
póles tornaron á recibir al Rey D. Fernando 32 

XXVI. De lo que hizo el Capitán Gonzalo Fernández de 
Córdoba en la provincia de Calabria, y del socorro que 
vino á Ñapóles en ayuda de los castillos, y de lo que 
acaesció 35 

XXVII. Del espanto que metió en Italia una prodigiosa 
piedra que cajó en los términos de Sena, y de lo que 
hizo el Gran Capitán, llevando su camino derecho á Ña- 
póles 35 

XXVIII. De lo que el Gran Capitán hizo sobre la villa de 
Atella y de la muerte del Rey D. Fernando de Ñápeles. 59 



592 



índice por capítulos 



XXIX. De cómo los de Ñapóles alzaron por Rey fi D. Fe- 
derico, tío del Rey D. Fernando, y del aparejo que el 
Rey de Francia hizo para volver sobre Ñapóles 41 

\XX. Do ciuiio el Gran Capitán por ruego del Papa fué 
sobre Ostia y la tomó de poder del francés que la tenía. 43 

XXXI. De cómo el Gran Capitán se fué con su gente 
sobre Roca Guillerma y la tomó. — Privilegio del ducado 
de Santángel, concedido por el Rey D. Federico al Gran 
Capitán 40 

XXXII. Cómo el Gran Capitán pasó á Sicilia para irse de 
allí á España, y de cómo fué necesario tornar en el 
reino de Ñapóles por razón de muchas tierras que se 
habían revelado 48 

Libro segundo de la conquista del reino de Ñapóles 
hecha por el Gran Capitán Gonzalo Fernández de 
Aguilar y de Córdoba »1 

I. De cómo los moros de Granada se levantaron con las 

Alpujarras, y el Gran Capitán los venció y sujetó. ... 51 

II. Del aparejo que el Rey Luis de Francia hizo para venir 
sobre el ducado de Milán y el Torco para Teñir sobre 

los venecianos 52 

III. Del granile ejército que el Rey de Francia envió sobre 
Milán, y de cómo el duque de Milán se fué á Alemania 

por gente de socorro 54 

IV. De cómo Bernardino Cortés, castellano del castillo de 
Milán, vendió el castillo á los franceses 55 

y. De cómo los franceses por la gran traición de los suizos 
prendieron al Duque de Milán y después fué preso su 
hermano el Cardenal Ascanio Esforcia, y los enviaron 
presos á Francia 57 

VI. De cómo la armada del Gran Turco Tino sobre la ciu- 
dad de Lepanto, y lo que los venecianos hicieron en su 
defensa» 58 

VIL De cómo el Duque César Valentino, hijo del Papa 
Alejandro, vino á conquistar el estado de Imola, y de 
lo que le sucedió 60 

V'III. Del aparejo que el Rey D. Federico de Ñapóles hizo 
en su reino temiéndose de la venida de los franceses. . Cl 

IX. Del socorro que el Rey de España envió en el reino de 
Ñapóles, y de lo que la armada del Turco hizo en las 
tierras de venecianos, como adelante se dirá 62 

X. De una grave tormenta que en la mar hubo, de que las 
dos armadas estuvieron en punto de ser perdidas, y de 
cómo fueron á conquistar la isla de la Caphalonia. ... 65 

.\l. En que cuenta un milagroso sueño que el Gran Ca- 
pitán soñó, el cual fué causa que mucha de su gente no 
se perdiese 66 

MI. De cómo el proveedor de los venecianos con su gente 
dio la batalla á la villa, y de lo que le sucedió 67 

XIII. De cómo el Gran Capitán, visto el daño que los vene- 
cianos habían de los turcos recibido, él con su gente 
dio otro combate, en que tomó la villa. Oración del 
Gran Capitán á los españoles 68 

Ví\'. De la gran hambre que los cristianos padecieron 
li-^pués de ganada la isla de la Caphalonia 71 

XV. De cómo el Duque Valentino fué sobre Faenza, y de 
lo que en la villa de Fosara le acaeció 72 

\VI. De cómo el Duque Valentino se partió la vía de 

Faenza, y de cómo paso cerco sobre ella 73 

WII. De cómo el Duque Valentino se retiró de Faenza 
por razón del invierno, y de cómo el Rey de Francia le 
envió socorro, con que tornó segunda vez sobre Faenza. 75 

Wlll. De cómo el Duque Valentino otro día de mañana 
dij otro combate á la villa y de cómo la tomó 76 

XI.X. De cómo el ejército del Rey de Francia se movió la 
vi.i de Ñapóles, y de la divUldn que de aquel reijio se 



hizo entre el Rey de Francia y el Rey D. Fernando de 
España 

XX. Del ejército que el Rey Luis do Francia envió contra 
el reino de Ñapóles para tomar la parte que le había 
tocado 

XXL Del aparejo que el Gran Capitán hizo para haber de 
ir á tomar las dos provincias que á su Rey habían 
tocado 

XXII. Del aparejo de guerra que cl Rey D. Federico hizo 
para esperar á los dos Reyes que le venían á tomar el 
reino de Ñapóles 

XXIII. De otros muchos aparejos que el Rey D. Federico 
hizo en el reino, y cómo los franceses asentaron su 
campo contra la ciudad de Capua 

XXIV. De cdino el Duque Valentino vino de Roma en 
ayuda de monsiur de Aubegni, y de otro segundo com- 
bate que dieron á la ciudad 

XXV. De cómo los de Capua vinieron en concierto con 
monsiur de Aubegni, y de cómo los franceses se metie- 
ron por fuerza en la ciudad, no guardando las posturas 
que con los capuanos hicieron 

XXVI. De cómo el Rey D. Federico se salió de Ñapóles y 
se fué á Iscla, y cómo los franceses se apoderaron de 
Ñapóles y en sus fuerzas 

XXVII. De cómo el Gran Capitán pasó en la Calabria y 
comenzó de someter toda aquella provincia debajo de 
la corona del Rey D. Fernando 

XXVIII. De cómo los franceses se metieron en Ñapóles y 
el Rey D. Federico se fué de Iscla á Francia, y de lo 
que acaeció 

XXIX. De lo que el Gran Capitán hizo en la conquista de 
Puglia y de Calabria. 

XXX. De cómo el capitán de la armada española tomó 
una nave del Rey D. Federico, y de cómo los franceses 
comenzaron á usurpar algunos lugares que tocaban al 
Rey de España. 

XXXI. De cómo el Gran Capitán vino sobre la ciudad de 
Taranto, y de lo que el Príncipe de Calabria hizo so- 
bre ello 

XXXII. De lo que intentó hacer monsiur de Aubegni en 
deservicio del Rey de España, y cómo algunos prínci- 
pes y señores de aquellas dos provincias se vinieron á 
reconciliar con el Gran Capitán 

XXXIII. Del aparejo que el Duque de Calabria hizo en 
Taranto, y de lo que el Gran Capitán hizo sobre esto. . 

XXXIV. De cómo el armada francesa se partió de Ñapó- 
les para ir á conquistar algunas tierras del Turco, y de 
lo que les acaesció 

XXXV. De cómo los franceses intentaron por manera y 
arte de haber en su poder el castillo de Manfredonia, y 
de cómo el Gran Capitán envió sus gentes y le tomaron 
juntamente con la villa. 

XXXVI. De cómo vino la respuesta de los Reyes de Es- 
paña y Francia, y del lugar que asignó para la deter- 
minación de ella 

XXXVII. De lo que los doctores y caballeros en quien 
estaba comprometida la duda de las dos provincias 
hicieron, y de lo que pasó en una villa que llaman 
Tripalda 

XXXVIIl De cómo después de ser rompida la paz entre 
españoles y franceses, se allegó mucha gente de una 
parte y de otra, y lo que le acaesció á un capitán espa- 
ñol en una villa que llaman Montelone 

XXXIX. De cómo los franceses salieron de Avelino, y se 
emboscaron junto á la Tripalda, y de lo que se hiio en 
aquel día. . 



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ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



593 



XI,. De fumo iiionsiiir de Aubogii! vino á poner rerco so- 
bre la Tripalda, y lo que pasó en aquel día abajo se dirá. lOG 
XM. De cómo tres capitanes franceses se juntaron en 
Troya con su gente y fueron contra Nochera, adonde 
n. Diego de Mendoza y Pizarro estaban con su gente 

aposentados, y lo que les acaesrió 10" 

XLII. Del apuntamiento de pares que entre el Gran Capi- 
tán y el A'isorrey de Núpoles se hizo por españoles y 

franceses, y de lo (jue después sucedió IOS 

XT.IIt. De c(5mo el 'N'isorrey do Ñapóles donde ú treinta 
días do la publicación de las paces ordenó de prender 
al Gran Capitán, y do matar á todos los españoles que 

(>staban en el reino, y de lo que sucedió 100 

XI. IV. Cómo los franceses, viendo que no habían podido 
prender al Gran Capitán , pusieron en condición de las 
armas lo que por engaño no pudieron liacer, y de lo 

que les suc;'dió en la Cliirinola 110 

XLV. De los aparejos que el Gran Capitán liizo sabiendo 

que los franceses le venían á cercar á Barlota 111 

XI.VÍ. De cómo el ejército del Key de Francia partió do la 
Leonesa y vino á poner cerco sobre Canosa, adonde el 

capitán Pedro Navarro y Cuello estaban U'JI 

XI.VII. Do cómo el Gran Capitán queriendo socorrer los 
españoles ([uo estaban en Canosa forzados de los mu- 
clios combatos que los franceses les habían dado, dieron 

la villa con un buen partido 11 i 

XLVIII. De cómo los franceses salieron do Canosa para ir 
á cercar a! Gran Capitán, y de cómo en el camino toma- 
ron la villa do Hitonto, y de lo que más les sucedió, , . 115 
XLIX. De cómo el Visorroy de Ñapóles vino á cercar á 
Harleta, y de lo (|uo le acaesció en el viaje con los espa- 
ñoles 117 

L. De cómo los Irancescs fueron salteados de los españo- 
les, y cómo por razón del daño que luibieron de a(|ue- 
Ua vez, el 'N'isorrey alzó su real y se fué á Canosa. ... 117 
I.I. De cómo monsiur do Nomos se partió de Canosa para 
ir sobre la ciudad de Taranto, y de lo que le acaeció 

con los españoles en el camino 119 

I.II. De cómo el Visori'ey de Ñapóles so movió de I.interno 
y vino á cercar á la ciudad do Taranto, y de lo que su- 
cedió después ron los franroses, como adelante se dirá. 1-0 
Lili. De nn reñido campo y desalío (|ue entro once caba- 
lleros franceses y once españoles se hizo en Taranto, 

y de lo que sucedió I"i0 

Ll\'. De cómo un capitán francés, que so llamaba mon- 
siur de Alegre, fué sobre una \¡Ua(|ue dicen San .Juan 

Kednndo, y lo (|ue sucedió li~> 

LV. De c-'mo Diego García do Paredes salió de Manfredo- 
nia de noche y allegó á Veste antes ([uo los franceses y 

se nu'tioron dentro 1'.25 

LVI. Do lo que acaeció al capitán l'ori .hian en el ])uorlo 

de Veste, y de cómo partiéndose do allí fuésobro Vísela. TJG 
LVI I. De cómo el capitán Senón salió de San .Juan He- 
dondo y vino á correr á Santángelo. y do lo que le su- 
cedió 127 

LVIII. De un desalío (|uo Diego Garría de l'aredos hizo 
contra monsiur de Formento, y de cómo Diego García 

do Paredes salió del campo con mucha honra l"iS 

LIX. De cómo vino socorro de gente de Sicilia á laCala- 
bria. y de cómo vino el Conde de Melito contra ellos en 
Terranova, y de cómo por la venida de D. Yugo de Car- 
dona fueron librados los que estaban en el castillo de 

Terranova r29 

LX. De cómo los Príncipes de Calabria se mo\ieron contra 
I). Vugo de Cardona, y de lo que al Príncipe do Rosano 
acaeció con el capitán Pcynero 130 

Crónicas del Gran Capitán.- 38 



LXI. Del socorro que el Rey de España envió en la Cala- 
bria, y de cómo el Comendador Aguilera vino con gente 
de Roma ansimismo en socorro, y de lo que sucedió á 

los unos y á los otros 131 

LXII. De cómo un capitán salió de >Ianfredonia y tomó 
una villa (|ue llaman Toja, y de cómo el Visorroy divi- 
dió su ejército en ayuda de la Calabria, y de lo que su- 
cedió al Conde de Melito y otros dos capitanes fran- 
ceses 133 

LXIlí. De cómo monsiur do Aubogni fué á buscar los es- 
pañoles para se ver con ellos en batalla, y de lo que 
hizo yéndose los españoles de Terranova á Condexame. 155 
LXIV. De cómo por mandado del Gran Capitán Fran- 
cisco Sánchez, despensero mayor, y el capitán Pizarro 
salieron de Rarleta á correr á Canosa y la Chirinola, y 

lo que les acaeció 137 

LW. Decémo el Visorroy de Ñapóles vino á derribar la 
puente de Losanto, y de la muerte de monsiur de Lau- 
de sobre Taranto 138 

I.XVL De cómo el Gran Capitán salió de Barlota á bnsrar 
en caiipo al Visorroy, y de lo que sucedió; y de cómo 
el capitán Arlarán, que estaba en Manfredonia, fué 

sobre San Juan Redondo y la tomó 140 

LWIL De nn trato doble que un falso soldado tramó 
contra los españoles que estaban en Taranto, y do lo 
que le sucedió, y do cómo fué preso el capitán Fabri- 
cio. hijo del Conde Conco, y muerta toda la más do su 

gente líl 

LX\IIF. Del arte que tuvo el Gran l'.apitán jiara hacer 
daño á los france'os. y de la prisión del capitán mon- 
siour de la Mota, juntamente con la muerte y prisión 

de los suyos 142 

I.XIX. De cómo por ciertas palabras feas, que monsieur 
de la Mola dijo contra la nación italiana, se combatie- 
ron trece soldados franceses contra otros trece italianos, 

y lo que sucedió 14í 

LX.V. De cómo el capitán Diego García de Paredes y don 
Diego de Mendoza, jmr mandado del Gran Capitán, sa- 
lieron de Rarleta á coger sarmientos de las viñas de 
Vísela, y de lo que le? aconteció con los Iranccse" que 

estaban en aquella villa 147 

LXXI. Do cómi I.ezcano, capitán de la armada española, 
destruyó la armaila francesa que estaba en Rrindez. y 
de cómo el Gran Capitán sé concertó con los villanos de 
Castellanota por que se levantasen contra los franceses. 149 
L.XXII. De cómo el Visorroy de Ñápeles fué sobre Caste- 
llanota por vengarse de la injuria que le habían hecho 
los de a([uella villa, y de c^mo el Gran Capitán tomó á 
Rubo y i)rondió al capitán monsieur de la Paliza con 

muchos de los suyos 150 

LXXIII. De cómo el Visorrey, sabida la prosa do Rubo, 
mudó su propósito en lo de Castellanota y se tornó á 
Cano=a, y cómo vinieron á los españoles siete naves á 
Parlóla, cargadas do trigo de Sicilia, con que so reme- 
dió la hambre que el ejército español padecía 153 

LXXI\". De cómo el Visorrey de IVápoles, (jueriendo ve- 
nir á las manos con los españoles, envió á llamar á to- 
dos los capitanes que estaban en las guarniciones de 
Pulla, y de cómo el Gran Capitán hizo asimismo lla- 
mamiento del caiiitán Luis de Herrera y Pedro Na- 
varro.. 154 

LXX\'. De cómo vinieron al Gran Capitán los dos mil ale- 
manes de socorro, y de cómo sa ¡ó de Barleta á buscar 
en campo al Visorrey de Ñapóles, y del gran trabajo 

([ue su gente pasó en el camino de la Chirinola 150 

L.XXVI. De cómo el Visorrey de Ñapóles movió con su 



594 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



ejírcilo «n pos del Gran Cajútán, y do la nioi'lal bala"la 
que franceses y españoles liubieron en las vii1a!« de la 
Chirinola, de lo cual el Gran Capitán hubo la vicloria 
con muerte del ^■isor^cy do Núpoles y de otros niu- 
rlios capitanes 

LXXVII. De como Diego García de Paredes, hallándose á 
la punta del día siguiente en el campo francés ¡unto á 
Canosa, fué sobre aquella villa, donde se liabía reco- 
gido un capitán francés con alguna gente, y cómo la 
tomó 

LXXVIH. De ci5nio el Key Católico cnvi.i socorro en la ¡iro- 
vincia de la Calabria, y de cómo monsieur de Aubsgni 
lu»' sobre Terranova, y por la venida de los españoles 
se levantó de allí, y de la muerte de don Pedro Puer o- 
carrero, á quien el liey de España había dado cargo de 
aquella gente 

I.XXIX. De cómo Juan de Meneses y Pablo Marganio vi- 
nieron de Roma á servir al Uey de España en lo del 
reino de Xápoles, y de cómo metidos en una villa que 
dicen l'i?lioncabal vinieron lus Ursinos sobre ellos con 
su gente, y de lo que les acaeció 

I.-VXX. De cómo los ft-anccses y los españoles, que estaban 
en Calabria, se desaliaron en campo, y de la sangrienta 
batalla que ambas las haces hubieron, adonde los espa- 
ñoles fueron vencedores 

I.XXXI. De cómo el Gran Capitán siguió su camino la vía 
de Ñapóles, y de cómo monsieur de Alegre, dejando 
los castillos á buen recaudo, se salió de Ñapóles y se 
fué á Gaeta, y de cómo el capitán Luis de Herrera y 
Pedro de Paz recibieron por el Uey de España las ciu- 
dades de Capua y Aversa 

LXXXH. De lo que monsieur de Alegre liizo desiiués que 
se fué de Gaeta, y de romo el Gran Capitán siguiendo 
su camino vino al bosque de G;igelo, doce millas de 
Ñapóles, adonde los napolitanos enviaron al tiran Ca- 
pitán doce caballeros para que les confirmase los pri- 
vilegios de la ciudad, y de cómo entró en Ñapóles, y 
de otras cosas 

LXXXlll. De cómo el Gran Capitán envió al Mar(|ués del 
Gasto sobre el castillo de Salerno, adonde estaba un 
castellano con mucha gente de guerra y tenía aquel 
castillo por Francia, y de lo que sucedió 

LXXXIV. De cómo el Gran Capitán dio cargo de comba- 
tir el caslillo^Nuevo al capitá* Pedro Navarro y á Die- 
go de Vera, capitán del artillería, y de cómo se hubo 
de combatir primero la torre de Sant Vicente 

LXXXV. De cómo vino al campo francés monsieur do 
Naves con mucha y muy buena gente, y de cómo (jue- 
riéndose el capitán monsieur de Alegre meter en Sant 
(iermán fué echado ende por el capitán Diego García 
de Paredes 

LXXXVI. De c<5mo el Gran Capitán liizo dar priesa en la 
]iresa de la ciudadcla y castillo Nuevo, y de cómo lo 
lomaron los españoles 

LXXXVll. Del socorro que vino á los castillos por mar, y 
de cómo viendo la arma:la francesa en cómo los casti- 
llo! eran en poder de españoles se levantaron de allí 
y se fueron i Iscla, y lo que allí paiaron 

LXXXVIll. De lo que hizo el Gran Capitán después do 
haber tomado el rastillo Nui-vo y las otras fuerzas, y 
de cimo se salió de Ñápeles jiara venir de Ponte Cor- 
vo con su gente y dejó encomendado al capitán Pedro 
Navarro la prest del castillo del Ovo, y otras rosas 
que acaecieron en di\ersas |>artes 

LXXXIX. De cómoel capil.in l'ahririo Colona fué sobre 
una villa que se dice Cliileliuo, y envió al capitán Alón- 



158 



ir,-2 



103 



icy 



172 



173 



180 



so dií Valludalid sobre la Hoca de Polena, y lo lue su- 
cedió 

XC. De cómo el Gran Capitán, queriendo ir sobre Ptoca 
Guillerma, una villa fuerte que estaba por el Rey de 
Francia, envió delante al capitán Diegj García de Pa- 
redes, para tomar un paso que dicen los Fratres, adon- 
de estaban quinientos franceses entre infantes y caba- 
llos, y de lo que sucedí^ 18Ó ; 

Xi:i. De cómo don Diego de Arellano, después de haber 
partido de Ñapóles con la orden que el Gran Capitán 
le dio, fué sobre Luis de Aste, y de lo que con él su- 
cedió 185 

XCII. De muchas cosas que entre don Diego de Are'.lano 
y Luis de Aste acaesciorofi en aqunlla provincia de 
l'ulla 18G 

XCIll. De cómo I,uis de Aste saliei) á los espafloh's por 
un engaño, en que les hizo harto daño, y de otras cosas 
(|ue entre los unos y los otros acaescieron 187 

XCIV. De cómo el capitán Pedro Navarro aderezó de com- 
batir el castillo del Ovo, y do cómo lo lomó y dejó la 
ciudad de Ñapóles limpia de franceses y se fué adonde 
el Gran Ca|)itán estaba 188 

XCV. De cómo el Gran Capitán s^ i)arlii de Roca Gnillcr- 
nia con todo su ejército y fué sobre la ciudad d(! Gae- 
ta, adonde n)onsieur de Alegre con «1 ejército francés 
se había recogido, y de lo que sucedió, y de la muer- 
te de aquel famoso capitán D. Yugo de Cardona. . . . 190 

XCVI. Üe cómo el Gran Capitán se levantó de sobre Gae- 
ta y se retiró á Mola, y de lo (jup al retirar le ac.ierió 
con los franceses, que con la venida del marqués de Sa- 
luces con el socorro habían ¡cobrado más ánimo y so- 
berbia VJ'2 

XCVII. Do cómo estando el Gran Capitán en Castellón, 
fué avisado cómo de Garata salían muchos días france- 
ses á comer uvas de nnas viñas ([ue estaban entre 
Asperlonga y Gaeta, y de cómo envió gente contra 
ellos, y de lo que hicieron Iil5 

XCVIfl. De cómo los de Roca Guiilernia se lornai-on á 
rebelar por Francia, y del socorro qu" el Marqués de 
Saluces les envió, y do lo que el Gran Capiláii hizo en 
aquel caso 194 

XCIX. De cómoel Rey de Francia hizo un muy buen ejér- 
cito de gente contra el castillo de SaNas, y de cómo en 
gracia suya los j)rincipales da Italia hicieron otro ejér- 
cito en socorro de Gaeta 

C. De la muerte del Papa Alejandro sexto, y de la crea- 
ción que los Cardenales hicieron en su lugar, y de otras 
cosas que acaecieron en Roma, siendo dolías autor el 
Duque Valentino 

CL De cómo el Gran Caidián, sabida la venida del Mar- 
qués de Mantua en favor de los franceses, se alzó de 
Mola y Castellón, y so vino á Sant Germán, y de lo que 
los franceses hicieron sobre aquel raso, y de la gente 
que vino al real del Gran Capitán á servir en aquella 
guerra al Rey de España 

CIl. De cómo el Marqués de Mantua se j)artió de la Isla y 
se vino á juntar con el ejército francés, que estaba en 
el Careliano, y de cómo siendo juntos vinieron sobre 
Roca Seca, y de lo que sucedió 

Clll. De cómo el Marqués de Mantua con todo su ejército 
Sf> partió de A<|uino la vía de Ponte Corvo, y de cómo 
el Gran Capitán salió de Sant Germán en pos de él, y 
de lo que en el camino le sucedió con los franceses. . . 

CIV. De cómo el Gran Capitán envió á Diego García de 
Paredes y al capitán Fabrlcio Colona sobre Roca de 
Andria, que se tenía por Francia, adonde en el río del 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



595 



^IG 



21<J 
Sil 



Oai-<>llano (istaba un capitán fraii.^ós con comlsiíJii de 
liacnr una pucnti' por domlo el ejército fraiifés pasQie, 

y lie lo que sobre ello sucedií') '-O'J 

CV. De C(5mo Diego García de Paredes después que hubo 
lomado la Ho:^a de Andria, juiílameiile con el capitán 
Fabricio Colona, se fueron el río abajo del Careliano, 
adonde hallaron el canijio Irancés ordenando de echar 
la puente abajo para pasar, y de cómo el Gran Capitán 

se vino á juntar con ellos en aquel lugar ¿10 

CVI. De como siendo de guardia en el paso de la ribera 
D. Rodrigo Manrique y Alonso de la llosa perdieron 
a(|uel día á la guardia, y lo <|ue después de esto sucedió. '21- 
CV'II. De cómo el Gran Capitán, pareciéndolo bien lo que 
Diego García de l'arod.'s había dicho, i|n¡tó la guardia 
del paso de la puente; y cómo un capitán gallego que 
estaba en la torre del Careliano, la vendió á los fran- 
ceses por dinero, y de lo ijuo sucedió -\\ 

CVIH. De ctímo el Gran Capitán ordenó quemar la jiuenle 
de los fran 'eses con un ingenio d; fuego artilicial, y de 
la gran hambre y p(>s(ileiicia que á la saz'in había en 

el ejér ito esj.añol y francés 215 

CIX. De c.'inio el Gran Capitán ordenó de hacer otra puen- 
te por la parte de arriba del río del Careliano, y 
de cómo vinieron á s\i real Bartolomé de Alviano y 
otros muclios caballeros Ursinos á lo ayudar en aquella 

guun-a 

C.\'. De cómo se venció la batalla del Garellano y el Gran 
Capitán fué en seguimiento de los fran^-eses. los cua- 
les se habían levantado del Garellano á se retirar á 
Canta, y de cómo les tomó el arlillería y los encerra- 
ron en Mola y después en Cáela 

C\t. De cómo el Gran Capiíán luego de mañana fué sobre 

Gaeta y latomJ, y lo ((ue allí le aco.iteci'i 

CXII. De cómo el Gran Capitán envió á muchos de sus ca- 
pitanes y gente contra algunos lugares (|ue aun toda- 
vía estaban por Francia, y de cómo se partió de Gaeta 

para la ciudad de I\'¿ípoles -ü 

CXlll. De cómo el capitán Diego García de Paredes, por 
mandado del Gran Ca|)itán, fué sobre Sora, y el capi- 
tán Fabricio Colona sobre Oliveto, y de lo que hi.ieron. 1Í25 
CXIV. De lo que hiio el capitán Pedro Navarro acerca de 
la empresa que el Gran Capitán le cometió, «|ue era ir 

contra el condado de Capaciión 'Jüñ 

CXV. De lo que hizo el capitán Hartolomc de Alviano, á 
quien el Gran Cai)itán había cometido la empresa de 

Venosa contra Luis do Aste 227 

CXVl. De cómo Hartolomé de Ahiano y D. Diego de Are- 
llano fueron sobre Venosa y de lo que ende hicieron 

contra Luís de Aste 22S 

CXVIl. De cómo vino la declaración de las treguas al 
Gran Capitán, y de cómo los capiíanes (jue hasta en- 
tonces hablan estado suspensos en la guerra, comenia- 
ron de nuevo á acabar el hecho comenzado, segón que 

en la declaración se contenía 22J 

CXVIII. De cómo el capitán Pedro de Paz, haciendo mu- 
chos ingenios y minas contra la villa de Oyra, la tomó. 250 
CXIX. De cómo el cai)¡lán Pedro de Paz, después que 
hubo tomado á Oyra, fué á poner cerco sobre Convor- 

sano, y de lo (|ue sobro ello acaecí i Sol 

CXX'. De cómo el Gran Capitán envió á Diego García de 
Paredes y al cai>itán Pizarro para (|ue so juntasen con 
G imez de Solís, (|ue estaba en Garellano, y fuesen con- 
tra el Príncipe de Itosano y conrra el Harón de Marza- 
no, que se habían hecho fuertes en Kosano, y de lo que 

ende sucedió 232 

CXXL De cómo saliendo el mismo día (jue los sacomanos 



españoles talaban los trigos el Barón do Mariano con 
gente á hacer la escoltaá sus taladores, fué roto por 
Diego García do Paredes y muerta mucha gente de la 
suya 233 

CXX II. De cómo Diego García de Paredes se metió en la 
ciudad do Rosano para haber de saber si había provi- 
sión en la ciudad para aquel año, y del peü^ro que á 
esta causa recibió 234 

(vXXlII De cómo el ejército 4'spañol se levantó de aquel 
lugar de la marina y se \ino á i)oner junto á Rosano, y 
ciímo el coronel Mllalba hizo una cabalgada del ganado 
de la ciudad 230 

t:XXIV. De cómo los de la ciudad de Kosano salieron dos 
veces á pelear con los españoles (|ue tenían la parte 
de San Francisco, en que los de la ciudad recibieron 
muy gran daño y Diego García de Paredes fué herido 
de un escopeta, <le que por poco muriera 237 

CXXV. De un desafio (jue hirieron Iros infantes italianos 
de la ciudad de Kosano con otros españoles, y de lo 
que del desafío sucedió 23S 

CXXVL De cómo el capitán Pizarro y el coronel Villalba 
se juntaron y fueron á tomar unas grutas que estaban 
fuera de Rosano. adonde eran veinte hombres de guar- 
da, y lo que ende hicieron 239 

CXXVll. De cómo Diego García de Paredes, estando ya 
bueno de su herida, acord.'i con los otros capitanes sus 
compañeros hacer una mina á la ciudad, ])or lo cual el 
Principe de Rosano les entregó la ciudad 240 

Libro tercero de la vida y fin del Gran Capitán Qon- 
zalo Hernández de Aguijar y de Córdoba 242 

I. Grave enfermedad del Gran Capitán, y elogio de sus 

grandes virtudes y cualidades 242 

II. En el cual se trata de la paz de los Reyes D. Fernando 
de Aragón y Luis de Francia, y de la venida del Rey 

D. Felipe en España 2í3 

III. De cómo el Rey D. Fernando fué á la ciudad de Ña- 
póles, y del recibimiento que se le hizo 214 

IV. De cómo se vieron en Saona los Reyes de Aragiin y 

de Francia, y de cómo hicieron liga contra venecianos. 246 

V. En que trata de la vuelta del Rey D. Fernando y la 
Reina Germana en España, y de la venida del Gran 
Capitán, y de los recibimientos que le fueron hechos al 
Gran Capitán 247 

VI. En el cual trata de cómo el Rey Ü. Fernando mandó 
derribar á Montilla y en recomj)ensa de ella lo tüií al 
Gran Capitán la ciudad do Loja 248 

Vil. En el cual se trata cómo Gonzalo Hernández se retraio 
á Loja. donde por orden suya el Arzobispo de Toledo 
hizo una armada contra moros 249 

VIH. Del razonamiento que el Gran Capitán hizo á los 

caballeros que querían pasar con él en Italia 25Ü 

IX. De cómo el Gran Capitán vino á la ciudad de Loja, 
donde adoleció, y fué á Granada, do feneció 252 

BREVE SUMA DE LA VIDA Y HECHOS DE OIEQO QAR- 
CÍA DE PAREDES, la cual él mismo escribió y la dejó 
firmada de su nombre, como al fin de ella aparece. . . 253 

HISTORIA (manuscrita) DEL GRAN CAPITÁN GON- 
ZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, y <lo las guerras 
que hizo en Italia 200 

Resumen de la obra 200 

Libro primero. Comienza la primera parte de las gue- 
rras que Gonzalo Hernández, Gran Capitán, hizo 
contra los Reyes de Francia en el reino de Ñapóles. 2GG 

L Cómo el Rey Carlos de Francia, octavo doste nombre, 



59o 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



hizo grande ayuntamiento de gentes de guerra así de 
pie como de caballo en todos sus reinos y señoríos para 
pasar á Italia á ocupar el reino de Xápoles, que decía 
pertenecerle por cierto derecho antiguo 

II. De lo que el Rey Alfonso de Ñapólos hizo, sabido el 
grande ejército quel francés traía contra él para le 
tomar el reino, y lo que venecianos lii-.ieron 

III. f.i'imo el Rey Carlos de Francia partió de su reino y 
comenzó ¿ hajar los .\lpes para Italia, y de lo que el 
Rey Alfonso hizo., . '. 

IV. De lo que el Rey Alfonso hizo sabida la venida del 
francés con tan grueso ejército contra él 

V. En ([ue prosigue el Roy Alfonso su oración al Papa y 
Cardenales 

VI. De lo que el Papa respondió al Rey Alfonso y lo (|uo 
los Coluneses en este tiempo hiñeron 

VII. Do lo quel Rey Charles hizo comenzando á bajar los 
Alpes, y lo qui-l ejército del Rey Al fonso hizo 

VIH, De lo ([ue los dos ejércitos hicieron, con lo ([ue más 
sucedió 

IX, De lí que hiñeron el Roy Alfonso y el Du-]ue de Cala- 
bria, su hijo, D, Fernando, y lo que avino á los floren- 
linos con el francés 

X. De lo que los florentinos hicieron sabido quel francés 
venía á Florencia 

Xí. De lo que liizo el Papa Alejandro sabido quel Rey de 
Francia quería ir por Roma, con lo que más avino. . . 

XII. De cómo el Rey de Francia entró en Roma y de lo 
que hizo el Papa, y asimismo el Rey Alfonso de Ña- 
póles 

XIII. De lo que aconteció al Rey de Francia después que 
partió de Rom:i. y lo quel Rey Alfonso de Ñapóles 



2r)G 

2G7 

238 
2)9 
270 
270 
271 
271 



hizo. 



XIV. De lo que hizo el nuevo Rey D. Fernando en toman- 
do la posesión de su reino, y asimesmo lo que el Rey 
de Francia 

XV. De lo que pasó á Antonio de Fonseca, embajador de 
los Reyes de Fspaña, con el Rey Carlos en Marino, una 
vüll de Coloneses 

XVI. En que el autor da cuenta de las causas que movie- 
ron al Rey Charles á entregar á los Reyes Católicos el 
condado de Ruysell Jn, que el Rey Charles les entregó 
cuando pa<ó á Ñapóles 

XVII. De cómo el Rey de Francia entregó el condado de 
Iluisellón á los Reyes de Kspaña, y en qué manera. . . 

XVI I I. De lo ipie el Rey de Francia hizo despué4 (|uo Fon- 
se-a le resgó los capítulos, y el Cardenal hijo del Pai)a 
«e vohió á Romi, y asimismo lo que el Rey Fernando 
de Ñapóles hizo 

XIX. De un razonamiento quel Rey Fernando hizo á los 
vecinos d" la c¡l);lad de Ñapóles 

XX. En que el Rey Fernanilo prosigue su razonamiento á 
los vecinos de la cibdad de Ñapóles 

XXI. De lo quel Rey Fernando fizo TÍsta la voluntad de 
los naturales de la cibdad do Ñapóles, y lo que el fran- 
cés hizo llegando á Ñapóles 

XXII. De cimo otro día entró el Rey de Francia en la 
cibdad, y de lo que le aconteció al Rey Fernando con 
el alcaide de la isla di- Iscliia 

XXIII. De cómo Gonzalo Hernández de Córdoba, que por 
«u« grandes hazañas alcanzó nombre ile Grande, aportó 
con su armada en Me-ina de Sicilia, y de la guerra que 
hizo al Rey de Francia, 

XXIV. De lo quel Rey Fernando y Gonzalo Hernández 
hirieron después que pasaron á Calabria - . . . , 

X.W. De lo <iuc Kbrardode .Vubery, Gobernador de Cala- 



27,S 
278 
279 

280 



281 
282 



bria, hizo desque supo que el Rey Fernando y los espa- 
ñoles estaban en Semenara 

XXVI. De cómo pasó la batalla de entrambos ejér ilos 
junto á S'ímenara 

XXVII. De lo que aconteció al Rey Fernando, vis'o que 
sus italianos no quisieron volver á la batalla, y asimes- 
mo Gonzalo Hernández 

XXVIII. De lo que Gonzalo Hernández hizo después que 
se retrajo á Rijoles 

XXIX. De lo que el Rey de Francia hizo desde (|ue supo 
la liga de'tos príncipes, y lo que el Rey Fernando asi- 
mismo hizo 

XXX. Do lo quel Rey de Francia hizo después que partió 
de Ñapóles para su reino, y de lo que en el camino le 
aconteció 

XXXI. De lo que hicieron los venecianos vistas las afren- 
tas que los franceses hacían á los de la I.iga, y cómo 
ellos y el duque de Milán le dieron la batalla 

XXXII. Do cómo pasó la batalla entre venecianos y los 
franceses 

XXXI I I. De cómo los franceses volvieron á la batalla y el 
fin que hubo 

Comienza el segundo libro de la guerra que Qonzalo 
Hernández hizo á ios Reyes de Francia hasta ga- 
narles aquel reino de Ñapóles y al Gran Turco la 
isla de Chafalonía, con otras cosas que más pasa- 
ron en el reino de Granada 

I. Cómo el Rey D. Fernando volvió á Ñapóles, dondi- fué 

acogido con grande alegría 

II. De lo que Gonzalo Hernández hizo después que sujetó 
las provincias de Calabria y Pulla 

III. De lo (|ue Gonzalo Hernández hizo, visto lo (pie los 
contrarios tenían a|)arejado para le estorbar el camino, 
si por allí quisiese ir á so juntar con el Rey Fernando 
en la cibdad de Ñapóles 

IV. De lo que aconteció á Gonzalo Hernández sobre la 
villa de Laino y contra los señores (pie en ella es- 
tallan 

y. De lo que el Rey Fernando y Gonzalo Hernández 
hicieron después (|ue se juntaron junto á la Tela 

VI, D." lo (|ue Gonzalo Hernández hizo después que acabó 
esta jornada de la Tela; cómo volvió á Calabria á cas- 
tigar ciertos príncipes y señores de a<iuella provincia 
que se habían rebelado, y de la muerte di 1 Rey Fer- 
nando 

Vil, De lo que Gonzalo Hernández y el Rey Federico, 
recién lieredado, hicieron, y cómo Gonzalo Hernández 
fué sobr(( Olívelo, y lo ((iie allí le avino 

VIH, De cómo Gonzalo Hernández tomó por con» líate la 
fortaleza de Ostia ((ue un cosario tenía ocupada 

IX. De cómo Gonzalo Hernández combatió la fortaleza de 
Ostia y la lomó por fuerza de armas, y pretulió á Me- 
naldo Guerra, y entregii al Papa así á él como al 
castillo 

X. Do lo que Gonzalo Ilernániez hizo después que se 
entregó a(|uella fortaleza de Ostia á la persona que su 
Santidad mand'i 

XI. De cómo Gonzalo Hernández se partió de Roma y se 
volviíS para el Rey Federico, que lo había einiadoá 
llamar 

XII. Del privilegio (pie (d Rey Federico dio á Gonzalo 
Hernández, 

XIII. De lo que Gonzalo Hernández hizo después (¡ue vol- 
\íó á la cibdad de Ñapóles para el Rey Federico 

XIV. De cómo Gonzalo Hernández se partió para España, 
con lo que más aconteció 



282 
283 



285 
2H'é 

28 í 

283 

28G 
280 

fli 



280 



ÍNDICE POR 

XV. De lo que oii este tiempo lii/.o ol Hcy úi\ riancia. des- 
pués que Uegj á Aste 293 

X^'I. F)e lo (|ue el Key (le Frani'ia hizo después que supo 
c.'iino Gonzalo llernáiulez había cobrado todo el reino 
de Ñapólos y vencido y muerto á los franceses, que eii 
a((uel reino no habían quedado ninguno dellos ni en 
toda Italia 500 

X\'II. De lo que I.uis duodécimo, nuevo Hoy de Francia, 

liizo después (|ue, fué alzado por Rey ."jOO 

X\'I1I. De loque Haj azeto. gran turco, hizo después que 
lué avisado de lo que el francés y venecianos querían 
hacer 5;il 

XIX. De cjmo el Hey Luis de Trancia tomó al Duque I.u- 
dovico de Milán lodo su estado y á él le llevó preso á 
Francia 301 

XX. Cómo el Duque de Milán tornó á cobrar su estado y 
echó á los franceses dél TtO'l 

XXI. De cómo el Duque Ludovico Sforcia cobró su estado 

y dio la batalla á los franceses 502 

XXII. De cómo el Duque fué hallado entre los suizos y 
preso y llevado á Francia, y el Cardenal As anio Esfor- 

ria con él, y tomado todr el estado de Milán 505 

XXIII. De lo que el Gran Capitán hizo después que vino 

on Kspaiía 505 

XXIV. De lo que el Itey don Fernando hizo y encomendó 

al Gi-an Capitán el casli/o de ai|ueIlos moros rebeldes.. .5:!í 
Comienza el tercero libro de la guerra que Gonzalo 
Hernández, Qran Capitán, hizo á los Reyes de Ña- 
póles y Francia 505 

I. De lo que el Rey Federico de Ñápeles hizo, sabida la ar- 

mada que el Rey I.uis de Fran'ia tenía aparejada para 

ir á coHíjuistar el Reino de Ñapóles 505 

II. Be lo que los Reyes de España hi;'ierori después que 
supieron la toma de Milán y la prisión del Du(|ue Lu- 
dovico, y el ejército quel Rey I.uis de Francia tenía 
hecho para pasar á ganar el Reino de Ñapóles 505 

III. De cómo Pedro Navarro, que andaba cosario por la 
mar, con tormenla, aport j á Ríjoles, y lo trajeron preso 
aniel Gran Ca(iilán 30G 

IV. Cómo estando el Gran Capitán en Meciua fué en ayuda 
de venecianos (|ue iban á socorrer á Modón, en la .Mo- 

rea. que la tenían cercada turcos ."JO" 

V. Cómo el Gran Capiíán partió de Mecina en tin del mes 

de Setiembre del diclio año de mil y quinientos años. . 5)7 

VI. De cómo los turcos tomaron á Modón, y lo que el 
Gran Capitán hizo sabido e.slo 507 

Vil. I.o que venecianos y Gran Capitán hiiñeron sabida la 

loma de Modón y Corran 508 

VIH. Cómo los venecianos se vinieron para el (íran Capi- 
tán al puerto de Vacanto. y lo que allí concertaron. . . 508 

IX. De cómo las dos armadas española y veneciana fu'ron 
sobre la isla C.hafalonia. y lo que hicieron 50'.) 

X. De lo que las dos armadas hirieron contra los turcos, 

y como los combatieron 510 

XI. De c5mo otro día les dieron asalto, y lo ((ue ellos hi- 
cieron 511 

XI!. Del remedio que el Gran Capitán h"?o contra Ion tur- 
cos, con lo ([ue más sucedió en aquel combate 51 1 

XIII. De cómo los venecianos solos con su gente combatie- 
ron á los turcos, y lo que con ellos pasaron 512 

XIV. De la gran necesidad quel ejército del Gran Capitán 
padeció en este tiempo, y de cómo fueron socorridos 

por voluntad de Dios ,512 

XV. De c^mo los españoles pelearon con los turcos y los 
tomaron la fortaleza con muerte dellos 315 

XVI. De dos,milagros que Dios nuestro Señor hizo por el 



CAPÍTULOS 597 

Gran Capitán estando en el cerco de la isla de Chafa- 
lonía 515 

XVII. De lo que el Gran Capitán hizo en llegando á Sici- 
lia, y de un present" que la Señoría de Venecia invió al 
Gran Capitán 514 

XVI II. De lo que el Gran Capitán hizo en Sicilia en la cid- 
dad de Palermo y de cómo estando el Gran Capitán en 
Zaragoza se amotinaron los vizcaínos con la armada, y 

lo que sobre ello Ir'zo el Gran Capitán 315 

XIX. De lo que el Rey Luis de Francia hizo, sabido que 
el Gran Capitán estaba en Sicilia para le resistir, si 
algo quisiese intentar contra Ñapóles 51!; 

XX. De lo quel fraucéá hizo con los Reyes de España 
l)ara que hubiese efeto el trato y partido «jue les movió, 

y cómo los Reyes de España lo aceptaron 31 C 

X\I. De cómo el Gran Capitán recibió la partición del 

reino, y sujio la muerte de don Alonso, su hermano, . 517 

XXII. De lo que el Rey Federico hizo, sabida la partisión 

que los dos Reyes habían hecho de su reino 318 

XXIII. Cómo el Gran Capitán pasó á la provincia do Cila- 
bria y ocupó las tierras que en la partición cabían al 

Rey de España 519 

XXIV. De lo que el Gran Capitán hizo después que pasó á 
Calabria 3i<j 

XXV. De un hecho muy de notar que aconte ió á una 
doncella de Capua llamada Severina 320 

XXVI. De lo que el Rey Federico dejó ordenado en el 
reino de Ñapóles, cuando dél se partió 520 

XWII. Do cómo el Gran Capitán partió de Turpía i)ai'a 
ocupar la parte que le cabía en la partición, y cómo 
pasó cerca sobre Taranto, adonde el Duque de Cala- 
bi-ia estaba rebelado 521 

.\X\11I. De lo que aconteció á un capitán de infantería 
llamado Juan de la I\-a con ol Gran Capitán 321 

XXIX, De cómo el Gran Capitán asentó el cerco sobre la 
cibdad de Taranto, con lo que sobre aquel cerco acon- 
teció 322 

XXX. De lo que el Gran Cai)itán hizo con Filipo de Ra- 
bastain, cajiiián del Rey de Francia, que aportó perdi- 
do y desbaratado con tormenla á Calabria 522 

XXXT. De cómo estando los soldados para se ir del cam- 
po porque no les pagaban, sin haber de qué, Dios pro- 
veyó milagrosamente de que fueron pagadjs y sobró 
mucho 525 

XXXII. De cómo se entrego la cibdad y fortaleza de Ta- 
ranto y el Duque don Fernando con ella 524 

XXXIII. De cómo se acabó de tomar la fortaleza y cibdad 

de Taranto, y se entregó el Duque djn Fernando . . . 525 
Comienza el cuarto libro de la guerra que el Gran 
Capitán hizo contra los teyes de Francia y Ña- 
póles 326 

I. De cómo los franceses buscaron cautela? para quebran- 

tar la paz y echar al Gran Capitán de la otra parte que 

á los Reyes de Esi>aña había cabido 32G 

II. Ci 1110 los franceses no quisieron pasar por el parecer 

de los letrados, y rompieron la guerra 327 

III. De cómo fué (luebrantada la paz y rota la guerra, y lo 

que los unos y los otros hicieron.. . 327 

IV. De lo que el Gran Capitán hizo después que se recojo 
ú Barlota, y lo que los franceses hi?ieron después que 
abiertamente rompieron la paz 328 

V. De lo que los franceses hicieron contra los españoles, 

y lo que el Gran Capitán hizo desde Barleta 329 

VI. De los diversos iiarecercs que los franceses tuvieron 
sobre el comenzar de la guerra contra el Gran Capitán. 530 

VIL Do los diversos y varios consejos que los franceses 



598 



Índice por capítulos 



tuxíoron entre si, los que quedaron en Pulla con ol 

Duqui' de Nemos 

VIH. Del parecer que los otros capitanes franre«o« die- 
ron, lo runl H¡g\i¡)<ron 

IX. Cómo los franceses fueron con todo su campo á cer- 
car á Canosa, .idondo IVdro Navarro estaba 

X. i;iJmo pasó lo de Canosa y lo que Pedro Navarro hizo 
defondiiMido la villa 

XI. De cómo en este tiempo pasó el dcsaño de los once 
psjjañoles con los once franceses, y el suceso que aípicl 
desafio tuvo 

XII. De cómo se concertó un desafío de once empanóles 
contra otros once franceses 

XIII. De cómo pasó el desafío de los once por once. . . . 

XIV. De lo que el Gran Capitán hizo después (|ue supo el 
suceso del desafío 

XV. De cómo pasó el desafío d<' Gonzalo de A 11er con el 
francés rendido 

XVI. De lo que el Gran Capitán pasado este desafío hizo, 
y de cómo pasó el desafío de Sotoniayov y dol capitán 
Bayarto 

XVII. De las rosas que pasaron los españoles desde Har- 
lela, adonde estaban recogidos, con los franceses, (jue 
estaban en sus alojamientos cerca de allí 

XVIII. De lo que Francisco Sánchez, despensero mayor, 
hizo, yendo á correr 5 los enemigis que estaban en 
Canosa 

XIX. De lo que el Gran Cai)ifán hizo un día que sal!) de 
Harlela su persona con cierta genta de guerra 

XX. De un recuentro que el Gran Capitán hubo lies ando 
él doce jinetes con cuarenta hombres de arma» 

XXI. De lo que aconteció al Comendador Mendoza, en- 
trando el año de mil quinientos y tres á los diez y nue- 
ve días de Enero, con quince de caballo contra cincuen- 
ta y seis hombres de armas franceses 

XXII. De lo que Luis de Herrera y Pedro Na>arro pasa- 
ron con los franceses en una villa llamada Castellanota. 

X.XIII. De como se concertó el desafío de los troce italia- 
nos con los trece franceses. 

XXIV. De lo que los franceses liicioron, y cómo fueron á 
dar vista á Marieta, y lo que les acontíció con los es- 
pañoles 

XXV. De cómo pasó la batalla de los españoles y (rance- 
sfls retirándose de sobre Barlcta 

Comienza el libro quinto de la guerra que Gonzalo 
Hernández, Oran Capitán, hizo al ray de Francia 
en el reino de Nápole* 

I. Da lo (¡ue sucedió después de la batalla y lo (|ue pasó 

entre los franceses y italianos que seguían la j arto of- 
paRola 

II. (J5mo se concertó la batalla éntrelos fran-escs y ita- 
lianos 

III. De cómo Juan de Leicano, capitán de do?;;aIcras, fué 
á buscará un corsario francés llamado IVri Juan, y lo 
que ron él pasó 

IV. De lo que aconteció á Luis do Herrera y á Pedro Na- 
varro con 'el señor Juan, italiano, y don Luis de Hea- 
monte, capitanes do gente de armas francesas, cerca 
de la cibílail de Taranto 

y. De otro recuentro (|u« el mi«ino Luis de Herrera y Pe- 
dro Navarro hubieron, viniendo ú Harleta, ron ni Con- 
de de Hitonto y el scHor Juan, su sobrino, que se iban 
á juntar con los fl-ancesos 

VI. De cómo el Gran Ci|iitán s ilió de harleta y fué sobre 
la cibdad de Rubo. y los liecho» (/rindi-s i\f armas que 
allf se hirieron 



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350 



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3i1 



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Vil. De cómo el Oran ra;iltán combatió la cihrtad de 
Rubo y la entró por fuerza de armas, y lo que en 
aquella jornada aconteció 

\'III. D(> lo i|ue jiasó después deste vencimiento de Rubo. 

IX. De cómo la gente de finerra. no pudiondn sufi'ir la 
gran necesidad (pie ¡ladecían. se amollo iron, y lo que 
sobre ello hizo el Gran Capitán 

\. De cómo al ejército del Gran Capitán vinieron muchos 
ni inl<Miim'enlos y otras cosas necesarias, do tpie los 
soldados fueron muy proveídos y remediados 

XI. De lo (pie mo» de Xemos hizo, sabido lo cual do Cas- 
tellanela. habían llamado á Luis de Herrera y á Pedro 
Navarro y se les había;i dado 

XII. De lo (¡ue aconteció al Oran Capitán con los señores 
de ganados de Abruzo. (|ne est iban ase,;urados por los 
franceses 

XIII. De un desalío (|ue pasó entre un caballero italiano 
y otro español, cpie se llamaba Vozmediano 

XIV. Do lo (|ue el Gran Capitán hizo en este tiempo allí 
en Harleta 

XV. De lo ((ue aconteció á un capitán de infantería espa- 
ñola con un escuadrón de franceses ". . 

XVI. De lo que en este tiempo aconteció á un raiiitán \ii- 
caino llamado Riarán ron los franceses 

XVII. De un rc"uentro que luso don Diego de Mdiuloza 
con ciertos franceses hombres de armas, y lo (|ue allí 
sucedió 

XVIII. De cómo in\¡ó el Kmi)erador .Maximiliano á ruego 
de don Felipe, su h¡,o, dos mil y tantos alemanes. . , . 

Comienza el sexto libro de la guerra que el Gran 
Capitán hizo contra el rey Luis de Francia en 
Ñápeles, y de los hechos famosos que alli pasaron. 

I. De lo ([ue pasó en la provincia de Calabria eatre lo* ca- 

pitanes franceses y españoles, entretanto (pie ( 1 Gran 
Capitán estuvo en Harleta 

II. De lo (|ue aconteció al capitán G^'imez dj Solls, que, 
como dijirtio", estaba en la cibdad de la Mantia. contra 
los Prlncíp-'S de Salerno, Visiñano y Hogaño 

III. De lo que pasó al Comendador de Trebejo Pedro Pi- 
nero con el Príncipe de Resano 

IV. De la provisión y so orro ijue hizo en Calabria dostle 



551 



35j 



Harleta 



535 



V. De lo (pie Francisco de Ro¡as. embajador de los Reyes 
Cal(31¡cos en Roma, hizo vista esta necesidad que liab'a 
eu Calabria 

VI. De lo (pie estos capitanes c'pañoles hicieran después 
que todos tres se ¡untaron contra los Iranrcses 

Vil. Cómo en este tiempo lleg) á Calabria .Manuel de lle- 
navides con gente de caballo y de pie á la provincia de 
Calabria 

VIII. De cómo mos do Aubery, sabida la nueva de la ve- 
nida de Manuel de HenCTides, y cómo él y los otros ca- 
pitanes se habían juntado y hacían guerra á l.jg (;ue 
tenían la voz por Francia, lo-< fué á socorrer 

I.V. Del rencuentro que pa<ó entre los Iranc ses y espa- 
ñoles • 

X. De cómo don Luis IVrtocarrero. señir do Palma, In- 
viado por los Reyes CatiJliccs, aportó en Sicilia, y cómo 
en llegando murió, y lo que el ejército hizo después 
de su muerte • 

X!. De cómo el (irán Capitán, ((ue eslabaen Harleta, salió 
de aquella villa en campaña y íué i bui:*ar ú sus ene- 
migos 

XII. Ue un rencuentro que hubieron Liüs de Herrera y 
Pedro Navarro con .Vndrea Aqua\lva, un capitán (¡ue 
se iba á juntar con los fran'eses 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



599 



XIII. De cómo el Gran Capitán saliú de Rarlcta camino de 

la Chirinola, y lo que (m aquella jornada aconteció. . . o '4 

XIV. Del consejo que aquella noche tuvo el Virrey de 
Francia Nenios en su real con los señores capitanes de 

su ejército sobre lo que otro día liarían 5;") 

XV. De cómo el campo d'.; los españoles partió del fuerte 
de Canosa y se fué derecho á la Cliirinola, y lo que en 

el camino les aconteció 3G8 

XV'l. De lo que los franceses lucieron en llegando cercí de 

la Chirinola 557 

XVII. De cómo pasó la batal'a entre los dos ejércitos junto 

á la villa de la Chirinola 308 

XVIII. De lo que el Gran Capitán hizo pasada la ba- 
talla 509 

XIX. De lo que el Gran ('.a])ilá!i hizo venido el día 570 

XX. De las cosas (pie ol Gran Cajiitán pr. Ti'yó este día. . 571 
Comienza el libro séptitno de la guerra que Gonzalo 

Hernández, Gran Capitán de España, hizo á los re- 
yes de Francia 372 

I. De lo que los españoles que estaban en Calaliria hi- 

cieron 572 

II. De cómo pasi la batalla entre los Iranceses y espa- 
ñoles 572 

III. De lo que el de Aubery y los otros Príncipes y seño- 
res hicieron desde (|ue liuyeron de la batalla 575 

IV'. Cómo donde á tres dias que pasií la !;atalla do la Chi- 
rinola se amotinaron cuatro mil y quinientos soldados 
españoles, y lo que «obre ello jiasó 575 

V. De lo ((ue el Gran Capitán lii/.o desi)U('s que los salda- 
dos amotinados fueron reducidos, y cómo se fué dere- 
cho á la cibdad d '. ¡Vapules, 570 

VI. Cómo el Gran Capitán parti(') de Haiidelo para la cibdad 

de Ñapóles con todo su campo ,577 

VII. De cómo fué combalido por los españoles y al lin fué 
tomado por coniliate (lastiluovo, y ds los grandes lic- 
clioá en armas que en aquel combato so liiciorjn 577 

VIII. Cómo so tomó ¡lor combato el castillo, y lo ijue en 
aquel asalto aconteció 378 

IX. De las cosas que en este a?alto a-ontocieron, principal- 
mente á un caballero napolitano que seguía la ¡larte 
francesa 370 

X. De lo que el Gran Capitán mandó hacer después que 

fué tomada la Inrtaleza 579 

XI. De lo que después de ganada la foftaleía y apaciguada 
toda la cibdad aconteció ,350 

XII. Cómo I'edro Navarro con lulstó la fortaleza de Sant 
Vicente ,j,SI 

XIII. De cómo partió el Gran Capitán de la cibdad de Ná- 
l)oles y fué á cercar la cibdad do Gaeta 381 

XIV. De cómo la armada francesa vino á proveer de gen- 
te y vituallas á las fortalezas que estaban ¡lor ellos. . . 582 

XV. De lo ([ue el Gran Capitán lii/.o yendo á cercar á 
Gaeta , o82 

XVI. Do cómo se asentó el coreo sobro (¡acta, y de cómo 
llegó allí Pedro Navarro, ([ue venia de conquistar á 
Caslil del Ovo 3,S3 

XVII. De cjmo el Gran Ca; itán envi) á don Diego de 
Mendoza con gente de armas á Roma á traer á la Prin- 
cesa de Squüaclie, nieta del Papa Alexandre 3Sí 

XVIII. De cómo á esta sazón murió el Papa Alexandre y 

por qué ocasión 585 

XIX. De las cosas que después de la muerte del Papa 
Alexandre acontecieron en Ilonia 5H5 

XX. De lo que en este tiempo hizo el Gran Capitán .580 

XXI. De lo que aconteció al Gran Capitán estando sobre 
Gaeta 587 



Comienza el ootavo libro de la guerra que Gonzalo 
Hernández, Gran Capitán de Espaiía, hizo á ios 
Reyes de Francia en el reino de Ñapóles 587 

I. De las cosas ((iie pasaron estanilo en el cerco de Gaeta.. 3S7 

II. De un milagro que Dios lii/.o por el Gran Capitán en 
a(iuel mesino cerco 388 

III. Do un milagro que Dios Nuestro Señor hizo por el 
Gran Capitán en este cerco de Gaeta 388 

IV. De una embajada que Juliano de Saoua, Cardenal de 
Sant Pedro ad Vincula invió al Gran Capitán en este 
tiempo 5S8 

\. De cómo los de Roca Guillerma se alzaron por Francia 

y prendieron á don Tristán de Acuña 389 

VI. Do lo que el Gran Cap'tán proveyó, sabida la rebelión 

de los de Ilocí Guillerma y la prisión del alcaide. . . . 390 

VII. De lo que aconteció á seiscientos soldados franceses 
que venían en socorro de los do Roca Guillerma, pa- 
sando por un lugar que so llama Atre 590 

VIII. De cómo irino aquí á Castellón el ejército que estaba 

en Calabria, 391 

IX. De una batalla naval do ciertas galeras de España con- 
tra la carraca Cbaronta, de los franceses 59t 

.\'. De cómo el Gran Capitán mandó degollar á un soldado 

pariente del Condestable de Castilla 592 

XI. De lo que el Gran Capitán hizo, sabido el grueso ejér- 
cito que de Francia venía ya tan cerca 395 

XII. De cómo el Du(|ue Valentín entregó todo su estado 

al Gran Capitán, y después se pasó á los franceses.. . . 59'í 

XIII. Cómo el Gran Capitán mandó combatir la Abadía 
de Monto Casino, adonde so había recogido Pedro do 
Médicis, aquel capitán de quien dijimos atrás 595 

XÍV. De cómo esianilo el Gran Capitán en esta villa de 
Sant Germán, llegaron allt los Ursinos á le servir.. . . .595 

XV. De lo que el Gran Capitán proveyó, sabido que los 
franceses venían muy cerca del reino y con tanta 
pujanza 590 

XVI. Di! lo que el Marqués de Mantua y el de Saluces 
hicieron sobre Rosaseca, y lo que los do dentro hicieron. SO") 

XVII. De lo que más aconteció en esto cerco de Ro-aseca.. 597 
XVII I. Do lo que el Gran Capitán hizo, sabido que los 

franceses querían dar el segundo asalto á los españoles 

que estaban en Rocasi>ci. , 398 

XIX. De lo que aconteció á Piulro de Médicis, ajuel capi- 
tán que dijimos que se había acogí lo á Monte Casino.. 599 

XX. De cómo se concertó la batalla entre los españoles y 
franceses, y por qué causa se desbarató 399 

XXI. Do cómo venido el jueves todos ss aparejaron para 

la batalla y el viernes fueron á dar la batalla 400 

XXII. De lo que los Iranceses hicieron teniendo su campo 

do aquella parte del Careliano 401 

XXIII. De lo que aconteció á un capitán gallego que guar- 
daba una torre allí ribera del Garellano 402 

XXIV. De un rencuentro que passó de cuatro españoles y 
cuatro franceses de la otra parte del río, cerca del real 

de los franceses 403 

XXV. De lo que los franceses y españoles hi'-ieron estando 

en este sitio del Garellano 405 

XXVI. De cómo los franceses ecliaron un puente y pasa- 
ron dostotca parte del río á pelear con los españoles y 

lo que sucedió de la batalla 405 

XXVII. Cómo los franceses pasaron el puente y pelearon 

con- los españoles, y lo que en la batalla sucedió 404 

XXVIII. De un ardid que el Gran Capitán hizo para dar 
á entender á los franceses que les tenía temor, y lo que 

los franceses hicieron 403 

XXIX. De un ardid que el Gran CapiláUjliizo para dar á 



600 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



entender á los franceses que tenía temor de ellos, y de 

lo que los franceses sobre ello hicieron 40(5 

Comienza el nono libro de la guerra que Gonzalo 
Hernández, Gran Capitán, hizo contra los Royes 
de Francia en el reino de Ñápeles loo 

I. De cómo los franceses pasaron otra vez el puente, y lo 

que sobre esto j)asij 40G 

II. De lo que liicioron los españoles después de muertos 

los mil y quinientos franceses 407 

III. De cómo todos los señores y capitanes del ejército y 
los del Consejo de la Guerra requirieron al Gran Capi- 
tán se retrujese en los alojamientos y alzase en todo 
caso el real, y lo que respondió y hizo 408 

IV. De cómo se fué del ejército el Marqués de Mantua, 
General, como hemos dicho, é se fué á Roma y de allí 

á su casa, y las causas por qué 409 

\. De cómo el Gran Capitán se reirujo á Sesa para enga- 
ñar á los tranceses, y cómo aquel ardid huvo efecto . . 410 

VI. De lo que los alemanes hicieron, visto bajar de la 
sierra los amotinados, pensando (jue querían pasar el 
puente 411 

VII. De un liecho muy de notar que aconteció aquella no- 
che á un capitán de peones llamado Gómez l'.oello con 

los franceses 411 

VIII. Seyendo ya el día claro, movió el Gran Capitán to- 
dos los que habían pasado el puente y peleó con los 
franceses 412 

IX. De lo qu'> acaeció á cuatro españoles que se adelanta- 
ron á herir en la retaguardia de los franceses 41o 

X. De cómo el Gran l^apitán siguió á los franceses hasta 

una villa (|ue se llama Mola, y lo<[ue allí sucedió. . . . 414 
XI De cómo el Gran Capitán mandó combatir á Gaota, y 
de cómo los franceses pidieron partido, y lo que sobre 
ello se hizo 416 

XII. De cómo estando el Gran Capitán aquí en la Anun- 
ciada, volvieron los franceses y acabaron de hacer el 
partido y entregaron á Gaeta y se fueron de Italia. . . 418 

XIII. De lo que el Gran Capitán hizo después que cobró 

á Gaeta 418 

XIV. Del suceso que hobieron los franceses, así los ([ue 
fueron por mar couío por tierra y los que á Francia 
aportaron 419 

XV'. De lo que el Gran Capitán hizo después que los fran- 
ceses fueron odiados del reino 420 

Comienza el deceno libro de la guerra que Gonzalo 
Hernández, Gran Capitán de España, hizo á los Re- 
yes de Francia en el reino de Ñápeles 421 

I. Kntrada del Gran Capitán en Capua y entusiasta reci- 

bimiento que allí se le liizo 421 

II. De cómo el Gran Capitán mandó aparejar una grande 
armada para ir á combatir el puerto y cibdad do la 
üelona en Hsolavonia, y por qué causa se d<!jó 422 

III. I^ que contenia la embajada que el Gran Turco in\ió 

al Gran (Capitán 425 

IV. De cómo aquellos turcos llegaron á la cibdad de Ña- 
póles, y el recibimiento que les fué hecho 423 

V. De las cosas que pasaron estando allí los turcos en 
aquella cihdad, y de las tiestas que allí se hicieron.. . . 421 

VI. De una grave enfermedad que sobrevino al Gran Capi- 
tán y de las muchas plegarias (|ue sobre ello hubo. . . 426 

Vil. De los rosas (|uc suced'crun después (jue el Gran Ca- 
pitán recobro su salud 423 

VIII. De cómo acabada la guerra se amotinaron cuatro mil 
quinientos solda<los; y cómo no los pudiendo el Gran 
('apilan reducir, les fué á dar la batalla con su ejér- 
cito, y de lo que pasi'» 428 



l.V. Del razonamiento que los veuite hicieron á sus amoti- 
nados, estando los ejércitos do entrambas partes á 
V ista 42S 

X. De cómo el Du<|ue Valentín vino allí á la cibdad do Ña- 
póles con ciertos designios (|ne traía, y de lo que suce- 
dió 4.">0 

XI. V.n i|ue se prosigue la vida del Duque Valentín 4">2 

XII. De c')mo dos Cardenales huyeron de Roma y se fue- 
ron á Ñapóles para el Gran Capitán 'i">2 

XIII. l)n que el autor torna á contar lo (|uí' el Papa hizo 

con el Du((ue \'alentín 4-"i2 

\TV. Kn que el autor da cuenta de dónde nacieron estas 
enemistades entre estos dos capitanes, el Duque Valen- 
tín y Uartolomé de Ahiano '¡"t 

XV. Kn que se ])rosiguen los seci'etos designios del I)ii(|ii(' 
Valentín 4.V) 

XVI. De lo ([uc sucedió al Duque Valentín después de su 
piis¡(ín liasta (nie murió 4")'i 

Libro onceno de los hechos y hazañas de Gonzalo 
Hernández, Gran Capitán de España, contra los 
Reyes de Francia, en el cual se contienen las 
cosas que después de acabada la guerra y paci- 
ficado el reino sucedieron al Gran Capitán. . . . 

I. Cómo el Rey don l'ernando, muerta la Reina Isabel, 

comenzó á dar oidos á los envidiosos de las glorias del 
Gran Capitán, y do los graves juicios que emitió sobre 
este punto al Rey Próspero (;olona 41 

II. De cómo invió el tiran Capitán en España al Rey don 
Fernando á Juan Haplista Pinelo, y de lo i|ue surcdió 
en su embajada 

III. De c imo el Gran Capitán invió al Rey don Fernando 
á Nnño de Ucampo, y de lo que en su camino sucedió,. 

IV. De algunas cosas que pasai'on en este tiempo entre el 
Rey don Fernando y el Gran Capitán 4 

V. Cómo el Rey don FVrnando casó en segunda vez con ma- 
dama Germana, sobrina del Rey de Francia 

VI. De cómo el Rey don Felipe vino en estos reinos y de 
lo que sucedió con su venilla 

Vil. De cómo el Gran Capitán invió en España por su mu- 
jer é liijas y casa, y lo que en el camino le su.-edió. . . 

VIH. De cómo el Gran Capitán .salió á recebir al Rey don 
Fernando, sabido que venía, y lo que en el recebi- 
micnlo pasó 

IX De cómo el Rey y la Reina fueron recebidos en .Nái)0- 
les y del solemne recebimii'iito t\u'i allí los fué hecho.. 

X. De cómo el Rey fué jurado en Sant Severino, adonde 
los Reyes do Ñapóles lo suelen hacer 

XI. Do cómo la Duquesa de Sesa, sintiéndose mal de la 
mar, desembarcó en Genova, y el gran recebimiento 
((«e en aquella Señoría so le hizo 

XII. De algunas cosas que sucedieron es:ando el Rey en 
a(|uella cibdad 

XIII. De cómo el Papa Julio trataba con el Gran Capitán 
de le hacer Capitán general de la Iglesia, y de lo que 
sobre ello avino 

Xl\'. De cómo el Rey trató con el Gran Capitán de llevarlo 
á España, y de lo que él respondió, ron el medio que se 
tomó en su ida 4 '¡4 

XV. De algunas rosas que acontecieron en aifuellos cinco 
meses t|ue el Rey don Fernando estuvo en Ñapóles; y 
primeramente lo que al Gran Capitán pasó con aquel 
liaplista Pinelo, de quien atrás <lijimo< 

XVI, De un alboroto que en aipielli cibdad pasó, estando 
el Gran Capitán en Casliln.ivo habland.) ron el Rey. . . 41C 

XV'II. De lo «[ue ducientos y cincuenta hombres de armas 

con el Rey Católiro allí en Najóles pasaron 446 



ÍNDICE POR CAPÍTULOS 



601 



X\'III. De algunas cosas varias quo en aquella ciblail 

acoutecleron antes que el Uey partiese d; Ñápales. . . 447 

Xl\'. Da lo que aconteció á un psxo de aquella cibdad con 
un presente que llevó al R >y en nombre de los pesca- 
dores de aquella cibdad 44S 

XX. De cómo desafió Diego García de Paredes, di'lante 
del Rey don Fernando, á cualtjuiera ([ue del Oran Capi- 
tán hobiese diclio alguna Po«a en deservicio del Rey y 

de su reino 4''.8 

XXI. De una embajada que la Señoría de N'enecia invij al 

Rey don Fernando, y de lo que en ella aconteció Vtd 

Wll. De c(5mo se trataron vistas eiilre el l'apa Julio y el 
Rey Fernando en Civitavieja. á la vuelta quel R''y vol- 
viese á Kspaña. y on el Rey I,ui< de Fran -ia en Saona. 450 

\XIII. De cómo el Rey F'ernando y el (íraTi Capitán se 
partieron de Napelos para España y se fueron por 
Saona y se vieron con el Rey de Francia 451 

X.XIV. De cómo el Rey y el Gran Capitán llegaron á Sao- 
na. y del gran recibimiento que allí les Tué bedio. . . . 451 

Comienza el duodécimo y postrero libro de las cosas 
que acontecieron al Rey y á Gonzalo Hernández, 
Gran Capitán, después que vino de Ñapóles 4.'>.'> 

I. De cómo el Rey fué recebido en estos reinos, y asimis- 

mo el Gran Capitán, con lo que más sucedió 45.") 

II. De cómo el Rey se fué á Burgos y el Gran Capitán des- 
entbarcó en Valencia 451 

III. De cnno el Gran Capitán llegó á Burgos, y del reci- 
bimiento que le fué lie.-ho. así por el Rey cnmo por los 
Grandes del Reino 455 

I\'. De lo que Gonzalo Hernández, Gran Capitán, liizo 
después que do la romería de Santiígo volvió á la 
Corte 450 

V. De lo (|ue al Condestable y al Gran Capitán pasó con 

el Rey 457 

VI. De lo (piel Gran Capitán pasó con el Rey sobro los ne- 
gocios de don Pedro do Córdoba, Marqués de Priego, 

su sobrino, á quien derribaron á Montila 4.57 

Vil. De lo quel Rey liizo, vista y sabida la prisión del al- 
calde Herrera en la villa de Montilla 4.58 

VIH. De lo ijue el Gran Capitán hizo veyendo el odio y 

voluntad contra él del Roy 4511 



IX. En que prosigue la estida del Gran Capitán en Loja, 

con el discurso de su vida 4G0 

^. D;' lo ijuol Papa y el Rey de Francia lii ioron después 

desto 400 

XI. De cómo pa-ó H batalla de Ravena entre el ejército 
del Rey de Francia y del de España y el del Pajta 
.Inlio 4G1 

XII. De lo ((ue el Papa hizo, habiéndose perdido esta ba- 
talla, con el Rey don F'ernanilo para ipio el Gran Capi- 
tán volviese á Italia 402 

XIII. De e'imo el Rey don Fernando invió á mandar al 
Gran Capitán que cesase en la ida de Italia 10.5 

XIV. De lo que sucedió al Gran Capitán después de los 
negocios ]>a ados 465 

XV. De las cartas (¡ue el Ri'y don Fernando y el Príncipe 
don Carlos escribieron á la Du(|uefa de Sesa, sabida la 
muerte del Gran Capitán 400 

XVI. De algunas cosas que el autor to;a. que pertenecen 

á la historia del Gran Capitán 407 

XVII. De algunas estratagema-i y dichos que en la paz y 

en la guerra dijo el Gran Capitán 467 

XVIII. En el cual el autor pone ciertas comparaciones, 
comparándole con algunos capitanes griegos y romanos 

y españoles 409 

LA VIDA Y CHRONICA DE GONZALO HERNÁNDEZ DE 
CÓRDOBA, llamado por soán'nombre oí (irán Capitán; 
por Pablo lovio. obispo <le No cera. Agora traducida en 
nuestro vulgar. -1.55 í 171 

Al muy reverendo y muy magnífico señor el Licenciado 

Moya de Contrcras, ln(|uisidor del reino de Aragín. . . 472 

Libro primero de la vic'a de Gonzalo Hernández de 

Córdoba, llamado por sobrenombre el Gran Caiiilán. . 47." 

Libro segundo de la vida del Gran Capitán 50.5 

Libro tercero de la vida del Gran Capitán 5.51 

BREVE PARTE DE LAS HAZAÑAS DEL EXCELENTE 
NOMBRADO GRAN CAPITÁN, por Hernán Pérez del 
Pulgar 555 

De la entrada del Gran Capitán en Granada para tra- 
tar de las condiciones de la entrega 500 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



ABINETI (Mar-o), i.;íg. 5Í5. 

ACACIO (San), 59-). 

ACEVEDO, criado del Cond" do í.i'rin, que niatú á Ci'sar Bor- 
gia, 435. 

ACUÑA ('). Aiilonio dn), arcodl.iiio do V'alpucsia. ]»oí{o ol)i-i|)o 
di' Zamora y caudillo do los Coin micros, ajfcnle on Roma 
del archiduque D. Felipe el Hermoso, XLIII. 

ACUÑA (Pedro de), prior de M<'S¡iia, 55.)— 404 -45.\ 

ACUÑA (Trislán d-), U!4-195— 5: 1-585-389. 

ADORNO (H rnarditio), oi)'.)— 41". 

ADORNO (El conde de), XXll 

ADKIA (Duque de). (V. Aqiaviví, Maleo). 

ADRIANO (El cardenal), 190. 

AGII.INA (El principe de), 217. 

AGUIEAR(Casade),470. 

AGUILAR (D. Alonso d ), hermano del Gran Capitán, XV — 
51—71- 2M -299—3 . 7—3 ; 8— 4 1 5 - 409. 

AGUILERA (El cai)itán y comendador), 121 — 151- 152— lo".— 
15Í— 559— 4.%. 

AGUSTÍN (Micer), XXXI i I. 

ALAlíCON (El capitán D. Hernando de), 5.50—33 -552—358— 
3G9-372 -391—427-448- 455. 

ALARICO, 2C9. 

ALDA (El duqu'- de). (V. Tolhdo, D. Fadriquede). 

ALB,\ DE LISTE (El conde de), D. Diego Enríquez de Guz- 
mán, LX'Vllf. 

ALH AMONTE (Guillermo), 145-345—346. 

ALBANIA (El duque de), 99—325. 

ALBANIA (La reina de), Escandarl),.za, LXIV. 

ALBERTO .MAGNO, 25)9. 

ALBIANO (M¡c;>r Bartolomé de), X.VXVI— 43-161 -188— 
217— 218— 219 - 22) — 224— 227 -22S — 229— 230— 242— 
285— .387- 392—410—4,1—415-420-421—427—433: su 
enemistad con César Borgia — 448— 449— .552. 

ALBORNOZ, maestresala ilel Gran Capitán, 3">0. 

ALBURQUERQUE (El du.pie de), 44t). 

ALCAIDE DE LOS DONCELES (El), 304. 
ALCAHAZ (Juan .Miguel de', .309. 

ALCAUDETE (V.\ conde de). LIX— 2'VÍ— 2;5 -4.58. 
-M.D.VN.V (Ro<lr¡go de), criado del Gran Capitán, L. 
ALD.VNA (El capitán). (\'. García or .Vlda.va). 
ALEGRE (Mr. de), capitán francés, XXVI-XXVIH— 72-73 
— 75-l()l-107—123 — 124— 12.5— 120— 127— 141— 1.58— 
1 ,0_ir,l — 1(13- 109— 170— 171— 17.5— 170-185 -190— 
191— 190-2')5 200—219-221-222-224—282-289 — 
324— 331— .3.32 3.33-.343 -3,53—30.5—309-371 -377— 
3S9-39:)— 399- 4'11^4a3-407— 408— 417— 418— 4 ;2. 
ALE.I ANDRÓ M.\GNO, l.V> 213 2'!9-299. 



ALEI.VNDRO VI (El Papa), XXX— XL -8- 9— 10— 12-10— 
17 -18— 19-24— 25— 2;>— 27— 43— 44— 45— 32— 5.3— 54 
—.5S_T,J— 01— 167— 190: su muerto— 2;!4 -217— 208- 27i) 
— 2"1 -275— 274— 284 — 28')— 2-0- 291— 295-294 -295 
— .507— 310— .320— 559— 576— 38:— 385: su muerlc-.58l> 
-453-. 524. 
.M.EJO (Fr. Leonardo), caballero de la Orden de San .Iiran de 

Jerusalén, í- 5-1 Si -188 -.520— 321 -324-508. 
ALFONSO (El |irincipe don), hermano de Enrique IV de Cas- 
tilla, 20 ). 
ALÍ-VERA (El capitán). 35Í-555. 
.\LLER (El capitán Gon:'.alo de). .5.54 — .555 — .55 i— .5.57 -.5.5;-i- 

.■>r)9— 4'i5. 
ALMIRANTE Di: CASTILLA (El), LV- 277— 304. 
ALO.NSO \ DE ARAGÓN (El rey don), por qu'en entró el 
reino de Ñapóles en la Casa de .\rag/jn, 4—5: cómo adqui- 
rió el reino de Ñapóles (V. .María, reina doila, su luujor)— 
0: .su muerte — 7: su elogio. 
.\LONSO (D.), rey do Ñapóles, hijo del rey D. Fernando, 
a _ 10— 12- 14—10— 18—19-20— 29- -30—207—2 
270—271-272—274-275-277-280-289. 
ALONSO (D.), rey de Portugal, 2)0-2!il. 
ALONSO (El Infante don), hermano de Enrique IV de Ca.stj 

lia. XV. 
ALTA.MUR.V (Príncipe de), el infante 0. Federico, LX -98. 
ALT.WILA (D. .luán de). 284. 
ALTAVILI..\ (El capitán Andrés do), 404. 
ALVARADO (El capitán .Inande). L.\V—13 •.—104— 10.5— 1 
— 242— 2S3-532— 5 il— 502— 5 I9— 572— 37.5— 5'.ll— 4 
—427—448-453. 
ALV.VREZ (Alonso). LIV— LVL 
ALVAREZ DE CÓRDOBA (Francisco). 71- 49i. 
ALVAREZ OSORIO (El capitán García), 5!5()—3".l -372. 
A.M.VDEO, capitán del Du(|ue de Sahoya, .551—355. 
.VM.VDIS, personaje caballeresco. .3Í0 — 5">2. 
AMERIGO (El conde), hijo del conde do i:aparho, 290-291. 
AN.\ (La reina doña) de Bretaña, 277. 

.VNDRADA (D. Fernando de), ronde do Villalva, LXV— LX^ 
—LXVIII— 104- 105— 107— 108-109— 242— 250— 2(53- 
.505— .572-573— 374— .581— 591— 427-448-4.54-405. 
ANGIERS (El du(|ue de), 277—281. 
ANÍBAL (El general cartaginés). 97— 24'.— 209 285 514— í 

.524 — 529 — 5.50— 5r>5 — 3 i7— 403. 
ANÍBAL (Micer). 251. 
AN.IOU (Ludovico, duque de). 4-5—0. (V. Rkxíto, hermano^ 

■ de). 
ANO.IETG (Cario). (V. U .Mota, Mr. de). 
ANTO.NELO (Micer). 313-378—384—100. 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



603 



APARICIO. rap;tán de galeras. CA. 

APIANO (.Jacobo), 200-451. 

APOM'K (.luán do), capollán dol roy catúlico, LVIII. 

AQ'J.WIV.V (Anih'pa Mateo), du.|ue de Adria, 1.):)— 551 — 

5,Vi— 3a4— 418. 
ARAGOX~((:asa de) en Italia (V. Alonso V), 4. 
AllAGÜN (D. AloiisT dü), hijo natural dol rey católico, arzo- 
bispo de Zara'^oza. XLIV. (V. Zaragoza, El Arzobispo de). 
ARAGÓN (D. Alonso de), llamado el Guerclio, 94. 
ARAGÓN (D. Alonso de), príncipi" de Bus di, 451. 
ARAGÓN (I). Hernando de). arzT¡)isp.i de Zaragoza, II. 
ARAGÓN (I). Juan de), conde ^l^ Uiva^íorza, liijo del arzobispo 

de Zarago/.a. XLVilI — '2i'S — í50. 
ARAGO.N (D.» Ana di'), nieta del roy cattHico, iGC>. 
ARAG JN (r).« Hipdila d^'), LXIV. 
ARAGÓN (I).» !sab:-l d<'), bija del roy I). Alfonso de Ñapóles. 

LXIV— 551— o'i2. 
ARAGÓN (D.8 .Juana de), mujer d?l condnstablB de Castilla. 

D. Bernardiiio de Velas .o, lA' — 23í — 430. 
ARAGÓN (I)." Sandia de), princesa de Squilace, XXX-3S4 

—385. 
ARANIU'R (Pierres de). 102— 103. 
ARCE (El capitán Luis de), XXXVI— 352— 5'4— 509— 571 - 

58)— 382— Í2I. 
ARDÜVN (Pierre), Lili. 
ARELLANO (O. Diego de), XXVIl— 112— 110— 1 0- 

183— 187— ISO— 227— 228— 229 -23)— 330 -358- 

582 -420. 
ARE V ALO (Kl capitán Gonzalo de), 121—354. 
ARIARAN Oíl capitán). 13Í 141. 
ARNU (Mr. de), 79. 
ARRAKCHE, LVII. 
ARTACHE (El corsario vizcaíno), 500. 
ARTIAGA (El capitán .Jordán de), 2)5—595. 
ARTIETA (El capitán). 515. 
ASTE(Graiamld), 146. 
ASrE(Luis de). 119— 128— 154-153— 1j8^1".0— 101— 10.5 



-lí 



508— 



-185—187—188-2 



228-229 — 23 J— 



180—lSJ- 
521. 

ASTORGA (El Sr.), 77. 

AXILA, 209. 

ATRl (»u(|ue de), 321—549—442. 

AUBIGNV (Mr. de). Roberto SleAart, XXI-XXII— XXIII— 
XXIV— XXVI -LXV—LXVII— 20— 51— 53-3,5— 30-37 
38— 42— 78— 79— 80-83— 84— 85— 80-87— 89— 90 -91 ^ 
95-94-95-90-104— 105— 10!— 107— 110 — 113-1 17— 
118— 119— 123 - 1,55— 13i— 155— 150— 157— lOí— 163— 
107— lO'J— 1 09—223—202—282 - 283— 285— 293 — .520 — 
527 — 528 — 55 1— 33 — 3G1 — 502— 3 :;5— 50 i— 572 -57.5— 
374—381 -.599— 41 8— 452— 408— 305. 

AVALOS (D. Alonso de), capitán del rey D. Eernando de Nú- 
polos. 282. 

ÁVALOS (D. Alonso d'), niar([u¿s de Pescara. 42-293-402 — 
475. 

AVAT.ÜS (D. Alonso de), marqués del Vasto (V. Vasto), 42 L 

AVALOS (D. Hp,rnando de), marines do Pescara, 382 — 590. 

AVALOS (I). Iñigo de). 421. 

AVALOS (El capitán Gonzalo de). 130— 103— 108-.501— 3:-.2 - 
4IG. 

AVALOS .MONTERISIO (O. Ro^lrign). liermaMO did mari|iiés 
de Pescara, 42 — 293. 

AVALOS (Doña Constanza de). .5S2-42I. 

AVELLINO (Conde de). (\'. Caadona, I). .Juan de). 

AVEDHO (Pedro), 452. 

AVILA (Diego de), 239. 

AVILA (El capitán). .500. 



AVALA (Diego de), .558. 

AVALA (D. García de), 3 13. 

HAENA (Fr. Andrés do), X. 

RAEZA (Diego de). XX. 

HAEZA (Hernando de), sorre'ario del Gran Cajiitán, XXXVI 
—XXXVII— .5.89, 

HA.JACETO, Gran Turco. (V. Tirqcía, El emperador do), 38 — 
00—02—03 -284— 300— 3:)1 —.507— 339— 423. 

BANDERA (Guillermo do), LlII. 

BANZONIO (El capitán), 3J5. 

liARB NA (Reinaldo), 95. 

BARRANCA (El capitán Ant 'm). 153. 

BASEVO, caiiitán de suizos, á voces se le nombra Candeyo, .559 
—.543-3 •.9—399-401 -417—419. 

BASURTO. astrónomo judic.iario. 430. 

BAVARTE (Pedro de). 121-238—338-559-343 .503-373. 

BEAVOLI (Ludo\ico), 545. 

BELCORTE (El capitán francés), 108. 

BENAVENTE (El conde de). (V. Pimkntki, D. Rodrigo de). 

BENA.^'IDES (ti caj.'itán Manuel de), señor de Javalquinto. 
131— 1.52— 134-1.53- 13 J— 1.57— 104 — 105— 1 .S— 2'2— 
283-3i')-3!il- 3i2— 3:3 .572— 373— 5J1— 427-437— 
448 — 434. 

BENAVIDES (El capitán Valencia do), L\V— 2S3— 501— 3".2 
—572-437—4,54. 

BENITO (Abadía ile San), donde se conserva su cuerpo, .595. 

BENTIVOGLIO (.Juan d •). 77 — 173-38;)— 39)— 3'J9. 

BERNAVS(.I.), XIII. 

BERNARDIS (Bernardo do), 20.8—2.89 -29:)— 291— 318. 

BESCORTE (El Militan), 133. 

BESELI (Príncipe do\ 20). 

BKZON (Sosino), ,57. 

BIMFO (Agustino), asirólog.i. 3 8. 

BITUNTO (Marqués de). 90-1)9— 1.53-182-521— ."VIO. 

BITONIO (Marquesado). 182. 

BOCANEGRA (Bernardina d •), LIV. 

BOCANEGRA (I\im¡li.i de los), de Génov.i, 104. 

BORBON (El condestable de), V— 29— 2 8— .345. 

BORGIA (César), hijo de Alejandro VI, duque de Valentincis, 
antes cardonal de Valencia, .\XX — XXXI — XXXIV — 
XXXVI— XXXVll— LVIll-LXVH— y— 19— 43— 32— 35 
_55_00— 01 — 02— 72— 73-74— 73-7J-77— 79-81— 
85-8Í-83— 88— .89— 90-19J: atosiga á su padre y á va- 
rios cardonales— 2)0— 201: proüo por el Gran Capitán — 
202: llevado á Espar>a-2;>5~204— 203-200— 217— 245 - 
2í;s— 273— 270 — 2 1 —3 JO— 302— 519— 525— 5.5.) -5 JO— 
585— .58';- ,587— 594— 4 '1.— 450: su vida y sus crímenes — 
451--432— 45,5— 4.54: su prisión— 455: .su muerte, su epita- 
fio en verso — 324 -323—339. 

BORGIA (Elcardenal).XXXIV-XLVI-200— 201-200- 291 
—593-431—4.52. 

BORGI.V (Francisco), liijo mayor do Alejandro \\, duque de 
Gandía, 45 -200-2 )1 —300. ' 

BORGIA (Lucrecia). 200-201. 

BORGO (Andrea di), embajador del emperador Maximiliano y 
de su bijo Folii)e L^I.V. 

BnR.TA (Francisco de), S. L. 45J. 

BOR.IA (Gon^-odo Ai'), conde de Olivetn, 204-224. 

BORNAMISA, capitán dol roy de Hungría, 235. 

BRAVO (Francisco). 5S;). 

BRACALONE (.Juan). 144 -54.5—540. 

HRACIION (El caballero), 4. 

BR AMONTE (.Mr. de), 1.55— 13Í. 

BRAVO (.Macía.s), 2: versos do en elogio del Gran Capitán, 

BRENO, 209. 

BRETAÑA (El mariscal de). 197. 



604 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



HKKTON (Pori Juan). I.lll. 

imUClO (Bci-nanlo). (V. Cmabrés). 

mUNKTO (El barón). XI.IX. 

lUSTO (El cai>iláii). 408. 

HUSTO. snlilado ospañol, íl."». 

CAIÍKA (Kl ronde do), D. Di ■>;o IVniánd -z do C jrdoh.i. I.X— 
■SM—-2 i.')— 304— 4C8— 47(i. 

CÁDIZ (Kl duque do). 504. 

CADOUVO (Kl hailío IVaiic<í-i Mr. do). 11.'). 

CAÍ. VHRKS (Micer Hornanlo Hrucin, llám.ido ol). ."54—57. 

C..VI..VUIII A (El duque do). I), llenian.lo. ])r¡inogéiiito del rey 
do Ñapóles roderico. .\\V^— ,S5- ¡r)— '.)í— !).") -1)3— 1)7— 
102— 109— 110— 1.")0— 151— 1.-J-2-I54— 1G4— 271— -^72 
•J74 —:;75— 3^0— 5J1 —52 2—524 -ó^a -572- 455 -.')!» 1 . 

CALIXTO (El papa), 7. 

CAMKRINÜ (Los señores do), 2')0. 

CAMI.ÑA (El conde de). D. Pe.lro do Sitomayor. 515— 55,S. 

CAMINA (La cond.-sa de). 2<)4. 

CÁNOVAS DEL CASTILLO (I). Antonio), XIII— XVH. 

CANTAI.ICIO (El obispo Giov. H.). X— XII— 427. 

CANTELMO (Ristaño). conde del IV-imlo. 572. 

CAPACHO (Kl conde de). XXII— XXIII -172-224 -226—227 
—290—201—422- 459. 

CAPOCHIA (.luán). 14Í 34.5. 

CAPUA (Andrea do). 242. 

CAUACHOLO (Kl caballero Alfonso), 4—5—521. 

CAKACIOLO (Troyano). 439. 

CÁRCAMO (D. .Vlonso de), señor de Aguilarojo, I,l\'. 

CÁRCAMO (I). Antonio de). V— XV. 

CÁRCAMO (Diego de). 260. 

CARDKNAS (1). Alonso do), maestre de Santiago. 2C>1— 477— 
481. 

CARDONA (D. Antonio de). 5S7. 

CARDONA (I). Hugo do). 1—88-130—151-1.52—154-15.-)— 
133 — 137-164— 165- 107— 1C8— l(i9— 190— 192: su 
muerte — 2i5 — 559 — 530 — 5 11 — 502 — .533— 572 — 575 — 45.5 

CARDO.XA (.Juan do), luego conde do Avellino, 168—242—427. 

CARDONA (D. Ramjn do), virrey de Ñipóles, LXVllI— 2.5.5— 
26-4-591—392—401. 

CARI.OMAGNO (El emperador), 299. 

CARLOS, rey de Hungría, .5. 

CARLOS VIH de Eraiicia. S: cómo Iioredó ol reino de Nái)oles — 
•j_10- -li_l.5— 14— 17— 18: su entrada en Roma-19 — 
24 -25-27— 2.S— 5 J— 42— 50; su muerte— 82— 231—262 
—200—237— 268 —27 1 —275— 274— 276—277— 278- 28J 
28 i— 285— 288 —299 —500. 

CARLOS V (Kl emperador), V -VI-X-I.V-LVll— 244-254: 
carta que escribe, como ]irínc¡p:', á la \¡uda del Gran Capi- 
tán — 4íO— 454— 400— 553. 
CAR.MELITA, poeta, 427. 

CAROLARIO (Marco), 144. 

CARRILLO (Pero). LIX. 

CARRILLO D£ ALUORNOZ. maestresala que fui del Gran Ca- 
pitán. .595. 

CARVA.IAI. (El capitán D. Alonso do), señor de Xodar. 1C4— 
165-168—205 -21 1 — 21.5— 2.'il — 232— 242 -5.56 -5:;3 — 
372— 573— 391— 427— 4^2— 44S—Í.54— 45.5. 
CARVA.1AL(D. Hornanlinode). cardenal de Santa Crut. ,XII — 
XXXMl-XXXVlll— XL-XI.I-I.VU- I.XMII. (Vó.ise 
Santa C«t:z, El Cardonal de). 
CASSO (Baltasar). XXII. 
CASTil.LA (D. Sandio de), goliernador del castillo de Salsas, 

pág. 197. 
C.VSTHO (I). Pedro de), 206-586. 

CATALINA (D.'), reina de Portugal, hija do Eejip.. 1. 440. 
CÁTELA (Mr. de). 79. 



CÉNETE (Marquesa del). 526. 

CENTl RIONE (Martino), XXX. 

CERVEI.LON (I). .luán de). •.00-225—431—468. 

CES..\R (Julio), emperador romano, II — .55 — 101) — 211—21.5- 

219-22)— 225 24 3— 2'.)2 -345- 578— .592— 414. 
CES.VRO (El capitán romano), 253. 

CHANDEI.A (Mr. de), 79-115-118 - 20 -140— 158— ICO. 
CHARTELA(Mr. de), 1.58 

CIIATEMRERG, capitán do hombr s de armas, .532. 
CHEIU (Hi'uzodo), .587. 
CICURA (Pedro do), .53.5. 
C: FUENTES (Gonzalo do), 45.5. 
CIMBRÓN. XXII. 
c;SDAR, albanés, gobernador do Cefalonia por el turro, 05 

70— 71 —509 510— 515. 
C'SNEROS (i;i cardenal). (V. Jimiínkz I)k (Iisnkiios). 
CLARAMONTE (El conde do), 19, 
CLAVERO (Mos;'n), XXI— C2— 56.5. 
CLEMENTE Vil, pág. X. 

COBOS (I). Francisco de los), comendador mayor de León, LX, 
COEl.LO (El capitán Jua:i), 112 115-115— 141— 159-101 

514 -.545—569- -407-408-410—4,55. 
COLON (Cristóbal), XVI-XVIl. 
COI.ÜNA (Fabr¡cio),XLV-XLVI— l.VIl- LXllI-82— 85— í 
— 83—87—88 -97— 98— 145— 1,52— 157— 158— 1.59— 16( 
—161-180-181—1,82-185—190-204-209—210—21 
—220—224 -225—225—242- 285-.52 )— 528— 55 :— .-)45 
551 —.552—3 )5— 337— .569- 572- 400 - 401—401—402. 
COl.ONA (Próspero), XI.Vl -LVl— 1.8-90 -97--98— 145 
152—157—159—101-175-177-1,80-183-205-204 
L05— 21 9—220 — 242-2.55 —257—274— 285—5 1 9— .528 
.553 — .5.57— .545 — .544 —545: desalío de italianos y francoso* 
.545 — .5)1 — 552 — 557 — .5;)5 — .567 — .5 ,9 — .572 — 574 — .582- 
.585— 588— .594 -.595-412 -420— 4.V)— 4.56: informa al Re 
Católico 011 contra del Gran Capitán — 449. 
COLONA (Marco Antonio), 161— 28,5— 519— .52S-.545-.55l 

352 - 535 — 337 — .599 - ■ 40 J — 462. 
COLONA (Octavio), XXVll— .557. 
CULONA (El cardonal Juan), 519—50.5. 
COl.ONESES (Los), 10—12—14-136—203—201—270—29.5 

5! 9 -.520-585— .583 -5J5— 404 -427— 451— 4 18. 
GOMARES (Marqués do). (V. Cobüoba, D. Luis do). 
GONCE (Conde do). [V. Fabricio, El capitán). 
i;ONCHll.LOS (Juan do), XX. I. 
CONCISCET (El capitán), .586. 
CONCORDIA (Conde de). (V. Pico, Juan 1'.). 
CONDESTABLE DE CASTILLA (Kl). (V. Vki.asco, D. Ber 

nardiiio do). 
CONDKXA.ME (Conde de), 188. 
CONVERSANO (El conde de), 224-251. 
COPADO (Tilomas), X. 
COR ATA (El conde de), 95. 
CORCON (Mos de), tesorero del oYrcilo del rey de Fran- 
cia, 41.5 419. 
CORDflBA (D. Alfonso de), s.'ñnr de la C.asa de Aguilar, 261. 
CORI)OB.\ (I). Diego de), alcaiilo de los Donceles, 45S. 
CÓRDOBA (D. Di'go de), caballerizo mayor de S. M , á quien 
osla <le(lic,nda la odirión do la cróni"a impres.i del Gran 
(.apilan lio I5S4, 1. 
CÓRDOBA (1). Luis do), marqm's do Coniares, 214— 45S. 
CÓRDOBA (D.Luis de), primogénito del ronde de Cabra, don 

Diego Fernández de Córdoba, LX. 
CÓRDOBA (I). Pedro do), marqués de Priego, sobrino del Gran 
Capitán, Lll— I.lll l.IV— LX-248: su desobediencia al 
rey católico, y castigo que sufr¡3 — 249 204 — 2''>5 — 59ri — 
43 i_4:,7_/,.v8— .Vi7. 



1 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



605 



C0RD3n\ (Doña Beatriz de), hija segunda del Gran Capitán, 

llamada doña Beatriz de Figucroa, üil— :i64. 
CÓRDOBA (Doña Elvira de), hija mayor del Gran Capitán, 

LVIl— I.XIX— 2!31— 45 ■>. 
COKDOHA (Doña Francisca di-), marquesa de GibralctSn, í'JG. 
COIIXATO (Mr. de), 105. 
COKNKJO (El alcahle), 2 Vi. 
COKOI.AKIO (Marco), r>í5. 
caUOI-I-ANO (El capitán). ¿30. 
COKK A Í.ES, correo, XLIV. 
CORTES (Bernardino). 55— .jS. 
CORZO (Alonso el), ."JTS— 579. 
COSANO (Kl príncipe de). 521. 
COSENCIA (Enrique de). LlI. 
CRISTÓBAL (Fray), X.VXVl. 
CROCK (Benedetto). Xll. . 

CRUER (Mr. de), hermano del capitán Bascyo. íl!). 
CUEVA (D. Antonio de la), 217- 410- í. 54. 
CURCIO (Bernardo), 501. 

BARIAS (Luis). %. 

DKNIA (Marqués de). (V. Rojas, I). Bernardo de). 

DEXTATO (i:i caballero napolitano, apellidado). 57il. 

OFSSORMKAÜX (Mr.), XL 

DKZA (Fr. Biego de). (V. Srvilia. Arzobispo de). 

BlÁZ (.lorjíe). arafionés, 121 — 455. 

DIKZ (Kl capitán .lorge), .554 — 5.55. 

I)OMi;\ICin(Lodovico), V. 

nUARTt;, capitán vizcaíno, .5.50— .5.5S— 5!jl. 

nUl'ONCET (IM, S. L. X— XL 

KGUIA (Miguel de). VIH. 

EMBA.rADOR BE ESPAÑA (El) en Roma, I!). (V. Fonskca. 
I). Antonio do, y Rojas. B. Francisco de). 

ENFRENA (Marco de), 143. 

KNI (Mr.), TIL 

FNRIQUK IV de Castilla, XV— 2")(). 

ENRIQUK VIH, rey de Inglaterra, 255—230—277-400. 

LNRiylLZ (D. Alonsr>) obispo de Osnia, hijo bastardo del al- 
mirante de Castilla, XLIX. 

ENRIQUKZ (I). Knrique), LX\ IIL 

líNRIQlEZ (B. Francisco), señor de Alinansa, I.IX. 

FSCALABA (Kl capitán) <S Lói)ez de Escalada, ia5— 141 — 132 
_ 1.5!) -151— 205— 210— 207— 220— 515— 551— 552 -401— 
407-412-4.55. 

ESCANDER. bajá. 5S— ,511. 

ESCROCIATO (Micer .Julio), 102. 

ESPANOLl (Troche), 451. 

ESPES (El capitán), 545—551 — 552— 5:">5- 5;>9— .59")— 401- 107 
-4(18—4,5.5. 

ESPINÓLA (El ca|)itán). .5")0. 

i:s P! NOS A ( Kl capitán), 407. 

HSPIRITUI. AMAR ( Kl capitán), 1.55. 

KSyriNAS, alguacil del ejército. 42 <. 

ESTK (Alfonso de), (lu([ue de Ferrara. 175 -201-599 — 451 — 
4')0. 

ESTEBANKZ CALBKRON (O. Serafín), XL 

EUGKNIO III (Papa), sucesor de Martino V, G. 

KVQUKRN (Frantz). XII. 

FABIO MÁXIMO (Quinto), 2S5. 

FABRICIO (El capitán), hijo del conde de Gonce, 120—141 — 142 

FA MILLO (Kl capitán), lí)4. 

FANFULLA (Kl). (V. Lodi, Tito de), 14,5. 

FARAGON (Micer Bernardo), XLIII. 

FARNKSlO(Ranucio), 29. 

FEDERICO (Kl empera lor do Alemania), 8. 

FEDKRICO DK ARAGÓN, rey de Ñapóles, XXI -XXVI — 
XXXII— LXII—LXIII—LXIV: su ramilia-41— 42— 43— 



11 — 40- 47 — 4Í — 49-52 C1-C2-78— 80— 81 -82— 
85— 84— 8>-88— 89— 90 91 - 92 95 _ H4 — 93 - 90 — 
'J7-101- 109-202—232 - 295-290—298—505-510- 
S17_.-J18— .5-20-525. 

FKLIPE I, el Hermoso. XVII- XLI— XI.II— XLIV— LXI — 
243 — 2'4— 245 — 247 — 235 — 542 — 557 — 459: su venida á 
España — 110 — 441: su muerte— 445. 

1 



•ELIPK II, II. 
FKLIPK V, rey de Españi, X. 
FKRIA (Conde de). (\'. SiARKZ de Figieroa). 
FERNANDKZ (Francisco), teni'nte del despensero mayor, .529 
FERNANDEZ (Gonzalo), el que estaba en Ríjole;, XIX. 
FERNANDEZ DE AGUILAR (D. Pedro), XV. 
FERNANDEZ DE CÓRDOBA (Gonzalo), el Gran Capitán,!— 
VIII-XIII-XV-XVI — XIX-XX- XXII — XXIV — 
XXV— XXVI-XXVIII - XXXI — XXXIII — XXXVI— 
XXXVlll— XXXIX-XL-XLI-XLIII— XLIV-XLV - 
XLVI-XLVII-XLIX— L— Ll— Lll— Lili- LIV-LVI — 
LVII LVIII-LIX-LX-LXI— LXTI -LXVIII — LXXT 
-53—51 —.52 -35—53-37—58—59—40: sitio de Atella— 
41—42 — 4.5 — 41: sitio y loma de Ostia — 45 — 40 — 47: privi- 
legio del Ducado de Santángelo — 48 — 49 — 30 — 31 : reprime 
y sujeta á los moros de las Alpu'arras —52 — 55 — 02: vuelve 
segunda vez á Italia — 05; coníjuista de Cefalonia — 01 — 03 - 
00-67—0.8—09: oración á los españoles antes del asalto de, 
Cefalonia -70 — 71 — 72—78 — H'): prepárase á tomar las pro- 
vincias de Italia que habían tocado al rey Católico — 81 — ,S2 
89 -90— 91— 93— 91— 95-90— 97— 98-100— 101— 102 — 
105-104—103-103—108—109-110—111: en Barleta— 
112-114—115-117—118—119—121-122—124—128 — 
129— 131 -13.5— 151— 1.57: sale de Barleta— 1.59- 140 141 
—142—143-140—147-149-130 151— 132: tomaá Rubo 
— 155 -134—133 — 130: sale para Ceriñola— 137 — 158: ba- 
talla de Ceriñola-139— 100— 101-165— 103— 107-109: 
se dirige á Nájioles- 170 -171 — 172: su entrada en Nápo- 
l,.s— 175— 178— 177— 1 78- 1 79 — 183 — 1.S5— 184—185— 
1.S8— lílO: va contra Gaeta— 191 — 192: se retira á Mola.— 
195— 194— 195-201: prende á César Borgia-202— 204— 
205: va á San Germán — 208: sale de este punto — 209—210 
21 1 — 212: combates preliminares de la batalla de Garellano 
—215-214—215-210—217—218-219: batalla de Gare- 
llano— 220— 221: toma á Gaeta -222- 225 224— va á Ña- 
póles - 225 -220 - 227 -229—250 - 2.52— 258 — 2 5 1 — 242 : 
grave enf.rm'Mlad que sufrió en Ñapóles— 214: sale á reci- 
bir en Nái)oles al rey Católico— 2'5: cuentas que presenta 
al rey: merced del Ducado de Sesa — 246: asiste á la en- 
trevista de los reyes de España y Francia— 247: su vuelta 
á España — 248: va á Santi.igo de Galicia; manda el rey 
derribar la fortaleza d" Monlilla por rebelión del marqués 
de Prii'go, so!)rino del Gran Capitán -249: merced que lo 
hace el rey de la villa de Loja— 2.50: después de la desgra- 
ciada batalla de Ravcna, nómbrale el rey j>ara volver á Ita- 
lia; su razonamiento á los caballeros que con él (jnerían ir 
á Italia^ — 252: desiste el i-ey de enviarle á Italia; retírase á 
Loja y luego á Granada, donde fallece — 2.56- 2.57 — {Clóni- 
ca manusrrUa) — 2G0: primeros años del Gran Capitán — 
231 — 2^2: va á Italia la primera vez; vuelve á España y 
l)aci(ica la rebelión de los moriscos; va á Italia por se- 
gunda vez; toma de los turcos la isla de Cefalonia— 2G.5 — 
2)5: su muerte — 2 8: su primera ida á Italia— 281 — 282 — 
2S5: batalla de Seminara — 284— 2S3 — 289 — 290: en Laino 
291—292-295: toma á Ostia— 294—293; en Roma- 290: 
privilegio que el rey Federico otorgó á Gonzalo del t.'tulo 
di' duque de Terranova y de Santángelo— 297 — 298: vuel- 
ve á España— 299 — 500 -505: lo que hizo en España — .'04: 
guerra de Granada — 503: xuelve á Italia- 30G — 507 — 508 



606 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



— ."WJ: í'ii C.oraloiiia — ."10 — 51 1— ni'i— 515: initngros que 
DÍ.1S liiio con ¿1—514—515: <>ii Sicilia— 51G— 317: parlición 
ilt'l reino di» Náiiolo»— 318 -311): i)asa á Calabria— ^5"J1 : va 
^^■)bre Taranto — 522 5¿"): rinde á Taranto- — 52(5: en Ti'la 
327— 328: entra pn narleta— 529— 352— 353— 35í: desafio 
de oniv! españoles y once franceses — 553 — 55S — 55'J— 512: 
d'sa'ío de trece italianos con trece francesos— 5i5 — Si.") — 
5Í7— 3;í)— 550: sale de Barleta y toma á Rubo— 351 — 352 
555: motín militar — 55G -537 — 55S--35'J — 535 — 5S4: sale 
de Barleta- 5!;6; se dirige á Cerinola— 368: batalla de Ce- 
r¡i>ola-5jO— 570— 571-374— 375— 570— 377 — 578 — 371) 
— 583 -5S1: sale de Ñapólos para sitiar á Gaeta— 383— 384 
— 580 — 587 — 388: milagros liedlos pjr Dios en favor de. . 
5 U: inlluye en la elección del Pajia Julio II — 5ü0~5'.)l — 
5'.)5— 5U4— 5Ü3— 3'J6 — 598— 5'J'J: i)relim¡nares de la batalla 
d.-l Careliano— 5ü)—5ül— 402-403: sij{u:> en el Careliano 
—405—505: ardid del Gran Capitán -407— «08: batalla del 
Careliano — 101): su ratonamiento para no retirarse de la vis- 
ta de los franceses— 410: su retirad i estratégica ú Sesa— ^11 
412 — 415—414: en Mola — 415: encierra á los francés -s en 
Cáela— ílG: sitia á Gaeta— íl7: la ri:>de: rondioioiies do la 
cntrega--418 — 419 — 42): socorre á los vencidos— 421: su 
entrada en Capua —422: pr -para armada contra la ciudad d.! 
la Belona- 425: rocitKj la Oínbajada de Ha;ac.cto — Í2}: rega- 
los qu;; recibe de ésto -425: conferencias con los embajado- 
res turcos — 421: su enrermediul — 427: regocijos generales 
por haber racobraJo la salud; elogio d; sus virtudes— 428: 
motín militar — 430: ajiacigua el tintín -452; sus prevencio- 
nes en Ñapóles contra César Borgia — 455 — 455: prisión da 
César Borgia — 455: su s;'ntimiento por la muerte de la reina 
doña Isabel: da oídos el rey don lornando í los émulos del 
Gran Capitán— 43 >: informa Prjspero Colona e:i su disfavor 
al rey; envía á España á confen-nciar con el rey á Juan B. 
l'inelo— 457: cimo informó al rey contra el Gran Capitin; 
in:|ratitud ds Ñuño de Ocampo— .58: informaciones apasio- 
nadas que sobre su condui'la dieron al rey Don Fer.iando — 
440: envía ú Espina por su mujer é lii as: sale á recibir á 
Don Temando— 4 1-445: las cuentas del Gran Capitán — 
444: trata Julio 11 de hacerle capitán general de la Iglesia; 
el rey i|uiere llevárselo á Esparia-445: ofrécele el rey el 
Maes'razgo de Santiago; lo que le pasi con Pinelo — 14 : 
alboi-olo en Ñapóles — 447—448: ofrenda al rey de los pes- 
cadores d:í Ñapóles; desafio de Garc'a de Paredes en (avor 
del Gran Capitin -449: recibe y obsequia á una embajada 
de Venecia— 4'»0: su rcspu.-sia al astrólogo Basurlo-451: 
su partida de Ñapóles ú España — 532: come con el rey de 
Francia y el Católico e:i Saona -(\'. Manriock, Doña Marta, 
mu]er del...) — 151: su enlrad'i en España— 453: en Burgos 
— 150: en la Corle despui's de su regreso de Santiago -43<: 
si pesar por la d<'.strucri di d • la forlaleía de Montilla— ICO: 
acons.'ja á Cisiieros sobre la e:npresa de Oran; sn estancia 
c I Loja — 432: d<'spués de la derrota de Rasena le ruega el 
rey vuehaá Italia — 403-455: vUla retirada del Gran Ca- 
pitán en Loja: su mu -rtt! — 4 >~: dichos suyos 4 9: compa- 
ra el autor al Gran Capitán con otros valiente* guerreros — 
475: vida d" Gomólo por Jovio -47G: el Gran Capitán en su 
juventud— Í78 -479. en la guerra de Granada— 5't2— 307 
—509— 315— 517— 628— .335— 541— 545— 3.57: titulo del 
ducado — 5 '1: guerra de Granada — 335—536 — .573 — 375 — 
577: entrega de Granada-578— .579— 580-385— .5S7— 590. 
FERNANDEZ DE CJHDOBA (Gómalo), sobrino del Gran Ca- 
pitán, 519— 15S. 
FERNANDEZ DK C0HD3BA (GontaloX nielo del Gran tlapi- 

tán, LX. 
FERNANDEZ DE CÓRDOBA Y FIGUEROA (D. Luis), mar- 
qué» de Priego, du'jue de Feria, Xll. 



FERNANDEZ DE CÓRDOBA (Martiii), alcaide de los Donen- 

les, I.VIII. 
FERNANDEZ DE COKDOUA (D. Josepb), .V. 
FERNANDEZ. DE CORDUB.\ (Pedro), 299-540—374. 
FERNANDEZ DE OVIEDO (Gonzalo), XIV I.IX— LX— I.XI. 
FKRNANDO (D.), rey de Ñapóles, llamado Fer/iartí/írt, hijo 

bastardo de D. Alonso V de Aragón y su sucesor en el 

reino. 7—8. 

FKRN.VNDO {El infante D.), hijo de Felipe 1. 440. 
FERNANDO (El rey de Ñapóles D.), 9— 12 -13—14-1.5—17 

— 18 - 19— 20— 22— 23— 24— 2G— 29— 30-52— 35— 34— 
,-53 — 3;; — 37— 38 — 40— 4 1 — 243— 275 - 27C)— 2 78—279 - 
28.) — 281 — 282 — 2S5 — 285 — 283 — 2S9 — 291 — 292; su 
muerte. 

FERNANDO DI') ARAGÓN (El rey de Aragón 1).). infante de 
Castilla, lo del rey Juan II do Castilla, h. 

FERNANDO EL CATÓLICO (Fl rey). (V. Rrvks Cítólicos), 
IX-XIV — XVII — XX — XLI— XLIV — XI.V XLVI— 
XLVÍI— XLVIII-XLIX-L— LI— LH-LIV— LV— LXI 
— L.Wll— 10— 31 -.34-01-02— 78-79 -8.)— 1R4— 11)9— 
201—217—229—243 -244: va á Náiiolos— 245— 24 >: su en- 
trevista con el rey de Francia— 257: su vuelta á España — 
248: manda derribar la fortaleza de MontilLi como castigo 
al marqués de Priego — 219 — 2.50: recibe la nueva de la des- 
graciada batalla de Ravena— 234: carta que escribió á la 
viuda del Gran Caiiitin — 2 oO — 2'>5— 2."4 — 2')5 — 25 '.— 217 
277— 2S4 -500—504—52 1-349— 5.30-514— 5 SO— 43 ': su 
carácter, opuesto al de la reina Isabel, su mujer; da oidos á 
los envidiosos del Gran Capitán — 459: ca<a con doña Ger- 
mana— 440 — 141: su llegada á Nújioles —442 — 444-441 — 
447: se lo presentan varios hombres de armas pidiéndole 
sus pagas— 4.30— 451: su partida para España — 452: su en- 
trevista con Luis XII — 454: su éntrala en Flspaña y recibi- 
miento de los grandes — 45o — 457: el rey y ('isn"ros -450 

— 4i2: ruega al Gran Capitán vuelva á Italia — ^4 55— 4'5G, 
carta del Rey Católico á la viuda d '1 Grai Capitán— 33rt. 

FKKKAGUT, trompeta, 105. 

FKRR.VMOSC.V (César), hermano de Héctor. 34,5. 

FKRK.VMOSCA (Héctor). 144—131—343 -333-318. 

FERK.VK.V (1-1 duque de). (V. Estf, Alfonso de). . 

FERRER, soldado, 72. 

FIKSCO (llguetlo). genovés. 10—12. 

FIGUEREDO (KI alcaide), 108-335. 

FIGIKROA (Doña Beatriz de), I.IX. 

FIGUFROA (Doña Beatriz de Córdoba, hija s'gu ida d;'l Gran 
Caiiitán. (\'. Córdob.v, doña Beatrií de). 

Fil.IPO MARÍA (Duque de Milán), 0. 

FL.VItF (Fr. Jerónimo). 27.5. 

FI.ORKNC.l.V (Señorío de). 15—17,3. 

Fl.Oliiy. 1)1-; IM:NAVII)I:s (Antonio). IX. 

I"l)IX (1). Gasfn de), 245. 

FONSKCA (D. Alonso de), arzobispo de S.intiago, XLI.\— 21S. 

FONShXA (D. Antonio de), cantador mayor de S. A.. I.VIII. 

FONSEC.V (D. .\ntonio de), embajador de España en Roma, 
19 -273 — .500. (V. RoDRiGi'KZ dk FohsRCa, D. Juan, su her- 
mano). 

FONSLCA (D. Juan de), obispo de Paloncia, XI.IIL 

I'ONTE RALAS, luijarteniente de Mr. Alegre, 101. 

FOKI.I (La señora de). 00. 

F0R.MI:NT() (Mr. de), por otro wnmhvv CattiUone, 107—111 — 
llO-PiX: su desafío con Garría de Paredes — 129- 158— 
1 40 352— 313 -.">44— 3 •,»— .570-371 -418. 

F0.\ (.Mos de), hermano de la reina doña Germana. LXVIII 

—402. 
FOX A N (Mr. de), .540. 

FRANCÉS (Bernal), 351. 



1 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



607 



FRANCAVILA (Diiquo tli'). (V. ME^Do:;A v uk la C.khüa). 

l-HAXC AVILA (Duquesa de), XLV. 

l'UANCISCO I, rey de Francia, 'irw -5í5. 

FIt ANCO, contador de la Casa dd Gran Cai>ilán, '2'¡Ó—V'>i. 

rUKGOSO (El conde), 1^. 

FlUAS(l'Bdrode). XIX. 

FULNMAYOK (Fernando d-), LI— LII. 

G ALTANA (Srcs. de Casa), 200. 

GALTANO (Honorato), i^j. 

GALLAZO (Juan), ducfuc de Milán, ólü -551. 

GALIXDLZ DL CARVAJAL (Li consejero), XVII. 

GALLARDO (I). Bartoloiné José). IV. 

GALLEGO (Fl cai>itán Alonso), 5;ü— 40í. 

GALLEGOS (Soldados), M2. 

GALLOTE (Juan), IOS. 

GAN'DIA (El du(iue de), hijo mayor del papa Alejandro VI, 
45— 5-2. 

garcía de ALDAXA (El capitán), 455. 

garcía de PARLDES (Diego), 1_C2_0(!— 75- 70—81 111 
—92— 101— 110^111— 114— 118— 121: su dosano con fran- 
ci'ses— 122— 123— 124-123— 12'i— 127— 12.S:su desalio con 
el capitán Fonnento— 12'J— 141— 1'Í5— 147 -14S -líD— 
151— ló.".— irVJ -IGO— ir.l— 102 -105—175 -17!— 177 — 
180— 185— 184 — 190— I'Jl— 1<)2-1!)5— 1'.)5— 1<):T— 2 5— 
204-2^7 — 209-210-211— 212— 213- 214-210-219— 
220 — 222 — 225 — 22 )- 227 -252— 2 V> -254-255 -25 ;- 
257-238 — 2Í0 — 242 — 253: breve suma de su vida y hechos 
—511— 315-520— 554— 335— 550 -55S— 540 -5 .3—5 58— 
359- 571— 573— 371)— 577— 5S2— 404 - 40') — 407 — 408 — 
42S -455— 458— 448— 449— 434— 300. 

GARCILASO DL LA VEGA. 270—434. 

GATICA (El capitán), 330. 

GAYAZO (Coiule de). (V. San Suvksiso, Francisco de). 

GAVETA NO (Honorato), 459. 

GAVOSO (Ilieróninio), l';7— 181. 

(iERMAXA (La r;'ina Doña), s'frunda mujer del r-.>v t:atíIico, 
XVI— XLIV-XLVI-XLVIl \LVII1— LV_LXVlI-245 
— 245 - 247 — 2i5 — 52 > — 459 — 441 — 430 — 45 i. 

GinRALEOX(La marquesa de), (V. Córdoba, Doña Francisca). 

GIPCIO (Camilo), LVll. 

GOMADO (Juan de), 257. 

GÓMEZ (Bartolomá), X. 

GÓMEZ (El capitán Martín), 70—105—174—177—179 1S9— 
40 í. 

GÓMEZ COELLO (El capitán^ 410— íU 412. 

GÓMEZ DE MEDINA (El capitán Pedro), iieneralmoute s- le 
denomina Medina solamente, 551—332 — 3jO— -3i7 — 375 — 
595— 593— Í15-421 — 152-433 - 45i- 451— 455. 

GÓMEZ DE SOLiS (El capitán), lOV- 132-I.54-Í57— 229— 
25 )— 252— 255— 25 >— 259— 240 -509— 510 — 515 — 550 - 
358 — 359 — 435 — 43). 

GONZAGA (Francisco), marques de Mantua, LVIIl— LX-I.\I 
— LXVI -27- 2^—29 - 1 70— 1 90— 1 97 -2 ;2 - 2 i3 -204 — 
203— 20 ■>— 207— 20^-203 — 2rj: batalla del Garellano— 
221— 222— 280— 2S7 -2SS— 291 — 2;)9 — 58:í — 392 — 390— 
397— 399-400-401— 404— 405— 40 ; -407 — 40 i — 409 - 
.52>— 527-.551. 

GONZAG.V (Rodulfo), t'o de Francisco, 29. 

GONZÁLEZ DE MENDOZA (El card-nal D. Pedro), 315. 

GR ALLÁ (Mosen). XXXllI. 

GRATI A DEI (El cronista y genealo'rista), LXIX— LXX. 

GR.VV1N.\. (Podro), 2: versos de.... en elogio del Gran Cipilán, 

GRAVINA (Duijue de). (V. Urswo, Francisco). 

GREMINO (El capitán), 152 15'.. 

GREXl(Mr. de), 79— 90. 

GRIMALDI (Auibrosio y Lázaro de), banquero";, XXIX— XXX. 



GRIM ALDO (Antonio), 12-35 58—501. 

GRIMONETO (El capitán), 120. 

(;RIÑI (I:1 capitán francés), 5 U. 

(ilERRA (Guido), 14. 

GUERRA (Menaldo)ó GUERRI (Me;iolilo), 43— 41—43— 40— 

2" 1 -278- 293-294— 293— 359— 3S4— 490— 491. 
GUERRA V SANDOVAL (D. Juan Alfonso de), X, 
GUEVARA (D. Juan de), conde de Pot.Micia, LXTV— 85— SG— 

95-323 -521—524. 
GUICIIARDINO (FrancLsCo), IX. 
GUZMAN (El capitán), 40<. 
HEISS(Mr.), XII. 

HER.VCLIÜ, em¡)i'rador de Co ,sta:ilin'ipla, 329. 
HERNÁNDEZ (Alons,-)), XIL 
HERNÁNDEZ (Diego), XXVII. 
HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA (Doña Catalina), marquesa de 

Priego, .593. 
HERNÁNDEZ DE NICÜESA (El capitán Pe;lro), 180—187— 

1.8.S-52Í-425. 
HERRERA (Doña Elvira de), madre d 1 Gran Capitán, XV— 

LIX. 
HERRERA, alcalde d;- corle del rey católico, 248-243-234— 

4)8. 
HERRERA (Francisco de), X. 
HERRERA (Luis de), primo del Gran Capitán, LVl— 102 110 

- 1 18— 1 19-12S-1.59-141— 142-150— 155-134-15')— 

109-170-171—512—313-523- .550—555 - .541- .>«— 

.54 < — .519 — 5r>2 — 535 — 554 — 3J0 — 53S— 3)5—595 — 420 — 

44" — í').5. 
HESDIN (Juan do), agente de Felij.e I, XLIV. 
HIERONIMO(Fray), Ift. 
HOCES ó FOCES (El capitán Pedro de), Xl.VllI — LXIV— C4— 

2S.5— .512 —.515— .550 — 552 — 538— 3')3- 539 — 455. 
HORACIO, ca]>¡lán romano, 133. 
IIU ARTE (Instan de), 195. 
lU'NtiRI A (La reina de), doña Beatriz, LXIV, 
HLRTADU DE MENDOZA Y DE LA CERDA, duqu'do Fran- 

ca>il,a, II. 
IGLESIA (Eugenio dfl la), XI. 
INFANTADO (El du((ue del), .501. 
ILLESCAS (El alférez Hernando ilo), 405. 
ISABEL (Doña), reina de Navarra, luja del rey D. Felii)e 1,440. 
IS.VBEL (La infanta y reina doña), hija de los Reyes Catúlicos, 

LXl. 
ISABEL LA CATÓLICA, XV-XVI-XX— XXI-XXXI\- 

LXI— LXVII— 10— 200— 2Í3 — .515: reciba un i-egalo del 

Gran Cai.itán— 529: defiende al Gran Capitán- 3)3 — 5 '4 — 

4.53: su muerte — 15 i: refrenaba á los envidiosos del Gran 

Capitán— 457— 458- 485. 
ISCIAR, capitán vizcaíno, 100-5^0. 
ITALIANI (Pantaleón y Agustino), ba iqueros, X.XX. 
.Í.VCOBO (El rey), conde de la Marca,, 3. 
JACOBO IV, rey de Escocia, 233. 
JESU.VLDO (Fabi-icio). 53Í. 
Jl.MENEZ DE CISNEROS (El cardenal fray Francisco), XVI — 

XVII— XLIII — XLVIII — Lili — L!V — 249: empresa de 

Orán-2>4— 437— 400. 
JOVIO (Paulo), II— V— XI — Elo.'io de ... con o.asim did r - 

trato del Gran Capitán— 2— 323— 43.5— 471: crónica de 

JU.VN (El i)rínfipe D.), hijo de los Reyes Católicos, LX.— .500: 

su muerte. 
JUAN (lü señor), capitán de caballos, .54 S — 549. 
JUAN DK NAVARRA (El rey), LXVIl-LXV 1-200-201 

—202. 
JUAN II de Ara;,'ón. 11— 30-20 )— 277. 
JUAN X.XIV (Papa), Baltasar Cosso, 10. 



ms 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



.71' ANA (Doña), reina dr Ñapóles. 5 — 1—5—0. 

JUANA 0-a loiiia doña). La Lora, XI.II— I.— I.I— I-V-^Vj- 
.-mT— 4.VJ - iSo. 

JLI.IO II (El papa) (V. Ostikxsk. i-I i-aianial .liiliaiio. y Saoxa). 
\X\m— XXXVIll— Xl.lll— I.III-LXVlII-18— -ioo— 
•_•().■>— :20í—".ilt.')— •247— 2:»."» -•2C»3 — :2 "4— 5S;) — ol).">--4Í2í — 
i2r>- 4412- 411— 4r>0—'»(i-J. 

I.AHKIT (Carlota), imijcr ilc i'.i'-^av Morana. ,')2— :;(X)— -J')!— 'KW 
- .V)'.t. 

T.A (AHAI.I.KKIA (Gaspar d.-). XXIX. 

I.A CUOTA (El rai.ilán IVánrís). 14i». 

LADISLAO, hijo de Carlos, rey de Hungría rey de Ñapóles, ."i 
— ■i'>5. 

LAIUENTE (D. Modesto), XIIL 

LA IZA (El capitán .Inan de). ."Sl-M. 

LALANDE (Mr. de). 7'.». 

LAMBA (Conrado). .■V)."». 

LA MOTA (Mr. de). Cario Anojelo. ISt - 1 1-.2— 1 4."> - 11Í -IM 
— 5í4 — 545 — 511. 

LAMl'UONANO (Andrea). 15. 

I.ANIZA (D. .luán de), virrey de Sicilia. IS— 4!)--_nJH-5l5- 
.51v¡ — .5511 — 457. 

LA I'ALICE (Jacol)o de Chabannes. s:ñor de), 79—1 18 — 115— 
151 — 153— 1.5Í— 551 — .V»5— ?.5:> 543 - 544— "»í!>— ">'>l> — 
551-5,54-555— ofi-j— 1(C)-4')5-4!)S-418— 402. 

I. ATI.ÑO (El cardenal). "JM. 

LA TREMOILLE (Mr. Luis de). LXV- 5Í— 5")— 57— .552— 5.-)5 
_->45— 5 M— óüC)— 5S()— 5'J5 - 5'.)J— 401— 405. 

LAUDE (Mr. de la). 158-1.59-140. 

LAURETANO (Antonio), embajador veneciano, 275. 

I.AUKIA (Conde de), XXIII. 

I.AUTREC (Mos de). 310— 5 w. 

LAXAO(Mosde). 2S7. 

LAZAN (.Miccr), 541. 

LÁZARO (.Mirer).52S. 

LE GLAY (Mr.). XLIV. 

l.EIVA (El capitiin Antonio .le). 15 !— 1(1.5— IOS— 242— 5i;i — 
512- 372—575-391 — 427 — 454. 

LENONCORT (Mr. de), Bayli de Bitri, 41. 

LEÓN X. pajia. 253. 

LEÓN (Cristóbal de).'esrribano del Consejo que aiiloii/,a la pu- 
blicación fie la edición de 1.5.81, 1. 

LEONELO (E\e};alo). 272. 

LEONES (Micer Pietro). nií-diro de L. de Médicis. .599. 

LEONOR (Doña), reina de Portugal, hija de l"elii)e I, 410. 

I.ERIN (El conde d ■)• I.XVIl— 202— 4.5.5. 

LEZCANO (.lu.-in de), capitán de la mar. .XXVH-93 94 — 100 
— 149-150-1.55-1.51 179- 180— 202-.-.07—.50S- 512 
— 51.5— .515- -.524 — 547—548 — 5.52— 555 — .5.55 — 5:15- .570 
—59 1 —592—4.54 - 455 - 5 1 5. 

l.ODl (Tito de), apellidad.) EanluUa. .54.5— 54 1. 

LOKREDA (Mar;;ar¡toii(. Kil. 

LOMELLINI. banípiero. X.XIX— XX\. 

LONDOÑO (El aUfri-T), 294. 

LÓPEZ DE ÁNGULO (Diego). 415, 

LÓPEZ DE AVALOS(Recy), 582. 

LÓPEZ DE .WALA (Diego), a pos ni ador mayor de S. A., I.l. 

LOPtZ DE A Y ALA (D. Ignacio), X. 

LÓPEZ DE AVALA (D. Iñigo), XXI-XXVIII-89- 144 ICl 
— 54-4 — 31.5 — 155. 

LÓPEZ DE<:ELADA (El capitán Alonso). 3r.ü. 

LÓPEZ DE ESCALADA (El capitán). (V. Escalada, el capitán). 

LÓPEZ DE HORNA (Juan), aiwsenlador mayor del Gran Ca- 
pitán, 1 '4. 

LOREDANO (Micer Antonio), 17—58-39. 

LUCRECIA, dama romana, HS— 320. 



LUIS, rey de Sicilia. 4. 

LUIS XI, rey de Eranci.n. 277. 

LUISXIIdeFranci.i.XXV— XXVI— XXXI— XXXII— XXXIH 
— XXXV— XLVlll—LII—LV — LXl — LXV — LXVII — 
LXV.Ii — 8: cómo heredó el reino de Ñapóles— 11 — .50—52 
,V>— .54— .55— 38— (11— 75-77— 78— 79— .80 — 81— S4— 102 

— 170— 17()- 191 — 190-229 24.5—240: su entrevista en 
Saona con i-l rey citóliro— 247 — 2.5.5 — 2112 — 2">.5— 271 — 299 
—.500— .501 — .50,5— 510-. 520— .540— .571— 595 -415 — 451 

— 455—459 — 4.50 - 451 — 435 (\'. Obleas?, Duquede) — 459 
—4.10. 

LIT'O, caballo del Gran (:ai)ilán, 111. 

LLORIZ (1). .lerúninio). -jo:;— ,5i9— .5811-104 - 455. 

MADAItlAGA (H capitán). 519-104. 

MALATESTA (l'andulfo). 5-200. 

MALERBA (El capitán), 152 -IOS— 109- 5;il-. 57.5. 

MALEEUIT (Mici'r Tomás), XXV— 102— 50.5. 

MANFREDO (Asior), señor de l'aenza, 200. 

.M ANRIQUE (Doña Francisca). I.IX. 

MANRIQUE (Doña Leonor). LIX. 

;M ANRIQUE (Doña María), duquesa de Tcrranova y de Sesa. 
mujer del Gran Capitán. XX -L—L^T -LIX— 2.54 2(^5- 
2 1(1: su muerte — .515 — 50.5 — 5 O — 140 — 442 -45.5 — 4 5 
-400. 

^lANRIQUE (El adelantado Pero). p.idre de la mujer del Gran 
Capitán. 2T1. 

-MANRIQUE (I). Rodrigo). 212 45.5. 

MANRIQUE DE LARA (D. Pe.lro). duque de Nájera, Vil— 
VIII— LIX— 247— 454. 

MANTUA (El marqués de). (\'. Goxzaga. l"rauc¡s.-o). 

MANTUANO, poeta, 427. 

MANUEL (D. Juan). I.V— 245- 247— 4.59— 14(;— 1.51-541. 

MARCA (Conde de la). (V. Jacobo, rey). .5. 

MARCELO (Valerio), 507. 

MARGANO (Pablo). 10.5—100—180-181. 

MARGARlT(Mosen). 514. 

.MARGARl l'A. hija del einp.'cadoi- Maximiliano, 277. 

MARI PETRO (Juana). .507. 

-MARÍA (El capitán Juan), 1S2. 

-MARI-V (Doña), casada con el rey D. -VIonso V de Aragón, 
hija de Enrique III de Casulla. .5. 

MARÍA (Doña), reina de Hungría, liija de IVti|..' I. \I.VII- 
440. 

-MARTÍNEZ DE I.EIV-V (Sancho). .501. 

MARTÍNEZ PARDO (Juan). KW. 

-MARTÍNEZ DE LA ROSA (I). Francisco), V— VI. 

-MAKTINO ^■ (El Papa). 4. 

-M.VRTO-N, capitán de la mar. .5.52- 

-M ARZ ANO (Barón de), 229 2.52 2V.-25Í 2.59- 2Í(). 

.MASA (Francisco), 21»;. 

-M.VTA (Mr. de la), 91. 

MATA (Ñuño de). XLIV. 

.M-VT.\S (Diego de), alguacil del ejército. 420. 

MATERA (El conde de). XLIV— 1 19— 12><— 521. 

-MAXI.MILI-\NO (El emperador de Alemania y rey de roma- 
nos). XXVIII-XXXl — XXXVll-XXXVIlI XI.VIIl 
._1,V_,8— 11 -15— 25— 45-52— .51 -.55 -112 1.50- 105 

— 2.53-2.50—200-272—277—284—300—301 -542 - 557. 
.MAZARA (El arzobispo de). 119- 12<. 

MEDICIS (El cardenal de), luego Pajja León, 402. 
-MEDIClS (Cosme de), 10. 
MEDICIS (Juan de), LXVI. 
MEDICIS (Lorenzo de), 15— 5S2-595. 
MEDICIS (Los). 15—272-273. 

MEDICIS (Pedro de), LXVI — 15— 10 — 170 — 177-221 : 
muerte— 273— 3.82— 3S3— 393— 399— 408. 



ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS 



609 



MEDINA (El capiíán), hombre de la mayor conñanza del Gran 
Capitán, cuyos dineros y joyas guardaba. (V. Gómez dk Mb- 
DifiA, Pedro). 

MEDINASIDONIA (Duque de). (V. l'Énrz dk Gijzmán. don 
Alonso). 

MEI.FA (El príncipe de), XXII— XLVI—a5— 84-^85— 96— 103 
— 104—109 - 100— li)l-l(a— 16<J_188-.T.¿1— 371— .572 
376. 

MELITO (Conde de). (V. Mendoza, D. Diego de). 

MELITO (Conde de), Jacobo de San Severino, que seguía la 
parte francesa, XXIII— XXXVI — 129 -130— 133— 135— 
521— 330-3r)0— 361—418. 

MELLADO (Pedro), 389. 

MÉNDEZ (Luis), señor del Carpió, padre de la primera mujer 
del Gran Capitán, LIX. 

MENDOZA (El comendador),341— .351— 455. 

MENDOZA (D.Diego de), conde de Mélil.o,lI— XXVII-XXVIll 
— Ul—LXVl—LXVIII-1— ".2— 64— 66—90 — 91 — 101 -- 
107— 118 — 123-líl— 14.3— 147— 148-149— 1,52 157 — 
1.59— 161— 191 — 20.3— 204— 22"5— 242— 31.3— .337 340 — 
341 —345 — .344 —.351— .3,52— 35.5— .357— 3'>5— .367— 369— 
.■>84—3-<5-.387— 394-427— 4,55— 463-468. 

MENDOZA (D. Iñigo de), conde de Tendilla, .52— 82— 2.54— 2 15 
—481. 

MENESES (.Juan de), 163— 166— ISO— 181. 

MERCADO (El alcalde), 456. 

MERCADO (El capitán), 369—391—407. 

MESINA (El prior de), 62— 101— 110— 111 — 118— 141 — 1.52 • 
161—220. 

MICHELOTO, capitán de César Borgia, 202—330. 

MIGUEL (El príncipe D.), nieto de los Reyes Católicos, LXI. 

MILÁN (Duquesa de), XX'VI— 11— 271— 422. 

MILÁN (Duques de). (V. Skorcia, Francisco; Filipo M.^; Ludo- 
vico), XX VI— 6— 8— 9— 5.3— 54 -jI — 78— 2.H1 -28 J. 

MIRAFUENTES (Gonzalo de), 201. 

MIRANDA (Francisco Alfonso de). IX. 

MIRÁNDOLA (El señor de). (V. Pico, .luán F.). 

MONCADA (D. Hugo de), 8Ü— 130— 206— .38?;. 

MONCADA (D. Iñigo de), 4.55. 

MONDEJAR (Marqués de), 254. 

MONDRAGON, capitán de gascone». .33"). 

MONFORTE (Federico de), 401. 

MONGE (Francisco). .3,89. 

MOMNO (Antonio), 161. 

MONLEON (ti capitán francés), 209—210. 

MO.NTAÑES (El capitán Alonso), 45.5. 

MONTEFELTRO (Guido übaido de), 21)0. 

MONTEMA VOR (.lorge de),2: versos en elogio del Gran Capitán. 

MONFORT (El capitán Federico de), 209. 

MONTESARCHO (Conde de), .321. 

.MONTOLIO (El comendador), XLIV. 

MONIORIO (El conde de) ó MONTORO, 161—181 — 182—183. 

MONTPENSIER (Gilberto), 41—285—292. 

MORA (Gabriel), 314. 

MORALES (El tesorero), XX. 

MORELLON (El capitán), 40.5—407—408. 

MORENO (El capitán), 120— 121— 354— 4,55. 

MORLANES (El señor), XXXI. 

MOYA (Gaspar de), XLIll. 

MOYA DE CONTRERAS (El licenciado), inquisidor de Aragón, 
472. 

MUDARRA (Mosén), 91—92. 

MUDARRA, nombre de un caballo del Gran Capitán, .325 — 41(). 

MUÑOZ (El capitán), 105. 

MURCIA (Pedro de), 76. 

MURO (El conde de), 321—329. 

Crónicas del Gran Capitán. — 39 



NA.IERA (El duque de). (V. Manrique de Ear*, D. Pedro). 

ÑAPÓLES (La reina de), XXI. 

ÑAPÓLES (El virrey de). (V. Cardona, D. Ramón de), XXVL 

NAVARRA (El infante de), 79—408. 

NAVARRA (El rey D. .luán de), 434. 

NAVARRO (El conde Pedro),XlX— XXIV— XLVIII— XLIX— 
LXVI— 1—68— 101— 100-112— 113— 114— 115— 118- 
119— 139 - 141— 142— 150—153—1.54 - 135-1.56—157— 
1.59—160—161—174—175—177—178—179—180—188— 
189—190— 192— 19.3— 195— 1 91)— 207— 21 1— 21 9—220— 
222— 224— 22 J— 227— 242— 249: su empresa de Orán-306 
31.3— .329— 350 - 5.32— .333— .341— .342— .348— 349— .3.52 - 
.3.55— 3.54— 35 í—5:k4 — 365— 367— .377— 378— .381 -.383 - 
384—385-590—402—404—400—414— 416- 422—427— 
4.34-448—455-460—412: en Ravena^4 i7. 

NAVES(Mr. de), 17.5. 

NEBRIJA (Antonio de), 211. 

NEMOURS (El duíiue de), Luis de Armagnac, XXVI— XXVIII 
— LXV— 102— 10.3 106— 108— 109— 110— 111— 112-113 
117_118— 119— 12)— 123— 128— 1.33-1.34-138-139— 
140—14.5—150—151—1.53—